love letters |n.c|

Mis manos tiemblan, y mis pies se mueven inquietos, demostrando que mis nervios son reales. La carta que sostengo entre mis dedos es de un fino papel color rosado, y la letra dentro de ella resalta al contrastar en negro con el pálido color bebé que decidí usar para la carta de amor.
Lanzo un sonoro suspiro quebradizo, y releo la hoja otra vez, para asegurarme de que no hay ninguna pista que indique que sea yo la autora de esta, más que la oración final.
“No empezaré con querido, porque es demasiado cliché. Tampoco pondré algo tierno y hermoso, digno de cuento de hadas, porque, sinceramente, ese no es mi estilo. Sólo escribiré que me salvaste. En serio lo hiciste. 
El día en que estaba decidida a abandonarlo todo en el piso de mi baño, tú me sonreíste, aún cuando los demás podían verte haciéndolo. Y no tengo ni idea si eso era una apuesta con alguno de los idiotas a los que llamas amigos, o algo más. Sólo sé que esa sonrisa me devolvió la vida. 
No te diré quién soy, ¿qué clase de tonta sería al hacer eso? Pero puedo asegurarte algo: ningún corte en mi brazo será tan placentero como el verte todas las mañanas, todos los días, corriendo en el patio, sonriendo y divirtiéndote. 
Te amo, demasiado. Con tanta intensidad que duele, y sé que no sientes lo mismo. ¿Quién podría querer a alguien como yo? 
Pero, en fin, sólo quería que supieras esto.
Pd: Azul cielo, color indescriptible”
Quizás exageré con el contexto. Quizás comienza a reírse en mi cara por las idioteces que elegí poner. Quizás la odie. ¡Oh por dios! ¿Qué tal si se la muestra a todo la escuela? ¡No puedo dársela, simplemente no puedo!
Pero antes de retractarme, el nuevo Cupido de primer año corre hacia mí y toma la carta de mis manos, cerrándola y colocándola en un sobre correspondiente con el nombre “Love Letter”, para poder entregarla en ese preciso momento a sus respectivos destinatarios.
Estoy, oficialmente, muerta. Y, por primera vez en mi vida, me aterra.
La campana que demuestra el fin de la cuarta hora resuena en mis oídos, haciéndome imposible el concentrarme en otra cosa que no sea el incesable pitido agudo. Esto me reconforta, sin embargo, ya que mi mente sólo está concentrada en la estúpida carta que el niño me arrebató de mis manos.
No puedo prestar atención a nada más que a las incesantes repeticiones de mi cabeza, aquellas que dicen ‘eres una idiota’, o ‘ahora todos sabrán lo loca que estás’.
Debo salir del salón, pero una masa de estudiantes cansados se encuentran abarrotados en la pequeña puerta —que, por cierto, sólo permite que dos personas pasen por ella a la vez—; los gritos y empujones no están faltantes.
Al igual que siempre, me quedo sentada en mi silla, con mi mente en blanco, intentando no prestarle atención a nada excepto el gran codazo que Brett le proporciona a Suzanne, en un intento desesperado por correr hacia el siguiente salón.
La clase que le seguirá a esta será matemática, y, sinceramente, no hay nada que odie más. ¿Literatura? Puedo aguantar una hora entera leyendo poemas de palabras tristes, muy parecidos a los que tengo pegados en la comodidad de mi habitación. ¿Historia? Próceres muertos, claro que aguanto. Pero, ¿matemáticas? No, eso no es de mi agrado, ni nunca lo será.
El hecho de que los número se agrupen para formar un resultado común, el que se debe analizar y pensar, ubicar infinidad de letras llamadas equis por doquier… no es de mi tipo. Yo prefiero el tener que estudiar a memoria clara. 
Los números te impedirán pensar en la estupidez que cometiste, Skylar.
Esa voz en mi cabeza, la misma que repite incansablemente lo inservible que soy, y que sería mejor morir, hace su aparición por primera vez en el día.
Tiene razón, como siempre, y, por única vez, me veo feliz de que matemática sea la próxima materia que tendré.
Me levanto suavemente, enderezo mi mochila en mi hombro, y, controlando que no haya nadie en los pasillos, hago mi propio camino —que consiste en pasar por infinidades de atajos— hacia el salón, que está despoblado; sólo algunos pocos deciden llegar temprano —o llegar— a las clases.
Tomo mi asiento, y, cerrando los ojos, respiro profundamente.
—¿Eres Skylar, verdad?
Me sobresalto. Una voz desconocida me habla desde lo alto de su figura, y temo el abrir los ojos.
‘Quizás él ya publicó la carta por todo el periódico escolar’. ‘Seguramente, le contó a todos sus amigos cabezas-de-alcornoque’.
Pero… esta voz me es desconocida, al contrario de los idiotas deportistas. Esta, aunque un poco alta, es masculina y suave.
Hace revoltijos en mi pecho, ya que la generosidad y la confusión batallan para hacerse notar en ella, y no puedo evitar sentir calor en mis mejillas.
—Sí, lo soy. —Respondo, luego de unos segundos, en el momento preciso en que abro los ojos.
  Azul, es lo primero que noto. Un azul tan exótico y hermoso como el cielo y el mar unidos, junto con matices de verde y uno que otro lugarcito gris. Son hermosos; como ventanas a su alma. Pero claro, su alma está oculta bajo el manto de su tonificado y musculoso cuerpo.
Sus brazos son fuertes y fornidos, e intento no quedarme mucho tiempo observándolos.
La cara, mira su cara, deja de parecer una estúpida.
Sigo mi propio consejo, y poso mis ojos firmemente en su rostro. Grave error. Su tez pálida, demasiado blanca, hace un perfecto contrate junto con el rosado de sus labios, y su cabello castaño está alborotado sobre su cabeza, creando un ambiente de sensualidad y estilización.
Di algo, lo que sea.
—Entonces… —mi lengua se traba allí, y tengo problemas para articular otras palabras que no sean ‘bello’, ‘hermoso’ o ‘vete ya de aquí porque me haces sentir cosas extrañamente inusuales’.
—Oh, lo siento —se disculpa, aunque no sé bien porqué—. Creo que querrías saber sobre tu carta.
—Oh, no. ¿Él ya la ventiló, verdad? ¡Sabía que eso pasaría! ¡Lo sabía, y aún así dejé que esa estúpida carta se me fuera de las manos!
Estoy furiosa. Pero, más que nada, triste, ansiosa. Y la ansiedad en mí es mala, demasiado. No puedo controlarla, lo que me lleva a mis pensamientos suicidas nuevamente, y a dejar más marcas en mis brazos de las que ya hay allí.
—¿Qué? ¿De qué estás habla-—la sorpresa se dislumbra en sus ojos, pero luego como un gesto de entendimiento prevalece—. ¿No era para mí, cierto? ¿Yo no era el destinatario?
Niego con la cabeza, y siseó una maldición hacia el chico de primer año. Inexperto idiota.
—Genial, ahora alguien que nunca he visto en mi vida sabe sobre mis secretos, y… ¡agh! Lo lamento, en serio lo lamento. Haz como que nunca la viste, nunca supiste nada sobre esta horrenda carta, y vete por donde viniste. Juro que no era mi intención dar lástima y querer que todos sientan pena por mí…
Balbuceo, y las palabras se me juntan todas en mi boca; no puedo parar.
—No estoy enojado, o molesto. ¡Menos que menos me iré! Necesitas ayuda. —Su tono sigue suave, aunque su voz se eleva un poco. Está irritado, puedo ver, pero no es conmigo. Parecer ser… ¿con él mismo?
—¡No lo hago! —Grito. No la necesito, estoy perfectamente bien. Si estar perfectamente bien consiste en tener antecedentes de intentos de suicidios, cortes y enfermedades crónicas tales como depresión y ansiedad, entonces sí. Lo hago perfectamente.
—Sí, de verdad que sí. —Parece implorar.
Discutir será en vano, me doy cuenta de eso. Así que, para cambiar de tema, me obligo a pensar alguna pregunta que sea lo suficientemente buena como para desviar todo.
Piensa, Jones, piensa… ¡Ajá!
—¿Cómo supiste que era yo la autora de la carta? —De verdad, siento curiosidad por esto. Nunca pensé que su verdadero destinatario adivinaría, ¡menos un extraño!
—Sencillo. Eres la única chica de ojos celestes que podría escribir una carta de tal magnitud ortográfica y gramatical. Y te he oído quejarte de tu pelo cada vez que te encuentras en tu casillero. ‘Oh, este feo color de cabello que hace imposible saber cuál sea’.
Lo primero que noto es que sabe imitar mi voz; lo segundo, que este chico me cae demasiado bien a pesar de no saber su nombre. Y, tercero… que pasa una parte del tiempo observándome, por alguna extraña razón.

holuuu: