Rainbow Candies (Harry Styles y Cadie Grey)

Harry me lanza un papel a la cabeza y este cae sobre mi mesa. Es el tercer papel que me lanza en la clase y temo que la maestra me sorprenda leyendo uno y que me castigue. Así que no le presto atención y con disimulo lo boto al suelo con la mano.
Pero Harry no se detiene y me lanza otro.
Este juego me está cansando, desde que llegué a la escuela Harry ha sido el único chico que me ha molestado. No converso mucho con los demás, soy nueva y no conozco a nadie, pero Harry abusa de mi paciencia.
Él hace que me duela el estómago, me enoja tanto que siento hambre. Reviso mi bolso y encuentro un caramelo verde en su envoltorio, lo abro con cuidado y lo pongo sobre mi lengua para saborear los colorantes. Juego con el caramelo en mi boca, mi objetivo es que pinte mi lengua de verde.
Otro papel choca contra mi cabeza, pero esta vez la maestra sorprende a Harry y lo regaña. Sonrío triunfal y me trago el caramelo.
Cuando el timbre suena, mi estómago sigue doliendo. Desde hace tres días que no deja gruñir ni de molestar, desde que reduje los caramelos diarios por uno solo el dolor no se ha quitado. Pero no puedo flaquear, o los esfuerzos serán en vano.
En el pasillo choco con una chica más alta que yo y le pido disculpas, ella no las acepta y me empuja al suelo. Me quedo mirando los huesos de su cuello mientras ella me grita, se le marcan contra la piel con cada palabra que dice y es fascinante la manera en que su delgadez parece normal. Vuelvo a la realidad cuando me dice algo que me llega profundamente.
—Saco de huesos —esa frase es como música para mis oídos, ya que reconoce que soy delgada, incluso más que ella. Sigue su camino por el pasillo y se olvida de mí. Yo me pongo de pie y sacudo mi vestido, observo mis brazos que parecen dos ramas de un árbol y me alegro. Comer un solo caramelo al día ha dado sus frutos.
Me inclino para recoger mis cosas que han quedado desparramadas por el suelo y cuando alzo la mirada me encuentro con Harry mirándome desde el otro lado del pasillo. Me apresuro en guardar todo dentro de mi bolso y le doy la espalda.
Decido saltarme la clase de cocina, es la hora más tortuosa para mí en toda la semana. Pero cuando estoy a punto de desviarme del camino, alguien me agarra del brazo y tira de mí hacia el salón donde se lleva a cabo la clase. Miro atónita a Harry, nunca hemos hablado, ni siquiera un “Buenos días”, el contacto exclusivo que tenemos es el de acosador y acosada.
Me hace daño con su mano, sostiene con demasiado fuerza mi brazo y seguro dejará marcas. Entramos a la clase, que de a poco se va llenando, y me obliga a sentarme frente a un gran pastel de chocolate que adorna la mesa de la profesora. El olor me enferma, es cargante y vicioso, el chocolate hace que todos caigan en la tentación. Mas yo no puedo, no debo dejar que me tiente, así que respiro con lentitud aspirando poco aire, incluso comienzo a respirar por la boca para no oler el chocolate.
Sin decir ni una palabra todavía, Harry toma un cuchillo y corta un pedazo de pastel. Sé que está mal lo que hace, a la maestra no le hará mucha gracia cuando vea que Harry destrozó su pastel.
Para mi sorpresa, Harry toma el pedazo con su mano y me lo estampa contra el rostro. Grito como si me estuvieran matando, y en parte lo está haciendo. Me mata probar por accidente una probada de la cobertura, un poco de manjar y bizcocho. Me mata no poder para de masticar lo que ha caído en mi boca. Me mata ver mis manos desesperadas limpiando lo que queda de pastel de mi rostro y pasarlo dentro de mis labios.
Me mata comer.
Cuando reacciono y me doy cuenta de lo que hago, es demasiado tarde. Todos me miran como si estuviera loca, con la cara cubierta de comida y la boca llena de pastel. La maestra también me mira, que no recuerdo en qué momento llegó, pero exclama algo que no comprendo porque los oídos me empiezan a zumbar y mi estómago gruñe con más fuerza.
Le dirijo a Harry una mirada envenenada, con odio y con rabia. Me ha hecho comer contra mi voluntad ¿cómo lo descubrió? ¿Acaso di alguna señal de mi aberración contra los alimentos?
Se lo pregunto.
—¿Por qué hiciste eso? —mi voz suena débil, mi vista se nubla y las cosas de a poco van tornándose más oscuras.
—¡No te caigas! —me grita, pero no comprendo. Tampoco escucho ni veo, todo se vuelve negro y un chirriante pitido se instala en mi cabeza.
Abro los ojos y me siento cansada, como si hubiera corrido una maratón. Una luz me ciega por unos segundos y cuando reconozco el sitio suspiro. Sigo en la clase de cocina.
Todos me rodean y murmuran cosas, pero no les presto atención. Frente a mí, Harry me observa con sus grandes ojos verdes, se ve preocupado. Aunque yo sé que sólo está actuando para que la maestra no lo castigue.
—¿Te encuentras bien? Te golpeaste fuerte en la cabeza —me dice.
Lo ignoro y miro a la maestra, que está a su lado con la misma preocupación. Ella tiene su mirada clavada en mis piernas, que se ven porque mi vestido se levantó unos centímetros más con la caída.
Me siento en el suelo y veo como mis rodillas sobresalen de mi piel, marcándose más de lo normal. Eso me gusta, aunque pareciera que a los demás no.
—Harry, ¿podrías llevarla a la enfermería y pedir que llamen a sus padres? —le pide la maestra.
—Claro —responde él. Se inclina hacia mí y me levanta de un tirón, no tengo tiempo de protestar antes de que pase uno de sus brazos bajo mis piernas y me levanté. Me sostiene como so fuera un bebé.
Escucho algunas risas de mis compañeros, pero tengo otras cosas en las que pensar. Como en el que rompí mi dieta y que seguro ese pastel de chocolate me traerá muchas consecuencias.
Dejo que Harry me lleve hasta la enfermería. No digo ni una palabra ni él tampoco, pero se muerde los labios repetidas veces con nerviosismo. Yo miro el techo de los pasillos para distraer a mi estómago.
La enfermera pega el grito en el cielo cuando nos ve. Me pasa unas servilletas para limpiar mi rostro y le pregunta que sucedió a Harry.
—Quería comprobar si era anoréxica —sus palabras me descolocan y a la enfermera también. Ambas lo miramos atónitas.
—Sí como, mira mi lengua —le digo para que la enfermera no se asuste y no comience a sospechar. Saco mi lengua y le muestro lo verde que está gracias al caramelo. Harry hace una mueca y agrega:
—¿Aparte de ese caramelo?
Su voz es lenta, no logro comprenderla del todo. Tardo bastante en entender el sentido completo de su pregunta y recuerdo que últimamente las cosas se me hacen difíciles de asemejar.
¿Por qué 2+2 es 4? ¿Por qué la tierra es redonda? ¿Por qué el sol sale cada mañana? Así que ante mi desconcierto y la impaciencia de Harry, le pregunto una de mis dudas y lo único que logra salir de mi boca.
—¿Por qué los caramelos tienen los colores del arcoíris? Deberían ser verdes, y tal vez algunos rojos, las cosas serían más sencillas así —quiero doblar mis piernas y esconder mi rostro entre ellas, pero si lo hago se darían cuenta de lo esqueléticas que están. En cambio, me quedo allí de pie en medio de un duelo de miradas entre Harry y la enfermera.
De pronto, mi estómago gruñe muy fuerte y ellos lo alcanzan a escuchar.
—Cariño, ¿has desayunado? Tu amigo puede ir a buscar algunas cosas a la cafetería —dice la enfermera. Me niego con esmero, pero Harry ya ha salido sin decir nada.
Mientras, la mujer termina de limpiar los restos de pastel de mi rostro. Se lo agradezco y le pido algo para quitar el olor. Me da un poco de perfume, pero para mi desgracia, es de frutillas.
Odio las frutillas. Solían ser mi fruta favorita y por eso las odio, porque son muy deliciosas.
Me cubro la nariz con mi mano y espero a que el olor se disuelva en el aire. Harry vuelve rápido, algo despeinado y cansado, seguro corrió desde la cafetería hasta aquí.
Los nervios recorren mi cuerpo, no quiero enfrentarme a la comida que trae. Es una caja de leche, una manzana y dos galletas gigantes.
No quiero, no puedo, no debo.
Pero toda mi voluntad desaparece cuando él abre la caja de leche y la coloca frente a mí. Hace tiempo que no bebo leche y la boca se me hace agua. Sin pensarlo, le quito la caja de las manos y bebo como si el mundo se fuera a acabar. Lo mismo hago con la manzana y las galletas, casi no mastico, necesito que entren para callar a mi estómago.
Sin embargo, eso no es suficiente y eso hace que odie con mi alma a Harry.
El hambre y el asco me ganan, aún soy capaz de seguir comiendo pero algo dentro de mí grita que no siga haciendo. Ese algo se comienza a hacer material y sube por mi garganta.
Busco con desesperación un baño y cuando hallo la puerta, corro con todas mis fuerzas para alcanzar a llegar. Vomito lo poco que comí y me alegro de saber que al menos eso ya no está estorbando en mi cuerpo.
Siento la mirada fría de Harry sobre mí. La verdad es que no sé nada sobre él salvo que me lanza papeles a diario, por eso me aterra lo que hizo hace unos minutos cuando me obligó a comer en la clase de cocina y ahora. Pareciera que tuviera un poder sobre mi consciencia, si no es eso entonces yo estoy muy débil y le hago caso a cualquiera.
—Llamaré a tus padres —avisa la enfermera. Eso no me importa, sé que si le dicen a mi madre que yo no como no sucederá nada, gracias a ella estoy envuelta en esto. Luego la enfermera se dirige a Harry—. Vigila que no vomite nada más.
Él asiente y se acerca a mí. La enfermera se marcha por el pasillo.
Harry se agacha a mi lado y aparta mi cabello para que no se ensucie.
—¿Tienes algo para amarrarlo? —niego y el suspira. Se saca una de las tantas pulseras que adornan su muñeca y con eso recoge mi cabello.
—No es necesario —le digo. No es necesario tener más contacto con él, mirar sus ojos y sentir que lo que hago está mal sólo porque él lo cree así.
—No querrás tener el cabello sucio, ¿o sí?
—De todas formas no es necesario, sé cuidarme sola —insisto.
Me levanto y limpio los restos de bilis con agua del grifo. Un sabor amargo y seco se queda en mi garganta y no es cómodo, bebo agua innumerables veces para que se quite.
Cuando el sabor se ha ido, me siento sobre las baldosas y miro a Harry quien no ha dejado de prestarme atención.
—¿Al menos sabes cómo me llamo? —le pregunto con curiosidad.
Yo sé su nombre porque la maestra siempre lo está regañando, pero no recuerdo haber dicho mi nombre ni siquiera para presentarme, tampoco es que les interese mucho a los demás.
—Cadie —contesta. Asiento y dirijo mi mirada a mis zapatos, cuento cada mancha de éstos para ignorar los nuevos gruñidos de mis tripas.
—Yo creo —dice Harry de repente—… que los caramelos son de los colores del arcoíris para que las personas los encuentren atractivos y se los coman.
Se sienta a mi lado, arrastrando su espalda hacia abajo por la pared. Con delicadeza toca mi brazo donde antes él lo agarro. Como predije, dejó una marca.
—Lo siento, no era mi intención hacerte daño —no lo oigo, me quedo pensando en lo que dijo hace unos segundos.
—Pero a mí me gustan los caramelos rojos y verdes, los demás sobran.
Él me observa confundido por el cambio de tema. Hace una media sonrisa y acaricia mi cabeza como si yo fuera un cachorro.
—Entonces te ayudaré a que te gusten los otros.
—No vale la pena —le digo antes de que se cree ilusiones. No me hará volver a comer nunca más, no puedo dejar que lo haga otra vez.
—Todo vale la pena —analizo su frase y llego a la conclusión de que Harry es una chico muy optimista y seguro de sí mismo, todo lo contrario a mí.
Me gustan mucho los caramelos rojos y verdes, pero nunca los mezclo porque juntos saben horribles. Pienso que Harry es uno rojo y yo uno verde, no hacemos buena mezcla.