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Hora final.
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Hora final.
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→ Narra Charlie.
Eran las 4:30 de la madrugada. El hospital se encontraba vacío, a excepción de algunos médicos y otras cuantas personas que se encontraban merodeando por los pasillos, entre ellos estaba su cabellera rubia. Era ella, subiendo al ascensor que la llevaría a ver a su amado.
Sonreí para mis vacíos y transparentes adentros, claro, de todas maneras nadie me vería. Y lentamente me acerqué a ella. Subí al ascensor y me posicioné al lado de ella, siendo invisible ella no podría verme, pero su errado corazón de gemela no le mentía.
Ella no me veía, sin embargo sentía mi presencia.
Dejé que ella eligiera el piso al cual descendería y que el ascensor, con su característica tranquilidad, cerrara las puertas e inhibiera el paso de otras personas. Su rostro estaba contraído por el temor, y sus ojos se desviaban con frecuencia hacia el espejo, esperando obtener una vista panorámica del ascensor y lograr observar si alguien desconocido estaba preparado para atacarla. Pues no, sólo estaba yo.
Antes de que el ascensor llegara a su destino, logré que este se detuviera por completo. Su pulso se aceleró sin control alguno, el miedo ya tenía a su mente dominada. Era hora de que ella pagara.
Miró nuevamente los espejos, asegurándose de que nadie quería hacerle daño. Grave error, por más que mirara, jamás me encontraría… eso es lo que ganas cuando eres un fantasma. De repente, ella observó con horror el objeto nombrado con anterioridad, y yo reconocí el presagio al que me invitaba aquella mirada, perdida en el recuerdo, inundada por el remordimiento. Comencé a maniobrar su mente, hasta que reprimido en un oscuro rincón, literalmente, encontré el recuerdo de aquella noche oscura. Los espejos me sirvieron como una pantalla de 360 grados, no tenía escapatoria. Ella tendría que ver al hombre que, por su culpa, había decidido poner fin a mi vida. Pasaba su cuchillo lenta y dolorosamente, la sangre corría; él era cruel, vaya que lo era. Su navaja repetidamente nos recordaba que la traidora siempre había sido ella. La desgraciada de mi hermana, quien había preferido la vida de su novio antes que la mía.
Sangre y más sangre, cada corte de mi cuerpo (ya que el hombre decidió que mutilarme era la mejor manera de acabar conmigo) parecía tener un acercamiento, haciendo la escena más horrible aún. Lo reproducí repetidas veces, hasta que habló, con voz ahogada susurró que parara. Pero ya era tarde, no me detendría hasta obtener mi venganza.
— ¡Charlie!— su grito desgarrador casi logró que me arrepintiera, casi . Ella sabía como controlarme, estaba buscando hacer que mi frágil corazón la compadeciera… Lástima que ya no tuviera uno… ni remordimiento, ni un cuerpo… ni vida. Cassie había acabado con todo aquello.
Palabras escritas con la misma sangre que había sido derramada aquella noche, fueron las que seguidamente aparecieron en los cuatro espejos. La frase “ ¿Te arrepientes ahora?” era formada por ellas, y otro sollozo fue todo lo que salió de su fina garganta.
—No vayas a quedarte sin voz… Te gusta cantar, ¿no?— Murmuré en su mente; ella asintió con la cabeza, temblando.— Bueno, pues, ¿sabes lo que me gustaba a mí? A mi me gustaba mi vida— solté, amargamente, mientras ella caía de rodillas. Los golpes bajos eran mi mejor arma. Sentía el dolor en su estómago, punzante. No era como si la hubiera golpeado; tan sólo sus entrañas sufrieron un apretón demasiado brusco. Vaya que me gustaba vengarme. Sus ojos se abrieron de dolor, como siempre lo hacía. Y otro grito salió de sus labios.
Un duro golpe contra el espejo y este cayó hecho trizas, ella cayó junto a sus restos, implorando por auxilio. Su voz se convirtió en un susurro ahogado, su piel se tornó violeta y ella intentó zafarse de un agarre que sólo podía sentir. Asfixiarla habría sido una buena manera de acabar con su vida, pero eso aún no terminaba.
Su vida pasó tras sus ojos, y alternamente, imágenes de mí ayudándola o ejerciendo la que era mi labor de hermano gemelo aumentaban su culpabilidad.
Su cabello rubio se pegaba a su cuello debido al sudor, acción que se repetía con su camiseta, la cual, en aquel estado, no hacía más que pronunciar su figura. La solté, y cayó sentada ante mis invisibles pies. Ella tocó la parte afectada, sobándola.
Sangre. Roja y pegajosa sangre corría por su garganta. Eran cortes que realmente no afectarían su vida, pero sí la callarían por la eternidad. Una pequeña parte de la paga que pronto terminaría de saldar. Corría por su cuerpo, cada vez que respiraba, cada vez que emitía cualquier movimiento o cuando una lágrima comenzaba un nuevo recorrido hacia el final.
Efectué un sólo movimiento; a pesar de seguir en el ascensor del hospital, también nos encontrábamos en la habitación 199 A. La cual pertenecía a su adorado y estúpido novio, quien, tres meses después de mi muerte, chocó su amado Ferrari contra un muro de cemento por andar bajo la influencia del alcohol. Menuda idiotez, ¿no?
Otra lágrima se deslizó por la sonrosada mejilla de Cassie, la escena le afectaba, pero no sería nada en comparación a lo que pasaría más adelante. Su novio despertó (claramente sólo en la mini-película que yo estaba armando para torturarla) , los moretones aún esparcidos por todo su cuerpo. Cassie ingresaba a la habitación junto a él y Mark (el nombre del imbécil ese) comenzaba a golpearla, y luego, sin más, se tiraba por la ventana como un pequeño maniaco, acabando con su vida.
Su respiración no hizo más que apresurar el ritmo, y luego de tanta niñería, decidí pasar a la acción. Ya poca sangre le quedaba a la pobre y no quería que muriese con tanta facilidad; ella debía sufrir lo que yo, o más si era posible.
Comencé con sus piernas, sus largas y tonificadas piernas que le gustaba mostrar al mundo. Una línea roja, más parecida a un dibujo que un niño de seis años realiza con crayón rojo, cargándolo a más no poder, apareció en ellas, tomando toda la extensión de aquel par. Sangre corría también por sus piernas y ella soltó algo parecido a un silencioso gemido. Lentamente cayó su cabello rubio, hasta que quedó sin nada; su cuerpo entero marcado con líneas rojas, esparcidas por la totalidad de él, que no representaban más que cada uno de los cortes que realicé. Seguí maniobrando hasta que, de la manera más cruel que logré, separé su cuerpo en dos. Acabando con su vida.
Sin más liberé al ascensor, quien lentamente bajó hasta el piso -1, el que con anterioridad, había seleccionado Cassie. Como la dulce ironía que representaban la vida y la muerte, aquel piso no era nada más ni nada menos que la morgue. Una linda sorpresa se llevarían los doctores con esa especial entrega.
Aquella, había sido la hora de calmar mi sed de venganza, de atacar… y sobre todo, había sido su hora final.
Sonreí para mis vacíos y transparentes adentros, claro, de todas maneras nadie me vería. Y lentamente me acerqué a ella. Subí al ascensor y me posicioné al lado de ella, siendo invisible ella no podría verme, pero su errado corazón de gemela no le mentía.
Ella no me veía, sin embargo sentía mi presencia.
Dejé que ella eligiera el piso al cual descendería y que el ascensor, con su característica tranquilidad, cerrara las puertas e inhibiera el paso de otras personas. Su rostro estaba contraído por el temor, y sus ojos se desviaban con frecuencia hacia el espejo, esperando obtener una vista panorámica del ascensor y lograr observar si alguien desconocido estaba preparado para atacarla. Pues no, sólo estaba yo.
Antes de que el ascensor llegara a su destino, logré que este se detuviera por completo. Su pulso se aceleró sin control alguno, el miedo ya tenía a su mente dominada. Era hora de que ella pagara.
Miró nuevamente los espejos, asegurándose de que nadie quería hacerle daño. Grave error, por más que mirara, jamás me encontraría… eso es lo que ganas cuando eres un fantasma. De repente, ella observó con horror el objeto nombrado con anterioridad, y yo reconocí el presagio al que me invitaba aquella mirada, perdida en el recuerdo, inundada por el remordimiento. Comencé a maniobrar su mente, hasta que reprimido en un oscuro rincón, literalmente, encontré el recuerdo de aquella noche oscura. Los espejos me sirvieron como una pantalla de 360 grados, no tenía escapatoria. Ella tendría que ver al hombre que, por su culpa, había decidido poner fin a mi vida. Pasaba su cuchillo lenta y dolorosamente, la sangre corría; él era cruel, vaya que lo era. Su navaja repetidamente nos recordaba que la traidora siempre había sido ella. La desgraciada de mi hermana, quien había preferido la vida de su novio antes que la mía.
Sangre y más sangre, cada corte de mi cuerpo (ya que el hombre decidió que mutilarme era la mejor manera de acabar conmigo) parecía tener un acercamiento, haciendo la escena más horrible aún. Lo reproducí repetidas veces, hasta que habló, con voz ahogada susurró que parara. Pero ya era tarde, no me detendría hasta obtener mi venganza.
— ¡Charlie!— su grito desgarrador casi logró que me arrepintiera, casi . Ella sabía como controlarme, estaba buscando hacer que mi frágil corazón la compadeciera… Lástima que ya no tuviera uno… ni remordimiento, ni un cuerpo… ni vida. Cassie había acabado con todo aquello.
Palabras escritas con la misma sangre que había sido derramada aquella noche, fueron las que seguidamente aparecieron en los cuatro espejos. La frase “ ¿Te arrepientes ahora?” era formada por ellas, y otro sollozo fue todo lo que salió de su fina garganta.
—No vayas a quedarte sin voz… Te gusta cantar, ¿no?— Murmuré en su mente; ella asintió con la cabeza, temblando.— Bueno, pues, ¿sabes lo que me gustaba a mí? A mi me gustaba mi vida— solté, amargamente, mientras ella caía de rodillas. Los golpes bajos eran mi mejor arma. Sentía el dolor en su estómago, punzante. No era como si la hubiera golpeado; tan sólo sus entrañas sufrieron un apretón demasiado brusco. Vaya que me gustaba vengarme. Sus ojos se abrieron de dolor, como siempre lo hacía. Y otro grito salió de sus labios.
Un duro golpe contra el espejo y este cayó hecho trizas, ella cayó junto a sus restos, implorando por auxilio. Su voz se convirtió en un susurro ahogado, su piel se tornó violeta y ella intentó zafarse de un agarre que sólo podía sentir. Asfixiarla habría sido una buena manera de acabar con su vida, pero eso aún no terminaba.
Su vida pasó tras sus ojos, y alternamente, imágenes de mí ayudándola o ejerciendo la que era mi labor de hermano gemelo aumentaban su culpabilidad.
Su cabello rubio se pegaba a su cuello debido al sudor, acción que se repetía con su camiseta, la cual, en aquel estado, no hacía más que pronunciar su figura. La solté, y cayó sentada ante mis invisibles pies. Ella tocó la parte afectada, sobándola.
Sangre. Roja y pegajosa sangre corría por su garganta. Eran cortes que realmente no afectarían su vida, pero sí la callarían por la eternidad. Una pequeña parte de la paga que pronto terminaría de saldar. Corría por su cuerpo, cada vez que respiraba, cada vez que emitía cualquier movimiento o cuando una lágrima comenzaba un nuevo recorrido hacia el final.
Efectué un sólo movimiento; a pesar de seguir en el ascensor del hospital, también nos encontrábamos en la habitación 199 A. La cual pertenecía a su adorado y estúpido novio, quien, tres meses después de mi muerte, chocó su amado Ferrari contra un muro de cemento por andar bajo la influencia del alcohol. Menuda idiotez, ¿no?
Otra lágrima se deslizó por la sonrosada mejilla de Cassie, la escena le afectaba, pero no sería nada en comparación a lo que pasaría más adelante. Su novio despertó (claramente sólo en la mini-película que yo estaba armando para torturarla) , los moretones aún esparcidos por todo su cuerpo. Cassie ingresaba a la habitación junto a él y Mark (el nombre del imbécil ese) comenzaba a golpearla, y luego, sin más, se tiraba por la ventana como un pequeño maniaco, acabando con su vida.
Su respiración no hizo más que apresurar el ritmo, y luego de tanta niñería, decidí pasar a la acción. Ya poca sangre le quedaba a la pobre y no quería que muriese con tanta facilidad; ella debía sufrir lo que yo, o más si era posible.
Comencé con sus piernas, sus largas y tonificadas piernas que le gustaba mostrar al mundo. Una línea roja, más parecida a un dibujo que un niño de seis años realiza con crayón rojo, cargándolo a más no poder, apareció en ellas, tomando toda la extensión de aquel par. Sangre corría también por sus piernas y ella soltó algo parecido a un silencioso gemido. Lentamente cayó su cabello rubio, hasta que quedó sin nada; su cuerpo entero marcado con líneas rojas, esparcidas por la totalidad de él, que no representaban más que cada uno de los cortes que realicé. Seguí maniobrando hasta que, de la manera más cruel que logré, separé su cuerpo en dos. Acabando con su vida.
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peeta.
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