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Mensaje por -Lizz- Sáb 14 Abr 2012, 6:46 pm

Okay, es la 5ta novela que subo al foro, & espero sea de su agrado c:

Nombre; ‘Dos pequeños milagros’
Autor; Caroline Anderson
Adaptación; Si. La tomé de otra página. La chica que la subió se llama; Ely (no yo).
Género; Drama/Romance
Advertencias; Adapté la novela, ya que estaba como Joe & Demi, así que si ven algun 'Demi'/Demz', es error de dedo xd. ____*/Apodo
Otras páginas; Facebook.

ARGUMENTO:

¡Doble sorpresa!
_____ no había visto a Joe, su marido, desde hacía casi un año, pero acababa de entrar por la puerta y estaba igual de atractivo que siempre.
Joe había regresado para solucionar los problemas de pareja con su querida _____.Pero no esperaba encontrarse con dos niñas gemelas… Una verdadera sorpresa.
Y, de pronto, disponía de dos semanas para demostrar que era el mejor marido y padre del mundo...




PRÓLOGO

—No voy a ir contigo.
Su voz invadió el silencio de la habitación y Joe se enderezó para mirarla.
—¿Qué? ¿Qué quieres decir con que no vas a venir conmigo? Llevas semanas trabajando en esto, ¿qué tienes que hacer antes de marcharte? ¿Y de cuánto tiempo estás hablando? ¿De mañana? ¿Del miércoles? Necesito que estés allí, _____, tenemos mucho que hacer.
_____ negó con la cabeza.
—No. Quiero decir que no voy a ir a Japón. Ni hoy, ni la semana que viene, ni nunca. Ni tampoco a otro sitio.
No podía marcharse.
No podía empaquetar sus cosas y marcharse a Japón. Joe volaría a Japón. Ella no. Ella no iría a ningún sitio. Otra vez no. Sería la enésima vez que lo hiciera durante el agitado tiempo que habían pasado juntos. No podía volver a hacerlo.
Él metió una camisa en la maleta y se volvió hacia ella con expresión incrédula.
—¿Lo dices en serio? ¿Te has vuelto loca?
—No. Nunca he hablado más en serio. Estoy harta —le dijo—. No quiero hacerlo más. Estoy cansada de que me digas «vamos», y que lo único que yo te pregunte sea «¿adónde?». Me dices que tienes que cambiar de lugar y yo te ayudo a hacerlo… En cualquier idioma, en cualquier país, en el sitio donde hayas decidido ir.
—Eres mi secretaria personal, ¡es tu trabajo!
—No, Joe. Soy tu esposa, y estoy cansada de que me trates como a cualquier otro empleado. No permitiré que sigas haciéndolo.
Él la miró un instante, se pasó la mano por el cabello y miró el reloj antes de guardar otra camisa.
—Has elegido un mal momento para tener problemas conyugales —se quejó él.
—No es un problema —dijo ella, tratando de mantener la calma—. Es un hecho. No voy a ir, y no sé si estaré aquí cuando regreses. No puedo soportarlo más, y necesito tiempo para pensar qué quiero hacer.
Él arrugó la camisa entre las manos, pero a ella no le importó. No había sido ella quien la había planchado. Solían llevar la ropa a la lavandería. Ella estaba demasiado ocupada asegurándose de que todo funcionara correctamente.
—Diablos, _____*, has elegido el peor momento.
Joe tiró la camisa dentro de la maleta y se acercó a la ventana. Pasó la mano sobre el cristal y contempló el horizonte londinense.
—Sabes lo que esto significa para mí. Sabes lo importante que es ese contrato. ¿Por qué hoy?
—No lo sé —dijo ella—. Quizá haya llegado al límite. Estoy harta de no tener vida propia.
—¡Tenemos una vida en común! —se quejó él, y se acercó a ella—. Una buena vida.
—No, siempre estamos trabajando.
—¡Y tenemos mucho éxito!
—En el ámbito laboral, estoy de acuerdo. Pero eso no es vida —lo miró fijamente a los ojos, para demostrarle que no la intimidaba—. Nuestra vida personal no es un éxito porque no la tenemos, Joe. No hemos ido a ver a tu familia en Navidad, hemos trabajado el día de Año Nuevo… Por favor, ¡si vimos los fuegos artificiales desde la ventana del despacho! ¿Y sabías que hoy es el último día para quitar los adornos navideños? Ni siquiera los hemos puesto, Joe. No hemos celebrado la Navidad. Todo ha sucedido a nuestro alrededor mientras nosotros trabajábamos. Y yo quiero algo más que eso. Quiero una casa, un jardín, tiempo para dedicarles a las plantas, para tocar la tierra con las manos y oler las rosas —bajó el tono de voz—. Nunca nos detenemos a oler las rosas, Joe. Nunca.
Él frunció el ceño, suspiró y miró el reloj.
—Tómate tiempo libre, si es eso lo que necesitas, pero ven conmigo, _____* . Date un masaje, ve a ver un jardín Zen, pero por favor, basta de tonterías.
—¿Tonterías? No puedo creerlo, Joe. No has escuchado ni una palabra de lo que te he dicho. No quiero ir a visitar un jardín Zen. No quiero que me den un masaje. No voy a ir. Necesito tiempo para pensar, para decidir qué quiero hacer con mi vida, y no puedo hacerlo contigo a mi lado, caminando de un lado a otro de la habitación del hotel a las cuatro de la mañana, tratando de contagiarme tus ansias de poder. No puedo hacerlo y no lo haré.
Él se pasó la mano por el cabello oscuro otra vez, y después metió la bolsa de ropa sucia y los zapatos que estaban junto a la cama en la maleta y la cerró.
—Estás loca. No sé qué te pasa. Será el síndrome premenstrual o algo. Y, en cualquier caso, no puedes marcharte sin más, tienes un contrato.
—¿Un con…? —ella soltó una carcajada—. Pues demándame —dijo con amargura. Se volvió y salió de la habitación.
Todavía estaba oscuro, y las luces de la ciudad se reflejaban sobre el río. Ella contempló la vista desde el salón y después cerró los ojos.
Oyó que él cerraba la cremallera de la maleta y que la arrastraba por el suelo.
—Me voy. ¿Vas a acompañarme?
—No.
—¿Estás segura? Porque si no lo estás, basta. No esperes que vaya tras de ti, a suplicarte.
Ella estuvo a punto de reírse, pero se le estaba partiendo el corazón.
—No espero que lo hagas.
—Bien. ¿Dónde está mi pasaporte?
—En la mesa, con los billetes —dijo ella sin volverse, y esperó, conteniendo la respiración.
¿A qué esperaba? ¿A recibir una disculpa? ¿A escuchar un «te quiero»? No, eso nunca. No podía recordar cuándo se lo había dicho por última vez, y sabía que no se lo diría en aquellos momentos. Oyó sus pasos y el ruido de las ruedas de la maleta sobre el suelo. Escuchó cómo recogía los billetes y el pasaporte, y después, el ruido de la puerta al abrirse.
—Última llamada.
—No voy a ir.
—Muy bien. Como quieras. Ya sabes dónde encontrarme cuando cambies de opinión —hizo una pausa, respiró hondo y cerró la puerta.
Ella permaneció inmóvil y, cuando escuchó el sonido del ascensor, se apoyó en el borde del sofá y suspiró.
Se había marchado. Él se había marchado y no había tratado de convencerla para que cambiara de opinión.
Sólo le había dicho que estaba incumpliendo el contrato.
Lo único que ella quería era tiempo para pensar sobre la vida que compartían y, puesto que había decidido no acompañarlo, ¡él ignoraba el matrimonio y sólo se centraba en el maldito contrato!
—¡Maldito seas, Joe! —gritó ella, pero se le quebró la voz y rompió a llorar con tanta fuerza que le dieron arcadas.
Se dirigió al baño y se sentó en el suelo, apoyándose contra la pared.
—Te quiero, Joe —susurró—. ¿Por qué no me has escuchado? ¿Por qué no nos has dado una oportunidad?
¿Se habría marchado con él si hubiera cambiado su vuelo, le hubiera dicho que la amaba, la hubiera tomado entre sus brazos y le hubiera pedido perdón?
No. Y, en cualquier caso, Joe no solía hacer ese tipo de cosas.
Podía haber seguido llorando, pero no quería darle tal satisfacción. Se lavó la cara, se cepilló los dientes y se retocó el maquillaje. Después, regresó al salón y descolgó el teléfono.
—¿Jane?
—¡_____, cariño! ¿Cómo estás?
—Mal. Acabo de dejar a Joe.
—¿Qué? ¿Dónde?
—No… Lo he dejado. Bueno, en realidad, me ha dejado él a mí.
Se hizo un silencio y, después, Jane blasfemó en voz baja.
—Está bien. ¿Dónde estás?
—En el apartamento. Jane, no sé qué hacer…
—¿Dónde está Joe?
—De camino a Japón. Se suponía que iba a ir con él, pero no podía.
—Ya. Quédate ahí. Voy ahora mismo. Haz la maleta, te quedarás conmigo.
—Ya la tengo hecha —dijo ella.
—Seguro que no has metido vaqueros, ni el chándal ni las botas. Tienes una hora y media. Recoge todo lo necesario y mete ropa de abrigo, que aquí hace mucho frío.
Tras despedirse, ella regresó al dormitorio y observó la maleta que estaba sobre la cama. Ni siquiera tenía pantalones vaqueros. Ni el tipo de botas a las que Jane se refería.
¿O sí?
Rebuscó en el fondo del armario y encontró unos vaqueros viejos y unas botas que no recordaba tener.
Sacó los trajes de chaqueta y los zapatos de tacón de la maleta y metió las botas, los vaqueros y su pantalón de chándal favorito.
Su foto de boda estaba sobre la mesilla y, al verla, recordó que ni siquiera se habían tomado unos días para irse de luna de miel. Habían hecho una breve ceremonia civil y durante la noche de bodas habían hecho el amor hasta la extenuación.
Ella se había quedado dormida entre sus brazos, como siempre, pero curiosamente también se había despertado de la misma manera, porque por una vez él no se había levantado antes para trabajar.
¡Cuánto tiempo había pasado desde entonces!
_____ tragó saliva y dejó de mirar la foto. Después, llevó la maleta hasta la puerta y miró a su alrededor. No quería nada más, ningún otro recuerdo de él, de su casa ni de su vida.
Agarró el pasaporte, no porque tuviera intención de irse a ningún sitio, sino para que Joe no lo tuviera. En cierto modo era un símbolo de libertad, y además podía necesitarlo para otro tipo de cosas.
Lo metió en el bolso y lo dejó junto a la maleta.
Después, vació la nevera, echó la basura en el túnel de basuras y se sentó a esperar. Pero como no podía dejar de pensar, encendió el televisor para distraerse.
No fue buena idea. Al parecer, según el reportero, ese día, el primer lunes después de Año Nuevo, se conocía como «el lunes de los divorcios». El día en que miles de mujeres, hartas de lo que había sucedido durante la Navidad, contactaban con un abogado y comenzaban el proceso de divorcio.
¿Ella también?


Dos horas más tarde estaba sentada en la cocina de la casa de Jane en Suffolk. Su amiga había ido a recogerla y le estaba preparando un café.
Y el aroma era repugnante.
—Lo siento… No puedo.
Se dirigió corriendo al baño y vomitó. Cuando se incorporó, Jane estaba detrás de ella, mirándola a través del espejo.
—¿Estás bien?
—Sobreviviré. Es culpa de los nervios. Lo quiero, Jane, y lo he estropeado todo. Se ha ido, y no me gusta nada.
Jane la miró, abrió el armario que había sobre el lavabo y sacó una caja.
—Toma.
Ella miró la caja y soltó una risita.
—¿Un test de embarazo? No seas tonta. Sabes que no puedo tener hijos. Me he hecho muchas pruebas. No hay manera. No puedo concebir.
—Las palabras «no puedo» no existen. Yo soy la prueba de ello. Hazme caso.
Salió del baño y cerró la puerta. _____ se encogió de hombros y leyó las instrucciones del test. Era una estupidez.
No podía estar embarazada.

—¿Qué diablos voy a hacer?
—¿Quieres quedarte con él?
Ni siquiera tenía que pensar en ello. A pesar de estar sorprendida por el resultado del test de embarazo, sabía la respuesta.
Negó con la cabeza.
—No. Joe siempre ha insistido en que no quiere tener hijos y, en cualquier caso, tendría que cambiar mucho para aceptar ocuparse de un hijo mío. ¿Sabes que me dijo que no podía marcharme porque tenía un contrato?
—A lo mejor se aferraba a su única esperanza.
—¿Joe? No seas ridícula. Él no se aferra a nada. Y probablemente no sea una opción. Me dijo que, si no iba con él, se había acabado. Pero tengo que vivir en algún sitio, no puedo quedarme contigo y con Pete, y menos cuando tú también estás embarazada otra vez.
-Creo que con un bebé tendrás suficiente —soltó una carcajada—. No puedo creer que esté embarazada, después de todos estos años.
Jane sonrió.
—Pasa en las mejores familias —dijo Jane con una sonrisa—. Has tenido suerte de que tuviera un test de sobra. Estuve a punto de hacérmelo por segunda vez porque no podía creerlo la primera. Ahora ya lo hemos asumido y hasta me hace ilusión tener otro hijo, y los niños también están encantados. Bueno, ¿y dónde quieres vivir? ¿En el campo o en la ciudad?
_____ trató de sonreír.
—¿En el campo? —preguntó dubitativa—. No quiero regresar a Londres, y sé que es una tontería, pero quiero un jardín.
—¿Un jardín? —Jane ladeó la cabeza y sonrió—. Dame un minuto.
_____ oyó que hablaba por teléfono desde la habitación contigua y después vio que regresaba con una sonrisa en los labios.
—Solucionado. Pete tiene un amigo que se llama John Blake que va a irse a trabajar a Chicago durante un año. Había encontrado a alguien para que se ocupara de su casa, pero le ha fallado, y está desesperado por encontrar a otra persona.
—¿Y por qué no la alquila?
—Porque tendrá que regresar de vez en cuando. Pero es una casa enorme. Tendrás cubiertos todos los gastos, y lo único que tienes que hacer es vivir allí, no hacer fiestas salvajes y llamar al fontanero si fuera necesario.
Ah, y ocuparte del perro. ¿Te gustan los perros?
—Me encantan los perros. Siempre he querido tener uno.
—Estupendo. Y Murphy es fantástico. Te encantará.
Y la casa también. Se llama Rose Cottage y tiene un jardín maravilloso. Lo mejor es que está a sólo tres millas de aquí, así que podremos vernos a menudo. Será divertido.
—¿Y qué hay del bebé? ¿No le importará?
—¿A John? No. Le encantan los bebés. Además, casi nunca está en casa. Venga, vamos a verlo ahora mismo.
-Lizz-
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Mensaje por Let's Go Sáb 14 Abr 2012, 7:11 pm

holis elizabeth
primera y fiel lectora
me encanta
espero el primer cap
seguila!!!
Let's Go
Let's Go


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Mensaje por aranzhitha Sáb 14 Abr 2012, 7:26 pm

segunda lectora
me encanta
Joe es un idiota insensible
pero ya vendrá a pedir perdón después
siguela !!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por Nani Jonas Sáb 14 Abr 2012, 9:58 pm

hola ely ''Dos Pequeños Milagros'' (Joe & [tn])  681836
soy tercera lectora
me encanto el prologo
siguela pronto plis
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por -Lizz- Dom 15 Abr 2012, 2:35 pm

Jazz_princess_jonas escribió:holis elizabeth
primera y fiel lectora
me encanta
espero el primer cap
seguila!!!

Jaz! Bienvenida! :D
-Lizz-
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Mensaje por -Lizz- Dom 15 Abr 2012, 2:38 pm

aranzhitha escribió:segunda lectora
me encanta
Joe es un idiota insensible
pero ya vendrá a pedir perdón después
siguela !!!!

Hola! Bienvenida Aranza ¿cierto?
Si pedirá perdon 8)

-Lizz-
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''Dos Pequeños Milagros'' (Joe & [tn])  Empty Re: ''Dos Pequeños Milagros'' (Joe & [tn])

Mensaje por -Lizz- Dom 15 Abr 2012, 2:51 pm

Nani Jonas escribió:hola ely ''Dos Pequeños Milagros'' (Joe & [tn])  681836
soy tercera lectora
me encanto el prologo
siguela pronto plis

Ahh! Nani! :D
Me siento tan
alsakhlaksjkhdjlñ de tenerte por acá :risa:
Bienvenida :D
-Lizz-
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Mensaje por -Lizz- Dom 15 Abr 2012, 2:56 pm

Dedicado a Jazz c:
CAPÍTULO 01 | Primera Parte. |

—La he encontrado.
Joe se quedó de piedra.
Era lo que llevaba esperando desde el mes de junio, pero en ese momento le daba miedo formular la pregunta. Sintió que le daba un vuelco el corazón, se reclinó en la silla y miró al detective en busca de pistas.
—¿Dónde? —le preguntó al fin.
—En Suffolk. Está viviendo en una casita.
«Viviendo», pensó y su corazón recuperó el ritmo normal. Durante todo ese tiempo había temido que…
—¿Está bien?
—Sí, está bien.
—¿Sola?
El hombre hizo una pausa.
—No. La casa pertenece a un hombre que se llama John Blake. Trabaja en el extranjero, pero viene y va.
Cielos. Se sentía tan mareado que no fue capaz de registrar las últimas palabras que le habían dicho.
—¿Que tiene qué?
—Bebés. Dos gemelas. Tienen ocho meses.
—¿Ocho? —repitió él—. ¿O sea, que él tiene hijos?
—Al parecer, no. Creo que son de ella. Lleva viviendo allí desde mediados de enero del año pasado, y las pequeñas nacieron durante el verano… en junio, según decía la mujer de la oficina de correos. Fue de gran ayuda. Creo que ha habido muchos rumores sobre su relación.
Estaba seguro de ello. Cielos, deseaba matarla. O a Blake. Quizá a los dos.
—Por supuesto, según las fechas, parece que estaba embarazada cuando lo dejó, así que podrían ser sus hijas… o podría haber tenido una aventura con ese tal Blake.
—Sólo dedíquese a su trabajo. Yo haré los cálculos —soltó Joe, tratando de ignorar la idea de que hubiera podido serle infiel—. ¿Dónde está? Quiero su dirección.
—Todo está aquí —dijo el hombre, y le entregó un sobre—Con mi factura.
—Me ocuparé de ella. Gracias.
—Si necesita algo más, señor Gallagher, cualquier otra información…
—Me pondré en contacto con usted.
—La mujer de la oficina de correos me dijo que Blake está fuera en estos momentos, si le sirve de algo —añadió antes de abrir la puerta.
Joe miró el sobre y esperó a que se cerrara la puerta para abrirlo. Al ver las fotos que contenía, se le cortó la respiración.
____-estaba preciosa. Aunque diferente. Tenía el cabello más largo y lo llevaba recogido en una coleta, de forma que parecía más joven y más libre. Ya no llevaba mechas rubias y su cabello volvía a ser castaño, con un pequeño rizo al final de la coleta que hacía que él deseara acariciárselo y tirar de él con suavidad para atraerla de nuevo a su lado.
También había engordado una pizca, pero le sentaba bien. Parecía feliz. Curiosamente, a pesar de que había estado desesperado por tener noticias de ella durante un año, tres semanas y dos días, no era _____ la que llamaba su atención después del shock inicial. Eran los bebés que aparecían sentados en un carrito de supermercado.
Dos gemelas preciosas.
¿Sus hijas? Era una posibilidad. Sólo tenía que mirar el cabello oscuro, y de punta, tan parecido al suyo cuando tenía esa edad. Era como si estuviera mirando una foto suya de cuando era pequeño.
Joe miró las fotografías durante un buen rato. Ella estaba viva y tenía dos niñas preciosas.
Dos niñas que seguramente fueran hijas suyas.
Dos niñas que no conocía, de las que ni siquiera sabía su existencia. De pronto, sintió que no podía respirar.
¿Por qué no se lo había dicho _____? ¿Se lo habría contado alguna vez? ¿Cómo podía habérselo ocultado?
A menos que no fueran sus hijas…
Sintió que la rabia lo invadía por dentro y deseó destrozar algo, igual que ella lo había destrozado a él.
El pisapapeles golpeó contra la ventana y se rompió, cayendo al suelo en varios pedazos. Él agachó la cabeza y contó hasta diez.
—¿Joe?
—La han encontrado en Suffolk. Tengo que irme.
—Por supuesto —le dijo su secretaria—. Pero tómate un minuto para tranquilizarte. Te prepararé un té y buscaré a alguien para que recoja tus cosas.
—Tengo una maleta en el coche. Tendrás que cancelar lo de Nueva York. Es más, cancela todo lo de los dos próximos días. Lo siento, Andrea, no quiero té. Sólo quiero ver a mi esposa.
Y a las niñas. A sus hijas.
Ella le bloqueó el paso.
—Ha pasado más de un año, Joe. Otros diez minutos no marcarán la diferencia. No puedes aparecer así, la asustarás. Tienes que ir más despacio, pensar lo que vas a decirle. Siéntate. ¿Has comido?
Él se sentó y la miró, preguntándose de qué diablos estaba hablando.
—¿Comer?
—Sí. Tómate un té y un sándwich y podrás marcharte —Andrea salió del despacho.
Él se puso en pie, se acercó a la ventana y apoyó las manos y la frente sobre el cristal. ¿Cómo no se había enterado? ¿Cómo podía ella haberle ocultado algo tan importante durante tanto tiempo?
Oyó que se abría la puerta y que Andrea regresaba.
—¿Ésta es ella?
—Sí.
—¿Y las niñas?
Él miró por la ventana.
—Sí. Es curioso, ¿verdad? Parece que soy padre, y ella ni siquiera me lo ha contado. O eso, o ha tenido una aventura con mi doble, porque se parecen muchísimo a mí.
Ella dejó la bandeja en la mesa, se acercó a él y lo abrazó sin más.
Él no sabía qué hacer. Había pasado tanto tiempo desde que alguien lo abrazara por última vez que estaba desconcertado. Al momento, levantó los brazos y la abrazó también. Al sentir su calor, estuvo a punto de desmoronarse y, para evitarlo, dio un paso atrás y se volvió, inhalando en profundidad y tratando de mantener el control de la situación.
—Cielos, es que son iguales que tú.
Ella estaba mirando las fotos que se hallaban sobre el escritorio con una sonrisa.
Él asintió.
—Sí. Sí, lo son. He visto fotos mías de cuando debía de tener esa edad. Mi madre tiene un álbum… —y entonces, se dio cuenta. Su madre se había convertido en abuela. Tenía que decírselo. Iba a hacerla feliz.
Se le humedecieron los ojos.
—Venga, tómate el té y los sándwiches y le diré a David que traiga el coche.
El coche. Un deportivo descapotable de dos asientos, donde no podría colocar las sillitas de los bebés.
Pero no importaba. Lo cambiaría. Escribió la dirección en el GPS y salió de la ciudad, sintiendo el aire frío de febrero sobre su cabeza y confiando en que eso lo ayudara a pensar, porque no tenía ni idea de qué iba a decirle a Demi.
Y seguía sin saberlo dos horas más tarde, cuando el GPS lo guió hasta el centro de la ciudad. Se detuvo en la oscuridad y sacó el plano que le había dado el detective.
El puente que cruzaba el río se encontraba delante de él, así que sólo tenía que continuar recto.
Respiró hondo y cerró la capota al percatarse de que empezaba a lloviznar. Poco después, recorría el camino lleno de baches que llegaba hasta una casa.
Al iluminarla con las luces del coche, vio que _____ se acercaba, con un bebé en brazos, a la ventana que estaba a la derecha de la puerta principal y se le encogió el corazón.
—Shh, Ava, no llores, cariño… Huy, mira, ¡viene alguien! ¿Vamos a ver quién es? ¡Puede que sea la tía Jane!
Se acercó para mirar por la ventana y, al ver el coche, sintió que se quedaba sin respiración.
—¡Joe! ¿Cómo…?
Se sentó en el sofá que había junto a la ventana, ignorando al bebé que se chupaba el puño y lloriqueaba en su hombro, y a su hermana, que estaba en el parque de juegos. Lo único que podía hacer era mirar cómo Joe salía del coche, cerraba la puerta y se dirigía al porche.
Se habían encendido las luces exteriores, pero él podría verla en el interior porque tenía la luz de la cocina encendida.
Joe llamó al timbre y se volvió. Estaba muy tenso y llevaba las manos en los bolsillos de los pantalones.
_____ se percató de que estaba más delgado, porque claro, seguramente desde que ella no estaba a su lado para organizarle la vida, él no cuidaba de sí mismo. Durante un instante, se sintió culpable. Pero no era culpa suya. Si él la hubiera escuchado y le hubiera prestado más atención el año anterior, cuando ella le dijo que no era feliz… Pero no.
«No esperes que vaya tras de ti, a suplicarte. Ya sabes dónde encontrarme cuando cambies de opinión».
Pero ella no había cambiado de opinión, y por supuesto él no la había llamado. Ella sabía que no lo haría.
Joe no suplicaba jamás, y ella se dejó llevar, sin saber qué hacer cuando se enteró de que estaba embarazada, pero consciente de que no podía regresar con el mismo hombre que había dejado.
Aunque todavía llorara por las noches porque lo echaba de menos. Aunque cada vez que miraba a sus hijas sintiera una profunda pena por el hecho de que no conocieran a su padre. Pero ¿cómo iba a decírselo si él siempre había insistido en que era lo último que deseaba tener eran hijos?
En ese momento, Murphy aulló, se dirigió a la puerta y comenzó a ladrar. Ava dejó de lloriquear y comenzó a gritar, y él se volvió hacia la puerta y miró a _____ a los ojos.
Estaba tan cerca...
Allí mismo, al otro lado del cristal, con una de sus hijas en brazos. El perro estaba ladrando y él no sabía qué hacer.
«No puedes aparecer así, la asustarás. Tienes que ir más despacio, pensar lo que vas a decirle». Andrea, una mujer sabia y sensata. A Jules le encantaría.
Pero él todavía no sabía qué diablos iba a decir.
Pensó que debía sonreír, pero no lo conseguía. Y no podía apartar la vista de su rostro. Tenía aspecto de agotada, pero él nunca había visto algo más bello en su vida. Entonces, ella se volvió y él llevó la mano hasta el cristal, como para detenerla.
Segundos más tarde, se percató de que sólo se dirigía a la puerta y se apoyó contra la pared, aliviado. Oyó la llave en la cerradura y vio cómo se abría la puerta.
Apareció _____,cansada y pálida, pero más guapa que nunca, con un bebé en la cadera y un perro labrador negro a su lado.
—Hola, Joe.
¿Eso era todo? Un año, dos niñas, una relación secreta y ¿lo único que iba a decirle era: «Hola, Joe»?
No sabía qué esperaba de aquel encuentro pero, desde luego, no era eso. Sintió que salivaba a causa de la rabia que lo invadía por dentro, pero recordó las palabras de Andrea y trató de contenerse. «Puedo hacerlo», se dijo antes de apretar los dientes y mirarla a los ojos.
—Hola, _____.
Él estaba apoyado contra la pared, tenía el cabello alborotado y la expresión de sus ojos era indescifrable.
Sólo lo delataba la tensión de la mandíbula, y ella se percató de que él lo sabía.
«Hola, _____», le había dicho.
-Lizz-
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Mensaje por fernanda Dom 15 Abr 2012, 3:27 pm

OH POR DIOS ! :affraid:
NO PUEDES DEJARLA AHÍ ! :|
Pero , dios ! , solo un "hola" xd
tienes que seguirla , tiene que contarle que las gemelas son de el
y que vuelvan y sean felices :arre:

SÍGUELA ! SÍGUELA! :lol!:
fernanda
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Mensaje por Let's Go Dom 15 Abr 2012, 4:06 pm

awww gracias por la bienvenida y el cap awww me encanto
pero como la dejas ahi ahhhhh
y que le va decir la rayis a joe?
como va a reaccioner el
seguila!!!!
Let's Go
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Mensaje por Karli Jonas Dom 15 Abr 2012, 5:40 pm

Nueva y Fiel Lectora!!!

OMJ asesinare a ese Joe, es que comoryo se puede portar asi jejejejeje ok ok respiro respiro, pffff ahhhh es que........

ahhh en verdad me encanta la nove no la puedes dejar asi pliss SIGUELA YA!!!!
Karli Jonas
Karli Jonas


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Mensaje por Nani Jonas Dom 15 Abr 2012, 10:38 pm

gracias por la bienvenida ai me encanto el primer cap
debes seguirla pronto porfavor
Nani Jonas
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Mensaje por -Lizz- Lun 16 Abr 2012, 4:29 pm

*Karli Jonas Lovato* escribió:Nueva y Fiel Lectora!!!

OMJ asesinare a ese Joe, es que comoryo se puede portar asi jejejejeje ok ok respiro respiro, pffff ahhhh es que........

ahhh en verdad me encanta la nove no la puedes dejar asi pliss SIGUELA YA!!!!

:hi:
BIENVENIDA KARLI! :D
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Mensaje por -Lizz- Lun 16 Abr 2012, 4:39 pm

CAPÍTULO 1; PARTE DOS.

«Hola, _____», le había dicho.
«_____,no _____* ». Eso era un cambio. Se preguntaba qué más había cambiado. Tratando de mantener la compostura, se enderezó para tratar de controlar su cuerpo tembloroso.
—Será mejor que entres —dijo ella.
Joe la siguió hasta la cocina. Murphy comenzó a saltar a su alrededor moviendo el rabo.
—Cierra la puerta para que no se vaya el calor —añadió _____
Él obedeció y se volvió hacia ella.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? Un año sin dar señales de vida ¿y lo único que tienes que decir es «cierra la puerta»?
—Intento que las pequeñas no se enfríen —dijo _____.
Al ver que él miraba a la pequeña que llevaba en brazos, añadió—: Ésta es Ava, y aquélla es Libby —señaló a la niña que estaba en el parque.
Al oír su nombre, Libby levantó la vista y sonrió.
—Mamá —dijo la niña, y levantó los brazos para que la sacaran de allí.
_____ se disponía a acercarse a ella cuando se detuvo para mirar a Joe, con el corazón acelerado.
—Adelante, toma a tu hija. Deduzco que has venido por eso.
Él se quedó paralizado.
«Tu hija».
Hacía años que no sostenía a un bebé. Ni siquiera estaba seguro de haber tenido a uno de esa edad en sus brazos.
Se quitó la chaqueta y la dejó sobre una silla. Se acercó al parque, agarró a la pequeña por las axilas y la levantó.
—¡No pesa nada! Creía que pesaría más.
—Sólo es un bebé, Joe, y los gemelos a menudo son más pequeños, pero no te asustes. Son muy fuertes. Dile «hola» a papá, Libby.
—Mamá —dijo la niña, agarrando la nariz de Joe y tirando con fuerza.
—¡Ay!
—Libby, con cuidado —dijo _____, abriéndole los dedos.
Le dijo a Joe que se la pusiera en la cadera y le entregó a Ava—. Ahí tienes a tus hijas.
Él las miró un instante. Eran idénticas, y se preguntó cómo podía diferenciarlas _____.
Ava estiró la mano para tocar a Libby, ambas sonrieron y se volvieron para mirarlo con unos ojos azules iguales que los suyos. Al ver su sonrisa, Joe quedó prendado de ellas enseguida.
—Será mejor que te sientes —dijo _____, con un nudo en la garganta. Sacó una silla y lo guió hasta ella para que se sentara antes de que le flaquearan las piernas.
Joe tenía cara de asombro, y las pequeñas estaban igual de fascinadas que él. Jugaban con su cara, agarrándolo de las orejas, de la nariz, y él permanecía inmóvil.
Entonces, Joe miró a _____ y ella percibió que tras el amor que reflejaba su mirada se ocultaba una fuerte rabia que hizo que diera un paso atrás.
Él la odiaba.
Podía verlo claramente en su mirada, en la rabia que transmitían sus ojos. Se volvió con lágrimas en los ojos y dijo:
—Voy a poner agua a hervir.
Entonces, Ava comenzó a llorar de nuevo y Libby gimoteó también. Ella dejó la tetera sobre la placa y se volvió hacia Ava.
—Vamos, cariño —murmuró antes de tomarla en brazos.
La pequeña comenzó a tirar de su ropa.
Cielos. Tenía los pechos hinchados, las pequeñas necesitaban mamar y Joe… Joe, el hombre que conocía su cuerpo mejor que ella, estaba sentado mirándola de manera inquietante.
—Tengo que darle de comer —dijo ella. En ese momento, Libby comenzó a llorar también—. A las dos.
—Te ayudaré.
—No creo que puedas. No tienes el equipo necesario —dijo ella con cierta frivolidad, provocando que él se sonrojara.
—Um… Toma —le tendió a Libby—. Yo… Um…
—Siéntate, Joe —dijo ella, y se dirigió al sofá que había junto a la ventana.
Al fin y al cabo, él no iba a ver nada que no hubiera visto antes. Ella se sentó, acomodó a cada niña a un lado, se desabrochó el sujetador y les ofreció el pecho a la vez.
Él no sabía dónde mirar.
Pero sí sabía dónde quería mirar. De hecho, no conseguía apartar la mirada, pero no le parecía educado.
—El agua está hirviendo. Me encantaría tomar una taza de té —dijo ella, y él se percató de que lo estaba mirando.
—Ah… Claro.
Joe se puso en pie, se dirigió hasta la cocina económica y agarró la pava.
—¿Dónde están las tazas?
—Sobre el fregadero. El té está en el carrito, junto a la cocina, y la leche está en la nevera que hay en la despensa. Al mío échale un poco de agua fría, por favor.
Joe colocó las bolsitas de té en las tazas, les echó una nube de leche y le llevó a _____ su taza.
—Gracias. Déjala sobre la mesa —dijo ella.
Joe se fijó en cómo mamaban las pequeñas y en que _____ tenía los pechos mucho más grandes de lo habitual.
A través de la piel se veían sus venas azules, y eso le resultaba fascinante. Todo le parecía correcto y normal.
Sin embargo, se sentía excluido.
Excluido y privado de aquel maravilloso acontecimiento que había sucedido sin él.
Engañado.
Se volvió y se dirigió a la cocina económica con su taza en la mano, permitiendo que el calor invadiera sus huesos. Estaba helado a causa de la exclusión. Y enfadado.
Tan enfadado que sentía ganas de golpear algo.
¿Una puerta? ¿Una pared? A ______no. Nunca haría tal cosa, por mucho que ella lo enfureciera.
—¿Joe?
Él se volvió para mirarla.
—¿Puedes sujetarme a Ava? Ha terminado, pero tiene que echar los gases. ¿Podrías pasear con ella en brazos? Ah, y será mejor que lleves esto, puede que eche un poco de leche sobre ti.
Le dio un paño blanco antes de pasarle a su hija. Su preciosa hija. La pequeña no dejaba de sonreír, pero de pronto eructó y él sonrió antes de limpiarle la boca con una esquina del paño.
—Pillina —dijo él en tono cariñoso, y la pequeña le agarró la nariz—. Eh, con cuidado —murmuró, retirándole la mano. Después agarró la taza de té y se la llevó a los labios, pero la pequeña agarró la taza y se la tiró por encima.
Sin pensarlo, él retiró a la criatura con rapidez, pero no pudo evitar que el líquido le cayera por encima a él.
Estaba tan caliente que soltó un grito de dolor y Ava hizo una mueca y comenzó a gritar también. Agua. Necesitaba agua fría. La llevó hasta el fregadero y, por si acaso, metió la mano de la pequeña bajo el grifo. Demi dejó a Libby y se acercó corriendo.
—Dámela —dijo ella. Tumbó a la pequeña sobre la mesa y le quitó la ropa. No le había pasado nada, pero podía haber sido un desastre.
_____ estaba nerviosa, y se sentía estúpida e irresponsable.
—¿Qué diablos estabas haciendo? ¡No puedes sujetar una taza de té hirviendo cuando tienes a un bebé en brazos!— gritó _____.
Él dio un paso atrás, destrozado por la idea de haber puesto en peligro a su hija.
—Lo siento. No pensé que… ¿Está bien? ¿Hay que llevarla al hospital?
—No, no le ha caído encima. Está bien… Pero no gracias a ti.
—Tú me la diste.
—Pero no esperaba que le tiraras el té.
—No le ha caído encima.
—¡Por suerte! ¡Podía haberle caído toda la taza! Es la estupidez más grande de…
—¡Tú también tenías el té en la mano, con ellas en brazos!
—¡Pero el mío tenía agua fría! ¿Por qué crees que lo mezclé? Ya, cariño, está bien —pero ambos bebés estaban llorando a la vez.
Joe negó con la cabeza y dio un paso atrás.
—Lo siento —dijo él—._____*, lo siento…
Él se pasó la mano por el cabello y se volvió, furioso consigo mismo por su estupidez.
—Toma, sujétala. Tengo que cambiarla de ropa. Iré a por ropa seca —se detuvo frente a él para mirarlo con los ojos humedecidos—. Está bien, Joe. Sólo ha sido el susto. Siento haberte gritado.
—Ella podía haberse… —se calló.
—Ha sido un accidente. Sujétala. Vuelvo enseguida.
Joe no se movió. Permaneció quieto hasta que ella regresó con los pañales y la ropa y le retiró al bebé de los brazos. Entonces, él se sentó, se cubrió el rostro con las manos y respiró hondo.
—¿Puedes tomar a Libby en brazos, por favor?
—¿Confías en mí? —preguntó él.
Ella sonrió.
—No me queda más remedio, ¿no? Eres su padre.
—¿Lo soy?
—Joe, ¡por supuesto que lo eres! ¿Quién iba a serlo si no?
—No lo sé, pero quizá deberíamos hacerles la prueba del ADN.
Ella palideció.
—¿Para qué? No iba a mentirte sobre esto. Y tampoco voy a pedirte dinero.
—No estaba pensando en el dinero, estaba pensando en la paternidad. Y no se me había ocurrido que pudieras mentirme, pero tampoco se me había ocurrido que pudieras marcharte sin avisar para irte a vivir con otro hombre y tener dos hijas sin molestarte en contármelo. Está claro que no te conozco tan bien como creía y, sí, quiero hacer la prueba del ADN —dijo él—. Porque, aparte de todo lo demás, puede que sea útil para el juicio.
—¿El juicio? ¿Qué juicio? No voy a hacer nada para impedirte el contacto.
—Eso no lo sé. Puede que te vayas otra vez, que te escondas en otro lugar. Sé que te llevaste el pasaporte. Pero por otro lado, si decides pedirme una pensión, quiero estar seguro de que son mis hijas a quienes les estoy dando el dinero.
Ella se quedó boquiabierta y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No te pongas a llorar —dijo él.
—Se me había olvidado lo bastardo que eres, Joe. ¡No necesitas una prueba para demostrar que eres el padre! Estabas conmigo cada minuto del día cuando fueron concebidas. ¿Quién más podría haber sido?
Él se encogió de hombros.
—¿John Blake?
Ella lo miró y comenzó a reír.
—¿John? No. No, John no supone una amenaza para ti. Confía en mí. Aparte de que tiene cincuenta y tantos años y que no es mi tipo, es homosexual.
Joe se sintió aliviado. _____ no había tenido una aventura y las niñas eran hijas suyas. Sin duda.
Y una de ellas estaba gritando para que le hicieran caso.
Joe tomó a Libby en brazos y se acercó hasta donde _____ estaba vistiendo a Ava. Ella se fijó en su torso.
—Tienes la camisa empapada. ¿Estás bien? —preguntó.
—Seguro que sobreviviré —contestó él—. ¿De verdad que ella está bien?
—Está bien, Joe. Ha sido un accidente. No te preocupes.
Eso era fácil de decir, pero no de hacer. Sobre todo, cuando más tarde, después de que _____ acostara a las niñas, ella le hizo quitarse la camisa y vieron que tenía la piel enrojecida. Si hubiera sido Ava…
—Idiota. ¡Me dijiste que estabas bien! —lo regañó ella, y después le echó una crema sobre la parte afectada.
—¿Qué es eso? —preguntó él con nerviosismo. Hacía mucho tiempo que no sentía sus dedos sobre la piel.
—Gel de áloe vera —murmuró ella—. Es bueno para las quemaduras.
Cuando ella levantó la vista y lo miró a los ojos, él se quedó sin respiración.
La deseaba.
—_____*…
Ella dio un paso atrás al oír cómo susurraba su nombre y tapó el bote de crema con manos temblorosas.
—Necesitas una camisa limpia. ¿Tienes alguna?
—Sí, en el coche. Tengo una maleta.
Ella lo miró con los ojos bien abiertos.
—¿Pensabas quedarte? —le preguntó.

—Oh, sí. Sí, _____, voy a quedarme, porque ahora que te he encontrado no volveré a perder a mis hijas de vista.
-Lizz-
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Mensaje por 016melanie Lun 16 Abr 2012, 4:46 pm

¡Oh, por dios!!
Joe se va a quedar... :affraid:
¡Amo tu nove!
por cierto, nueva lectora, me llamo Melanie... me encanta la historia.
¡Siguela!!! :arre:
016melanie
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