El poder de la verruga.

Abro los ojos y, al mismo tiempo, ruego por haber nacido ciega. Sí, es cruel lo que acabo de mencionar, pero prefiero eso a ver diariamente a mi tía Tina y a la horripilante verruga que la ha hecho famosa por todo el vecindario. Sinceramente, podría pasar con gran facilidad por la bruja de los cuentos de hadas: un rostro ovalado, nariz aguileña, labios pequeños y una gran verruga un poco más grande que su nariz que destaca por sobre todas las cosas nombradas con anterioridad. Al ver a mi tía y a su verruga tan cerca de mí, lanzo un grito que podría escucharse en todas partes. Empiezo a hacer movimientos extraños mientras grito, y entonces, cuando me enredo en las sábanas de mi cama y quedo colgando como si fuera una jodida lámpara, es cuando más odio dormir en el “segundo piso” de la litera.

—¡Ay caramba!— menciona mi tía con cierto desdén—, ¿A qué se debe aquel grito? ¡Parecía como si hubieses visto un monstruo, Lizzie!— Concluye, entrecerrando los ojos, lo cual provoca que mi mirada se centre, inconscientemente, en su gran verruga que parece un pan rancio adherido a su cara. Vaya, cuando te pones de cabeza, como yo, ves que la protuberancia es mucho más horripilante que de la manera normal. Joder, esto no se me saldrá de la cabeza ni aunque vea imágenes graciosas de la barriga de los Teletubbies.

—En primer lugar, no es un “qué”, sino un “quién”—respondo.—Y en segundo lugar: ¡Tía Tina, ver a un monstruo sería un regalo del cielo si lo comparamos con observarte a ti!— exclamo, tapándome los ojos con las manos para agregarle más drama a la situación.

Comienzo a moverme como una lombriz que ha perdido el juicio (o como me imagino que se ve una), retorciéndome como puedo entremedio de las sábanas que me tienen prisionera. La sangre se me está yendo a la cabeza, y veo a mi tía correr hacia mí, con su rostro tenso por el enojo. Ahora, su expresión da más miedo que su verruga, y aquello lo creí imposible. Abro los ojos en exceso y me remuevo con más rapidez. De la nada, las sábanas me liberan y caigo de cara al suelo, comienzo a correr inmediatamente.

— ¡Por favor, tía! Lo decía en broma, no lo tomes a mal. Ten piedad, tía verruga… ¡Piedad!— exclamo, y creo que el apodo no le gusta mucho, porque me persigue con mayor rapidez. Oh, Dios, líbrame de esta verruga gigante y de mi tía… No sé a cual de las dos debo temerle más, realmente.

Bajo las escaleras, dándome ventaja, ya que su edad le dificulta el descenso de las escaleras ¡ahí te ves, verruga!

De repente, siento golpes en la escalera, me giro, y asiento cada vez que veo rebotar a mi tía por las escaleras… Joder, ella tiene el poder de la verruga para amortiguar la caída. Ahora, quiero una de esas.