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Mensaje por mafer1996 Lun 10 Mar 2014, 1:08 pm

________?
mafer1996
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Mensaje por CoteDreamer Lun 10 Mar 2014, 1:43 pm

Pliss
CoteDreamer
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Mensaje por chelis Lun 10 Mar 2014, 4:41 pm

;);)
chelis
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Mensaje por Monse_Jonas Jue 13 Mar 2014, 10:11 pm

Síguela!!!!!!!!!
Pobre Nick, ha sufrido mucho, pero Joe más
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 32 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por aranzhitha Vie 14 Mar 2014, 7:58 pm

Ahh no es justo que Nick le eche la culpa a Joe por todo!
El verdadero culpable es el padre de ellos!
El siempre hizo todo para que se odiarán!
SiguelA,
aranzhitha
aranzhitha


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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 32 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por chelis Sáb 15 Mar 2014, 7:24 pm

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Mensaje por CoteDreamer Dom 16 Mar 2014, 9:45 am

Waiting...
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Mensaje por aranzhitha Dom 16 Mar 2014, 10:30 am

Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Dom 16 Mar 2014, 11:08 am

Caaaaapiiiissss!!!!...
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Mensaje por issadanger Lun 17 Mar 2014, 7:21 pm

23 de junio, 9528 A.C.
 
Feliz cumpleaños, Joseph.
Joseph se giró hacia donde provenía el sonido de la voz de Ryssa. Dolorido por la noche que pasó con Artemisa, se encontraba un poco desorientado. Había ido a su cama en el Olimpo, pero en algún momento debió de haberle regresado a su propio cuarto.
—Buenos días, hermana. —Se veía particularmente radiante hoy. El cabello rubio caía alrededor de la cabeza en pequeñas trenzas que estaban sostenidas en su lugar por un juego de peinetas plateadas que había comprado para ella unas pocas semanas antes, cuando habían ido juntos al mercado. El ligero vestido azul que usaba hacía que sus ojos brillaran radiantes mientras ponía las manos contra su estómago. Su embarazo apenas sí se notaba.
—Levántate y vístete. Le he dicho al cocinero que te prepare un desayuno especial de celebración sólo para nosotros dos. Nos traerán la comida en breve.
Miró tras ella, pero no vio nada.
—¿Dónde está?
—En el piso de abajo.
Joseph sacudió la cabeza.
—No me está permitido comer en el comedor. Lo Sabes.
Alejó sus palabras.
—Padre estuvo hasta tarde con Nick. No despertarán hasta dentro de unas horas. Quiero darte este pedacito de normalidad, hermanito. Lo mereces. Ahora vístete rápido y únete allí conmigo.
Joseph en realidad no quería hacerlo. Odiaba aventurarse en las habitaciones del piso de abajo, donde su familia había dicho claramente que no era bienvenido. Pero Ryssa se había metido en problemas por él. Lo menos que podía hacer era alegrarla.
Dejando la cama, se vistió rápidamente y se reunió con ella en el vestíbulo. Envolvió el brazo alrededor del suyo y sonrió.
—Esta es la primera vez que celebramos el aniversario de tu nacimiento juntos. Ahora tienes veinte y el próximo año alcanzarás la mayoría de edad.
Cómo si eso fuera hacer una diferencia para él.
—¿Hay una fiesta planeada para Nick?
Desvió la mirada con expresión inquieta.
—Sí. Esta noche como cada año.
—Entonces desapareceré.
La mirada en sus ojos reflejó el dolor que sentía por dentro. Pero ambos sabían que sería tan bienvenido a la fiesta como una plaga de despreciables ranas. Sin decir palabra, lo llevó hacia el comedor donde había dispuesto un gran buffet.
—No estaba segura de qué querrías así que hice que preparan un poco de todo. —Tomó un plato y se lo tendió antes de besarlo en la mejilla—. Feliz cumpleaños, hermanito.
Nada podría haberlo emocionado más.
—Gracias.
La siguió mientras le explicaba los diversos platillos.
Mientras Joseph alcanzaba una pieza de fruta, le tomó la mano y rió.
—No comemos eso. Son decorativas. —La golpeó con la mano—. ¿Ves? Es yeso.
Rieron juntos ante su ignorancia.
—Oh, le hace bien a un padre escuchar a sus hijos riendo uno con otro.
Joseph se congeló ante el sonido de su padre entrando al cuarto detrás suyo. Terror frío se filtró en todo su ser.
Ryssa cubrió su pánico con una deslumbrante sonrisa.
—Buenos días, Padre. Me habían dicho que te levantarías tarde hoy.
—Hay mucho que hacer con los preparativos de la celebración de Nick. —Palmeó afectuosamente en el hombro a Joseph antes de besar su mejilla.
Saboreó y maldijo el abrazo a su vez, Joseph cerró los ojos y contuvo el aliento. Sus ojos plateados podrían traicionarlo. Siempre lo hacían.
—Estoy sorprendido de verte levantado, bribón. Escuché que habías llevado tres mujeres a tu cama anoche. Te satisficieron bien, confío.
Ryssa se aclaró la garganta.
—¿Padre, podría hablar unas palabras contigo afuera?
—Absolutamente.
Joseph dejó escapar un leve suspiro de alivio mientras su padre caminaba lejos de él. Colocó el plato abajo y dio un paso hacia la puerta cuando lo impensable pasó.
Nick entró al cuarto con uno de sus amigos.
—¿Qué es esto? ¿Qué estás haciendo tú aquí?
Su padre se volvió y maldijo antes de mirar con furia a Ryssa.
—¿Me engañaste?
—No exactamente.
La furia distorsionó su rostro mientras cerraba la corta distancia que los separaba y abofeteaba a Joseph tan fuerte que lo desequilibró fácilmente. Cayó al suelo, aturdido por el golpe que le hizo perder un diente frontal y le destrozó la nariz.
—¡Te atreviste a profanar mi mesa!
Ryssa avanzó hacia ellos.
—¡Padre, por favor! Yo lo traje aquí. Fue mi idea.
Se volvió a ella con malicia.
—No te atrevas a defenderlo. Él lo sabe bien. —Levantó a Joseph por los cabellos y lo empujó contra el muro—. Quiero que todo lo que tocó sea quemado. ¡Ahora! —Gritó a los sirvientes—. Y tirad toda la comida.
Joseph rió.
—Realmente debe molestarte no poder deshacerte de mí tan fácilmente.
Su padre le dio un duro puñetazo en el estómago.
—Padre, por favor. —Suplicó Nick. —Recuerda tu corazón.
Su padre lanzó a Joseph a un lado, arrancándole un puñado de cabello en el proceso.
—Saca a esta basura fuera de mi vista.
—¡Guardias! —Rugió Nick. —Llevaos al bastardo afuera y golpéeadlo.
Joseph se incorporó antes de aproximarse a su gemelo.
—Dime algo, hermano. ¿Qué te enfada más sobre mí? ¿El hecho de que comparto tu rostro o el hecho de que conozco exactamente lo que quiere hacerte tu mejor amigo… y con qué frecuencia? —Lanzó una mirada significativamente al hombre que se encontraba detrás de Nick que miró hacia otro lado con la cara roja. Joseph le sonrió—. Es agradable verte de nuevo, Lord Dorus, especialmente vestido.
Nick dejó salir un alarido de dolor un instante antes de correr hacia él, quién trato de defenderse. Pero era inútil. Su hermano pasaba horas al día entrenando para luchar. Lo mejor que pudo hacer fue cubrirse la cabeza y tratar de protegerse el rostro. Nick le propinó golpe tras golpe en las costillas hasta que los guardias finalmente lo alejaron.
—Quiero que sienta cada azote.
Joseph escupió sangre a los pies de Nick.
—Feliz cumpleaños para ti también.
Con los oídos libres de las palpitaciones de su sangre y las maldiciones de Nick, finalmente escuchó los sollozos de su hermana mientras le suplicaba a su padre por una misericordia que no tenía intención de otorgar.
Un guardia apretó el puño profundamente en el cabello de Joseph, entonces lo empujó fuera de la habitación hacia el patio que él conocía íntimamente. Sólo deberían mover su cama ahí afuera y ahorrarse todo el esfuerzo.
Rechinó los dientes mientras le ataban las manos y las ropas eran despojadas de su cuerpo. Maldijo a los dioses después de que el primer azote cortara la piel de su espalda. Malditos ellos por esto. Era suficientemente malo que lo abandonaran, pero condenarlo a tener la habilidad de sanar la mayoría de las heridas, hacían sus castigos mucho peores. En lugar de tejido cicatrizado que formara una barrera contra el abuso, piel nueva crecía cada vez, lo que significaba que ellos golpeaban carne fresca con cada azote.
Y dolía…
Perdió la cuenta de los latigazos mientras trataba de enfocarse en cualquier otra cosa. El sudor mezclado con la sangre que manaba de las heridas en su rostro hacía que ardieran mucho más. De todas maneras lo golpeaban.
—Suficiente.
Joseph frunció el ceño a través de la neblina de dolor mientras reconoció la voz de Nick. Su respiración era desigual, no podía imaginar por qué Nick detendría el castigo que había pedido.
Hasta que su hermano acercó su rostro hasta estar ojo con ojo. El odio en la mirada de Nick era penetrante.
—Dejadnos. —Ordenó a los guardias.
Joseph escuchó cómo se cerraba la puerta. Abrió la boca para mofarse de su hermano pero antes de que lo hiciera, Nick estampó una barra de hierro a lo ancho de las costillas con suficiente fuerza para levantarlo de sus pies. Toda respiración escapó rápidamente de sus pulmones.
—Crees que eres tan jodidamente listo… —Se mofó—. Vamos a ver cuán listo eres ahora.
Nick desapareció de su vista. Volvió un momento después con un marcador de hierro al rojo vivo. El pánico lo colmó. Peleó contra las ataduras con cada onza de fuerza que tenía. Pero estaba debilitado por la paliza y lo dominaron completamente.
Con un brillo de sádica satisfacción, puso el hierro sobre la cara de Joseph. Gritando, Joseph trato de alejarse, pero todo lo que pudo hacer fue oler la carne quemada. Sintiendo el profundo y penetrante dolor que lo atravesaba.
Sonriendo, Nick lo separó y caminó detrás de él nuevamente.
Colgando flácidamente, no pudo hacer nada más que gritar por la agonía de su rostro que continuaba quemando. Cuando Nick regresó, llevaba un nuevo hierro.
—Por favor m… m…misericordia —rogó—. Por favor no… hermano.
—No somos hermanos, ¡Bastardo! —Nick gritó antes de poner el hierro contra la ingle de Joseph.
Gritó. Lágrimas se derramaron mientras rogaba para que la muerte llegara y detuviera esta tortura.
—¿Dónde están tus risas ahora? —Preguntó Nick, removiendo el hierro a un lado—. Nunca volverás a burlarte de mí de nuevo, tú, jodida puta.
Joseph sintió algo frío y filoso perforarle la mejilla. Mirando hacia abajo, vio la daga en la mano de Nick quién la había enterrado hasta la empuñadura. Probó más sangre en la boca mientras se ahogaba en ella y el dolor lo quemaba.
—No te preocupes —dijo Nick moviendo la daga de un tirón—. Vivirás. —Deslizó la hoja hacia abajó a través de la mejilla sin quemar de Joseph, abriéndola hasta el hueso.
Nick lo cortó, luego se alejó sin siquiera echar un vistazo hacia atrás.
Joseph yació en la tierra, la cabeza dando vueltas mientras un dolor inimaginable lo atravesaba.
—Por favor dioses —murmuró desesperadamente. —Por favor permitidme morir.
Exhaló profundamente y se rindió a la oscuridad.
Artemisa estaba tratando de ser paciente mientas observaba las ofrendas que los humanos le llevaban a su altar.  Pero eso no le interesaba.
No había visto a Joseph en dos días y ésta era la celebración de su cumpleaños, algo que no habría sabido si Apolo no le hubiera dicho sobre la fiesta de esta noche. No sabía por qué Joseph no lo había mencionado, pero así era él de extraño.
Apolo no iba a la fiesta, pero su mascota sí.
Lo cual significaba que Artemisa era libre para visitar a Joseph después.
Obligatoriamente había permanecido en su templo durante todo el día. El sol se había puesto una hora antes y mientras el día se volvía noche, estaba inquieta porque terminara.
Un hombre viejo se acercó con una cabra.
Oh, esto no servía de nada. ¿Qué iba a hacer con una cabra? Chasqueando los dedos, le concedió su deseo incluso antes de escucharlo.
Cogió el anillo que había hecho para Joseph y los abandonó sabiendo que continuarían haciendo ofrendas en las que no estaba interesada. A diferencia de estos otros gimientes, patéticos humanos, su Joseph podría complacerla.
Incluso cuando no quería complacerla, lo hacía.
Sonriendo, se materializó en su balcón, esperando que estuviera en su posición habitual.
Estaba vacío. Frunciendo el ceño, miró sobre el borde para ver a los nobles y dignatarios reunidos por las festividades. Seguramente Joseph no estaba ahí. No le gustaban tales eventos.
Caminó a través de las puertas sin abrirlas. Su ceño se disolvió mientras veía a Joseph ya en la cama. Bien. Podía unírsele ahí.
Pero mientras se acercaba, aminoró el paso. Su aliento era superficial y desigual. Yacía con la espalda hacia ella y al aproximarse, vio las manchas rosas en las sábanas.
Sangre. Sangre de Joseph.
Era mucho más de la que alguna vez había visto.
Aterrorizada, se movió alrededor de la cama para encontrarlo llorando en silencio. Pero eso no fue lo que más la sorprendió. Era la vista de su hermoso rostro. O lo que quedaba de él.
Un lado tenía una herida bestial y enorme que exponía parte del hueso y del otro, una quemadura que había dejado su ojo izquierdo parcialmente cerrado, la carne quemada y la boca torcida.
—¿Qué sucedió? —Demandó mientras el enfado la desgarraba.
No respondió pero la vergüenza en sus ojos, el dolor, laceraron su corazón. Arrodillándose en el suelo, puso la mano en su mejilla quemada.
—Mátame —exhaló—. Por favor.
Esa súplica desgarradora trajo lágrimas a sus ojos. Queriendo entender, usó sus poderes para ver que le había ocurrido. Mientras cada escena desfilaba en su mente, la furia crecía.
¡Cómo se atrevían a hacerle esto a él!
Sintió que sus dientes crecían al triple, tan filosos como su necesidad de venganza.
Joseph gritó mientras Artemisa sanaba su maltratado cuerpo. En cada lugar donde estaba mal herido, la cura era igual de dolorosa.
Una vez curado, Artemisa lo recogió en sus brazos y lo sostuvo de una forma que nadie nunca antes lo había hecho, como si le preocupara.
—Lo siento tanto, Joseph. ¿Por qué no me llamaste?
—No habrías venido.
—Sí, lo habría hecho.
Pero sabía la verdad. Nunca se habría arriesgado a ser vista.
—Ahora estás aquí. Eso es suficiente para mí.
Asintió mientras le peinaba el cabello retirándolo de su rostro.
—Y pobre de los bastardos por esto. Los que te lastimaron sufrirán por eso. —Tomándole la mano, lo jaló de la cama.
Cuando empezó a ir hacia la puerta, él se congeló.
—¿Qué estás haciendo?
—Voy a hacerlos pagar.
—¿Cómo?
Rió malévolamente.
—Confía en mí, amor. Lo disfrutarás.
Lo siguiente que supo es que estaban en el salón de baile, sin ser vistos por los juerguistas. Artemisa caminó hacia Nick quién estaba al lado de su prometida, riendo engreídamente con un grupo de amigos que estaban burlándose de una joven poco atractiva en la esquina. La mujer tenía lágrimas en los ojos mientras trataba de ignorar las risas y los comentarios brutales.
Se inclinó hacia delante para susurrar en el oído de Nick.
—¿Quieres ver humillación, tú pequeño bribón? Estás a punto de tener una lección de primera mano sobre eso.
Un segundo Nick estaba riendo. Al siguiente estaba vomitando sobre Nefertari y sus amigos. De hecho, vomitó tan fuertemente que perdió el control de su vejiga y se mojó. Cuando trató de correr, tropezó y cayó en el desastre.
Joseph miró hacía otra parte, como disgustado por eso, como todos los demás.
Pero no había terminado. Alzando la mano, abrió las puertas dobles que daban al jardín. Una jauría de perros enojados entró y corrieron tras Nick en venganza.
Su padre corrió hacía el heredero que estaba en el suelo, gritando por ayuda.
Artemisa le brindó a Joseph una sonrisa torcida antes de que todos en la fiesta, excepto Ryssa y la mujer que de la que se habían burlado, se enfermaran. Los guardias trataron de proteger a Nick de los perros un instante antes de que descargaran sus estómagos por todo el príncipe.
Cerrando la distancia entre ellos, unió sus manos satisfecha.
—No sé tú —dijo con un destello malévolo en los ojos verdes— pero yo me siento mejor. —Miró orgullosamente alrededor—. Estarán mejor por la mañana. Pero ninguno de ellos estará fuera de sus camas hasta mucho después de mañana.  Por lo que respecta a Nick, sentirá los efectos de su crueldad por lo menos una semana.
Joseph deseó obtener satisfacción en el dolor a su alrededor, pero no. Ninguno merecía lo que ella había hecho ésta noche más de lo que él merecía lo que Nick le había hecho.
Ladeó la cabeza.
—¿No estás feliz?
Echó un vistazo a los pobres desgraciados a su alrededor.
—Gracias por vengarme. Significa mucho, Artie. De verdad. Pero habiendo estado en el extremo receptor de la crueldad mi vida entera, no obtengo placer en dañar a otros, así que, no, no me hace feliz verlos así. Especialmente a aquellos que nunca me han hecho daño.
—Eres un tonto por no hacerlo. Ellos no serían tan amables contigo.
En su experiencia, estaba en lo correcto. Aun así, no podía dejarse llevar por la risa ante la humillación que sufrieron.
Artemisa dejó escapar un sonido de disgusto.
—Eres un humano tan extraño… —Ahuecó la mejilla con la mano—. Te advierto que, si alguna vez vuelve a marcar tu rostro de nuevo desataré una agonía de la que nunca se repondrá.
La ira y sinceridad de su mirada lo quemaron. Sólo Ryssa había estado alguna vez tan indignada por sus castigos. El hecho de que se preocupara hizo que recorriera un largo trecho en el camino para borrar el enojo que había albergado contra los dioses.
En verdad, había mantenido su palabra y no había hecho nada para lastimarlo.
No confíes en ella.
Pero su corazón quería creer que en algún nivel lo amaba, que se preocupaba.
Se levantó para besarlo. En el instante que los labios se tocaron, lo llevó a su templo. Joseph sintió una extraña energía atravesarlo.

—¿Qué…?
issadanger
issadanger


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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 32 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por issadanger Lun 17 Mar 2014, 7:30 pm

                                       23 de junio, 9528 A.C. Parte 2


Los ojos de Artemisa adquirieron un brillante resplandor.
—Te he dado el poder para luchar y protegerte a ti mismo. Tenías razón. No siempre puedo estar allí cuando me necesitas. Pero —colocó la punta de su dedo sobre sus labios—. No podrás usar esas habilidades sobre un dios, sólo con un humano.
—¿Por qué querría atacar a un dios?
Inclinó la cabeza contra su hombro e inhaló la esencia masculina. Adoraba la inocencia en su interior que no podía siquiera concebir en herirla.
—Algunos hombres lo hacen.
—Los hombres hacen un montón de cosas con las que no estoy de acuerdo.
—Y es por eso que te doy los poderes que necesitas. No quiero que te hieran otra vez de esa manera.
Joseph trató de luchar contra el amor que se hinchaba dentro de él. Pero no podía. No cuando le daba tanto. Ni cuando lo tocaba de esa manera y lo hacía sentirse decente y querido.
Lo apretó contra ella, entonces se separó para tenderle una pequeña caja.
—¿Qué es esto?
—Mi regalo para celebrar tu nacimiento. Ábrelo.
Atónito, la miró boquiabierto. Honestamente, no podía asimilar lo que estaba sosteniendo en sus manos.
—¿Me estás haciendo un regalo?
—Por supuesto.
Pero no podía ser tan simple. Nada lo era.
—¿Qué quieres a cambio?
Ella frunció el ceño.
—No quiero nada a cambio, Joseph. Es un regalo.
Aún así sacudió la cabeza en una negación.
—Nunca se da nada libremente.
Cerró las manos alrededor de ello y acarició sus dedos.
—Éste se te da libremente, akribos. Y deseo verte abrirlo.
—Realmente, no podía entenderlo. ¿Por qué le hacía un regalo?
Con el corazón acelerado, abrió la caja para encontrar dentro un anillo. Cogiéndolo, vio un doble arco y flecha sobre él, pero cuando movió el anillo, cambió a la imagen de Artemisa en el acto.
Ella sonrió felizmente.
—Es un anillo insignia. Se lo doy a mis seguidores a los cuales otorgo la habilidad de convocarme. La mayoría de ellos tienen que buscar un árbol y realizar un ritual y decir las palabras correctas. Pero tú, mi Joseph, puedes convocarme en cualquier momento.
Cuando empezó a ponerse el anillo, lo detuvo.
—Debería estar resguardado sobre tu corazón —apareció una cadena de oro y cuando se lo colocó alrededor del cuello, se le ocurrió otro pensamiento. No era sólo sobre su corazón… Resguardar este anillo era también ocultarlo a la vista.
Al menos pensó lo bastante en ti para hacerle un regalo.
Eso era verdad.
Le besó la mejilla, entonces manifestó una espada en su mano. Pasándosela, le hizo un guiño.
—Enséñame lo que haces.
—¿Qué quieres decir?
Ella inclinó la cabeza hacia dos guerreros sombra tras él.
—Lucha con ellos, Joseph. Cualquier cosa que necesites para vencerlos será tuya.
Escéptico, se alejó un paso. Pero para el momento en que ellos se acercaron, su cuerpo sabía instintivamente como luchar.
Sonrió con satisfacción mientras veía a Joseph combatir con las sombras. Había hecho un buen acto por su humano. Y mientras lo observaba, el calor invadió cada parte de ella. Se movía igual que el mercurio. Sus músculos se ondeaban y flexionaban, esforzándose y refinándose con cada golpe que paraba y entregaba. Su hambre aumentaba y se preguntó por qué su sangre era tan adictiva… Más incluso que la de su hermano.
¿Por que anhelaba a Joseph así?
Con todo no negaba su atracción. Ahora mismo, todo lo que quería era lanzarlo a la cama y mantenerlo allí por el resto de la eternidad.
La sonrisa que le dedicó cuando terminó con sus oponentes hizo que se derritiera.
—Te lo dije —dijo ella, acercándose a él.
Joseph sostuvo la espada en su puño con una confianza que nunca había conocido en nadie fuera de la cama. No podía creer que finalmente supiera como luchar tan bien como sabía como usar su cuerpo para dar placer a otros. Era una mezcla vertiginosa. Poder…
Agradecido a Artemisa, tiró la espada a un lado y la atrajo a sus brazos. Algo extraño rasgó a través de él. Era como si una parte suya hubiese sido liberada y lo sacudía hasta los cimientos.
Se estremeció cuando vio los ojos plateados volverse rojos al mismo tiempo que sus labios se volvían negros. Había sucedido tan rápido que no estaba segura de habérselo imaginado.
Entonces 
Joseph tomó posesión de su boca con una furia envenenada. Sintió su poder y eso la hizo estremecerse. Con el corazón latiendo acelerado, se rindió. La empujó a la pared detrás de él. Los labios y lengua quemándola, y haciéndola saber exactamente lo mucho que había estado conteniéndose de ella todos esos meses pasados.
Éste era un nuevo lado de su mascota. Y cuando entró en ella, casi se desmaya del placer absoluto del acto.
Era tan salvaje y sin domesticar como un depredador en libertad. El sonido de su respiración, puntuado por gruñidos de placer pendiendo fuego a su alma. Una risa quedó atrapada en su garganta. De haber sabido que habría sido así, le había dado el regalo hacía mucho tiempo.
Dejando escapar un grito cuando el orgasmo la atravesó, hundió las uñas en su piel. Pero él ni siquiera se detuvo mientras se entregaba profundizando con fuertes embestidas en su cuerpo. No había pensado que fuese posible, pero su placer se incrementó mientras explotaba otro orgasmo.
Cuando él finalmente se corrió, ella estaba completamente débil y saciada. Tanto que se dio cuenta que no se había alimentado.
Bendito Olimpo, ¿Cómo podía ser?
Sin esfuerzo, Joseph la tomó en sus brazos y la llevó de regreso al templo, a su dormitorio.
—¿Cómo puedes moverte siquiera después de todo esto? —Preguntó sin aliento.
—Diosa, podría volar ahora mismo si me lo pidieras.
Riendo, Artemisa se recostó débilmente sobre la cama mientras su cuerpo permanecía animado por su recuerdo.
Se tendió a su lado, entonces depositó una lluvia de besos sobre los labios y pechos.
Sacudió la cabeza ante él.
—Estás animado este día.
Se detuvo ante sus palabras antes de que se traicionara a sí mismo. No estaba animado. La verdad era que sus acciones habían hecho que se enamorara por completo otra vez. Recordó en el acto por qué se había abierto a ella. Artemisa era amable cuando decidía serlo.
Si no se hubiera preocupado por él, sus heridas hoy no la habrían conmovido. Las heridas sólo significaban largas ganancias para él. Pero había estado realmente enfadada con su beneficio.
Tomó su mano y la dirigió a los labios para poder besarle la palma de la mano.
—Siempre seré tu siervo, mi diosa. Me prometo a ti para siempre.
Ella rió tontamente.
—Mi Joseph, no tienes concepto de para siempre.
—Entonces me prometo a ti por el resto de mi vida.
Le apartó el pelo, retirándolo de su rostro.
—Acepto esa promesa… Y es lo mejor que he oído el día de hoy. Ahora ven a alimentarme. Me tienes terriblemente hambrienta.
Joseph se deslizó sobre su cuerpo y le ofreció su cuello. Ante la punzada de dolor, recordó a  Nick poniendo la marca sobre su piel.
Siseando, se apartó instintivamente. Sintió la carne rasgada mientras la sangre fluyó libremente por la herida. Trató de cubrirla, pero la sangre chorreaba entre sus dedos, cubriéndolos y manchando los linos blancos debajo de él.
Artemisa aspiró bruscamente mientras se daba cuenta de lo que Joseph había hecho. Su sangre los cubría a ambos. Agarró su cuello y lo sostuvo cerca mientras sanaba la herida. Tembló contra ella.
—Nunca vuelvas a hacer eso, Joseph.
Ahora estaría muy débil para ella. Contuvo su ira. Normalmente lo habría castigado, pero ya había tenido suficiente. Limpiándolo, lo recostó en la cama para dejarlo descansar.
Trató de mantenerse despierto, pero sus ojos finalmente parpadearon hasta cerrarse. Artemisa miró fijamente hacia la hermosa desnudez en su cama. Las piernas y brazos eran tan largos y elegantes, tan increíblemente bien formados. Los músculos de su estómago estaban cortados tan profundamente que parecían cincelados. Y mientras recordaba la forma en que le había hecho el amor, se puso caliente de nuevo.
—Siempre deberías tocarme de esa manera.
Si sólo pudiera escucharla.
Se extendió para deslizar la mano por su cabello y en el instante que hizo contacto, el cabello se volvió azabache. Se alejó de golpe y observó mientras el azul parpadeaba sobre su piel.
Aterrorizada, se levantó de un salto de la cama. El número veintiuno se escribió a lo largo de su columna antes de que el color se desvaneciera y él regresara a su estado normal.
Frunció el ceño confusa. ¿Era una reacción por su regalo o por alimentarse de él? Nunca se había alimentado de un humano antes. ¿Todos ellos hacían esto?
De nuevo lo oyó susurrar en Atlante.
—No fue un feliz aniversario. Quiero volver a casa ahora.
—¿Joseph? —Se acercó a él lentamente antes de sacudirlo para despertarlo.
Abrió los ojos. En lugar de plateado, eran tan negros que ni siquiera pudo ver las pupilas. Luego parpadeó y volvió a dormir.
Esto no era normal.
—¿Qué eres?
Cada poder divino que poseía le decía que era humano. Pero esto no era típico de esa especie.
—¡Artemisa!
Se alejó de golpe y se vistió mientras escuchaba el alarido de Apolo. Dejando a Joseph dormir en su cama, se materializó en el centro de su recibidor, donde su hermano estaba con una mueca de enfado en el rostro.
—¿Algo está mal?
—Yo. Necesito comida.
Cruzó los brazos sobre su pecho.
—¿Por qué estás tan enojado al respecto?
—Quiero a mi humana, pero está embarazada y no puede sufrirlo.
—Tienes otros.
—No los quiero. —La agarró. En el momento que lo hizo se detuvo, luego olfateó su cabello. —¿Estuviste con un hombre?
Su corazón vaciló. Poco dispuesta a traicionar a Joseph, abofeteó la mano de Apolo.
—¿Por qué dirías tal cosa?
—Hay un olor extraño en ti. Y es masculino
Giró los ojos para cubrir el miedo dentro de ella.
—He estado con humanos todo el día, aceptando sus ofrendas. Debo de apestar a su hedor.
Cerró el puño en su cabello. Artemisa hizo una mueca, finalmente entendiendo por qué Joseph encontraba ese gesto tan ofensivo. Apolo limpió con el dedo detrás de su oreja, entonces estudió lo estudió.
—¿Sangre? ¿Te alimentaste de otro?
Se endureció y encontró la mirada fija en su rostro.
—No sabía cuando volverías y estaba hambrienta.
Sus ojos se aguzaron.
—¿Te has encontrado una mascota masculina?
Arañó la mano con la que la sostenía su cabello.
—Eres mi hermano pequeño, no mi amante. Ahora libérame o siente la plenitud de mi ira.
Empujó su espalda.
—Mejor debería recordarte quién soy y quién eres, hermana. —Frunció los labios como si de repente le disgustara—. Preferiría alimentarme de un criado.
Artemisa contuvo el aliento hasta que se marchó. El cuerpo entero estaba temblando de miedo por la ira de su hermano.
La puerta del cuarto se abrió. Giró para ver a Joseph mirándola fijamente. Se inclinó contra la puerta con un brazo apoyado. La mezcla de poder y debilidad era fascinante.
—Pelearía con él por el deshonor que sufriste.
Su corazón estaba cálido por el pensamiento.
—Nunca podrás pelear con él, Joseph. No tienes poder para pelear con un dios. Te mataría sin parpadear. —Acortó la distancia entre ellos y envolvió su brazo alrededor de su delgada cintura—. Ven, mi dulce. Necesitas descansar.
Pero mientras lo regresaba a la cama, el miedo dentro de ella creció. Si Apolo alguna vez se enteraba acerca de Joseph, ningún poder en el Olimpo sería capaz de salvar su vida.
issadanger
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Mensaje por CoteDreamer Lun 17 Mar 2014, 7:38 pm

Artemisa es tan buena a veces...pero otras taan mala. Anyway...siguela pliss
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Mensaje por issadanger Lun 17 Mar 2014, 7:40 pm

 
25 de Agosto, 9528 A.C.
 
Joseph yacía en su cama, extrañando a Artemisa. Manteniendo su anillo sobre su corazón, sonrió ante el recuerdo de ella la última noche. Durante las semanas pasadas había sido tan amable y bondadosa con él. Nadie, ni incluso su hermana, había sido alguna vez más solícita.
Cerrando sus ojos, pudo verla corriendo hacía él en su jardín, riendo. Pasaron horas cazando, practicando tiro o sólo yaciendo juntos en su jardín mientras el tocaba para ella y ella le leía.
Cómo deseaba que pudieran quedarse así.
Desafortunadamente, ella no podía tener una mancha sobre su reputación y él lo entendió, aun cuando lo odiara.
Un golpe sonó en su puerta.
Rodando, vio a Ryssa empujar la puerta. Cerró la puerta cuidadosamente antes de apresurarse hacia él. Fue sorprendentemente ágil dada la distensión de su estómago.
—¿Vienes?
Ahora ahí había una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar de su hermana.
—¿A dónde?
—¿Al templo de Artemisa?
Nuevamente, una pregunta a la que no estaba acostumbrado escuchar.
—¿Sobre qué estás hablando?
—Este es el día de su banquete. Habrá juegos y ofrendas en su templo todo el día. Padre ya envió su ofrenda y está supervisando a los otros, pero pienso que podrías ir también.
No con su padre. ¿Estaba loca? Había estado haciendo un punto para evitar cualquier contacto alguno con él o Nick.
Joseph sacudió su cabeza.
—No creo que deba.
Ella lo interrumpió.
—¿Estás loco? ¿No piensas que Artemisa se podría ofender si alguien cercano a ella no le muestra a ella su respeto?
Joseph frunció el ceño. ¿Lo haría? Artemisa podría ser temperamental algunas veces.
Estaré en el templo todo el día, pero te veré después. Deseo que no tuviera que esperar tanto para verte.
¿Podría eso haber sido una invitación disfrazada?
No, Artie era cualquier cosa, menos sutil.
—No tengo una ofrenda.
Ryssa empujó su hombre.
—Haz uno de corazón. A ella no le importará que sea. Pero tienes que mostrar tu apreciación a los dioses, Joseph. Es imprudente no honorarlos, especialmente cuando uno ha estado mostrando un grado de favoritismo. —Le sonrió—. Ahora vístete. Tengo que irme y no puedo esperar por ti. Pero te observaré en el templo, no tardes mucho.
Joseph no se movió de la cama hasta que Ryssa lo dejó. Todavía no estaba seguro si esta era la mejor idea. Pero mientras se mantuviera su presencia encubierta, no debería haber ningún daño. Sólo iría, haría una ofrenda y se marcharía.
Nadie, otra más que Artemisa, ni siquiera sabrían que había estado ahí. Y si eso la complacería…
¿Cómo no podría honorarla en su día de festín después de todo lo que ella le había dado? Quería que ella supiera lo mucho que la amaba. Quería que viera que estaba dispuesto a arriesgar su vida por ella.
Sólo de pensar en hacerla feliz trajo una sonrisa a su cara. Saliendo de la cama, trató de pensar en que podría disfrutar Artemisa. Le gustaba escucharlo tocar y amaba su cuerpo y sangre. Pero si él hiciera una ofrenda pública de eso, la enojaría…
Pétalos de rosa blancos, por su pureza y gracia. Y perlas. La diosa amaba las perlas. Incluso lo había llevado al buceo de perlas.
Eso era, eso haría un regalo perfecto para mostrarle que tan puro era su amor y admiración por ella.
Se vistió rápidamente, entonces se dirigió al mercado para comprar lo que necesitaba.
Para el mediodía, estaba en su templo el cual estaba abarrotado con gente. Nobles y oficiales tenían una entrada separada donde sus ofrendas eran bendecidas por los sacerdotes. Aunque técnicamente cualificado, Joseph se quedó en la línea común. No quería hacer cualquier cosa que atrajera la atención hacía él o arriesgarse a enojar a su padre quien se sentaba en su trono justo a la derecha de la estatua de Artemisa, observando a la gente. Apolo, Nick y Ryssa estaban con él.
Cautelosamente, Joseph siguió echando un vistazo, rezando a los dioses que su padre no lo viera. Podría hacer su ofrenda rápidamente e irse.
Nadie lo sabría.
Manteniendo su cada cubierta, le dio sus regalos al sacerdote para que pudiera colocarlos en el altar.
—¿Cuál es tu petición a la diosa, paidi?
Joseph sacudió la cabeza.
—Nada, papas. Sólo le ofrendo mi respeto y amor.
El sacerdote asintió con aprobación antes de tomar un pequeño tazón de pétalos de rosa y perlas. Mientras Joseph se alejaba, alguien en la multitud lo empujó, tambaleándose sobre una mujer que sostenía un bebé. Ella gritó mientras perdía su equilibrio y su agarre.
Joseph se congeló mientras comprendió que el bebé golpearía el piso a no ser que él dejara caer su capa para cogerlo. Si hacía eso, sería expuesto y así de cerca como estaba de su padre, no había manera de que escapara sin notarse.
Pero no había opción.
Atrapó al infante en su pecho mientras la madre caía. Extendiendo el brazo para salvarla, ella tomó su capa y la dejó libre.
Joseph se estremeció mientras toda la atención se volvía hacia él. Siempre había odiado esta atención y si él pudiera, se haría invisible. Pero no había escapatoria de esto.
Rugiendo con enojo, su padre se puso rápidamente en pie.
Enfermo del estómago, Joseph ayudó a la mujer a levantarse y le regresó el bebé.
Ella estaba sollozando en alivio.
—Muchas gracias por tu amabilidad. Bendito seas por salvar a mi hijo.
—¡Cogedlo! —ordenó su padre a los guardias.
Joseph encontró la mirada de Ryssa y vio su propio horror reflejado en la cara de su hermana mientras los guardias lo agarraban de sus brazos y arrastraban ante su rey. El pensamiento de la pelea atravesó su mente, pero ¿cuál era el uso? Ellos sólo estaban haciendo lo que les habían dicho. Además la multitud alrededor de ellos estaba apretada y gente inocente sería lastimada si lo hacía.
Encontró la furia de su padre sin encogerse.
—¡Cómo te atreves a deshonrar éste templo! —Se volvió a los guardias—. Encerradlo en sus aposentos hasta que termine aquí.
Joseph sonrió malignamente. Una promesa tan dulce de los labios de su padre. No podía esperar hasta el anochecer.
Por primera vez, Joseph miró hacia Apolo cuya mofa hacia él era tangible. Si sólo el dios supiera la verdad…
Tomando una respiración desigual, observó a los sacerdotes remover su ofrenda del altar mientras era arrastrado del templo.
Artemisa miró hacia arriba desde su citara mientras Apolo se manifestaba en su sala de visitas. Había estado tratando de tocarla de la manera que Joseph lo hacía, pero no tenía talento para la música. Su frustración estaba ya alta y la presencia de su hermano hacía poco para aliviarla.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Sonrió engreídamente.
—¿Por qué no estabas en Didymos hoy?
—Dijiste que ibas a estar en mi lugar. No vi el punto de que ambos estuviéramos ahí. —Pero la verdad era que no quería estar alrededor de la familia de Joseph. Ellos la disgustaban. Si hubiera ido, Nick hubiera tenido mucho más que sólo una enfermedad del estomago visitándolo. Por supuesto que eso podría alertar a su hermano acerca de sus sentimientos por Joseph así que pensó mejor que sólo se mantuviera lejos de ellos. — ¿Por qué? ¿Me perdí algo?
El tiró una hermosa hebra de perlas ante ella. Estaban cubiertas con pétalos de rosa blancos. Artemisa frunció el ceño mientras iba por ellas.
—¿Qué es esto?
—El Príncipe Puta trajó esas para ti.
Su corazón cesó de latir.
—¿Perdón?
—Realmente fue entretenido. Vino con el resto de la mugre y después el entregó estás diciendo que no pedía nada de ti a cambio por su regalo, el fue expuesto. Lo último que supe, era que iban a hacerlo pagar por deshonrarte.
Le tomó cada pedazo de control que tenía para no traicionar su relación. Pero en verdad, la garganta le ardí con lágrimas por su Joseph… y amargo enojo de que lo hiriesen nuevamente. Quería besar las perlas que le había regalado porque ella sabía que era diferente de otros tributos, el suyo había venido verdaderamente de su corazón. Más que eso, quería ir hacia Joseph y ayudarlo.
Si sólo pudiera.
Calmándose, tiró las perlas.
—¿Por qué me las traería?
—Pensé que deberías saber que una puta transgredió tu templo. Zeus sabe, que no toleraría tal persona en el mío. ¿Iremos exactamente por nuestra propia venganza sobre la puta?
Ella regreso a rasguear su citara.
—No vale mi tiempo.
—¿Desde cuándo no tienes tiempo para la venganza?
—Desde que prefiero estar aquí y tocar. Ahora vete y visita a una de tus mascotas. No puedo estar molesta contigo.
—Haz lo que quieras.
Artemisa no se movió hasta después de que la dejará. En el momento que lo hizo, tendió su mano por las perlas. Ellas volaron en su mano. Frotándolas contra su corazón, fue a ver si podría ayudar a Joseph.
  
Joseph estaba en el patio con las manos atadas por encima de su cabeza. Sus labios y la nariz ya sangraban de los golpes que Nick alegremente había llovido sobre él.
Él escupió sangre sobre la tierra antes de que estrechara una mirada asesina a su hermano.
—¿No deberías estar en el templo todavía?
Nick le dio un revés tan duro que sus orejas sonaron.
Joseph rió ante la patética bofetada.
—Golpeas como una anciana.
Nick caminó hacia delante pero fue detenido por su padre quien entró a través de las puertas. El aspecto en su rostro era uno de supremo disgusto.
Josephsuspiró.
—Sé que no debí haber ido. ¿Podríamos sólo empezar la paliza, finalizarla y dejarme regresar a mi habitación?
Su padre estrechó los ojos.
—¿Por qué estás tan ansioso de ser golpeado?
—Es la única atención que obtengo de ti, Padre. Cómo con Estes. Así que deja que los golpes comiencen.
Su padre enterró sus dedos en su cara mientras el odio ardió en sus ojos azules.
—Te he dicho que no menciones el nombre de mi hermano con tu asquerosa boca. —Su mirada bajó hacia el collar que Joseph llevaba.
Joseph contuvo su aliento mientras se daba cuenta de que había olvidado quitarse el regalo de Artemisa antes de ir a su templo. Su corazón se detuvo y por primera vez el probó el miedo mientras su padre liberaba su cara y se lo arrancaba para examinarlo.
—¿Qué es esto?
Joseph se forzó a permanecer calmado y despreocupado.
—Una baratija que compré.
Nick lo miró por sobre el hombro de su padre.
—Es el mismo anillo que los sacerdotes de Artemisa usan para convocarla. —Sus facciones se endurecieron—. ¡Lo robaste!
Su padre lo tomó del cuello, causando que la cadena cortara su piel antes de romperse.
—¿Crees que los dioses dan una mierda por ti?
No como regla, pero Artemisa sí.
Nick tomó el anillo y tomó un cazo de agua.
—Debemos enseñarle al ladrón una lección. —Antes de que Joseph se pudiera mover, Nick empujó el anillo en la boca de Joseph y derramó agua en ella, forzándolo a tragarlo.
Lágrimas se aglomeraron en los ojos de Joseph mientras el anillo arañaba su garganta y quemaba. Se ahogó con eso y el agua, pero Nick no amainó hasta que estuvo satisfecho de que el anillo fue completamente tragado.
Joseph tosió y escupió, tratando de atrapar su aliento.
Nick jaló su cabello.
—Una puta ha deshonrado a nuestra amada diosa virgen en el día de su festividad. Creo que debe ser castrado públicamente.
Los ojos de Joseph ampliaron ante el castigo.
Su padre rió con aprobación antes de cortarlo.
—Eso complacería a Artemisa, creo.
Joseph trató de correr, pero su padre lo cogió y lo tiró al suelo.

Joseph se levantó para encontrar a Ryssa uniéndoseles. Su padre lo golpeó de nuevo y lo giró alrededor para que pudiera sujetar a Joseph a la pared con su antebrazo atravesado sobre la garganta de Joseph.
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Mensaje por issadanger Lun 17 Mar 2014, 7:52 pm

                                            25 de Agosto, 9528 A.C.

—Explícate, puta. ¿Qué te hizo aventurarte al templo?
Ryssa corrió hacía Joseph.
—Díselo. Debes hacerlo.
El miedo lo agarró mientras negaba con la cabeza hacia ella.
—¿Decirnos qué?
—No lo hagas, Ryssa, —Joseph susurró desde su garganta apretada mientras trataba de empujar a un lado el brazo de su padre—. Te lo ruego. Si me amas aunque sea un poquito, no me traiciones.
—Van a castrarte. Si conocen la verdad, te dejaran marchar.
—No me importa.
Ryssa apartó a su padre de él.
—¡Detente Padre! Es inocente. Está con Artemisa. ¡Díselo, Joseph! Por los dioses, dile la verdad para que detenga ésta paliza.
Su padre lo tiró al suelo. Luego lo pateó en la espalda y presionó un pie en la garganta de Joseph al punto que la bilis aumento hasta ahogarlo.
—¿Qué mentiras le has contado, gusano?
Joseph trató de empujar el pie lejos, pero su padre lo presionó incluso más duro contra su tráquea. Hablar era todo menos imposible.
—Nada, p-p-por favor…
—Blasfemo. —Su padre se alejó entonces y dejó de estrangular a Joseph mientras él trataba desesperadamente respirar a través de su esófago magullado—. Desnúdadlo y arrastradlo al templo de Artemisa. Dejaremos que la diosa atestigüe su castigo y si realmente está con ella, entonces estoy seguro que saldrá en su defensa—. Volvió una mirada engreída a Ryssa.
Los guardias se movieron hacía delante, pero Ryssa se puso en frente de él. La única manera de tenerlo sería lastimarla a ella y posiblemente al bebé que llevaba.
—Padre, no puedes.
—Esto no te concierne.
—Si lástimas a Joseph, Artemisa desatará horrores indecibles sobre ti.
Su padre rió.
—¿Estás loca?
—¡No, Ryssa, por favor detente! —Imploró Joseph—. No lo hagas.
Joseph es su consorte.
Joseph no pudo respirar mientras esas palabras sonaban en sus oídos… Ryssa lo había traicionado. Pero en su mundo los dioses protegían a sus mascotas. No tenía razón para pensar que Artemisa no vendría a salvarlo de la manera que Apolo la salvara. Una pena que Artemisa no fuera como su hermano. Cerrando sus ojos, se deseó muerto.
Cuando los abrió, vio un contorno de Artemisa en las sombras. Estaba sosteniendo sus perlas.
La risa de su padre se mezcló con la de Nick.
—¿Eres el consorte de Artemisa?
Joseph no pudo responder mientras veía la mirada de horror marcada en la cara de Artemisa. Se desvaneció detrás de una mirada de furia tan palpable que lo chamuscó.
Su padre se burló.
—¿Realmente esperas que crea que una diosa tendría algo que hacer contigo?
Joseph no pudo hablar. No podía ni siquiera negarlo. Artemisa había congelado sus cuerdas vocales.
Piensa que le dije…
Joseph sacudió su cabeza hacia ella, tratando de hacerla entender que no le había dicho a nadie.
Su padre lo agarró por la garganta de nuevo.
—Bien. Vamos a ver lo que la diosa piensa de ti. —Se volvió a los guardias—. Llévadlo al templo de Artemisa. —Se burló de Joseph—. Si significas tanto para la diosa, seguramente vendrá a salvarte. Si no, le enseñaremos al mundo lo que le hacemos a las putas blasfemas. Golpéadlo en el altar hasta que Artemisa se muestre.
—¡No! —Chilló Ryssa.
Era muy tarde. Completamente desnudo, Joseph fue arrastrado sin ceremonias fuera del palacio y a través de las calles abarrotadas.
Su cuerpo estaba ensangrentado antes de que llegase al templo. Todo el mundo se aparto al tiempo que los guardias lo arrastraban al altar y lo amarraban entre dos columnas.
—¿Qué es esto? —exigió el líder de los sacerdotes.
—Por órdenes del rey, el blasfemo será castigado hasta que la diosa aparezca. Él será golpeado en su nombre hasta que se muestre para detenerlo.
Acheron encontró la mirada de Artemisa y la satisfacción en esos ojos verdes lo quemó.
Te dije que pasaría si me traicionabas. —Su voz susurró a través de su cabeza.
Se ahogó en sus lágrimas mientras el primer latigazo rebanó a través de su espalda.
—No te traicioné, —susurró—. Lo juro.
Artemisa se movió hacia adelante y lo golpeó sobre la cara con las perlas que le había regalado.
—Golpedle con más fuerza, —le susurró a su castigador. —Haced que sienta cada latigazo.
Joseph gritó mientras los latigazos cortaban más profundo.
La multitud ovacionó su paliza. Recuerdos reprimidas lo atravesaron más afiladas que los latigazos. Estaba de nuevo en la casa de Estes, rodeado de gente, arrastrándolo, agarrándolo, llamando por su sumisión y humillación. ¿Cuántas veces se habían abucheado? ¿Reído y burlado?
—Ruégame misericordia, puta… —La voz de su tío era fuerte y clara.
Joseph sostuvo la mirada con Artemisa. ¿Cómo podía hacerle esto a él? ¿Cómo?
Artemisa por dentro se encogía ante el tormento y el dolor en esos arremolinantes ojos plateados. La acusaban como si estuviera equivocada. Le advirtió de lo que pasaría su le decía a cualquiera. ¿Pensó por un minuto que ella había estado bromeando?
—Te di todo, —le gruñó, asegurándose de que sólo Joseph podía verla o escucharla—.  ¡Todo!
Él bajó la cabeza antes de susurrar en el más bajo de sus tonos.
—Te amo.
Artemisa chilló en ultraje de que se atreviera a decirle eso después de lo que había hecho este día. Si alguien descubría que le había permitido tocarla, estaría arruinada. ¿Pensó que su miserable amor podría disminuir su humillación? ¿Su ruina? ¿Era amor ponerla de rodillas para que la ridiculizaran a su lado?
—¡Golpea más fuerte! —urgió al guardia—. Quiero su sangre cubriendo el piso de mi templo.
¡Eso le enseñaría!
—No eres nadie para mi, humano, —se burló en su oreja—. Nada.
Joseph dejó correr sus lágrimas mientras Artemisa lo abandonaba. No había necesidad de rogar su perdón o misericordia cuando era obvio que era evidente que había ninguno que le concerniera. Más que eso, la sintió arrancarle su habilidad de luchar. Tomó todo de él.
Incapaz de soportar el dolor, se rindió a la inconsciencia. Pero fue efímera mientras lo revivían para golpearlo más.
En su tercera sesión, abrió los ojos para encontrar a su padre y Nick parados frente a él.
 —¿Dónde está tu diosa, gusano?
Miró a Ryssa cuya cara estaba pálida y marcada. Vio la culpa en su mirada mientras lágrimas fluían por sus mejillas.
—No tengo diosa. —No tenía a nadie y lo sabía—. Sólo castradme y acabemos de una vez.
Pero no lo hicieron. Prefirieron golpearlo hasta que perdieron la cuenta de los latigazos. Vagando fuera y dentro de la conciencia, no estaba seguro cuando se detuvo finalmente la paliza. No pudo sentir nada más que extremo dolor en la espalda.
De todas formas no había misericordia para él. Lo dejaron atado ante el altar donde la multitud podía añadir sus propios golpes en defensa de su querida diosa.
Durante tres días, Joseph colgó allí sin comida ni confort. Lo más cercano que tuvo fue ver a Merus aproximándosele.
El niño se detuvo ante él con un ceño.
—Pensé que eras un noble. Nos mentiste. —Sus ojos enojados, levantó una piedra del suelo y se la lanzó hacia Joseph. Le dio en el pecho.
Inclinando su cabeza atrás, Joseph miró arriba hacia al techo dorado.
—¡Por qué! —gritó a los dioses. ¿Por qué le habían hecho esto a él? ¿Por qué este era su destino?
Había nacido príncipe. Debería ser honrado como tal y en su lugar, no era nada. Seguramente debía estar maldito. No había otra razón para esta vida. Ninguna razón para su sufrimiento. Y en ese instante odio todo este planeta. A todos.
Con un grito de batalla nacido de la desesperación y el tormento, luchó contra las cadenas. Pero no había nadie para preocuparse y ningún modo de liberarse. Todo lo que había logrado al hacerlo era reabrir las heridas en su espalda y hacerse nuevas en las muñecas. Al final, sólo se hizo más daño.
Así permaneció hasta la tarde del tercer día. Los guardias regresaron para liberarlo, pero antes de hacerlo, le habían afeitado la cabeza y gravado el símbolo de doble arco de Artemisa en su cráneo.
Joseph rió ante la ironía. Su nombre había sido marcado en su corazón antes que esto y ahora llevaba públicamente el símbolo de la diosa que nunca volvería a reconocerlo. La crueldad de esto era insoportable.
Una vez que terminaron, fue llevado fuera hacía la calle donde un caballo esperaba. Sus manos estaba atadas frente a él para que el caballo pudiera arrástralo todo el regreso hacia el palacio. Para el tiempo que llegó, había poco en lo que no quedara piel sobre su cuerpo.
Apenas consiente, fue llevado a su habitación y tirado al interior. Joseph dio un paso y cayó de rodillas. Demasiado débil para moverse, se desparramó en el suelo. Pero al menos la piedra estaba fría contra sus heridas, incluso el pensamiento las hacía latir.
No habría Artemisa para ayudarle esta vez. Ninguna diosa para ofrecerle un socorro o refugio.
—No eres nada para mi, humano. —Esas palabras estaría grabadas por siempre en su corazón.
Así sea.
Cerrando los ojos, no tenía ninguna esperanza para el futuro. Ningún deseo para alguna vez recuperarse o moverse hacia delante. Su hermana y su amante lo habían destrozado por última vez. Había “un lo siento”, que una disculpa no podían sanar, y esta vez, Joseph había llegado a su límite.
No había nada más que pudieran hacer para lastimarlo. Con el alma enferma, se arrastró profundamente dentro de sí mismo y juró que nunca se abriría así mismo a alguien nuevamente.
 

 
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Mensaje por issadanger Lun 17 Mar 2014, 7:55 pm

CHICAS NO DESESPEREN FALTA ARTO PARA QUE LA RAYIS APAREZCA ASI QUE CALMAA JAJAJAJ LA VAN AMAR CUANDO APAREZCA PERO BNO NO ME LES ADELANTO PORQ LES DAÑO EL LIBRO JIIJI, NIÑAS NO PODRE SUBIR TAN SEGUIDO ASI QUE PORFIS NO ME ABANDONEN QUE CUANDO PUEDA SUBIR SUBO CAPS LARGOS JIJIJ EL SABADO SI NO OCURRE NADA DE LO USUAL LES ESTARE SUBIENDO UN MARATON ASI QUE A COMENTAR MUCHOO LAS QUIEROOOO
issadanger
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