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JOSEPH - JOE Y _____
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: JOSEPH - JOE Y _____
9 de Mayo de 9531 A.C.
Estaba sola en mi cuarto cuando Maia abrió la puerta.
—¿Joseph está enfermo?
Dejé la pluma y la miré ceñuda.
—No le he visto en todo el día. ¿Por qué lo preguntas?
Se rascó la nariz y me miró completamente perpleja.
—Fui a buscarle para que amasáramos juntos pero parecía que no se encontraba bien. Dijo que le dolía la cabeza y estuvo poco amable conmigo. Joseph siempre es amable conmigo. Cuando volví llevándole un poco de vino, su cuarto estaba vacío. ¿Debería preocuparme?
—No, akribos. —dije fingiendo una sonrisa que no sentía—. Corre a la cocina. Yo le buscaré.
—Gracias, Princesa. —Me devolvió la sonrisa antes de salir brincando.
Preocupada yo misma por él, abrí las puertas que daban al patio. Joseph había pasado mucho tiempo fuera con la hierba y las flores. Pero no estaba allí.
La siguiente parada fue el huerto. Tampoco allí le encontré.
Después de una rápida búsqueda por toda la casa, empecé a preocuparme de verdad. Nunca se iba tan lejos solo. Y era muy extraño que rehuyera a Maia.
Un pánico irrazonable me invadía cuando salí de casa para buscar por los alrededores.
¿Dónde podría estar?
Si se tratara de Nick, seguro que le encontraba tonteando con alguna doncella en la intimidad de su cuarto. Pero sabía que Joseph nunca haría algo así.
De repente se me hizo la luz.
El mar…
No había estado en el mar desde el invierno pero no podía pensar en otro lugar donde buscar. Era el único sitio donde podría estar. Susurrando una rápida plegaria a los dioses para que tuviera razón, bajé caminando hacia la playa y las rocas donde él solía sentarse.
Tampoco estaba allí.
Pero mientras trepaba, le vi yaciendo de espaldas en la arena con las olas pasándole por encima. Me quedé sin aliento. Parecía que no se movía en absoluto.
Empapado hasta los huesos, yacía en la playa con los ojos cerrados.
Corrí aterrorizada y me dejé caer a su lado. Pude ver lo pálida que estaba su hermosa cara antes de llegar hasta él.
—¡Joseph! —grité con los ojos llenos de lágrimas de miedo. Estaba aterrorizada de que estuviese muerto.
Para mi inmediato alivio, abrió los ojos y me miró. Pero no se movió.
—¿Qué haces? —le pregunté hincándome de rodillas a su lado. Mi vestido estaba empapado y completamente echado a perder, pero no me importaba. Mi vanidad no importaba en absoluto. Sólo importaba mi hermano.
Apretó los ojos y dijo en tono tan bajo que casi no podía oír con el ruido de las olas.
—El dolor no es tan fuerte si me tumbo aquí.
—¿Qué dolor?
Me cogió la mano. La suya temblaba tanto que en respuesta mi miedo se multiplicó por diez.
—Las voces de mi cabeza. Siempre son atroces el día de hoy, todos los años.
—No lo entiendo.
—Me dicen una y otra vez que es el aniversario de mi nacimiento y que debería ir con ellos. Pero Apollymi me grita que me esconda y no les escuche. Cuanto más alto grita ella, más gritan lo otros. Es insoportable. Sólo quiero que se vayan. Me estoy volviendo loco, ¿verdad?
Apreté su mano, le retiré el pelo húmedo de la frente y me di cuenta de que no se había afeitado. La barba de todo un día ensombrecía sus mejillas y su barbilla, algo que nunca permitía. Joseph siempre estaba impecablemente aseado y vestido.
—Hoy no es el aniversario de tu nacimiento. Naciste en junio.
—Ya lo sé, pero siguen gritando. Me caí intentando llegar a las rocas y descubrí que en el mar las voces se atenúan.
Nada de esto tenía sentido.
—¿Cómo es eso?
—No lo sé. Pero es así.
Una ola rompió en la playa, cubriéndole totalmente. No se movió aunque que a mí me zarandeó de un lado a otro. Me enderecé y le miré mientras escupía agua. Aun así no hizo intención de salir del mar.
—Vas a coger frío tirado ahí.
—No me importa. Prefiero ponerme malo a oírles gritar tan fuerte.
Desesperada por calmarle, me senté detrás en el suelo con las piernas cruzadas y puse su cabeza en mi regazo.
—¿Mejor?
Asintió entrelazando sus dedos con los míos y puso mi mano sobre su corazón, sujetándome allí. Por el firme apretón, sabía que la cabeza seguía doliéndole inmisericorde.
No hablamos durante horas, yaciendo allí con mi mano en su pecho. Se me durmieron las piernas, pero no me importaba. Estuvimos tanto tiempo fuera, que Petra vino a ver como estaba. Estaba tan confundida como yo por la explicación de Joseph pero, obediente, nos dejó solos y nos trajo vino y algo de comer.
A Joseph le dolía tanto que no podía comer, aunque pude hacer que mordisqueara un poco de pan.
Al anochecer, las voces se aquietaron lo suficiente como para que pudiera levantarse. Se tambaleaba.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupada.
—Un poco mareado por las voces. Pero ahora no son tan fuertes. —me echó un brazo por los hombros y juntos emprendimos el camino de vuelta a su cuarto.
Hice que Petra le preparara un baño caliente y le cubrí con una toalla. Todavía estaba pálido, sus rasgos tensos.
Maia llegó corriendo con dos vasos de leche tibia.
—Me tenías preocupada, Joseph. — le regañó.
—Lo siento, chiquita. No quería preocuparte.
—¿Te encuentras mejor?
Asintió.
—Maia, —dijo Petra desde la puerta. —ven aquí y deja que Joseph se bañe en paz.
—He puesto azúcar en la leche —le confió Maia antes de obedecer a su madre.
—Espero que te sientas mejor pronto.
Encantada por sus atenciones, la seguí.
—Ryssa.
Me paré en la puerta y miré a Joseph que todavía estaba envuelto en la toalla.
—¿Sí?
—Gracias por preocuparte por mí y por quedarte conmigo. Ve a secarte antes de que cojas frío.
—Sí, señor. —dije sonriéndole.
Salí cerrando la puerta y me dirigí a mi cuarto. Las puertas estaban todavía abiertas así que las cerré. Al cerrarlas, pasó algo de lo más extraño.
Oí un vago susurro en el viento.
Apostolos.
Ceñuda, miré a mí alrededor pero no había nadie. ¿De dónde demonios venía esa voz? Y más aún, no conocía a nadie que se llamara Apostolos.
Sacudí la cabeza para aclarármela.
—Ahora oigo voces, como Joseph.
Era extraño como para estar segura.
Pero incluso al dejarlo de lado, había una parte de mí que seguía preguntándose. Y sobre todo, me preguntaba si esto no podría ser una nueva amenaza para mi hermano.
Sólo el tiempo lo diría.
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
23 de Junio, 9530 A.C.
Al final la respuesta llegó. La Reina de Kiza había accedido a acoger a Joseph. El mensajero había llegado ayer con el aviso de Boraxis que estaba de camino aquí para escoltar a Joseph a salvo. Él debería llegar en otros tres días.
Eufórica, planeaba contárselo a Joseph esa noche durante la celebración sorpresa del aniversario de su nacimiento.
Mi hermano iba a estar a salvo. Para siempre.
Afortunadamente, nosotros habíamos salido hoy al huerto. En realidad, pasamos toda la mañana allí, riendo y probando la apreciada fruta del jardinero. El huerto estaba hermoso. Pacífico. Las hojas eran de un impresionante verde, acentuado por las rojas y doradas manzanas que explotaban en un dulce y suculento sabor. Hasta los viejos muros de piedra estaban tranquilos, cubiertos por viñas ya florecidas.
No me extraña que Joseph lo prefiera a cualquier otro lugar del palacio. El aire primaveral era fresco y cálido, podría pasarme horas viendo la forma en que Joseph disfruta de la cosa más simple como lo es la sensación del sol en su piel. El césped bajo sus pies descalzos.
Claro, su vida no había tenido demasiado de aquellas dos cosas. Como desearía haber podido darle otra vida. Una mejor. La vida que se merecía, donde nadie le hubiera hecho daño por cosas que no podía evitar. Donde la gente pudiera verlo en toda esa belleza con que yo lo veo y supiera el alma tan gentil que es. No es ese monstruo al que le temen. Tan solo es un muchacho que necesita un buen hogar y padres que lo amen a pesar de sus anormalidades.
Mientras lo veía inhalar el olor de una manzana antes de añadirla al montón que había escogido, me asombré de cuanto había cambiado en los últimos meses. Por primera vez, me recordó a un juvenil muchacho de catorce años y no a un sin entusiasmo, desgastado anciano. Había aprendido a finalmente confiar en mí. En confiar que aquí estaba sano y salvo. Que nadie aquí le temía. Podía ser él mismo, sin ser servil o temeroso de que lo agarraran y le hicieran daño. Ah, el dolor que siento cuando pienso en la vida que llevó en la Atlántida. ¿Cómo pudo nuestro tío tratarlo así? Aún puedo ver a Joseph encadenado. Ver ese vacío superficial en sus ojos cuando por primera vez me miró y no tenía idea de quién era yo. De quien era él.
Puedo haberle fallado antes, pero juré que no le fallaría de nuevo. Aquí conoce la paz y la felicidad. Aquí, haré lo que más pueda por mantenerlo lejos del mundo que no puede entenderlo ni soportarlo. Mientras tomaba las manzanas, me recordó a una ardilla que salta de árbol en árbol recogiendo su tesoro. Era un muchacho tan apuesto. En mi corazón sé que él y Nick son gemelos, y aún mientras lo veo, me estremece sus diferencias. Joseph se movía de manera más elegante. De manera fluida. Era más delgado, su cabello un poco más dorado y sus músculos más definidos. Su piel más suave. Y esos ojos… Eran encantadores y aterradores.
Después de terminar, me trajo su tesoro y lo puso en forma de círculo para que así yo pudiera escoger que manzanas quería primero. Siempre fue así de considerado. Pensando en otros antes que en él. Había existido como un animal del que se abusaba con el único fin de entretener a otros.
—¿Piensas que Padre nos visitará pronto? —preguntó mientras el yacía en su costado, observándome comer mi manzana.
Podía sentir que él estaba probándome para ver si estaba mintiendo. Sus remolinantes ojos plateados eran absolutamente abrumadores cada vez que ponía esa mirada tan penetrante. No le sorprendía que Tío lo golpeara por mirar a la gente. Era tan desconcertante y hasta aterrador el estar bajo tal escrutinio. Pero no merecía ser golpeado por algo que no podía evitar.
—Estoy pensando que tú y yo deberíamos hacer un viaje en unos días para visitar a la reina.
El apartó la mirada, incómodo, mientras jugaba con su propia manzana.
Queriendo apaciguarlo y alentarlo, me estiré para apartarle unos mechones de cabello dorado de los ojos.
—¿Es esta la ternura del verdadero afecto del que me hablaste? —preguntó en tono vacilante—, ¿La única en las que las personas que te quieren, te tocan sin pedir nada a cambio?
—Sí —respondí.
Él me sonrió, abiertamente y honestamente igual que un niño.
—Creo que me gusta.
Entonces oí algo que hizo que mi corazón dejara de latir.
Había pasos acercándose. Sabía que no debería haber tales sonidos en nuestro paraíso temporal. Petra y Maia estaba ocupadas en la cocina. El marido de Petra había ido al pueblo y el resto estaban ocupados en sus quehaceres.
Sólo una persona podía llegar de esa manera.
Y supe que era nuestro padre en el instante en que Joseph se sentó, su rostro extremadamente encantado. Cerré los ojos y temblé de pánico a la vez que hice el esfuerzo de levantarme y enfrentarlo. Su rostro enfadado, Padre estaba entre las viejas columnas de piedra que marcaban la entrada al huerto con Nick a su lado.
La sangre se congeló en mis venas.
Quería decirle a Joseph que corriera y se ocultara, pero era demasiado tarde. Ya estaban muy cerca.
Sólo tres días más y habíamos estado a salvo lejos de allí. Quise llorar.
—Padre —dije en voz baja—. ¿Por qué estás aquí?
—¿Dónde has estado? —exigió mientras avanzaba—. Te he estado buscando y buscando hasta que me dí cuenta de venir aquí.
—Te lo dije, quería tiempo…
—¿Padre? —La voz entusiasmada de Joseph llenó mis oídos. Esta era la primera vez que el joven había visto a su padre desde que había sido enviado lejos.
Horrorizada, lo observé correr para abrazar a su padre. Al contrario que Joseph, yo sabía la recepción que recibiría.
Sin siquiera mirarme, Padre lo apartó despiadadamente e hizo una mueca de repugnancia.
Joseph frunció el ceño confundido a la vez que me miraba pidiendo una explicación.
Yo no podía hablar. ¿Cómo podía decirle que le había mentido cuando todo lo que había querido era hacer su vida mucho mejor?
—¿Cómo te atreviste a sacarlo de la Atlántida? —gruñó su padre.
Abrí la boca para explicarle, pero me distraje con la manera en que los gemelos se miraban el uno al otro.
Quedé atrapada por su mutua curiosidad. Aunque cada uno sabía que el otro existía, jamás habían estado juntos por más de una década. Ninguno de los dos recordaba lo que era verse e interactuar el uno con el otro.
La alegría cubría el rostro de Joseph. Podía notar que quería abrazar a Nick, pero después de la bienvenida de Padre estaba vacilante.
Nick lo miraba menos que entusiasmado. Miraba a Joseph como si fuera una pesadilla hecha realidad.
—¡Guardias! —gritó padre.
—¿Qué estás haciendo?— Pregunté, incapaz de comprender por qué padre llamaría a los guardias para ir por su propio hijo.
—Voy a enviarlo de vuelta a donde pertenece.
La mandíbula de Joseph se aflojó y se volvió a mí con aterrorizados ojos.
Mi corazón latía salvajemente con temor de que lo volvieran a enviar a la Atlántida.
—No puedes hacer eso.
Padre se volvió hacia mí con una mirada llena de odio.
—¿Has perdido la cabeza, mujer? ¿Por qué mimarías a tal monstruo?
—Padre, por favor —suplicó Joseph, cayendo de rodillas ante él. Puso sus brazos alrededor de las piernas de Padre en la más obsequiosa posición que le había visto desde que habíamos dejado la Atlántida—. Por favor, no me envíes de vuelta. Haré lo que me pidas. Lo juro. Seré bueno. No miraré a nadie. No le haré daño a nadie—. Joseph le besó los pies con reverencia.
—No soy tu padre, gusano, —le dijo Padre cruelmente a la vez que pateaba a Joseph para alejarlo. Ahora se dirigió a mí con puro veneno—. Te lo dije, él no pertenece a esta familia. ¿Por qué me desafías?
—Es tu hijo —dije a través de mis lágrimas de odio y frustración—. ¿Cómo puedes negarlo? Es tu rostro el que tiene. El rostro de Nick. ¿Cómo puedes amar a uno y no al otro?
Padre se agachó y agarró la mandíbula de Joseph fuertemente con una mano. Podía notar que sus dedos herían las mejillas de Joseph a la vez que lo levantaba poniéndolo en pie para que Joseph pudiera mirarme a la cara.
—Esos no son mis ojos. ¡No son los ojos de un humano!
—Nick, —dije, sabiendo que si podía ganarlo para mi causa, podría influenciar en la opinión de Padre sobre Joseph—. Es tu hermano. Míralo.
Nick negó con la cabeza.
—Yo no tengo hermano.
Padre empujó a Joseph que retrocedió.
Joseph quedó de pie sin decir palabra alguna, sus ojos aturdidos ante la realidad del momento. Por su rostro, podía saber que estaba reviviendo la pesadilla que había experimentado en la Atlántida. Cada degradación.
Vi como se marchitaba ante mis ojos.
Se había ido el chico que finalmente, después de meses de cariñosas atenciones, había aprendido a sonreír y a confiar, y en su lugar estaba la derrotada, la desesperanza que ella había encontrado.
Sus ojos eran ahora agujeros vacíos. Le había mentido y él lo sabía.
El había confiado en mí y ahora ese frágil lazo estaba roto.
Joseph dejó caer la cabeza y se abrazó a sí mismo, como si con eso pudiera protegerse de la brutalidad de un mundo que no lo quería en él.
Cuando los guardias entraron al huerto y padre les dijo que se lo llevaran de vuelta a la Atlántida, Joseph los siguió sin una palabra y sin luchar. Una vez más volvía a ser modesto y sin opinión. Era lo que había sido.
Con sólo unas bruscas palabras, Padre había rehecho todos los meses de cuidadoso abrigo.
Miré a mi padre, odiándolo por lo que estaba haciendo.
—Estes abusa de él, Padre. Constantemente. Él vende a Joseph para…
Mi padre me abofeteó por esas palabras.
—Es mi hermano del que hablas. ¡Cómo te atreves!
Me ardía la cara, pero no me importó. No podía quedarme callada y dejar que destruyeran el alma de un muchacho inocente que debería ser mimado, no tirado a un lado como si no fuera nada.
—Y ese es mi hermano al que desechas. ¡Cómo te atreves!
No esperé a ver que decía. Corrí tras Joseph quien ya había sido escoltado por la guardia.
Estaba esperando a que trajeran los caballos la entrada principal del palacio. Su cabeza estaba inclinada de forma tan baja que me recordaba a una tortuga que tan sólo quería meterse en su caparazón para que nadie más la viera. El apretón de sus brazos era tan fuerte que sus nudillos eran blancos.
Permanecía en pie igual que una estatua.
—¿Joseph?
Se negaba a mirarme.
—Joseph, por favor. No sabía que vendrían hoy. Pensé que estábamos a salvo.
—Me mentiste —dijo simplemente, fijando la mirada en el vacío suelo—. Me dijiste que padre me quería. Que nadie dejaría que me fuera de aquí. Me lo juraste.
Avergonzada hasta el alma, intenté pensar en algo que decirle. Pero no encontraba nada sustancial.
—Lo siento mucho —Aquella era una vana disculpa incluso en mis oídos.
Él negó con la cabeza.
—Nunca he puesto un pie fuera de mis aposentos sin escolta. Nunca he dejado la casa. Idikos me castigará por haberme ido. Él… —el horror llenó sus ojos mientras se abrazaba a si mismo incluso con más fuerza.
No podía siquiera empezar a imaginar que estaba esperándole en la Atlántida.
Trajeron los caballos.
Cuando Joseph habló, sus palabras eran suaves, apenas un susurro de su atenazado corazón.
—Desearía que me hubieses dejado como estaba.
Tenía razón, y en lo más profundo de mi corazón, lo sabía. Todo lo que había hecho en mi estupidez, era herirlo aún más. Le había mostrado una vida mejor, una donde era respetado y donde se le daba a escoger.
Ahora no tendría nada que decir sobre su vida. Sería mucho menos que nada en la Atlántida.
Sollocé cuando un guardia lo agarró y obligó a entrar en un carro. Joseph nunca volvió a mirarme. Me di cuenta que él realmente debía odiarme por lo que le había hecho y no podía culparlo por ello.
Con el corazón dolido, me quedé allí y los vi alejarse.
—¡Joseph! —gritó Maia cuando salió llorando por la puerta.
Solo entonces él se volvió. Su cara estaba estoica, pero vi lágrimas en sus ojos cuando le dijo adiós con la mano.
Cayendo de rodilla, atraje a Maia a mis brazos mientras sollozaba con el corazón desgarrado de tristeza que también me embargaba a mí.
Joseph se iba y no tenía esperanza de liberarlo otra vez. Padre se aseguraría de eso.
Entonces recordé las palabras que la vieja sacerdotisa había proclamado el día de su nacimiento.
Que los dioses se apiaden de ti, pequeño. Nadie más lo hará.
Ahora sabía cuánta razón había tenido. Joseph tenía razón, los dioses lo habían maldecido.
De otra manera habríamos tenido nuestros tres días…
issadanger
Re: JOSEPH - JOE Y _____
cielos!!!!.... Solo tengo una duda cual es el verdadero nombre de Joseph ( ash o apostolos)?????......
chelis
Re: JOSEPH - JOE Y _____
Chelis el nombre de Dios es Apostolos el nombre humano es ash en el caso de la nove joe jiji es realmente confuso pero solo apollimy lo llama apostolos y los dioses atlantes el resto le dicen acheron o ash o t-rex asi solo le dice talon y savitar le dice pequeño surfista
issadanger
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