Lay In My Bed {AlexanderNoyes}

Alex parpadeó.

¡Demonios! No se creía tan borracho antes de cerciorarse que la imagen de sus sueños se convirtiera de pronto en realidad.

Y, atónito, volvió a parpadear un par de veces. Sin embargo ella seguía allí sin un ápice de ser una imaginación como las otras tantas anteriores que había tenido.

—Alexander.
—Isabella —finalmente pronunció tras un largo silencio. Nunca pronunciaba su nombre completo; él se limitaba a su apodo cariñoso, Princesa por que siempre que tenía la oportunidad de disfrazarse elegía, con aire risueño, a las princesas. Tenía la esperanza de que llamarla por su nombre escudándose en una actitud fría e impersonal, distante, no volvería a colarse sin permiso en su corazón. Pero no sabía cuanto podía llegar a doler y cuan difícil era mantener aquella apariencia con ella.

Bella esbozó una triste sonrisa que le hizo sentir miserable.

—¿Qué haces aquí? Kansas no es lugar para un chico de un pueblo costero.
—¿Has olvidado de donde vienes, chica de pueblo costero? A ti te gustaba el mar más que a nadie que conociera.

Ella solía decirle con su actitud soñadora que quizás, algún día, interceptaría algún mensaje en una botella que contendría una gran historia detrás, recordó con cierta nostalgia.

—Fue difícil acostumbrarse, de hecho —murmuró. Alex apreció en sus ojos los mismos recuerdos que él había revivido segundos atrás y en los cuales su presencia era inevitable en cada uno de ellos.

Su pelo estaba más largo desde la última vez que la había visto y adivinaba sin esfuerzo bajo la luz sombría del pub aquellos indomables rizos. Estaba más delgada y su silueta se había estilizado algo que también comprobaba a simple vista bajo aquél vestido de escote corazón sin tirantes color pastel que lo dejó sin aliento. Escudriñó en sus grandes ojos marrones que carecían de emoción o felicidad y se encontró buscando razones interiormente que seguramente nunca llegaría a saber.

Dejarse llevar podía ser tan fácil…

—¿Dónde están los demás? —preguntó, de pronto, incómoda con su prolongado mutismo arrancándole de su exhaustivo escrutinio.

Alex volvió a parpadear, cayendo en la realidad de nuevo y mostrándose casi inexpresivo con una máscara de seriedad que confundió enormemente a Bella.

No es que cada día no se reprochara lo suficiente la manera en que las cosas habían acabado entre ellos pero era algo que sin duda volvería a repetir por el bien de todos. Entonces creía que las cosas eran fáciles y confiaba plenamente en el valor que sus padres le habían inculcado a la hora de enfrentarse a sus problemas pero aquél fue de mayores proporciones y había implicadas terceras personas a las que no podía herir y menos cuando dichas terceras personas eran su hermana.

Lo que no podía obviar era el sentimiento que le sobrevino; igual que aquél mismo cuando yació a su lado un gris amanecer hacía cuatro años, con el mundo resquebrajándose a su alrededor. Al menos ahora estaba encarando –de algún modo– el único inconveniente que la había hecho huir.

—Están en… —vaciló, apuntando hacia algún lugar inexistente—. Están en el hotel. Salí a tomar un poco el aire, a pasear.
—Pues por hoy deberías haber hecho lo mismo que ellos. No tienes buena pinta.
—Sí, no hay problema que no pueda solucionar una pastilla.

Alguien pareció leer las intenciones que Alex intentaba esconder en lo más remoto de su mente; al pasar por su lado alguien le empujó un poco, lo suficiente para que su cuerpo chocase con el de Bella y pudiese percibir con la mayor claridad su fragancia, mandando a paseo sus intenciones de comportarse como un ogro.

—¡Eh, ten un poco de cuidado! —exclamó, furioso. Se volvió hacia Bella, preocupado, ordenándose a sí mismo mantener la calma por la proximidad—. Lo siento, ¿estás bien?
—De una pieza y sin un rasguño —sonrió y entonces su corazón hizo, como antaño, una caída libre en sus manos sin que ella nuevamente tuviese constancia de eso.

En otras palabras; estaba perdido.

—Eh, Bells, nos vamos ya —anunció un hombre que parecía bastante mayor que su Bella y la miraba con tanto afecto que a Alex le entraron ganas de echarle las manos al cuello y estrangularlo—. Recoge tu abrigo.

Jesús, acababa de encontrarla de nuevo; el Destino no podía ser tan cruel con él.

De pronto su cuerpo y su corazón se adelantaron a sus pensamientos, cogiéndola suavemente del brazo dejándose invadir por la electrizante sensación de su sedosa piel susurrándole con el corazón en los ojos.

—No te vayas con él, por favor, Princesa. Ven conmigo.

Bella tragó saliva. El paso de los años no había cambiado el modo en que su corazón se aceleraba en milésimas de segundo, la peculiar y dulce manera de la piel de Alex al contacto con la suya e incluso aquel rubor que florecía en su cuello y se extendía por su cara con rapidez. El único problema residía en que había descuidado sus métodos que había puesto en práctica en Wayne durante su adolescencia.

Acertó a asentir lentamente, sin esperanzas para contradecirle.



Algodonosas sábanas de inmaculada seda blanca, mullidos cojines de plumas y el inconfundible perfume de Bella era lo que jamás pensó tener y lo que siempre anheló poseer. Después de hacer el amor, habían hablado sobre nimiedades como en los viejos tiempos, sólo que abrazados bajo el edredón nórdico también impoluto.

Alex no tenía conciencia de cuanto tiempo llevaba despierto observándola, memorizando y fotografiando cada segundo, almacenándolo en sus pensamientos. Temía la reacción de Bella al despertarse; pero era infinitamente mejor enfrentarse a ella que hacerlo solo en una cama vacía y una fría nota desprovista de sentimientos y cargada de culpabilidad, pidiéndole perdón por haber seguido a su corazón. Él lo sabía ahora, estaba seguro que ella lo amaba. Estaba escrito en cada uno de sus besos se lo decía en silencio.

Y allí estaba ella, regalándole su más maravilloso amanecer entre el filo de su piel descansando apaciblemente.

Sonrió como hacía cuatro años que no se había permitido, depositando con más amor del que cabía en su cuerpo un pequeño beso en la punta de su nariz que la hizo removerse un poco. Había pedido el desayuno hacía unos minutos y tenía que despertarla.

Bella había apartado parte del edredón que cubría sus esbeltas y finas piernas, dejándolas al descubierto y él sabía exactamente que iba a hacer para despertarla.

Alex se aproximó sigilosamente a los pies de la cama y cuidadosamente comenzó a trazar una senda de pequeños besos por su pierna que empezaron a surtir efecto en Bella

—Despierta, Princesa, ya es de día —siseó sobre su piel, haciéndole cosquillas con la incipiente barba que comenzaba a crecer. Se detuvo en lo alto de su rodilla, y sonrió al encontrarla mirándole atentamente.
—Hola —murmuró con aquella timidez que conocía y le dejó deleitarse con el dibujo una sonrisa perfecta. Se sonrojó levemente—. Estás haciéndome cosquillas.
—Era mi intención —confesó con ternura antes de depositar un último beso—. He pedido el desayuno.
—Oh, estupendo.

Bella se arrebujó la manta al cuerpo con la inocencia que le caracterizaba y sus grandes ojos marrones buscaron los de Alex.

—No me mires así —le espetó fingiéndose ofendida—. Una cosa es estar desnuda en una noche de pasión y otra es por la mañana cuando la magia ha desaparecido.
—No he dicho nada.
—El escepticismo en tus ojos habla por si sólo.
—Entonces ya no hay manera de que me declaren inocente —le guiñó el ojo, sirviéndole una bandeja con leche, tortitas con nata y un zumo de naranja que olía apetitosamente a recién exprimido.
—Mi favorito.
—Tus costumbres no son fáciles de olvidar —sonrió y Bella juró que le había llegado a los ojos.
—Gracias.
—No hay de qué —respondió, tumbándose a su lado apoyado en un codo, dispuesto a contemplarla en silencio.

Alex advirtió graciosamente que estaba poniéndola nerviosa.

—Será mi duda existencial —expresó súbitamente captando la atención de la chica— el por qué si en un desayuno hay leche tienes que pedir un zumo de naranja.

Encogiéndose de hombros, Bella tomó una cucharilla de postre llenándola de nata y se la llevó a la boca.

—Verás, Alex, es tan simple como tomarte la leche fresquita mientras te comes unas tostadas calientes y al terminar te bebes el zumo. La vitamina C es un complemento muy nutritivo.
—Suena a mezcla explosiva, de esas que te provocan un buen dolor de estómago.
—De ninguna manera. Está delicioso —dictaminó y comió otro cacho de tortita. Él frunció el ceño con curiosidad siguiendo la mano de Bella gravitar hacia sus costillares. Otra vez su tacto esta vez dibujando sus tatuajes, le estremeció.

—T.N, S.N, C.N —leyó—. Tom Noyes, Sue Noyes y Chelsea Noyes. Siempre serás ese chico tan familiar que conocí ¿no es así? —se inclinó para depositar con delicadeza un beso descubriendo una inscripción más.

Reflejándose en sus ojos, que lo contemplaban maravillados, Alex se encogió de hombros.

—Léelo.
—I.H —relató con voz temblorosa—. Mis iniciales. ¿Por qué?
—Sólo supe que debías estar ahí, eso es todo. Nunca fue un error, ¿verdad?

Bella negó lentamente con la cabeza, sabiendo a lo que se refería, compungida por el dolor que vio en sus ojos.

—Jamás lo fue —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—. Pero pensé que si me lo repetía lo suficiente pagaría la tristeza que vi en los ojos de mi hermana al decirme que era yo a quien amabas.
—Bella…
—No podía permitirme ser feliz con la persona que dependía de la felicidad de Nicole, Alex. Comprendo que te enfades por lo que hice por que es algo de lo que yo misma tampoco estoy orgullosa y lo que menos quise fue hacerte daño. Pero no puedes ponerte en mi lugar y pensar de la misma manera que yo.
—¿Por qué crees eso?
—Sólo hay que mirarte para saber lo optimista que eres. Seguramente me habrías cogido de la mano, me habrías mirado con tus ojos azules como el cielo y me habrías dicho “Encontremos la manera, trabajemos en ello y saldremos adelante. Todo saldrá bien” y entonces no habría tenido escapatoria.
—Quizás tengas razón pero deberías haber confiado un poco más en mí. Entiende que no fue fácil tampoco para mí despertarme y sólo encontrar una nota en la que me pedías perdón por que “todo había sido un error, algo que no deberías haber hecho”. ¿Puedes ponerte en mi piel y comprender como me sentí yo?
—Lo lamento mucho, Alex —dijo con sinceridad plena en sus palabras y en sus ojos.
—No, yo lo siento por haberme portado ayer como un cavernícola —se pasó una mano por la maraña que tenía en esos momentos por pelos y la miró—. Estaba tan resentido contigo que ni siquiera quería atender a razones sobre por qué dejaste que aquello terminase sin haber empezado siquiera.
—No importa —le aseguró con los ojos anegados en lágrimas, acariciándole tiernamente con las yemas de los dedos la mejilla—. Sólo espero que algún día me perdones completamente y a partir de ese momento pues…
—Calla, Princesa. Te perdoné en cuanto te vi ayer y sin saberlo —le dio un corto beso en los labios lleno de intensidad, quedándose a pocos centímetros donde ella pudiese sentir su aliento en la nariz—. Y te recomiendo que hagas lo mismo por que esta vez no voy a dejarte escapar y sabes cuan persuasivo puedo llegar a ser.

Bella se rió. Un risa que, calladamente, se instaló en el corazón de Alex sin pretensiones y que lo inundó con fuerza por el amor que sentía.

Y esta vez fue ella quien le beso lentamente, disfrutando de aquellos finos labios antes de declarar:

—No voy a ir a ninguna parte si es lo que deseas. Te quiero de una manera que no se puede expresar con palabras.
—Te amo, Isabella —declaró el, en un murmullo casi confidencial—. Y voy a recuperar el tiempo perdido de una vez por todas y dejaré que mi existencia junto a ti sea maravillosa mientras me deleito pensando en como serán nuestros hijos.
—¿Hijos? —Bella se rió—. ¿Es, acaso, una promesa lejana de…?
—Puede ser cercana si lo deseas. Puedo entregarte mi vida si me regalas tu futuro para que pueda hacerte feliz.

Los ojos de Bella resplandecían.

—¿Sin un anillo? —Alex se levantó de pronto.
—Salgamos a comprarlo.
—¡Estaba bromeando!
—Yo no.
—Dios mío, lo dices en serio. Tú no bromeas.
—Estaría loco si lo hiciera.
—Entonces, debes saber una cosa.

Detuvo automáticamente sus movimientos, sus manos congeladas a medio camino de abrocharse el cinturón. Levantó la mirada, susurrando:

—Por favor… Por favor —repitió, casi sin aliento, sintiéndose incapaz de acabar la frase por si sus peores temores se confirmaban— no me digas que hay alguien más.
—No habrá nadie más si estás tú en mi corazón. Aunque no era eso lo que quería decirte.
—Entonces, ¿qué es?
—Nunca lo supiste, pero siempre tuviste mi futuro.

Con aquella delicadeza propia de Alex, cogió su cara besándola una y otra vez puesto que ya no había otra forma de demostrarle su amor y contra sus labios, dijo:

—Creo que el anillo puede esperar un poco —rió mientras Bella intentaba sacarle el cinturón de nuevo—. Al fin y al cabo es sábado y las tiendas…
—Cállate, Alex. Estoy —beso— infinitamente —beso— de acuerdo.