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Mensaje por karencita__mb Vie 17 Ene 2014, 7:07 pm

tortugitastyles escribió:Me dolió el comporta miento de louis es enserio siguela no me puedes dejar asi si soy masoquista la verdad     :pokerface:  :aah:  :amor:  :bye:  :misery:  :misery:  El INFIERNO de LOUIS      [HOT]  (Louis Tomlinson) [TERMINADA] - Página 4 4229596405 

Ya la sigooooo
Besos :))
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Mensaje por karencita__mb Vie 17 Ene 2014, 7:32 pm

Wendo! escribió:Holaaaaaa soy tu nueva lectora, creo que eso es obvio :)
bien me ha gustado mucho tu novela, no soy fan de las historias eróticas pero tu historia me ha llamado la atención y mucho.
Tomlinson pierde rápido la paciencia como es que se convirtió en profesor?
Tomlinson es muy frío es de esos profesores que irritan, mi profesor de geométrica analítica era algo así le causaba gracia vernos sufrir.
encanta como escribes eres muy buena en esto
Siguela cuando puedas por favor y saludos
Espero te encuentres bien


Holaaaaaa!! BIENVENIDAAAAA
Me alegra mucho que te llame la atención la novela, en serio
Hay muchos profesores así!!
Es una adaptación de un libro :))
Ya mismo la sigooo
Besos
Espero que estés bien también :)
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Mensaje por Vas happenin? Sáb 18 Ene 2014, 1:00 am

me encanta tu novela!!!
siguela!!!
lei el primer capitulo y me dio pesar de julia
pero es que en la segundo la cago muy feo
jajajaja
louis es muy frio y eso es incomdo!?
y fue "tierno" al invitarla a cenar
la verdad ya havia comentado pero no la havia leido
y me facina!!!!
Vas happenin?
Vas happenin?


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Mensaje por karencita__mb Sáb 18 Ene 2014, 8:17 am

Rachel116 escribió:Siguela por favor
Soy nueva persona y no he parado de leer desde que he encontrado la novela y acabo de terminar de leer los caps
Por favor, soy nueva lectora, ¿no se merece eso un maratón?


Holaaaa!! BIEVENIDA
ya mismo la sigooo
Pronto hago maratón lo prometo.
karencita__mb
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Mensaje por karencita__mb Sáb 18 Ene 2014, 8:18 am

mica92♥ escribió:I love it!
Espero que subas el próximo capi pronto
Beso
Mica<3


Lo subo ahora!!
Besos :))
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Mensaje por karencita__mb Sáb 18 Ene 2014, 8:30 am



Seis

»кιтту ѕукєѕ



MARATÓN 1/3

El viernes, Julia encontró un documento oficial en su casillero, informándola de que el profesor Tomlinson había aceptado dirigir su proyecto. Estaba contemplándolo sorprendida, preguntándose qué lo habría hecho cambiar de idea, cuando Paul apareció a su espalda.

—¿Estás lista?

Ella lo saludó con una sonrisa, mientras guardaba el documento en su mochila, que había arreglado lo mejor que había podido. Salieron del edificio y echaron a andar por la calle Bloor en dirección al Starbucks que estaba a media manzana de allí.

—Quiero que me cuentes qué tal te fue con Tomlinson, pero antes tengo que decirte una cosa —dijo él, muy serio.

Julia lo miró con ansiedad.

—No tengas miedo, Conejito. No te va a doler —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en el brazo.

El corazón de Paul era casi tan grande como el resto de su persona y siempre estaba atento al sufrimiento de los demás.

—Sé lo que pasó con la nota.

Ella cerró los ojos y maldijo en silencio.

—Paul, lo siento mucho. Iba a contarte que metí la pata y que escribí por el otro lado de tu nota, pero luego se me pasó. No le dije que lo habías escrito tú.

Él la agarró del brazo para interrumpirla.

—Lo sé. Se lo dije yo.

Julia lo miró, sorprendida.

—¿Por qué lo hiciste?

Mientras se hundía en las profundidades de los grandes ojos castaños del Conejito, Paul se convenció de que haría cualquier cosa por impedir que nadie le hiciera daño. Incluso si eso le costaba su carrera académica. Incluso si tenía que sacar a rastras a Tomlinson del Departamento de Estudios Italianos para darle en su pomposo trasero la patada que tanto se merecía.

—La señora Jenkins me contó que El Profesor te había mandado llamar y pensé que querría echarte la bronca. Encontré una copia de la nota en la pila de papeles para fotocopiar que me dejó preparada —dijo, encogiéndose de hombros—. Son los riesgos de trabajar como ayudante de un gilipollas.

Le tiró del brazo para animarla a seguir andando, pero esperó a continuar la conversación hasta después de invitarla a un enorme café con leche con vainilla y sin azúcar. Cuando Julia acabó de acomodarse como un gato en un sofá de terciopelo lila y Paul se hubo convencido de que estaba cómoda y calentita, se volvió hacia ella con expresión comprensiva.

—Sé que fue un accidente. Estabas tan nerviosa después del primer seminario... Debí acompañarte hasta la puerta. Sinceramente, Julia, nunca lo había visto actuar como ese día. A veces puede darse aires de superioridad o ser un poco susceptible, pero nunca se había comportado con tanta agresividad con una alumna. Fue incómodo para todos los que estábamos allí.

Ella bebió un sorbo de su café con leche y lo dejó hablar.

—Cuando encontré la nota entre los papeles, supe que iba a arrancarte la cabeza. Pregunté a qué hora tenías la entrevista con él y concerté cita antes. Le confesé que lo había escrito yo y traté de hacerle creer que había escrito también tu parte, pero eso ya no se lo creyó.

—¿Hiciste todo eso por mí?

Paul sonrió y flexionó los brazos en broma.

—Trataba de ser tu escudo humano. Pensé que si se desahogaba conmigo, ya no le quedarían ganas de gritarte a ti. —La miró fijamente—. Pero no funcionó, ¿verdad?

Ella lo miró con agradecimiento.

—Nadie había hecho algo así por mí. Te debo una.

—No tiene importancia. Ojalá hubiera descargado su mal humor conmigo. ¿Qué te dijo?

Julia fingió estar muy interesada en la taza y no haber oído la pregunta.

—Vaya. ¿Tan mal fue? —preguntó Paul, frotándose la barbilla—. Bueno, al menos ahora parece que ya se le haya olvidado. Durante el último seminario ha estado educado.

A Julia se le escapó la risa.

—Sí, aunque no me ha dejado abrir la boca, ni siquiera cuando levantaba la mano. Estaba demasiado ocupado dejando que Christa Peterson respondiera a todas las preguntas.

Paul la miró con curiosidad.

—No te preocupes por ella. Tiene problemas con Tomlinson por un asunto relacionado con su proyecto. No le gusta cómo lo está enfocando. Él mismo me lo dijo.

—Eso es horrible. ¿Lo sabe Christa?

Paul se encogió de hombros.

—Debería saberlo, pero ¿quién sabe? Está tan obcecada en seducirlo, que su trabajo se está resintiendo. Es una vergüenza.

Julia tomó nota de esa información y la guardó en su memoria para usarla cuando la necesitara. Se echó hacia atrás en el sillón, se relajó y disfrutó del resto de la tarde con Paul, que estuvo encantador, amable y consiguió que se alegrara de haber ido a Toronto. A las cinco en punto, el estómago empezó a hacerle ruido y ella se lo agarró con ambas manos, avergonzada.

Paul se echó a reír. Julia era un encanto de criatura. Hasta cuando le sonaba el estómago era graciosa.

—¿Te gusta la comida tailandesa?

—Oh, sí. Había un sitio en Filadelfia al que iba muy a menudo con... —Se interrumpió antes de decir su nombre en voz alta.

El tailandés era el sitio adónde iba siempre con él. Se preguntó si seguiría yendo allí con la otra. Si se sentarían a su antigua mesa, riéndose de ella.

Paul carraspeó para devolverla a la realidad.

—Lo siento. —Julia agachó la cabeza y empezó a rebuscar en la mochila, sin un propósito en particular.

—Hay un tailandés genial en esta misma calle. Está a varias manzanas de aquí, así que habrá que caminar un poco, pero la comida es francamente buena. Si no tienes otros planes, deja que te invite a cenar.

Sólo se le notaba que estaba nervioso por el modo de mover el pie. Al mirarlo a los ojos, cálidos y oscuros, Julia pensó que la amabilidad era mucho más importante en la vida que la pasión y aceptó su invitación sin pensarlo más.

Él sonrió encantado y, levantando la mochila de ella del suelo, se la colgó del hombro sin ningún esfuerzo.

—Esta carga es demasiado pesada para ti —le dijo, mirándola a los ojos y eligiendo cada palabra cuidadosamente—. Deja que yo la lleve un rato.

Julia sonrió mirando al suelo y lo siguió fuera.


Tomlinson volvía a casa andando. Era un paseo, pero cuando hacía mal tiempo o cuando iba a salir después de clase, prefería llevar el coche.

Mientras caminaba, pensaba en la conferencia que iba a dar en la universidad sobre la lujuria en la obra de Dante. La lujuria era un pecado sobre el que reflexionaba a menudo y con mucho placer. De hecho, pensar en ese apetito y en las mil maneras de satisfacerlo era muy tentador. Tuvo que cerrarse la gabardina para que la levemente espectacular visión de su bragueta no atrajera miradas indeseadas.

En ese momento la vio. Se detuvo para mirar a la belleza de cabello oscuro que caminaba por la otra acera.

«Calamity Julianne.»

Pero no estaba sola. Paul caminaba a su lado, llevando su abominación de mochila. Charlaban y reían y se los veía muy cómodos. Y, lo que era peor, iban peligrosamente juntos.

«¿Así que le llevas los libros? Muy adolescente por tu parte, Paul.»

Se fijó en que las manos de la pareja se rozaban al caminar y que su contacto provocaba una sonrisa en la señorita Mitchell. Él gruñó al verlo, mostrando los dientes.

«¿Qué demonios ha sido eso?», se preguntó.

Se detuvo un momento para calmarse y reflexionar. Apoyándose en el escaparate de una tienda de Louis Vuitton, trató de poner en orden sus ideas. Era un ser racional. Llevaba ropa que cubría su desnudez, conducía un coche y comía con servilleta, cuchillo y tenedor. Tenía un empleo bien remunerado que requería habilidad y agudeza intelectual. Controlaba sus instintos sexuales mediantes varios sistemas, todos ellos civilizados, y nunca se acostaría con una mujer en contra de la voluntad de ésta.

Sin embargo, al ver a la señorita Mitchell con Paul, se había dado cuenta de que también era un animal. Un ser primitivo. Salvaje. Su instinto le había gritado que se acercara a ellos, la arrancara de los brazos de Paul y se la llevara a rastras. Quería besarla hasta dejarla sin sentido, desplazar los labios hasta su cuello y reclamarla como su única pareja.

«¿Qué coño?»

Se asustó ante el rumbo que estaban tomando sus pensamientos. Aparte de en un idiota y un gilipollas pomposo, se estaba convirtiendo en un neandertal. Ya sólo le faltaba apoyarse en los nudillos para caminar y empezar a jadear. ¿Qué mosca le había picado? No tenía ningún derecho a sentirse el dueño de una jovencita a la que acababa de conocer y que, por cierto, lo odiaba. Ah y que además era alumna suya.

Tenía que irse a casa, tumbarse y respirar hondo hasta calmarse de una jodida vez. Luego iba a necesitar algo más fuerte. Mientras seguía caminando, alejándose en contra de su voluntad de la joven pareja, se sacó el iPhone del bolsillo y apretó unos cuantos botones.

Una mujer respondió al tercer timbrazo.

—¿Hola?

—Hola, soy yo. ¿Podemos vernos esta noche?


El miércoles siguiente, Julia salía del departamento tras el seminario de Tomlinson, cuando oyó una voz familiar a su espalda.

—¿Julia? Julia Mitchell, ¿eres tú?

Se volvió en redondo y una joven la abrazó con tanta fuerza que pensó que la iba a ahogar.

—Rachel —logró decir, mientras luchaba por respirar.

La chica, rubia y delgada, gritó de alegría y volvió a abrazarla.

—Te he echado mucho de menos. No puedo creer que llevemos tanto tiempo sin vernos. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Rachel, lo siento mucho. Siento lo de tu madre y... todo lo demás.

Las dos amigas guardaron silencio mientras se abrazaban durante un buen rato.

—Siento haberme perdido el funeral —añadió Julia, secándose las lágrimas—. ¿Cómo está tu padre?

—Se siente perdido sin ella. Todos lo estamos. Ha pedido permiso en la universidad para ausentarse temporalmente mientras se recupera. Yo también estoy de baja, pero tenía que salir de allí. ¿Por qué no me dijiste que estabas aquí? —le reprochó Rachel, con los ojos llenos de lágrimas.

Julia apartó la mirada de su amiga para dirigirla hacia el profesor Tomlinson, que acababa de abandonar el edificio y la estaba mirando, boqueando como un pez fuera del agua.

—No estaba segura de que fuera a quedarme. Las dos primeras semanas fueron... bueno, duras.

Rachel, que era muy inteligente, captó la extraña energía conflictiva que circulaba entre su hermano adoptivo, parado junto a ellas, y su mejor amiga, pero pensó que por el momento sería mejor obviarla.

—Le he dicho a Louis que esta noche le prepararé la cena. Ven a cenar con nosotros.

Julia abrió mucho los ojos. Parecía asustada.  Louis carraspeó.

—Rachel, estoy seguro de que la señorita Mitchell tiene otros planes.

Julia captó el mensaje que él le estaba enviando y asintió, obediente.

Pero Rachel se volvió hacia su hermano.

—¿La señorita Mitchell? Julia era mi mejor amiga en el instituto. Somos amigas desde entonces. ¿No lo sabías? —Escudriñó los ojos de su hermano y no encontró en ellos ni rastro de reconocimiento—. Oh, me había olvidado de que no habíais coincidido. No importa. Tu actitud es exagerada. Hazme el favor de sacarte el palo del culo.

Al volverse hacia Julia, Rachel vio que acababa de tragarse la lengua. O eso parecía, porque se había puesto azul y estaba tosiendo.

—Será mejor que nos veamos otro día, a la hora de comer. Seguro que el profesor... que tu hermano querrá estar a solas contigo esta noche.

Julia trató de sonreír, lo que no era fácil, con Tomlinson fulminándola con la mirada por encima de la cabeza de Rachel. Ésta entornó los ojos.

—Es Louis, Julia. ¿Qué demonios os pasa a los dos?

—Es mi alumna, Rachel. Hay reglas al respecto. —El tono de voz de él era cada vez más frío y agresivo.

—Es mi amiga, Louis. ¡Que les den a las reglas! —Miró a uno y a otra. Vio que Julia se estaba contemplando los zapatos y que su hermano tenía el cejo fruncido—. ¿Alguien podría explicarme qué está pasando aquí?

Al ver que ninguno de los dos respondía, se cruzó de brazos y entornó los ojos aún más. Al recordar el comentario de su amiga sobre la dureza de las dos primeras semanas de curso, llegó a una conclusión.

—Louis William Tomlinson, ¿te has estado comportando como un idiota con Julia?

A ésta casi se le escapó la risa y Louis se enfurruñó todavía más. A pesar del silencio, la reacción de ambos le indicó a Rachel que sus sospechas eran fundadas.

—Bueno, pues no tengo tiempo para estas tonterías. Vais a tener que daros un beso y hacer las paces. Sólo voy a estar aquí una semana y quiero pasar todo el tiempo posible con los dos.

Y cogiéndolos del brazo, los arrastró hacia el Jaguar.  

Rachel Clark no se parecía en nada a su hermano adoptivo. Trabajaba como ayudante en la secretaría de prensa del alcalde de Filadelfia. Sonaba importante, pero no lo era. De hecho, se pasaba casi toda la jornada revisando los periódicos locales en busca de noticias que mencionaran al alcalde, o haciendo fotocopias de los comunicados de prensa. En el mejor de los casos, se le permitía actualizar el blog de la alcaldía.

Rachel era esbelta, de rasgos delicados y pelo liso, que llevaba largo. Tenía los ojos grises y muchas pecas. Era muy espontánea, lo que muchas veces sacaba de quicio al introvertido de su hermano, que era bastante mayor que ella.

Louis mantuvo la boca cerrada durante el trayecto hasta su piso, mientras las dos jóvenes charlaban en el asiento de atrás, riendo y poniéndose al día como un par de adolescentes. No tenía ningunas ganas de pasar la velada con ellas, pero sabía que su hermana lo estaba pasando mal y no quería ponerle las cosas más difíciles.

Pronto, el trío, compuesto por dos personas felices y otra no tanto, subía en el ascensor del edificio Manulife, un impresionante rascacielos de lujo en la calle Bloor. Al salir del ascensor en la última planta, Julia se fijó en que sólo había cuatro puertas en cada rellano.

«¡Vaya! Estos pisos tienen que ser enormes.»

Cuando entraron detrás de Louis y cruzaron el vestíbulo hasta una grandiosa y diáfana sala de estar, Julia entendió por qué la sensibilidad de El Profesor se había sentido herida en su estudio. Su espacioso piso tenía cristaleras que iban del suelo al techo, cubiertas por unas impresionantes cortinas de seda de un tono de azul pálido como el hielo. Desde los ventanales se veía el lado sur de la torre CN y el lago Ontario. Los suelos eran de madera noble, oscura, adornados con alguna alfombra persa, y las paredes estaban pintadas de color visón claro.

Los muebles del salón parecían sacados del catálogo de Restoration Hardware. Destacaba un gran sofá de cuero color chocolate con remaches, con dos butacas a juego. Delante de la chimenea vio una otomana y otra butaca de terciopelo rojo de respaldo alto.

Julia se quedó mirando la butaca y la otomana con envidia. Era el lugar perfecto donde pasar una tarde lluviosa, tomándose una taza de té y leyendo su libro favorito. No ella, desde luego.

La chimenea funcionaba a gas y encima, en vez de un cuadro, Louis había colgado un televisor de plasma de pantalla plana. En la sala había varias obras de arte, pinturas al óleo en las paredes y alguna figura sobre el mobiliario. Tenía piezas de vidrio romano y de cerámica griega que podrían estar en un museo y reproducciones de esculturas famosas, como la Venus de Milo o Apolo y Dafne de Bernini. La verdad era que allí había muchas esculturas, todas ellas de desnudos femeninos.

Lo que no tenía eran fotografías personales. A Julia le extrañó mucho ver que tenía fotografías en blanco y negro de París, Roma, Londres, Florencia, Venecia y Oxford, pero ninguna de los Clark, ni siquiera de Grace.

En la habitación de al lado, cerca de una mesa de comedor grande y formal, había un bufet de ébano que Julia contempló con admiración. Encima, se veía un gran jarrón de cristal, una bandeja de plata labrada con varias licoreras llenas de bebidas ambarinas, una cubitera y copas de cristal anticuadas. Unas pinzas de plata completaban la estampa. Estaban colocadas pulcramente sobre un montón de pequeñas servilletas de tela blanca con las iniciales L. W. T. bordadas.

Resumiendo, el piso del profesor Tomlinson era estéticamente agradable, decorado con muy buen gusto, claramente masculino y muy, muy frío. Julia se preguntó si alguna vez llevaría mujeres a aquel lugar tan poco acogedor, aunque trató de no imaginarse lo que haría con ellas una vez allí. Tal vez tendría una habitación específica para esos asuntos, para que nadie ensuciara sus preciadas posesiones. Al pasar una mano sobre el gélido granito negro de la encimera de la cocina, se estremeció.

Rachel precalentó el horno y se lavó las manos.

— Louis, ¿por qué no le enseñas a Julia la casa mientras yo empiezo a preparar la cena?

Ella se abrazó a la mochila. No se atrevía a dejar un objeto tan ofensivo en ninguno de los muebles, pero Louis se la arrancó de las manos y la dejó en el suelo, bajo una mesita. Julia le dedicó una sonrisa de agradecimiento y él se sorprendió a sí mismo devolviéndosela.

No quería enseñarle la casa a la señorita Mitchell. Sobre todo, no quería que viera su dormitorio, ni las fotos en blanco y negro que adornaban las paredes. Pero sabía que con Rachel allí no iba a librarse tan fácilmente. Al menos tendría que enseñarle las habitaciones de invitados.

Así pues, poco después se encontraban en su estudio. Había sido un dormitorio de invitados, pero lo había convertido en una cómoda biblioteca, con estanterías de madera oscura que iban del suelo al techo.

Julia se quedó contemplando los libros con la boca abierta. Había volúmenes nuevos y otros muy antiguos. Casi todos eran ejemplares de tapa dura. Vio títulos en latín, italiano, francés, inglés y alemán. La habitación, como el resto de la vivienda, era muy masculina. Las mismas cortinas color azul hielo, el mismo suelo de madera oscura, con una alfombra persa en el centro.

Louis se puso tras el gran escritorio de roble.

—¿Te gusta? —la tuteó. Sabía que Rachel no iba a permitir que le hablara de usted.

—Mucho —respondió ella—. Es preciosa.

Alargó la mano para acariciar la butaca de terciopelo rojo, era igual que la que había admirado antes en el salón, pero se detuvo justo a tiempo. A El Profesor no le gustaría que la tocara. Probablemente la reprendería por ensuciarla con sus dedos mugrientos.

—Es mi butaca favorita. Es muy cómoda. ¿Quieres probarla?

Julia sonrió como si acabara de darle un regalo y se sentó en ella con las piernas dobladas, enroscándose como un gato.

Louis juraría que la había oído ronronear. Sonrió al verla. Lo hizo sentirse relajado y casi feliz. En un impulso, decidió enseñarle uno de sus tesoros más preciados.

—Ven, te enseñaré una cosa —le dijo, con un gesto de la mano.

Ella se levantó en seguida y se quedó esperando al otro lado del escritorio.

Louis abrió un cajón y sacó dos pares de guantes blancos de algodón.

—Póntelos —le dijo, dándole un par.

Sin decir nada, ella imitó sus movimientos.

—Ésta es una de mis posesiones más valiosas —le explicó él, sacando una caja de madera de un cajón que acababa de abrir con llave.

Cuando dejó la caja sobre el escritorio, a Julia le entró miedo.

«¿Qué habrá dentro? ¿Una cabeza reducida? ¿Tal vez la cabeza reducida de una antigua alumna?»

Pero no. El profesor abrió la caja y sacó lo que parecía un libro. Al abrirlo, Julia vio que se trataba de una serie de sobres de papel unidos, formando un acordeón. Estaban etiquetados en italiano. Rebuscó entre los sobres cuidadosamente hasta encontrar el que buscaba y entonces sacó algo de dentro, que sostuvo reverentemente sobre las palmas.

Al ver de qué se trataba, Julia ahogó una exclamación.

Louis sonrió orgulloso.

—¿Lo reconoces?

—¡Por supuesto! Pero... ¡no puede ser el original!

Él se echó a reír.

—Por desgracia, no. Eso no está al alcance de mi modesta fortuna. Los originales son del siglo XV. Éstas son reproducciones del XVI.

Tenía en su mano una copia de la famosa ilustración de Dante y Beatriz y el cielo de las estrellas fijas del Paraíso. El original había sido realizado por Sandro Botticelli con pluma y tinta. Era una ilustración de unos cuarenta por cincuenta centímetros. Aunque el pintor sólo había utilizado tinta, el nivel de detalle era asombroso.

—¿De dónde lo has sacado? No sabía que existieran copias.

—Pues las hay. Además, probablemente fueron hechas por un alumno de Botticelli. Y lo mejor de todo: está completo. Botticelli realizó cien ilustraciones para La Divina Comedia, pero sólo se conservan noventa y dos. En cambio, mi juego de copias está completo.

Julia abrió mucho los ojos, que le brillaban emocionados.

—¿Me tomas el pelo?

Louis se echó a reír.

—No.

—Fui a ver los originales cuando los expusieron en la galería de los Uffizi, en Florencia. El Vaticano tiene ocho, si no me equivoco, y el resto pertenecen a un museo de Berlín —dijo Julia.

—Exacto. Pensé que sabrías apreciarlos.

—Pero nunca he visto los ocho que faltan.

—Casi nadie los ha visto. Deja que te los enseñe.

El tiempo pasó volando mientras él le mostraba sus tesoros. Ella los estuvo admirando en silencio hasta que les llegó la voz de Rachel desde el vestíbulo.

— Louis, ¿quieres servirle una copa a Julia y dejar de aburrirla con tus antiguallas?

Él puso los ojos en blanco y Julia se echó a reír.

—¿De dónde las sacaste? ¿No deberían estar en un museo? —preguntó mientras lo miraba guardar las ilustraciones en sus respectivos sobres.

Louis apretó los labios.

—No están en un museo porque me niego a desprenderme de ellas. Nadie sabe que las tengo. Sólo mi abogado y mi agente de seguros. Y ahora tú.

Luego apretó los dientes, como dando el tema por zanjado, por lo que Julia no insistió.

Lo más probable era que las ilustraciones hubieran sido robadas de algún museo y que él las hubiera comprado en el mercado negro. Eso explicaría su reticencia a darlas a conocer. Julia se estremeció al darse cuenta de que había visto algo que menos de media docena de personas habían visto. Eran tan hermosas que cortaban la respiración. Obras de arte.

—¿ Louis? —insistió Rachel desde la puerta.

—Vale, vale. ¿Qué quiere beber, señorita Mitchell? —le preguntó él, saliendo del estudio y dirigiéndose al botellero climatizado que tenía en la cocina.

—¡ Louis!

—Perdón. ¿Julianne?

Ella se sobresaltó al oír su nombre completo en su boca.

Al notar la extraña reacción de su amiga, Rachel desapareció en un pequeño anexo que servía como despensa.

—Cualquier cosa estará bien, profe... Louis —respondió Julia, cerrando los ojos para disfrutar del placer de poder decir por fin su nombre en voz alta. Luego se sentó en uno de los elegantes taburetes de la barra de desayuno.

Él se decidió por una botella de chianti y la dejó sobre la encimera.

—La dejaré fuera un rato para que se ponga a temperatura ambiente —dijo, sin dirigirse a nadie en particular.

Y, tras excusarse, desapareció, probablemente para cambiarse de ropa y ponerse más cómodo.

—Julia —susurró Rachel, dejando un montón de verduras a un lado del fregadero doble—.¿Puede saberse qué pasa entre Louis y tú?

—Vas a tener que preguntárselo a él.

—No te preocupes, pienso hacerlo. Pero ¿por qué se comporta de un modo tan raro? ¿Y por qué no le dijiste quién eras?

—Pensé que me reconocería —admitió ella, que parecía a punto de echarse a llorar—, pero no me recuerda —añadió, con voz temblorosa y la mirada fija en su regazo.

Rachel, sorprendida tanto por sus palabras como por su respuesta tan emocional, se acercó para abrazarla.

—No te preocupes. Ahora estoy yo aquí y me ocuparé de él. En algún lugar, debajo de la ropa, tiene corazón. Se lo vi una vez. Pero ahora ayúdame a limpiar las verduras. El cordero ya está en el horno.

Cuando Louis regresó, abrió el vino sonriendo para sus adentros. Iba a pasar un buen rato. Sabía qué aspecto tenía Julianne cuando probaba el vino e iba a tener una sesión privada de su erótica representación de la otra noche. Sintió un tirón involuntario en alguna parte de su cuerpo y deseó haber colocado alguna cámara secreta de vídeo en el apartamento. No creía que fuera buena idea sacar la máquina y empezar a hacerle fotos.

Le mostró la botella, satisfecho al ver la expresión de aprobación que le iluminó la cara al leer la etiqueta. Había comprado una botella de esa cosecha de la Toscana y habría sido una lástima malgastarla en alguien que no supiera apreciarla. Le sirvió un poco de vino en la copa y se echó hacia atrás, observándola y esforzándose para no sonreír.

Igual que la otra vez, Julia hizo girar el líquido lentamente y lo examinó a la luz halógena. Cerró los ojos y aspiró su aroma. Luego acercó sus tentadores labios al borde de la copa y probó el vino con delectación, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de bebérselo.

Louis suspiró mientras miraba cómo el chianti viajaba por su larga y elegante garganta.

Cuando abrió los ojos, Julia se encontró a Louis tambaleándose ligeramente delante de ella. Sus ojos azules se habían oscurecido y tenía la respiración alterada. La parte delantera de sus pantalones gris marengo... Julia frunció el cejo.

—¿Te encuentras bien?

Pasándose una mano por la cara, él se obligó a calmarse.

—Sí, lo siento. —Tras llenarle la copa, se sirvió también y empezó a disfrutar del vino, sin dejar de mirarla por encima del borde de cristal.

—Debes de estar muerto de hambre, Louis —comentó Rachel por encima del hombro, mientras removía la salsa que estaba preparando—. Y sé que te conviertes en una bestia salvaje cuando tienes hambre.

—¿Qué vamos a tomar con el cordero? —preguntó él, observando a Julia como si fuera un halcón, mientras ella se llevaba la copa a los labios una vez más.

Rachel dejó una caja sobre la barra.

—¡Cuscús!

Julia se atragantó y escupió de golpe todo el vino que tenía en la boca, empapando a Louis y su camisa blanca. Al ver lo que había hecho, se asustó y soltó la copa, que se rompió en mil pedazos al chocar contra la base del taburete, manchándola a ella y manchando el suelo de madera noble.

Louis se limpió la cara y la camisa mientras maldecía en voz alta. Muy alta. Julia se bajó del taburete, se arrodilló y empezó a recoger los trozos de cristal roto.

—Déjalo —dijo él suavemente, mirándola desde el otro lado de la barra.

Pero ella siguió recogiendo, con lágrimas en los ojos.



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El INFIERNO de LOUIS      [HOT]  (Louis Tomlinson) [TERMINADA] - Página 4 Empty Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]

Mensaje por karencita__mb Sáb 18 Ene 2014, 12:43 pm




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MARATÓN 2/3

—¡Que lo dejes! —repitió él más fuerte, rodeando la barra.

Julia se pasó los trozos de cristal de una mano a otra y siguió con su tarea. Parecía un cachorro arrastrándose patéticamente por el suelo con una pata herida.

—¡Para! ¡Por el amor de Dios, mujer, para! Te vas a cortar. — Louis se alzaba ante ella amenazadoramente y su enfado descendía desde las alturas como la ira de Dios.

Agarrándola por los hombros, la levantó y la obligó a soltar los trozos de cristal en un cuenco que había sobre la barra, antes de conducirla hasta el cuarto de baño de invitados.

—Siéntate —le ordenó.

Ella se sentó en la taza del váter y sollozó en silencio.

—Enséñame las manos.

Entre las manchas de vino, Louis distinguió algunas gotas de sangre y alguna esquirla de cristal clavada en la palma. Maldijo varias veces negando con la cabeza mientras abría el botiquín.

—No se te da muy bien escuchar, ¿no?

Julia parpadeó, lamentando no poder secarse las lágrimas de las mejillas con las manos.

—Y tampoco obedecer —añadió, mirando por encima del hombro.  Lo que vio lo hizo detenerse en seco.

Si más tarde alguien le hubiera preguntado por qué lo hizo, se habría encogido de hombros y no habría sabido qué responder. Pero cuando se detuvo y miró con atención a la criatura allí encogida, llorando, sintió algo. Algo que no era irritación, ni enfado, ni culpa ni lujuria. Sintió compasión. Y se arrepintió de haberla hecho llorar.

Inclinándose hacia ella, le secó las lágrimas con los dedos con delicadeza. En cuanto la rozó, notó un estremecimiento y la sensación de que su piel le resultaba familiar. Cuando le hubo secado las lágrimas, le sujetó la cara entre las manos y se la levantó hacia él. Pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó rápidamente y empezó a limpiarle las heridas.

—Gracias —murmuró Julia, agradeciéndole el cuidado con que estaba retirando los trocitos de cristal. Usaba unas pinzas y no dejaba ni un milímetro de piel sin examinar.

—No se merecen.

Cuando se dio por satisfecho con el resultado, echó yodo en una borra de algodón.

—Esto te va a doler un poco.

Vio que ella se preparaba y se encogió por dentro. No le apetecía nada hacerle daño. Era tan suave y frágil. Tardó un minuto y medio en armarse de valor para aplicarle el desinfectante en los cortes. Durante todo ese tiempo, Julia permaneció inmóvil, mirándolo con los ojos muy abiertos y mordiéndose el labio, esperando a que se decidiera de una vez.

—Ya está —dijo él malhumorado, limpiándole los últimos restos de sangre—. Curada.

—Siento haber roto la copa. Sé que era de cristal.

Su suave voz interrumpió sus pensamientos mientras guardaba las cosas en el botiquín.

Él hizo un gesto con la mano, quitándole importancia.

—Tengo varias docenas. Hay una tienda debajo de casa donde las venden. Si necesito otra, la iré a buscar.

—Me gustaría reponerla.

—No podrías permitírtelo.

Las palabras salieron de su boca antes de darse cuenta de lo que estaba diciendo. Al ver que Julia se ruborizaba y luego palidecía, se horrorizó. Había vuelto a agachar la cabeza, por supuesto, y se estaba mordiendo la mejilla.

—Señorita Mitchell, nunca se me ocurriría cobrarle la copa. Va en contra de todas las leyes de la hospitalidad.

«Y eso sería intolerable», pensó ella con ironía.

—Pero también te he manchado la camisa. Deja que pague la tintorería al menos.

Louis bajó la vista hacia su preciosa, pero obviamente estropeada camisa y maldijo en silencio. Le gustaba aquella camisa. Paulina se la había traído de Londres. La mancha de la saliva de Julia mezclada con el chianti no iba a desaparecer nunca.

—Tengo varias camisas iguales —mintió—. Además, seguro que la mancha saldrá fácilmente. Rachel me ayudará.

Julia se mordió el labio inferior una vez más.

Louis sintió que le daba vueltas la cabeza, pero sus labios eran tan rojos y tentadores que no pudo apartar la vista. Era una sensación comparable a estar presenciando un accidente de coche desde la cubierta de un barco.

Inclinándose hacia ella, le dio unas palmaditas en el dorso de la mano.

—Los accidentes son inevitables. No son culpa de nadie —dijo para tranquilizarla.

Julia dejó de morderse el labio y lo recompensó con una sonrisa.

«La amabilidad la hace florecer. Es como una rosa que abre los pétalos.»

—¿Se encuentra bien? —preguntó Rachel a su espalda.

Louis retiró la mano apresuradamente y suspiró.

—Sí, aunque me temo que Julianne odia el cuscús.

Y, tras decirlo, le guiñó un ojo a Julia y disfrutó viendo cómo el rubor se extendía desde sus mejillas por su piel de porcelana. En verdad era un ángel de ojos castaños.

—No pasa nada. Prepararé arroz pilaf —dijo Rachel, que salió del cuarto de baño seguida por Louis.

Julia se quedó donde estaba, tratando de impedir que el corazón se le saliera del pecho.

Mientras Rachel guardaba el cuscús en la nevera, Louis fue a cambiarse al dormitorio. Se quitó la camisa manchada y, muy a su pesar, la tiró a la basura. Al volver a la cocina, acabó de recoger los cristales y el vino del suelo.

—Hay un par de cosas que deberías saber sobre Julia —dijo

Rachel por encima del hombro.

Él echó los trozos de cristal a la basura.

—Preferiría no oírlas.

—Pero ¡por favor! ¿Qué te pasa? Es mi amiga.

—Pero también es mi alumna. No debería saber nada de su vida privada. Que sea tu amiga ya resulta bastante problemático.

Su hemana irguió la espalda y negó con la cabeza. Sus ojos grises se oscurecieron al decirle:

—¿Sabes qué?, no me importa. La quiero mucho y mamá también la quería. Será mejor que lo recuerdes la próxima vez que sientas tentaciones de gritarle.

Al cabo de unos momentos, continuó:

—Lo ha pasado muy mal, idiota. Por eso se ha mantenido a distancia este año. Y ahora que por fin empieza a salir de su caparazón, un caparazón que yo pensaba que no abandonaría nunca, tú con tu arrogancia y tu condescendencia la empujas a volver a ocultarse. Así que deja de actuar como un estirado inglés y trátala como se merece. No eres ni el señor Rochester, ni el señor Darcy ni  Heathcliff, por el amor de Dios. ¡Compórtate o volveré a Canadá y te meteré un taco por el culo!

Louis enderezó la espalda y la fulminó con la mirada.

—Espero que te refieras a una tortilla de maíz.

Rachel no se amilanó. De hecho, se irguió aún más. Tenía un aspecto casi amenazador.

—De acuerdo —se rindió él.

—Bien. Por otra parte, me cuesta creer que no reconocieras su nombre después de la cantidad de veces que te he hablado de lo mucho que le gusta Dante. ¿A cuántas entusiastas de Dante de Selinsgrove conoces?

Louis se inclinó hacia su hermana y le dio un beso en la frente enfurruñada.

—No seas tan dura conmigo, Rach. Trato de no pensar en nada relacionado con Selinsgrove si puedo evitarlo.

El enfado de ella desapareció al oírlo.

—Lo sé —dijo, abrazándolo con fuerza.


Unas cuantas horas y otra botella de chianti más tarde, Julia se dispuso a irse.

—Gracias por la cena. Tendría que volver a casa.

—Te llevaremos —dijo Rachel, levantándose para ir a buscar los abrigos.

Louis frunció el cejo, pero siguió a su hermana.

—No hace falta. No está lejos, puedo ir andando —dijo Julia desde la cocina.

—Ni hablar. Es de noche y no me importa lo seguro que sea Toronto. Además, está lloviendo —replicó Rachel antes de empezar a discutir con su hermano.

Julia se alejó para no oír a Louis diciendo que no quería acompañarla. Pero los hermanos reaparecieron en seguida y los tres salieron al rellano. Cuando el ascensor estaba llegando, el móvil de Rachel empezó a sonar.

—Es Aaron —informó ella, abrazando a su amiga para despedirse—. Llevo todo el día intentando hablar con él, pero ha estado de reuniones. No te preocupes, hermano mayor, tengo llave.  

Y volvió a entrar en el piso, dejando a una incómoda Julia con un Louis enfurruñado en el ascensor.

—¿Pensabas contarme quién eras alguna vez? —preguntó él en tono ligeramente acusatorio.

Ella negó con la cabeza y se abrazó con fuerza a su ridícula mochila.

Louis le echó un vistazo y decidió que aquella bolsa tenía los días contados. Si volvía a verla, perdería los nervios. Además, Paul la había tocado, lo que significaba que estaba contaminada. Julia iba a tener que tirarla.

La guió hasta su plaza de aparcamiento y ella se dirigió a la puerta del acompañante del Jaguar. Pero entonces Louis apretó el botón de un mando a distancia y un Range Rover que tenían al lado hizo un ruido agudo.

—Vamos a usar éste. La tracción en las cuatro ruedas es más segura cuando llueve. No me gusta usar el Jaguar con el suelo mojado si puedo evitarlo.

Ella trató de disimular su sorpresa al ver lo incómodo que parecía. Era como si se avergonzara de su riqueza. Cuando le abrió la puerta y la ayudó a subir, Julia se preguntó si habría notado la conexión entre ellos al tocarle el brazo.

Por supuesto, la había notado.

—Has dejado que me comportara como un auténtico imbécil —protestó él, frunciendo el cejo mientras salían del garaje.

«No has necesitado mi ayuda. Lo has hecho estupendamente tú solito.»

Las palabras no pronunciadas quedaron suspendidas entre ellos. Julia se preguntó si El Profesor sería capaz de leer la mente.

—Si lo hubiera sabido, te habría tratado de otra manera. Te habría tratado mejor.

—¿Ah, sí? ¿De verdad? ¿Y qué habrías hecho? ¿Hacerle pagar tu mal humor a otro alumno? En ese caso, me alegro de que no lo supieras.

Louis la miró con frialdad.

—Esto no cambia nada. Me alegro de que seas amiga de Rachel, pero sigues siendo mi alumna y hemos de mantener nuestra relación a un nivel profesional, señorita Mitchell. Será mejor que tengas cuidado con cómo te diriges a mí, ahora y en el futuro.

—Sí, profesor.

Louis buscó algún rastro de sarcasmo en su voz, pero no lo encontró. Tenía los hombros encorvados y la cabeza gacha. Su pequeña rosa se había marchitado. Y él era el único responsable.

«¿Tu pequeña rosa? ¡Maldita sea, Tomlinson! ¿En qué estás pensando?»

—Rachel está muy contenta de tenerte aquí. ¿Sabías que estuvo prometida?

—¿Estuvo? ¿Ya no lo está?

—Aaron Webster le pidió que se casara con él y ella aceptó, pero eso fue antes de que Grace... — Louis respiró hondo—. A Rachel no le apetece preparar la boda ahora y canceló el compromiso. Por eso está aquí.

—Oh, no, lo siento mucho. Pobre Rachel. —Julia suspiró—. Y pobre Aaron. Yo lo apreciaba mucho.

Louis frunció el cejo.

—Aún están juntos. Aaron la quiere, es obvio, y entiende que Rachel necesita tiempo. Cuando las cosas se ponían feas en casa, ella siempre venía a verme para escapar de las peleas. Lo que no deja de ser curioso, porque yo era la oveja negra y Rachel la favorita.

Julia asintió como si lo comprendiera.

—Tengo un problema de carácter, señorita Mitchell. Me cuesta controlar la ira. Cuando pierdo el control, puedo ser muy destructivo.

Ella abrió mucho los ojos ante su confesión y separó los labios como si fuera a hablar, pero no dijo nada.

—Sería... desaconsejable que perdiera los papeles cerca de alguien como tú. Sería muy doloroso para ambos —siguió diciendo él.

Sus palabras sonaban tan sinceras y aterradoras que a Julia se le quedaron grabadas a fuego.

—La ira es uno de los siete pecados capitales —comentó, volviendo la cabeza para mirar por la ventanilla, tratando de calmar el ardor que sentía en el vientre.

Él se echó a reír con amargura.

—Curiosamente, poseo los siete. No te molestes en contarlos: orgullo, envidia, ira, pereza, avaricia, gula, lujuria.

Ella alzó una ceja, pero no se volvió a mirarlo.  —Lo dudo.

—No espero que lo entiendas. Tú sólo eres un imán para los percances, señorita Mitchell, pero yo soy un imán para el pecado.

Esta vez sí se volvió hacia él, que le dedicó una mirada resignada; ella respondió con otra compasiva.

—El pecado no se siente atraído por un ser humano en concreto, profesor. Es más bien al revés.

—No según mi experiencia. A mí el pecado me encuentra siempre, aunque no lo busque. Eso sí, reconozco que no se me da bien resistirme a la tentación. —La miró brevemente a los ojos antes de volver a fijarse en la conducción—. Tu amistad con Rachel explica por qué enviaste gardenias. Y cómo firmaste la tarjeta como lo hiciste.

—Siento lo de Grace. Yo también la quería.

Louis la miró de nuevo. En los ojos de Julia, grandes y amables, vio indicios de tristeza y de una pérdida irreparable.

—Sí, ahora me doy cuenta.

—¿Tienes radio por satélite? —preguntó ella, cuando él encendió el aparato y apretó uno de los botones de presintonización.

—Sí, suelo escuchar alguna emisora de las que ponen jazz, pero depende de mi estado de ánimo.

Julia alargó la mano hacia la radio, pero la retiró sin atreverse a tocarla.

Louis sonrió al darse cuenta. Recordó cómo había ronroneado cuando le dio permiso para sentarse en su butaca favorita. Quería volver a oírla de nuevo.

—Adelante. Elige lo que quieras.

Julia fue tocando botones, sonriendo al comprobar qué emisoras había presintonizado él. No le extrañó encontrar la CBS francesa ni las noticias de la BBC, pero sí la sorprendió una llamada Nine Inch Nails.

—¿Hay una emisora que sólo emite sus canciones? —preguntó ella, incrédula.

—Sí —respondió Louis, revolviéndose inquieto en el asiento, como si hubiera descubierto un secreto embarazoso.

—¿Y te gustan?

—Según de qué humor estoy.

Julia apretó el botón de una de las emisoras de jazz.

Louis presintió más que vio su visceral rechazo. No lo entendió, pero pensó que sería mejor no insistir en ello.

Julia odiaba a los Nine Inch Nails. Si empezaban a sonar en la radio, cambiaba de emisora. Si en algún sitio ponían una canción suya, salía de la habitación, o del edificio si hacía falta. El sonido de su música, pero sobre todo la voz de Trent Reznor, la aterrorizaban, aunque nunca le había contado a nadie por qué.

La primera vez que los escuchó fue en un club, en Filadelfia. Había estado bailando con él, y él  se había estado restregando contra ella. Al principio no le dio importancia, porque ya estaba acostumbrada. Siempre lo hacía, pero cuando cambió la música y empezó a sonar aquella canción, Julia empezó a sentirse incómoda. Supuso que tendría algo que ver con la extraña secuencia de notas del principio, pero luego empeoró con aquella voz, la letra sobre follar como un animal y la mirada de él mientras apoyaba la frente en la suya y le susurraba aquellas palabras, que se le clavaron en el alma.

Fueran cuales fuesen las creencias religiosas de Julia y sus oraciones medio en broma a los dioses menores, en ese momento tuvo la certeza de estar oyendo la voz del diablo. Sintió que Lucifer la rodeaba con sus brazos y le susurraba aquellas palabras. Y se asustó mucho.

Julia se había separado de él bruscamente y se había refugiado en el lavabo de mujeres. Mientras miraba a la chica pálida y temblorosa que le devolvía la mirada desde el espejo, se preguntó qué demonios le había pasado. No sabía por qué él  le había hablado así, ni por qué había elegido ese preciso momento para hacerlo, pero estaba segura de que no se había tratado sólo de la letra de una canción. Ésta había sido un medio para confesarle sus intenciones y deseos más oscuros.

Julia no quería que la follaran como a un animal. Quería ser amada. Habría renegado del sexo para siempre si pensara que con ello lograría el tipo de amor del que se nutrían los poemas y los mitos. Ése era el tipo de sentimiento que deseaba desesperadamente, aunque en el fondo no se creía merecedora de él. Quería ser la musa de alguien. Quería ser venerada y adorada en cuerpo y alma. Quería ser la Beatriz de un Dante apuesto y noble y habitar con él para siempre en el Paraíso. Quería vivir una vida que rivalizara con la belleza de las ilustraciones de Botticelli.

Ésa era la causa de que, a los veintitrés años, Julia Mitchell siguiera siendo virgen y de que guardara en el cajón de la ropa interior la fotografía del hombre que había puesto el listón tan alto que ninguno de los que había habido después había podido alcanzarlo. Durante los últimos seis años, había dormido con su foto debajo de la almohada. Ningún otro hombre había estado nunca a su altura. Ningún otro había despertado en ella los sentimientos de amor y devoción que él le había inspirado. Su relación se basaba en una única noche, una noche que Julia revivía en sus recuerdos una y otra vez.



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El INFIERNO de LOUIS      [HOT]  (Louis Tomlinson) [TERMINADA] - Página 4 Empty Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]

Mensaje por karencita__mb Sáb 18 Ene 2014, 12:45 pm



Siete

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MARATÓN 3/3

Julia dejó la bicicleta cerca de casa de los Clark, un edificio grande y blanco, y se dirigió al porche. Nunca llamaba a la puerta antes de entrar, así que subió el escalón de un salto y abrió la puerta mosquitera. La escena que se encontró la dejó helada.

La mesa auxiliar del salón estaba hecha añicos y había manchas de sangre en la alfombra. Las sillas y los cojines estaban tirados por el suelo y Rachel y Aaron estaban abrazados en el sofá. Rachel estaba llorando.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Julia, con los ojos como platos.

— Louis —respondió Aaron.

—¿ Louis? ¿Está herido?

—¡Él está bien! —respondió Rachel, riendo histéricamente—. Hace menos de veinticuatro horas que está en casa y ya se ha peleado con mi padre a empujones, ha hecho llorar a mi madre dos veces y ha enviado a Scott al hospital.

Aaron, muy serio, siguió acariciando la espalda de su novia para tranquilizarla.

Julia ahogó un grito.

—¿Por qué?

—¿Quién sabe? Es imposible saber qué le pasa por la cabeza. Ha discutido con papá y cuando mamá se ha interpuesto entre ellos, la ha empujado. Scott le ha dicho que lo mataría si volvía a ponerle un dedo encima, y Louis le ha dado un puñetazo y le ha roto la nariz.

Julia bajó la vista hacia la mesita. Vio que había trozos de cristal clavados en la alfombra, junto a la sangre, restos de tazas de café rotas y galletas desmenuzadas.

—¿Y qué ha pasado aquí? —preguntó, señalando la macabra escena.

—Scott se ha caído sobre la mesa por culpa de un empujón de Louis. Papá y Scott están en el hospital. Mamá se ha encerrado en su habitación y yo voy a pasar la noche en casa de Aaron.

Dicho esto, Rachel se levantó y arrastró a su novio hacia la puerta de la calle.

Julia seguía inmóvil en el sitio.

—Tal vez debería ir a hablar con tu madre.

—No pienso quedarme aquí ni un minuto más. Mi familia está rota. —Con estas palabras, su amiga se marchó.

Julia se acercó a la escalera, pero entonces oyó un ruido que venía de la cocina, por lo que se dirigió a esa parte de la casa. La puerta trasera estaba abierta y vio que había alguien sentado en el porche, llevándose una botella de cerveza a los labios. Tenía una abundante mata de pelo castaño, que brillaba a la luz del atardecer. Lo reconoció por las fotos que tenía Rachel.

Sin pensarlo dos veces, salió de la casa y se sentó cerca de él, en una tumbona de jardín, abrazándose las rodillas y apoyando la barbilla en ellas.

Louis la ignoró.

Julia lo examinó a conciencia, grabándose su imagen a fuego en la memoria. En persona era todavía más guapo. Tenía los ojos azules inyectados en sangre, pero aun así resultaban impresionantes y contrastaban vivamente con sus cejas oscuras. Resiguió el ángulo de sus pómulos, de su nariz, noble y recta, y de su mandíbula cuadrada. Se fijó en la barba de dos o tres días que le oscurecía la piel y casi le ocultaba un hoyuelo. Finalmente, clavó la vista en sus labios, observando la forma y grosor del labio inferior antes de darse cuenta de los moratones.

Tenía sangre en la mano derecha y un cardenal en la mejilla izquierda. El puño de Scott lo había alcanzado, pero sorprendentemente, Louis no había perdido el conocimiento.

—Llegas tarde para la sesión de las seis. Ha acabado hace media hora.

Su voz era suave, casi tan agradable como sus rasgos. Por un instante, Julia pensó cómo sería oír esa voz pronunciando su nombre.

Se estremeció.

—Aquí hay una manta —le ofreció él, señalando una manta de lana a cuadros escoceses que tenía junto a la cadera. Sin levantar la vista, dio unos golpecitos a la prenda.

Julia lo miró con desconfianza. Cuando se convenció de que ya no era peligroso, se acercó y se sentó en un taburete, aunque todavía manteniendo cierta distancia. Se preguntó si sería rápido corriendo. Y luego se preguntó si ella podría correr más rápido si la persiguiera.

Louis le dio la manta.

—Gracias —murmuró Julia, cubriéndose los hombros con ella.

Lo miró de reojo. Era bastante alto y se lo veía encogido en la silla Adirondack de jardín. La cazadora de cuero negro hacía que sus hombros parecieran más anchos. La llevaba desabrochada y Julia vio la amplia extensión de sus pectorales cubiertos por la ceñida camiseta, de color negro, igual que los vaqueros. Tenía las piernas largas. Se dio cuenta de que estaba más alto y fuerte que en las antiguas fotos de su hermana.

Quería decir algo, pero no se atrevía. Quería preguntarle por qué había actuado de un modo tan violento con la familia más agradable que conocía. Pero era demasiado tímida y, además, estaba un poco asustada. Así que, en vez de eso, le preguntó si tenía un abridor.

Louis frunció el cejo, pero llevándose la mano al bolsillo trasero del pantalón, sacó uno y se lo ofreció.

Ella le dio las gracias y se quedó inmóvil. Él se volvió hacia la caja de cervezas medio vacía que tenía a la espalda, cogió una botella y se la ofreció.

—Permíteme —le dijo, sonriendo al mirarla por fin a la cara. Julia le devolvió el abridor y él destapó la cerveza con facilidad, brindando después haciendo entrechocar las botellas—. ¡Salud!

Ella bebió para no hacerle un feo, tratando de no atragantarse cuando aquella bebida con sabor a cebada le llegó a la boca. Sin darse cuenta, ronroneó.

—¿Habías probado la cerveza alguna vez? —le preguntó él sonriendo.

Julia negó con la cabeza.

Pues me alegro de haber sido el primero.

Ella se ruborizó y ocultó la cara bajo su mata de pelo color caoba.

—¿Qué haces aquí? — Louis la miraba con curiosidad.

Julia tardó unos segundos en responder, buscando una manera delicada de decirlo.

—Estaba invitada a cenar.
«Esperaba conocerte al fin.»

Él se echó a reír.

—Pues me temo que he estropeado la velada. Bien, señorita Ojos Castaños, añada eso a mi cuenta.

—¿Puedo preguntarte qué ha pasado? —Julia lo preguntó en voz muy baja, casi en un susurro, para que no se le notara el temblor.

—¿Puedo preguntarte por qué todavía no has salido corriendo? —contraatacó él, mirándola fijamente con sus ojos azules.

Ella volvió a agachar la cabeza. Esperaba que, si se mostraba sumisa, se le pasaría el enfado. Sabía que estar allí con Louis después de lo que había pasado era una tontería. Estaba borracho y, si se ponía violento, Julia no tenía a nadie cerca a quien pedir ayuda. Era un buen momento para marcharse.

Inesperadamente, él alargó el brazo y le apartó el pelo de la cara, colocándoselo detrás del hombro. Le acarició el cabello con los dedos durante unos momentos antes de soltárselo. Julia notó una especie de conexión entre los dedos de Louis y su pelo y volvió a ronronear con los ojos cerrados, olvidándose de lo que le había preguntado.

—Hueles a vainilla —comentó él, cambiando de postura para verla mejor.

—Es el shampoo.

Louis se acabó la cerveza y abrió otra inmediatamente, bebiendo un buen trago antes de volverse hacia Julia otra vez.

—No sé cómo ha pasado.

—Te quieren mucho. Se pasan el día hablando de ti.

—El hijo pródigo. O un demonio, tal vez. El demonio Louis —dijo, riendo amargamente antes de acabarse la nueva cerveza de un trago y abrir otra.

—Estaban tan contentos de que volvieras a casa... Por eso tu madre me invitó a cenar.

—No es mi madre. Y tal vez Grace te invitase porque sabía que necesitaba a un ángel de pelo castaño que velara por mí.

Se inclinó hacia ella y le apoyó la mano en la mejilla. Julia ahogó una exclamación. Levantó la vista, sorprendida por su contacto, y quedó prisionera de sus ojos azules, que también la estaban mirando con sorpresa. Louis, claramente ebrio, le acarició la mejilla ruborizada con el pulgar y pareció dudar, como si no comprendiera de dónde salía el calor que desprendía la cara de la recién llegada. Cuando apartó la mano, Julia sintió ganas de llorar. Ya lo echaba de menos.

Dejando la botella en el suelo, él se levantó.

—El sol se está poniendo. ¿Quieres venir a dar un paseo?

Ella se mordió el labio. Sabía que no debería acompañarlo. Pero era Louis, el de la fotografía, y sabía que ésa sería seguramente su única oportunidad de estar con él. Después de lo que había pasado, dudaba que volviera de visita nunca más. O, por lo menos, durante una buena temporada.

Dejó la manta en el porche y lo siguió.

—Tráete la manta —le indicó él.

Julia la enrolló y se la puso bajo el brazo. Louis le cogió la otra mano.  Ella ahogó un grito al notar un cosquilleo que le empezaba en la yema de los dedos y le subía por el brazo. Tras superar la curva del hombro, se lanzó en picado hacia su corazón, haciendo que éste le latiera mucho más de prisa.

Louis le rozó la cabeza con la suya.

—¿No habías ido nunca de la mano de un chico? —Cuando ella negó con la cabeza, él se echó a reír suavemente—. Pues me alegro de ser el primero.

Se adentraron lentamente en el bosque y pronto dejaron de ver la casa de los Clark. A Julia le gustaba la manera en que su mano encajaba con la suya, mucho más grande, y cómo sus largos dedos se curvaban sobre el dorso de su mano. La sujetaba con delicadeza pero con decisión y, de vez en cuando, le apretaba los dedos como si quisiera recordarle que seguía allí. Julia pensó que tal vez ir de la mano con alguien era siempre así, aunque no tenía experiencia y no podía comparar.

Sólo había entrado en ese bosque una o dos veces anteriormente y siempre con Rachel. Si algo iba mal, probablemente se perdería, pero apartó esos pensamientos de su mente y se concentró en la agradable sensación de ser llevada de la mano por la fuerte y cálida del enigmático Louis.

—Antes pasaba mucho tiempo aquí —comentó él—. Es muy tranquilo. Un poco más lejos hay un huerto de manzanos abandonado. ¿Te lo ha enseñado Rachel?

Julia negó con la cabeza.

Louis la miró muy serio.

—Estás muy callada. Puedes hablar conmigo. Te prometo que no te morderé —dijo, con una de sus sonrisas características, una sonrisa que Julia había visto en las fotos de Rachel.

—¿Por qué has venido a casa?

Él ignoró su pregunta y siguió andando, pero le agarró la mano con más fuerza. Ella le devolvió el apretón para demostrarle que no estaba asustada. Aunque en realidad sí lo estaba.

—No quería venir a casa. No en este estado. Perdí algo y llevo semanas borracho.

Su honestidad la sorprendió.

—Pero si has perdido algo, puedes recuperarlo.

—No. Lo he perdido para siempre —replicó él, entornando los ojos.

Luego aceleró el paso y Julia tuvo que esforzarse para seguirle el ritmo.

—He venido a buscar dinero. Estoy desesperado. Y sí, estoy bien jodido también —dijo, estremeciéndose—. Ya estaba jodido antes de liarme a hostias con todo el mundo. Antes de que llegaras.

—Lo siento mucho.

Encogiéndose de hombros, Louis tiró de ella hacia la izquierda.

—Ya casi hemos llegado.

A través de una zona de vegetación menos tupida, entraron en un pequeño claro cubierto de hierba y salpicado de flores silvestres, malas hierbas y algún tocón de árbol. El silencio era tan intenso que casi podía oírse. En un extremo del claro había varios manzanos viejos y de aspecto abandonado.

—Aquí es —anunció él, señalando con el brazo a su alrededor—. Esto es el Paraíso.

Guiándola hasta una gran roca que inexplicablemente había caído en medio de aquel campo, Louis la sujetó por la cintura y la sentó en ella. Luego trepó y se sentó a su lado. Julia se estremeció. La roca estaba fría a la débil luz del atardecer y el frío se coló con facilidad a través de la fina tela de sus vaqueros.

Louis se quitó la cazadora y se la colocó sobre los hombros.

—Pillarás una pulmonía y te morirás —le advirtió distraídamente, rodeándole los hombros con el brazo y acercándola a él.

El calor corporal que irradiaba la calentó inmediatamente.

Julia inspiró hondo y suspiró, maravillándose de lo bien que encajaba bajo su brazo. Como si hubiera sido creada para estar allí.

—Eres Beatriz.

—¿Beatriz?

—La Beatriz de Dante.

Ella se ruborizó.

—No sé quién es.

Louis se echó a reír y Julia sintió su cálido aliento en la mejilla antes de que le acariciara la oreja con la nariz.

—¿No te han contado eso? ¿No te han dicho que el hijo pródigo está escribiendo un libro sobre Dante y Beatriz?

Al ver que no respondía, la besó suavemente en la cabeza.

—Dante era un poeta y Beatriz era su musa. La conoció cuando ella era muy joven y la amó a distancia toda la vida. Beatriz fue su guía en el Paraíso.

Julia lo escuchaba con los ojos cerrados, aspirando el aroma de su cuerpo. Olía a almizcle, a sudor y a cerveza, pero no hizo caso de eso y se centró en el aroma que era únicamente suyo. Louis tenía un olor muy masculino y potencialmente peligroso.

—Hay un cuadro de un pintor llamado Holiday. Te pareces mucho a su Beatriz —añadió él y, cogiéndole la mano, se llevó sus pálidos dedos a los labios, besándoselos con veneración.

—Tu familia te quiere. Deberías hacer las paces con ellos. —Julia no sabía de dónde habían salido aquellas palabras.

Louis se limitó a abrazarla con más fuerza.

—No son mi familia. No la de verdad. Además, es demasiado tarde, Beatriz.

Ella se sobresaltó al oírlo llamarla así. Realmente había bebido demasiado. Pero ni siquiera entonces apartó la cabeza que descansaba en su hombro. Poco después, Louis llamó su atención acariciándole el brazo.

—No has cenado.

Julia negó con la cabeza.

—No.

—¿Quieres que te dé de cenar?

A regañadientes, levantó la vista para mirarlo. Él sonrió y, bajando de la roca, se acercó a uno de los pocos manzanos que sobrevivían. Estudió los frutos y escogió el más grande y rojo que encontró. Luego cogió otro más pequeño y se lo guardó en el bolsillo mientras regresaba a su lado.

—Beatriz —dijo, ofreciéndole la manzana.

Ella se la quedó mirando, hipnotizada, como si se tratara de un tesoro.

Louis se echó a reír y la movió delante de sus ojos, como habría hecho un niño con un azucarillo delante de un poni. Julia cogió la manzana y se la llevó a la boca, mordiéndola con decisión.

Él observó cómo lo hacía; observó cómo tragaba. Luego volvió a su lado en la roca y la abrazó de nuevo, aparentemente satisfecho. Manteniéndole la cabeza apretada contra su hombro con delicadeza, se sacó la otra manzana del bolsillo y se la comió.

Se quedaron allí quietos mientras el sol se ponía. Cuando el claro estuvo a punto de quedar envuelto en sombras, Louis extendió la manta sobre la hierba.

—Ven, Beatriz —la invitó, tendiéndole la mano.

Julia sabía que era una locura sentarse con él en la manta, pero lo hizo igualmente. Estaba enamorada de Louis desde la primera vez que Rachel le enseñó una foto suya. Sin poder resistirse, había robado esa foto. Y ahora que lo tenía ante ella en persona, en carne y hueso, no podía hacer otra cosa que darle la mano.

—¿Alguna vez te has tumbado en el suelo al lado de un chico para mirar las estrellas? —preguntó él, tirando de ella hasta que estuvo tumbada a su lado.

—No.

Louis entrelazó los dedos con los suyos y las colocó encima de su corazón. Su latido firme y regular la tranquilizó.

—Eres hermosa, Beatriz. Como un ángel de ojos castaños.

Julia se volvió para mirarlo y sonrió.

—Pues yo creo que tú eres hermoso —dijo tímidamente, acariciándole la mandíbula y maravillándose de la sensación de su barba de tres días bajo los dedos.

Él sonrió a su vez y cerró los ojos. Ella le resiguió los rasgos de la cara con los dedos durante un buen rato, hasta que el brazo se le empezó a dormir.

—Gracias —dijo él, abriendo los ojos.

Ella sonrió y le apretó la mano, sintiendo que el corazón de Louis se aceleraba.

—¿Te han besado alguna vez?

Ruborizándose intensamente, Julia negó con la cabeza.

Pues me alegro de ser el primero.  —Incorporándose un poco y apoyándose en un brazo, se inclinó sobre ella con una sonrisa en los labios y los ojos brillantes.

Ella cerró los ojos justo antes de que sus labios se encontraran. Estaba flotando.

Los labios de Louis eran cálidos y acogedores y se posaron sobre los suyos con cuidado, como si tuviera miedo de lastimarla. Insegura y recelosa, Julia permaneció quieta, con la boca cerrada. Louis le acarició la mejilla con el pulgar, mientras su boca se movía delicadamente sobre la de ella.

El beso no fue lo que Julia esperaba.

Se había imaginado que sería un beso descuidado, algo violento. Se había imaginado que sus besos serían desesperados, urgentes, que sus dedos buscarían partes de su cuerpo que no estaba lista para dejarle tocar. Pero Louis dejó las manos donde las tenía, una acariciándole la parte baja de la espalda y la otra la mejilla. Fue un beso tierno y dulce, el tipo de beso que Julia se imaginaba que un amante le daría a su amada después de una larga ausencia.

La estaba besando como si la conociera, como si le perteneciera. Era un beso apasionado, lleno de emoción, como si cada fibra de su ser se hubiera fundido y extendido sobre sus labios para poder transmitírselas a ella. Su corazón dio un brinco ante esa idea. Nunca se habría imaginado que un primer beso pudiera ser así. Cuando la presión de los labios de Louis disminuyó, sintió ganas de llorar. Era consciente de que nadie volvería a besarla así nunca más. Ningún hombre podría estar nunca a su altura. Nunca.

Él suspiró hondo y la besó en la frente antes de apartarse.

—Abre los ojos.

Al hacerlo, Julia se encontró con un par de ojos azules excepcionalmente claros y llenos de sentimiento, aunque no fue capaz de descifrar sus emociones. Louis sonrió y la besó en la frente una vez más antes de tumbarse y mirar las estrellas.

—¿En qué piensas? —preguntó ella, cambiando de postura y acurrucándose a su lado, muy cerca de él pero sin llegar a tocarlo.

—Pensaba en lo mucho que te he esperado. Esperaba y esperaba y nunca llegabas —respondió él con una sonrisa melancólica.

—Lo siento, Louis.

—Pero ahora estás aquí. Apparuit iam beatitudo vestra.

—No sé qué significa —contestó tímidamente.

—Significa «ahora aparece tu bendición», aunque debería ser «mi bendición», porque soy yo el que recibe la bendición de tu presencia. — Louis la abrazó. Pasándole un brazo por detrás, la sujetó por la cintura, abriendo los dedos—. Durante lo que me quede de vida soñaré con tu voz susurrando mi nombre.

Julia sonrió en la oscuridad.

—¿Te has quedado dormida alguna vez entre los brazos de un chico, Beatriz?

Ella negó con la cabeza.

Pues me alegro de ser el primero. —Cambió de postura para que le apoyara la cabeza en el pecho, cerca del corazón. Su delicado cuerpo encajaba a la perfección a su lado—. Como la costilla de Adán —murmuró Louis  contra su pelo.

—¿Tienes que marcharte? —susurró Julia, acariciándole el pecho con dedos vacilantes.

—Sí, pero no esta noche.




_________________________


Espero que les gusten los capítulos
Y vayan entendiendo la historia
Las quierooooo muuuchooooooo
Besitos
Nos vemos pronto :))) :bye:


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Mensaje por Vas happenin? Sáb 18 Ene 2014, 7:22 pm

hua!!!
que capitulo
me encanto
siguela

louis es muy poeta y fue muy lindo con ella
aveces pienzo que el no la olvido
y solo lo hace por ellanar su "imagen"
pero genial, me encanta
Vas happenin?
Vas happenin?


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Mensaje por ᴍᴀʀ. Sáb 18 Ene 2014, 9:32 pm

Me encantaron los capítulos!
Ahora entiendo mucho más! Aunque Louis no parece recordar todo eso que ella recuerda. :/
Seguilaaa! ;)
:bye:
ᴍᴀʀ.
ᴍᴀʀ.


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Mensaje por Rachel116 Dom 19 Ene 2014, 11:48 am

¡¿ES UNA BROMA?! Esto no puede ser real....
Vamos, ¿cómo Louis se ha podido olvidar de Julianne? Un amor tan fuerte, espontaneo y fuerte como el que sintieron ellos es imposible de olvidar, el flechazo es algo que simplemente te atraviesa el corazón y se queda ahí, no puedes hacer nada, simplemente amas a esa persona y no puedes sacártelo de dentro, jamás.
Me parece increíble y casi imposible de creer que Louis se haya podido olvidar de ella. Aunque claro, lo cierto es que Louis era un poco...digamos...un don nadie, sin dinero, con problemas de agresividad... Y ahora no es para nada un don nadie, tiene dinero de sobra y parece ser que sabe controlarse. Está bien, su vida ha cambiado completamente pero ¿cómo es que no es capaz de reconocerla?
Tienes que seguir cuanto antes la novela.
Bye!!!
Besos xxx
Rachel116
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Mensaje por karencita__mb Mar 21 Ene 2014, 1:02 pm

Vas happenin? escribió:hua!!!
que capitulo
me encanto
siguela

louis es muy poeta y fue muy lindo con ella
aveces pienzo que el no la olvido
y solo lo hace por ellanar su "imagen"
pero genial, me encanta

me alegroo que te hayan encantado!
pronto la sigo
no te puedo decir nada
pronto sabremos si él sabe quien es ella o no...
besoss
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Mensaje por karencita__mb Miér 22 Ene 2014, 12:06 pm

Mar_love1D escribió:Me encantaron los capítulos!
Ahora entiendo mucho más! Aunque Louis no parece recordar todo eso que ella recuerda. :/
Seguilaaa! ;)
:bye:


me alegro que te hayan encantado!
asi oarece ;(
pronto la sigo
beosss
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Mensaje por fatiama daniela Miér 22 Ene 2014, 12:48 pm

siguelaaaaaaaaaaaaa
fatiama daniela
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Mensaje por laurectioner Miér 22 Ene 2014, 2:36 pm

Nuevisima lectora!

Esta novela es amor, y me imagino a Louis tan maduro que parece irreal jajaj, esque el es tan bobis en realidad que se ve raro verlo serio.
En cualquier caso es una novela buenisima! Esta super interesante, por favor siguela prontito!
laurectioner
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