Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 3 de 32. • Comparte
Página 3 de 32. • 1, 2, 3, 4 ... 17 ... 32
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Cuatro
»кιтту ѕукєѕ
El profesor Tomlinson se había equivocado al girar. Podría decirse que su vida estaba llena de giros equivocados, pero ése había sido totalmente accidental. Estaba leyendo en su iPhone un correo electrónico de su hermano, que seguía enfadado, mientras iba conduciendo su Jaguar en mitad de una tormenta en plena hora punta por el centro de Toronto. Por todo eso, había girado a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha en la calle Bloor, dejando atrás el parque Queen. Y eso quería decir que iba en dirección contraria a la de su casa.
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Mitchell con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.
—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura.
El profesor Tomlinson sujetó el volante con más fuerza.
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.
Julia agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.
—¿Dónde vive? —le preguntó Tomlinson, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.
—En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió Julia, señalando con el dedo.
—Sé dónde está Madison —replicó él con su impaciencia habitual.
Ella lo miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Louis Tomlinson maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo castaño» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.
—¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a Julia le costó entenderlo.
—En el cuarenta y cinco.
Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.
—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
—¡Espere! —le ordenó Tomlinson, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.
Julia aguardó asombrada a que El Profesor diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.
—Gracias —repitió Julia, mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves.
Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.
Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves.
Julia las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Tomlinson, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
Julia recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.
—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo él, siguiéndola por el pasillo—. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.
Julia elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de té. A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Tomlinson se encontró dentro del apartamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido mala idea.
—¿Le guardo la gabardina, profesor? —le llegó la cantarina voz de Julia.
—¿Y dónde la pondrá? —preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.
Ella agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada.
Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.
—Perdone —se excusó, dándole la gabardina Burberry de la que se sentía tan orgulloso—. Y gracias.
Julia la colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.
—Pase. Póngase cómodo. Prepararé el té.
El profesor Tomlinson se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarla más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Constaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y un calienta platos eléctrico guardados de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.
—Tengo una tetera eléctrica —dijo ella alegremente, como si estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes de Tiffany’s.
Él se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa... y que el frío hacía destacar. Con voz ronca, le sugirió que se secara antes de preparar el té.
Julia volvió a agachar la cabeza, avergonzada. Ruborizándose, se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros, sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero él se lo impidió.
—Permítame hacerlo a mí —dijo—. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una pulmonía.
—Y me muera —añadió ella con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con las dos maletas.
Tomlinson se preguntó brevemente por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.
Frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía una buena chica como la señorita Mitchell en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y recogido. Más de lo normal.
—¿Cuánto le cobran de alquiler? —preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro noventa de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.
—Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos —respondió ella, antes de entrar en el baño.
Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura tras el viaje de vuelta de Pensilvania. No podía soportar llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Paulina se había gastado en esos pantalones, la señorita Mitchell habría podido pagar el alquiler de un mes. Y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más, observó que su alumna se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se la imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo largo y brillante enmarcándole la cara, contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esa imagen de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. Al fijarse más, se dio cuenta de que Julia se parecía bastante a Beatriz, aunque hasta ese momento no se hubiese dado cuenta. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento: un dibujo del Duomo de Florencia; un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia; una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto a un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono de lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección de aficionada. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no habría permitido que ni siquiera éste viviera en un sitio así.
Julia volvió a aparecer con lo que parecía ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había recogido su precioso pelo en lo alto de la cabeza con una pinza. Pero incluso así vestida seguía siendo muy atractiva. Demasiado atractiva, como una sílfide.
—Tengo English Breakfast o Lady Grey —le ofreció ella por encima del hombro. Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.
Tomlinson la observó y negó con la cabeza mentalmente. Volvía a estar de rodillas, como en su despacho. Era evidente que no era una persona orgullosa ni arrogante y eso estaba bien, pero le dolía verla arrodillarse constantemente, aunque no habría sabido decir por qué.
—English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?
Julia se incorporó bruscamente en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón y dos tazas de té sorprendentemente bonitas, con platos a juego.
—Es una calle tranquila en un barrio tranquilo. No tengo coche, así que busqué un sitio cercano a la universidad. —Se interrumpió mientras colocaba dos cucharillas de plata en los platitos—. Éste fue uno de los mejores apartamentos que encontré que no se saliera de mi presupuesto.
Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
—¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de Charles Street?
A ella se le cayó algo de la mano, pero él no vio de qué se trataba.
—Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
—¿A qué universidad pensaba ir?
Julia empezó a morderse el labio.
—¿Señorita Mitchell?
—A Harvard.
Tomlinson estuvo a punto de caerse de la silla.
—¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
Julia disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
—Toronto es el Harvard del norte.
—No se ande con rodeos, señorita Mitchell, le he hecho una pregunta.
—Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas —replicó ella, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada—. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi educación y con la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge que en Toronto. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en la Universidad de Saint Joseph y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí.
Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.
—Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Jenkins —protestó—. Debería haberme dicho algo.
Julia lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
Él se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
—Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?
Ella dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose, empezó a retorcerse las manos.
—Como mucha verdura fresca. Puedo preparar sopa y cuscús en el hornillo eléctrico. El cuscús es muy nutritivo —añadió, tratando de sonar despreocupada, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.
—No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!
Julia agachó la cabeza, ruborizándose y luchando por no echarse a llorar. El Profesor la miró un rato hasta que, por fin, la vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba sus preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, el profesor Louis W. Tomlinson, era un egocéntrico hijo de puta. Acababa de avergonzarla por ser pobre, cuando ser pobre no era motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. Julia era una mujer inteligente y atractiva, que además era una estudiante. No tenía nada de que avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que ella se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpida cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Grace si lo hubiera oído?
Diría que era un asno. Al menos ahora era consciente de serlo.
—Dis... discúlpeme —dijo entrecortadamente—. No sé qué me pasa —se excusó, cerrando los ojos y frotándoselos con los nudillos.
—Acaba de perder a su madre —replicó ella con una voz sorprendentemente comprensiva.
Un resorte se disparó en la mente de él.
—No debería estar aquí —dijo, levantándose rápidamente—. Tengo que irme.
Julia lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas. Luego se quedó ruborizada, mirando al suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgullosa de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzada. Por no mencionar el hecho de que ser humillada de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Tomlinson musitó algo, inclinó la cabeza y se marchó.
Julia se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.
«Por favor, dioses de los agujeros de hobbit carísimos y no adecuados ni para un perro, que me deje en paz de una vez.» En esta ocasión, su plegaria silenciosa y espontánea no fue escuchada.
Toc, toc, toc.
Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero sólo una rendija.
Él la miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que ella hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
Julia se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado a otro.
—¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen filete?
Ella se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
—Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.
Julia se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.
—¿Está seguro, profesor? Pensaba que esto —dijo, imitando su gesto en el despacho— no iba a funcionar.
Él se ruborizó ligeramente.
—Olvídese de eso. Pero... —añadió, mirándola de arriba abajo, deteniéndose quizá un poco más de lo necesario en sus deliciosos pechos.
Ella bajó la vista hacia su ropa.
—Puedo cambiarme otra vez.
—Será lo mejor. Póngase algo más adecuado.
Julia lo miró con expresión herida.
—Puede que sea pobre, pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestida de pordiosera.
Tomlinson se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
—Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven chaqueta y corbata —dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.
Esta vez fue ella quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.
—De acuerdo. Con una condición.
—No creo que esté en situación de negociar.
—En ese caso, adiós, profesor.
—¡Espere! —exclamó él, metiendo su caro zapato italiano en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele—. ¿De qué se trata?
Ella lo miró en silencio unos instantes antes de responder:
—Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de volver a ruborizarse.
—Yo... ejem... quiero decir... ejem... podría decirse que usted... que yo... —balbuceó.
Julia alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
—Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: « Tomlinson es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Tomlinson lo sabe.
En ese momento, la cara de Julia se iluminó con una sonrisa radiante y él se encontró devolviéndosela. Era preciosa cuando sonreía. Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.
—La esperaré aquí. —No queriendo darle más motivos para que cambiara de idea, cerró la puerta.
Dentro del apartamento, Julia apretó los párpados y gimió.
No podía cambiar de sentido en la calle Bloor en plena hora punta. De hecho, hasta le costó meterse en el carril derecho para poder dar la vuelta. Y así fue como vio a una señorita Mitchell con aspecto patético y muy mojada, que caminaba desanimada por la calle, como si fuera una persona sin hogar, y, en un ataque de culpabilidad, se encontró invitándola a subir al coche, un coche que era su orgullo y su capricho.
—Siento estropear la tapicería —se disculpó ella, insegura.
El profesor Tomlinson sujetó el volante con más fuerza.
—Tengo a alguien que lo limpia cuando se ensucia.
Julia agachó la cabeza, tratando de ocultar el daño que le habían causado sus palabras. Acababa de compararla con basura. Aunque no sabía de qué se extrañaba. Era consciente de que, para él, no valía más que la suciedad del suelo.
—¿Dónde vive? —le preguntó Tomlinson, tratando de iniciar una conversación sobre un tema seguro y educado que llenara lo que esperaba que fuera un trayecto breve.
—En la avenida Madison. Está ahí al lado, a la derecha —respondió Julia, señalando con el dedo.
—Sé dónde está Madison —replicó él con su impaciencia habitual.
Ella lo miró con el rabillo del ojo y se encogió en el asiento. Despacio, se volvió hacia la ventanilla y se mordió el labio inferior.
Louis Tomlinson maldijo para sus adentros. Incluso bajo aquella maraña de pelo mojado era bonita. Un ángel de pelo castaño vestido con vaqueros y zapatillas deportivas. Su mente se detuvo ante esa descripción. El término «ángel de pelo castaño» le resultaba extrañamente familiar, pero no logró recordar de qué le sonaba.
—¿En qué número de Madison? —preguntó en voz tan baja que a Julia le costó entenderlo.
—En el cuarenta y cinco.
Él asintió y aparcó frente al edificio de tres plantas. Era una casa de ladrillo rojo convertida en apartamentos.
—Gracias —murmuró ella y se apresuró a abrir la puerta para escapar.
—¡Espere! —le ordenó Tomlinson, alargando el brazo para coger un gran paraguas negro del asiento trasero.
Julia aguardó asombrada a que El Profesor diera la vuelta al coche y le abriera la puerta con el paraguas listo, esperando mientras su abominación y ella salían del Jaguar, para acompañarla luego hasta la puerta del edificio.
—Gracias —repitió Julia, mientras trataba de desabrochar la medio atascada cremallera de la mochila para sacar las llaves.
Él intentó disimular el disgusto que le provocaba la visión de aquella bolsa y permaneció en silencio mientras ella luchaba con la cremallera, viendo cómo se ruborizaba al no conseguirlo. Recordó la expresión de su cara en su despacho, arrodillada en la alfombra persa, y se le ocurrió que tal vez el problema actual fuera culpa suya.
Sin decir nada, le quitó la mochila de las manos y le dio el paraguas. Tras acabar de romper la cremallera, la sostuvo delante de ella para que buscara las llaves.
Julia las encontró al fin, pero estaba tan nerviosa que se le cayeron al suelo. Cuando las recogió, las manos le temblaban tanto que no atinó a dar con la llave correcta.
Tomlinson, que ya había perdido la paciencia, se las arrebató de la mano y empezó a probarlas una a una. Tras abrir la puerta, le hizo un gesto para que entrara antes de devolvérselas.
Julia recuperó también la denostada mochila y le dio las gracias una vez más.
—La acompañaré hasta la puerta de su apartamento —dijo él, siguiéndola por el pasillo—. Una vez, un vagabundo me abordó en el vestíbulo de mi edificio. Hay que ir con mil ojos.
Julia elevó una oración silenciosa a los dioses de los bloques de apartamentos, rogándoles que la ayudaran a localizar la llave del suyo rápidamente. Su oración fue escuchada. Estaba ya a punto de meterse en casa y cerrar la puerta, cuando se detuvo y, como si se conocieran de toda la vida, le sonrió y lo invitó a tomar una taza de té. A pesar de la sorpresa que le causó su invitación, Tomlinson se encontró dentro del apartamento antes de poder plantearse si era buena o mala idea. Tras echar un vistazo alrededor, llegó a la conclusión de que había sido mala idea.
—¿Le guardo la gabardina, profesor? —le llegó la cantarina voz de Julia.
—¿Y dónde la pondrá? —preguntó él con altivez, al comprobar que no había ningún armario ni perchero a la vista.
Ella agachó la cabeza, sin atreverse a devolverle la mirada.
Al ver que se mordía el labio inferior, él se arrepintió de su falta de delicadeza.
—Perdone —se excusó, dándole la gabardina Burberry de la que se sentía tan orgulloso—. Y gracias.
Julia la colgó cuidadosamente de una percha que había detrás de la puerta de su habitación y dejó la mochila en el suelo.
—Pase. Póngase cómodo. Prepararé el té.
El profesor Tomlinson se acercó a una de las dos únicas sillas y se sentó, esforzándose por disimular lo incómodo que se sentía para no humillarla más. El apartamento entero era más pequeño que su cuarto de baño de invitados. Constaba de una cama pegada a la pared, una mesa plegable con dos sillas, una estantería pequeña de Ikea y una cómoda. Vio también lo que debía de ser un baño, junto a un pequeño armario empotrado, pero definitivamente no había cocina.
Buscó con la mirada algún rastro de actividad culinaria y finalmente vio un microondas y un calienta platos eléctrico guardados de manera bastante precaria encima del armario. En una esquina, en el suelo, había un pequeño frigorífico.
—Tengo una tetera eléctrica —dijo ella alegremente, como si estuviera anunciando que tenía un anillo de diamantes de Tiffany’s.
Él se fijó en el agua que no dejaba de gotear de su cuerpo. Luego en la ropa que había debajo del agua. Y finalmente en lo que había debajo de la ropa... y que el frío hacía destacar. Con voz ronca, le sugirió que se secara antes de preparar el té.
Julia volvió a agachar la cabeza, avergonzada. Ruborizándose, se metió en el baño. Poco después, salió con una toalla lila sobre los hombros, sin quitarse la ropa y una segunda toalla en la mano. Al parecer, iba a agacharse para secar el reguero de agua que había dejado, pero él se lo impidió.
—Permítame hacerlo a mí —dijo—. Usted vaya a ponerse ropa seca antes de que pille una pulmonía.
—Y me muera —añadió ella con un susurro, mientras se dirigía al armario, con cuidado de no tropezar con las dos maletas.
Tomlinson se preguntó brevemente por qué no habría deshecho aún el equipaje, pero en seguida se olvidó del tema.
Frunció el cejo mientras secaba el agua del suelo de madera lleno de arañazos. Al acabar, se fijó en las paredes. Llegó a la conclusión de que en algún momento debieron de ser blancas, pero en esos momentos eran de un deslucido color crema y estaban empezando a desconcharse.
En el techo habían aparecido manchas de humedad y en una esquina ya empezaba a crecer moho. Se estremeció, preguntándose qué hacía una buena chica como la señorita Mitchell en un lugar tan espantoso. Aunque tenía que reconocer que el apartamento estaba muy limpio y recogido. Más de lo normal.
—¿Cuánto le cobran de alquiler? —preguntó, haciendo una mueca mientras volvía a acomodar su casi metro noventa de altura en aquel objeto infame que se hacía pasar por silla plegable.
—Ochocientos dólares al mes, gastos incluidos —respondió ella, antes de entrar en el baño.
Él se acordó de los pantalones de Armani que había tirado a la basura tras el viaje de vuelta de Pensilvania. No podía soportar llevar algo manchado de orina, ni siquiera después de haber sido lavado, pero con el dinero que Paulina se había gastado en esos pantalones, la señorita Mitchell habría podido pagar el alquiler de un mes. Y aún le habría sobrado algo.
Al mirar a su alrededor una vez más, observó que su alumna se había esforzado penosa y patéticamente por convertir aquel apartamento en un hogar en la medida de lo posible. Junto a la cama había una gran lámina del cuadro de Henry Holiday, Dante y Beatriz en el puente de la Santa Trinidad.
Se la imaginó con la cabeza en la almohada y el pelo largo y brillante enmarcándole la cara, contemplando a Dante antes de dormirse. A base de fuerza de voluntad, apartó esa imagen de su mente y reflexionó sobre lo extraño que era que ambos tuvieran una lámina del mismo cuadro. Al fijarse más, se dio cuenta de que Julia se parecía bastante a Beatriz, aunque hasta ese momento no se hubiese dado cuenta. La idea se le clavó en el cerebro como un sacacorchos, pero en ese momento no quiso darle más vueltas.
Se fijó en varias láminas más pequeñas que adornaban las paredes desconchadas del apartamento: un dibujo del Duomo de Florencia; un esbozo de la iglesia de San Marcos, en Venecia; una fotografía en blanco y negro de la cúpula de San Pedro, en Roma. Vio una hilera de macetas con plantas medicinales que adornaban la ventana, junto a un esqueje de filodendro que trataba de convertirse en planta adulta. Se fijó también en que las cortinas eran bonitas. Lisas, del mismo tono de lila que la colcha y los cojines. Y en la librería había muchos libros, tanto en inglés como en italiano, aunque al ver los títulos no quedó demasiado impresionado con su colección de aficionada. En resumen, el apartamento era viejo, diminuto, en mal estado y no tenía cocina. En caso de que hubiera tenido perro, él no habría permitido que ni siquiera éste viviera en un sitio así.
Julia volvió a aparecer con lo que parecía ropa de deporte, una sudadera negra con capucha y pantalones de yoga. Se había recogido su precioso pelo en lo alto de la cabeza con una pinza. Pero incluso así vestida seguía siendo muy atractiva. Demasiado atractiva, como una sílfide.
—Tengo English Breakfast o Lady Grey —le ofreció ella por encima del hombro. Se había puesto de rodillas para conectar la tetera eléctrica en el enchufe que había debajo de la cómoda.
Tomlinson la observó y negó con la cabeza mentalmente. Volvía a estar de rodillas, como en su despacho. Era evidente que no era una persona orgullosa ni arrogante y eso estaba bien, pero le dolía verla arrodillarse constantemente, aunque no habría sabido decir por qué.
—English Breakfast. ¿Por qué vive aquí?
Julia se incorporó bruscamente en respuesta a la dureza de su tono de voz. Luego le dio la espalda, mientras sacaba de la cómoda una gran tetera marrón y dos tazas de té sorprendentemente bonitas, con platos a juego.
—Es una calle tranquila en un barrio tranquilo. No tengo coche, así que busqué un sitio cercano a la universidad. —Se interrumpió mientras colocaba dos cucharillas de plata en los platitos—. Éste fue uno de los mejores apartamentos que encontré que no se saliera de mi presupuesto.
Dejó las elegantes tazas de té en la mesa plegable sin mirarlo y volvió a la cómoda.
—¿Por qué no se ha instalado en la residencia de estudiantes de Charles Street?
A ella se le cayó algo de la mano, pero él no vio de qué se trataba.
—Pensaba ir a otra universidad, pero al final no pudo ser. Cuando finalmente decidí venir aquí, ya no quedaban plazas en la residencia.
—¿A qué universidad pensaba ir?
Julia empezó a morderse el labio.
—¿Señorita Mitchell?
—A Harvard.
Tomlinson estuvo a punto de caerse de la silla.
—¿A Harvard? ¿Y qué demonios está haciendo aquí?
Julia disimuló una sonrisa, como si entendiera la causa de su enfado.
—Toronto es el Harvard del norte.
—No se ande con rodeos, señorita Mitchell, le he hecho una pregunta.
—Sí, profesor. Y sé que siempre espera una respuesta a sus preguntas —replicó ella, alzando una ceja hasta que él apartó la mirada—. Mi padre no pudo aportar la parte que se suponía que iba a destinar a mi educación y con la beca que me ofrecieron no me llegaba para vivir. Todo es mucho más caro en Cambridge que en Toronto. Ya debo miles de dólares en préstamos que pedí para poder estudiar la carrera en la Universidad de Saint Joseph y decidí no endeudarme más. Por eso estoy aquí.
Mientras volvía a arrodillarse para desenchufar la tetera, cuya agua ya hervía, El Profesor negaba con la cabeza, asombrado.
—Toda esa información no aparece en el expediente que me dio la señora Jenkins —protestó—. Debería haberme dicho algo.
Julia lo ignoró mientras añadía varias cucharadas de té a la tetera.
Él se echó hacia adelante, gesticulando vivamente.
—Este sitio es horrible. Ni siquiera tiene cocina. ¿De qué se alimenta?
Ella dejó la tetera y un pequeño colador de plata en la mesa y, sentándose, empezó a retorcerse las manos.
—Como mucha verdura fresca. Puedo preparar sopa y cuscús en el hornillo eléctrico. El cuscús es muy nutritivo —añadió, tratando de sonar despreocupada, pero sin lograr disimular el temblor de su voz.
—No puede alimentarse a base de esa basura. ¡Un perro come mejor que usted!
Julia agachó la cabeza, ruborizándose y luchando por no echarse a llorar. El Profesor la miró un rato hasta que, por fin, la vio. Y mientras contemplaba la expresión torturada que nublaba sus preciosos rasgos, se dio cuenta de que él, el profesor Louis W. Tomlinson, era un egocéntrico hijo de puta. Acababa de avergonzarla por ser pobre, cuando ser pobre no era motivo de vergüenza. Él también había sido muy pobre. Julia era una mujer inteligente y atractiva, que además era una estudiante. No tenía nada de que avergonzarse. Lo había invitado a su casa, una casa que ella se había esforzado para que resultara acogedora porque no tenía otro sitio adonde ir y él se lo agradecía diciéndole que aquel lugar no era adecuado ni para un perro. Había hecho que se sintiera despreciable y estúpida cuando no era ni una cosa ni la otra. ¿Qué diría Grace si lo hubiera oído?
Diría que era un asno. Al menos ahora era consciente de serlo.
—Dis... discúlpeme —dijo entrecortadamente—. No sé qué me pasa —se excusó, cerrando los ojos y frotándoselos con los nudillos.
—Acaba de perder a su madre —replicó ella con una voz sorprendentemente comprensiva.
Un resorte se disparó en la mente de él.
—No debería estar aquí —dijo, levantándose rápidamente—. Tengo que irme.
Julia lo siguió hasta la puerta de la calle y le dio su gabardina y su paraguas. Luego se quedó ruborizada, mirando al suelo, esperando a que se fuera. Se arrepentía de haberle enseñado su casa. Era obvio que no estaba a su altura. Horas atrás, se había sentido orgullosa de su pequeño pero limpio agujero de hobbit, en cambio ahora se sentía muy avergonzada. Por no mencionar el hecho de que ser humillada de nuevo delante de él hacía el asunto mucho peor.
Tomlinson musitó algo, inclinó la cabeza y se marchó.
Julia se apoyó en la puerta cerrada y finalmente dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.
Toc, toc.
Sabía quién era, pero no quería abrir.
«Por favor, dioses de los agujeros de hobbit carísimos y no adecuados ni para un perro, que me deje en paz de una vez.» En esta ocasión, su plegaria silenciosa y espontánea no fue escuchada.
Toc, toc, toc.
Se secó la cara rápidamente y abrió la puerta, pero sólo una rendija.
Él la miró parpadeando desconcertado, como si le costara entender que ella hubiera estado llorando entre su partida y su regreso.
Julia se aclaró la garganta y se quedó mirando los zapatos italianos de él, de cordones, que se movían inquietos de un lado a otro.
—¿Cuándo fue la última vez que se comió un buen filete?
Ella se echó a reír y negó con la cabeza. No se acordaba.
—Bueno, pues esta noche va a comer uno. Me muero de hambre y me va a acompañar a cenar.
Julia se permitió el lujo de esbozar una leve y traviesa sonrisa.
—¿Está seguro, profesor? Pensaba que esto —dijo, imitando su gesto en el despacho— no iba a funcionar.
Él se ruborizó ligeramente.
—Olvídese de eso. Pero... —añadió, mirándola de arriba abajo, deteniéndose quizá un poco más de lo necesario en sus deliciosos pechos.
Ella bajó la vista hacia su ropa.
—Puedo cambiarme otra vez.
—Será lo mejor. Póngase algo más adecuado.
Julia lo miró con expresión herida.
—Puede que sea pobre, pero tengo algunas cosas bonitas. Y son decentes. No tenga miedo, no va a aparecer en público con alguien vestida de pordiosera.
Tomlinson se ruborizó aún más y se reprendió en silencio.
—Quería decir algo adecuado para un restaurante que exige que los hombres lleven chaqueta y corbata —dijo, con una discreta sonrisa conciliadora.
Esta vez fue ella quien lo miró de arriba abajo, deteniéndose tal vez un poco más de lo necesario en sus deliciosos pectorales.
—De acuerdo. Con una condición.
—No creo que esté en situación de negociar.
—En ese caso, adiós, profesor.
—¡Espere! —exclamó él, metiendo su caro zapato italiano en la rendija de la puerta, para impedir que la cerrara, sin preocuparse siquiera de que pudiera estropeársele—. ¿De qué se trata?
Ella lo miró en silencio unos instantes antes de responder:
—Dígame una razón por la que debería acompañarlo, después de todo lo que me ha dicho hoy.
Él la miró con los ojos muy abiertos antes de volver a ruborizarse.
—Yo... ejem... quiero decir... ejem... podría decirse que usted... que yo... —balbuceó.
Julia alzó una ceja y empezó a cerrar la puerta.
—Un momento —dijo él, aguantando la puerta con la mano para darle un respiro a su pie, que empezaba a quejarse—. Porque lo que escribió Paul era correcto: « Tomlinson es un asno». Estoy de acuerdo. Pero ahora, al menos, Tomlinson lo sabe.
En ese momento, la cara de Julia se iluminó con una sonrisa radiante y él se encontró devolviéndosela. Era preciosa cuando sonreía. Iba a tener que asegurarse de que sonriera más a menudo, por razones puramente estéticas.
—La esperaré aquí. —No queriendo darle más motivos para que cambiara de idea, cerró la puerta.
Dentro del apartamento, Julia apretó los párpados y gimió.
___________________________________
Holaaaaaaaa!!!!
como van????
que tal les parecio el capitulo????
hagamos algo a los 3 comentarios subo el siguiente capitulo, es un reto =)
besosss comenteen
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
hi nueva lectoRA siguela me encanta si louis es un asno
tortugitastyles
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
sigue comentario dos buajajaj no especificaste
tortugitastyles
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
y tres en seio me enamore de tu nove siguela me muero de curiosidad
tortugitastyles
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Pobre Julia hasta yo me sentí mal por ella. :(
En casi todo el cap odié a Louis, pero al final me gustó. Creo que no es tan frío como demuestra ser. :/
Seguilaaaa! :D
:bye:
En casi todo el cap odié a Louis, pero al final me gustó. Creo que no es tan frío como demuestra ser. :/
Seguilaaaa! :D
:bye:
ᴍᴀʀ.
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
tortugitastyles escribió:hi nueva lectoRA siguela me encanta si louis es un asno
Holaaaa
BIRNVENIDA,!!
Luego la sigo
Me encana que te encante :))
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
tortugitastyles escribió:sigue comentario dos buajajaj no especificaste
Jajajjajajajajaja eres sabidas!!
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mar_love1D escribió:Pobre Julia hasta yo me sentí mal por ella. :(
En casi todo el cap odié a Louis, pero al final me gustó. Creo que no es tan frío como demuestra ser. :/
Seguilaaaa! :D
:bye:
Poor Julia :(((
Ya la sigo
Besos:)
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Cinco
»кιтту ѕукєѕ
Tomlinson recorrió el pasillo de un extremo a otro varias veces. Luego se apoyó en la pared y se frotó la cara con las manos. Estaba bien jodido. No sabía cómo había acabado allí ni qué lo había impulsado a actuar como lo había hecho, pero sabía que estaba metido en un lío de proporciones épicas. Su comportamiento con la señorita Mitchell en su despacho no había sido nada profesional. Había rozado casi el acoso verbal. Y luego, por si fuera poco, la había subido a su coche y había entrado en su casa. Todo estaba resultando muy irregular.
Si en vez de a la señorita Mitchell hubiera recogido a la señorita Peterson, probablemente ésta se habría inclinado sobre él y le habría bajado la cremallera de la bragueta con los dientes mientras conducía. Se estremeció de sólo pensarlo. Y ahora estaba a punto de salir a cenar con la señorita Mitchell. ¡La había invitado a comer un filete! Si eso no violaba todas las normas de no confraternización entre profesores y alumnos, ya no sabía qué lo haría.
Respiró hondo. La señorita Mitchell era un desastre, una reencarnación de Calamity Jane, un torbellino de contratiempos. Parecía que todo le saliese mal, empezando por que no había podido ir a Harvard y siguiendo por toda la serie de objetos que se le rompían con sólo tocarlos... incluidos la calma y el carácter sereno de él.
Aunque sintiera que viviese en aquellas deplorables condiciones, él no iba a poner en peligro su carrera por ayudarla. Si ella quisiera, al día siguiente mismo podría denunciarlo por acoso ante el catedrático de su departamento. No podía permitirlo.
Recorrió el pasillo en dos largas zancadas y levantó la mano para llamar a la puerta. Pensaba darle cualquier excusa, algo que siempre sería mejor que desaparecer sin decir nada, pero en ese momento oyó pasos dentro del apartamento que se acercaban.
La señorita Mitchell abrió la puerta y se quedó quieta, con la mirada clavada en el suelo. Llevaba un vestido negro con cuello de pico, sencillo pero elegante, que le llegaba hasta la rodilla. Los ojos de él recorrieron sus suaves curvas hasta detenerse en sus piernas, sorprendentemente largas. Y los zapatos... Era imposible que ella lo supiera, pero Tomlinson tenía debilidad por las mujeres con zapatos de tacón. Tragó saliva con dificultad al ver los impresionantes zapatos negros con tacón de aguja que llevaba. Era obvio que eran de diseño. Quería tocarlos y...
—Ejem. —Julia carraspeó suavemente.
A regañadientes, él apartó la vista de sus zapatos y la miró a la cara. Ella lo estaba observando con expresión divertida.
Se había recogido el pelo en un moño alto, con algunos rizos sueltos que le caían alrededor de la cara. Se había puesto un poco de maquillaje. Su piel de porcelana seguía pálida, pero luminosa, y dos pinceladas de color rosa le alegraban las mejillas. Tenía las pestañas más oscuras y largas de lo que recordaba.
La señorita Julianne Mitchell era atractiva.
Se puso una gabardina azul marino y cerró con llave la puerta del apartamento. Él le indicó con un gesto que pasara delante y la siguió en silencio por el pasillo. Cuando llegaron a la calle, abrió el paraguas y se quedó dudando.
Julia lo miró, ladeando la cabeza.
—Será más fácil taparnos a los dos si se coge de mí —le dijo, ofreciéndole el brazo de la mano con que sujetaba el paraguas—. Si no le importa —añadió.
Ella tomó su brazo y lo miró con ternura.
Se dirigieron en silencio hacia el puerto, una zona de la que Julia había oído hablar, pero a la que aún no había tenido ocasión de ir. Antes de que El Profesor le entregara las llaves al aparcacoches, le pidió a ella que le diera la corbata que guardaba en la guantera. Julia sonrió al ver una caja con una inmaculada corbata de seda.
Al inclinarse para dársela, él cerró los ojos un instante para aspirar su perfume.
—Vainilla —murmuró.
—¿Qué?
—Nada.
Él se quitó el jersey y ella fue recompensada con la visión de su amplio pecho y de unos cuantos rizos que asomaban gracias a los botones abiertos de su camisa. El profesor Tomlinson era sexy. Tenía una cara muy atractiva y Julia estaba segura de que bajo la ropa sería igual de agraciado. Aunque por su propio bien trató de no pensar mucho en ello.
No pudo evitar admirar su destreza mientras se hacía el nudo de la corbata sin ayuda de un espejo. Aunque finalmente le quedó torcido.
—No puedo... No veo... —se quejó él, tratando de enderezarlo sin éxito.
—¿Quiere que pruebe yo? —se ofreció ella, tímidamente. No quería tocarlo sin su consentimiento.
—Gracias.
Julia le enderezó el nudo rápidamente, le alisó la corbata y fue resiguiéndole el cuello hasta llegar a la nuca, desde donde le bajó el cuello de la camisa. Cuando terminó, estaba respirando aceleradamente y se había ruborizado.
Él no se dio cuenta, porque estaba ocupado pensando en lo familiares que le resultaban los dedos de Julia y preguntándose por qué los dedos de Paulina nunca se lo habían parecido. Alargó el brazo hacia la americana que llevaba en un colgador en la parte posterior de su asiento y se la puso. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, la invitó a salir del coche.
El Harbour Sixty Steakhouse era un local emblemático de Toronto, un restaurante famoso y muy caro, frecuentado por directivos de empresa, políticos y otros personajes igual de impresionantes.
Tomlinson solía comer allí porque el solomillo que preparaban era el mejor que había probado y no tenía paciencia para la mediocridad. No se le ocurrió llevar a la señorita Mitchell a otro sitio.
Antonio, el maître, lo saludó calurosamente, con un firme apretón de manos y un torrente de palabras en italiano.
Él respondió con la misma calidez y en el mismo idioma.
—¿Y quién es esta belleza? —preguntó Antonio, besándole la mano a Julia y empezando a alabar en un italiano muy descriptivo sus ojos, su pelo y su piel.
Ella se ruborizó, pero le dio las gracias tímidamente en italiano.
La señorita Mitchell tenía una voz preciosa, pero la señorita Mitchell hablando en italiano era algo celestial. Su boca de rubí abriéndose y cerrándose; el modo delicado en que prácticamente cantaba las palabras; su lengua, asomando de vez en cuando para humedecerse los labios... Tomlinson tuvo que ordenarse cerrar la boca.
Antonio se quedó tan sorprendido y encantado por su respuesta que la besó en las mejillas no una vez, sino dos. Inmediatamente, los acompañó hasta la parte trasera del restaurante, donde les ofreció la mejor mesa, la más romántica.
Tomlinson dudó un momento antes de sentarse, al darse cuenta de lo que Antonio estaba interpretando. Él ya se había sentado a aquella mesa anteriormente, con otra persona, y el maître estaba sacando conclusiones precipitadas. Iba a tener que aclarar las cosas. Pero cuando empezó a carraspear para hablar, Antonio le preguntó a Julia si aceptaría una botella de una cosecha muy especial de un viñedo de su familia en la Toscana.
Ella se lo agradeció mucho, pero dijo que tal vez Il Professore tuviese otras preferencias. Él se sentó rápidamente y, para no ofender al maître, dijo que estaría encantado con cualquier vino que Antonio les ofreciera. Éste se retiró, radiante.
—Ya que estamos en público, tal vez sería buena idea que no me llamara profesor Tomlinson.
Ella asintió, sonriendo.
—Puede llamarme señor Tomlinson.
El señor Tomlinson estaba demasiado ocupado mirando la carta para darse cuenta de que los ojos de Julia se abrieron mucho antes de que bajara la vista.
—Tiene acento de la Toscana —comentó él, distraído, sin mirarla todavía.
—Sí.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Estudié el tercer año de carrera en Florencia.
—Tiene un nivel muy bueno para haberlo estudiado sólo un año.
—Empecé a estudiarlo antes, en el instituto.
Él la miró desde el otro extremo de la mesa, pequeña e íntima, y se dio cuenta de que ella estaba evitando devolverle la mirada. Estudiaba la carta como si fueran las preguntas de un examen y se mordía el labio inferior.
—Está invitada, señorita Mitchell.
Ella alzó la vista bruscamente, como si no acabara de entender lo que quería decir.
—Es mi invitada. Pida lo que quiera, pero, por favor, pida carne.
Se sintió en la obligación de especificarlo, ya que el objetivo de aquella cena era suministrarle algo más nutritivo que el cuscús.
—No sé qué elegir.
—Si quiere, puedo elegir por usted.
Ella asintió y cerró la carta, sin dejar de morderse el labio. En ese momento, Antonio regresó y les mostró orgulloso una botella de chianti con una etiqueta escrita a mano. Julia sonrió mientras el maître abría la botella y le servía un poco en la copa.
Tomlinson la observó conteniendo el aliento mientras ella hacía girar el vino en la copa con pericia y luego la levantaba para examinar el líquido a la luz de las velas. Se acercó la copa a la nariz, cerró los ojos e inspiró. Luego se la llevó a los carnosos labios y probó el vino, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de tragárselo. Abrió los ojos y, con una sonrisa más amplia, le dio las gracias a Antonio por su precioso regalo.
El maître, radiante, felicitó al señor Tomlinson por su elección de acompañante con un entusiasmo un poco excesivo y llenó ambas copas con su vino favorito.
Mientras tanto, Tomlinson había tenido que ajustarse los pantalones por debajo de la mesa, porque la visión de la señorita Mitchell probando el vino había resultado ser la imagen más erótica que había visto nunca. No era sólo atractiva; era hermosa, como un ángel o una musa. Y tampoco era simplemente hermosa; era sensual, hipnótica y al mismo tiempo inocente. Sus bonitos ojos reflejaban una pureza y una profundidad de sentimientos en las que no se había fijado hasta entonces.
Con esfuerzo, apartó la vista mientras volvía a ajustarse los pantalones. Se sintió sucio y un poco avergonzado por su reacción. Una reacción de la que iba a tener que ocuparse más tarde. A solas.
Rodeado de olor a vainilla.
Por de pronto pidió por los dos, asegurándose de que les traían los trozos más grandes de filet mignon. Cuando la señorita Mitchell protestó, él hizo un gesto despectivo con la mano y le dijo que si le sobraba algo se lo podría llevar a casa. Esperaba que las sobras le sirvieran para alimentarse un par de días más.
Se preguntó qué comería cuando se le hubieran acabado, pero se negó a obsesionarse con el tema. Aquella cena no iba a volver a repetirse. Era una excepción. Sólo la había invitado para disculparse por haberla humillado en su despacho. Después de esa noche, las cosas entre ellos volverían a ser estrictamente profesionales y la joven tendría que enfrentarse sola a sus futuras calamidades.
Julia, por su parte, se sentía muy feliz de que estuvieran juntos. Quería hablar con él, hablar con él de verdad, preguntarle por su familia y por el funeral. Quería consolarlo por la pérdida de su madre. Quería contarle sus secretos y que él, a cambio, le susurrara los suyos al oído. Pero los ojos del señor Tomlinson, clavados en ella pero guardando las distancias, le dijeron que, por el momento, eso no iba a ser posible. Así que sonrió y jugueteó con los cubiertos, esperando no irritarlo con su nerviosismo.
—¿Por qué empezó a estudiar italiano en el instituto?
Julia ahogó una exclamación, abrió mucho los ojos y se quedó con su preciosa boca abierta. Él frunció el cejo ante su reacción, completamente desproporcionada a su pregunta. No la había interrogado sobre su talla de sujetador. No pudo evitar que los ojos se le dirigieran a sus pechos antes de volver a mirarla a la cara. Se ruborizó cuando una talla y una letra aparecieron milagrosamente en su mente.
—Ejem... me interesaba mucho la literatura italiana. Dante y Beatriz especialmente —respondió ella, doblando y volviendo a doblar la servilleta que tenía en el regazo. Unos cuantos rizos cayeron sobre su rostro ovalado con el movimiento.
Él se acordó entonces del cuadro que tenía en su apartamento y de su extraordinario parecido con Beatriz. Una vez más, su mente le envió señales de aviso y, una vez más, las ignoró.
—Son unos intereses notables para una jovencita —señaló, contemplándola y admirando su belleza.
—Tuve un... amigo que me inició en el tema —replicó Julia, como si el recuerdo le resultara doloroso.
Al darse cuenta de que se estaba adentrando en un terreno peligrosamente personal, él retrocedió y cambió de tema.
—Ha impresionado a Antonio. Está encantado con usted.
Ella lo miró y sonrió.
—Es un hombre muy amable.
—Y usted florece con la amabilidad, ¿no es cierto? Como una rosa.
Las palabras salieron de sus labios antes de poder reflexionar sobre lo que estaba diciendo. Una vez dichas, con Julia mirándolo con una calidez alarmante, ya no pudo retirarlas.
Había llegado demasiado lejos. Se encerró en sí mismo y empezó a mirar con atención la copa de vino para no mirarla a ella, y sus modales se volvieron fríos y distantes. Julia se dio cuenta del cambio. Lo aceptó y no hizo ningún intento por retomar la conversación anterior.
A lo largo de la cena, un Antonio claramente cautivado pasó más tiempo del necesario charlando en italiano con la hermosa Julianne, invitándola a cenar con su familia en el club italo-canadiense el domingo siguiente. Ella aceptó encantada y fue recompensada con tiramisú, espresso, biscotti, grappa y, para acabar, un bombón Baci. A Tomlinson no le ofrecieron ninguna de esas delicias, por lo que permaneció malhumorado, viéndola disfrutar.
Al final de la cena, Antonio le puso a Julia lo que parecía un gran cesto de comida en las manos, sin querer escuchar las protestas de la joven. La besó en las mejillas varias veces tras ayudarla a ponerse la gabardina y le rogó al profesor que volviera a traerla pronto y a menudo.
Él enderezó la espalda y le dirigió al maître una mirada glacial.
—Eso no va a ser posible —dijo y, girando sobre sus talones, salió del restaurante, dejando que Julia y su pesado cesto de comida lo siguieran desanimados.
Mientras los veía alejarse, Antonio se preguntó por qué habría llevado el profesor a una criatura tan deliciosa a un restaurante tan romántico para pasarse la noche sentado serio, sin apenas dirigirle la palabra, casi como si le resultara doloroso estar allí.
Cuando llegaron al apartamento de la señorita Mitchell, Tomlinson abrió la puerta del Jaguar y cogió la cesta de comida del asiento de atrás. Sin poder reprimir su curiosidad, echó un vistazo al contenido.
—Vino, aceite de oliva, vinagre balsámico, biscotti, un bote de salsa marinara hecha por la esposa de Antonio, restos de comida... Va a alimentarse muy bien durante los próximos días.
—Gracias a usted —dijo ella, alargando los brazos hacia la cesta.
—Pesa mucho. Yo la llevaré.
La acompañó hasta la puerta del edificio y esperó mientras ella abría la puerta. Luego le dio la cesta.
Ruborizándose, Julia se miró los zapatos y buscó las palabras adecuadas para lo que quería decir.
—Gracias, profesor Tomlinson, por una noche tan agradable. Ha sido muy generoso por su parte...
—Señorita Mitchell —la interrumpió él—, no hagamos esto más incómodo de lo que ya es. Lamento mi... mala educación. Mi única excusa es... de carácter privado, así que démonos la mano y empecemos de cero.
Alargó la mano y ella se la estrechó. Él trató de no apretar con demasiada fuerza para no hacerle daño. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar la electricidad que sintió en las venas ante el contacto de su piel, suave y delicada.
—Buenas noches, señorita Mitchell.
—Buenas noches, profesor Tomlinson.
Y con esas palabras desapareció en el interior de la casa, despidiéndose de él en mejores términos que horas atrás.
Aproximadamente una hora más tarde, Julia estaba sentada en la cama, contemplando la fotografía que siempre guardaba debajo de la almohada. Se la quedó mirando un buen rato, tratando de decidir si debía romperla, dejarla donde estaba o guardarla en un cajón. Siempre le había encantado esa foto. Le encantaba su sonrisa. Era la foto más bonita que había visto nunca, pero le dolía demasiado mirarla.
Alzó la vista hacia la lámina colgada junto a su cama, reprimiendo las lágrimas. No sabía qué había esperado de su Dante, pero sabía que no lo había conseguido. Así que, con la sabiduría que sólo se obtiene con un corazón roto, decidió que debía olvidarse de él de una vez por todas.
Se acordó de su despensa abarrotada y de la amabilidad de Antonio. Pensó en los mensajes que Paul le había dejado en el contestador, expresándole su preocupación por haberla dejado sola con El Profesor y rogándole que lo llamara sin importar la hora que fuera para decirle que estaba bien.
Fue hasta la cómoda, abrió el cajón de arriba y metió la foto dentro, con respeto pero con decisión, colocándola en la parte de atrás, bajo la lencería sexy que nunca se ponía. Y con el contraste entre los tres hombres de su vida bien presente en su mente, volvió a la cama, cerró los ojos y soñó con un huerto de manzanos abandonado.
Si en vez de a la señorita Mitchell hubiera recogido a la señorita Peterson, probablemente ésta se habría inclinado sobre él y le habría bajado la cremallera de la bragueta con los dientes mientras conducía. Se estremeció de sólo pensarlo. Y ahora estaba a punto de salir a cenar con la señorita Mitchell. ¡La había invitado a comer un filete! Si eso no violaba todas las normas de no confraternización entre profesores y alumnos, ya no sabía qué lo haría.
Respiró hondo. La señorita Mitchell era un desastre, una reencarnación de Calamity Jane, un torbellino de contratiempos. Parecía que todo le saliese mal, empezando por que no había podido ir a Harvard y siguiendo por toda la serie de objetos que se le rompían con sólo tocarlos... incluidos la calma y el carácter sereno de él.
Aunque sintiera que viviese en aquellas deplorables condiciones, él no iba a poner en peligro su carrera por ayudarla. Si ella quisiera, al día siguiente mismo podría denunciarlo por acoso ante el catedrático de su departamento. No podía permitirlo.
Recorrió el pasillo en dos largas zancadas y levantó la mano para llamar a la puerta. Pensaba darle cualquier excusa, algo que siempre sería mejor que desaparecer sin decir nada, pero en ese momento oyó pasos dentro del apartamento que se acercaban.
La señorita Mitchell abrió la puerta y se quedó quieta, con la mirada clavada en el suelo. Llevaba un vestido negro con cuello de pico, sencillo pero elegante, que le llegaba hasta la rodilla. Los ojos de él recorrieron sus suaves curvas hasta detenerse en sus piernas, sorprendentemente largas. Y los zapatos... Era imposible que ella lo supiera, pero Tomlinson tenía debilidad por las mujeres con zapatos de tacón. Tragó saliva con dificultad al ver los impresionantes zapatos negros con tacón de aguja que llevaba. Era obvio que eran de diseño. Quería tocarlos y...
—Ejem. —Julia carraspeó suavemente.
A regañadientes, él apartó la vista de sus zapatos y la miró a la cara. Ella lo estaba observando con expresión divertida.
Se había recogido el pelo en un moño alto, con algunos rizos sueltos que le caían alrededor de la cara. Se había puesto un poco de maquillaje. Su piel de porcelana seguía pálida, pero luminosa, y dos pinceladas de color rosa le alegraban las mejillas. Tenía las pestañas más oscuras y largas de lo que recordaba.
La señorita Julianne Mitchell era atractiva.
Se puso una gabardina azul marino y cerró con llave la puerta del apartamento. Él le indicó con un gesto que pasara delante y la siguió en silencio por el pasillo. Cuando llegaron a la calle, abrió el paraguas y se quedó dudando.
Julia lo miró, ladeando la cabeza.
—Será más fácil taparnos a los dos si se coge de mí —le dijo, ofreciéndole el brazo de la mano con que sujetaba el paraguas—. Si no le importa —añadió.
Ella tomó su brazo y lo miró con ternura.
Se dirigieron en silencio hacia el puerto, una zona de la que Julia había oído hablar, pero a la que aún no había tenido ocasión de ir. Antes de que El Profesor le entregara las llaves al aparcacoches, le pidió a ella que le diera la corbata que guardaba en la guantera. Julia sonrió al ver una caja con una inmaculada corbata de seda.
Al inclinarse para dársela, él cerró los ojos un instante para aspirar su perfume.
—Vainilla —murmuró.
—¿Qué?
—Nada.
Él se quitó el jersey y ella fue recompensada con la visión de su amplio pecho y de unos cuantos rizos que asomaban gracias a los botones abiertos de su camisa. El profesor Tomlinson era sexy. Tenía una cara muy atractiva y Julia estaba segura de que bajo la ropa sería igual de agraciado. Aunque por su propio bien trató de no pensar mucho en ello.
No pudo evitar admirar su destreza mientras se hacía el nudo de la corbata sin ayuda de un espejo. Aunque finalmente le quedó torcido.
—No puedo... No veo... —se quejó él, tratando de enderezarlo sin éxito.
—¿Quiere que pruebe yo? —se ofreció ella, tímidamente. No quería tocarlo sin su consentimiento.
—Gracias.
Julia le enderezó el nudo rápidamente, le alisó la corbata y fue resiguiéndole el cuello hasta llegar a la nuca, desde donde le bajó el cuello de la camisa. Cuando terminó, estaba respirando aceleradamente y se había ruborizado.
Él no se dio cuenta, porque estaba ocupado pensando en lo familiares que le resultaban los dedos de Julia y preguntándose por qué los dedos de Paulina nunca se lo habían parecido. Alargó el brazo hacia la americana que llevaba en un colgador en la parte posterior de su asiento y se la puso. Con una sonrisa y una inclinación de cabeza, la invitó a salir del coche.
El Harbour Sixty Steakhouse era un local emblemático de Toronto, un restaurante famoso y muy caro, frecuentado por directivos de empresa, políticos y otros personajes igual de impresionantes.
Tomlinson solía comer allí porque el solomillo que preparaban era el mejor que había probado y no tenía paciencia para la mediocridad. No se le ocurrió llevar a la señorita Mitchell a otro sitio.
Antonio, el maître, lo saludó calurosamente, con un firme apretón de manos y un torrente de palabras en italiano.
Él respondió con la misma calidez y en el mismo idioma.
—¿Y quién es esta belleza? —preguntó Antonio, besándole la mano a Julia y empezando a alabar en un italiano muy descriptivo sus ojos, su pelo y su piel.
Ella se ruborizó, pero le dio las gracias tímidamente en italiano.
La señorita Mitchell tenía una voz preciosa, pero la señorita Mitchell hablando en italiano era algo celestial. Su boca de rubí abriéndose y cerrándose; el modo delicado en que prácticamente cantaba las palabras; su lengua, asomando de vez en cuando para humedecerse los labios... Tomlinson tuvo que ordenarse cerrar la boca.
Antonio se quedó tan sorprendido y encantado por su respuesta que la besó en las mejillas no una vez, sino dos. Inmediatamente, los acompañó hasta la parte trasera del restaurante, donde les ofreció la mejor mesa, la más romántica.
Tomlinson dudó un momento antes de sentarse, al darse cuenta de lo que Antonio estaba interpretando. Él ya se había sentado a aquella mesa anteriormente, con otra persona, y el maître estaba sacando conclusiones precipitadas. Iba a tener que aclarar las cosas. Pero cuando empezó a carraspear para hablar, Antonio le preguntó a Julia si aceptaría una botella de una cosecha muy especial de un viñedo de su familia en la Toscana.
Ella se lo agradeció mucho, pero dijo que tal vez Il Professore tuviese otras preferencias. Él se sentó rápidamente y, para no ofender al maître, dijo que estaría encantado con cualquier vino que Antonio les ofreciera. Éste se retiró, radiante.
—Ya que estamos en público, tal vez sería buena idea que no me llamara profesor Tomlinson.
Ella asintió, sonriendo.
—Puede llamarme señor Tomlinson.
El señor Tomlinson estaba demasiado ocupado mirando la carta para darse cuenta de que los ojos de Julia se abrieron mucho antes de que bajara la vista.
—Tiene acento de la Toscana —comentó él, distraído, sin mirarla todavía.
—Sí.
—¿De dónde lo ha sacado?
—Estudié el tercer año de carrera en Florencia.
—Tiene un nivel muy bueno para haberlo estudiado sólo un año.
—Empecé a estudiarlo antes, en el instituto.
Él la miró desde el otro extremo de la mesa, pequeña e íntima, y se dio cuenta de que ella estaba evitando devolverle la mirada. Estudiaba la carta como si fueran las preguntas de un examen y se mordía el labio inferior.
—Está invitada, señorita Mitchell.
Ella alzó la vista bruscamente, como si no acabara de entender lo que quería decir.
—Es mi invitada. Pida lo que quiera, pero, por favor, pida carne.
Se sintió en la obligación de especificarlo, ya que el objetivo de aquella cena era suministrarle algo más nutritivo que el cuscús.
—No sé qué elegir.
—Si quiere, puedo elegir por usted.
Ella asintió y cerró la carta, sin dejar de morderse el labio. En ese momento, Antonio regresó y les mostró orgulloso una botella de chianti con una etiqueta escrita a mano. Julia sonrió mientras el maître abría la botella y le servía un poco en la copa.
Tomlinson la observó conteniendo el aliento mientras ella hacía girar el vino en la copa con pericia y luego la levantaba para examinar el líquido a la luz de las velas. Se acercó la copa a la nariz, cerró los ojos e inspiró. Luego se la llevó a los carnosos labios y probó el vino, manteniéndolo en la boca unos instantes antes de tragárselo. Abrió los ojos y, con una sonrisa más amplia, le dio las gracias a Antonio por su precioso regalo.
El maître, radiante, felicitó al señor Tomlinson por su elección de acompañante con un entusiasmo un poco excesivo y llenó ambas copas con su vino favorito.
Mientras tanto, Tomlinson había tenido que ajustarse los pantalones por debajo de la mesa, porque la visión de la señorita Mitchell probando el vino había resultado ser la imagen más erótica que había visto nunca. No era sólo atractiva; era hermosa, como un ángel o una musa. Y tampoco era simplemente hermosa; era sensual, hipnótica y al mismo tiempo inocente. Sus bonitos ojos reflejaban una pureza y una profundidad de sentimientos en las que no se había fijado hasta entonces.
Con esfuerzo, apartó la vista mientras volvía a ajustarse los pantalones. Se sintió sucio y un poco avergonzado por su reacción. Una reacción de la que iba a tener que ocuparse más tarde. A solas.
Rodeado de olor a vainilla.
Por de pronto pidió por los dos, asegurándose de que les traían los trozos más grandes de filet mignon. Cuando la señorita Mitchell protestó, él hizo un gesto despectivo con la mano y le dijo que si le sobraba algo se lo podría llevar a casa. Esperaba que las sobras le sirvieran para alimentarse un par de días más.
Se preguntó qué comería cuando se le hubieran acabado, pero se negó a obsesionarse con el tema. Aquella cena no iba a volver a repetirse. Era una excepción. Sólo la había invitado para disculparse por haberla humillado en su despacho. Después de esa noche, las cosas entre ellos volverían a ser estrictamente profesionales y la joven tendría que enfrentarse sola a sus futuras calamidades.
Julia, por su parte, se sentía muy feliz de que estuvieran juntos. Quería hablar con él, hablar con él de verdad, preguntarle por su familia y por el funeral. Quería consolarlo por la pérdida de su madre. Quería contarle sus secretos y que él, a cambio, le susurrara los suyos al oído. Pero los ojos del señor Tomlinson, clavados en ella pero guardando las distancias, le dijeron que, por el momento, eso no iba a ser posible. Así que sonrió y jugueteó con los cubiertos, esperando no irritarlo con su nerviosismo.
—¿Por qué empezó a estudiar italiano en el instituto?
Julia ahogó una exclamación, abrió mucho los ojos y se quedó con su preciosa boca abierta. Él frunció el cejo ante su reacción, completamente desproporcionada a su pregunta. No la había interrogado sobre su talla de sujetador. No pudo evitar que los ojos se le dirigieran a sus pechos antes de volver a mirarla a la cara. Se ruborizó cuando una talla y una letra aparecieron milagrosamente en su mente.
—Ejem... me interesaba mucho la literatura italiana. Dante y Beatriz especialmente —respondió ella, doblando y volviendo a doblar la servilleta que tenía en el regazo. Unos cuantos rizos cayeron sobre su rostro ovalado con el movimiento.
Él se acordó entonces del cuadro que tenía en su apartamento y de su extraordinario parecido con Beatriz. Una vez más, su mente le envió señales de aviso y, una vez más, las ignoró.
—Son unos intereses notables para una jovencita —señaló, contemplándola y admirando su belleza.
—Tuve un... amigo que me inició en el tema —replicó Julia, como si el recuerdo le resultara doloroso.
Al darse cuenta de que se estaba adentrando en un terreno peligrosamente personal, él retrocedió y cambió de tema.
—Ha impresionado a Antonio. Está encantado con usted.
Ella lo miró y sonrió.
—Es un hombre muy amable.
—Y usted florece con la amabilidad, ¿no es cierto? Como una rosa.
Las palabras salieron de sus labios antes de poder reflexionar sobre lo que estaba diciendo. Una vez dichas, con Julia mirándolo con una calidez alarmante, ya no pudo retirarlas.
Había llegado demasiado lejos. Se encerró en sí mismo y empezó a mirar con atención la copa de vino para no mirarla a ella, y sus modales se volvieron fríos y distantes. Julia se dio cuenta del cambio. Lo aceptó y no hizo ningún intento por retomar la conversación anterior.
A lo largo de la cena, un Antonio claramente cautivado pasó más tiempo del necesario charlando en italiano con la hermosa Julianne, invitándola a cenar con su familia en el club italo-canadiense el domingo siguiente. Ella aceptó encantada y fue recompensada con tiramisú, espresso, biscotti, grappa y, para acabar, un bombón Baci. A Tomlinson no le ofrecieron ninguna de esas delicias, por lo que permaneció malhumorado, viéndola disfrutar.
Al final de la cena, Antonio le puso a Julia lo que parecía un gran cesto de comida en las manos, sin querer escuchar las protestas de la joven. La besó en las mejillas varias veces tras ayudarla a ponerse la gabardina y le rogó al profesor que volviera a traerla pronto y a menudo.
Él enderezó la espalda y le dirigió al maître una mirada glacial.
—Eso no va a ser posible —dijo y, girando sobre sus talones, salió del restaurante, dejando que Julia y su pesado cesto de comida lo siguieran desanimados.
Mientras los veía alejarse, Antonio se preguntó por qué habría llevado el profesor a una criatura tan deliciosa a un restaurante tan romántico para pasarse la noche sentado serio, sin apenas dirigirle la palabra, casi como si le resultara doloroso estar allí.
Cuando llegaron al apartamento de la señorita Mitchell, Tomlinson abrió la puerta del Jaguar y cogió la cesta de comida del asiento de atrás. Sin poder reprimir su curiosidad, echó un vistazo al contenido.
—Vino, aceite de oliva, vinagre balsámico, biscotti, un bote de salsa marinara hecha por la esposa de Antonio, restos de comida... Va a alimentarse muy bien durante los próximos días.
—Gracias a usted —dijo ella, alargando los brazos hacia la cesta.
—Pesa mucho. Yo la llevaré.
La acompañó hasta la puerta del edificio y esperó mientras ella abría la puerta. Luego le dio la cesta.
Ruborizándose, Julia se miró los zapatos y buscó las palabras adecuadas para lo que quería decir.
—Gracias, profesor Tomlinson, por una noche tan agradable. Ha sido muy generoso por su parte...
—Señorita Mitchell —la interrumpió él—, no hagamos esto más incómodo de lo que ya es. Lamento mi... mala educación. Mi única excusa es... de carácter privado, así que démonos la mano y empecemos de cero.
Alargó la mano y ella se la estrechó. Él trató de no apretar con demasiada fuerza para no hacerle daño. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para ignorar la electricidad que sintió en las venas ante el contacto de su piel, suave y delicada.
—Buenas noches, señorita Mitchell.
—Buenas noches, profesor Tomlinson.
Y con esas palabras desapareció en el interior de la casa, despidiéndose de él en mejores términos que horas atrás.
Aproximadamente una hora más tarde, Julia estaba sentada en la cama, contemplando la fotografía que siempre guardaba debajo de la almohada. Se la quedó mirando un buen rato, tratando de decidir si debía romperla, dejarla donde estaba o guardarla en un cajón. Siempre le había encantado esa foto. Le encantaba su sonrisa. Era la foto más bonita que había visto nunca, pero le dolía demasiado mirarla.
Alzó la vista hacia la lámina colgada junto a su cama, reprimiendo las lágrimas. No sabía qué había esperado de su Dante, pero sabía que no lo había conseguido. Así que, con la sabiduría que sólo se obtiene con un corazón roto, decidió que debía olvidarse de él de una vez por todas.
Se acordó de su despensa abarrotada y de la amabilidad de Antonio. Pensó en los mensajes que Paul le había dejado en el contestador, expresándole su preocupación por haberla dejado sola con El Profesor y rogándole que lo llamara sin importar la hora que fuera para decirle que estaba bien.
Fue hasta la cómoda, abrió el cajón de arriba y metió la foto dentro, con respeto pero con decisión, colocándola en la parte de atrás, bajo la lencería sexy que nunca se ponía. Y con el contraste entre los tres hombres de su vida bien presente en su mente, volvió a la cama, cerró los ojos y soñó con un huerto de manzanos abandonado.
___________________________________
Holaaaaaaaa!!!!
Como están?
Que tal les pareció el capítulo?
hagamos algo a los 4 comentarios, De diferentes personas, y subo el siguiente capitulo=)
besosss comenteen :bye:
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Me dolió el comporta miento de louis es enserio siguela no me puedes dejar asi si soy masoquista la verdad :pokerface: :aah: :amor: :bye: :misery: :misery:
tortugitastyles
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Holaaaaaa soy tu nueva lectora, creo que eso es obvio :)
bien me ha gustado mucho tu novela, no soy fan de las historias eróticas pero tu historia me ha llamado la atención y mucho.
Tomlinson pierde rápido la paciencia como es que se convirtió en profesor?
Tomlinson es muy frío es de esos profesores que irritan, mi profesor de geométrica analítica era algo así le causaba gracia vernos sufrir.
encanta como escribes eres muy buena en esto
Siguela cuando puedas por favor y saludos
Espero te encuentres bien
bien me ha gustado mucho tu novela, no soy fan de las historias eróticas pero tu historia me ha llamado la atención y mucho.
Tomlinson pierde rápido la paciencia como es que se convirtió en profesor?
Tomlinson es muy frío es de esos profesores que irritan, mi profesor de geométrica analítica era algo así le causaba gracia vernos sufrir.
encanta como escribes eres muy buena en esto
Siguela cuando puedas por favor y saludos
Espero te encuentres bien
Wendo!
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Siguela por favor
Soy nueva persona y no he parado de leer desde que he encontrado la novela y acabo de terminar de leer los caps
Por favor, soy nueva lectora, ¿no se merece eso un maratón?
Soy nueva persona y no he parado de leer desde que he encontrado la novela y acabo de terminar de leer los caps
Por favor, soy nueva lectora, ¿no se merece eso un maratón?
Rachel116
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
I love it!
Espero que subas el próximo capi pronto
Beso
Mica<3
Espero que subas el próximo capi pronto
Beso
Mica<3
mica92♥
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mar_love1D escribió:Me encantó el cap!
Seguilaa! :D
:bye:
Me encanta que te encante!!
Ya mismo la sigo :))
karencita__mb
Página 3 de 32. • 1, 2, 3, 4 ... 17 ... 32
Temas similares
» Untouchable {Louis Tomlinson} [Terminada]
» Master |Louis Tomlinson| Hot. «Terminada»
» She will be loved. |Louis Tomlinson & Tú| TERMINADA.
» Why I can not? |Louis Tomlinson|{Terminada}
» They don't know about us - {Louis Tomlinson y tu} (Terminada)
» Master |Louis Tomlinson| Hot. «Terminada»
» She will be loved. |Louis Tomlinson & Tú| TERMINADA.
» Why I can not? |Louis Tomlinson|{Terminada}
» They don't know about us - {Louis Tomlinson y tu} (Terminada)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
Página 3 de 32.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.