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El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Ups! Alguien está en problemas!
¿Por que lloraba Louis? :(
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
¿Por que lloraba Louis? :(
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
ᴍᴀʀ.
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
ele tomlinson escribió:La rayis se metio en problemas? Siguela pleasss
parece que si!!
ahorita la sigoo!
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mar_love1D escribió:Ups! Alguien está en problemas!
¿Por que lloraba Louis? :(
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
siiii
me alegroo que te haya gustado el cap
ya la sigoo!!!
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Tres
»кιтту ѕукєѕ
Con una débil sonrisa, la joven asintió y se dirigió a los casilleros en busca del correo.
Casi todo era propaganda. Había algunos comunicados internos del departamento, entre ellos, uno de una conferencia pública del profesor Louis W. Tomlinson titulada «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». Julia leyó el título varias veces antes de ser capaz de asimilarlo. Luego empezó a canturrear en voz baja.
Lo siguió haciendo mientras leía una segunda circular que avisaba de que la conferencia del profesor Tomlinson había sido aplazada. Y no dejó su canturreo al ver una tercera nota, en la que se avisaba de que todos los seminarios, citas y reuniones del profesor Tomlinson quedaban cancelados hasta nuevo aviso. Finalmente, alargó la mano para alcanzar una nota doblada que estaba al final del casillero. La desdobló y leyó:
Sin dejar de canturrear, se preguntó por qué el profesor le habría devuelto la nota que le dejó en la puerta del despacho. Pero su canturreo se detuvo en seco, igual que su corazón, al darle la vuelta al papel y ver lo siguiente:
Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan embarazoso como ése, Julia se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los veintitrés años ya estaba hecha de otra pasta. Así que, en vez de quedarse frente a los buzones, contemplando cómo su breve carrera académica ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer y regresó a casa.
Una vez allí, e intentando no pensar en los asuntos académicos, hizo cuatro cosas:
Primero, cogió un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en una fiambrera debajo de la cama.
Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de tequila muy barato.
Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Rachel. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba viviendo, y lo envió desde su cuenta de gmail en vez de desde su cuenta universitaria.
Cuarto, se fue de compras. Esa última actividad era un desconsolado homenaje tanto a Rachel como a Grace, porque a ambas les encantaban las cosas caras. En realidad, Julia era demasiado pobre para ir de compras.
Cuando se mudó a Selinsgrove y conoció a Rachel, durante su primer año de instituto, no podía permitirse comprarse nada. De la misma forma que tampoco podía permitírselo en esos momentos. Con la beca de estudios que le habían concedido, a duras penas llegaba a fin de mes y no podía trabajar para complementar sus ingresos, porque, como estadounidense con visado de estudios, eran muy pocas las tareas que podía realizar.
Mientras paseaba lentamente frente a los bonitos escaparates de la calle Bloor, pensó en su vieja amiga y en su madre sustituta. Se paró delante del escaparate de Prada recordando la única vez que había ido a comprar zapatos de marca con Rachel. Julia todavía conservaba esos zapatos negros de tacón de aguja guardados en una caja al fondo del armario. Sólo se los había puesto una vez: la noche en que descubrió que estaba siendo traicionada. Quiso destrozarlos, igual que había destrozado el vestido, pero no pudo. Los zapatos habían sido un regalo de bienvenida de Rachel, que no sabía qué iba a encontrarse ella en casa.
Luego se detuvo una eternidad delante de la tienda Chanel y lloró recordando a Grace. Recordó que siempre la recibía con una sonrisa y un abrazo cuando iba de visita. Recordó que, cuando su verdadera madre murió en trágicas circunstancias, Grace le dijo que la quería y que le encantaría ser su madre si a ella le apetecía. Y había sido una madre mucho mejor de lo que Sharon lo fue nunca, para vergüenza de Sharon y pena de Julia.
Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala hija adoptiva, un desastre de amiga y una boba insensible a la que no se le ocurría asegurarse de que un trozo de papel estaba en blanco antes de dejárselo firmado a una persona cuya querida madre acababa de morir.
«¿Qué habrá pensado al ver la nota?» Más animada después de un chupito o dos o tres de tequila, Julia se permitió seguir haciéndose preguntas. «¿Qué debe de pensar de mí ahora?»
Se planteó hacer el equipaje y coger el primer autobús que se dirigiera a Selinsgrove para no tener que enfrentarse a él. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Louis Tomlinson estaba hablando de Grace aquel horrible día al teléfono. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que el cáncer de ésta se hubiera reproducido. Y mucho menos que hubiera muerto. Aquel día estaba más preocupada por haber empezado su relación con El Profesor con tan mal pie. Su hostilidad la había pillado por sorpresa, pero todavía la había sorprendido más verlo llorar. En lo único que había podido pensar había sido en consolarlo. Esa idea se había impuesto a todas las demás y ni siquiera la había dejado preguntarse por la causa de su dolor.
No había bastado con que acabaran de romperle el corazón con la noticia de que su madre había muerto sin haber podido despedirse de ella ni decirle que la quería. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermano Scott, hubiera discutido con él por no haber vuelto aún a casa. No. Cuando destrozado y llorando como un niño había abierto la puerta del despacho para irse corriendo al aeropuerto, se había encontrado con su nota de consuelo y con lo que Paul había escrito por el otro lado.
«Estupendo.»
A Julia la sorprendía que El Profesor no la hubiera expulsado del curso en aquel mismo momento.
«Tal vez me ha reconocido.»
Un nuevo chupito de tequila le permitió formular esa idea, pero ninguna más, porque cayó al suelo desmayada.
Dos semanas más tarde, cuando fue a revisar su casillero en el departamento, Julia se encontraba ligeramente mejor, aunque como si estuviera esperando en el corredor de la muerte, sin posibilidad de indulto. No. No se había marchado a casa.
Julia se ruborizaba con facilidad y era muy tímida. Pero también era una persona muy tenaz y testaruda y deseaba con todas sus fuerzas estudiar la obra de Dante. Si tenía que inventarse un cómplice sin identificar para librarse de la pena de muerte, estaba dispuesta a hacerlo.
Aún no se lo había dicho a Paul. Todavía.
—¿Julianne? ¿Puedes venir un momentito? —le preguntó la señora Jenkins, la encantadora auxiliar administrativa, ya entrada en años, desde su escritorio.
Julia se acercó dócilmente.
—¿Has tenido algún problema con el profesor Tomlinson?
—Yo... ejem... no lo sé —respondió, ruborizándose y mordiéndose el interior de la mejilla.
—He recibido dos correos electrónicos urgentes esta mañana pidiéndome que concierte una cita para que te reúnas con él en cuanto regrese. No suelo recibir ese tipo de encargos. Normalmente, los profesores prefieren acordar sus propias citas cuando les conviene. Por alguna razón, Tomlinson insiste en que sea yo quien fije la tuya y en que quede reflejada en tu expediente.
Julia asintió y sacó la agenda de la mochila, tratando de no pensar en lo que el profesor debía de haber dicho de ella en esos correos.
La señora Jenkins la estaba mirando expectante.
—¿Qué tal mañana?
Su fingida calma se desmoronó.
—¿Mañana?
—El señor Tomlinson regresa esta noche y propone reunirse contigo mañana a las cuatro en su despacho. ¿Te va bien? Tengo que enviarle un mensaje de confirmación.
Julia asintió y anotó la cita en su agenda, como si lo necesitara para acordarse.
—No dice de qué se trata, pero sí que es importante. Me pregunto a qué se referirá... —comentó la señora Jenkins, distraída.
Julia acabó sus asuntos de ese día y regresó a casa para hacer las maletas, con la ayuda de su amiga, la señorita Tequila.
A la mañana siguiente, tenía casi toda la ropa guardada en sus dos maletas. Sin querer admitir la derrota —ni ante sí misma ni ante la señorita Tequila—, decidió no acabar de hacer el equipaje, por lo que se encontró haciendo girar los pulgares de aburrimiento. Necesitaba ocupar el tiempo de alguna manera, así que decidió hacer lo que cualquier estudiante perezoso que se precie haría en esa situación, aparte de beber e irse de fiesta con otros estudiantes perezosos: limpiar su apartamento.
No le llevó demasiado tiempo. Cuando hubo terminado, todo estaba en perfecto orden, escrupulosamente limpio y con un ligero aroma a limón. Orgullosa del resultado, preparó su mochila para ir a la universidad.
Mientras tanto, el profesor Tomlinson recorría los pasillos del departamento a grandes zancadas. Estudiantes y colegas por igual se iban volviendo a su paso. El Profesor estaba de mal humor y nadie quería interponerse en su camino.
Llevaba una buena temporada de ese talante, pero ese día estaba más cascarrabias de lo habitual debido a la tensión y la falta de sueño. Los dioses de Air Canada le habían echado una maldición y lo habían sentado al lado de un padre y de su hijo de dos años que regresaban de Filadelfia. El niño lloró sin parar durante todo el viaje y se meó encima —y encima del profesor Tomlinson—, mientras su padre dormía profundamente. En la penumbra del avión, mientras se secaba la orina del niño de sus pantalones de Armani, pensó que el gobierno debería decretar la esterilización de los padres permisivos.
Julia acudió puntual a su cita de las cuatro con el profesor Tomlinson y comprobó encantada que la puerta estaba cerrada. Aunque su alegría duró poco, al darse cuenta de que El Profesor estaba dentro, gritándole a Paul.
Cuando su compañero salió, diez minutos más tarde, seguía igual de erguido que siempre, con sus casi dos metros de altura, pero visiblemente más alterado. Julia buscó con la mirada la salida de incendios. Con sólo cinco pasos podría ponerse a salvo. Únicamente tendría que enfrentarse a la policía por haber hecho sonar una alarma de incendios de manera ilegal. Resultaba una idea tentadora.
Paul se percató de lo que estaba pensando y negó con la cabeza. Tras murmurar algunos insultos dirigidos a El Profesor, sonrió.
—¿Te gustaría tomar un café conmigo algún día?
Julia lo miró sorprendida. Estaba demasiado nerviosa por la reunión para pensar en nada más, así que asintió.
El joven siguió sonriendo y se inclinó hacia ella.
—Sería mucho más fácil si tuviera tu número de teléfono.
Ruborizándose, Julia buscó un trozo de papel, se aseguró de que no hubiera nada escrito por el otro lado, y anotó el número de su móvil.
Paul cogió la nota y, tras echarle un vistazo, le palmeó el hombro.
—Machácalo, Conejito.
Ella no tuvo tiempo de preguntarle por qué creía que su apodo era o debería ser «Conejito», ya que una voz atractiva pero impaciente dijo:
—Ahora, señorita Mitchell.
Julia se detuvo en la puerta, insegura.
El profesor Tomlinson parecía cansado. Tenía ojeras oscuras y estaba muy pálido, lo que hacía que pareciera más delgado. Mientras revisaba un documento, se pasó lentamente la lengua por el labio inferior.
Ella se lo quedó mirando, hipnotizada por su boca sensual. Tras un momento, logró apartar la vista haciendo un gran esfuerzo y se fijó entonces en que llevaba gafas. Nunca antes lo había visto llevarlas. Tal vez sólo se las pusiera cuando se notaba la vista cansada. El caso es que ese día sus penetrantes ojos quedaban medio ocultos tras un par de gafas de Prada. La montura negra contrastaba con el castaño de su pelo y el azul de sus ojos, atrayendo las miradas. Julia se dio cuenta de que no sólo no había visto nunca a un profesor tan atractivo, sino que tampoco se había encontrado con uno tan elegante. Podría haber sido el modelo de una campaña publicitaria de cualquier marca cara, algo que no muchos profesores universitarios podían decir. (Ya que éstos no suelen ser admirados precisamente por su buen gusto a la hora de vestir.)
Julia lo conocía lo suficiente como para saber que tenía un temperamento impredecible. Y también que, al menos en los últimos tiempos, se había vuelto un maniático de los buenos modales y el decoro. Sabía que probablemente no le parecería mal que se sentara en una de las dos butacas de piel sin esperar a que le diera permiso, sobre todo si se acordaba de ella, pero teniendo en cuenta que la había llamado señorita Mitchell, prefirió esperar.
—Por favor, siéntese, señorita Mitchell —dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.
Suspirando, Julia se dirigió hacia la rígida silla de Ikea que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.
—Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.
Ella se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo. Hizo una mueca y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del profesor Tomlinson, incluido un tampón, que fue rodando hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
«Tal vez pueda marcharme antes de que se dé cuenta.»
Avergonzada, se agachó y empezó a recoger sus cosas. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y todo volvió a caer al suelo con gran estrépito. Julia se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
«Oh, dioses de las estudiantes recién licenciadas y patosas, matadme por favor. Ahora.»
—¿Es usted humorista, señorita Mitchell?
Julia enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerla llorar.
¿Cómo alguien con un nombre tan angelical podía ser tan cruel? ¿Cómo una voz tan melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que la habían mirado con amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Louis Tomlinson había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara.
Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.
—Cuando le hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección —dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía en las manos—. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.
—¿Disculpe, doctor Tomlinson? —preguntó Julia con voz suave pero decidida.
No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses de las estudiantes recién graduadas por si acaso.
—Profesor Tomlinson, si no le molesta —replicó malhumorado—. Doctores los hay a patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores.
Harta de ser humillada, Julia trató de cerrar la cremallera de la mochila, pero por desgracia también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida maldiciendo en voz baja.
—¿Podría dejar de pelearse con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?
Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, Julia dejó su ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la incómoda silla. Cruzó las manos sobre el regazo para no empezar a retorcérselas y esperó.
—Al parecer, sí se considera usted una humorista. ¿Le pareció que esto era divertido? —preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de ella, calzados con zapatillas deportivas.
Al agacharse para recogerla, vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Grace había muerto.
—Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no la escribí por los dos...
—¡No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de la clase y no se presentó.
—Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y...
—¡No tenía la puerta cerrada! —la interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa—. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?
Julia la cogió y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan las flores que uno envía a un funeral.
Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar. Ella parpadeó rápidamente, tratando de explicarse:
—No es lo que cree. Sólo quería darle el pésame...
—¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
—Pero es que esta nota era para su familia...
—¡Deje a mi familia en paz! —exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.
Julia acababa de ser arrancada del reino de los sorprendidos y arrojada al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso.
Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de Julia y lo dejó caer con desprecio sobre la mesa antes de fulminarla con la mirada.
—Veo que está aquí con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto —añadió, señalando el espacio entre ellos— no va a funcionar, va a tener que buscarse otro tema y otro director para su proyecto. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa...
Haciendo girar su silla, empezó a teclear furiosamente en el ordenador portátil.
Julia no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieta en la silla, tratando de absorber no sólo su discurso sino sobre todo su conclusión, El Profesor volvió a hablar, sin molestarse en alzar la vista:
—Eso es todo, señorita Mitchell.
Ella no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdida, y recogió del suelo su ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como una zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle Bloor, se dio cuenta de que había elegido un mal día para salir de casa sin chaqueta, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar. No había dado ni cinco pasos y ya estaba empapada. Tampoco se le había ocurrido coger un paraguas, así que tenía por delante una caminata de tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío y el viento.
«Oh, dioses del mal karma y de las tormentas eléctricas, tened piedad de mí.»
Mientras caminaba, se consoló pensando que su ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya.
«Chúpate ésa, profesor Tomlinson.»
Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de Tom en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de Julia. ¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso.
Julia miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa.
A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado mojándola aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, Julia simplemente las aceptaba.
En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar negro, que parecía nuevo. El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó:
—Suba.
Julia dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó.
No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos azules que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.
—Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave.
Era casi la voz que Julia recordaba.
Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero negro y sus alfombrillas inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.
—Muchas gracias, profesor Tomlinson
Casi todo era propaganda. Había algunos comunicados internos del departamento, entre ellos, uno de una conferencia pública del profesor Louis W. Tomlinson titulada «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». Julia leyó el título varias veces antes de ser capaz de asimilarlo. Luego empezó a canturrear en voz baja.
Lo siguió haciendo mientras leía una segunda circular que avisaba de que la conferencia del profesor Tomlinson había sido aplazada. Y no dejó su canturreo al ver una tercera nota, en la que se avisaba de que todos los seminarios, citas y reuniones del profesor Tomlinson quedaban cancelados hasta nuevo aviso. Finalmente, alargó la mano para alcanzar una nota doblada que estaba al final del casillero. La desdobló y leyó:
Lo siento.
Julia Mitchell
Julia Mitchell
Sin dejar de canturrear, se preguntó por qué el profesor le habría devuelto la nota que le dejó en la puerta del despacho. Pero su canturreo se detuvo en seco, igual que su corazón, al darle la vuelta al papel y ver lo siguiente:
Tomlinson es un asno.
Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan embarazoso como ése, Julia se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los veintitrés años ya estaba hecha de otra pasta. Así que, en vez de quedarse frente a los buzones, contemplando cómo su breve carrera académica ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer y regresó a casa.
Una vez allí, e intentando no pensar en los asuntos académicos, hizo cuatro cosas:
Primero, cogió un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en una fiambrera debajo de la cama.
Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de tequila muy barato.
Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Rachel. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba viviendo, y lo envió desde su cuenta de gmail en vez de desde su cuenta universitaria.
Cuarto, se fue de compras. Esa última actividad era un desconsolado homenaje tanto a Rachel como a Grace, porque a ambas les encantaban las cosas caras. En realidad, Julia era demasiado pobre para ir de compras.
Cuando se mudó a Selinsgrove y conoció a Rachel, durante su primer año de instituto, no podía permitirse comprarse nada. De la misma forma que tampoco podía permitírselo en esos momentos. Con la beca de estudios que le habían concedido, a duras penas llegaba a fin de mes y no podía trabajar para complementar sus ingresos, porque, como estadounidense con visado de estudios, eran muy pocas las tareas que podía realizar.
Mientras paseaba lentamente frente a los bonitos escaparates de la calle Bloor, pensó en su vieja amiga y en su madre sustituta. Se paró delante del escaparate de Prada recordando la única vez que había ido a comprar zapatos de marca con Rachel. Julia todavía conservaba esos zapatos negros de tacón de aguja guardados en una caja al fondo del armario. Sólo se los había puesto una vez: la noche en que descubrió que estaba siendo traicionada. Quiso destrozarlos, igual que había destrozado el vestido, pero no pudo. Los zapatos habían sido un regalo de bienvenida de Rachel, que no sabía qué iba a encontrarse ella en casa.
Luego se detuvo una eternidad delante de la tienda Chanel y lloró recordando a Grace. Recordó que siempre la recibía con una sonrisa y un abrazo cuando iba de visita. Recordó que, cuando su verdadera madre murió en trágicas circunstancias, Grace le dijo que la quería y que le encantaría ser su madre si a ella le apetecía. Y había sido una madre mucho mejor de lo que Sharon lo fue nunca, para vergüenza de Sharon y pena de Julia.
Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala hija adoptiva, un desastre de amiga y una boba insensible a la que no se le ocurría asegurarse de que un trozo de papel estaba en blanco antes de dejárselo firmado a una persona cuya querida madre acababa de morir.
«¿Qué habrá pensado al ver la nota?» Más animada después de un chupito o dos o tres de tequila, Julia se permitió seguir haciéndose preguntas. «¿Qué debe de pensar de mí ahora?»
Se planteó hacer el equipaje y coger el primer autobús que se dirigiera a Selinsgrove para no tener que enfrentarse a él. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Louis Tomlinson estaba hablando de Grace aquel horrible día al teléfono. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que el cáncer de ésta se hubiera reproducido. Y mucho menos que hubiera muerto. Aquel día estaba más preocupada por haber empezado su relación con El Profesor con tan mal pie. Su hostilidad la había pillado por sorpresa, pero todavía la había sorprendido más verlo llorar. En lo único que había podido pensar había sido en consolarlo. Esa idea se había impuesto a todas las demás y ni siquiera la había dejado preguntarse por la causa de su dolor.
No había bastado con que acabaran de romperle el corazón con la noticia de que su madre había muerto sin haber podido despedirse de ella ni decirle que la quería. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermano Scott, hubiera discutido con él por no haber vuelto aún a casa. No. Cuando destrozado y llorando como un niño había abierto la puerta del despacho para irse corriendo al aeropuerto, se había encontrado con su nota de consuelo y con lo que Paul había escrito por el otro lado.
«Estupendo.»
A Julia la sorprendía que El Profesor no la hubiera expulsado del curso en aquel mismo momento.
«Tal vez me ha reconocido.»
Un nuevo chupito de tequila le permitió formular esa idea, pero ninguna más, porque cayó al suelo desmayada.
Dos semanas más tarde, cuando fue a revisar su casillero en el departamento, Julia se encontraba ligeramente mejor, aunque como si estuviera esperando en el corredor de la muerte, sin posibilidad de indulto. No. No se había marchado a casa.
Julia se ruborizaba con facilidad y era muy tímida. Pero también era una persona muy tenaz y testaruda y deseaba con todas sus fuerzas estudiar la obra de Dante. Si tenía que inventarse un cómplice sin identificar para librarse de la pena de muerte, estaba dispuesta a hacerlo.
Aún no se lo había dicho a Paul. Todavía.
—¿Julianne? ¿Puedes venir un momentito? —le preguntó la señora Jenkins, la encantadora auxiliar administrativa, ya entrada en años, desde su escritorio.
Julia se acercó dócilmente.
—¿Has tenido algún problema con el profesor Tomlinson?
—Yo... ejem... no lo sé —respondió, ruborizándose y mordiéndose el interior de la mejilla.
—He recibido dos correos electrónicos urgentes esta mañana pidiéndome que concierte una cita para que te reúnas con él en cuanto regrese. No suelo recibir ese tipo de encargos. Normalmente, los profesores prefieren acordar sus propias citas cuando les conviene. Por alguna razón, Tomlinson insiste en que sea yo quien fije la tuya y en que quede reflejada en tu expediente.
Julia asintió y sacó la agenda de la mochila, tratando de no pensar en lo que el profesor debía de haber dicho de ella en esos correos.
La señora Jenkins la estaba mirando expectante.
—¿Qué tal mañana?
Su fingida calma se desmoronó.
—¿Mañana?
—El señor Tomlinson regresa esta noche y propone reunirse contigo mañana a las cuatro en su despacho. ¿Te va bien? Tengo que enviarle un mensaje de confirmación.
Julia asintió y anotó la cita en su agenda, como si lo necesitara para acordarse.
—No dice de qué se trata, pero sí que es importante. Me pregunto a qué se referirá... —comentó la señora Jenkins, distraída.
Julia acabó sus asuntos de ese día y regresó a casa para hacer las maletas, con la ayuda de su amiga, la señorita Tequila.
A la mañana siguiente, tenía casi toda la ropa guardada en sus dos maletas. Sin querer admitir la derrota —ni ante sí misma ni ante la señorita Tequila—, decidió no acabar de hacer el equipaje, por lo que se encontró haciendo girar los pulgares de aburrimiento. Necesitaba ocupar el tiempo de alguna manera, así que decidió hacer lo que cualquier estudiante perezoso que se precie haría en esa situación, aparte de beber e irse de fiesta con otros estudiantes perezosos: limpiar su apartamento.
No le llevó demasiado tiempo. Cuando hubo terminado, todo estaba en perfecto orden, escrupulosamente limpio y con un ligero aroma a limón. Orgullosa del resultado, preparó su mochila para ir a la universidad.
Mientras tanto, el profesor Tomlinson recorría los pasillos del departamento a grandes zancadas. Estudiantes y colegas por igual se iban volviendo a su paso. El Profesor estaba de mal humor y nadie quería interponerse en su camino.
Llevaba una buena temporada de ese talante, pero ese día estaba más cascarrabias de lo habitual debido a la tensión y la falta de sueño. Los dioses de Air Canada le habían echado una maldición y lo habían sentado al lado de un padre y de su hijo de dos años que regresaban de Filadelfia. El niño lloró sin parar durante todo el viaje y se meó encima —y encima del profesor Tomlinson—, mientras su padre dormía profundamente. En la penumbra del avión, mientras se secaba la orina del niño de sus pantalones de Armani, pensó que el gobierno debería decretar la esterilización de los padres permisivos.
Julia acudió puntual a su cita de las cuatro con el profesor Tomlinson y comprobó encantada que la puerta estaba cerrada. Aunque su alegría duró poco, al darse cuenta de que El Profesor estaba dentro, gritándole a Paul.
Cuando su compañero salió, diez minutos más tarde, seguía igual de erguido que siempre, con sus casi dos metros de altura, pero visiblemente más alterado. Julia buscó con la mirada la salida de incendios. Con sólo cinco pasos podría ponerse a salvo. Únicamente tendría que enfrentarse a la policía por haber hecho sonar una alarma de incendios de manera ilegal. Resultaba una idea tentadora.
Paul se percató de lo que estaba pensando y negó con la cabeza. Tras murmurar algunos insultos dirigidos a El Profesor, sonrió.
—¿Te gustaría tomar un café conmigo algún día?
Julia lo miró sorprendida. Estaba demasiado nerviosa por la reunión para pensar en nada más, así que asintió.
El joven siguió sonriendo y se inclinó hacia ella.
—Sería mucho más fácil si tuviera tu número de teléfono.
Ruborizándose, Julia buscó un trozo de papel, se aseguró de que no hubiera nada escrito por el otro lado, y anotó el número de su móvil.
Paul cogió la nota y, tras echarle un vistazo, le palmeó el hombro.
—Machácalo, Conejito.
Ella no tuvo tiempo de preguntarle por qué creía que su apodo era o debería ser «Conejito», ya que una voz atractiva pero impaciente dijo:
—Ahora, señorita Mitchell.
Julia se detuvo en la puerta, insegura.
El profesor Tomlinson parecía cansado. Tenía ojeras oscuras y estaba muy pálido, lo que hacía que pareciera más delgado. Mientras revisaba un documento, se pasó lentamente la lengua por el labio inferior.
Ella se lo quedó mirando, hipnotizada por su boca sensual. Tras un momento, logró apartar la vista haciendo un gran esfuerzo y se fijó entonces en que llevaba gafas. Nunca antes lo había visto llevarlas. Tal vez sólo se las pusiera cuando se notaba la vista cansada. El caso es que ese día sus penetrantes ojos quedaban medio ocultos tras un par de gafas de Prada. La montura negra contrastaba con el castaño de su pelo y el azul de sus ojos, atrayendo las miradas. Julia se dio cuenta de que no sólo no había visto nunca a un profesor tan atractivo, sino que tampoco se había encontrado con uno tan elegante. Podría haber sido el modelo de una campaña publicitaria de cualquier marca cara, algo que no muchos profesores universitarios podían decir. (Ya que éstos no suelen ser admirados precisamente por su buen gusto a la hora de vestir.)
Julia lo conocía lo suficiente como para saber que tenía un temperamento impredecible. Y también que, al menos en los últimos tiempos, se había vuelto un maniático de los buenos modales y el decoro. Sabía que probablemente no le parecería mal que se sentara en una de las dos butacas de piel sin esperar a que le diera permiso, sobre todo si se acordaba de ella, pero teniendo en cuenta que la había llamado señorita Mitchell, prefirió esperar.
—Por favor, siéntese, señorita Mitchell —dijo él con una voz fría como el hielo, señalando una silla metálica de aspecto incómodo.
Suspirando, Julia se dirigió hacia la rígida silla de Ikea que estaba frente a una de sus enormes estanterías empotradas. Hubiera preferido sentarse en cualquier otro sitio, pero no le pareció sensato discutir por eso.
—Acerque la silla. No pienso estirar el cuello para hablar con usted.
Ella se levantó para obedecer y, con los nervios, se le cayó la mochila al suelo. Hizo una mueca y se ruborizó al ver que algunos de los objetos que llevaba dentro iban a parar debajo de la mesa del profesor Tomlinson, incluido un tampón, que fue rodando hasta detenerse a un centímetro de su cartera de piel.
«Tal vez pueda marcharme antes de que se dé cuenta.»
Avergonzada, se agachó y empezó a recoger sus cosas. Pero cuando estaba terminando, una de las correas de la vieja mochila se rompió y todo volvió a caer al suelo con gran estrépito. Julia se dejó caer de rodillas mientras sus papeles, bolígrafos, el iPod, el móvil y una manzana verde se esparcían por la bonita alfombra persa de El Profesor.
«Oh, dioses de las estudiantes recién licenciadas y patosas, matadme por favor. Ahora.»
—¿Es usted humorista, señorita Mitchell?
Julia enderezó la espalda al oír su sarcasmo y lo miró a la cara. Lo que vio en ella estuvo a punto de hacerla llorar.
¿Cómo alguien con un nombre tan angelical podía ser tan cruel? ¿Cómo una voz tan melodiosa podía ser tan despiadada? Por un momento, se perdió en las profundidades heladas de sus ojos, añorando la época en que la habían mirado con amabilidad. Pero en vez de rendirse a la desesperación, respiró hondo y pensó que no le quedaba más remedio que aceptar que Louis Tomlinson había cambiado, por mucho que le doliera y decepcionara.
Sin decir nada, negó con la cabeza y volvió a recoger las cosas del suelo.
—Cuando le hago una pregunta, espero que me responda. Pensaba que a estas alturas ya habría aprendido la lección —dijo él, antes de volver a examinar el expediente que tenía en las manos—. Tal vez no sea tan brillante como dice aquí.
—¿Disculpe, doctor Tomlinson? —preguntó Julia con voz suave pero decidida.
No sabía de dónde había sacado el valor, pero dio gracias a los dioses de las estudiantes recién graduadas por si acaso.
—Profesor Tomlinson, si no le molesta —replicó malhumorado—. Doctores los hay a patadas. Incluso los quiroprácticos y los pediatras se consideran doctores.
Harta de ser humillada, Julia trató de cerrar la cremallera de la mochila, pero por desgracia también se había roto. Conteniendo el aliento, trató de devolverla a la vida maldiciendo en voz baja.
—¿Podría dejar de pelearse con esa ridícula abominación de bolso y sentarse en la silla como una persona?
Al darse cuenta de que estaba poniéndose de nuevo furioso, Julia dejó su ridícula abominación de bolso en el suelo y se sentó en la incómoda silla. Cruzó las manos sobre el regazo para no empezar a retorcérselas y esperó.
—Al parecer, sí se considera usted una humorista. ¿Le pareció que esto era divertido? —preguntó, lanzando una hoja de papel que fue a parar al suelo, casi junto a los pies de ella, calzados con zapatillas deportivas.
Al agacharse para recogerla, vio que era una fotocopia de la terrible nota que le había dejado el día en que Grace había muerto.
—Puedo explicarlo. Fue un error. Yo no la escribí por los dos...
—¡No me interesan sus excusas! Le dije que viniera a verme después de la clase y no se presentó.
—Es que estaba usted hablando por teléfono. Tenía la puerta cerrada y...
—¡No tenía la puerta cerrada! —la interrumpió él, lanzando lo que parecía una tarjeta de visita sobre la mesa—. ¿Y esto? ¿También le parece gracioso?
Julia la cogió y ahogó una exclamación. Era una tarjeta de pésame de las que acompañan las flores que uno envía a un funeral.
Os acompaño en el sentimiento.
Por favor, aceptad mis condolencias.
Con cariño,
Julia Mitchell
Por favor, aceptad mis condolencias.
Con cariño,
Julia Mitchell
Al levantar la vista, vio que estaba tan furioso que casi escupía al intentar hablar. Ella parpadeó rápidamente, tratando de explicarse:
—No es lo que cree. Sólo quería darle el pésame...
—¿No le bastaba con la nota que dejó en la puerta?
—Pero es que esta nota era para su familia...
—¡Deje a mi familia en paz! —exclamó él, dándole la espalda y quitándose las gafas para poder frotarse la cara con las manos.
Julia acababa de ser arrancada del reino de los sorprendidos y arrojada al país de los atónitos. Nadie se lo había aclarado. Él había malinterpretado su nota por completo y nadie se había molestado en explicárselo. Con el estómago encogido, empezó a preguntarse qué significaría eso.
Ajeno a sus elucubraciones, El Profesor se obligó a calmarse haciendo un esfuerzo hercúleo. Cerró el expediente de Julia y lo dejó caer con desprecio sobre la mesa antes de fulminarla con la mirada.
—Veo que está aquí con una beca para estudiar a Dante y me temo que soy el único profesor de este departamento que se ocupa del tema. Dado que esto —añadió, señalando el espacio entre ellos— no va a funcionar, va a tener que buscarse otro tema y otro director para su proyecto. O pedir el traslado a otro departamento. O mejor aún, a otra universidad. Le comunicaré mi decisión al director de su programa de estudios con efectos inmediatos. Y ahora, si me disculpa...
Haciendo girar su silla, empezó a teclear furiosamente en el ordenador portátil.
Julia no se creía lo que estaba oyendo. Mientras permanecía quieta en la silla, tratando de absorber no sólo su discurso sino sobre todo su conclusión, El Profesor volvió a hablar, sin molestarse en alzar la vista:
—Eso es todo, señorita Mitchell.
Ella no dijo nada. No valía la pena. Se levantó lentamente, aturdida, y recogió del suelo su ofensiva mochila. Sujetándola contra el pecho, salió del despacho sin rumbo, como una zombi.
Al salir del edificio y cruzar la calle Bloor, se dio cuenta de que había elegido un mal día para salir de casa sin chaqueta, pues la temperatura había descendido bruscamente y había empezado a diluviar. No había dado ni cinco pasos y ya estaba empapada. Tampoco se le había ocurrido coger un paraguas, así que tenía por delante una caminata de tres largas manzanas bajo la lluvia, el frío y el viento.
«Oh, dioses del mal karma y de las tormentas eléctricas, tened piedad de mí.»
Mientras caminaba, se consoló pensando que su ridícula abominación de mochila le estaba sirviendo para la noble tarea de tapar lo que la camiseta y el sujetador empapados no podían estar cubriendo ya.
«Chúpate ésa, profesor Tomlinson.»
Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que acababa de pasar. Se había preparado haciendo las maletas la noche anterior, pero, sinceramente, había esperado que él la recordara. Había esperado que volviera a mostrarse amable. Pero se había equivocado.
No le había dado oportunidad de explicar su colosal metedura de pata con la nota. Y, para empeorar las cosas, había malinterpretado sus intenciones al ver las flores y la nota, y la había expulsado del curso. Todo había terminado. Ahora tendría que volver a la casita de Tom en Selinsgrove con el rabo entre las piernas. Y cuando él lo descubriera, se reiría de ella. Los dos se reirían de ella juntos. De la tonta de Julia. ¿Había creído que podía marcharse de Selinsgrove y convertirse en alguien? ¿Pensaba que podría llegar a ser profesora universitaria? ¿A quién quería engañar? Todo había terminado... al menos durante ese curso.
Julia miró la destrozada y empapada mochila como si se tratara de un bebé y la abrazó con fuerza. Tras su despliegue de torpeza e ineptitud, ya no le quedaba nada, ni siquiera su dignidad. Y haberla perdido delante de él después de todos esos años era demasiado. No podía soportarlo.
Se acordó del solitario tampón debajo del escritorio y supo que cuando él se agachara para recoger su cartera, la humillación de ella sería completa. Al menos, no estaría allí para presenciar su reacción de sorpresa y de asco. Se lo imaginó desmayándose del disgusto. Literalmente. Se lo imaginó tumbado sin sentido sobre la preciosa alfombra persa.
A unas dos manzanas de su casa, tenía la larga melena castaña pegada a la cabeza y sus pies chapoteaban dentro de las zapatillas deportivas. Era como si estuviese debajo de un canalón de agua. Los coches y autobuses pasaban por su lado mojándola aún más, pero ella no se molestaba en apartarse de las olas que levantaban. Al igual que los disgustos que daba la vida, Julia simplemente las aceptaba.
En ese momento, otro coche se acercó a ella, pero al menos éste redujo la velocidad para no empaparla más. Vio que se trataba de un Jaguar negro, que parecía nuevo. El coche siguió frenando hasta detenerse por completo. La portezuela del acompañante se abrió y una voz masculina gritó:
—Suba.
Julia dudó. No creía que el conductor se estuviera refiriendo a ella. Miró a su alrededor, pero era la única idiota que estaba caminando por la calle bajo aquel aguacero. Curiosa, se acercó.
No tenía intenciones de montarse en el coche de un desconocido, ni siquiera en una tranquila ciudad canadiense, pero al agachar la cabeza se encontró con dos penetrantes ojos azules que la miraban desde el asiento del conductor y se acercó un poco más.
—Pillará una pulmonía y se morirá. Suba, la llevaré a casa —dijo él con una voz mucho más suave.
Era casi la voz que Julia recordaba.
Así que, por los buenos tiempos y no por otra cosa, subió al vehículo y cerró la puerta, pidiendo disculpas en silencio a los dioses de los Jaguars por mojar su tapicería de cuero negro y sus alfombrillas inmaculadas.
Dejó de rezar al oír los acordes del Nocturno op. 9 núm. 2 de Chopin. Siempre le había gustado esa pieza, pensó sonriendo.
Se volvió hacia el conductor.
—Muchas gracias, profesor Tomlinson
__________________________________________________
Holaaaaaaaa!!
¿Como están?
espero que les haya gustado el capitulo
comenten muchooo y la sigo mas rápido =)
besooss cuidenseeeee muchooooo
:bye: :bye:
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Boluda nivel yo (?
Me encanto el capítulo!
Espero que subas pronto :)
Besos
Mica <3
Me encanto el capítulo!
Espero que subas pronto :)
Besos
Mica <3
mica92♥
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Me enoja que Louis sea tan frío. :evil: ¡Pobre Julia!
¿Ya lo conocía de antes?
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
¿Ya lo conocía de antes?
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
ᴍᴀʀ.
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mi sensual comentario dice que quiere capitulo (? ah
mica92♥
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
mica92♥ escribió:Boluda nivel yo (?
Me encanto el capítulo!
Espero que subas pronto :)
Besos
Mica <3
me alegroo que te haya gustadooo!!!
ya mismo la sigooo
besitos! =)
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mar_love1D escribió:Me enoja que Louis sea tan frío. :evil: ¡Pobre Julia!
¿Ya lo conocía de antes?
Me encantó el cap!
Seguilaaa! :D
:bye:
te lo jurooooo!!!!
me alegroo que te haya gustado!
ya mismo la sigo
besos
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Mar_love1D escribió:¡Yo quiero cap! :hai:
ya mismo suboooo!! :P :P :P
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Vas happenin? escribió:me gusta, siguela!!!!
me alegro que te gustee°!
ya la sigo
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
mica92♥ escribió:Mi sensual comentario dice que quiere capitulo (? ah
ya suboo, tranquilaaaaaa!!! =)
karencita__mb
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