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50 sombras de styles ~larry stylinson~

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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Miér 18 Dic 2013, 7:26 pm

50 Sombras de Styles -
Introducción: Cuando el estudiante de
literatura Louis Tomlinson
recibe el encargo de entrevistar
al exitoso y joven empresario
Harry Styles, queda
impresionado al encontrarse ante un hombre atractivo,
seductor y también muy
intimidante. El inexperto e
inocente Lou intenta olvidarle,
pero pronto comprende cuánto
le desea. Styles está atormentado por sus
propios demonios y le consume
la necesidad de controlarlo
todo, pero a su vez se ve
incapaz de resistirse a la serena
belleza de Lou, a su inteligencia y a su espíritu independiente.
Debe admitir que le desea, pero
bajo ciertas condiciones. Cuando la pareja por fin inicia
una apasionada relación, las
peculiares prácticas eróticas de
Styles desconciertan a Lou al
tiempo que descubre lo límites
de sus propios y más oscuros deseos… hola está es mi nueva novela adaptada obvio ya, tengo todo todo todo listo nada más de subirla así que espero muchos comentarios, Advertencias: sexo mucho sexo, m/m, BDSM
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Jue 19 Dic 2013, 12:36 am

50 Sombras de Styles - Capítulo
1: Me miro en el espejo y frunzo el
ceño, frustrado. Qué asco de
pelo. No hay manera con él. Y
maldita sea Perrie Edwards, que
se ha puesto enferma y me ha
metido en este lío. Tendría que estar estudiando para los
exámenes finales, que son la
semana que viene, pero aquí
estoy, intentando hacer algo con
mi pelo. No debo meterme en la
cama con el pelo mojado. No debo meterme en la cama con
el pelo mojado. Recito varias
veces este mantra mientras
intento una vez más controlarlo
con el secador. Me desespero,
pongo los ojos en blanco, después observo al chico
bronceado, de pelo castaño y
ojos azules que me mira, y me
rindo. Perrie es mi compañera de piso,
y ha tenido que pillar un
resfriado precisamente hoy. Por
eso no puede ir a la entrevista
que había concertado con un
megaempresario del que yo nunca había oído hablar para la
revista de la facultad. Así que va
a tocarme a mí. Tengo que
estudiar para los exámenes
finales, tengo que terminar un
trabajo y se suponía que a eso iba adedicarme esta tarde, pero
no. Lo que voy a hacer hoy es
conducir más de doscientos
kilómetros hasta el centro de
Seattle para reunirme con el
enigmático presidente de Styles Enterprises Holdings, Inc. Como
empresario excepcional y
principal mecenas de nuestra
universidad, su tiempo es
extraordinariamente valioso —
mucho más que el mío—, pero ha concedido una entrevista a
Perrie. Un bombazo, según ella.
Maldita sean sus actividades
estraacadémicas. Perrie está acurrucada en el
sofá del salón. —Lou, lo siento. Tardé nueve
meses en conseguir esta
entrevista. Si pido que me
cambien el día, tendré que
esperar otros seis meses, y para
entonces los dos estaremos graduados. Soy la responsable
de la revista, así que no puedo
echarlo todo a perder. Por
favor... —me suplica Perrie con
voz ronca por el resfriado. ¿Cómo lo hace? Incluso enferma
está guapísima, realmente
atractiva, con su pelo rubio
perfectamente peinado y sus
brillantes ojos azules, aunque
ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna
punzada de lástima que me
inspira. —Claro que iré, Perrie. Vuelve a
la cama. ¿Quieres una aspirina o
un paracetamol? —Un paracetamol, por favor.
Aquí tienes las preguntas y la
grabadora. Solo tienes que
apretar aquí. Y toma notas.
Luego ya lo transcribiré todo. —No sé nada de él... —
murmuro intentando en vano
reprimir el pánico, que es cada
vez mayor. —Te harás a la idea por las
preguntas. Sal ya. El viaje es
largo. No quiero que llegues
tarde. —Vale, me voy. Vuelve a la
cama. Te he preparado una sopa
para que la calientes después. La miro con cariño. Solo haría
algo así por ti, Perrie. Cojo el móvil, le lanzo una
sonrisa y me dirijo al coche. No
puedo creer que me haya
dejado convencer, pero Perrie
es capaz de convencer a
cualquiera de lo que sea. Será una excelente periodista. Sabe
expresarse y discutir, es fuerte,
convincente y guapa. Y es mi
mejor amiga. Apenas hay tráfico cuando salgo
de Vancouver, Washington, en
dirección a la interestatal 5. Es
temprano y no tengo que estar
en Seattle hasta las dos del
mediodía. Por suerte, Perrie me ha dejado su Mercedes CLK. No
tengo nada claro que con Kevin,
mi viejo Volkswagen
Escarabajo, pudiera llegar a
tiempo. Conducir el Mercedes es
muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los kilómetros
pasan volando. Me dirijo a la sede principal de
la multinacional del señor
Styles, un enorme edificio de
veinte plantas, una fantasía
arquitectónica, todo él de vidrio
y acero, y con las palabras STYLES HOUSE en un discreto
tono metálico en las puertas
acristaladas de la entrada. Son
las dos menos cuarto cuando
llego. Entro en el inmenso —y
francamente intimidante— vestíbulo de vidrio, acero y
piedra blanca, muy aliviado por
no haber llegado tarde. Desde el otro lado de un sólido
mostrador de piedra me sonríe
amablemente una chica rubia,
atractiva y muy arreglada. Lleva
la americana gris oscura y la
falda blanca más elegantes que he visto jamás. Está impecable. —Vengo a ver al señor Styles.
Louis Tomlinson, de parte de
Perrie Edwards. —Discúlpeme un momento,
señor Tomlinson —me dice
alzando las cejas. Espero tímidamente frente a
ella. Empiezo a pensar que
debería haberme puesto una
americana de vestir en lugar de
mi chaqueta vaquera azul claro.
He hecho un esfuerzo y me he puesto una camiseta marinera,
unos pantalones pitillo rojos y
unas Vans. Para mí ya es ir
elegante. Me peino un poco el
flequillo hacia la derecha
fingiendo no sentirme intimidado. —Sí, tiene cita con la señorita
Edwards. Firme aquí, por favor,
señor Tomlinson. El último
ascensor de la derecha, planta
20. Me sonríe amablemente, sin
duda divertida, mientras firmo. Me tiende un pase de seguridad
que tiene impresa la palabra
VISITANTE. No puedo evitar
sonreír. Es obvio que solo estoy
de visita. Desentono
completamente. No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le
doy las gracias y me dirijo hacia
los ascensores, más allá de los
dos vigilantes, ambos mucho
más elegantes que yo con su
traje de corte perfecto. El ascensor me traslada a la
planta 20 a una velocidad de
vértigo. Las puertas se abren y
salgo a otro gran vestíbulo,
también de vidrio, acero y
piedra blanca. Me acerco a otro mostrador de piedra y me
saluda otra chica rubia vestida
impecablemente de blanco y
negro. —Señor Tomlinson, ¿puede
esperar aquí, por favor? —me
pregunta señalando una zona
de asientos de piel de color
blanco. Detrás de los asientos hay una
gran sala de reuniones con las
paredes de vidrio, una mesa de
madera oscura, también
grande, y al menos veinte sillas
a juego. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo
que ofrece una vista de Seattle
hacia el Sound. La vista es tan
impactante que me quedo
momentáneamente paralizado.
Uau. Me siento, saco las preguntas de
la bolsa y les echo un vistazo
maldiciendo por dentro a Perrie
por no haberme pasado una
breve biografía. No sé nada del
hombre al que voy a entrevistar. Tanto podría tener noventa
años como treinta. La
inseguridad me mortifica y,
como estoy nervioso, no paro de
moverme. Nunca me he sentido
cómodo en las entrevistas cara a cara. Prefiero el anonimato de
una charla en grupo, en la que
puedo sentarme al fondo de la
sala y pasar inadvertido. Para
ser sincero, lo que me gusta es
estar solo, acurrucado en una silla de la biblioteca del campus
universitario leyendo una buena
novela inglesa, y no
removiéndome nervioso en el
sillón de un enorme edificio de
vidrio y piedra. Suspiro. Contrólate, Tomlinson.
A juzgar por el edificio,
demasiado aséptico y moderno,
supongo que Styles tendrá unos
cuarenta años. Un tipo que se
mantiene en forma, bronceado y rubio, a juego con el resto del
personal. De una gran puerta a la derecha
sale otra rubia elegante,
impecablemente vestida. ¿De
dónde sale tanta rubia
inmaculada? Parece que las
fabriquen en serie. Respiro hondo y me levanto. —¿Señor Tomlinson? —me
pregunta la última rubia. —Sí —digo con voz ronca;
carraspeo—. Sí —repito, esta
vez en un tono algo más seguro. —El señor Styles le recibirá
enseguida. ¿Quiere dejarme la
chaqueta? —Sí, gracias —le contesto al
tiempo que me quito con
torpeza la chaqueta. —¿Le han ofrecido algo de
beber? —Pues... no. Vaya, ¿estaré metiendo en
problemas a la rubia número
uno? La rubia número dos frunce el
ceño y lanza una mirada a la
chica del mostrador. —¿Quiere un té, un café, un
poco de agua? —me pregunta
volviéndose de nuevo hacia mí. —Un vaso de agua, gracias —le
contesto en un murmullo. —Olivia, tráele al señor
Tomlinson un vaso de agua, por
favor —dice en tono serio. Olivia sale corriendo de
inmediato y desaparece detrás
de una puerta al otro lado del
vestíbulo. —Le ruego que me disculpe,
señor Tomlinson. Olivia es
nuestra nueva empleada en
prácticas. Por favor, siéntese. El
señor Styles le atenderá en
cinco minutos. Olivia vuelve con un vaso de
agua muy fría. —Aquí tiene, señor Tomlinson. —Gracias. La rubia número dos se dirige al
enorme mostrador. Sus tacones
resuenan en el suelo de piedra.
Se sienta y ambas siguen
trabajando. Quizá el señor Styles insista en
que todos sus empleados sean
rubios. Estoy distraído,
preguntándome si eso es legal,
cuando la puerta del despacho
se abre y sale un afroamericano alto y atractivo, con el pelo
rizado y vestido con elegancia.
Está claro que no podría haber
elegido peor mi ropa. Se vuelve hacia la puerta. —Styles, ¿jugamos al golf esta
semana? No oigo la respuesta. El
afroamericano me ve y sonríe.
Se le arrugan las comisuras de
los ojos. Olivia se ha levantado
de un salto para ir a llamar al
ascensor. Parece que destaca en eso de pegar saltos de la silla.
Está más nerviosa que yo. —Buenas tardes —dice el
afroamericano metiéndose en
el ascensor. —El señor Styles le recibirá
ahora, señor Tomlinson. Puede
pasar —me dice la rubia
número dos. Me levanto tambaleándome un
poco e intentando contener los
nervios. Cojo mi bolsa, dejo el
vaso de agua y me dirijo a la
puerta entornada. —No es necesario que llame.
Entre directamente —me dice
sonriéndome. Empujo la puerta, tropiezo con
mi propio pie y caigo de bruces
en el despacho. Mierda, mierda. Qué patoso...
Estoy de rodillas y con las manos
apoyadas en el suelo en la
entrada del despacho del señor
Styles, y unas manos amables
me rodean para ayudarme a levantarme. Estoy muerto de
vergüenza, ¡qué torpe! Tengo
que armarme de valor para
alzar la vista. Madre mía, qué
joven es. Me tiende una mano de largos
dedos en cuanto me levanto. —Soy Harry Styles. ¿Está bien?
¿Quiere sentarse? Muy joven. Y atractivo, muy
atractivo. Alto, con un
elegantísimo traje gris, camisa
blanca y una pajarita, con un
pelo rebelde rizoso de color
marrón oscuro y brillantes ojos verdes que me observan
atentamente. Necesito un
momento para poder articular
palabra. —Bueno la verdad... Me callo. Si este tipo tiene más
de treinta años, yo soy bombero.
Le doy la mano, aturdido, y nos
saludamos. Cuando nuestros
dedos se tocan, siendo un
extraño y excitante escalofrío por todo el cuerpo. Retiro la
mano a toda prisa, incómodo.
Debe de ser electricidad
estática. Parpadeo
rápidamente, al ritmo de los
latidos de mi corazón. —La señorita Edwards está
indispuesta, así que me ha
mandado a mí. Espero que no le
importe, señor Styles. —¿Y usted es...? Su voz es cálida, grave y parece
divertido, pero su expresión
impasible no me permite
asegurarlo. Parece ligeramente
interesado, pero sobre todo muy
educado. —Louis Tomlinson. Estudio
literatura inglesa con Perrie...
digo... la señorita Edwards, en la
Estatal de Washington. —Ya veo —se limita a
responderme. Creo ver el esbozo de una
sonrisa en su expresión, pero no
estoy seguro. —¿Quiere sentarse? —me
pregunta señalando un sofá
blanco de piel en dorma de L. Su despacho es
exageradamente grande para
una sola persona. Delante de los
ventanales panorámicos hay
una mesa de madera oscura en
la que podrían comer cómodamente seis personas.
Hace juego con la mesita junto
al sofá. Todo lo demás es blanco
—el techo, el suelo y las paredes
—, excepto la pared de la
puerta, en la que treinta y seis cuadros pequeños forman una
especie de mosaico cuadrado.
Son preciosos, una serie de
objetos prosaicos e
insignificantes pintados con
tanto detalle que parecen fotografías. Pero, colgados
juntos en la pared, resultan
impresionantes. —Un artista de aquí. Trouton —
me dice el señor Styles cuando
se da cuenta de lo que estoy
mirando. —Son muy bonitos. Elevan lo
cotidiano a la categoría de
extraordinario —murmuro
distraído, tanto por él como por
los cuadros. Ladea la cabeza y me mira con
mucha atención. —No podría estar más de
acuerdo, señor Tomlinson —me
contesta en voz baja. Y por alguna inexplicable razón
me ruborizo. Aparte de los cuadros, el resto
del despacho es frío, limpio y
aséptico. Me pregunto si refleja
la personalidad del Adonis que
está sentado con elegancia
frente a mí en una silla blanca de piel. Bajo la cabeza, alterado
por la dirección que están
tomando mis pensamientos, y
saco de la bolsa las preguntas
de Perrie. Luego preparo la
grabadora con tanta torpeza que se me cae dos veces en la
mesita. El señor Styles no abre
la boca. Aguarda
pacientemente —eso espero—,
y yo me siento cada vez más
avergonzado y me pongo más rojo. Cuando reúno el valor para
mirarlo, está observándome,
con una mano encima de la
pierna y la otra alrededor de la
barbilla y con el largo dedo
índice cruzándole los labios. Creo que intenta ahogar una
sonrisa. —Pe... Perdón —balbuceo—. No
suelo utilizarla. —Tómese todo el tiempo que
necesite, señor Tomlinson —me
contesta. —¿Le importa que grabe sus
respuestas? —¿Me lo pregunta ahora,
después de lo que le ha costado
preparar la grabadora? Me ruborizo. ¿Está bromeando?
Eso espero. Parpadeo, no sé que
decir, y creo que se apiada de
mí, porque acepta. —No, no me importa. —¿Le explicó Perrie... digo... la
señorita Edwards para dónde
era la entrevista? —Sí. Para el último número de
este curso de la revista de la
facultad, porque yo entregaré
los títulos en la ceremosnia de
graduación de este año. Vaya. Acabo de enterarme. Y
por un momento me preocupa
que alguien no mucho mayor
que yo —vale, quizá seis o siete
años, y vale, un megatriunfador,
pero aún así— me entregue el título. Frunzo el ceño e intento
centrar mi caprichosa atención
en lo que tengo que hacer. —Bien —digo tragando saliva
—. Tengo algunas preguntas,
señor Styles. Me vuelvo a colocar un mechón
del flequillo hacia la derecha. —Sí, creo que debería de
preguntarme algo —me
contesta inexpresivo. Está burlándose de mí. Al darme
cuenta, empiezo a ruborizarme.
Me incorporo un poco y estiro la
espalda para parecer más alto e
intimidante. Pulso el botón de la
grabadora intentando parecer profesional. —Es usted muy joven para
haber amasado este imperio. ¿A
qué se debe su éxito? Lo miro y él esboza una sonrisa
burlona, pero parece
ligeramente decepcionado. —Los negocios tienen que ver
con las personas, señor
Tomlinson, y yo soy muy bueno
analizándolas. Sé cómo
funcionan, lo que les hace ser
mejores, lo que no, lo que las inspira y cómo incentivarlas.
Cuento con un equipo
excepcional, y les pago bien. —
Se calla un instante y me
fulmina con su mirada verde—.
Creo que para tener éxito en cualquier ámbito hay que
dominarlo, conocerlo por dentro
y por fuera, conocer cada uno de
sus detalles. Trabajo duro, muy
duro, para conseguirlo. Tomo
decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo un
instinto innato para reconocer y
desarrollar una buena idea, y
seleccionar a las personas
adecuadas. La base siempre es
contar con las personas adecuadas. —Quizá solo ha tenido suerte. Este comentario no está en la
lista de Perrie, pero es que es
tan arrogante… Por un
momento la sorpresa asoma sus
ojos. —No creo en la suerte ni en la
casualidad, señor Tomlinson.
Cuanto más trabajo, más suerte
tengo. Realmente se trata de
tener en tu equipo a las
personas adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que
fue Harvey Firestone quien dijo
que la labor más importante de
los directivos es que las
personas crezcan y se
desarrollen. —Parece usted un maniático
del control. Las palabras han salido de mi
boca antes de que pudiera
detenerlas. —Bueno, lo controlo todo, señor
Tomlinson —me contesta sin el
menor rastro de sentido del
humor en su sonrisa. Lo miro y me sostiene la
mirada, impasible. Se me
dispara el corazón y vuelvo a
ruborizarme. ¿Por qué tiene este
desconcertante efecto sobre
mí? ¿Quizá porque es
irresistiblemente atractivo?
¿Por cómo me mira fijamente?
¿Por cómo se pasa el dedo índice por el labio inferior?
Ojalá dejara de hacerlo. —Además, decirte a ti mismo,
en tu fuero más íntimo, que has
nacido para ejercer control te
concede un poder inmenso —
sigue diciéndome en voz baja. —¿Le parece que su poder es
inmenso? Maniático del control, añado
para mis adentros. —Tengo más de cuarenta mil
empleados, señor Tomlinson.
Eso me otorga cierto sentido de
la responsabilidad… poder, si lo
prefiere. Si decidiera que ya no
me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo
vendiera todo, veinte mil
personas pasarían apuros para
pagar la hipoteca en poco más
de un mes. Me quedo boquiabierto. Su falta
de humildad me deja
estupefacto. —¿No tiene que responder ante
una junta directiva? —le
pregunto asqueado. —Soy el dueño de mi empresa.
No tengo que responder ante
ninguna junta directiva. Me mira alzando una ceja y me
ruborizo. Claro, lo habría sabido
si me hubiera informado un
poco. Pero, maldita sea, qué
arrogante… Cambio de táctica. —¿Y cuáles son sus intereses,
aparte del trabajo? —Me interesan cosas muy
diversas, señor Tomlinson. —
Esboza una sonrisa casi
imperceptible—. Muy diversas. Por alguna razón, su mirada
firme me confunde y me
enciende. Aunque en sus ojos se
distingue un brillo perverso. —Pero si trabaja tan duro, ¿qué
hace para relajarse? —¿Relajarme? Sonríe mostrando sus dientes,
blancos y perfectos. Contengo la
respiración. Es realmente
guapo. Debería estar prohibido
se tan guapo. —Bueno, para relajarme, como
dice usted, navego, vuelo y me
permito algunas actividades
físicas. —Cambia de posición en
su silla—. Soy muy rico, señor
Tomlinson, así que tengo aficiones caras y fascinantes. Echo un rápido vistazo a las
preguntas de Perrie con la
intención de no seguir con ese
tema. —Invierte en fabricación. ¿Por
qué en fabricación en concreto?
—le pregunto. ¿Por qué hace que me sienta
tan incómodo? —Me gusta construir. Me gusta
saber cómo funcionan las cosas,
cuál es su mecanismo, cómo se
montan y se desmontan. Y me
encantan los barcos. ¿Qué puedo
decirle? —Parece que el que habla es su
corazón, no la lógica y los
hechos. Frunce los labios y me observa
de arriba abajo. —Es posible. Aunque algunos
dirían que no tengo corazón. —¿Por qué dirían algo así? —Porque me conocen bien —
me contesta con una sonrisa
irónica. —¿Dirían sus amigos que es
fácil conocerlo? Y nada más preguntárselo
lamento haberlo hecho. No está
en la lista de Perrie. —Soy una persona muy
reservada, señor Tomlinson.
Hago todo lo posible por
proteger mi vida privada. No
suelo ofrecer entrevistas. —¿Por qué acepto esta? —Porque soy el mecenas de la
universidad, y porque, por más
que lo intenté, no conseguí
sacarme de encima a la señorita
Edwards. No dejaba de dar la
lata a mis relaciones públicas, y admiro esa tenacidad. Sé lo tenaz que puede llegar a
ser Perrie. Por eso estoy
sentado aquí, incómodo y
muerto de vergüenza ante la
mirada penetrante de este
hombre, cuando debería estar estudiando para mis exámenes. —También invierte en
tecnología agrícola. ¿Por qué le
interesa este ámbito? —El dinero no se come, señor
Tomlinson, y hay demasiada
gente en el mundo que no tiene
qué comer. —Suena muy filantrópico. ¿Le
gusta la idea de alimentar a los
pobres del mundo? Se encoge de hombros, como
dándome largas. —Es un buen negocio —
murmura. Pero creo que no está siendo
sincero. No tiene sentido.
¿Alimentar a los pobres del
mundo? No veo por ningún lado
qué beneficios económicos
puede proporcionar. Lo único que veo es que se trata de una
idea noble. Echo un vistazo a la
siguiente pregunta, confundido
por su actitud. —¿Tiene una filosofía? Y si la
tiene, ¿en qué consiste? —No tengo una filosofía como
tal. Quizá un principio me guía…
de Carnegie: <consigue adueñarse
absolutamente de su mente
puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté
legalmente autorizado>>. Soy
muy peculiar, muy tenaz. Me
gusta el control… de mí mismo y
de los que me rodean. —Entonces quiere poseer
cosas… Es usted un obseso del control. —Quiero merecer poseerlas,
pero sí, en el fondo es eso. —Parece usted el paradigma
del consumidor. —Lo soy. Sonríe, pero la sonrisa no
ilumina su mirada. De nuevo no
cuadra con una persona que
quiere alimentar al mundo, así
que no puedo evitar pensar que
estamos hablando de otra cosa, pero no tengo la menor idea de
qué. Trago saliva. En el
despacho hace cada vez más
calor, o quizá sea cosa mía. Solo
quiero acabar de una vez la
entrevista. Seguro que Perrie tiene ya bastante material. Echo
un vistazo a la siguiente
pregunta. —Fue un niño adoptado. ¿Hasta
qué punto cree que eso ha
influido en su manera de ser? Vaya una pregunta personal. Lo
miro con la esperanza de que no
se ofenda. Frunce en ceño. —No puedo saberlo. Me pica la curiosidad. —¿Qué edad tenía cuando lo
adoptaron? —Todo el mundo lo sabe, señor
Tomlinson —me contesta muy
serio. Mierda. Sí, claro. Si hubiera
sabido que iba a hacer esta
entrevista, me habría
informado un poco. Cambio de
tema rápidamente. —Ha tenido que sacrificar su
vida familiar por el trabajo. —Eso no es una pregunta —me
replica en tono seco. —Perdón. No puedo quedarme quieto. Ha
conseguido que me sienta como
un niño perdido. Vuelvo a
intentarlo. —¿Ha tenido que sacrificar su
vida familiar por el trabajo? —Tengo familia. Un hermano,
una hermana y unos padres que
me quieren. No me interesa
ampliar la familia. —¿Es usted gay, señor Styles? Respiro hondo. Estoy
avergonzado, abochornado.
Mierda. ¿Por qué no he echado
un vistazo a la pregunta antes
de leerla? ¿Cómo voy a decirle
que estoy limitándome a leer las preguntas? Malditas sean
Perrie y su curiosidad. —No, Louis, no soy gay. Prefiero
pensar que me fijo en las
personas, no en su género. Alza las cejas y me mira con
ojos fríos. No parece contento. —Le pido disculpas. Está…
bueno… está aquí escrito. Ha sido la primera vez que me
ha llamado por mi nombre. El
corazón se me ha disparado y
vuelven a arderme las mejillas.
Nervioso, me coloco el mechón
de pelo hacia la derecha. Inclina un poco la cabeza. —¿Las preguntas no son suyas? Quiero que me trague la tierra. —Bueno… no. Perrie… la
señorita Edwards… me ha
pasado una lista. —¿Son compañeros de la revista
de la facultad? Oh, no. No tengo nada que ver
con la revista. Es una actividad
extraacadémica de ella, no mía.
Me arden las mejillas. —No. Es mi compañera de piso. Se frota la barbilla con
parsimonia y sus ojos verdes me
observan lentamente. —¿Se ha ofrecido usted para
hacer esta entrevista? —me
pregunta en un tono
inquietantemente tranquilo. A ver, ¿quién se supone que
entrevista a quién? Su mirada
me quema por dentro y no
puedo evitar decirle la verdad. —Me lo ha pedido ella. No se
encuentra bien —le contesto en
voz baja, como disculpándome. —Esto explica muchas cosas. Llaman a la puerta y entra la
rubia número dos. —Señor Styles, perdone que lo
interrumpa, pero su próxima
reunión es dentro de dos
minutos. —No hemos terminado, Andrea.
Cancela mi próxima reunión, por
favor. Andrea se queda boquiabierta,
sin saber qué contestar. Parece
perdida. El señor Styles vuelve el
rostro hacia ella lentamente y
alza las cejas. La chica se pone
colorada. Menos mal, no soy el único. —Muy bien, señor Styles —
murmura, y sale del despacho. Él frunce el ceño y vuelve a
centrar su atención en mí. —¿Por dónde íbamos, señor
Tomlinson? Vaya ya estamos otra vez con lo
de <>. Me
hace sentir como si tuviera
cuarenta años. —No quisiera interrumpir sus
obligaciones. —Quiero saber de usted. Creo
que es lo justo. Sus ojos verdes brillan de
curiosidad. Mierda, mierda.
¿Qué pretende? Apoya los codos
en los brazos de la butaca y une
las yemas de los dedos frente a
la boca. Su boca me… me desconcentra. Trago saliva. —No hay mucho que saber —le
digo volviendo a ruborizarme. —¿Qué planes tiene después de
graduarse? Me encojo de hombros. Su
interés me desconcierta.
Venirme a Seattle con Perrie,
encontrar trabajo… La verdad es
que no he pensado mucho más
allá de los exámenes. —No he hecho planes, señor
Styles. Tengo que aprobar los
exámenes finales. Y ahora tendría que estar
estudiando, no sentado en su
inmenso, aséptico y precioso
despacho, sintiéndome
incómodo frente a su
penetrante mirada. —Aquí tenemos un excelente
programa de prácticas —me
dice en tono tranquilo. Alzo las cejas sorprendido. ¿Está
ofreciéndome trabajo? —Lo tendré en cuenta —
murmuro confundido—. Aunque
no creo que encajara aquí. Oh, no. Ya estoy otra vez
pensando en voz alta. —¿Por qué lo dice? Ladea un poco la cabeza,
intrigado, y una ligera sonrisa
se insinúa en sus labios. —Es obvio, ¿no? Soy torpe, desaliñado y no soy
rubio. —Para mí, no. Su mirada es intensa y su atisbo
de sonrisa ha desaparecido. De
pronto siento unos extraños
músculos que me oprimen el
estómago. Aparto los ojos de su
mirada escrutadora y me contemplo los nudillos, aunque
no los veo. ¿Qué está pasando?
Tengo que marcharme ahora
mismo. Me inclino hacia delante
para coger la grabadora. —¿Le gustaría que le enseñara
el edificio? —me pregunta. —Seguro que está muy
ocupado, señor Styles, y a mí me
espera un largo camino de
regreso a casa. —¿Vuelve en coche a
Vancouver? Parece sorprendido, incluso
nervioso. Mira por la ventana. Ha
empezado a llover. —Bueno, conduzca con cuidado
—me dice en tono serio,
autoritario. ¿Por qué iba a importarle? —¿Me ha preguntado todo lo
que necesita? —añade. —Sí, señor —le contesto, y
guardo la grabadora en la bolsa. Cierra ligeramente los ojos,
como si estuviera pensando. —Gracias por la entrevista
señor Styles. —Ha sido un placer —dice, tan
educado como siempre. Me levanto, se levanta también
él y me tiende la mano. —Hasta la próxima, señor
Tomlinson. Y suena como un desafío, o
como una amenaza. No estoy
seguro de cuál de las dos cosas.
Frunzo el ceño. ¿Cuándo
volveremos a vernos? Le
estrecho la mano de nuevo, perplejo de que esa extraña
corriente siga circulando entre
nosotros. Deben de ser los
nervios. —Señor Styles. Me despido de él con un
movimiento de cabeza. Él se
dirige a la puerta con gracia y
agilidad, y la abre de par en par. —Asegúrese de cruzar la puerta
con buen pie, señor Tomlinson. Me sonríe. Está claro que se
refiere a mi poco elegante
entrada en su despacho. Me
ruborizo. —Muy amable, señor Styles —le
digo bruscamente. Su sonrisa se acentúa. Me alegro
de haberle divertido. Salgo al
vestíbulo echando chispas y me
sorprende que me siga. Andrea
y Olivia levantan la mirada, tan
sorprendidas como yo. —¿Ha traído abrigo? —me
pregunta Styles. —Chaqueta. Olivia se levanta de un salto a
buscar mi chaqueta, que Styles
le quita de las manos antes de
que haya podido dármela. La
sostiene para que me la ponga,
y lo hago sintiéndome totalmente ridículo. Por un
momento Styles apoya las
manos en mis hombros, y doy un
respingo al sentir su contacto. Si
se da cuenta de mi reacción, no
se le nota. Su largo dedo índice pulsa el botón del ascensor y
esperamos, yo con torpeza, y él
sereno y frío. Se abren las
puertas y entro a toda prisa,
desesperado por escapar. Tengo
que salir de aquí. Cuando me vuelvo, está inclinado frente a la
puerta del ascensor, con una
mano apoyada en la pared.
Realmente es muy guapo.
Guapísimo. Me desconcierta. —Louis —me dice a modo de
despedida. —Harry —le contesto. Y afortunadamente las puertas
se cierran.
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por L(ove)arry Stylinson Jue 19 Dic 2013, 2:15 am

Hola,mira estoy mal porque una chica la estuvo subiendo creo que llego hasta el capitulo 6 por ahí,y la dejo :( justo en la parte donde venia el sexo:( ah.y bueno tengo miedo de que si no tenes muchos lectores(que comenten) la dejes sin terminar :( seria lindo que subas muchos capítulos a la vez:D pero como se que no lo vas a hacer me conformaria con que la sigas hasta el final.tenes que saber que no todas las personas que leen la novela comentan,pero lo aprecian igual,
bueno esta bien,estoy tratando de persuadirte para que la sigas hasta el final y seguro ni entiendas esta parte del mensaje,pero en fin..soy tu nueva lectora :D
CHICAS COMENTEN;NO SEAN MALAS;QUIERO LEERLA HASTA EL FINAL.bueno si quieren u.u.byeee.
L(ove)arry Stylinson
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Mensaje por Invitado Jue 19 Dic 2013, 10:44 am

L(ove)arry Stylinson escribió:Hola,mira estoy mal porque una chica la estuvo subiendo creo que llego hasta el capitulo 6 por ahí,y la dejo :( justo en la parte donde venia el sexo:( ah.y bueno tengo miedo de que si no tenes muchos lectores(que comenten) la dejes sin terminar :( seria lindo que subas muchos capítulos a la vez:D pero como se que no lo vas a hacer me conformaria con que la sigas hasta el final.tenes que saber que no todas las personas que leen la novela comentan,pero lo aprecian igual,
bueno esta bien,estoy tratando de persuadirte para que la sigas hasta el final y seguro ni entiendas esta parte del mensaje,pero en fin..soy tu nueva lectora :D
CHICAS COMENTEN;NO SEAN MALAS;QUIERO LEERLA HASTA EL FINAL.bueno si quieren u.u.byeee.
omg :deos: primera lectora síiiiiiii :) calama la seguiré las 3 temporadas :D ya tengo el primer libro listo nada más de subir así que no te preocupes ya pronto tendré lectoras, gracias xoxo dani
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Jue 19 Dic 2013, 10:58 am

50 Sombras de Styles - Capítulo
2: El corazón me late muy deprisa.
El ascensor llega a la planta baja
y salgo en cuanto se abren las
puertas. Doy un traspié, pero
por suerte no me doy de bruces
contra el inmaculado suelo de piedra. Corro hacia las grandes
puertas de vidrio y por fin salgo
al tonificante, limpio y húmedo
aire de Seattle. Levanto la cara
y agradezco la lluvia, que me
refresca. Cierro los ojos y respiro hondo, dejo que el aire
me purifique e intento
recuperar la poca serenidad que
me queda. Ningún hombre me había
impactado como Harry Styles, y
no entiendo por qué. ¿Por que
es guapo? ¿Educado? ¿Rico?
¿Poderoso? No entiendo mi
reacción irracional. Suspiro profundamente aliviado. ¿De
qué diablos va esta historia? Me
apoyo en una columna de acero
del edificio y hago un gran
esfuerzo por tranquilizarme y
ordenar mis pensamientos. Muevo ligeramente la cabeza.
¿Qué ha pasado? Mi corazón
recupera su ritmo habitual y
puedo volver a respirar
normalmente. Me dirijo al
coche. Dejo atrás la ciudad repasando
mentalmente la entrevista y
empiezo a sentirme idiota y
avergonzado. Seguro que estoy
reaccionando desproporcionad
amente a algo que solo existe en mi cabeza. De acuerdo, es
muy atractivo, seguro de sí
mismo, dominante y se siente
cómodo consigo mismo, pero
por otra parte es arrogante y,
por impecables que sean sus modales, es autoritario y frío.
Bueno, a primera vista. Un
escalofrío me recorre la espina
dorsal. Puede ser arrogante,
pero tiene derecho a serlo,
porque ha conseguido grandes cosas y es todavía muy joven.
No soporta a los imbéciles, pero
¿por qué iba a hacerlo? Vuelvo a
enfadarme al pensar que Perrie
no me proporcionó una breve
biografía. Mientras conduzco por la
interestatal 5, mi mente sigue
divagando. Me deja de verdad
perplejo que haya gente tan
empeñada en triunfar. Algunas
respuestas suyas han sido muy crípticas, como si tuviera una
agenda oculta. Y las preguntas
de Perrie… ¡Uf! La adopción y
que si era gay… Se me ponen
los pelos de punta. No puedo
creer que le haya preguntado algo así. ¡Tierra, trágame! De
ahora en adelante, cada vez
que recuerde esta pregunta me
moriré de vergüenza. ¡Maldita
sea Perrie Edwards! Echo un vistazo al velocímetro.
Conduzco con más preocupación
de la habitual, y sé que es
porque tengo en mente esos
penetrantes ojos verdes que me
miran y una voz seria que me dice que conduzca con cuidado.
Muevo la cabeza y me doy
cuenta de que Styles parece
tener el doble de edad de la que
tiene. Olvídalo, Lou, me regaño a mi
mismo. Llego a la conclusión de
que, en el fondo, ha sido una
experiencia muy interesante,
pero que no debería de darle
más vueltas. Déjalo correr. No tengo que volver a verlo. La
idea me reconforta. Enciendo la
radio, subo el volumen, me
reclino hacia atrás y escucho el
ritmo de Olly Murs mientras piso
el acelerador. Al surcar la interestatal 5 me doy cuenta de
que puedo conducir todo lo
deprisa que quiera. Vivimos en una pequeña
comunidad de casas pareadas
cerca del campus de la
Universidad Estatal de
Washington, en Vancouver.
Tengo suerte. Los padres de Perrie le compraron la casa, así
que pago una miseria de
alquiler. Llevamos cuatro años
viviendo aquí. Aparco el coche
sabiendo que Perrie va a querer
que se lo cuente con pelos y señales, y es obstinada. Bueno,
al menos tiene la grabadora.
Espero no tener que añadir
mucho más a lo dicho en la
entrevista. —¡Lou! Ya estás aquí. Perrie está sentada en el salón,
rodeada de libros. Es evidente
que ha estado estudiando para
los exámenes finales, aunque
todavía llevaba puesto el
pijama rosa de franela de conejitos, el que reserva para
cuando ha roto con un novio,
para todo tipo de enfermedades
y para cuando está deprimida
en general. Se levanta de un
salto y corre a abrazarme. —Empezaba a preocuparme.
Pensaba que volverías antes. —Pues yo creo que es pronto
teniendo en cuenta que la
entrevista se ha alargado… Le doy la grabadora. —Lou, muchísimas gracias. Te
debo una, lo sé. ¿Cómo ha ido? Oh, no, ya estamos con la santa
inquisidora Perrie Edwards. Me cuesta contestarle. ¿Qué
puedo decir? —Me alegro de que haya
acabado y de no tener que
volver a verlo. Ha estado
bastante intimidante, la verdad.
—Me encojo de hombros—. Es
muy centrado, incluso intenso…. Y joven. Muy joven. Perrie me mira con expresión
cándida. Frunzo el ceño. —No te hagas la inocente. ¿Por
qué no me pasaste una
biografía? Me ha hecho sentir
como un idiota por no tener
idea de nada. Perrie se lleva una mano a la
boca. —Vaya, Lou, lo siento… No lo
pensé. Resoplo. —En general ha sido amable,
formal y un poco estirado, como
un viejo precoz. No habla como
un tipo de veintitantos años.
Por cierto, ¿cuántos años tiene?
—le pregunté para cambiar de tema. —Veintisiete, Lou. Lo siento.
Tendría que haberte contado un
poco, pero estaba muy
nerviosa. Bueno, me llevo la
grabadora y empezaré a
transcribir la entrevista. —Parece que estás mejor. ¿Te
has tomado la sopa? —le
pregunto para cambiar de tema. —Sí, estaba riquísima, como
siempre. Me encuentro mucho
mejor. Me sonríe agradecida. Miro el
reloj. —Salgo pitando. Creo que llego
a mi turno en Payne´s. —Lou, estarás agotado… —Estoy bien. Nos vemos luego. Trabajo en Payne’s desde que
empecé en la universidad, hace
cuatro años. Como es la
ferretería más grande de la
zona de Portland, he llegado a
saber bastante sobre los artículos que vendemos,
aunque, paradójicamente, soy
un desastre para el bricolaje.
Eso se lo dejo a mi padre. Me alegra llegar a tiempo,
porque así tendré algo en lo que
pensar que no sea Harry Styles.
Tenemos mucho trabajo. Como
acaba de empezar la temporada
de verano, todo el mundo anda redecorando su casa. La señora
Payne parece aliviada al verme. —¡Lou! Pensaba que hoy no
vendrías. —La cita ha durado menos de lo
que pensaba. Puedo hacer un
par de horas. —Me alegro mucho de verte. Me manda al almacén a reponer
género en las estanterías, y no
tardo en centrarme en mi
trabajo. Más tarde, cuando vuelvo a
casa, Perrie lleva puestos unos
auriculares y trabaja en su
portátil. Todavía tiene la nariz
roja, pero está metida de lleno
en su artículo, muy concentrada y tecleando frenéticamente. Yo
estoy agotado, rendido por el
largo viaje en coche, por la dura
entrevista y por no haber
parado de aquí para allá en
Payne’s. Me dejo caer en el sofá pensando en el trabajo de la
facultad que tengo que
terminar y en que no he podido
estudiar nada porque estaba
con… él. —Lo que me has traído está
genial, Lou. Lo has hecho muy
bien. No puedo creer que no
aceptaras su oferta de
enseñarte el edificio. Está claro
que quería pasar más rato contigo. Me lanza una mirada burlona. Me ruborizo e inexplicablemen
te mis pulsaciones se aceleran.
Seguro que no era por eso. Solo
quería mostrarme el edificio
para que viera que era amo y
señor de todo aquello. Soy consciente de que estoy
mordiéndome el labio y confío
en que Perrie no se dé cuenta,
pero mi amiga parece estar
concentrada en la transcripción. —Ya entiendo lo que querías
decir con eso de formal.
¿Tomaste notas? —me
pregunta. —Mmm… No. —No pasa nada. Con lo que hay
me basta para un buen artículo.
Lástima que no tengamos fotos.
El hijo de puta está bueno, ¿no? Me ruborizo. —Supongo. Intento dar a entender que me
da igual, y creo que lo consigo. —Vamos, Lou… Ni siquiera tú
puedes ser inmune a su
atractivo. Me mira y alza una ceja
perfecta. ¡Mierda! Siento que me arden
las mejillas, así que la distraigo
haciéndole la pelota, que
siempre funciona. —Seguramente tú le habrías
sacado mucho más. —Lo dudo, Lou. Vamos… casi te
ha ofrecido trabajo. Teniendo
en cuenta que te lo endosé en el
último minuto, lo has hecho
muy bien. Maldita sea, no para de
preguntar. ¿Por qué no lo deja
de una vez? Piensa algo, rápido. —Es muy tenaz, controlador y
arrogante… Da miedo, pero es
muy carismático. Entiendo que
pueda fascinar —le digo
sinceramente con la esperanza
de que se calle de una vez por todas. —¿Tú, fascinado por un
hombre? Qué novedad —me
dice riéndose. Como estoy preparándome un
bocadillo, no puede verme la
cara. —¿Por qué querías saber si era
gay? Por cierto, ha sido la
pregunta más incómoda. Casi
me muero de vergüenza, y a él
le ha molestado que se lo
preguntara. Frunzo el ceño al recordarlo. —Cuando aparece en la prensa,
siempre va solo. Pero… solo
habría que fijarse en como te
ha tratado para saberlo. —Ha sido muy incómodo. Todo
ha sido incómodo. Me alegro de
no tener que volver a verlo. —Vamos, Lou, no puede haber
ido tan mal. Creo que le has
caído muy bien. ¿Qué le he caído bien? Perrie
alucina. —¿Quieres un bocadillo? —Sí, por favor. Para mi tranquilidad, esta
noche no seguimos hablando de
Harry Styles. Después de comer
puedo sentarme a la mesa del
comedor con Perrie y, mientras
ella trabaja en su artículo, yo sigo con mi trabajo sobre ‘Tess,
la de los d’Urdeville’. Maldita
sea. Esta mujer estuvo en el
lugar equivocado y en el
momento equivocado del siglo
equivocado. Cuando termino son las doce de la noche y ya
hace mucho rato que Perrie se
ha ido a dormir. Me voy a mi
habitación agotado, pero
contento de haber trabajado
tanto para ser un lunes. Me meto en mi cama de hierro
de color blanco, me envuelvo en
la colcha de mi madre, cierro los
ojos y me quedo dormido al
instante. Sueño con lugares
oscuros, suelos blancos, inhóspitos y fríos, y ojos verdes. El resto de la semana me
sumerjo en mis estudios y en mi
trabajo en Payne´s. Perrie
también está muy ocupada
organizando su última edición
de la revista de la facultad, antes de ceder su puesto al
nuevo responsable, y
estudiando para los exámenes
finales. Hacia el miércoles se
encuentra mucho mejor y ya no
tengo que seguir soportando la visión de su pijama rosa de
franela lleno de conejitos.
Llamo a mi madre, que vive en
Georgia, para saber cómo está y
para que me desee suerte en los
exámenes. Empieza a contarme su última aventura: está
aprendiendo a hacer velas. Mi
madre se pasa la vida
emprendiendo nuevos negocios.
Básicamente se aburre y
necesita hacer lo que sea para ocupar las horas, pero le es
imposible centrarse en algo
mucho tiempo. La semana que
viene será otra cosa. Me
preocupa. Espero que no haya
hipotecado la casa para financiar este último proyecto.
Y espero que Bob —su
relativamente nuevo marido,
aunque es mucho mayor que
ella— la controle un poco ahora
que yo ya no estoy en casa. Parece mucho más responsable
que el marido número tres. —¿Cómo te va todo, Lou? Dudo un segundo, y mi madre
centra toda su atención el mí. —Muy bien. —¿Lou? ¿Has conocido a algún
chico? Uf, ¿cómo se le ocurre? Es
evidente que está
entusiasmada. —No, mamá, no pasa nada. Si
conozco a un chico, serás la
primera en saberlo. —Lou, cariño, tienes que salir
más. Me preocupas. —Mamá, estoy bien. ¿Qué tal
Bob? Como siempre, la mejor táctica
es la distracción. Esa noche, más tarde, llamo a
Mark, mi padrastro, el marido
número dos de mi madre, el
hombre al que considero mi
padre y cuyo apellido llevo. La
conversación es breve. En realidad, ni siquiera es una
conversación, sino una serie de
gruñidos en respuesta a mis
discretos intentos. Mark no es
muy hablador. Pero es muy
activo, sigue viendo el fútbol en la tele (y cuando no está viendo
fútbol, juega a los bolos, pesca o
hace muebles). Mark es un buen
carpintero, y gracias a él sé
diferenciar una espátula de un
serrucho. Parece que todo le va bien. El viernes por la noche Perrie y
yo estamos comentando qué
hacer —queremos descansar un
poco del estudio, el trabajo y las
revistas de la facultad— cuando
llaman a la puerta. En los escalones de la entrada está mi
buen amigo Stan con una
botella de champán en las
manos. —¡Stan! ¡Qué alegría verte! —
Lo abrazo—. Pasa. Stan es la primera persona que
conocí cuando llegué a la
universidad, y parecía tan
perdido y solo como yo. Aquel
día nos dimos cuenta de que
éramos almas gemelas, y desde entonces somos amigos. No solo
compartimos el sentido del
humor, sino que descubrimos
que Mark y el padre de Stan
estuvieron juntos en el ejército,
y a partir de ahí nuestros padres se hicieron también muy
amigos. Stan estudia ingeniería. Es el
primero de su familia que va a
la universidad. Es un tipo
brillante, pero su auténtica
pasión es la fotografía. Tiene un
ojo estupendo para hacer fotos. —Tengo buenas noticias —dice
sonriendo con sus brillantes ojos
claros. —No me lo digas: esta semana
también te las has arreglado
para que no te despidan… —
bromeo. Simula burlonamente ponerme
mala cara. —La Portland Gallery va a
exponer mis fotos el mes que
viene. —Increíble… ¡Felicidades! Me alegro mucho por él y vuelvo
a abrazarlo. Perrie también le
sonríe. —¡Buen trabajo, Stan! Tendré
que incluirlo en la revista. Nada
mejor para un viernes por la
noche que hacer cambios
editoriales de última hora —
dice riéndose. —Vamos a celebrarlo. Quiero
que vengas a la inauguración. Stan me mira fijamente y me
ruborizo. —Los dos, claro —añade
mirando nervioso a Perrie. Stan y yo somos buenos amigos,
pero en el fondo sé que le
gustaría que fuéramos algo
más. Es mono y divertido, pero
no es mi tipo. Es más bien el
hermano que nunca he tenido. Perrie suele chincharme
diciéndome que me falta el gen
de buscar novio, pero la verdad
es que no he conocido a nadie
que… bueno, alguien que me
atraiga, aunque una parte de mí desea que me tiemblen las
piernas, se me dispare el
corazón y sienta mariposas en
el estómago. A veces me pregunto si me pasa
algo. Quizá he dedicado
demasiado tiempo a mis
románticos héroes literarios, y
por eso mis ideales y mis
expectativas son excesivamente elevados. Pero
en la vida real nadie me ha
hecho sentir así. Hasta hace muy poco, murmura
la inoportuna voz de mi
conciencia. ¡NO! Destierro la
idea. No voy a planteármelo
siquiera, no después de aquella
dolorosa entrevista. <<¿Es usted gay, señor Styles?>> Me
estremezco al recordarlo. Sé
que desde entonces he soñado
con él casi todas las noches,
pero seguramente es porque
tengo que purgar de mi cabeza la espantosa experiencia. Observo a Stan abriendo la
botella de champán. Lleva
vaqueros y una camiseta. Es
alto, de piel clara, pelo castaño
y ardientes ojos azules. Sí, Stan
está bastante bueno, pero creo que por fin está entendiendo el
mensaje: solo somos amigos. El
corcho sale disparado, y Stan
alza la mirada y sonríe. Los sábados son una pesadilla
en la ferretería. Nos invaden los
manitas que quieren acicalar su
casa. El señor y la señora Payne,
Ruth, Nicola —las dos
empleadas e hijas— y yo nos pasamos la jornada atendiendo
a los clientes. Pero al mediodía
la cosa se calma un poco, y
mientras estoy sentado detrás
del mostrador de la caja,
comiéndome discretamente el bocadillo, la señora Payne me
pide que verifique unos
pedidos. Me concentro en la
tarea, compruebo que los
números de catálogo de los
artículos que necesitamos corresponden con los que hemos
encargado y paso la mirada del
libro de pedidos a la pantalla
del ordenador, y viceversa, para
asegurarme de que las entradas
cuadran. De repente, no sé por qué, alzo la vista… y me quedo
atrapado en la descarada
mirada verde de Harry Styles,
que me observa fijamente
desde el otro lado del
mostrador. Casi me da un infarto. —Señor Tomlinson, qué
agradable sorpresa —me dice.
Su mirada es firme y intensa. Maldita sea. ¿Qué narices está
haciendo aquí, despeinado y
vestido con ese jersey grueso
de lana color gris, vaqueros
ajustados y botines? Creo que
me he quedado boquiabierto, y no encuentro ni el cerebro ni la
voz. —Señor Styles —murmuro,
porque no puedo hacer otra
cosa. Sus labios esbozan una sonrisa
y sus ojos parecen divertidos,
como si estuviera disfrutando
de alguna broma de la que no
me entero. —Pasaba por aquí —me dice a
modo de explicación—.
Necesito algunas cosas. Es un
placer volver a verle, señor
Tomlinson. Su voz es cálida y ronca como
un bombón de chocolate y
caramelo… o algo así. Muevo la cabeza intentando
bajar de las nubes. El corazón
me aporrea el pecho a un ritmo
frenético, y por alguna razón
me arden las mejillas ante su
firme mirada escrutadora. Verlo delante de mí me ha dejado
totalmente desconcertado. Mis
recuerdos de él no le han hecho
justicia. No es solo guapo, no. Es
la belleza masculina
personificada, arrebatador, y está aquí, en la ferretería
Payne’s. Quién lo iba a
imaginar. Recupero por fin mis
funciones cognitivas y vuelvo a
conectarlas con el resto de mi
cuerpo. —Louis. Me llamo Louis —
murmuro—. ¿En qué puedo
ayudarle, señor Styles? Sonríe, y de nuevo es como si
tuviera conocimiento de algún
gran secreto. Es muy
desconcertante. Respiro hondo
y pongo mi cara de llevar cuatro
años trabajando en la tienda y ser un profesional. Yo puedo. —Necesito un par de cosas.
Para empezar, bridas para
cables —murmura con
expresión fría y divertida a la
vez. ¿Bridas para cables? —Tenemos varias medidas.
¿Quiere que se las muestre? —
susurro con voz titubeante. Cálmate, Tomlinson. Un ligero fruncimiento estropea
las cejas de Styles, que son
bastante bonitas. —Sí, por favor. Lo acompaño,
señor Tomlinson —me dice. Salgo de detrás del mostrador
fingiendo despreocupación,
pero lo cierto es que me
concentro al máximo en no
desplomarme. De repente mis
piernas parecen de plastilina. Me alegro mucho de haber
decidido ponerme mis mejores
pantalones esta mañana. —Están con los artículos de
electricidad, en el pasillo
número ocho —le digo en un
tono de voz demasiado
elevado. Lo miro y me arrepiento casi de
inmediato. ¡Qué guapo es! —Le sigo —murmura haciendo
un gesto con su mano de largos
dedos y uñas perfectamente
arregladas. Con el corazón casi
estrangulándome —porque me
ha subido hasta la garganta e
intenta salírseme por la boca—
enfilo un pasillo en dirección a
la sección de electricidad. ¿Por qué está en Portland? ¿Por qué
ha venido a Payne’s? Y de una
diminuta parte de mi cerebro
que apenas utilizo —
seguramente por debajo del
bulbo raquídeo, cerca de donde habita la voz de mi conciencia
— surge una idea: ha venido a
verte. ¡Imposible! La descarto
de inmediato. ¿Por qué iba a
querer verme este hombre
guapo, poderoso y sofisticado? Es una idea absurda, así que me
la quito de la cabeza. —¿Ha venido a Portland por
negocios? —le pregunto. Mi voz suena demasiado aguda,
como si me hubiera pillado un
dedo con una puerta. ¡Basta!
¡Intenta calmarte, Louis! —He venido a visitar el
departamento de agricultura de
la universidad, que está en
Vancouver. En estos momentos
financio una investigación
sobre rotación de cultivos y ciencias del suelo —me
contesta con total naturalidad. ¿Lo ves? Ni por asomo ha
venido a verte, me dice,
orgullosa y burlona, la voz de mi
conciencia. Me ruborizo solo de
pensar en las tonterías que se
me pasan por la cabeza. —¿Forma parte de su plan para
alimentar al mundo? —lo
provoco. —Algo así —admite esbozando
una media sonrisa. Echa un vistazo a nuestra
sección de bridas para cables.
¿Para qué querrá eso? No me lo
imagino haciendo bricolaje.
Desliza los dedos por las cajas
de la estantería, y por alguna inexplicable razón tengo que
apartar la mirada. Se inclina y
coge una caja. —Estas me irán bien —me dice
con una sonrisa de estar
guardando un secreto. —¿Algo más? —Quisiera cinta adhesiva. ¿Cinta adhesiva? —¿Está decorando su casa? Las palabras salen de mi boca
antes de que pueda detenerlas.
Seguro que contrata a
trabajadores o tiene personal
que se la decora. —No, no estoy decorándola —
me contesta rápidamente. Sonríe, y me da la extraña
sensación de que está riéndose
de mí. ¿Tan divertido soy? ¿Por qué le
hago tanta gracia? —Por aquí —murmuro
incómodo—. La cinta está en es
pasillo de la decoración. Miro hacia atrás y veo que me
sigue- —¿Lleva mucho tiempo
trabajando aquí? —me
pregunta en voz baja,
mirándome fijamente. Me ruborizo. ¿Por qué demonios
tiene ese efecto sobre mí? Me
siento torpe y fuera de lugar.
¡Mirada al frente, Tomlinson! —Cuatro años —murmuro
mientras llegamos a nuestro
destino. Por hacer algo, me agacho y
cojo las dos medidas de cinta
adhesiva que tenemos. —Me llevaré esta —dice Styles
golpeando suavemente el rollo
de cinta que le tiendo. Nuestros dedos se rozan un
segundo, y ahí está de nuevo la
corriente, que me recorre como
si hubiera tocado un cable
suelto. Jadeo involuntariamente
al sentirla desplazándose hasta algún lugar oscuro e
inexplorado en lo más profundo
de mi vientre. Intento
serenarme desesperadamente. —¿Algo más? —le pregunto con
voz ronca y entrecortada. Abre ligeramente los ojos. —Un poco de cuerda. Su voz también ronca, replica la
mía. —Por aquí. Agacho la cabeza para ocultar
mi rubor y me dirijo al pasillo. —¿Qué tipo de cuerda busca?
Tenemos de fibra sintética, de
fibra natural, de cáñamo, de
cable... Me detengo al ver su expresión
impenetrable. Sus ojos parecen
más oscuros. ¡Madre mía! —Cinco metros de la de fibra
natural, por favor. Mido rápidamente la cuerda con
los dedos temblorosos,
consciente de su ardiente
mirada verde. No me atrevo a
mirarlo. No podría sentirme
más cohibido. Saco el cúter del bolsillo trasero de mi pantalón,
corto la cuerda, la enrollo con
cuidado y hago un nudo. Es un
milagro que haya conseguido
no amputarme un dedo con el
cúter. —¿Iba usted a los scouts? —me
pregunta frunciendo divertido
sus perfilados y sensuales
labios. ¡No le mires la boca! —Las actividades en grupo no
son lo mío, señor Styles. Arquea una ceja. —¿Qué es lo suyo, Louis? —me
pregunta en voz baja y con su
sonrisa secreta. Lo miro y me siento incapaz de
expresarme. El suelo son placas
tectónicas en movimiento.
Intenta tranquilizarte, Lou, me
suplica de rodillas la torturada
voz de mi conciencia. —Los libros —susurro. Pero la voz de mi conciencia
grita: ¡Tú! ¡Tú eres lo mío! La
aparto inmediatamente de un
manotazo, avergonzado de los
delirios de grandeza de mi
mente. —¿Qué tipo de libros? —me
pregunta ladeando la cabeza. ¿Por qué le interesa tanto? —Bueno, lo normal. Los clásicos.
Sobre todo la literatura inglesa. Se frota la barbilla con el índice
y el pulgar mientras considera
mi respuesta. O quizá
sencillamente está aburridísimo
e intenta disimularlo. —¿Necesita algo más? Tengo que cambiar de tema...
Esos dedos en esa cara son
cautivadores. —No lo sé. ¿Qué me
recomendaría? ¿Qué te recomendaría? Ni
siquiera sé lo que vas a hacer. —¿De bricolaje? Asiente con mirada burlona. Me
ruborizo y mi mirada se
desplaza a los pantalones
ajustados que lleva. ¡Dios mío! —Un mono de trabajo —le
contesto. Me doy cuenta de que ya no
controlo lo que sale de mi boca.
Vuelve a alzar una ceja,
divertido. No querrá que se le estropee la
ropa... —le digo señalando sus
pantalones. —Siempre puedo quitármela —
replica sonriendo. —Ya. Siento que mis mejillas vuelven
a teñirse de rojo. Deben de
parecer la cubierta del
'Manifiesto comunista'. Cállate.
Cállate de una vez. —Me llevaré uno. No vaya a ser
que me estropee la ropa —me
dice con frialdad. Intento apartar la inoportuna
imagen de él sin pantalones. —¿Necesita algo más? —le
pregunto en tono demasiado
agudo mientras le tiendo un
mono azul. No contesta a mi pregunta. —¿Cómo va el artículo? Por fin me ha preguntado algo
normal, sin indirectas ni juegos
de palabras... Una pregunta a la
que puedo responder. Me agarro
a ella con las dos manos, como
si fuera una tabla de salvación, y apuesto por la sinceridad. —No estoy escribiéndolo yo
sino Perrie. La señorita
Edwards, mi compañera de
piso. Está muy contenta. Es la
editora de la revista y se quedó
destrozada por no haber podido hacerle la entrevista
personalmente. —Siento que he
remontado el vuelo, por fin un
tema de conversación normal
—. Lo único que le preocupa es
que no tiene ninguna foto suya original. —¿Qué tipo de fotografías
quiere? Muy bien. No había previsto
esta respuesta. Niego con la
cabeza, porque sencillamente
no lo sé. —Bueno, voy a estar por aquí.
Quizá mañana... —¿Estaría dispuesto a hacer
una sesión de fotos? Vuelve a salirme la voz de pito.
Perrie estará encantada si lo
consigo. Y podrás volver a verlo
mañana, me susurra
seductoramente ese oscuro
lugar al fondo de mi cerebro. Descarto la idea. Es estúpida,
ridícula... —Perrie estará encantada... si
encontramos un fotógrafo. Estoy tan contento que le sonrío
abiertamente. Él abre los labios,
como si quisiera respirar hondo,
y parpadea. Por una milésima
de segundo parece algo
perdido, la Tierra cambia ligeramente de eje y las placas
tectónicas se deslizan hacia una
nueva posición. ¡Dios mío! La mirada perdida de
Harry Styles. —Dígame algo mañana. —Mete
la mano en el bolsillo trasero y
saca la cartera—. Mi tarjeta.
Está mi número de móvil.
Tendría que llamarme antes de
las diez de la mañana. —Muy bien —le contesto
sonriendo. Perrie se pondrá contentísima. —¡Lou! Liam aparece al otro lado del
pasillo. Es el hijo de los Payne.
Me habían dicho que había
vuelto de Princeton, pero no
esperaba verlo hoy. —Discúlpeme un momento,
señor Styles. Styles frunce el ceño mientras
me vuelvo. Liam siempre ha sido un amigo,
y en este extraño momento en
que me las veo con el rico,
poderoso, asombrosamente
atractivo y controlador obsesivo
Styles, me alegra hablar con alguien normal. Liam me abraza
muy fuerte, y me pilla por
sorpresa. —¡Lou, cuánto me alegro de
verte! —exclama. —Hola, Liam. ¿Cómo estás? ¿Has
venido para el cumpleaños de
tu padre? —Sí. Estás muy guapo, Lou,
muy guapo. Sonríe y se aparta un poco para
observarme. Luego me suelta,
pero deja un brazo posesivo por
encima de mis hombros. Me
separo un poco, incómodo. Me
alegra ver a Liam, pero siempre se toma demasiadas
confianzas. Cuando miro a Harry Styles, veo
que nos observa atentamente,
con ojos impenetrables y
pensativos, y expresión seria,
impasible. Ha dejado de ser el
cliente extrañamente atento y ahora es otra persona... alguien
frío y distante. —Liam, estoy con un cliente.
Tienes que conocerlo —le digo
intentando suavizar la
animadversión que veo en la
expresión de Styles. Tiro de Liam hasta donde está
Styles, y ambos se observan
detenidamente. El aire podría
cortarse con un cuchillo. —Liam, te presento a Harry
Styles. Señor Styles, este es
Liam Payne, el hijo de los
sueños de la tienda. Y por
alguna razón poco
comprensible, siento que debo darle más explicaciones—.
Conozco a Liam desde que
trabajo aquí, aunque no nos
vemos muy a menudo. Ha
vuelto de Princeton, donde
estudia administración de empresas. Estoy diciendo chorradas...
¡Basta! —Señor Payne. Harry le tiende la mano con
mirada impenetrable. —Señor Styles —lo saluda Liam
estrechándole la mano—.
Espera... ¿No será el famoso
Harry Styles? ¿El de Styles
Enterprises Holdings? Liam pasa de mostrarse hosco a
quedarse deslumbrado en una
milésima de segundo. Styles le
dedica una sonrisa educada. —Uau... ¿Puedo ayudarle en
algo? —Me ha atendido Louis, señor
Payne. Ha sido muy atento. Su expresión es impasible, pero
sus palabras... es como si
estuviera diciendo algo
totalmente diferente. Es
desconcertante. —Estupendo —le responde
Liam—. Nos vemos luego, Lou. —Claro, Liam. Lo observo desaparecer hacia el
almacén. —¿Algo más señor Styles? —Nada más. Su tono es distante y frío.
Maldita sea... ¿Lo he ofendido?
Respiro hondo, me vuelvo y me
dirijo a la caja. ¿Qué le pasa? Marco el precio de la cuerda, el
mono, la cinta adhesiva y las
bridas. —Serán cuarenta y tres dólares,
por favor. Miro a Styles, pero me
arrepiento de inmediato. Está
observándome fijamente. Me
pone nervioso. —¿Quiere una bolsa? —le
pregunto cogiendo su tarjeta de
crédito. —Sí, gracias, Louis. Su lengua acaricia mi nombre, y
el corazón se me vuelve a
disparar. Apenas puedo
respirar. Meto deprisa lo que ha
comprado en una bolsa de
plástico. —Ya me llamará si quiere que
haga la sesión de fotos. Vuelve a ser el hombre de
negocios. Asiento, porque de
nuevo me he quedado sin
palabras, y le devuelvo la
tarjeta de crédito. —Bien. Hasta mañana, quizá. —
Se vuelve para marcharse, pero
se detiene—. Ah, una cosa,
Louis... Me alegro de que la
señorita Edwards no pudiera
hacerme la entrevista. Sonríe y sale de la tienda a
grandes zancadas y con
renovada determinación,
colgándose la bolsa del hombro
y dejándome como una masa
temblorosa de embravecidas hormonas masculinas. Paso
varios minutos mirando la
puerta cerrada por la que acaba
de marcharse antes de volver a
pisar la Tierra. De acuerdo. Me gusta. Ya está,
lo he admitido. No puedo seguir
escondiendo mis sentimientos.
Nunca antes me había sentido
así. Me parece atractivo, muy
atractivo. Pero sé que es una causa perdida y suspiro con un
pesar agridulce. Ha sido solo
una coincidencia que viniera.
Pero, bueno, puedo admirarlo
desde la distancia, ¿no? Eso no
tiene nada de malo. Y si encuentro a un fotógrafo,
mañana lo admiraré a mis
anchas. Me muerdo el labio
pensándolo y me descubro a mí
mismo sonriendo como un
estúpido. Tengo que llamar a Perrie para organizar la sesión
fotográfica me emoci .
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Jue 19 Dic 2013, 11:00 am

bueno como tengo nueva lectora decidí dedicarle un nuevo capítulo :) xoxo dani
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Dom 22 Dic 2013, 11:34 am

50 Sombras de Styles - Capítulo
3: Perrie se pone loca de contenta. —Pero ¿qué hacía en Payne’s? Su curiosidad rezuma por el
teléfono. Estoy al fondo del
almacén e intento que mi voz
suene despreocupada. —Pasaba por aquí. —Me parece demasiada
casualidad, Lou. ¿No crees que
ha ido a verte? El corazón me da un brinco al
planteármelo, pero la alegría
dura poco. La triste y
decepcionante realidad es que
ha venido por trabajo. —Ha venido a visitar el
departamento de agricultura de
la universidad. Financia una
investigación —murmuro. —Sí, sí. Ha concedido al
departamento una subvención
de dos millones y medio de
dólares. Uau. —¿Cómo lo sabes? —Lou, soy periodista y he
escrito un artículo sobre este
tipo. Mi obligación es saberlo. —Vale, ‘Carla Bernstein’, no te
sulfures. Bueno, ¿quieres esas
fotos? —Pues claro. El problema es
quién va a hacerlas y dónde. —Podríamos preguntarle a él
dónde. Ha dicho que se
quedaría por la zona. —¿Puedes contactar con él? —Tengo su móvil. Perrie pega un grito. —¿El soltero más rico, más
escurridizo y más enigmático
de todo el estado de
Washington te ha dado su
número de móvil? —Bueno… sí. —¡Lou! Le gustas. No tengo la
menor duda —afirma
categóricamente. —Perrie, solo pretende ser
amable. Pero incluso mientras lo digo sé
que no es verdad. Harry Styles
no es amable. Es educado,
quizá. Y una vocecilla me
susurra: Tal vez Perrie tiene
razón. Se me eriza el vello solo de pensar que quizá, solo quizá,
podría gustarle. Después de
todo, es cierto que me ha dicho
que se alegraba de que Perrie
no le hubiera hecho la
entrevista. Me abrazo a mí mismo con silenciosa alegría y
giro a derecha e izquierda
considerando la posibilidad de
que por un instante pueda
gustarle. Perrie me devuelve al
presente. —No sé cómo vamos a hacer la
sesión. Levi, nuestro fotógrafo
habitual, no puede. Ha ido a
Idaho Falls a pasar el fin de
semana con su familia. Se
mosqueará cuando sepa que ha perdido la oportunidad de
fotografiar a uno de los
empresarios más importantes
del país. —Mmm… ¿Y Stan? —¡Buena idea! Pídeselo tú.
Haría cualquier cosa por ti.
Luego llamas a Styles y le
preguntas dónde quiere que
vayamos. Perrie es insufriblemente
desdeñosa con Stan. —Creo que deberías de llamarlo
tú. —¿A quién? ¿A Stan? —me
pregunta en tono de burla. —No, a Styles. —Lou, tú eres el que tiene trato
con él. —¿Trato? —exclamo subiendo
el tono varias octavas—.
Apenas conozco a ese tipo. —Al menos has hablado con él
—dice implacable—. Y parece
que quiere conocerte mejor.
Lou, llámalo y punto. Y me cuelga. A veces es muy
autoritaria. Frunzo el ceño y le
saco la lengua al teléfono. Estoy dejándole un mensaje a
Stan cuando Liam entra en el
almacén a buscar papel de lija. —Lou, tenemos trabajo ahí
fuera —me dice sin acritud. —Sí, perdona —murmuro, y me
doy la vuelta para salir. —¿De qué conoces a Harry
Styles? Liam intenta mostrarse
indiferente, pero no lo consigue. —Tuve que entrevistarlo para
la revista de la facultad. Perrie
no se encontraba bien. Me encojo de hombros
intentando no darle
importancia, pero no lo hago
mucho mejor que él. —Harry Styles en Payne´s.
Alucinante —resopla Liam
sorprendido. Mueve la cabeza,
como si quisiera aclararse las
ideas—. Bueno, ¿te parece que
salgamos a tomar algo esta noche? Cada vez que vuelve a casa me
propone salir, y siempre le digo
que no. Es un ritual. Nunca me
ha parecido buena idea salir con
el hijo del jefe, y además Liam
es mono como podría serlo el vecino de al lado, pero, por más
fantasía que le eches, no puede
ser un héroe literario. ¿Lo es
Styles?, me pregunta la voz de
mi conciencia alzando su
imaginaria ceja. La hago callar. —¿No tenéis cena familiar por
el cumpleaños de tu hermano? —Mañana. —Quizá otro día, Liam. Esta
noche tengo que estudiar.
Tengo exámenes finales la
semana que viene. —Lou, un día de estos me dirás
que sí —me dice sonriendo. Y vuelvo a la tienda. —Pero yo hago paisajes, Lou,
no retratos —refunfuña Stan. —Stan, por favor —le suplico. Con el móvil en la mano, recorro
el salón de casa contemplando
la luz del atardecer al otro lado
de la ventana. —Dame el teléfono. Perrie me lo quita de las manos
y se retira bruscamente el pelo
rubio del hombro. —Escúchame Stanley Lucas, si
quieres que nuestra revista
cubra la inauguración de tu
exposición, nos harás la sesión
mañana, ¿entendido? Perrie puede ser increíblemente
dura. —Bien. Lou volverá a llamarte
para decirte dónde y a qué
hora. Nos vemos mañana. Y cuelga el móvil. —Solucionado. Ahora lo único
que nos queda es decidir dónde
y cuándo. Llámalo. Me tiende el teléfono. Siento un
nudo en el estómago. —¡Llama a Styles ahora mismo! La miro ceñudo y saco la tarjeta
de Styles del bolsillo trasero de
mis pantalones. Respiro larga y
profundamente, y marco el
número con dedos temblorosos. Contesta al segundo tono con
voz tranquila y fría. —Styles. —¿Se… Señor Styles? Soy Louis
Tomlinson. No reconozco mi propia voz.
Estoy muy nervioso. Styles se
queda un segundo en silencio.
Estoy temblando. —Señor Tomlinson. Un placer
tener noticias suyas. Le ha cambiado la voz. Creo que
está sorprendido, y suena muy…
cálido. Incluso seductor. Se me
corta la respiración y me
ruborizo. De pronto me doy
cuenta de que Perrie Edwards está observándome
boquiabierta, así que salgo
disparado hacia la cocina para
evitar su inoportuna mirada
escrutadora. —Bueno… Nos gustaría hacer la
sesión fotográfica para el
artículo. Respira, Lou, respira. Mis
pulmones absorben una rápida
bocanada de aire. —Mañana, si no tiene problema.
¿Dónde le iría bien? Casi puedo oír su sonrisa de
esfinge al otro lado del
teléfono. —Me alojo en el hotel
Heathman de Portland. ¿Le
parece bien a las nueve y media
de la mañana? —Muy bien, nos vemos allí. Estoy pletórico y sin aliento. —Lo estoy deseando, señor
Tomlinson. Veo el destello malévolo en sus
ojos verdes. ¿Cómo consigue
que cinco palabras encierren
una promesa tan tentadora?
Cuelgo. Perrie está en la cocina,
observándome con una mirada
de total y absoluta
consternación. —Louis Tomlinson. ¡Te gusta!
Nunca te había visto ni te había
oído tan… tan… alterado por
nadie. Te has puesto rojo. —Perrie, ya sabes que me
pongo rojo por nada. Lo hago
por deporte. No seas ridícula —
le contestó enfadado. Perrie parpadea sorprendida. Es
muy raro que yo me enrabie, y
si lo hago, se me pasa
enseguida. —Me intimida… Eso es todo. —En el Heathman, nada menos
—murmura Perrie—. Voy a
llamar al gerente para negociar
con él un lugar para la sesión. —Yo voy a hacer la cena. Luego
tengo que estudiar. Incapaz de disimular que estoy
mosqueado con ella, abro un
armario para empezar a
preparar la cena. Esa noche estoy intranquilo, no
paro de moverme y de dar
vueltas en la cama. Sueño con
ojos verdes, monos de trabajo,
piernas largas, dedos largos y
lugares muy oscuros e inexplorados. Me despierto dos
veces con el corazón
latiéndome a toda velocidad. Si
no pego ojo, mañana voy a
tener una pinta estupenda, me
regaño a mi mismo. Doy un golpe sobre la almohada e
intento calmarme. El Heathman está en el centro
de Portland. Terminaron el
impresionante edificio de
piedra marrón justo a tiempo
para el crack de finales de los
años veinte. Stan, Travis y yo vamos en mi Escarabajo, y
Perrie en su CLK, porque en mi
coche no cabemos todos. Travis
es amigo y ayudante de Stan, y
ha venido a echarle una mano
con la iluminación. Perrie ha conseguido que nos dejen
utilizar una habitación del
Heathman a cambio de
mencionar el hotel en el
artículo. Cuando explica en la
recepción que hemos venido a fotografiar al empresario Harry
Styles, nos suben de inmediato
a una suite. Pero a una normal,
porque al parecer el señor
Styles está alojado en la suite
más grande del edificio. Un responsable de marketing
demasiado entusiasta nos
muestra la suite. Es jovencísimo
y por alguna razón está muy
nervioso. Sospecho que la
belleza de Perrie y su aire autoritario lo desarman, porque
hace con él lo que quiere. Las
habitaciones son elegantes,
sobrias y con muebles de
calidad. Son las nueve. Tenemos media
hora para prepararlo todo.
Perrie va de un lado a otro. —Stan, creo que lo colocaremos
delante de esta pared. ¿Estás de
acuerdo? —No espera a que
responda—. Travis, retira las
sillas. Lou, ¿puedes pedir que
nos traigan unos refrescos? Y dile a Styles que estamos aquí. Sí, ama. Es tan dominante…
Pongo los ojos en blanco, pero
hago lo que me pide. Media hora después, Harry
Styles entra en nuestra suite. ¡Madre mía! Lleva una camisa
blanca con el cuello abierto y
unos pantalones grises de
franela que le caen de forma
muy seductora sobre las
caderas. Todavía tiene el pelo mojado. Al mirarlo se me seca
la boca… Está alucinantemente
bueno. Entra en la suite
acompañado de un hombre de
treinta y pocos, con el pelo
rapado, un elegante traje negro y corbata, que se queda en
silencio en una esquina. Sus
ojos azules nos miran
impasibles. —Señor Tomlinson, volvemos a
vernos. Styles me tiende la mano, que
estrecho mientras parpadeo
rápidamente. ¡Dios mío!... Está
realmente… Cuando le toco la
mano, siento esa agradable
corriente que me recorre el cuerpo entero, me enciende y
hace que me ruborice. Estoy
convencido de que todo el
mundo puede oír mi respiración
irregular. —Señor Styles, le presento a
Perrie Edwards —susurro
señalando a Perrie, que se
acerca y lo mira a los ojos. —La tenaz señorita Edwards.
¿Qué tal está? —Sonríe
ligeramente y parece de verdad
divertido—. Espero que se
encuentre mejor. Louis me dijo
que la semana pasada estuvo enferma. —Estoy bien, gracias, señor
Styles. Le estrecha la mano con fuerza,
sin pestañear. Me recuerdo a mi
mismo que Perrie ha ido a las
mejores escuelas privadas de
Washington. Su familia tiene
dinero, así que ha crecido segura de sí misma y de su
lugar en el mundo. No se anda
con tonterías. A mí me
impresiona. —Gracias por haber encontrado
un momento para la sesión —le
dice con una sonrisa educada y
profesional. —Es un placer —le contesta
Styles lanzándome una mirada. Vuelvo a ruborizarme. Maldita
sea. —Este es Stan Lucas, nuestro
fotógrafo —le digo. Y sonrío a Stan, que me
devuelve una sonrisa cariñosa y
luego mira a Styles con frialdad. —Señor Styles. —Lo saluda con
un movimiento de cabeza. —Señor Lucas. La expresión de Styles también
cambia mientras observa a
Stan. —¿Dónde quiere que me
coloque? —le pregunta Styles
en un tono un tanto
amenazador. Pero Perrie no está dispuesta a
dejar que Stan lleve la voz
cantante. —Señor Styles, ¿puede sentarse
aquí, por favor? Tenga cuidado
con los cables. Y luego haremos
también unas cuantas de pie. Le indica una silla colocada
contra la pared. Travis enciende las luces, que
por un momento ciegan a Harry,
y susurra una disculpa. Luego él
y yo nos quedamos atrás y
observamos a Stan mientras
toma las fotografías. Hace varias con la cámara de mano,
pidiéndole a Styles que se gire a
un lado, al otro, que mueva un
brazo y que vuelva a bajarlo.
Luego coloca la cámara en el
trípode y sigue haciendo fotos de Styles sentado, posando
pacientemente y con
naturalidad, durante unos
veinte minutos. Mi deseo se ha
hecho Realidad: estoy
admirando a Styles desde una distancia nada grande. En dos
ocasiones nuestros ojos se
encuentran y tengo que apartar
la mirada de la suya, tan
inextricable. —Ya tenemos bastantes
sentado —interrumpe Perrie—.
¿Puede ponerse de pie, señor
Styles? Se levanta y Travis corre a
retirar la silla. El obturador de la
Nikon de Stan empieza a
chasquear de nuevo. —Creo que ya tenemos
suficientes —anuncia Stan cinco
minutos después. —Muy bien —dice Perrie—.
Gracias de nuevo, señor Syles. Le estrecha la mano, y también
Stan. —Me encantará leer su artículo,
señorita Edwards —murmura
Styles, y se vuelve hacia mí,
que estoy junto a la puerta—.
¿Viene conmigo, señor
Tomlinson? —Me pregunta. Miro nervioso a Perrie, que se
encoge de hombros. Veo que
Stan, que está detrás de ella,
pone mala cara. —Que tengan un buen día —
dice Styles abriendo la puerta y
apartándose a un lado para que
yo salga primero. Pero… ¿De qué va todo esto?
¿Qué quiere? Me detengo en el
pasillo y me muevo nervioso
mientras Styles sale de la
habitación seguido por el tipo
rapado y trajeado. —Enseguida te aviso, Higgins
—murmura Styles al señor
Rapado. Higgins se aleja por el pasillo y
Styles dirige su ardiente mirada
verde hacia mí. Mierda… ¿He
hecho algo mal? —Me preguntaba si le apetecía
tomar un café conmigo. El corazón se me sube de golpe
a la boca. ¿Una cita? Harry
Styles está pidiéndome una
cita. Está preguntándote si
quieres un café. Quizá piensa
que todavía no te has despertado, me suelta la voz de
mi conciencia en tono burlón.
Carraspeo e intento controlar
los nervios. —Tengo que llevar a todos a
casa —murmuro a modo de
disculpa retorciendo las manos
y los dedos. —¡Higgins! —grita. Pego un bote. Higgins, que se
había quedado esperando al
fondo del pasillo, se vuelve y
regresa con nosotros. —¿Van a la universidad? —me
pregunta Styles en voz baja. Asiento, porque estoy
demasiado aturdido para
contestar. —Higgins puede llevarlos. Es mi
chófer. Tenemos un 4x4 grande,
así que puede llevar también el
equipo. —¿Señor Styles? —pregunta
Higgins cuando llega hasta
nosotros con rostro inexpresivo. —¿Puede llevar a su casa al
fotógrafo, su ayudante y a la
señorita Edwards, por favor? —Por supuesto, señor —
contesta Higgins. —Arreglado. ¿Puede ahora
venir conmigo a tomar un café? Styles sonríe dándolo por hecho. Frunzo el ceño. —Verá… señor Styles… esto… la
verdad… Mire, no es necesario
que Higgins los lleve. —Lanzo
una rápida mirada a Higgins,
que sigue estoicamente
impasible—. Puedo intercambiar el coche con
Perrie, si me espera un
momento. Styles me dedica una sonrisa de
oreja a oreja deslumbrante y
natural. Madre mía… Abre la
puerta de la suite y la sostiene
para que pase. Entro deprisa y
encuentro a Perrie en plena discusión con Stan. —Lou, creo que no hay duda de
que le gustas —me dice sin el
menor preámbulo. Stan me mira ceñudo. —Pero no me fío de él —añade
Perrie. Levanto la mano con la
esperanza de que se calle, y
milagrosamente lo hace. —Perrie, ¿puedes llevarte a
Kevin y dejarme tu coche? —¿Por qué? —Harry Styles me ha pedido
que vaya a tomar un café con
él. Se queda boquiabierta, sin
saber qué decir. Disfruto del
momento. Me coge del brazo y
me arrastra hasta el dormitorio,
al fondo de la sala de estar de la
suite. —Lou, es un tipo raro —me
advierte—. Es muy guapo, de
acuerdo, pero creo que es
peligroso. Especialmente para
alguien como tú. —¿Qué quieres decir con eso de
alguien como yo? —le pregunto
ofendido. —Un inocente como tú, Lou. Ya
sabes lo que quiero decir —me
contesta un poco enfadada. Me ruborizo. —Perrie, solo es un café.
Empiezo los exámenes esta
semana y tengo que estudiar,
así que no me alargaré mucho. Arruga los labios, como si
estuviera considerando mi
petición. Al fin saca las llaves
del bolsillo y me las da. Le doy
las mías. —Nos vemos luego. No tardes,
o pediré que vayan a
rescatarte. —Gracias. La abrazo. Salgo de la suite y encuentro a
Harry Styles esperándome
apoyado en la pared. Parece un
modelo posando para una
sofisticada revista de moda. —Ya está. Vamos a tomar un
café —murmuro sonrojándome
de nuevo. Sonríe. —Usted primero, señor
Tomlinson. Se incorpora y hace un gesto
para que pase delante. Avanzo
por el pasillo con las piernas
temblando, el estómago lleno
de mariposas y el corazón
latiéndome violentamente. Voy a tomar un café con Harry
Styles… y odio el café. Caminamos juntos por el amplio
pasillo hacia el ascensor. ¿Qué
puedo decirle? De pronto el
temor me paraliza la mente.
¿De qué vamos a hablar? ¿Qué
tengo yo en común con él? Su voz cálida me sobresalta y me
aparta de mis pensamientos. —¿Cuánto hace que conoce a
Perrie Edwards? Bueno, una pregunta fácil para
empezar. —Desde el primer año de
facultad. Somos buenos amigos. —Ya —replica evasivo. ¿Qué está pensando? Pulsa el botón para llamar al
ascensor y casi de inmediato
suena el pitido. Las puertas se
abren y muestran a una joven
pareja abrazándose
apasionadamente. Se separan de golpe, sorprendidos e
incómodos, y miran con aire de
culpabilidad en cualquier
dirección menos la nuestra.
Styles y yo entramos en el
ascensor. Intento mantener la seriedad,
así que miro al suelo al sentir
como las mejillas me arden.
Cuando levanto la mirada hacia
Styles, parece que ha esbozado
una sonrisa, pero es muy difícil asegurarlo. La joven pareja no
dice nada. Descendemos a la
planta baja en un incómodo
silencio. Ni siquiera suena uno
de esos terribles hilos musicales
para distraernos. Las puertas se abren y, para mi
gran sorpresa, Styles me coge
de la mano y me la sujeta con
sus dedos largos y fríos. Siento
la corriente recorriendo mi
cuerpo, y mis ya rápidos latidos se aceleran. Mientras tira de mí
para salir del ascensor, oímos a
nuestras espaldas la risita tonta
de la pareja. Styles sonríe. —¿Qué tendrán los ascensores?
—masculla. Cruzamos el amplio y animado
vestíbulo del hotel en dirección
a la entrada, pero Styles evita la
puerta giratoria. Me pregunto si
es porque tendría que soltarme
la mano. Es un bonito domingo de mayo.
Brilla el sol y apenas hay tráfico.
Styles gira a la izquierda y
avanza hacia la esquina, donde
nos detenemos a esperar que
cambie el semáforo. Estoy en la calle y Harry Styles me lleva de
la mano. Nunca he paseado de
la mano de nadie. La cabeza me
da vueltas, y un cosquilleo me
recorre todo el cuerpo. Trato de
reprimir la ridícula sonrisa que amenaza con dividir mi cara en
dos. Intenta calmarte, Lou, me
implora la voz de mi conciencia.
El hombrecillo verde del
semáforo se ilumina y seguimos
nuestro camino. Andamos cuatro manzanas
hasta llegar al Portland Coffee
House, donde Styles me suelta
para sujetarme la puerta. —¿Por qué no elige una mesa
mientras voy a pedir? ¿Qué
quiere tomar? —me pregunta,
tan educado como siempre. —Tomaré… eh… un té negro. Alza las cejas. —¿No quiere café? —No me gusta demasiado el
café. Sonríe. —Muy bien, un té negro. ¿Dulce? Me quedo un segundo perplejo,
pensando que se refiere a mí,
pero por suerte aparece la voz
de mi conciencia frunciendo los
labios. No, tonto… Que si lo
quieres con azúcar. —No, gracias. Me miro los dedos nudosos. —¿Quiere comer algo? —No, gracias. Niego con la cabeza y Styles se
dirige a la barra. Levanto un poco la vista y lo
miro furtivamente mientras
espera en la cola a que le
sirvan. Podría pasarme el día
mirándolo… Es alto, ancho de
hombros y delgado… Y cómo le caen los pantalones… Madre
mía. Un par de veces se pasa los
largos y bonitos dedos por el
pelo, que ya está seco, aunque
sigue alborotado. Ay, cómo me
gustaría hacerlo a mí. La idea se me pasa de pronto por la
cabeza y me arde la cara. Me
muerdo el labio y vuelvo a
mirarme las manos. No me
gusta el rumbo que están
tomando mis caprichosos pensamientos. —Un dólar por sus
pensamientos. Styles ha vuelto y me mira
fijamente. Me pongo colorado. Solo estaba
pensando en pasarte los dedos
por esos rizos y preguntándome
si serían suaves. Niego con la
cabeza. Styles lleva una
bandeja en las manos, que deja en la pequeña mesa redonda
chapada en abedul. Me tiende
una taza, un platillo, una tetera
pequeña y otro plato con una
bolsita de té con la etiqueta
YORKSHIRE TEA, mi favorito. Para él, un café con un bonito
dibujo de una hoja en la
espuma de la leche. ¿Cómo lo
hacen?, me pregunto distraído.
También se ha pedido una
magdalena de arándanos. Coloca la bandeja a un lado, se
sienta frente a mí y cruza sus
largas piernas. Parece cómodo,
muy a gusto con su cuerpo. Lo
envidio. Y aquí estoy yo,
desgarbado y torpe, casi incapaz de ir de A a B sin
caerme de morros. —¿Qué está pensando? —
insiste. —Que este es mi té favorito. Hablo en voz baja y
entrecortada. Sencillamente, no
me puedo creer que esté con
Harry Styles en una cafetería de
Portland. Frunce el ceño. Sabe
que estoy escondiéndole algo. Introduzco la bolsita de té en la
tetera y casi inmediatamente la
retiro con la cucharilla. Styles
ladea la cabeza y me mira con
curiosidad mientras dejo la
bolsita de té en el plato. —Me gusta el té negro muy
flojo —murmuro a modo de
explicación. —Ya veo. ¿Es su novio? Pero, ¿qué dice? —¿Quién? —El fotógrafo. Stanley Lucas. Me río nervioso, aunque con
curiosidad. ¿Por qué le ha dado
esa impresión? —No. Stan es un buen amigo
mío. Eso es todo. ¿Por qué ha
pensado que era mi novio? —Por cómo se sonríen. Me sostiene la mirada. Es
desconcertante. Quiero
apartarla pero estoy atrapado,
embelesado. —Es como de la familia —
susurro. Styles asiente, al parecer
satisfecho con mi respuesta, y
mira su magdalena de
arándanos. Sus largos dedos
retiran el papel con destreza, y
yo lo contemplo fascinado. —¿Quiere un poco? —me
pregunta. Y recupera esa sonrisa divertida
que esconde un secreto. —No, gracias. Frunzo el ceño y vuelvo a
mirarme las manos. —Y el chico al que me presentó
ayer, en la tienda… ¿No es su
novio? —No. Liam es solo un amigo. Se
lo dije ayer. ¿Qué tonterías son estas? —¿Por qué me lo pregunta? —le
digo. —Parece nervioso cuando está
con hombres. Maldita sea, eso es algo
personal. Solo me pongo
nervioso cuando estoy con
usted, Styles. —Usted me resulta intimidante. Me pongo colorado, pero
mentalmente me doy una
palmadita en la espalda por mi
sinceridad y vuelvo a clavar la
vista en mis manos. Lo oigo
respirar profundamente. —De modo que le resulto
intimidante —replica
asintiendo—. Es usted muy
sincero. No baje la cabeza, por
favor. Me gusta verle la cara. Lo miro y me dedica una sonrisa
alentadora, aunque irónica. —Eso me da alguna pista de lo
que puede estar pensando —
me dice—. Es usted un misterio,
señor Tomlinson. ¿Un misterio? ¿Yo? —No tengo nada de misterioso. —Creo que es usted muy
contenido —murmura. ¿De verdad? Uau… ¿cómo lo
consigo? Es increíble. ¿Yo,
contenido? Imposible. —Menos cuando se ruboriza,
claro, cosa que hace a menudo.
Me gustaría saber por qué se ha
ruborizado. Se mete un trozo de magdalena
en la boca y empieza a masticar
despacio, sin apartar los ojos de
mí. Y, como no podía ser de
otra manera, me ruborizo.
¡Mierda! —¿Siempre hace comentarios
tan personales? —No me había dado cuenta de
que fuera personal. ¿Le he
ofendido? —me pregunta en
tono sorprendido. —No —le contesto
sinceramente. —Bien. —Pero es usted un poco
arrogante. Alza una ceja y, si no me
equivoco, también él se
ruboriza ligeramente. —Suelo hacer las cosas a mi
manera, Louis —murmura—. En
todo. —No lo dudo. ¿Por qué no me
ha pedido que lo tutee? Me sorprende mi osadía. ¿Por
qué la conversación se pone tan
seria? Las cosas no están yendo
como pensaba. No puedo creer
que esté mostrándome tan
hostil hacia él. Como si él intentara advertirme de algo. —Solo me tutean mi familia y
unos pocos amigos íntimos. Lo
prefiero así. Todavía no me ha dicho:
<>. Es sin
duda un obseso del control, no
hay otra explicación, y parte de
mí está pensando que quizá
habría sido mejor que lo entrevistara Perrie. Dos obsesos
del control juntos. Además, ella
es rubia —bueno, teñida—,
como todas las mujeres de su
empresa. Y es guapa, me
recuerda la voz de mi conciencia. No me gusta
imaginar a Harry y a Perrie
juntos. Doy un sorbo a mi té, y
Styles se lleva un trozo de
magdalena a la boca. —¿Es usted hijo único? —me
pregunta. Vaya… Ahora cambia de
conversación. —Sí. —Hábleme de sus padres. ¿Por qué quiere saber cosas de
mis padres? Es muy aburrido. —Mi madre vive en Georgia con
su nuevo marido, Bob. Mi
padrastro vive en Montesano. —¿Y su padre? —Mi padre murió cuando yo era
un niño. —Lo siento —musita. Por un segundo la expresión de
su cara se altera. —No me acuerdo de él. —¿Y su madre volvió a casarse? Resoplo. —Nunca mejor dicho. Frunce el ceño. —No cuenta demasiado de su
vida, ¿verdad? —me dice en
tono seco frotándose la barbilla,
como pensativo. —Usted tampoco. —Usted ya me ha entrevistado,
y recuerdo algunas preguntas
bastante personales —me dice
sonriendo. ¡Vaya! Se refiere a la pregunta
de si era gay. Vuelvo a morirme
de vergüenza. Sé que en los
próximos años voy a necesitar
terapia intensiva para no
sentirme tan mal cada vez que recuerde ese momento. Suelto
lo primero que se me ocurre
sobre mi madre, cualquier cosa
para apartar ese recuerdo. —Mi madre es genial. Es una
romántica empedernida. Ya se
ha casado cuatro veces. Harry alza las cejas sorprendido. —La echo de menos —sigo
diciéndole—. Ahora está con
Bob. Espero que la controle un
poco y recoja los trozos cuando
sus descabellados planes no
vayan como ella esperaba. Sonrío con cariño. Hace mucho
que no veo a mi madre. Harry
me observa atentamente,
dando sorbos a su café de vez
en cuando. La verdad es que no
debería mirarle la boca. Me perturba. —¿Se lleva bien con su
padrastro? —Claro. Crecí con él. Para mí es
mi padre. —¿Y cómo es? —¿Mark? Es… taciturno. —¿Eso es todo? —me pregunta
Styles sorprendido. Me encojo de hombros. ¿Qué
espera este hombre? ¿La
historia de mi vida? —Taciturno como su hijastro —
me suelta Styles. Me contengo para no soltar un
bufido. —Le gusta el fútbol, sobre todo
el europeo, y los bolos, y pescar,
y hacer muebles. Es carpintero.
Estuvo en el ejército. Suspiro. —¿Vivió con él? —Sí. Mi madre conoció a su
marido número tres cuando yo
tenía quince años. Yo me quedé
con Mark. Frunce en ceño, como si no lo
entendiera. —¿No quería vivir con su
madre? —me pregunta. Francamente, a él qué le
importa. —El marido número tres vivía
en Texas. Yo tenía mi vida en
Montesano. Y… bueno, mi
madre acababa de casarse. Me callo. Mi madre nunca habla
de su marido número tres. ¿Qué
pretende Styles? No es asunto
suyo. Yo también puedo jugar a
su juego. —Cuénteme cosas sobre sus
padres —le pido. Se encoge de hombros. —Mi padre es abogado, y mi
madre, pediatra. Viven en
Seattle. Vaya… Ha crecido en una
familia acomodada. Pienso en
una exitosa pareja que adopta a
tres niños, y uno de ellos llega a
ser un hombre guapo que se
mete en el mundo de los negocios y lo conquista sin
ayuda de nadie. ¿Qué lo llevó
por ese camino? Sus padres
deben de estar orgullosos. —¿A qué se dedican sus
hermanos? —Zayn es constructor, y mi
hermana está en París
estudiando cocina con un
famoso chef francés. Sus ojos se nublan enojados. No
quiere hablar de su familia ni
de él. —Me han dicho que París es
preciosa —murmuro. ¿Por qué no quiere hablar de su
familia? ¿Porque es adoptado? —Es bonita. ¿Ha estado? —me
pregunta olvidando su enojo. —Nunca he salido de Estados
Unidos. Volvemos a las trivialidades.
¿Qué esconde? —¿Le gustaría ir? —¿A París? —exclamo. Me he quedado desconcertado.
¿A quién no le gustaría ir a
París? —Por supuesto —le contesto—.
Pero a donde de verdad me
gustaría ir es a Inglaterra. Ladea un poco la cabeza y se
pasa el índice por el labio
inferior… ¡Madre mía! —¿Por? Parpadeo. Concéntrate,
Tomlinson. —Porque allí nacieron
Shakespeare, Austen, las
hermanas Brontë, Thomas
Hardy… Me gustaría ver los
lugares que les inspiraron para
escribir libros tan maravillosos. Al mencionar a estos grandes
literatos recuerdo que debería
estar estudiando. Miro el reloj. —Voy a marcharme. Tengo que
estudiar. —¿Para los exámenes? —Sí. Empiezan el martes. —¿Dónde está el coche de la
señorita Edwards? —En el parking del hotel. —Le acompaño. —Gracias por el té, señor Styles. Esboza su extraña sonrisa de
guardar un gran secreto. —No hay de qué, Louis. Ha sido
un placer. Vamos —me dice
tendiéndome la mano. La cojo, perplejo, y salgo con él
de la cafetería. Caminamos hasta el hotel, y me
gustaría decir que en amigable
silencio. Al menos, él parece tan
tranquilo como siempre. En
cuanto a mí, me desespero
intentando analizar cómo ha ido nuestro café matutino. Me
siento como si me hubieran
entrevistado para un trabajo,
pero no estoy seguro de para
qué. —¿Siempre lleva vaqueros? —
me pregunta sin venir a cuento. —Casi siempre, pero tengo unos
cuantos pantalones de colores. Asiente. Hemos llegado al cruce,
al otro lado de la calle del hotel.
Todo me da vueltas. Qué
pregunta tan rara… Y soy
consciente de que nos queda
muy poco tiempo juntos. Esto es todo. Esto ha sido todo, y lo he
fastidiado, lo sé. Quizá sale con
alguien. —¿Tiene pareja? —le suelto. ¡Maldita sea! ¿Lo he dicho en
voz alta? Sus labios se arrugan formando
una media sonrisa y me mira
fijamente. —No, Louis. Yo no tengo
parejas —me contesta en voz
baja. ¿Qué quiere decir? ¿Nunca ha
tenido novio o novia o, lo que
sea? ¡Tiene que estar de broma!
Por un momento creo que va a
darme alguna explicación,
alguna pista sobre su enigmática frase, pero no lo
hace. Tengo que marcharme.
Tengo que poner mis ideas en
orden. Tengo que alejarme de
él. Doy un paso adelante,
tropiezo y salgo precipitado hacia la carretera. —¡Mierda, Lou! —grita Styles. Tira de mi mano con tanta
fuerza que acabo cayendo
encima de él justo cuando pasa
a toda velocidad un ciclista
contra dirección, y no me
atropella de milagro. Todo sucede muy deprisa. De
pronto estoy cayéndome, y en
cuestión de segundos estoy
entre sus brazos y me aprieta
fuerte contra su pecho. Respiro
su aroma limpio y saludable. Huele a ropa recién lavada y a
gel caro. Es embriagador. Inhalo
profundamente. —¿Estás bien? —me susurra. Con un brazo me mantiene
sujeto, pegado a él, y con los
dedos de la otra mano me
recorre suavemente la cara
para asegurarse de que no me
he hecho daño. Su pulgar me roza el labio inferior; contiene
la respiración. Me mira
fijamente a los ojos, y por un
momento, o quizá durante una
eternidad, le sostengo la mirada
inquieta y ardiente, pero al final centro la atención en su
bonita boca. Y por primera vez
en veintiún años quiero que me
besen. Quiero sentir sus labios
junto a los míos.
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Mensaje por Invitado Mar 24 Dic 2013, 11:23 pm

no tengo lectores :( sí son fantasmas por favor salgan con este ánimo la cancelare en serio u.u
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50 sombras de styles ~larry stylinson~ Empty Re: 50 sombras de styles ~larry stylinson~

Mensaje por Invitado Lun 30 Dic 2013, 12:31 am

50 Sombras de Styles - Capítulo
4: ¡Bésame, maldita sea!, le
suplico, pero no puedo
moverme. Un extraño y
desconocido deseo me paraliza.
Estoy totalmente cautivado.
Observo fascinado la boca de Harry Styles, y él me observa a
mí con una mirada velada, con
ojos cada vez más
impenetrables. Respira más
deprisa de lo normal, y yo he
dejado de respirar. Estoy entre tus brazos. Bésame, por favor.
Cierra los ojos, respira muy
hondo y mueve ligeramente la
cabeza, como si respondiera a
mi silenciosa petición. Cuando
vuelve a abrirlos, ha recuperado la determinación, ha tomado
una férrea decisión. —Louis, deberías mantenerte
alejado de mí. No soy un
hombre para ti —susurra. ¿Qué? ¿A qué viene esto? Se
supone que soy yo el que
debería decidirlo. Frunzo el
ceño y muevo la cabeza en
señal de negación. —Respira, Louis, respira. Voy a
soltarte y a dejarte marchar —
me dice en voz baja. Y me aparta suavemente. Me ha subido la adrenalina por
todo el cuerpo, por el ciclista
que casi me atropella o por la
embriagadora proximidad de
Harry, y me siento paralizado y
débil. ¡No!, grita mi mente mientras él se aparta
dejándome desamparado.
Apoya las manos en mis
hombros, a cierta distancia, y
observa atentamente mi
reacción. Y lo único que puedo pensar es que quería que me
besara, que era obvio, pero no
lo ha hecho. No me desea. La
verdad es que no me desea. He
fastidiado soberanamente la
cita. —Quiero decirte una cosa —le
digo tras recuperar la voz—:
Gracias —musito hundido en la
humillación. ¿Cómo he podido malinterpretar
hasta tal punto la situación
entre nosotros? Tengo que
apartarme de él. —¿Por qué? Frunce el ceño. No ha retirado
las manos de mis hombros. —Por salvarme —susurro. —Ese idiota iba contra
dirección. Me alegro de haber
estado aquí. Me dan escalofríos
solo de pensar lo que podría
haberte pasado. ¿Quieres venir
al hotel y sentarte un rato? Me suelta y baja las manos.
Estoy frente a él y me siento
como un tonto. Intento aclararme las ideas.
Solo quiero marcharme. Todas
mis vagas e incoherentes
esperanzas se han frustrado. No
me desea. ¿En qué estaba
pensando?, me riño a mi mismo. ¿Qué iba a interesarle de ti a
Harry Styles?, se burla la voz de
mi conciencia. Me rodeo con los
brazos, me giro hacia la
carretera y veo aliviado que en
el semáforo ha aparecido el hombrecillo verde. Cruzo
rápidamente, consciente de que
Styles me sigue. Frente al hotel,
vuelvo un instante la cara hacia
él, pero no puedo mirarlo a los
ojos. —Gracias por el té y por la
sesión de fotos —murmuro. —Louis… Yo… Se calla. Su tono angustiado me
llama la atención, de modo que
lo miro involuntariamente. Se
pasa la mano por el pelo con
mirada desolada. Parece
destrozado, frustrado y con expresión alterada. Su prudente
control ha desaparecido. —¿Qué, Harry? —le pregunto
bruscamente al ver que no dice
nada. Quiero marcharme. Necesito
llevarme mi frágil orgullo
herido y mimarlo para que se
cure. —Buena suerte en los
exámenes —murmura. ¿Cómo? ¿Por eso parece tan
desolado? ¿Es esta su fantástica
despedida? ¿Desearme suerte
en los exámenes? —Gracias —le contesto sin
disimular el sarcasmo—. Adiós,
señor Styles. Doy media vuelta, me
sorprende un poco no tropezar
y, sin volver a dirigirle la
mirada, desaparezco por la
acera en dirección al parking
subterráneo. Ya en el oscuro y frío cemento
del aparcamiento, bajo su débil
luz de fluorescente, me apoyo
en la pared y me cubro la cara
con las manos. ¿En qué estaba
pensando? No puedo evitar que se me llenen los ojos de
lágrimas. ¿Por qué lloro? Yo
nunca lloro. Me dejo caer al
suelo, enfadado conmigo mismo
por esta absurda reacción.
Levanto las rodillas y las rodeo con los brazos. Quiero hacerme
lo más pequeño posible. Quizá
este disparatado dolor sea
menor cuanto más pequeño me
haga. Apoyo la cabeza en las
rodillas y dejo que las irracionales lágrimas fluyan sin
freno. Estoy llorando la pérdida
de algo que nunca he tenido.
Qué ridículo. Lamentando la
pérdida de algo que nunca ha
existido… mis esperanzas frustradas, mis sueños rotos y
mis expectativas destrozadas. Nunca me habían rechazado. En
el plano sentimental, nunca me
he expuesto. Toda mi vida he
sido muy inseguro. Tengo
tantos defectos que siempre he
sido yo el que ha rechazado a cualquier posible admirador. En
clase de química hubo un tipo al
que le gustaba, pero nadie
había despertado mi interés…
Nadie excepto el maldito Harry
Styles. Quizá debería ser más agradable con gente como Liam
Payne y Stan Lucas, aunque
estoy seguro de que ninguno de
ellos ha acabado llorando solo
en la oscuridad. Quizá solo
necesite pegarme una buena llantera. ¡Basta! ¡Basta ya!, me grita
metafóricamente la voz de mi
conciencia, con los brazos
cruzados, apoyada en una
pierna y dando golpecitos en el
suelo con la otra. Métete en el coche, vete a casa y ponte a
estudiar. Olvídalo… ¡Ahora
mismo! Y deja ya de
autocompadecerte, de
castigarte y toda esta mierda. Respiro hondo varias veces y
me levanto. Ánimo, Tomlinson.
Me dirijo al coche de Perrie
secándome las lágrimas. No
volveré a pensar en él. Anotaré
este incidente en la lista de las experiencias de la vida y me
centraré en los exámenes. Cuando llego, Perrie está
sentada a la mesa del comedor
con el portátil. La sonrisa con la
que me recibe se desvanece en
cuanto me ve. —Lou, ¿qué pasa? Oh, no… La santa inquisidora
Perrie Edwards. Muevo la
cabeza como hace ella cuando
quiere dar a entender que no
está para historias, pero no
sirve de nada. —Has llorado. A veces tiene un don especial
para decir lo que es obvio. —¿Qué te ha hecho ese hijo de
puta? —gruñe con una cara que
da miedo. —Nada, Perrie. En realidad, ese es el problema.
Al pensarlo, sonrío con ironía. —¿Y por qué has llorado? Tú
nunca lloras —me dice en tono
más suave. Se levanta. Sus ojos azules me
miran preocupados. Me abraza.
Tengo que decir lo que sea para
quitármela de encima. —Casi me atropella un ciclista. Es lo mejor que se me ocurre
decirle para que por un
momento se olvide de Styles. —Dios mío, Lou… ¿Estás bien?
¿Te ha hecho daño? Se aparta un poco y me hecha
un rápido vistazo para
comprobar si está todo en
orden. —No. Harry me ha salvado —
susurro—. Pero me he pegado
un susto de muerte. —No me extraña. ¿Qué tal el
café? Sé que odias el café. —He tomado un té. Ha ido bien.
Nada que comentar, la verdad.
No sé por qué me lo ha pedido. —Le gustas, Lou —me dice
mientras me suelta. —Ya no. No voy a volver a
verlo. Sí, consigo que suene como si
no me importara. —¿Cómo? Maldita sea. Está intrigada. Me
meto en la cocina para que no
pueda verme la cara. —Sí… No tiene demasiado que
ver conmigo, Perrie —le digo lo
más fríamente posible que
puedo. —¿Qué quieres decir? —Perrie, es obvio. Me vuelvo y me coloco frente a
ella, que está de pie en la
puerta de la cocina. —Para mí no —me dice—.
Vale, tiene más dinero que tú,
pero tiene más dinero que casi
todo el mundo de este país. —Perrie, es… Me encojo de hombros. —¡Lou, por favor! ¿Cuántas
veces tengo que decírtelo? Eres
un crío —me interrumpe. Oh, no. Ya estamos otra vez con
ese rollo. —Perrie, por favor, tengo que
estudiar —la corto. Pone mala cara. —¿Quieres ver el artículo? Está
acabado. Stan ha hecho algunas
fotos buenísimas. ¿Tengo ahora que ver al guapo
de Harry Styles, quien no siente
el menor interés por mí? —Claro. Me saco una sonrisa de la
manga y me acerco al portátil. Y
ahí está, mirándome en blanco
y negro, mirándome y
encontrándome indigno de su
interés. Finjo leer el artículo, pero no
aparto los ojos de su firme
mirada verde. Busco en la foto
alguna pista de por qué no es un
hombre para mí, como me ha
dicho. Y de repente me parece obvio. Es demasiado guapo.
Somos polos opuestos, y de dos
mundos muy diferentes. Me veo
a mí mismo como a Ícaro
cuando se acerca demasiado al
sol, se quema y se estrella. Tiene razón. No es un hombre
para mí. Es lo que ha querido
decirme, y eso hace más fácil
aceptar su rechazo… Bueno,
casi. Podré soportarlo. Lo
entiendo. —Muy bueno, Perrie —logro
decir—. Me voy a estudiar. Me propongo no volver a pensar
en él de momento. Abro los
apuntes y empiezo a leer. Solo cuando estoy en la cama,
intentando dormir, permito que
mis pensamientos se trasladen
a mi extraña mañana. No dejo
de pensar el eso de que no tiene
parejas, y me enfado por no haber tenido en cuenta esa
información antes de estar
entre sus brazos suplicándole
mentalmente con todos los
poros de mi piel que me besara.
Lo había dicho. No me quería como novio. Me tumbo de lado.
Me pregunto si quizá no tiene
relaciones sexuales. Cierro los
ojos y empiezo a quedarme
dormido. Quizá este
reservándose. Bueno, no para ti. La adormilada voz de mi
conciencia me da un último
golpe antes de sumergirse en
mis sueños. Y esa noche sueño con ojos
verdes y dibujos de hojas en la
espuma de la leche, y corro por
lugares apenas iluminados por
una luz fantasmagórica, y no sé
si corro en dirección a algo o huyendo de algo… No queda
claro. __________________________ Suelto el bolígrafo. Se acabó. He
terminado mi último examen.
Sonrío de oreja a oreja.
Probablemente sea la primera
vez que sonrío en toda la
semana. Es viernes, y esta noche lo celebraremos. Lo
celebraremos por todo lo alto.
Quizá hasta me emborrache.
Nunca me he emborrachado.
Miro a Perrie, que está en el
otro extremo de la clase, todavía escribiendo como una
loca. Faltan cinco minutos para
el final. Esto es todo. Se acabó
mi carrera académica. Ya no
tendré que volver a sentarme
en filas de alumnos nerviosos. En mi mente doy graciosas
volteretas, aunque sé de sobra
que mis volteretas solo pueden
ser graciosas en mi mente.
Perrie deja de escribir y suelta
el bolígrafo. Me mira también con una sonrisa de oreja a
oreja. De camino a casa, en su
Mercedes, nos negamos a hablar
del examen. Perrie está mucho
más preocupada por lo que va a
ponerse esta noche. Yo intento
encontrar las llaves en el bolso. —Lou, hay un paquete para ti. Perrie está en las escaleras,
frente a la puerta de la calle,
con un paquete envuelto en
papel de embalar. Qué raro. No
recuerdo haber encargado nada
en Amazon. Perrie me da el paquete y coge mis llaves para
abrir la puerta. El paquete está
dirigido al señor Louis
Tomlinson. No lleva remitente.
Quizá sea de mi madre o de
Mark. —Seguramente será de mis
padres. —¡Ábrelo! —exclama Perrie
nerviosa. Entra en la cocina para ir a
buscar el champán con el que
vamos a celebrar que hemos
terminado los exámenes. Abro el paquete y encuentro un
estuche de piel que contiene
tres viejos libros,
aparentemente idénticos, con
cubiertas de tela, en perfecto
estado, y una tarjeta de color blanco. En una cara, en tinta
negra y una bonita caligrafía,
se lee: ‘¿Por qué no me dijiste que era
peligroso? ¿Por qué no me lo
advertiste?’
‘La gente sabe de lo que tiene
que protegerse, porque lee
novelas que le cuentan cómo hacerlo…’ Reconozco la cita de ‘Tess’. Me
sorprende la casualidad de que
hace un momento haya pasado
tres horas escribiendo sobre las
novelas de Thomas Hardy en mi
examen final. Quizá no sea casualidad… quizá sea
deliberado. Miro los libros con
atención. Tres volúmenes de
‘Tess, la de los d’Urberville’.
Abro la cubierta de uno. En la
primera página, en una tipografía antigua, leo:
LONDON: JACK R. OSGOOD,
MCILVAINE AND CO., 1891. ¡Son primeras ediciones! Deben
de valer una fortuna. E
inmediatamente sé quién me
las ha mandado. Perrie observa
los libros por encima de mi
hombro. Coge la tarjeta. —Primeras ediciones —susurro. —No… —dice abriendo los ojos
incrédula—. ¿Styles? Asiento. —No se me ocurre nadie más. —¿Qué quiere decir la tarjeta? —No tengo ni idea. Creo que es
una advertencia… La verdad es
que sigue previniéndome. No
tengo ni idea de por qué. No es
que me haya dedicado a tirarle
la puerta abajo precisamente — digo frunciendo el ceño. —Sé que no quieres hablar de
él, Lou, pero no hay duda de que
le interesas, te advierta o no. No me he permitido pensar en
Harry Styles en la última
semana. Bueno… sus ojos
verdes siguen invadiendo mis
sueños, y sé que tardaré una
eternidad en eliminar de mi cerebro la sensación de sus
brazos rodeándome y su
maravilloso olor. ¿Por qué me
ha mandado estos libros? Me
dijo que yo no era para él. —He encontrado una primera
edición de ‘Tess’ en venta, en
Nueva York, por catorce mil
dólares, pero los tuyos están en
mucho mejor estado. Deben de
haber costado más —me dice Perrie consultando a su buen
amigo Google. —La cita… Tess se lo dice a su
madre después de lo que le
hace Alec d’Urberville. —Lo sé —me contesta Perrie,
pensativa—. ¿Qué intenta
decir? —Ni lo sé ni me importa. No
puedo aceptarlos. Se los
devolveré con otra cita tan
desconcertante como esta de
alguna parte confusa del libro. —¿El pasaje en el que Angel
Clare la manda a la mierda? —
me pregunta Perrie muy seria. —Sí, ese —le contesto
riéndome. Quiero a Perrie. Es leal y me
apoya. Envuelvo los libros y los
dejo en la mesa del comedor.
Perrie me ofrece una copa de
champán. —Por el final de los exámenes,
nuestra nueva vida en Seattle y
por que todo nos vaya bien. Chocamos las copas y bebemos. El bar es ruidoso y está lleno de
gente, de futuros licenciados
que han salido a pillar una
buena cogorza. Stan ha venido
con nosotros. No se graduará
hasta el año que viene, pero le apetecía salir. Nos trae una
jarra de margaritas para
ponernos en la onda de nuestra
recién estrenada libertad.
Mientras me bebo la quinta
copa, pienso que no es buena idea beber tantos margaritas
después del champán. —¿Y ahora qué, Lou? —me
grita Stan. —Perrie y yo nos vamos a vivir
a Seattle. Los padres de Perrie
le han comprado un piso. —Dios mío, como viven
algunos… Pero volveréis para
mi exposición, ¿no? —Por supuesto, Stan. No me la
perdería por nada del mundo —
le contesto sonriendo. Me pasa el brazo por la cintura y
me acerca a él. —Es muy importante para mí
que vengas, Lou —me susurra
al oído—. ¿Otro margarita? —Stanley Lucas… ¿estás
intentando emborracharme?
Porque creo que lo estás
consiguiendo —le digo
riéndome—. Creo que mejor me
tomo una cerveza. Voy a buscar una jarra para todos. —¡Más bebida, Lou! —grita
Perrie. Perrie es fuerte como un toro.
Ha pasado el brazo por los
hombros de Levi, un compañero
de la clase de inglés y su
fotógrafo habitual en la revista
de la facultad, que ha dejado de hacer fotos de los borrachos que
lo rodean. Solo tiene ojos para
Perrie, que se ha puesto un top
minúsculo, vaqueros cortos
ajustados y tacones altos. Lleva
el pelo recogido, con unos mechones ondulados que le
caen con gracia alrededor de la
cara. Está despampanante,
como siempre. Yo soy más bien
de Vans y camisetas, pero me
he puesto los vaqueros que más me favorecen. Me aparto de
Stan y me levanto de la mesa. Uf, me da vueltas la cabeza. Tengo que agarrarme al
respaldo de la silla. Los cócteles
con tequila no son buena idea. Me dirijo a la barra y decido que
debería de ir al baño ahora que
todavía me mantengo en pie.
Bien pensado, Lou. Me abro
camino entre el gentío
tambaleándome. Por supuesto hay cola, pero al menos el
pasillo está tranquilo y fresco.
Saco el móvil para pasar el rato
mientras espero. A ver… ¿cuál
ha sido mi última llamada? ¿A
Stan? Antes hay un número que no sé de quién es. Ah, sí. Styles.
Creo que es su número. Me río.
No tengo ni idea de la hora que
es. Quizá lo despierte. Quizá
pueda explicarme por qué me
ha mandado esos libros y el críptico mensaje. Si quiere que
me mantenga alejado de él,
debería dejarme en paz.
Reprimo una sonrisa de
borracho y pulso el botón de
llamar. Contesta a la segunda señal. —¿Louis? Le ha sorprendido que lo
llamara. Bueno, la verdad es
que a mí me sorprende estar
llamándolo. A continuación, mi
ofuscado cerebro se pregunta
cómo sabe que soy yo. —¿Por qué me has mandado
esos libros? —le pregunto
arrastrando las palabras. —Louis, ¿estás bien? Tienes una
voz rara —me dice en tono muy
preocupado. —El raro no soy yo, sino tú —le
digo animado por el alcohol. —Louis, ¿has bebido? —¿A ti que te importa? —Tengo… curiosidad. ¿Dónde
estás? —En un bar. —¿En qué bar? —me pregunta
nervioso. —Un bar de Portland. —¿Cómo vas a volver a casa? —Ya me las apañaré. La conversación no está yendo
como esperaba. —¿En qué bar estás? —¿Por qué me has mandado
esos libros, Harry? —Louis, ¿dónde estás? Dímelo
ahora mismo. Su tono en tan… tan
autoritario… El controlador
obsesivo de siempre. Lo
imagino como a un director de
cine de los viejos tiempos, con
pantalones de montar, un megáfono pasado de moda y
una fusta. La imagen me
provoca una carcajada. —Eres tan… dominante —le
digo riéndome. —Lou, contéstame: ¿dónde
cojones estás? Harry Styles diciendo
palabrotas. Vuelvo a reírme. —En Portland… Bastante lejos
de Seattle. —¿Dónde exactamente? —Buenas noches, Harry. —¡Lou! Cuelgo. Vaya, no me ha dicho
nada de los libros. Frunzo el
ceño. Misión no cumplida. Estoy
bastante borracho, la verdad. La
cabeza me da vueltas mientras
avanzo en la cola. Bueno, el objetivo era emborracharse, y
lo he conseguido. Ya veo lo que
es… Me temo que no merece la
pena repetirlo. La cola ha
avanzado y ya me toca.
Observo embobado el póster de la puerta del cuarto de baño,
que ensalza las virtudes del
sexo seguro. Maldita sea, ¿acabo
de llamar a Harry Styles?
Mierda. Me suena el teléfono,
pego un salto y grito del susto. —Hola —digo en voz baja. No había previsto que me
llamara. —Voy a buscarte —me dice. Y cuelga. Solo Harry Styles
podría hablar con tanta
tranquilidad y parecer tan
amenazador a la vez. Maldita sea. Me abrocho la
bragueta de los vaqueros. El
corazón me late a toda prisa.
¿Viene a buscarme? Oh, no. Voy
a vomitar… no… Estoy bien.
Espera. Me estoy montando una película. No le he dicho dónde
estaba. No puede encontrarme.
Además, tardaría horas en
llegar desde Seattle, y para
entonces haría mucho que nos
habríamos marchado. Me lavo las manos y me miro en el
espejo. Estoy rojo y ligeramente
desenfocado. Uf… tequila. Espero una eternidad en la
barra, hasta que me dan una
jarra grande de cerveza, y por
fin vuelvo a la mesa. —Has tardado un siglo —me
riñe Perrie—. ¿Dónde estabas? —Haciendo cola para el baño. Stan y Levi discuten
acaloradamente sobre el equipo
de béisbol de nuestra ciudad.
Stan interrumpe su diatriba
para servirnos cerveza, y doy
un trago largo. —Perrie, creo que saldré un
momento a tomar el aire. —Lou, no aguantas nada… —Solo cinco minutos. Vuelvo a abrirme camino entre
el gentío. Empiezo a sentir
náuseas, la cabeza me da
vueltas y me siento inestable.
Más inestable de lo habitual. Mientras bebo al aire libre, en la
zona de aparcamiento, soy
consciente de lo borracho que
estoy. No veo bien. La verdad
es que lo veo todo doble, como
en las viejas reposiciones de los dibujos animados de ‘Tom y
Jerry’. Creo que voy a vomitar.
¿Cómo he podido acabar así? —Lou, ¿estás bien? Stan ha salido del bar y se ha
acercado a mí. —Creo que he bebido un poco
más de la cuenta —le contesto
sonriendo. —Yo también —murmura. Sus
ojos me miran fijamente—. ¿Te
hecho una mano? —me
pregunta avanzando hasta mí y
rodeándome con sus brazos. —Stan, estoy bien. No pasa
nada. Intento apartarlo sin demasiada
energía. —Lou, por favor —me susurra. Me agarra y me acerca a él. —Stan, ¿qué estás haciendo? —Sabes que me gustas, Lou. Por
favor. Con una mano me mantiene
pegado a él, y con la otra me
agarra de la barbilla y me
levanta la cara. ¡Va a
besarme…! —No, Stan, para… No. Lo empujo, pero no consigo
moverlo. ¡Maldito alcohol! Me ha
metido la mano por el pelo y me
sujeta la cabeza para que no me
mueva. —Por favor, Lou, cariño —me
susurra con los labios muy cerca
de los mío. Respira entrecortadamente y su
aliento es demasiado dulzón.
Huele a margarita y a cerveza.
Empieza a recorrerme la
mandíbula con los labios,
acercándose a la comisura de mi boca. Estoy muy nervioso,
borracho y fuera de control. Me
siento agobiado. —Stan, no —le suplico. No quiero. Eres mi amigo y creo
que voy a vomitar. —Creo que ha dicho que no —
dice una voz tranquila en la
oscuridad. ¡Dios mío! Harry Styles. Está
aquí. ¿Cómo? Stan me suelta. —Styles —dice Stan
lacónicamente. Miro angustiado a Harry, que
observa furioso a Stan. Mierda.
Siento una arcada y me inclino
hacia delante. Mi cuerpo no
puede seguir tolerando el
alcohol y vomito en el suelo aparatosamente. —¡Uf, Dios mío, Lou! Stan se aparta de un salto con
asco. Styles me sujeta y me
lleva hacia un parterre al fondo
del aparcamiento. Observo
agradecido que está más o
menos oscuro. —Si vas a volver a vomitar,
hazlo aquí. Yo te sostengo. Ha pasado un brazo por encima
de mis hombros, y con la otra
me sujeta la frente. Intento
apartarlo torpemente, pero
vuelvo a vomitar… y otra vez.
Oh, mierda… ¿Cuánto va a durar esto? Aunque tengo el
estómago vacío y no sale nada,
espantosas arcadas me sacuden
el cuerpo. Me prometo a mí
mismo que jamás volveré a
beber. Es demasiado vergonzoso para explicarlo. Por
fin dejo de sentir arcadas. He apoyado las manos en el
parterre, pero apenas me
sostienen. Vomitar tanto es
agotador. Styles me suelta y me
ofrece un pañuelo de lino recién
lavado y con sus iniciales bordadas. H.E.S. No sabía que
todavía podían comprarse estas
cosas. Por un instante, mientras
me limpio la boca, me pregunto
a qué responde la E. No me
atrevo a mirarlo. Estoy muerto de vergüenza. Me doy asco.
Quiero que las azaleas del
parterre me engullan y
desaparecer de aquí. Stan sigue merodeando junto a
la puerta del bar, mirándonos.
Me lamento y apoyo la cabeza
en las manos. Debe de ser el
peor momento de mi vida. La
cabeza sigue dándome vueltas mientras intento recordar un
momento peor, y solo se me
ocurre el de rechazo de Harry,
pero este es cincuenta veces
más humillante. Me arriesgo a lanzarle una
rápida mirada. Me observa
fijamente con semblante
sereno, inexpresivo. Me giro y
miro a Stan, que también
parece bastante avergonzado e intimidado por Styles, como yo.
Lo fulmino con la mirada. Se me
ocurren unas cuantas palabras
para calificar a mi supuesto
amigo, pero no puedo decirlas
delante del empresario Harry Styles. Lou, ¿a quién pretendes
engañar? Acaba de verte
vomitando en el suelo y en la
flora local. Tu conducta poco
refinada ha sido más que
evidente. —Bueno… Nos vemos dentro —
masculla Stan. Pero no le hacemos caso, así
que vuelve a entrar en el bar.
Estoy sola con Styles. Mierda,
mierda. ¿Qué puedo decirle?
Puedo disculparme por haberlo
llamado. —Lo siento —susurro mirando
fijamente el pañuelo, que no
dejo de retorcer entre los dedos. Qué suave es. —¿Qué sientes, Louis? Maldita sea, quiere su
recompensa. —Sobre todo, haberte llamado.
Estar mareado. Uf, la lista es
interminable —murmuro
notando que me pongo rojo. Por favor, por favor, que me
muera ahora mismo. —A todos nos ha pasado alguna
vez, quizá no de manera tan
dramática como a ti —me
contesta secamente—. Es
cuestión de saber cuáles son tus
límites, Louis. Bueno, a mí me gusta traspasar los límites, pero
la verdad es que esto es
demasiado. ¿Sueles
comportarte así? Me zumba la cabeza por el
exceso de alcohol y el enfado.
¿Qué narices le importa? No lo
he invitado a venir. Parece un
hombre maduro riñéndome
como si fuera un crío descarriado. A una parte de mí
le apetece decirle que si quiero
emborracharme cada noche es
cosa mía y que a él no le
importa, pero no tengo valor.
No ahora, cuando acabo de vomitar delante de él. ¿Por qué
sigue aquí? —No —le digo arrepentido—.
Nunca me había emborrachado,
y ahora mismo no me apetece
nada que se repita. De verdad que no entiendo por
qué está aquí. Empiezo a
marearme. Se da cuenta, me
agarra antes de que me caiga,
me levanta y me apoya contra
su pecho, como si fuera un niño. —Vamos, te llevaré a casa —
murmura. —Tengo que decírselo a Perrie. Vuelvo a estar en sus brazos. —Puede decírselo mi hermano. —¿Qué? —Mi hermano Zayn está
hablando con la señorita
Edwards. —¿Cómo? No lo entiendo. —Estaba conmigo cuando me
has llamado. —¿En Seattle? —le pregunto
confundido. —No. Estoy en el Heathman. ¿Todavía? ¿Por qué? —¿Cómo me has encontrado? —He rastreado la localización
de tu móvil, Louis. Claro. ¿Cómo es posible? ¿Es
legal? Acosador, susurra la voz
de mi conciencia entre la nube
de tequila que flota en mi
cerebro, pero por alguna razón,
porque es él, no me importa. —¿Has traído chaqueta? —Sí. Harry, por favor, tengo
que decírselo a Perrie. Se
preocupará. Aprieta los labios y suspira
ruidosamente. —Si no hay más remedio… Me suelta, me coge de la mano y
se dirige hacia el bar. Me siento
débil, todavía borracho,
incómodo, agotado,
avergonzado y, por extraño que
parezca, encantado de la vida. Me lleva de la mano. Es un
confuso abanico de emociones.
Necesitaré al menos una
semana para procesarlas. En el bar hay mucho ruido, está
lleno de gente y ha empezado a
sonar la música, así que la pista
de baile está llena. Perrie no
está en nuestra mesa, y Stan ha
desaparecido. Levi, que está solo, parece perdido y
desamparado. —¿Dónde está Perrie? —grito a
Levi. La cabeza empieza a
martillearme al ritmo del
potente bajo de la música. —Bailando —me contesta. Me doy cuenta de que está
enfadado y de que mira a Harry
con recelo. Busco mi chaqueta.
Estoy listo para marcharme en
cuanto haya hablado con Perrie. Toco el brazo de Harry, me
inclino hacia él y le grito al oído
que Perrie está en la pista. Le
rozo el pelo con la nariz y
respiro su aroma limpio y
fresco. Todas las sensaciones prohibidas y desconocidas que
he intentado negarme salen a la
superficie y recorren mi cuerpo
agotado. Me ruborizo, y en lo
más profundo de mi cuerpo los
músculos se tensan agradablemente. Pone los ojos en blanco, vuelve
a cogerme de la mano y se
dirige a la barra. Lo atienden
inmediatamente. El señor
Styles, el obseso del control, no
tiene que esperar. ¿Todo le resulta tan fácil? No oigo lo que
pide. Me ofrece un vaso grande
de agua con hielo. —Bebe —me ordena. Los focos giran al ritmo de la
música creando extrañas luces y
sombras de colores por el bar y
sobre los clientes. Styles pasa
del verde al azul, el blanco y el
rojo demoniaco. Me mira fijamente. Doy un pequeño
sorbo. —Bébetela toda —me grita. Qué autoritario. Se pasa la
mano por el pelo rebelde.
Parece nervioso, enfadado.
¿Qué le ocurre aparte de que un
estúpido chico borracho lo haya
llamado en plena noche y haya pensado que tenía que
rescatarlo? Y ha resultado que
sí tenía que rescatarlo de su
excesivamente cariñoso amigo.
Y luego ha tenido que ver cómo
ese chico se mareaba. Oh, Lou… ¿conseguirás olvidar esto algún
día? La voz de mi conciencia
chasquea la lengua y me
observa por encima de sus
gafas de pasta. Me tambaleo un
poco, y Styles apoya la mano en mi hombro para sujetarme. Le
hago caso y me bebo el vaso
entero. Hace que me maree. Me
quita el vaso y lo deja en la
barra. Observo a través de una
especie de nebulosa cómo va vestido: una camiseta blanca
escotada que deja a la vista
unos cuantos tatuajes, vaqueros
ajuntados, unos botines
marrones y una americana
oscura de raya diplomática. Aun en mi aturdido estado, me
parece que es guapísimo. Vuelve a cogerme de la mano y
me lleva hacia la pista. Mierda.
Yo no bailo. Se da cuenta de que
no quiero, y bajo las luces de
colores veo su sonrisa divertida
y burlona. Tira fuerte de mi mano y vuelvo a caer entre sus
brazos. Empieza a moverse y
me arrastra en su movimiento.
Vaya, sabe bailar, y no puedo
creerme que esté siguiendo sus
pasos. Quizá sigo el ritmo porque estoy borracho. Me
aprieta contra su cuerpo… Si no
me sujetara con tanta fuerza,
seguro que me desplomaría a
sus pies. Desde el fondo de mi
mente resuena lo que suele advertirme mi madre: <te fíes de un hombre que baile
bien>>. Atravesamos la multitud de
gente que baila hasta el otro
extremo de la pista y
encontramos a Perrie y a Zayn,
el hermano de Harry. La música
a todo volumen me late por todo el cuerpo. Oh, no. Perrie
está moviendo ficha. Baila
sacando el culo, y eso solo lo
hace cuando alguien le gusta.
Cuando alguien le gusta mucho.
Eso quiere decir que mañana seremos tres a la hora del
desayuno. ¡Perrie! Harry se inclina y grita a Zayn al
oído. No oigo lo que le dice.
Zayn es alto, delgado, de piel
morena, pelo negro, y con ojos
perversamente brillantes. El
parpadeo de los focos me impide ver de qué color. Zayn se
ríe, tira de Perrie y la arrastra
hasta sus brazos, donde ella
parece estar encantada de la
vida… ¡Perrie! Aun en mi etílico
estado, me escandalizo. Acaba de conocerlo. Asiente a lo que
Zayn le dice, me sonríe y se
despide de mí con la mano,
Harry nos saca de la pista
moviéndose con presteza. Pero no he hablado con Perrie.
¿Está bien? Ya veo cómo van a
acabar las cosas entre esos dos.
Tengo que darle una charla
sobre sexo seguro. Los
pensamientos me estallan en el cerebro, luchan contra la
confusa sensación de
borrachera. Aquí hace mucho
calor, hay mucho ruido,
demasiados colores…
demasiadas luces. Me da vueltas la cabeza. Oh, no… Siento que el
suelo sube al encuentro de mi
cara, o eso parece. Lo último
que oigo antes de desmayarme
en los brazos de Harry Styles es
la palabrota que suelta: —¡Joder!
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