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El chico de los cuentos. { Harry Styles }
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
Capítulo 3.
Miró hacia la enorme ventana, del otro lado del departamento y a las casas demasiado modernas. Si entornaba los ojos podría ser capaz de volver invisibles las casas y ver el océano detrás. Era cuestión de pura
determinación. Y tal vez, si lo intentaba lo suficientemente duro, podría
descubrir algo sobre Harry Styles. Sin Gitta.
¿Por qué no había podido mantener su boca cerrada? ¿Por qué había
tenido que decirle a Gitta que había hablado con Harry? Tal vez porque
habían pasado dos días, y no habían intercambiado ni una sola palabra
desde entonces. La burbuja se había cerrado alrededor de Génesis de nuevo, y la fría pared de silencio se había cerrado alrededor de Harry. Sin embargo, dentro de la burbuja algo había cambiado. Había una chispa de luz.
Curiosidad.
—Escucha corderito —dijo Gitta mientras encendía un nuevo cigarrillo. —. Sé que eres más inteligente que yo. Todas esas notas que tienes, la música, piensas en cosas que las demás personas no piensan. Y por supuesto que es estúpido que te llame corderito. Lo sé. Pero esta vez, realmente deberías escucharme. Olvida a Styles. Esa muñeca… ¿por qué anda con esa muñeca de niños? ¿Una hermanita? No tengo idea. Pero tal vez deberías mirar esa muñeca más de cerca. ¿No te dijo que tenías que tener cuidado con ella? ¿No has leído novelas policiales? ¡Sé que siempre estás leyendo libros! Quiero decir, no es de mi incumbencia de dónde consigue las cosas que vende, pero una vez dijo algo sobre conocer gente en Polonia. Él tiene que traer esas cosas de alguna manera.
—Estás diciendo que está usando esa muñeca para…
Gitta se encogió de hombros.
—No estoy diciendo nada. Sólo pienso en voz alta. Quiero decir, nos alegra que este ahí, nuestro traficante gringo. Aún tiene los mejores productos. No me mires así. No soy una drogadicta. No a todos a los que les gusta la cerveza son alcohólicos ¿no? Es sólo que no creería todo lo que nuestro proveedor de productos secos te dice. Él se cuida a sí mismo. Pero ¿no lo hacemos todos?
—¿A qué te refieres?
Gitta rió.
—No estoy segura. Pero sonó como un buen pensamiento. ¿Como
filosófico? De todas formas, esa historia sobre la muñeca y la hermanita es realmente conmovedora. Y el sonido blanco… tal vez sea un poco raro nuestro amigo gringo. Pero tal vez sólo inventó todo eso para llamar tu atención. Eres buena en la escuela. Y él definitivamente necesita tu ayuda si quiere pasar los exámenes. Así que inventó algo que te interesaría.
—Cierto —dijo Génesis—. Intenta que me interese. No hablándome.
Felicitaciones por tu lógica Gitta.
—Pero… tiene sentido. —Gitta encendió su décimo cigarrillo y señaló con este—. Se hace el interesante, te hace sufrir un poco y luego…
—Deja de sacudir así tu cigarrillo —dijo Génesis, esta vez no dándole a Gitta la oportunidad para volver a desilusionarla—. Vas a incendiar tu sala de estar.
—Me encantaría —respondió Gitta—. Desafortunadamente no prendería
demasiado bien.
• • •
Tenía que intentarlo. Lo intentaría. Si Harry sólo hablaba con la gente a la que le vendía, ella compraría algo. La idea era audaz y nueva, y necesitaba otro día para reunir coraje.
Un día observando a Harry, primero en clase de literatura, en la cual él
nunca decía una palabra. También estaba en su clase de biología y de
matemática. Silencio. Él se dormía durante las exposiciones. Se
preguntaba qué era lo que haría durante las noches. Se preguntaba si
realmente quería saber.
Fue el viernes cuando finalmente se decidió a tomar el siguiente paso.
Styles estaba vagando por el estacionamiento de bicicletas, cerca del
final, dónde sólo un par de bicicletas estaban apoyadas. Sus manos
metidas en los bolsillos y los auriculares de su walkman en sus orejas, el cierre de su abrigo militar subido hasta la barbilla. Todo en él se veía
congelado, toda su figura era como una escultura de hielo en el frío
febrero. No estaba fumando, sólo estaba parado mirando la nada.
El patio estaba casi vacío. Los viernes la mayoría de las personas huían a casa. Dos chicos del undécimo grado se acercaron y hablaron con
Styles. Génesis se detuvo de golpe… parada estúpidamente en el medio
del patio, esperó.
Le pareció ver a Styles dándole algo a uno de los tipos, pero no estaba
segura, hubieron demasiadas mangas y mochilas de por medio para ver
claramente. Ella esperaba que dijera “¿Yo? ¿Crees que estoy vendiendo
drogas? ¡Eso es un montón de mierda!” Y toda la cosa se convertiría en tan sólo otra de las historias de Gitta.
Los chicos se fueron, Styles se volvió y los vio alejarse, y de alguna
forma los pies de Génesis la llevaron hasta él.
—Harry —dijo.
Él se puso en alerta y la miró, con sorpresa en sus ojos. Estaba claro que nadie lo llamaba por su primer nombre. La sorpresa se retiró de su mirada verdosa, a un verde que se estrechaba como si preguntara "¿Qué quieres?"
Era mucho más alto que ella, y sus amplios y encorvados hombros le
recordaba a esos perros que la gente tenía en el Distrito Seaside. Algunos de ellos tenían viejas runas alemanas grabadas en el cuero de sus collares… de pronto tenía miedo de Styles de nuevo, y el nombre Harry desapareció de su cabeza, se hizo pequeño, y se metió en una grieta oculta de su cerebro fuera de la vista. Ridículo.
Gitta había tenido razón. Desde la distancia Génesis había soñado con un Styles diferente al que estaba parado frente a ella.
—¿Génesis? —dijo él.
—Sí —dijo ella—. Yo… yo quería… Quería pedirte… pedirte…
Ahora tenía que terminar con eso. Maldita sea. Todas las palabras en su cabeza habían sido destruidas por su amenazante figura. Respiró hondo.
—Va a haber una fiesta en casa de Gitta —dijo ella; una mentira blanca—. Y necesitamos algo que nos ayude a… celebrar. ¿Qué es exactamente lo
que tienes?
—¿Cuándo? ¿Para cuándo necesitas algo?
No funcionaba de esa manera. Niña estúpida, pensó, por supuesto que no
va llevando kilos de la cosa por ahí, tendría que ser entregado más tarde.
Él estaba leyendo sus pensamientos.
—De hecho… —comenzó—, espera. Puede que tenga algo para ti.
Él miró alrededor, metiendo su mano en el bolsillo de su chaqueta, y sacó una pequeña bolsa de plástico.
Ella se inclinó hacia adelante esperando ver alguna clase de polvo, no
sabía mucho sobre estas cosas. Había intentado con Google, pero el Google de drogas no había sido inventado, un problema que Google rectificaría pronto… Él tomó algo de la bolsita blanca entre su pulgar y su dedo índice.
Una tira de medicamentos. Génesis vio que había un par de tiras dentro de la bolsita… y estaban llenas de píldoras. Las que había sacado eran redondas y blancas.
—¿Dijiste que son para celebrar? —preguntó en voz baja—. ¿Como
quedarse hasta tarde, bailar, pasarla bien? —Génesis asintió. Styles
asintió también—. Veinte —dijo.
Ella sacó veinte euros de su bolso y tomó las tiras rápidamente. Había diez tabletas. El precio no le pareció demasiado alto.
—¿Sabes cómo usar esas cosas? —preguntó Styles, y era obvio que
creía que no lo hacía.
—No lo sé —respondió Génesis—. Pero Gitta sí.
Él asintió de nuevo, guardó el dinero y agarró los auriculares de su viejo
walkman.
—¿Sonido blanco? —preguntó, pero para ese momento ella no quería realmente seguir la conversación; sólo preguntó para poder decirse a sí
misma que no había estado tan asustada como para preguntar. Su
corazón corría en el interior de su pecho. Todo lo que quería hacer era
correr… lejos de la escuela, de Styles, del perro de lucha, de las
tabletas blancas en su bolso, muy, muy lejos.
Echaba de menos la fría plata de la flauta en sus manos. La melodía. No sonido blanco, sino verdadera melodía.
No esperaba que Styles le diera uno de sus irremediablemente viejos
auriculares otra vez. Pero fue justo eso lo que hizo. Todo el proyecto de
intentaré-lograr-comprender-al-traficante-gringo-volviéndome-una-persona-mucho-más-interesante le hizo sentir nauseas de pronto.
Lo que flotó del auricular no fue sonido en blanco. Era una melodía. Como si alguien hubiera escuchado el deseo de Génesis.
—No siempre es sonido blanco —dijo Styles.
La melodía era tan vieja como el walkman. No. Mucho más vieja.
—Suzzane. —Génesis se sabía las letras desde pequeña. Le devolvió el
auricular, perpleja—. ¿Cohen? ¿Estás escuchando a Leonard Cohen? Mi
madre lo escuchaba.
—Sí —dijo él—. También la mía. Ni siquiera sé cómo se interesó en él. No había forma en que comprendiera una palabra. No hablaba inglés. Y era demasiado joven para este tipo de música.
—¿Era? —preguntó Génesis. El aire se había vuelto más frío ahora, como unos cinco grados menos—. ¿Está ella... muerta?
—¿Muerta? —Su voz se endureció—. No, solo desaparecida. Ya han pasado dos semanas desde que se fue. No hace mucha diferencia de todas formas. No creo que vaya a volver. Mi hermana, ella... —Se detuvo, miró alrededor del patio y niveló su mirada con la de ella—. ¿Me he vuelto loco? ¿Por qué te estoy contando esto?
—¿Porque pregunté?
—Hace demasiado frío —dijo tirando del cuello de su abrigo. Ella se quedó ahí parada mientras él sacaba su bicicleta. Era justo como cuando hablaron por primera vez; palabras en el aire helado, robadas y al parecer abandonadas entre mundos. Más tarde un podría pensar que no había dicho nada.
—¿Alguien más ha preguntado?
Él negó con su cabeza, liberando su bicicleta.
—¿Quién? No hay nadie.
—Hay un montón de gente —dijo Génesis—. En todas partes.
Ella hizo un gesto amplio con su brazo, señalando el patio de la escuela,
los árboles, el mundo alrededor. Pero no había nadie. Harry tenía razón.
Sólo estaban ellos dos, Génesis y él, sólo ellos dos bajo el infinito y helado cielo. Era extrañamente inquietante. El mundo se acabaría en cinco minutos.
Tonterías.
Mayerlin : Gracias por comentar, no me deja responderte desde tu coment no se porqué :(
✝ Lu Wayland
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
lo siento por no comentar :|
pero siguela esa muy buena tu novela
pero siguela esa muy buena tu novela
Invitado
Invitado
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
joder! me encanta! me encanta! como dije, leeria tu novela, me dejaste el link en mi tema de Harry ¿Porque me odias?
Me ha encantado!!!!!!!!!!!!!!!!!
es de lo mejor! me encanta!
siguela pronto
Me ha encantado!!!!!!!!!!!!!!!!!
es de lo mejor! me encanta!
siguela pronto
maipg
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
holiiiiii... lo siento en serio es que soy mala lo se ok no ._. es que perdí el link y hasta que al fin mi cerebro funciono y se acordo de como se llamaba lo siento linda en serio
y que te puedo decir amo como escribes y amo los capis son tan asdfghjklñ... Styles siendo un tierno y lindo chico muero..... espero que la sigas pronto linda besos
PD: me encanta que le digan corderito... :corre:
-Alisse xx
y que te puedo decir amo como escribes y amo los capis son tan asdfghjklñ... Styles siendo un tierno y lindo chico muero..... espero que la sigas pronto linda besos
PD: me encanta que le digan corderito... :corre:
-Alisse xx
Sheeran
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
Disculpen mi horrible demora, ahora mismo actualizo (:
✝ Lu Wayland
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
Capítulo 4.
Tonterías.
Se las arregló para liberar su bicicleta. Se puso el gorro de lana negro
sobre sus ojeras, asintió… un asentimiento de adiós, tal vez, o
simplemente un asentimiento para sí mismo, diciendo, sí, ves, no hay
nadie. Luego se alejó.
Ridículo, seguir a alguien por las afueras de la ciudad en una bicicleta un viernes por la tarde. No pasa desapercibido tampoco. Pero Harry no miró atrás, ni una sola vez. El viento de febrero era demasiado cortante.
Dejando detrás la interminable corriente de coches, Harry cruzó el
estacionamiento del supermercado Netto y dio la vuelta por una pequeña puerta de alambre, pintada de color verde oscuro y rodeada por matorrales invernarles muertos. Una vez dentro, se bajó de su bicicleta. Una cerca de alambre rodeaba un edificio de color claro y un parque infantil con un castillo hecho de plástico rojo, azul y amarillo. En el cartel de PROHIBIDO EL PASO de la puerta, se escondía el fantasma de una esvástica negra pintada con espray. Alguien había tachado la desagradable imagen, pero aún se podía ver.
Una escuela. Era una escuela, una escuela primaria. Ahora, mucho
después de que la campana hubo sonado para anunciar el fin de semana, estaba carente de vida y respiración humana. Génesis empujó su bicicleta en la densa maleza cerca de la puerta, se paró detrás, y trató de hacerse invisible.
Génesis observó mientras Harry cruzaba el patio vacio; se preguntó si había un límite para la desolación o si crecía sin parar, hasta el infinito.
Y entonces sucedió algo extraño. La desolación se rompió.
Harry empezó a correr. Alguien estaba corriendo hacia él, alguien que había estado esperando en las sombras. Alguien pequeño en una chaqueta rosa gastada. Volaron el uno hacia el otro, las figuras pequeña y alta, con los brazos extendidos —sus pies parecían no tocar el suelo— se encontraron en el medio. La figura alta levantó a la pequeña, la hizo girar en el aire invernal, una, dos, tres veces en un torbellino de ligera, risa infantil.
—Es verdad —susurró Génesis detrás del arbusto—. Gitta, es verdad. Él sí
tiene una hermana. Gemma.
Harry bajó a la niña rosa mientras Genesis se agachaba.
Hablando con Micha, dio media vuelta y regreso a su bicicleta. Estaba riendo. Levantó de nuevo a la niña y la montó en su portabicicletas, dijo algo más, y se subió a la bici. Génesis no entendía ninguna de sus palabras, pero su voz sonaba diferente de lo que lo hacía en la escuela. Alguien había encendido una llama entre las frases, las calentó con un brillante y crepitante fuego. Tal vez, pensó, estaba hablando un idioma distinto.
Inglés. Si el inglés brillaba tan destellantemente, tendría que aprenderlo.
Harry pedaleó sin mirar a la izquierda o a la derecha y Génesis le oyó decir: —Hoy tienen albóndigas estilo Königsberg; está en el menú. Tú sabes, las que tienen la salsa blanca con alcaparras.
—Albóndigas Königsberg —repitió la voz alta de una niña—. Me gustan las albóndigas. Podríamos hacer un viaje a Königsberg un día, ¿no?
—Un día —respondió Abel—. Pero ahora estamos en un viaje al comedor de los estudiantes y…
Y entonces se habían ido, y Génesis no pudo oír nada más de lo que dijeron.
Génesis no siguió detrás de Harry. En su lugar, tomó el camino a lo largo del Ryck, un pequeño río que corría paralelamente a la Calle Wolgaster. Había una amplia franja de casas y jardines entre la calle y el río por lo que no podías ver de uno al otro. Pedaleó tan rápido como pudo, por la ruta a lo largo del Ryck, con todas sus curvas y vueltas, era más largo. La grava aquí se mantenía junta en trozos pequeños, malos y helados. Las delgadas ruedas de su bicicleta resbalaban en los charcos congelados, el viento soplaba en su cara, su nariz dolía con el frío, sin embargo algo dentro de ella estaba cantando. El cielo nunca había sido tan alto y azul, las ramas de los árboles a lo largo de la orilla del río nunca habían sido tan doradas.
La creciente capa de hielo en el agua nunca había brillado con tanta intensidad. No sabía si este entusiasmo se vio impulsado por la ambición de descubrir algo que nadie más sabía. O por la anticipación de descubrirlo.
La entrada al comedor era un caos de personas y bicicletas, conversaciones y llamadas de teléfono, planes de fin de semana y citas. Por un momento tuvo miedo de no identificar a Harry en el caos. Pero luego vio algo rosa en la multitud, una pequeña figura dando la vuelta a través de una puerta giratoria. Génesis la siguió. Una vez dentro, subió la amplia escalera al primer piso, donde la comida era servida. A medio camino se detuvo, cogió su bufanda de su mochila, la ató alrededor de su cabeza, y se sintió ridícula. ¿Qué soy? ¿Una acosadora? Cogió una de las bandejas de plástico de la pila y se paró en la línea de estudiantes universitarios esperando por la comida. Era extraño darse cuenta de que pronto sería uno de ellos.
Harry y Gemma ya habían llegado a la caja. Génesis se apretó más allá de los otros estudiantes, puso algo imposible de identificar en el plato —algo que podría ser patatas o podría ser perro atropellado— y se apresuró hacia la caja.
Vio que Harry metía una tarjeta de plástico en su mochila, un rectángulo blanco con estampado azul claro. Todos los estudiantes parecían tener una.
—Disculpe —le dijo a la chica detrás de ella—, ¿necesito una de esas tarjetas también?
—Si pagas en efectivo, te cobran más —respondió la chica—. ¿Eres nueva?
Génesis asintió. Se preguntó dónde había encontrado Harry el suyo.
Incluso con el precio completo, el precio del perro atropellado no era especialmente alto. Y muy pronto Anna estuvo de pie en la caja con su bandeja, explorando la sala buscando una niña con una chaqueta rosa.
Génesis entró en pánico, los había perdido para siempre y nunca los iba a encontrar… nunca hablaría con Harry Styles otra vez.
—Hay algunas mesas libres en la otra habitación —dijo alguien junto a ella a alguien más mientras dos bandejas pasaban a su lado, fuera de la puerta. Les siguió. Había un segundo comedor, al otro lado del pasillo y bajo las escaleras a la derecha. Y a la izquierda, detrás de una pared de cristal, justo en medio de la segunda sala, había una chaqueta rosa.
El suelo estaba mojado por las huellas de las botas de invierno. Génesis equilibró su bandeja cuidadosamente mientras se abría camino a través de las mesas —no era que estuviera preocupada por el perro atropellado, el cual estaba más allá de la salvación— pero si se resbalaba y caía, con el perro y todo, sin duda llamaría la atención de todos. La chaqueta rosa colgaba sobre una silla, y ahí, en una pequeña mesa, estaban Harry y Gemma. Él estaba sentado de espaldas a ella. Se sentó en la mesa de al lado, de espaldas a Harry.
— ¿Qué es eso? —le preguntó un estudiante a su lado contemplando su plato con sospecha.
—Perro muerto —dijo Génesis, y él rió y trató de iniciar una conversación, ¿de dónde era ella, de algún lugar extranjero? ¿Por la bufanda en la cabeza? ¿Era su primer semestre, y vivía en la Calle Fleishmann, donde vivían la mayoría de los estudiantes, y...?
—Pero dijiste que hoy me contarías una historia —dijo una voz de niña detrás de ella—. Lo prometiste. No me has contado ninguna historia desde… desde hace cien años. Desde que mamá se fue.
—Tenía que pensar —dijo Harry.
—Hey, ¿estás soñando? Acabo de preguntarte algo —dijo el estudiante.
No quería hablar con él, no ahora. No quería que Harry escuchara
su voz—. No… no me siento bien —susurró—. No... puedo hablar mucho.
Mi garganta… ¿por qué no sigues adelante y me cuentas algo sobre ti?
Él estaba más que feliz de hacerlo.
—No he estado aquí por mucho tiempo. Esperaba que me pudieras contar algo sobre esta ciudad. Soy de Múnich, mis padres me enviaron aquí porque no me aceptaron en ninguna otra parte. Tan pronto como lo hagan, voy a transferirme…
Genesis empezó a comer el perro muerto, que eran de hecho patatas (patatas muertas), asentía de vez en cuando, e hizo lo mejor que pudo por bloquear al estudiante y cambiar a otro canal, el canal Harry-y-Gemma. Durante un rato no hubo más que sonido blanco en su cabeza, el sonido blanco entre los canales, y entonces, entonces funcionó. Dejó de escuchar al estudiante.
No oía el sonido en la habitación, la gente comiendo, riendo, hablando. Oía a Harry. Sólo a Harry.
Y este fue el momento en que todo se volvió del revés. Cuando la historia en la que Génesis tomaría parte empezó de verdad. Por supuesto, había empezado antes, con la muñeca, con el walkman, con la niña pequeña esperando en el patio sombrío y gris. Con el deseo de entender cuántas personas diferentes era Harry Styles.
✝ Lu Wayland
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
SOY MALA HACIENDO PROMESAS, SI. PERO AL FIN ACTUALICÉEEE
✝ Lu Wayland
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
Oh si, subiste, que feliz estoy, Gen como acosadora.
maipg
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
Capítulo 5.
Genesis cerró los ojos por un segundo y cayó fuera del mundo real. Cayó en el comienzo de un cuento de hadas. Porque el Harry sentado ahí, en el comedor de estudiantes, sólo a unos pocos centímetros, en medio de las bandejas de plástico naranja y el zumbido de las conversaciones de principios de semestre, frente a una pequeña niña con tranzas rubias…este Harry era un narrador de cuentos.
El cuento de hadas en el que cayó Genesis era tan brillante y mágico como el momento en el que él había hecho girar a Gemma en sus brazos. Pero bajo sus palabras, Gen sintió la oscuridad que acechaba en las sombras, la antigua oscuridad de los cuentos de hadas.
Sólo más tarde, mucho más tarde, y demasiado tarde, entendería Genesis que este cuento de hadas era uno mortal.
No le habían visto. Ninguno de ellos. Había desaparecido, disuelto en la
multitud de estudiantes; se había vuelto invisible tras su bandeja naranja con el plato blanco e inidentificables contenidos.
Sonrió a su propia invisibilidad. Sonrió a los dos de ellos sentados ahí, tan cerca y aun así en diferentes mesas, espalda-contra-espalda. Estaban juntos y no lo sabían. ¡Qué jóvenes eran! Él había sido joven una vez, también. Tal vez esa era la razón por la que todavía iba al comedor de vez en cuando.
Y Genesis, con su pañuelo en la cabeza, que ella pensó que haría que la gente no la reconociera; Genesis, también, era una Genesis diferente. No la agradable y bien educada chica. Eran actores interpretando papeles en una obra escolar. ¿Y él? Él tenía un papel, también…
Unos papeles eran más peligrosos que otros.
Genesis levantó la cabeza y miró en su dirección; él escondió su rostro detrás de un periódico como un detective aficionado. Se mantendría invisible por un poco más de tiempo…
Cuéntame acerca de la isla —dijo Gemma—.
Cuéntame cómo se ve.
—Te lo he contado cientos de veces. —Se rió Harry—. Sabes exactamente cómo se ve la isla.
—Me olvidé. ¡La última historia fue hace tanto tiempo! ¡Hace miles de años! Me contaste sobre la isla cuando mamá aún estaba aquí. ¿Dónde está ahora?
—No lo sé, y te he dicho eso cientos de veces, también. La nota que dejó sólo decía que tenía que irse lejos. Repentinamente. Y que te ama.
—¿Y a ti? ¿A ti no te ama, también?
—La isla —dijo Harry—, está hecha de nada más que rocas. ¿O debería decir, estaba? La isla estaba hecha de nada más que rocas. Era la isla más diminuta que alguien pudiera imaginar, y se encontraba muy, muy mar adentro. En la isla, sólo vivía una persona, una muy pequeña persona, y debido a que su lugar favorito eran los acantilados, justo la cima de los acantilados, donde podía mirar afuera sobre el mar, debido a eso, la llamaban reina del acantilado. O, de hecho, era sólo ella la que se llamaba así a sí misma, porque no había nadie más ahí.
»Las aves le habían contado acerca de otras islas. También le habían contado acerca del continente. El continente, decían las aves, era una isla inimaginablemente enorme, sobre la cual podías vagar por semanas y semanas sin nunca alcanzar la orilla del otro lado. Eso era algo que la pequeña reina del acantilado no podía imaginar. Caminar alrededor de su propia isla tomaba solamente tres horas, después de las cuales estarías donde empezaste. Y entonces, para la pequeña reina, el continente permanecía muy lejos, un sueño irreal. En la noche, se contaba historias acerca de ello, sobre las casas que tenían miles de habitaciones cada una, y acerca de las tiendas en las que podías obtener cualquier cosa que desearas, sólo tenías que levantar las cosas de las estanterías. Pero en realidad la reina del acantilado no necesitaba miles de habitaciones, ni necesitaba tiendas llenas de estanterías. Ella era feliz en su diminuta isla.
El castillo en el que vivía tenía exactamente una habitación, y en esta habitación, no había nada excepto una cama. Para la pequeña reina su cuarto de juego eran los verdes prados de la isla y su baño era el mar.
»Cada mañana, ella trenzaba su cabello rubio pálido en dos trenzas delgadas, se ponía su chaqueta hacia abajo de color rosa, y salía corriendo hacia el viento. La señora Margaret, su muñeca con el vestido de estampado de flores a quien le podía contar todo, vivía en el bolsillo de la chaqueta. Y en medio de la isla, en un jardín de manzanos y perales, una yegua blanca pastaba todo el día. Cuando se sentía con ganas, la pequeña reina galopaba a través de la isla en el lomo del caballo, más rápida que una tormenta, y se echaba a reír cuando la melena de la yegua blanca ondeaba en la brisa y su bufanda era llevada lejos por el viento. La bufanda de la yegua, por supuesto. La reina del acantilado no necesitaba una bufanda; tenía un collar hecho de pelaje artificial en su chaqueta rosa, pero ella había tejido una bufanda para la yegua blanca. Había aprendido a tejer en la escuela.
—¡Pero no hay nadie viviendo en la isla! ¿Lo olvidaste? ¿Cómo pudo ir a la escuela?
—Por supuesto que debe haber habido una escuela —dijo Harry—. Había exactamente una maestra. Era la misma reina del acantilado, y una directora, quien también era la reina del acantilado, y una alumna, quien era la reina del acantilado, también. Se había enseñado a sí misma cómo tejer, y por la bufanda de la yegua, que era verde, se había dado la mejor calificación posible. Y…
—¡Eso es tonto! —Rió Gemma.
—Bueno, ¿quién es la reina del acantilado, tú o yo? —preguntó Harry—. ¡No es mi culpa si te estás dando calificaciones a ti misma! Por cierto, siempre era verano en la isla. La pequeña reina nunca tenía frío. Cuando tenía hambre, la reina del acantilado arrancaba manzanas y peras de los árboles, o traía su red de mariposas y trepaba a la cima de uno de los acantilados para atrapar a un pez volador, al cual freía sobre el fuego.
Hacía harina de su campo de trigo, y a veces horneaba pastel de manzana para ella y la Señora Margaret. El pastel estaba decorado con las flores de la isla: nomeolvides azules, campánulas violetas, y bocas de dragón rojas y amarillas…
—¿Y las diminutas flores blancas que crecen en los bosques? —preguntó Gemma—. ¿Cómo se llaman… anémonas? ¿Había de esas, también?
—No —dijo Harry—. Y ahora es tiempo de la historia. Pero, ¿Gemma?
¿Recuerdas todas esas otras historias que te he contado acerca de la pequeña reina del acantilado? ¿La historia de la emperatriz hecha de espuma y aquélla acerca del dragón de la melancolía? ¿La historia sobre el viento hundido del este y el remolino risueño?
—Por supuesto, lo recuerdo. La reina del acantilado hace que todo salga
bien, ¿no es cierto? Siempre lo hace.
—Sí —contestó Harry—. Lo hace. Pero esta historia es diferente. No sé si se las arreglará esta vez. No sé qué le sucederá a ella. Esta historia es… peligrosa. ¿Aún quieres escucharla?
—Claro —dijo Gemma—. Soy valiente. Tú lo sabes. No estaba asustada del dragón. Incluso aunque quería comerme. Resolví todos sus problemas, y luego era feliz y voló lejos y…
—Está bien… si estás segura de que estás lista para escuchar, te contaré la historia. Tomará algo de tiempo.
—¿Cuánto? ¿Tanto como una película? ¿Tanto como leer un libro?
—Para ser exactos… hasta el Miércoles, el trece de Marzo. Si todo sale
bien, eso es. —Se aclaró la garganta, porque todos los narradores se
aclaran sus gargantas cuando sus historias están a punto de volverse
interesantes, y empezó—:
»Una noche, la pequeña reina se despertó y sintió que algo estaba pasando afuera. Algo grande y significativo. Yacía sin moverse en su cama, era una cama con dosel, el dosel siendo el cielo de la noche en sí, porque había un gran agujero en el techo por encima. Normalmente la pequeña reina veía las estrellas cuando se despertaba en la noche. Esta noche, de cualquier modo, el cielo estaba vacío. Las estrellas habían huido, y sintió una punzada de miedo en su corazón. Sintió un tipo de miedo diferente del que había tenido con el dragón de la melancolía o la emperatriz hecha de espuma. Y de repente, entendió que sus aventuras hasta ahora no habían sido nada más que juegos. Pero esto, lo que sea que fuera, era serio.
»Tenía dos vestidos —un vestido de noche y un vestido de día— y siendo así, ella era la persona con más vestidos en la isla. Ahora se puso el
vestido rojo de día sobre el vestido de noche azul, porque si algo
importante sucede es mejor vestir ropas cálidas. Al final, se puso la
chaqueta, también, con la Sra. Margaret durmiendo en uno de sus
bolsillos. Luego subió el collar de pelaje artificial y dio un paso fuera hacia
la noche. Estaba muy silencioso. Ni una sola ave estaba cantando. Ni un
solo grillo chirriando. Un una sola rama crujiendo sus hojas. Incluso el
viento había amainado. La pequeña reina caminó a su pasto, y ahí la
yegua blanca estaba parada, pareciendo como si la hubiera estado esperando. Más tarde, la pequeña reina no supo cómo pudo ver a la yegua blanca en la noche sin estrellas, pero ella la vio. Si has conocido a alguien toda tu vida, puedes verla en la oscuridad.
»La yegua posó su cabeza contra el cuello de la pequeña reina como si
tratara de consolarse a sí misma. —¿Sientes lo que está pasando? — preguntó—. ¿Sientes que tan asustados están los árboles? Van a morir.
Está noche. Y yo voy a morir con ellos. Nunca te veré de nuevo.
»—Pero, ¿por qué? —Lloró la pequeña reina—. ¿Por qué debería ser así?
»En ese momento, un temblor rodó a través de la isla, y la pequeña reina se aferró a la yegua blanca para no perder el equilibrio. El suelo tembló una segunda vez, un sonido oscuro de borboteo vino de las profundidades de la tierra, un rumor peligroso…
»—Cuídate mucho —dijo la yegua—. Vas a conocer a un hombre con un
bigote rubio, un hombre que está usando tu nombre, da la vuelta y corre. ¿Entiendes eso?
»La pequeña reina sacudió su cabeza. —¿Cómo puede un hombre estar usando mi nombre?
»Un tercer temblor hizo sacudir el suelo, y los primeros árboles se cayeron.
»—Es la isla —dijo la yegua—. Corre, mi pequeña reina. Corre al acantilado más alto. Corre rápido. La isla se está hundiendo.
»—¿La isla se está… hundiendo? —preguntó la pequeña reina—. ¿Cómo
puede hundirse una isla?
»Pero la yegua sólo inclinó su cabeza, silenciosamente.
»—Correré hacia el acantilado más alto —dijo la pequeña reina— Pero,
¿qué hay de ti? ¿No vienes conmigo?
»—Corre, mi pequeña reina —repitió la yegua—. Corre rápido.
»Así que la pequeña reina corrió. Corrió tan rápido como sus pies descalzos se lo permitieron; corrió como el viento, como la tormenta, como un huracán. La Sra. Margaret se despertó y se asomó fuera su bolsillo temerosamente. Mientras la pequeña reina alcanzaba la parte de abajo del acantilado más alto y empezaba a escalarlo, la noche se abrió y una luz vino atravesándola. La luz barrió a la pequeña reina de sus pies, pero siguió escalando con sus manos y rodillas, más y más alto en el acantilado desnudo y rocoso, y cuando llegó a la cima, se dio la vuelta y vio que la luz venía de la isla. Se alzaba desde el medio como una columna de fuego, y se cubrió su rostro con sus manos. Todo a su alrededor, los otros acantilados se quebraron; uno después de otro, escuchó los pedazos caer en el mar.
Su corazón estaba paralizado con miedo. Finalmente, después de una
eternidad, la tierra dejó de estremecerse y la pequeña reina se atrevió a
levantar la vista de nuevo.
»La isla había desaparecido. Sólo algunos acantilados quedaban,
sobresaliendo del mar. En el cielo, sin embargo, ahí colgaba el recuerdo de la luz que se había erigido del centro de la isla como una llama. En esa luz de pesadilla la pequeña reina vio el océano. Y el océano estaba rojo con sangre.
»Estaba hecho de olas carmesí, espuma carmín, salpicando color. Era
hermoso, como un campo de amapolas en un día de primavera, aunque la primavera estaba muy lejos. La pequeña reina se dio cuenta que estaba temblando. Y en ese instante, ella entendió que el invierno había llegado.
Genesis escuchó una silla raspando el suelo, siendo arrastrada hacia atrás.
Parpadeó. El comedor estaba casi vacío. Dos mujeres en abrigos a rayas
estaban limpiando las mesas con trapos mojados y lanzando miradas
enojadas a aquellos que aún no se habían ido.
—¿Y entonces? —Escuchó preguntar a Gemma—. ¿Qué pasa entonces?
—Luego era hora de irse —contestó Harry—. Puedes ver que quieren cerrar. ¿Hay algo de espacio en tu barriga para leche achocolatada o un helado?
—Oh sí —dijo Gemma—. Puedo sentir un espacio vacío justo aquí, ves… en realidad hay espacio para un helado y leche achocolatada.
—Tienes que escoger —dijo Harry y Genesis lo escuchó sonreír—. Volvamos a la cocina, ¿vamos?
Genesis se levantó con apuro. Quería dejar el cuarto antes de que Harry viera su rostro. Puso la bandeja naranja con su papa-perro casi sin tocar en la cinta transportadora, donde era absorbida en un agujero en la pared por dos tiras de goma. A la madre de Gitta le habrían gustado la bandeja y las tiras de goma, probablemente eran fáciles de esterilizar.
Gen tiró del pañuelo de su cabeza más fuertemente. Entonces recordó
que ella no era la que estaba sentada en la orilla de un acantilado en ropas empapadas; era alguien más, y por la millonésima vez ese día, se sintió extremadamente estúpida.
✝ Lu Wayland
Re: El chico de los cuentos. { Harry Styles }
M eencanto linda, espero la continues babe!!!
Esta muy linda la historia! :)
Esta muy linda la historia! :)
maipg
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