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Mensaje por Invitado Mar 28 Ene 2014, 4:48 pm

~~~> Capitulo 45

______ todavía estaba buscando unas bragas nuevas cuando yo ya llegaba cinco minutos tarde a mi reunión de la una. Era con Ed Gugliotti, un ejecutivo de marketing de una empresa pequeña de Minneapolis. Utilizábamos normalmente la empresa de Ed para subcontratar proyectos pequeños, pero ahora teníamos un proyecto algo más importante que estábamos pensando en pasarle a ver qué tal lo gestionaban. 

Cuando me subía la cremallera de los pantalones, me acordé de que Ed siempre llegaba patológicamente tarde. Pero esta vez no. Ya me estaba esperando en una de las salas de reuniones del hotel, con dos de sus ejecutivos junior sentados a su lado con sonrisas ansiosas. Odiaba llegar tarde. 

—Ed —le dije a la vez que le saludaba con un apretón de manos. 

Él me presentó a su equipo, Daniel y Sam. Ambos me estrecharon la mano, pero cuando llegué a Sam, él tenía su atención fija detrás de mí, en la puerta. ______ acababa de entrar con el pelo suelto ahora, y se la veía salvajemente hermosa pero muy profesional, ocultando milagrosamente el hecho de que acababa de llegar al orgasmo con un grito, sobre la mesa de su habitación de hotel. Gugliotti y sus chicos la observaron en un silencio embelesado mientras se acercaba, traía una silla, se sentaba a mi lado y se volvía para sonreírme. Tenía los labios rojos e hinchados y una leve marca roja estaba apareciendo en su mandíbula, una marca del roce de la barba. 

«Perfecto.» 

Carraspeé para que todo el mundo volviera a mirarme. —Empecemos. 

Era una reunión sencilla, algo que había hecho miles de veces. Describí la cuenta en términos muy generales y no confidenciales y por supuesto Gugliotti me dijo que creía que su equipo podría encontrar algo asombroso. Después de conocer a los hombres que le asignaría, accedí. Planeamos hacer otra reunión al día siguiente, cuando les presentaría la cuenta en su totalidad y se la encargaría oficialmente. 

La reunión se había acabado en menos de quince minutos, lo que me daba tiempo antes de la de las dos. Miré a ______ y levanté una ceja en una pregunta silenciosa. 

—Comida —dijo con una risa—. Comamos algo. 

El resto de la tarde fue productivo, pero estuve todo el rato con el piloto automático; si alguien me hubiera pedido detalles específicos sobre las reuniones, me habría costado mucho recordarlos. Gracias a Dios por ______ y su forma obsesiva de tomar notas. Se me acercaron muchos colegas, sin duda estreché como cien manos durante la tarde, pero el único contacto que recordaba era el suyo. No dejaba de distraerme con ella y lo que me molestaba era que aquí era diferente. Era trabajo, pero era un mundo completamente nuevo, uno en el que podía fingir que nuestras circunstancias eran las que nosotros quisiéramos que fueran. La necesidad de estar cerca de ella era incluso mayor de la que sentía cuando mantenía las distancias. 

Volví a mirar al orador estrella de la noche que estaba en la tarima e intenté sin éxito una vez más dirigir mis pensamientos a algo productivo. Estaba sentado cerca, porque había dado la charla principal allí mismo el año pasado, pero de todas formas no conseguía encontrar la forma de conectar con aquella. Vi por el rabillo del ojo que ella se removía e instintivamente miré al otro lado de la mesa en donde estaba. Cuando nuestras miradas se encontraron, todos los demás sonidos se mezclaron, flotando a mí alrededor pero sin llegar a entrar en mi conciencia. 

Pensé en esa mañana y lo evidente que me había resultado su pánico. Por el contrario yo me sentía extrañamente tranquilo, como si todo lo que habíamos hecho nos hubiera llevado a ese preciso momento en el que ambos habíamos visto lo fácil que podría ser. Un teléfono que sonó en algún lugar detrás de mí me sacó de mi trance y aparté la mirada. Me acomodé de nuevo en la silla y me quedé asombrado de cuánto había llegado a inclinarme sobre la mesa. Miré a mí alrededor y me quedé helado cuando una mirada desconocida se encontró con la mía. Aquel extraño no tenía ni idea de quiénes éramos ni de que ______ trabajaba para mí; solo nos miró a los dos y apartó la mirada rápidamente. Pero en ese momento toda la culpa que había estado reprimiendo cayó sobre mí. Todo el mundo sabía quién era yo, nadie allí la conocía a ella, y si alguna vez se sabía que estábamos liados, el juicio de toda la comunidad la iba a perseguir durante el resto de su carrera. Una rápida mirada a ______ me dejó claro que ella podía ver el pánico escrito en mi cara. Me pasé el resto de la charla mirando hacia delante y sin volver a atreverme a mirarla. 

—¿Estás bien? —me preguntó en el ascensor, rompiendo el espeso silencio que nos había acompañado durante catorce pisos. 

—Sí, Es que... —Me rasqué la nuca y evité su mirada—. Solo estaba pensando. 

—Voy a salir con unas amigas esta noche. 

—Me parece una buena idea. 

—Tú tienes una cena con Stevenson y Newberry a las siete. Creo que han quedado contigo en un sitio de sushi que te gusta, en el barrio de Gaslamp. 

—Lo sé —le dije relajándome porque habíamos entrado en los habituales detalles de trabajo—. Repíteme cómo se llama su asistente. Ella siempre viene. 

—Andrew. 

La miré confuso. —Suena un poco más masculino de lo que esperaba. 

—Tiene un nuevo asistente. 

«¿Cómo demonios sabía ella eso?» 

Ella sonrió. —Estaba sentado a mi lado en la charla y me preguntó si iba a asistir a la cena de esta noche. 

Me pregunté si ese sería el par de ojos desconocidos que me habían pillado mirando a ______ y se habían preguntado por la forma en que yo la miraba. Tartamudeé un poco antes de que ella me interrumpiera. 

—Le he dicho que tenía otros planes. 

La incomodidad volvió. Quería que estuviera conmigo esa noche, y ella pronto ya no estaría de prácticas conmigo. ¿Podría ser su amante entonces? ¿Podría ser todavía su jefe ahora? 

—¿Querías venir? 

Ella negó con la cabeza mirando hacia las puertas cuando llegamos al piso treinta. 

—Creo que debería dedicarme a mis propios asuntos.




El breve viaje de vuelta desde el restaurante fue silencioso y solitario, con la única compañía de mis pensamientos confusos. Crucé el gran vestíbulo del hotel hasta el ascensor y fui como un robot hasta la habitación de ______ antes de recordar que no me iba a quedar con ella. No recordaba cuál era la mía e intenté tres habitaciones de la planta antes de rendirme y preguntar en recepción. Cuando volví me di cuenta de que mi habitación estaba justo al lado de la suya. 

Era una imagen gemela de su habitación, pero completamente diferente de formas que no eran evidentes. Esa ducha no había dejado correr nuestros fingimientos la noche anterior; no habíamos dormido juntos, acurrucados el uno contra el otro, en esta cama. Esas paredes no estaban llenas de los sonidos de los orgasmos que había tenido debajo de mi cuerpo. Esa mesa no se había roto por un polvo rápido a última hora de la mañana. 

Miré el teléfono y vi que tenía dos llamadas perdidas de mi hermano. 

«Genial.» 

Normalmente ya habría hablado con mi padre y mi hermano varias veces, para hablarles de las reuniones y los potenciales clientes que había conocido. Pero hasta ahora no había hablado con ninguno de los dos ni una vez. Tenía miedo de que pudieran ver a través de mí y saber que no tenía la cabeza puesta totalmente en esto esta semana. Eran más de las once y me pregunté si estaría todavía con sus amigas o ya habría vuelto. Tal vez estaba tumbada en la cama, despierta, obsesionándose por las mismas cosas que yo. 

Sin pensar, cogí el teléfono y marqué el número de su habitación. Sonó cuatro veces antes de que un contestador automático respondiera. Colgué y la llamé al móvil. Respondió al primer tono. 

—¿Señor Maslow? 

Hice una mueca. Estaba con los otros alumnos; no me iba a llamar James en esa situación. 

—Hola. Yo... solo quería asegurarme de que tenías algún medio de transporte para volver a hotel. 

Su risa me llegó a través de la línea, amortiguada por el sonido de las voces y el latido de la música muy alta a su alrededor. 

—Hay como unos setenta taxis esperando fuera. Cogeré uno cuando acabemos aquí. 

—¿Y cuándo será eso? 

—Cuando Melissa se acabe esta copa y probablemente nos tomemos otra más. Y cuando Kim decida que ya está harta de bailar con todos los tíos guarros y mujeriegos que hay aquí. Supongo que volveré en algún momento entre ahora y mañana por la mañana antes de las ocho. 

—¿Pretendes ser graciosa? —le pregunté mientras sentía que una sonrisa aparecía en mi cara. 

—Sí. 

—Bien —dije exhalando con fuerza—. Mándame un mensaje cuando llegues sana y salva. 

Permaneció en silencio un momento y después dijo: —Lo haré. 

Colgué, dejé caer el teléfono a mi lado en la cama y me quedé mirando al suelo durante una hora probablemente. Ni siquiera sabía qué hacer conmigo mismo. Finalmente me levanté y volví abajo. 





_________________________________________
Ayyyyyyyyy, ¿por qué mierda no aceptan que se aman y ya?
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Mensaje por Alex Guillén Mar 28 Ene 2014, 6:33 pm

Ya leí este libro, ya sé que es una trilogía pero solo llevo esta y la estoy volviendo a leer gracias a ti. Ojala y cuando termines de subir este sigas con el otro libro *-*
Alex Guillén
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Mensaje por Invitado Miér 29 Ene 2014, 2:45 pm

Alex Guillén escribió:
Ya leí este libro, ya sé que es una trilogía pero solo llevo esta y la estoy volviendo a leer gracias a ti. Ojala y cuando termines de subir este sigas con el otro libro *-*

Holaaa, :) Voy a ver si sigo con el otro libro
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:05 pm

Maratón 1/6

~~~> Capitulo 46

Todavía estaba en el vestíbulo cuando ella volvió a las dos de la mañana, con las mejillas enrojecidas y la sonrisa en la cara mientras metía el teléfono en su bolso. Mi móvil sonó y lo miré. 

“Ya he vuelto sana y salva.” 

La vi pasar delante del mostrador de recepción y dirigirse directamente hacia donde yo estaba, sentado cerca de los ascensores. Se paró cuando me vio, con los ojos vidriosos y el traje arrugado. Estoy seguro de que mi pelo era un completo desastre porque había estado muy preocupado. De repente no tenía ni idea de qué hacía allí esperándola como un marido ansioso. Solo sabía que yo no podía ser el que decidiera que no funcionaría, porque, en el fondo, quería hacer que funcionara. 

—¿James? —dijo mirando a su amiga, que se despidió con la mano y se dirigió al ascensor. No me importaba una mierda lo que estuviera pensando su amiga, pero pude sentir su mirada fija en nosotros hasta que llegó el ascensor. 

______ llevaba un diminuto vestido negro y tacones, y yo quise hacer una petición para que ese atuendo se convirtiera en su uniforme hasta que acabara su período de prácticas. Unas tiras muy finas se cruzaban desde sus dedos con las uñas pintadas de rosa hasta sus espinillas. Quería quitarle ese vestido de su cuerpo y follármela allí mismo en el sofá, agarrándome a esos tacones para guardar el equilibrio. 

—Hola —murmuré hipnotizado por la gran cantidad de pierna desnuda que tenía delante de mí. 

Ella se acercó y se paró solo a unos centímetros de mí. —¿Qué haces aquí abajo? 

—Esperar. 

Me esforcé por ocultar cuánto me afectaba ella, cómo mis pensamientos actuales apenas podían separarse de la fantasía de tener mis manos entre su pelo, de la forma en que podía cubrirle los pequeños pezones rosas totalmente con mi pulgar o de cómo su clítoris era la parte más suave de cualquier cuerpo que hubiera tocado nunca. Quería saborearla de los dedos de los pies a los lóbulos de las orejas, contándole en el proceso todos los pensamientos que me surgieran. 

—¿Estás borracho? 

Negué con la cabeza. «No de la forma que tú crees.» 

—Alguien se fijó en que te miraba antes. 

—Lo sé. —Ella acercó la mano y me pasó los dedos por el pelo—. Vi tu cara durante la charla. 

—Me entró el pánico. 

_______ no respondió; solo se rió con un sonido suave y ronco. 

—No me preocupo por mí, sino por ti. 

La oí inhalar bruscamente y sentí que sus dedos me tiraban del pelo. Cuando la miré a la cara, parecía desconcertada. ¿Cómo podía no saber lo encaprichado que estaba a esas alturas? Estaba seguro de que podía verlo cada vez que la miraba. Como siempre, quería agarrarle el trasero y darle un azote cada vez que hiciera cualquier ruido. Tirarle del pelo cuando me corriera. Darle otro mordisco en el pecho. Rozarle con los dientes toda la espalda. Darle un pellizco en la parte de atrás del muslo y después calmarle el dolor con la más suave de las caricias. Pero también quería verla dormir, y despertarse y mirarme y deducir sus sentimientos por sus reacciones espontáneas. Estaba empezando a darme cuenta que no era solo sexo y que no estaba logrando sacarla de mi sistema. 

El sexo era la ruta más rápida para la clase de posesión que necesitaba. Pero me estaba enamorando de ella, demasiado rápida e intensamente como para encontrar algo a lo que agarrarme por si acaso. Y era aterrador. 

Decidí decirle la verdad. 

—Necesito otra noche. 

Ella inspiró hondo y me miró, y solo cuando lo hizo se me ocurrió que ella podía estar sintiendo algo muy diferente a lo que sentía yo. 

—Dime que no si no quieres. Es que... —Me pasé una mano por el pelo y levanté la vista para mirarla—. Es que me gustaría mucho estar contigo otra vez esta noche. 

—Ansioso, ¿eh? 

—No te haces una idea. 

Arriba, en su habitación, entre las sábanas y enredado a su cuerpo tenso y dulce que me rodeaba y me apretaba, todo lo demás desapareció a mí alrededor. Su olor y sus sonidos me nublaban el cerebro y hacían que mis embestidas fueran fuertes y erráticas. 

Ella estaba empapada, toda ella: su piel por fuera y su carne por dentro, toda resbaladiza y atrayéndome más adentro. Tenía las piernas abrazadas a mi cadera y me obligó a ponerme boca arriba con una risa, montándome con la espalda arqueada y la cabeza caída hacia atrás, los dedos hundidos en mi abdomen para sujetarse a mí. Su piel brillaba y me senté debajo de ella porque necesitaba sentir cómo se deslizaba su pecho contra el mío cuando se movía y se restregaba contra mí. 

Volví a ponerme encima, abalanzándome sobre ella una vez más, esta vez con sus piernas en mis hombros y la boca temblando mientras luchaba por encontrar algo que decir. Me clavó las uñas en la espalda y yo solté el aire entre los dientes apretados mientras le decía «sí» y «más» porque quería que me marcara que me dejara algo que siguiera estando allí al día siguiente. 

Ella se corrió una vez y luego otra y después otra más y yo la tiré del pelo, que tenía alborotado e indómito. Caí sobre ella, enganchando palabras de forma incoherente cuando me corrí, intentando decirle lo que los dos ya sabíamos: que todo lo que pasara fuera de esa habitación era irrelevante.
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:11 pm

Maratón 2/6

~~~> Capitulo 47

Volvimos lentamente de la dimensión en la que estuviéramos, con las extremidades enredadas en las sábanas, y hablamos durante horas sobre nuestro día, sobre la reunión con Gugliotti, sobre la cena y la noche con mis amigas. Hablamos de la mesa que habíamos roto y de que solo llevaba ropa interior para una semana, así que no podía romperme más. Hablamos de todo excepto de la confusión que yo sentía en lo más profundo de mi corazón. 

Le pasé un dedo por el pecho y él me detuvo con su mano y se lo llevó a los labios. 

—Es agradable hablar contigo —dijo. 

Reí y le aparté el pelo de la frente. —Hablas conmigo todos los días. 

Y cuando digo hablar quiero decir gritar. Chillar. Dar portazos. Hacer muecas. 

Me fue dibujando espirales sobre el estómago con los dedos para distraerme. 

—Ya sabes lo que quiero decir. 

Lo sabía. Sabía exactamente lo que quería decir y quería encontrar una forma de alargar aquel momento, justo así cómo estábamos, hasta la eternidad. 

—Cuéntame algo entonces. 

Él me miró a la cara, sonriendo un poco nervioso. 

—¿Qué quieres saber? 

—¿La verdad? Creo que quiero saberlo todo. Pero empecemos por algo sencillo. Hazme el historial de las mujeres de James. 

Se pasó un largo dedo por la frente. 

—Algo sencillo —repitió con una risa—. Yaaaa. —Carraspeó y después me miró—. Unas cuantas en el instituto, unas cuantas en la universidad, unas cuantas en el máster. Unas cuantas después de eso. Y después una relación estable cuando viví en Francia. 

—¿Detalles? —Enredé un mechón de pelo alrededor del dedo, esperando que eso no fuera presionarlo mucho. Pero para mi sorpresa me respondió sin vacilar. 

—Se llamaba Silvie. Era abogada en un pequeño bufete de París. Estuvimos juntos tres años y rompimos unos meses antes de que volviera a casa. 

—¿Por eso decidiste volver? 

Elevó la comisura de la boca en una sonrisa. 

—No. 

—¿Te rompió el corazón? 

Su sonrisa se convirtió en una sonrisita burlona dirigida a mí.

—No, ______. 

—¿Le rompiste tú el suyo? —¿Por qué le estaba preguntando aquello? ¿Es que quería que me dijera que sí? Sabía que era capaz de romperle el corazón a alguien. Y estaba bastante segura de que acabaría rompiéndome el mío. 

Él se acercó para besarme, atrapándome el labio inferior antes de susurrarme. 

—No. Ambos pensamos que aquello ya no funcionaba. Mi vida sentimental ha estado totalmente exenta de dramas. Hasta que llegaste tú. 

Reí. —Me alegro de haber cambiado el patrón. 

Sentí su risa en las vibraciones que recorrieron mi piel y él me besó el cuello. 

—Vaya que si lo has hecho. —Sus largos dedos bajaron hasta mi estómago, mis caderas y finalmente entre mis piernas—. Tu turno. 

—¿De tener un orgasmo? Sí, por favor. 

Él rodeó perezosamente con un dedo mi clítoris antes de deslizarlo en mi interior. Conocía mi cuerpo mejor que yo. ¿Cuándo había ocurrido eso? 

—No —murmuró—. Tu turno de contar tu historial. 

—No puedo pensar en nada cuando estás haciendo eso. 

Con un beso en el hombro apartó la mano y la puso sobre mi estómago, volviendo a describir círculos. Hice un mohín pero él lo ignoró y se puso a observar los dedos que tenía sobre mi cuerpo. 

—Dios, ha habido tantos hombres... No sé por dónde empezar. 

—______... —dijo en tono de advertencia. —Un par en el instituto, uno en la universidad. 

—¿Solo has tenido relaciones sexuales con tres hombres? 

Me aparté para mirarlo. 

—Einstein, he tenido relaciones con «cuatro» hombres. 

Una sonrisa satisfecha apareció en su cara. 

—Cierto. ¿Y soy el mejor por un margen vergonzosamente grande? 

—¿Lo soy yo? 

Su sonrisa desapareció y parpadeó sorprendido. 

—Sí. 

Era sincero. Y eso hizo que algo dentro de mí se derritiera hasta producirme un breve ronroneo cálido. Extendí la mano para cogerle la barbilla intentando ocultar lo que esa información me estaba haciendo. 

—Bien. 

Le besé el hombro y gemí contenta. Me encantaba su sabor y oler ese aroma a salvia y a limpio. Metí los dedos entre su pelo y tiré hacia atrás para poder morderle la mandíbula, el cuello y los hombros. Él se quedó muy quieto, un poco incorporado por encima de mí y sin devolverme los besos. ¿Qué demonios...? 

Inhaló para hablar y después cerró la boca de nuevo. No sé cómo, pero logré apartar la boca de él lo justo para pronunciar: —¿Qué? 

—Me acabo de dar cuenta de que crees que soy un mujeriego empedernido, pero me importa. 

—¿Qué te importa? 

—Quiero oírtelo decir. 

Lo miré y él me devolvió la mirada y sus iris empezaron a tornarse de ese tono verde tirando a castaño que sabía que se le ponía cuando se enfadaba. Revisé mentalmente los últimos minutos intentando entender de qué estaba hablando. Oh. 

—Oh, sí. 

Juntó las cejas. 

—¿Sí qué, señorita Mills? 

El calor me llenó. Su voz sonó diferente al decir eso. Brusca. Exigente. Y tremendamente sexy. 

—Sí, tú eres el mejor por un margen vergonzosamente grande. 

—Eso está mejor. 

—Al menos hasta ahora. 

Él rodó para ponerse encima de mí, me agarró las muñecas y me las sujetó por encima de la cabeza. 

—No me provoques. 

—¿Que no te provoque? Por favor... —le dije casi sin aliento. Su miembro estaba apretado contra la parte interior de mi muslo. Lo quería más arriba, empujando hacia mi interior—. Provocarnos es prácticamente todo lo que hacemos. 

Como si quisiera demostrar que estaba equivocada, bajó la mano para agarrársela y la guió hacia mi interior, tirando de mi pierna para que le rodeara la cadera con ella. Y se quedó muy quieto, mirándome. Su labio superior se elevó un poco. 

—Muévete por favor —le susurré. 

—¿Eso te gustaría? 

—Sí. 

—¿Y si no lo hago?
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:17 pm

Maratón 3/6

~~~> Capitulo 48

—¿Y si no lo hago? 

Me mordí el labio e intenté mirarlo fijamente. 

—Eso es una provocación —dijo en un gruñido, sonriendo. 

—¿Por favor? —Intenté mover las caderas, pero él siguió mis movimientos para que no pudiera conseguir ninguna fricción.

—______, yo nunca te provoco. Yo te follo hasta que te dejo casi sin sentido. 

Reí y vi que se le cerraban los ojos porque mi cuerpo le apretaba aún más. 

—Aunque no es que tuvieras mucho sentido en la cabeza ya de principio —dijo mordiéndome el cuello—. Ahora dime lo bien que te hago sentir. —Algo en su voz, cierta vulnerabilidad o una forma de bajar el tono al final de la frase, me dijo que no estaba solo jugueteando. 

—Nunca nadie me había hecho correrme antes. Ni con las manos, ni con la boca, ni con ninguna otra cosa. 

Había estado manteniendo la inmovilidad hasta entonces, aunque los signos de esfuerzo para lograrlo eran evidentes; le temblaban los hombros y respiraba entrecortadamente, como si todo su cuerpo quisiera explotar en una enorme maraña entre las sábanas. Pero cuando dije eso, se quedó completamente helado. 

—¿Nadie? 

—Solo tú. —Me estiré para darle un mordisco en la mandíbula—. Yo diría que eso te da cierta ventaja. 

Él dijo mi nombre en una exhalación cuando sus caderas empezaron a moverse adelante y atrás. Y otra vez. La conversación había terminado; su boca encontró la mía, y después mi barbilla, mi mandíbula y mis orejas. Su mano subió por mi costado, mi pecho y finalmente hasta mi cara. Creí que los dos estábamos perdidos en el ritmo; pude sentir el clímax más allá de mí pero muy cerca y le clavé ambos talones en el trasero porque necesitaba que se moviera más y más rápido, lo necesitaba todo de él. 

Pero entonces me susurró: —Ojalá lo hubiera sabido. 

—¿Por qué? —conseguí preguntar en una exhalación que apenas hizo llegar el sonido a mis labios. «Más rápido», le pedía a gritos mi cuerpo. «Más.»—. ¿Es que eso cambiaría de alguna forma lo capullo que eres? 

Él me apartó las piernas, me giró y me puso de rodillas. 

—No lo sé. Solo me gustaría haberlo sabido —gruñó empezando a embestirme de nuevo—. Dios. Tan profundo. 

Sus movimientos eran tan fluidos que era como el agua danzarina y ondeante, como un rayo de sol que se colara en la habitación. Los muelles del colchón se quejaron debajo de nosotros y la fuerza de sus embestidas me empujaba hacia el cabecero de la cama. 

—Casi. —Me aferré a las sábanas mientras suplicaba en mi interior que siguiera—. Casi. Más fuerte. 

—Joder. Estoy tan cerca. Vamos. —Sincronizaba un movimiento con el anterior porque sabía que había llegado al punto en el que no podía cambiar nada—. ¡Vamos! 

Su cara, su pelo, su voz, su olor... Cada parte de su cuerpo me llenó la mente cuando obedientemente llegué al clímax debajo de él. Sus embestidas eran salvajes; entonces todos los músculos se le quedaron helados antes de fundirse contra mi cuerpo. 

«Joder, joder joder...» murmuró en mi pelo antes de quedarse en silencio y dejar todo su cuerpo aún encima de mí. El aire acondicionado se encendió con un zumbido constante. Cuando consiguió recuperar el aliento, James se apartó de mí y me pasó la mano por la espalda sudada. 

—¿______? 

—¿Hummm? 

—Quiero más que esto. —Su voz sonaba tan ronca y pastosa que ni siquiera estaba segura de que estuviera despierto del todo. 

Me quedé helada y mis pensamientos explotaron formando un terrible caos. 

—¿Qué acabas de decir? 

Abrió los ojos con un esfuerzo evidente y me miró. 

—Quiero estar contigo. 

Me incorporé sobre un codo y lo miré, totalmente incapaz de extraer una sola palabra de mi cerebro. 

—Tengo mucho sueño. —Se le cerraron los ojos y me puso un brazo pesado alrededor para atraerme hacia él—. Ven aquí, cariño. —Metió la cara en mi cuello y murmuró—: No pasa nada si tú no quieres. Aceptaré cualquier cosa que me des. Solo déjame quedarme aquí hasta mañana, ¿vale? 

De repente yo estaba totalmente despierta, mirando fijamente a la pared oscura y escuchando el zumbido del aire acondicionado. Me aterraba que eso lo cambiara todo y más aún que él no supiera lo que estaba diciendo y que eso no cambiara nada. 

—Vale —le susurré a la oscuridad al oír que su respiración se ralentizaba hasta adoptar el ritmo constante del sueño. 

*****

Rodé y abracé una almohada contra mi cuerpo, buscando algo de consuelo. Su olor no me dejaba dormir, pero las sábanas frías del otro lado de la cama me decían que estaba sola. Miré hacia la puerta del baño, intentando centrarme en cualquier ruido que se oyera desde el interior, pero no había ninguno. Seguí tumbada allí, agarrando la almohada mientras se me iban cayendo los párpados. Quería esperarlo. Necesitaba el consuelo de su cuerpo caliente al lado del mío y el contacto de sus fuertes brazos rodeándome. Me lo imaginé abrazándome, susurrándome que esto era real y que nada iba a cambiar por la mañana. No pasó mucho tiempo antes de que los ojos se me cerraran y volviera a un sueño incómodo. 

Algo más tarde volví a despertarme, sola de nuevo. Me moví para mirar la hora: eran las 5.14 de la madrugada. 

«¿Qué?» 

En la oscuridad me puse lo primero que encontré y fui hasta el baño.

—¿James? —No hubo respuesta. Llamé suavemente—. ¿James? —Un gruñido y el sonido de alguien revolviéndose me llegó desde el otro lado de la puerta. 

—Vete. —Su voz era ronca y resonaba contra las paredes del baño. 

—¿James, estás bien? 

—No me encuentro bien. Pero me repondré, vuelve a la cama. 

—¿Necesitas algo? 

—Estoy bien. Solo vuelve a la cama, por favor. 

—Pero... 

—_______... —gruñó, evidentemente irritado. 

Me volví, sin saber muy bien qué hacer, mientras luchaba con una sensación extraña y desestabilizadora. ¿Se ponía enfermo alguna vez? En casi un año yo no le había visto con nada más grave que una congestión. Era obvio que no me quería esperándolo al otro lado de la puerta, pero tampoco podía volver a dormir. 
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:22 pm

Maratón 4/6

~~~> Capitulo 49

Volví a la cama, estiré las mantas y me encaminé al saloncito de la suite. Cogí una botella de agua del minibar y me senté en el sofá. Si estaba enfermo, es decir enfermo de verdad, no podría ir a la reunión con Gugliotti que tenía dentro de un par de horas. 

Encendí la televisión y empecé a pasar canales. La teletienda. Una película mala, la comedia Nick at Nite. Aaah, El mundo de Wayne. Me acomodé en el sofá, metí las piernas debajo del cuerpo y me preparé para esperar. A media película, oí que corría agua en el baño. Me incorporé y escuché porque era el primer sonido que se oía en más de una hora. La puerta del baño se abrió y yo salté del sofá y cogí otra botella de agua antes de entrar en el dormitorio.

—¿Te encuentras mejor? —le pregunté. 

—Sí. Creo que ahora solo necesito dormir. —Se tiró en la cama y enterró la cara en la almohada con un gemido. 

—¿Qué?... ¿Qué te pasaba? —Coloqué la botella de agua en la mesita de noche y me senté en el borde de la cama a su lado. 

—El estómago. Creo que ha sido el sushi de la cena. —Tenía los ojos cerrados e incluso en la escasa luz que llegaba desde la otra habitación, pude ver que tenía un aspecto horrible. 

Se apartó de mí un poco, pero yo lo ignoré, colocándole una mano en el pelo y la otra en la mejilla. Tenía el pelo húmedo y la cara pálida y pegajosa y, a pesar de su reacción inicial, se acercó al sentir mi contacto. 

—¿Por qué no me has despertado? —le pregunté apartando unos cuantos mechones húmedos de su frente. 

—Porque lo último que necesitaba era que tú estuvieras ahí viéndome vomitar —respondió de mal humor y yo puse los ojos en blanco y le ofrecí la botella de agua. 

—Podría haber hecho algo. No tienes que ser tan masculino con estas cosas.

—Y tú no seas tan femenina. ¿Qué podrías haber hecho? La intoxicación alimentaria es un asunto bastante solitario. 

—¿Qué quieres que le diga a Gugliotti? 

Gruñó y se pasó las manos por la cara. 

—Mierda. ¿Qué hora es? 

Miré el reloj. 

—Un poco más de las siete. 

—¿A qué hora es la reunión? 

—A las ocho. 

Él empezó a levantarse, pero no me costó nada volver a tumbarlo sobre la cama. 

—¡No te pienso dejar ir a esa reunión así! ¿Cuándo has vomitado por última vez? 

Gruñó de nuevo. 

—Hace unos minutos. 

—Exacto. Asqueroso. Lo llamaré para que cambie la reunión. 

Él me sujetó del brazo antes de que pudiera ir hasta la mesa para coger el teléfono. 

—_______. Hazlo tú. 

Elevé las cejas casi hasta el nacimiento del pelo. 

—¿Que haga qué? 

Él esperó. —¿La reunión? 

Asintió. —¿Sin ti? 

Asintió de nuevo. 

—¿Me vas a enviar sola a una reunión? 

—Señorita Mills, la veo muy aguda esta mañana. 

—Que te den —dije riendo y dándole un leve empujón—. No voy a hacerlo sin ti. 

—¿Por qué no? Estoy seguro de que conoces la cuenta que les estamos ofreciendo tan bien como yo. Además, si cambiamos la reunión, necesitarán una visita a Chicago y por supuesto nos enviarán por ella una generosa factura. Por favor, _______. 

Me quedé mirándolo, esperando que de repente apareciera en su cara una sonrisa burlona y retirara el ofrecimiento. Pero no lo hizo. Y la verdad era que conocía la cuenta y los términos. Podía hacerlo. 

—Vale —dije sonriendo y sintiendo una oleada de esperanza de que nosotros (los dos) podíamos manejar aquella situación después de todo—. Me apunto. 

Su expresión se endureció y utilizó una voz que no le había oído en varios días, pero que envió oleadas de necesidad por todo mi cuerpo. 

—Cuénteme su plan, señorita Mills.

Asentí y comencé: —Tengo que asegurarme de que tienen claros los parámetros y los plazos del proyecto. Debo tener cuidado de que no se pasen con las promesas; sé que Gugliotti es famoso por eso. —Cuando James asintió, sonriendo un poco, continué—. Y hay que confirmar las fechas de inicio del contrato y los puntos más importantes. 

Cuando le dije los cinco que había enumerándolos a la vez con los dedos, su sonrisa creció. 

—Lo vas a hacer bien. 

Me incliné y le besé la frente húmeda. 

—Lo sé. 

*****

Dos horas después, si alguien me hubiera preguntado que si podía volar, habría dicho que sí sin pensarlo. La reunión había ido perfectamente. El señor Gugliotti, que se había molestado inicialmente por encontrarse a una asistente junior en donde debería estar un ejecutivo de Maslow Media, se había aplacado al oír las circunstancias. Y más tarde pareció impresionado por el nivel de detalles que yo les proporcioné. Incluso me ofreció un trabajo. 

—Después de que acabe su trabajo con el señor Maslow, por supuesto —me dijo con un guiño y yo intenté darle largas con mucho tacto. Ni siquiera sabía si alguna vez iba a querer acabar mi trabajo con el señor Maslow. 

Mientras volvía de la reunión, llamé a Susan para preguntarle qué le gustaba a James cuando estaba enfermo. Como sospechaba, la última vez que había podido malcriarle dándole sopa de pollo y polos de sabores todavía llevaba aparato en los dientes. Estuvo encantada de oírme y tuve que tragarme toda la culpa que sentía cuando me preguntó si se estaba comportando como era debido. Le aseguré que todo iba bien y que solo estaba sufriendo un leve virus estomacal y que, por supuesto, le diría que llamara. 

Con una pequeña bolsa de comida en la mano, entré en la habitación y me detuve en la minúscula zona de la cocina para dejar la bolsa y quitarme el traje de lana a medida. Solo con la combinación, entré en el dormitorio, pero James no estaba. La puerta del baño estaba abierta y tampoco estaba allí. Parecía que el servicio de limpieza había pasado; las sábanas estaban planchadas y limpias y en el suelo no estaban las pilas de ropa que habíamos dejado. 

La puerta del balcón estaba abierta para que entrara la brisa fresca. Lo encontré fuera, sentado en una tumbona, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza en las manos. Parecía que se había dado una ducha y ahora llevaba puestos unos vaqueros negros y una camiseta de manga corta verde. Mi piel respondió al verlo, calentándose. 

—Hola —le dije. 

Él levantó la vista y examinó todas mis curvas.

—Madre de Dios. Espero que no llevaras eso para ir la reunión. 

—Bueno, sí —dije riendo—, pero lo llevaba debajo de un traje azul marino muy correcto. 

—Bien —dijo entre dientes. Me acercó a él y me rodeó la cintura con los brazos antes de apretar su frente contra mi estómago—. Te he echado de menos. 

El pecho se me apretó un poco. ¿Qué estábamos haciendo? ¿Era todo aquello real o estábamos jugando a las casitas durante unos cuantos días para después volver a la normalidad? No creía que pudiera volver a lo que era normal para nosotros después de aquello y no estaba segura de que fuera capaz de ver varios pasos más allá para saber cómo iba a ser. 

«¡Pregúntale, ______!» 

Él levantó la vista para mirarme, con los ojos ardientes fijos en los míos mientras esperaba que dijera algo. 

—¿Te encuentras mejor? —le pregunté. 

«Cobarde.» 

Su expresión se puso triste, pero lo ocultó rápidamente. 

—Mucho mejor —dijo—. ¿Cómo ha ido la reunión? 

Aunque todavía estaba de subidón por la reunión con Gugliotti y me moría por contarle todos los detalles, cuando me preguntó eso me apartó los brazos de la cintura y se sentó, lo que me dejó fría y vacía. Quería que le diera al botón de rebobinar y que volviera dos minutos atrás cuando me había dicho que me echaba de menos y yo podría haberle dicho: «Yo también te he echado de menos». Le habría besado y ambos nos habríamos distraído y le habría contado lo de Gugliotti varias horas después. 

En cambio le di todos los detalles de la reunión en ese momento: cómo había reaccionado Gugliotti al verme y cómo había redirigido su atención al proyecto que teníamos entre manos. Le repetí todos los detalles de la discusión con tanta precisión que, para cuando terminé la historia, James se estaba riendo por lo bajo. 

—Vaya, cuánto hablas. 

—Creo que ha ido bien —dije acercándome. 

«Vuelve a rodearme con los brazos otra vez.» Pero él no lo hizo. 

Se tumbó y me miró con una sonrisa tensa, de nuevo el lejano cabrón atractivo. 

—Eres muy buena, ______. No me sorprende en absoluto. 

No estaba acostumbrada a ese tipo de halagos viniendo de él. Una caligrafía mejorada, una mamada increíble... Esas eran las cosas en las que se fijaba. Pero me sorprendió darme cuenta de cuánto me importaba su opinión. ¿Siempre me había importado tanto? ¿Iba a empezar a tratarme diferente si éramos amantes que cuando éramos simplemente follamigos? No estaba segura de que quisiera que fuera un jefe más amable o que intentara mezclar los aspectos de amante y mentor. Me gustaba el tipo odioso en el trabajo... y también en la cama. 

Pero en cuanto lo pensé, me di cuenta de que la forma en que interactuábamos ahora me parecía un objeto extraño y ajeno en la distancia, como un par de zapatos que hace mucho tiempo que te quedan pequeños. Estaba hinchida entre el deseo de que dijera algo desagradable para traerme bruscamente a la realidad y el de que me acercara a su cuerpo y me besara los pechos por encima de la combinación. 

«Una vez más, ______. Razón número 750.000 para no follarte al jefe: Vas a convertir una relación muy claramente definida en un desastre con las fronteras borrosas.» 

—Se te ve muy cansado —le susurré mientras le pasaba los dedos entre el pelo de la nuca. 

—Lo estoy —murmuró—. Me alegro de no haber ido. He vomitado. Mucho. 

—Gracias por compartir eso —reí. Me aparté a regañadientes y le puse las manos en la cara—. Te he traído polos, ginger ale, galletas de jengibre y galletas saladas. ¿Qué quieres para empezar? 

Él me miró totalmente confundido durante un segundo antes de balbucear: —¿Has llamado a mi madre?
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:31 pm

Maratón 5/6

~~~> Capitulo 50

Bajé al salón del congreso durante unas cuantas horas para que pudiera dormir un poco más. Él opuso mucha resistencia, pero me di cuenta de que incluso medio polo de lima hacía que se sintiera mareado y adquiriera un tono de verde similar al del helado. Además, en este congreso en concreto, él no podía dar diez pasos sin que alguien le parara, le alabara o le diera un discurso. Ni aunque hubiera estado sano habría conseguido llegar a ver nada que mereciera la pena el tiempo que le iba a dedicar de todas formas. 

Cuando volví a la habitación estaba despatarrado en el sofá en una postura muy poco atractiva, sin camisa y con la mano metida por la parte delantera de los bóxer. Había algo muy cotidiano en la forma en que estaba sentado, aburrido y viendo la televisión. Agradecí recordar que ese hombre era, en algunos aspectos, solo un hombre. Nada más que una persona que iba buscándose la vida por el planeta sin pasar cada segundo del día poniéndolo patas arriba. Y en alguna parte de esa epifanía en que James no era más que James, estaba enterrada una salvaje necesidad de que hubiera una oportunidad de que se estuviera convirtiendo en «mi nada más que James» y durante un segundo deseé eso más de lo que creía haber deseado nada nunca. 

Una mujer con un pelo esplendorosamente brillante agitó la cabeza y nos sonrió desde la pantalla del televisor. Me dejé caer en el sofá a su lado. 

—¿Qué estás viendo? 

—Un anuncio de champú —me respondió sacándose la mano de los calzoncillos para acercármela. Comencé a decir algo sobre microbios, pero me callé cuando empezó a masajearme los dedos—. Pero están poniendo Clerks. 

—Es una de mis películas favoritas —le dije. 

—Lo sé. Hablabas de ella el día que te conocí. 

—La verdad es que la cita era de Clerks II —aclaré y después me detuve—. Un momento, ¿te acuerdas de eso? 

—Claro que me acuerdo. Sonabas como un universitario grosero pero con la pinta de una modelo. ¿Qué hombre podría olvidar eso? 

—Habría dado cualquier cosa por saber qué pensaste en aquel momento. 

—Estaba pensando: «Oh, una becaria muy follable a las doce en punto. Descanse, soldado. Repito: ¡descanse!». 

Me reí y me apoyé contra su hombro. 

—Dios, el momento en que nos conocimos fue terrible. 

Él no dijo nada pero no dejó de pasarme el pulgar por los dedos, presionando primero y acariciando después. Nunca me habían dado un masaje en las manos antes e incluso aunque él intentara convertirlo en una sesión de sexo oral, sería capaz de rechazarla para que siguiera haciendo lo que estaba haciendo. 

«Bueno, eso es una gran mentira. Yo querría esa boca entre mis piernas cualquier día del...» 

—¿Cómo quieres que sea, ______? —me preguntó sacándome de mi debate interno. 

—¿Qué? 

—Cuando volvamos a Chicago. 

Lo miré sin comprender, pero el pulso se me aceleró y envió la sangre en potentes oleadas por mis venas.

—Nosotros —aclaró con una paciencia forzada—. Tú y yo. _______ y James. Hombre y arpía. Me doy cuenta de que esto no es fácil para ti. 

—Bueno, estoy bastante segura de que no tengo ganas de pelear todo el tiempo. —Le di un golpe de broma en el hombro—. Aunque de alguna extraña manera me gusta esa parte. 

James se rió, pero no pareció un sonido totalmente feliz. 

—Hay mucho espacio fuera de «no pelear todo el tiempo». ¿Dónde quieres estar? 

«Juntos. Tu novia. Alguien que ve el interior de tu casa y que se queda allí a veces.» Fui a responder, pero las palabras se evaporaron en mi garganta. 

—Supongo que depende de si es realista pensar que podemos ser «algo». 

Él dejó caer la mano y se rascó la cara. La película volvió y los dos entramos en lo que a mí me pareció el silencio más extraño de la historia. Finalmente me cogió la mano otra vez y me dio un beso en la palma.

—Vale, cariño. Me las arreglaré con eso de no pelear todo el tiempo. 

Me quedé mirando los dedos con los que envolvía los míos. Después de lo que me pareció una eternidad, conseguí decir: —Lo siento. Es que todo esto es un poco nuevo. 

—Para mí también —me recordó. 

Volvimos a quedarnos en silencio de nuevo mientras seguíamos viendo la película, riéndonos en los mismos puntos y cambiando de postura lentamente hasta que estuve prácticamente tumbada encima de él. Por el rabillo del ojo miraba de vez en cuando el reloj de la pared y calculaba mentalmente las horas que nos quedaban en San Diego. Catorce. Catorce horas de esta realidad perfecta en la que podía tenerlo siempre que quisiera y todo aquello no era secreto, ni sucio, ni teníamos que utilizar la ira como elemento preparatorio. 

—¿Cuál es tu película favorita? —me preguntó girándome hasta quedar encima de mí. 

Tenía la piel caliente y yo quería quitarle lo que llevaba puesto, pero a la vez no quería que se moviera ni un centímetro ni un segundo. 

—Me gustan las comedias —empecé a decir—. Está Clerks, pero también, Tommy Boy, Zombies Party, Arma letal, El juego de la sospecha, cosas así. Pero tengo que decir que mi película favorita de siempre probablemente sea La ventana indiscreta. 

—¿Por James Stewart o por Grace Kelly? —me preguntó agachándose para besarme el cuello creándome una estela de fuego. 

—Por ambos, pero seguramente más por Grace Kelly.

—Ya veo. Tienes varios hábitos muy Grace Kelly. —Subió la mano y me apartó un mechón de pelo que se me había salido de la coleta—. He oído que Grace Kelly también tenía una boca muy sucia — añadió. 

—Te encanta que tenga la boca tan sucia. 

—Cierto. Pero me gusta más cuando la tienes llena —dijo con una sonrisa elocuente en la boca. 

—¿Sabes? Si lograras callarte alguna vez serías totalmente perfecto. 

—Sería un rompedor de bragas silencioso, lo que me parece que es algo más escalofriante que un jefe furioso y con tendencia a romper bragas. 

Empecé a reír debajo de él y él me hizo cosquillas por las costillas. 

—Pero sé que te encanta que lo haga —dijo con voz ronca. 

—¿James? —le dije intentando parecer despreocupada—. ¿Qué haces con ellas? 

Él me dedicó una mirada oscura y provocativa. 

—Las guardo en un lugar seguro. 

—¿Puedo verlas? 

—No. 

—¿Por qué? —le pregunté entornando los ojos. 

—Porque intentarías recuperarlas. 

—¿Y por qué iba a querer recuperarlas? Están todas rotas. 

Él sonrió pero no respondió. 

—¿Por qué lo haces de todas formas? 

Me estudió durante un momento, obviamente pensando en la respuesta. Finalmente se incorporó sobre un codo y acercó la cara a solo un par de centímetros de la mía. 

—Por la misma razón por la que a ti te gusta. 

Y con esas palabras, se puso de pie y tiró de mí para que le acompañara al dormitorio.
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Mensaje por Invitado Mar 18 Feb 2014, 5:38 pm

Maratón 6/6

~~~> Capitulo 51

Tenía experiencia con negociaciones, negativas y regateos, pero ahí estaba, en la desconocida posición de haber puesto todas mis fichas en juego, pero como se trataba de ______, no me importaba. En ese caso yo iba con todo. 


—¿Tienes ganas de llegar a casa? Han sido casi tres semanas fuera. 

Ella se encogió de hombros mientras tiraba de mis bóxer sin la más mínima ceremonia y me envolvía con su cálida mano con una familiaridad que hacía que se me despertaran lugares hasta entonces desconocidos. 

—Me lo estoy pasando bastante bien aquí, ¿sabes? 

Yo me fui demorando en cada botón de la blusa, besándole cada centímetro de piel cuando se mostraba ante mí. 

—¿Cuánto tiempo tenemos para jugar antes de nuestro vuelo? 

—Trece horas —me dijo sin mirar el reloj. 

La respuesta había sido muy rápida y por la forma en que sentí su piel cuando metí dos dedos bajo su ropa interior, no parecía que estuviera deseando dejar esa habitación de hotel pronto. Le rocé los muslos con los dedos, jugué con su lengua y me froté contra su pierna hasta que sentí que se arqueaba hacia mí. Me rodeó la cintura con las piernas y extendió las manos sobre mi pecho mientras yo bajaba la mano para ayudarme a entrar en su interior, decidido a hacerla correrse tantas veces como pudiera antes de que saliera el sol. Para mí no había nada más en el mundo que su piel suave y resbaladiza y el cálido aire que proyectaban sus gemidos en mi cuello. 

Una y otra vez me moví encima de ella, enmudecido por mi propia necesidad, perdido en ella. Sus caderas se movían al mismo ritmo que las mías y levantaba la espalda para apretar sus pechos contra mí. Quería decirle: «Esto, lo que tenemos, y es lo más increíble que he sentido en toda mi vida. ¿Tú lo sientes también?». Pero no tenía palabras. Solo instinto y deseo y el sabor de ella en mi lengua y el recuerdo de su risa resonando en mis oídos. Quería que ese sonido no dejara de reproducirse. Lo quería todo de ella: ser su amante, su compañero para las peleas y su amigo. En esa cama podía serlo todo. 

—No sé cómo hacer esto —dijo en un momento extraño; a punto de llegar al orgasmo y aferrándose a mí tan fuerte que creí que me iba a dejar cardenales. 

Pero supe a lo que se refería porque era algo doloroso estar tan lleno de esa necesidad y no tener ni idea de cómo iban a salir las cosas. La quería de una forma que me hacía sentir como si en cada segundo estuviera saciado y a la vez muerto de hambre... y mi cerebro no sabía que hacer con todo aquello. 

En vez de responderle o decirle lo que pensaba que podíamos hacer, le besé el cuello, apreté los dedos sobre la suave piel de su cadera y le dije: —Yo tampoco, pero no estoy preparado para dejarlo pasar tan pronto. 

—Me siento tan bien... —Susurró contra mi garganta y yo gruñí en una agonía silenciosa, evidentemente incapaz de lograr encontrar algo coherente como respuesta. 

Tenía miedo de acabar aullando. La besé. La empujé aún más contra el colchón. Ese éxtasis desgarrador siguió durante mucho tiempo. Su cuerpo se elevaba para encontrarse con el mío y su boca, húmeda, ávida y dulce, no dejaba de morderme. 

******

Me desperté cuando alguien me arrancó la almohada de debajo de la cabeza y ______ murmuró algo incoherente sobre espinacas y perritos calientes. Estaba hablando en sueños aquella inquieta acaparadora de la cama. Le pasé una mano ansiosa por el trasero antes de volverme para mirar el reloj. Solo eran un poco más de las cinco de la mañana, pero sabía que teníamos que levantarnos pronto para poder llegar al vuelo de las ocho. Por mucho que odiara dejar nuestro pequeño y feliz antro de perversión, no había trabajado nada mientras estábamos allí y estaba empezando a sentirme cada vez más culpable por la carrera que había dejado a un lado. 

Durante la última década, mi trabajo había sido mi vida, y aunque cada vez estaba más cómodo con el devastador efecto que _______ tenía sobre mi equilibrio, tenía que volver a centrarme. Era hora de volver a casa, recuperar mi papel de jefe y triunfar de nuevo. 

El sol de primera hora de la mañana se filtraba por la ventana e inundaba su piel pálida con una luz azul grisáceo. Estaba tumbada de costado y enroscada, de cara a mí, con el pelo oscuro enmarañado sobre la almohada que tenía detrás de ella y la mayor parte de la cara oculta por mi almohada. Podía entender sus dudas a la hora de decidir cómo iba a funcionar nuestra relación cuando volviéramos a la realidad. La burbuja de San Diego había sido fantástica, en parte porque allí no se daban ninguno de los aspectos que hacían que nuestra relación fuera complicada: su trabajo en Maslow Media, mi papel en el negocio familiar, su beca, nuestras actitudes independientes que chocaban. Aunque quería presionarla para definir lo que había entre nosotros y establecer expectativas para que no nos hundiéramos, su enfoque, más a favor de ir probando, era probablemente el correcto. 

No nos habíamos molestado en recoger las mantas y volverlas a poner en la cama después de haberlas tirado al suelo la noche anterior, así que tuve la oportunidad de quedarme mirando su cuerpo desnudo. Sin duda podía acostumbrarme a despertarme con esa mujer en mi cama. Pero por desgracia no teníamos una mañana libre por delante. Intenté despertarla poniéndole la mano en el hombro, después le di un beso en el cuello y por fin un fuerte pellizco en el trasero. Ella estiró la mano y me dio un cachete fuerte en el brazo antes de que me diera tiempo de apartarme. Y eso que no estaba seguro de que estuviera despierta del todo.

—Gilipollas. 

—Deberíamos levantarnos y ponernos en marcha. Tenemos que estar en el aeropuerto dentro de poco más de una hora. 

______ se movió y me miró, con las arrugas de la almohada marcadas en la cara y los ojos desenfocados. No se molestó en cubrirse el cuerpo como lo había hecho la primera mañana, pero la sonrisa que mostraba no era radiante. 

—Vale —dijo, se sentó, bebió un poco de agua y me dio un beso en el hombro antes de salir de la cama. 

Observé su cuerpo desnudo mientras caminaba hacia el baño, pero ella no me miró. No necesitaba exactamente un polvo mañanero rápido, pero no me habría importado una sesión de caricias o una charla todavía tumbados en la cama. 

«Creo que no debería haberle pellizcado el trasero.» 

Cuando terminé de recoger mis cosas, todavía no había salido, así que me acerqué y llamé a la puerta del baño. 

—Voy a mi habitación a ducharme y hacer la maleta. 

Ella se quedó en silencio unos segundos. 

—Vale. 

—¿No me puedes decir algo más que «vale»? 

Su risa me llegó desde el otro lado de la puerta. 

—Creo que antes te he llamado «gilipollas». 

Sonreí. Pero cuando abrí la puerta para marcharme, ella abrió la puerta del baño y salió para caer directamente en mis brazos, rodeándome con su cuerpo y apretando la cara contra mi cuello. Todavía estaba desnuda y cuando levantó la vista, sus ojos parecían un poco enrojecidos. 

—Lo siento —dijo besándome la mandíbula antes de acercar la cara para darme un beso largo y profundo—. Es que me pongo nerviosa antes de volar. 

Se volvió y entró en el baño antes de que pudiera mirarla a los ojos para averiguar si me estaba diciendo la verdad. 

******

La habitación de al lado se veía extrañamente inmaculada, incluso para una cadena de hoteles de categoría. No necesité mucho tiempo para hacer la maleta y menos para ducharme y vestirme. Pero algo evitó que volviera a la habitación de _______ tan pronto. Era como si ella necesitara un poco de tiempo allí a solas para librar la batalla silenciosa que se estuviera produciendo en su interior. Para mí era obvio que ella estaba atravesando un conflicto, pero ¿hacia dónde se decantaría al final? ¿Decidiría que quería intentarlo? ¿O decidiría que no era posible encontrar un equilibrio entre el trabajo y nosotros? 

Cuando mi impaciencia superó a mi caballerosidad, saqué mi maleta al pasillo y llamé a su puerta. Ella la abrió vestida como una pin up caracterizada de mujer de negocios traviesa y me llevó un siglo subir desde sus piernas hasta sus pechos y por fin a su cara. 

—Hola, preciosa. 

Ella me dedicó una sonrisa tímida. 

—Hola. 

—¿Lista? —pregunté pasando a su lado para coger su maleta. 

La manga de mi chaqueta le rozó el brazo desnudo y antes de que pudiera entender del todo lo que estaba pasando, ella me había agarrado la corbata y se la había enredado en el puño. Un segundo después tenía la espalda contra la pared y su boca sobre la mía. Me quedé helado por la sorpresa. 

—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.

Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la corbata y gimió dentro de mi boca cuando sintió que mi miembro empezaba a crecer contra su cuerpo. Sus hábiles dedos me sacaron la corbata del cuello de la camisa y después la tiraron al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un vuelo. 

—______ —dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo, no tenemos tiempo para esto. 

—No me importa. 

_________________________________________
Ayyyyy, son tan beshos /.\ 
Se aman tanto  kjdhfjshdjf. Solo falta que terminen por aceptarlo totalmente, se casen, tengan mil hijos y todas/os seremos felices por siempre 

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Mensaje por Invitado Lun 03 Mar 2014, 9:01 am

Maratón 1/5

~~~> Capítulo 52

—Vaya, menudo saludo —murmuré contra sus labios.

Con una mano sobre mi pecho, empezó a soltarme la corbata y gimió dentro de mi boca cuando sintió que mi miembro empezaba a crecer contra su cuerpo. Sus hábiles dedos me sacaron la corbata del cuello de la camisa y después la tiraron al suelo antes de que pudiera siquiera recordar que teníamos que coger un vuelo. 

—______ —dije esforzándome por apartarme de ella y de sus besos—. Cielo, no tenemos tiempo para esto. 

—No me importa. 

Ella no era más que dientes y labios, lametones por todo mi cuello, manos ávidas soltándome el cinturón y cogiendo mi sexo. Solté una maldición entre dientes, completamente incapaz de resistirme a la forma en que me agarraba a través de los pantalones ni a su forma exigente de apartarme y quitarme la ropa. 

—Joder, ______, has perdido la cabeza, estás salvaje. 

La giré y ahora fue su espalda la que estaba contra la pared. Le metí la mano debajo de la blusa y le aparté a un lado sin miramientos una copa del sujetador. Su necesidad era contagiosa y mis dedos recibieron encantados el endurecimiento de sus pezones y la curva firme de su pecho que ella apretaba contra mi palma. Bajé la mano y le subí la falda hasta la cadera, le bajé la ropa interior que ella apartó a un lado con el pie y la levanté del suelo. Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso instante. 

—Dime que me deseas —me dijo. 

Las palabras salían a la vez que sus exhalaciones y eran prácticamente solo aire. Estaba temblando y tenía los ojos fuertemente cerrados. 

—No tienes ni idea. Quiero todo lo que me quieras dar. 

—Dime que podemos hacer esto. —Me bajó los pantalones y los calzoncillos por debajo de las rodillas y me rodeó la cintura con las piernas a la vez que me clavaba el tacón del zapato en el trasero. 

Cuando mi miembro se deslizó contra ella, entrando solo un poco, le cubrí la boca porque dejó escapar una especie de lamento, casi un gemido. O un sollozo. Me aparté para mirarle la cara. Tenía lágrimas cayéndole por las mejillas. 

—¿______? 

—No pares —me dijo con un hipo, inclinándose para besarme el cuello. Escondiéndose. Intentó meter una mano entre los dos para cogerme. Era una extraña forma de desesperación. Ambos habíamos probado los polvos frenéticos y rápidos escondidos en alguna parte, pero esto era algo completamente diferente. 

—Para. —La empujé, incrustándola contra la pared—. Cariño, ¿qué estás haciendo? 

Por fin abrió los ojos, fijos en el cuello de mi camisa. Me soltó un botón y después otro. 

—Solo necesito sentirte una vez más. 

—¿Qué quieres decir con «una vez más»? 

Ella no me miró ni dijo nada más. 

—______, cuando salgamos de esta habitación podemos dejarlo todo aquí. O podemos llevarnos todo lo que hay con nosotros. Creo que podemos arreglárnoslas... Pero ¿tú también lo crees? 

Ella asintió mordiéndose el labio con tanta fuerza que ya lo tenía blanco. Cuando lo soltó, se volvió de un rojo tentador y decadente. 

—Eso es lo que quiero. 

—Te lo he dicho, quiero más de esto. Quiero estar contigo. Quiero ser tu amante —le juré mientras me pasaba las manos por el pelo—. Me estoy enamorando de ti, ______. 

Ella se inclinó, riendo, y el alivio se sintió en todo su cuerpo. Cuando se puso de pie, me acercó otra vez y apretó los labios contra mi mejilla. 

—¿Lo dices en serio? 

—Totalmente en serio. Quiero ser el único tío que te folla contra las ventanas y también la primera persona que veas por la mañana a tu lado... después de haberme robado la almohada. También me gustaría ser la persona que te traiga a ti polos de lima cuando hayas comido sushi en mal estado. Solo nos quedan unos meses en los que esto puede ser potencialmente complicado. 

Con mi boca sobre la suya y las manos agarrándole la cara, creo que por fin empezó a entender. 

—Prométeme que me llevarás a la cama cuando volvamos —me dijo. 

—Te lo prometo. 

—A tu cama. 

—Joder, sí, a mi cama. Tengo una cama enorme con un cabecero al que puedo atarte y azotarte por ser tan idiota. 

Y en ese momento los dos éramos totalmente perfectos. 

En el pasillo, le di un beso final en la palma, dejé caer su mano y abrí la marcha hacia el vestíbulo.

***** 

James fue al coche mientras yo me quedaba en la recepción dejando las llaves de las habitaciones. Con una última mirada al vestíbulo, intenté recordar todo lo que había pasado en aquel viaje. 

Cuando salí y vi a James al lado del botones, mi corazón empezó a latir como un loco bajo mis costillas. Todo me daba vueltas todavía. Me di cuenta de que me había dado muchas oportunidades de decirle lo que quería y yo había estado demasiado insegura de si podíamos hacer que funcionara. Aparentemente él era más fuerte que yo.

«Me estoy enamorando de ti.» 

Se me retorció el estómago deliciosamente. El señor Gugliotti vio a James desde la acera y se acercó. Se estrecharon las manos y parecieron intercambiar comentarios corteses. Quería acercarme y unirme a la conversación como una más, pero me preocupaba no poder contener lo que estaba ocurriendo en ese momento en mi corazón y que mis sentimientos por James se vieran en mi cara. El señor Gugliotti me miró, pero no pareció reconocerme fuera de contexto. Volvió a mirar a James y asintió ante algo que había dicho. Esa falta de reconocimiento me hizo dudar aún más. Todavía no era alguien en quien se fijara la gente. 

Tenía en las manos los papeles del hotel, la lista de cosas por hacer de James y su maletín. Me quedé algo alejada: solo una becaria. Haciendo tiempo, intenté disfrutar de los últimos momentos de brisa del mar. La voz profunda de James me llegaba desde la distancia que nos separaba. 

—Parece que entre todos sacaron unas cuantas buenas ideas. Me alegro de que ______ tuviera la oportunidad de participar en el ejercicio. 

El señor Gugliotti asintió y dijo: —______ es inteligente. Todo fue bien. 

—Estoy seguro de que podemos ponernos en contacto a través de videoconferencia pronto para empezar el proceso de traspaso de la cuenta. 

«¿Ejercicio? ¿Empezar?» 

Pero ¿no es eso lo que he hecho ya? Le di a Gugliotti unos documentos legales para que los firmara y los enviara de vuelta por mensajería... 

—Suena bien. Le pediré a Annie que te llame para arreglarlo. Me gustaría repasar los términos contigo. No estoy cómodo teniendo que firmarlos ahora. 

—Claro, es normal. 

El corazón se me aceleró cuando una espiral de pánico y humillación recorrió mis venas. Era como si la reunión que habíamos tenido no hubiera sido más que una mera representación para mí y que el trabajo de verdad se llevaría a cabo entre esos dos hombres cuando volvieran al mundo real. 

«¿Es que todo el congreso ha sido una enorme fantasía?» 

Me sentí ridícula al recordar los detalles que había compartido con James. Qué orgullosa había estado de hacer eso por él y ocuparme de ello mientras él estaba enfermo... 

—Henry me dijo que ______ tiene una beca Miller. Es fantástico. ¿Se va a quedar en Maslow Media cuando la termine? —preguntó Gugliotti. 

—No lo sé con seguridad todavía. Es una niña increíble. Pero todavía le falta un poco de rodaje. 

Me quedé sin aliento de repente, como si me hubieran encerrado en un vacío. James tenía que estar de broma. Yo sabía sin necesidad de que Elliott me lo dijera (y me lo había dicho infinidad de veces) que tendría trabajos para elegir cuando terminara. Llevaba años trabajando en Maslow Media, dejándome los cuernos para sacar adelante mi trabajo y mi licenciatura. Conocía algunas cuentas mejor que la gente que las llevaba. Y James lo sabía.

Gugliotti rió. 

—Le falte rodaje o no, yo la contrataría sin pensarlo. Mantuvo muy bien el tipo en la reunión, James. 

—Claro que sí —dijo James—. ¿Quién te crees que la ha formado? La reunión contigo fue una buena forma de que entrara un poco en materia, por eso te lo agradezco. No dudo de que le irá estupendamente acabe donde acabe. Eso sí, cuando esté lista. 

No parecía otra cosa que el James Maslow que conocía. No era el amante que había dejado unos minutos atrás, agradecido y orgulloso de mí por haber sido capaz de dar la cara por él de forma tan competente. Este ni siquiera era el tipo odioso que solo hacía alabanzas a regañadientes. Este era otra persona. Alguien que me llamaba «niña» y que actuaba como si «él» me hubiera hecho un favor a «mí». 

¿Rodaje? ¿Acaso lo había hecho solo «bien»? ¿Él había sido mi «mentor»? ¿En qué universo? 

Me quedé mirando los zapatos de la gente que pasaba delante de mí mientras entraban y salían por las puertas giratorias. ¿Por qué me parecía que se me había caído el alma a los pies dejando nada más que un agujero lleno de ácido? 

Llevaba en el mundo de los negocios el tiempo suficiente para saber cómo funcionaba. La gente que estaba arriba no había llegado allí compartiendo sus logros. Habían llegado gracias a hacer grandes promesas, reclamar para sí grandes cosas y alimentar unos egos todavía más grandes. 

«En mis primeros seis meses en Maslow Media conseguí una cuenta de marketing de sesenta millones de dólares. 
»He gestionado la cartera de cien millones de dólares de L’Oréal. 
»He diseñado la última campaña de Nike. 
»Y convertí un ratón de campo en un tiburón de los negocios.» 

Siempre había sentido que me alababa contra su voluntad, y había algo satisfactorio en demostrar que no tenía razón, en superar sus expectativas aunque solo fuera para fastidiarlo. Pero ahora que habíamos admitido que nuestros sentimientos se habían convertido en algo más, él quería reescribir la historia. 

Él no había sido un mentor para mí; yo no había necesitado que lo fuera. Él no me había empujado hacia el éxito; si algo había hecho antes de este viaje era ponerse en mi camino. Había intentado que dimitiera siendo todo el tiempo un cabrón. Y lo había dado todo por él a pesar de ello. Y ahora estaba arrastrando mis logros por el fango solo para salvar la cara por no haber asistido a una reunión. Mi corazón se rompió en mil pedazos. 

—¿______? 

Levanté la vista y me encontré con su expresión confundida. 

—El coche está listo. Creía que habíamos quedado en encontrarnos fuera. 

Parpadeé y me limpié los ojos como si tuviera algo dentro y no como si estuviera a punto de caerme redonda allí mismo, en el vestíbulo del hotel Wynn. 

—Es verdad. —Cogí las cosas y lo miré—. Se me había olvidado. 

De todas las mentiras que le había dicho, esa era la peor porque él la notó inmediatamente. Y por la forma en que unió las cejas y se acercó, con la mirada ansiosa e inquisitiva, no tenía ni idea de por qué yo sentía que tenía que mentirle sobre algo como eso. 

—¿Estás bien, cariño? 

Parpadeé de nuevo. Me había encantado cuando me había llamado eso mismo veinte minutos antes, pero ahora no parecía estar bien. 

—Solo cansada. 

También supo que estaba mintiendo, pero esta vez no me preguntó nada. Me puso la mano en la parte baja de la espalda y me llevó hasta el coche.
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Mensaje por Invitado Lun 03 Mar 2014, 9:02 am

Maratón 2/5

~~~> Capítulo 53

Sabía que las mujeres se pueden poner de mal humor de repente. Conocía unas cuantas que se veían enfrascadas en pensamientos y situaciones imaginarias y con un solo «qué pasaría si...» se remontaban desde treinta mil años atrás hasta el futuro y se enfadaban por algo que asumían que ibas a hacer tres días después. Pero no me parecía que eso fuera lo que estaba pasando con ______ y de todas formas ella nunca había sido ese tipo de mujer. La había visto furiosa antes. Demonios, de hecho había visto todos los estados de enfado que tenía: molesta, iracunda, detestable y cercana a la violencia. Pero nunca la había visto dolida. 

Se enterró en una montaña de documentos en el corto viaje hasta el aeropuerto. Se excusó para llamar a su padre y ver cómo estaba mientras esperábamos en la puerta. En el avión se durmió en cuanto llegamos a nuestros asientos, ignorando mis ingeniosas peticiones de que entráramos en el club de los que han follado a más de mil metros. 

Abrió los ojos el tiempo justo para rechazar la comida, aunque yo sabía que no había desayunado nada. Cuando se despertó por fin empezábamos a descender y se puso a mirar por la ventanilla en vez de mirarme a mí. 

—¿Me vas a decir qué ocurre? 

Tardó mucho en contestarme y mi corazón empezó a acelerarse. Intenté pensar en todos los momentos en que podía haberlo fastidiado todo. Sexo con ______ en la cama. Más sexo con ______. Orgasmos para ______. Había tenido muchos orgasmos, para ser sinceros. No creía que fuera eso. Despertarnos, ducha, profesarle mi amor básicamente. El vestíbulo del hotel, Gugliotti, aeropuerto… Me detuve. 

La conversación con Gugliotti me había hecho sentir muy falso. No estaba seguro de por qué había actuado como un capullo posesivo, pero no podía negar que ______ tenía ese efecto en mí. Había estado increíble en la reunión, lo sabía, pero no tenía ni la más mínima intención de dejar que ella bajara un escalón y acabara trabajando para un hombre como Gugliotti cuando acabara su máster. Él seguramente la trataría como a un trozo de carne y se pasaría el día mirándole el trasero. 

—Oí lo que dijiste. —Lo dijo en voz tan baja que necesité un momento para registrar que había dicho algo y otro más para procesarlo. Se me cayó el alma a los pies. 

—¿Lo que dije cuándo? 

Ella sonrió y se volvió, por fin, para mirarme. 

—A Gugliotti. —Joder, estaba llorando. 

—Sé que he sonado posesivo. Lo siento. 

—Que has sonado posesivo... —murmuró volviéndose otra vez hacia la ventanilla—. Has sonado desdeñoso... ¡Me has hecho parecer infantil! Has actuado como si la reunión fuera un ejercicio de formación. Me he sentido ridícula por cómo te la describí ayer, pensando que era algo más.

Le puse la mano en el brazo y me reí un poco. 

—Los hombres como Gugliotti tienen un ego muy grande. Necesita sentir que los ejecutivos los escuchan. Hiciste todo lo que hacía falta. Él solo quería que yo fuera el que le pasara el contrato «oficial». 

—Pero eso es absurdo. Y tú lo has alentado, utilizándome a mí como peón. 

Parpadeé confuso. Yo había hecho exactamente lo que había dicho. Pero así se jugaba el juego, ¿no? 

—Eres mi asistente. 

Una breve carcajada escapó de sus labios y se volvió hacia mí otra vez. 

—Claro. Porque tú te has preocupado todo este tiempo de cómo ha progresado mi carrera. 

—Claro que lo he hecho. 

—¿Cómo puedes saber que necesito rodaje? Apenas te fijaste en mi trabajo antes de ayer. 

—Eso es totalmente falso —dije y negué con la cabeza. Estaba empezando a irritarme—. Lo sé porque he estado observando «todo» lo que has hecho. No quiero ejercer presión sobre ti para que hagas más de lo que puedes hacer ahora, y por eso estoy manteniendo el control sobre la cuenta de Gugliotti. Pero lo hiciste muy bien y estoy muy orgulloso de ti. 

Ella cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el asiento. 

—Me has llamado «niña». 

—¿Ah, sí? —Busqué en mi memoria y me di cuenta de que tenía razón—. Supongo que no quería que te viera como la mujer de negocios explosiva que eres e intentara contratarte y tirársete. 

—Dios, James. Eres tan imbécil... ¡Tal vez quiera contratarme porque puedo hacer bien el trabajo! 

—Discúlpame. Estoy actuando como un novio posesivo. 

—Eso del «novio posesivo» no es nuevo para mí. Es que has actuado como si me hubieras hecho un favor. Es lo condescendiente que has sido. Y no estoy segura de que ahora sea el mejor momento para entrar en la interacción típica de jefe y asistente. 

—Te he dicho que creo que lo hiciste fantásticamente con él. 

Ella se me quedó mirando mientras empezaba a ponerse roja. 

—No deberías haber dicho eso en primer lugar. Deberías haber dicho: «Bien. Vamos a volver al trabajo». Y ya está. Y con Gugliotti actuaste como si me tuvieras bajo tu ala. Antes de esto habrías fingido que apenas me conocías. 

—¿De verdad tenemos que hablar de por qué era un capullo antes? Tú tampoco eras la persona más dulce del mundo. ¿Y por qué lo vamos a sacar a relucir ahora precisamente? 

—No estoy hablando de que tú fueras un capullo antes. Estoy hablando de cómo eres ahora. Estás intentando compensarme. Por eso exactamente es por lo que no hay que tirarse al jefe. Eras un buen jefe antes: me dejabas hacer mi trabajo y tú hacías el tuyo. Ahora eres el mentor preocupado que me llama «niña» mientras habla con el hombre ante el que le he salvado el culo. Es increíble. 

—______...

—Puedo tratar contigo cuando eres un cabrón tremendo, James. Estoy acostumbrada, es lo que espero de ti. Así es cómo funcionan las cosas. Porque aparte de todos los resoplidos y portazos, sé que me respetas. Pero el modo en que te has comportado hoy... eso establece una línea que no había antes. —Negó con la cabeza y volvió a mirar por la ventana. 

—Creo que estás exagerando. 

—Tal vez —dijo agachándose para sacar el teléfono de su bolso—. Pero me he dejado los cuernos para llegar donde estoy ahora... ¿Y qué estoy haciendo arriesgándolo? 

—Podemos hacer las dos cosas, ______. Durante unos pocos meses, podemos trabajar y estar juntos. Esto, lo que está pasando hoy, se llama miedo a pasar de nivel. 

—No estoy segura —dijo parpadeando y mirando más allá de mí—. Estoy intentando hacer lo más inteligente, James. Nunca antes había cuestionado mi valía, ni cuando creía que tú sí lo hacías. Y entonces, cuando creía que veías exactamente quién era, me has menospreciado así... —Levantó la vista con los ojos llenos de dolor—. Supongo que no quiero empezar a cuestionarme ahora, después de todo lo que he trabajado. 

El avión aterrizó con una sacudida, pero eso no me sobresaltó tanto como lo que ella acababa de decir. Había tenido discusiones con los presidentes de algunos de los departamentos financieros más grandes del mundo. Me había metido en el bolsillo a ejecutivos que creían que podían machacarme. Podía pelear con esta mujer hasta que terminara el mundo y solo me sentiría más hombre con cada palabra. Pero justo en ese momento no fui capaz de encontrar nada que decirle. 

*****

Decir que no pude dormir esa noche sería poco. Apenas pude siquiera tumbarme. Todas las superficies planas parecían tener su forma y eso que ella nunca había estado en mi casa. El mero hecho de que hubiéramos hablado de ello y que hubiera planeado que ella viniera a mi casa la primera noche nada más volver, hacía que su fantasma pareciera estar allí permanentemente. 

La llamé y no me cogió el teléfono. Cierto que eran las tres de la mañana, pero yo sabía que ella tampoco estaba durmiendo. Su silencio se vio empeorado por el hecho de que sabía cómo se sentía. Sabía que estaba tan metida en aquello como yo, pero ella pensaba que no debería. No veía el momento de que llegara el día siguiente. 
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Mensaje por Invitado Lun 03 Mar 2014, 9:02 am

Maratón 3/5

~~~> Capítulo 54

Entré a las seis, antes de que ella llegara. Nos traje café a los dos y actualicé mi agenda para ahorrarle un poco de tiempo que pudiera utilizar para ponerse al día después de haber estado fuera. Envié por fax el contrato a Gugliotti diciéndole que la versión que vio en San Diego era la versión final y que lo que ______ le dijo era lo que valía. Le di dos días paradevolverlos firmados. Y después me puse a esperar.

A las ocho mi padre entró en el despacho y Henry cerró la puerta detrás de él. Mi padre fruncía el ceño a menudo, pero muy pocas veces cuando me miraba a mí. Y Henry nunca parecía molesto. Pero ahora mismo los dos parecían tener ganas de asesinarme. 

—¿Qué has hecho? —Mi padre dejó caer una hoja de papel sobre mi mesa. La sangre se me heló en las venas. 

—¿Qué es eso? 

—Es la carta de dimisión de ______. Me la ha mandado a través de Sara esta mañana. 

Pasó un minuto entero antes de que pudiera hablar. En ese tiempo lo único que se oyó fue la voz de mi hermano diciendo: —James, imbécil, ¿qué ha pasado? 

—La he fastidiado —dije finalmente apretándome las manos contra los ojos. 

Mi padre se sentó con la cara seria. Estaba sentado en la misma silla en la que, menos de un mes antes, se había sentado ______ con las piernas abiertas y se había tocado mientras yo intentaba mantener la compostura por teléfono. 

«Dios, ¿cómo he dejado que pase esto?» 

—Dime qué ha ocurrido —mi padre habló en voz muy baja: un período de calma entre dos terremotos. 

Me aflojé la corbata porque me estaba agobiando por la presión que sentía en el pecho. 

«______ me ha dejado.» 

—Estamos juntos. O estábamos. 

Henry gritó: —¡Lo sabía! 

A la vez que mi padre gritaba: —¿Que vosotros qué? 

—No lo estábamos hasta San Diego —les aclaré rápidamente—. Antes de San Diego solo estábamos... 

—¿Follando? —intentó ayudarme graciosamente Henry y recibió una mirada reprobatoria de mi padre.

—Sí. Solo estábamos... —Una punzada de dolor me atravesó el pecho. Su expresión cuando me incliné para besarla. Cómo se mordía el carnoso labio inferior. Su risa contra mi boca—. Y como ambos sabéis, yo soy un imbécil. Pero ella me plantaba cara de todas formas —les aseguré—. Y en San Diego se convirtió en algo más. Joder. —Estiré la mano para coger la carta, pero la aparté—. ¿De verdad ha dimitido? 

Mi padre asintió con su expresión inescrutable. Ese había sido su superpoder durante toda mi vida: en los momentos en los que más sentía, mostraba lo mínimo. 

—Por eso tenemos la política de no confraternización en la oficina, James —me dijo bajando la voz al llegar a mi diminutivo—. Creía que era más inteligente que todo esto. 

—Lo sé. —Me froté la cara con las manos y después le hice un gesto a Henry para que se sentara y les conté todos los detalles de lo que había pasado con mi intoxicación alimentaria, la reunión con Gugliotti y cómo ______ me había sustituido diligente y competentemente. Dejé claro que acabábamos de decidir que íbamos a estar juntos cuando me encontré con Ed en el hotel. 

—Eres un maldito estúpido —dijo mi hermano cuando terminé y ¿cómo no iba a estar de acuerdo? 

Después de una dura charla y de asegurarme de que teníamos que hablar largo y tendido de todas las formas en que lo había fastidiado todo, mi padre se fue a su despacho para llamar a ______ y pedirle que volviera a trabajar para él lo que le quedaba de las prácticas del máster. Él no solo estaba preocupado por el efecto sobre Maslow Media, aunque si ella decidía quedarse cuando acabara su máster podría fácilmente convertirse en uno de los miembros más importantes de nuestro equipo de marketing estratégico. 

También le irritaba que a ella le quedaban menos de tres meses para encontrar un nuevo puesto de asistente, aprender los entresijos del nuevo trabajo y hacerse cargo de otro proyecto para presentar ante la junta de la beca. Y dada su influencia en la facultad de empresariales, lo que ellos dijeran determinaría si ______ obtenía una matrícula de honor y una carta de recomendación del consejero delegado de JT Miller. Eso podía propiciar un buen principio para su carrera o destrozarla. 

Henry y yo nos sentamos en un silencio sepulcral durante la siguiente hora; él me miraba fijamente y yo miraba por la ventana. Casi podía sentir cuántas ganas tenía de darme una paliza. Mi padre volvió a mi despacho, recogió la carta de dimisión y la dobló en tres partes. Todavía no había sido capaz de mirarla. La había escrito a ordenador y, por primera vez desde que la conocí, no había nada que deseara más que ver su caligrafía ridículamente mala en vez de esa carta impersonal en blanco y negro escrita en Times New Roman. 

—Le he dicho que esta empresa la valora y que esta familia la quiere y que queremos que vuelva. —Mi padre hizo una pausa y me miró—. Me ha dicho que esas son razones todavía más poderosas para que ella quiera hacer esto sola. 

*****

Chicago se convirtió en un universo paralelo, uno en el que era como si Billy Sianis nunca hubiera echado la maldición de la cabra sobre los Chicago Cubs y como si Oprah nunca hubiera existido porque en él, ______ ya no trabajaba para Maslow Media. Había dimitido. Había dejado uno de los proyectos más grandes de la historia de Maslow Media. Me había dejado a mí. 

Cogí el archivo Papadakis de su mesa; el departamento legal había hecho el borrador del contrato mientras estábamos en San Diego y todo lo que le faltaba era una firma. ______ se podría haber pasado los últimos dos meses de su máster perfeccionando su presentación para la junta de la beca. En vez de eso estaría empezando en otro sitio.

¿Cómo había podido soportar todo lo que le había hecho pasar antes y, sin embargo, irse por aquello? ¿Realmente era tan importante que yo la tratara como a una igual ante un hombre como Gugliotti que eso le había hecho sacrificar lo que había entre nosotros? 

Con un gruñido tuve que reconocer que la razón que tenía para preguntar eso también era la razón por la que se había ido ______. Yo creía que podíamos mantener nuestra relación y nuestras carreras, pero eso era porque yo ya había demostrado lo que podía hacer. Ella era una asistente. Todo lo que necesitaba de mí era que le asegurara que su carrera no iba a sufrir por nuestra temeridad e hice justo lo contrario: confirmarle que así iba a ser. 

Tengo que admitir que me sorprendió que en la oficina no se volvieran todos locos con lo que yo había hecho, pero parecía que solo mi padre y Henry lo sabían. ______ había tenido lo nuestro en secreto siempre. Me pregunté si Sara sabría todo lo que había pasado, si estaría en contacto con ______. Y pronto tuve mi respuesta. 

Unos pocos días después de que Chicago cambiara, Sara entró en mi despacho sin llamar. 

—Esta situación es una estupidez total. 

Levanté la vista para mirarla y dejé el archivo que había estado estudiando para mirarla fijamente lo bastante para hacerla revolverse un poco antes de hablar. 

—Quiero recordarle que «esta situación» no es asunto suyo. 

—Soy su amiga, así que lo es. 

—Como empleada de Maslow Media de Henry, no lo es. 

Me miró durante un largo momento y después asintió. 

—Lo sé. No se lo voy a decir a nadie, si eso es lo que insinúa. 

—Claro que eso era lo que quería decir. Pero también me refiero a su comportamiento. No quiero que meta las narices en mi despacho sin molestarse en llamar. 

Ella pareció arrepentida pero no se arredró ante mi mirada. Estaba empezando a ver por qué ella y ______ eran tan amigas: ambas tenían una voluntad de hierro que rozaba en la imprudencia y eran ferozmente leales. 

—Comprendido. 

—¿Puedo preguntarle por qué está aquí? ¿Es que la ha visto? 

—Sí. 

Esperé. No quería presionarla para que rompiera su confianza, pero, Dios santo, estaba deseando sacudirla hasta que soltara todos los detalles. 

—Le han ofrecido un trabajo en Studio Marketing. 

Exhalé tenso. Una empresa decente, aunque pequeña. Un recién llegado con algunos buenos ejecutivos junior pero unos cuantos gilipollas de marca mayor dirigiéndola. 

—¿Quién es su jefe? 

—Un tío que se apellida Julian.

Cerré los ojos para ocultar mi reacción. Troy Julian estaba en la junta y era un ególatra con una afición por llevar mujeres floreros colgadas del brazo que solo rozaba la legalidad. ______ tenía que saberlo, ¿en qué estaría pensando? 

«Piensa, imbécil.» 

Ella estaría pensando que Julian tenía los recursos para darle un proyecto con suficiente sustancia en el que pudiera trabajar para hacer su presentación dentro de tres meses. 

—¿En qué proyecto está trabajando? 

Sara caminó hasta mi puerta y la cerró para que la información no llegara a oídos ajenos. 

—Sander’s Pet Chow. 

Me puse de pie y golpeé la mesa con las dos manos. La furia me estranguló y cerré los ojos para controlar mi genio antes de tomarla con la asistente de mi hermano. 

—Pero es una cuenta diminuta. 

—Ella no es más que una asistente, señor Maslow. Claro que es una cuenta diminuta. Solo alguien que está enamorado de ella la dejaría trabajar en una cuenta de un millón de dólares y un contrato de marketing de diez años. —Sin mirarme se giró y salió del despacho. 

*****

______ no me contestó al móvil, ni al teléfono de su casa, ni a ningún email de los que le mandé a la cuenta personal que tenía en su archivo. Ni llamó, ni pasó por allí, ni dio ninguna indicación de que quisiera hablar conmigo. 

Pero cuando sientes que te han abierto en canal el pecho con un pico y no puedes dormir, haces cosas como mirar en su información confidencial la dirección del apartamento de tu asistente, vas hasta allí en el coche un sábado a las cinco de la mañana y esperas a que salga. Y como no salió del apartamento en un día entero, convencí al guardia de seguridad de que era su primo y estaba preocupado por su salud. Él me acompañó arriba y se quedó detrás de mí cuando llamé a la puerta. 

El corazón me latía tan fuerte que parecía que estuviera a punto de salírseme del pecho. Oí que alguien se movía dentro y caminaba hacia la puerta. Podía prácticamente sentir su cuerpo a centímetros del mío, separado por la madera. Una sombra apareció en la mirilla. Y después, silencio. 

—______. 

No abrió la puerta, pero tampoco se apartó. 

—Cariño, por favor, abre la puerta. Necesito hablar contigo. 
Después de lo que me pareció una hora, dijo: —No puedo, James. 

Apoyé la frente contra la puerta y también las palmas. Tener algún superpoder me habría venido bien en ese momento. Manos que escupían fuego, o la sublimación, o solo la capacidad de encontrar algo adecuado que decir. En ese momento eso me parecía imposible.

—Lo siento. 

Silencio. 

—______... Dios. Lo entiendo, ¿vale? Repróchame que he vuelto a ser un capullo. Dime que me den. Hazlo a tu manera... pero no te vayas. 

Silencio. Todavía estaba ahí. Podía sentirla. 

—Te echo de menos. Joder que si te hecho de menos. Mucho. 

—James... ahora no, ¿vale? No puedo hacer esto. 

«¿Estaba llorando?» 

Odiaba no saberlo. 

—Oye, tío. —El guardia de seguridad sonaba como si ese fuera el último lugar en el que quisiera estar y se veía que estaba cabreado porque le había mentido—. Esto no es por lo que dijiste que querías subir. Parece estar bien. Vamos. 

*****

Me fui a casa y me bebí una buena cantidad de whisky. 

Durante dos semanas estuve jugando al billar en un bar sórdido e ignoré a mi familia. Llamé a la empresa para decir que estaba enfermo y solo salí de la cama para coger de vez en cuando un cuenco de cereales, rellenar el vaso o ir al baño, donde siempre que veía mi reflejo me mostraba el dedo en un gesto grosero. Estaba deprimido, y como nunca antes había experimentado nada como eso, no tenía ni idea de cómo salir de ello. 

Mi madre vino con algo de comida y la dejó en la puerta. Mi padre me dejaba mensajes de voz con las cosas que pasaban en el trabajo. Mina me trajo más whisky. Por fin vino Henry, con el único juego de llaves de repuesto de mi casa que había, me tiró agua helada encima y después me pasó un recipiente de comida china. Me comí la comida mientras él me amenazaba con pegar fotos de ______ por toda la casa si no me recuperaba de una vez y volvía al trabajo. 

Durante las siguientes semanas Sara supuso que estaba perdiendo la cabeza poco a poco y empezó a pasar para darme informes una vez a la semana. Se mantenía estrictamente profesional, diciéndome cómo le iba a ______ en su nuevo trabajo con Julian. Su proyecto iba bien. Los de Sanders la adoraban. Había hecho una presentación de la campaña a los ejecutivos y le habían dado el visto bueno. Nada de todo aquello me sorprendió. ______ era mucho mejor que todos los que trabajaban allí. 

Ocasionalmente Sara dejaba caer algo más. «Ha vuelto al gimnasio», «Tiene mejor aspecto» o «Se ha cortado el pelo un poco más corto, y le queda muy bien» o «Salimos todas el sábado. Creo que se lo pasó bien, pero se fue pronto». 
«¿Será porque tenía una cita?», me pregunté. 

Y después descarté esa idea. No me la podía imaginar viendo a otra persona. Sabía cómo había sido lo nuestro y estaba bastante seguro de que ______ tampoco estaba viendo a nadie más. 

Esos «informes» nunca eran suficientes. ¿Por qué no podía Sara sacar su teléfono y hacerle unas cuantas fotos? Estaba deseando encontrarme con ______ en una tienda o por la calle. Incluso fui a La Perla un par de veces. Pero no la vi en dos meses. 

Un mes vuela cuando te estás enamorando de la mujer con la que antes tenías sexo. Dos son una eternidad cuando la mujer que quieres te deja. Así que cuando se acercaba la fecha de su presentación y oí en boca de Sara que ______ estaba preparada y que manejaba a Julian con disciplina de hierro, pero que también parecía «un poco más pequeña y menos ella», por fin reuní el valor que necesitaba. 

Me senté en mi mesa, abrí PowerPoint y saqué el plan de Papadakis. A mi lado en la mesa, el teléfono sonó. Pensé en no contestar, porque quería centrarme en aquello y solo aquello. Pero era un número local desconocido y una parte importante de mi cerebro quiso pensar que podría ser ______. 

—James Maslow. 

La risa de una mujer se oyó al otro lado de la línea. 

—Mira, guapo, eres un cabrón gilipollas.
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'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA - Página 4 Empty Re: 'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA

Mensaje por Invitado Lun 03 Mar 2014, 9:02 am

Maratón 4/5

~~~> Capítulo 55

El director Cheng y los otros miembros de la junta de la beca entraron y me saludaron amigablemente antes de tomar asiento. Comprobé mis notas y la conexión entre el portátil y el sistema del proyector, y esperé que los últimos rezagados entraran en la sala. El hielo repiqueteó en los vasos cuando se sirvieron agua. Los colegas hablaron entre ellos en voz baja y alguna risa ocasional rompió el silencio. 

«Colegas.» 

Nunca me había sentido tan aislada. El señor Julian ni siquiera se había molestado en presentarse allí para apoyarme. Qué sorpresa. La sala era muy parecida a otra sala de reuniones que había a diecisiete manzanas de ahí. Había estado de pie delante del edificio Maslow Media Tower un poco antes aquella misma mañana, dándoles las gracias en silencio a todos los que había dentro por convertirme en quién era. Y después había venido caminando, contando las manzanas e intentando ignorar el dolor de mi pecho, sabiendo que James no iba a estar en la sala hoy conmigo, estoico, jugueteando con sus gemelos y con sus ojos atravesando mi calma exterior. 

Echaba de menos mi proyecto. Echaba de menos a mis compañeros. Echaba de menos los estándares despiadados y exigentes de James. Pero sobre todo echaba de menos al hombre en que se había convertido para mí. Odiaba haber sentido la necesidad de elegir un James sobre el otro y no acabar con ninguno de los dos. Una asistente llamó y asomó la cabeza por la puerta para llamar mi atención. 

Le dijo al señor Cheng: —Tengo unos formularios que ______ tiene que firmar antes de empezar. Volvemos enseguida. 

Sin hacerle ninguna pregunta la seguí afuera, con las manos temblando junto a los costados y deseando poder deshacerme de mis nervios. 

«Puedes hacerlo, ______.» 

Veinte miserables diapositivas detallando una campaña de marketing mediocre de cinco cifras para una empresa local de comida para animales. Pan comido. Solo tenía que acabar con eso y después podría irme de Chicago y empezar de nuevo en algún lugar a cientos de kilómetros de allí. 

Por primera vez desde que me había mudado allí, Chicago me resultaba completamente ajeno. Pero aun así, todavía estaba esperando que mi marcha empezara a parecerme la decisión correcta. 

En vez de quedarnos en la mesa de la asistente, cruzamos un pasillo hasta otra sala de reuniones. Ella abrió la puerta y me hizo un gesto para que entrara antes que ella. Pero cuando entré, en vez de seguirme, ella cerró la puerta dejándome allí a solas. O no tan a solas. Me dejó con James.

Sentí como si mi estómago se hubiera evaporado y mi pecho se hubiera hundido en el hueco que había dejado. Estaba de pie junto a la pared de cristal que había en el lado más alejado de la habitación, con un traje azul marino y una corbata morada que le regalé por Navidad y llevaba en la mano un grueso archivo. Tenía los ojos oscuros e inescrutables. 

—Hola. —Le falló la voz en esas dos únicas sílabas. 

Yo tragué saliva, mirando hacia la pared y luchando para contener mis emociones. Estar lejos de James había sido un infierno. Más veces al día de las que podía contar fantaseaba con volver a Maslow Media, o con verlo entrar en el cubículo en el que trabajaba ahora en plan Oficial y caballero, o con que apareciera en mi puerta con una bolsa de La Perla colgando de uno de sus largos y provocativos dedos. 

Pero no esperaba verlo allí, y después de tanto tiempo, incluso esa palabra vacilante casi pudo conmigo. Echaba de menos su voz, su sonrisa, sus labios, sus manos. Echaba de menos la forma en que me miraba, la forma en que esperó por mí, la forma en que yo podía decir que había empezado a quererme. James estaba allí. Y tenía un aspecto horrible. Había perdido peso y aunque iba perfectamente vestido y bien afeitado, la ropa caía de una manera extraña de su alto cuerpo. Parecía que no había dormido en varias semanas. 

Conocía esa sensación. Tenía ojeras y no aparecía por ninguna parte su sonrisita burlona tan característica. En su lugar, su boca dibujaba una línea recta. El fuego que yo siempre había asumido que era propio de su expresión estaba completamente extinguido. 

—¿Qué haces aquí? —le pregunté. 

Levantó una mano y se la pasó por el pelo, deshaciendo completamente el patético estilismo que había intentado hacerse. El corazón se me retorció ante ese desaliño tan familiar. 

—Estoy aquí para decirte que has sido una imbécil por dejar Maslow Media. 

Me quedé boquiabierta al oír su tono y una oleada familiar de adrenalina me recorrió las venas. 

—He sido una imbécil por muchas cosas. Gracias por venir. Una reunión muy divertida. —Me volví para salir de ahí. 

—Espera —dijo en voz baja y exigente. Los viejos instintos se pusieron a trabajar, me detuve y me volví hacia él. Se había acercado varios pasos. 

—Los dos hemos sido unos idiotas, ______. 

—En eso estamos de acuerdo. Tenías razón al decir que has trabajado mucho como mi mentor. He aprendido mi idiotez del mayor idiota que existe. Todo lo bueno lo he aprendido de tu padre. 

Esa crítica pareció haber alcanzado su destino y él hizo una mueca de dolor y dio un paso atrás. Había sentido un millón de emociones en los últimos meses: mucha ira, algo de arrepentimiento, una culpa frecuente y un zumbido continuo de orgullo lleno de justa indignación, pero sabía que lo que acababa de decir no era justo, y de inmediato me arrepentí. 

Él me había empujado, no siempre de forma intencionada, pero aunque solo fuera por eso le debía algo. Pero mientras estaba allí de pie en aquella habitación cavernosa con él, con el silencio naciendo y creciendo como una plaga entre los dos, me di cuenta de que había estado totalmente equivocada todo ese tiempo: fue él quien me dio la oportunidad de trabajar en los proyectos más importantes. Él me llevo consigo a todas las reuniones. Él me hizo escribir los informes críticos, hacer las llamadas difíciles, gestionar la entrega de los documentos de las cuentas más sensibles. Él había sido mi mentor y eso le importaba mucho. 

Tragué saliva. 

—No quería decir eso. 

—Lo sé. Lo veo en tu cara. —Se pasó la mano por la boca—. Pero es parcialmente cierto. No me merezco reconocimiento por lo buena que eres. Supongo que como soy un ególatra necesitaba una parte de él. Pero fue también porque me resultas realmente inspiradora. 

El nudo que había empezado a formarse en mi garganta pareció extenderse hacia abajo y hacia fuera y no me dejaba respirar a la vez que me presionaba el estómago. Estiré el brazo en busca de la silla más cercana. 

—¿Por qué has venido, James? —pregunté de nuevo. 

—Porque si lo estropeas ahora, yo me voy a ocupar personalmente de que no vuelvas a trabajar para ninguno de los integrantes de la lista de los 500 de la revista Fortune nunca más. 

No me lo esperaba y mi enfado resurgió renovado y ardiente. 

—No voy a estropear nada, gilipollas. Estoy preparada. 

—No es eso lo que quería decir. Tengo las diapositivas de Papadakis aquí y también los dossieres. —Me enseñó un lápiz USB y una carpeta—. Y si no te luces con esta presentación ante la junta voy a acabar contigo. 

No había sonrisa arrogante ni juego de palabras intencionado. Pero detrás de lo que decía, pareció resonar algo más. 

«Nosotros. Esto somos nosotros.» 

—Tengas lo que tengas ahí, no es mío —dije señalando el lápiz—. Yo no he preparado las diapositivas de Papadakis. Me fui antes de poder hacerlas. 

Él asintió como si estuviera siendo excepcionalmente lenta. 

—Ya estaban hechos los borradores de los contratos para mandar a firmar cuando tú dimitiste. Yo solo he hecho las diapositivas basándome en «tu» trabajo. Y esto es lo que vas a presentar hoy y no una campaña de marketing de una mierda de comida de perro. 

Resultó humillante que él me tirara mi trabajo a la cara y yo di unos pasos hacia él. 

—Maldita sea, James. Me dejé los cuernos trabajando para ti y me los he dejado trabajando para Julian. Y me dejaré los cuernos sea donde sea donde acabe después, tanto si es vendiendo comida para animales como gestionando campañas de un millón de dólares, y ya te puedes ir a la mierda si crees que puedes entrar aquí con eso y decirme cómo tengo que llevar mi carrera. Tú no me controlas. 

Él se acercó. 

—No quiero controlarte. 

—Y una mierda. 

—Quiero ayudarte. 

—No necesito tu ayuda. 

—Sí, ______, sí la necesitas. Aprovéchala. Este trabajo es tuyo. —Estaba lo bastante cerca para extender la mano y tocarme y aún dio un paso más. Ahora estaba tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo, oler su jabón y su piel combinados para formar su olor familiar—. Por favor. Te lo has ganado. Esto impresionará más a la junta. Un mes antes, había querido más que nada en el mundo presentar esa cuenta. Había sido mi vida durante meses. Era mía. 

Pude sentir que se me formaban lágrimas en los ojos y parpadeé para apartarlas. 

—No quiero estar en deuda contigo. 

—Esto no es un favor. Yo te estoy pagando por tu trabajo. Estoy admitiendo que la he fastidiado. Te estoy diciendo que tienes una de las mejores mentes para los negocios que he conocido. —Su mirada se dulcificó y su mano se acercó para apartarme un mechón de pelo y ponérmelo tras el hombro—. No estarás en deuda conmigo. A menos que tú quieras... pero de una forma totalmente diferente. 

—No creo que pudiera volver a trabajar para ti —dije haciendo que las palabras pasaran a la fuerza por el nudo de desesperación de mi garganta. Necesitaba todas mis fuerzas para no alargar la mano y tocarlo. 

—No quería decir eso. Te estoy diciendo que lo he hecho muy mal como jefe. —Tragó saliva nerviosamente e inspiró profundamente—. Y también como amante. Necesito que aceptes esta presentación —dijo tendiéndome el lápiz usb—. Y necesito que me aceptes otra vez a mí. 

Me quedé mirándolo. 

—Tengo que volver a la sala de reuniones. 

—No, todavía no. Van retrasados. —Miró su reloj—. Hace un minuto más o menos Henry ha llamado a Cheng con una distracción estúpida para que yo pudiera hablar contigo a solas y pudiera decirte A, que eres imbécil y B, que quiero otra oportunidad contigo. 
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'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA - Página 4 Empty Re: 'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA

Mensaje por Invitado Lun 03 Mar 2014, 9:04 am

Maratón 5/5 {Capítulo final}


~~~> Capítulo 56


Una sonrisa asomó a las comisuras de su boca y yo me mordí el labio inferior para evitar sonreír también. Los ojos de James ardieron victoriosos. 


—Te agradezco lo que estás haciendo aquí —dije escogiendo las palabras—. He trabajado mucho en esa cuenta y en cierto modo la siento mía. Si no te importa, me gustaría que la junta viera los detalles de la cuenta Papadakis en los dossieres que has traído. Pero voy a presentar la cuenta de Sanders.


Consideró esa posibilidad examinándome. Un músculo en su mandíbula se tensó, un signo inequívoco de impaciencia. 


—Está bien. Hazme la presentación a mí aquí. Convénceme de que no vas a cometer un suicidio en esa sala. 


Me erguí y dije: —La campaña es un juego con los elementos del programa Top Chef. Pero en cada episodio, o anuncio en este caso, se hablará de un ingrediente diferente de la comida y el reto será crear una receta para mascotas propia del más alto gourmet. 


James tenía los ojos entornados, pero sonrió de forma sincera. 


—Eso es muy inteligente, ______.


Sonreí ante su sinceridad, saboreando el momento. 


—La verdad es que no, porque ahí está el chiste. Los ingredientes de Sanders son básicos: buena carne, cereales sencillos. A los perros no les importa lo sofisticada que sea su comida. Quieren carne. Con su hueso y todo. Eso es lo que sabe bien. Mi padre les da a sus perros pienso gourmet todos los días mezclado con arroz integral y un poco de hierba. No es broma. Y en su cumpleaños les da un hueso barato con mucha carne. Es el dueño el que se preocupa por la verdura y el arroz integral y toda esa mierda, no el perro. 


Su sonrisa se hizo más amplia. 


—Es una forma de reírnos de nosotros mismos por mimar a nuestras mascotas y por tratarlas como un miembro muy querido de la familia. Sanders es ese hueso lleno de carne con el que podemos malcriar a nuestras mascotas todos los días. Y los «jueces» animales siempre elegirán la receta de Sanders. 


—Lo has hecho bien. 


—¿La campaña? Esa era la intención. 


—Sí, pero yo ya sabía que podías hacerlo. Me refiero a la forma de presentarla. Me has picado, me has enganchado. 


Me reí al reconocer un cumplido de James nada más verlo. 


—Gracias. 


—Acéptame otra vez, ______. Dime ahora mismo que lo harás. 


Solté una carcajada más alta y me froté la cara. 


—Siempre un capullo exigente. 


—¿Vas a fingir que no me has echado de menos? Tú también estás terrible, ¿sabes? Julia me llamó anoche cuando estaba recopilando el material para las diapositivas... 


Lo miré con la boca abierta. 


—¿Julia te llamó? 


—Y me dijo que estabas hecha un desastre y tenía que ponerme en marcha y encontrarte. Le dije que ya estaba en ello. Iba a hacerlo de todas formas, pero su llamada me puso más fácil esto de venir aquí a suplicarte. 


—Pero ¿sabes siquiera cómo se hace eso? —le pregunté ya sonriendo abiertamente. 


James se humedeció los labios y bajó la mirada a mi boca. 


—Probablemente no. ¿Quieres enseñarme? 


—Inténtalo. Hazme tu mejor súplica de rodillas. 


—Con el debido respeto, que le den, señorita Mills. 


—Solo si me lo suplicas… 


Él abrió mucho los ojos y antes de que pudiera decir nada más, le cogí el archivo de la cuenta Papadakis de las manos y me fui de allí. 


Entré en la sala de reuniones con James pisándome los talones. Los murmullos pararon cuando aparecí. Le pasé al director Cheng los dossieres y ojeó las diapositivas de la cuenta Papadakis. Sonrió.


—¿Cómo ha conseguido acabar dos proyectos? 


Yo balbucí unas cuantas sílabas; no esperaba la pregunta. 


—Es muy eficiente —dijo James pasando a mi lado y tomando asiento—. Cuando terminó de preparar la cuenta Papadakis, sugirió hacer otro período corto de prácticas en otra empresa, solo hasta que finalizara el curso. Después de todo, esperamos que trabaje en Maslow Media en un futuro próximo. 


Me esforcé por ocultar mi impresión. 


«¿De qué demonios está hablando?» 


—Fantástico —dijo un hombre mayor que había en el extremo de la mesa—. ¿Con la cuenta Papadakis? 


James asintió. 


—Trabajando para mi padre. Necesita a alguien que se ocupe de esta cuenta, pero nos hace falta alguien que trabaje con nosotros a tiempo completo. ______ es la elección obvia, si quiere aceptar, claro. 


Me tragué unas cinco mil reacciones diferentes. La principal era irritación porque hubiera sacado a relucir aquello delante de la junta. Pero también estaba mezclada con gratitud, emoción y orgullo. James se iba a llevar una buena bronca cuando acabara allí. 


—Bien, empecemos entonces —dijo Cheng acomodándose en la silla. 


Yo cogí mi puntero láser y caminé hasta el extremo de la sala, sintiéndome como si estuviera andando sobre gelatina. Dos asientos más allá de la cabecera de la mesa estaba James, que carraspeó cuando su mirada se encontró con la mía. También tendría que preguntarle sobre eso, porque estaba bastante segura de que justo antes de que empezara a hablar, él pronunció silenciosamente las palabras: «te quiero»


Cabrón sutil. 


Me dijeron que iban a utilizar mi presentación en el folleto, la página web y el boletín de noticias de la empresa. Me hicieron firmar unos cuantos papeles, posar para varias fotos y estrechar muchas manos. Incluso me ofrecieron un trabajo en JT Miller. 


—Ya está comprometida —dijo James apartándome a un lado. Me miró sin palabras mientras todos los demás iban saliendo de la sala. 


—Ah, sí, en cuanto a eso —le dije intentando sonar enfadada. 


Todavía tenía la adrenalina por las nubes por la presentación, la discusión y todo aquel día. Y ahora tener a James a una distancia a la que incluso podía besarlo era la guinda. 


—Por favor, no digas que no. Creo que le he pisado la sorpresa a mi padre. Te iba a llamar esta noche. 


—¿De verdad me va a ofrecer un trabajo? 


—¿Lo vas a aceptar? 


Me encogí de hombros y me sentí un poco mareada. 


—¿Quién sabe? Ahora mismo solo quiero celebrarlo. 


—Has estado increíble. —Se inclinó y me besó la mejilla. 


—Gracias. Ha sido lo más divertido que he hecho en varias semanas. 


—Los dossieres estaban bien, ¿verdad? 


Puse los ojos en blanco. 


—Sí, pero has cometido un error garrafal. 


Se puso serio. 


—¿Cuál? 


—Has admitido que sabes utilizar PowerPoint. 


Con una risa me cogió el maletín del portátil y lo colocó en una silla, acercándose a mí con una sonrisa oscura. 


—Solía hacer diapositivas para mi jefe. Yo también fui becario una vez, claro. 


Se me puso la piel de gallina. 


—¿Y tu jefe te gritaba? 


—A veces. —Me subió el dedo índice por el brazo. 


—¿Y criticaba tu letra? 


—Constantemente. —Se agachó y me besó la comisura de la boca. 


—¿Y tu jefe te besaba? 


—Mi padre siempre ha sido más de apretones de manos.


Me reí y metí las manos bajo su chaqueta para poder rodearlo con mis brazos. 


—Bueno, yo ya no soy tu asistente. 


—No, eres mi colega. 


Ronroneé porque me gustaba cómo sonaba eso. 


—¿Y mi amante? 


—Sí. —Mi voz tembló al pronunciar esa única sílaba y comprendí perfectamente el significado de la expresión «morirse de gusto». Estaba segura de que James podía sentir mi corazón que latía fuerte contra su cuerpo. 


Me mordió el lóbulo de la oreja. 


—Tendré que encontrar nuevas excusas para llevarte a la sala de reuniones y follarte contra la ventana. 


La sangre me hirvió en las venas, espesa y caliente. 


—Pero no necesitas excusas para llevarme a tu casa. 


James me besó la mejilla y después la boca con suavidad.


—¿______? 


—¿Sí, James? 


—Todo esto del flirteo está muy bien, pero te lo digo en serio, no voy a permitir que me dejes otra vez. Ha estado a punto de destrozarme. 


Al pensarlo, sentí como si las costillas me presionaran los pulmones y los dejaran sin aire. 


—No creo que pueda. No quiero volver a estar lejos de ti. 


—Pero tienes que darme la oportunidad de arreglar las cosas cuando las estropee. Sabes que a veces soy un gilipollas. 


—¿A veces? 


—Y rompo lencería —susurró casi en un gruñido. 


Le aparté un rizo de la frente. 


—Y la guardas en alguna parte. No te olvides de esa costumbre inquietante de atesorarla. 


—Pero te quiero —dijo mirándome con los ojos como platos—. Y ahora ya conozco a la mayoría de las dependientas de La Perla. He pasado mucho tiempo en la tienda deprimido mientras has estado lejos. Y además sé de buena tinta que soy el mejor compañero sexual que has tenido. Así que, con suerte, esas cosas pesarán más que las malas. 


—Vale, vendido. —Lo atraje hacia mí—. Ven aquí. —Puse mi boca sobre la suya y le mordí el labio inferior. Lo agarré de las solapas con las manos y me giré para apretarlo contra la ventana, poniéndome de puntillas para estar más cerca, todo lo cerca que pudiera. 


—Qué exigente te has vuelto ahora que todo es oficial. 


—Cállate y bésame —dije riéndome contra su boca. 


—Sí, jefa.


FIN.


Bueno rushers, acabó :') Ñfjhgjdhfg, no sé, pero espero que les haya gustado la novela tanto como a mi 
Gracias por su apoyo de siempre: sus comentarios, TODO.gracias. Sin ustedes no sería nada 
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