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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:00 am

Maratón 4/4

~~~> Capitulo 15

Había ochenta y tres agujeros, veintinueve tornillos, cinco aspas y cuatro bombillas en el ventilador de techo, que además era lámpara, que tenía en mi dormitorio encima de la cama. Me giré hacia un lado y ciertos músculos se burlaron de mí y me proporcionaron una prueba definitiva de por qué no podía dormir. «Quiero que lo veas. Y mañana, cuando te encuentres dolorida, quiero que te acuerdes de quién te lo hizo.» Y no estaba de broma. Sin darme cuenta mi mano había bajado hasta mi pecho, haciendo rodar distraídamente un pezón entre los dedos por debajo de la camiseta. Al cerrar los ojos, el contacto de mis manos se convirtió en el suyo en mi memoria. Sus dedos largos y hábiles rozándome la parte baja de los pechos, sus pulgares acariciándome los pezones, cogiéndome los pechos con sus grandes manos... «Mierda.»

Dejé escapar un profundo suspiro y le di una patada a una almohada de mi cama. Sabía exactamente adónde me llevaba esa línea de pensamiento. Había hecho exactamente lo mismo tres noches seguidas y tenía que parar enseguida. Con un resoplido me puse boca abajo y cerré los ojos con fuerza, deseando poder quedarme dormida. Como si eso me hubiera funcionado alguna vez.

Todavía recordaba, con total claridad, el día, casi un año y medio atrás, en que Elliott me había pedido que fuera a su despacho para hablar. Había empezado en Maslow Media Group trabajando como asistente junior de Elliott mientras estaba en la universidad. Cuando mi madre murió, Elliott me tomó bajo su protección, no tanto como una figura paterna, sino más bien como un mentor cariñoso y amable que me llevaba a su casa a cenar para comprobar mi estado emocional. Él insistió en que su puerta siempre estaría abierta para mí. Pero esa mañana en concreto, cuando llamó a mi despacho, sonaba extrañamente formal y francamente, eso me dio un miedo de muerte. En su despacho él me explicó que su hijo menor había vivido en París durante los últimos seis años, trabajando como ejecutivo de marketing para L’Oréal. Este hijo del que hablaba, James, iba a volver a casa por fin y dentro de seis meses iba a asumir el puesto de director de operaciones de Maslow Media. Elliott sabía que me quedaba un año de mi licenciatura en empresariales y que estaba buscando opciones para prácticas que me dieran la experiencia directa e importantísima que necesitaba. Insistió en que hiciera mis prácticas de máster en Maslow Media Group y que el más joven de los Maslow estaría más que encantado de tenerme en su equipo. Elliott me pasó el memorándum para toda la empresa que iba a hacer circular la semana siguiente para anunciar la llegada de James Maslow.

«Madre mía.» Eso fue lo único que pude pensar cuando volví a mí despacho y le eché un vistazo a aquel documento. Vicepresidente ejecutivo de marketing de productos en L’Oréal París. El nominado más joven que había aparecido nunca en la lista de «Los 40 de menos de 40» de Crain’s, que se había publicado varias veces en el Wall Street Journal. Doble máster por la Stern School of Business de la Universidad de Nueva York y la HEC de París, donde se especializó en finanzas corporativas y negocios globales, y en el que se graduó summa cum laude. Todo eso solo con treinta años. Dios mío. ¿Qué era lo que Elliott había dicho? «Extremadamente dedicado.» Eso era subestimarlo y mucho.

Henry había dejado caer que su hermano no tenía su personalidad relajada, pero cuando parecí algo preocupada, él me tranquilizó rápidamente. —Tiene tendencia a ser un poco estirado y demasiado perfeccionista a veces, pero no te preocupes por eso, _____. Sabrás lidiar con sus arrebatos. Seguro que hacéis muy buen equipo. Vamos, mujer — me dijo rodeándome con su largo brazo—, ¿cómo no te va a adorar?

Odiaba admitirlo ahora, pero para cuando él llegó, incluso estaba un poco enamorada de James Maslow. Estaba muy nerviosa por tener la oportunidad de trabajar con él, pero también estaba impresionada con todo lo que había conseguido y además tan rápido y tan pronto en su carrera. Y mirar su foto en internet tampoco es que me complicara las cosas: el tío era una maravilla. Nos comunicamos por correo electrónico para concertar asuntos sobre su llegada y aunque parecía bastante amable: nunca era demasiado amistoso. El gran día, no se esperaba a James hasta después de la reunión de la junta de la tarde, en la que se le iba a presentar oficialmente. Yo tuve todo el día para irme poniendo cada vez más nerviosa.

Como Sara era tan buena amiga, subió para distraerme. Se sentó en mi silla y nos pasamos más de una hora hablando de los méritos de las películas de la saga Clerks. Solo un rato después me estaba riendo tanto que las lágrimas me corrían por la cara. No me di cuenta de que Sara se ponía tensa cuando se abrió la puerta exterior del despacho, ni me fijé en que había alguien de pie detrás de mí. Y aunque Sara intentó avisarme con un breve gesto de la mano pasando de un lado a otro de la garganta (el gesto universal para: «Corta y cierra la boca»), la ignoré. Porque, aparentemente, soy una idiota.

—Y entonces —seguí diciendo mientras me reía y me abrazaba los costados— ella va y dice: «Anoté el pedido a uno al que hice una mamada después del baile de fin de curso» y él responde: «Sí, yo también he servido a tu hermano».

Otra oleada de carcajadas me embargó y me agaché dando un pequeño paso hacia atrás hasta que choqué con algo duro y cálido. Me volví y me dio muchísima vergüenza darme cuenta de que acababa de restregar el trasero contra el muslo de mi nuevo jefe.

—¡Señor Maslow! —dije al reconocerlo de las fotos—. Lo siento mucho.

Él no parecía estar divirtiéndose. En un intento de relajar la tensión, Sara se puso de pie y extendió la mano. —Es un placer conocerlo por fin. Soy Sara Dillon, la asistente de Henry.

Mi nuevo jefe simplemente miró su mano sin devolverle el gesto y levantó una de sus cejas perfectas. —¿No querrá decir del «señor Maslow»?

Sara dejó caer la mano mientras lo miraba, obviamente confusa. Había algo en su presencia tan intimidante que la había dejado sin palabras. Cuando se recuperó, balbució: —Bueno... aquí somos algo informales. Nos tuteamos y nos llamamos por el nombre de pila. Esta es tu asistente, _____.

Él asintió. —Señorita Mills, usted se dirigirá a mí como «señor Maslow». Y la espero en mi despacho dentro de cinco minutos para hablar del decoro adecuado en el lugar de trabajo. —Su voz sonaba seria cuando habló y asintió brevemente en dirección a Sara—. Señorita Dillon.

Después me miró a mí durante otro momento y se volvió hacia su nuevo despacho. Yo observé horrorizada cómo se cerraba la puerta del primer infausto portazo de nuestra historia.

—¡Qué cabrón! —murmuró Sara con los labios apretados.

—Un cabrón muy atractivo —respondí.

Esperando poder mejorar un poco las cosas, bajé a la cafetería a por una taza de café. Incluso le había preguntado a Henry cómo le gustaba el café a James: solo. Cuando volví hecha un manojo de nervios al despacho, al llamar a la puerta me respondió con un brusco «adelante» y yo deseé que dejaran de temblarme las manos. Puse una sonrisa amistosa, intentando causarle una mejor impresión esta vez, y al abrir la puerta me lo encontré hablando por teléfono y escribiendo furiosamente en un cuaderno que tenía delante. Me quedé sin aliento cuando le oí hablar con una voz pausada y profunda en un perfecto francés.

—Ce sera parfait. Non. Non, ce n’est pas nécessaire. Seulement quatre. Oui. Quatre. Merci, Ivan.

Colgó pero no levantó la mirada del papel para mirarme. Cuando estuve de pie justo delante de su mesa, se dirigió a mí con el mismo tono duro de antes.

—En el futuro, señorita Mills, tendrá las conversaciones ajenas al trabajo fuera de la oficina. Le pagamos por trabajar, no por cotillear. ¿He sido lo bastante claro?

Me quedé de pie en silencio durante un momento hasta que me miró a los ojos y enarcó una ceja. Sacudí la cabeza para salir del trance, dándome cuenta justo en ese momento de la verdad sobre James Maslow: aunque era mucho más guapo en persona que en las fotos, hasta incluso dejarte sin aliento, él no tenía nada que ver con lo que había imaginado. Y tampoco tenía nada que ver con su padre ni su hermano.

—Muy claro, señor —dije mientras daba la vuelta a la mesa para ponerle el café delante. Pero justo cuando estaba a punto de llegar a su mesa, uno de mis tacones se quedó trabado en la alfombra y me caí hacia delante. Oí que un fuerte «¡Mierda!» salía de mis labios y el café se convertía en una mancha ardiente sobre su traje caro.

—Oh, dios mío, señor Maslow. ¡Lo siento muchísimo!

Corrí hacia el lavabo de su baño para coger una toalla, volví corriendo y me puse de rodillas delante de él para intentar quitarle la mancha. En mi precipitación y en medio de aquella humillación que yo creía que no podía ser peor, de repente me di cuenta de que le estaba frotando furiosamente la toalla contra la bragueta. Aparté los ojos y la mano, a la vez que sentía el rubor ardiente que me cubría la cara hasta el cuello, al darme cuenta del evidente bulto de la parte delantera de sus pantalones.

—Puede irse ahora, señorita Mills.

Asentí y salí corriendo de la oficina, avergonzada porque acababa de causar una primera impresión horrible. Gracias a Dios después de eso había demostrado mi eficacia con bastante rapidez. Había veces en que él incluso parecía impresionado conmigo, aunque siempre era cortante y borde. Lo achaqué a que él era el mayor imbécil del mundo, pero siempre me pregunté si había algo específico en mí que nunca le había gustado. Aparte de lo de la toalla, claro.


_______________________________________
Pinche Maslow, es todo un loquillo *-*. ¡Quiero uno para llevar!
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:01 am

Maratón 1/4

~~~> Capítulo 16

Cuando llegué al trabajo, me encontré con Sara de camino al ascensor. Hicimos planes para comer un día de la semana siguiente y me despedí de ella al llegar a su planta. Ya en la planta dieciocho me fijé en que la puerta del despacho del señor Maslow estaba cerrada como era habitual, así que no podía saber si ya había llegado o no. Encendí el ordenador e intenté prepararme mentalmente para el día.

Últimamente la ansiedad se apoderaba de mí cada vez que me sentaba en esa silla. Sabía que le iba a ver esa mañana; repasábamos la agenda de la semana siguiente todos los viernes. Pero no podía saber de qué humor iba a estar. Aunque últimamente su humor había estado todavía peor de lo habitual, las últimas palabras que me había dicho el día anterior fueron: «Compra el liguero también». Y yo lo había hecho. Y lo llevaba puesto en ese mismo momento. ¿Por qué? No tenía ni idea. ¿Qué demonios había querido decir con eso? ¿Es que creía que me lo iba a ver? Ni de coña. Entonces ¿por qué me lo había puesto? «Juro por Dios que si me lo rompe...» Y frené antes de que pudiera acabar la frase. Claro que no me lo iba a romper. No le iba a dar la oportunidad de hacerlo. «No dejes de decirte eso, Mills.»

Responder unos cuantos emails, corregir el contrato sobre temas de propiedad intelectual del informe Papadakis y pedir presupuesto a varios hoteles apartó mi mente de la situación durante un rato, pero más o menos una hora después la puerta se abrió. Levanté la vista y me encontré con un señor Maslow muy profesional. Su traje oscuro de dos botones estaba impecable, complementado perfectamente por el toque de color que le daba la corbata de seda roja. Parecía tranquilo y completamente relajado. No quedaba ninguna señal de aquel salvaje que me había follado en el probador de La Perla unas dieciocho horas y treinta y seis minutos atrás. Y no es que estuviera contando el tiempo ni nada...

—¿Lista para empezar?

—Sí, señor.

Él asintió una vez y volvió a su despacho. Vale, así que ahora iba a ser así. Por mí, bien. No estaba segura de lo que había estado esperando, pero en cierto modo estaba aliviada de que nada hubiera cambiado. Las cosas entre nosotros se estaban volviendo cada vez más intensas y sería un golpe mayor si todo acabara y yo tuviera que recoger además los trocitos de mi carrera. Esperaba poder pasar por todo eso sin mayores desastres al menos hasta que acabara el máster.

Le seguí a su despacho y tomé asiento. Empecé repasando la lista de tareas y citas que necesitaban de su atención. Él escuchó sin hacer ningún comentario, anotando cosas o introduciéndolas en su ordenador cuando era necesario.

—Hay una reunión con Red Hawk Publishing programada para las tres de esta tarde. Su padre y su hermano también van a asistir. Probablemente le llevará el resto de la tarde, así que he vaciado su agenda... —Y así seguimos hasta que finalmente llegamos a la parte que estaba temiendo—. Y por último, el congreso JT Miller Marketing Insight Conference es en San Diego el mes que viene —dije y de repente fijé la vista en los garabatos que estaba dibujando en mi agenda.

La pausa que siguió pareció durar siglos y por fin levanté la vista para ver qué le estaba llevando tanto tiempo. Me estaba mirando fijamente, dando golpecitos con su pluma de oro sobre la mesa, sin ni la más mínima expresión en la cara.

—¿Me va a acompañar? —preguntó.

—Sí. —Mi única palabra creó un silencio sofocante en el despacho. No tenía ni idea de lo que estaba pensando mientras seguíamos mirándonos—. Está estipulado en las condiciones de mi beca que tengo que asistir. Y... eh... también creo que le vendrá bien tenerme allí... hum... para ayudarlo a llevar sus asuntos.

—Haga todos los preparativos necesarios —dijo con un aire tajante mientras acaba de escribir en su ordenador. Asumiendo que eso significaba que ya me podía ir, me puse de pie y empecé a caminar hacia la puerta.

—Señorita Mills.

Me volví para mirarlo y aunque nuestras miradas no se encontraron, me di cuenta de que él casi parecía nervioso. Bueno, eso sí era un cambio.

—Mi madre me ha pedido que la invite de su parte a cenar la semana que viene.

—Oh. —Sentí que el calor me subía a las mejillas—. Bueno, dígale por favor que tengo que consultar mi agenda. —Me di la vuelta para marcharme otra vez.

—Me ha dicho que tengo que... pedirle encarecidamente que vaya.

Me volví lentamente y vi que ahora sí que me estaba mirando fijamente y sin duda parecía incómodo.

—¿Y por qué exactamente tendría que hacerlo?

—Bueno —dijo y carraspeó—, aparentemente hay alguien que quiere que conozca.

Eso era algo nuevo. Conocía a los Maslow desde hacía años y, aunque Susan había mencionado de pasada algún nombre de vez en cuando, nunca había intentado activamente emparejarme con nadie.

—¿Tu madre está intentando encontrarme novio? —le pregunté volviendo hacia la mesa y cruzando los brazos sobre el pecho.

—Eso parece. —Algo en su cara no casaba con su respuesta desenfadada.

—¿Y por qué? —le pregunté con una ceja enarcada.

Él frunció la frente con una irritación evidente. —¿Y cómo demonios quieres que lo sepa? No es que nos sentemos a la mesa a hablar de ti — refunfuñó—. Tal vez está preocupada porque, con esa personalidad tan brillante que tienes, acabes siendo una vieja solterona que lleve un vestido de flores y que viva en una casa llena de gatos.

Me incliné hacia delante con las palmas en su mesa y lo miré fijamente. —Bueno, tal vez debería preocuparse de que su hijo se convierta en un viejo verde que se pasa el tiempo atesorando bragas y persiguiendo a chicas en tiendas de lencería.

Él saltó de la silla y se inclinó hacia mí con una expresión furiosa en la cara. —¿Sabes? Eres la mujer más... —Tuvo que interrumpirse cuando sonó el teléfono.

Nos miramos duramente, ambos con la respiración acelerada. Por un instante creí que se iba a lanzar sobre mí por encima de la mesa. Y durante otro instante quise encarecidamente que lo hiciera.

Sin dejar de mirarme a los ojos extendió la mano para coger el teléfono. —¿Sí? —preguntó bruscamente por el auricular sin apartar la mirada—. ¡George! Sí, claro que tengo un momento.

Volvió a sentarse en su silla y yo me quedé allí por si necesitaba algo de mí mientras hablaba con el señor Papadakis. Levantó el dedo índice en mi dirección para que esperara antes de empezar a deslizarlo sobre su pluma, que hacía rodar por la mesa mientras escuchaba lo que le decían por el auricular.

—¿Necesitas que me quede? —le pregunté.

Él asintió una vez antes de hablar por el teléfono. —No creo que haga falta ser tan específico en esta fase, George. —El tono profundo de su voz reverberó por toda mi columna—. Con solo un perfil general bastará. Necesitamos saber el alcance de esta propuesta antes de poder pasar a hacer borradores.

Me revolví un poco en el lugar donde estaba. Él era un ególatra por hacer que me quedara allí de pie como si estuviera sujetando un plato de uvas y abanicándolo mientras hablaba con un colega. Levantó la vista para mirarme y le vi bajar los ojos hasta mi falda, donde algo le llamó la atención.

Al volver a levantar la vista sus ojos se abrieron un poco más de lo normal, como si quisiera preguntarme algo. Y entonces extendió la mano, sujetando el boli entre el índice y el pulgar, y utilizó la punta para levantarme el dobladillo de la falda a la altura del muslo. Abrió los ojos de par en par cuando vio el liguero.

—Lo entiendo —murmuró por el teléfono mientras dejaba caer la falda—. Creo que estamos de acuerdo en que eso es un desarrollo positivo.

Sus ojos subieron por mi cuerpo y su mirada se fue oscureciendo poco a poco. El corazón empezó a latirme con fuerza. Cuando me miraba así yo solo quería subirme a su regazo y atarlo a la silla con su corbata.

—No, no. Nada tan amplio en este punto. Como le he dicho, solo estamos hablando de un perfil preliminar.

Di la vuelta a la mesa y me senté en una silla frente a él, que arqueó una ceja, interesado, y después se metió la punta del boli entre los dientes y la mordió. El calor crecía entre mis piernas así que me cogí el borde de la falda y me la subí por los muslos, exponiendo la piel al aire fresco de la oficina y a los ojos deseosos que no se apartaban de mí desde el otro lado de la mesa.

—Sí, ya veo —dijo al teléfono, pero su voz era más profunda, casi ronca ahora, aunque seguía sonando tranquilo.

Seguí con los dedos los contornos de las tiras del liguero, pasando por mi piel y por la seda de la ropa interior. Nada (ni nadie) me habían hecho nunca sentir tan sexy como él. Era como si él cogiera todos mis pensamientos sobre el trabajo, mi vida y mis objetivos y me dijera: «Todo esto está muy bien, pero mira esto otro que yo te ofrezco. Puede que sea retorcido y muy peligroso pero lo estás deseando. Me estás deseando a mí». Y si lo hubiera dicho en voz alta, habría tenido razón.

—Sí —repitió—. Creo que ese es el camino ideal.

«Eso crees, ¿eh?»

Le sonreí, me mordí el labio y él me dedicó una media sonrisa diabólica en respuesta. Los dedos de una mano siguieron subiendo, me cubrí con ellos un pecho y apreté. Con la otra mano aparté la parte central de mis bragas y pasé dos dedos por la piel húmeda. El señor Maslow tosió y se apresuró a coger su vaso de agua.

—Está bien, George. Le echaremos un vistazo cuando lo recibamos. Podemos hacerlo en ese plazo.

Empecé a mover la mano mientras pensaba en sus dedos largos haciendo rodar el bolígrafo y en esas mismas manos agarrándome las caderas y la cintura y los muslos mientras me empujaba en el probador de la tienda de lencería.
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:01 am

Maratón 2/4

~~~> Capitulo 17

El movimiento se hizo más rápido, se me cerraron los ojos y deje caer la cabeza contra el respaldo de la silla. Intenté no hacer ruido mordiéndome el labio con fuerza pero se me escapó un leve gemido.

Me estaba imaginando sus manos y sus antebrazos fibrosos, con los músculos tensándose bajo la piel, mientras sus dedos se movían dentro de mí. Sus piernas delante de mi cara la noche en la sala de reuniones, tensas y esculpidas, esforzándose para no embestirme. Y esos ojos, fijos en mí, oscuros y suplicantes.

Levanté la cabeza y los vi justo como me los imaginaba, no mirando mi mano, sino con la expresión ávida centrada en mi cara mientras yo seguía con el movimiento y la sensación. Mi clímax fue a la vez abrumador e insatisfactorio: quería que fuera su contacto el que me hiciera todo aquello y no el mío. En algún momento había colgado el teléfono y me di cuenta de que mi respiración sonaba demasiado fuerte en la habitación en silencio. Él seguía sentado frente a mí, se le veían gotas de sudor en la frente y sus manos agarraban los brazos de la silla como si se estuviera resistiendo ante un fuerte vendaval.

—Pero ¿qué me estás haciendo? —preguntó en voz baja.

Le sonreí y me aparté el flequillo de los ojos de un soplido. —Estoy bastante segura de que lo que acabo de hacer me lo he hecho a mí.

Él levantó ambas cejas. —No, eso sin duda.

Me levanté colocándome la falda sobre los muslos. —Si eso es todo, señor Maslow, vuelvo al trabajo.



Para cuando volví de refrescarme un poco en el baño, tenía un mensaje de texto del señor Maslow en el que me informaba de que debíamos encontrarnos en el aparcamiento para ir al centro. Menos mal que los otros ejecutivos y sus ayudantes también iban a la reunión con Red Hawk. Sabía por nuestros antecedentes que si tenía que sentarme en una limusina a solas con ese hombre durante veinte minutos (sobre todo después de lo que acababa de hacer) solo había dos posibles resultados. Y solo uno de ellos haría que él acabara como había llegado.

La limusina estaba esperando justo a la salida y mientras me acercaba a nuestro conductor, él me sonrió ampliamente y me abrió la puerta.

—Hola, _____, ¿qué tal el trabajo?

—Movido, divertido e interminable. ¿Qué tal los estudios? —Le devolví la sonrisa.

Stuart era mi conductor favorito, y aunque tenía tendencia a flirtear un poco, siempre me hacía sonreír. —Si pudiera dejar la física, todavía podría graduarme en biología, seguro. Qué pena que no seas científica; podrías darme clases particulares —me dijo subiendo y bajando las cejas.

—Si ustedes dos han terminado, tenemos un lugar importante al que ir. Debería dedicarse a flirtear con la señorita Mills en su tiempo libre. —Aparentemente el señor Maslow ya estaba dentro del coche esperándome y nos miró reprobatoriamente a ambos antes de retirarse de nuevo a la parte de atrás. Sonreí y puse los ojos en blanco en dirección a Stuart antes de entrar.

El coche estaba vacío a excepción del señor Maslow. —¿Dónde están los demás? —pregunté confundida mientras iniciábamos la marcha.

—Tienen una cena más tarde así que han decidido ir en otro coche. —Estaba enfrascado en sus papeles. No pude evitar notar la forma en que daba golpecitos en el suelo con sus zapatos Oxford italianos a la última moda. Lo miré suspicaz. No se le veía diferente. De hecho estaba súper sexy. Llevaba el pelo en su desastre calculado habitual. Cuando se llevó la pluma de oro a los labios distraídamente, justo como lo había hecho antes en el despacho, tuve que revolverme en el asiento para aliviar la repentina incomodidad.

Cuando levantó la vista y me miró, la media sonrisita de su cara me hizo saber que me había pillado comiéndomelo con los ojos. —¿Has visto algo que te gusta? —preguntó.

—No, aquí no —respondí con una sonrisita yo también. Y como sabía que le iba a afectar, volví a cruzar las piernas a propósito, asegurándome de que se me subiera la falda un poco más de lo apropiado.

Tal vez le hacía falta recordar quién tenía más posibilidades de ganar ese juego. Su ceño fruncido volvió un segundo después. Misión cumplida. Los dieciocho minutos y medio que quedaban de nuestro viaje de veinte minutos los pasamos lanzándonos miradas lascivas en el coche mientras yo intentaba fingir que no estaba fantaseando con tener su atractiva cabeza entre las piernas.

Creo que no hace falta decir que, para cuando llegamos, ya estaba de mal humor. Las tres horas siguientes se me hicieron eternas. Los otros ejecutivos llegaron y se hicieron las presentaciones. Una mujer particularmente llamativa pareció interesarse inmediatamente por mi jefe. Tendría treinta y pocos, con un grueso pelo pelirrojo, ojos oscuros muy brillantes y un cuerpo para morirse. Y, claro, esa sonrisa que era capaz de hacer que se le cayeran las bragas a cualquiera se puso en funcionamiento y estuvo a punto de dejarla inconsciente toda la tarde. Gilipollas.

Cuando entramos en el despacho al final del día, después de un viaje de vuelta aún más tenso que el de ida, pareció que el señor Maslow todavía tenía algo que decir. Y si no lo soltaba pronto, iba a explotar. Cuando quería que se estuviera calladito, no podía mantener la boca cerrada. Pero cuando necesitaba que dijera algo, se quedaba mudo.

Una sensación de déjà vu y de terror me embargó al cruzar el edificio semidesierto en dirección al ascensor. En cuanto las puertas doradas se cerraron deseé estar en cualquier parte menos de pie a su lado.

«¿Es que de repente hay menos oxígeno aquí?»

Mientras miraba su reflejo en las puertas brillantes, me di cuenta de que era difícil adivinar cómo se sentía. Se había aflojado la corbata y tenía la chaqueta del traje colgada de un brazo. Durante la reunión se había subido las mangas de la camisa parcialmente sobre los antebrazos y yo intenté no quedarme mirando las líneas que formaban sus músculos por debajo de la piel. Aparte de la constante forma de apretar la mandíbula y la mirada baja, parecía totalmente relajado.

Cuando llegamos al piso dieciocho dejé escapar un enorme suspiro. Esos habían sido los cuarenta y dos segundos más largos de mi vida. Le seguí a través de la puerta intentando mantener la mirada lejos de él mientras entraba rápidamente en su despacho. Pero para mi sorpresa no cerró la puerta detrás de él. Y él siempre cerraba la puerta. Comprobé rápidamente los mensajes y me ocupé de unos cuantos detalles de última hora antes de irme de fin de semana. Creo que nunca antes había tenido tanta prisa por salir de allí.

Bueno, eso no era realmente cierto. La última vez que estuvimos solos en aquella planta también salí huyendo bastante rápido. Mierda, si había un momento para no pensar en eso era precisamente aquel, en la oficina vacía. Solos él y yo. Él salió de su despacho justo cuando yo estaba recogiendo mis cosas. Colocó un sobre color marfil sobre mi mesa y se encaminó hacia la puerta sin detenerse.

«¿Qué demonios era aquello?»

Abrí deprisa el sobre y vi mi nombre en varias hojas de un elegante papel color marfil. Eran los formularios para abrir una cuenta de crédito privada en La Perla, con el nombre del señor James Maslow como titular.

«¿Ha abierto una cuenta para mí?»

—¿Qué demonios es esto? —pregunté furiosa. Salté de la silla y continué—. ¿Me has abierto una línea de crédito?

Él se detuvo y, tras dudar un momento, se volvió para mirarme. —Tras el espectáculo que has protagonizado hoy, hice una llamada y las gestiones necesarias para que puedas comprarte todo lo que... necesites. Por supuesto hay un límite en la cuenta —dijo con pragmatismo tras haber eliminado cualquier rastro de incomodidad de su cara.

Por eso era tan bueno en lo que hacía. Tenía una capacidad asombrosa para recuperar el control en cualquier situación. Pero ¿creía realmente que podía controlarme? —Vamos a ver, solo para que me quede claro —le dije sacudiendo la cabeza e intentando mantener cierta apariencia de calma—, ¿has hecho gestiones para comprarme lencería?

—Bueno, es para reemplazar las cosas que yo... —se detuvo, posiblemente para reconsiderar su respuesta—. Para reemplazar las cosas que han resultado estropeadas. Si no la quieres, no la uses, joder —bufó entre dientes antes de girarse para irse de nuevo.

—Eres un hijo de puta. —Me acerqué para quedarme de pie delante de él con el elegante papel ahora hecho una bola arrugada en mi puño—. ¿Te parece gracioso? ¿Es que crees que yo soy una muñeca que puedas vestir a tu conveniencia para divertirte? —No sabía con quién estaba más enfadada: con él por pensar eso de mí o conmigo por permitir que todo aquello hubiera tenido lugar.

—Oh, sí —se mofó—. Me parece algo para partirse.

—Toma esto y métetelo por donde te quepa. —Le tiré la bola de papel color marfil contra el pecho, cogí el bolso, giré sobre mis talones y literalmente salí corriendo hacia el ascensor.

«Cabrón ególatra y mujeriego.»

Lógicamente yo sabía que su intención no era insultarme, al menos eso esperaba. Pero ¿aquello? Aquello era exactamente por lo que no había que tirarse al jefe y por lo que definitivamente no había que exhibirse y hacerle un numerito en su despacho. Aparentemente yo me había perdido esa parte de los consejos de orientación.

—¡Señorita Mills! —gritó, pero lo ignoré y entré en el ascensor.

«Vamos», me dije mientras pulsaba repetidamente el botón del aparcamiento. Apareció justo cuando se cerraban las puertas y sonreí para mí mientras lo veía desaparecer.

«Muy madura, _____.»

—¡Mierda, mierda, mierda! —grité dentro del ascensor vacío, a punto de golpear el suelo con el pie.
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:02 am

Maratón 3/4

~~~> Capitulo 18

Sonó el timbre del ascensor que indicaba que habíamos llegado al aparcamiento. Murmurando para mí me encaminé a mi coche. El aparcamiento estaba poco iluminado y mi coche era uno de los pocos que quedaban en esa planta, pero yo estaba demasiado furiosa para pararme un segundo a pensarlo. Cualquiera que quisiera tocarme las narices en ese momento iba a tener muy mala suerte. Justo en el momento en que ese pensamiento cruzó mi mente, oí la puerta de las escaleras abrirse estrepitosamente y el señor Maslow habló a mi espalda.

—¡Dios! ¿Podrías esperar, joder? —me gritó.

No dejé de fijarme en que estaba sin aliento. Supongo que bajar corriendo dieciocho pisos tenía ese efecto.

Abrí el coche y la puerta y tiré mi bolso en el asiento del acompañante. —¿Qué coño quiere, señor Maslow?

—Vamos a ver, ¿puedes desconectar el modo arpía y escucharme durante dos segundos?

Me volví bruscamente para mirarlo. —¿Es que crees que soy algún tipo de prostituta?

Cien emociones diferentes pasaron por su cara en un momento: enfado, impresión, confusión, odio y maldita sea, justo en ese momento estaba para comérselo. Se desabrochó el cuello de la camisa, su pelo era un desastre y una gota de sudor que le corría por un lado de la mejilla no me estaba poniendo las cosas fáciles. Pero estaba decidida a seguir furiosa.

Manteniendo una distancia de seguridad, él negó con la cabeza. —Dios —dijo mirando a su alrededor en el aparcamiento—. ¿Crees que te veo como una prostituta? ¡No! Era solo por si acaso... —Se detuvo intentado organizar sus pensamientos. Pero pareció rendirse al poco, con la mandíbula tensa.

La rabia me recorría el cuerpo con tal fuerza que, antes de que pudiera detenerme, di un paso adelante y le di una bofetada fuerte en la cara. El sonido resonó en el aparcamiento vacío. Con una mirada sorprendida y furiosa, levantó una mano y se tocó el lugar donde le había pegado.

—Eres el jefe, pero tú no eres quien decide cómo funciona esto.

El silencio cayó sobre nosotros. Los sonidos del tráfico y del mundo exterior apenas se registraban en mi conciencia.

—¿Pues sabes qué? —empezó a decir con la mirada oscurecida y dando un paso hacia mí—. Hasta ahora no he oído ninguna queja.

«Oh, ese modo de hablar tan suave.»

—Ni contra la ventana. —Otro paso—. Ni en el ascensor ni en las escaleras. Ni en el probador mientras veías cómo te follaba. —Y otro—. Ni cuando has abierto las piernas esta mañana en mi despacho, no he oído ni una sola palabra de protesta salir de tu boca.

Mi pecho subía y bajaba rápidamente, sentía el frío metal del coche a través de la fina tela de mi vestido. Incluso con aquellos zapatos de tacón, él me sacaba una cabeza sin problemas y cuando se inclinó pude sentir su aliento cálido contra mi pelo. Solo tenía que mirar hacia arriba y nuestras bocas se encontrarían.

—Bueno, yo he acabado con todo eso —dije con los dientes apretados, pero cada respiración me traía un breve momento de alivio cuando mi pecho rozaba el suyo.

—Claro que sí —susurró negando con la cabeza y acercándose aún más, de forma que su erección quedó apretada contra mi vientre. Apoyó la mano en el coche, atrapándome—. Has acabado del todo.

—Excepto... Quizá... —dije, aunque no estaba segura de sí tenía intención de decirlo en voz alta.

—¿Quizá solo una vez más? —Sus labios apenas rozaron los míos. Fue demasiado suave, demasiado real.

Volví la cara hacia arriba y susurré contra su boca. —No quiero desear esto. No es bueno para mí.

Él dilató las aletas de la nariz un poco y justo cuando pensaba que iba a volverme loca, me cogió el labio inferior con fuerza entre los suyos y me atrajo hacia él. Gimiendo en mi boca hizo más profundo el beso y me empujó bruscamente contra el coche. Como la última vez, levantó las manos y me quitó las horquillas del pelo. Nuestros besos empezaron siendo provocadores y después más duros, acercándonos y alejándonos, las manos enredadas en el pelo y las lenguas deslizándose la una contra la otra. Solté una exclamación cuando él flexionó un poco las rodillas, clavándome su erección.

—Dios —gemí, rodeándole con una pierna y hundiéndole el tacón en el muslo.

—Lo sé —jadeó él contra mi boca. Bajó la vista hacia mi pierna, me cogió el trasero con las manos y me dio un fuerte apretón a la vez que murmuraba—. ¿Te he dicho lo sexis que son esos zapatos? ¿Qué intentas hacerme con esos lacitos tan traviesos?

—Bueno, llevo otro lazo en otro sitio, pero vas a necesitar un poco de suerte para encontrarlo.

Él se apartó. —Métete en el maldito coche —me dijo con la voz ronca saliéndole de lo más profundo de la garganta a la vez que abría la puerta de un tirón. Lo miré fijamente, deseando que algún pensamiento racional consiguiera colarse en mi cerebro confuso. ¿Qué debería hacer? ¿Qué quería? ¿Podía simplemente dejarle tomarme de esa forma otra vez?
Estaba tan abrumada por todo aquello que todo mi cuerpo temblaba. La razón me abandonaba rápidamente mientras sentía su mano subir por mi cuello y meterse entre mi pelo. Me lo agarró con fuerza, tiró de mi cabeza hacia él y me miró a los ojos.

—Ahora.

La decisión estaba tomada y una vez más enrollé su corbata alrededor de mi mano y le empujé hacia el asiento de atrás. Cuando la puerta se cerró tras él, no perdió el tiempo; se lanzó hacia el cierre de la parte delantera de mi vestido. Gemí al sentir que separaba la tela y me pasaba las manos por la piel desnuda. Me empujó hacia atrás para que me tumbara sobre la fresca piel y, poniéndose de rodillas entre mis piernas, me colocó la palma entre los pechos y la fue bajando lentamente por mi abdomen hasta el liguero de encaje.

Sus dedos siguieron las delicadas cintas hasta el borde de mis medias y volvieron a subir para entretenerse en seguir todo el contorno de mis bragas. Los músculos de mi abdomen se tensaban con cada uno de sus movimientos y yo intentaba desesperadamente controlar mi respiración.

Rozando con la punta de los dedos los lacitos blancos, levantó la vista y me dijo: —La suerte no tiene nada que ver con esto.

Tiré de él, agarrándole por la camisa, y le metí la lengua en la boca, gimiendo cuando su palma se apretó contra mí. Nuestros labios se pusieron a buscar; nuestros besos se hicieron más largos y más profundos, ganando en urgencia con cada centímetro de piel que se iba descubriendo.

Le saqué la camisa de los pantalones y exploré la piel lisa de sus costillas, la clara definición de los músculos de su cadera y la suave línea de vello que salía de su ombligo y me animaba a ir más abajo. Como quería provocarlo de la forma que me estaba provocando él a mí, seguí su cinturón con mis dedos hasta la silueta dura que tenía debajo de los pantalones. Él gimió dentro de mi boca.

—No sabes lo que me estás haciendo.

—Dímelo —le susurré. Estaba utilizando sus mismas palabras contra él y saber que se acababan de cambiar las tornas por el momento me excitaba—. Dímelo y te daré lo que quieres.

Él gimió y se mordió el labio, con la frente apoyada contra la mía, para después estremecerse.

—Quiero que me folles tú a mí.

Le temblaban las manos mientras me cogía las bragas nuevas y cerraba el puño y, aunque fuera una locura, estaba deseando que me las rompiera. La pura pasión entre nosotros era diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado; no quería que se reprimiera. Sin una palabra me las arrancó y el dolor de la tela al dejar mi piel se sumó al placer.

Empujé hacia delante con la pierna para echarlo hacia atrás y apartarlo de mí. Me senté, lo tiré sobre el asiento trasero y me puse a horcajadas en su regazo. Le abrí la camisa de un tirón, lo que envió botones despedidos por todo el asiento. Yo ya estaba perdida para todo el mundo excepto para él y para aquello: la sensación del aire contra mi piel, los sonidos irregulares de nuestras respiraciones, el calor de su beso y la idea de lo que estaba por venir. Frenéticamente le solté el cinturón y los pantalones y con su ayuda conseguí bajárselo por las piernas. La punta de su miembro me rozó y yo cerré los ojos y bajé lentamente sobre él, deslizándolo poco a poco en mi interior.
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:02 am

Maratón 4/4

~~~> Capitulo 19

—Oh, Dios —gemí, la sensación de él dentro de mí solo hizo que el efecto agridulce se intensificara.

Levanté las caderas y empecé a cabalgar sobre él, sintiendo cada movimiento más intenso que el anterior. El dolor que me estaban produciendo sus dedos ásperos en las caderas avivaba mi lujuria. Tenía los ojos cerrados y amortiguaba sus gemidos enterrando la cabeza en mi pecho. Movió los labios por encima de mi sujetador de encaje y me bajó una de las copas para cogerme el pezón endurecido entre los dientes. Le agarré el pelo con fuerza, lo que le provocó un gemido y su boca se abrió alrededor de mi piel.

—Muérdeme —le susurré.

Y él lo hizo, con fuerza, lo que me hizo gritar y tirarle más fuerte del pelo. Mi cuerpo estaba en armonía con el suyo, reaccionaba a todas sus miradas, sus sonidos y sus contactos. Y ambos odiábamos y a la vez adorábamos cómo me hacía sentir. Yo nunca había sido una de esas mujeres que pierden fácilmente el control, pero cuando me tocaba así, yo estaba encantada de dejarme llevar.

—¿Te gusta sentir mis dientes? —me preguntó con la respiración entrecortada e irregular—. ¿Fantaseas con otros sitios en los que te puedo morder?

Me apoyé en su pecho para incorporarme y lo miré. —No sabes cuándo debes cerrar la boca, ¿verdad?

Él me levantó y me tiró bruscamente sobre el asiento. Separándome las piernas, volvió a entrar en mi interior. Mi coche era demasiado pequeño para eso, pero no había nada que pudiera detenernos. Incluso con las piernas dobladas de una forma extraña debajo de él y con los brazos por encima de la cabeza para evitar que chocara con la puerta, aquello era demasiado. Él se puso de rodillas y adoptó una posición más cómoda, me cogió una pierna y se la colocó sobre un hombro, lo que hizo que entrara más profundamente en mí.

—Oh, Dios, sí.

—¿Sí? —Me levantó la otra pierna para apoyarla sobre el otro hombro. Extendió el brazo y agarró el marco de la puerta para guardar el equilibrio y hacer las embestidas más profundas—. ¿Así es como te gusta? El cambio de ángulo me hizo dar un respingo cuando las sensaciones más deliciosas se extendieron por todo mi cuerpo.

—No. —Apoyé las manos contra la puerta y levanté las caderas del asiento para ir al encuentro de cada movimiento de la suya—. Me gusta más fuerte.

—Joder —murmuró y volvió la cabeza un poco para que su boca abierta me fuera dejando besos húmedos por toda la pierna.

Nuestros cuerpos ya brillaban por el sudor, las ventanas estaban empañadas y nuestros gemidos llenaban el espacio en silencio del coche. La penumbra que producían las luces del aparcamiento resaltaba todas las hendiduras, que parecían esculpidas, y todos los músculos del hermoso cuerpo que tenía encima de mí. Lo miré embelesada, tenso por el esfuerzo y el pelo alborotado y pegado a su frente húmeda, los tendones de su cuello estirados como cuerdas.

Dejó caer la cabeza entre sus brazos estirados, cerró los ojos con fuerza y negó.

—Oh, Dios —jadeó—. Es que... no puedo parar.

Yo me arqueé para estar más cerca, con la necesidad de encontrar una forma de sentirlo más profunda, más completamente en mi interior. Nunca había tenido unas ganas tan intensas de consumir otro cuerpo como las que tenía cuando él estaba dentro de mí, pero incluso entonces, parecía que nunca podía estar lo bastante cerca de las partes de él que quería sentir. Y justo con ese pensamiento en mi mente, la deliciosa tensión en espiral que sentía en mi piel y en el vientre cristalizó para convertirse en una dolor tan profundo que bajé las piernas de sus hombros a la vez que tiraba de él para colocar todo su peso sobre mí mientras suplicaba: «Por favor, por favor, por favor», una y otra vez. Estaba cerca, tan cerca. Mis caderas empezaron a dibujar círculos y las suyas respondieron con fuerza y constancia, desatados tanto él, que estaba encima, como yo, que estaba debajo.

—Estoy tan cerca, joder, por favor.

—Lo que quieras —gimió él en respuesta, antes de inclinarse para morderme el labio y proseguir—. Quédate con lo que quieras.

Yo chillé al correrme, con las uñas hundidas en su espalda y el sabor de su sudor en mis labios. Él soltó un juramento con la voz profunda y ronca y con una última embestida muy potente se tensó sobre mí. Exhausto y temblando, se dejó caer con la cara contra mi cuello. No pude resistir la necesidad de pasarle las manos temblorosas por el pelo húmedo mientras estaba ahí tumbado, jadeando, con el corazón acelerado contra mi pecho. Tenía un millón de pensamientos cruzando por mi mente mientras pasaban los minutos.

Lentamente nuestras respiraciones se fueron calmando y estuve a punto de creer que se había dormido cuando apartó la cabeza. Mi cuerpo cubierto de sudor sintió inmediatamente el frío cuando él empezó a vestirse. Lo observé durante un momento antes de incorporarme y ponerme el vestido, luchando con fuertes sentimientos encontrados. Además de algo que me satisfacía físicamente, el sexo con él era lo más divertido que había hecho en mucho tiempo. Pero es que era tan estúpido...

—Asumo por lo que ha pasado que vas a ignorar la cuenta que te he abierto. Y me doy cuenta de que esto no puede volver a pasar —dijo, apartándome de mis propios pensamientos.

Me volví para mirarlo. Se estaba poniendo la camisa rota con la mirada fija en algún punto delante de él. Pasaron unos segundos antes de que se volviera a mirarme.

—Di algo para que sepa que me has oído.

—Dígale a Susan que iré a cenar, señor Maslow. Y salí inmediatamente de mi puto coche.

_____________________________________
James MAslow, coleccionista profesional de bragas rotas de la raya y especialista en arruinar momentos perfectos. PUTA MADRE¬¬
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:03 am

Maratón 1/4

~~~> Capitulo 20

El ardor de mi pecho era casi suficiente para distraerme del lío que tenía en la cabeza. Pero solo «casi». Aumenté la inclinación de la cinta de correr y me obligué a exigirme más. Los pies golpeando, los músculos ardiendo... eso siempre funcionaba. Así es como yo vivía mi vida. No había nada que no pudiera lograr si me exigía lo suficiente: los estudios, la carrera, la familia, las mujeres. Mierda: mujeres.

Agobiado sacudí la cabeza y subí el volumen de mi iPod, esperando que eso pudiera distraerme lo suficiente para conseguir un poco de paz. Debería haber sabido que no iba a funcionar. No importaba cuánto lo intentara, ella siempre estaba allí.

Cerraba los ojos y todo volvía: tumbado sobre ella, sintiéndola envolviéndome, sudoroso, excitado, queriendo parar pero incapaz de hacerlo. Estar dentro de ella era la tortura más perfecta. Saciaba el hambre que sentía en ese momento, pero como un yonqui, me encontraba consumido por la necesidad de más droga en cuanto dejaba de tenerla. Era aterrador, pero cuando estaba con ella era capaz de hacer cualquier cosa que me pidiera. Y esa sensación estaba empezando a penetrar en momentos como ese también, en los que ni siquiera estaba a su lado pero seguía queriendo ser lo que ella necesitaba. Ridículo.

Alguien me quitó uno de los auriculares de un tirón y yo me volví hacia la fuente de la distracción.

—¿Qué? —pregunté mirando a mi hermano.

—Si sigues subiendo eso, vamos a tener que despegarte del suelo en cualquier momento, James —me respondió—. ¿Qué ha hecho ella estaba vez para fastidiarte tanto?

—¿Quién?

Él puso los ojos en blanco. —_____.

Sentí que se me tensaba el estómago al oír su nombre y volví a centrar mi atención en la cinta de correr. —¿Y qué te hace pensar que esto tiene algo que ver con ella?

Él rió sacudiendo la cabeza. —No conozco a ninguna otra persona que produzca esta reacción en ti. Y sabes por qué es, ¿verdad?

Él había apagado su máquina y ahora tenía toda su atención centrada en mí. Mentiría si dijera que no me estaba poniendo un poco nervioso. Mi hermano era perceptivo, demasiado, a veces. Y si había algo que yo quería ocultarle era precisamente eso. Mantuve la mirada fija adelante mientras seguía corriendo, intentando no cruzar la mirada con él.

—Ilumíname.

—Porque vosotros dos os parecéis bastante —dijo con aire de suficiencia.

—¿Qué? —Varias personas se volvieron para ver por qué estaba gritando en medio de un gimnasio lleno de gente. Dejé caer la mano sobre el botón de parada y lo miré—. Pero ¿cómo se te ha podido ocurrir eso? No nos parecemos en nada. —Estaba sudado, sin aliento y acelerado después de haber corrido más de quince kilómetros. Aunque justo en ese momento la subida de mi presión arterial no tenía nada que ver el ejercicio físico. Le di un largo trago a la botella de agua mientras Henry no dejaba de sonreír burlón.

—¿Con quién crees que estás hablando? No he conocido a dos personas más parecidas en mi vida. Primero... —Hizo una pausa, carraspeó y levantó la mano para ir enumerando las cosas con los dedos —. Ambos sois inteligentes, determinados, trabajáis mucho y sois leales. Y... —continuó señalándome — ella es una bomba. De hecho es la primera mujer en toda tu vida que puede plantarte cara y que no te sigue a todas partes como un perrito perdido. Y odias profundamente cuánto necesitas eso.

¿Es que todo el mundo había perdido la cabeza? Claro que ella era alguna de esas cosas; ni siquiera yo podía negar que era increíblemente inteligente. Y trabajaba mucho y muy duro; a veces me sorprendía lo bien que se mantenía al día con todo. Y sin duda tenía determinación, aunque yo describiría esa cualidad algo más próxima a los adjetivos de cabezota y terca. Y no se podía poner en tela de juicio su lealtad. Podría haberme traicionado cien veces desde que empezamos con aquel juego enfermizo.

Me quedé de pie mirándolo mientras intentaba formular una respuesta. —Bueno, sí, y también es una bruja de tomo y lomo.

«Muy bien, James. Muy elaborada esa respuesta.» Bajé de la máquina, la limpié y crucé el gimnasio intentando escapar. Él se echó a reír encantado, detrás de mí.

—¿Ves? Sabía que te estaba afectando.

—Que te den, Henry.

Me dispuse a hacer unos abdominales pero él apareció por encima de mí, sonriendo como el gato que se comió al canario.

—Bueno, yo ya he acabado aquí —dijo frotándose las manos. Parecía cada vez más satisfecho consigo mismo—. Supongo que me voy a casa.

—Bien. Vete.

Riéndose se dio la vuelta. —Oh, pero antes de que se me olvide, Mina me ha pedido que me entere de si has conseguido convencer a _____ para que venga a cenar.

Asentí, incorporándome para atarme mejor los cordones. —Dijo que iría.

—¿Soy yo el único que cree que es gracioso que mamá esté intentando emparejarla con Joel Cignoli?

Ahí estaba esa sensación en el pecho otra vez. Henry y yo habíamos crecido con Joel y era un tío bastante decente, pero algo en la idea de ellos dos juntos me hacía sentir ganas de darle un puñetazo a algo.

—Bueno, Joel es genial —continuó—. Aunque _____ es un poco demasiado para él, ¿no crees? — Noté que se quedaba mirándome más de la cuenta—. Pero, oye, que lo intente si cree que tiene alguna oportunidad.

Me tumbé y empecé a hacer abdominales un poco más rápido de lo necesario.

—Hasta luego, Jaime.

—Sí, hasta luego —murmuré.


El domingo por la noche, tumbado en la cama, repetí el plan en mi cabeza. Estaba pensando en ella demasiado y de forma diferente. Tenía que ser fuerte y pasar una semana sin tocarla. Era una especie de desintoxicación. Siete días. Podría hacerlo. Siete días sin tocarla y todo eso se habría acabado. Podría seguir con mi vida.

Solo tenía que tomar un par de precauciones. Primero, no podía permitir verme empujado a discutir con ella. Por alguna razón, para nosotros dos discutir era como una especie de juego preliminar. Segundo: nada de volver a fantasear con ella, nunca. Eso significaba nada de volver a revivir encuentros sexuales, nada de imaginar otros nuevos y nada de visualizarla desnuda o con cualquiera de las partes de mi cuerpo en contacto con las suyas. Y durante la mayor parte del tiempo las cosas parecieron ir conforme al plan.

Estaba en un estado constante de quietud y la semana me pareció que duraba una eternidad, pero aparte de un montón de fantasías obscenas, pude mantener el control. Hice todo lo que pude para ocupar mi tiempo fuera de la oficina, pero durante los ratos que estábamos obligados a estar juntos, yo mantenía una distancia constante y la mayor parte del tiempo nos tratamos el uno al otro con la misma aversión educada que habíamos practicado antes. Pero juro que ella no dejaba de intentar romper mi determinación. Cada día parecía que la señorita Mills estaba más atractiva que el anterior. Todos los días había algo de su ropa o de lo que hacía que llevaba mi mente a terreno prohibido. Hice el trato conmigo mismo de que no habría más «sesiones» a la hora de comer. Tenía que parar aquello e imaginármela mientras me masturbaba (mierda, imaginármela masturbándose) no me iba a ayudar.

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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:03 am

Maratón 2/4

~~~> Capitulo 21

El lunes se dejó el pelo suelto. Y todo en lo que podía pensar mientras estaba sentada al otro lado de la mesa durante una reunión era en enredar mis manos en su pelo mientras ella me la chupaba. El martes llevaba una falda hasta la rodilla que le marcaba las curvas y esas medias con la costura detrás. Parecía una pin up caracterizada de secretaria sexy. El miércoles se puso un traje. Eso resultó inesperadamente peor, porque no pude apartar mi mente de cómo sería bajarle esos pantalones por sus largas piernas. El jueves llevaba una blusa sencilla con el cuello de pico pero las dos veces que se agachó para recogerme el boli le eché un buen vistazo a lo que tenía debajo. Y solo una de las veces fue a propósito. Para cuando llegó el viernes creí que iba a explotar. No me había masturbado ni una vez en toda la semana e iba por ahí con el peor caso de dolor de huevos conocido por el hombre.

Cuando entré en la oficina el viernes por la mañana recé para que hubiera llamado para decir que estaba enferma. Pero de alguna forma sabía que no iba a tener esa suerte. Estaba cachondo y de un humor especialmente malo y cuando abrí la puerta del despacho estuve a punto de tener un ataque al corazón. Estaba agachada regando una planta, con un vestido de punto color carbón y botas hasta la rodilla. Todas las curvas de su cuerpo estaban allí delante de mí. Alguien ahí arriba tenía que odiarme mucho.

—Buenos días, señor Maslow —me dijo dulcemente cuando pasé a su lado, lo que hizo que me detuviera. Algo estaba ocurriendo. Nunca me decía nada con dulzura.

La miré suspicaz. —Buenos días, señorita Mills. Parece estar de un humor excelente esta mañana. ¿Es que ha muerto alguien?

La comisura de su boca se elevó con una sonrisa diabólica. —Oh, no. Solo estoy contenta por la cena de mañana y por conocer a su amigo Joel. Henry me lo ha contado todo de él. Creo que tenemos mucho en común.

«Hijo de puta.»

—Oh, claro. La cena. Se me había olvidado por completo. Sí, usted y Joel... Bueno, como es un niño de mamá y un cabrón autoritario, los dos seguramente encontrarán una conexión amorosa muy sólida. Me vendría bien una taza de café si va a ir a por una para usted. —Me giré y me encaminé a mi despacho.

Se me ocurrió que tal vez no sería bueno para mí permitir que me hiciera café. Cualquier día me iba a echar algo en él. Arsénico o algo así.

Antes de que me diera tiempo a sentarme, ella llamó a mi puerta. —Adelante.

Puso el café frente a mí con la fuerza suficiente para que se saliera un poco y cayera sobre lo que ella sabía perfectamente que era una mesa hecha a medida de quince mil dólares, y se volvió para mirarme.

—¿Vamos a hacer la reunión habitual sobre su agenda esta mañana? —Estaba de pie cerca de mi mesa en un lugar bañado por la luz del sol.

Unas sombras se proyectaban sobre su vestido, acentuando la curva de sus pechos. Joder, quería meterme uno de sus pezones tensos en la boca. ¿Hacía frío en mi oficina? ¿Cómo podía tener frío ella si yo estaba sudando a mares? Tenía que salir de allí.

—No. Se me había olvidado que tengo una reunión en el centro esta tarde. Así que me voy dentro de diez minutos y estaré todo el día fuera. Mándeme un email con todos los detalles —le respondí apresuradamente encaminándome a la seguridad y la cobertura de mi mesa.

—No sabía que tenía ninguna reunión fuera de la oficina hoy —dijo escéptica.

—No, no tiene por qué saberlo —le dije—. Es personal.

Cuando no respondió me atreví a mirarla y vi una expresión extraña en su cara. ¿Qué significaba esa cara? Obviamente se la veía enfadada, pero había algo más. Estaba... ¿estaba celosa?

—Oh —respondió mordiéndose el labio inferior—. ¿Es con alguien que yo conozca? —Ella nunca hacía preguntas sobre adónde iba—. Es por si su padre o su hermano le necesitan para algo.

—Bueno... —Hice una pausa para torturarla un poco más—. En estos tiempos, si alguien necesita localizarme para algo puede llamarme al móvil. ¿Algo más, señorita Mills?

Ella dudó un momento antes de levantar la barbilla y cuadrar los hombros. —Como no va a estar aquí, estaba pensando que me gustaría empezar mi fin de semana un poco más pronto. Quiero hacer unas compras para mañana por la noche.

—No hay problema. La veré mañana.

Nuestras miradas se encontraron por encima de la mesa y la electricidad que había en el aire se hizo tan palpable que pude sentir que se me aceleraba el corazón.

—Espero que su «reunión» sea de lo más agradable —me dijo con los dientes apretados mientras salía y cerraba la puerta tras ella.

Sentí alivio cuando la oí marcharse quince minutos después. Decidí que ya estaba seguro y podía irme, recogí mis cosas y me encaminé hacia la puerta. Me detuvo un hombre que llevaba un enorme ramo de flores.

—¿Puedo ayudarlo en algo? —le pregunté.

Él levantó la vista de su portapapeles y miró a su alrededor antes de responder. —Tengo una entrega para la señorita _____ Mills.

«Pero ¿qué...? ¿Quién demonios le mandaba flores? ¿Es que estaba saliendo con alguien mientras nosotros...?» Ni siquiera pude terminar ese pensamiento.

—La señorita Mills ha salido a comer. Volverá dentro de una hora —mentí. Tenía que echarle un vistazo a la tarjeta—. Yo se lo firmaré y me aseguraré de que las reciba. —Él puso las flores sobre la mesa. Firmé rápidamente, le di una propina y me despedí cuando se fue.

Durante tres largos minutos me quedé allí de pie, mirando las flores, deseando poder dejar de ser tan idiota y no mirar la tarjeta. Rosas. Ella odiaba las rosas. Solté una risita porque quien quiera que le hubiera mandado eso no la conocía en absoluto. Hasta yo sabía que no le gustaban las rosas. La había oído decírselo a Sara un día, cuando hablaba de que una de sus citas le había mandado un ramo. Se las había regalado a alguien porque no le gustaba su olor tan fuerte.

Finalmente mi curiosidad pudo conmigo y arranqué la tarjeta del ramo.

“Estoy deseando que llegue la cena.

JOEL CIGNOLI”

Esa extraña sensación empezó a expandirse lentamente por mi pecho de nuevo mientras arrugaba la tarjeta en mi puño cerrado. Recogí las flores de la mesa, salí por la puerta, cerré con llave y caminé por el pasillo hasta el ascensor. Justo cuando se abrieron las puertas, pasé junto a una papelera y, sin pensármelo dos veces, tiré el jarrón con todo su contenido dentro. No sabía qué demonios me estaba pasando. Pero sí sabía que de ninguna manera ella acabaría saliendo con Joel Cignoli.
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:03 am

Maratón 3/4

~~~> Capitulo 22

Me pasé la mayor parte del sábado corriendo en el lago, tratando de airearme un poco, de tomar distancia y aclarar mis pensamientos. Pero aun así el viaje de una hora en coche hasta la casa de mis padres me dio mucho tiempo para que volviera la maraña de frustraciones a mi cabeza: la señorita Mills, cómo la odiaba, cuánto la deseaba, las flores que le había enviado Joel. Me arrellané un poco más en el asiento e intenté que el ruido sordo del motor del coche me serenara. Sin embargo, no funcionó.

Los hechos eran los siguientes: me sentía posesivo con ella. No de una forma romántica, sino más bien del tipo: «Darle un golpe en la cabeza, arrastrarla del pelo y follármela», por así decirlo. Como si ella fuera mi juguete y yo no quisiera que ninguno de los demás niños del parque jugaran con él. ¿No era eso muy enfermizo? Si ella me oyera alguna vez admitir tal cosa, me cortaría los huevos y me los haría comer.

Ahora la cuestión era saber cómo proceder. Obviamente Joel estaba interesado. ¿Cómo no iba a estarlo? Todo lo que le había llegado era información de segunda mano de mi familia, que obviamente la adoraba, y estaba seguro de que le habían enseñado por lo menos una fotografía. Si yo solo supiera eso de ella, también estaría interesado. Pero no había forma de que él llegara a tener una conversación con ella y la encontrara igual de atractiva.

«A menos que solo quiera follársela...»

El sonido del cuero del volante chirriando bajo mis manos me dejó claro que era mejor que no pensara en eso. Él no habría accedido a conocerla en la casa de mis padres si no quisiera de ella más que sexo, ¿verdad? Sopesé esa idea. Tal vez sí que quería conocerla mejor. Mierda, incluso yo tenía que admitir que estuve un poco intrigado antes de que llegáramos a hablar. Por supuesto eso no me duró mucho y después ella ha demostrado ser una de las personas más exasperantes que he conocido en la vida. Desgraciadamente para mí, el sexo con ella es el mejor que he tenido. Joder, mejor que él no llegara tan lejos con ella. No estaba seguro de tener un buen sitio para esconder un cuerpo por allí.

Todavía recuerdo el momento en que la vi por primera vez. Mis padres vinieron a visitarme por Navidad cuando todavía vivía en el extranjero y uno de mis regalos fue un marco de fotos digital. Mientras miraba las fotos con mi madre, paré la presentación en una de mis padres de pie junto a una chica muy guapa de pelo castaño.

—¿Quién es la que está contigo y con papá? —le pregunté.

Mamá me dijo que se llamaba _____ Mills y que trabajaba de asistente para mi padre y empezó a contarme todo tipo de maravillas. No tendría más de veinte años en la foto, pero su belleza natural era deslumbrante. A lo largo de los años su cara aparecía de vez en cuando en las fotos que me enviaba mi madre: recepciones de la empresa, fiestas de Navidad e incluso fiestas en la casa. Su nombre también salía ocasionalmente cuando me contaba historias de los contratiempos habituales del trabajo y la familia. Así que cuando se tomó la decisión de que volvería a casa y me ocuparía de la dirección de operaciones, mi padre me explicó que _____ acababa de terminar su licenciatura en empresariales en la Universidad Northwestern, que había obtenido una beca para un máster que requería experiencia en el mundo real y que mi trabajo era la posición perfecta para ser su tutor durante un año.

Mi familia la quería y confiaba en ella, y el hecho de que ni mi padre ni mi hermano tuvieran ninguna reserva sobre su capacidad para desempeñar el puesto a mí me lo decía todo. Accedí inmediatamente. Estaba un poco preocupado porque mi opinión sobre su apariencia interfiriera con mi capacidad para ser su jefe, pero me tranquilicé rápidamente diciéndome que el mundo estaba lleno de mujeres preciosas y que me resultaría fácil separar ambos aspectos. Oh, qué estúpido fui.

Y ahora podía ver perfectamente todos los errores que había cometido durante los últimos meses, cómo, incluso desde aquel primer día, todo me había llevado al punto en el que me encontraba entonces. Para complicar aún más las cosas, últimamente parecía que no podía llegar a nada con nadie sin pensar en ella. Solo pensar lo que había pasado la última vez me provocaba una mueca de dolor.

Había sido unos días antes del «incidente de la ventana», como yo lo llamaba. Yo tenía que asistir a una gala de una organización benéfica. Al entrar en el despacho me quedé impresionado al ver a la señorita Mills con un vestido azul increíblemente sexy que no le había visto nunca antes. En cuanto la vi, quise tirarla sobre la mesa y follármela sin parar. Toda esa noche, con mi bellísima acompañante rubia a mi lado, estuve distraído. Sabía que estaba llegando al final de mi resistencia y que en algún momento todo iba a volar por los aires. No tenía ni idea de lo pronto que iba a ser eso.

Traté de probarme a mí mismo que la señorita Mills no se me estaba metiendo así en la cabeza, yéndome a casa con la rubia. Entramos a trompicones en su apartamento y nos besamos y nos desnudamos muy rápido, pero todo se enfrió. No es que ella no fuera lo bastante sexy e interesante, pero cuando la tumbé en la cama era castaño el pelo que yo veía esparcido sobre la almohada. Al besarle los pechos lo que quería sentir era unos pechos suaves y abundantes, no aquellos de silicona. Incluso mientras me estaba poniendo el condón y acercándome a ella, sabía que era un cuerpo sin cara que estaba utilizando para satisfacer mis propias necesidades egoístas. Intenté mantener a _____ lejos de mis pensamientos pero fui incapaz de detener esas imágenes prohibidas de cómo sería tenerla debajo de mí. Solo entonces conseguí empalmarme del todo y me puse rápidamente encima de aquella chica, odiándome al instante por ello.

Ahora me sentaba peor ese recuerdo que cuando pasó, porque ahora la había dejado meterse en mi cabeza y quedarse allí. Si podía soportar aquella noche, las cosas iban a ser más fáciles.

Aparqué el coche y empecé a repetirme mentalmente: «Puedes hacerlo. Puedes hacerlo».
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Mensaje por Invitado Lun 11 Nov 2013, 5:04 am

Maratón 4/4

~~~> Capitulo 23

—¿Mamá? —llamé mientras miraba en todas las habitaciones.

—Aquí fuera, James.

Oí que la respuesta llegaba desde el patio trasero. Abrí las puertas y me saludó la sonrisa de mi madre que estaba dándole los últimos toques a la mesa que había puesto fuera.

Me incliné para que pudiera darme un beso. —¿Por qué vamos a cenar aquí esta noche?

—Hace una noche preciosa y he pensado que estaríamos todos más cómodos aquí que sentados en un comedor atestado. No creo que le moleste a nadie, ¿tú qué crees?

—No, claro que no —respondí—. Se está muy bien aquí. No te preocupes.

Y realmente se estaba muy bien. El patio estaba cubierto por una enorme pérgola blanca con las vigas envueltas por enredaderas trepadoras muy tupidas. En el medio había una gran mesa rectangular en la que cabían ocho personas, cubierta con un suave mantel color marfil y la porcelana favorita de mi madre. Había velas y flores azules sobresaliendo de pequeños recipientes plateados por toda la mesa y un candelabro de hierro forjado emitía una luz vacilante por encima de nuestras cabezas.

—Sabes que ni yo voy a ser capaz de evitar que Sofia acabe tirando todo esto de la mesa, ¿verdad? —dije metiéndome una uva en la boca.

—Oh, se va a quedar con los padres de Mina esta noche. Y menos mal —continuó—, porque si estuviera aquí acapararía toda la atención.

«Mierda.» Si estuviera Sofia poniéndome caritas desde el otro lado de la mesa al menos tendría algo con lo que distraerme de la presencia de Joel.

—Esta noche es para ____. Me encantaría que ella y Joel conectaran. —Ella siguió yendo de acá para allá por el patio, encendiendo velas y haciendo ajustes de última hora, completamente ajena a mi angustia. Estaba jodido. Contemplé un segundo la idea de huir de todo aquello cuando oí a Henry... Puntual por una vez.

—¿Dónde está todo el mundo? —gritó y su voz profunda resonó en la casa vacía.

Le abrí la puerta a mi madre y al entrar encontramos a mi hermano en la cocina. —¿Y qué, James? —dijo mientras apoyaba su cuerpo larguirucho contra la encimera—. ¿Ansioso por lo de esta noche?

Esperé hasta que mi madre volvió a salir de la habitación para mirarlo con escepticismo.

—Supongo que sí —respondí intentando parecer muy informal—. Creo que mamá ha hecho barritas de limón. Mis favoritas.

—Pero qué mentiroso eres. Yo estoy deseando ver a Cignoli intentando ligar con _____ delante de todo el mundo. Va a ser una noche entretenida, ¿no crees?

Justo cuando Henry estaba arrancando un trozo de pan, entró Mina y le apartó las manos.

—¿Es que quieres que tu madre se enfade porque le estropeas la cena que ha planeado? Haz el favor de ser agradable esta noche, Henry. Nada de provocar a _____ ni de bromear con ella. Seguro que está muy nerviosa por todo esto. Dios sabe que ya tiene bastante con soportar a este —dijo señalándome.

—Pero ¿qué dices? —Ya me estaba cansando de aquel club de fans enfervorecidos de _____ Mills —. Yo no le hago nunca nada.

—James. —Mi padre estaba de pie en el umbral haciéndome un gesto para que me acercara a él.

Salí de la cocina y lo seguí a su estudio. —Por favor compórtate lo mejor que puedas esta noche. Sé que tú y _____ no os lleváis bien, pero está en nuestra casa, no en tu oficina, y espero que aquí la trates con respeto.

Apreté la mandíbula con fuerza y asentí mientras pensaba en todas las formas en que la había faltado al respeto durante las últimas semanas. Fui al baño un momento y justo entonces llegó Joel, con una botella de vino y unas cuantas variaciones de sus efusivos saludos: «¡Oh, estás fantástica!» para mamá, «¿Cómo está la niña?» para Mina, y una recia combinación de apretón de manos y abrazo para Henry y papá. Yo me quedé algo separado de los demás en el vestíbulo, preparándome mentalmente para la noche que me esperaba. Habíamos sido muy amigos de Joel mientras crecíamos y en el instituto, pero no le había visto desde que volví a casa. No había cambiado mucho. Era un poco más bajo que yo, con una constitución delgada, pelo muy negro y ojos azules. Supongo que algunas mujeres lo considerarían atractivo.

—¡James! —Apretón de manos, abrazo masculino—. Dios, tío. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Mucho, Joel. Creo que desde justo después del instituto —le respondí estrechándole la mano con fuerza—. ¿Qué tal estás?

—Genial. A mí me han ido las cosas muy bien. ¿Y a ti? He visto fotos tuyas en revistas, así que supongo que a ti también te ha ido bastante bien. —Me dio unas palmaditas en el hombro amistosamente.

«Qué idiota.»

Yo asentí y le devolví una sonrisa forzada. Decidí que necesitaba unos minutos más para pensar, me disculpé y subí arriba, a lo que había sido mi antigua habitación. Nada más cruzar la puerta me sentí más tranquilo. La habitación había cambiado poco desde que yo tenía dieciocho. Incluso cuando estaba en el extranjero, mis padres la mantuvieron prácticamente igual que cuando me fui a la universidad.

Me senté en mi antigua cama y pensé en cómo me sentiría si la señorita Mills tuviera algo que ver con Joel. Realmente era un tío majo, y aunque odiaba admitirlo, había una posibilidad real de que congeniaran. Pero solo pensar en otro hombre tocándola hacía que todos los músculos de mi cuerpo se pusieran en tensión. Volví mentalmente al momento en el coche en el que le había dicho a ella que no podía parar. Incluso ahora, a pesar de todas mis bravuconerías falsas, seguía sin saber si podía hacerlo. Oí que volvían los saludos y la voz de Joel en el piso de abajo y decidí que era hora de ser un hombre y enfrentarme a lo que estuviera por venir.

Cuando llegué al último rellano la vi. Me daba la espalda, pero me quedé sin aire en los pulmones. Llevaba un vestido blanco. ¿Por qué tenía que ser blanco? Era una especie de vestidito de verano muy de niña, que le llegaba justo por encima de la rodilla y dejaba a la vista sus largas piernas. La parte de arriba era de la misma tela y tenía lacitos que se ataban encima de los hombros. No podía pensar en otra cosa que en cuánto me gustaría soltar esos lacitos y ver la prenda caerle hasta la cintura. O tal vez hasta el suelo.

Nuestras miradas se encontraron desde diferentes extremos de la habitación y ella sonrió con una sonrisa tan genuina y feliz que durante un segundo incluso me la creí.

—Hola, señor Maslow.

Mis labios se elevaron un poco al verla hacer su papel delante de mi familia. —Señorita Mills —respondí con un gesto de la cabeza. Nuestras miradas no se separaron ni cuando mi madre llamó a todo el mundo para que saliera al patio a tomar algo antes de cenar.

Cuando pasó a mi lado, hablé en un tono tan bajo que solo ella pudo oír. —¿Una buena tarde de compras ayer?

Sus ojos se encontraron con los míos con esa sonrisa angelical en la cara. —Eso te gustaría a ti saber. —Me rozó al pasar y sentí que todo mi cuerpo se tensaba—. Por cierto, ha llegado una nueva línea de ligueros —me susurró antes de seguir a los demás al exterior. Me quedé parado y la boca se me abrió a la vez que mi mente volvía acelerada a nuestro escarceo en el probador de La Perla.

Un poco más adelante, Joel se acercó a ella. —Espero que no te importara que te mandara flores ayer a la oficina. Admito que tal vez es un poco excesivo, pero estaba deseando conocerte.

Sentí que se me hacía un nudo en el estómago cuando las palabras de Joel me sacaron de mi ensoñación lujuriosa. Ella se volvió hacia mí. —¿Flores? ¿Me llevaron flores?

Yo me encogí de hombros y negué con la cabeza. —Me fui pronto, ¿se acuerda?

Salí a prepararme un gimlet de vodka Belvedere. Según fue avanzando la noche, no pude evitar estar pendiente de ella por el rabillo del ojo. Cuando la cena por fin empezó, era evidente que las cosas entre ella y Joel iban muy bien. Incluso flirteaba con él.


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JAJAJAJAJA, pobre James. La raya lo está haciendo ver su suerte.
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Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 4:59 am

Mini - maratón 1/3

~~~> Capitulo 24

—_____, el señor y la señora Maslow me han contado que eres de Dakota del Norte. —La voz de Joel interrumpió otra fantasía, esta vez de mi puño golpeando su mandíbula. Levanté la vista para ver cómo le sonreía cálidamente. 

—Así es. Mi padre es dentista en Bismarck. Nunca he sido una chica de ciudad. Hasta Fargo me parecía demasiado grande. —Se me escapó una risita y su mirada se dirigió directamente hacia mí—. ¿Le divierte, señor Maslow? 

Reí entre dientes mientras le daba un sorbo a mi bebida, mirándola por encima del borde del vaso. —Lo siento, señorita Mills. Es que me resulta fascinante que no le gusten las ciudades grandes, pero que haya escogido la tercera ciudad más importante de Estados Unidos para ir a la universidad y... todo lo que ha venido después. 

La expresión de sus ojos me dijo que, en otras circunstancias, yo ya estaría desnudo y encima de ella o tumbado en el suelo sobre un charco de mi propia sangre. —La verdad, señor Maslow —dijo con la sonrisa volviendo a su cara—, es que mi padre volvió a casarse y como mi madre nació aquí, vine a pasar un tiempo con ella hasta que murió. 

Me miró fijamente durante un momento y tengo que admitir que sentí una punzada de culpa en el pecho. Pero desapareció en cuanto volvió a mirar a Joel y se mordió el labio de esa forma tan inocente que solo ella podía hacer parecer tan sexy. 

«Deja de flirtear con él.» 

Cerré los puños mientras los dos seguían hablando. Pero varios minutos después me quedé helado. «¿Podía ser?» Sí, eso sin duda era su pie subiendo por la pernera de mi pantalón. Menuda pícara diabólica estaba hecha, tocándome a mí mientras mantenía una conversación con un hombre que ambos sabíamos que no podría satisfacerla. Observé sus labios que se cerraban alrededor del tenedor y se me puso dura cuando se pasó la lengua lentamente por los labios para eliminar los restos de salsa marinera que le había dejado el pescado. 

—Vaya, del mejor cinco por ciento de tu clase en Northwestern. ¡Qué bien! —dijo Joel y después me miró—. Seguro que estás contento de tener a alguien tan increíble trabajando para ti, ¿no? 

_____ tosió levemente, trayendo la servilleta que tenía en el regazo para cubrirse la boca. Yo sonreí y la miré a ella y después a Joel. 

—Sí, es increíble tener a la señorita Mills a mis órdenes. Ella siempre consigue acabar todo el trabajo. 

—Oh, James. Qué amable por tu parte —exclamó mi madre y yo vi cómo la cara de la señorita Mills empezaba a enrojecer. 

Mi sonrisa desapareció cuando sentí su pie encima de mi entrepierna. Entonces presionó muy levemente contra mi erección. «Madre de Dios.» Ahora me tocó toser a mí, a punto de atragantarme con mi cóctel. 

—¿Está bien, señor Maslow? —me preguntó con fingida preocupación y yo asentí mirándola fijamente como si quisiera matarla. Ella se encogió de hombros y volvió a Joel—. ¿Y tú? ¿Eres de Chicago? 

Continuó frotando suavemente contra mí el dedo del pie y yo intenté mantener el control de mi respiración y mi expresión neutral. Cuando Joel empezó a contarle cosas sobre su infancia y la época en que fue al colegio con nosotros, para acabar hablándole de su negocio de contabilidad que iba viento en popa, vi que su expresión cambiaba de una de fingido interés a una de genuina intriga. 

«Mierda, no.» Metí la mano izquierda debajo del mantel y encontré la piel de su tobillo. La vi sobresaltarse un poco por mi contacto. Empecé a mover los dedos en leves círculos, le pasé el pulgar por el arco del pie y me sentí satisfecho cuando la oí pedirle a Joel que le repitiera lo que acababa de decir. Pero entonces él dijo que le gustaría quedar con ella algún día de esa semana para comer. Mi mano pasó a cubrirle la parte superior del pie y a apretarlo con más fuerza contra mi erección. Ella sonrió burlona. 

—Podrás prescindir de ella durante la comida ¿no, James? —me preguntó Joel con una sonrisa alegre y el brazo descansando sobre el respaldo de la silla de _____. 

Necesité todo mi autocontrol para no saltar por encima de la mesa y arrancárselo. —Oh, hablando de citas para comer, James —interrumpió Mina tocándome el brazo con la mano —. ¿Te acuerdas de mi amiga Megan? La conociste el mes pasado en nuestra casa. Veintitantos, de mi altura, pelo rubio, ojos azules. Bueno, me ha pedido tu número. ¿Te interesa? 

Miré a _____ cuando sentí los tendones de su pie tensarse y la vi tragar lentamente mientras esperaba mi respuesta. 

—Claro. Ya sabes que prefiero las rubias. Puede ser un cambio agradable. 

Tuve que contenerme para no chillar cuando bajó el talón y me apretó los testículos contra la silla. Los mantuvo allí durante un segundo, levantó la servilleta y se limpió la boca. 

—Disculpadme, tengo que ir al servicio. 

Cuando ella entró en la casa, toda mi familia me miró con el ceño fruncido. 

—James —dijo mi padre con los dientes apretados—. Creía que ya habíamos hablado de esto. 

Cogí mi copa y me la llevé a los labios. —No sé a qué te refieres. 

—James —añadió mi madre—, creo que deberías ir a pedirle disculpas. 

—¿Por qué? —pregunté dejando mi copa sobre la mesa con demasiada fuerza. 

—¡James! —exclamó mi padre levantando la voz, lo que no dejaba posibilidad alguna de discusión. Tiré la servilleta sobre mi plato y me aparté de la mesa. 

Crucé la casa como una flecha buscándola en los baños de las dos primeras plantas, hasta que al llegar a la tercera vi que la puerta del baño estaba cerrada. De pie al otro lado de la puerta, con la mano apoyada en el picaporte, luché conmigo mismo. Si entraba ahí, ¿qué iba a ocurrir? Solo había una cosa que me interesaba a mí y sin duda no era disculparme. Pensé en llamar, pero sabía con seguridad que ella no me iba a invitar a entrar. 

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Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 5:00 am

Mini - maratón 2/3

~~~> Capitulo 25

Escuché con atención, esperando algún ruido o señal de movimiento del interior. Nada. Por fin giré el picaporte y me sorprendió encontrarlo abierto. Había estado en ese baño muy pocas veces desde que mi madre lo remodeló. Ahora era una habitación preciosa y moderna, con una encimera de mármol hecha a medida y un amplio espejo que cubría una pared. Encima del tocador había una pequeña ventana por la que se veía el patio y los terrenos que había más abajo. 

Ella estaba sentada en el banco acolchado, delante del tocador, mirando al cielo. —¿Has venido a humillarme? —preguntó. Le quitó la tapa a su pintalabios y se lo fue aplicando con pequeños toques. 

—Me han enviado para comprobar que están intactos tus delicados sentimientos. —Me volví para poner el pestillo en la puerta del baño y el chasquido resonó en el silencio de la habitación. 

Ella se rió y su mirada se encontró con la mía en el espejo. Se la veía muy serena, pero me fijé en su pecho que subía y bajaba; su respiración estaba tan acelerada como la mía. 

—Te aseguro que estoy bien. —Volvió a ponerle la tapa al pintalabios y lo metió en el bolso. Se levantó e intentó pasar a mi lado hacia la puerta—. Estoy acostumbrada a que seas un capullo. Pero Joel parece muy agradable. Debería volver abajo. 

Puse la mano en la puerta y me acerqué a su cara. —Me parece que no. —Le rocé con los labios un lugar debajo de la oreja y ella se estremeció por el contacto—. ¿Sabes? Él quiere algo que es mío y no puede tenerlo. 

Ella se me quedó mirando fijamente. —Pero ¿en qué época te crees que estamos? Déjame salir. Yo no soy tuya. 

—Puede que tú te creas eso —le susurré mientras mis labios bajaban levemente por su cuello—, pero tu cuerpo —dije metiéndole las manos bajo la falda y presionando la mano contra el encaje húmedo que tenía entre las piernas— piensa otra cosa. 

Ella cerró los ojos y dejó escapar un gemido bajo cuando mis dedos se movieron haciendo círculos lentos contra su clítoris. —Que te jodan. 

—Déjame que te ayude a hacerlo —dije contra su cuello. 

Ella dejó escapar una carcajada temblorosa y yo la empujé contra la puerta del baño. Le cogí ambas manos y se las levanté por encima de la cabeza, manteniéndoselas sujetas con las mías, y me incliné para besarla. Sentí que luchaba sin muchas fuerzas contra mi sujeción y negué con la cabeza, apretando más las manos.

—Déjame —repetí apretando mi miembro endurecido contra ella. 

—Oh, Dios —dijo con la cabeza ladeada para darme acceso a su cuello—. No podemos hacer esto aquí. 

Bajé mis labios por su cuello y por su clavícula hasta el hombro. Le sujeté ambas muñecas con una mano y bajé la mano libre para soltar lentamente una de las cintas que le sujetaban la parte de arriba, besándole la piel que acababa de quedar expuesta. Me pasé al otro lado y al repetir la acción me vi recompensado con que la parte de delante de su vestido se deslizó hacia abajo revelando un sujetador sin tirantes de encaje blanco. «Joder.» ¿Tenía alguna pieza de lencería aquella mujer que no me hiciera quedarme a punto de correrme en los pantalones? 

Bajé la boca hasta sus pechos mientras le desabrochaba el sujetador. No me iba a perder la visión de sus pechos desnudos esta vez. Se abrió con facilidad y el encaje cayó, revelando la imagen que llenaba mis fantasías más obscenas. Cuando me metí un pezón rosado en la boca, ella gimió y sus rodillas cedieron un poco. 

—Chis —susurré contra su piel 

—Más —me dijo—. Otra vez. 

La levanté y ella me rodeó la cintura con las piernas, lo que unió más nuestros cuerpos. Le solté las manos y ella inmediatamente me las llevó al pelo y tiró de mí con brusquedad para que me acercara. Joder, me encantaba que hiciera eso. Volví a empujarla contra la puerta pero entonces me di cuenta de que había demasiada ropa por medio; quería sentir el calor de su piel contra la mía, quería enterrarme por completo en ella y mantenerla aplastada contra la pared hasta mucho después de que todos se hubieran ido a dormir. 
Ella pareció leerme el pensamiento porque sus dedos bajaron por mis costados y empezaron a sacarme frenéticamente el polo de los pantalones, levantándomelo y quitándomelo por la cabeza. El sonido de las risas que llegaba del exterior se coló por la ventana abierta y sentí que ella se tensaba contra mí. Pasó un largo momento antes de que su mirada se encontrara con la mía y estaba claro que le costaba decir lo que quería decir. 

—No deberíamos hacer esto —dijo por fin, negando con la cabeza—. Él me está esperando. —Ella intentó con poco entusiasmo apartarme, pero yo no me moví. 

—Pero ¿tú quieres estar con él? —le pregunté sintiendo una oleada de posesión abriéndose en mi interior. Ella me sostuvo la mirada pero no respondió.

La bajé y la dirigí hacia el tocador, parando solo para colocarme justo detrás de ella. Desde donde estábamos teníamos una visión perfecta del patio de abajo. Acerqué su espalda desnuda a mi pecho y puse la boca junto a su oreja. 

—¿Lo ves? —le pregunté deslizando las manos por sus pechos—. Mírale. —Bajé las manos por su abdomen, por toda la falda, y hasta sus muslos—. ¿Te hace sentir así? 

Mis dedos la rozaron al subir por un muslo y meterse debajo de sus bragas. Un siseo bajo escapó de su boca y yo sentí su humedad y entré en ella.

—¿Conseguiría alguna vez que te mojaras así? 

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Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 5:00 am

Mini - maratón 3/3

~~~> Capitulo 26

—¿Conseguiría alguna vez que te mojaras así? 

Ella gimió y apretó las caderas contra mí. 

—No... 

—Dime lo que quieres —susurré contra su hombro. 

—Yo... No lo sé.

—Mírate —le dije mientras mis dedos no dejaban de entrar y salir de ella—. Sí sabes lo que quieres. 

—Quiero sentirte dentro de mí, ahora. —No hizo falta que me lo pidiera dos veces. Me desabroché los pantalones en un segundo y me los bajé hasta la cadera, apretándome contra su trasero antes de levantarle la falda y agarrarle las bragas con las manos. 

—Rómpelas —me susurró. 

Antes nunca había podido ser tan salvaje y tan primitivo con nadie, en cambio con ella parecía justo lo que había que hacer. Tiré con fuerza y las sutiles bragas se rasgaron con facilidad. Las lancé al suelo y le pasé las manos por la piel, bajando los dedos por sus brazos hasta sus manos, donde le apreté las palmas contra la mesa que teníamos delante. En ese momento era una visión absolutamente maravillosa: agachada, con la falda subida hasta las caderas y su trasero perfecto a la vista. Ambos gemimos cuando yo me coloqué y me deslicé en su interior profundamente. Me incliné, le di un beso y volví a decir «chis» contra su espalda. 

Más risas nos llegaron del exterior. Joel estaba ahí abajo. Joel, que en el fondo era un buen tío pero que quería apartarla de mí. Ese pensamiento bastó para hacerme empujar aún con más fuerza. Sus ruidos estrangulados me hicieron sonreír y la recompensé aumentando el ritmo. Un parte muy retorcida de mí sintió cierta reafirmación al ver a _____ silenciada por lo que le estaba haciendo. Soltaba exclamaciones ahogadas y buscaba con los dedos algo a lo que agarrarse mientras tenía mi miembro en su interior, duro, más duro, cada vez que intentaba hacer algún sonido pero no podía. Le hablé suavemente junto a su oído, y le pregunté si quería que la follara. Le pregunté si le gustaba que le dijera esas guarradas, si le gustaba verme así de sucio, follándola tan fuerte que le iba a dejar cardenales. Ella consiguió balbucear un sí y cuando empecé a moverme más rápido y más fuerte, ella me suplicó que le diera más. Los botes de la mesa estaban tintineando y volcándose por la fuerza de nuestros movimientos, pero a mí no me importaba. La agarré del pelo y tiré para incorporarla y que su espalda quedara contra mi pecho. 

—¿Crees que él puede hacerte sentir así? 

Seguí embistiéndola, obligándola a mirar por la ventana. Sabía que me estaba poniendo en evidencia. Mi mundo se estaba cayendo a pedazos a mí alrededor. Necesitaba que ella pensara en mí esa noche cuando estuviera en su cama. 
Quería que ella me sintiera cuando cerrara los ojos y se tocara, recordando la forma en que habíamos follado. Mi mano libre subió por su costado hasta sus pechos, cubriéndolos y retorciéndole los pezones. 

—No —gimió—. Así nunca. —Bajé de nuevo la mano por el costado y se la coloqué detrás de la rodilla para subírsela hasta la mesa, lo que la abrió aún más a mí y me permitió entrar más profundamente en ella. 

—¿Has visto lo bien que me envuelves? —gruñí contra su cuello—. Te siento tan bien... Cuando bajes, quiero que recuerdes esto. Recuerda lo que me haces. 

La sensación se estaba volviendo abrumadora y sabía que cada vez estaba más cerca. Estaba más que desesperado. La necesitaba como una droga y ese sentimiento consumía todos mis pensamientos. Le cogí la mano, entrelacé nuestros dedos y las bajé por su cuerpo hasta su clítoris, ambas manos acariciando y provocando. Gemí por la sensación que tuve al entrar y salir de ella con tanta facilidad. 

—¿Sientes eso? —le susurré al oído, abriendo los dedos para que quedaran uno a cada lado de mí. 

Ella volvió la cabeza y gimió contra la piel de mi cuello. No era suficiente, necesitaba mantenerla en silencio. Aparté la mano de su pelo, le tapé la boca con cuidado y le di un beso sobre la piel enrojecida de la mejilla. Ella dejó escapar un grito amortiguado, posiblemente mi nombre, cuando su cuerpo se tensó y después se apretó a mi alrededor. 

Cuando ella cerró los ojos y sus labios se relajaron por fin en un suspiro satisfecho, empecé a buscar lo que yo necesitaba: cada vez más rápido, mirando nuestro reflejo en el espejo para poder ver cómo mis últimas embestidas hacían que se movieran sus pechos. El clímax empezó a desgarrarme. Ella dejó caer la mano de mi pelo para taparme la boca a mí ahora y yo cerré los ojos y dejé que la ola me embargara. Unas embestidas finales más profundas y fuertes y me derramé dentro de ella. 

Abrí los ojos y le di un beso en la palma antes de apartarla de mi boca y apoyé la frente contra su hombro. Las voces que llegaban desde abajo, ajenas a todo, seguían llegándonos. Ella se apoyó contra mí y se quedó allí en silencio unos momentos. Lentamente empezó a apartarse y yo fruncí el ceño por la pérdida del contacto. Miré cómo se colocaba de nuevo la falda, recuperaba el sujetador e intentaba volver a atar los lazos del vestido. Yo bajé la mano para subirme los pantalones, recogí el encaje desgarrado de sus bragas y me lo metí en el bolsillo. Ella seguía peleándose con el vestido y yo me acerqué, le aparté las manos y le até de nuevo los lazos evitando su mirada. De repente la habitación era demasiado pequeña y ambos nos miramos en un silencio incómodo. 

Cogí el picaporte, deseando decir algo para arreglarlo, cualquier cosa. ¿Cómo podía pedirle que follara conmigo y solo conmigo y esperar que no cambiara nada más? Incluso yo sabía que pedirle eso era ganarme una buena patada en los huevos. Pero las palabras sobre lo que sentía al verla con Joel no habían cristalizado aún. Tenía la mente en blanco. Frustrado, abrí la puerta. Y los dos nos quedamos de piedra al ver lo que había ante nosotros.

Allí, de pie ante la puerta, con los brazos cruzados y las cejas elevadas por la sorpresa, estaba Mina.



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¡DOBABEEEEEEES! \*O*/
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Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 5:00 am

Mini - maratón 1/3

~~~> Capítulo 27

Cuando abrió la puerta y ambos nos encontramos cara a cara con Mina, me quedé helada. 

—¿Qué era exactamente lo que estabais haciendo los dos ahí dentro? —preguntó mientras su mirada pasaba de uno a otro. 

Una recapitulación de todo lo que podía haber oído me pasó en un segundo por la cabeza y sentí un calor que se extendía por toda mi piel. Me atreví a mirar al señor Maslow justo cuando él hacía lo mismo. Después me volví hacia Mina y negué con la cabeza. 

—Nada, teníamos que hablar. Eso es todo. —Intenté fingir, pero sabía que el temblor de mi voz me delataba. 

—Oh, he oído algo ahí dentro y no tengo la más mínima duda de que no era hablar —dijo sonriendo burlonamente. 

—No seas ridícula, Mina. Estábamos discutiendo un tema de trabajo —dijo él intentando pasar a su lado. 

—¿En el baño? —preguntó. 

—Sí. Me habéis mandado aquí arriba para que viniera a buscarla y ahí es donde la he encontrado. 

Ella se puso delante de él para bloquearle el camino. —¿Crees que soy tonta? No es ningún secreto que vosotros no «habláis», ¡gritáis! ¿Y ahora? ¿Estáis saliendo? 

—¡No! —gritamos los dos a la vez y nuestras miradas se encontraron durante un breve momento antes de apartarlas rápidamente. 

—Vale... así que solo estáis follando —dijo y ninguno de los dos fue capaz de encontrar las palabras para responder. La tensión en ese pasillo era tan densa que llegué a considerar brevemente cuánto daño podía provocar un salto desde una ventana del tercer piso—. ¿Cuánto tiempo lleváis así? 

—Mina... —empezó él negando con la cabeza y por una vez llegué a sentirme mal por su incomodidad. Nunca le había visto así antes. Era como si en todo ese tiempo no se le hubiera ocurrido que podía haber consecuencias aparte de nuestra propia confusión. 

—¿Cuánto tiempo, James? ¿_____? —dijo mirándonos a los dos. 

—Yo... nosotros solo... —empecé, pero ¿qué iba a decir? ¿Solo qué? ¿Cómo podía explicar aquello? —. Nosotros... 

—Cometimos un error. Ha sido un error. 

Su voz cortó de raíz mis pensamientos y lo miré en shock. ¿Por qué me molestaba tanto que hubiera dicho eso? Había sido un error, pero oírselo decir... me dolía. No pude apartar los ojos de él aunque ella empezó a hablar.

—Error o no, tenéis que parar. ¿Y si hubiera sido Susan? Y James, ¡eres su jefe! ¿Es que se te ha olvidado eso? —Suspiró profundamente—. Mirad, vosotros dos sois adultos y no sé lo que está pasando aquí, pero sea lo que sea, que no se entere Elliott. 

Una oleada de náuseas me embargó ante la idea de que Elliott se enterara de aquello y lo decepcionado que iba a estar. No podía soportarlo. 

—Eso no será un problema —dije evitando a propósito la mirada de James—. Pretendo aprender de mi error. Disculpadme. 

Pasé al lado de ambos y me dirigí a las escaleras, el enfado y el dolor me provocaban un peso muerto en el fondo del estómago. La fuerza de mi ética del trabajo y mi motivación siempre me habían mantenido a flote en los peores momentos de mi vida: las rupturas, la muerte de mi madre, los malos momentos con los amigos. Mi valor como empleada de Maslow Media Group ahora estaba manchado por mis propias dudas. ¿Le estaba haciendo verme de forma diferente porque me lo estaba tirando? Ahora que parecía haber registrado (por fin) que si los demás se enteraban de lo nuestro podía ser algo malo para él, ¿empezaría a cuestionar mi juicio a nivel global? Yo era más inteligente que todo aquello. 

Y ya era hora de que empezara a actuar en consecuencia. Me recompuse antes de salir afuera y volver a mi asiento junto a Joel. 

—¿Va todo bien? —me preguntó. 

Volví la cabeza y me permití mirarlo durante un momento. Realmente era bastante mono: pelo oscuro bien peinado, una cara amable y los ojos azules más bonitos que había visto en mi vida. Tenía todo lo que yo debería estar buscando. Levanté la mirada un segundo después cuando el señor Maslow volvió a la mesa con Mina, pero la aparté rápidamente. 

—Sí, es que no me encuentro muy bien —dije volviéndome otra vez hacia Joel—. Creo que voy a tener que retirarme ya. 

—Vamos —dijo Joel levantándose para apartarme la silla—. Te acompañaré al coche. 

Me despedí sintiendo, incómoda, la palma de Joel en la parte baja de mi espalda mientras salíamos de la casa. Una vez en la entrada, me dedicó una sonrisa tímida y me cogió la mano. 

—Ha sido un placer conocerte, _____. Me gustaría poder llamarte alguna vez y tal vez salir a comer como te he dicho. 

—Déjame tu teléfono —le dije. 

Una parte de mí se sentía mal por hacer aquello; estar con un hombre en el piso de arriba no hacía ni veinte minutos y ahora darle mi número a otro. Pero ya era hora de dejar atrás aquello y una cita para comer con un chico agradable parecía un buen punto de partida. Su sonrisa se ensanchó cuando le devolví el teléfono y él me dio su tarjeta. Me cogió la mano y se la llevó a los labios. 

—Te llamo el lunes. Con suerte las flores no se habrán marchitado del todo. 

—Lo que importa es la intención —le dije sonriendo—. Gracias.

Parecía tan sincero, tan feliz por la simple posibilidad de volver a verme que se me ocurrió que yo debería estar sonriendo como una tonta o sintiendo mariposas en el estómago. Pero la verdad es que tenía ganas de vomitar. 

—Debería irme. 

Joel asintió y me abrió la puerta del coche. 

—Claro. Espero que te mejores. Conduce con cuidado y que tengas buenas noches, _____. 

—Buenas noches, Joel. 

Cerró la puerta. Encendí el motor y con la mirada fija adelante me alejé de la casa de la familia de mi jefe.

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'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA - Página 2 Empty Re: 'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA

Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 5:01 am

Mini - maratón 2/3

~~~> Capitulo 28

A la mañana siguiente, en yoga, consideré la posibilidad de abrirle mi corazón a Julia. Antes estaba bastante segura de que podía manejar las cosas yo sola, pero después de pasar una noche entera mirando al techo y volviéndome loca, me di cuenta de que necesitaba desfogarme con alguien. Estaba Sara, y ella mejor que nadie podría entender lo desquiciante que podía ser mi jefe macizo. Pero también trabajaba para Henry y no quería ponerla en una posición incómoda, pidiéndole que guardara un secreto tan grande como aquel. Sabía que Mina no tendría ningún problema en hablar conmigo si se lo pedía, pero había algo en el hecho de que ella fuera parte de la familia, y además sabiendo lo que podía haber oído, que me hacía sentir bastante incómoda. 

Había veces que realmente deseaba que mi madre siguiera viva. Solo pensar en ella me produjo un profundo dolor en el pecho y se me llenaron los ojos de lágrimas. Mudarme allí para pasar los últimos años de su vida con ella había sido la mejor decisión que había tomado en mi vida. Y aunque vivir tan lejos de mi padre y mis amigos había sido duro a veces, sabía que todo ocurre por una razón. Solo deseaba que esa razón se diera prisa y se manifestara de una vez. 

¿Podría decírselo a Julia? Tenía que admitir que estaba aterrada por lo que podía pensar de mí. Pero más que eso, estaba aterrada por decírselo en voz alta a alguien. 

—Vale, no dejas de mirarme —me dijo—. O tienes algo en mente o te estoy avergonzando porque estoy sudada y horrible. 

Intenté no decirle nada, intenté no darle importancia y dejar que pensara que estaba diciendo tonterías. Pero no pude. El peso y la presión de las últimas semanas me estaban aplastando y antes de que pudiera controlarlo, mi barbilla empezó a temblar y empecé a berrear como un bebé. 

—Eso era lo que me parecía. Vamos, _____. —Me ofreció la mano, me ayudó a levantarme y, recogiendo todas nuestras cosas, me llevó hacia la puerta. 

Veinte minutos, dos mimosas y una crisis nerviosa después, estaba mirando la expresión de espanto de Julia en nuestro restaurante favorito. Se lo conté todo: lo de romperme las bragas, que me gustaba que me rompiera las bragas, los diferentes sitios, los «te odio» de la mitad de las sesiones, que Mina nos había pillado, mi culpa por sentir que estaba traicionando a Elliott y a Susan, lo de Joel, las declaraciones trogloditas del señor Maslow y, por fin, mi miedo a estar en la relación más insana de la historia del mundo y, sin ningún poder en absoluto. 

Cuando levanté la vista para mirarla, hice una mueca de dolor; ella tenía una cara como si acabara de ver un accidente de coche. —Vale, vamos a ver si lo he entendido bien. 

Asentí mientras esperaba que continuara. —Te estás acostando con tu jefe. 

Me encogí un poco. —Bueno, técnicamente no... 

Ella levantó la mano para que no terminara la frase. —Sí, sí. Eso lo he entendido. ¿Y ese es el mismo jefe al que te refieres cariñosamente como «el atractivo cabrón»? 

Suspiré profundamente y asentí de nuevo. —Pero lo odias. 

—Correcto —murmuré apartando la mirada—. Odio. Eso es lo que siento: mucho odio. 

—No quieres estar con él, pero no puedes mantenerte alejada. 

—Dios, suena mucho peor oírselo decir a otra persona —gruñí y escondí la cara entre las manos—. Suena ridículo. 

—Pero los momentos sexis... Son buenos —dijo con un toque de humor en la voz. 

—«Buenos» no es suficiente para describirlos, Julia. Ni fenomenales, intensos, alucinantes y asombrosos como de multiorgasmo es suficiente para describirlos.

—¿«Asombrosos como de multiorgasmo» existe? 

Me froté la cara con las manos y volví a suspirar. —Cállate. 

—Bueno —respondió pensativa y carraspeó—. Supongo que lo de la polla pequeña no era un problema después de todo... 

Dejé que mi cabeza cayera sobre mis brazos que estaban encima de la mesa. —No. No, sin duda eso no es un problema. —Levanté la vista un poco al oír el sonido de risas ahogadas—. ¡Julia! ¡Esto no tiene ninguna gracia! 

—Perdona que discrepe. Hasta tú tienes que ver la gran locura que es esto. De todas las personas que he conocido, eres la última que yo habría imaginado que podía acabar en esta situación. Siempre has sido tan seria, con todos y cada uno de los pasos de tu vida planificados. Vamos, has tenido muy pocos novios de verdad y has estado con ellos lo que todo el mundo consideraba una cantidad absurda de tiempo antes de acostaros. Este hombre tiene que ser algo de otro mundo. 

—Sé que no hay nada malo en tener una relación puramente sexual con alguien... puedo con eso. Sé que a veces puedo ser demasiado controladora, pero lo peor es el hecho que siento que no tengo control sobre mí misma cuando estoy con él. Es que ni siquiera me gusta y aun así... sigo cayendo. 

Julia le dio un sorbo a su mimosa y prácticamente pude ver los engranajes de su cerebro trabajando mientras reflexionaba sobre lo que le acababa de decir. 

—¿Qué es lo que te importa? 

Levanté la vista para mirar a Julia, comprendiendo por dónde iba. —Mi trabajo. Mi vida después de esto. Mi valor como empleada. Saber que mi contribución marca la diferencia. 

—¿Puedes sentirte bien en todos esos aspectos y follártelo a la vez? 

Me encogí de hombros, incapaz de desenmarañar mis pensamientos sobre ese tema. —No lo sé. Si yo sintiera que son cosas independientes, tal vez. Pero nuestras únicas interacciones se producen en el trabajo. No hay ningún momento en que esto no vaya tanto de trabajo como de sexo. 

—Entonces tienes que encontrar una forma de dejar de hacerlo. Necesitas mantener la distancia. 

—No es tan fácil —respondí, negando con la cabeza y empecé a divagar—. Trabajo para él. No puedo evitar fácilmente todos los momentos a solas con él. He jurado varias veces que no volveríamos a tener sexo y he vuelto a tenerlo a las pocas horas; es ridículo. Y además, tenemos que ir a un congreso dentro de dos semanas. El mismo hotel, muy cerca todo el tiempo. ¡Y con camas! 

—_____, pero ¿qué te ocurre? —me preguntó Julia con un tono asombrado—. ¿Es que quieres que esto continúe? 

—¡No! ¡Claro que no! 
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'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA - Página 2 Empty Re: 'Beautiful Bastard' (James y tú) {ADAPTADA} TERMINADA

Mensaje por Invitado Lun 09 Dic 2013, 5:02 am

Mini - maratón 3/3

~~~> Capitulo 29

—¿Es que quieres que esto continúe? 

—¡No! ¡Claro que no! 

Ella me miró escéptica. 

—Lo que pasa... es que soy diferente con él. Es como si quisiera cosas que nunca había querido antes y tal vez debería permitirme querer esas cosas. Solo desearía que fuera otra persona la que me hiciera desearlas, alguien agradable, como Joel por ejemplo. Mi jefe no tiene nada de agradable. 

—¿Tu jefe te hace querer qué? ¿Qué te den azotes y esas cosas? —inquirió Julia con una risita, pero cuando yo aparté la vista oí que soltaba una exclamación ahogada—. Oh, Dios mío, ¿te ha dado azotes? 

La miré con los ojos como platos. —Julia, ¿no puedes decirlo más alto? Creo que el tío del fondo no te ha oído. —En cuanto me aseguré de que nadie nos estaba mirando, me aparté unos mechones sueltos de la frente y respondí—. Mira, ya sé que tengo que parar esto, pero yo... 

Me detuve porque sentí que se me ponía toda la piel de gallina. Se me quedó el aliento atravesado en la garganta y me volví lentamente para mirar hacia la puerta. Era él, desaliñado y vestido con una camiseta negra y vaqueros, zapatillas de deporte y el pelo más despeinado que de costumbre. Me di la vuelta para mirar a Julia mientras sentía que toda la sangre había abandonado mi cara. 

—_____, ¿qué ocurre? Parece que hubieras visto un fantasma —dijo Julia extendiendo la mano por encima de la mesa para tocarme el brazo. 

Tragué con dificultad en un intento por recuperar mi voz, y después la miré. —¿Ves a ese hombre que hay junto a la puerta? ¿El alto y guapo? —Ella levantó un poco la cabeza para mirar y yo le di una patada por debajo de la mesa—. ¡No seas tan descarada! Es mi jefe. 

Julia abrió mucho los ojos y se quedó con la boca abierta. —¡Madre mía! —exclamó y negó con la cabeza mientras le miraba de arriba abajo—. No lo decías en broma, _____. Es un cabrón realmente atractivo. No sería yo la que lo echara de mi cama. O mi coche. O el probador. O el ascensor o... 

—¡Julia! ¡No me estás ayudando! 

—¿Quién es la rubia? —preguntó señalándola. 

Me volví para ver cómo un camarero llevaba hasta su mesa al señor Maslow con una rubia alta con las piernas muy largas. La mano de él estaba apoyada en la parte baja de la espalda de la chica. Sentí en el pecho una terrible punzada de celos. 

—Pero qué cabrón —exclamé entre dientes—. Después de lo que hizo anoche... Tiene que estar de broma. 

Justo cuando estaba a punto de responderme, el teléfono de Julia sonó y ella lo buscó en su bolso. El saludo de «¡Hola, cariño!» me comunicó que era su prometido y que esa llamada le iba a llevar un rato. Volví a mirar al señor Maslow, hablando y riéndose con la rubia. No podía apartar los ojos de ellos. Él estaba todavía más atractivo en ese ambiente relajado: sonreía y le bailaban los ojos cuando se reía. 

«¡Gilipollas!» 

Como si hubiera podido oír mis pensamientos, él levantó la cabeza y nuestras miradas se encontraron. Apreté la mandíbula y aparté la vista, tirando la servilleta sobre la mesa. Tenía que salir de allí. 

—Ahora vuelvo, Julia. 

Ella asintió y me despidió con la mano distraídamente, sin dejar su conversación. Me levanté y pasé junto a su mesa asegurándome de evitar su mirada. Acababa de doblar la esquina y ya veía la seguridad del baño de señoras cuando sentí una mano fuerte en mi antebrazo. 

—Espera. 

Esa voz provocó un relámpago en mi interior. 

«Muy bien, _____, puedes hacerlo. Simplemente vuélvete, míralo y dile que se vaya a la mierda. Es un cabrón que dijo anoche que tú eras un error y hoy aparece con una rubia delante de tus narices.» 

Cuadré los hombros y me giré para mirarlo. «Mierda.» De cerca estaba aún más guapo. Nunca le había visto de otra forma que no fuera perfectamente arreglado, pero obviamente no se había afeitado aquella mañana y yo sentí la necesidad desesperada de notar cómo su barba me raspaba las mejillas. O los muslos. 

—¿Qué coño quieres? —le escupí, arrancando el brazo de su mano. Sin la ventaja que me daban los tacones, él era mucho más alto que yo. Tenía que levantar la vista para mirarlo a la cara, pero pude ver unas leves ojeras bajo sus ojos. Parecía cansado. Bueno, le estaba bien empleado. Si pasaba las noches tan mal como yo, eso me alegraba. 

Se pasó las manos por el pelo y miró a nuestro alrededor incómodo. —Quería hablar contigo. Para explicarte lo de anoche. 

—¿Y qué hay que explicar? —pregunté señalando con la cabeza hacia el comedor y la rubia que todavía estaba sentada en su mesa. Sentí una presión aguda en el pecho—. «Un cambio de ambiente.» Ya veo. Me alegro de haberte encontrado aquí así... Me recuerda por qué esto que hay entre nosotros es una mala idea. No quiero estar follándome indirectamente a todas las demás mujeres. 

—Pero ¿de qué demonios estás hablando? —me preguntó mirándome—. ¿Hablas de Emily? 

—¿Así se llama? Bueno, pues que usted y Emily tengan una comida muy agradable, señor Maslow. — Me di la vuelta para irme pero me detuvo de nuevo agarrándome el brazo—. Suéltame. 

—¿Y por qué te importa? 

Nuestra discusión había empezado a atraer la atención del personal que pasaba de camino a la cocina. Después de echar un vistazo alrededor, él me metió en el baño de señoras y cerró la puerta con el pestillo. 

«Fantástico, otro baño.» 


_________________________________________
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