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Quizá no fuera el día más soleado de la historia, tampoco el más nublado… pero tenía claro que ese día no iba a ser como los demás. No tenía claro la idea de que Louis se fuera a las siete de la tarde y, a la hora que era, aún no hubiese vuelto. Por otra parte, no es que fuera una novedad que Louis no hubiera pasado la noche en casa, digamos que se había convertido en una de sus costumbres favoritas… Pero siempre volvía antes de las seis. Sabía que a esa hora volvían papá y mamá del trabajo, y querían que pasáramos un rato junto a ellos después de sus esfuerzos en la oficina para no volverse locos. No os sabría decir cuál era el trabajo de mis padres en ese entonces, solo sabía que trabajaban dentro de una oficina –por separado- y que solo se veían cuando tenían que hacer fotocopias o imprimir cualquier cosa necesaria.

Aunque, volviendo al tema de Louis… él nunca llegaba tan tarde. Eran las cuatro y cuarto, y si quería estar listo para cuando llegaran nuestros padres, tendría que haber llegado hacía ya quince minutos atrás. Siempre había sido como su y –por consecuencia- mi rutina desde hacía dos veranos, cuando salió de fiesta por primera vez. La compañía o “amigos”, que mi hermano mayor ha tenido durante sus casi veinte años ha ido empeorando cada vez más y más. En primer año de instituto se hizo amigo de una tal Charlie Martínez –era claramente latina- y la cosa no acabó muy bien. Un día Charlie animó a Louis para que le metiera una trampa de pintura en el despacho del director… y bueno, mi hermano al ser una persona “inocente” cedió y se la cargó. Estuvo expulsado del instituto durante dos semanas por mala conducta, pero nunca dijo que fuera culpa de ella.

Más tarde, cuando Louis ya estaba en tercer grado, se hizo amigo de un tal Zayn Malik, el típico chico al que lo relacionaban con palabras típicas de los jóvenes problemáticos. Ese chico y toda su pandilla, cambiaron radicalmente a mi hermano ejemplar por un chico… de los suyos. No hubo nada positivo en aquello, ya que Charlie también estaba en esa “banda de rebeldes” –como decía el profesor de Geometría. Todo cambió. Esa banda de chicos llevó a Louis a su “lado oscuro”. Louis no era el mismo chico que se hacía llamar mi hermano, ese era un Louis diferente.

Las cuatro y media. Nada. Ni rastro de Louis por ningún sitio.

La última vez que tardó tanto lo habían arrestado. Y te preguntarás el porqué, ¿verdad? Pues, esa banda de chicos que cambiaron a mi hermano por otro más problemático, frío y estúpido, tienen una especie de club donde van los motoristas de la ciudad, allí hacen carreras donde se juegan su orgullo, chicas o bien, dinero. Louis se convirtió en un as al volante de aquellas feroces máquinas, y no tardó en participar en alguna que otra carrera. No se jugaba nada, ya que la mayoría de las veces competía contra uno de aquellos integrantes del grupo. Hasta que un día, no siguieron el recorrido reglamentario que ellos mismos pusieron, iban por una calle y si no se fijaban, podían llegar a atropellar a alguien sin querer o queriendo, eso era lo de menos. Fue entonces cuando un policía detectó el exceso de velocidad y los hizo detenerse, para luego examinarlos, pero ellos no hicieron caso y destrozaron el coche de aquel hombre. Supongo que a raíz de lo que te he contado, sabrás como terminó mi hermano en prisión.
¿Mis padres se enteraron de aquello? No. ¿Quién lo sacó allí? Yo, como siempre.

Llamaron al fijo –algo que pocas veces ocurría en esta casa- y me acerqué para ver el número en la pantalla del teléfono. ¿Si me sorprendía que fuera el teléfono de la policía? No. En absoluto. Ya deducía que sería Louis pidiéndome ayuda urgentemente.

– ¿Hola? – Coloqué el aparato en mi oreja izquierda mientras veía por la ventana a la vecina paseando al perro en pijama y con el diario bajo el brazo.
– ¡Joey! – Lo sé. Mi nombre no es que sea muy femenino… pero es que mis padres esperaban a otro chico y ese era el nombre favorito de mi madre. ¡Lo bueno es que es mixto!
– ¿Qué ocurre ahora, Louis?
– Eh… yo… te llamo desde la comisaría. – La voz de mi hermano era cada vez más lenta y suave, supongo que intentaba no ponerme furiosa.
– ¿Por qué ha sido esta vez? – Pregunté sentándome en el sillón donde el abuelo suele sentarse cada domingo por la tarde, cuando viene a casa en compañía de la abuela para pasar un rato con nosotros.
– ¡Te lo contaré todo luego! Pero ven y sácanos de aquí, por favor. – Suplicó.
– ¿Qué? ¿No estás solo?
– No. – Dijo simplemente, aunque supongo que no sabía que eso me ponía aún más furiosa de lo que ya estaba anteriormente.
– ¡Te están carcomiendo el cerebro, Louis! – Le grité, intentando que se diera cuenta de una maldita vez, pero nada.
– ¡No, Joey! Esta vez sí fue mi culpa, yo propuse la carrera.
– Eres un idiota al que no le entran las cosas a la cabeza… Si te saco de allí con esos a los que tú llamas amigos, no aprenderás nada… – Señalé. Y tenía razón, esa situación quizá lo espantara, y también podría ser el castigo de nuestros padres el que no le hiciera volver a ver a esos chicos y ser el mismo Louis de antes.
– Joey… Solo ven. – Y colgó.