amanda otero.

pero es que tengo el "capítulo" en esta computadora y en la casa de mi tía no tengo wifi pero hoy subo, posta. te ama más, tu mar salado (?)

Odiaba los viajes. Los odiaba con todo su corazón. El olor del sudor, el griterío, y la espera en el autobús era infinita. Odiaba lo que le recordaba, y odiaba lo que empezó. En realidad, Amanda odiaba todo, pero tenía un odio especial por los viajes.
Al ser menor de edad, y no tener padres, ella simplemente no podía faltar a ningún viaje del instituto, y lo odiaba.
— ¿No te parece una especie de dèjá vu? —el castaño a su izquierda le pregunta, y ella asiente levemente con la cabeza.
—Con la diferencia de que no íbamos juntos en el bus, no nos conocíamos, y ¡oh! Casi muero —James empieza a reír, y todos los miran curiosamente. ¿No se pueden preocupar por sus asuntos? piensa.
—Creo que lo que quisiste decir fue que te salvé la vida —ella bufa—, la primera vez de tantas.
—Por supuesto, y Medusa es hermosa —replica, y se acomoda en el hombro de él para dormir.
—Medusa era hermosa —acentúa el era. Amanda rueda los ojos, y después los cierra.
—Pasado, mi querido ladronzuelo, pasado —siente que sonríe cuando lo llama ladronzuelo—, yo hablaba en presente. Ahora, si me dejas dormir, te lo agradecería mucho.
Un par de labios se posan en su frente, y acto seguido, dos brazos la atrapan en un abrazo. No sabe cómo es que se siente cómoda con esto, pero lo hace, así que tras divagar un rato por sus pensamientos, su mente sucumbe al cansancio, y descansa.

~·~·~·~

Alaska. ¿A quién demonios se le ocurre organizar un viaje a Alaska? Ah, cierto, a la Profesora Quincey. pensaba. Estaban en un bus, yendo hacia Valdez, en donde se podían asentar e ir a ver el glaciar Worthington. Definitivamente, Amanda no le veía lo interesante ver un estúpido producto de la Era del Hielo, pero tenía que hacerlo. Maldita Canadá y su maldita cercanía a Alaska.

[...]

—Señorita Otero, ¿sería tan amable de decirme qué es más interesante que mirar una maravilla natural? —la profesora le preguntó, y ella sacó la cabeza de su libro, totalmente desinteresada. Estaban en un local, justo en frente del glaciar, y Amanda estaba tomando un chocolate caliente mientras leía Buscando a Alaska. Sí, leer eso mientras estás en Alaska es una estupidez, teniendo en cuenta que no tenían casi ninguna relación, pero era el único libro que le atraía leer en ese momento.
—Tal vez las maravillas de la literatura —respondió—, que en algún momento ya no van a ser apreciadas.
— ¿Y el glaciar? —la estúpida profesora la mira fijo, y ella casi pudo ver un destello rojo en sus ojos completamente negros— Un glaciar de derretirá, y ya no va a poder ser apreciado, como lo estás haciendo usted justo ahora. Despreciándolo.
Amanda suspiró, y cerró su libro, mirando exageradamente al glaciar, con los ojos bien abiertos y la boca en forma de 'o'.
— ¿Ya está? —todos rieron— ¿Ya lo aprecie lo suficiente?
—Señorita Otero, usted está castigada —se oía el rechinido de los dientes de la rubia profesora—. Apenas lleguemos al hotel, se va a quedar ahí, y no saldrá hasta mañana, a ver si así va a aprender a apreciar las cosas.
—Créame —Amanda rodó los ojos y abrió el libro de nuevo—, no me puede interesar menos.

[...]

Sí, no era tan aburrido como ella lo esperaba. El hotel era bastante lujoso, lo cual era de esperarse, siendo que su escuela era de alto nivel, y Amanda había entrado por el dinero que le dejó su madre antes de morir.
Ella no podía quedarse en su habitación, quieta, debido a su THDA, Trastorno de Hiperactividad con Déficit de Atención, así que bajó hacia el lobby, y como todos estaban en un estúpido parque de diversiones, y no quedaba nadie en el hotel que la vigilara, la pelirroja salió a caminar por la calle nevada.
Vestida con una simple camiseta tres tallas más grandes, negra y gastada, un jean negro y ajustado, y sus john foos negras, sucias y al borde de romperse a la mitad, no era extraño que la gente la mirara como si estuviera loca. En medio de julio, a mitad del invierno, encima en Alaska, y ella tan desabrigada como si fuera primavera, aunque algo que nunca sintió fue frío.
Nunca, pero nunca tuvo frío, según ella es porque: el frío de mi corazón es el suficiente como para proteger a todo mi cuerpo como un escudo. Raro, pero eso es lo que piensa.
Así que mientras nevaba, ella caminaba con su billetera en su bolsillo trasero, su libro en la mano derecha, y un anillo en la mano izquierda que su madre le había regalado y jamás se lo había sacado desde ese momento.
Entró en un bar, y se sentó en la barra, esperando a que alguien la atienda. Miró a sus costados, en donde se encontraban un chico castaño a su derecha, y uno pelinegro a su izquierda. Los dos la miraban fijamente. Ok.
— ¿Qué quiere, señorita? —la mesera le preguntó, y Amanda le sonrió.
—Un latte para llevar, por favor —ella asiente, y se va.
La joven sigue sintiendo la mirada de los dos chicos, y bufando, pregunta:
— ¿Necesitan algo? —los miró, girando la cabeza de un lado al otro, para así denotar que les pregunta a ellos dos.
—No —el pelinegro empieza a decir—, no...
— ¿No tienes frío? —el castaño pregunta directamente, mirando los brazos expuestos de la ojiverde. Ésta negó con la cabeza, y miró hacia el frente, viendo llegar a la mesera con su latte.
—Típico —susurró, y le pago a la misma, sonriéndole una vez más—, ¿tan raro es no tener frío? No, no respondan, era retórica.
Se bajó de la silla, y fue hacia la salida, dándoles una última mirada a los dos jóvenes.
No miró hacia atrás mientras caminaba hacia ningún lugar en especial, hasta que escuchó los forcejeos de alguien, un poco detrás de ella.
Siendo la curiosa que es, decidió dat vuelta, y cuando lo hizo, el café se le cayó de la mano, manchando la blanca nieve de un marrón claro.
La profesora Quincey se encontraba ahí, y los dos chicos del bar también. ¿Qué estaban haciendo? Eso era lo más raro de todo. El castaño y el pelinegro estaban atacando a la profesora, con unas especies de espadas, totalmente increíble para Amanda.
Corrió hacia ellos, y gritó:
—¿Qué mierda hacen? —el castaño la empujó a un costado, hiriéndo uno de sus brazos con la espada, sin querer.
—Aléjate —respondió el de pelo negro, más alto que el castaño—, ¡vete!
—No —en ese momento, los ojos de la profesora Quincey se volvieron completamente rojos, sin ninguna pupila, ni nada. Rojos. Después, se transformó en algo que Amanda no pudo describir muy bien, por el shock, pero era escalofriante. Escalofriante y asqueroso.
—¡Corre! —gritaron los dos al mismo tiempo, agarrando un brazo de Amanda cada uno, y ayudándola a escapar de ese monstruo.
—¡¿Qué es eso?! ¡¿Y por qué era mi profesora?! —gritó, no asustada, sino impresionada.
—Una furia —respondió el castaño, cuyo nombre ni el ninguno de los dos sabía Amanda—, ahora, si fueras tan amable de seguir corriendo hasta que encontremos la forma de matarla, estaría genial.
—Y por cierto, esa cosa finjía ser tu profesora, solo quería matarte —el otro contestó la segunda pregunta.
—Ah, que lindo —dijo ella, y no pudo evitar el sentirse cansada. Ya llevaban corriendo cinco cuadras, y el libro seguía en su mano. Los chicos se dieron cuenta del cansancio de la pelirroja, y pararon, sosteniendo las espadas en frente de ella, una especie de escudo. La 'furia' estaba detrás de ellos, luciéndo mordaz, y dispuesta a matar.
—Podría uno de ustedes decirme ¿qué mierda está pasando? —Amanda preguntó, la voz temblando. Los otros no le respondieron, pues el monstruo ya había llegado y estaban luchando contra él, dejando a la ojiverde como espectadora.
Un dolor se sintió en el dedo de ella, en el cual estaba ubicado el anillo, y la pelirroja se lo quitó rápidamente, tirándolo al piso. Al instante el anillo se transformó en una espada, totalmente negra, de un metro de largo, con la empuñadura bordada de hilos de plata, formando una calavera en el centro.
Amanda no sabía qué hacer, pero algo le dijo que agarrara la espada y cargara en contra del monstruo.
Miró hacia adelante, y se asustó al ver al pelinegro tirado en el suelo, y al castaño casi vencido por la Furia.
Agarró la espada, y en un simple movimiento, la incrustó en donde debería estar el corazón de la asquerosidad esa. En cuestión de segundos, se redució a nada. Y el castaño de ojos miel, cayó al piso, derrotado.
En ese momento, una sombra apareció en el lugar en donde la Furia desapareció, y Amanda no encontró nada, absolutamente nada que hiciera esa sombra. Era como si fuera la sombra despegada de Peter Pan, sin su persona u objeto al cual pertenecía.
Sola.
No era normal.