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Cincuenta sombras de Malik (Ziam)

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Cincuenta sombras de Malik (Ziam) - Página 8 Empty Re: Cincuenta sombras de Malik (Ziam)

Mensaje por Invitado Sáb 08 Feb 2014, 3:42 pm

capitulo 30.


Miro nervioso por todo el bar, pero no lo veo.

—Li, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.

—Es Zayn; está aquí.

—¿Qué? ¿En serio?

Mira también por todo el bar.

No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Zayn.

Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotros. Ha venido… por mí. El dios que llevo dentro se levanta como un loco de su chaise longue. Zayn se desliza entre la multitud. En sus luminosos ojos marrones veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión? Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furioso con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?

Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros ajustados.

—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.

—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.

—Zayn, esta es mi madre, Karen.

Mis arraigados modales toman el mando.

Se gira para saludar a mi madre.

—Encantado de conocerla, señora Poulston.

¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Zayn Malik, destinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.

—Zayn —consigue decir por fin, sin aliento.

Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos marrones centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.

—¿Qué haces aquí?

La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. Estoy emocionado de verlo, pero completamente descolocado, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nervioso por el e-mail que acabo de enviarle.

—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.

—¿Te alojas aquí?

Sueno como un universitario de segundo año colocado de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.

—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señor Payne —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.

Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.

—¿Por qué no te tomas una copa con nosotros, Zayn?

Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.

—Tomaré un gin-tonic —dice Zayn—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.

Madre mía… Solo Zayn podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.

—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nervioso a Zayn.

He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.

—Acércate una silla, Zayn.

—Gracias, señora Poulston.

Zayn coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.

—¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadado.

—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta él—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?

Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.

—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.

—¿Esa camisa es nuevo? —Señala mi camisa gris recién estrenada—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás precioso.

Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.

—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…

Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no lo veía. Madre mía… cómo lo deseo. Se me entrecorta la respiración. Lo miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.

—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Liam, cuando te he visto aquí.

Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Zayn… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá. Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya sé que hasta ahora no había tenido novio y que a Zayn solo lo llamo así por llamarlo de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a un hombre? ¿A este hombre? Pues sí, francamente… tú míralo bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñudo a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.

—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy serio.

—Zayn, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Li me ha hablado muy bien de ti.

Él le sonríe.

—¿En serio?

Zayn arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.

Llega el camarero con nuestras copas.

—Hendricks, señor —declara con una floritura triunfante.

—Gracias —murmura Zayn en reconocimiento.

Sorbo nervioso mi nuevo Cosmo.

—¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Zayn? —pregunta mamá.

—Hasta el viernes, señora Poulston.

—¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame Karen.

—Me encantaría, Karen.

—Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.

Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperado cuando se levanta y se marcha, dejándonos solos.

—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.

Zayn vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.

Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?

—Sí —mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.

—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Liam —me susurra—. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?

Lo miro extrañado.

—Para mí es una pederasta, Zayn.

Contengo el aliento a la espera de su reacción.

Zayn palidece.

—Eso es muy crítico por tu parte. No fue así —susurra conmocionado, soltándome la mano.

¿Crítico?

—Ah, ¿cómo fue entonces? —pregunto.

Los Cosmos me envalentonan.

Me mira ceñudo, desconcertado. Prosigo:

—Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Cher, por ejemplo?

Da un respingo y me mira ceñudo.

—Li, no fue así.

Le lanzo una mirada feroz.

—Vale, yo no lo sentí así —prosigue en voz baja—. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.

—No lo entiendo.

Ahora me toca a mí mostrarme desconcertado.

—Liam, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.

Se ha enfadado conmigo… no.

—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a Stan. Stan es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…

Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.

—¿Estás celoso?

Me mira atónito, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.

—Sí, y furioso por lo que te hizo.

—Liam, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Liam. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.

¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.

Me mira y analiza mi expresión.

—Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.

—¿Por qué terminó vuestra relación?

Frunce la boca y le brillan los ojos.

—Su marido se enteró.

¡Madre mía!

—¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? —gruñe.

—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.

—Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! —espeta.

—¿La querías?

—¿Cómo vais?

Mi madre reaparece sin que ninguno de los dos nos hayamos percatado.

Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Zayn y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.

—Bien, mamá.

Zayn sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.

—Bueno, os dejo disfrutar de vuestra velada.

No, no, no me puede dejar así, con la duda.

—Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana, Liam. Hasta mañana, Karen.

—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hijo.

—Un nombre precioso para un chico precioso —murmura Zayn, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.

Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y lo miro, implorándole que responda a mi pregunta, y él me da un casto beso en la mejilla.

—Hasta luego, nene —me susurra al oído.

Y se va.

Maldito capullo controlador. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.

—Vaya, me has dejado anonadada, Li. Menudo partidazo. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.

Se abanica exageradamente.

—¡MAMÁ!

—Ve a hablar con él.

—No puedo. He venido aquí a verte a ti.

—Li, has venido aquí porque estás hecho un lío con ese chico. Es evidente que estáis locos el uno por el otro. Tienes que hablar con él. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.

Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.

—¿Qué? —me suelta.

—Tiene su propio avión —mascullo, avergonzado—, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.

¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.

—Uau —exclama—. Li, os pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con él. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con él no vas a conseguir nada.

La miro ceñudo.

—Li, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?

Me miro los dedos.

—Creo que estoy enamorado de él —murmuro.

—Lo sé, cariño. Y él de ti.

—¡No!

—Sí, Li. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?

La miro aturdido y se me llenan los ojos de lágrimas.

—No llores, cielo.

—Yo no creo que me quiera.

—Independientemente de lo rico que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con él! Este sitio es muy bonito, muy romántico. Además, es territorio neutral.

Me revuelvo incómodo bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.

—Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612. Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcito. Pero toma precauciones.

Me pongo rojo como un tomate. Por Dios, mamá. Si supiera que me he tenido que hacer unas pruebas, no estaría preocupada por las precauciones.

—Vamos a terminarnos los Cosmos primero.

—Ese es mi chico.

—Todo lo chico que se puede ser bebiéndote un Cosmopolitan.

Y se ríe a carcajadas.


Llamo tímidamente a la puerta de la habitación 612 y espero. Zayn abre la puerta. Está hablando por el móvil. Me mira extrañado, completamente sorprendido, sostiene la puerta abierta y me invita a entrar en su habitación.

—¿Están listas todas las indemnizaciones? ¿Y el coste? —Silba entre dientes—. Uf, nos ha salido caro el error. ¿Y Lucas?

Echo un vistazo a la habitación. Es una suite, como la del Heathman. La decoración de esta es ultramoderna, muy actual. Todo púrpuras y dorados mate con motivos en bronce en las paredes. Zayn se acerca a un mueble de madera noble, tira y abre una puerta tras la que se oculta el minibar. Me hace una señal para que me sirva, luego entra en el dormitorio. Supongo que para que no pueda oír la conversación. Me encojo de hombros. No dejó de hablar cuando entré en su estudio el otro día. Oigo correr el agua; está llenando la bañera. Me sirvo un zumo de naranja. Vuelve al salón.

—Que Andrea me mande las gráficas. Barney me dijo que había resuelto el problema. —Zayn ríe—. No, el viernes. Estoy interesado en un terreno de por aquí. Sí, que me llame Bill. No, mañana. Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí.

Zayn no me quita los ojos de encima. Me da un vaso y me indica dónde hay una cubitera.

—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios. Detroit tiene sus ventajas, sí, y es más fresco. —Su rostro se oscurece un instante—. ¿Por qué? Que me llame Bill. Mañana. No demasiado temprano.

Cuelga y se me queda mirando con una expresión indescifrable, y se hace el silencio entre nosotros.

Muy bien… me toca hablar.

—No has respondido a mi pregunta —murmuro.

—No —dice en voz baja, y me mira con una mezcla de asombro y recelo.

—¿No has respondido a mi pregunta o no, no la querías?

Se cruza de brazos y se apoya en la pared; una leve sonrisa se dibuja en sus labios.

—¿A qué has venido, Liam?

—Ya te lo he dicho.

Suspira hondo.

—No, no la quería.

Me mira ceñudo, divertido pero perplejo.

Acabo de darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Al soltar el aire, me desinflo como un saco viejo. Uf, gracias a Dios… ¿Cómo me habría sentido si me hubiera dicho que quería a esa bruja?

—Tú eres mi dios de ojos mieles, Liam. ¿Quién lo habría dicho?

—¿Se burla de mí, señor Malik?

—No me atrevería.

Niega con la cabeza, solemne, pero veo un destello de picardía en sus ojos.

—Huy, claro que sí, y de hecho lo haces, a menudo.

Sonríe satisfecho al ver que le devuelvo las palabras que me ha dicho él antes. Su mirada se oscurece.

—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, hace casi tres días que no te veo y he hecho un largo viaje en avión para verte.

Su tono pasa de suave a sensual.

Le suena el iPhone, distrayéndonos a los dos, y lo apaga sin mirar siquiera quién es. Se me entrecorta la respiración. Sé cómo va a terminar esto… pero se supone que íbamos a hablar. Se acerca a mí con su mirada sexy de depredador.

—Quiero hacerlo, Liam. Ahora. Y tú también. Por eso has venido.

—Quería saber la respuesta, de verdad —alego en mi defensa.

—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas?

Me ruborizo cuando se planta delante de mí.

—Me quedo —murmuro, mirándolo nervioso.

—Me alegro. —Me mira fijamente—. Con lo enfadado que estabas conmigo… —dice.

—Sí.

—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.

Me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Madre mía, esa proximidad, ese aroma a Zayn. Se supone que íbamos a hablar, pero tengo el corazón desbocado y la sangre me corre como loca por todo el cuerpo; el deseo crece, se expande… por todo mi ser. Zayn se inclina y me pasea la nariz por el hombro hasta la base de la oreja, hundiendo despacio los dedos en mi pelo.

—Deberíamos hablar —susurro.

—Luego.

—Quiero decirte tantas cosas.

—Yo también.

Me planta un suave beso debajo del lóbulo de la oreja mientras aprieta el puño enredado en mi pelo. Me echa la cabeza hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Me araña la barbilla con los dientes y me besa el cuello.

—Te deseo —dice.

Gimo, subo las manos y me aferro a sus brazos.

—Vamos a darnos un baño.

¿Eh?

Me coge de la mano y me lleva al dormitorio. Dominan la estancia la cama inmensa y unas cortinas de lo más recargado. Pero no nos detenemos ahí. Me lleva al baño que tiene dos zonas, todo de color verde mar y crudo. Es enorme. En la segunda zona, una bañera encastrada lo bastante grande para cuatro personas, con escalones de piedra al interior, se está llenando de agua. El vapor se eleva suavemente por encima de la espuma y veo que hay un asiento de piedra por todo su perímetro. En los bordes titilan unas velas. Uau… ha hecho todo esto mientras hablaba por teléfono.

Hace un calor sofocante junto a la bañera y la camisa se me empieza a pegar. Se agacha y cierra el grifo. Me lleva a la primera zona del baño, se coloca detrás de mí y los dos nos miramos en el espejo mural que hay sobre los dos lavabos de vidrio.

—Quítate las Vans —murmura, y yo lo complazco enseguida y las dejo en el suelo de arenisca—. Levanta los brazos —me dice.

Obedezco, me desabrocha los dos primeros botones y me saca la camisa por la cabeza de forma que me quedo desnudo de cintura para arriba ante él. Sin quitarme los ojos de encima, alarga la mano por delante, me desabrocha el botón de los vaqueros y me baja la cremallera.

—Te lo voy a hacer en el baño, Liam.

Se inclina y me besa el cuello. Ladeo la cabeza y le facilito el acceso. Engancha los pulgares en mis vaqueros y me los baja poco a poco, agachándose detrás de mí al tiempo que me los baja, junto con los calzoncillos, hasta el suelo.

—Saca los pies de los vaqueros.

Agarrándome al borde del lavabo, hago lo que me dice. Ahora estoy desnudo, mirándome, y él está arrodillado a mi espalda. Me besa y luego me mordisquea el trasero, haciéndome gemir. Se levanta y vuelve a mirarme fijamente en el espejo. Procuro estarme quieto, ignorando mi natural inclinación a taparme. Me planta las manos en el vientre; son tan grandes que casi me llegan de cadera a cadera.

—Mírate. Eres precioso —murmura—. Siéntete. —Me coge ambas manos con las suyas, las palmas pegadas al dorso de las mías, los dedos trenzados con los míos para mantenerlos estirados. Me las posa en el vientre—. Siente lo suave que es tu piel —me dice en voz baja y grave. Me mueve las manos lentamente, en círculos, ascendiendo.

Me acaricia suavemente los pezones con los pulgares, una y otra vez. Gimo con la boca entreabierta y arqueo la espalda. Me pellizca los pezones con sus pulgares y los míos, tirando con delicadeza. Observo fascinada a la criatura lasciva que se retuerce delante de mí. Oh, qué sensación tan deliciosa… Gruño y cierro los ojos, porque no quiero seguir viendo cómo se excita ese chico libidinoso del espejo con sus propias manos, con las manos de él, acariciándome como lo haría él, sintiendo lo excitante que es. Solo siento sus manos y sus órdenes suaves y serenas.

—Muy bien, nene —murmura.

Me lleva las manos por los costados, desde la cintura hasta las caderas, por el vello púbico. Hace que me envuelva el miembro con mi mano y con la suya, empezamos a masturbarme marcando un ritmo. Es tan erótico… Soy una auténtica marioneta y él es el maestro titiritero.

—Mira cómo resplandeces, Liam —me susurra mientras me riega de besos y mordisquitos el hombro.

Gimo. De pronto me suelta.

—Sigue tú —me ordena, y se aparta para observarme.

Me acaricio. No… Quiero que lo haga él. No es lo mismo. Se saca la camisa por la cabeza y se quita rápidamente los vaqueros.

—¿Prefieres que lo haga yo?

Sus ojos marrones abrasan los míos en el espejo.

—Sí, por favor —digo.

Vuelve a rodearme con los brazos, me coge la mano otra vez y continúa. Su erección presiona contra mí. Hazlo ya, por favor. Me mordisquea la nuca y cierro los ojos, disfrutando de las múltiples sensaciones: el cuello, la entrepierna, su cuerpo pegado a mí. Para de pronto y me da la vuelta, me apresa con una mano ambas muñecas a la espalda y me tira del pelo con la otra. Me acaloro al contacto con su cuerpo; él me besa apasionadamente, devorando mi boca con la suya, inmovilizándome. Su respiración es entrecortada, como la mía.

—Agárrate al lavabo —me ordena y vuelve a echarme hacia atrás las caderas, como hizo en el cuarto de juegos, de forma que estoy doblado.

Y de golpe me penetra… ¡ah! Piel con piel, moviéndose despacio al principio, suavemente, probándome, empujando… madre mía. Me agarro con fuerza al lavabo, jadeando, pegándome a él, sintiéndolo dentro de mí. Oh, esa dulce agonía… sus manos ancladas a mis caderas. Imprime un ritmo castigador, dentro, fuera, luego me pasa la mano por delante, al miembro, y me lo masajea… oh, Dios. Noto que me acelero.

—Muy bien, nene —dice con voz ronca mientras empuja con vehemencia, ladeando las caderas, y eso basta para catapultarme a lo más alto.

Uau… y me corro escandalosamente, aferrado al lavabo mientras me dejo arrastrar por el orgasmo, y todo se revuelve y se tensa a la vez. Él me sigue, agarrándome con fuerza, pegándose a mi cuerpo cuando llega al clímax, pronunciando mi nombre como si fuera un ensalmo o una invocación.

—¡Oh, Li! —me jadea al oído, su respiración entrecortada en perfecta sinergia con la mía—. Oh, nene, ¿alguna vez me saciaré de ti? —susurra.

Nos dejamos caer despacio al suelo y él me envuelve con sus brazos, apresándome. ¿Será siempre así? Tan incontenible, devorador, desconcertante, seductor. Yo quería hablar, pero hacer el amor con él me agota y me aturde, y también yo me pregunto si algún día llegaré a saciarme de él.

Me acurruco en su regazo, con la cabeza pegada a su pecho, mientras nos serenamos. Con disimulo, inhalo su aroma a Zayn, dulce y embriagador. No debo acariciarlo. No debo acariciarlo. Repito mentalmente el mantra, aunque me siento tentado de hacerlo. Quiero alzar la mano y trazar figuras en su pecho con las yemas de los dedos, pero me contengo, porque sé que le fastidiaría que lo hiciera. Guardamos silencio los dos, absortos en nuestros pensamientos. Yo estoy absorto en él, entregado a él.

—Estoy aplastándote —murmuro.

—A mí no me molesta —me dice.

—Ya lo he notado —digo sin poder controlar el tono seco de mi voz.

Se tensa.

—¿Te molesta a ti? —me pregunta en voz baja.

¿Que si me molesta? Quizá debería… ¿o no? No, no me molesta. Me echo hacia atrás y levanto la vista, y él me mira desde arriba, con esos ojos marrones algo nebulosos.

—No, en absoluto.

Sonríe satisfecho.

—Bien. Vamos a darnos un baño.

Me libera y me deja en el suelo a fin de ponerse de pie. Mientras se mueve a mi lado, vuelvo a reparar en esas pequeñas cicatrices redondas y blancas de su pecho. No son de varicela, me digo distraído. Anne dijo que a él casi no le había afectado. Por Dios… tienen que ser quemaduras. ¿Quemaduras de qué? Palidezco al caer en la cuenta, presa de la conmoción y la repugnancia que me produce. A lo mejor existe una explicación razonable y yo estoy exagerando. Brota feroz en mi pecho una esperanza: la esperanza de estar equivocado.

—¿Qué pasa? —me pregunta Zayn alarmado.

—Tus cicatrices —le susurro—. No son de varicela.

Lo veo cerrarse como una ostra en milésimas de segundo; su actitud, antes relajada, serena y tranquila, se vuelve defensiva, furiosa incluso. Frunce el ceño, su rostro se oscurece y su boca se convierte en una fina línea prieta.

—No, no lo son —espeta, pero no me da más explicaciones.

Se pone en pie, me tiende la mano y me ayuda a levantarme.

—No me mires así —me dice con frialdad, como reprendiéndome, y me suelta la mano.

Me sonrojo, arrepentido, y me miro los dedos, y entonces sé, tengo claro, que alguien le apagaba cigarrillos sobre la piel. Siento náuseas.

—¿Te lo hizo ella? —susurro sin apenas darme cuenta.

No dice nada, así que me obligo a mirarlo. Él me clava los ojos, furibundo.

—¿Ella? ¿La señora Robinson? No es una salvaje, Liam. Claro que no fue ella. No entiendo por qué te empeñas en demonizarla.

Ahí lo tengo, desnudo, espléndidamente desnudo… y por fin vamos a tener esa conversación. Yo también estoy desnudo, ninguno de los dos tiene donde esconderse, salvo quizá en la bañera. Respiro hondo, paso por delante de él y me meto en el agua. La encuentro deliciosamente templada, relajante y profunda. Me disuelvo en la espuma fragante y lo miro, oculto entre las pompas.

—Solo me pregunto cómo serías si no la hubieras conocido, si ella no te hubiera introducido en ese… estilo de vida.

Suspira y se mete en la bañera, enfrente de mí, con la mandíbula apretada por la tensión, los ojos vidriosos. Cuando sumerge con elegancia su cuerpo en el agua, procura no rozarme siquiera.

Dios… ¿tanto lo he enojado?

Me mira impasible, con expresión insondable, sin decir nada. De nuevo se hace el silencio entre nosotros, pero yo no voy a romperlo. Te toca a ti, Malik… esta vez no voy a ceder. Mi subconsciente está nervioso, se muerde las uñas con desesperación. A ver quién puede más. Zayn y yo nos miramos; no pienso claudicar. Al final, tras lo que parece una eternidad, mueve la cabeza y sonríe.

—De no haber sido por la señora Robinson, probablemente habría seguido los pasos de mi madre biológica.

¡Uf…! Lo miro extrañado. ¿En la adicción al crack o en la prostitución? ¿En ambas, quizá?

—Ella me quería de una forma que yo encontraba… aceptable —añade encogiéndose de hombros.

¿Qué coño significa eso?

—¿Aceptable? —susurro.

—Sí. —Me mira fijamente—. Me apartó del camino de autodestrucción que yo había empezado a seguir sin darme cuenta. Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecto.

Oh, no. Se me seca la boca mientras digiero esas palabras. Me mira con una expresión indescifrable. No me va a contar más. Qué frustrante. Mi mente no para de dar vueltas… lo veo tan lleno de desprecio por sí mismo. Y la señora Robinson lo quería. Maldita sea… ¿lo seguirá queriendo? Me siento como si me hubieran dado una patada en el estómago.

—¿Aún te quiere?

—No lo creo, no de ese modo. —Frunce el ceño como si nunca se le hubiera ocurrido—. Ya te digo que fue hace mucho. Es algo del pasado. No podría cambiarlo aunque quisiera, que no quiero. Ella me salvó de mí mismo. —Está exasperado y se pasa una mano mojada por el pelo—. Nunca he hablado de esto con nadie. —Hace una pausa—. Salvo con el doctor Atkin, claro. Y la única razón por la que te lo cuento a ti ahora es que quiero que confíes en mí.

—Yo ya confío en ti, pero quiero conocerte mejor, y siempre que intento hablar contigo, me distraes. Hay muchísimas cosas que quiero saber.

—Oh, por el amor de Dios, Liam. ¿Qué quieres saber? ¿Qué tengo que hacer?

Le arden los ojos y, aunque no alza la voz, sé que está haciendo un esfuerzo por controlar su genio.

Me miro las manos, perfectamente visibles debajo del agua ahora que la espuma ha empezado a dispersarse.

—Solo pretendo entenderlo; eres todo un enigma. No te pareces a nadie que haya conocido. Me alegro de que me cuentes lo que quiero saber.

Uf… quizá sean los Cosmopolitan que me envalentonan, pero de repente no soporto la distancia que nos separa. Me muevo por el agua hasta su lado y me pego a él, de forma que estamos piel con piel. Se tensa y me mira con recelo, como si fuera a morderle.

Vaya, qué cambio tan inesperado… El dios que llevo dentro lo escudriña en silencio, asombrado.

—No te enfades conmigo, anda —le susurro.

—No estoy enfadado contigo, Liam. Es que no estoy acostumbrado a este tipo de conversación, a este interrogatorio. Esto solo lo hago con el doctor Atkin y con… Se calla y frunce el ceño.

—Con ella. Con la señora Robinson. ¿Hablas con ella? —inquiero, procurando controlar mi genio yo también.

—Sí, hablo con ella.

—¿De qué?

Se recoloca para poder mirarme, haciendo que el agua se derrame por los bordes hasta el suelo. Me pasa el brazo por los hombros y lo apoya en el borde de la bañera.

—Eres insistente, ¿eh? —murmura algo irritado—. De la vida, del universo… de negocios. La señora Robinson y yo hace tiempo que nos conocemos, Liam. Hablamos de todo.

—¿De mí? —susurro.

—Sí.

Sus ojos marrones me observan con atención.

Me muerdo el labio inferior en un intento de contener el súbito ataque de rabia que se apodera de mí.

—¿Por qué habláis de mí?

Me esfuerzo por no sonar consternado ni malhumorado, pero no lo consigo. Sé que debería parar. Lo estoy presionando demasiado. Mi subconsciente está poniendo otra vez la cara de El grito de Munch.

—Nunca he conocido a nadie como tú, Liam.

—¿Qué quieres decir? ¿Te refieres a que nunca has conocido a nadie que no firmara automáticamente todo tu papeleo sin preguntar primero?

Menea la cabeza.

—Necesito consejo.

—¿Y te lo da doña Pedófila? —espeto.

El control de mi genio es menos fuerte de lo que pensaba.

—Liam… basta ya —me suelta muy serio, frunciendo los ojos.

Piso terreno cenagoso; me estoy metiendo en la boca del lobo.

—O te voy a tener que tumbar en mis rodillas. No tengo ningún interés romántico o sexual en ella. Ninguno. Es una amiga querida y apreciada, y socia mía. Nada más. Tenemos un pasado en común, hubo algo entre nosotros que a mí me benefició muchísimo, aunque a ella le destrozara el matrimonio, pero esa parte de nuestra relación ya terminó.

Dios, otra cosa que no entiendo. Ella encima estaba casada. ¿Cómo pudieron mantener lo suyo tanto tiempo?

—¿Y tus padres nunca se enteraron?

—No —gruñe—. Ya te lo he dicho.

Y sé que he llegado al límite. No puedo preguntarle nada más de ella porque va a perder los nervios conmigo.

—¿Has terminado? —espeta.

—De momento.

Respira hondo y se relaja visiblemente delante de mí, como si se hubiera quitado un gran peso de encima.

—Vale, ahora me toca a mí —murmura, y su mirada feroz se vuelve gélida, especulativa—. No has contestado a mi e-mail.

Me ruborizo. Ay, odio cuando el foco se dirige contra mí, y tengo la sensación de que se va a enfadar cada vez que hablemos de algo. Meneo la cabeza. Igual es así como le hacen sentirse mis preguntas; no está acostumbrado a que lo desafíen. La idea resulta reveladora, perturbadora e inquietante.

—Iba a contestar. Pero has venido.

—¿Habrías preferido que no viniera? —dice, de nuevo impasible.

—No, me encanta que hayas venido —murmuro.

—Bien. —Me dedica una sincera sonrisa de alivio—. A mí me encanta haber venido, a pesar de tu interrogatorio. Aunque acepte que me acribilles a preguntas, no creas que disfrutas de algún tipo de inmunidad diplomática solo porque haya venido hasta aquí para verte. Para nada, señor Payne. Quiero saber lo que sientes.

Oh, no…

—Ya te lo he dicho. Me gusta que estés conmigo. Gracias por venir hasta aquí —digo, poco convincente.

—Ha sido un placer.

Le brillan los ojos cuando se inclina y me besa suavemente. Noto que reacciono enseguida. El agua aún está tibia y en el baño sigue habiendo vapor. Para, se aparta y me mira.

—No. Me parece que necesito algunas respuestas antes de que hagamos más.

¿Más? Ya estamos otra vez con la palabrita. Y quiere respuestas… ¿a qué? Yo no tengo un pasado plagado de secretos, ni una infancia terrible. ¿Qué podría querer saber de mí que no sepa ya?

Suspiro, resignado.

—¿Qué quieres saber?

—Bueno, para empezar, qué piensas de nuestro contrato.

Lo miro extrañado. Hora de decir verdades. Mi subconsciente y el dios que llevo dentro se miran nerviosos. Venga, vamos a decir la verdad.

—No creo que pueda firmar por un periodo mayor de tiempo. Un fin de semana entero siendo alguien que no soy.

Me ruborizo y me miro las manos.

Me levanta la barbilla y veo que me sonríe, divertido.

—No, yo tampoco creo que pudieras.

En cierta medida, me siento ofendido y desafiado.

—¿Te estás riendo de mí?

—Sí, pero sin mala intención —dice, sonriendo apenas.

Se inclina y me besa suave, brevemente.

—No eres muy buen sumiso —susurra sosteniéndome la barbilla, con un brillo jocoso en los ojos.

Me lo quedo mirando, asombrado, y empiezo a reír… y él ríe también.

—A lo mejor no tengo un buen maestro.

Suelta un bufido.

—A lo mejor. Igual debería ser más estricto contigo.

Ladea la cabeza y me sonríe ladino.

Trago saliva. Dios, no. Pero, al mismo tiempo, los músculos del vientre se me contraen de forma deliciosa. Esa es su forma de demostrarme que le importo. Quizá, comprendo de pronto, su única forma de demostrar que le importo. Me mira fijamente, estudiando mi reacción.

—¿Tan mal lo pasaste cuando te di los primeros azotes?

Lo miro extrañado. ¿Lo pasé mal? Recuerdo que mi reacción me confundió. Me dolió, pero, pensándolo bien, no fue para tanto. Él no paraba de decirme que estaba todo en mi cabeza. Y la segunda vez… Uf, esa estuvo bien… fue muy excitante.

—No, la verdad es que no —susurro.

—¿Es más por lo que implica? —inquiere.

—Supongo. Lo de sentir placer cuando uno no debería.

—Recuerdo que a mí me pasaba lo mismo. Lleva un tiempo procesarlo.

Dios mío. Eso fue cuando él era un chaval.

—Siempre puedes usar las palabras de seguridad, Liam. No lo olvides. Y si sigues las normas, que satisfacen mi íntima necesidad de controlarte y protegerte, quizá logremos avanzar.

—¿Por qué necesitas controlarme?

—Porque satisface una necesidad íntima mía que no fue satisfecha en mis años de formación.

—Entonces, ¿es una especie de terapia?

—No me lo había planteado así, pero sí, supongo que sí.

Eso sí puedo entenderlo. Me será de ayuda.

—Pero el caso es que en un momento me dices «No me desafíes», y al siguiente me dices que te gusta que te desafíe. Resulta difícil traspasar con éxito esa línea tan fina.

Me mira un instante, luego frunce el ceño.

—Lo entiendo. Pero, hasta la fecha, lo has hecho estupendamente.

—Pero ¿a qué coste personal? Estoy hecho un auténtico lío, me veo atado de pies y manos.

—Me gusta eso de atarte de pies y manos.

Sonríe maliciosamente.

—¡No lo decía en sentido literal!

Y le salpico agua, exasperado.

Me mira, arqueando una ceja.

—¿Me has salpicado?

—Sí.

Oh, no… esa mirada.

—Ay, señor Payne. —Me agarra y me sube a su regazo, derramando agua por todo el suelo—. Creo que ya hemos hablado bastante por hoy.

Me planta una mano a cada lado de la cabeza y me besa. Apasionadamente. Se apodera de mi boca. Girándome la cabeza, controlándome. Gimo en sus labios. Esto es lo que le gusta. Lo que se le da bien. Me enciendo por dentro y hundo los dedos en su pelo, amarrándolo a mí, y le devuelvo el beso y le digo que yo también lo deseo de la única forma que sé. Gruñe, me coge y me sube a horcajadas, arrodillado sobre él, con nuestras erecciones chocando entre sí. Se echa hacia atrás y me mira, con los ojos entrecerrados, brillantes y lascivos. Bajo las manos para agarrarme al borde de la bañera, pero él me coge por las muñecas y me las sujeta a la espalda con una sola mano.

—Te la voy a meter —me susurra, y me levanta de forma que quedo suspendido encima de él—. ¿Listo?

—Sí —le susurro y me monta en su miembro, despacio, deliciosamente despacio… entrando hasta el fondo… observándome mientras me toma.

Gruño, cerrando los ojos, y saboreo la sensación, la absoluta penetración. Él mueve las caderas y yo gimo, inclinándome hacia delante y descansando la frente en la suya.

—Suéltame las manos, por favor —le susurro.

—No me toques —me suplica y, soltándome las manos, me agarra las caderas.

Me aferro al borde de la bañera, subo y luego bajo despacio, abriendo los ojos para verlo. Me observa, con la boca entreabierta, la respiración entrecortada, contenida, la lengua entre los dientes. Resulta tan… excitante. Estamos mojados y resbaladizos, frotándonos el uno contra el otro. Me inclino y lo beso. Él cierra los ojos. Tímidamente, subo las manos a su cabeza y le acaricio el pelo, sin apartar mi boca de la suya. Eso sí está permitido. Le gusta. Y a mí también. Nos movemos al unísono. Tirándole del pelo, le echo la cabeza hacia atrás y lo beso más apasionadamente, montándolo, cada vez más rápido, siguiendo su ritmo. Gimo en su boca. Él empieza a subirme más y más deprisa, agarrándome por las caderas. Me devuelve el beso. Somos todo bocas y lenguas húmedas, pelos revueltos y balanceo de caderas. Todo sensación… devorándolo todo una vez más. Estoy a punto… Empiezo a reconocer esa deliciosa contracción… acelerándose. Y el agua gira a nuestro alrededor, formando nuestro propio remolino, un torbellino de emoción, a medida que nuestros movimientos se vuelven más frenéticos… salpicando agua por todas partes, reflejando lo que sucede en mi interior… pero me da igual.

Amo a este hombre. Amo su pasión, el efecto que tengo en él. Adoro que haya volado hasta aquí para verme. Adoro que se preocupe por mí… que le importe. Es algo tan inesperado, tan satisfactorio. Él es mío y yo soy suyo.

—Eso es, nene —jadea.

Y me corro; el orgasmo me arrasa, un clímax turbulento y apasionado que me devora entero. De pronto, me estrecha contra su cuerpo, enrosca los brazos a mi cintura y se corre él también.

—¡Li, nene! —grita, y la suya es una invocación feroz, que me llega a lo más hondo del alma.


Estamos tumbados, mirándonos, de ojos marrones a mieles, cara a cara, en la inmensa cama, los dos abrazados a nuestras almohadas. Desnudos. Sin tocarnos. Solo mirándonos y admirándonos, tapados con la sábana.

—¿Quieres dormir? —pregunta Zayn con voz tierna y llena de preocupación.

—No. No estoy cansado.

Me siento extrañamente revigorizado. Me ha venido tan bien hablar que no quiero parar.

—¿Qué quieres hacer? —pregunta.

—Hablar.

Sonríe.

—¿De qué?

—De cosas.

—¿De qué cosas?

—De ti.

—De mí ¿qué?

—¿Cuál es tu película favorita?

Sonríe.

—Actualmente, El piano.

Su sonrisa es contagiosa.

—Por supuesto. Qué bobo soy. ¿Por esa banda sonora triste y emotiva que sin duda sabes interpretar? Cuántos logros, señor Malik.

—Y el mayor eres tú, señor Payne.

—Entonces soy el número diecisiete.

Me mira ceñudo, sin comprender.

—¿Diecisiete?

—El número de personas con las que… has tenido sexo.

Esboza una sonrisa y los ojos le brillan de incredulidad.

—No exactamente.

—Tú me dijiste que habían sido quince.

Mi confusión es obvia.

—Me refería al número de personas que habían estado en mi cuarto de juegos. Pensé que era eso lo que querías saber. No me preguntaste con cuántas había tenido sexo.

—Ah. —Madre mía. Hay más… ¿Cuántas? Lo miro intrigado —. ¿Vainilla?

—No. Tú eres mi única relación vainilla —dice negando con la cabeza y sin dejar de sonreírme.

¿Por qué lo encuentra tan divertido? ¿Y por qué le sonrío yo también como un idiota?

—No puedo darte una cifra. No he ido haciendo muescas en el poste de la cama ni nada parecido.

—¿De cuántas personas hablamos: decenas, cientos… miles?

Voy abriendo los ojos a mediada que la cifra aumenta.

—Decenas. Nos quedamos en las decenas, por desgracia.

—¿Todos sumisos?

—Sí.

—Deja de sonreírme —finjo reprenderlo, tratando en vano de mantenerme serio.

—No puedo. Eres divertido.

—¿Divertido por peculiar o por gracioso?

—Un poco de ambas, creo —contesta, como le contesté yo a él.

—Eso es bastante insolente, viniendo de ti.

Se acerca y me besa la punta de la nariz.

—Esto te va a sorprender, Liam. ¿Preparado?

Asiento, con los ojos como platos y sin poder quitarme la sonrisa bobalicona de la cara.

—Todos eran sumisos en prácticas, cuando yo estaba haciendo mis prácticas. Hay sitios en Seattle y alrededores a los que se puede ir a practicar. A aprender a hacer lo que yo hago —dice.

¿Qué?

—Ah.

Lo miro extrañado.

—Pues sí, yo he pagado por sexo, Liam.

—Eso no es algo de lo que estar orgulloso —murmuro con cierta arrogancia—. Y tienes razón, me has dejado pasmado. Y enfadado por no poder dejarte pasmado yo.

—Te pusiste mis calzoncillos.

—¿Eso te sorprendió?

—Sí.

El dios que llevo dentro hace un salto con pértiga de cinco metros.

—Y fuiste sin calzoncillos a conocer a mis padres.

—¿Eso te sorprendió?

—Sí.

Uf, acaba de batir la marca de los cinco metros.

—Parece que solo puedo sorprenderte en el ámbito de la ropa interior.

—Me dijiste que eras virgen. Esa es la mayor sorpresa que me han dado nunca.

—Sí, tu cara era un poema. De foto —digo riendo como un bobo.

—Me dejaste que te excitara con una fusta.

—¿Eso te sorprendió?

—Pues sí.

—Bueno, igual te dejo que lo vuelvas a hacer.

—Huy, eso espero, señor Payne. ¿Este fin de semana?

—Vale —accedo tímidamente.

—¿Vale?

—Sí. Volveré al cuarto rojo del dolor.

—Me llamas por mi nombre.

—¿Eso te sorprende?

—Me sorprende lo mucho que me gusta.

—Zayn.

Sonríe.

—Mañana quiero hacer una cosa —dice con los ojos brillantes de emoción.

—¿El qué?

—Una sorpresa. Para ti —añade en voz baja y suave.

Arqueo una ceja y contengo un bostezo, todo a la vez.

—¿Le aburro, señor Payne? —me pregunta socarrón.

—Nunca.

Se acerca y me besa suavemente los labios.

—Duerme —me ordena, y luego apaga la luz.

Y en ese momento tranquilo en que cierro los ojos, agotado y satisfecho, pienso que estoy en el ojo del huracán. Y, pese a todo lo que me ha dicho, y lo que no me ha dicho, dudo que alguna vez haya sido tan feliz.

Holaa:
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Cincuenta sombras de Malik (Ziam) - Página 8 Empty Re: Cincuenta sombras de Malik (Ziam)

Mensaje por Invitado Sáb 08 Feb 2014, 3:48 pm

capitulo 31.


Zayn está en una jaula con barrotes de acero. Lleva sus vaqueros gastados y rajados, el pecho y los pies deliciosamente desnudos, y me mira fijamente. Tiene grabada en su hermoso rostro esa sonrisa suya de saber algo que los demás no saben, y sus ojos son de un verde intenso. En las manos lleva un cuenco de fresas. Se acerca con atlética elegancia al frente de la jaula, mirándome fijamente. Coge una fresa grande y madura y saca la mano por entre los barrotes.

—Come —me dice, sus labios acariciando cada sonido de la palabra.

Intento acercarme a él, pero estoy atado, una fuerza invisible me retiene sujetándome por la muñeca. Suéltame.

—Ven, come —dice, regalándome una de sus deliciosas sonrisas de medio lado.

Tiro y tiro… ¡suéltame! Quiero chillar y gritar, pero no me sale ningún sonido. Estoy mudo. Zayn estira un poco más el brazo y la fresa me roza los labios.

—Come, Liam.

Su boca pronuncia mi nombre alargando de forma sensual cada sílaba.

Abro la boca y muerdo, la jaula desaparece y dejo de estar atado. Alargo la mano para acariciarlo, pasear los dedos por los tatuajes de su pecho.

—Liam.

No… Gimo.

—Vamos, nene.

No… Quiero acariciarte.

—Despierta.

No. Por favor… Abro a regañadientes los ojos una décima de segundo. Estoy en la cama y alguien me besuquea la oreja.

—Despierta, nene —me susurra, y el efecto de su voz dulce se extiende como caramelo caliente por mis venas.

Es Zayn. Dios… aún es de noche, y el recuerdo de mi sueño persiste, desconcertante y tentador, en mi cabeza.

—Ay, nooo… —protesto.

Quiero volver a su pecho, a mi sueño. ¿Por qué me despierta? Es de madrugada, o eso parece. Madre mía. ¿No querrá sexo ahora?

—Es hora de levantarse, nene. Voy a encender la lamparita —me dice en voz baja.

—No —protesto de nuevo.

—Quiero perseguir el amanecer contigo —dice besándome la cara, los párpados, la punta de la nariz, la boca, y entonces abro los ojos. La lamparita está encendida—. Buenos días, precioso —murmura.

Protesto, y él sonríe.

—No eres muy madrugador —susurra.

Deslumbrado por la luz, entreabro los ojos y veo a Zayn inclinado sobre mí, sonriendo. Divertido. Divertido conmigo. ¡Vestido! De negro.

—Pensé que querías sexo —me quejo.

—Liam, yo siempre quiero sexo contigo. Reconforta saber que a ti te pasa lo mismo —dice con sequedad.

Lo miro mientras mis ojos se adaptan a la luz y aún lo veo risueño… menos mal.

—Pues claro que sí, solo que no tan tarde.

—No es tarde, es temprano. Vamos, levanta. Vamos a salir. Te tomo la palabra con lo del sexo.

—Estaba teniendo un sueño tan bonito —gimoteo.

—¿Con qué soñabas? —pregunta paciente.

—Contigo.

Me ruborizo.

—¿Qué hacía esta vez?

—Intentabas darme de comer fresas.

En sus labios se dibuja un conato de sonrisa.

—El doctor Atkin tendría para rato con eso. Levanta, vístete. No te molestes en ducharte, ya lo haremos luego.

¡Lo haremos!

Me incorporo y la sábana resbala hasta mi cintura, dejando al descubierto mi cuerpo. Él se levanta para dejarme salir de la cama y me mira con deseo.

—¿Qué hora es?

—Las cinco y media de la mañana.

—Pues parece que sean las tres.

—No tenemos mucho tiempo. Te he dejado dormir todo lo posible. Vamos.

—¿No puedo ducharme?

Suspira.

—Si te duchas, voy a querer ducharme contigo, y tú y yo sabemos lo que pasará, que se nos irá el día. Vamos.

Está emocionado. Su rostro resplandece de ilusión y nerviosismo, como el de un niño. 

Me hace sonreír.

—¿Qué vamos a hacer?

—Es una sorpresa. Ya te lo he dicho.

No puedo evitar mirarlo con una amplia sonrisa.

—Vale.

Salgo de la cama y busco mi ropa, que, cómo no, está perfectamente doblada en la silla que hay junto a la cama. Además, me ha dejado uno de sus boxers de algodón, de Ralph Lauren, nada menos. Me los pongo, y me sonríe. Mmm, otra prenda íntima de Zayn Malik, otro trofeo más que añadir a mi colección, junto con el coche, el iPhone, el Mac, su americana negra y un juego de valiosos incunables. Cabeceo al pensar en su generosidad, y frunzo el ceño cuando me viene a la mente una escena de Tess: la de las fresas. Me recuerda a mi sueño. Al infierno el doctor Atkin, hasta Freud tendría para rato con eso, y luego probablemente moriría intentando desentrañar a mi Cincuenta Sombras.

—Te dejo tranquilo un rato ahora que ya te has levantado.

Zayn se va al salón y yo voy al baño. Tengo necesidades que atender y quiero lavarme un poco. Siete minutos después estoy en el salón, aseado, peinado y vestido con mis vaqueros, mi camisa y la ropa interior de Zayn Malik. Zayn me mira desde la mesita de comedor en la que está desayunando. ¡Desayunando! A estas horas.

—Come —dice.

Madre mía… mi sueño. Me lo quedo mirando, recordando sus labios y su lengua al pronunciar mi nombre. Mmm, esa lengua experimentada…

—Liam —me dice muy serio, sacándome de mi ensoñación.

Realmente es demasiado temprano para mí. ¿Cómo manejo esta situación?

—Tomaré un poco de té. ¿Me puedo llevar un cruasán para luego?

Me mira con recelo y le sonrío con ternura.

—No me agües la fiesta, Liam —me advierte en voz baja.

—Comeré algo luego, cuando se me haya despertado el estómago. Hacia las siete y media, ¿vale?

—Vale.

Y me lanza una miradita suspicaz.

En serio… Tengo que esforzarme mucho para no ponerle mala cara.

—Me dan ganas de ponerte los ojos en blanco.

—Por favor, no te cortes, alégrame el día —me dice muy serio.

Miro al techo.

—Bueno, unos azotes me despertarían, supongo.

Frunzo los labios en silenciosa actitud pensativa.

Zayn se queda boquiabierto.

—Por otra parte, no quiero que te calientes y te molestes por mí.

El ambiente ya está bastante caldeado aquí. Me encojo de hombros con aire indiferente. Zayn cierra la boca y se esfuerza en vano por parecer disgustado. Veo asomar la sonrisa al fondo de sus ojos.

—Como de costumbre, es usted muy difícil, señor Payne. Bébete el té.

Veo la etiqueta de YORKSHIRE y se me alegra el corazón. ¿Ves?, sí que le importas, me dice por lo bajo mi subconsciente. Me siento y lo miro, embebiéndome de su belleza. ¿Alguna vez me saciaré de este hombre?


Cuando salimos de la habitación, Zayn me lanza una sudadera.

—La vas a necesitar.

Lo miro perplejo.

—Confía en mí.

Sonríe, se inclina y me da un beso rápido en los labios, luego me coge de la mano y nos vamos.

Fuera, al relativo frío de la tenue luz que precede al alba, el aparcacoches le entrega a Zayn las llaves de un coche deportivo de capota de lona. Miro arqueando una ceja a Zayn, y él me sonríe satisfecho.

—A veces es genial que sea quien soy, ¿eh? —dice con una sonrisa cómplice que no puedo evitar emular.

Cuando está contento y relajado, es un encanto. Me abre la puerta con una reverencia exagerada y subo. Está de excelente humor.

—¿Adónde vamos?

—Ya lo verás.

Sonriente, arranca el coche y salimos a Savannah Parkway. Programa el GPS, luego pulsa un botón en el volante y una pieza clásica orquestal inunda el vehículo.

—¿Qué es? —pregunto mientras el sonido dulcísimo de un centenar de violines nos envuelve.

—Es de La Traviata, una ópera de Verdi.

Madre mía, es preciosa.

—¿La Traviata? He oído hablar de ella, pero no sé dónde. ¿Qué significa?

Zayn me mira de reojo y sonríe.

—Bueno, literalmente, «la descarriada». Está basada en La dama de las camelias, de Alejandro Dumas.

—Ah, la he leído.

—Lo suponía.

—La desgraciada cortesana. —Me estremezco incómodo en el mullido asiento de cuero. ¿Intenta decirme algo?—. Mmm, es una historia deprimente —murmuro.

—¿Demasiado deprimente? ¿Quieres poner otra cosa? Está sonando en el iPod.

Zayn exhibe otra vez su sonrisa secreta.

No veo el iPod por ninguna parte. Toca la pantalla del panel de mandos que hay entre los dos y, tachán, aparece la lista de temas.

—Elige tú.

Esboza una sonrisa y sé de inmediato que es un desafío.

El iPod de Zayn… esto va a ser interesante. Me muevo por la pantalla y encuentro la canción perfecta. Le doy al «Play». Jamás habría imaginado que él pudiera ser fan de Britney. El ritmo electrónico y bailable nos sobresalta, y Zayn baja el volumen.
Igual es demasiado temprano para esto: Britney en su faceta más sensual.

—Conque «Toxic», ¿eh? —sonríe Zayn.

—No sé por qué lo dices —respondo haciéndome el inocente.

Baja un poco más la música y, en mi interior, me abrazo a mí mismo. El dios que llevo dentro se ha subido al podio y espera su medalla de oro. Ha bajado la música. ¡Victoria!

—Yo no he puesto esa canción en mi iPod —dice en tono despreocupado, y pisa tan fuerte el pedal que, cuando el coche acelera por la autovía, me voy hacia atrás en el asiento.

¿Qué? El muy capullo sabe bien lo que hace. ¿Quién la ha puesto? Y encima tengo que seguir oyendo a Britney, que parece que no va a callarse nunca. ¿Quién, quién?

Termina la canción y el iPod, en modo aleatorio, pasa a un tema tristón de Damien Rice. ¿Quién? ¿Quién? Miro por la ventanilla, con el estómago revuelto. ¿Quién?

—Fue Michael —responde a mis pensamientos no manifiestos.

¿Cómo lo hace?

—¿Michael?

—Un ex, él puso la canción en el iPod.

Damien gorjea de fondo y yo me quedo pasmado. Un ex… ¿ex sumiso? Un ex…

—¿Uno de los quince?

—Sí.

—¿Qué le pasó?

—Lo dejamos.

—¿Por qué?

Oh, Dios. Es demasiado temprano para esta clase de conversación. Pero parece relajado, hasta feliz, y lo que es más, hablador.

—Quería más.

Su voz suena profunda, introspectiva incluso, y deja la frase suspendida entre los dos, terminándola de nuevo con esa poderosa palabrita.

—¿Y tú no? —le suelto antes de poder activar mi filtro de pensamientos.

Mierda, ¿acaso quiero saberlo?

Niega con la cabeza.

—Yo nunca he querido más, hasta que te conocí a ti.

Doy un respingo, anonadado. ¿No es eso lo que yo quiero? ¡Él también quiere más! ¡Quiere más! El dios que llevo dentro se ha bajado del podio de un salto mortal y se ha puesto a dar volteretas laterales por todo el estadio. No soy solo yo.

—¿Qué pasó con los otros catorce? —pregunto.

Venga, está hablando, aprovéchate.

—¿Quieres una lista? ¿Divorciada, decapitada, muerta?

—No eres Enrique VIII.

—Vale. Sin seguir ningún orden en particular, solo he tenido relaciones largas con tres mujeres y un hombre, aparte de Rebecca.

—¿Rebecca?

—Para ti, la señora Robinson.

Esboza esa sonrisa suya del que sabe algo que los demás ignoran.

¡Rebecca! Vaya. La malvada tiene nombre, y de resonancias exóticas. De pronto imagino a una espléndida vampiresa de piel clara, pelo negro como el azabache y labios de un rojo rubí, y sé que es hermosa. No debo obsesionarme. No debo obsesionarme.

—¿Qué fue de esos cuatro? —pregunto para distraer mi mente.

—Qué inquisitivo, qué ávido de información, señor Payne —me reprende en tono burlón.

—Bueno, ¿qué pasó entonces con los otros cuatro? —pregunto.

—Una conoció a otro. Los otros tres querían… más. A mí entonces no me apetecía más.

—¿Y los demás? —insisto.

Me mira un instante y niega con la cabeza.

—No salió bien.

Vaya, un montón de información que procesar. Miro por el retrovisor del coche y detecto el suave crescendo de rosas y aguamarina en el cielo a nuestra espalda. El amanecer nos sigue.

—¿Adónde vamos? —pregunto, perplejo. Estamos en la interestatal 95 y nos dirigimos hacia el sur, es lo único que sé.

—Vamos a un campo de aviación.

—No iremos a volver a Seattle, ¿verdad? —digo alarmado.

No me he despedido de mi madre. Y además nos espera para cenar.

Se echa a reír.

—No, Liam, vamos a disfrutar de mi segundo pasatiempo favorito.

—¿Segundo? —lo miro ceñudo.

—Sí. Esta mañana te he dicho cuál era mi favorito.

Contemplo su magnífico perfil, ceñudo, devanándome los sesos.

—Disfrutar de ti, señor Payne. Eso es lo primero de mi lista. De todas las formas posibles.

Ah.

—Sí, también yo lo tengo en mi lista de perversiones favoritas —murmuro ruborizándome.

—Me complace saberlo —responde con sequedad.

—¿A un campo de aviación, dices?

Me sonríe.

—Vamos a planear.

El término me suena vagamente. Me lo ha mencionado antes.

—Vamos a perseguir el amanecer, Liam.

Se vuelve y me sonríe mientras el GPS lo insta a girar a la derecha hacia lo que parece un complejo industrial. Se detiene a la puerta de un gran edificio blanco con un rótulo que reza BRUNSWICK SOARING ASSOCIATION. ¡Vuelo sin motor! ¿Es lo que vamos a hacer?

Zayn apaga el motor.

—¿Estás preparado para esto? —pregunta.

—¿Pilotas tú?

—Sí.

—¡Sí, por favor!

No titubeo. Sonríe, se inclina y me besa.

—Otra primera vez, señor Tomlinsin —dice mientras sale del coche.

¿Primera vez? ¿Cómo que primera? La primera vez que pilota un planeador… ¡mierda! No, dice que ya lo ha hecho antes. Me relajo. Rodea el coche y me abre la puerta. El cielo ha adquirido un sutil tono opalescente, reluce y resplandece suavemente tras las esporádicas nubes de aspecto infantil. El amanecer se nos echa encima.

Cogiéndome de la mano, Zayn me lleva por detrás del edificio hasta una gran zona asfaltada donde hay aparcados varios aviones. Junto a ellos hay un hombre de cabeza rapada y mirada huraña, acompañado de Higgins.

¡Higgins! ¿Es que Zayn no va a ninguna parte sin él? Le dedico una sonrisa de oreja a oreja y él me la devuelve, amable.

—Señor Malik, este es su piloto de remolque, el señor Mark Benson —dice Higgins.

Zayn y Benson se dan la mano e inician una conversación que suena muy técnica acerca de velocidad del viento, direcciones y cosas por el estilo.

—Hola, Higgins —digo tímidamente.

—Señor Payne. —Me saluda con la cabeza y yo frunzo el ceño—. Li —rectifica—. Ha estado de un humor de perros estos últimos días. Me alegro de que estemos aquí —me dice en tono conspirador.

Vaya, esto es nuevo. ¿Por qué? ¡No será por mí! ¡Jueves de revelaciones! Debe de haber algo en el agua de Savannah que les suelta la lengua a estos hombres.

—Liam —me llama Christian—. Ven.

Me tiende la mano.

—Hasta luego.

Sonrío a Higgins, quien, tras un rápido gesto de despedida vuelve al aparcamiento.

—Señor Benson, este es mi novio, Liam Payne.

—Encantado de conocerlo —murmuro mientras nos damos la mano.

Benson me dedica una espléndida sonrisa.

—Igualmente —dice, y distingo por su acento que es británico.

Le doy la mano a Zayn y noto que se me agarran los nervios al estómago. ¡Uau, vamos a hacer vuelo sin motor! Cruzamos con Mark Benson la zona asfaltada hasta la pista. Zayn y él siguen hablando. Yo capto lo esencial. Vamos a ir en un Blanik L-23, que, por lo visto, es mejor que el L-13, aunque esto es discutible. Benson pilotará una Piper Pawnee. Lleva ya unos cinco años pilotando planeadores. No entiendo nada, pero mirar a Zayn y verlo tan animado, tan en su elemento, es todo un placer.

El avión en cuestión es alargado, de líneas puras, y blanco con rayas naranjas. Tiene una pequeña cabina con dos asientos, uno delante del otro. Está sujeto mediante un largo cable blanco a un avión convencional pequeño de una sola hélice. Benson levanta la cubierta cóncava de plexiglás que enmarca la cabina para que podamos subir.

—Primero hay que ponerse los paracaídas.

¡Paracaídas!

—Ya lo hago yo —lo interrumpe Zayn, y le coge los arneses a Benson, que le sonríe amable.

—Voy a por el lastre —dice Benson, y se dirige al avión.

—Te gusta atarme a cosas —observo con sequedad.

—Señor Payne, no tiene usted ni idea. Toma, mete brazos y piernas por las correas.

Hago lo que me dice, apoyándome en su hombro. Zayn se pone algo rígido, pero no se mueve. En cuanto he metido las piernas por las correas, me sube el paracaídas y meto los brazos por las de los hombros. Con destreza, me abrocha los arneses y aprieta todas las correas.

—Hala, ya estás —dice con aire tranquilo, pero le brillan los ojos—. Venga, adentro —me ordena.

Tan mandón como siempre… Me dispongo a sentarme atrás.

—No, delante. El piloto va detrás.

—Pero ¿verás algo?

—Veré lo suficiente. —Sonríe.

Creo que nunca lo había visto tan contento, mandón pero contento. Subo y me instalo en el asiento de cuero. Para mi sorpresa, es muy cómodo. Zayn se inclina hacia delante, me echa el arnés por los hombros, busca entre mis piernas el cinturón inferior y lo encaja en el que descansa sobre mi vientre. Aprieta todas las correas de sujeción.

—Mmm, dos veces en la misma mañana; soy un hombre con suerte —susurra, y me besa deprisa—. No va a durar mucho: veinte, treinta minutos a lo sumo. Las masas de aire no son muy buenas a esta hora de la mañana, pero las vistas desde allá arriba son impresionantes. Espero que no estés nervioso.

—Emocionado.

Le dedico una sonrisa radiante.

¿De dónde ha salido esa sonrisa tan ridícula? En realidad, una parte de mí está aterrada. El dios que llevo dentro se ha escondido bajo la manta detrás del sofá.

—Bien.

Me devuelve la sonrisa, acariciándome la cara, y luego desaparece de mi vista.

Lo oigo y lo siento instalarse a mi espalda. Me ha atado tan fuerte que no puedo ni volverme a mirarlo, claro… ¡Típico! Estamos casi a ras de suelo. Delante de mí hay un panel de indicadores y palancas, y una especie de manubrio grande que dejo bien quietecito.

Aparece Mark Benson, sonriente, comprueba mis correas, se inclina hacia delante y mira algo en el suelo de la cabina. Creo que es el lastre.

—Muy bien, todo en orden. ¿Es la primera vez? —me pregunta.

—Sí.

—Te va a encantar.

—Gracias, señor Benson.

—Llámame Mark. —Se vuelve hacia Zayn—. ¿Todo bien?

—Sí. Vamos.

Me alegro de no haber comido nada. Estoy nerviosísimo y dudo que a mi estómago le apeteciera mucho mezclar comida, nervios y paseo por los aires. Una vez más, me pongo en las manos expertas de este hermoso chico. Mark baja la cubierta de la cabina, se dirige tranquilamente al avión de delante y se sube a él.

La hélice de la Piper se pone en marcha y el estómago inquieto se me sube a la garganta. Dios… lo estoy haciendo. Mark entra despacio en pista y, cuando el cable se tensa, arrancamos nosotros también, de un tirón. Ya estamos en marcha. Oigo parlotear por la radio que tengo a mi espalda. Creo que es Mark dirigiéndose a la torre, pero no distingo lo que dice. Según va acelerando la Piper, nosotros también. Avanzamos a trompicones y la avioneta que llevamos delante aún no ha despegado. Dios, ¿es que no vamos a elevarnos nunca? De pronto, el estómago se me va de la boca y se me baja en picado a los pies: estamos en el aire.

—¡Allá vamos, nene! —me grita Zayn desde atrás.

Estamos los dos solos, en nuestra burbuja. Solo oigo el viento que nos azota y el zumbido lejano del motor de la Piper. Me agarro al borde del asiento con las dos manos, tan fuerte que se me ponen blancos los nudillos. Nos dirigimos al oeste, hacia el interior, lejos del sol naciente, ganando altura, dejando atrás campos, bosques, viviendas y la interestatal 95.

Madre mía. Esto es alucinante; por encima de nosotros no hay más que cielo. La luz es extraordinaria, difusa y cálida, y recuerdo las divagaciones de Stan sobre «la hora mágica», una hora del día que adoran los fotógrafos. Es esta… justo después del amanecer, y yo estoy en ella, con Zayn.

De pronto, me acuerdo de la exposición de Stan. Mmm. Tengo que decírselo a Zayn. Me pregunto un instante cómo se lo tomará. Pero no voy a preocuparme de eso ahora; estoy disfrutando del viaje. Según vamos ascendiendo, se me taponan los oídos y el suelo queda cada vez más lejos. Qué paz. Entiendo perfectamente por qué le gusta estar aquí arriba. Lejos del iPhone y de toda la presión de su trabajo.

La radio crepita y Mark nos dice que estamos a mil metros de altitud. Joder, eso es muy alto. Miro a tierra y ya no puedo distinguir nada de allá abajo.

—Suéltanos —dice Zayn a la radio, y de pronto la Piper desaparece y con ella la sensación de arrastre que nos proporcionaba la avioneta.

Flotamos, flotamos sobre Georgia. Madre mía, qué emocionante. El planeador se ladea y gira al descender el ala, y nos dirigimos en espiral hacia el sol. Ícaro. Eso es. Vuelo cerca del sol, pero él está conmigo, y me guía. Me acelero de pensarlo. Describimos una espiral tras otra y las vistas con esta luz del día son espectaculares.

—¡Agárrate fuerte! —me grita, y volvemos a descender… solo que esta vez no para. De pronto me veo cabeza abajo, mirando al suelo a través de la cubierta de la cabina.

Chillo como un poseso y estiro automáticamente los brazos, apoyando las manos en el plexiglás como para frenar la caída. Lo oigo reírse. ¡Cabrón! Pero su alegría es contagiosa, y también yo me río cuando endereza el planeador.

—¡Menos mal que no he desayunado! —le grito.

—Sí, pensándolo bien, menos mal, porque voy a volver a hacerlo.

Desciende en picado una vez más hasta ponernos cabeza abajo. Esta vez, como estoy preparado, me quedo colgando del arnés, y eso me hace reír como un bobo. Vuelve a nivelar el planeador.

—¿A que es precioso? —me grita.

—Sí.

Volamos, planeando majestuosamente por el aire, escuchando el viento y el silencio, a la luz de primera hora de la mañana. ¿Se puede pedir más?

—¿Ves la palanca de mando que tienes delante? —me grita ahora.

Miro la palanca que vibra entre mis piernas. Oh, no, ¿qué pretenderá que haga?

—Agárrala.

Mierda. Me va a hacer pilotar el planeador. ¡No!

—Vamos, Liam, agárrala —me insta con mayor vehemencia.

La agarro tímidamente y noto las cabezadas y guiñadas de lo que supongo que son los timones y las palas o lo que sea que mantenga esta cosa en el aire.

—Agárrala fuerte… mantenla firme. ¿Ves el dial de en medio, delante de ti? Que la aguja no se mueva del centro.

Tengo el corazón en la boca. Madre mía. Estoy pilotando un planeador… estoy planeando.

—Buen chico.

Zayn parece encantado.

—Me extraña que me dejes tomar el control —grito.

—Te extrañaría saber las cosas que te dejaría hacer, señor Payne. Ya sigo yo.

Noto que la palanca se mueve de pronto y la suelto mientras descendemos en espiral varios metros; los oídos se me vuelven a taponar. El suelo está cada vez más cerca y parece que nos vamos a estrellar. Dios… es aterrador.

—BMA, habla BG N Papa Tres Alfa, entrando a favor del viento en pista siete izquierda a hierba, BMA —dice Zayn con su tono autoritario de siempre.

La torre le responde por la radio, pero no entiendo lo que dicen.

Planeamos de nuevo, describiendo un gran círculo, y vamos aproximándonos a tierra. Veo el campo de aviación, las pistas de aterrizaje, y sobrevolamos de nuevo la interestatal 95.

—Agárrate, nene, que vienen baches.

Después de un círculo más, descendemos y, de repente, tocamos tierra con un breve golpetazo, y nos deslizamos sobre la hierba. Madre mía. Me castañetean los dientes mientras avanzamos dando tumbos a una velocidad alarmante, hasta que por fin nos detenemos. El planeador se bambolea, luego se ladea a la derecha.

Tomo una buena bocanada de aire mientras Zayn se agacha y levanta la cubierta de la cabina, baja y se estira.

—¿Qué tal? —me pregunta, y los ojos le brillan de un verde grisáceo deslumbrante mientras se inclina para desabrocharme.

—Ha sido fantástico. Gracias —susurro.

—¿Ha sido más? —pregunta, con la voz teñida de esperanza.

—Mucho más —le digo, y sonríe.

—Vamos.

Me tiende la mano y salgo de la cabina. 

En cuanto salgo, me agarra y me estrecha contra su cuerpo. Hunde sus manos en mi pelo y tira de él para echarme la cabeza hacia atrás; desliza la otra mano hasta el final de la espalda. Me besa… un beso largo, vehemente y apasionado, invadiéndome la boca con su lengua. Su respiración se acelera, su ardor, su erección… Dios mío, que estamos en medio del campo. Pero me da igual. Le engancho el pelo, amarrándolo a mí. Lo deseo, aquí, ahora, en el suelo. Se aparta y me mira; sus ojos se ven ahora oscuros y luminosos a la luz de primera hora, repletos de sensualidad cruda y arrogante. Uau. Me deja sin aliento.

—Desayuno —susurra, haciéndolo sonar deliciosamente erótico.

¿Cómo puede hacer que unos huevos con beicon suenen a fruta prohibida? Es una destreza extraordinaria. Da media vuelta, me coge de la mano y nos dirigimos al coche.

—¿Y el planeador?

—Ya se ocuparán de él —dice con aire displicente—. Ahora vamos a comer algo.

Su tono no deja lugar a dudas.

¡Comer! Me habla de comida cuando lo único que me apetece de verdad es él.

—Vamos.

Sonríe.

Nunca lo he visto así, y es una auténtica gozada. Me sorprendo caminando a su lado, de la mano, con una sonrisa bobalicona pintada en la cara. Me recuerda a cuando tenía diez años y pasaba el día en Disneylandia con Mark. Era un día perfecto, y me parece que este también lo va a ser.


De nuevo en el coche, mientras volvemos a Savannah por la interestatal 95, rompo el silencio que nos invade.

—Me ha gustado que me presentaras a Mark como tu novio —digo.

—¿No es eso lo que eres? —dice arqueando una ceja.

—¿Lo soy? Pensé que tú querías un sumiso.

—Quería, Liam, y quiero. Pero ya te lo he dicho: yo también quiero más.

Madre mía. Empieza a ceder; me invade la esperanza y me deja sin aliento.

—Me alegra mucho que quieras más —susurro.

—Nos proponemos complacer, señor Payne.

Sonríe satisfecho mientras nos detenemos en un International House of Pancakes.

—Un IHOP.

Le devuelvo la sonrisa. No me lo puedo creer. ¿Quién iba a decirlo? Zayn Malik en un IHOP.

Son las ocho y media, pero el restaurante está tranquilo. Huele a fritanga dulce y a desinfectante. Uf, no es un aroma tentador.

Zayn me lleva hasta un cubículo.

—Jamás te habría imaginado en un sitio como este —le digo mientras nos sentamos.

—Mi padre solía traernos a uno de estos siempre que mi madre se iba a un congreso médico. Era nuestro secreto.

Me sonríe con los ojos brillantes, luego coge una carta, pasándose una mano por el cabello alborotado, y le echa un vistazo.

Ah, yo también quiero pasarle las manos por el pelo. Cojo una carta y la examino. Me doy cuenta de que estoy muerto de hambre.

—Yo ya sé lo que quiero —dice con voz grave y ronca.

Alzo la vista y me está mirando de esa forma que me contrae todos los músculos del vientre y me deja sin aliento, sus ojos oscuros y ardientes. Madre mía. Le devuelvo la mirada, con la sangre corriéndome rauda por las venas en respuesta a su llamada.

—Yo quiero lo mismo que tú —susurro.

Inspira hondo.

—¿Aquí? —me pregunta provocador arqueando una ceja, con una sonrisa perversa y la punta de la lengua asomando entre los dientes.

Madre mía… sexo en el IHOP. Su expresión cambia, se oscurece.

—No te muerdas el labio —me ordena—. Aquí, no; ahora no. —Su mirada se endurece momentáneamente y, por un instante, lo encuentro deliciosamente peligroso—. Si no puedo hacértelo aquí, no me tientes.

—Hola, soy Leandra. ¿Qué les apetece… tomar… esta mañana…? —farfulla al ver a don Guapísimo enfrente de mí.

Se pone como un tomate y, en el fondo, no me cuesta entenderla, porque a mí sigue produciéndome ese efecto. Su presencia me permite escapar brevemente de la mirada sensual de Zayn.

—¿Liam? —me pregunta, ignorándola, y dudo que nadie pudiera pronunciar mi nombre de forma más carnal que él en este momento.

Trago saliva, rezando para no ponerme del mismo color que la pobre Leandra.

—Ya te he dicho que quiero lo mismo que tú —respondo en voz baja, grave, y él me lanza una mirada voraz.

Uf, el dios que llevo dentro se desmaya. ¿Estoy preparado para este juego?

Leandra me mira a mí, luego a él, y después a mí otra vez. Está casi del mismo color que su resplandeciente melena pelirroja.

—¿Quieren que les deje unos minutos más para decidir?

—No. Sabemos lo que queremos.

En el rostro de Zayn se dibuja una sexy sonrisita.

—Vamos a tomar dos tortitas normales con sirope de arce y beicon al lado, dos zumos de naranja, un café cargado con leche desnatada y té inglés, si tenéis —dice Zayn sin quitarme los ojos de encima.

—Gracias, señor. ¿Eso es todo? —susurra Leandra, mirando a todas partes menos a nosotros.

Los dos nos volvemos a mirarla y ella se pone otra vez como un tomate y sale corriendo.

—¿Sabes?, no es justo.

Miro la mesa de formica y trazo dibujitos en ella con el dedo índice, procurando sonar desenfadado.

—¿Qué es lo que no es justo?

—El modo en que desarmas a la gente. A mí.

—¿Te desarmo?

Resoplo.

—Constantemente.

—No es más que el físico, Liam —dice en tono displicente.

—No, Zayn, es mucho más que eso.

Frunce el ceño.

—Tú me desarmas totalmente, señor Payne. Por tu inocencia. Que supera cualquier barrera.

—¿Por eso has cambiado de opinión?

—¿Cambiado de opinión?

—Sí… sobre… lo nuestro.

Se acaricia la barbilla pensativo con sus largos y hábiles dedos.

—No creo que haya cambiado de opinión en sí. Solo tenemos que redefinir nuestros parámetros, trazar de nuevo los frentes de batalla, por así decirlo. Podemos conseguir que esto funcione, estoy seguro. Yo quiero que seas mi sumiso y tenerte en mi cuarto de juegos. Y castigarte cuando incumplas las normas. Lo demás… bueno, creo que se puede discutir. Esos son mis requisitos, señor Payne. ¿Qué te parece?

—Entonces, ¿puedo dormir contigo? ¿En tu cama?

—¿Eso es lo que quieres?

—Sí.

—Pues acepto. Además, duermo muy bien cuando estás conmigo. No tenía ni idea.

Arruga la frente y su voz se apaga.

—Me aterraba que me dejaras si no accedía a todo —susurro.

—No me voy a ir a ninguna parte, Liam. Además… —Se interrumpe y, después de pensarlo un poco, añade—: Estamos siguiendo tu consejo, tu definición: compromiso. Lo que me dijiste por correo. Y, de momento, a mí me funciona.

—Me encanta que quieras más —murmuro tímidamente.

—Lo sé.

—¿Cómo lo sabes?

—Confía en mí. Lo sé.

Me sonríe satisfecho. Me oculta algo. ¿Qué?

En ese momento llega Leandra con el desayuno, poniendo fin a nuestra conversación. Me ruge el estómago, recordándome que estoy muerto de hambre. Zayn observa con enojosa complacencia cómo devoro el plato entero.

—¿Te puedo invitar? —le pregunto.

—Invitar ¿a qué?

—Pagarte el desayuno.

Resopla.

—Me parece que no —suelta con un bufido.

—Por favor. Quiero hacerlo.

Me mira ceñudo.

—¿Quieres castrarme del todo?

—Este es probablemente el único sitio en el que puedo permitirme pagar.

—Liam, te agradezco la intención. De verdad. Pero no.

Frunzo los labios.

—No te enfurruñes —me amenaza, con un brillo inquietante en los ojos.


Como era de esperar, no me pregunta la dirección de mi madre. Ya la sabe, como buen acosador que es. Cuando se detiene frente a la puerta de la casa, no hago ningún comentario. ¿Para qué?

—¿Quieres entrar? —le pregunto tímidamente.

—Tengo que trabajar, Liam, pero esta noche vengo. ¿A qué hora?

Hago caso omiso de la desagradable punzada de desilusión. ¿Por qué quiero pasar hasta el último segundo con este dios del sexo tan controlador? Ah, sí, porque me he enamorado de él y sabe volar.

—Gracias… por el más.

—Un placer, Liam.

Me besa e inhalo su sensual olor a Zayn.

—Te veo luego.

—Intenta impedírmelo —me susurra.

Le digo adiós con la mano mientras su coche se pierde en la luz del sol de Georgia. Llevo su sudadera y su ropa interior, y tengo mucho calor.

En la cocina, mi madre está hecha un manojo de nervios. No tiene que agasajar a un multimillonario todos los días, y está bastante estresada.

—¿Cómo estás, cariño? —pregunta, y me sonrojo, porque debe de saber lo que estuve haciendo anoche.

—Estoy bien. Zayn me ha llevado a planear esta mañana.

Confío en que ese nuevo dato la distraiga.

—¿A planear? ¿En uno de esos avioncitos sin motor?

Asiento con la cabeza.

—Uuau.

Se queda sin habla, toda una novedad en mi madre. Me mira pasmada, pero al final se recupera y retoma la línea de interrogatorio inicial.

—¿Qué tal anoche? ¿Hablasteis?

Dios… Me pongo como un tomate.

—Hablamos… anoche y hoy. La cosa va mejorando.

—Me alegro.

Devuelve su atención a los cuatro libros de cocina que tiene abiertos sobre la mesa.

—Mamá, si quieres cocino yo esta noche.

—Ay, cielo, es un detalle por tu parte, pero quiero hacerlo yo.

—Vale.

Hago una mueca, consciente de que la cocina de mi madre es un poco a lo que salga. Igual ha mejorado desde que se mudó a Savannah con Bob. Hubo un tiempo en que no me habría atrevido a someter a nadie al suplicio de uno de sus platos, ni siquiera a… a ver, alguien a quien odie… ah, sí, a la señora Robinson, a Rebecca. Bueno, quizá a ella sí. ¿Conoceré algún día a esa maldita mujer?

Decido enviarle un breve e-mail de agradecimiento a Zayn.

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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 10:20 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Planear mejor que apalear

A veces sabes cómo hacer pasar un buen rato a un chico.
Gracias.

Li x
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 10:24 EST
Para: Liam Payne
Asunto: Planear mejor que apalear

Prefiero cualquiera de las dos cosas a tus ronquidos. Yo también lo he pasado bien.
Pero siempre lo paso bien cuando estoy contigo.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 10:26 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: RONQUIDOS

YO NO RONCO. Y si lo hiciera, no es muy galante por tu parte comentarlo.
¡Qué poco caballeroso, señor Malik! Además, que sepas que estás en el Profundo Sur.

Li
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 10:28 EST
Para: Liam Payne
Asunto: Somniloquia

Yo nunca he dicho que fuera un caballero, Liam, y creo que te lo he demostrado en numerosas ocasiones. No me intimidan tus mayúsculas CHILLONAS. Pero reconozco que era una mentirijilla piadosa: no, no roncas, pero sí hablas dormido. Y es fascinante.
¿Qué hay de mi beso?

Zayn Malik
Sinvergüenza y presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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Maldita sea. Sé que hablo en sueños. Harry me lo ha comentado montones de veces. ¿Qué caray habré dicho? Oh, no.

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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 10:32 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Desembucha

Eres un sinvergüenza y un canalla; de caballero, nada, desde luego.
A ver, ¿qué he dicho? ¡No hay besos hasta que me lo cuentes!
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 10:35 EST
Para: Liam Payne
Asunto: Bello durmiente parlante

Sería una descortesía por mi parte contártelo; además, ya he recibido mi castigo.
Pero, si te portas bien, a lo mejor te lo cuento esta noche. Tengo que irme a una reunión.
Hasta luego, nene.

Zayn Malik
Sinvergüenza, canalla y presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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¡Genial! Voy a permanecer totalmente incomunicado hasta la noche. Estoy que echo humo. Dios… Supongamos que he dicho en sueños que lo odio, o peor aún, que lo quiero. Uf, espero que no. No estoy preparado para decirle eso, y estoy convencido de que él no está preparado para oírlo, si es que alguna vez quiere oírlo. Miro ceñudo el ordenador y decido que, cocine lo que cocine mi madre, voy a hacer pan, para descargar mi frustración amasando.


Mi madre se ha decidido por un gazpacho y bistecs a la barbacoa marinados en aceite de oliva, ajo y limón. A Zayn le gusta la carne, y es fácil de hacer. Bob se ha ofrecido voluntario para encargarse de la barbacoa. Sigo a mi madre por el súper con el carrito de la compra.

Mientras echamos un vistazo a la sección de carnes, me suena el móvil. Rebusco en el bolsillo del pantalón, pensando que podría ser Zayn. No reconozco el número.

—¿Diga? —respondo sin aliento.

—¿Liam Payne?

—Sí.

—Soy Elizabeth Morgan, de SIP.

—Ah… hola.

—Llamo para ofrecerte el puesto de ayudante del señor Hyde. Nos gustaría que empezaras el lunes.

—Uau. Eso es estupendo. ¡Gracias!

—¿Conoces las condiciones salariales?

—Sí. Sí… bueno, que acepto vuestra propuesta. Me encantaría trabajar para vosotros.

—Fabuloso. Entonces… ¿nos vemos el lunes a las ocho y media?

—Nos vemos. Adiós. Y gracias.

Sonrío feliz a mi madre.

—¿Tienes trabajo?

Asiento emocionado y ella se pone a chillar y a abrazarme en medio del súper.

—¡Enhorabuena, cariño! ¡Hay que comprar champán!

Va dando palmas y brincos por los pasillos. ¿Qué tiene, cuarenta y dos años o doce?

Miro el móvil y frunzo el ceño: hay una llamada perdida de Zayn. Él nunca me telefonea. Lo llamo enseguida.

—Liam —responde de inmediato.

—Hola —murmuro tímidamente.

—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino de Hilton Head. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.

Parece muy agobiado.

—Nada serio, espero.

—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Higgins a recogerte al aeropuerto si no puedo ir yo.

Suena frío. Enfadado, incluso. Pero, por primera vez, no pienso automáticamente que es por mi culpa.

—Vale. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.

—Tú también, nene —me susurra y, con esas palabras, mi Zayn vuelve un instante.

Luego cuelga.

Oh, no. El último «problema» con el que tuvo que lidiar fue el de mi virginidad. Dios, espero que no sea nada de eso. Miro a mi madre. Su júbilo anterior se ha transformado en preocupación.

—Es Zayn. Tiene que volver a Seattle. Te pide disculpas.

—¡Vaya! Qué lástima, cariño. Podemos hacer la barbacoa de todas formas. Además, ahora tenemos algo que celebrar: ¡tu nuevo empleo! Tienes que contármelo todo al respecto.


A última hora de la tarde, mamá y yo estamos tumbados junto a la piscina. Mamá se ha relajado tanto después de saber que el señor Millonetis no viene a cenar que está tendida completamente horizontal. Tirado al sol, pienso en anoche y en el desayuno de hoy. Pienso en Zayn y no puedo quitarme la sonrisa tonta de los labios. Vuelve una y otra vez a mi cara, espontánea y desconcertante, cuando recuerdo nuestras varias conversaciones y lo que hicimos… lo que me hizo. 

Parece que ha habido un cambio sustancial en la actitud de Zayn. Él lo niega, pero reconoce que está intentando darme más. ¿Qué puede haber cambiado? ¿Qué ha variado entre aquel largo correo que me envió y cuando nos vimos ayer? ¿Qué ha hecho? Me incorporo de pronto y casi tiro el refresco. Cenó con… ella. Con Rebecca.

¡Maldita sea!

Se me eriza el vello al caer en la cuenta. ¿Le diría algo ella? Ah… si hubiera podido ser una mosca pegada en la pared durante su cena… Habría caído en su sopa o en su copa de vino para que se atragantara.

—¿Qué pasa, cielo? —me pregunta mi madre, saliendo de golpe de su sopor.

—Cosas mías, mamá. ¿Qué hora es?

—Serán las seis y media, cariño.

Mmm… no habrá aterrizado aún. ¿Se lo puedo preguntar? ¿Debería preguntárselo? A lo mejor ella no tiene nada que ver. Espero fervientemente que sea así. ¿Qué habré dicho en sueños? Mierda… algún comentario inoportuno cuando soñaba con él, seguro. Sea lo que sea, o lo que fuera, confío en que ese cambio repentino sea cosa de él y no se deba a ella.

Me estoy achicharrando con este maldito calor. Necesito darme otro chapuzón.


Mientras me preparo para acostarme, enciendo el ordenador. No he tenido noticias de Zayn. Ni siquiera me ha escrito para decirme si ha llegado bien.

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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 201322:32 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: ¿Has llegado bien?

Querido señor:
Por favor, hazme saber si has llegado bien. Empiezo a preocuparme. Pienso en ti.

Tu Li x
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A los tres minutos, oigo que me entra un correo.

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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 19:36
Para: Liam Payne
Asunto: Lo siento

Querido señor Payne:
He llegado bien; por favor, discúlpeme por no haberle dicho nada.
No quiero causarle preocupaciones; me reconforta saber que le importo. Yo también pienso en usted y, como siempre, estoy deseando volver a verle mañana.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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Suspiro. Zayn ha vuelto a su habitual corrección.

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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 22:40 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: El problema

Querido señor Malik:
Me parece que es más que evidente que me importas mucho.
¿Cómo puedes dudarlo?
Espero que tengas controlado «el problema».

Tu Li x
P.D.: ¿Me vas a contar lo que dije en sueños?
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 19:45
Para: Liam Payne
Asunto: Me acojo a la Quinta Enmienda

Querido señor Payne:
Me encanta saber que le importo tanto. «El problema» aún no se ha resuelto.
En cuanto a su posdata, la respuesta es no.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 22:48 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Alego locura transitoria

Espero que fuera divertido, pero que sepas que no me responsabilizo de lo que pueda salir por mi boca mientras estoy inconsciente. De hecho, probablemente me oyeras mal. A un hombre de tu avanzada edad sin duda le falla un poco el oído.
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 19:52
Para: Liam Payne
Asunto: Me declaro culpable

Querido seños Payne:
Perdone, ¿podría hablarme más alto? No le oigo.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 2013 22:54 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Alego de nuevo locura transitoria

Me estás volviendo loco.
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 19:59
Para: Liam Payne
Asunto: Eso espero…

Querido señor Payne:
Eso es precisamente lo que me proponía hacer el viernes por la noche. Lo estoy deseando. 

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 2 de junio de 201323:02 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Grrrrrr

Que sepas que estoy furioso contigo.
Buenas noches.

Señor L. W. Payne
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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 201320:05
Para: Liam Payne
Asunto: Gato salvaje

¿Me está sacando las uñas, señor Payne?
Yo también tengo gato para defenderme.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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¿Que también tiene gato? Nunca he visto un gato en su casa. No, no le voy a contestar. Cómo me exaspera a veces… De cincuenta mil maneras distintas. Me meto en la cama y me quedo tumbado mirando furioso al techo mientras mis ojos se adaptan a la oscuridad. Oigo que me entra otro correo. No voy a mirarlo. No, ni hablar. No, no voy a mirarlo. ¡Agh…! Soy tan bobo que no puedo resistirme al hechizo de las palabras de Zayn Malik.

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De: Zayn Malik
Fecha: 2 de junio de 2013 20:20
Para: Liam Payne
Asunto: Lo que dijiste en sueños

Liam:
Preferiría oírte decir en persona lo que te oí decir cuando dormías, por eso no quiero contártelo. Vete a la cama. Más vale que mañana estés descansado para lo que te tengo preparado.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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Oh, no… ¿Qué dije? Seguro que es tan malo como pienso. 
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Cincuenta sombras de Malik (Ziam) - Página 8 Empty Re: Cincuenta sombras de Malik (Ziam)

Mensaje por Invitado Sáb 08 Feb 2014, 3:56 pm

capitulo 32.

Mi madre me abraza fuerte.

—Haz caso a tu corazón, cariño, y por favor, procura no darle demasiadas vueltas a las cosas. Relájate y disfruta. Eres muy joven, cielo. Aún te queda mucha vida por delante, vívela. Te mereces lo mejor.

Sus sentidas palabras susurradas al oído me confortan. Me besa el pelo.

—Ay, mamá.

Me cuelgo de su cuello y, de repente, los ojos se me llenan de lágrimas.

—Cariño, ya sabes lo que dicen: hay que besar a muchos sapos para encontrar al príncipe azul.

Le dedico una sonrisa torcida, agridulce.

—Me parece que he besado a un príncipe, mamá. Espero que no se convierta en sapo.

Me regala las más tierna, maternal e incondicionalmente amorosa de sus sonrisas, y mientras nos abrazamos de nuevo me maravillo de lo muchísimo que quiero a esta mujer.

—Li, están llamando a tu vuelo —me dice Bob nervioso.

—¿Vendrás a verme, mamá?

—Por supuesto, cariño… pronto. Te quiero.

—Yo también.

Cuando me suelta, tiene los ojos enrojecidos de las lágrimas contenidas. Odio tener que dejarla. Abrazo a Bob, doy media vuelta y me encamino a la puerta de embarque; hoy no tengo tiempo para la sala VIP. Me propongo no mirar atrás, pero lo hago… y veo a Bob abrazando a mamá, que llora desconsolada con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Ya no puedo contener más las mías. Agacho la cabeza y cruzo la puerta de embarque, sin levantar la vista del blanco y resplandeciente suelo, borroso a través de mis ojos empañados.

Una vez a bordo, rodeado del lujo de primera clase, me acurruco en el asiento e intento recomponerme. Siempre me resulta doloroso separarme de mi madre; es atolondrada, desorganizada, pero de pronto perspicaz, y me quiere. Con un amor incondicional, el que todo niño merece de sus padres. El rumbo que toman mis pensamientos me hace fruncir el ceño, saco el iPhone y lo miro consternado.

¿Qué sabe Zayn del amor? Parece que no recibió el amor incondicional al que tenía derecho durante su infancia. Se me encoge el corazón y, como un céfiro suave, me vienen a la cabeza las palabras de mi madre: «Sí, Li. Dios, ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?». Cree que Zayn me quiere, pero, claro, ella es mi madre, ¿cómo no va a pensarlo? Para ella, me merezco lo mejor. Frunzo el ceño. Es verdad, y, en un instante de asombrosa lucidez, lo veo. Es muy sencillo: yo quiero su amor. Necesito que Zayn Malik me quiera. Por eso recelo tanto de nuestra relación, porque, a un nivel profundo y esencial, reconozco en mi interior un deseo incontrolable y profundamente arraigado de ser amado y protegido. Y, debido a sus cincuenta sombras, me contengo. El sado es una distracción del verdadero problema. El sexo es alucinante, y él es rico, y guapo, pero todo eso no vale nada sin su amor, y lo más desesperante es que no sé si es capaz de amar. Ni siquiera se quiere a sí mismo. Recuerdo el desprecio que sentía por sí mismo, y que el amor de ella era la única manifestación de afecto que encontraba «aceptable». Castigado —azotado, golpeado, lo que fuera que conllevara su relación—, no se considera digno de amor. ¿Por qué se siente así? ¿Cómo puede sentirse así? Sus palabras resuenan en mi cabeza: «Resulta muy difícil crecer en una familia perfecta cuando tú no eres perfecto».

Cierro los ojos, imagino su dolor, y no alcanzo a comprenderlo. Me estremezco al pensar que quizá he hablado demasiado. ¿Qué le habré confesado a Zayn en sueños? ¿Qué secretos le habré revelado?

Miro fijamente el iPhone con la vaga esperanza de que me ofrezca respuestas. Como era de esperar, no se muestra muy comunicativo. Aún no hemos iniciado el despegue, así que decido mandarle un correo a mi Cincuenta Sombras.

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De: Li Payne
Fecha: 3 de junio de 2013 12:53 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Rumbo a casa

Querido señor Malik:
Ya estoy de nuevo cómodamente instalado en primera, lo cual te agradezco. Cuento los minutos que me quedan para verte esta noche y quizá torturarte para sonsacarte la verdad sobre mis revelaciones nocturnas.

Tu Li x
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De: Zayn Malik
Fecha: 3 de junio de 2013 09:58
Para: Li Payne
Asunto: Rumbo a casa

Li, estoy deseando verte.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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Su respuesta me hace fruncir el ceño. Suena cortante y formal, no está escrita en su habitual estilo conciso pero ingenioso.

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De: Li Payne
Fecha: 3 de junio de 2013 13:01 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Rumbo a casa

Queridísimo señor Malik:
Confío en que todo vaya bien con respecto al «problema». El tono de tu correo resulta preocupante.

Li x
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De: Zayn Malik
Fecha: 3 de junio de 2013 10:04
Para: Li Payne
Asunto: Rumbo a casa

Li:
El problema podría ir mejor. ¿Has despegado ya? Si lo has hecho, no deberías estar mandándome e-mails. Te estás poniendo en peligro y contraviniendo directamente la norma relativa a tu seguridad personal. Lo de los castigos iba en serio.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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Mierda. Muy bien. Dios… ¿Qué le pasa? ¿Será «el problema»? Igual Higgins ha desertado, o Zayn ha perdido unos cuantos millones en la Bolsa… a saber.

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De: Li Payne
Fecha: 3 de junio de 2013 13:06 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Reacción desmesurada

Querido señor Cascarrabias:
Las puertas del avión aún están abiertas. Llevamos retraso, pero solo de diez minutos. Mi bienestar y el de los pasajeros que me rodean está asegurado. Puedes guardarte esa mano suelta de momento.

Señor Payne
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De: Zayn Malik
Fecha: 3 de junio de 2013 10:08
Para: Li Payne
Asunto: Disculpas; mano suelta guardada

Os echo de menos a ti y a tu lengua viperina, señor Payne.
Quiero que lleguéis a casa sanos y salvos.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings Inc.
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De: Li Payne
Fecha: 3 de junio de 201313:10 EST
Para: Zayn Malik
Asunto: Disculpas aceptadas

Están cerrando las puertas. Ya no vas a oír ni un solo pitido más de mí, y menos con tu sordera.
Hasta luego.

Li x
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Apago el iPhone, incapaz de librarme de la angustia. A Zayn le pasa algo. Puede que «el problema» se le haya escapado de las manos. Me recuesto en el asiento, mirando el compartimento portaequipajes donde he guardado mis bolsas. Esta mañana, con la ayuda de mi madre, le he comprado a Zayn un pequeño obsequio para agradecerle los viajes en primera y el vuelo sin motor. Sonrío al recordar la experiencia del planeador… una auténtica gozada. Aún no sé si le daré la tontería que le he comprado. Igual le parece infantil; o, si está de un humor raro, igual no. Por una parte estoy deseando volver, pero por otra temo lo que me espera al final del viaje. Mientras repaso mentalmente las distintas posibilidades acerca de cuál puede ser «el problema», caigo en la cuenta de que, una vez más, el único sitio libre es el que está a mi lado. Meneo la cabeza al pensar que quizá Zayn haya pagado por la plaza contigua para que no hable con nadie.

Descarto la idea por absurda: seguro que no puede haber nadie tan controlador, tan celoso. Cuando el avión entra en pista, cierro los ojos.


Ocho horas después, salgo a la terminal de llegadas del Sea-Tac y me encuentro a Higgins esperándome, sosteniendo en alto un letrero que reza SEÑOR L. Payne. ¡Qué fuerte! Pero me alegro de verlo.

—¡Hola, Higgins!

—Señor Payne —me saluda con formalidad, pero detecto un destello risueño en sus intensos ojos.

Va tan impecable como siempre: elegante traje gris marengo, camisa blanca y corbata también gris.

—Ya te conozco, Higgins, no necesitabas el cartel. Además, te agradecería que me llamaras Li.

—Li. ¿Me permite que le lleve el equipaje?

—No, ya lo llevo yo. Gracias.

Aprieta los labios visiblemente.

—Pero si te quedas más tranquilo llevándolo tú… —farfullo.

—Gracias. —Me coge la mochila y el trolley recién comprado para la ropa que me ha regalado mi madre—. Por aquí, señor.

Suspiro. Es tan educado… Recuerdo, aunque querría borrarlo de mi memoria, que este hombre me ha comprado ropa interior. De hecho —y eso me inquieta—, es el único hombre que me ha comprado ropa interior. Ni siquiera Mark. Nos dirigimos en silencio al Audi SUV negro que espera fuera, en el aparcamiento del aeropuerto, y me abre la puerta. Mientras subo, me pregunto si ha sido buena idea haberme puesto unos pantalones cortos para mi regreso a Seattle. En Georgia me parecían apropiados; aquí me siento como desnudo. En cuanto Higgins mete mi equipaje en el maletero, salimos para el Escala.

Avanzamos despacio, atrapados en el tráfico de hora punta. Higgins no aparta la vista de la carretera. Describirlo como taciturno sería quedarse muy corto. No soporto más el silencio.

—¿Qué tal Zayn, Higgins?

—El señor Malik está preocupado, señor Payne.

Huy, debe de referirse al «problema». He dado con una mina de oro.

—¿Preocupado?

—Sí, señor.

Miro ceñudo a Higgins y él me devuelve la mirada por el retrovisor; nuestros ojos se encuentran. No me va a contar más.

Maldita sea, es tan hermético como el propio controlador obsesivo.

—¿Se encuentra bien?

—Eso creo, señor.

—¿Te sientes más cómodo llamándome señor Payne?

—Sí, señor.

—Ah, bien.

Eso pone fin por completo a nuestra conversación, así que seguimos en silencio. Empiezo a pensar que el reciente desliz de Higgins, cuando me dijo que Zayn había estado de un humor de perros, fue una anomalía. A lo mejor se avergüenza de ello, le preocupa haber sido desleal. El silencio me resulta asfixiante.

—¿Podrías poner música, por favor?

—Desde luego, señor. ¿Qué le apetece oír?

—Algo relajante.

Veo dibujarse una sonrisa en los labios de Higgins cuando nuestras miradas vuelven a cruzarse brevemente en el retrovisor.

—Sí, señor.

Pulsa unos botones en el volante y los suaves acordes del Canon de Pachelbel inundan el espacio que nos separa. Oh, sí… esto es lo que me estaba haciendo falta.

—Gracias.

Me recuesto en el asiento mientras nos adentramos en Seattle, a un ritmo lento pero constante, por la interestatal 5.

Veinticinco minutos después, me deja delante de la impresionante fachada del Escala.

—Adelante, señor —dice, sujetándome la puerta—. Ahora le subo el equipaje.

Su expresión es tierna, cálida, afectuosa incluso, como la de tu tío favorito. Uf… Tío Higgins, vaya idea.

—Gracias por venir a recogerme.

—Un placer, señor Payne.

Sonríe, y yo entro en el edificio. El portero me saluda con la cabeza y con la mano.
Mientras subo a la planta treinta, siento el cosquilleo de un millar de mariposas extendiendo sus alas y revoloteando erráticamente por mi estómago. ¿Por qué estoy tan nervioso? Sé que es porque no tengo ni idea de qué humor va a estar Zayn cuando llegue.

El dios que llevo dentro confía en que tenga ganas de una cosa en concreto; mi subconsciente, como yo, está hecho un manojo de nervios.

Se abren las puertas del ascensor y me encuentro en el vestíbulo. Se me hace tan raro que no me reciba Higgins. Está aparcando el coche, claro. En el salón, veo a Zayn hablando en voz baja por el iPhone mientras contempla el perfil de Seattle por el ventanal. Lleva un traje gris con la americana desabrochada y se está pasando la mano por el pelo. Está inquieto, tenso incluso. ¿Qué pasa? Inquieto o no, sigue siendo un placer mirarlo. ¿Cómo puede resultar tan… irresistible?

—Ni rastro… Vale… Sí.

Se vuelve y me ve, y su actitud cambia por completo. Pasa de la tensión al alivio y luego a otra cosa: una mirada que llama directamente al dios que llevo dentro, una mirada de sensual carnalidad, de ardientes ojos verdes.

Se me seca la boca y renace el deseo en mí… uf.

—Mantenme informado —espeta y cuelga mientras avanza con paso decidido hacia mí.

Espero paralizado a que cubra la distancia que nos separa, devorándome con la mirada. Madre mía, algo ocurre… la tensión de su mandíbula, la angustia de sus ojos. Se quita la americana, la corbata y, por el camino, las cuelga del sofá. Luego me envuelve con sus brazos y me estrecha contra su cuerpo, con fuerza, rápido, agarrándome del pelo para levantarme la cabeza, y me besa como si le fuera la vida en ello. ¿Qué diablos pasa? Su forma de besarme me resulta primaria, desesperada. Por lo que sea, en este momento me necesita, y yo jamás me he sentido tan deseado. Resulta oscuro, sensual, alarmante, todo a la vez. Le devuelvo el beso con idéntico fervor, hundiendo los dedos en su pelo, retorciéndoselo. Nuestras lenguas se entrelazan, la pasión y el ardor estallan entre los dos.

Sabe divino, ardiente, sexy, y su aroma —todo gel de baño y Zayn— me excita muchísimo. Aparta su boca de la mía y se me queda mirando, presa de una emoción inefable.

—¿Qué pasa? —le digo.

—Me alegro mucho de que hayas vuelto. Dúchate conmigo. Ahora.

No tengo claro si me lo pide o me lo ordena.

—Sí —susurro y, cogiéndome de la mano, me saca del salón y me lleva a su dormitorio, al baño.

Una vez allí, me suelta y abre el grifo de la ducha superespaciosa. Se vuelve despacio y me mira, excitado.

—Me gustan tus pantalones. Son muy cortos —dice con voz grave—. Tienes unas piernas preciosas.

Se quita los zapatos y se agacha para quitarse también los calcetines, sin apartar la vista de mí. Su mirada voraz me deja mudo. Uau, que te desee tanto este dios griego… Lo imito y me quito las Vans negras. De pronto, me coge y me empuja contra la pared. Me besa, la cara, el cuello, los labios… me agarra del pelo. Siento los azulejos fríos y suaves en la espalda cuando se arrima tanto a mí que me deja emparedado entre su calor y la fría porcelana. Tímidamente, me aferro a sus brazos y él gruñe cuando aprieto con fuerza.

—Quiero hacértelo ya. Aquí, rápido, duro —dice, y me planta las manos en los muslos y me baja los pantalones.

Desliza los dedos por los calzoncillos blancos de algodón y, de pronto, se pone en cuclillas para arrancármelos de un tirón. Ya estoy desnudo de cintura para abajo, jadeando, excitado. Me agarra por las caderas, empujándome de nuevo contra la pared, y me besa en el punto donde se encuentran mis piernas. Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el miembro y empieza a meterme los dedos para prepararme. Dios… Echo la cabeza hacia atrás sin querer y gimo, agarrándome a su pelo.

Su lengua es despiadada, fuerte y persistente, empapándome, dando vueltas y vueltas sin parar. Es delicioso y la sensación es tan intensa que casi resulta dolorosa. Me empiezo a acelerar; entonces, para. ¿Qué? ¡No! Jadeo con la respiración entrecortada, y lo miro impaciente. Me coge la cara con ambas manos, me sujeta con firmeza y me besa con violencia, metiéndome la lengua en la boca. Luego se baja la cremallera y libera su erección, me agarra los muslos por detrás y me levanta.

—Enrosca las piernas en mi cintura, nene —me ordena, apremiante, tenso.

Hago lo que me dice y me cuelgo de su cuello, y él, con un movimiento rápido y resuelto, me penetra hasta el fondo. ¡Ah! Gime, yo gruño. Me agarra por el trasero, clavándome los dedos en la suave carne, y empieza a moverse, despacio al principio, con un ritmo fijo, pero, en cuanto pierde el control, se acelera, cada vez más. ¡Ahhh! Echo la cabeza hacia atrás y me concentro en esa sensación invasora, castigadora, celestial, que me empuja y me empuja hacia delante, cada vez más alto y, cuando ya no puedo más, estallo, entrando en la espiral de un orgasmo intenso y devorador. Él se deja llevar con un hondo gemido y hunde la cabeza en mi cuello igual que hunde su miembro en mí, gruñendo escandalosamente mientras se deja ir.

Apenas puede respirar, pero me besa con ternura, sin moverse, sin salir de mí, y yo lo miro extrañado, sin llegar a verlo. Cuando al fin consigo enfocarlo, se retira despacio y me sujeta con fuerza para que pueda poner los pies en el suelo. El baño está lleno de vapor y hace mucho calor. Me sobra la ropa.

—Parece que te alegra verme —murmuro con una sonrisa tímida.

Tuerce la boca, risueño.

—Sí, señor Payne, creo que mi alegría es más que evidente. Ven, deja que te lleve a la ducha.

Se desabrocha los tres botones siguientes de la camisa, se quita los gemelos, se saca la camisa por la cabeza y la tira al suelo. Luego se quita los pantalones del traje y los boxers de algodón y los aparta con el pie. Empieza a desabrocharme los botones de la camisa de manga corta con topos mientras lo observo; ansío poder tocarle el pecho, pero me contengo.

—¿Qué tal tu viaje? —me pregunta a media voz.

Parece mucho más tranquilo ahora que ha desaparecido su inquietud, que se ha disuelto en nuestra unión sexual.

—Bien, gracias —murmuro, aún sin aliento—. Gracias otra vez por los billetes de primera. Es una forma mucho más agradable de viajar. —Le sonrío tímidamente—. Tengo algo que contarte — añado nervioso.

—¿En serio?

Me mira mientras me desabrocha el último botón, me desliza la camisa por los brazos y la tira con el resto de la ropa.

—Tengo trabajo.

Se queda inmóvil, luego me sonríe con ternura.

—Enhorabuena, señor Payne. ¿Me vas a decir ahora dónde? —me provoca.

—¿No lo sabes?

Niega con la cabeza, ceñudo.

—¿Por qué iba a saberlo?

—Dada tu tendencia al acoso, pensé que igual…

Me callo al ver que le cambia la cara.

—Li, jamás se me ocurriría interferir en tu carrera profesional, salvo que me lo pidieras, claro.

Parece ofendido.

—Entonces, ¿no tienes ni idea de qué editorial es?

—No. Sé que hay cuatro editoriales en Seattle, así que imagino que es una de ellas.

—SIP.

—Ah, la más pequeña, bien. Bien hecho. —Se inclina y me besa la frente—. Chico listo. ¿Cuándo empiezas?

—El lunes.

—Qué pronto, ¿no? Más vale que disfrute de ti mientras pueda. Date la vuelta.

Me desconcierta la naturalidad con que me manda, pero hago lo que me dice, y él me recorre la espalda con los dedos. Baja y aprovecha para agarrarme el trasero y besarme el hombro. Se inclina sobre mí y me huele el pelo, inspirando hondo. Me aprieta las nalgas.

—Me embriagas, señor Payne, y me calmas. Una mezcla interesante.

Me besa el pelo. Luego me coge de la mano y me mete en la ducha.

—Au —chillo.

El agua está prácticamente hirviendo. Zayn me sonríe mientras el agua le cae por encima.

—No es más que un poco de agua caliente.

Y, en el fondo, tiene razón. Sienta de maravilla quitarse de encima el sudor de la calurosa Georgia y el del intercambio sexual que acabamos de tener.

—Date la vuelta —me ordena, y yo obedezco y me pongo de cara a la pared—. Quiero lavarte —murmura.

Coge el gel y se echa un chorrito en la mano.

—Tengo algo más que contarte —susurro mientras me enjabona los hombros.

—¿Ah, sí? —dice.

Respiro hondo y me armo de valor.

—La exposición fotográfica de mi amigo Stan se inaugura el jueves en Portland.

Se detiene, sus manos se quedan suspendidas sobre mi torso.

He dado especial énfasis a la palabra «amigo».

—Sí, ¿y qué pasa? —pregunta muy serio.

—Le dije que iría. ¿Quieres venir conmigo?

Después de lo que me parece una eternidad, poco a poco empieza a lavarme otra vez.

—¿A qué hora?

—La inauguración es a las siete y media.

Me besa la oreja.

—Vale.

En mi interior, mi subconsciente se relaja, se desploma y cae pesadamente en el viejo y maltrecho sillón.

—¿Estabas nervioso porque tenías que preguntármelo?

—Sí. ¿Cómo lo sabes?

—Li, se te acaba de relajar el cuerpo entero —me dice con sequedad.

—Bueno, parece que eres… un pelín celoso.

—Lo soy, sí —dice amenazante—. Y harás bien en recordarlo. Pero gracias por preguntar. Iremos en el Charlie Tango.

Ah, en el helicóptero, claro… Seré tonto… Otro vuelo… ¡guay!

Sonrío.

—¿Te puedo lavar yo a ti? —le pregunto.

—Me parece que no —murmura, y me besa suavemente el cuello para mitigar el dolor de la negativa.

Hago pucheros a la pared mientras él me acaricia la espalda con jabón.

—¿Me dejarás tocarte algún día? —inquiero audazmente.

Vuelve a detenerse, la mano clavada en mi trasero.

—Apoya las manos en la pared, Li. Voy a penetrarte otra vez —me susurra al oído agarrándome de las caderas, y sé que la discusión ha terminado.


Más tarde, estamos sentados en la cocina, en albornoz, después de habernos comido la deliciosa pasta alle vongole de la señora Jones.

—¿Más vino? —pregunta Zayn con un destello de sus ojos verdes.

—Un poquito, por favor.

El Sancerre es vigorizante y delicioso. Zayn me sirve y luego se sirve él.

—¿Cómo va el «problema» que te trajo a Seattle? —pregunto tímidamente.

Frunce el ceño.

—Descontrolado —señala con amargura—. Pero tú no te preocupes por eso, Li. Tengo planes para ti esta noche.

—¿Ah, sí?

—Sí. Te quiero en el cuarto de juegos dentro de quince minutos. Se levanta y me mira.

—Puedes prepararte en tu habitación. Por cierto, el vestidor ahora está lleno de ropa para ti. No admito discusión al respecto.

Frunce los ojos, retándome a que diga algo. Al ver que no lo hago, se va con paso airado a su despacho.

¡Yo! ¿Discutir? ¿Contigo, Cincuenta Sombras? Por el bien de mi trasero, no. Me quedo sentado en el taburete, momentáneamente estupefacto, tratando de digerir esta última información. Me ha comprado ropa. Pongo los ojos en blanco de forma exagerada, sabiendo bien que no puede verme. Coche, móvil, ordenador, ropa… lo próximo: un maldito piso, y entonces ya seré un querido en toda regla.

¡Jo! Mi subconsciente está en modo criticón. Lo ignoro y subo a mi cuarto. Porque sigo teniendo mi cuarto. ¿Por qué? Pensé que había accedido a dejarme dormir con él. Supongo que no está acostumbrado a compartir su espacio personal, claro que yo tampoco. Me consuela la idea de tener al menos un sitio donde esconderme de él.

Al examinar la puerta de mi habitación, descubro que tiene cerradura pero no llave. Me digo que quizá la señora Jones tenga una copia. Le preguntaré. Abro la puerta del vestidor y vuelvo a cerrarla rápidamente. Maldita sea… se ha gastado un dineral. Me recuerda al de Perrie, con toda esa ropa perfectamente alineada y colgada de las barras. En el fondo, sé que todo me va a quedar bien, pero no tengo tiempo para eso ahora: esta noche tengo que ir a arrodillarme al cuarto rojo del… dolor… o del placer, espero.


Estoy en calzoncillos, arrodillado junto a la puerta. Tengo el corazón en la boca. Madre mía, pensaba que con lo del baño habría tenido bastante. Este hombre es insaciable. Cierro los ojos y procuro calmarme, conectar con el sumiso que hay en mi interior. Anda por ahí, en alguna parte, escondido detrás del dios que llevo dentro.

La expectación me burbujea por las venas como un refresco efervescente. ¿Qué me irá a hacer? Respiro hondo, despacio, pero no puedo negarlo: estoy nervioso, excitado, con una erección entre las piernas ya. Esto es tan… Quiero pensar que está mal, pero de algún modo sé que no es así. Para Zayn está bien. Es lo que él quiere y, después de estos últimos días… después de todo lo que ha hecho, tengo que echarle valor y aceptar lo que decida que necesita, sea lo que sea.

Recuerdo su mirada cuando he llegado hoy, su expresión anhelante, la forma resuelta en que se ha dirigido hacia mí, como si yo fuera un oasis en el desierto. Haría casi cualquier cosa por volver a ver esa expresión. Muevo la cadera hacia delante de placer al pensarlo, y eso me recuerda que debo separar las piernas. Lo hago. ¿Cuánto me hará esperar? La espera me está matando, me mata de deseo turbio y provocador. Echo un vistazo al cuarto apenas iluminado: la cruz, la mesa, el sofá, el banco… la cama. Se ve inmensa, y está cubierta con sábanas rojas de satén. ¿Qué artilugio usará hoy?

Se abre la puerta y Zayn entra como una exhalación, ignorándome por completo. Agacho la cabeza enseguida, me miro las manos y separo con cuidado las piernas. Zayn deja algo sobre la enorme cómoda que hay junto a la puerta y se acerca despacio a la cama. Me permito mirarlo un instante y casi se me para el corazón. Va descalzo, con el torso descubierto y esos vaqueros gastados con el botón superior desabrochado. Dios, está tan bueno… Mi subconsciente se abanica con desesperación y el dios que llevo dentro se balancea y convulsiona con un primitivo ritmo carnal. Lo veo muy dispuesto. Me humedezco los labios instintivamente. La sangre me corre deprisa por todo el cuerpo, densa y cargada de lascivia. ¿Qué me va a hacer?

Da media vuelta y se dirige tranquilamente hasta la cómoda. Abre uno de los cajones y empieza a sacar cosas y a colocarlas encima. Me pica la curiosidad, me mata, pero resisto la imperiosa necesidad de echar un vistazo. Cuando termina lo que está haciendo, se coloca delante de mí. Le veo los pies descalzos y quiero besarle hasta el último centímetro, pasarle la lengua por el empeine, chuparle cada uno de los dedos.

—Estás precioso —dice.

Mantengo la cabeza agachada, consciente de que me mira fijamente y de que estoy prácticamente desnudo. Noto que el rubor se me extiende despacio por la cara. Se inclina y me coge la barbilla, obligándome a mirarlo.

—Eres un chico hermoso, Li. Y eres todo mío —murmura—. Levántate —me ordena en voz baja, rebosante de prometedora sensualidad.

Temblando, me pongo de pie.

—Mírame —dice, y alzo la vista a sus ojos ardientes.

Es su mirada de amo: fría, dura y sexy, con sombras del pecado inimaginable en una sola mirada provocadora. Se me seca la boca y sé enseguida que voy a hacer lo que me pida. Una sonrisa casi cruel se dibuja en sus labios.

—No hemos firmado el contrato, Li, pero ya hemos hablado de los límites. Además, te recuerdo que tenemos palabras de seguridad, ¿vale?

Madre mía… ¿qué habrá planeado para que vaya a necesitar las palabras de seguridad?

—¿Cuáles son? —me pregunta de manera autoritaria.

Frunzo un poco el ceño al oír la pregunta y su gesto se endurece visiblemente.

—¿Cuáles son las palabras de seguridad, Li? —dice muy despacio.

—Amarillo —musito.

—¿Y? —insiste, apretando los labios.

—Rojo —digo.

—No lo olvides.

Y no puedo evitarlo… arqueo una ceja y estoy a punto de recordarle mi nota media, pero el repentino destello de sus gélidos ojos verdes me detiene en seco.

—Cuidado con esa boquita, señor Payne, si no quieres que te folle de rodillas. ¿Entendido?

Trago saliva instintivamente. Vale. Parpadeo muy rápido, arrepentido. En realidad, me intimida más su tono de voz que la amenaza en sí.

—¿Y bien?

—Sí, señor —mascullo atropelladamente.

—Buen chico. —Hace una pausa y me mira—. No es que vayas a necesitar las palabras de seguridad porque te vaya a doler, sino que lo que voy a hacerte va a ser intenso, muy intenso, y necesito que me guíes. ¿Entendido?

Pues no. ¿Intenso? Uau.

—Vas a necesitar el tacto, Li. No vas a poder verme ni oírme, pero podrás sentirme.

Frunzo el ceño. ¿No voy a oírle? ¿Y cómo voy a saber lo que quiere? Se vuelve. Encima de la cómoda hay una lustrosa caja plana de color negro mate. Cuando pasa la mano por delante, la caja se divide en dos, se abren dos puertas y queda a la vista un reproductor de CDs con un montón de botones. Zayn pulsa varios de forma secuencial. No pasa nada, pero él parece satisfecho. Yo estoy desconcertado. Cuando se vuelve de nuevo a mirarme, le veo esa sonrisita suya de «Tengo un secreto».

—Te voy a atar a la cama, Li, pero primero te voy a vendar los ojos y no vas a poder oírme. —Me enseña el iPod que lleva en la mano—. Lo único que vas a oír es la música que te voy a poner.

Vale. Un interludio musical. No es precisamente lo que esperaba. ¿Alguna vez hace lo que yo espero? Dios, espero que no sea rap.

—Ven.

Me coge de la mano y me lleva a la antiquísima cama de cuatro postes. Hay grilletes en los cuatro extremos: unas cadenas metálicas finas con muñequeras de cuero brillan sobre el satén rojo.

Uf, se me va a salir el corazón del pecho. Me derrito de dentro afuera; el deseo me recorre el cuerpo entero. ¿Se puede estar más excitado?

—Ponte aquí de pie.

Estoy mirando hacia la cama. Se inclina hacia delante y me susurra al oído:

—Espera aquí. No apartes la vista de la cama. Imagínate ahí tumbado, atado y completamente a mi merced.

Madre mía.

Se aleja un momento y lo oigo coger algo cerca de la puerta. Tengo todos los sentidos hiperalerta; se me agudiza el oído. Ha cogido algo del colgador de los látigos y las palas que hay junto a la puerta. Madre mía. ¿Qué me va a hacer?

Lo noto a mi espalda. Me coge el pelo, tira suavemente de forma que me veo obligado a pegarme a su cuerpo. Tira de nuevo, esta vez hacia un lado, y yo ladeo la cabeza y le doy acceso a mi cuello. Se inclina y me lo llena de pequeños besos, recorriéndolo desde la base de la oreja hasta el hombro con los dientes y la lengua. Tararea en voz baja mientras lo hace y el sonido me resuena por dentro. Justo ahí… ahí abajo, en mis entrañas. Gimo suavemente sin poder evitarlo.

—Calla —dice respirando contra mi piel.

Levanta las manos delante de mí; sus brazos acarician los míos. En la mano derecha lleva un látigo de tiras. Recuerdo el nombre de mi primera visita a este cuarto.

—Tócalo —susurra, y me suena como el mismísimo diablo.

Mi cuerpo se incendia en respuesta. Tímidamente, alargo el brazo y rozo los largos flecos. Tiene muchas frondas largas, todas de suave ante con pequeñas cuentas en los extremos.

—Lo voy a usar. No te va a doler, pero hará que te corra la sangre por la superficie de la piel y te la sensibilice.

Ay, dice que no me va a doler.

—¿Cuáles son las palabras de seguridad, Li?

—Eh… «amarillo» y «rojo», señor —susurro.

—Buen chico.

Deja el látigo sobre la cama y me pone las manos en la cintura.

—No las vas a necesitar —me susurra.

Entonces me agarra los calzoncillos y me los baja del todo. Me los saco torpemente por los pies, apoyándome en el recargado poste.

—Estate quieto —me ordena, luego me besa el trasero y me da dos pellizquitos; me tenso—. Túmbate. Boca arriba —añade, dándome una palmada fuerte en el trasero que me hace respingar.

Me apresuro a subirme al colchón duro y rígido y me tumbo, mirando a Zayn. Noto en la piel el satén suave y frío de la sábana. Lo veo impasible, salvo por la mirada: en sus ojos brilla una emoción contenida.

—Las manos por encima de la cabeza —me ordena, y le obedezco.

Dios… mi cuerpo está sediento de él. Ya lo deseo.

Se vuelve y, por el rabillo del ojo, lo veo dirigirse de nuevo a la cómoda y volver con el iPod y lo que parece un antifaz para dormir, similar al que usé en mi vuelo a Atlanta. Al pensarlo, me dan ganas de sonreír, pero no consigo que los labios me respondan. La impaciencia me consume. Sé que mi rostro está completamente inmóvil y que lo miro con los ojos como platos.

Se sienta al borde de la cama y me enseña el iPod. Lleva conectados unos auriculares y tiene una extraña antena. Qué raro… 

Ceñudo, intento averiguar para qué es.

—Esto transmite al equipo del cuarto lo que se reproduce en el iPod —dice, dando unos golpecitos en la pequeña antena y respondiendo así a mi pregunta no formulada—. Yo voy a oír lo mismo que tú, y tengo un mando a distancia para controlarlo.

Me dedica su habitual sonrisa de «Yo sé algo que tú no» y me enseña un pequeño dispositivo plano que parece una calculadora modernísima. Se inclina sobre mí, me mete con cuidado los auriculares de botón en los oídos y deja el iPod sobre la cama por encima de mi cabeza.

—Levanta la cabeza —me ordena, y lo hago inmediatamente.

Despacio, me pone el antifaz, pasándome el elástico por la nuca. Ya no veo. El elástico del antifaz me sujeta los auriculares. Lo oigo levantarse de la cama, pero el sonido es apagado. Me ensordece mi propia respiración, entrecortada y errática, reflejo de mi nerviosismo. Zayn me coge el brazo izquierdo, me lo estira con cuidado hasta la esquina izquierda de la cama y me abrocha la muñequera de cuero. Cuando termina, me acaricia el brazo entero con sus largos dedos. ¡Oh! La caricia me produce una deliciosa sensación entre el escalofrío y las cosquillas. Lo oigo rodear la cama despacio hasta el otro lado, donde me coge el brazo derecho para atármelo. De nuevo pasea sus dedos largos por él. Madre mía, estoy a punto de estallar. ¿Por qué resulta esto tan erótico?

Se desplaza a los pies de la cama y me coge ambos tobillos.

—Levanta la cabeza otra vez —me ordena.

Obedezco, y me arrastra de forma que los brazos me quedan completamente extendidos y casi tirantes por las muñequeras.

Dios… no puedo mover los brazos. Un escalofrío de inquietud mezclado con una tentadora excitación me recorre el cuerpo entero y me pone aún más duro. Gruño. Separándome las piernas, me ata primero el tobillo derecho y luego el izquierdo, de modo que quedo bien sujeto, abierto de brazos y piernas, y completamente a su merced. Me desconcierta no poder verlo. Escucho con atención… ¿qué hace? No oigo nada, solo mi respiración y los fuertes latidos de mi corazón, que bombea la sangre con furia contra mis tímpanos.

De pronto, el suave silbido del iPod cobra vida. Desde dentro de mi cabeza, una sola voz angelical canta sin acompañamiento una nota larga y dulce, a la que se une de inmediato otra voz y luego más —madre mía, un coro celestial—, cantando a capela un himnario antiquísimo. ¿Cómo se llama esto? Jamás he oído nada semejante. Algo casi insoportablemente suave se pasea por mi cuello, deslizándose despacio por la clavícula, por el pecho, acariciándome, irguiéndome los pezones… es suavísimo, inesperado. ¡Algo de piel! ¿Un guante de pelo?

Zayn pasea la mano, sin prisa y deliberadamente, por mi vientre, trazando círculos alrededor de mi ombligo, luego de cadera a cadera, y yo trato de adivinar adónde irá después, pero la música metida en mi cabeza me transporta. Sigue la línea de mi vello púbico, pasa entre mis piernas, por mis muslos; baja por uno, sube por el otro, y casi me hace cosquillas, pero no del todo. Se unen más voces al coro celestial, cada una con fragmentos distintos, fundiéndose gozosa y dulcemente en una melodía mucho más armoniosa que nada que yo haya oído antes. Pillo una palabra —«deus»— y me doy cuenta de que cantan en latín. El guante de pelo sigue bajándome por los brazos, acariciándome la cintura, subiéndome de nuevo por el pecho. Su roce me endurece y jadeo, preguntándome adónde irá su mano después. De pronto, el guante de pelo desaparece y noto que las frondas del látigo de tiras fluyen por mi piel, siguiendo el mismo camino que el guante, y me resulta muy difícil concentrarme con la música que suena en mi cabeza: es como un centenar de voces cantando, tejiendo un tapiz etéreo de oro y plata, exquisito y sedoso, que se mezcla con el tacto del suave ante en mi piel, recorriéndome…

Madre mía. Súbitamente, desaparece. Luego, de golpe, un latigazo seco en el vientre.

—¡Aaaggghhh! —grito.

Me coge por sorpresa. No me duele exactamente; más bien me produce un fuerte hormigueo por todo el cuerpo. Y entonces me vuelve a azotar. Más fuerte.

—¡Aaahhh!

Quiero moverme, retorcerme, escapar, o disfrutar de cada golpe, no lo sé… resulta tan irresistible… No puedo tirar de los brazos, tengo las piernas atrapadas, estoy bien sujeto. Vuelve a atizarme, esta vez en el pecho. Grito. Es una dulce agonía, soportable… placentera; no, no de forma inmediata, pero, con cada nuevo golpe, mi piel canta en perfecto contrapunto con la música que me suena en la cabeza, y me veo arrastrado a una parte oscurísima de mi psique que se rinde a esta sensación tan erótica.

Sí… ya lo capto. Me azota en la cadera, luego asciende con golpes rápidos por el vello púbico, sigue por los muslos, por la cara interna, sube de nuevo, por las caderas. Continúa mientras la música alcanza un clímax y entonces, de repente, para de sonar. Y él también se detiene. Luego comienza el canto otra vez, in crescendo, y él me rocía de golpes y yo gruño y me retuerzo. De nuevo para, y no se oye nada, salvo mi respiración entrecortada y mis jadeos descontrolados. Eh… ¿qué pasa? ¿Qué va a hacer ahora? La excitación es casi insoportable. He entrado en una zona muy oscura, muy carnal.

Noto que la cama se mueve y que él se coloca por encima de mí, y el himno vuelve a empezar. Lo tiene en modo repetición. Esta vez son su nariz y sus labios los que me acarician… se pasean por mi cuello y mi clavícula, besándome, chupándome… descienden por mi pecho… ¡Ah! Tira de un pezón y luego del otro, paseándome la lengua alrededor de uno mientras me pellizca despiadadamente el otro con los dedos… Gimo, muy fuerte, creo, aunque no me oigo.

Estoy perdido, perdido en él… perdido en esas voces astrales y seráficas… perdido en todas estas sensaciones de las que no puedo escapar… completamente a merced de sus manos expertas.

Desciende hasta el vientre, trazando círculos con la lengua alrededor del ombligo, siguiendo el camino del látigo y del guante. Gimo. Me besa, me chupa, me mordisquea… sigue bajando… y de pronto tengo su lengua ahí, en mi miembro. Me prepara con los dedos. Echo la cabeza hacia atrás y grito, a punto de estallar, al borde del orgasmo… Y entonces para.

¡No! La cama se mueve y Zayn se arrodilla entre mis piernas. Se inclina hacia un poste y, de pronto, el grillete del tobillo desaparece. Subo la pierna hasta el centro de la cama, la apoyo contra él. Se inclina hacia el otro lado y me libera la otra pierna. Me frota ambas piernas, estrujándolas, masajeándolas, reavivándolas. Luego me agarra por las caderas y me levanta de forma que ya no tengo la espalda pegada a la cama; estoy arqueado y apoyado solo en los hombros. ¿Qué? Se coloca de rodillas entre mis piernas… y con una rápida y certera embestida me penetra… oh, Dios… y vuelvo a gritar. Se inician las convulsiones de mi orgasmo inminente, y entonces para. Cesan las convulsiones… oh, no… va a seguir torturándome.

—¡Por favor! —gimoteo.

Me agarra con más fuerza… ¿para advertirme? No sé. Me clava los dedos en el trasero mientras yo jadeo, así que decido estarme quieto. Muy lentamente, empieza a moverse otra vez: sale, entra… angustiosamente despacio. ¡Madre mía… por favor! Grito por dentro y, según aumenta el número de voces de la pieza coral, va incrementando él su ritmo, de forma infinitesimal, controladísimo, completamente al son de la música. Ya no aguanto más.

—Por favor —le suplico, y con un solo movimiento rápido vuelve a dejarme en la cama y se cierne sobre mí, con las manos a los lados de mi pecho, aguantando su propio peso, y empuja.

Cuando la música llega a su clímax, me precipito… en caída libre… al orgasmo más intenso y angustioso que he tenido jamás, y Zayn me sigue, embistiendo fuerte tres veces más… hasta que finalmente se queda inmóvil y se derrumba sobre mí.

Cuando recobro la conciencia y vuelvo de dondequiera que haya estado, Zayn sale de mí. La música ha cesado y noto cómo él se estira sobre mi cuerpo para soltarme la muñequera derecha. Gruño al sentir al fin la mano libre. Enseguida me suelta la otra, retira con cuidado el antifaz de mis ojos y me quita los auriculares de los oídos. Parpadeo a la luz tenue del cuarto y alzo la vista hacia su intensa mirada de ojos verdes.

—Hola —murmura.

—Hola —le respondo tímidamente.

En sus labios se dibuja una sonrisa. Se inclina y me besa suavemente.

—Lo has hecho muy bien —susurra—. Date la vuelta.

Madre mía… ¿qué me va a hacer ahora? Su mirada se enternece.

—Solo te voy a dar un masaje en los hombros.

—Ah, vale.

Me vuelvo, agarrotado, boca abajo. Estoy exhausto. Zayn se sienta a horcajadas sobre mi cintura y empieza a masajearme los hombros. Gimo fuerte; tiene unos dedos fuertes y experimentados.

Se inclina y me besa la cabeza.

—¿Qué música era esa? —logro balbucear.

—Es el motete a cuarenta voces de Thomas Tallis, titulado Spem in alium.

—Ha sido… impresionante.

—Siempre he querido follar al ritmo de esa pieza.

—¿No me digas que también ha sido la primera vez?

—En efecto, señor Payne.

Vuelvo a gemir mientras sus dedos obran su magia en mis hombros.

—Bueno, también es la primera vez que yo follo con esa música —murmuro soñoliento.

—Mmm… tú y yo nos estamos estrenando juntos en muchas cosas —dice con total naturalidad.

—¿Qué te he dicho en sueños, Zayn… eh… señor?

Interrumpe un momento el masaje.

—Me has dicho un montón de cosas, Li. Me has hablado de jaulas y fresas, me has dicho que querías más y que me echabas de menos.

Ah, gracias a Dios.

—¿Y ya está? —pregunto con evidente alivio.

Zayn concluye su espléndido masaje y se tumba a mi lado, hincando el codo en la cama para levantar la cabeza. Me mira ceñudo.

—¿Qué pensabas que habías dicho?

Oh, mierda.

—Que me parecías feo y arrogante, y que eras un desastre en la cama.

Frunce aún más la frente.

—Vale, está claro que todo eso es cierto, pero ahora me tienes intrigado de verdad. ¿Qué es lo que me ocultas, señor Payne?

Parpadeo con aire inocente.

—No te oculto nada.

—Li, mientes fatal.

—Pensaba que me ibas a hacer reír después del sexo.

—Pues por ahí vamos mal. —Esboza una sonrisa—. No sé contar chistes.

—¡Señor Malik! ¿Una cosa que no sabes hacer? —digo sonriendo, y él me sonríe también.

—Los cuento fatal.

Adopta un aire tan digno que me echo a reír.

—Yo también los cuento fatal.

—Me encanta oírte reír —murmura, se inclina y me besa—. ¿Me ocultas algo, Li? Voy a tener que torturarte para sonsacártelo.
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Cincuenta sombras de Malik (Ziam) - Página 8 Empty Capitulo 33 - final.

Mensaje por Invitado Sáb 08 Feb 2014, 4:01 pm

capitulo 33 - final.

Me despierto sobresaltado. Creo que acabo de rodar por las escaleras en sueños y me incorporo como un resorte, momentáneamente desorientado. Es de noche y estoy solo en la cama de Zayn. Algo me ha despertado, algún pensamiento angustioso. Echo un vistazo al despertador que tiene en la mesita. Son las cinco de la mañana, pero me siento descansado. ¿Por qué? Ah, será por la diferencia horaria; en Georgia serían las ocho.
Salgo de la cama, agradecido de que algo me haya despertado. Oigo a lo lejos el piano. Zayn está tocando. Eso no me lo pierdo. Me encanta verlo tocar. Desnudo, cojo el albornoz de la silla y salgo despacio al pasillo mientras me lo pongo, escuchando el sonido mágico del lamento melodioso que proviene del salón.

En la estancia a oscuras, Zayn toca, sentado en medio de una burbuja de luz. Parece que va desnudo, pero yo sé que lleva los pantalones del pijama. Está concentrado, tocando maravillosamente, absorto en la melancolía de la música. Indeciso, lo observo entre las sombras; no quiero interrumpirlo. Me gustaría abrazarlo. Parece perdido, incluso abatido, y tremendamente solo… o quizá sea la música, que rezuma tristeza. Termina la pieza, hace una pausa de medio segundo y empieza a tocarla otra vez. Me acerco a él con cautela, como la polilla a la luz… la idea me hace sonreír. Alza la vista hacia mí y frunce el ceño, antes de centrarse de nuevo en sus manos.

Mierda, ¿se habrá enfadado porque lo molesto?

—Deberías estar durmiendo —me reprende suavemente.

Sé que algo lo preocupa.

—Y tú —replico con menos suavidad.

Vuelve a alzar la vista, esbozando una sonrisa.

—¿Me está regañando, señor Payne?

—Sí, señor Malik.

—No puedo dormir —me contesta ceñudo, y detecto de nuevo en su cara un asomo de irritación o de enfado.

¿Conmigo? Seguramente no.

Ignoro la expresión de su rostro y, armándome de valor, me siento a su lado en la banqueta del piano y apoyo la cabeza en su hombro desnudo para observar cómo sus dedos ágiles y diestros acarician las teclas. Hace una pausa apenas perceptible y prosigue hasta el final de la pieza.

—¿Qué era lo que tocabas?

—Chopin. Op. 28. Preludio n.º 4 en mi menor, por si te interesa —murmura.

—Siempre me interesa lo que tú haces.

Se vuelve y me da un beso en el pelo.

—Siento haberte despertado.

—No has sido tú. Toca la otra.

—¿La otra?

—La pieza de Bach que tocaste la primera noche que me quedé aquí.

—Ah, la de Marcello.

Empieza a tocar lenta, pausadamente. Noto el movimiento de sus manos en el hombro en el que me apoyo, y cierro los ojos. Las notas tristes y conmovedoras nos envuelven poco a poco y resuenan en las paredes. Es una pieza de asombrosa belleza, más triste aún que la de Chopin; me dejo llevar por la hermosura del lamento. En cierta medida, refleja cómo me siento. El hondo y punzante anhelo que siento de conocer mejor a este chico extraordinario, de intentar comprender su tristeza. La pieza termina demasiado pronto.

—¿Por qué solo tocas música triste?

Me incorporo en el asiento y lo veo encogerse de hombros, receloso, en respuesta a mi pregunta.

—¿Así que solo tenías seis años cuando empezaste a tocar? —inquiero.

Asiente con la cabeza, aún más receloso. Al poco, añade:

—Aprendí a tocar para complacer a mi nueva madre.

—¿Para encajar en la familia perfecta?

—Sí, algo así —contesta evasivo—. ¿Por qué estás despierto? ¿No necesitas recuperarte de los excesos de ayer?

—Para mí son las ocho de la mañana.

Arquea la ceja, sorprendido.

—¿Y qué hacemos ahora?

Le guiño el ojo con expresión inocente.

—Se me ocurren unas cuantas cosas.

Sonríe lascivo. Yo lo miro impasible mientras mis entrañas se contraen y se derriten bajo su mirada de complicidad.

—Aunque también podríamos hablar —propongo a media voz.

Frunce el ceño.

—Prefiero lo que tengo en mente.

Me sube a su regazo.

—Tú siempre antepondrías el sexo a la conversación.

Río y me aferro a sus brazos.

—Cierto. Sobre todo contigo. —Inhala mi pelo y empieza a regarme de besos desde debajo de la oreja hasta el cuello—. Quizá encima del piano —susurra.

Madre mía. Se me tensa el cuerpo entero de pensarlo. Encima del piano. Uau.

—Quiero que me aclares una cosa —susurro mientras se me empieza a acelerar el pulso, y el dios que llevo dentro cierra los ojos y saborea la caricia de sus labios en los míos.

Interrumpe momentáneamente su sensual asalto.

—Siempre tan ávido de información, señor Payne. ¿Qué quieres que te aclare? —me dice soltando su aliento sobre la base del cuello, y sigue besándome con suavidad.

—Lo nuestro —le susurro, y cierro los ojos.

—Mmm… ¿Qué pasa con lo nuestro?

Deja de regarme de besos el hombro.

—El contrato.

Levanta la cabeza para mirarme, con un brillo divertido en los ojos, y suspira. Me acaricia la mejilla con la yema de los dedos.

—Bueno, me parece que el contrato ha quedado obsoleto, ¿no crees? —dice con voz grave y ronca y una expresión tierna en la mirada.

—¿Obsoleto?

—Obsoleto.

Sonríe. Lo miro atónito, sin entender.

—Pero eras tú el interesado en que lo firmara.

—Eso era antes. Pero las normas no. Las normas siguen en pie.

Su gesto se endurece un poco.

—¿Antes? ¿Antes de qué?

—Antes… —Se interrumpe, y la expresión de recelo vuelve a su rostro—. Antes de que hubiera más.

Se encoge de hombros.

—Ah.

—Además, ya hemos estado en el cuarto de juegos dos veces, y no has salido corriendo espantado.

—¿Esperas que lo haga?

—Nada de lo que haces es lo que espero, Liam —dice con sequedad.

—A ver si lo he entendido: ¿quieres que me atenga a lo que son las normas del contrato en todo momento, pero que ignore el resto de lo estipulado?

—Salvo en el cuarto de juegos. Ahí quiero que te atengas al espíritu general del contrato, y sí, quiero que te atengas a las normas en todo momento. Así me aseguro de que estarás a salvo y podré tenerte siempre que lo desee.

—¿Y si incumplo alguna de las normas?

—Entonces te castigaré.

—Pero ¿no necesitarás mi permiso?

—Sí, claro.

—¿Y si me niego?

Me mira un instante, confundido.

—Si te niegas, te niegas. Tendré que encontrar una forma de convencerte.

Me aparto de él y me pongo de pie. Necesito un poco de distancia. Lo veo fruncir el ceño. Parece perplejo y receloso otra vez.

—Vamos, que lo del castigo se mantiene.

—Sí, pero solo si incumples las normas.

—Tendría que releérmelas —digo, intentando recordar los detalles.

—Voy a por ellas —dice, de pronto muy formal.

Uf. Qué serio se ha puesto esto. Se levanta del piano y se dirige con paso ágil a su despacho. Se me eriza el vello. Dios… necesito un té. Estamos hablando del futuro de nuestra «relación» a las 5.45 de la mañana, cuando además a él le preocupa algo más… ¿es esto sensato? Me dirijo a la cocina, que aún está a oscuras. ¿Dónde está el interruptor? Lo encuentro, enciendo y lleno de agua la tetera. Cuando termino,
Zayn ha vuelto y está sentado en uno de los taburetes, mirándome fijamente.

—Aquí tienes.

Me pasa un folio mecanografiado y observo que ha tachado algunas cosas.

NORMAS

Obediencia:
El Sumiso obedecerá inmediatamente todas las instrucciones del Amo, sin dudar, sin reservas y de forma expeditiva. El Sumiso aceptará toda actividad sexual que el Amo considere oportuna y placentera, excepto las actividades contempladas en los límites infranqueables (Apéndice 2). Lo hará con entusiasmo y sin dudar.

Sueño:
El Sumiso garantizará que duerme como mínimo siete horas diarias cuando no esté con el Amo.

Ropa:
Mientras esté con el Amo, el Sumiso solo llevará ropa que este haya aprobado. El Amo ofrecerá al Sumiso un presupuesto para ropa, que el Sumiso debe utilizar. El Amo acompañará al Sumiso a comprar ropa cuando sea necesario.

Ejercicio:
El Amo proporcionará al Sumiso un entrenador personal tres veces por semana, en sesiones de una hora, a horas convenidas por el entrenador personal y el Sumiso. El entrenador personal informará al Amo de los avances del Sumiso.

Higiene personal y belleza:
El Sumiso estará limpio y depilado en todo momento. El Sumiso irá a un salón de belleza elegido por el Amo cuando este lo decida y se someterá a cualquier tratamiento que el Amo considere oportuno.

Seguridad personal:
El Sumiso no beberá en exceso, ni fumará, ni tomará sustancias psicotrópicas, ni correrá riesgos innecesarios.

Cualidades personales:
El Sumiso solo mantendrá relaciones sexuales con el Amo. El Sumiso se comportará en todo momento con respeto y humildad.
Debe comprender que su conducta influye directamente en la del Amo. Será responsable de cualquier fechoría, maldad y mala conducta que lleve a cabo cuando el Amo no esté presente.

El incumplimiento de cualquiera de las normas anteriores será inmediatamente castigado, y el Amo determinará la naturaleza del castigo.


—¿Así que lo de la obediencia sigue en pie?

—Oh, sí.

Sonríe.

Muevo la cabeza divertido y, sin darme cuenta, pongo los ojos en blanco.

—¿Me acabas de poner los ojos en blanco, Liam? —dice.

Oh, mierda.

—Puede, depende de cómo te lo tomes.

—Como siempre —dice meneando la cabeza, con los ojos encendidos de emoción.

Trago saliva instintivamente y un escalofrío me recorre el cuerpo entero.

—Entonces…

Madre mía, ¿qué voy a hacer?

—¿Sí?

Se humedece el labio inferior.

—Quieres darme unos azotes.

—Sí. Y lo voy a hacer.

—¿Ah, sí, señor Malik? —lo desafío, devolviéndole la sonrisa.

Yo también sé jugar a esto.

—¿Me lo vas a impedir?

—Vas a tener que pillarme primero.

Me mira un poco asombrado, sonríe y se levanta despacio.

—¿Ah, sí, señor Payne?

La barra del desayuno se interpone entre los dos. Nunca antes había agradecido tanto su existencia como en este momento.

—Además, te estás mordiendo el labio —añade, desplazándose despacio hacia su izquierda mientras yo me desplazo hacia la mía.

—No te atreverás —lo provoco—. A fin de cuentas, tú también pones los ojos en blanco —intento razonar con él.

Continúa desplazándose hacia su izquierda, igual que yo.

—Sí, pero con este jueguecito acabas de subir el nivel de excitación.

Le arden los ojos y emana de él una impaciencia descontrolada.

—Soy bastante rápido, que lo sepas.

Trato de fingir indiferencia.

—Y yo.

Me está persiguiendo en su propia cocina.

—¿Vas a venir sin rechistar? —pregunta.

—¿Lo hago alguna vez?

—¿Qué quieres decir, señor Payne? —Sonríe—. Si tengo que ir a por ti, va a ser peor.

—Eso será si me coges, Zayn. Y ahora mismo no tengo intención de dejarme coger.

—Liam, te puedes caer y hacerte daño. Y eso sería una infracción directa de la norma siete, ahora la seis.

—Desde que te conocí, señor Malik, estoy en peligro permanente, con normas o sin ellas.

—Así es.

Hace una pausa y frunce el ceño.

De pronto, se abalanza sobre mí y yo chillo y salgo corriendo hacia la mesa del comedor. Logro escapar e interponer la mesa entre los dos. El corazón me va a mil y la adrenalina me recorre el cuerpo entero. Uau, qué excitante. Vuelvo a ser un niño, aunque eso no esté bien. Lo observo con atención mientras se acerca decidido a mí. Me aparto un poco.

—Desde luego, sabes cómo distraer a un hombre, Liam.

—Lo que sea por complacer, señor Malik. ¿De qué te distraigo?

—De la vida. Del universo —señala con un gesto vago.

—Parecías muy preocupado mientras tocabas.

Se detiene y se cruza de brazos, con expresión divertida.

—Podemos pasarnos así el día entero, nene, pero terminaré pillándote y, cuando lo haga, será peor para ti.

—No, ni hablar.

No debo confiarme demasiado, me repito a modo de mantra. Mi subconsciente se ha puesto las Nike y se ha colocado ya en los tacos de salida.

—Cualquiera diría que no quieres que te pille.

—No quiero. De eso se trata. Para mí lo del castigo es como para ti el que te toque.

Su actitud cambia por completo en un nanosegundo. Se acabó el Zayn juguetón; me mira fijamente como si acabara de darle un bofetón. Se ha puesto blanco.

—¿Eso es lo que sientes? —susurra.

Esas cinco palabras y la forma en que las pronuncia me dicen muchísimo. De él y de cómo se siente. De sus temores y sus aversiones. Frunzo el ceño. No, yo no me siento tan mal. Para nada. ¿O sí?

—No. No me afecta tanto; es para que te hagas una idea —murmuro, mirándolo angustiado.

—Ah —dice.

Mierda. Lo veo total y absolutamente perdido, como si hubiera tirado de la alfombra bajo sus pies.

Respiro hondo, rodeo la mesa, me planto delante de él y lo miro a los ojos, ahora inquietos.

—¿Tanto lo odias? —dice, aterrado.

—Bueno… no —lo tranquilizo. Dios… ¿eso es lo que siente cuando lo tocan?—. No. No lo tengo muy claro. No es que me guste, pero tampoco lo odio.

—Pero anoche, en el cuarto de juegos, parecía…

—Lo hago por ti, Zayn, porque tú lo necesitas. Yo no. Anoche no me hiciste daño. El contexto era muy distinto, y eso puedo racionalizarlo a nivel íntimo, porque confío en ti. Sin embargo, cuando quieres castigarme, me preocupa que me hagas daño.

Los ojos se le oscurecen, como presos de una terrible tormenta interior. Pasa un rato antes de que responda a media voz:

—Yo quiero hacerte daño, pero no quiero provocarte un dolor que no seas capaz de soportar.

¡Dios!

—¿Por qué?

Se pasa la mano por el pelo y se encoge de hombros.

—Porque lo necesito. —Hace una pausa y me mira angustiado; luego cierra los ojos y niega con la cabeza—. No te lo puedo decir —susurra.

—¿No puedes o no quieres?

—No quiero.

—Entonces sabes por qué.

—Sí.

—Pero no me lo quieres decir.

—Si te lo digo, saldrás corriendo de aquí y no querrás volver nunca más. —Me mira con cautela—. No puedo correr ese riesgo, Liam.

—Quieres que me quede.

—Más de lo que puedas imaginar. No podría soportar perderte. 

Oh, Dios.

Me mira y, de pronto, me estrecha en sus brazos y me besa apasionadamente. Me pilla completamente por sorpresa, y percibo en ese beso su pánico y su desesperación.

—No me dejes. Me dijiste en sueños que nunca me dejarías y me rogaste que nunca te dejara yo a ti —me susurra a los labios.

Vaya… mis confesiones nocturnas.

—No quiero irme.

Se me encoge el corazón, como si se volviera del revés.

Este chico me necesita. Su temor es obvio y manifiesto, pero está perdido… en algún lugar en su oscuridad. Su mirada es la de un chico asustado, triste y torturado. Yo puedo aliviarlo, acompañarlo momentáneamente en su oscuridad y llevarlo hacia la luz.

—Enséñamelo —le susurro.

—¿El qué?

—Enséñame cuánto puede doler.

—¿Qué?

—Castígame. Quiero saber lo malo que puede llegar a ser.

Zayn se aparta de mí, completamente confundido.

—¿Lo intentarías?

—Sí. Te dije que lo haría.

Pero mi motivo es otro. Si hago esto por él, quizá me deje tocarlo.

Me mira extrañado.

—Li, me confundes.

—Yo también estoy confundido. Intento entender todo esto. Así sabremos los dos, de una vez por todas, si puedo seguir con esto o no. Si yo puedo, quizá tú…

Mis propias palabras me traicionan y él me mira espantado. Sabe que me refiero a lo de tocarlo. Por un instante, parece consternado, pero entonces asoma a su rostro una expresión resuelta, frunce los ojos y me mira especulativo, como sopesando las alternativas.

De repente me agarra con fuerza por el brazo, da media vuelta, me saca del salón y me lleva arriba, al cuarto de juegos. Placer y dolor, premio y castigo… sus palabras de hace ya tanto tiempo resuenan en mi cabeza.

—Te voy a enseñar lo malo que puede llegar a ser y así te decides. —Se detiene junto a la puerta—. ¿Estás preparado para esto?

Asiento, decidido, y me siento algo mareado y débil al tiempo que palidezco.

Abre la puerta y, sin soltarme el brazo, coge lo que parece un cinturón del colgador de al lado de la puerta, antes de llevarme al banco de cuero rojo del fondo de la habitación.

—Inclínate sobre el banco —me susurra.

Vale. Puedo con esto. Me inclino sobre el cuero suave y mullido. Me ha dejado quedarme con el albornoz puesto. En algún rincón silencioso de mi cerebro, estoy vagamente sorprendido de que no me lo haya hecho quitar. Maldita sea, esto me va a doler, lo sé.

—Estamos aquí porque tú has accedido, Liam. Además, has huido de mí. Te voy a pegar seis veces y tú vas a contarlas conmigo.

¿Por qué no lo hace ya de una vez? Siempre tiene que montar el numerito cuando me castiga. Pongo los ojos en blanco, consciente de que no me ve.

Levanta el bajo del albornoz y, no sé bien por qué, eso me resulta más íntimo que ir desnudo. Me acaricia el trasero suavemente, pasando la mano caliente por ambas nalgas hasta el principio de los muslos.

—Hago esto para que recuerdes que no debes huir de mí, y, por excitante que sea, no quiero que vuelvas a hacerlo nunca más —susurra.

Soy consciente de la paradoja. Yo corría para evitar esto. Si me hubiera abierto los brazos, habría corrido hacia él, no habría huido de él.

—Además, me has puesto los ojos en blanco. Sabes lo que pienso de eso.

De pronto ha desaparecido ese temor nervioso y crispado de su voz. Él ha vuelto de dondequiera que estuviese. Lo noto en su tono, en la forma en que me apoya los dedos en la espalda, sujetándome, y la atmósfera de la habitación cambia por completo.

Cierro los ojos y me preparo para el golpe. Llega con fuerza, en todo el trasero, y la dentellada del cinturón es tan terrible como temía. Grito sin querer y tomo una bocanada enorme de aire.

—¡Cuenta, Liam! —me ordena.

—¡Uno! —le grito, y suena como un improperio.

Me vuelve a pegar y el dolor me resuena pulsátil por toda la marca del cinturón. Santo Dios… esto duele.

—¡Dos! —chillo.

Me hace bien chillar.

Su respiración es agitada y entrecortada, la mía es casi inexistente; busco desesperadamente en mi psique alguna fuerza interna. El cinturón se me clava de nuevo en la carne.

—¡Tres!

Se me saltan las lágrimas. Dios, esto es peor de lo que pensaba, mucho peor que los azotes. No se está cortando nada.

—¡Cuatro! —grito cuando el cinturón se me vuelve a clavar en las nalgas. Las lágrimas ya me corren por la cara. No quiero llorar. Me enfurece estar llorando. Zayn me vuelve a pegar.

—¡Cinco! —Mi voz es un sollozo ahogado, estrangulado, y en este momento creo que lo odio. Uno más, puedo aguantar uno más. Siento que el trasero me arde.

—¡Seis! —susurro cuando vuelvo a sentir ese dolor espantoso, y lo oigo soltar el cinturón a mi espalda, y me estrecha en sus brazos, sin aliento, todo compasión… y yo no quiero saber nada de él—. Suéltame… no…

Intento zafarme de su abrazo, apartarme de él. Me revuelvo.

—¡No me toques! —le digo con furia contenida.

Me enderezo y lo miro fijamente, y él me observa espantado, aturdido, como si yo fuera a echar a correr. Me limpio rabioso las lágrimas de los ojos con el dorso de las manos y le lanzo una mirada feroz.

—¿Esto es lo que te gusta de verdad? ¿Verme así?

Me restriego la nariz con la manga del albornoz.

Me observa desconcertado.

—Eres un maldito hijo de puta.

—Li —me suplica, conmocionado.

—¡No hay «Li» que valga! ¡Tienes que solucionar tus mierdas, Malik!

Dicho esto, doy media vuelta, salgo del cuarto de juegos y cierro la puerta despacio.

Agarrada al pomo, sin volverme, me recuesto un instante en la puerta. ¿Adónde voy? ¿Salgo corriendo? ¿Me quedo? Estoy furioso, las lágrimas me corren por las mejillas y me las limpio con rabia. Solo quiero acurrucarme en algún sitio. Acurrucarme y recuperarme de algún modo. Sanar mi fe destrozada y hecha añicos. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Pues claro que duele.

Tímidamente, me toco el trasero. ¡Aaah! Duele. ¿Adónde voy? A su cuarto, no. A mi cuarto, o el que será mi cuarto… no, es mío… era mío. Por eso quería que tuviera uno. Sabía que iba a querer distanciarme de él.

Me encamino con paso rígido en esa dirección, consciente de que puede que Zayn me siga. El dormitorio aún está a oscuras; el amanecer no es más que un susurro en el horizonte. Me meto torpemente en la cama, procurando no apoyarme en el trasero sensible y dolorido. Me dejo el albornoz puesto, envolviéndome con fuerza en él, me acurruco y entonces me dejo ir… sollozando con fuerza contra la almohada.

¿En qué estaba pensando? ¿Por qué he dejado que me hiciera eso? Quería entrar en el lado oscuro para saber lo malo que podía llegar a ser, pero es demasiado oscuro para mí. Yo no puedo con esto. Pero es lo que él quiere; esto es lo que le excita de verdad.

Esto sí que es despertar a la realidad, y de qué manera… Lo cierto es que él me lo ha advertido una y otra vez. Zayn no es normal. Tiene necesidades que yo no puedo satisfacer. Me doy cuenta ahora. No quiero que vuelva a pegarme así nunca más. Pienso en el par de veces en que me ha golpeado y en lo suave que ha sido conmigo en comparación. ¿Le bastará con eso? Lloro aún más fuerte contra la almohada. Lo voy a perder. No querrá estar conmigo si no puedo darle esto. ¿Por qué, por qué, por qué he tenido que enamorarme de Cincuenta Sombras? ¿Por qué? ¿Por qué no puedo amar a Stan, o a Liam Payne, o a alguien como yo?

Ay, lo alterado que estaba cuando me he ido. He sido muy cruel, la saña con que me ha pegado me ha dejado conmocionado… ¿me perdonará? ¿Lo perdonaré yo? Mi cabeza es un auténtico caos confuso; los pensamientos resuenan y retumban en su interior. Mi subconsciente menea la cabeza con tristeza y el dios que llevo dentro ha desaparecido por completo. Qué día tan terrible y aciago para mi alma. Me siento tan solo. Necesito a mi madre. Recuerdo sus palabras de despedida en el aeropuerto: «Haz caso a tu corazón, cariño, y, por favor, procura no darle demasiadas vueltas a las cosas. Relájate y disfruta. Eres muy joven, cielo. Aún te queda mucha vida por delante, vívela. Te mereces lo mejor».

He hecho caso a mi corazón y ahora tengo el culo dolorido y el ánimo destrozado. Tengo que irme. Eso es… tengo que irme. Él no me conviene y yo no le convengo a él. ¿Cómo vamos a conseguir que esto funcione? La idea de no volver a verlo casi me ahoga… mi
Cincuenta Sombras.

Oigo abrirse la puerta. Oh, no… ya está aquí. Deja algo en la mesita y el colchón se hunde bajo su peso al meterse en la cama a mi espalda.

—Tranquilo —me dice, y yo quiero apartarme de él, irme a la otra punta de la cama, pero estoy paralizado. No puedo moverme y me quedo quieto, rígido, sin ceder en absoluto—. No me rechaces, Li, por favor —me susurra.

Me abraza con ternura y, hundiendo la nariz en mi pelo, me besa el cuello.

—No me odies —me susurra, inmensamente triste.

Se me encoge el corazón otra vez y sucumbo a una nueva oleada de sollozos silenciosos. Él sigue besándome suavemente, con ternura, pero yo me mantengo distante y receloso.

Pasamos una eternidad así tumbados, sin decir nada ni el uno ni el otro. Él se limita a abrazarme y yo, poco a poco, me relajo y dejo de llorar. Amanece y la luz suave del alba se hace más intensa a medida que avanza el día, y nosotros seguimos tumbados, en silencio.

—Te he traído ibuprofeno y una pomada de árnica —dice al cabo de un buen rato.

Me vuelvo muy despacio en sus brazos para poder mirarlo. Tengo la cabeza apoyada en su brazo. Su mirada es dura y cautelosa.

Contemplo su hermoso rostro. No dice nada, pero me mira fijamente, sin pestañear apenas. Ay, es tan arrebatadoramente guapo. En tan poco tiempo, he llegado a quererlo tanto. Alargo el brazo, le acaricio la mejilla. Él cierra los ojos y suspira.

—Lo siento —le susurro.

Él abre los ojos y me mira atónito.

—¿El qué?

—Lo que he dicho.

—No me has dicho nada que no supiera ya. —Y el alivio suaviza su mirada—. Siento haberte hecho daño.

Me encojo de hombros.

—Te lo he pedido yo. —Y ahora lo sé. Trago saliva. Ahí va… Tengo que soltar mi parte—. No creo que pueda ser todo lo que quieres que sea —susurro.

Abre mucho los ojos, parpadea y vuelve a su rostro esa expresión de miedo.

—Ya eres todo lo que quiero que seas.

¿Qué?

—No lo entiendo. No soy obediente, y puedes estar seguro de que jamás volveré a dejarte hacerme eso. Y eso es lo que necesitas; me lo has dicho tú.

Cierra otra vez los ojos y veo que una miríada de emociones le cruza el rostro. Cuando los vuelve a abrir, su expresión es triste.

Oh, no…

—Tienes razón. Debería dejarte ir. No te convengo.

Se me eriza el vello y todos los folículos pilosos de mi cuerpo entran en estado de alerta; el mundo se derrumba bajo mis pies y deja ante mí un inmenso abismo al que precipitarme. 

Oh, no…

—No quiero irme —susurro.

Mierda… eso es. Dejarlo seguir.

Se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas.

—Yo tampoco quiero que te vayas —me dice con voz áspera. Alarga la mano y me limpia una lágrima de la mejilla con el pulgar—. Desde que te conozco, me siento más vivo.

Recorre con el pulgar el contorno de mi labio inferior.

—Yo también —digo—. Me he enamorado de ti, Zayn.

De nuevo abre mucho los ojos, pero esta vez es de puro e indecible miedo.

—No —susurra como si lo hubiera dejado de un golpe sin aliento.

Oh, no…

—No puedes quererme, Li. No… es un error —dice horrorizado.

—¿Un error? ¿Qué error?

—Mírate. No puedo hacerte feliz.

Parece angustiado.

—Pero tú me haces feliz —contesto frunciendo el ceño.

—En este momento, no. No cuando haces lo que yo quiero que hagas.

Oh, Dios… Esto se acaba. A esto se reduce todo: incompatibilidad… y de pronto todos esos pobres sumisos y sumisas me vienen a la cabeza.

—Nunca conseguiremos superar esto, ¿verdad? —le susurro, estremecido de miedo.

Menea la cabeza con tristeza. Cierro los ojos. No soporto mirarlo.

—Bueno, entonces más vale que me vaya —murmuro, haciendo una mueca de dolor al incorporarme.

—No, no te vayas —me pide aterrado.

—No tiene sentido que me quede.

De pronto me siento cansadísimo, y quiero irme ya. Salgo de la cama y Zayn me sigue.

—Voy a vestirme. Quisiera un poco de intimidad —digo con voz apagada y hueca mientras me marcho y lo dejo solo en el dormitorio.

Al bajar, echo un vistazo al salón y pienso que hace solo unas horas descansaba la cabeza en su hombro mientras tocaba el piano. Han pasado muchas cosas desde entonces. He tenido los ojos bien abiertos y he podido vislumbrar la magnitud de su depravación, y ahora sé que no es capaz de amar, no es capaz de dar ni recibir amor. El mayor de mis temores se ha hecho realidad. Y, por extraño que parezca, lo encuentro liberador.

El dolor es tan intenso que me niego a reconocerlo. Me siento entumecido. De algún modo he escapado de mi cuerpo y soy de pronto un observador accidental de la tragedia que se está desencadenando. Me ducho rápida y metódicamente, pensando solo en el instante que viene a continuación. Ahora aprieta el frasco de gel. Vuelve a dejar el frasco de gel en el estante. Frótate la cara, los hombros… y así sucesivamente, todo acciones mecánicas simples que requieren pensamientos mecánicos simples.

Termino de ducharme y, como no me he lavado el pelo, me seco enseguida. Me visto en el baño, y saco los vaqueros y la camiseta de mi maleta pequeña. Los vaqueros me rozan el trasero, pero, la verdad, es un dolor que agradezco, porque me distrae de lo que le está pasando a mi corazón astillado y roto en mil pedazos.

Me agacho para cerrar la maleta y veo la bolsa con el regalo para Zayn: una maqueta del planeador Blanik L23, para que la construya él. Me voy a echar a llorar otra vez. Ay, no… eran tiempos más felices, cuando aún cabía la esperanza de tener algo más. Saco el regalo de la maleta, consciente de que tengo que dárselo. Arranco una hoja de mi cuaderno, le escribo una nota rápida y se la dejo encima de la caja:

‘Esto me recordó un tiempo feliz.
Gracias.
Li.’

Me miro en el espejo. Veo un fantasma pálido y angustiado con los ojos hinchados de llorar. Me cuesta creer que mi mundo se esté derrumbando a mi alrededor, convertido en un montón de cenizas estériles, y que todas mis esperanzas hayan fracasado cruelmente.
No, no, no lo pienses. Ahora no, aún no. Inspiro hondo, cojo la maleta y, después de dejar la maqueta del planeador con mi nota encima de su almohada, me dirijo al salón.

Zayn está hablando por teléfono. Viste vaqueros negros ajustados y una camiseta. Va descalzo.

—¿Que ha dicho qué? —grita, sobresaltándome—. Pues nos podía haber dicho la puta verdad. Dame su número de teléfono; necesito llamarlo… Welch, esto es una cagada monumental. —Alza la vista y no aparta su mirada oscura y pensativa de mí—. Encontradla —espeta, y cuelga.

Me acerco al sofá y cojo mi mochila, esforzándome por ignorarlo. Saco el Mac, vuelvo a la cocina y lo dejo con cuidado encima de la barra de desayuno, junto con el iPhone y las llaves del coche. Cuando me vuelvo me mira fijamente, con expresión atónita y horrorizada.

—Necesito el dinero que le dieron a Higgins por el Escarabajo —digo con voz clara y serena, desprovista de emoción… extraordinaria.

—Li, yo no quiero esas cosas, son tuyas —dice en tono de incredulidad—. Llévatelas.

—No, Zayn. Las acepté a regañadientes, y ya no las quiero.

—Li, sé razonable —me reprende, incluso ahora.

—No quiero nada que me recuerde a ti. Solo necesito el dinero que le dieron a Higgins por mi coche —repito con voz monótona.

Se me queda mirando.

—¿Intentas hacerme daño de verdad?

—No. —Lo miro ceñudo. Claro que no… Yo te quiero—. No. Solo intento protegerme —susurro.

Porque tú no me quieres como te quiero yo.

—Li, quédate esas cosas, por favor.

—Zayn, no quiero discutir. Solo necesito el dinero.

Entorna los ojos, pero ya no me intimida. Bueno, solo un poco. Lo miro impasible, sin pestañear ni acobardarme.

—¿Te vale un cheque? —dice mordaz.

—Sí. Creo que podré fiarme.

Zayn no sonríe, se limita a dar media vuelta y meterse en su estudio. Echo un último vistazo detenido al piso, a los cuadros de las paredes, todos abstractos, serenos, modernos… fríos incluso. Muy propio, pienso distraído. Mis ojos se dirigen hacia el piano.
Mierda… si hubiera cerrado la boca, habríamos hecho el amor encima del piano. No, habríamos follado encima del piano. Bueno, yo habría hecho el amor. La idea se impone con tristeza en mi pensamiento y en lo que queda de mi corazón. Él nunca me ha hecho el amor, ¿no? Para él siempre ha sido follar.

Vuelve y me entrega un sobre.

—Higgins consiguió un buen precio. Es un clásico. Se lo puedes preguntar a él. Te llevará a casa.

Señala con la cabeza por encima de mi hombro. Me vuelvo y veo a Higgins en el umbral de la puerta, trajeado e impecable como siempre.

—No hace falta. Puedo irme solo a casa, gracias.

Me vuelvo para mirar a Zayn y veo en sus ojos la furia apenas contenida.

—¿Me vas a desafiar en todo?

—¿Por qué voy a cambiar mi manera de ser?

Me encojo levemente de hombros, como disculpándome.

Él cierra los ojos, frustrado, y se pasa la mano por el pelo.

—Por favor, Li, deja que Higgins te lleve a casa.

—Iré a buscar el coche, señor Payne —anuncia Higgins en tono autoritario.

Zayn le hace un gesto con la cabeza, y cuando me giro hacia él, ya ha desaparecido.

Me vuelvo a mirar a Zayn. Estamos a menos de metro y medio de distancia. Avanza e, instintivamente, yo retrocedo. Se detiene y la angustia de su expresión es palpable; los ojos le arden.

—No quiero que te vayas —murmura con voz anhelante.

—No puedo quedarme. Sé lo que quiero y tú no puedes dármelo, y yo tampoco puedo darte lo que tú quieres.

Da otro paso hacia delante y yo levanto las manos.

—No, por favor. —Me aparto de él. No pienso permitirle que me toque ahora, eso me mataría—. No puedo seguir con esto.

Cojo la maleta y la mochila y me dirijo al vestíbulo. Me sigue, manteniendo una distancia prudencial. Pulsa el botón de llamada del ascensor y se abre la puerta. Entro.

—Adiós, Zayn —murmuro.

—Adiós, Li —dice a media voz, y su aspecto es el de un chico completamente destrozado, un chico inmensamente dolido, algo que refleja cómo me siento por dentro.

Aparto la mirada de él antes de que pueda cambiar de opinión e intente consolarlo.

Se cierran las puertas del ascensor, que me lleva hasta las entrañas del sótano y de mi propio infierno personal.


Higgins me sostiene la puerta y entro en la parte de atrás del coche. Evito el contacto visual. El bochorno y la vergüenza se apoderan de mí. Soy un fracaso total. Confiaba en arrastrar a mi Cincuenta Sombras a la luz, pero la tarea ha resultado estar más allá de mis escasas habilidades. Intento con todas mis fuerzas mantener a raya mis emociones. Mientras salimos a Fourth Avenue, miro sin ver por la ventanilla, y la enormidad de lo que acabo de hacer se abate poco a poco sobre mí. Mierda… lo he dejado. Al único chico al que he amado en mi vida. El único chico con el que me he acostado. Un dolor desgarrador me parte en dos, gimo y revientan las compuertas. Las lágrimas empiezan a rodar inoportuna e involuntariamente por mis mejillas; me las seco precipitadamente con los dedos, mientras hurgo en el bolsillo en busca de las gafas de sol. Cuando nos detenemos en un semáforo, Higgins me tiende un pañuelo de tela. No dice nada, ni me mira, y yo lo acepto agradecido.

—Gracias —musito, y ese pequeño acto de bondad es mi perdición.

Me recuesto en el lujoso asiento de cuero y lloro. El apartamento está tristemente vacío y resulta poco acogedor. No he vivido en él lo suficiente para sentirme en casa. Voy directo a mi cuarto y allí, colgando flácidamente del extremo de la cama, está el triste y desinflado globo con forma de helicóptero: Charlie Tango, con el mismo aspecto, por dentro y por fuera, que yo. Lo arranco furioso de la barra de la cama, tirando del cordel, y me abrazo a él. Ay… ¿qué he hecho?

Me dejo caer sobre la cama, con zapatos y todo, y lloro desconsoladamente. El dolor es indescriptible… físico y mental… metafísico… lo siento por todo mi ser y me cala hasta la médula. Sufrimiento. Esto es sufrimiento. Y me lo he provocado yo mismo. Desde lo más profundo me llega un pensamiento desagradable e inesperado del dios que llevo dentro, que tuerce la boca con gesto despectivo: el dolor físico de las dentelladas del cinturón no es nada, nada, comparado con esta devastación. Me acurruco, abrazándome con desesperación al globo casi desinflado y al pañuelo de Higgins, y me abandono al sufrimiento.

FIN.

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Mensaje por Invitado Sáb 08 Feb 2014, 7:32 pm

OMG! QUE FINAL! pobrecitos D: no terminan juntos ojala que en 50 sombras mas oscuras esten otra vez! besos
cami
pd: gracias por subir!
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Mensaje por AndyKP Sáb 08 Feb 2014, 8:21 pm

Dioooooooos!! Que final!!! :3
Ayyy
Me tienes que pasar el link de la segunda temporada eh -.-
:3
AndyKP
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Mensaje por Directioner122 Mar 11 Feb 2014, 7:32 am

Que finaal!! a ver cuando empiezas la segunda temporada :D Aqui te espero
Directioner122
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Mensaje por Sol_ZS Mar 11 Feb 2014, 8:37 pm

Nueva y fiel lectora!! seguila :)
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Mensaje por Zeus A. Vie 14 Feb 2014, 6:18 pm

Nueva pero no tan nueva lectora(? jaja
Leí la novela hasta la pagina 7 en 2 días O.o me re vicie jajaja la ame, en serio.
Nunca e leído una adaptación tan bonita y eso que e leído muchas xD.
Mas te vale subir segunda temporada porque si no me suicido._. y nadie querría eso. En fin te amo por adaptar esto,SEGUILA PRONTO!! PORQUE SI NO ME MUERO. SOY "ZEUS" MUCHO GUSTO Y...NO SE, SIGUELA PORQUE ME MUERO :O
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Mensaje por Invitado Sáb 15 Feb 2014, 10:01 am


CINCUENTA SOMBRAS MAS OSCURAS.
Introducción.

Él ha vuelto. Mamá está dormida o vuelve a estar enferma. Yo me escondo y me acurruco debajo de la mesa de la cocina. Veo a mamá a través de mis dedos. Está dormida en el sofá. Su mano cae sobre la alfombra verde y pegajosa, él lleva sus botas grandes con la hebilla brillante y está de pie junto a mamá. Gritando.

Pega a mamá con un cinturón. «¡Levanta! ¡Levanta! Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta. Eres una jodida puta.»

Mamá hace un ruido, como si sollozara. «Para. Por favor, para.» Mamá no grita. Mamá se acurruca más.

Yo tengo los dedos metidos en las orejas, y cierro los ojos. El ruido cesa.

Él se da la vuelta y veo sus botas cuando irrumpe en la cocina.

Todavía lleva el cinturón. Intenta encontrarme.

Se agacha y sonríe. Huele mal. A cigarrillos y alcohol. «Aquí estás, mierdecilla.»


Un gemido escalofriante lo despierta. ¡Dios! Está empapado en sudor y su corazón late desaforadamente. ¿Qué coño? Se sienta de un salto en la cama y se coge la cabeza con ambas manos. Dios… Han vuelto. El ruido era yo. Respira profunda y acompasadamente, para despejarse la mente y las fosas nasales del olor a bourbon barato y a cigarrillos Camel rancios.

Holaa:
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Mensaje por Invitado Sáb 15 Feb 2014, 10:17 am

capitulo 01. 

He sobrevivido al tercer día post-Zayn, y a mi primer día en el trabajo. Me ha ido bien distraerme. El tiempo ha pasado volando entre una nebulosa de caras nuevas, trabajo por hacer y el señor Jack Hyde. El señor Jack Hyde… se apoya en mi mesa y sus ojos azules brillan cuando baja la mirada y me sonríe.

—Un trabajo excelente, Li. Me parece que formaremos un gran equipo.

Yo tuerzo los labios hacia arriba y consigo algo parecido a una sonrisa.

—Yo ya me voy, si te parece bien —murmuro.

—Claro, son las cinco y media. Nos veremos mañana.

—Buenas tardes, Jack.

—Buenas tardes, Li.

Recojo mi bolsa, me pongo la chaqueta y me dirijo a la puerta. Una vez en la calle, aspiro profundamente el aire de Seattle a primera hora de la tarde. Eso no basta para llenar el vacío de mi pecho, un vacío que siento desde el sábado por la mañana, una grieta desgarradora que me recuerda lo que he perdido. Camino hacia la parada de autobús con la cabeza gacha, mirándome los pies y pensando como será estar sin mi querido Kevin, mi viejo Escarabajo… o sin el Audi.

Descarto inmediatamente esa posibilidad. No. No pienso en él. Naturalmente que puedo permitirme un coche; un coche nuevo y bonito. Sospecho que él ha sido muy generoso con el pago, y eso me deja un sabor amargo en la boca, pero aparto esa idea e intento mantener la mente en blanco y tan aturdida como sea posible. No puedo pensar en él. No quiero empezar a llorar otra vez… en plena calle no.

El apartamento está vacío. Echo de menos a Harry; lo imagino tumbado en una playa de Barbados bebiendo sorbitos de un combinado frío. Enciendo el televisor de pantalla plana para que el ruido llene el vacío y dé cierta sensación de compañía, pero ni lo escucho ni lo miro. Me siento y observo fijamente la pared de ladrillo. Estoy entumecido. Solo siento dolor. ¿Cuánto tendré que soportar esto?

El timbre de la puerta me saca de golpe de mi abatimiento y siento un brinco en el corazón. ¿Quién puede ser? Pulso el interfono.

—Un paquete para el señor Payne —contesta una voz monótona e impersonal, y la decepción me parte en dos.

Bajo las escaleras, indiferente, y me encuentro con un chico apoyado en la puerta principal que masca chicle de forma ruidosa y lleva una caja de cartón. Firmo la entrega del paquete y me lo llevo arriba. Es una caja enorme y, curiosamente, liviana. Dentro hay dos docenas de rosas blancas de tallo largo y una tarjeta.

‘Felicidades por tu primer día de trabajo.
Espero que haya ido bien.
Y gracias por el planeador. Has sido muy amable.
Ocupa un lugar preferente en mi mesa.
Zayn.’

Me quedo mirando la tarjeta impresa, la grieta de mi pecho se ensancha. Sin duda, esto lo ha enviado su asistente. Probablemente Zayn ha tenido muy poco que ver. Me duele demasiado pensar eso. Observo las rosas: son preciosas, y no soy capaz de tirarlas a la basura. Voy a la cocina, diligente, a buscar un jarrón.


Y así se establece un patrón: despertar, trabajar, llorar, dormir. Bueno, tratar de dormir. No consigo huir de él ni en sueños. Sus ardientes ojos verdes, su mirada perdida, su cabello castaño y brillante, todo me persigue. Y la música… tanta música… no soporto oír ningún tipo de música. Procuro evitarla a toda costa. Incluso las melodías de los anuncios me hacen temblar.

No he hablado con nadie, ni siquiera con mi madre, ni con Mark. Ahora mismo soy incapaz de tener una conversación banal. No, no quiero nada de eso. Me he convertido en mi propia isla independiente. Una tierra saqueada y devastada por la guerra, donde no crece nada y cuyo porvenir es inhóspito. Sí, ese soy yo. Puedo interactuar de forma impersonal en el trabajo, pero nada más. Si hablo con mamá, sé que acabaré más destrozado aún… y ya no me queda nada por destrozar.


Me cuesta comer. El miércoles a la hora del almuerzo conseguí comerme una taza de yogur, y era lo primero que comía desde el viernes. Sobrevivo gracias a una recién descubierta resistencia a base de cafés con leche y Coca-Cola Light. Lo que me mantiene en marcha es la cafeína, pero me provoca ansiedad.

Jack ha empezado a estar muy encima de mí, me molesta, me hace preguntas personales. ¿Qué quiere? Yo me muestro educado, pero he de mantenerle a distancia.

Me siento y reviso un montón de correspondencia dirigida a él, y me gusta distraerme con esa tarea insignificante. Suena un aviso de correo electrónico y rápidamente compruebo de quién es.

Santo cielo. Un correo de Zayn. Oh, no, aquí no… en el trabajo no.

_________________________________
De: Zayn Malik
Fecha: 8 de junio de 2013 14:05
Para: Liam Payne
Asunto: Mañana

Querido Liam:
Perdona esta intromisión en el trabajo. Espero que te esté yendo bien.
¿Recibiste mis flores?
Me he dado cuenta de que mañana es la inauguración de la exposición de tu amigo en la galería, y estoy seguro de que no has tenido tiempo de comprarte un coche, y eso está lejos. Me encantaría acompañarte… si te apetece.
Házmelo saber.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings, Inc.
_________________________________


Mis ojos se llenan de lágrimas. Dejo mi mesa a toda prisa, corro al lavabo y me escondo en uno de los compartimentos. La exposición de Niall. Maldita sea. La había olvidado por completo y le prometí que iría. Oh, no, Zayn tiene razón, ¿cómo voy a ir hasta allí?

Me aprieto las sienes. ¿Por qué no me ha telefoneado Niall? Ahora que lo pienso… ¿por qué no ha telefoneado nadie? He estado tan absorto que no me he dado cuenta de que mi móvil no sonaba.

¡Maldita sea! ¡Soy un idiota! Aún está desviado al iPhone. Dios santo. Zayn ha estado recibiendo mis llamadas; a menos que haya tirado el iPhone. ¿Cómo ha conseguido mi dirección electrónica?

Sabe qué número calzo; no creo que una dirección de correo electrónico le suponga un gran problema.

¿Puedo volver a verle? ¿Puedo soportarlo? ¿Quiero verle? Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás mientras la tristeza y la añoranza destrozan mis entrañas. Claro que sí.

Quizá, quizá puedo decirle que he cambiado de idea… No, no, no. No puedo estar con alguien que siente placer haciéndome daño, alguien que no puede quererme.

Fogonazos de recuerdos torturan mi mente: el planeador, cogidos de la mano, los besos, la bañera, su delicadeza, su humor, y su mirada sexy, oscura, pensativa. Le echo de menos. Han pasado cinco días, cinco días de agonía que me han parecido eternos. Por las noches lloro hasta quedarme dormido, deseando no haberme marchado, deseando que él fuera diferente, deseando que estuviéramos juntos. ¿Cuánto durará este sentimiento horrible y abrumador? Vivo un calvario.

Me rodeo el cuerpo con los brazos, me abrazo, me abrazo fuerte, me sostengo a mí mismo. Le echo de menos. Realmente le echo de menos… Le quiero. Así de simple.

¡Liam Payne, estás en el trabajo! He de ser fuerte, pero quiero ir a la exposición de Niall y, en el fondo, mi lado masoquista quiere ver a Zayn. Inspiro profundamente y vuelvo a mi mesa.

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De: Liam Payne
Fecha: 8 de junio de 2013 14:25
Para: Zayn Malik
Asunto: Mañana

Hola, Zayn:
Gracias por las flores; son preciosas.
Sí, te agradecería que me acompañaras.
Gracias.

Liam Payne
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
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Reviso mi móvil y veo que las llamadas siguen desviadas al iPhone. Jack está en una reunión, así que llamo rápidamente a Niall.

—Hola, Niall, Soy Li.

—Hola, desaparecido.

Su tono es tan cariñoso y agradable que casi basta con eso para provocarme otra crisis.

—No puedo hablar mucho. ¿A qué hora he de estar mañana en tu exposición?

—Pero, ¿vendrás?

Parece emocionado.

—Sí, claro.

Al imaginar su gesto de satisfacción, sonrío sinceramente por primera vez en cinco días.

—A las siete y media.

—Pues nos vemos allí. Adiós, Niall.

—Adiós, Li.

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De: Zayn Malik
Fecha: 8 de junio de 2013 14:27
Para: Liam Payne
Asunto: Mañana

Querido Liam:
¿A qué hora paso a recogerte?

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings, Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 8 de junio de 2013 14:32
Para: Zayn Malik
Asunto: Mañana

La exposición de Niall se inaugura a las 19:30. ¿A qué hora te parece bien?

Liam Payne
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
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De: Zayn Malik
Fecha: 8 de junio de 2013 14:34
Para: Liam Payne
Asunto: Mañana

Querido Liam:
Portland está baNiallte lejos. Debería recogerte a las 17:45.
Tengo muchas ganas de verte.

Zayn Malik
Presidente de Malik Enterprises Holdings, Inc.
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De: Liam Payne
Fecha: 8 de junio de 2013 14 :38
Para: Zayn Malik
Asunto: Mañana

Hasta entonces, pues.

Liam Payne 
Ayudante de Jack Hyde, editor de SIP
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Oh, Dios. Voy a ver a Zayn, y por primera vez en cinco días mi estado de ánimo mejora un ápice y me atrevo a preguntarme cómo habrá estado él.

¿Me ha echado de menos? Seguramente no como yo a él. ¿Ha encontrado a un nuevo sumiso o alguna sumisa de dondequiera que los saque? Esa idea me hace tanto daño que la desecho inmediatamente. Miro el montón de correspondencia que he de clasificar para Jack y me pongo a ello mientras lucho por expulsar a Zayn fuera de mi mente una vez más.

Por la noche doy vueltas y vueltas en la cama intentando dormir. Es la primera vez en varios días que no he llorado hasta quedarme dormido.

Visualizo mentalmente la cara de Zayn la última vez que le vi, cuando me marché de su apartamento. Su expresión torturada me persigue. Recuerdo que él no quería que me fuera, lo cual me resultó muy extraño. ¿Por qué iba a quedarme si las cosas habían llegado a un punto muerto? Los dos evitábamos nuestros propios conflictos: mi miedo al castigo, su miedo a… ¿qué? ¿Al amor?

Me doy la vuelta, me invade una tristeza insoportable, y me abrazo a la almohada. Él no merece que le quieran. ¿Por qué se siente así? ¿Tiene algo que ver con su infancia? ¿Con su madre biológica, la puta adicta al crack? Esos pensamientos me acechan hasta la madrugada, cuando finalmente caigo agotado en un sueño convulso.


El día pasa muy, muy despacio, y Jack se muestra inusualmente atento. Sospecho que es por la camisa de manga corta azul y blanca de rayas finas, los tirantes y los pantalones de traje gris oscuro que llevo, pero trato de no pensar mucho en eso. El traje me queda más holgado de lo debido, pero finjo que no me doy cuenta. Lo cierto es que estoy bastante sexy.

Por fin son las cinco y media, recojo mi bolsa, e intento mantener la calma. ¡Voy a verle! 

—¿Sales con alguien esta noche? —pregunta Jack cuando pasa junto a mi mesa de camino a la salida.

—Sí. No. La verdad es que no.

Arquea una ceja y me mira, claramente intrigado.

—¿Una novia?

Me ruborizo.

—No, un amigo. Un ex novio.

—A lo mejor mañana te apetece ir a tomar una copa después del trabajo. Has tenido una primera semana magnífica, Li. Deberíamos celebrarlo.

Sonríe, y en su cara aparece una emoción desconocida que me incomoda.

Se mete las manos en los bolsillos y sale tranquilamente por la puerta. Veo su espalda que se aleja y frunzo el ceño. ¿Tomar copas con el jefe es buena idea?

Meneo la cabeza. Primero he de enfrentarme a una noche con Zayn Malik. ¿Cómo voy a hacerlo? Corro al lavabo a darme los últimos toques.

Me examino la cara con severidad en el enorme espejo de la pared durante un buen rato. Tengo ojeras. Se me ve angustiado. Me mojo la cara y me arreglo el pelo un poco, e inspiro profundamente. Tendrá que bastar con eso.

Cruzo nervioso el vestíbulo y, al pasar por recepción, saludo con una sonrisa a Claire. Creo que ella y yo podríamos ser amigas. Jack está hablando con Elizabeth mientras yo voy hacia la puerta, y él corre a abrírmela con una sonrisa enorme.

—Pasa, Li —murmura.

—Gracias —sonrío, avergonzado.

Fuera, junto al bordillo, Higgins espera. Abre la puerta de atrás del coche. Vacilante, me giro para mirar de reojo a Jack, que ha salido detrás de mí. Está contemplando el Audi SUV, consternado.

Me giro de nuevo, me encamino hacia el coche y subo detrás, y allí está él sentado —Zayn Malik—, con su traje gris, sin corbata y el cuello de la camisa blanca desabrochado. Sus ojos verdes brillan.

Se me seca la boca. Está soberbio, pero me mira con mala cara. ¿Por qué?

—¿Cuánto hace que no has comido? —me suelta en cuanto entro y Higgins cierra la puerta.

Maldita sea.

—Hola, Zayn. Yo también me alegro de verte.

—No estoy de humor para aguantar tu lengua viperina. Contéstame.

Sus ojos centellean.

Por Dios…

—Mmm… He comido un yogur al mediodía. Ah… y un plátano.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste de verdad? —pregunta, mordaz.

Higgins ocupa discretamente su puesto al volante, pone en marcha el coche y se incorpora al tráfico.

Yo levanto la vista y Jack me hace un gesto, aunque no sé qué ve a través del cristal oscuro. Le devuelvo el saludo.

—¿Quién es ese? —suelta Zayn.

—Mi jefe.

Miro a hurtadillas al guapísimo chico que tengo al lado y que contrae los labios con firmeza.

—¿Bueno? ¿Tu última comida?

—Zayn, la verdad es que eso no es asunto tuyo —murmuro, sintiéndome extraordinariamente valiente.

—Todo lo que haces es asunto mío. Dime.

No, no lo es. Yo gruño fastidiado, pongo los ojos en blanco, y Zayn entorna la mirada. Y por primera vez en mucho tiempo tengo ganas de reír. Intento reprimir esa risita que amenaza por escaparse. Zayn suaviza el gesto mientras yo me esfuerzo en poner cara seria, y veo que la sombra de una sonrisa aflora a sus maravillosos labios perfilados.

—¿Bien? —pregunta en un tono más conciliador.

—Pasta alla vongole, el viernes pasado —susurro.

Él cierra los ojos, y la ira, y posiblemente el pesar, barren su rostro.

—Ya —dice con una voz totalmente inexpresiva—. Diría que desde entonces has perdido cinco kilos, seguramente más. Por favor, come, Liam —me reprende.

Yo bajo la vista hacia los dedos, que mantengo unidos en el regazo. ¿Por qué siempre hace que me sienta como un niño descarriado?

Se gira hacia mí.

—¿Cómo estás? —pregunta, todavía con voz suave.

Pues, la verdad, estoy destrozado… Trago saliva.

—Si te dijera que estoy bien, mentiría.

Él inspira intensamente.

—Yo estoy igual —musita, se inclina hacia mí y me coge la mano—. Te echo de menos —añade.

Oh, no. Piel con piel.

—Zayn, yo…

—Li, por favor. Tenemos que hablar.

Voy a llorar. No.

—Zayn, yo… por favor… he llorado mucho —añado, intentando controlar mis emociones.

—Oh, cariño, no. —Tira de mi mano y sin darme cuenta estoy sobre su regazo. Me ha rodeado con sus brazos y ha hundido la nariz en mi pelo—. Te he echado tanto de menos, Liam —susurra.

Yo quiero zafarme de él, mantener cierta distancia, pero me envuelve con sus brazos. Me aprieta contra su pecho. Me derrito. Oh, aquí es donde quiero estar.

Apoyo la cabeza en él y me besa el pelo repetidas veces. Este es mi hogar. Huele a lino, a suavizante, a gel, y a mi aroma favorito… Zayn. Durante un segundo me permito fantasear con que todo irá bien, y eso apacigua mi alma inquieta.

Unos minutos después, Higgins aparca junto a la acera, aunque todavía no hemos salido de la ciudad.

—Ven —Zayn me aparta de su regazo—, hemos llegado.

¿Qué?

—Al helipuerto… en lo alto de este edificio.

Zayn mira hacia la alta torre a modo de explicación.

Claro. El Charlie Tango. Higgins abre la puerta y salgo. Me dedica una sonrisa afectuosa y paternal que hace que me sienta seguro. Yo le sonrío a mi vez.

—Debería devolverte el pañuelo.

—Quédeselo, señor Payne, con mis mejores deseos.

Me ruborizo mientras Zayn rodea el coche y me coge de la mano. Intrigado, mira a Higgins, que le devuelve una mirada impasible que no trasluce nada.

—¿A las nueve? —le dice Zayn.

—Sí, señor.

Zayn asiente, se da la vuelta y me conduce a través de la puerta doble al majestuoso vestíbulo. Yo me deleito con el tacto de su mano ancha y sus dedos largos y hábiles, curvados sobre los míos. Noto ese tirón familiar… me siento atraído, como Ícaro hacia el sol. Yo ya me he quemado, y sin embargo aquí estoy otra vez.

Al llegar al ascensor, él pulsa el botón de llamada. Yo le observo a hurtadillas y él exhibe su enigmática media sonrisa. Cuando se abren las puertas, me suelta la mano y me hace pasar.

Las puertas se cierran y me atrevo a mirarle otra vez. Él baja los ojos hacia mí, esos vívidos ojos verdes, y ahí está, esa electricidad en el aire que nos rodea. Palpable. Casi puedo saborear cómo late entre nosotros y nos atrae mutuamente.

—Oh, dios —jadeo, y disfruto un segundo de la intensidad de esta atracción primitiva y visceral.

—Yo también lo noto —dice con ojos intensos y turbios.

Un deseo oscuro y letal inunda mi entrepierna. Él me sujeta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, y todos los músculos de mis entrañas se tensan deliciosa e intensamente.

¿Cómo puede seguir provocándome esto?

—Por favor, no te muerdas el labio, Liam —susurra.

Levanto la mirada hacia él y me suelto el labio. Le deseo. Aquí, ahora, en el ascensor. ¿Cómo iba a ser de otro modo?

—Ya sabes qué efecto tiene eso en mí —murmura.

Oh, todavía ejerzo efecto sobre él. El dios que llevo dentro despierta de sus cinco días de enfurruñamiento.

De golpe se abren las puertas, se rompe el hechizo y estamos en la azotea. Hace viento y, como voy en manga corta, tengo frío. Zayn me rodea con el brazo, me atrae hacia él y vamos a toda prisa hasta el centro del helipuerto, donde está el Charlie Tango con sus hélices girando despacio.

Un hombre alto y rubio, de mandíbula cuadrada y con traje oscuro, baja de un salto, se agacha y corre hacia nosotros. Le estrecha la mano a Zayn y grita por encima del ruido de las hélices.

—Listo para despegar, señor. ¡Todo suyo!

—¿Lo has revisado todo?

—Sí, señor.

—Higgins te espera en la entrada.

—Gracias, señor Malik. Que tenga un vuelo agradable hasta Portland. Señor —me saluda.

Zayn asiente sin soltarme, se agacha y me lleva hasta la puerta del helicóptero.

Una vez dentro me abrocha fuerte el arnés, y tensa las correas. Me dedica una mirada de complicidad y esa sonrisa secreta suya.

—Esto debería impedir que te muevas del sitio —murmura—. Debo decir que me gusta cómo te queda el arnés. No toques nada.

Yo me pongo muy colorado, y él desliza el dedo índice por mi mejilla antes de pasarme los cascos. A mí también me gustaría tocarte, pero no me dejarás. Frunzo el ceño. Además, ha apretado tanto las correas que apenas puedo moverme.

Ocupa su asiento y se ata también, luego empieza a hacer todas las comprobaciones previas al despegue. Es tan competente… Resulta muy seductor. Se pone los cascos, gira un mando y las hélices cogen velocidad, ensordeciéndome.

Se vuelve hacia mí y me mira.

—¿Listo, cariño?

Su voz resuena a través de los cascos.

—Sí.

Esboza esa sonrisa juvenil… que llevo tanto tiempo sin ver.

—Torre de Sea-Tac, aquí Charlie Tango Golf… Golf Echo Hotel, listo para despegar hacia Portland vía PDX. Solicito confirmación, corto.

La voz impersonal del controlador aéreo contesta las instrucciones.

—Roger, torre, Charlie Tango preparado.

Zayn gira dos mandos, sujeta la palanca, y el helicóptero se eleva suave y lentamente hacia el cielo crepuscular.

Seattle y mi estómago quedan allá abajo, y hay tanto que ver…

—Nosotros ya hemos perseguido el amanecer, Liam, ahora el anochecer.

Su voz me llega a través de los cascos. Me giro para mirarle, boquiabierto.

¿Qué significa eso? ¿Cómo es capaz de decir cosas tan románticas? Sonríe, y no puedo evitar corresponderle con timidez.

—Esta vez se ven más cosas aparte de la puesta de sol —dice.

La última vez que volamos a Seattle era de noche, pero la vista de este atardecer es espectacular, de otro mundo, literalmente. Sobrevolamos los edificios más altos, y subimos más y más.

—El Escala está por ahí. —Señala hacia el edificio—. Boeing allá, y ahora verás la Aguja Espacial.

Estiro el cuello.

—Nunca he estado allí.

—Yo te llevaré… podemos ir a comer.

—Zayn, lo hemos dejado.

—Ya lo sé. Pero de todos modos puedo llevarte allí y alimentarte.

Me mira fijamente.

Yo muevo la cabeza, enrojezco, y opto por una actitud algo menos beligerante.

—Esto de aquí arriba es precioso, gracias.

—Es impresionante, ¿verdad?

—Es impresionante que puedas hacer esto.

—¿Un halago de su parte, señor Payne? Es que soy un hombre con muy diversos talentos.

—Soy muy consciente de ello, señor Malik.

Se vuelve y sonríe satisfecho, y por primera vez en cinco días me tranquilizo un poco. A lo mejor esto no estará tan mal.

—¿Qué tal el nuevo trabajo?

—Bien, gracias. Interesante.

—¿Cómo es tu jefe?

—Ah, está bien.

¿Cómo voy a decirle a Zayn que Jack me incomoda? Se gira hacia mí y se me queda mirando.

—¿Qué pasa?

—Aparte de lo obvio, nada.

—¿Lo obvio?

—Ay, Zayn, la verdad es que a veces eres realmente obtuso.

—¿Obtuso? ¿Yo? Tengo la impresión de que no me gusta ese tono, señor Payne.

—Vale, pues entonces olvídalo.

Tuerce los labios a modo de sonrisa.

—He echado de menos esa lengua viperina.

Ahogo un jadeo y quiero chillar: ¡Yo he echado de menos… todo lo tuyo, no solo tu lengua! Pero me quedo callado, y miro a través de la pecera de vidrio que es el parabrisas de Charlie Tango, mientras seguimos hacia el sur. A nuestra derecha se ve el crepúsculo y el sol que se hunde en el horizonte —una naranja enorme, resplandeciente y abrasadora—, y es evidente que yo, Ícaro otra vez, vuelo demasiado cerca.

***

El crepúsculo nos ha seguido desde Seattle, y el cielo está repleto de ópalos, rosas y aguamarinas perfectamente mezclados, como solo sabe hacerlo la madre naturaleza. La tarde es clara y fría, y las luces de Portland centellean y parpadean para darnos la bienvenida cuando Zayn aterriza en el helipuerto. Estamos en lo alto de ese extraño edificio de Portland de ladrillo marrón del que partimos por primera vez hace menos de tres semanas.

La verdad es que hace muy poco. Sin embargo, siento que conozco a Zayn de toda la vida. Él maniobra para detener el Charlie Tango, y finalmente las hélices se paran, y lo único que oigo por los auriculares es mi propia respiración. Mmm. Esto me recuerda por un momento la experiencia Thomas Tallis. Palidezco. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de pensar eso.

Zayn se desata el arnés y se inclina para desabrocharme el mío.

—¿Ha tenido buen viaje, señor Payne? —pregunta con voz amable y un brillo en sus ojos verdes.

—Sí, gracias, señor Malik —contesto, educado.

—Bueno, vayamos a ver las fotos del chico.

Tiende la mano, coge la mía y bajo del Charlie Tango.

Un hombre de pelo canoso con barba se acerca para recibirnos con una enorme sonrisa. Le conozco: es el mismo anciano de la última vez que estuvimos aquí.

—Joe.

Zayn sonríe y me suelta la mano para estrechar la del hombre con afecto.

—Vigílalo para Stephan. Llegará hacia las ocho o las nueve.

—Eso haré, señor Malik. Señor —dice, y me hace un gesto con la cabeza—. El coche espera abajo, señor. Ah, y el ascensor está estropeado, tendrán que bajar por las escaleras.

—Gracias, Joe.

Zayn me coge de la mano, y vamos hacia las escaleras de emergencia.


Permanecemos sentados en silencio mientras nuestro chófer nos conduce a la galería. Mi ansiedad ha vuelto en plena forma, y me doy cuenta de que el rato que hemos pasado en el Charlie Tango ha sido la calma que precede a la tormenta. Zayn está callado y pensativo… inquieto incluso; la atmósfera relajada que había entre ambos ha desaparecido. Hay tantas cosas que quiero decir, pero el trayecto es demasiado corto. Zayn mira meditabundo por la ventanilla.

—Niall es solo un amigo —murmuro.

Zayn se gira y me mira, pero sus ojos oscuros y cautelosos no dejan entrever nada. Su boca… ay, su boca es provocativa y perturbadora. La recuerdo sobre mí… por todas partes. Me arde la piel. Él se revuelve en el asiento y frunce el ceño.

—Tienes unos ojos preciosos, que ahora parecen demasiado grandes para tu cara, Liam. Por favor, dime que comerás.

—Sí, Zayn, comeré —contesto de forma automática y displicente.

—Lo digo enserio.

—¿Ah, sí?

No puedo reprimir el tono desdeñoso. Sinceramente, qué cínico es este chico… este chico que me ha hecho pasar un calvario estos últimos días. No, eso no es verdad, yo mismo me he sometido al calvario. No. Ha sido él. Muevo la cabeza, confuso.

—No quiero pelearme contigo, Liam. Quiero que vuelvas, y te quiero sano —dice en voz baja.

—Pero no ha cambiado nada.

Tú sigues siendo Cincuenta Sombras.

—Hablaremos a la vuelta. Ya hemos llegado.

El coche aparca frente a la galería, y Zayn baja y me deja con la palabra en la boca. Me abre la puerta del coche y salgo.

—¿Por qué haces eso? —digo, en voz más alta de lo que pretendía.

—¿Hacer qué? —replica sorprendido.

—Decir algo como eso y luego callarte.

—Liam, estamos aquí, donde tú quieres estar. Ahora centrémonos en esto y después hablamos. No me apetece demasiado montar un numerito en la calle.

Me ruborizo y miro alrededor. Tiene razón. Es demasiado público. Me mira y aprieto los labios.

—De acuerdo —acepto de mal humor.

Me da la mano y me conduce al interior del edificio.

Estamos en un almacén rehabilitado: paredes de ladrillo, suelos de madera oscura, techos blancos y tuberías del mismo color. Es espacioso y moderno, y hay bastantes personas deambulando por la galería, bebiendo vino y admirando la obra de Niall. Al darme cuenta de que Niall ha cumplido su sueño, mis problemas se desvanecen por un momento. ¡Así se hace, Niall!

—Buenas noches y bienvenidos a la exposición de Niallley Lucas —nos da la bienvenida una mujer joven vestida de negro, con el pelo castaño muy corto, los labios pintados de rojo brillante y unos enormes pendientes de aro.

Me echa un breve vistazo, luego otro a Zayn, después vuelve a mirarme y se ruboriza.

Arqueo una ceja. Es mío… o lo era. Me esfuerzo por no mirarla mal, y cuando sus ojos vuelven a centrarse, pestañea de nuevo.

—Ah, eres tú, Li. Nos encanta que tú también formes parte de todo esto.

Sonríe, me entrega un folleto y me lleva a una mesa con bebidas y un refrigerio. Vale, no se estaba fijando en Zayn. ¡Se estaba fijando en mí!

—¿La conoces?

Zayn frunce el ceño.

Yo digo que no con la cabeza, igualmente desconcertado.

Él encoge los hombros, con aire distraído.

—¿Qué quieres beber?

—Una copa de vino blanco, gracias.

Hace un gesto de contrariedad, pero se muerde la lengua y se dirige al servicio de bar.

—¡Li!

Niall se acerca presuroso a través de un nutrido grupo de gente.

¡Madre mía! Lleva traje. Tiene buen aspecto y me sonríe. Me abre los brazos, me estrecha con fuerza. Y hago cuanto puedo para no echarme a llorar. Mi amigo, mi único amigo ahora que Zayn está fuera. Tengo los ojos llenos de lágrimas.

—Li, me alegro muchísimo de que hayas venido —me susurra al oído, y de pronto se calla, me aparta un poco y me observa.

—¿Qué?

—Oye, ¿estás bien? Pareces… bueno, raro. Dios mío, ¿has perdido peso?

Parpadeo para no llorar. Él también… no.

—Estoy bien, Niall. Y muy contento por ti. Felicidades por la exposición.

Al ver la preocupación reflejada en su cara tan familiar, se me quiebra la voz, pero he de guardar la compostura.

—¿Cómo has venido? —pregunta.

—Me ha traído Zayn —digo con repentino recelo.

—Ah. —A Niall le cambia la cara, se le ensombrece el gesto y me suelta—. ¿Dónde está?

—Por ahí, pidiendo las bebidas.

Cabeceo en dirección a Zayn, y veo que está charlando tranquilamente con alguien en la cola. Cuando dirijo los ojos hacia él, levanta la vista y nos sostenemos la mirada. Y durante ese breve inNiallte me quedo paralizado, contemplando a ese chico increíblemente guapo que me observa con cierta emoción mal disimulada. Su expresión ardiente me abrasa por dentro y por un momento ambos nos perdemos en nuestras miradas.

Dios… Ese maravilloso chico quiere que vuelva con él, y en lo más profundo de mi ser una dulce sensación de felicidad se abre lentamente como una campánula al amanecer.

—¡Li! —Niall me distrae y me siento arrastrado otra vez al aquí y ahora—. Estoy encantado de que hayas venido… Escucha, tengo que avisarte…

De repente, la señorita de cabello muy corto y carmín rojo le interrumpe.

—Niall, la periodista del Portland Printz ha venido a verte. Vamos.

Me dedica una sonrisa cortés.

—¿Has visto cómo mola esto? La fama. —Niall sonríe de oreja a oreja, y es tan feliz que no puedo evitar hacer lo mismo—. Luego te veo, Li.

Me besa la mejilla y veo cómo se acerca con paso resuelto a una mujer que está al lado de un fotógrafo alto y desgarbado.

Hay obras fotográficas de Niall por todas partes, algunas de ellas colocadas sobre unos lienzos enormes. Las hay monocromas y en color. Mucho de los paisajes poseen una belleza etérea. Hay una fotografía del lago de Vancouver tomada a primera hora de la tarde, en la que unas nubes rosadas se reflejan en la quietud del agua. Y durante un segundo, me siento transportado por esa tranquilidad y esa paz. Es algo extraordinario.

Zayn aparece a mi lado, inspiro profundamente y trago saliva, intentando recuperar parte del equilibrio perdido. Me pasa mi copa de vino blanco.

—¿Está a la altura?

Mi voz tiene un tono más normal.

Él me mira desconcertado.

—El vino.

—No. No suele estarlo en este tipo de eventos. El chico tiene baNiallte talento, ¿verdad?

Zayn está contemplando la foto del lago.

—¿Por qué crees que le pedí que te hiciera un retrato? —digo, sin poder evitar un deje de orgullo.

Él, impasible, aparta los ojos de la fotografía y me mira.

—¿Zayn Malik? —El fotógrafo del Portland Printz se acerca a Zayn—. ¿Puedo hacerle una foto, señor?

—Claro.

Zayn esconde el rictus. Yo doy un paso atrás, pero él me sujeta la mano y me pone a su lado. El fotógrafo nos mira a ambos, incapaz de disimular la sorpresa.

—Gracias, señor Malik. —Dispara un par de fotos—. ¿Señor…? —pregunta.

—Payne —contesto.

—Gracias, señor Payne.

Y se marcha a toda prisa.

—Busqué en Internet fotos tuyas con alguna pareja. No hay ninguna. Por eso Zayn creía que eras gay.

Los labios de Zayn esbozaron una sonrisa.

—Eso explica tu inapropiada pregunta. No. Yo no salgo con nadie, Liam… solo contigo. Pero eso ya lo sabes —dice con ojos vehementes, sinceros.

—¿Así que nunca sales por ahí con tus… —miro alrededor inquieto para comprobar que nadie puede oírnos—… sumisos?

—A veces. Pero eso no son citas. De compras, ya sabes.

Encoge los hombros sin dejar de mirarme a los ojos.

Ah, o sea que solo en el cuarto de juegos… su cuarto rojo del dolor y su apartamento. No sé qué sentir ante eso.

—Solo contigo, Liam —susurra.

Yo enrojezco y me miro los dedos. A su manera, le importo.

—Este amigo tuyo parece más un fotógrafo de paisajes que de retratos. Vamos a ver.

Me tiende la mano y yo la acepto.

Damos una vuelta, vemos varias obras más, y me fijo en una pareja que me saluda con un gesto de la cabeza y una sonrisa enorme, como si me conocieran. Debe de ser porque estoy con Zayn, pero la chica me mira con total descaro. Es extraño. 

Damos la vuelta a la esquina y entonces veo por qué la gente me ha estado mirando de esa forma tan rara. En la pared del fondo hay colgados siete enormes retratos… míos.

Empalidezco de golpe y me los quedo mirando atónito, estupefacto. Yo: haciendo pucheros, riendo, frunciendo el ceño, gritando, risueño. Son todos primeros planos enormes, todos en blanco y negro.

¡Vaya! Recuerdo a Niall trajinando por ahí con la cámara cuando vino a verme un par de veces, y cuando había ido con él para hacer de chófer y de ayudante.

Petrificado, Zayn mira fijamente todas las fotografías, una por una.

—Por lo visto no soy el único —musita en tono enigmático, con los labios apretados.

Creo que está enfadado.

—Perdona —dice, y su centelleante mirada verde me deja paralizado momentáneamente.

Se da la vuelta y se dirige al mostrador de recepción.

¿Qué le pasa ahora? Anonadado, le veo charlar animadamente con la señorita de cabello muy corto y carmín rojo. Saca la cartera y entrega una tarjeta de crédito.

Dios mío. Debe de haber comprado una de las fotografías.

—Hola, tú eres la fuente de inspiración. Son unas fotos fantásticas.

Es un chico con una melena rubia y brillante, que me sobresalta. Noto una mano en el codo: es Zayn, ha vuelto.

—Eres un tipo con suerte.

El melenas rubio sonríe a Zayn, que le mira con frialdad.

—Pues si —masculla de mal humor, y me lleva a parte.

—¿Acabas de comprar una de estas?

—¿Una de estas? —replica, sin dejar de mirarlas.

—¿Has comprado más de una?

Pone los ojos en blanco.

—Las he comprado todas, Liam. No quiero que un desconocido se te coma con los ojos en la intimidad de su casa.

Mi primera reacción es reírme.

—¿Prefieres ser tú? —inquiero.

Se me queda mirando. Mi audacia le ha cogido desprevenido, creo, pero intenta disimular que le hace gracia.

—Francamente, sí.

—Pervertido —le digo, y me muerdo el labio inferior para no sonreír.

Se queda con la boca abierta; ahora es obvio que esto le divierte. Se rasca la barbilla, pensativo.

—Eso no puedo negarlo, Liam.

Mueve la cabeza con una mirada más dulce, risueña.

—Me gustaría hablarlo contigo luego, pero he firmado un acuerdo de confidencialidad.

Suspira, y su expresión se ensombrece al mirarme.

—Lo que me gustaría hacerle a esa lengua tan viperina.

Jadeo, sé muy bien a qué se refiere.

—Eres muy grosero.

Intento parecer escandalizado y lo consigo. ¿Es que no conoce límites?

Me sonríe con ironía, y después tuerce el gesto.

—Se te ve muy relajado en esas fotos, Liam. Yo no suelo verte así.

¿Qué? ¡Vaya! Cambio de tema —sin la menor lógica— de las bromas a la seriedad.

Me ruborizo y bajo la mirada. Me echa la cabeza hacia atrás, e inspiro profundamente al sentir el tacto de sus dedos.

—Yo quiero que te relajes conmigo —susurra.

Ha desaparecido cualquier rastro de broma.

Vuelvo a sentir un aleteo de felicidad interior. Pero ¿cómo puede ser esto? Creo que tenemos problemas.

—Si quieres eso, tienes que dejar de intimidarme —replico.

—Tú tienes que aprender a expresarte y a decirme cómo te sientes —replica a su vez con los ojos centelleantes.

Suspiro.

—Zayn, tú me querías sumiso. Ahí está el problema. En la definición de sumiso… me lo dijiste una vez en un correo electrónico. —Hago una pausa para tratar de recordar las palabras—. Me parece que los sinónimos eran, y cito: «obediente, complaciente, humilde, pasivo, resignado, paciente, dócil, contenido». No debía mirarte. Ni hablarte a menos que me dieras permiso. ¿Qué esperabas? —digo entre dientes.

Continúo, y él frunce más el ceño.

—Estar contigo es muy desconcertante. No quieres que te desafíe, pero después te gusta mi «lengua viperina». Exiges obediencia, menos cuando no la quieres, para así poder castigarme. Cuando estoy contigo nunca sé a qué atenerme, sencillamente.

Entorna los ojos.

—Bien expresado, señor Payne, como siempre. —Su voz es gélida—. Venga, vamos a comer.

—Solo hace media hora que hemos llegado.

—Ya has visto las fotos, ya has hablado con el chico.

—Se llama Niall.

—Has hablado con Niall… ese chico que la última vez que le vi intentaba meterte la lengua en la boca a la fuerza cuando estabas borracho y mareado —gruñe.

—Él nunca me ha pegado —le replico.

Zayn me mira enfadado, la ira saliéndole por todos los poros.

—Esto es un golpe bajo, Liam —me susurra, amenazante.

Me pongo pálido, y Zayn, crispado de rabia apenas contenida, se pasa las manos por el pelo. Le sostengo la mirada.

—Te llevo a comer algo. Parece que estés a punto de desmayarte. Busca a ese chico y despídete.

—¿Podemos quedarnos un rato más, por favor?

—No. Ve… ahora… a despedirte.

Me hierve la sangre y le miro fijamente. Señor Maldito Obseso del Control. La ira es buena. La ira es mejor que los lloriqueos.

Desvío la mirada despacio y recorro la sala en busca de Niall. Está hablando con un grupo de chicas. Camino hacia él y me alejo de Cincuenta. ¿Solo porque me ha acompañado hasta aquí tengo que hacer los que me diga? ¿Quién demonios se cree que es?

Las jóvenes están embebidas en la conversación de Niall, en todas y cada una de las palabras. Una de ella reprime un gritito cuando me acerco, sin duda me reconoce de los retratos.

—Niall.

—Li. Perdonadme, chicas.

Niall les sonríe y me pasa un brazo sobre los hombros. En cierto sentido tiene gracia: Niall, siempre tan tranquilo y discreto, impresionando a las damas, pero sin que le interesen.

—Pareces enfadado —dice.

—Tengo que irme —musito ofuscado.

—Acabas de llegar.

—Ya lo sé, pero Zayn tiene que volver. Las fotos son fantásticas, Niall… eres muy bueno.

Él sonríe de oreja a oreja.

—Me ha encantado verte.

Me da un abrazo enorme, me levanta un poco del suelo, de manera que veo a Zayn al fondo de la galería. Pone mala cara, y me doy cuenta de que es porque estoy en los brazos de Niall. Así que, con un movimiento perfectamente calculado, le echo los brazos alrededor del cuello. Me parece que Zayn está a punto de tener un ataque. Se le oscurecen los ojos hasta un punto bastante siniestro, y se acerca muy despacio hasta nosotros.

—Gracias por avisarme de lo de mis retratos —mascullo.

—Hostia. Lo siento, Li. Debería habértelo dicho. ¿Te gusta Niall?

Su pregunta me deja momentáneamente desconcertado.

—Mmm… no lo sé —contesto con franqueza.

—Bueno, están todos vendidos, así que a alguien le gusta Niall. ¿A que es fantástico? Eres un chico de póster.

Y me abraza más fuerte. Cuando Zayn llega me fulmina con la mirada, aunque por suerte Niall no le ve.

Niall me suelta.

—No seas tan caro de ver, Li. Ah, señor Malik, buenas noches.

—Señor Horan, realmente impresionante. Lo siento pero no podemos quedarnos, hemos de volver a Seattle —dice Zayn con educada frialdad, enfatizando sutilmente el plural mientras me coge de la mano—. ¿Liam?

—Adiós, Niall. Felicidades otra vez.

Le doy un beso fugaz en la mejilla y, sin que apenas me dé cuenta, Zayn me saca a rastras del edificio. Sé que arde de rabia en silencio, pero yo también.

Echa un vistazo arriba y debajo de la calle; luego, de pronto, se dirige hacia la izquierda y me lleva hasta un callejón silencioso, y me empuja bruscamente contra la pared. Me sujeta la cara entre las manos, obligándome a alzar la vista hacia sus ojos fervientes y decididos.

Yo jadeo y su boca se abate sobre la mía. Me besa con violencia. Nuestros dientes chocan un segundo y luego me mete la lengua entre los labios.

El deseo estalla en todo mi cuerpo como en el Cuatro de Julio, y respondo a sus besos con idéntico ardor, entrelazo las manos en su pelo y tiro de él con fuerza. Él gruñe, y ese sonido sordo y sexy del fondo de su garganta reverbera en mi interior, y Zayn desliza la mano por mi cuerpo, hasta la parte de arriba del muslo, y sus dedos llegan a mi miembro erecto.

Yo vierto toda la angustia y el desengaño de los últimos días en nuestro beso, le ato a mí… y en ese momento de pasión ciega, me doy cuenta de que él hace lo mismo, de que siente lo mismo.

Zayn interrumpe el beso, jadeante. Sus ojos hierven de deseo, encendiendo la sangre ya ardiente que palpita por todo mi cuerpo. Tengo la boca entreabierta e intento recuperar un aire precioso, hacer que vuelva a mis pulmones.

—Tú… eres… mío —gruñe, enfatizando cada palabra. Me aparta de un empujón y se dobla con las manos apoyadas en las rodillas, como si hubiera corrido una maratón—. Por Dios santo, Liam.

Yo me apoyo en la pared jadeando e intento controlar la desatada reacción de mi cuerpo, trato de recuperar el equilibrio.

—Lo siento —balbuceo en cuanto recobro el aliento.

—Más te vale. Sé lo que estabas haciendo. ¿Deseas al fotógrafo, Liam? Es evidente que él siente algo por ti.

Muevo la cabeza con aire culpable.

—No. Solo es un amigo.

—Durante toda mi vida adulta he intentado evitar cualquier tipo de emoción intensa. Y sin embargo tú… tú me provocas sentimientos que me son totalmente ajenos. Es muy… —arruga la frente, buscando la palabras—… perturbador. A mí me gusta el control, Li, y contigo eso… —se incorpora, me mira intensamente—… simplemente se evapora.

Hace un gesto vago con la mano, luego se la pasa por el pelo y respira profundamente. Me coge la mano.

—Vamos, tenemos que hablar, y tú tienes que comer.
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Mensaje por AndyKP Sáb 15 Feb 2014, 1:41 pm

Síguela!!! Dioooos!
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Mensaje por Directioner122 Sáb 15 Feb 2014, 3:39 pm

siguelaa porfavoor!!
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Mensaje por Invitado Sáb 15 Feb 2014, 3:56 pm

pff! no lo ve en 5 dias y el flaco de lo primero que le pregunta es de cuando fue la ultima vez que comio?! ay! por dios que buena historia! ESTABA ESPERANDO QUE LA SIGUIERAS!!!! y la seguiste. Que lindo que fue cuando se reencontraron! y cuando compro las fotos jajajajajaja espero que la continues pronto
kisses
cami
Pd: en algunas partes ejaste ojos verdes (es una critica constructiva no me estoy quejando ni nada, perdon si te molesta) 
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Mensaje por LittleRabbit69 Sáb 15 Feb 2014, 7:59 pm

eh llegado
Siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Quiero leer mas u.u
Me encanta
Yo tengo los 3 libros pero no los leo porque lo quiero leer en ziam
Siguela pronto
Bye besos
LittleRabbit69
LittleRabbit69


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