don't open dead inside {novela colectiva}

Estar preocupada era una inminencia, Lexie estaba que le salía humo de la cabeza de tanto pensar. Con su padre en coma y una fiebre amarilla extendiéndose por los Estados Unidos, no estaba en la onda de festejar Halloween con todos sus amigas de la universidad, y menos para cuidarlas cuando ellos ingirieran cada bebida alcohólica del lugar y se pusieran como una cuba. El vómito era su futuro más cercano.
Lex suspiró, como le cargaba que la obligaran a ir con ellos para luego colgarse de tipos universitarios o exóticos extranjeros. Probablemente tendría que volver a casa a pie, algo que no la emocionaba demasiado.
Lily Harris había tenido la maravillosa idea de festejar Halloween en Tijuana, por lo que habían tardado aproximadamente un día completo a viajar desde Atlanta hasta las fronteras de México. Esa era una de las razones por las que no podía irse, a menos que quisiera ser asaltada en el medio de la madrugada por andar sola por las desiertas calles, la mejor opción era quedarse allí.
La música electrónica que emitían los parlantes de la discoteca hacía vibrar el suelo de los alrededores y, a pesar de que ella estaba sentada en la vereda, el ruido le estaba produciendo dolores de cabeza.
Para ella todo era ridículo, obviamente en México se tomaba muy enserio el Día de los Muertos, pero aquí la mayoría parecía rendirles tributo ingiriendo todo lo que estaba en sus manos y Lex no creía que era así como se festejaba. De todas maneras, era demasiado gringa para entender, así que ¿qué le importaba?
─ ¡LA FIESTA ESTÁ DE LUJO! ─exclamó una chica rubia vestida con un mini-vestido negro, obviamente estadounidense, mientras que caía sobre la acera y expulsaba litros y litros de vómito color violeta.
Lex frunció el puente de la nariz y se incorporó de un salto, la rubia yacía a un metro de ella y si no se alejaba lo suficiente, probablemente le vomitaría encima. Caminó rápidamente hacia el interior del establecimiento y no pudo evitar pisar escasamente el vómito. No le daba asco, había vivido por dos años con su madre y la pareja de esta, y los dos solían pasarse de copas bastante seguido. Expulsaban en cualquier lado y ella debía de limpiarlo a menos que quisiera que se ahogaran en sus propios fluidos.
Por suerte, no había ningún gorila en la entrada ─probablemente porque eran un lugar de mala muerte y no podía costearse siquiera un guardia de seguridad─, y se ahorró la vergüenza de haber perdido la entrada en alguna parte.
Todo el mundo bailaba desaforadamente, se meneaban ante la música electrónica y brincaban al ritmo. Algunas parejas se mecían insinuadoramente los unos contra los otros.
¿Cuál es la necesidad de frotarse en el medio de la pista?
La gran mayoría de las personas vestían ropas extrañas y llevaban sus rostros salpicados con intrincadas curvas de pintura fluorescente. La iluminación ultravioletas hacían brillar todos los objetos o miembros blancos que flotaban sobre la pista y titilantes luces la estaban comenzando a marear.
Lex se acercó a la barra y, cuando el cantinero se le acercó le pidió un Coca-Cola enlatada. La verdad que no era un gran fanática del alcohol y prefería las bebidas enlatas porque quién sabría si los tipos le tiraban algo dentro.
Aplicó un poco de fuerza sobre la boquilla y, al abrirse, le dio un trago rápido. La efervescencia le hizo cosquillas en la nariz y luego desapareció.
Desde su taburete podía ver a sus compañeras; Lily, Britanny y Liana bailaban muy pegaditas sobre un gran parlante negro, recibiendo ovaciones de los lascivos tipos a su alrededor. Diane y Brenda tenían una competencia de chupitos en una esquina y no tenía ni la menor idea de donde estaba se encontraban Hilary y Stefany.
Tampoco le importaba.
Lex Grimes se quedó admirando al gentío por un largo tiempo, observando atentamente como danzaban un grupo de doce personas vestidas de muertos sobre un pequeño escenario improvisado. Las conductas de las personas a su alrededor le llamaban la atención demasiado, todo lucían una gran variedad de facetas falsas, no eran más que máscaras. Se debía de poseer un gran coeficiente intelectual para descifrar las personalidades ocultas de los demás y ella lo poseía.

Los gritos comenzaron a eso de las tres de la madrugada en el piso superior del lugar, empezaron siendo aullidos suaves ─la primera planta era usada normalmente para… cositas de parejas, por lo que nadie interfirió. Y luego se volvieron arrullos de dolor y gritos desaforados.
Entonces, un par de chicas en ropa interior bajaron por las escaleras de caracol cubiertas de sangre y llorando. Así se desató el pánico. Nadie se detuvo a ayudar o siquiera preguntarles  a las muchachas que era lo que había pasado, se limitaron a correr hacia la puerta y llevarse por delante a todos. Algunos borrachos cayeron al suelo y por consiguiente fueron pisados por la estampida de histéricos que trataban de llegar hacia la puerta.
Lex se levantó lentamente por el estado de shock, las chicas cubiertas de sangre se habían arrinconado en una de las esquinas de la pista, muy cerca de la barra y lloraban desconsoladamente. La castaña se sintió curiosa ante lo que pasaba, solía poner sus instintos antes que los hechos, por lo que se acercó a las histéricas y les preguntó—: ¿Qué hay allí arriba?
Una de ellas levantó su rostro, que anteriormente estaba ocultado entre sus manos temblorosas, y la miró con los ojos llorosos. A pesar de la sangre, Lex se sorprendió que se tratara de Stefany. Llevaba el pelo algo desordenado ─probablemente por lo que iba a hacer antes de lo que sea que había pasado arriba─ y sus ojos parecían a punto de salírsele de las cuencas.
— Él… él, le desgarró la garganta a José. Nosotros estábamos… nosotros… —y se largó a llorar.
Lex se levantó de golpe ¿acaso en México había caníbales? La mera idea de alguien comiéndose el cuello de un chico le revolvió el estómago, pero no la detuvo. Tomó una botella de whisky que se encontraba en un estante y la rompió contra la barra de tragos. La parte inferior explotó expulsando pedacitos de vidrio y un par de chorros del líquido amarillento. Su madre la había inscrito en varias clases de artes marciales y defensa personal, ella podía hacer algo.

Lex se había decidido a que no podía largarse del lugar sin saber exactamente qué pasó y pensaba que por el estado de shock que lucían Stefany y su compañera no sabría lo ocurrido en un largo tiempo, quizás nunca.
Era consiente que había una gran posibilidad que él/los caníbales se encontraran ahí dentro, y ella iba a tener que matarlos si trataban, bueno… de comerla. La idea de matar a alguien la asqueaba, pero si era por defensa propia no tenía mucho que decir.
Subió las escaleras caracol blandiendo valientemente su botella rota, la puerta se encontraba entreabierta y no lo único que se veía era oscuridad. Posó su palma sobre la descuidada madera roja con una calma fingida y empujó con lentitud, para su mala suerte, la puerta chilló al empujarla.
Eso obviamente llamaría la atención.
Se quedó mucho tiempo en el primer escalón, tratando de calmar su corazón acelerado y haciendo un gran esfuerzo en escuchar cualquier sonido. Y por fin lo hizo.
Unos pasos pesados provocaron estruendos sobre el suelo de mármol y alguien exclamó un afrgh, se sentía como si lo que fuera, no era humano.
Pero los caníbales eran humanos.
La cara de Lex se iluminó al recordar que el llavero del coche de Brittany tenía una llavecita miniatura e iluminaba enormemente. Y ella tenía las llaves, lo difícil sería sacarlas de su bolsillo trasero sin llamar la atención.
Lex dirigió su mano a su pantalón con suma rapidez, el contacto frío de las llaves la recibió y ella las tomó con el puño cerrado, tratando de que estén lo más apretadas las unas contras las otras. Cuando por fin las sacó, arrancó salvajemente la linternita ─las manos temblorosas no le servían para desengancharlas─ y la prendió, iluminando la oscuridad del cuarto al que iba a adentrarse.
Casi pegó un grito cuando vio a la persona parada frente a ella, que la miraba con unos inexpresivos ojos hundidos. La luz blanca de la linterna le daba a su piel grisácea un tono incluso más muerto.  
Pero no la estaba atacando y eso la sorprendió. Solo la miraba con los revoltosos e poco vivos ojos ámbar. Parecía algo perdido y su camiseta blanca estaba cubierta de sangre. Una etiqueta del local decía el nombre José.
Lex tragó en seco, no se había percatado de la piel desgarrada ubicada en el cuello de José, era el José del que había hablado Stefany, tenía que ser.
— Ay, dios, te estás desangrando, ¿qué está pasando ahí adentro? ¿El caníbal ya se fue? —lo interrogó atropelladamente, la verdad que le sorprendía que él pudiera incluso mantenerse de pie por la gran cantidad de sangre que seguramente había perdido. Había algo en su mirada, como si luchara internamente contra sus instintos, ese algo la espantó.
Pero lo seguido lo hizo incluso más.
José se abalanzó sobre ella, gruñendo y lanzando mordidas hacia su rostro. La fuerza con la que el chico la había embestido los arrojó a los dos hacia atrás, provocando que rebotaran por  las escaleras dolorosamente. Por suerte, la mayoría de los golpes los recibió José y, cuando al fin cayeron sobre el suelo de la pista, Lex quedó encima de él.
Ella se sentó sobre el torso del chico y le pisó los brazos para mantenerlos quietitos, las piernas no le preocupaban, él parecía reacio a usarlas para algo más que caminar. Lo tomó del cuello con la mano en la que antes había sostenido la linterna y le apuntó con la botella.
— ¿Eres un caníbal? —Lex sabía que era un locura preguntar, era muy probable que lo fuera. Pero la chispa de humanidad que había visto anteriormente en los ojos de José la había esperanzado un poco.
Él no respondió, se limitó a tratar de mover los brazos fuera de su alcance y lanzar mordidas al aire.
— ¡RESPONDE!
José se movió con una fuerza desesperada y la tumbó sobre el suelo sucio, el golpe le cortó la respiración, pero trató de recuperarse lo más rápidamente antes de que él se le lanzara encima. Pero no tuvo tiempo, el cuerpo de José se clavó encima de ella, tratando de morderá con una urgencia enfermiza. Lex comenzó a respirar con dificultad, el peso del chico era asfixiante y no tenía la suficiente fuerza como para soportarlo sumado con sus golpes. Lo único que le quedaba era matarlo.
Soltó el cuello de chico y tomó la botella rota del suelo, se había caído cuando él la tumbó. Con la adrenalina al cien por ciento, se la clavó en el lado posterior de la cabeza, las náuseas que había comenzado a sentir se le incrementaron cuando el vidrio atravesó la carne y hueso de José como si se tratara de un muerto en el máximo estado de putrefacción. Pero no podía soltar la botella, siguió haciendo fuerza hasta que pudo ver como los bordes irregulares del cristal comenzaban a salirle de la frente pálida.
La herida comenzaba  a soltar sangre espesa y negra y paró a volcarse sobre el rostro de la chica, haciéndola vomitar a un costado.
Todavía tenía el cuerpo de José sobre el de ella cuando una gran cantidad de personas comenzaron a bajar a pasos torpes por la escalera. Todos lucían el mismo aspecto que José; ojos hundidos y casi incoloros, piel grisácea en estado de putrefacción. Pero ninguno tenía ese brillo transitorio de humanidad. Lo único que podía leer de sus rostros era la necesidad de matar.
Lex contuvo la respiración, lista para morir. Debería de haber salido cuando todos lo hicieron, ahora moriría. Ellos la verían y se la comerían viva. La matarían de la peor manera posible.
Pero no fue así, la horda de caníbales la pasó de largo, saliendo por la puerta de la discoteca para sembrar más caos.

me rlz:

France tenía nueve años cuando, por primera vez, oyó la palabra harami.
Había sido en la casa de Tariq. La madre de su mejor amigo, un chico medio hindú y medio británico, grito aquella extraña palabra que ni ella, ni Tariq conseguían entender.

— ¡Por favor, que alguien me libre! —habría gritado, y France intentaba recordar aquel momento con locura y desesperación. Tariq -no lo recordaba muy bien- accidentalmente logró que el jarrón favorito de su madre, reliquia de la familia del chico y que era tan antiguo que no se podía ver ni mucho menos tocar—. ¡Maldita sea! ¡Tariq! ¡Eres un harami, un tonto y estúpido harami!

Ellos habían estado jugando a ser mayores, Tariq era un piloto de avión y France una pasajera. Con el golpe del brazo de el pequeño piloto, la reliquia cayo al suelo, haciendo un estruendo terrible y que las lagrimas de Tariq no tardaran en salir.

Y, a France, con el simple recordar se le partía el corazón.

Estaba sentada frente a él, el niño con grandes ojos azules que le contaban la historia completa con dolor y una mirada total y completamente perdida.

— Demonios, Tariq. Nunca pensé que todo... todo fuera así —France Noelle era la peor persona para dar consejos o consolar a cualquiera. La chica era un desastre con el sentimentalismo.
— Las cosas son así en mi país. Soy un maldito harami. No puedo revertir eso. Fui, soy y seré la vergüenza para toda mi familia.
— No. ¡No digas eso! —France exclamó demasiado fuerte, y la gente del pequeño café en donde se habían instalado le miraba extrañados. Ella devolvió la mirada a todos, con el ceño fruncido y una cara que asustaría al mismo diablo—. Nunca serás una vergüenza para ellos. Estas estudiando ingeniera y serás todo un profesional algún día, te lo puedo asegurar.
— No, no, joder, Wonder, ¿no lo puedes entender? Soy un hijo que no ha nacido de un matrimonio, aquello hace que, mi familia me vea como un fenómeno. Ha-ra-mi —separo en sílabas para darle énfasis, luego, lo dijo en inglés para que entendiera totalmente—. Bas-tar-do. Hijo que no proviene de una pareja casada.
— Lo lamento mucho, es en serio.

Tariq estaba perdiendo el control, tomo su taza de café y dio unos sorbos. ¡El café era malísimo! Hizo una mueca de desagrado y tomó una pequeña bolsita de azúcar. En ningún momento France despegó la mirada de sus labios. Los observaba detenidamente, sobretodo sus movimientos.

— ¿Qué? —preguntó con fuerza—. ¿Qué tengo ahora, eh? ¿Es que ahora ni siquiera puedo tomar mi café sin que te de asco? Que locura, Wonder.

France lo miró, apretó sus puños y se levanto de súbito. Tomo la chaqueta que tenía colgada en su mesa y se la puso rápidamente. Tariq le seguía observando hasta que la chica comenzó a salir del local furiosa.

— ¡Oh, demonios! —mascullo frustrado. Se levanto y una mesera se le acercó, él simplemente se limito a dejar una cantidad de dinero razonable. Cuando comenzó a salir la mujer gritó: — ¡Se le queda el cambio!
— ¡Quédeselo! —grito de vuelta, caminando lo más rápido posible para alcanzar a su amiga, la cual siempre caminaba demasiado rápido.

France odiaba la actitud explosiva de Tariq. ¡Genial! Y ahora se suponía que no podía ni mirarle. Cuando, de su enojo comenzó a desconocer las calles por las que iba. Miró por todos los lados y vio una sombra que caminaba. Las calles no tenían ningún tipo de señal que le diera la solución de donde estaba. Y, de algún modo ingenuo, pensó que podía pedirle indicaciones.

Aunque, sin indicación alguna en las calles, ¿qué podría decirle?

Se acerco corriendo hacía la sombra que luego fue una forma humana. Se acerco y miró su rostro. Unos ojos hundidos y de aspecto terrorífico, con sangre en su cuerpo y rostro. Aquel ser ya no tenía la forma humana a la cual estaba acostumbrada. El ser le observó un segundo para luego intentar abalanzarse a ella peligrosamente murmurando palabras incomprensibles en un idioma que no lograba detectar. Nuestro extraño ser intento aprisionarla entre sus sucios brazos, intentando morderle y France intento derribarlo a base de patadas desesperadas. Dio media vuelta y, por gran suerte, no logró ser mordida. El cuerpo cayo inmóvil al suelo. La sangre, mezclada con los extraños líquidos que salían del cuerpo hicieron que -inexplicablemente- vomitara. De niña siempre veía esa clase de cosas y aquello jamás logro perturbarla.

Pero la desesperación habría sido aún mayor y su estómago se revolcaba dentro de ella.

— ¿Qué fue eso? —Wonder gritó, nadie escucho y se produjo un eco que le producía escalofríos. Miró el cuerpo tendido en el suelo, cubierto de sangre y lo que fuera que tuviera dentro y volvió a vomitar—. ¡Dios mío!

Cuando acabo, se limpió la boca con su chaqueta y, con la cabeza dando vueltas, regresó de donde venía. ¿El ser estaba vivo? Por supuesto que no, aquello no podía estar vivo. Aunque tenía demasiadas dudas en ello. ¡No creía que algo estuviera vivo intentara comerla viva! ¡Era una locura! ¿Qué clase de enfermedad tenía? Necesitaba respuestas. Rápidas.

Comenzó a reconocer las calles por las que había pasado hace un tiempo ya. La rabia que había sentido se había evaporado, dejando que Inseguridad y Miedo caminaran con ella. Inseguridad y Miedo le miraban con ojos negros, que apenas se lograban notar en medio de la noche oscura. Metáforas en la cabeza de France Noelle. De traje negro y corbata, Inseguridad tenía puestos sus zapatos más finos y Miedo utilizaba su corbata favorita. Fue cuando France ya estaba cerca de café, y logró ver otra sombra. Miedo e Inseguridad sonrieron maléficamente y asintieron.

— No, no, no. ¡Fuera! —susurró enojada. Chasqueo los dedos, Miedo se evaporo e Inseguridad corrió. France ideo un plan. No era el plan maravilloso, pero estaba tan descolocada que aquello no importaba en ese momento. Quizás podía correr por su lado e intentar que no se acercara. Lo que importaba era llegar rápidamente a su casa, alejada de todo ello. Se preparó y cuando estaba a punto de arrancar escucho la voz que le llamaba por su nombre. France dio un suspiro de tranquilidad y corrió hacía la sombra gritando—. ¡Tariq! ¡Tariq, oh, Tariq!

La sombra comenzó a correr hacía ella dando tropezones y con los brazos abiertos para recibirle. Tariq la abrazó pidiendo disculpas repetidamente. Dando gracias por su apoyo y murmurando una y otra vez que era un idiota.

— Lo sé, Tariq. Eres un idiota —murmuro intentando calmar su respiración. Tariq le miró sonriente hasta que vió su chaqueta, la cual tenía un extraño líquido sobre ella y un montón de sangre. Lanzo una maldición y dio una exclamación de susto.
— ¿Qué es eso? ¡France! ¡Dime! ¿Fuiste atacada? —pregunto, al borde de un ataque.
— ¡No! Por los mil demonios, Tariq. Vamos a casa de una vez por todas, te contaré lo que ocurrió. Me costará explicarme. Ni siquiera puedo entenderlo yo misma.

Hai: