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EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
El Marqués es práctico. Si de proposiciones matrimoniales se trata, la petición de mano de Nicholas Draysmith es tan romántica como los páramos en diciembre. Puede que ______ Peterson sea tan sólo la hija de un párroco y él el flamante Marqués de Knightsdale, y puede que él realmente prefiera casarse con ella sólo para no tener que soportar el mercado matrimonial. Pero cuando Nick da a entender cuánto disfrutaría de procurarse un heredero, pues… lo que una dama puede soportar tiene un límite…
Pero la dama es apasionada. Hay algo en el espectáculo de una mujer lanzando cerámica a la cabeza de un hombre que despierta el interés del Marqués. Tal vez a la proposición le faltó gracia, piensa Nick. Pero sí que parece una solución perfecta. Él obtiene una esposa, sus jóvenes protegidas la madre que tanta falta les hace y ______ gana seguridad y una posición. ¿Lo ves? Simple, práctico, sensato… ¡ay no, el perro de cerámica no…!
Deberá confesar la verdad para apaciguarla. Y la verdad es que está locamente enamorado…
Cap!! 1
«¿Por qué diablos tuvo que morir Kevin?»
La lluvia resbalaba por el cuello del Mayor Nicholas Draysmith, quien, de pie en el ancho camino de grava que conducía a la casa, miraba fijamente la inmensa fachada de arenisca que se alzaba ante él. No quería entrar.
Se había demorado cuanto le había sido posible en Londres, en reuniones con el abogado, con los banqueros de Kevin, ocupándose de todos los detalles de la sucesión… y odiando cada maldito minuto. Cada «sí, milord» arrancaba otro pedazo de su vida.
Gracias a un anónimo ladrón italiano, ahora el marqués de Knightsdale era él.
Una ráfaga le empapó el capote, enviando más lluvia a deslizarse como una cascada desde su cuello. No podía quedarse eternamente de pie allí fuera como un idio-ta. Pronto llegaría la tía Bea, con sus carruajes, sus sirvientes y su gata sobrealimentada, y empezarían los preparativos para la fiesta*.
«Dios.» Al día siguiente una horda de jóvenes aristócratas vírgenes, acompañadas de sus madres invadiría Knightsdale. Un profundo temor se apoderó de él y el sudor le humedeció las palmas de las manos, exactamente como antes de cada una de las batallas en las que había luchado en la Península. Quería dar media vuelta y echar a correr.
Dio un paso al frente y golpeó la puerta.
______ bajó, junto a Nick, las escaleras hacia el despacho. Experimentaba emociones desordenadas. Se había enojado y asustado al verlo irrumpir de esa manera, pero al comprender quién era… bueno, no sabía qué había sentido.
Aún debería estar enojada. Lo había estado los cuatro últimos meses, durante los cuales él no había hecho ni un simple viaje desde Londres para visitar a sus sobrinas. No es que las niñas lo hubiesen extrañado; por desgracia estaban acostumbradas al abandono. Pero mientras descendía esa larga escalinata ______ admitió para sí que ella se había sentido desilusionada.
Oh, les había hecho una breve visita, apenas unas pocas horas, cuando los restos del marqués y la marquesa habían sido depositados en la cripta familiar. Pero antes de que se apagaran los ecos de la última plegaria, había regresado a Londres a toda prisa. Y desde entonces, ni una visita más. ¿Por qué? ¿Qué le había sucedido a este hombre? ¿Acaso la guerra era la culpable de un cambio tan drástico? Indudablemente, el muchacho que ella había conocido no habría ignorado así a sus sobrinas.
Recordaba el día en que lo había conocido. ¿Recordarlo? ¡Jesús! Atesoraba ese recuerdo, que evocaba cada vez que se sentía sola, triste o desanimada.
En aquel entonces tenía seis años. Su padre acababa de tomar posesión como párroco de la iglesia de Knightsdale y ella extrañaba su antigua casa, sus viejos compañeros de juego, todo aquello que le era familiar. La soledad le dolía en el cuerpo. En el bosque cercano a la iglesia había hallado un buen tronco junto al arroyo y se había arrellanado allí para llorar hasta cansarse. Pero las lágrimas sólo habían empeorado su dolor de estómago.
Y entonces, Nick había entrado silbando en el mundo de esa niñita. Lo había oído antes de verlo. De no haber estado rendida de tanto llorar, habría intentado esconderse. Pero el chico ya se había detenido frente a ella con las manos en la cintura.
Era sólo cuatro años mayor que ella, muy flaco y con rizos castaños. Pero bajo la luz del sol que inundaba el bosque a través del follaje, le había parecido una especie de dios. Con un sonido de asco había sacado del bolsillo un mugriento pañuelo.
«Ánimo», le había dicho, al tiempo que le restregaba la cara. «Deja ya de lloriquear. No querrás que todos piensen que eres un bebé, ¿verdad? Vamos, puedes ayudarme a buscar salamandras.»
Se había enamorado de él en ese preciso instante y así había sido desde entonces.
Miró esa mano que cubría la suya. Ninguno de los dos llevaba guantes. El peso de su palma tibia y el contacto de esos dedos fuertes, ligeramente callosos, alteraron de un modo extraño la respiración de ______. Sintió una sorprendente necesidad de volver la mano y entrelazar sus dedos pequeños con los de él.
Él no estaba a su alcance. Lo sabía. Siempre lo había sabido, incluso veinte años atrás al mirarlo fijamente en el bosque. Nick había sido hijo y hermano de marqueses —y ahora él era el marqués— mientras que ella sólo era la hija del párroco, tan común como una de esas florecillas llamadas «botón de oro» que abundaban en los campos de Knightsdale. Aun así, ella se había apegado a él como un cachorro, feliz de tener algunos restos de su atención. Cuando él dejó Knightsdale para ir a la escuela, ella había llorado de nuevo; y tampoco esa vez las lágrimas habían conseguido aliviar el doloroso vacío que sentía en el estómago.
Y luego, la muerte de su madre, la obligación de cuidar de su hermanita Meg y de su padre. Ya no tenía tiempo para tontos sueños románticos.
Echó una ojeada al perfil de Nick mientras llegaban al vestíbulo de entrada. Pese a no haber tenido tiempo para soñar y a que sus sueños no tenían sentido, ella había soñado.
La última vez que él había estado en Knightsdale, ella tenía dieciséis años. Aún no había debutado socialmente. Era aún demasiado joven para ser invitada al baile de bodas del hermano de Nichola. No tan joven, sin embargo, como para no desear desesperadamente estar allí y tal vez bailar una pieza con Nick.
Había hecho la cosa más audaz —lo único audaz, en realidad— de su vida. Se había deslizado a hurtadillas por la ventana y a través de los bosques hasta la terraza de Knightsdale. Oculta en las sombras, había observado a los hombres vestidos de lino blanco y traje de etiqueta negro y a las mujeres que lucían joyas y coloridos vestidos.
Pero la dama es apasionada. Hay algo en el espectáculo de una mujer lanzando cerámica a la cabeza de un hombre que despierta el interés del Marqués. Tal vez a la proposición le faltó gracia, piensa Nick. Pero sí que parece una solución perfecta. Él obtiene una esposa, sus jóvenes protegidas la madre que tanta falta les hace y ______ gana seguridad y una posición. ¿Lo ves? Simple, práctico, sensato… ¡ay no, el perro de cerámica no…!
Deberá confesar la verdad para apaciguarla. Y la verdad es que está locamente enamorado…
Cap!! 1
«¿Por qué diablos tuvo que morir Kevin?»
La lluvia resbalaba por el cuello del Mayor Nicholas Draysmith, quien, de pie en el ancho camino de grava que conducía a la casa, miraba fijamente la inmensa fachada de arenisca que se alzaba ante él. No quería entrar.
Se había demorado cuanto le había sido posible en Londres, en reuniones con el abogado, con los banqueros de Kevin, ocupándose de todos los detalles de la sucesión… y odiando cada maldito minuto. Cada «sí, milord» arrancaba otro pedazo de su vida.
Gracias a un anónimo ladrón italiano, ahora el marqués de Knightsdale era él.
Una ráfaga le empapó el capote, enviando más lluvia a deslizarse como una cascada desde su cuello. No podía quedarse eternamente de pie allí fuera como un idio-ta. Pronto llegaría la tía Bea, con sus carruajes, sus sirvientes y su gata sobrealimentada, y empezarían los preparativos para la fiesta*.
«Dios.» Al día siguiente una horda de jóvenes aristócratas vírgenes, acompañadas de sus madres invadiría Knightsdale. Un profundo temor se apoderó de él y el sudor le humedeció las palmas de las manos, exactamente como antes de cada una de las batallas en las que había luchado en la Península. Quería dar media vuelta y echar a correr.
Dio un paso al frente y golpeó la puerta.
______ bajó, junto a Nick, las escaleras hacia el despacho. Experimentaba emociones desordenadas. Se había enojado y asustado al verlo irrumpir de esa manera, pero al comprender quién era… bueno, no sabía qué había sentido.
Aún debería estar enojada. Lo había estado los cuatro últimos meses, durante los cuales él no había hecho ni un simple viaje desde Londres para visitar a sus sobrinas. No es que las niñas lo hubiesen extrañado; por desgracia estaban acostumbradas al abandono. Pero mientras descendía esa larga escalinata ______ admitió para sí que ella se había sentido desilusionada.
Oh, les había hecho una breve visita, apenas unas pocas horas, cuando los restos del marqués y la marquesa habían sido depositados en la cripta familiar. Pero antes de que se apagaran los ecos de la última plegaria, había regresado a Londres a toda prisa. Y desde entonces, ni una visita más. ¿Por qué? ¿Qué le había sucedido a este hombre? ¿Acaso la guerra era la culpable de un cambio tan drástico? Indudablemente, el muchacho que ella había conocido no habría ignorado así a sus sobrinas.
Recordaba el día en que lo había conocido. ¿Recordarlo? ¡Jesús! Atesoraba ese recuerdo, que evocaba cada vez que se sentía sola, triste o desanimada.
En aquel entonces tenía seis años. Su padre acababa de tomar posesión como párroco de la iglesia de Knightsdale y ella extrañaba su antigua casa, sus viejos compañeros de juego, todo aquello que le era familiar. La soledad le dolía en el cuerpo. En el bosque cercano a la iglesia había hallado un buen tronco junto al arroyo y se había arrellanado allí para llorar hasta cansarse. Pero las lágrimas sólo habían empeorado su dolor de estómago.
Y entonces, Nick había entrado silbando en el mundo de esa niñita. Lo había oído antes de verlo. De no haber estado rendida de tanto llorar, habría intentado esconderse. Pero el chico ya se había detenido frente a ella con las manos en la cintura.
Era sólo cuatro años mayor que ella, muy flaco y con rizos castaños. Pero bajo la luz del sol que inundaba el bosque a través del follaje, le había parecido una especie de dios. Con un sonido de asco había sacado del bolsillo un mugriento pañuelo.
«Ánimo», le había dicho, al tiempo que le restregaba la cara. «Deja ya de lloriquear. No querrás que todos piensen que eres un bebé, ¿verdad? Vamos, puedes ayudarme a buscar salamandras.»
Se había enamorado de él en ese preciso instante y así había sido desde entonces.
Miró esa mano que cubría la suya. Ninguno de los dos llevaba guantes. El peso de su palma tibia y el contacto de esos dedos fuertes, ligeramente callosos, alteraron de un modo extraño la respiración de ______. Sintió una sorprendente necesidad de volver la mano y entrelazar sus dedos pequeños con los de él.
Él no estaba a su alcance. Lo sabía. Siempre lo había sabido, incluso veinte años atrás al mirarlo fijamente en el bosque. Nick había sido hijo y hermano de marqueses —y ahora él era el marqués— mientras que ella sólo era la hija del párroco, tan común como una de esas florecillas llamadas «botón de oro» que abundaban en los campos de Knightsdale. Aun así, ella se había apegado a él como un cachorro, feliz de tener algunos restos de su atención. Cuando él dejó Knightsdale para ir a la escuela, ella había llorado de nuevo; y tampoco esa vez las lágrimas habían conseguido aliviar el doloroso vacío que sentía en el estómago.
Y luego, la muerte de su madre, la obligación de cuidar de su hermanita Meg y de su padre. Ya no tenía tiempo para tontos sueños románticos.
Echó una ojeada al perfil de Nick mientras llegaban al vestíbulo de entrada. Pese a no haber tenido tiempo para soñar y a que sus sueños no tenían sentido, ella había soñado.
La última vez que él había estado en Knightsdale, ella tenía dieciséis años. Aún no había debutado socialmente. Era aún demasiado joven para ser invitada al baile de bodas del hermano de Nichola. No tan joven, sin embargo, como para no desear desesperadamente estar allí y tal vez bailar una pieza con Nick.
Había hecho la cosa más audaz —lo único audaz, en realidad— de su vida. Se había deslizado a hurtadillas por la ventana y a través de los bosques hasta la terraza de Knightsdale. Oculta en las sombras, había observado a los hombres vestidos de lino blanco y traje de etiqueta negro y a las mujeres que lucían joyas y coloridos vestidos.
Última edición por Pily.... el Mar 21 Jun 2011, 9:11 pm, editado 1 vez
Pily....
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Primera Lectora!!! ^^
ya sabes tienes que seguirla!!
tkm!
ya sabes tienes que seguirla!!
tkm!
Faby Evans Jonas
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
2da lectora :)! Hahahah me encanta la nove :B
Siiguela ;p
Siiguela ;p
maiih* [:
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
pily of my heart aki estoy esta vez tratare de no desaparecer xD tkmmmm♥♥♥
siguela pronto
siguela pronto
Invitado
Invitado
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Nueva lectoraa!!! :D
sigueeeeeeeee
sigueeeeeeeee
Jazmin Nicksita Jonas
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
bienvenidas a todas espero ke les guste
Cap!! 2
—Buenos días, milord.
—¿Son buenos, Lambert?
Nick dejó que el mayordomo se encargara del sombrero y el abrigo mojados. Diez años habían transcurrido desde la última vez que había visto a aquel hombre; en la boda de Kevin. Nuevas líneas de expresión enmarcaban la boca y los ojos de Lambert y su cabello comenzaba a escasear.
Indudablemente, el hombre también advertía cambios en Nick. La última vez que había estado en casa apenas acababa de salir de la universidad; ahora era un hombre de treinta años, envejecido por la sangre y la sordidez de la guerra.
—Envíe a alguien para que se ocupe de mi caballo, por favor.
—Enseguida, milord. ¿Lady Beatrice viene con usted?
—No, yo me adelanté. Yo… ¿qué es ese alboroto?
Nick podría jurar que había oído un estruendo de artillería a lo lejos.
—Creo que es la señorita Peterson, milord, con Lady Isabelle y Lady Claire.
—¿Qué diablos están haciendo?
Nick dio unos pasos hacia las escaleras. El ruido provenía de uno de los pisos superiores.
—Juegan a los bolos, milord. En la galería larga.
«Bolos», pensó Nick. «¿Cómo es posible que las niñas estén jugando a los bolos? Aún son unas criaturas.»
Oyó un nuevo estruendo, seguido de alaridos. ¿Se habría lastimado alguien? Echó a correr, subiendo los escalones de dos en dos. Si mal no recordaba, en la galería larga había pesados bustos de mármol de los antepasados de la familia Draysmith. Si alguno de ellos llegaba a caer sobre una criatura… ¿Y esos ladridos? ¿Encima había un perro? ¿Qué tenía en la cabeza la tal señorita Peterson? Recordaba a Nana y a la institutriz… ¿era Peterson el apellido de la institutriz? No podía ser. Si no, seguramente lo habría recordado, porque era el apellido del párroco. Había supuesto que sus sobrinitas estaban en buenas manos. Por lo visto, se había equivocado. Pues bien, la tal señorita Peterson pronto se hallaría buscando otro empleo.
Llegó a la galería larga justo a tiempo para ver a un pequeño terrier blanco y negro llevarse por delante el pedestal que sostenía el busto del tío abuelo Randall.
______ Peterson dio un salto para evitar que cayera la estatua, en el preciso instante en que un hombre rugía en las escaleras. La sorpresa al oír una voz masculina casi hizo que ella misma derribase la fea estatua. No podía ser que el señor Lambert hubiese dejado entrar a un loco en la casa…
—¿Qué demonios cree que está haciendo, mujer, permitiendo a ese animal correr a sus anchas por la casa? Alguna de las niñas a su cargo podría haber sido aplastada.
______ se puso rígida. ¿Quién se creía ese hombre para venir con palabrotas y críticas? Se subió las gafas sobre la nariz. ¿Acaso lo conocía? Su voz le sonaba vagamente familiar. Si tan sólo se acercase un poco.
¿En qué estaba pensando? Debería estar echándolo escaleras abajo y fuera de la casa. No era demasiado alto, pero sus hombros anchos y su aire de mando dejaban entrever que estaba acostumbrado a salirse con la suya. ¿Qué pasaría si efectivamente demostraba ser una amenaza? Si gritaba, ¿alguien la oiría a tiempo para acudir en su ayuda?
—Prinny no quería hacernos daño, señor.
La valiente Isabelle hizo frente al intruso, echando hacia atrás sus hombros angostos, aunque al mismo tiempo se acercó a ______.
—Por supuesto que no quería hacernos daño. —La pequeña Claire rodeó con sus brazos el cuello de Prinny—. Eres un perro bueno, ¿no es cierto, Prinny?
Tras lanzar un ladrido, Prinny lamió la cara de la niña.
—¿Prinny? ¡Válgame Dios, Prinny*! Tal vez sea un perro bueno, señorita, pero su lugar no está corriendo por todas partes aquí dentro.
—Señor. —______ se sintió satisfecha al escuchar la firmeza de su propia voz, que no tembló ni se quebró en absoluto. Se irguió cuan alta era, aunque su altura era insignificante—. Señor, debo pedirle que se retire. De inmediato.
—¿Usted debe pedirme a mí que me vaya? En breve seré yo quien se lo ordene.
______ tragó saliva. Jesús, se estaba acercando.
—Isabelle, Claire, venid aquí, queridas.
El hombre se detuvo.
—¿Isabelle y Claire?
—Así es —contestó ______ levantando la barbilla.
Ahora estaba lo suficientemente cerca como para poder verlo con claridad. Tenía la cara bronceada por el sol y llevaba muy corto el cabello, castaño y rizado. Parecía mayor, más fuerte, más seguro de sí que aquel a quien había visto brevemente y de lejos en la boda del difunto marqués, pero aun así ______ supo que era él. Nunca podría olvidar esos ojos: de color chocolate, bordeados de oscuras pestañas. Nicholas Draysmith, aquel muchacho a quien había idolatrado, aquel hombre por quien había suspirado, estaba de regreso en Knightsdale.
—¿Estas son mis sobrinas?
Nick miró fijamente a las niñas. La mayor —Isabelle— aparentaba unos nueve años. Era delgada, de cabello rubio casi blanco, fino y lacio, pómulos altos y tenía unos ojos verdes iguales a los de Kevin. La otra niña aún era regordeta, con las curvas propias de la primera infancia, pero ya no era una criatura. Tenía el mismo cabello de Nick, salvaje y rizado.
Claire, la menor, se llevó los pequeños puños a las caderas —ademán que Nick juraría haber visto innumerables veces en Nana cuando era un muchacho— y adelantó la barbilla.
—¿Eres un hombre malo?
—¡Claire! —La mujer frunció el ceño—. Es vuestro tío Nick, el nuevo marqués de Knightsdale.
Nick estudió a la institutriz. ¿Cómo sabía quién era él? Bueno, los sirvientes debían haber estado aguardando su llegada: había avisado que él y la tía Bea estaban en camino, de modo que no hacía falta ser un genio para deducir su identidad. Sin embargo, no lo había reconocido al principio o no le habría ordenado salir de la casa. Reconocía que la muchacha tenía agallas. Había sabido mantenerse en sus trece ante sus gritos. En el ejército más de un soldado había palidecido frente a su mal genio.
Pese a ser apenas unos centímetros más alta que Isabelle, el aspecto de la mujer no era en absoluto infantil. Para nada. Nick levantó bruscamente la mirada para estudiar su rostro. Tenía el cabello rubio oscuro, del color de la miel tibia y aún más rizado que el de él, la cara salpicada de pecas y los ojos color marrón dorado, bordeados por largas pestañas oscuras…
Cap!! 2
—Buenos días, milord.
—¿Son buenos, Lambert?
Nick dejó que el mayordomo se encargara del sombrero y el abrigo mojados. Diez años habían transcurrido desde la última vez que había visto a aquel hombre; en la boda de Kevin. Nuevas líneas de expresión enmarcaban la boca y los ojos de Lambert y su cabello comenzaba a escasear.
Indudablemente, el hombre también advertía cambios en Nick. La última vez que había estado en casa apenas acababa de salir de la universidad; ahora era un hombre de treinta años, envejecido por la sangre y la sordidez de la guerra.
—Envíe a alguien para que se ocupe de mi caballo, por favor.
—Enseguida, milord. ¿Lady Beatrice viene con usted?
—No, yo me adelanté. Yo… ¿qué es ese alboroto?
Nick podría jurar que había oído un estruendo de artillería a lo lejos.
—Creo que es la señorita Peterson, milord, con Lady Isabelle y Lady Claire.
—¿Qué diablos están haciendo?
Nick dio unos pasos hacia las escaleras. El ruido provenía de uno de los pisos superiores.
—Juegan a los bolos, milord. En la galería larga.
«Bolos», pensó Nick. «¿Cómo es posible que las niñas estén jugando a los bolos? Aún son unas criaturas.»
Oyó un nuevo estruendo, seguido de alaridos. ¿Se habría lastimado alguien? Echó a correr, subiendo los escalones de dos en dos. Si mal no recordaba, en la galería larga había pesados bustos de mármol de los antepasados de la familia Draysmith. Si alguno de ellos llegaba a caer sobre una criatura… ¿Y esos ladridos? ¿Encima había un perro? ¿Qué tenía en la cabeza la tal señorita Peterson? Recordaba a Nana y a la institutriz… ¿era Peterson el apellido de la institutriz? No podía ser. Si no, seguramente lo habría recordado, porque era el apellido del párroco. Había supuesto que sus sobrinitas estaban en buenas manos. Por lo visto, se había equivocado. Pues bien, la tal señorita Peterson pronto se hallaría buscando otro empleo.
Llegó a la galería larga justo a tiempo para ver a un pequeño terrier blanco y negro llevarse por delante el pedestal que sostenía el busto del tío abuelo Randall.
______ Peterson dio un salto para evitar que cayera la estatua, en el preciso instante en que un hombre rugía en las escaleras. La sorpresa al oír una voz masculina casi hizo que ella misma derribase la fea estatua. No podía ser que el señor Lambert hubiese dejado entrar a un loco en la casa…
—¿Qué demonios cree que está haciendo, mujer, permitiendo a ese animal correr a sus anchas por la casa? Alguna de las niñas a su cargo podría haber sido aplastada.
______ se puso rígida. ¿Quién se creía ese hombre para venir con palabrotas y críticas? Se subió las gafas sobre la nariz. ¿Acaso lo conocía? Su voz le sonaba vagamente familiar. Si tan sólo se acercase un poco.
¿En qué estaba pensando? Debería estar echándolo escaleras abajo y fuera de la casa. No era demasiado alto, pero sus hombros anchos y su aire de mando dejaban entrever que estaba acostumbrado a salirse con la suya. ¿Qué pasaría si efectivamente demostraba ser una amenaza? Si gritaba, ¿alguien la oiría a tiempo para acudir en su ayuda?
—Prinny no quería hacernos daño, señor.
La valiente Isabelle hizo frente al intruso, echando hacia atrás sus hombros angostos, aunque al mismo tiempo se acercó a ______.
—Por supuesto que no quería hacernos daño. —La pequeña Claire rodeó con sus brazos el cuello de Prinny—. Eres un perro bueno, ¿no es cierto, Prinny?
Tras lanzar un ladrido, Prinny lamió la cara de la niña.
—¿Prinny? ¡Válgame Dios, Prinny*! Tal vez sea un perro bueno, señorita, pero su lugar no está corriendo por todas partes aquí dentro.
—Señor. —______ se sintió satisfecha al escuchar la firmeza de su propia voz, que no tembló ni se quebró en absoluto. Se irguió cuan alta era, aunque su altura era insignificante—. Señor, debo pedirle que se retire. De inmediato.
—¿Usted debe pedirme a mí que me vaya? En breve seré yo quien se lo ordene.
______ tragó saliva. Jesús, se estaba acercando.
—Isabelle, Claire, venid aquí, queridas.
El hombre se detuvo.
—¿Isabelle y Claire?
—Así es —contestó ______ levantando la barbilla.
Ahora estaba lo suficientemente cerca como para poder verlo con claridad. Tenía la cara bronceada por el sol y llevaba muy corto el cabello, castaño y rizado. Parecía mayor, más fuerte, más seguro de sí que aquel a quien había visto brevemente y de lejos en la boda del difunto marqués, pero aun así ______ supo que era él. Nunca podría olvidar esos ojos: de color chocolate, bordeados de oscuras pestañas. Nicholas Draysmith, aquel muchacho a quien había idolatrado, aquel hombre por quien había suspirado, estaba de regreso en Knightsdale.
—¿Estas son mis sobrinas?
Nick miró fijamente a las niñas. La mayor —Isabelle— aparentaba unos nueve años. Era delgada, de cabello rubio casi blanco, fino y lacio, pómulos altos y tenía unos ojos verdes iguales a los de Kevin. La otra niña aún era regordeta, con las curvas propias de la primera infancia, pero ya no era una criatura. Tenía el mismo cabello de Nick, salvaje y rizado.
Claire, la menor, se llevó los pequeños puños a las caderas —ademán que Nick juraría haber visto innumerables veces en Nana cuando era un muchacho— y adelantó la barbilla.
—¿Eres un hombre malo?
—¡Claire! —La mujer frunció el ceño—. Es vuestro tío Nick, el nuevo marqués de Knightsdale.
Nick estudió a la institutriz. ¿Cómo sabía quién era él? Bueno, los sirvientes debían haber estado aguardando su llegada: había avisado que él y la tía Bea estaban en camino, de modo que no hacía falta ser un genio para deducir su identidad. Sin embargo, no lo había reconocido al principio o no le habría ordenado salir de la casa. Reconocía que la muchacha tenía agallas. Había sabido mantenerse en sus trece ante sus gritos. En el ejército más de un soldado había palidecido frente a su mal genio.
Pese a ser apenas unos centímetros más alta que Isabelle, el aspecto de la mujer no era en absoluto infantil. Para nada. Nick levantó bruscamente la mirada para estudiar su rostro. Tenía el cabello rubio oscuro, del color de la miel tibia y aún más rizado que el de él, la cara salpicada de pecas y los ojos color marrón dorado, bordeados por largas pestañas oscuras…
Pily....
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
Hola!!
por fin paso
pero aun no leo
pero debes seguirla
bye tkm
por fin paso
pero aun no leo
pero debes seguirla
bye tkm
♥..:Tiff:..♥
Re: EL MARQUÉS DESNUDO-nick & tu- adaptacion TERMINADA
siguela!!ya!! me muero kiero el otro!!! x fa siguela!!!
romina.13
Página 1 de 15. • 1, 2, 3 ... 8 ... 15
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