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La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Sinopsis
El nuevo apartamento del solitario Kendall Schmidt, igual que su vida, estaba tal y como él lo quería... Vacío y oscuro. Fue entonces cuando la radiante _____(tn) Campbell irrumpió en su organizada soledad y Kendall no pudo negar cierta fascinación por su alegre vecina. Kendall creía haberle cerrado la puerta al amor para siempre y sin embargo, de pronto se encontró deseando abrir su corazón a aquella vecina increíblemente perfecta.
El nuevo apartamento del solitario Kendall Schmidt, igual que su vida, estaba tal y como él lo quería... Vacío y oscuro. Fue entonces cuando la radiante _____(tn) Campbell irrumpió en su organizada soledad y Kendall no pudo negar cierta fascinación por su alegre vecina. Kendall creía haberle cerrado la puerta al amor para siempre y sin embargo, de pronto se encontró deseando abrir su corazón a aquella vecina increíblemente perfecta.
Última edición por pepina el Dom 13 Oct 2013, 6:05 pm, editado 1 vez
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 1
—¿Has hablado ya con él?
—¿Mmm? —_____(tn) continuó trabajando en su mesa de dibujo, dividiendo el papel diligentemente con la habilidad que daba la costumbre—. ¿Con quién tengo que hablar?
Se oyó un largo resoplido que obligó a ____(tn) a morderse los labios para no sonreír. Conocía bien a su vecina Jody Myers y sabía perfectamente quién era ese «él».
—Del guapísimo señor misterioso del 3B.Vamos, ____(tn), ya hace una semana que se mudó aquí y aún no ha hablado con nadie. Tú vives justo enfrente de él. Necesitamos algunos detalles.
—He estado bastante ocupada —___(tn) levantó la mirada brevemente hacia Jody, que no dejaba de caminar por el estudio—. Ni siquiera me he fijado en él.
La primera respuesta de Jody fue resoplar de nuevo.
—Eso es imposible. Tú te fijas en todo.
Jody se acercó a la mesa de dibujo, se asomó por encima del hombro de ___(tn) y arrugó la nariz. No había mucho que ver, sólo unas líneas azules; le gustaba más cuando ____(tn) comenzaba a dibujar en las diferentes cuadrículas.
—Ni siquiera ha puesto el nombre en el buzón y nadie lo ve salir nunca durante el día. Ni siquiera la señora Wolinsky y es imposible esquivarla.
—A lo mejor es un vampiro.
—Vaya —Jody apretó los labios, intrigada con la idea—. Sería increíble, ¿verdad?
—Demasiado increíble —murmuró ___(tn) antes de volver a concentrarse en el dibujo, mientras su vecina seguía yendo de un lado a otro y hablando sin parar.
A ___(tn) no le molestaba tener compañía mientras trabajaba; de hecho le gustaba. Nunca sentía necesidad de aislarse, por eso estaba tan contenta de vivir en Nueva York, en un pequeño edificio, rodeada de vecinos ruidosos.
Y no sólo era algo que le satisfacía en el aspecto personal, también le resultaba muy provechoso para su trabajo.
De todos los ocupantes del antiguo almacén convertido en viviendas, Jody Myers era la preferida de ___(tn). Tres años antes, cuando ____(tn) se había trasladado allí, Jody casada llena de energía, que tenía la firme convicción de que todo el mundo debía encontrar la felicidad que ella disfrutaba.
Lo que quería decir, según intuía ____(tn), que todo el mundo debía casarse.
El nacimiento del adorable Charlie, ya de ocho meses, no había hecho más que reafirmar a Jody en sus ideas. Y ___(tn) sabía que era el primer objetivo de su vecina.
—¿Ni siquiera te has cruzado con él en el pasillo? —le preguntó Jody.
—No, todavía no —___(tn) se llevó el lápiz a los labios. Tenía los ojos verdes como el mar al atardecer, tan verdes que habrían resultado tremendamente seductores si en ellos no hubiera siempre un brillo de simpatía y buen humor—. La verdad es que creo que la señora Wolinsky está perdiendo facultades porque yo sí lo he visto durante el día... Lo que desmonta la teoría de que sea un vampiro.
—¿Lo has visto? —preguntó Jody rápidamente—. ¿Cuándo? —Acercó un taburete para sentarse a su lado—. ¿Dónde? ¿Cómo?
—¿Cuándo? Al amanecer. ¿Dónde? Saliendo hacia la avenida Grand. ¿Cómo? Tenía insomnio —dejándose llevar por el espíritu de Jody, ___(tn) giró el taburete y miró a su vecina con una sonrisa en los labios—. Me desperté muy temprano y no podía dejar de pensar en los pasteles que habían quedado de la fiesta de la otra noche.
—Eran explosivos —recordó Jody.
—Sí, me di cuenta de que no iba a poder volver a dormir, así que vine a trabajar un poco. Antes de sentarme a la mesa miré por la ventana y entonces lo vi salir. Debe de medir un poco más de un metro ochenta y tiene unos hombros...
Las dos cerraron los ojos al imaginarlo.
—Llevaba una bolsa de deportes, así que supongo que iba al gimnasio. Desde luego, nadie tiene esos hombros si se pasa el día sentado en el sofá comiendo patatas fritas y bebiendo cerveza.
—¡Te pillé! —exclamó Jody con gesto triunfal—. Te interesa.
—Tengo ojos, Jody. Ese tipo es increíblemente guapo; tiene un aire de misterio y un trasero... Cualquier mujer se habría recreado la vista.
—¿Y por qué limitarte a eso? ¿Por qué no llamas a su puerta y le llevas unas galletas o algo así? Puedes darle la bienvenida al barrio y averiguar qué hace ahí todo el día, si es soltero, en qué trabaja... —dejó de hablar de pronto y levantó la cabeza—. Ese es Charlie, se ha despertado.
—Yo no he oído nada —___(tn) estiró el cuello hacia la puerta y se encogió de hombros al no percibir ningún ruido—. Jody, desde que diste a luz, tienes un oído impresionante.
—Voy a cambiarle y llevarlo a dar un paseo. ¿Vienes?
—No puedo. Tengo que trabajar.
—Entonces te veré esta noche. La cena es a las siete.
—Muy bien —___(tn) se esforzó por sonreír.
En la cena estaría el aburrido primo de Jody, Frank. ¿Cuándo reuniría el valor necesario para decirle a Jody que dejara de intentar buscarle pareja? Seguramente cuando consiguiera decírselo también a la señora Wolinsky y al señor Puebles, del primer piso, y a la mujer de la lavandería. ¿A qué venía esa obsesión por encontrarle al hombre perfecto?
Tenía veintidós años y era feliz siendo soltera. Eso no significaba que no quisiera formar una familia algún día y quizá tener una casa con jardín y un perro para los niños. Sí, tenían que tener un perro.
Pero eso sería en el futuro. Por el momento le gustaba su vida como estaba.
Apoyó los codos en la mesa y, descansando la barbilla en las manos, se permitió mirar por la ventana y soñar despierta un rato. Debía de ser la primavera lo que hacía que estuviera tan inquieta y llena de energía.
Se le pasó por la cabeza la idea de ir a dar ese paseo con Jody y Charlie, pero justo en ese momento la oyó salir por la puerta.
Mejor, así tendría que volver a trabajar. Se centró en el primer cuadrado del cómic Amigos y vecinos.
Tenía buena mano para el dibujo, una habilidad que había heredado de sus padres. Su madre era una respetada pintora de fama internacional y su padre era el genio que había creado el popular cómic Macintosh. Ambos habían transmitido a ____(tn) y a sus hermanos el amor al arte.
Al marcharse del seguro hogar de la familia en Maine, ___(tn)había tenido la certeza de que si las cosas le iban mal en Nueva York, sus padres volverían a recibirla con los brazos abiertos.
Pero no había sido así.
En los últimos tres años él éxito de su tira cómica no había hecho más que crecer. ___(tn) se sentía orgullosa de su trabajo, de la simplicidad con la que transmitía ternura y sentido del humor en situaciones cotidianas.
No intentaba imitar la ironía ni las acidas sátiras políticas de la obra de su padre. A ella lo que le hacía reír era la vida de todos los días: las colas para entrar al cine, el encontrar los zapatos ideales o sobrevivir a otra cita a ciegas.
Muchos creían que Emily era un personaje autobiográfico, pero para ___(tn) era una fuente de ideas inagotable en la que jamás se veía reflejada. Al fin y al cabo, Emily era una rubia escultural que tenía tan mala suerte con los hombres como para conseguir que le durara algún empleo.
___(tn) tenía el pelo castaño, estatura media y una carrera de éxito.
En cuanto a los hombres, no eran una de las prioridades de su vida, por lo que no le preocupaba si tenía suerte o no con ellos.
Frunció el ceño al darse cuenta de que seguía tamborileando con el lápiz en lugar de dibujar. No conseguía concentrarse. Se pasó la mano por el pelo, apretó los labios y se encogió de hombros. Quizá le hiciera bien tomarse un descanso y comer algo.
Se puso en pie y se colocó el lápiz detrás de la oreja sin darse cuenta, una costumbre que llevaba intentando quitarse desde la adolescencia. Salió del estudio y bajó las escaleras.
Su apartamento tenía una luz maravillosa que entraba por las tres enormes ventanas del salón, por las que también entraba el ruido de la calle que no la había dejado dormir durante sus primeras semanas en la ciudad.
Fue descalza hasta la cocina. Se movía con elegancia, algo que también había heredado de su madre y que le había sido de utilidad para sus clases de ballet, unas clases que les había suplicado a sus padres y de las que después había acabado cansándose.
Abrió la nevera y pensó en qué le apetecía. Entonces lo oyó.
La música triste y sensual del saxo. El misterioso habitante del apartamento 3B no tocaba todos los días, pero a __(tn) le gustaría que lo hiciese.
Las melodías procedentes de su casa siempre la conmovían.
¿Se habría trasladado a Nueva York para ganarse la vida como músico? Se preguntó.
Lo que era seguro era que tenía el corazón roto. Y sin duda por culpa de una mujer, quizá una fría pelirroja que lo había cautivado y después le había pisoteado el corazón con sus zapatos de tacón.
Estaba adquiriendo la costumbre de imaginarse cómo era la vida de aquel hombre.
Unos días antes se había inventado una vida en la que, con sólo dieciséis años, había tenido que huir de su violenta familia y había sobrevivido tocando música en las calles de Nueva Orleans, desde allí había viajado al norte mientras su familia lo buscaba por todo el país.
No se le había ocurrido ningún motivo por el que podrían buscarlo, pero no era realmente importante.
Él andaba huyendo y la música era su único consuelo.
Otro día había llegado a la conclusión de que era un agente del gobierno trabajando de incógnito. Quizá un ladrón de joyas que se escondía de la ley. O un asesino en serie en busca de una nueva víctima.__(tn) se rió de sí misma al ver los ingredientes que había sacado de la nevera sin siquiera darse cuenta. Fuera quien fuera su vecino, parecía que iba a prepararse las galletas que le había sugerido Jody.
—¿Has hablado ya con él?
—¿Mmm? —_____(tn) continuó trabajando en su mesa de dibujo, dividiendo el papel diligentemente con la habilidad que daba la costumbre—. ¿Con quién tengo que hablar?
Se oyó un largo resoplido que obligó a ____(tn) a morderse los labios para no sonreír. Conocía bien a su vecina Jody Myers y sabía perfectamente quién era ese «él».
—Del guapísimo señor misterioso del 3B.Vamos, ____(tn), ya hace una semana que se mudó aquí y aún no ha hablado con nadie. Tú vives justo enfrente de él. Necesitamos algunos detalles.
—He estado bastante ocupada —___(tn) levantó la mirada brevemente hacia Jody, que no dejaba de caminar por el estudio—. Ni siquiera me he fijado en él.
La primera respuesta de Jody fue resoplar de nuevo.
—Eso es imposible. Tú te fijas en todo.
Jody se acercó a la mesa de dibujo, se asomó por encima del hombro de ___(tn) y arrugó la nariz. No había mucho que ver, sólo unas líneas azules; le gustaba más cuando ____(tn) comenzaba a dibujar en las diferentes cuadrículas.
—Ni siquiera ha puesto el nombre en el buzón y nadie lo ve salir nunca durante el día. Ni siquiera la señora Wolinsky y es imposible esquivarla.
—A lo mejor es un vampiro.
—Vaya —Jody apretó los labios, intrigada con la idea—. Sería increíble, ¿verdad?
—Demasiado increíble —murmuró ___(tn) antes de volver a concentrarse en el dibujo, mientras su vecina seguía yendo de un lado a otro y hablando sin parar.
A ___(tn) no le molestaba tener compañía mientras trabajaba; de hecho le gustaba. Nunca sentía necesidad de aislarse, por eso estaba tan contenta de vivir en Nueva York, en un pequeño edificio, rodeada de vecinos ruidosos.
Y no sólo era algo que le satisfacía en el aspecto personal, también le resultaba muy provechoso para su trabajo.
De todos los ocupantes del antiguo almacén convertido en viviendas, Jody Myers era la preferida de ___(tn). Tres años antes, cuando ____(tn) se había trasladado allí, Jody casada llena de energía, que tenía la firme convicción de que todo el mundo debía encontrar la felicidad que ella disfrutaba.
Lo que quería decir, según intuía ____(tn), que todo el mundo debía casarse.
El nacimiento del adorable Charlie, ya de ocho meses, no había hecho más que reafirmar a Jody en sus ideas. Y ___(tn) sabía que era el primer objetivo de su vecina.
—¿Ni siquiera te has cruzado con él en el pasillo? —le preguntó Jody.
—No, todavía no —___(tn) se llevó el lápiz a los labios. Tenía los ojos verdes como el mar al atardecer, tan verdes que habrían resultado tremendamente seductores si en ellos no hubiera siempre un brillo de simpatía y buen humor—. La verdad es que creo que la señora Wolinsky está perdiendo facultades porque yo sí lo he visto durante el día... Lo que desmonta la teoría de que sea un vampiro.
—¿Lo has visto? —preguntó Jody rápidamente—. ¿Cuándo? —Acercó un taburete para sentarse a su lado—. ¿Dónde? ¿Cómo?
—¿Cuándo? Al amanecer. ¿Dónde? Saliendo hacia la avenida Grand. ¿Cómo? Tenía insomnio —dejándose llevar por el espíritu de Jody, ___(tn) giró el taburete y miró a su vecina con una sonrisa en los labios—. Me desperté muy temprano y no podía dejar de pensar en los pasteles que habían quedado de la fiesta de la otra noche.
—Eran explosivos —recordó Jody.
—Sí, me di cuenta de que no iba a poder volver a dormir, así que vine a trabajar un poco. Antes de sentarme a la mesa miré por la ventana y entonces lo vi salir. Debe de medir un poco más de un metro ochenta y tiene unos hombros...
Las dos cerraron los ojos al imaginarlo.
—Llevaba una bolsa de deportes, así que supongo que iba al gimnasio. Desde luego, nadie tiene esos hombros si se pasa el día sentado en el sofá comiendo patatas fritas y bebiendo cerveza.
—¡Te pillé! —exclamó Jody con gesto triunfal—. Te interesa.
—Tengo ojos, Jody. Ese tipo es increíblemente guapo; tiene un aire de misterio y un trasero... Cualquier mujer se habría recreado la vista.
—¿Y por qué limitarte a eso? ¿Por qué no llamas a su puerta y le llevas unas galletas o algo así? Puedes darle la bienvenida al barrio y averiguar qué hace ahí todo el día, si es soltero, en qué trabaja... —dejó de hablar de pronto y levantó la cabeza—. Ese es Charlie, se ha despertado.
—Yo no he oído nada —___(tn) estiró el cuello hacia la puerta y se encogió de hombros al no percibir ningún ruido—. Jody, desde que diste a luz, tienes un oído impresionante.
—Voy a cambiarle y llevarlo a dar un paseo. ¿Vienes?
—No puedo. Tengo que trabajar.
—Entonces te veré esta noche. La cena es a las siete.
—Muy bien —___(tn) se esforzó por sonreír.
En la cena estaría el aburrido primo de Jody, Frank. ¿Cuándo reuniría el valor necesario para decirle a Jody que dejara de intentar buscarle pareja? Seguramente cuando consiguiera decírselo también a la señora Wolinsky y al señor Puebles, del primer piso, y a la mujer de la lavandería. ¿A qué venía esa obsesión por encontrarle al hombre perfecto?
Tenía veintidós años y era feliz siendo soltera. Eso no significaba que no quisiera formar una familia algún día y quizá tener una casa con jardín y un perro para los niños. Sí, tenían que tener un perro.
Pero eso sería en el futuro. Por el momento le gustaba su vida como estaba.
Apoyó los codos en la mesa y, descansando la barbilla en las manos, se permitió mirar por la ventana y soñar despierta un rato. Debía de ser la primavera lo que hacía que estuviera tan inquieta y llena de energía.
Se le pasó por la cabeza la idea de ir a dar ese paseo con Jody y Charlie, pero justo en ese momento la oyó salir por la puerta.
Mejor, así tendría que volver a trabajar. Se centró en el primer cuadrado del cómic Amigos y vecinos.
Tenía buena mano para el dibujo, una habilidad que había heredado de sus padres. Su madre era una respetada pintora de fama internacional y su padre era el genio que había creado el popular cómic Macintosh. Ambos habían transmitido a ____(tn) y a sus hermanos el amor al arte.
Al marcharse del seguro hogar de la familia en Maine, ___(tn)había tenido la certeza de que si las cosas le iban mal en Nueva York, sus padres volverían a recibirla con los brazos abiertos.
Pero no había sido así.
En los últimos tres años él éxito de su tira cómica no había hecho más que crecer. ___(tn) se sentía orgullosa de su trabajo, de la simplicidad con la que transmitía ternura y sentido del humor en situaciones cotidianas.
No intentaba imitar la ironía ni las acidas sátiras políticas de la obra de su padre. A ella lo que le hacía reír era la vida de todos los días: las colas para entrar al cine, el encontrar los zapatos ideales o sobrevivir a otra cita a ciegas.
Muchos creían que Emily era un personaje autobiográfico, pero para ___(tn) era una fuente de ideas inagotable en la que jamás se veía reflejada. Al fin y al cabo, Emily era una rubia escultural que tenía tan mala suerte con los hombres como para conseguir que le durara algún empleo.
___(tn) tenía el pelo castaño, estatura media y una carrera de éxito.
En cuanto a los hombres, no eran una de las prioridades de su vida, por lo que no le preocupaba si tenía suerte o no con ellos.
Frunció el ceño al darse cuenta de que seguía tamborileando con el lápiz en lugar de dibujar. No conseguía concentrarse. Se pasó la mano por el pelo, apretó los labios y se encogió de hombros. Quizá le hiciera bien tomarse un descanso y comer algo.
Se puso en pie y se colocó el lápiz detrás de la oreja sin darse cuenta, una costumbre que llevaba intentando quitarse desde la adolescencia. Salió del estudio y bajó las escaleras.
Su apartamento tenía una luz maravillosa que entraba por las tres enormes ventanas del salón, por las que también entraba el ruido de la calle que no la había dejado dormir durante sus primeras semanas en la ciudad.
Fue descalza hasta la cocina. Se movía con elegancia, algo que también había heredado de su madre y que le había sido de utilidad para sus clases de ballet, unas clases que les había suplicado a sus padres y de las que después había acabado cansándose.
Abrió la nevera y pensó en qué le apetecía. Entonces lo oyó.
La música triste y sensual del saxo. El misterioso habitante del apartamento 3B no tocaba todos los días, pero a __(tn) le gustaría que lo hiciese.
Las melodías procedentes de su casa siempre la conmovían.
¿Se habría trasladado a Nueva York para ganarse la vida como músico? Se preguntó.
Lo que era seguro era que tenía el corazón roto. Y sin duda por culpa de una mujer, quizá una fría pelirroja que lo había cautivado y después le había pisoteado el corazón con sus zapatos de tacón.
Estaba adquiriendo la costumbre de imaginarse cómo era la vida de aquel hombre.
Unos días antes se había inventado una vida en la que, con sólo dieciséis años, había tenido que huir de su violenta familia y había sobrevivido tocando música en las calles de Nueva Orleans, desde allí había viajado al norte mientras su familia lo buscaba por todo el país.
No se le había ocurrido ningún motivo por el que podrían buscarlo, pero no era realmente importante.
Él andaba huyendo y la música era su único consuelo.
Otro día había llegado a la conclusión de que era un agente del gobierno trabajando de incógnito. Quizá un ladrón de joyas que se escondía de la ley. O un asesino en serie en busca de una nueva víctima.__(tn) se rió de sí misma al ver los ingredientes que había sacado de la nevera sin siquiera darse cuenta. Fuera quien fuera su vecino, parecía que iba a prepararse las galletas que le había sugerido Jody.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 2
Se llamaba Kendall Schmidt y no se consideraba especialmente misterioso. Sólo le gustaba disfrutar de privacidad, una necesidad que lo había llevado a instalarse en el corazón de una de las ciudades más tumultuosas del mundo. Pero sólo de manera temporal, pensó mientras guardaba la guitarra en su funda.
En sólo un par de meses las obras de rehabilitación de su casa habrían terminado y podría volver a las costas de Connecticut.
Algunos decían que era su fortaleza y a él no le importaba. Un hombre podía ser perfectamente feliz viviendo en soledad en su fortaleza durante algunas semanas. Una fortaleza a la que nadie podía entrar a menos que las puertas estuviesen abiertas.
Comenzó a subir las escaleras. Sólo utilizaba el salón casi vacío para tocar, o para hacer ejercicio si no le apetecía ir al gimnasio.
Era en la segunda planta donde vivía... temporalmente, pensó de nuevo.
Lo único que necesitaba allí era una cama, un par de cajones y una mesa firme para el ordenador y para todos los papeles que generaba.
Si por él hubiera sido, no habría tenido teléfono, pero su agente lo había obligado a tener un móvil y le había suplicado que siempre lo tuviera encendido. Y normalmente lo hacía... salvo cuando no le apetecía.
Kendall se sentó a la mesa, contento de que la música le hubiera despejado un poco la cabeza. Mandy, su agente, estaba impaciente por el ver el progreso de su última obra; de nada servía que Kendall le dijera que estaría acabada cuando lo estuviera, ni un minuto antes ni un minuto después.
El problema del éxito era que acababa convirtiéndose en una presión.
Cuando uno hacía algo que gustaba, el público esperaba que volviera a hacer lo mismo una y otra vez, sólo que más rápido y mejor. A Kendall no le interesaba lo más mínimo lo que quisiese la gente. Podían tirar abajo las puertas del teatro para ver su próxima obra, darle otro premio Pulitzer y otro Tony.
También podían no acercarse al teatro o reclamar que les devolvieran el dinero de las entradas. Pero, pasase lo que pasase, lo que importaba era el trabajo, algo que debía importarle sólo a él.
Económicamente estaba seguro y, según Mandy, ése era su problema. Como no tenía necesidad de dinero, era arrogante y distante con el público. Claro que también decía que eso era lo que lo hacía un genio.
Se sentó en la gran sala. Era un hombre alto y fuerte, con el pelo de color rubio y los ojos verdes. Apretó los labios mientras leía las palabras que había ya escritas en el monitor.
Se olvidó de los ruidos de la calle que inundaban la casa noche y día y se adentró en el alma del hombre que él mismo había creado.
Un hombre que luchaba denodadamente por sobrevivir a sus propios deseos.
El sonido del timbre de la puerta le hizo maldecir en voz alta. Consideró la idea de no levantarse a ver quién era, pero pensó que el intruso iría una y otra vez hasta que lo atendiera.
Probablemente fuera la anciana con ojos de águila que vivía en el piso de abajo; ya había estado a punto de agarrarlo un par de noches cuando salía camino del club.
A Kendall se le daba bien esquivar ese tipo de ataques, pero empezaba a resultarle muy molesto. Pero lo que vio al otro lado de la mirilla no fue a la mujer con ojos de pájaro, sino a una hermosa joven de pelo castaño y unos enormes ojos verdes.
Sin aún abrir la puerta, se preguntó qué demonios querría.
Como lo había dejado tranquilo durante casi una semana, había llegado a la conclusión de que seguiría haciéndolo, lo cual la habría convertido en la vecina perfecta para él.
Finalmente abrió la puerta, contrariado de que aquella mujer hubiera decidido estropear tal perfección.
—¿Sí?
—Hola —sí, pensó ___(tn), estaba aún mejor mirándolo de cerca—. Soy ____(tn) Campbell, del 3A —añadió señalando a su puerta con una sonrisa en los labios.
Él levantó una ceja.
—Muy bien.
Un hombre de pocas palabras, decidió ___(tn) sin dejar de sonreír, mientras deseaba que dejara de mirarla sólo un segundo para poder asomarse ligeramente y ver el interior de su apartamento. No podría intentarlo siquiera mientras siguiera observándola tan fijamente.
—Te he oído tocar hace un rato. Trabajo en casa y las paredes son muy finas.
Si había ido a quejarse del ruido, no iba a servirle de nada, pensó Kendall.
Tocaba la guitarra cuando le apetecía y no pensaba dejar de hacerla. Siguió observándola fríamente; la nariz ligeramente respingona, los labios carnosos, los pies delgados con las uñas pintadas de rosa.
—Siempre se me olvida encender la radio.
Siguió hablando alegremente y, al hacerlo, a su mejilla asomaba un pequeño hoyuelo.
—Así que es muy agradable oírte tocar. A Ralph y Sissy les gustaba mucho, lo cual está muy bien, pero acaba resultando un poco monótono si no escuchas otra cosa. Ralph y Sissy eran los que vivían en tu apartamento —le explicó—. Se mudaron a White Plains después de que Ralph tuviera una aventura con una dependienta de Saks. Bueno, en realidad no llegó a pasar nada entre ellos, pero Ralph estaba pensándoselo y Sissy decidió que sería mejor irse a vivir a otro sitio antes de despellejarlo en el divorcio. La señora Wolinsky no les da más de seis meses, pero yo creo que podrían solucionarlo. Bueno...
Le ofreció un plato amarillo con unas galletas de chocolate.
—Te he traído unas galletas.
Kendall las miró unos segundos.
___(tn) aprovechó para echar un vistazo al salón del apartamento. El pobre no tenía ni un sofá.
—¿Por qué? —le preguntó mirándola de nuevo.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué me has traído galletas?
—Pues porque acabo de hacerlas. A veces, cuando no puedo concentrarme en el trabajo me pongo a cocinar y, si me como todo lo que hago, me odio a mí misma —volvió a aparecer el hoyito de su mejilla—. ¿No te gustan las galletas?
—No tengo nada en su contra.
—Bueno, entonces espero que las disfrutes —dijo poniéndole el plato en las manos—. Bienvenido al edificio. Si alguna vez necesitas algo, yo suelo estar en casa. Y si quieres saber algo del resto de los vecinos, puedo ponerte al día. Llevo algunos años viviendo aquí y conozco a todo el mundo.
—Muy bien —dijo dando un paso atrás y le cerró la puerta en las narices.
____(tn) se quedó allí de pie, sorprendida por su brusquedad.
En sus veintidós años de vida nunca nadie le había dado con la puerta en las narices y, ahora que ya sabía lo que era, podía decir con total seguridad que no le gustaba nada.
Se contuvo de volver a llamar a la puerta para quitarle las galletas; se negaba a caer tan bajo. Así pues, se dio media vuelta y volvió a su casa.
Ya conocía al señor misterioso y sabía que era increíblemente atractivo, pero también que era maleducado como un jovencito malcriado al que le hacía falta un buen azote en el trasero.
Pero no importaba. No volvería a cruzarse en su camino.
No cerró la puerta de su casa de golpe, no quería darle esa satisfacción, pero una vez al otro lado de la puerta, se permitió hacer unos cuantos gestos infantiles que le hicieron sentir algo mejor.
Pero el caso era que aquel hombre tenía sus galletas, su dulce preferido, y todo su rencor, algo que no sentía a menudo. Y ella seguía sin saber su nombre.
**********
Kendall no se arrepintió de su comportamiento en ningún momento. Esperaba así haber conseguido que su guapa vecina no volviese a llamar a su puerta con su nariz respingona y sus pies sexys. Lo que menos necesitaba en aquellos momentos era un comité de bienvenida, sobre todo si lo encabezaba una mujer con ojos de hada.
Dios, se suponía que en Nueva York nadie hablaba con sus vecinos. Pero, con su suerte, seguro que su vecinita sería soltera, si hubiera estado casada habría mencionado a su maravilloso esposo, y como trabajaba en casa, se encontraría con ella cada vez que saliese al pasillo.
El hecho de que además hiciese las mejores galletas de chocolate que había probado en su vida era sencillamente imperdonable.
Había conseguido no hacerles el menor caso mientras trabajaba. Cuando las palabras fluían, Kendall Schmidt era capaz de trabajar en medio del holocausto nuclear. Pero cuando finalmente se había alejado del ordenador, se había acordado de que estaban en la cocina y no había podido dejar de pensar en ello mientras se duchaba y trataba de deshacer la tensión muscular provocada por horas de estar sentado en una postura que su profesora de tercero, la hermana Mary Joseph, habría considerado deplorable.
Así que cuando, una vez vestido, había salido a tomarse una merecida cerveza, había mirado el plato y había apartado el plástico que lo cubría. ¿Qué pasaría si comía un par de ellas? De nada serviría tirarlas a la basura; al fin y al cabo, ya le había dejado bien claro a la atractiva ___(tn) que no tenía el menor interés en socializar con los vecinos.
Comió una y lanzó un gruñido de aprobación. Al morder la segunda, cerró los ojos con deleite.
Cuando llevaba casi dos docenas, se maldijo a sí mismo. Era como una droga. Miró el plato casi vacío con una mezcla de glotonería y rabia. Con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, puso las galletas que quedaban en un cuenco y cruzó la habitación en busca de su guitarra.
Antes de ir al club tendría que dar varias vueltas a la manzana para bajar todas las galletas que había devorado.
Al abrir la puerta la oyó subir las escaleras y poco después pudo escuchar su voz, algo que le hizo enarcar la ceja, pues se fijó en que estaba sola.
—Nunca más —murmuró ella—. Esa mujer puede clavarme palillos bajo las uñas o quemarme los ojos, pero no volveré a pasar por esta tortura nunca más. Está decidido.
Por la pequeña rendija que había dejado abierta, Kendall vio que se había cambiado de ropa; ahora llevaba unos pantalones anchos negros, una americana del mismo color, una blusa roja y unos pendientes largos.
Siguió hablando sola mientras buscaba algo en un bolso diminuto.
—La vida es demasiado corta como para perder dos preciosas horas. No volveré a permitir que me haga esto. Soy capaz de decirle que no, sólo tengo que practicar un poco. ¿Dónde demonios están mis llaves?
Se sobresaltó al oír la puerta que sonaba a su espalda y se dio media vuelta. Kendall se dio cuenta de que llevaba dos pendientes distintos y se preguntó si sería una moda o un descuido. Como no podía encontrar las llaves en un bolso tan pequeño como la palma de su mano, decidió que se trataba de lo segundo.
Parecía nerviosa y olía incluso mejor que sus galletas. Eso hizo que Kendall se enfadara aún más con ella.
—Espera un momento —se limitó a decir él antes de volver al interior de su apartamento a buscar el plato de las galletas.
___(tn) no tenía intención alguna de esperar, por fin había encontrado las llaves en el bolsillo interior en el que las había metido para poder encontrarlas fácilmente, pero él fue más rápido y cuando volvió a aparecer, llevaba la funda de la guitarra en una mano y su plato en la otra.
—Aquí tienes —Kendall no iba a preguntarle por qué estaba de tan mal humor, pues estaba seguro de que si lo hacía, ella se lo contaría con pelos y señales.
—De nada —replicó __(tn) quitándole el plato de la mano. Estaba tan aturdida después de pasar dos horas escuchando la monótona voz del primo de Jody hablando de la bolsa, que decidió decirle un par de cosas al señor misterioso—. Escucha, si no quieres que seamos amigos, me parece perfecto. Yo no necesito más amigos —aseguró enfáticamente—. De hecho, tengo tantos que no puedo aceptar ni uno más hasta que alguno de ellos se marche de la ciudad. Pero eso no es excusa para que te comportes como un verdadero cretino. Lo único que hice fue presentarme y llevarte unas malditas galletas.
Kendall estuvo a punto de sonreír, pero hizo un esfuerzo para no hacerlo.
—Unas galletas muy buenas —dijo sin pararse a pensarlo, pero lamentó haberlo hecho en cuanto vio que la expresión de sus ojos cambiaba de pronto.
—¿De verdad?
—Sí —se dio media vuelta y la dejó allí, completamente desconcertada y con una curiosidad que no quería sentir.
Así pues, ___(tn) se dejó llevar por el impulso, uno de sus pasatiempos preferidos, y entró en casa para dejar el plato y después de sólo unos segundos, volvió a salir para seguirlo.
Bajó las escaleras de puntillas pero tan rápido como pudo para no perderlo. Al salir del edificio él ya estaba a media manzana de distancia. Caminaba con grandes zancadas, pensó antes de ir tras él. Aquello sería un buen argumento para una tira de Emily, claro que ella habría ido escondiéndose detrás de cada farola, o con la espalda pegada a las paredes por si él se daba la vuelta.
El corazón le dio un bote dentro del pecho al verlo girarse con un gesto distraído que la obligó a esconderse de verdad detrás de una farola. Siguió caminando y ella tras él, lamentando llevar tacones en lugar de unos cómodos zapatos planos.
Después de veinte minutos persiguiéndolo, los pies la estaban matando y la emoción se había convertido en cansancio. ¿Acaso se dedicaba a pasear con la guitarra a cuestas todas las noches? Quizá aquel hombre no fuera un maleducado sino un loco.
Quizá acababa de salir de un hospital psiquiátrico y por eso no sabía cómo comportarse con la gente de un modo normal.
Su familia lo había encerrado para que no pudiera reclamar la herencia de su riquísima y querida abuela, que había muerto en extrañas circunstancias y le había dejado a él toda su fortuna. Tantos años encerrado y controlado por un psiquiatra corrupto le habían hecho perder la cabeza.
Sí, eso era lo que habría imaginado Emily... y habría estado segura de que con cariño y amor podría curarlo. Después todos sus amigos y vecinos habrían intentado convencerla de que no lo hiciera, pero ella habría conseguido implicarlos en sus planes.
Y antes de que se dieran cuenta, el señor misterioso habría...
____(tn) se detuvo en seco al verlo entrar en un pequeño club llamado Delta's.
Por fin, pensó pasándose la mano por el pelo. Ahora sólo tendría que colarse, encontrar un rincón oscuro y ver qué pasaba.
Se llamaba Kendall Schmidt y no se consideraba especialmente misterioso. Sólo le gustaba disfrutar de privacidad, una necesidad que lo había llevado a instalarse en el corazón de una de las ciudades más tumultuosas del mundo. Pero sólo de manera temporal, pensó mientras guardaba la guitarra en su funda.
En sólo un par de meses las obras de rehabilitación de su casa habrían terminado y podría volver a las costas de Connecticut.
Algunos decían que era su fortaleza y a él no le importaba. Un hombre podía ser perfectamente feliz viviendo en soledad en su fortaleza durante algunas semanas. Una fortaleza a la que nadie podía entrar a menos que las puertas estuviesen abiertas.
Comenzó a subir las escaleras. Sólo utilizaba el salón casi vacío para tocar, o para hacer ejercicio si no le apetecía ir al gimnasio.
Era en la segunda planta donde vivía... temporalmente, pensó de nuevo.
Lo único que necesitaba allí era una cama, un par de cajones y una mesa firme para el ordenador y para todos los papeles que generaba.
Si por él hubiera sido, no habría tenido teléfono, pero su agente lo había obligado a tener un móvil y le había suplicado que siempre lo tuviera encendido. Y normalmente lo hacía... salvo cuando no le apetecía.
Kendall se sentó a la mesa, contento de que la música le hubiera despejado un poco la cabeza. Mandy, su agente, estaba impaciente por el ver el progreso de su última obra; de nada servía que Kendall le dijera que estaría acabada cuando lo estuviera, ni un minuto antes ni un minuto después.
El problema del éxito era que acababa convirtiéndose en una presión.
Cuando uno hacía algo que gustaba, el público esperaba que volviera a hacer lo mismo una y otra vez, sólo que más rápido y mejor. A Kendall no le interesaba lo más mínimo lo que quisiese la gente. Podían tirar abajo las puertas del teatro para ver su próxima obra, darle otro premio Pulitzer y otro Tony.
También podían no acercarse al teatro o reclamar que les devolvieran el dinero de las entradas. Pero, pasase lo que pasase, lo que importaba era el trabajo, algo que debía importarle sólo a él.
Económicamente estaba seguro y, según Mandy, ése era su problema. Como no tenía necesidad de dinero, era arrogante y distante con el público. Claro que también decía que eso era lo que lo hacía un genio.
Se sentó en la gran sala. Era un hombre alto y fuerte, con el pelo de color rubio y los ojos verdes. Apretó los labios mientras leía las palabras que había ya escritas en el monitor.
Se olvidó de los ruidos de la calle que inundaban la casa noche y día y se adentró en el alma del hombre que él mismo había creado.
Un hombre que luchaba denodadamente por sobrevivir a sus propios deseos.
El sonido del timbre de la puerta le hizo maldecir en voz alta. Consideró la idea de no levantarse a ver quién era, pero pensó que el intruso iría una y otra vez hasta que lo atendiera.
Probablemente fuera la anciana con ojos de águila que vivía en el piso de abajo; ya había estado a punto de agarrarlo un par de noches cuando salía camino del club.
A Kendall se le daba bien esquivar ese tipo de ataques, pero empezaba a resultarle muy molesto. Pero lo que vio al otro lado de la mirilla no fue a la mujer con ojos de pájaro, sino a una hermosa joven de pelo castaño y unos enormes ojos verdes.
Sin aún abrir la puerta, se preguntó qué demonios querría.
Como lo había dejado tranquilo durante casi una semana, había llegado a la conclusión de que seguiría haciéndolo, lo cual la habría convertido en la vecina perfecta para él.
Finalmente abrió la puerta, contrariado de que aquella mujer hubiera decidido estropear tal perfección.
—¿Sí?
—Hola —sí, pensó ___(tn), estaba aún mejor mirándolo de cerca—. Soy ____(tn) Campbell, del 3A —añadió señalando a su puerta con una sonrisa en los labios.
Él levantó una ceja.
—Muy bien.
Un hombre de pocas palabras, decidió ___(tn) sin dejar de sonreír, mientras deseaba que dejara de mirarla sólo un segundo para poder asomarse ligeramente y ver el interior de su apartamento. No podría intentarlo siquiera mientras siguiera observándola tan fijamente.
—Te he oído tocar hace un rato. Trabajo en casa y las paredes son muy finas.
Si había ido a quejarse del ruido, no iba a servirle de nada, pensó Kendall.
Tocaba la guitarra cuando le apetecía y no pensaba dejar de hacerla. Siguió observándola fríamente; la nariz ligeramente respingona, los labios carnosos, los pies delgados con las uñas pintadas de rosa.
—Siempre se me olvida encender la radio.
Siguió hablando alegremente y, al hacerlo, a su mejilla asomaba un pequeño hoyuelo.
—Así que es muy agradable oírte tocar. A Ralph y Sissy les gustaba mucho, lo cual está muy bien, pero acaba resultando un poco monótono si no escuchas otra cosa. Ralph y Sissy eran los que vivían en tu apartamento —le explicó—. Se mudaron a White Plains después de que Ralph tuviera una aventura con una dependienta de Saks. Bueno, en realidad no llegó a pasar nada entre ellos, pero Ralph estaba pensándoselo y Sissy decidió que sería mejor irse a vivir a otro sitio antes de despellejarlo en el divorcio. La señora Wolinsky no les da más de seis meses, pero yo creo que podrían solucionarlo. Bueno...
Le ofreció un plato amarillo con unas galletas de chocolate.
—Te he traído unas galletas.
Kendall las miró unos segundos.
___(tn) aprovechó para echar un vistazo al salón del apartamento. El pobre no tenía ni un sofá.
—¿Por qué? —le preguntó mirándola de nuevo.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué me has traído galletas?
—Pues porque acabo de hacerlas. A veces, cuando no puedo concentrarme en el trabajo me pongo a cocinar y, si me como todo lo que hago, me odio a mí misma —volvió a aparecer el hoyito de su mejilla—. ¿No te gustan las galletas?
—No tengo nada en su contra.
—Bueno, entonces espero que las disfrutes —dijo poniéndole el plato en las manos—. Bienvenido al edificio. Si alguna vez necesitas algo, yo suelo estar en casa. Y si quieres saber algo del resto de los vecinos, puedo ponerte al día. Llevo algunos años viviendo aquí y conozco a todo el mundo.
—Muy bien —dijo dando un paso atrás y le cerró la puerta en las narices.
____(tn) se quedó allí de pie, sorprendida por su brusquedad.
En sus veintidós años de vida nunca nadie le había dado con la puerta en las narices y, ahora que ya sabía lo que era, podía decir con total seguridad que no le gustaba nada.
Se contuvo de volver a llamar a la puerta para quitarle las galletas; se negaba a caer tan bajo. Así pues, se dio media vuelta y volvió a su casa.
Ya conocía al señor misterioso y sabía que era increíblemente atractivo, pero también que era maleducado como un jovencito malcriado al que le hacía falta un buen azote en el trasero.
Pero no importaba. No volvería a cruzarse en su camino.
No cerró la puerta de su casa de golpe, no quería darle esa satisfacción, pero una vez al otro lado de la puerta, se permitió hacer unos cuantos gestos infantiles que le hicieron sentir algo mejor.
Pero el caso era que aquel hombre tenía sus galletas, su dulce preferido, y todo su rencor, algo que no sentía a menudo. Y ella seguía sin saber su nombre.
**********
Kendall no se arrepintió de su comportamiento en ningún momento. Esperaba así haber conseguido que su guapa vecina no volviese a llamar a su puerta con su nariz respingona y sus pies sexys. Lo que menos necesitaba en aquellos momentos era un comité de bienvenida, sobre todo si lo encabezaba una mujer con ojos de hada.
Dios, se suponía que en Nueva York nadie hablaba con sus vecinos. Pero, con su suerte, seguro que su vecinita sería soltera, si hubiera estado casada habría mencionado a su maravilloso esposo, y como trabajaba en casa, se encontraría con ella cada vez que saliese al pasillo.
El hecho de que además hiciese las mejores galletas de chocolate que había probado en su vida era sencillamente imperdonable.
Había conseguido no hacerles el menor caso mientras trabajaba. Cuando las palabras fluían, Kendall Schmidt era capaz de trabajar en medio del holocausto nuclear. Pero cuando finalmente se había alejado del ordenador, se había acordado de que estaban en la cocina y no había podido dejar de pensar en ello mientras se duchaba y trataba de deshacer la tensión muscular provocada por horas de estar sentado en una postura que su profesora de tercero, la hermana Mary Joseph, habría considerado deplorable.
Así que cuando, una vez vestido, había salido a tomarse una merecida cerveza, había mirado el plato y había apartado el plástico que lo cubría. ¿Qué pasaría si comía un par de ellas? De nada serviría tirarlas a la basura; al fin y al cabo, ya le había dejado bien claro a la atractiva ___(tn) que no tenía el menor interés en socializar con los vecinos.
Comió una y lanzó un gruñido de aprobación. Al morder la segunda, cerró los ojos con deleite.
Cuando llevaba casi dos docenas, se maldijo a sí mismo. Era como una droga. Miró el plato casi vacío con una mezcla de glotonería y rabia. Con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, puso las galletas que quedaban en un cuenco y cruzó la habitación en busca de su guitarra.
Antes de ir al club tendría que dar varias vueltas a la manzana para bajar todas las galletas que había devorado.
Al abrir la puerta la oyó subir las escaleras y poco después pudo escuchar su voz, algo que le hizo enarcar la ceja, pues se fijó en que estaba sola.
—Nunca más —murmuró ella—. Esa mujer puede clavarme palillos bajo las uñas o quemarme los ojos, pero no volveré a pasar por esta tortura nunca más. Está decidido.
Por la pequeña rendija que había dejado abierta, Kendall vio que se había cambiado de ropa; ahora llevaba unos pantalones anchos negros, una americana del mismo color, una blusa roja y unos pendientes largos.
Siguió hablando sola mientras buscaba algo en un bolso diminuto.
—La vida es demasiado corta como para perder dos preciosas horas. No volveré a permitir que me haga esto. Soy capaz de decirle que no, sólo tengo que practicar un poco. ¿Dónde demonios están mis llaves?
Se sobresaltó al oír la puerta que sonaba a su espalda y se dio media vuelta. Kendall se dio cuenta de que llevaba dos pendientes distintos y se preguntó si sería una moda o un descuido. Como no podía encontrar las llaves en un bolso tan pequeño como la palma de su mano, decidió que se trataba de lo segundo.
Parecía nerviosa y olía incluso mejor que sus galletas. Eso hizo que Kendall se enfadara aún más con ella.
—Espera un momento —se limitó a decir él antes de volver al interior de su apartamento a buscar el plato de las galletas.
___(tn) no tenía intención alguna de esperar, por fin había encontrado las llaves en el bolsillo interior en el que las había metido para poder encontrarlas fácilmente, pero él fue más rápido y cuando volvió a aparecer, llevaba la funda de la guitarra en una mano y su plato en la otra.
—Aquí tienes —Kendall no iba a preguntarle por qué estaba de tan mal humor, pues estaba seguro de que si lo hacía, ella se lo contaría con pelos y señales.
—De nada —replicó __(tn) quitándole el plato de la mano. Estaba tan aturdida después de pasar dos horas escuchando la monótona voz del primo de Jody hablando de la bolsa, que decidió decirle un par de cosas al señor misterioso—. Escucha, si no quieres que seamos amigos, me parece perfecto. Yo no necesito más amigos —aseguró enfáticamente—. De hecho, tengo tantos que no puedo aceptar ni uno más hasta que alguno de ellos se marche de la ciudad. Pero eso no es excusa para que te comportes como un verdadero cretino. Lo único que hice fue presentarme y llevarte unas malditas galletas.
Kendall estuvo a punto de sonreír, pero hizo un esfuerzo para no hacerlo.
—Unas galletas muy buenas —dijo sin pararse a pensarlo, pero lamentó haberlo hecho en cuanto vio que la expresión de sus ojos cambiaba de pronto.
—¿De verdad?
—Sí —se dio media vuelta y la dejó allí, completamente desconcertada y con una curiosidad que no quería sentir.
Así pues, ___(tn) se dejó llevar por el impulso, uno de sus pasatiempos preferidos, y entró en casa para dejar el plato y después de sólo unos segundos, volvió a salir para seguirlo.
Bajó las escaleras de puntillas pero tan rápido como pudo para no perderlo. Al salir del edificio él ya estaba a media manzana de distancia. Caminaba con grandes zancadas, pensó antes de ir tras él. Aquello sería un buen argumento para una tira de Emily, claro que ella habría ido escondiéndose detrás de cada farola, o con la espalda pegada a las paredes por si él se daba la vuelta.
El corazón le dio un bote dentro del pecho al verlo girarse con un gesto distraído que la obligó a esconderse de verdad detrás de una farola. Siguió caminando y ella tras él, lamentando llevar tacones en lugar de unos cómodos zapatos planos.
Después de veinte minutos persiguiéndolo, los pies la estaban matando y la emoción se había convertido en cansancio. ¿Acaso se dedicaba a pasear con la guitarra a cuestas todas las noches? Quizá aquel hombre no fuera un maleducado sino un loco.
Quizá acababa de salir de un hospital psiquiátrico y por eso no sabía cómo comportarse con la gente de un modo normal.
Su familia lo había encerrado para que no pudiera reclamar la herencia de su riquísima y querida abuela, que había muerto en extrañas circunstancias y le había dejado a él toda su fortuna. Tantos años encerrado y controlado por un psiquiatra corrupto le habían hecho perder la cabeza.
Sí, eso era lo que habría imaginado Emily... y habría estado segura de que con cariño y amor podría curarlo. Después todos sus amigos y vecinos habrían intentado convencerla de que no lo hiciera, pero ella habría conseguido implicarlos en sus planes.
Y antes de que se dieran cuenta, el señor misterioso habría...
____(tn) se detuvo en seco al verlo entrar en un pequeño club llamado Delta's.
Por fin, pensó pasándose la mano por el pelo. Ahora sólo tendría que colarse, encontrar un rincón oscuro y ver qué pasaba.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 3
El lugar olía a whisky y a humo. A ___(tn) no le resultó desagradable, era parte del ambiente del local. Un ambiente de luz tenue que iluminaba el escaso escenario. Las mesas redondas y poco más grandes que un plato de postre abarrotaban la sala y, aunque la mayoría estaban ocupadas, apenas había ruido.
____(tn) llegó a la conclusión de que en sitios como aquél la gente hablaba susurrando; planeaban romances o disfrutaban de los ya existentes.
Sentados a una barra de robusta madera, otros clientes bebían sus copas y las protegían con los brazos como si alguien fuera a robárselas.
Era un lugar propio de una película de los años cuarenta. Una de esas historias en las que la heroína llevaba vestidos largos y estrechos, los labios pintados y el cabello rubio cayéndole sobre la cara, mientras cantaba canciones que hablaban de todos los hombres que le habían hecho daño.
Mientras ella cantaba, el hombre que la deseaba, y que le había hecho daño, hundía su mirada pensativa en un whisky.
En otras palabras, pensó ___(tn) con una sonrisa, era un lugar perfecto.
Esforzándose en no llamar la atención, ocupó una mesa junto a la pared del fondo del local y lo observó entre el humo y los vapores del whisky.
Iba vestido de negro. Vaqueros y camiseta metida por dentro del pantalón. Se había quitado la chaqueta de cuero con la que se había protegido del frío. Estaba hablando con una mujer guapísima ataviada con un estrecho vestido rojo, que marcaba las curvas de su cuerpo. Su risa retumbó en toda la sala con enorme sensualidad.
Fue entonces cuando ___(tn) lo vio sonreír por primera vez. Aunque el modo en que sus labios se curvaron e iluminaron su rostro no podía describirse como una simple sonrisa. Era un gesto lleno de diversión, afecto y sentido del humor. Un gesto que hizo que ___(tn) sonriera también.
Supuso que la bella amazona debía de ser su novia. Y tuvo la completa certeza de que así era cuando ella le agarró el rostro entre ambas manos y lo besó. Por supuesto, pensó ____(tn), un hombre así, lleno de secretos y misterios, tenía que tener una amante exótica con la que se encontraba en un lugar oscuro y lleno de humo, ambientado por música triste y sensual.
La escena le pareció tan romántica que de sus labios salió un suspiro.
Ya en el escenario, Delta le dio un cariñoso pellizco en la mejilla a Kendall.
—¿Ahora te siguen las mujeres?
—Es una lunática.
—¿Quieres que pida que la echen?
—No —no se volvió a mirarla, pero podía sentir sus enormes ojos verdes clavados en él—. Me parece que es inofensiva.
Los ojos castaños de Delta se llenaron de un brillo malévolo.
—Entonces tendré que fijarme bien en ella. Tengo que ver cómo es la mujer que acosa a mi querido labios de azúcar. ¿No crees, André?
El tipo delgado que se sentaba al piano levantó la mirada de las teclas y sonrió levemente.
—Pero no le hagas daño, Delta. Es muy jovencita. ¿Preparado? —le preguntó a Kendall
—Empieza tú, yo te sigo.
Mientras Delta abandonaba el escenario, los dedos largos y finos de André comenzaron a hacer magia con las teclas del piano. Kendall se dejó llevar por las notas y, con los ojos cerrados, dejó que la música fluyera.
La melodía lo arrastró. Conseguía hacer desaparecer de su mente las palabras, la gente y las escenas que a menudo lo aturdían. Cuando tocaba no existía nada más que la música y el placer de producirla.
Una vez le había dicho a Delta que era como el sexo; te vaciaba por dentro y a la vez te daba algo nuevo. Y siempre se hacía demasiado corto.
Al fondo del local, ____(tn) se sumergió en la música, se dejó llevar por la melancólica melodía. Se dio cuenta entonces de que era muy diferente verlo tocar a simplemente escucharlo al otro lado de las paredes. La música unida a la imagen tenía mucho más poder, era más conmovedora y mucho más sexy.
Era una música para llorar. Para hacer el amor. Para soñar.
Estaba tan absorta en el escenario, que no vio acercarse a Delta.
—Tú dirás, guapa.
—Mmm —____(tn) levantó la mirada, distraída, y sonrió levemente—. Es maravilloso. Esta música llega al corazón.
Delta enarcó una ceja. La muchacha tenía un rostro hermoso; con esa nariz respingona y esos ojos grandes, no parecía una lunática.
—¿Vas a tomar algo o sólo vas a ocupar una mesa?
—Ah —claro, pensó _____(tn), en un lugar así había que consumir—. Es música de whisky —dijo con otra sonrisa—. Quiero un whisky.
Delta levantó la ceja un poco más.
—No tienes pinta de tener edad suficiente para pedir un whisky.
____(tn) ni siquiera se molestó en suspirar; estaba demasiado acostumbrada a aquella situación. Se limitó a sacar el carné de conducir del bolso y mostrárselo.
Delta lo observó detenidamente.
—Muy bien, ____(tn) Campbell, te traeré tu whisky.
—Gracias —satisfecha, ____(tn) apoyó la barbilla en las manos y volvió a concentrarse en la música.
Unos segundos después se sorprendió cuando Delta volvió con dos vasos en lugar de uno y se sentó junto a ella.
—¿Y qué haces en un sitio como éste, joven ___(tn)?
___(tn) abrió la boca, pero enseguida se dio cuenta de que no podía decirle que había ido siguiendo a su misterioso vecino por todo el Soho.
—Vivo muy cerca de aquí. Supongo que seguí un impulso —levantó el vaso y señaló con él el escenario—. Me alegro de haberlo hecho —dijo antes de beber.
Delta la observó detenidamente. Tenía aspecto de animadora de instituto, pero había que reconocer que bebía whisky como un hombre.
—Vas por ahí a estas horas de la noche tú sola, alguien podría hacerte algo, pequeña.
___(tn) la miró por encima del borde del vaso.
—No lo creo, grande.
Delta asintió.
—Soy Delta Pardue —se presentó chocando su vaso con el de ____(tn)—. Soy la propietaria del local.
—Pues me gusta mucho, Delta.
—Puede ser —dijo con una carcajada—. De lo que estoy segura es de que te gusta mucho mi hombre —añadió mirando al escenario—. No le has quitado los ojos de encima desde que has entrado.
___(tn) dio otro trago con gesto pensativo, tenía que meditar bien cómo actuar. No tenía la menor duda de que sabía cuidarse en las calles de Nueva York o de cualquier otro lugar, pero Delta era mucho más grande que ella y, como muy bien le había recordado, se trataba de su local y de su hombre. Sería mejor no hacerla enfadar.
—Es muy atractivo —admitió con relajación—. Resulta difícil no mirarlo, así que, si te parece bien, seguiré haciéndolo. No creo que vaya a mirarme siquiera teniendo a una mujer como tú cerca.
Delta se echó a reír de nuevo.
—Parece que sí que sabes cuidarte sólita. Eres una chica lista.
___(tn) se rió también.
—Sí que lo soy, sí. Y de verdad me gusta mucho tu local. ¿Cuánto tiempo hace que lo tienes?
—Dos años.
—¿Y antes de eso? Por tu acento, supongo que eres de Nueva Orleans.
Delta ladeó la cabeza.
—Tienes buen oído.
—Es que tengo familia en Nueva Orleans. Mi madre se crió allí.
—No conozco a ningún Campbell. ¿Cuál era el apellido de soltera de tu madre?
—Grandeau.
—Conozco muchos Grandeau. ¿Eres familia de la señorita Adelaide?
—Es mi tía abuela.
—Una gran dama.
____(tn) se echó a reír y después tomó un trago.
—Una mujer tan fría como el invierno. Mis hermanos y yo solíamos creer que era una bruja.
—Tiene mucho poder, pero sólo por su dinero y por su nombre. ¿Así que eres una Grandeau? ¿Y quién es tu madre?
—Genviéve Grandeau Campbell, la pintora.
—La señorita Gennie —Delta dejó el vaso sobre la mesa con una sonora carcajada—. La hija de la señorita Gennie en mi local. El mundo es increíble.
—¿Conoces a mi madre?
—Mi madre le limpiaba la casa a tu abuela, querida.
—¿Mazie? ¿Eres la hija de Mazie? —impulsada por ese vínculo inmediato, ___(tn) le agarró la mano a Delta—. Mi madre hablaba de Mazie todo el tiempo. Fuimos a visitarla una vez cuando yo era niña y nos dio unos bollitos recién hechos. Me acuerdo de que nos sentamos en el porche, bebimos limonada y mi padre le hizo un dibujo.
—Lo puso en el salón, estaba muy orgullosa de él. Yo estaba en la ciudad cuando vino tu familia. Estaba trabajando, pero mi madre estuvo semanas hablando de vuestra visita. Siempre quiso mucho a la señorita Gennie.
—Verás cuando le diga que te he conocido. ¿Qué tal está tu madre, Delta?
—Murió el año pasado.
—Vaya —le puso también la otra mano sobre la suya—. Lo siento mucho.
—Tuvo una vida estupenda y murió mientras dormía, así que supongo que también tuvo una buena muerte. Tus padres vinieron al funeral. Vienes de una gran familia, pequeña ____(tn).
—Lo sé. Tú también.
El lugar olía a whisky y a humo. A ___(tn) no le resultó desagradable, era parte del ambiente del local. Un ambiente de luz tenue que iluminaba el escaso escenario. Las mesas redondas y poco más grandes que un plato de postre abarrotaban la sala y, aunque la mayoría estaban ocupadas, apenas había ruido.
____(tn) llegó a la conclusión de que en sitios como aquél la gente hablaba susurrando; planeaban romances o disfrutaban de los ya existentes.
Sentados a una barra de robusta madera, otros clientes bebían sus copas y las protegían con los brazos como si alguien fuera a robárselas.
Era un lugar propio de una película de los años cuarenta. Una de esas historias en las que la heroína llevaba vestidos largos y estrechos, los labios pintados y el cabello rubio cayéndole sobre la cara, mientras cantaba canciones que hablaban de todos los hombres que le habían hecho daño.
Mientras ella cantaba, el hombre que la deseaba, y que le había hecho daño, hundía su mirada pensativa en un whisky.
En otras palabras, pensó ___(tn) con una sonrisa, era un lugar perfecto.
Esforzándose en no llamar la atención, ocupó una mesa junto a la pared del fondo del local y lo observó entre el humo y los vapores del whisky.
Iba vestido de negro. Vaqueros y camiseta metida por dentro del pantalón. Se había quitado la chaqueta de cuero con la que se había protegido del frío. Estaba hablando con una mujer guapísima ataviada con un estrecho vestido rojo, que marcaba las curvas de su cuerpo. Su risa retumbó en toda la sala con enorme sensualidad.
Fue entonces cuando ___(tn) lo vio sonreír por primera vez. Aunque el modo en que sus labios se curvaron e iluminaron su rostro no podía describirse como una simple sonrisa. Era un gesto lleno de diversión, afecto y sentido del humor. Un gesto que hizo que ___(tn) sonriera también.
Supuso que la bella amazona debía de ser su novia. Y tuvo la completa certeza de que así era cuando ella le agarró el rostro entre ambas manos y lo besó. Por supuesto, pensó ____(tn), un hombre así, lleno de secretos y misterios, tenía que tener una amante exótica con la que se encontraba en un lugar oscuro y lleno de humo, ambientado por música triste y sensual.
La escena le pareció tan romántica que de sus labios salió un suspiro.
Ya en el escenario, Delta le dio un cariñoso pellizco en la mejilla a Kendall.
—¿Ahora te siguen las mujeres?
—Es una lunática.
—¿Quieres que pida que la echen?
—No —no se volvió a mirarla, pero podía sentir sus enormes ojos verdes clavados en él—. Me parece que es inofensiva.
Los ojos castaños de Delta se llenaron de un brillo malévolo.
—Entonces tendré que fijarme bien en ella. Tengo que ver cómo es la mujer que acosa a mi querido labios de azúcar. ¿No crees, André?
El tipo delgado que se sentaba al piano levantó la mirada de las teclas y sonrió levemente.
—Pero no le hagas daño, Delta. Es muy jovencita. ¿Preparado? —le preguntó a Kendall
—Empieza tú, yo te sigo.
Mientras Delta abandonaba el escenario, los dedos largos y finos de André comenzaron a hacer magia con las teclas del piano. Kendall se dejó llevar por las notas y, con los ojos cerrados, dejó que la música fluyera.
La melodía lo arrastró. Conseguía hacer desaparecer de su mente las palabras, la gente y las escenas que a menudo lo aturdían. Cuando tocaba no existía nada más que la música y el placer de producirla.
Una vez le había dicho a Delta que era como el sexo; te vaciaba por dentro y a la vez te daba algo nuevo. Y siempre se hacía demasiado corto.
Al fondo del local, ____(tn) se sumergió en la música, se dejó llevar por la melancólica melodía. Se dio cuenta entonces de que era muy diferente verlo tocar a simplemente escucharlo al otro lado de las paredes. La música unida a la imagen tenía mucho más poder, era más conmovedora y mucho más sexy.
Era una música para llorar. Para hacer el amor. Para soñar.
Estaba tan absorta en el escenario, que no vio acercarse a Delta.
—Tú dirás, guapa.
—Mmm —____(tn) levantó la mirada, distraída, y sonrió levemente—. Es maravilloso. Esta música llega al corazón.
Delta enarcó una ceja. La muchacha tenía un rostro hermoso; con esa nariz respingona y esos ojos grandes, no parecía una lunática.
—¿Vas a tomar algo o sólo vas a ocupar una mesa?
—Ah —claro, pensó _____(tn), en un lugar así había que consumir—. Es música de whisky —dijo con otra sonrisa—. Quiero un whisky.
Delta levantó la ceja un poco más.
—No tienes pinta de tener edad suficiente para pedir un whisky.
____(tn) ni siquiera se molestó en suspirar; estaba demasiado acostumbrada a aquella situación. Se limitó a sacar el carné de conducir del bolso y mostrárselo.
Delta lo observó detenidamente.
—Muy bien, ____(tn) Campbell, te traeré tu whisky.
—Gracias —satisfecha, ____(tn) apoyó la barbilla en las manos y volvió a concentrarse en la música.
Unos segundos después se sorprendió cuando Delta volvió con dos vasos en lugar de uno y se sentó junto a ella.
—¿Y qué haces en un sitio como éste, joven ___(tn)?
___(tn) abrió la boca, pero enseguida se dio cuenta de que no podía decirle que había ido siguiendo a su misterioso vecino por todo el Soho.
—Vivo muy cerca de aquí. Supongo que seguí un impulso —levantó el vaso y señaló con él el escenario—. Me alegro de haberlo hecho —dijo antes de beber.
Delta la observó detenidamente. Tenía aspecto de animadora de instituto, pero había que reconocer que bebía whisky como un hombre.
—Vas por ahí a estas horas de la noche tú sola, alguien podría hacerte algo, pequeña.
___(tn) la miró por encima del borde del vaso.
—No lo creo, grande.
Delta asintió.
—Soy Delta Pardue —se presentó chocando su vaso con el de ____(tn)—. Soy la propietaria del local.
—Pues me gusta mucho, Delta.
—Puede ser —dijo con una carcajada—. De lo que estoy segura es de que te gusta mucho mi hombre —añadió mirando al escenario—. No le has quitado los ojos de encima desde que has entrado.
___(tn) dio otro trago con gesto pensativo, tenía que meditar bien cómo actuar. No tenía la menor duda de que sabía cuidarse en las calles de Nueva York o de cualquier otro lugar, pero Delta era mucho más grande que ella y, como muy bien le había recordado, se trataba de su local y de su hombre. Sería mejor no hacerla enfadar.
—Es muy atractivo —admitió con relajación—. Resulta difícil no mirarlo, así que, si te parece bien, seguiré haciéndolo. No creo que vaya a mirarme siquiera teniendo a una mujer como tú cerca.
Delta se echó a reír de nuevo.
—Parece que sí que sabes cuidarte sólita. Eres una chica lista.
___(tn) se rió también.
—Sí que lo soy, sí. Y de verdad me gusta mucho tu local. ¿Cuánto tiempo hace que lo tienes?
—Dos años.
—¿Y antes de eso? Por tu acento, supongo que eres de Nueva Orleans.
Delta ladeó la cabeza.
—Tienes buen oído.
—Es que tengo familia en Nueva Orleans. Mi madre se crió allí.
—No conozco a ningún Campbell. ¿Cuál era el apellido de soltera de tu madre?
—Grandeau.
—Conozco muchos Grandeau. ¿Eres familia de la señorita Adelaide?
—Es mi tía abuela.
—Una gran dama.
____(tn) se echó a reír y después tomó un trago.
—Una mujer tan fría como el invierno. Mis hermanos y yo solíamos creer que era una bruja.
—Tiene mucho poder, pero sólo por su dinero y por su nombre. ¿Así que eres una Grandeau? ¿Y quién es tu madre?
—Genviéve Grandeau Campbell, la pintora.
—La señorita Gennie —Delta dejó el vaso sobre la mesa con una sonora carcajada—. La hija de la señorita Gennie en mi local. El mundo es increíble.
—¿Conoces a mi madre?
—Mi madre le limpiaba la casa a tu abuela, querida.
—¿Mazie? ¿Eres la hija de Mazie? —impulsada por ese vínculo inmediato, ___(tn) le agarró la mano a Delta—. Mi madre hablaba de Mazie todo el tiempo. Fuimos a visitarla una vez cuando yo era niña y nos dio unos bollitos recién hechos. Me acuerdo de que nos sentamos en el porche, bebimos limonada y mi padre le hizo un dibujo.
—Lo puso en el salón, estaba muy orgullosa de él. Yo estaba en la ciudad cuando vino tu familia. Estaba trabajando, pero mi madre estuvo semanas hablando de vuestra visita. Siempre quiso mucho a la señorita Gennie.
—Verás cuando le diga que te he conocido. ¿Qué tal está tu madre, Delta?
—Murió el año pasado.
—Vaya —le puso también la otra mano sobre la suya—. Lo siento mucho.
—Tuvo una vida estupenda y murió mientras dormía, así que supongo que también tuvo una buena muerte. Tus padres vinieron al funeral. Vienes de una gran familia, pequeña ____(tn).
—Lo sé. Tú también.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 4
Kendall no comprendía nada. Allí estaba Delta, la persona más sensata que conocía, charlando y abrazándose con esa loca como si fueran viejas amigas. Compartiendo whisky y risas y agarrándose de las manos como solían hacer las mujeres.
Durante más de una hora estuvieron cotorreando animadamente.
____(tn) hablaba y gesticulaba con las manos mientras Delta soltaba una carcajada tras otra o meneaba la cabeza con incredulidad.
—Mira a esas dos, André —le dijo Kendall al pianista.
André dejó de tocar para encenderse un cigarrillo.
—Parecen dos gallinas. Esa chica es muy guapa, amigo. Tiene chispa.
—A mí no me gusta la chispa —farfulló Kendall. Se le habían quitado las ganas de tocar, así que guardó la guitarra en su funda—. Hasta la próxima.
—Aquí estaré.
Pensó en marcharse sin más, pero le daba rabia ver a su amiga tan a gusto con esa lunática. Además, al menos sería una satisfacción que su entrometida vecina se sintiera descubierta. Pero al acercarse a la mesa, ella se limitó a levantar la mirada hacia él y sonreír.
—Hola —dijo con total normalidad—. ¿No vas a tocar más? Es una música maravillosa.
—Me has seguido.
—Lo sé. No está bien, pero la verdad es que me alegro mucho de haberlo hecho. Me ha encantado la música y si no hubiera venido, no habría conocido a Delta.
—No vuelvas a hacerlo —espetó él antes de dirigirse hacia la puerta.
—Se ha enfadado —comentó Delta riéndose—. Tiene esa mirada que le hiela los huesos a una.
—Debería disculparme —dijo ___(tn) al tiempo que se ponía en pie—. No quiero que se enfade contigo.
—¿Conmigo? Pero...
—Enseguida vuelvo —le dio un beso en la mejilla a Delta y fue corriendo tras él—. No te preocupes, te prometo que lo arreglaré.
Delta se quedó allí mirándola, sorprendida.
—Pequeña, no sabes en lo que te está metiendo —dijo sonriendo—. Claro que tampoco lo sabe labios de azúcar.
En la calle, ___(tn) llamó a gritos a su vecino mientras se lamentaba de no haberle preguntado a Delta cómo se llamaba.
Cuando por fin lo alcanzó, lo agarró por el brazo.
—Lo siento. Es todo culpa mía.
—¿Quién ha dicho que no lo sea?
—No debería haberte seguido. Fue un impulso y me cuesta mucho no dejarme llevar por los impulsos. Estaba muy enfadada con ese **** de Frank y... bueno, eso no importa. Sólo quería... ¿podrías caminar un poco más despacio?
—No.
—Está bien. Comprendo que quieras que me atropelle un camión, pero no tienes por qué enfadarte con Delta. Nos pusimos a hablar y de pronto hemos descubierto que su madre trabajó para mi abuela. Conoce a mis padres y a muchos de mis primos...
Por fin se detuvo y la miró.
—De todos los antros de la ciudad —murmuró de un modo que la hizo reír.
—He tenido que seguirte hasta ése y hacerme amiga de tu novia. Lo siento.
—¿Mi novia?
___(tn) comprobó con enorme sorpresa que era capaz de reír, un sonido que la hizo derretir.
—¿A ti te parece que Delta puede ser la novia de nadie? Dios, ¿de qué planeta eres?
—Es una manera de hablar. No me atrevía a llamarla tu amante.
Siguió mirándola con una cálida expresión en los ojos.
—Es muy halagador, pero da la casualidad de que el tipo con el que estaba tocando es su marido y mi amigo.
—¿El tipo flaco que toca el piano? ¿De verdad? —___(tn) consideró la idea un segundo y le resultó increíblemente romántica—. Es genial.
Kendall meneó la cabeza y siguió caminando.
—Lo que quiero decir es que —continuó diciendo ___(tn) andando junto a él—... estoy segura de que Delta se acercó para asegurarse de que no iba a acosarte ni nada parecido, pero entonces una cosa llevó a la otra y acabamos charlando. No quiero que te enfades con ella.
—No estoy enfadado con ella, sólo contigo. Lo que has hecho es demasiado.
—Lo siento mucho, pero no te preocupes que enseguida te dejo en paz porque está claro que eso es lo que quieres.
Levantó bien la cabeza y se dio media vuelta para cruzar la calle y caminar en dirección opuesta al edificio en el que vivían.
Kendall se quedó mirándola unos segundos, después se encogió de hombros y continuó su camino, diciéndose a sí mismo que se alegraba de haberse librado de ella.
No era cosa suya que se dedicase a pasear sola en mitad de la noche; había sido ella la que había decidido seguirlo.
No iba a preocuparse por ella.
Volvió a darse media vuelta con una maldición en los labios. Sólo iba a asegurarse de que llegaba a casa sana y salva, nada más. No quería sentirse responsable si le pasaba algo. Después se olvidaría de ella para siempre.
Estaba todavía a media manzana de ella cuando ocurrió. Un hombre salió de entre las sombras y la agarró. Ella lanzó un grito ensordecedor. Kendall soltó la guitarra y echó a correr con los puños apretados, pero se detuvo en seco al ver cómo ____(tn) se giraba y no sólo conseguía zafarse de su atacante, sino que le daba un rodillazo en la entrepierna con el que lo hizo caer al suelo de bruces.
—¡Sólo tengo diez malditos dólares! ¡Diez dólares, estúpido! —gritaba cuando Kendall consiguió reaccionar y llegó a su lado—. Si necesitabas dinero, habérmelo pedido, estúpido.
—¿Estás bien?
—Sí, maldita sea. Esto es culpa tuya. No le habría pegado tan fuerte si no hubiese estado enfadada contigo.
Kendall se fijó en que se estaba mirando los nudillos y le agarró la mano.
—Mueve los dedos.
—Déjame en paz.
—Vamos, mueve los dedos.
—¡Oye! —dijo una mujer desde una ventana—. ¿Quieres que llame a la policía?
—Sí —respondió ___(tn) mientras hacía lo que Kendall le pedía—. Sí, por favor. Gracias —añadió con algo más de suavidad.
—Menuda damisela indefensa —farfulló Kendall—. No tienes nada roto, pero deberían hacerte una radiografía.
—Muchas gracias, doctor —retiró la mano bruscamente—. Ya puedes irte, estoy perfectamente.
El atacante empezó a moverse en el suelo y Kendall le puso el pie en el pecho.
—Creo que mejor me quedo un rato. ¿Por qué no me traes la guitarra? La he tirado al suelo porque aún creía que el lobo feroz se comería a Caperucita.
___(tn) estuvo a punto de decirle que si quería su guitarra, fuera por él, pero entonces pensó que si tenía que volver a pegar al atacante, se haría daño en la mano. Así pues, comenzó a caminar con toda la dignidad que pudo, recogió la guitarra y volvió con él.
—Gracias —le dijo ella.
—¿Por qué?
—Por intentar ayudarme.
—No hay de qué —respondió Kendall.
Se retiró en cuanto llegó el coche patrulla y, al ver lo bien que se explicaba ___(tn), albergó la esperanza de poder escabullirse sin más, pero justo en ese momento se dirigió a él uno de los agentes.
—¿Ha visto usted lo ocurrido?
Kendall suspiró con resignación.
—Si señor.
Kendall no comprendía nada. Allí estaba Delta, la persona más sensata que conocía, charlando y abrazándose con esa loca como si fueran viejas amigas. Compartiendo whisky y risas y agarrándose de las manos como solían hacer las mujeres.
Durante más de una hora estuvieron cotorreando animadamente.
____(tn) hablaba y gesticulaba con las manos mientras Delta soltaba una carcajada tras otra o meneaba la cabeza con incredulidad.
—Mira a esas dos, André —le dijo Kendall al pianista.
André dejó de tocar para encenderse un cigarrillo.
—Parecen dos gallinas. Esa chica es muy guapa, amigo. Tiene chispa.
—A mí no me gusta la chispa —farfulló Kendall. Se le habían quitado las ganas de tocar, así que guardó la guitarra en su funda—. Hasta la próxima.
—Aquí estaré.
Pensó en marcharse sin más, pero le daba rabia ver a su amiga tan a gusto con esa lunática. Además, al menos sería una satisfacción que su entrometida vecina se sintiera descubierta. Pero al acercarse a la mesa, ella se limitó a levantar la mirada hacia él y sonreír.
—Hola —dijo con total normalidad—. ¿No vas a tocar más? Es una música maravillosa.
—Me has seguido.
—Lo sé. No está bien, pero la verdad es que me alegro mucho de haberlo hecho. Me ha encantado la música y si no hubiera venido, no habría conocido a Delta.
—No vuelvas a hacerlo —espetó él antes de dirigirse hacia la puerta.
—Se ha enfadado —comentó Delta riéndose—. Tiene esa mirada que le hiela los huesos a una.
—Debería disculparme —dijo ___(tn) al tiempo que se ponía en pie—. No quiero que se enfade contigo.
—¿Conmigo? Pero...
—Enseguida vuelvo —le dio un beso en la mejilla a Delta y fue corriendo tras él—. No te preocupes, te prometo que lo arreglaré.
Delta se quedó allí mirándola, sorprendida.
—Pequeña, no sabes en lo que te está metiendo —dijo sonriendo—. Claro que tampoco lo sabe labios de azúcar.
En la calle, ___(tn) llamó a gritos a su vecino mientras se lamentaba de no haberle preguntado a Delta cómo se llamaba.
Cuando por fin lo alcanzó, lo agarró por el brazo.
—Lo siento. Es todo culpa mía.
—¿Quién ha dicho que no lo sea?
—No debería haberte seguido. Fue un impulso y me cuesta mucho no dejarme llevar por los impulsos. Estaba muy enfadada con ese **** de Frank y... bueno, eso no importa. Sólo quería... ¿podrías caminar un poco más despacio?
—No.
—Está bien. Comprendo que quieras que me atropelle un camión, pero no tienes por qué enfadarte con Delta. Nos pusimos a hablar y de pronto hemos descubierto que su madre trabajó para mi abuela. Conoce a mis padres y a muchos de mis primos...
Por fin se detuvo y la miró.
—De todos los antros de la ciudad —murmuró de un modo que la hizo reír.
—He tenido que seguirte hasta ése y hacerme amiga de tu novia. Lo siento.
—¿Mi novia?
___(tn) comprobó con enorme sorpresa que era capaz de reír, un sonido que la hizo derretir.
—¿A ti te parece que Delta puede ser la novia de nadie? Dios, ¿de qué planeta eres?
—Es una manera de hablar. No me atrevía a llamarla tu amante.
Siguió mirándola con una cálida expresión en los ojos.
—Es muy halagador, pero da la casualidad de que el tipo con el que estaba tocando es su marido y mi amigo.
—¿El tipo flaco que toca el piano? ¿De verdad? —___(tn) consideró la idea un segundo y le resultó increíblemente romántica—. Es genial.
Kendall meneó la cabeza y siguió caminando.
—Lo que quiero decir es que —continuó diciendo ___(tn) andando junto a él—... estoy segura de que Delta se acercó para asegurarse de que no iba a acosarte ni nada parecido, pero entonces una cosa llevó a la otra y acabamos charlando. No quiero que te enfades con ella.
—No estoy enfadado con ella, sólo contigo. Lo que has hecho es demasiado.
—Lo siento mucho, pero no te preocupes que enseguida te dejo en paz porque está claro que eso es lo que quieres.
Levantó bien la cabeza y se dio media vuelta para cruzar la calle y caminar en dirección opuesta al edificio en el que vivían.
Kendall se quedó mirándola unos segundos, después se encogió de hombros y continuó su camino, diciéndose a sí mismo que se alegraba de haberse librado de ella.
No era cosa suya que se dedicase a pasear sola en mitad de la noche; había sido ella la que había decidido seguirlo.
No iba a preocuparse por ella.
Volvió a darse media vuelta con una maldición en los labios. Sólo iba a asegurarse de que llegaba a casa sana y salva, nada más. No quería sentirse responsable si le pasaba algo. Después se olvidaría de ella para siempre.
Estaba todavía a media manzana de ella cuando ocurrió. Un hombre salió de entre las sombras y la agarró. Ella lanzó un grito ensordecedor. Kendall soltó la guitarra y echó a correr con los puños apretados, pero se detuvo en seco al ver cómo ____(tn) se giraba y no sólo conseguía zafarse de su atacante, sino que le daba un rodillazo en la entrepierna con el que lo hizo caer al suelo de bruces.
—¡Sólo tengo diez malditos dólares! ¡Diez dólares, estúpido! —gritaba cuando Kendall consiguió reaccionar y llegó a su lado—. Si necesitabas dinero, habérmelo pedido, estúpido.
—¿Estás bien?
—Sí, maldita sea. Esto es culpa tuya. No le habría pegado tan fuerte si no hubiese estado enfadada contigo.
Kendall se fijó en que se estaba mirando los nudillos y le agarró la mano.
—Mueve los dedos.
—Déjame en paz.
—Vamos, mueve los dedos.
—¡Oye! —dijo una mujer desde una ventana—. ¿Quieres que llame a la policía?
—Sí —respondió ___(tn) mientras hacía lo que Kendall le pedía—. Sí, por favor. Gracias —añadió con algo más de suavidad.
—Menuda damisela indefensa —farfulló Kendall—. No tienes nada roto, pero deberían hacerte una radiografía.
—Muchas gracias, doctor —retiró la mano bruscamente—. Ya puedes irte, estoy perfectamente.
El atacante empezó a moverse en el suelo y Kendall le puso el pie en el pecho.
—Creo que mejor me quedo un rato. ¿Por qué no me traes la guitarra? La he tirado al suelo porque aún creía que el lobo feroz se comería a Caperucita.
___(tn) estuvo a punto de decirle que si quería su guitarra, fuera por él, pero entonces pensó que si tenía que volver a pegar al atacante, se haría daño en la mano. Así pues, comenzó a caminar con toda la dignidad que pudo, recogió la guitarra y volvió con él.
—Gracias —le dijo ella.
—¿Por qué?
—Por intentar ayudarme.
—No hay de qué —respondió Kendall.
Se retiró en cuanto llegó el coche patrulla y, al ver lo bien que se explicaba ___(tn), albergó la esperanza de poder escabullirse sin más, pero justo en ese momento se dirigió a él uno de los agentes.
—¿Ha visto usted lo ocurrido?
Kendall suspiró con resignación.
—Si señor.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 5
Y así fue como se le hicieron las dos de la mañana antes de poder volver al edificio con ___(tn), cada uno a su respectivo apartamento. Kendall tenía aún en la boca el terrible sabor del café de comisaría y un incipiente dolor de cabeza amenazaba con no dejarle dormir.
—Ha sido emocionante, ¿verdad? Todo lleno de policías y de delincuentes. La verdad es que resultaba difícil distinguir a los unos de los otros. Bueno, los detectives llevaban corbata. La verdad es que han sido muy amables al enseñármelo todo. Deberías haber venido. Las salas de interrogatorios eran tal y como las imaginaba. Oscuras y escalofriantes.
Debía de ser la única persona en el mundo capaz de encontrarle el lado positivo a un atraco.
—Aún estoy nerviosa —dijo entonces—. ¿Tú no? ¿Quieres galletas? Todavía me quedan bastantes.
Mientras sacaba las llaves, Kendall pensó en no hacer el menor caso a su invitación, pero un rugido en el estómago le recordó que hacía más de seis horas que no comía nada. Y sus galletas eran una especie de milagro.
—Bueno.
—Genial —abrió la puerta de su casa y se descalzó antes de ir hacia la cocina—. Puedes entrar. Te las pondré en un plato para que puedas comerlas a solas en tu guarida, pero no hace falta que esperes en el descansillo.
Kendall entró dejando la puerta abierta a su espalda. Era de imaginar que su casa fuera un lugar alegre y lleno de toques de buen gusto. Echó un vistazo a su alrededor mientras ella ponía algunas galletas en un plato sin dejar de parlotear ni un momento.
—Hablas mucho.
—Lo sé. Sobre todo cuando estoy nerviosa.
—¿Alguna vez estás tranquila?
—De vez en cuando.
Se fijó en las fotos enmarcadas que había sobre un mueble, varios pares de pendientes, unos zapatos en el suelo, una novela romántica y el olor a flores frescas. Todo encajaba con ella a la perfección, pensó en el momento en que su vista se detuvo en una tira de cómic.
—Amigos y vecinos —dijo, y después se fijó en la firma. ___(tn)—. ¿Es tuyo?
—Sí. Ése es mi cómic, pero supongo que no dedicarás mucho tiempo a leer cómics, ¿verdad?
Kendall distinguía una pulla con sólo oírla, así que se volvió a mirarla y, quizá fuera por culpa de la hora o del cansancio, pero lo cierto era que la vio sencillamente encantadora y atractiva.
—¿Grant Campbell, el autor de Macintosh, es tu padre?
—Sí.
Era toda una coincidencia. Había una estrecha relación entre los Campbell y los Schmidt . Se acercó a la barra que separaba la cocina del salón y agarró un par de galletas del plato.
—Me gusta su trabajo.
—Me alegro —al ver que agarraba más galletas, ___(tn) le dijo—: ¿Quieres un vaso de leche?
—No. ¿Tienes cerveza?
—¿Con las galletas? — hizo una mueca de asco, pero le sacó una cerveza de la nevera—. Espero que sea de tu agrado, es la que le gusta a Chuck.
—Chuck tiene muy buen gusto. ¿Es tu novio?
—Supongo que eso significa que yo sí soy de las que tienen novios, pero no. Es el marido de Jody. Jody y Chuck Myers viven justo debajo de ti, en el 2B. Hoy he salido a cenar con ellos y con el aburrido del primo de Jody, Frank.
—¿Era ese sobre el que farfullabas cuando llegaste a casa?
—¿Estaba farfullando? —preguntó frunciendo el ceño. Hablar en voz alta era otra costumbre que intentaba quitarse desde hacía tiempo—. Puede ser. Es la tercera vez que Jody me enreda para salir con Frank. Es corredor de bolsa, treinta y cinco años y guapo, si te gustan los tipos de mandíbula ancha y frente pronunciada. Tiene un BMW descapotable, un apartamento en el Upper East Side y una casa de veraneo en los Hamptons, suele llevar trajes de Armani, le gusta la comida francesa y tiene los dientes perfectos.
Kendall sonrió con interés, a su pesar.
—¿Y qué haces que no estás casada y buscando un dúplex en el que vivir con él?
—Ése sería exactamente el sueño de Jody. Primero, no tengo el menor interés en casarme y vivir en un dúplex y segundo y más importante, preferiría vivir en un hormiguero que con Frank.
—¿Qué tiene de malo?
—Que me aburre —afirmó, pero entonces hizo un gesto de pesar—. Soy muy mala.
—¿Por qué? A mí me pareces sincera.
—Lo soy —dijo al tiempo que agarraba una segunda galleta—. La verdad es que es buena persona, pero no creo que haya leído un solo libro, ni visto ninguna película en los últimos cinco años. Verá alguna que otra en la tele, pero ninguna película de verdad y sin embargo se atreve a criticarlas.
—Ni siquiera lo conozco y ya me aburre.
Eso la hizo reír.
—Dicen que se mira en las cucharas para comprobar que tiene el pelo en orden y podría pasarse la vida entera hablando de las cotizaciones de la bolsa. Y, por si eso fuera poco, besa como un pez.
—Vaya —había olvidado por completo que tenía intención de agarrar el plato de galletas y huir a su apartamento—. ¿Y cómo se supone que besan los peces?
____(tn) hizo una enorme «O» con la boca y luego se echó a reír.
—Los peces no se besan, pero si lo hicieran, sería algo así. Hoy he estado a punto de escapar sin tener que pasar por tal experiencia, pero entonces ha intervenido Jody.
—¿Y no se te ha ocurrido decir que no?
—Claro que se me ha ocurrido —dijo con una sonrisa de vergüenza y autocrítica—. Pero nunca consigo hacerlo. Jody me quiere y, por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, también quiere a Frank y cree que hacemos la pareja perfecta. Ya sabes cómo es cuando alguien te pone en una situación así con toda su buena intención.
—No, no lo sé.
___(tn) lo observó inclinando la cabeza. Le vino a la mente la imagen de su apartamento vacío. Parecía que no tenía ni muebles ni familia.
—Pues es una lástima porque, aunque a veces resulte muy molesto, yo no lo cambiaría por nada del mundo.
—¿Qué tal la mano? —le preguntó al ver que se frotaba los nudillos.
—Ah. Todavía me duele un poco. Mañana me va a costar trabajar, pero aprovecharé la experiencia para hacer alguna tira.
—No me imagino a Emily tumbando a un atracador de un puñetazo y una patada.
Una enorme sonrisa iluminó el rostro de ___(tn).
—Entonces lo lees.
—De vez en cuando —de pronto pensó que era preciosa y estaba llena de vida. Empezaba a resultarle muy tentadora la idea de comprobar si sus labios eran tan deliciosos como sus galletas.
Seguramente eso era lo que ocurría cuando uno acababa comiendo galletas caseras en mitad de la noche con una mujer que se ganaba la vida viendo el lado más positivo de la vida.
—No tienes la ironía de tu padre, ni el genio artístico de tu madre, pero tienes un cierto talento para reflejar el absurdo.
___(tn) soltó una breve carcajada.
—Vaya, gracias por la crítica.
—De nada —dijo agarrando el plato—. Gracias por las galletas.
__(tn) lo vio alejarse hacia la puerta. Se iba a enterar del talento que tenía para el absurdo cuando viera los siguientes números del cómic.
—Oye.
Él se detuvo y la miró.
—¿Qué?
—Supongo que tendrás nombre, apartamento 3B.
—Sí, claro que tengo nombre, 3A. Es Schmidt —agarró la cerveza y el plato con la misma mano y con la otra cerró la puerta tras de sí.
Y así fue como se le hicieron las dos de la mañana antes de poder volver al edificio con ___(tn), cada uno a su respectivo apartamento. Kendall tenía aún en la boca el terrible sabor del café de comisaría y un incipiente dolor de cabeza amenazaba con no dejarle dormir.
—Ha sido emocionante, ¿verdad? Todo lleno de policías y de delincuentes. La verdad es que resultaba difícil distinguir a los unos de los otros. Bueno, los detectives llevaban corbata. La verdad es que han sido muy amables al enseñármelo todo. Deberías haber venido. Las salas de interrogatorios eran tal y como las imaginaba. Oscuras y escalofriantes.
Debía de ser la única persona en el mundo capaz de encontrarle el lado positivo a un atraco.
—Aún estoy nerviosa —dijo entonces—. ¿Tú no? ¿Quieres galletas? Todavía me quedan bastantes.
Mientras sacaba las llaves, Kendall pensó en no hacer el menor caso a su invitación, pero un rugido en el estómago le recordó que hacía más de seis horas que no comía nada. Y sus galletas eran una especie de milagro.
—Bueno.
—Genial —abrió la puerta de su casa y se descalzó antes de ir hacia la cocina—. Puedes entrar. Te las pondré en un plato para que puedas comerlas a solas en tu guarida, pero no hace falta que esperes en el descansillo.
Kendall entró dejando la puerta abierta a su espalda. Era de imaginar que su casa fuera un lugar alegre y lleno de toques de buen gusto. Echó un vistazo a su alrededor mientras ella ponía algunas galletas en un plato sin dejar de parlotear ni un momento.
—Hablas mucho.
—Lo sé. Sobre todo cuando estoy nerviosa.
—¿Alguna vez estás tranquila?
—De vez en cuando.
Se fijó en las fotos enmarcadas que había sobre un mueble, varios pares de pendientes, unos zapatos en el suelo, una novela romántica y el olor a flores frescas. Todo encajaba con ella a la perfección, pensó en el momento en que su vista se detuvo en una tira de cómic.
—Amigos y vecinos —dijo, y después se fijó en la firma. ___(tn)—. ¿Es tuyo?
—Sí. Ése es mi cómic, pero supongo que no dedicarás mucho tiempo a leer cómics, ¿verdad?
Kendall distinguía una pulla con sólo oírla, así que se volvió a mirarla y, quizá fuera por culpa de la hora o del cansancio, pero lo cierto era que la vio sencillamente encantadora y atractiva.
—¿Grant Campbell, el autor de Macintosh, es tu padre?
—Sí.
Era toda una coincidencia. Había una estrecha relación entre los Campbell y los Schmidt . Se acercó a la barra que separaba la cocina del salón y agarró un par de galletas del plato.
—Me gusta su trabajo.
—Me alegro —al ver que agarraba más galletas, ___(tn) le dijo—: ¿Quieres un vaso de leche?
—No. ¿Tienes cerveza?
—¿Con las galletas? — hizo una mueca de asco, pero le sacó una cerveza de la nevera—. Espero que sea de tu agrado, es la que le gusta a Chuck.
—Chuck tiene muy buen gusto. ¿Es tu novio?
—Supongo que eso significa que yo sí soy de las que tienen novios, pero no. Es el marido de Jody. Jody y Chuck Myers viven justo debajo de ti, en el 2B. Hoy he salido a cenar con ellos y con el aburrido del primo de Jody, Frank.
—¿Era ese sobre el que farfullabas cuando llegaste a casa?
—¿Estaba farfullando? —preguntó frunciendo el ceño. Hablar en voz alta era otra costumbre que intentaba quitarse desde hacía tiempo—. Puede ser. Es la tercera vez que Jody me enreda para salir con Frank. Es corredor de bolsa, treinta y cinco años y guapo, si te gustan los tipos de mandíbula ancha y frente pronunciada. Tiene un BMW descapotable, un apartamento en el Upper East Side y una casa de veraneo en los Hamptons, suele llevar trajes de Armani, le gusta la comida francesa y tiene los dientes perfectos.
Kendall sonrió con interés, a su pesar.
—¿Y qué haces que no estás casada y buscando un dúplex en el que vivir con él?
—Ése sería exactamente el sueño de Jody. Primero, no tengo el menor interés en casarme y vivir en un dúplex y segundo y más importante, preferiría vivir en un hormiguero que con Frank.
—¿Qué tiene de malo?
—Que me aburre —afirmó, pero entonces hizo un gesto de pesar—. Soy muy mala.
—¿Por qué? A mí me pareces sincera.
—Lo soy —dijo al tiempo que agarraba una segunda galleta—. La verdad es que es buena persona, pero no creo que haya leído un solo libro, ni visto ninguna película en los últimos cinco años. Verá alguna que otra en la tele, pero ninguna película de verdad y sin embargo se atreve a criticarlas.
—Ni siquiera lo conozco y ya me aburre.
Eso la hizo reír.
—Dicen que se mira en las cucharas para comprobar que tiene el pelo en orden y podría pasarse la vida entera hablando de las cotizaciones de la bolsa. Y, por si eso fuera poco, besa como un pez.
—Vaya —había olvidado por completo que tenía intención de agarrar el plato de galletas y huir a su apartamento—. ¿Y cómo se supone que besan los peces?
____(tn) hizo una enorme «O» con la boca y luego se echó a reír.
—Los peces no se besan, pero si lo hicieran, sería algo así. Hoy he estado a punto de escapar sin tener que pasar por tal experiencia, pero entonces ha intervenido Jody.
—¿Y no se te ha ocurrido decir que no?
—Claro que se me ha ocurrido —dijo con una sonrisa de vergüenza y autocrítica—. Pero nunca consigo hacerlo. Jody me quiere y, por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, también quiere a Frank y cree que hacemos la pareja perfecta. Ya sabes cómo es cuando alguien te pone en una situación así con toda su buena intención.
—No, no lo sé.
___(tn) lo observó inclinando la cabeza. Le vino a la mente la imagen de su apartamento vacío. Parecía que no tenía ni muebles ni familia.
—Pues es una lástima porque, aunque a veces resulte muy molesto, yo no lo cambiaría por nada del mundo.
—¿Qué tal la mano? —le preguntó al ver que se frotaba los nudillos.
—Ah. Todavía me duele un poco. Mañana me va a costar trabajar, pero aprovecharé la experiencia para hacer alguna tira.
—No me imagino a Emily tumbando a un atracador de un puñetazo y una patada.
Una enorme sonrisa iluminó el rostro de ___(tn).
—Entonces lo lees.
—De vez en cuando —de pronto pensó que era preciosa y estaba llena de vida. Empezaba a resultarle muy tentadora la idea de comprobar si sus labios eran tan deliciosos como sus galletas.
Seguramente eso era lo que ocurría cuando uno acababa comiendo galletas caseras en mitad de la noche con una mujer que se ganaba la vida viendo el lado más positivo de la vida.
—No tienes la ironía de tu padre, ni el genio artístico de tu madre, pero tienes un cierto talento para reflejar el absurdo.
___(tn) soltó una breve carcajada.
—Vaya, gracias por la crítica.
—De nada —dijo agarrando el plato—. Gracias por las galletas.
__(tn) lo vio alejarse hacia la puerta. Se iba a enterar del talento que tenía para el absurdo cuando viera los siguientes números del cómic.
—Oye.
Él se detuvo y la miró.
—¿Qué?
—Supongo que tendrás nombre, apartamento 3B.
—Sí, claro que tengo nombre, 3A. Es Schmidt —agarró la cerveza y el plato con la misma mano y con la otra cerró la puerta tras de sí.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 6
Cuando las escenas se le agolpaban en la cabeza, ___(tn) podía trabajar sin parar hasta que se le agarrotaban los dedos y ya no podía sujetar el lápiz o el pincel.
Al día siguiente se alimentó de galletas y de refrescos sin azúcar con los que fingía compensar la ingestión de calorías. Sobre el papel, Emily y su amiga Cari, que en los últimos dos años había ido adquiriendo muchas de las cualidades de Jody, ideaban el plan perfecto para desvelar los secretos de don Misterioso.
Su nombre iba a ser «Schmidt », pero eso sería después de unas cuantas entregas de misterio.
Durante tres días apenas se levantó de la mesa de dibujo. Jody tenía llave, por lo que no tenía que levantarse a abrirle la puerta cada vez que iba a visitarla. Y era ella la que bajaba a abrir también cuando la señora Wolinsky o cualquier otro vecino pasaban a verla.
La tercera tarde había gente suficiente en su apartamento como para celebrar una fiesta, pero ___(tn) seguía coloreando la tira especial del domingo.
Alguien había puesto música y el ruido de las risas y de la conversación subía por la escalera hasta el estudio acompañado de un agradable olor a palomitas. Mientras se preguntaba si alguien se dignaría a llevarle algo de comer, ____(tn) observó su trabajo.
Era cierto que no tenía la agudeza de su padre, reconoció, ni el genio de su madre. Pero también era cierto que tenía «cierto talento». Dibujaba con mano rápida y firme y también pintaba bastante bien si estaba de humor. El cómic le proporcionaba el espacio perfecto en el que plasmar la sociedad tal y como ella la veía.
Quizá no profundizara en los asuntos más delicados, ni analizara la política con visión sarcástica, pero su trabajo hacía reír a la gente, les hacía compañía mientras se tomaban el café a toda prisa antes de ir al trabajo o mientras desayunaban plácidamente el domingo por la mañana.
Pero lo más importante, pensó mientras ponía su nombre bajo la última viñeta, lo más importante era que la hacía feliz a ella.
Si Schmidt pensaba que su comentario la había ofendido, estaba muy equivocado. Estaba más que satisfecha con su «cierto talento».
Cuando sonó el teléfono, ___(tn) respondió con voz alegre, pues estaba satisfecha con el intenso trabajo que había llevado a cabo en los últimos tres días.
—Eso es lo que yo llamo una muchacha jovial.
—¡Abuelo! Es que estoy contenta y ahora que estoy hablando contigo, mucho más.
Técnicamente, Daniel MacGregor no era su abuelo, pero eso nunca había impedido que ambos se consideraran abuelo y nieta respectivamente. El amor no entendía de ese tipo de tecnicidades.
—¿Entonces por qué no nos has llamado a tu abuela o a mí? Ya sabes cuánto le preocupa que vivas sola en esa enorme ciudad.
—¿Sola? —Levantó el auricular para que pudiera oír los sonidos de la fiesta que se desarrollaba a sólo unos peldaños de distancia—. La verdad es que nunca me siento sola.
—¿Otra vez tienes la casa llena de gente?
—Eso parece. ¿Qué tal estás? ¿Qué tal está todo el mundo? Cuéntame.
___(tn) se recostó en el respaldo de la silla y escuchó cómodamente el relato de su abuelo sobre la familia y se alegró enormemente cuando le dijo que estaban preparando una pequeña reunión para el verano.
—Qué bien. Estoy deseando ver a todo el mundo. Hace ya mucho de la boda de Ian y Naomi y os echo de menos.
—No tienes por qué esperar hasta el verano. Estamos aquí siempre que quieras.
—Puede que os dé una sorpresa.
—En realidad yo llamaba para darte una. Supongo que no te habrás enterado de que Naomi está embarazada. En Navidades tendremos otro niño en la familia.
—Abuelo, es estupendo. Los llamaré esta misma noche para felicitarlos. Darcy y Mac están a punto de tener el suyo, así que estas Navidades vamos a tener muchos bebés a los que mimar.
—Con lo que te gustan los niños deberías estar ocupada teniendo alguno propio.
Estaba tan acostumbrada a escuchar ese tipo de cosas, que la hizo sonreír.
—Mis primos están haciendo tan buen trabajo.
—Desde luego, pero eso no significa que tú puedas dejar de lado tu obligación. Puede que seas una Campbell, pero llevas a los MacGregor en el corazón.
—Bueno, supongo que siempre podría rendirme y casarme con Frank.
—¿El de la boca de pez?
—No es la boca, es que besa como un pez, aunque... sí, el de la boca de pez. Podríamos darte unos cuantos mocosos.
—Tonterías. Necesitas un hombre, no una trucha con traje italiano. Alguien que tenga algo más en la cabeza que dinero, que entienda de arte y que sea lo bastante serio como para alejarte de los problemas.
—Ya me alejo de los problemas yo sola —le recordó y decidió no mencionar el incidente ocurrido con el atracador—. Además, como la abuela se quedó contigo, es mejor que viva aquí, en la gran ciudad.
Daniel MacGregor soltó una sonora carcajada.
—Con todos los hombres que hay en esa ciudad, deberías ser capaz de encontrar alguno que te guste. Sueles salir, ¿verdad? Espero que no te pases todo el día encerrada con tus dibujos.
—Sólo últimamente, pero es que tenía que aprovechar la inspiración. Hay un vecino nuevo en el edificio, un tipo hosco y distante... No, seamos sinceros, es maleducado y brusco. Creo que no tiene trabajo aunque a veces toca el saxo en un pequeño club que hay a pocas manzanas de aquí. Es el vecino perfecto para Emily.
—¿De verdad?
—Se pasa el día en su apartamento y no habla con nadie. Se llama Schmidt .
—Pero si no habla con nadie, ¿cómo es que sabes su nombre?
—Abuelo —se permitió una sonrisa engreída—. ¿Alguna vez se me ha resistido alguien? No me contó su vida precisamente, pero con unas cuantas galletas conseguí que al menos me dijera su nombre.
—¿Y qué tal aspecto tiene?
—Es guapo, muy guapo. Emily se va a volver loca por él.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Daniel con una carcajada de deleite.
Una vez hubo conseguido toda la información que necesitaba de su nieta adoptiva, Daniel hizo una nueva llamada. Sonrió con malicia cuando Kendall contestó con voz impaciente.
—¿Sí?
—Es usted tan dulce, Schmidt , que se me alegra el corazón con sólo oírlo.
—Señor MacGregor —la voz del escocés le cambió el humor de golpe y le hizo sonreír.
—¿Qué tal se adapta a su nuevo apartamento?
—Bastante bien. Le agradezco de nuevo que me haya dejado utilizarlo mientras mi casa está en obras. Con toda esa gente a mi alrededor, no habría podido trabajar —frunció el ceño al mirar a la pared por la que le llegaba el ruido de la casa de al lado—. Claro que esto tampoco está resultando muy tranquilo precisamente. Parece que mi vecina está celebrando algo.
—¿___(tn)? Es mi nieta, una muchacha muy sociable.
—Desde luego. No sabía que fuera su nieta.
—Bueno, algo parecido. Debería relajarse un poco y unirse a la fiesta.
—No, gracias —antes prefería tomarse una copa de detergente—. Debe de tener en su apartamento a la mitad de los habitantes del barrio. Señor MacGregor, este edificio suyo está lleno de gente a la que le gusta más hablar que comer. Y su nieta parece la cabecilla del grupo.
—Es una chica muy cordial. Me tranquiliza saber que durante un tiempo vivirá cerca de ella. Usted es un tipo sensato, Schmidt . De hecho, me gustaría pedirle que le echara un ojo de vez en cuando. ___(tn) a veces es un poco ingenua y eso me preocupa.
Kendall sonrió cuando le vino a la cabeza la imagen de ___(tn) tumbando a aquel atracador con la precisión de un boxeador.
—Yo que usted no me preocuparía.
—Ahora que sé que usted está cerca, no lo haré. Una chica tan guapa como __(tn)... porque es muy guapa, ¿no le parece?
—Mucho.
—También es muy lista. Y responsable, aunque parezca algo alocada. Pero no se puede ser alocada y crear una tira cómica tan popular todos los días, ¿no cree? Hay que ser creativa, artística y muy responsable para entregar el trabajo a tiempo día tras día. Eso usted lo sabe mejor que nadie porque escribir obras de teatro no debe de ser nada fácil.
—No —Kendall se frotó los ojos, estaba cansado de pelearse con un trabajo que no estaba yendo tan bien como debería—. No lo es.
—Pero usted tiene mucho talento, Schmidt, un talento muy poco usual. Yo lo admiro por eso.
—Últimamente me parece una maldición más que un talento. Pero se lo agradezco.
—Debería salir y distraerse un poco. Salga con alguna chica guapa. Yo no sé mucho de escribir, aunque tengo dos nietos que se ganan la vida muy bien gracias a eso. Debería aprovechar al máximo la ciudad antes de volver a encerrarse en su casa.
—Puede que lo haga.
—Ah, Kendall, hágame el favor de no decirle a ___(tn) que le he pedido que cuide de ella. Esas cosas le molestan mucho. El problema es que su abuela se preocupa mucho por ella.
—No le diré nada —prometió Kendall.
Después de la conversación con Daniel MacGregor, Kendall llegó a la conclusión de que el ruido acabaría por volverlo loco, por lo que decidió salir a tocar al club, pero descubrió que aquel día la música no conseguía alejarlo de sus pensamientos.
No dejaba de imaginar a ___(tn) sentada en la mesa del fondo, con la barbilla apoyada en las manos, una sonrisa en los labios y los ojos llenos de brillo. Aquella mujer había invadido una zona que Kendall protegía bien y eso era algo que no le hacía ninguna gracia.
Delta's era una de sus vías de escape. A menudo viajaba desde Connecticut sólo para subirse al escenario con André y tocar hasta que la tensión desaparecía, diluida en la música. Después volvía a casa o se quedaba a dormir en el sofá que había en el despacho del local.
Allí nadie le molestaba, ni le exigía más de lo que él quería dar.
Sin embargo, ahora que __(tn)había estado allí, no dejaba de mirar a la mesa que había ocupado y de preguntarse si volvería a hacerlo. A mirarlo con sus enormes ojos verdes.
—Amigo —le dijo André después de dar un largo trago del vaso de agua que tenía sobre su querido piano—. Hoy no sólo tocas bien, llevas dentro hasta la nota más triste.
—Sí, eso parece.
—Cuando un hombre tiene la cara que tienes tú ahora, suele haber una mujer implicada.
Kendall negó con la cabeza y se volvió a tocar su guitarra.
—No. No se trata de ninguna mujer, es por el trabajo.
André asintió sin estar demasiado convencido.
—Sí tú lo dices, hermano.
Cuando las escenas se le agolpaban en la cabeza, ___(tn) podía trabajar sin parar hasta que se le agarrotaban los dedos y ya no podía sujetar el lápiz o el pincel.
Al día siguiente se alimentó de galletas y de refrescos sin azúcar con los que fingía compensar la ingestión de calorías. Sobre el papel, Emily y su amiga Cari, que en los últimos dos años había ido adquiriendo muchas de las cualidades de Jody, ideaban el plan perfecto para desvelar los secretos de don Misterioso.
Su nombre iba a ser «Schmidt », pero eso sería después de unas cuantas entregas de misterio.
Durante tres días apenas se levantó de la mesa de dibujo. Jody tenía llave, por lo que no tenía que levantarse a abrirle la puerta cada vez que iba a visitarla. Y era ella la que bajaba a abrir también cuando la señora Wolinsky o cualquier otro vecino pasaban a verla.
La tercera tarde había gente suficiente en su apartamento como para celebrar una fiesta, pero ___(tn) seguía coloreando la tira especial del domingo.
Alguien había puesto música y el ruido de las risas y de la conversación subía por la escalera hasta el estudio acompañado de un agradable olor a palomitas. Mientras se preguntaba si alguien se dignaría a llevarle algo de comer, ____(tn) observó su trabajo.
Era cierto que no tenía la agudeza de su padre, reconoció, ni el genio de su madre. Pero también era cierto que tenía «cierto talento». Dibujaba con mano rápida y firme y también pintaba bastante bien si estaba de humor. El cómic le proporcionaba el espacio perfecto en el que plasmar la sociedad tal y como ella la veía.
Quizá no profundizara en los asuntos más delicados, ni analizara la política con visión sarcástica, pero su trabajo hacía reír a la gente, les hacía compañía mientras se tomaban el café a toda prisa antes de ir al trabajo o mientras desayunaban plácidamente el domingo por la mañana.
Pero lo más importante, pensó mientras ponía su nombre bajo la última viñeta, lo más importante era que la hacía feliz a ella.
Si Schmidt pensaba que su comentario la había ofendido, estaba muy equivocado. Estaba más que satisfecha con su «cierto talento».
Cuando sonó el teléfono, ___(tn) respondió con voz alegre, pues estaba satisfecha con el intenso trabajo que había llevado a cabo en los últimos tres días.
—Eso es lo que yo llamo una muchacha jovial.
—¡Abuelo! Es que estoy contenta y ahora que estoy hablando contigo, mucho más.
Técnicamente, Daniel MacGregor no era su abuelo, pero eso nunca había impedido que ambos se consideraran abuelo y nieta respectivamente. El amor no entendía de ese tipo de tecnicidades.
—¿Entonces por qué no nos has llamado a tu abuela o a mí? Ya sabes cuánto le preocupa que vivas sola en esa enorme ciudad.
—¿Sola? —Levantó el auricular para que pudiera oír los sonidos de la fiesta que se desarrollaba a sólo unos peldaños de distancia—. La verdad es que nunca me siento sola.
—¿Otra vez tienes la casa llena de gente?
—Eso parece. ¿Qué tal estás? ¿Qué tal está todo el mundo? Cuéntame.
___(tn) se recostó en el respaldo de la silla y escuchó cómodamente el relato de su abuelo sobre la familia y se alegró enormemente cuando le dijo que estaban preparando una pequeña reunión para el verano.
—Qué bien. Estoy deseando ver a todo el mundo. Hace ya mucho de la boda de Ian y Naomi y os echo de menos.
—No tienes por qué esperar hasta el verano. Estamos aquí siempre que quieras.
—Puede que os dé una sorpresa.
—En realidad yo llamaba para darte una. Supongo que no te habrás enterado de que Naomi está embarazada. En Navidades tendremos otro niño en la familia.
—Abuelo, es estupendo. Los llamaré esta misma noche para felicitarlos. Darcy y Mac están a punto de tener el suyo, así que estas Navidades vamos a tener muchos bebés a los que mimar.
—Con lo que te gustan los niños deberías estar ocupada teniendo alguno propio.
Estaba tan acostumbrada a escuchar ese tipo de cosas, que la hizo sonreír.
—Mis primos están haciendo tan buen trabajo.
—Desde luego, pero eso no significa que tú puedas dejar de lado tu obligación. Puede que seas una Campbell, pero llevas a los MacGregor en el corazón.
—Bueno, supongo que siempre podría rendirme y casarme con Frank.
—¿El de la boca de pez?
—No es la boca, es que besa como un pez, aunque... sí, el de la boca de pez. Podríamos darte unos cuantos mocosos.
—Tonterías. Necesitas un hombre, no una trucha con traje italiano. Alguien que tenga algo más en la cabeza que dinero, que entienda de arte y que sea lo bastante serio como para alejarte de los problemas.
—Ya me alejo de los problemas yo sola —le recordó y decidió no mencionar el incidente ocurrido con el atracador—. Además, como la abuela se quedó contigo, es mejor que viva aquí, en la gran ciudad.
Daniel MacGregor soltó una sonora carcajada.
—Con todos los hombres que hay en esa ciudad, deberías ser capaz de encontrar alguno que te guste. Sueles salir, ¿verdad? Espero que no te pases todo el día encerrada con tus dibujos.
—Sólo últimamente, pero es que tenía que aprovechar la inspiración. Hay un vecino nuevo en el edificio, un tipo hosco y distante... No, seamos sinceros, es maleducado y brusco. Creo que no tiene trabajo aunque a veces toca el saxo en un pequeño club que hay a pocas manzanas de aquí. Es el vecino perfecto para Emily.
—¿De verdad?
—Se pasa el día en su apartamento y no habla con nadie. Se llama Schmidt .
—Pero si no habla con nadie, ¿cómo es que sabes su nombre?
—Abuelo —se permitió una sonrisa engreída—. ¿Alguna vez se me ha resistido alguien? No me contó su vida precisamente, pero con unas cuantas galletas conseguí que al menos me dijera su nombre.
—¿Y qué tal aspecto tiene?
—Es guapo, muy guapo. Emily se va a volver loca por él.
—¡Vaya, vaya! —exclamó Daniel con una carcajada de deleite.
Una vez hubo conseguido toda la información que necesitaba de su nieta adoptiva, Daniel hizo una nueva llamada. Sonrió con malicia cuando Kendall contestó con voz impaciente.
—¿Sí?
—Es usted tan dulce, Schmidt , que se me alegra el corazón con sólo oírlo.
—Señor MacGregor —la voz del escocés le cambió el humor de golpe y le hizo sonreír.
—¿Qué tal se adapta a su nuevo apartamento?
—Bastante bien. Le agradezco de nuevo que me haya dejado utilizarlo mientras mi casa está en obras. Con toda esa gente a mi alrededor, no habría podido trabajar —frunció el ceño al mirar a la pared por la que le llegaba el ruido de la casa de al lado—. Claro que esto tampoco está resultando muy tranquilo precisamente. Parece que mi vecina está celebrando algo.
—¿___(tn)? Es mi nieta, una muchacha muy sociable.
—Desde luego. No sabía que fuera su nieta.
—Bueno, algo parecido. Debería relajarse un poco y unirse a la fiesta.
—No, gracias —antes prefería tomarse una copa de detergente—. Debe de tener en su apartamento a la mitad de los habitantes del barrio. Señor MacGregor, este edificio suyo está lleno de gente a la que le gusta más hablar que comer. Y su nieta parece la cabecilla del grupo.
—Es una chica muy cordial. Me tranquiliza saber que durante un tiempo vivirá cerca de ella. Usted es un tipo sensato, Schmidt . De hecho, me gustaría pedirle que le echara un ojo de vez en cuando. ___(tn) a veces es un poco ingenua y eso me preocupa.
Kendall sonrió cuando le vino a la cabeza la imagen de ___(tn) tumbando a aquel atracador con la precisión de un boxeador.
—Yo que usted no me preocuparía.
—Ahora que sé que usted está cerca, no lo haré. Una chica tan guapa como __(tn)... porque es muy guapa, ¿no le parece?
—Mucho.
—También es muy lista. Y responsable, aunque parezca algo alocada. Pero no se puede ser alocada y crear una tira cómica tan popular todos los días, ¿no cree? Hay que ser creativa, artística y muy responsable para entregar el trabajo a tiempo día tras día. Eso usted lo sabe mejor que nadie porque escribir obras de teatro no debe de ser nada fácil.
—No —Kendall se frotó los ojos, estaba cansado de pelearse con un trabajo que no estaba yendo tan bien como debería—. No lo es.
—Pero usted tiene mucho talento, Schmidt, un talento muy poco usual. Yo lo admiro por eso.
—Últimamente me parece una maldición más que un talento. Pero se lo agradezco.
—Debería salir y distraerse un poco. Salga con alguna chica guapa. Yo no sé mucho de escribir, aunque tengo dos nietos que se ganan la vida muy bien gracias a eso. Debería aprovechar al máximo la ciudad antes de volver a encerrarse en su casa.
—Puede que lo haga.
—Ah, Kendall, hágame el favor de no decirle a ___(tn) que le he pedido que cuide de ella. Esas cosas le molestan mucho. El problema es que su abuela se preocupa mucho por ella.
—No le diré nada —prometió Kendall.
Después de la conversación con Daniel MacGregor, Kendall llegó a la conclusión de que el ruido acabaría por volverlo loco, por lo que decidió salir a tocar al club, pero descubrió que aquel día la música no conseguía alejarlo de sus pensamientos.
No dejaba de imaginar a ___(tn) sentada en la mesa del fondo, con la barbilla apoyada en las manos, una sonrisa en los labios y los ojos llenos de brillo. Aquella mujer había invadido una zona que Kendall protegía bien y eso era algo que no le hacía ninguna gracia.
Delta's era una de sus vías de escape. A menudo viajaba desde Connecticut sólo para subirse al escenario con André y tocar hasta que la tensión desaparecía, diluida en la música. Después volvía a casa o se quedaba a dormir en el sofá que había en el despacho del local.
Allí nadie le molestaba, ni le exigía más de lo que él quería dar.
Sin embargo, ahora que __(tn)había estado allí, no dejaba de mirar a la mesa que había ocupado y de preguntarse si volvería a hacerlo. A mirarlo con sus enormes ojos verdes.
—Amigo —le dijo André después de dar un largo trago del vaso de agua que tenía sobre su querido piano—. Hoy no sólo tocas bien, llevas dentro hasta la nota más triste.
—Sí, eso parece.
—Cuando un hombre tiene la cara que tienes tú ahora, suele haber una mujer implicada.
Kendall negó con la cabeza y se volvió a tocar su guitarra.
—No. No se trata de ninguna mujer, es por el trabajo.
André asintió sin estar demasiado convencido.
—Sí tú lo dices, hermano.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 7
Volvió a casa a las tres de la mañana con la intención de golpear la puerta de__(tn) y exigir que dejaran de hacer ruido, así que sintió cierta decepción al descubrir que la fiesta había terminado. Del apartamento vecino no salía ni el más mínimo ruido.
Entró en el suyo y decidió aprovechar la paz que se respiraba para sentarse a trabajar. Después de hacerse un café bien fuerte, se sentó al ordenador para adentrarse en la obra, en la mente de unos personajes que estaban destrozando sus vidas porque no podían comprender su propio corazón.
El sol había salido ya cuando se levantó de la mesa, cuando desapareció la oleada de energía que lo había invadido. Era el primer trabajo realmente sólido que conseguía hilar en casi una semana y lo celebró acostándose completamente vestido.
Y soñó con un hermoso rostro con unos ojos del color de las hojas de los sauces y con una voz que canturreaba como el agua de un arroyo.
«¿Por qué todo tiene que ser tan serio?» le preguntaba ella, riéndose mientras le echaba los brazos al cuello.
«Porque la vida es algo muy serio».
«Pero eso es sólo una de las caras de la moneda. ¿No vas a bailar conmigo?»
En realidad ya lo estaba haciendo. Estaban en Delta's y, aunque el local estaba vacío, la música sonaba llenando el aire de una sensual melodía.
«No voy a vigilarte. No puedo permitírmelo».
«Pero si ya lo estás haciendo».
Levantó la mirada hacia él y al ver el modo en que se curvaban sus labios, Kendall sintió que se le aceleraba el pulso.
«Pero eso no es todo lo que quieres hacerme, ¿verdad?»
«No te deseo»
Otra vez esa risa, ligera como el aire, burbujeante como el champán.
«¿Por qué mentir en tu propio sueño? Puedes hacerme todo lo que desees en tus sueños».
«No te deseo», se empeñó en decir una vez más mientras la tumbaba sobre el suelo.
Se despertó sudando, enredado en las sábanas, preocupado y sorprendido.
Cuando consiguió pensar con claridad decidió que aquella mujer era un peligro, pero que lo único que era cierto de aquel erótico sueño era que no la deseaba.
Se frotó la cara y miró la hora. Eran más de las cuatro de la tarde, lo que significaba que había conseguido dormir ocho horas seguidas después de casi una semana. ¿Qué importaba que no fuera en el momento en que solía hacerlo todo el mundo?
Bajó a la cocina, apuró el café que quedaba y se comió el único bollito que tenía. Tarde o temprano tendría que salir a la calle a comprar comida.
Estuvo haciendo ejercicio una hora y se alegró de que el sudor que cubría su cuerpo no tuviera nada que ver con ninguna fantasía sexual. Después se dio una larga ducha y se afeitó por primera vez en tres o cuatro días. Una vez vestido y con la mente más despejada, salió del apartamento con actitud alegre.
__(tn) dejó caer la mano que había levantado para apretar el timbre.
—Gracias a Dios que estás en casa.
La alegría se esfumó al recordar el sueño.
—¿Qué?
—Tienes que hacerme un favor.
—De eso nada.
—Es una emergencia —lo agarró del brazo antes de que pudiera pasar de largo—. Es cuestión de vida o muerte. La mía y la del sobrino de la señora Wolinsky, porque uno de los dos morirá si tengo que salir con él. Por eso le he dicho a la señora Wolinsky que tenía una cita.
—¿Qué te hace pensar que todo eso me interesa lo más mínimo?
—No te pongas antipático, Schmidt . Estoy desesperada. No tuve tiempo de pensar y no sé mentir; lo hago muy poco, por eso no se me da bien. No dejaba de preguntarme con quién iba a salir y, como no se me ocurría nadie, le dije tu nombre.
Era cierto que estaba desesperada, por eso se colocó frente a él bloqueándole el camino.
—A ver, déjame que te aclare una sola cosa. Todo eso no es problema mío.
—No, ya lo sé, es sólo mío. Me habría inventado algo mejor si la señora Wolinsky no me hubiese pillado trabajando y con la cabeza en otra cosa —se pasó las manos por el pelo, dejándoselo de punta—. Va a estar mirando y sabrá si salimos juntos o no.
Se dio media vuelta, apretándose las sienes con las manos como si así pudiera estimular a su mente para idear algo.
—Mira, lo único que tienes que hacer es salir de aquí conmigo como si tuviéramos una cita; algo relajado. Nos tomaremos un café o algo así y después de un par de horas volveremos juntos, porque si no lo hacemos, se enterará. La señora Wolinsky se entera de todo. Te daré cien dólares.
Eso último lo dejó atónito. Lo absurdo de la idea hizo que se quedara inmóvil antes de comenzar a bajar la escalera.
—¿Vas a pagarme para que salga contigo?
—No es eso exactamente, pero más o menos. Sé que te vendrá bien el dinero y me parece justo compensarte de algún modo por tu tiempo. Cien dólares por un par de horas, Schmidt , y yo pagaré el café.
Kendall se apoyó en la pared, observándola. La situación era tan ridícula, que despertó en él un sentido del absurdo que creía haber olvidado hacía mucho tiempo.
—¿Sólo café? ¿Sin tarta?
Ella se echó a reír con alivio.
—¿Quieres tarta? Eso está hecho.
—¿Dónde está el dinero?
—Enseguida.
Entró corriendo a su apartamento. La oyó subir las escaleras.
—Deja que me arregle un poco —gritó desde dentro.
—El cronómetro está en marcha, niña.
—Está bien. ¿Dónde demonios está mi...? ¡ahí Dos minutos, sólo dos minutos. No quiero que me diga que podría conservar a algún hombre si me pusiera un poco de pintalabios.
Efectivamente fueron dos minutos, después apareció subida a otros de esos zapatos de tacón de aguja, los labios pintados de rosa oscuro y unos pendientes largos. Otra vez eran diferentes, se fijó Kendall al tiempo que ella le daba un billete de cien dólares.
—Te lo agradezco mucho. Sé que debe de parecerte una estupidez, pero es que no quería ofenderla.
—Si para no ofenderla estás dispuesta a pagar cien dólares, es asunto tuyo —se metió el billete en el bolsillo sin dejar de mirarla con curiosidad—. Vamos, tengo hambre.
—¿Quieres cenar? Podemos ir a cenar. Aquí cerca hay un lugar en el que sirven buena pasta. Bueno, vámonos. Finge que no sabes que nos está observando —le susurró cuando se acercaban a la puerta del edificio—. Actúa con naturalidad. ¿Podrías agarrarme de la mano?
—¿Por qué?
—Por el amor de Dios —protestó tomándole la mano con firmeza—. Es nuestra primera cita, intenta hacer como si estuvieras pasándolo bien.
—Sólo me has dado cien dólares —le recordó y se sorprendió cuando ella se echó a reír.
—Eres un tipo difícil. Realmente difícil. Vamos a cenar, a ver si eso te pone de mejor humor.
Y así fue. Nadie habría podido resistirse a un enorme plato de espagueti ni a la alegría de __(tn).
—Está riquísimo, ¿verdad? —Lo vio comer con verdadero placer y pensó que seguramente no habría comido nada consistente desde hacía semanas—. Siempre que vengo aquí acabo comiendo más de la cuenta, luego me llevo lo que queda a casa y al día siguiente vuelvo a comer más de lo debido. Podrías salvarme de ponerme como un tonel, llevándotelo tú.
—De acuerdo —dijo él al tiempo que llenaba de chianti sus copas.
—¿Sabes? Estoy segura de que hay un montón de clubes de jazz que estarían encantados de contratarte.
—¿Qué?
__(tn) sonrió de un modo que lo obligó a mirarla a la boca, esa boca tan sensual que cuando se curvaba hacía que le saliera un hoyito en la mejilla.
—Eres muy bueno con la guitarra, realmente fantástico. Seguro que encuentras un empleo estable enseguida.
Kendall levantó su copa, divertido por la situación. ___(tn)creía que era un músico sin trabajo. Bueno, ¿por qué no?
—Los trabajos van y vienen.
—¿Sueles trabajar en fiestas privadas? —se inclinó sobre la mesa con entusiasmo—. Yo conozco mucha gente, siempre hay alguien preparando una fiesta.
—No lo dudo.
—Podría darles tu nombre si quieres. ¿Te importa viajar?
—¿Adónde?
—Algunos parientes míos tienen hoteles. Atlantic City no está lejos. Supongo que no tendrás coche.
Tenía un Porsche casi nuevo guardado en un garaje del centro de la ciudad.
—Aquí no.
__(tn) se echó a reír.
—Bueno, no es difícil llegar a Atlantic City desde Nueva York.
A pesar de lo divertido que resultara, lo mejor era no permitir que se entusiasmara más de la cuenta.
—__(tn), no necesito que nadie me organice la vida.
—Lo siento, es una mala costumbre que tengo —se disculpó sin ofenderse—. Me meto en la vida de los demás y luego me molesta cuando otros lo hacen conmigo. Como la señora Wolinsky, la actual presidenta del club que parece haberse formado para buscarme un buen hombre. Me vuelve loca.
—Porque tú no quieres un buen hombre.
—Supongo que en algún momento lo querré. Vengo de una gran familia y eso me predispone a querer formar algún día la mía, pero aún tengo mucho tiempo. Me gusta vivir en la ciudad y hacer lo que quiero cuando quiero. No me gustan los horarios, por eso nunca había encajado bien en ningún empleo hasta lo de los comics. Y no es que no sea un trabajo que no requiera disciplina, pero yo dispongo mi trabajo y mi tiempo. Supongo que a ti te pasa algo parecido con la música.
—Supongo —el trabajo para él rara vez era un placer y sin embargo para ella sí parecía serlo. La música también lo era para él.
Volvió a casa a las tres de la mañana con la intención de golpear la puerta de__(tn) y exigir que dejaran de hacer ruido, así que sintió cierta decepción al descubrir que la fiesta había terminado. Del apartamento vecino no salía ni el más mínimo ruido.
Entró en el suyo y decidió aprovechar la paz que se respiraba para sentarse a trabajar. Después de hacerse un café bien fuerte, se sentó al ordenador para adentrarse en la obra, en la mente de unos personajes que estaban destrozando sus vidas porque no podían comprender su propio corazón.
El sol había salido ya cuando se levantó de la mesa, cuando desapareció la oleada de energía que lo había invadido. Era el primer trabajo realmente sólido que conseguía hilar en casi una semana y lo celebró acostándose completamente vestido.
Y soñó con un hermoso rostro con unos ojos del color de las hojas de los sauces y con una voz que canturreaba como el agua de un arroyo.
«¿Por qué todo tiene que ser tan serio?» le preguntaba ella, riéndose mientras le echaba los brazos al cuello.
«Porque la vida es algo muy serio».
«Pero eso es sólo una de las caras de la moneda. ¿No vas a bailar conmigo?»
En realidad ya lo estaba haciendo. Estaban en Delta's y, aunque el local estaba vacío, la música sonaba llenando el aire de una sensual melodía.
«No voy a vigilarte. No puedo permitírmelo».
«Pero si ya lo estás haciendo».
Levantó la mirada hacia él y al ver el modo en que se curvaban sus labios, Kendall sintió que se le aceleraba el pulso.
«Pero eso no es todo lo que quieres hacerme, ¿verdad?»
«No te deseo»
Otra vez esa risa, ligera como el aire, burbujeante como el champán.
«¿Por qué mentir en tu propio sueño? Puedes hacerme todo lo que desees en tus sueños».
«No te deseo», se empeñó en decir una vez más mientras la tumbaba sobre el suelo.
Se despertó sudando, enredado en las sábanas, preocupado y sorprendido.
Cuando consiguió pensar con claridad decidió que aquella mujer era un peligro, pero que lo único que era cierto de aquel erótico sueño era que no la deseaba.
Se frotó la cara y miró la hora. Eran más de las cuatro de la tarde, lo que significaba que había conseguido dormir ocho horas seguidas después de casi una semana. ¿Qué importaba que no fuera en el momento en que solía hacerlo todo el mundo?
Bajó a la cocina, apuró el café que quedaba y se comió el único bollito que tenía. Tarde o temprano tendría que salir a la calle a comprar comida.
Estuvo haciendo ejercicio una hora y se alegró de que el sudor que cubría su cuerpo no tuviera nada que ver con ninguna fantasía sexual. Después se dio una larga ducha y se afeitó por primera vez en tres o cuatro días. Una vez vestido y con la mente más despejada, salió del apartamento con actitud alegre.
__(tn) dejó caer la mano que había levantado para apretar el timbre.
—Gracias a Dios que estás en casa.
La alegría se esfumó al recordar el sueño.
—¿Qué?
—Tienes que hacerme un favor.
—De eso nada.
—Es una emergencia —lo agarró del brazo antes de que pudiera pasar de largo—. Es cuestión de vida o muerte. La mía y la del sobrino de la señora Wolinsky, porque uno de los dos morirá si tengo que salir con él. Por eso le he dicho a la señora Wolinsky que tenía una cita.
—¿Qué te hace pensar que todo eso me interesa lo más mínimo?
—No te pongas antipático, Schmidt . Estoy desesperada. No tuve tiempo de pensar y no sé mentir; lo hago muy poco, por eso no se me da bien. No dejaba de preguntarme con quién iba a salir y, como no se me ocurría nadie, le dije tu nombre.
Era cierto que estaba desesperada, por eso se colocó frente a él bloqueándole el camino.
—A ver, déjame que te aclare una sola cosa. Todo eso no es problema mío.
—No, ya lo sé, es sólo mío. Me habría inventado algo mejor si la señora Wolinsky no me hubiese pillado trabajando y con la cabeza en otra cosa —se pasó las manos por el pelo, dejándoselo de punta—. Va a estar mirando y sabrá si salimos juntos o no.
Se dio media vuelta, apretándose las sienes con las manos como si así pudiera estimular a su mente para idear algo.
—Mira, lo único que tienes que hacer es salir de aquí conmigo como si tuviéramos una cita; algo relajado. Nos tomaremos un café o algo así y después de un par de horas volveremos juntos, porque si no lo hacemos, se enterará. La señora Wolinsky se entera de todo. Te daré cien dólares.
Eso último lo dejó atónito. Lo absurdo de la idea hizo que se quedara inmóvil antes de comenzar a bajar la escalera.
—¿Vas a pagarme para que salga contigo?
—No es eso exactamente, pero más o menos. Sé que te vendrá bien el dinero y me parece justo compensarte de algún modo por tu tiempo. Cien dólares por un par de horas, Schmidt , y yo pagaré el café.
Kendall se apoyó en la pared, observándola. La situación era tan ridícula, que despertó en él un sentido del absurdo que creía haber olvidado hacía mucho tiempo.
—¿Sólo café? ¿Sin tarta?
Ella se echó a reír con alivio.
—¿Quieres tarta? Eso está hecho.
—¿Dónde está el dinero?
—Enseguida.
Entró corriendo a su apartamento. La oyó subir las escaleras.
—Deja que me arregle un poco —gritó desde dentro.
—El cronómetro está en marcha, niña.
—Está bien. ¿Dónde demonios está mi...? ¡ahí Dos minutos, sólo dos minutos. No quiero que me diga que podría conservar a algún hombre si me pusiera un poco de pintalabios.
Efectivamente fueron dos minutos, después apareció subida a otros de esos zapatos de tacón de aguja, los labios pintados de rosa oscuro y unos pendientes largos. Otra vez eran diferentes, se fijó Kendall al tiempo que ella le daba un billete de cien dólares.
—Te lo agradezco mucho. Sé que debe de parecerte una estupidez, pero es que no quería ofenderla.
—Si para no ofenderla estás dispuesta a pagar cien dólares, es asunto tuyo —se metió el billete en el bolsillo sin dejar de mirarla con curiosidad—. Vamos, tengo hambre.
—¿Quieres cenar? Podemos ir a cenar. Aquí cerca hay un lugar en el que sirven buena pasta. Bueno, vámonos. Finge que no sabes que nos está observando —le susurró cuando se acercaban a la puerta del edificio—. Actúa con naturalidad. ¿Podrías agarrarme de la mano?
—¿Por qué?
—Por el amor de Dios —protestó tomándole la mano con firmeza—. Es nuestra primera cita, intenta hacer como si estuvieras pasándolo bien.
—Sólo me has dado cien dólares —le recordó y se sorprendió cuando ella se echó a reír.
—Eres un tipo difícil. Realmente difícil. Vamos a cenar, a ver si eso te pone de mejor humor.
Y así fue. Nadie habría podido resistirse a un enorme plato de espagueti ni a la alegría de __(tn).
—Está riquísimo, ¿verdad? —Lo vio comer con verdadero placer y pensó que seguramente no habría comido nada consistente desde hacía semanas—. Siempre que vengo aquí acabo comiendo más de la cuenta, luego me llevo lo que queda a casa y al día siguiente vuelvo a comer más de lo debido. Podrías salvarme de ponerme como un tonel, llevándotelo tú.
—De acuerdo —dijo él al tiempo que llenaba de chianti sus copas.
—¿Sabes? Estoy segura de que hay un montón de clubes de jazz que estarían encantados de contratarte.
—¿Qué?
__(tn) sonrió de un modo que lo obligó a mirarla a la boca, esa boca tan sensual que cuando se curvaba hacía que le saliera un hoyito en la mejilla.
—Eres muy bueno con la guitarra, realmente fantástico. Seguro que encuentras un empleo estable enseguida.
Kendall levantó su copa, divertido por la situación. ___(tn)creía que era un músico sin trabajo. Bueno, ¿por qué no?
—Los trabajos van y vienen.
—¿Sueles trabajar en fiestas privadas? —se inclinó sobre la mesa con entusiasmo—. Yo conozco mucha gente, siempre hay alguien preparando una fiesta.
—No lo dudo.
—Podría darles tu nombre si quieres. ¿Te importa viajar?
—¿Adónde?
—Algunos parientes míos tienen hoteles. Atlantic City no está lejos. Supongo que no tendrás coche.
Tenía un Porsche casi nuevo guardado en un garaje del centro de la ciudad.
—Aquí no.
__(tn) se echó a reír.
—Bueno, no es difícil llegar a Atlantic City desde Nueva York.
A pesar de lo divertido que resultara, lo mejor era no permitir que se entusiasmara más de la cuenta.
—__(tn), no necesito que nadie me organice la vida.
—Lo siento, es una mala costumbre que tengo —se disculpó sin ofenderse—. Me meto en la vida de los demás y luego me molesta cuando otros lo hacen conmigo. Como la señora Wolinsky, la actual presidenta del club que parece haberse formado para buscarme un buen hombre. Me vuelve loca.
—Porque tú no quieres un buen hombre.
—Supongo que en algún momento lo querré. Vengo de una gran familia y eso me predispone a querer formar algún día la mía, pero aún tengo mucho tiempo. Me gusta vivir en la ciudad y hacer lo que quiero cuando quiero. No me gustan los horarios, por eso nunca había encajado bien en ningún empleo hasta lo de los comics. Y no es que no sea un trabajo que no requiera disciplina, pero yo dispongo mi trabajo y mi tiempo. Supongo que a ti te pasa algo parecido con la música.
—Supongo —el trabajo para él rara vez era un placer y sin embargo para ella sí parecía serlo. La música también lo era para él.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 8
—Schmidt —comenzó a decirle con una sonrisa—. ¿Con qué frecuencia participas en una conversación con más de tres oraciones completas?
—Me gusta noviembre. En noviembre suelo hablar mucho. Es un mes de transición en el que me pongo filosófico.
—Parece que tienes cierto sentido del humor escondido en algún lugar —se recostó sobre el respaldo de la silla y suspiró con satisfacción—. ¿Postre?
—Desde luego.
—Muy bien, pero no pidas tiramisú porque entonces tendré que suplicarte que me des un poco, luego otro poco y acabaré en coma.
Sin apartar los ojos de ella, levantó la mano para llamar al camarero con la autoridad de un hombre que estuviera acostumbrado a dar órdenes. __(tn) frunció el ceño.
—Tiramisú —le dijo al camarero—. Con dos tenedores—. Quiero ver si un coma podría hacerte callar.
__(tn) tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de reírse.
—No creo, hablo incluso en sueños. Mi hermana siempre me amenazaba con ponerme una almohada en la cara.
—Creo que me gustaría esa hermana tuya.
—Adria es guapísima... probablemente sea tu tipo. Elegante, sofisticada y muy inteligente. Tiene una galería de arte en Portsmith.
Kendall repartió las últimas gotas de vino entre las dos copas. Seguramente eso explicaba por qué se sentía más relajado de lo que se había sentido desde hacía semanas, o meses. Quizá incluso años.
—¿Vas a emparejarme con ella?
—Puede que le gustaras —consideró __(tn) observándolo detenidamente por encima del borde de la copa—. Eres bastante guapo a pesar de tu estilo arrogante y hosco. Tocas música, lo que seguramente resultara muy atractivo para alguien que aprecia tanto el arte. Y eres demasiado desagradable como para tratarla como si fuera de la realeza, como hacen muchos hombres.
—¿De verdad?
—Es tan guapa, que no pueden evitarlo. Lo peor es que a ella le molesta que se queden atontados por su aspecto y acaba dejándolos. Seguramente te rompería el corazón —añadió con un movimiento de la mano—. Claro que quizá eso te viniera bien.
—Yo no tengo corazón —dijo él cuando el camarero les llevó el postre—. Pensé que ya te habrías dado cuenta.
—Claro que lo tienes —con un gesto de rendición, __(tn) aceptó uno de los tenedores y probó el tiramisú, lo que la hizo suspirar de placer—. Lo que ocurre es que lo tienes encerrado bajo una gruesa armadura para que nadie pueda volver a hacerte daño. Dios, ¿no te parece que está delicioso? Por favor, no me dejes que coma más, sólo este último bocado.
Pero Kendall la miraba fijamente, sorprendido de que aquella pequeña lunática lo hubiese analizado de manera tan certera cuando otros que decían amarlo no habían conseguido ni aproximarse.
—¿Por qué dices eso?
—¿El qué? ¿No te he dicho que no me dejes comer más? ¿Es que eres un sádico?
—Olvídalo —decidió dejar el tema y retiró el plato del tiramisú para dejarlo fuera de su alcance—. Es mío —y se dispuso a comer lo que quedaba.
Sólo tuvo que amenazarla una vez con el tenedor para que no volviera a intentar comer.
—Lo he pasado muy bien —dijo __(tn) cuando volvían caminando hacia el edificio. Se había agarrado a su brazo—. Ha sido mucho más divertido que pasarse la noche entera tratando de que Johnny no me meta la mano bajo la falda.
Por algún motivo, la idea le resultó tremendamente irritante.
—No llevas falda.
—Claro, porque no estaba segura de poder escapar de la cita con Johnny y decidí poner en marcha un sistema de defensa.
Lo cierto era que los pantalones anchos de color azafrán que llevaba resultaban mucho más sexys que defensivos.
—¿Y por qué no tumbas a Johnny igual que hiciste la otra noche con el atracador?
—Porque la señora Wolinsky lo adora y no podría decirle que su adorado sobrino es como un pulpo.
—Me parece que te dejas mangonear con mucha facilidad.
—No es cierto.
—¿No? —preguntó Kendall espontáneamente, antes de darse cuenta de que se estaba metiendo de lleno en su juego—. ¿Entonces por qué dejas que tu amiga Joanie...
—Jody.
—Bueno... Jody te mete en la encerrona de tener que salir con su primo, la señora de abajo con su sobrino y Dios sabe cuántos amigos más tendrás con parientes insoportables. Y tú te dejas llevar porque eres incapaz de negarte.
—Lo hacen con buena intención.
—Se están entrometiendo en tu vida, da igual con qué intención lo hagan.
—No sé —dijo con un suspiro y se quedó pensativa unos segundos—. Mira mi abuelo, por ejemplo. Bueno, en realidad no es mi abuelo, es el suegro de la hermana de mi padre, Shelby. Y mi madre es prima de las respectivas parejas de sus dos hijos. Es un poco complicado.
—Sí que lo es, sí.
—Lo sé, pero ésa es la relación que hay entre Daniel y Anna MacGregor y mis padres. Mi tía Shelby se casó con su hijo, Alan MacGregor, a lo mejor has oído hablar de él. Solía vivir en la Casa Blanca.
—El nombre me suena.
—Y mi madre, Genviéve Grandeau es prima de martin y Diana Blade, los dos hermanos que se casaron con Serena y Caine, los otros dos hijos de Daniel y Anna. Por eso Daniel y Anna son como mis abuelos. ¿Me sigues?
—Perfectamente, pero ya se me ha olvidado por qué has empezado a contarme todo eso.
—A mí también —dijo riéndose y, al hacerlo, se tambaleó un poco y tuvo que agarrarse a él con más fuerza—. Creo que he bebido demasiado vino —explicó—. A ver... ¡Ya me acuerdo! Estábamos hablando de entrometerse en las vidas de otros, un ejercicio en el que mi abuelo, Daniel MacGregor, es el verdadero rey. Como casamentero no tiene rival. Te lo prometo, Schmidt, ese hombre es una especie de mago. Tengo... —hizo una pausa para contar con los dedos—. Creo que ya son siete los primos a los que ha conseguido casar. Es increíble.
—¿Cómo que los ha casado?
—No me preguntes cómo lo hace, pero siempre encuentra la persona perfecta, después deja que la naturaleza actúe y, antes de que se den cuenta, empiezan a sonar campanas de boda. Acabo de enterarme de que mi primo Ian y su esposa están esperando su primer hijo. Se casaron el otoño pasado.
—¿Y nadie le dice que se meta en sus asuntos?
—Claro que se lo dicen, constantemente. Pero él no hace ni caso. Supongo que pronto se encargará de Adria o de mi hermano Matthew.
—¿Y de ti?
—Creo que soy demasiado hábil para él. Conozco todos sus trucos y no tengo intención de enamorarme. ¿Y tú? ¿Has pasado por eso alguna vez?
—¿Si he pasado por qué?
—Por el amor, Schmidt, no seas obtuso.
—No creo que me interese.
—Pero seguro que lo habrá algún día —vaticinó con gesto pensativo.
De pronto se detuvo en seco.
—Maldita sea —protestó—. Es el coche de Johnny. Parece que ha venido de Nueva Jersey. Maldita sea. Bueno, tengo un plan —se volvió a mirarlo y cerró los ojos un segundo—. No debería haberme tomado la última copa.
—Eso parece, niña.
—Haz el favor de no llamarme «niña» para sentirte superior y guardar las distancias. Bueno, no importa. Lo que vamos a hacer es seguir caminando un poco más hasta que estemos justo enfrente de la ventana de la señora Wolinsky. Con mucha naturalidad, ¿de acuerdo?
—Es difícil, pero intentaré hacerlo.
—Me encanta ese sarcasmo tuyo. Escucha, cuando estemos delante de su ventana, nos detendremos porque seguro que estará mirando y enseguida se moverán las cortinas. Tú me avisas.
La idea le parecía inofensiva y lo cierto era que empezaba a gustarle que __(tn) se agarrase a su brazo. Se volvió a mirar hacia la ventana con disimulo.
—Ahí está.
—Ahora tienes que besarme.
—Ah, ¿sí?
—Y vas a tener que hacerlo bien para que la señora Wolinsky se dé cuenta de que Johnny no tiene nada que hacer. Te pagaré otros cincuenta dólares.
Kendall se pasó la lengua por los labios. __(tn) tenía la mirada lánguida y estaba tan hermosa como un capullo de rosa.
—Vas a darme cincuenta dólares por besarte.
—Es un extra. Quizá así consiga que Johnny vuelva a Nueva Jersey para siempre. Piensa que estás encima de un escenario. No significa nada. ¿Sigue mirando?
—Sí —pero ni siquiera se giró a comprobarlo.
—Estupendo. Hazlo bien. Que parezca romántico. Rodéame con tus brazos y luego inclínate hacia...
-__(tn) , sé cómo besar a una mujer.
—Claro. No pretendía ofenderte. Sólo quiero que salga bien para que...
Kendall decidió que la mejor manera de hacerla callar era hacerlo de una vez por todas. No la rodeó con los brazos, la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí con fuerza. Vio cómo sus enormes ojos se abrían de la sorpresa antes de que sus bocas se unieran y las palabras se secaran en su garganta.
Tenía razón, pensó __(tn) . Sabía muy bien cómo besar a una mujer. Vaya si lo sabía.
Tuvo que agarrarse a sus hombros y ponerse de puntillas.
No pudo evitar soltar un leve gemido.
La cabeza le daba vueltas y el corazón se le subió a la garganta. De pronto se sintió indefensa, perdida y temblorosa. El calor invadió su cuerpo.
Su beso era tan apasionado, tan ardiente, que sólo pudo dejarse llevar.
Era como en el sueño, pensó Kendall. Pero mejor, mucho mejor. El sabor de sus labios era único, en sus sueños no la había sentido temblar de ese modo y no había sumergido las manos en su cabello de ese modo mientras gemía de placer.
La apartó sólo un poco para ver si se le habían sonrojado las mejillas como le había pasado a él. Ella lo miró sin decir nada, pero sin soltarse de él.
—Éste corre de mi cuenta —murmuró antes de besarla de nuevo.
Se oyó la bocina de un coche, alguien maldijo y se oyó también una ventana cerrarse después de que un coche pasara junto a ellos, pero __(tn) no se enteró de nada de eso. Era como si estuvieran en una isla desierta con el mar mojándoles los pies.
Cuando la apartó por segunda vez, lo hizo muy despacio, movió las manos de un modo que casi pareció una caricia. Eso le dio tiempo a __(tn) para hacer que la cabeza dejara de darle vueltas.
Kendall habría deseado seguir besándola, devorarla. Deseaba sentir esa energía suya debajo de su cuerpo, abriéndose a él. Pero tenía la completa certeza de que después ambos se sentirían mal.
Así que la agarró por los hombros y la miró.
—Creo que con eso será suficiente.
—¿Suficiente? —repitió ella.
—Para convencer a la señora Wolinsky.
—¿La señora Wolinsky? —meneó la cabeza para recuperar la claridad mental—. Ah, sí, sí —respiró hondo y esperó poder actuar con normalidad en las próximas horas—. Si no se convence con esto, no se convencerá con nada. Besas de maravilla, Schmidt.
En sus labios apareció una sonrisa que no pudo controlar. Esa mujer era prácticamente irresistible.
—Tú tampoco lo haces nada mal, niña.
—Schmidt —comenzó a decirle con una sonrisa—. ¿Con qué frecuencia participas en una conversación con más de tres oraciones completas?
—Me gusta noviembre. En noviembre suelo hablar mucho. Es un mes de transición en el que me pongo filosófico.
—Parece que tienes cierto sentido del humor escondido en algún lugar —se recostó sobre el respaldo de la silla y suspiró con satisfacción—. ¿Postre?
—Desde luego.
—Muy bien, pero no pidas tiramisú porque entonces tendré que suplicarte que me des un poco, luego otro poco y acabaré en coma.
Sin apartar los ojos de ella, levantó la mano para llamar al camarero con la autoridad de un hombre que estuviera acostumbrado a dar órdenes. __(tn) frunció el ceño.
—Tiramisú —le dijo al camarero—. Con dos tenedores—. Quiero ver si un coma podría hacerte callar.
__(tn) tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de reírse.
—No creo, hablo incluso en sueños. Mi hermana siempre me amenazaba con ponerme una almohada en la cara.
—Creo que me gustaría esa hermana tuya.
—Adria es guapísima... probablemente sea tu tipo. Elegante, sofisticada y muy inteligente. Tiene una galería de arte en Portsmith.
Kendall repartió las últimas gotas de vino entre las dos copas. Seguramente eso explicaba por qué se sentía más relajado de lo que se había sentido desde hacía semanas, o meses. Quizá incluso años.
—¿Vas a emparejarme con ella?
—Puede que le gustaras —consideró __(tn) observándolo detenidamente por encima del borde de la copa—. Eres bastante guapo a pesar de tu estilo arrogante y hosco. Tocas música, lo que seguramente resultara muy atractivo para alguien que aprecia tanto el arte. Y eres demasiado desagradable como para tratarla como si fuera de la realeza, como hacen muchos hombres.
—¿De verdad?
—Es tan guapa, que no pueden evitarlo. Lo peor es que a ella le molesta que se queden atontados por su aspecto y acaba dejándolos. Seguramente te rompería el corazón —añadió con un movimiento de la mano—. Claro que quizá eso te viniera bien.
—Yo no tengo corazón —dijo él cuando el camarero les llevó el postre—. Pensé que ya te habrías dado cuenta.
—Claro que lo tienes —con un gesto de rendición, __(tn) aceptó uno de los tenedores y probó el tiramisú, lo que la hizo suspirar de placer—. Lo que ocurre es que lo tienes encerrado bajo una gruesa armadura para que nadie pueda volver a hacerte daño. Dios, ¿no te parece que está delicioso? Por favor, no me dejes que coma más, sólo este último bocado.
Pero Kendall la miraba fijamente, sorprendido de que aquella pequeña lunática lo hubiese analizado de manera tan certera cuando otros que decían amarlo no habían conseguido ni aproximarse.
—¿Por qué dices eso?
—¿El qué? ¿No te he dicho que no me dejes comer más? ¿Es que eres un sádico?
—Olvídalo —decidió dejar el tema y retiró el plato del tiramisú para dejarlo fuera de su alcance—. Es mío —y se dispuso a comer lo que quedaba.
Sólo tuvo que amenazarla una vez con el tenedor para que no volviera a intentar comer.
—Lo he pasado muy bien —dijo __(tn) cuando volvían caminando hacia el edificio. Se había agarrado a su brazo—. Ha sido mucho más divertido que pasarse la noche entera tratando de que Johnny no me meta la mano bajo la falda.
Por algún motivo, la idea le resultó tremendamente irritante.
—No llevas falda.
—Claro, porque no estaba segura de poder escapar de la cita con Johnny y decidí poner en marcha un sistema de defensa.
Lo cierto era que los pantalones anchos de color azafrán que llevaba resultaban mucho más sexys que defensivos.
—¿Y por qué no tumbas a Johnny igual que hiciste la otra noche con el atracador?
—Porque la señora Wolinsky lo adora y no podría decirle que su adorado sobrino es como un pulpo.
—Me parece que te dejas mangonear con mucha facilidad.
—No es cierto.
—¿No? —preguntó Kendall espontáneamente, antes de darse cuenta de que se estaba metiendo de lleno en su juego—. ¿Entonces por qué dejas que tu amiga Joanie...
—Jody.
—Bueno... Jody te mete en la encerrona de tener que salir con su primo, la señora de abajo con su sobrino y Dios sabe cuántos amigos más tendrás con parientes insoportables. Y tú te dejas llevar porque eres incapaz de negarte.
—Lo hacen con buena intención.
—Se están entrometiendo en tu vida, da igual con qué intención lo hagan.
—No sé —dijo con un suspiro y se quedó pensativa unos segundos—. Mira mi abuelo, por ejemplo. Bueno, en realidad no es mi abuelo, es el suegro de la hermana de mi padre, Shelby. Y mi madre es prima de las respectivas parejas de sus dos hijos. Es un poco complicado.
—Sí que lo es, sí.
—Lo sé, pero ésa es la relación que hay entre Daniel y Anna MacGregor y mis padres. Mi tía Shelby se casó con su hijo, Alan MacGregor, a lo mejor has oído hablar de él. Solía vivir en la Casa Blanca.
—El nombre me suena.
—Y mi madre, Genviéve Grandeau es prima de martin y Diana Blade, los dos hermanos que se casaron con Serena y Caine, los otros dos hijos de Daniel y Anna. Por eso Daniel y Anna son como mis abuelos. ¿Me sigues?
—Perfectamente, pero ya se me ha olvidado por qué has empezado a contarme todo eso.
—A mí también —dijo riéndose y, al hacerlo, se tambaleó un poco y tuvo que agarrarse a él con más fuerza—. Creo que he bebido demasiado vino —explicó—. A ver... ¡Ya me acuerdo! Estábamos hablando de entrometerse en las vidas de otros, un ejercicio en el que mi abuelo, Daniel MacGregor, es el verdadero rey. Como casamentero no tiene rival. Te lo prometo, Schmidt, ese hombre es una especie de mago. Tengo... —hizo una pausa para contar con los dedos—. Creo que ya son siete los primos a los que ha conseguido casar. Es increíble.
—¿Cómo que los ha casado?
—No me preguntes cómo lo hace, pero siempre encuentra la persona perfecta, después deja que la naturaleza actúe y, antes de que se den cuenta, empiezan a sonar campanas de boda. Acabo de enterarme de que mi primo Ian y su esposa están esperando su primer hijo. Se casaron el otoño pasado.
—¿Y nadie le dice que se meta en sus asuntos?
—Claro que se lo dicen, constantemente. Pero él no hace ni caso. Supongo que pronto se encargará de Adria o de mi hermano Matthew.
—¿Y de ti?
—Creo que soy demasiado hábil para él. Conozco todos sus trucos y no tengo intención de enamorarme. ¿Y tú? ¿Has pasado por eso alguna vez?
—¿Si he pasado por qué?
—Por el amor, Schmidt, no seas obtuso.
—No creo que me interese.
—Pero seguro que lo habrá algún día —vaticinó con gesto pensativo.
De pronto se detuvo en seco.
—Maldita sea —protestó—. Es el coche de Johnny. Parece que ha venido de Nueva Jersey. Maldita sea. Bueno, tengo un plan —se volvió a mirarlo y cerró los ojos un segundo—. No debería haberme tomado la última copa.
—Eso parece, niña.
—Haz el favor de no llamarme «niña» para sentirte superior y guardar las distancias. Bueno, no importa. Lo que vamos a hacer es seguir caminando un poco más hasta que estemos justo enfrente de la ventana de la señora Wolinsky. Con mucha naturalidad, ¿de acuerdo?
—Es difícil, pero intentaré hacerlo.
—Me encanta ese sarcasmo tuyo. Escucha, cuando estemos delante de su ventana, nos detendremos porque seguro que estará mirando y enseguida se moverán las cortinas. Tú me avisas.
La idea le parecía inofensiva y lo cierto era que empezaba a gustarle que __(tn) se agarrase a su brazo. Se volvió a mirar hacia la ventana con disimulo.
—Ahí está.
—Ahora tienes que besarme.
—Ah, ¿sí?
—Y vas a tener que hacerlo bien para que la señora Wolinsky se dé cuenta de que Johnny no tiene nada que hacer. Te pagaré otros cincuenta dólares.
Kendall se pasó la lengua por los labios. __(tn) tenía la mirada lánguida y estaba tan hermosa como un capullo de rosa.
—Vas a darme cincuenta dólares por besarte.
—Es un extra. Quizá así consiga que Johnny vuelva a Nueva Jersey para siempre. Piensa que estás encima de un escenario. No significa nada. ¿Sigue mirando?
—Sí —pero ni siquiera se giró a comprobarlo.
—Estupendo. Hazlo bien. Que parezca romántico. Rodéame con tus brazos y luego inclínate hacia...
-__(tn) , sé cómo besar a una mujer.
—Claro. No pretendía ofenderte. Sólo quiero que salga bien para que...
Kendall decidió que la mejor manera de hacerla callar era hacerlo de una vez por todas. No la rodeó con los brazos, la agarró por la cintura y la atrajo hacia sí con fuerza. Vio cómo sus enormes ojos se abrían de la sorpresa antes de que sus bocas se unieran y las palabras se secaran en su garganta.
Tenía razón, pensó __(tn) . Sabía muy bien cómo besar a una mujer. Vaya si lo sabía.
Tuvo que agarrarse a sus hombros y ponerse de puntillas.
No pudo evitar soltar un leve gemido.
La cabeza le daba vueltas y el corazón se le subió a la garganta. De pronto se sintió indefensa, perdida y temblorosa. El calor invadió su cuerpo.
Su beso era tan apasionado, tan ardiente, que sólo pudo dejarse llevar.
Era como en el sueño, pensó Kendall. Pero mejor, mucho mejor. El sabor de sus labios era único, en sus sueños no la había sentido temblar de ese modo y no había sumergido las manos en su cabello de ese modo mientras gemía de placer.
La apartó sólo un poco para ver si se le habían sonrojado las mejillas como le había pasado a él. Ella lo miró sin decir nada, pero sin soltarse de él.
—Éste corre de mi cuenta —murmuró antes de besarla de nuevo.
Se oyó la bocina de un coche, alguien maldijo y se oyó también una ventana cerrarse después de que un coche pasara junto a ellos, pero __(tn) no se enteró de nada de eso. Era como si estuvieran en una isla desierta con el mar mojándoles los pies.
Cuando la apartó por segunda vez, lo hizo muy despacio, movió las manos de un modo que casi pareció una caricia. Eso le dio tiempo a __(tn) para hacer que la cabeza dejara de darle vueltas.
Kendall habría deseado seguir besándola, devorarla. Deseaba sentir esa energía suya debajo de su cuerpo, abriéndose a él. Pero tenía la completa certeza de que después ambos se sentirían mal.
Así que la agarró por los hombros y la miró.
—Creo que con eso será suficiente.
—¿Suficiente? —repitió ella.
—Para convencer a la señora Wolinsky.
—¿La señora Wolinsky? —meneó la cabeza para recuperar la claridad mental—. Ah, sí, sí —respiró hondo y esperó poder actuar con normalidad en las próximas horas—. Si no se convence con esto, no se convencerá con nada. Besas de maravilla, Schmidt.
En sus labios apareció una sonrisa que no pudo controlar. Esa mujer era prácticamente irresistible.
—Tú tampoco lo haces nada mal, niña.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 9
Mientras trabajaba, __(tn) cantaba a dúo con Aretha Franklin. A su espalda, la brisa fresca de abril se colaba por la ventana abierta.
El día estaba tan radiante como su estado de ánimo.
Se volvió a mirarse al espejo e intentó poner cara de sorpresa para después poder plasmar esa misma expresión en el rostro de un personaje. Pero lo único que podía hacer era sonreír. Aquél no había sido su primer beso. La habían besado otros hombres y la habían abrazado. Pero comparar aquellos besos con lo sucedido el día anterior con su vecino de enfrente era como comparar un petardo con un ataque nuclear. Uno silbaba, explotaba y durante un momento resultaba entretenido. El otro estallaba y con ello cambiaba el paisaje durante siglos.
A ella la había dejado increíblemente atolondrada durante horas. Le encantaba sentirse así. ¿Había algo más maravilloso que sentirse débil y fuerte, tonta y sabia, confundida y alerta, todo al mismo tiempo?
Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar que su mente volviera de nuevo a aquel momento.
Se preguntaba qué pensaría él, qué sentiría. Nadie podría quedar impertérrito después de una experiencia de tal... magnitud. Él había estado junto a ella en el epicentro de aquel terremoto. Ningún hombre podía besar a una mujer de ese modo y no sufrir algún tipo de efecto secundario.
Volvió a cantar junto a Aretha y se centró de nuevo en el trabajo.
—¡Dios, __(tn) , aquí hace muchísimo frío!
—Hola, Jody —saludó con alegría a su amiga al levantar la vista del papel—. Hola, pequeño Charlie.
El pequeño sonrió desde los brazos de su madre.
—No hace tanto calor como para sentarse frente a la ventana abierta —protestó al tiempo que cerraba.
—Tenía calor —explicó __(tn) mientras acariciaba al pequeño—. ¿No te parece un milagro que los hombres empiecen así? Después crecen y se convierten en... otra cosa.
—Sí —Jody frunció el ceño y observó a su amiga—. ¿Estás bien? —le puso la mano en la frente—. No tienes fiebre. Saca la lengua.
__(tn) obedeció.
—No estoy enferma. Estoy perfectamente.
Jody volvió a observarla sin el menor convencimiento.
—Voy a acostar a Charlie y después voy a preparar un café para que me cuentes qué está pasando.
—Muy bien —volvió a dejarse llevar por la ensoñación y comenzó a dibujar corazoncitos rojos sobre el papel.
Como le resultaba divertido, los hizo cada vez más grandes y después esbozó el rostro de Kendall dentro de uno de ellos.
Tenía un bonito rostro. Boca firme, lindos y sensuales ojos verdes y rasgos marcados. Unos rasgos que se endulzaban ligeramente cuando sonreía.
Le gustaba hacerle reír; siempre le parecía que tenía poca práctica. En eso podría ayudarlo. Después de todo, uno de sus pequeños talentos era hacer reír a la gente.
Además, una vez lo hubiese ayudado a conseguir un empleo estable, ya no tendría tanto de lo que preocuparse.
Le encontraría trabajo, se aseguraría de que comía bien y estaba segura de que podría encontrar a alguien que quisiera deshacerse de un sofá viejo. Eso le haría sentir mejor. Pero eso no era entrometerse en su vida como hacía el abuelo; no, ella sólo estaría ayudando a un vecino.
A un vecino increíblemente sexy, cuyos besos eran capaces de llevar a una mujer al paraíso.
Pero no era ése el motivo por el que iba a ayudarlo. También había ayudado al señor Puebles a encontrar un buen pedicuro.
Sólo se comportaba como una buena vecina, pero si con ello obtenía otros beneficios, ¿qué tenía de malo?
Jody observó a su pequeño hasta que se le cerraron los ojitos y fue a preparar café. En la cocina de__(tn) se movía con tanta libertad como en la suya propia. Lo cierto era que en los últimos años, __(tn) y ella estaban tan unidas como dos hermanas, quizá más, corrigió Jody. Sus dos hermanas siempre estaban presumiendo de sus maridos, de sus casas y de sus hijos... pero Jody pensaba que cualquiera pensaría que su Chuck y su Charlie eran mucho mejores que los maridos y los hijos de cualquiera de ellas dos.
A diferencia de sus hermanas, __(tn) la escuchaba y había estado a su lado en el duro momento en el que había decidido dejar su trabajo para cuidar de Charlie. También había sido __(tn) la que había estado ahí en los primeros días del niño, cuando Chuck y ella se aterraban cada vez que el bebé hacía el más leve ruido.
No había una amiga mejor en el mundo. Por eso era por lo que Jody estaba empeñada en ayudarla a ser tan feliz como lo era ella.
Subió la bandeja con los cafés al estudio.
—Gracias, Jody —le dijo __(tn) cuando le dio su taza.
—La tira de esta mañana es genial. No puedo creer que Emily se enfundara una gabardina y un sombrero para seguir a don Misterioso por todo el Soho.
—Es una chica muy impulsiva —respondió __(tn) , que se había acostumbrado a hablar de Emily y del resto de personajes como si fueran personas reales—. Y también muy curiosa. Tenía que averiguar algo más de él.
—¿Y tú? ¿Te has enterado de algo relacionado con nuestro don Misterioso?
—Sí —respondió con un suspiro—. Se apellida Schmidt.
—Lo he oído —dijo Jody, automáticamente alerta—. Has suspirado.
—No, sólo he respirado hondo.
—De eso nada, has suspirado. ¿Qué quiere decir eso?
—Bueno, la verdad es que —se moría de ganas de contárselo—... anoche salimos juntos.
—¿Salisteis juntos? ¿Quieres decir que tuviste una cita? —Jody acercó una silla y se sentó junto a ella—. ¿Dónde, cómo, cuándo? Quiero detalles, __(tn) .
—Está bien —__(tn) se giró para mirar de frente a su amiga—. Ya sabes que la señora Wolinsky está empeñada en emparejarme con su sobrino.
—¿Aún sigue con eso? —preguntó Jody con un resoplido de incomprensión—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que no tenéis nada que ver el uno con el otro?
El tremendo cariño que sentía por Jody hizo que __(tn) no le dijera que la señora Wolinsky no se daba cuenta de ello por el mismo motivo por el que ella no veía los defectos de su querido primo Frank.
—Ella lo adora. El caso es que anoche me había preparado otra cita con él y a mí no me apetecía nada. Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, sobre todo a la señora Wolinsky.
—A Chuck, sí.
—Los maridos quedan excluidos del voto de silencio, al menos en este caso. Bueno, le dije que ya tenía otra cita... con Schmidt.
—¿Tenías una cita con 3B?
—No, sólo se lo dije porque me pilló desprevenida y ya sabes que cuando miento me pongo a tartamudear.
—Deberías practicar más —opinó antes de darle un mordisco a uno de los bollitos que había subido con el café.
—Puede ser. Bueno, después de decírselo me di cuenta de que estaría mirando por la ventana para vernos salir juntos. Tenía que hacer un trato con Schmidt, así que le ofrecí cien dólares y le invité a cenar.
—Le pagaste —dijo Jody con los ojos abiertos de par en par—. Es genial. Jamás se me ocurrió pagar a un hombre para que saliera conmigo, ni siquiera en ese periodo de sequía que sufrí en el segundo año de universidad. ¿Y por qué cien dólares? ¿Acaso es la tarifa habitual?
—No lo sé, simplemente me pareció que estaba bien. Schmidt no tiene trabajo estable, así que pensé que le vendría bien el dinero y una cena caliente gratis. La verdad es que lo pasamos bien —en sus labios se dibujó una sonrisa—. Muy bien. Sólo comimos y charlamos... bueno, sobre todo hablé yo porque Schmidt no dice mucho.
—Schmidt —repitió Jody—. Sigue sonando muy misterioso. ¿No sabes su nombre?
—No se me ocurrió preguntárselo. Pero calla, que aún queda lo mejor. Veníamos caminando hacia casa y él parecía mucho más relajado, cuando vi el coche de Johnny Wolinsky y me entró el pánico. Pensé que la señora Wolinsky no iba a dejar de intentar encasquetármelo a menos que creyera que estaba con otro, así que le ofrecí otro trato a Schmidt; cincuenta dólares más a cambio de un beso.
Jody apretó los labios unos segundos.
—Pensé que eso habría estado incluido en el precio inicial.
—No, ya habíamos detallado las condiciones y además no había tiempo para negociar. La señora Wolinsky estaba mirando por la ventana, así que Schmidt me besó allí mismo, en la calle.
—¡Vaya! —Jody había dejado de comer y la miraba sin parpadear—. ¿Cómo fue? ¿Cómo te agarró?
—Más bien tiró de mí hacia sí.
—Dios. Me encanta cuando hacen eso.
—Me quedé pegada a él y de puntillas porque es muy alto.
—Sí que lo es —murmuró como si estuviera imaginando la escena—. Y muy fuerte.
—No puedes hacerte a la idea, Jody. Ese hombre es como una roca.
—Dios mío —dijo cerrando los ojos—. Bueno, estabas pegada a él, ¿y luego?
—Luego se inclinó sobre mí.
—Así fue como Chuck y yo acabamos en mi apartamento en nuestra sexta cita. Ningún hombre puede dejar de besarte cuando hace eso.
—Pues Schmidt lo hizo. Se detuvo y me miró fijamente.
—Madre mía.
—Y luego volvió a besarme otra vez.
—¿Te besó dos veces? —parecía a punto de echarse a llorar de la emoción.
—Fue... increíble —confesó __(tn) dejando que su amiga le agarrara la mano—. No sabes cómo besa.
—Dios, creo que voy a abrir la ventana porque empiezo a tener calor —se levantó a abrir—. Pero sigue.
—Fue como si me devorara. No sé qué me pasó... —ni sabía cómo describirlo—. La cabeza me daba vueltas.
—Explícate mejor, __(tn) , porque me tienes en ascuas —le pidió con impaciencia—. A ver, en una escala del uno al diez, ¿qué puntuación le darías?
—No, Jody, se sale de la escala.
Su amiga la miró fijamente.
—Eso es un mito.
—Te prometo que existe —aseguró __(tn) con total seriedad—. Tengo pruebas irrefutables.
—Por el amor de Dios. Tengo que sentarme — lo hizo sin apartar la mirada de ella—. Un beso que se sale de la escala. Yo te creo, __(tn) . Muchas no lo harían, pero yo sí.
—Sabía que podía contar contigo.
—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Ahora no te valdrá nada, ni siquiera un beso digno de un diez. Siempre buscarás otro que se salga de la escala.
—Ya lo había pensado —afirmó __(tn) con gesto pensativo—. Creo que se puede vivir perfectamente con besos de siete a diez, incluso después de una experiencia como ésta. Una puede ir a la luna, Jody, y visitar brevemente otros mundos, pero después tiene que volver a la tierra y seguir viviendo.
—Tienes razón —murmuró Jody, visiblemente emocionada—. Y eres muy valiente.
—Gracias. Claro que —comenzó a decir con una malévola sonrisa en los labios—... tampoco tiene nada de malo llamar de vez en cuando a su puerta.
Mientras trabajaba, __(tn) cantaba a dúo con Aretha Franklin. A su espalda, la brisa fresca de abril se colaba por la ventana abierta.
El día estaba tan radiante como su estado de ánimo.
Se volvió a mirarse al espejo e intentó poner cara de sorpresa para después poder plasmar esa misma expresión en el rostro de un personaje. Pero lo único que podía hacer era sonreír. Aquél no había sido su primer beso. La habían besado otros hombres y la habían abrazado. Pero comparar aquellos besos con lo sucedido el día anterior con su vecino de enfrente era como comparar un petardo con un ataque nuclear. Uno silbaba, explotaba y durante un momento resultaba entretenido. El otro estallaba y con ello cambiaba el paisaje durante siglos.
A ella la había dejado increíblemente atolondrada durante horas. Le encantaba sentirse así. ¿Había algo más maravilloso que sentirse débil y fuerte, tonta y sabia, confundida y alerta, todo al mismo tiempo?
Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar que su mente volviera de nuevo a aquel momento.
Se preguntaba qué pensaría él, qué sentiría. Nadie podría quedar impertérrito después de una experiencia de tal... magnitud. Él había estado junto a ella en el epicentro de aquel terremoto. Ningún hombre podía besar a una mujer de ese modo y no sufrir algún tipo de efecto secundario.
Volvió a cantar junto a Aretha y se centró de nuevo en el trabajo.
—¡Dios, __(tn) , aquí hace muchísimo frío!
—Hola, Jody —saludó con alegría a su amiga al levantar la vista del papel—. Hola, pequeño Charlie.
El pequeño sonrió desde los brazos de su madre.
—No hace tanto calor como para sentarse frente a la ventana abierta —protestó al tiempo que cerraba.
—Tenía calor —explicó __(tn) mientras acariciaba al pequeño—. ¿No te parece un milagro que los hombres empiecen así? Después crecen y se convierten en... otra cosa.
—Sí —Jody frunció el ceño y observó a su amiga—. ¿Estás bien? —le puso la mano en la frente—. No tienes fiebre. Saca la lengua.
__(tn) obedeció.
—No estoy enferma. Estoy perfectamente.
Jody volvió a observarla sin el menor convencimiento.
—Voy a acostar a Charlie y después voy a preparar un café para que me cuentes qué está pasando.
—Muy bien —volvió a dejarse llevar por la ensoñación y comenzó a dibujar corazoncitos rojos sobre el papel.
Como le resultaba divertido, los hizo cada vez más grandes y después esbozó el rostro de Kendall dentro de uno de ellos.
Tenía un bonito rostro. Boca firme, lindos y sensuales ojos verdes y rasgos marcados. Unos rasgos que se endulzaban ligeramente cuando sonreía.
Le gustaba hacerle reír; siempre le parecía que tenía poca práctica. En eso podría ayudarlo. Después de todo, uno de sus pequeños talentos era hacer reír a la gente.
Además, una vez lo hubiese ayudado a conseguir un empleo estable, ya no tendría tanto de lo que preocuparse.
Le encontraría trabajo, se aseguraría de que comía bien y estaba segura de que podría encontrar a alguien que quisiera deshacerse de un sofá viejo. Eso le haría sentir mejor. Pero eso no era entrometerse en su vida como hacía el abuelo; no, ella sólo estaría ayudando a un vecino.
A un vecino increíblemente sexy, cuyos besos eran capaces de llevar a una mujer al paraíso.
Pero no era ése el motivo por el que iba a ayudarlo. También había ayudado al señor Puebles a encontrar un buen pedicuro.
Sólo se comportaba como una buena vecina, pero si con ello obtenía otros beneficios, ¿qué tenía de malo?
Jody observó a su pequeño hasta que se le cerraron los ojitos y fue a preparar café. En la cocina de__(tn) se movía con tanta libertad como en la suya propia. Lo cierto era que en los últimos años, __(tn) y ella estaban tan unidas como dos hermanas, quizá más, corrigió Jody. Sus dos hermanas siempre estaban presumiendo de sus maridos, de sus casas y de sus hijos... pero Jody pensaba que cualquiera pensaría que su Chuck y su Charlie eran mucho mejores que los maridos y los hijos de cualquiera de ellas dos.
A diferencia de sus hermanas, __(tn) la escuchaba y había estado a su lado en el duro momento en el que había decidido dejar su trabajo para cuidar de Charlie. También había sido __(tn) la que había estado ahí en los primeros días del niño, cuando Chuck y ella se aterraban cada vez que el bebé hacía el más leve ruido.
No había una amiga mejor en el mundo. Por eso era por lo que Jody estaba empeñada en ayudarla a ser tan feliz como lo era ella.
Subió la bandeja con los cafés al estudio.
—Gracias, Jody —le dijo __(tn) cuando le dio su taza.
—La tira de esta mañana es genial. No puedo creer que Emily se enfundara una gabardina y un sombrero para seguir a don Misterioso por todo el Soho.
—Es una chica muy impulsiva —respondió __(tn) , que se había acostumbrado a hablar de Emily y del resto de personajes como si fueran personas reales—. Y también muy curiosa. Tenía que averiguar algo más de él.
—¿Y tú? ¿Te has enterado de algo relacionado con nuestro don Misterioso?
—Sí —respondió con un suspiro—. Se apellida Schmidt.
—Lo he oído —dijo Jody, automáticamente alerta—. Has suspirado.
—No, sólo he respirado hondo.
—De eso nada, has suspirado. ¿Qué quiere decir eso?
—Bueno, la verdad es que —se moría de ganas de contárselo—... anoche salimos juntos.
—¿Salisteis juntos? ¿Quieres decir que tuviste una cita? —Jody acercó una silla y se sentó junto a ella—. ¿Dónde, cómo, cuándo? Quiero detalles, __(tn) .
—Está bien —__(tn) se giró para mirar de frente a su amiga—. Ya sabes que la señora Wolinsky está empeñada en emparejarme con su sobrino.
—¿Aún sigue con eso? —preguntó Jody con un resoplido de incomprensión—. ¿Cómo es posible que no se dé cuenta de que no tenéis nada que ver el uno con el otro?
El tremendo cariño que sentía por Jody hizo que __(tn) no le dijera que la señora Wolinsky no se daba cuenta de ello por el mismo motivo por el que ella no veía los defectos de su querido primo Frank.
—Ella lo adora. El caso es que anoche me había preparado otra cita con él y a mí no me apetecía nada. Tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie, sobre todo a la señora Wolinsky.
—A Chuck, sí.
—Los maridos quedan excluidos del voto de silencio, al menos en este caso. Bueno, le dije que ya tenía otra cita... con Schmidt.
—¿Tenías una cita con 3B?
—No, sólo se lo dije porque me pilló desprevenida y ya sabes que cuando miento me pongo a tartamudear.
—Deberías practicar más —opinó antes de darle un mordisco a uno de los bollitos que había subido con el café.
—Puede ser. Bueno, después de decírselo me di cuenta de que estaría mirando por la ventana para vernos salir juntos. Tenía que hacer un trato con Schmidt, así que le ofrecí cien dólares y le invité a cenar.
—Le pagaste —dijo Jody con los ojos abiertos de par en par—. Es genial. Jamás se me ocurrió pagar a un hombre para que saliera conmigo, ni siquiera en ese periodo de sequía que sufrí en el segundo año de universidad. ¿Y por qué cien dólares? ¿Acaso es la tarifa habitual?
—No lo sé, simplemente me pareció que estaba bien. Schmidt no tiene trabajo estable, así que pensé que le vendría bien el dinero y una cena caliente gratis. La verdad es que lo pasamos bien —en sus labios se dibujó una sonrisa—. Muy bien. Sólo comimos y charlamos... bueno, sobre todo hablé yo porque Schmidt no dice mucho.
—Schmidt —repitió Jody—. Sigue sonando muy misterioso. ¿No sabes su nombre?
—No se me ocurrió preguntárselo. Pero calla, que aún queda lo mejor. Veníamos caminando hacia casa y él parecía mucho más relajado, cuando vi el coche de Johnny Wolinsky y me entró el pánico. Pensé que la señora Wolinsky no iba a dejar de intentar encasquetármelo a menos que creyera que estaba con otro, así que le ofrecí otro trato a Schmidt; cincuenta dólares más a cambio de un beso.
Jody apretó los labios unos segundos.
—Pensé que eso habría estado incluido en el precio inicial.
—No, ya habíamos detallado las condiciones y además no había tiempo para negociar. La señora Wolinsky estaba mirando por la ventana, así que Schmidt me besó allí mismo, en la calle.
—¡Vaya! —Jody había dejado de comer y la miraba sin parpadear—. ¿Cómo fue? ¿Cómo te agarró?
—Más bien tiró de mí hacia sí.
—Dios. Me encanta cuando hacen eso.
—Me quedé pegada a él y de puntillas porque es muy alto.
—Sí que lo es —murmuró como si estuviera imaginando la escena—. Y muy fuerte.
—No puedes hacerte a la idea, Jody. Ese hombre es como una roca.
—Dios mío —dijo cerrando los ojos—. Bueno, estabas pegada a él, ¿y luego?
—Luego se inclinó sobre mí.
—Así fue como Chuck y yo acabamos en mi apartamento en nuestra sexta cita. Ningún hombre puede dejar de besarte cuando hace eso.
—Pues Schmidt lo hizo. Se detuvo y me miró fijamente.
—Madre mía.
—Y luego volvió a besarme otra vez.
—¿Te besó dos veces? —parecía a punto de echarse a llorar de la emoción.
—Fue... increíble —confesó __(tn) dejando que su amiga le agarrara la mano—. No sabes cómo besa.
—Dios, creo que voy a abrir la ventana porque empiezo a tener calor —se levantó a abrir—. Pero sigue.
—Fue como si me devorara. No sé qué me pasó... —ni sabía cómo describirlo—. La cabeza me daba vueltas.
—Explícate mejor, __(tn) , porque me tienes en ascuas —le pidió con impaciencia—. A ver, en una escala del uno al diez, ¿qué puntuación le darías?
—No, Jody, se sale de la escala.
Su amiga la miró fijamente.
—Eso es un mito.
—Te prometo que existe —aseguró __(tn) con total seriedad—. Tengo pruebas irrefutables.
—Por el amor de Dios. Tengo que sentarme — lo hizo sin apartar la mirada de ella—. Un beso que se sale de la escala. Yo te creo, __(tn) . Muchas no lo harían, pero yo sí.
—Sabía que podía contar contigo.
—Sabes lo que eso significa, ¿verdad? Ahora no te valdrá nada, ni siquiera un beso digno de un diez. Siempre buscarás otro que se salga de la escala.
—Ya lo había pensado —afirmó __(tn) con gesto pensativo—. Creo que se puede vivir perfectamente con besos de siete a diez, incluso después de una experiencia como ésta. Una puede ir a la luna, Jody, y visitar brevemente otros mundos, pero después tiene que volver a la tierra y seguir viviendo.
—Tienes razón —murmuró Jody, visiblemente emocionada—. Y eres muy valiente.
—Gracias. Claro que —comenzó a decir con una malévola sonrisa en los labios—... tampoco tiene nada de malo llamar de vez en cuando a su puerta.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
Capítulo 10
Como no quería parecer ansiosa, __(tn) siguió trabajando el resto de la mañana y no paró hasta las dos, momento en el que se le ocurrió que quizá a su vecino le apeteciera tomarse una taza de café con ella o salir a dar un paseo.
Ese hombre tenía que salir de su apartamento más a menudo y aprovechar todo lo que ofrecía la ciudad.
Lo imaginó encerrado en aquella casa vacía, preocupado por las facturas que no podía pagar porque no tenía trabajo. Pero __(tn) estaba segura de poder ayudarlo.
Justo en el momento en que se puso en pie para darse un toque de maquillaje, escuchó las pri¬meras notas de la guitarra y sintió un escalofrío.
Schmidt merecía un descanso, tenía que en¬contrar algo que le demostrara que la vida estaba llena de sorpresas y ella quería ayudarlo porque había algo en él, en esa infelicidad que adivinaba en sus ojos, que la atraía enormemente. Sentía la necesidad de hacer desaparecer esa tristeza de su mirada.
Al menos ya había conseguido hacerle reír y, si lo había conseguido una vez, podría hacerlo de nuevo.
Deseaba volver a verlo reír, verle sonreír cuando ella hacía o decía algo que lograba tras¬pasar esa coraza de cinismo con la que se prote¬gía.
Y si al hacerlo encendía cierta chispa sexual, tampoco estaría nada mal.
Estaba bajando las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta del edificio.
—¿Sí?
—Busco a Schmidt. ¿Es el 3A?
—El suyo es el 3B.
—Maldita sea, ¿entonces por qué no contesta?
—Probablemente no lo oiga porque está to¬cando.
—¿Podrías abrirme, querida? Soy su agente y tengo un poco de prisa.
—Su agente —si tenía una agente, __(tn) que¬ría conocerla porque ya se le habían ocurrido más de una docena de personas con las que ponerlo en contacto para encontrar trabajo—. Claro. Sube.
Apretó el botón y después abrió la puerta de su apartamento para verla.
La mujer que salió del ascensor unos segundos después tenía aspecto de profesional de éxito, pensó __(tn) con cierta sorpresa.
Era delgada, de rasgos marcados, larga melena rubia y ojos intensamente azules en los que se re¬flejaba su impaciencia.
Se movía con la precisión de una bala y llevaba un maletín de piel que debía de costar más que el alquiler de muchas casas.
¿Cómo era posible que un tipo sin trabajo tu¬viera una agente que podía permitirse ese tipo de lujos de diseño?
—¿3A?
—Sí, me llamo __(tn).
—Amanda Dresher. Gracias, __(tn). Es que mi cliente no contesta al teléfono y parece haber ol¬vidado que teníamos una cita para comer en el Four Seasons.
—¿El Four Seasons? —preguntó, asombrada—. ¿El de Park Avenue?
—¿Hay otro? —dijo Amanda apretando el tim¬bre del 3B—. Mi querido Kendall tiene muchí¬simo talento, pero a veces es imposible.
—Kendall —en sólo unos segundos __(tn) pasó de la confusión a la sorpresa—. Kendall Schmidt—dijo mientras la vergüenza y la rabia se iban apoderando de ella—. El autor de Una maraña de almas.
—El mismo —dijo Mandy con orgullo—. Va¬mos, Schmidt, abre la maldita puerta. Cuando me dijo que iba a quedarse un par de meses en la ciudad pensé que me resultaría más fácil tenerlo localizado, pero sigue siendo igual de difícil. Bueno, por fin.
Se oyó el cerrojo de la puerta.
—¿Qué demonios... Mandy?
—Habíamos quedado para comer —espetó su agente—. Y no contestas al teléfono.
—Se me olvidó lo de la comida y el teléfono no ha sonado.
—¿Has cargado la batería?
—No creo —se quedó allí de pie mirando ha¬cia donde __(tn) lo observaba con gesto ofen¬dido—. Pasa, dame sólo un minuto.
—Ya te he dado una hora —antes de entrar se volvió hacia __(tn)—. Gracias por abrirme, que¬rida.
—De nada —dijo ____antes de mirar a Kendall—. Eres un cretino —y cerró con un portazo.
—¿No tienes nada en lo que sentarse? —protestó Mandy a su espalda.
—No. Sí. Arriba. Maldita sea —murmuró con una sensación de culpabilidad que no le gustaba nada—. Esta planta no la utilizo mucho.
—No hace falta que lo jures. ¿Quién es la chiquilla de enfrente?
—Nadie. Campbell, __(tn) Campbell.
—Ya decía yo que me resultaba familiar. Amigos y vecinos. Conozco a su agente, está como loco con ella. Dice que es la primera cliente libre de neuro¬sis que ha tenido en toda su vida. Por lo visto no se queja nunca, entrega los trabajos en fecha, no exige trato de favor y además le está haciendo ga¬nar una fortuna.
Lanzó una fría mirada a Kendall.
—Debe de ser una maravilla tener un cliente sin neurosis, al que no se le olvide que ha quedado para comer con su agente y que incluso le mande regalos de cumpleaños.
—Lo de la neurosis es irremediable, pero siento lo de la comida.
El enfado dejó paso a la preocupación.
—¿Qué ocurre, Kendall? Tienes muy mala cara. ¿Vas mal con la obra?
—No, de hecho va mejor de lo que esperaba. Lo que ocurre es que no he dormido mucho.
—¿Otra vez has estado tocando por ahí hasta las tantas?
—No.
Pensando en la mujer del 3A, dando vueltas por la casa, muerto de deseo por la mujer del 3A. Una mujer que sin duda ahora lo consideraría un ser despreciable.
—Simplemente he pasado una mala noche.
—Está bien.
Lo cierto era que, por mucho que la hiciera en¬fadar, Kendall le importaba mucho. Por eso se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Me debes una comida, pero por ahora me conformo con un café.
—Aún queda algo en la cocina, pero lo hice a las seis de la mañana.
—Entonces será mejor que haga otro —se metió en la cocina y, después de poner la cafetera en marcha, echó un vistazo en los armarios porque consideraba que preocuparse por el bienestar de Kendall era parte de su trabajo—. Pero bueno, Schmidt, ¿es que estás en huelga de hambre? Aquí no hay más que migas de pan.
—Ayer tenía intención de ir a comprar, pero no me dio tiempo —volvió a mirar a la puerta y a pensar en __(tn) —. Suelo pedir que me traigan la cena.
—¿Con el teléfono al que no contestas?
—Te prometo que cargaré la batería, Mandy
—Eso espero. Si lo hubieras hecho antes, ahora estaríamos sentados en el Four Seasons y bebiendo champán para celebrarlo. He cerrado el trato, Kendall, Una maraña de almas va a convertirse en una película. Ya tienes el productor y el director que querías, también podrás encargarte del guión. Eso sin hablar de una pequeña cantidad de siete cifras.
—No quiero que estropeen mi obra —fue la primera reacción de Kendall.
Mandy soltó un suspiro.
—Siempre encuentras el lado negativo. Haz el guión y así no lo estropearán.
—No —dijo negando con la cabeza.
Se acercó a la ventana para asimilar la noticia. En el cine la obra perdería la intimidad que trans¬mitía en el teatro, pero haría que su trabajo llegara a millones de personas.
—No quiero volver a meterme en todo eso, Mandy. Al menos no tan de lleno.
Amanda sirvió dos tazas de café y fue junto a él.
—Entonces limítate a supervisar el proyecto.
—Sí, eso estaría mucho mejor. ¿Te encargarías de ello?
—Claro. Y ahora, si dejas de saltar de alegría, podemos hablar del trabajo que tienes entre ma¬nos.
La ironía de sus palabras hizo que Kendall apre¬tara los labios y la mirara.
—Eres la mejor agente del mundo y sin duda la más paciente.
—Estoy completamente de acuerdo. Espero que estés tan orgulloso como lo estoy yo. ¿Vas a llamar a tu familia?
—Dame un par de días para pensarlo.
—Kendall, no tardará en salir en la prensa. ¿Quieres que se enteren así?
—No, tienes razón. Los llamaré —por fin son¬rió—. En cuanto cargue el teléfono. ¿Qué te parece si me cambio de ropa y salimos a tomar ese champán?
—Muy bien. Pero antes dime una cosa —le pi¬dió cuando él comenzaba a subir las escaleras—. Esa preciosidad del 3A. ¿Vas a decirme qué hay entre ustedes?
—No sé si hay algo que contar —murmuró.
Como no quería parecer ansiosa, __(tn) siguió trabajando el resto de la mañana y no paró hasta las dos, momento en el que se le ocurrió que quizá a su vecino le apeteciera tomarse una taza de café con ella o salir a dar un paseo.
Ese hombre tenía que salir de su apartamento más a menudo y aprovechar todo lo que ofrecía la ciudad.
Lo imaginó encerrado en aquella casa vacía, preocupado por las facturas que no podía pagar porque no tenía trabajo. Pero __(tn) estaba segura de poder ayudarlo.
Justo en el momento en que se puso en pie para darse un toque de maquillaje, escuchó las pri¬meras notas de la guitarra y sintió un escalofrío.
Schmidt merecía un descanso, tenía que en¬contrar algo que le demostrara que la vida estaba llena de sorpresas y ella quería ayudarlo porque había algo en él, en esa infelicidad que adivinaba en sus ojos, que la atraía enormemente. Sentía la necesidad de hacer desaparecer esa tristeza de su mirada.
Al menos ya había conseguido hacerle reír y, si lo había conseguido una vez, podría hacerlo de nuevo.
Deseaba volver a verlo reír, verle sonreír cuando ella hacía o decía algo que lograba tras¬pasar esa coraza de cinismo con la que se prote¬gía.
Y si al hacerlo encendía cierta chispa sexual, tampoco estaría nada mal.
Estaba bajando las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta del edificio.
—¿Sí?
—Busco a Schmidt. ¿Es el 3A?
—El suyo es el 3B.
—Maldita sea, ¿entonces por qué no contesta?
—Probablemente no lo oiga porque está to¬cando.
—¿Podrías abrirme, querida? Soy su agente y tengo un poco de prisa.
—Su agente —si tenía una agente, __(tn) que¬ría conocerla porque ya se le habían ocurrido más de una docena de personas con las que ponerlo en contacto para encontrar trabajo—. Claro. Sube.
Apretó el botón y después abrió la puerta de su apartamento para verla.
La mujer que salió del ascensor unos segundos después tenía aspecto de profesional de éxito, pensó __(tn) con cierta sorpresa.
Era delgada, de rasgos marcados, larga melena rubia y ojos intensamente azules en los que se re¬flejaba su impaciencia.
Se movía con la precisión de una bala y llevaba un maletín de piel que debía de costar más que el alquiler de muchas casas.
¿Cómo era posible que un tipo sin trabajo tu¬viera una agente que podía permitirse ese tipo de lujos de diseño?
—¿3A?
—Sí, me llamo __(tn).
—Amanda Dresher. Gracias, __(tn). Es que mi cliente no contesta al teléfono y parece haber ol¬vidado que teníamos una cita para comer en el Four Seasons.
—¿El Four Seasons? —preguntó, asombrada—. ¿El de Park Avenue?
—¿Hay otro? —dijo Amanda apretando el tim¬bre del 3B—. Mi querido Kendall tiene muchí¬simo talento, pero a veces es imposible.
—Kendall —en sólo unos segundos __(tn) pasó de la confusión a la sorpresa—. Kendall Schmidt—dijo mientras la vergüenza y la rabia se iban apoderando de ella—. El autor de Una maraña de almas.
—El mismo —dijo Mandy con orgullo—. Va¬mos, Schmidt, abre la maldita puerta. Cuando me dijo que iba a quedarse un par de meses en la ciudad pensé que me resultaría más fácil tenerlo localizado, pero sigue siendo igual de difícil. Bueno, por fin.
Se oyó el cerrojo de la puerta.
—¿Qué demonios... Mandy?
—Habíamos quedado para comer —espetó su agente—. Y no contestas al teléfono.
—Se me olvidó lo de la comida y el teléfono no ha sonado.
—¿Has cargado la batería?
—No creo —se quedó allí de pie mirando ha¬cia donde __(tn) lo observaba con gesto ofen¬dido—. Pasa, dame sólo un minuto.
—Ya te he dado una hora —antes de entrar se volvió hacia __(tn)—. Gracias por abrirme, que¬rida.
—De nada —dijo ____antes de mirar a Kendall—. Eres un cretino —y cerró con un portazo.
—¿No tienes nada en lo que sentarse? —protestó Mandy a su espalda.
—No. Sí. Arriba. Maldita sea —murmuró con una sensación de culpabilidad que no le gustaba nada—. Esta planta no la utilizo mucho.
—No hace falta que lo jures. ¿Quién es la chiquilla de enfrente?
—Nadie. Campbell, __(tn) Campbell.
—Ya decía yo que me resultaba familiar. Amigos y vecinos. Conozco a su agente, está como loco con ella. Dice que es la primera cliente libre de neuro¬sis que ha tenido en toda su vida. Por lo visto no se queja nunca, entrega los trabajos en fecha, no exige trato de favor y además le está haciendo ga¬nar una fortuna.
Lanzó una fría mirada a Kendall.
—Debe de ser una maravilla tener un cliente sin neurosis, al que no se le olvide que ha quedado para comer con su agente y que incluso le mande regalos de cumpleaños.
—Lo de la neurosis es irremediable, pero siento lo de la comida.
El enfado dejó paso a la preocupación.
—¿Qué ocurre, Kendall? Tienes muy mala cara. ¿Vas mal con la obra?
—No, de hecho va mejor de lo que esperaba. Lo que ocurre es que no he dormido mucho.
—¿Otra vez has estado tocando por ahí hasta las tantas?
—No.
Pensando en la mujer del 3A, dando vueltas por la casa, muerto de deseo por la mujer del 3A. Una mujer que sin duda ahora lo consideraría un ser despreciable.
—Simplemente he pasado una mala noche.
—Está bien.
Lo cierto era que, por mucho que la hiciera en¬fadar, Kendall le importaba mucho. Por eso se acercó y le puso una mano en el hombro.
—Me debes una comida, pero por ahora me conformo con un café.
—Aún queda algo en la cocina, pero lo hice a las seis de la mañana.
—Entonces será mejor que haga otro —se metió en la cocina y, después de poner la cafetera en marcha, echó un vistazo en los armarios porque consideraba que preocuparse por el bienestar de Kendall era parte de su trabajo—. Pero bueno, Schmidt, ¿es que estás en huelga de hambre? Aquí no hay más que migas de pan.
—Ayer tenía intención de ir a comprar, pero no me dio tiempo —volvió a mirar a la puerta y a pensar en __(tn) —. Suelo pedir que me traigan la cena.
—¿Con el teléfono al que no contestas?
—Te prometo que cargaré la batería, Mandy
—Eso espero. Si lo hubieras hecho antes, ahora estaríamos sentados en el Four Seasons y bebiendo champán para celebrarlo. He cerrado el trato, Kendall, Una maraña de almas va a convertirse en una película. Ya tienes el productor y el director que querías, también podrás encargarte del guión. Eso sin hablar de una pequeña cantidad de siete cifras.
—No quiero que estropeen mi obra —fue la primera reacción de Kendall.
Mandy soltó un suspiro.
—Siempre encuentras el lado negativo. Haz el guión y así no lo estropearán.
—No —dijo negando con la cabeza.
Se acercó a la ventana para asimilar la noticia. En el cine la obra perdería la intimidad que trans¬mitía en el teatro, pero haría que su trabajo llegara a millones de personas.
—No quiero volver a meterme en todo eso, Mandy. Al menos no tan de lleno.
Amanda sirvió dos tazas de café y fue junto a él.
—Entonces limítate a supervisar el proyecto.
—Sí, eso estaría mucho mejor. ¿Te encargarías de ello?
—Claro. Y ahora, si dejas de saltar de alegría, podemos hablar del trabajo que tienes entre ma¬nos.
La ironía de sus palabras hizo que Kendall apre¬tara los labios y la mirara.
—Eres la mejor agente del mundo y sin duda la más paciente.
—Estoy completamente de acuerdo. Espero que estés tan orgulloso como lo estoy yo. ¿Vas a llamar a tu familia?
—Dame un par de días para pensarlo.
—Kendall, no tardará en salir en la prensa. ¿Quieres que se enteren así?
—No, tienes razón. Los llamaré —por fin son¬rió—. En cuanto cargue el teléfono. ¿Qué te parece si me cambio de ropa y salimos a tomar ese champán?
—Muy bien. Pero antes dime una cosa —le pi¬dió cuando él comenzaba a subir las escaleras—. Esa preciosidad del 3A. ¿Vas a decirme qué hay entre ustedes?
—No sé si hay algo que contar —murmuró.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
MARATON 1/4
Capítulo 11
Seguía sin saberlo cuando llamó a su puerta esa misma tarde, pero sabía que debía hacer algo res-pecto a lo que había visto en sus ojos unas horas antes. Claro que tampoco era asunto suyo si él te¬nía trabajo o no; él había hecho todo lo posible para que no se entrometiera en su vida... Hasta la noche anterior, recordó.
Había sido una mala idea; no debería haber ac¬cedido a salir con ella y mucho menos debería ha¬berse permitido el lujo de pasarlo tan bien. Y de besarla.
Cosa que no habría hecho si ella no se lo hu¬biera pedido.
Cuando abrió la puerta, Kendall la esperaba con una disculpa.
—Lo siento —comenzó a decir con impacien¬cia—. Pero la verdad es que no era asunto tuyo. Es mejor que dejemos claras las cosas.
Fue a entrar, pero ella le puso la mano en el pe¬cho.
—No quiero que pases.
—Por el amor de Dios. Fuiste tú la que empezó todo. Puede que yo dejara que lo hicieras, pero...
—¿Qué es lo que empecé?
—Esto —espetó, furioso consigo mismo por no encontrar las palabras que necesitaba y con ella por mirarlo con esos ojos de perrillo herido.
—Está bien, yo empecé. No debería haberte llevado las galletas, fui una desconsiderada. No de¬bería haberme preocupado por que no tuvieras trabajo, ni debería haberte invitado a cenar por¬que pensé que no podías permitirte comer como Dios manda.
—Maldita sea, ___(tn).
—Tú dejaste que lo creyera. Dejaste que pen¬sara que eras un pobre músico sin trabajo y seguro que te has reído a mi costa. El laureado Kendall, autor de la magnífica Una maraña de al¬mas. Supongo que hasta te sorprende que una sim¬ple dibujante como yo conozca tu trabajo. ¿Qué va a saber del verdadero arte, de la literatura con mayúsculas, una muchacha que sólo hace tiras có¬micas? ¿Por qué no echarte unas risas a mi costa? Maldito engreído petulante —la voz le tembló a pesar de que se había prometido que no iba a per¬mitirlo—. Yo sólo intentaba ayudarte.
—Nadie te pidió que lo hicieras. Yo no quería tu ayuda —Kendall se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar y cuanto más se acercaba al llanto, más furioso se sentía él. Sabía que las mu¬jeres se servían de las lágrimas para destruir a los hombres—. Mi trabajo es sólo asunto mío.
—Tu trabajo se representa en Broadway, así que es público, pero eso no tiene nada que ver con que fingieras ser un simple guitarrista.
—Yo no fingí nada. Toco la guitarra porque me gusta. Tú diste muchas cosas por hecho.
—Y tú dejaste que lo hiciera.
—¿Y qué si lo hice? Me vine aquí en busca de un poco de tranquilidad, pero de pronto apareciste tú con tus galletas, luego me seguiste y por tu culpa pasé la mitad de la noche en comisaría. Después me pides que salga contigo porque no tienes las agallas suficientes para decirle a una señora de setenta años que no se meta en tu vida. Y para colmo me ofreces cincuenta dólares por besarse.
Una primera lágrima de humillación cayó por su mejilla y le encogió el estómago a Kendall.
—No —le ordenó él—. No empieces.
—¿Me pides que no llore cuando me estás hu¬millando y haciéndome sentir ridícula y avergon¬zada? —no se molestó en secarse las lágrimas, sim¬plemente siguió mirándolo—. Lo siento mucho, pero yo no funciono así; cuando alguien me hace daño, lloro.
—Tú misma te lo has buscado —tenía que de¬cirlo y necesitaba creer que era así.
—Has relatado los hechos, Kendall—le dijo ella cuando ya se disponía a huir hacia su aparta¬mento—. Pero te has olvidado de los sentimien¬tos. Te llevé las galletas porque se me ocurrió que te gustaría tener algún amigo en el edificio. Ya te he pedido perdón por seguirte, pero volveré a ha¬cerlo.
—No quiero que...
—No he terminado —lo interrumpió con tal dignidad que Preston se sintió aún más culpable—. Te invité a cenar porque no quería ofender a una mujer encantadora y porque pensé que quizá tu¬vieras hambre. Lo pasé bien contigo y sentí algo cuando me besaste. Pensé que tú también lo habías sentido. Pero sí, tienes toda la razón del mundo — asintió mientras otra lágrimas le caía por la meji¬lla—. Me lo he buscado yo sólita. Supongo que tú te guardas toda la emoción para el trabajo y no de¬jas ningún sentimiento para tu vida. Lo siento mu¬cho por ti y siento haberme metido en tu territo¬rio sagrado. No volveré a hacerlo.
Antes de que Kendall pudiera decir nada, ___(tn) cerró la puerta y echó los cerrojos. Él se dio me¬dia vuelta e hizo lo mismo con la puerta de su apartamento.
Ya tenía lo que quería, se dijo a sí mismo. Sole¬dad. Tranquilidad. Su vecina no volvería a llamar a su puerta para distraerlo con conversaciones y sentimientos que no deseaba. Unos sentimientos con los que no sabía qué hacer.
Se quedó allí de pie, agotado y furioso consigo mismo en mitad de la habitación vacía.
Capítulo 11
Seguía sin saberlo cuando llamó a su puerta esa misma tarde, pero sabía que debía hacer algo res-pecto a lo que había visto en sus ojos unas horas antes. Claro que tampoco era asunto suyo si él te¬nía trabajo o no; él había hecho todo lo posible para que no se entrometiera en su vida... Hasta la noche anterior, recordó.
Había sido una mala idea; no debería haber ac¬cedido a salir con ella y mucho menos debería ha¬berse permitido el lujo de pasarlo tan bien. Y de besarla.
Cosa que no habría hecho si ella no se lo hu¬biera pedido.
Cuando abrió la puerta, Kendall la esperaba con una disculpa.
—Lo siento —comenzó a decir con impacien¬cia—. Pero la verdad es que no era asunto tuyo. Es mejor que dejemos claras las cosas.
Fue a entrar, pero ella le puso la mano en el pe¬cho.
—No quiero que pases.
—Por el amor de Dios. Fuiste tú la que empezó todo. Puede que yo dejara que lo hicieras, pero...
—¿Qué es lo que empecé?
—Esto —espetó, furioso consigo mismo por no encontrar las palabras que necesitaba y con ella por mirarlo con esos ojos de perrillo herido.
—Está bien, yo empecé. No debería haberte llevado las galletas, fui una desconsiderada. No de¬bería haberme preocupado por que no tuvieras trabajo, ni debería haberte invitado a cenar por¬que pensé que no podías permitirte comer como Dios manda.
—Maldita sea, ___(tn).
—Tú dejaste que lo creyera. Dejaste que pen¬sara que eras un pobre músico sin trabajo y seguro que te has reído a mi costa. El laureado Kendall, autor de la magnífica Una maraña de al¬mas. Supongo que hasta te sorprende que una sim¬ple dibujante como yo conozca tu trabajo. ¿Qué va a saber del verdadero arte, de la literatura con mayúsculas, una muchacha que sólo hace tiras có¬micas? ¿Por qué no echarte unas risas a mi costa? Maldito engreído petulante —la voz le tembló a pesar de que se había prometido que no iba a per¬mitirlo—. Yo sólo intentaba ayudarte.
—Nadie te pidió que lo hicieras. Yo no quería tu ayuda —Kendall se dio cuenta de que estaba a punto de echarse a llorar y cuanto más se acercaba al llanto, más furioso se sentía él. Sabía que las mu¬jeres se servían de las lágrimas para destruir a los hombres—. Mi trabajo es sólo asunto mío.
—Tu trabajo se representa en Broadway, así que es público, pero eso no tiene nada que ver con que fingieras ser un simple guitarrista.
—Yo no fingí nada. Toco la guitarra porque me gusta. Tú diste muchas cosas por hecho.
—Y tú dejaste que lo hiciera.
—¿Y qué si lo hice? Me vine aquí en busca de un poco de tranquilidad, pero de pronto apareciste tú con tus galletas, luego me seguiste y por tu culpa pasé la mitad de la noche en comisaría. Después me pides que salga contigo porque no tienes las agallas suficientes para decirle a una señora de setenta años que no se meta en tu vida. Y para colmo me ofreces cincuenta dólares por besarse.
Una primera lágrima de humillación cayó por su mejilla y le encogió el estómago a Kendall.
—No —le ordenó él—. No empieces.
—¿Me pides que no llore cuando me estás hu¬millando y haciéndome sentir ridícula y avergon¬zada? —no se molestó en secarse las lágrimas, sim¬plemente siguió mirándolo—. Lo siento mucho, pero yo no funciono así; cuando alguien me hace daño, lloro.
—Tú misma te lo has buscado —tenía que de¬cirlo y necesitaba creer que era así.
—Has relatado los hechos, Kendall—le dijo ella cuando ya se disponía a huir hacia su aparta¬mento—. Pero te has olvidado de los sentimien¬tos. Te llevé las galletas porque se me ocurrió que te gustaría tener algún amigo en el edificio. Ya te he pedido perdón por seguirte, pero volveré a ha¬cerlo.
—No quiero que...
—No he terminado —lo interrumpió con tal dignidad que Preston se sintió aún más culpable—. Te invité a cenar porque no quería ofender a una mujer encantadora y porque pensé que quizá tu¬vieras hambre. Lo pasé bien contigo y sentí algo cuando me besaste. Pensé que tú también lo habías sentido. Pero sí, tienes toda la razón del mundo — asintió mientras otra lágrimas le caía por la meji¬lla—. Me lo he buscado yo sólita. Supongo que tú te guardas toda la emoción para el trabajo y no de¬jas ningún sentimiento para tu vida. Lo siento mu¬cho por ti y siento haberme metido en tu territo¬rio sagrado. No volveré a hacerlo.
Antes de que Kendall pudiera decir nada, ___(tn) cerró la puerta y echó los cerrojos. Él se dio me¬dia vuelta e hizo lo mismo con la puerta de su apartamento.
Ya tenía lo que quería, se dijo a sí mismo. Sole¬dad. Tranquilidad. Su vecina no volvería a llamar a su puerta para distraerlo con conversaciones y sentimientos que no deseaba. Unos sentimientos con los que no sabía qué hacer.
Se quedó allí de pie, agotado y furioso consigo mismo en mitad de la habitación vacía.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
MARATON 2/4
Capítulo 12
Kendall apenas conseguía pegar ojo en toda la noche y las pocas veces que conseguía conciliar el sueño, su mente se llenaba de imágenes en las que se encontraba frente a ___(tn), al borde de un preci¬picio. Tenía la sensación de que ella lo hubiera lle¬vado hasta allí, donde no tenía otra escapatoria que acercarse a ella y cuando lo hacía, el sueño se volvía tan tremendamente erótico, que cuando por fin conseguía salir de él, estaba excitado, fu¬rioso e invadido por su recuerdo y por su sabor.
No podía comer. Nada le satisfacía porque todo le recordaba a la sencilla cena que habían compar¬tido unas noches antes. Se alimentó tan sólo de café hasta que los nervios y el estómago empeza¬ron a protestar.
Lo que sí hacía era trabajar. Parecía que, cuanto más sufrían sus emociones, más se adentraba en la historia y en sus personajes. Resultaba doloroso arrancar esos sentimientos de su corazón y dejar que los personajes los engulleran ansiosamente.
Recordaba lo que ___(tn) le había dicho antes de cerrarle la puerta en la cara, que utilizaba todas sus emociones en el trabajo, pero no sabía cómo in-troducirlas en su vida. Tenía razón y era mejor así. Había muy pocas personas a las que les pudiese confiar sus sentimientos. Sus padres, su hermana, aunque la necesidad que sentía de responder a sus expectativas era demasiado peligrosa. Estaban tam-bién Delta y André, los pocos amigos que se per¬mitía tener y que no esperaban de él más que lo que él quisiera darles. Y Mandy, que lo presionaba cuando necesitaba presión, lo escuchaba cuando necesitaba hablar y se preocupaba por él casi más que él mismo.
No quería que ninguna mujer se hiciese hueco en su corazón nunca más. Ya había aprendido la lección con Pamela y desde entonces no había de¬jado que nadie se acercara a tan vulnerable terri¬torio.
Con sus mentiras y su traición, aquella mujer le había hecho aprender mucho a los veintitrés años. Desde entonces no creía en el amor, ni per¬día el tiempo buscándolo.
Y sin embargo no podía dejar de pensar en ___(tn).
La había oído salir varias veces en los últimos tres días. Más de una vez lo había distraído el so¬nido de la risa y las voces procedentes de su apar¬tamento. Ella no estaba sufriendo. ¿Entonces por qué él sí?
Debía de ser el sentimiento de culpa porque sa¬bía que le había hecho daño, aunque hubiera sido de manera completamente involuntaria. Muy a su pesar, Kendall había quedado fascinado con ella y no había pretendido hacer que se sintiera estú¬pida, ni herir sus sentimientos. Las lágrimas de una mujer eran capaces de destrozarlo por mucho que supiera lo falsas que podían ser.
Pero el llanto de ___(tn) no le había parecido falso, aquellas lágrimas habían sido naturales como gotas de lluvia.
Sabía que no podría resolver el problema hasta que hubiese arreglado las cosas con ella. Era cons¬ciente de que no se había disculpado adecuada¬mente, así que tendría que volver a hacerlo ahora que ___(tn) había tenido tiempo de controlar un poco esas emociones que dejaba salir con tal libertad.
No había motivo alguno para que fueran ene¬migos. Ella era la nieta de un hombre al que Kendall admiraba y respetaba y no creía que Daniel MacGregor opinase lo mismo de él si se enteraba de que había hecho llorar a su pequeña.
Lo cierto era que le importaba mucho la opi¬nión de Daniel MacGregor y también la de ___(tn), le dijo una vocecita.
Por eso de pronto se encontró yendo hacia la puerta en lugar de trabajar.
La había oído salir hacía ya bastante, así que de¬cidió salir y esperarla en la puerta. Entonces se dis¬culparía de verdad con ella y podrían volver a ser buenos vecinos. Además tenía que devolverle los cien dólares porque, aunque al principio se había divertido con la ocurrencia, ahora hacía que se sintiera como un sinvergüenza.
Pero estaba seguro de que ___(tn) no tardaría en reírse de lo ocurrido y volver a ser la chica alegre de siempre. Una mujer como ella no podría seguir enfadada por mucho tiempo.
Kendall se habría sorprendido de ver hasta qué punto seguía enfadada ____ pues mientras subía en el ascensor, se lamentaba de tener que pasar por delante de su puerta para ir a casa porque cada vez que pasaba por el 3B se acordaba de lo estúpida que había sido y lo estúpida que él le había hecho sentir.
Tenía intención de sacar la llave antes incluso de salir del ascensor para no tener que entrete¬nerse en el descansillo, pero iba muy cargada con la compra y aún estaba buscándola cuando salió.
Apretó los dientes al verlo y lo miró con toda la frialdad que pudo.
—___(tn) —Kendall nunca la había visto mirarlo de ese modo, pero la frialdad de sus ojos lo hizo estremecer—. Déjame que te ayude con esas bol¬sas.
—No necesito ayuda, gracias —___(tn) habría querido tener tres manos para poder encontrar de una vez las malditas llaves.
—Yo creo que sí, si vas a seguir buscando en el bolso —dijo intentando sonreír cuando por fin consiguió quitarle una de las bolsas—. Escucha, ya te he dicho que lo siento. ¿Cuántas veces tengo que disculparme para que quites esa cara de en¬fado?
—Vete al infierno —replicó ella—. Dame la bolsa —le ordenó una vez tuvo la llave en la mano.
—Te la llevaré a la cocina.
—He dicho que me des la maldita bolsa —for¬cejeó con él y al ver que no podía, se dio media vuelta—. Muy bien, entonces quédatela.
Abrió la puerta y se disponía a cerrarla de golpe cuando él la sujetó. Sus ojos se encontraron y Kendall creyó ver violencia en los de ella.
—Ni se te pase por la cabeza —le advirtió—. Yo no soy un atracador desnutrido.
___(tn) sabía que de todos modos podría hacerle daño, pero se dio cuenta de que eso sería hacerle parecer más importante de lo que quería que fuera. Así pues, dejó que le llevara la bolsa a la co¬cina y ella hizo lo mismo con la suya.
—Gracias. ¿Quieres una propina?
—Muy graciosa. Antes dejemos solucionada otra cosa —dijo al tiempo que se sacaba cien dó¬lares del bolsillo—. Aquí tienes.
___(tn) miró el dinero sin el menor interés.
—No voy a aceptarlo. Eso dinero te lo ganaste. De hecho, te debo otros cincuenta, ¿verdad?
Kendall apretó la mandíbula con furia al ver que echaba mano de su bolso.
—Ya está bien, ___(tn). Toma el dinero.
—No.
—He dicho que agarres el maldito dinero —la agarró de la muñeca y se la hizo girar para ponerle el dinero en la mano.
Se quedó atónito al verla convertir en confeti un billete de cien dólares.
—Ya está. Problema resuelto.
—Eso ha sido una solemne estupidez —dijo Kendall después de respirar hondo para intentar mantener la calma.
—Bueno, ¿para qué cambiar? Ahora ya puedes marcharte.
Su voz sonó tan ecuánime, que Kendall se ha¬bría ido de no haber visto el modo en que le tem¬blaban los dedos mientras guardaba la compra en los armarios. Aquel simple temblor hizo que toda su furia desapareciera y sólo quedara la culpa.
—___(tn), lo siento —la vio titubear antes de colo¬car el siguiente bote—. Se me fue de las manos y no hice nada por pararlo. Pero debería haberlo hecho.
—No tenías por qué mentirme; te habría de¬jado en paz si me lo hubieras pedido.
—No te mentí, o al menos no pretendía ha¬cerlo. Es cierto que dejé que creyeras algo que no era cierto. Quiero tranquilidad, la necesito.
—Pues ya la tienes. No soy yo la que se ha co¬lado en tu apartamento a la fuerza.
—No, es cierto —hundió las manos en los bol¬sillos—. Te he hecho daño y no debería haberlo hecho. Lo siento mucho.
___(tn) cerró los ojos al sentir que la puerta que había prometido mantener cerrada comenzaba a abrirse.
Capítulo 12
Kendall apenas conseguía pegar ojo en toda la noche y las pocas veces que conseguía conciliar el sueño, su mente se llenaba de imágenes en las que se encontraba frente a ___(tn), al borde de un preci¬picio. Tenía la sensación de que ella lo hubiera lle¬vado hasta allí, donde no tenía otra escapatoria que acercarse a ella y cuando lo hacía, el sueño se volvía tan tremendamente erótico, que cuando por fin conseguía salir de él, estaba excitado, fu¬rioso e invadido por su recuerdo y por su sabor.
No podía comer. Nada le satisfacía porque todo le recordaba a la sencilla cena que habían compar¬tido unas noches antes. Se alimentó tan sólo de café hasta que los nervios y el estómago empeza¬ron a protestar.
Lo que sí hacía era trabajar. Parecía que, cuanto más sufrían sus emociones, más se adentraba en la historia y en sus personajes. Resultaba doloroso arrancar esos sentimientos de su corazón y dejar que los personajes los engulleran ansiosamente.
Recordaba lo que ___(tn) le había dicho antes de cerrarle la puerta en la cara, que utilizaba todas sus emociones en el trabajo, pero no sabía cómo in-troducirlas en su vida. Tenía razón y era mejor así. Había muy pocas personas a las que les pudiese confiar sus sentimientos. Sus padres, su hermana, aunque la necesidad que sentía de responder a sus expectativas era demasiado peligrosa. Estaban tam-bién Delta y André, los pocos amigos que se per¬mitía tener y que no esperaban de él más que lo que él quisiera darles. Y Mandy, que lo presionaba cuando necesitaba presión, lo escuchaba cuando necesitaba hablar y se preocupaba por él casi más que él mismo.
No quería que ninguna mujer se hiciese hueco en su corazón nunca más. Ya había aprendido la lección con Pamela y desde entonces no había de¬jado que nadie se acercara a tan vulnerable terri¬torio.
Con sus mentiras y su traición, aquella mujer le había hecho aprender mucho a los veintitrés años. Desde entonces no creía en el amor, ni per¬día el tiempo buscándolo.
Y sin embargo no podía dejar de pensar en ___(tn).
La había oído salir varias veces en los últimos tres días. Más de una vez lo había distraído el so¬nido de la risa y las voces procedentes de su apar¬tamento. Ella no estaba sufriendo. ¿Entonces por qué él sí?
Debía de ser el sentimiento de culpa porque sa¬bía que le había hecho daño, aunque hubiera sido de manera completamente involuntaria. Muy a su pesar, Kendall había quedado fascinado con ella y no había pretendido hacer que se sintiera estú¬pida, ni herir sus sentimientos. Las lágrimas de una mujer eran capaces de destrozarlo por mucho que supiera lo falsas que podían ser.
Pero el llanto de ___(tn) no le había parecido falso, aquellas lágrimas habían sido naturales como gotas de lluvia.
Sabía que no podría resolver el problema hasta que hubiese arreglado las cosas con ella. Era cons¬ciente de que no se había disculpado adecuada¬mente, así que tendría que volver a hacerlo ahora que ___(tn) había tenido tiempo de controlar un poco esas emociones que dejaba salir con tal libertad.
No había motivo alguno para que fueran ene¬migos. Ella era la nieta de un hombre al que Kendall admiraba y respetaba y no creía que Daniel MacGregor opinase lo mismo de él si se enteraba de que había hecho llorar a su pequeña.
Lo cierto era que le importaba mucho la opi¬nión de Daniel MacGregor y también la de ___(tn), le dijo una vocecita.
Por eso de pronto se encontró yendo hacia la puerta en lugar de trabajar.
La había oído salir hacía ya bastante, así que de¬cidió salir y esperarla en la puerta. Entonces se dis¬culparía de verdad con ella y podrían volver a ser buenos vecinos. Además tenía que devolverle los cien dólares porque, aunque al principio se había divertido con la ocurrencia, ahora hacía que se sintiera como un sinvergüenza.
Pero estaba seguro de que ___(tn) no tardaría en reírse de lo ocurrido y volver a ser la chica alegre de siempre. Una mujer como ella no podría seguir enfadada por mucho tiempo.
Kendall se habría sorprendido de ver hasta qué punto seguía enfadada ____ pues mientras subía en el ascensor, se lamentaba de tener que pasar por delante de su puerta para ir a casa porque cada vez que pasaba por el 3B se acordaba de lo estúpida que había sido y lo estúpida que él le había hecho sentir.
Tenía intención de sacar la llave antes incluso de salir del ascensor para no tener que entrete¬nerse en el descansillo, pero iba muy cargada con la compra y aún estaba buscándola cuando salió.
Apretó los dientes al verlo y lo miró con toda la frialdad que pudo.
—___(tn) —Kendall nunca la había visto mirarlo de ese modo, pero la frialdad de sus ojos lo hizo estremecer—. Déjame que te ayude con esas bol¬sas.
—No necesito ayuda, gracias —___(tn) habría querido tener tres manos para poder encontrar de una vez las malditas llaves.
—Yo creo que sí, si vas a seguir buscando en el bolso —dijo intentando sonreír cuando por fin consiguió quitarle una de las bolsas—. Escucha, ya te he dicho que lo siento. ¿Cuántas veces tengo que disculparme para que quites esa cara de en¬fado?
—Vete al infierno —replicó ella—. Dame la bolsa —le ordenó una vez tuvo la llave en la mano.
—Te la llevaré a la cocina.
—He dicho que me des la maldita bolsa —for¬cejeó con él y al ver que no podía, se dio media vuelta—. Muy bien, entonces quédatela.
Abrió la puerta y se disponía a cerrarla de golpe cuando él la sujetó. Sus ojos se encontraron y Kendall creyó ver violencia en los de ella.
—Ni se te pase por la cabeza —le advirtió—. Yo no soy un atracador desnutrido.
___(tn) sabía que de todos modos podría hacerle daño, pero se dio cuenta de que eso sería hacerle parecer más importante de lo que quería que fuera. Así pues, dejó que le llevara la bolsa a la co¬cina y ella hizo lo mismo con la suya.
—Gracias. ¿Quieres una propina?
—Muy graciosa. Antes dejemos solucionada otra cosa —dijo al tiempo que se sacaba cien dó¬lares del bolsillo—. Aquí tienes.
___(tn) miró el dinero sin el menor interés.
—No voy a aceptarlo. Eso dinero te lo ganaste. De hecho, te debo otros cincuenta, ¿verdad?
Kendall apretó la mandíbula con furia al ver que echaba mano de su bolso.
—Ya está bien, ___(tn). Toma el dinero.
—No.
—He dicho que agarres el maldito dinero —la agarró de la muñeca y se la hizo girar para ponerle el dinero en la mano.
Se quedó atónito al verla convertir en confeti un billete de cien dólares.
—Ya está. Problema resuelto.
—Eso ha sido una solemne estupidez —dijo Kendall después de respirar hondo para intentar mantener la calma.
—Bueno, ¿para qué cambiar? Ahora ya puedes marcharte.
Su voz sonó tan ecuánime, que Kendall se ha¬bría ido de no haber visto el modo en que le tem¬blaban los dedos mientras guardaba la compra en los armarios. Aquel simple temblor hizo que toda su furia desapareciera y sólo quedara la culpa.
—___(tn), lo siento —la vio titubear antes de colo¬car el siguiente bote—. Se me fue de las manos y no hice nada por pararlo. Pero debería haberlo hecho.
—No tenías por qué mentirme; te habría de¬jado en paz si me lo hubieras pedido.
—No te mentí, o al menos no pretendía ha¬cerlo. Es cierto que dejé que creyeras algo que no era cierto. Quiero tranquilidad, la necesito.
—Pues ya la tienes. No soy yo la que se ha co¬lado en tu apartamento a la fuerza.
—No, es cierto —hundió las manos en los bol¬sillos—. Te he hecho daño y no debería haberlo hecho. Lo siento mucho.
___(tn) cerró los ojos al sentir que la puerta que había prometido mantener cerrada comenzaba a abrirse.
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
MARATON 3/4
Capítulo 13
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque pensé que así te mantendría alejada. Porque me resultabas demasiado atrayente para mí y porque a una parte de mí le resultó divertido que quisieras ayudarme a encontrar trabajo —vio cómo ella levantó los hombros con tensión y reaccionó de inmediato—. Compréndelo, ___(tn). ¿Cómo no iba a divertirme que me ofrecieras cien dólares por salir contigo? Cien dólares para no herir los senti¬mientos de una mujer y para llevar a cenar a un músico en paro. Era... encantador. Eso no es algo que diga muy a menudo.
—Es humillante —murmuró ella al tiempo que comenzaba a sacar las cosas de la segunda bolsa.
—No digas eso —Kendall se arriesgó a acercarse a ella—. Es todo culpa mía; si te hubiera dicho mi nombre durante la cena, los dos nos habríamos reído de ello, pero en lugar de eso te hice llorar y lo siento muchísimo.
___(tn) se quedó de espaldas a él, con la mirada perdida en la bolsa de la compra. No había espe¬rado que se mostrara tan arrepentido, que pare¬ciera preocuparle tanto haberle hecho daño. Pero así era y ___(tn) no podía fingir que no le impor¬taba.
Así pues, respiró hondo y trató de recuperar el tono distendido y amistoso de antes.
—¿Quieres una cerveza?
La tensión que Kendall había sentido en los hombros desapareció de golpe.
—Sí.
—Me lo imaginaba. Nunca te había oído ha¬blar tanto —se volvió a darle el vaso y la botella de cerveza con una sonrisa en los labios—. Debes de tener mucha sed.
—Gracias.
Allí estaba el hoyito de la mejilla.
—Pero no tengo galletas.
—Siempre puedes hacer más.
—Puede ser —siguió colocando las cosas.
Kendall, por su parte, volvió a pensar que era demasiado atrayente. Daba igual que llevase una camiseta enorme y unas zapatillas de deporte. Ha¬bía estado comprando comida, así que el perfume que llevaba sin duda se lo había puesto para sí misma y no para gustar a nadie. No comprendía por qué llevaba dos aritos de oro en una oreja y un solo pendiente con un pequeño brillante en la otra.
El caso era que el conjunto resultaba sencilla¬mente fascinante.
Cuando se giró a sacar otra cosa de la bolsa, Kendall le agarró la muñeca.
—¿Estamos como al principio?
—Eso parece.
—Entonces debo decirte algo más —dejó la cerveza sobre la encimera—. Sueño contigo.
Ahora era ella la que tenía la boca seca.
—¿Qué?
—Que sueño contigo —repitió al tiempo que se acercaba hasta que la dejó con la espalda pegada al frigorífico. Esa vez era ella la que no podía huir—. Sueño que estoy contigo, que te acaricio —sin apartar la mirada de sus ojos, le pasó la mano por el pecho—. Y me despierto con tu sabor en los labios.
—Kendall...
—Dijiste que habías sentido algo al besarme y que creías que yo también lo había hecho —fue bajando las manos hasta sus caderas sin apartar los ojos de los suyos—. Tenías razón.
___(tn) tragó saliva y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.
—¿Sí?
—Sí. Y quiero volver a sentirlo.
Al ver que se inclinaba hacia ella, ___(tn) puso la espalda muy recta.
—¡Espera!
Su boca había quedado a sólo unos milímetros de la de ella.
—¿Por qué?
La mente se le había quedado en blanco.
—No lo sé.
En sus labios apareció una de esas inusuales sonrisas.
—Detenme cuando lo sepas —dijo antes de posar su boca sobre la de ella.
Y todo volvió a ser igual. ___(tn) estaba segura de que no sería así, era imposible volver a sentir las mismas increíbles sensaciones de la otra vez y sin embargo eso fue lo que ocurrió. Jody tenía ra¬zón, después de aquello, ningún otro beso volvería a satisfacerla.
Aquella mujer era cálida, dulce, hermosa, eso y mucho más. Todo lo que había llegado a pensar que no necesitaba estaba ahora en sus brazos. Todo lo que deseaba con una fuerza que jamás habría imaginado.
Pasó de la boca al cuello, un cuello que reco¬rrió con sus besos.
—No —aquello era lo último que ___(tn) espe¬raba oír de sus propios labios cuando lo cierto era que las manos y los labios de Kendall sólo estaban haciendo que deseara más y más. Y sin embargo volvió a decirlo de nuevo—. No. Espera.
Kendall levantó la mirada.
—¿Por qué?
—Porque yo... —de su boca escapó un ge¬mido de placer cuando él siguió acariciándola, despertando cada poro de su piel.
—Te deseo —siguió acariciándole los pechos suavemente—. Y tú me deseas a mí.
—Sí, pero —___(tn) abrió las manos y lo agarró por los hombros para luchar contra ese deseo que él había adivinado bien—, hay ciertas cosas que no me permito hacer por impulso y siento mu¬cho decirte que ésta es una de ellas.
Abrió los ojos y se encontró con él observán¬dola desde muy cerca.
—Esto no es un juego, Kendall.
Él enarcó una ceja al ver que había adivinado sus pensamientos.
—¿No? No —decidió de inmediato porque creía lo que ella decía—. No se te daría bien ese juego, ¿verdad?
—No lo sé, nunca lo he jugado.
Kendall dio un paso atrás y se encogió de hom¬bros, parecía haber recuperado el control por completo, mientras que ella seguía inmersa en un absoluto torbellino de sensaciones.
Inconscientemente, ___(tn) se llevó los dedos al cuello con lentitud, donde él acababa de be¬sarla.
—Necesito tiempo antes de entregarme de ese modo. Hacer el amor con alguien es un regalo que no debería hacerse sin pensar.
Aquellas palabras le llegaron muy hondo y, por motivos que ella no podría comprender, hicieron que se sintiera más tranquilo.
—Hay mucha gente que lo hace todo el tiempo sin pensar.
—Yo no —dijo ella, negando con la cabeza.
Sintió el impulso de acariciarle la cara, por eso prefirió meterse las manos en los bolsillos. Sería mejor que no la tocara, al menos por el momento.
—¿Y se supone que con eso me retiraré satisfe¬cho?
—Sólo pretendo que comprendas por qué te he dicho no cuando quería decir sí. Cuando los dos sabemos que podrías hacerme decir sí.
—Esa sinceridad tuya es muy peligrosa —ad¬mitió él con los ojos ardiendo de deseo.
—Necesitas saber la verdad —de hecho, ___(tn) tuvo la sensación de no haber conocido a nadie antes que lo necesitara más que él—. Además, no suelo mentir a los hombres con los que tengo la intención de intimar.
Volvió a dar un paso hacia ella y vio cómo le temblaban los labios. Podría hacerle decir sí... sa¬berse poseedor de tal poder resultaba muy seduc¬tor. Pero sabía que si utilizaba dicho poder, estaría poniendo en peligro algo que ni siquiera sabía si existía.
—Necesitas tiempo —concluyó—. ¿Tienes idea de cuánto?
El deseo hizo que le temblara la voz al respon¬der a tan difícil pregunta.
—No lo sé, pero te aseguro que serás el pri¬mero en saberlo.
—Quizá podríamos quitar un par de días a ese tiempo —murmuró al tiempo que se permitía caer en la tentación de besarle los labios suave¬mente.
___(tn) mantuvo los ojos abiertos con la espe¬ranza de que eso la ayudara a no dejarse llevar, pero la visión se le hizo borrosa.
—Mm, sí, seguro que podemos quitar unos días.
—Mejor una semana —dijo mientras el beso se iba haciendo más y más intenso—. ¿Qué tal quince días?
Lo último que esperaba hacer en un momento en el que se veía completamente dominado por el deseo, era reírse.
—Será mejor que dejemos esto para más ade¬lante —dijo.
___(tn) se concentró en respirar con normalidad mientras él se volvía a agarrar su cerveza.
—Tengo toda esta... —señaló a su alrededor.
—¿Comida? —añadió él, encantado con su desconcierto.
—Sí. Tengo toda esta comida, así que supongo que podría preparar.
Capítulo 13
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque pensé que así te mantendría alejada. Porque me resultabas demasiado atrayente para mí y porque a una parte de mí le resultó divertido que quisieras ayudarme a encontrar trabajo —vio cómo ella levantó los hombros con tensión y reaccionó de inmediato—. Compréndelo, ___(tn). ¿Cómo no iba a divertirme que me ofrecieras cien dólares por salir contigo? Cien dólares para no herir los senti¬mientos de una mujer y para llevar a cenar a un músico en paro. Era... encantador. Eso no es algo que diga muy a menudo.
—Es humillante —murmuró ella al tiempo que comenzaba a sacar las cosas de la segunda bolsa.
—No digas eso —Kendall se arriesgó a acercarse a ella—. Es todo culpa mía; si te hubiera dicho mi nombre durante la cena, los dos nos habríamos reído de ello, pero en lugar de eso te hice llorar y lo siento muchísimo.
___(tn) se quedó de espaldas a él, con la mirada perdida en la bolsa de la compra. No había espe¬rado que se mostrara tan arrepentido, que pare¬ciera preocuparle tanto haberle hecho daño. Pero así era y ___(tn) no podía fingir que no le impor¬taba.
Así pues, respiró hondo y trató de recuperar el tono distendido y amistoso de antes.
—¿Quieres una cerveza?
La tensión que Kendall había sentido en los hombros desapareció de golpe.
—Sí.
—Me lo imaginaba. Nunca te había oído ha¬blar tanto —se volvió a darle el vaso y la botella de cerveza con una sonrisa en los labios—. Debes de tener mucha sed.
—Gracias.
Allí estaba el hoyito de la mejilla.
—Pero no tengo galletas.
—Siempre puedes hacer más.
—Puede ser —siguió colocando las cosas.
Kendall, por su parte, volvió a pensar que era demasiado atrayente. Daba igual que llevase una camiseta enorme y unas zapatillas de deporte. Ha¬bía estado comprando comida, así que el perfume que llevaba sin duda se lo había puesto para sí misma y no para gustar a nadie. No comprendía por qué llevaba dos aritos de oro en una oreja y un solo pendiente con un pequeño brillante en la otra.
El caso era que el conjunto resultaba sencilla¬mente fascinante.
Cuando se giró a sacar otra cosa de la bolsa, Kendall le agarró la muñeca.
—¿Estamos como al principio?
—Eso parece.
—Entonces debo decirte algo más —dejó la cerveza sobre la encimera—. Sueño contigo.
Ahora era ella la que tenía la boca seca.
—¿Qué?
—Que sueño contigo —repitió al tiempo que se acercaba hasta que la dejó con la espalda pegada al frigorífico. Esa vez era ella la que no podía huir—. Sueño que estoy contigo, que te acaricio —sin apartar la mirada de sus ojos, le pasó la mano por el pecho—. Y me despierto con tu sabor en los labios.
—Kendall...
—Dijiste que habías sentido algo al besarme y que creías que yo también lo había hecho —fue bajando las manos hasta sus caderas sin apartar los ojos de los suyos—. Tenías razón.
___(tn) tragó saliva y se dio cuenta de que le temblaban las rodillas.
—¿Sí?
—Sí. Y quiero volver a sentirlo.
Al ver que se inclinaba hacia ella, ___(tn) puso la espalda muy recta.
—¡Espera!
Su boca había quedado a sólo unos milímetros de la de ella.
—¿Por qué?
La mente se le había quedado en blanco.
—No lo sé.
En sus labios apareció una de esas inusuales sonrisas.
—Detenme cuando lo sepas —dijo antes de posar su boca sobre la de ella.
Y todo volvió a ser igual. ___(tn) estaba segura de que no sería así, era imposible volver a sentir las mismas increíbles sensaciones de la otra vez y sin embargo eso fue lo que ocurrió. Jody tenía ra¬zón, después de aquello, ningún otro beso volvería a satisfacerla.
Aquella mujer era cálida, dulce, hermosa, eso y mucho más. Todo lo que había llegado a pensar que no necesitaba estaba ahora en sus brazos. Todo lo que deseaba con una fuerza que jamás habría imaginado.
Pasó de la boca al cuello, un cuello que reco¬rrió con sus besos.
—No —aquello era lo último que ___(tn) espe¬raba oír de sus propios labios cuando lo cierto era que las manos y los labios de Kendall sólo estaban haciendo que deseara más y más. Y sin embargo volvió a decirlo de nuevo—. No. Espera.
Kendall levantó la mirada.
—¿Por qué?
—Porque yo... —de su boca escapó un ge¬mido de placer cuando él siguió acariciándola, despertando cada poro de su piel.
—Te deseo —siguió acariciándole los pechos suavemente—. Y tú me deseas a mí.
—Sí, pero —___(tn) abrió las manos y lo agarró por los hombros para luchar contra ese deseo que él había adivinado bien—, hay ciertas cosas que no me permito hacer por impulso y siento mu¬cho decirte que ésta es una de ellas.
Abrió los ojos y se encontró con él observán¬dola desde muy cerca.
—Esto no es un juego, Kendall.
Él enarcó una ceja al ver que había adivinado sus pensamientos.
—¿No? No —decidió de inmediato porque creía lo que ella decía—. No se te daría bien ese juego, ¿verdad?
—No lo sé, nunca lo he jugado.
Kendall dio un paso atrás y se encogió de hom¬bros, parecía haber recuperado el control por completo, mientras que ella seguía inmersa en un absoluto torbellino de sensaciones.
Inconscientemente, ___(tn) se llevó los dedos al cuello con lentitud, donde él acababa de be¬sarla.
—Necesito tiempo antes de entregarme de ese modo. Hacer el amor con alguien es un regalo que no debería hacerse sin pensar.
Aquellas palabras le llegaron muy hondo y, por motivos que ella no podría comprender, hicieron que se sintiera más tranquilo.
—Hay mucha gente que lo hace todo el tiempo sin pensar.
—Yo no —dijo ella, negando con la cabeza.
Sintió el impulso de acariciarle la cara, por eso prefirió meterse las manos en los bolsillos. Sería mejor que no la tocara, al menos por el momento.
—¿Y se supone que con eso me retiraré satisfe¬cho?
—Sólo pretendo que comprendas por qué te he dicho no cuando quería decir sí. Cuando los dos sabemos que podrías hacerme decir sí.
—Esa sinceridad tuya es muy peligrosa —ad¬mitió él con los ojos ardiendo de deseo.
—Necesitas saber la verdad —de hecho, ___(tn) tuvo la sensación de no haber conocido a nadie antes que lo necesitara más que él—. Además, no suelo mentir a los hombres con los que tengo la intención de intimar.
Volvió a dar un paso hacia ella y vio cómo le temblaban los labios. Podría hacerle decir sí... sa¬berse poseedor de tal poder resultaba muy seduc¬tor. Pero sabía que si utilizaba dicho poder, estaría poniendo en peligro algo que ni siquiera sabía si existía.
—Necesitas tiempo —concluyó—. ¿Tienes idea de cuánto?
El deseo hizo que le temblara la voz al respon¬der a tan difícil pregunta.
—No lo sé, pero te aseguro que serás el pri¬mero en saberlo.
—Quizá podríamos quitar un par de días a ese tiempo —murmuró al tiempo que se permitía caer en la tentación de besarle los labios suave¬mente.
___(tn) mantuvo los ojos abiertos con la espe¬ranza de que eso la ayudara a no dejarse llevar, pero la visión se le hizo borrosa.
—Mm, sí, seguro que podemos quitar unos días.
—Mejor una semana —dijo mientras el beso se iba haciendo más y más intenso—. ¿Qué tal quince días?
Lo último que esperaba hacer en un momento en el que se veía completamente dominado por el deseo, era reírse.
—Será mejor que dejemos esto para más ade¬lante —dijo.
___(tn) se concentró en respirar con normalidad mientras él se volvía a agarrar su cerveza.
—Tengo toda esta... —señaló a su alrededor.
—¿Comida? —añadió él, encantado con su desconcierto.
—Sí. Tengo toda esta comida, así que supongo que podría preparar.
Invitado
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Re: La vecina perfecta-[Kendall Schmidt y tu] TERMINADA
MARATON 4/4
Capítulo 14
Kendall esperó unos segundos mientras ella se apretaba las sienes y fruncía el ceño.
—¿La cena?
—Eso es. La cena. Es curioso cómo a veces nos quedamos sin palabras. Voy a preparar la cena —respiró hondo—. ¿Te apetece quedarte a ce¬nar?
El dio un trago de cerveza y se apoyó en la encimera.
—¿Puedo verte cocinar?
—Claro. Puedes sentarte ahí y cortar la ver¬dura.
—Muy bien —la idea le resultó sorprendente¬mente atractiva, así que se sentó en un taburete—. ¿Cocinas mucho?
—Sí, bastante. Me gusta mucho cocinar. Es una especie de aventura; con todos los ingredientes, el calor, el tiempo, la mezcla de olores, texturas y sa-bores.
—Y... ¿alguna vez cocinas desnuda?
___(tn) se detuvo en seco cuando se disponía a lavar un pimiento. Se dio media vuelta rién¬dose.
—Kendall, acabas de hacer una broma —dejó el pimiento y le puso la mano sobre la de él—. Estoy muy orgullosa de ti.
—No era ninguna broma. Te lo preguntaba completamente en serio.
Cuando ella se echó a reír, se inclinó y le agarró el rostro entre las manos para después darle un sonoro beso en la boca, Kendall sonrió de tal modo que ni él mismo se habría recono¬cido.
—Bueno, ¿lo haces o no?
—Nunca si estoy friendo pollo, que es lo que voy a hacer ahora mismo.
—No importa. Tengo mucha imaginación.
___(tn) se echó a reír de nuevo.
—Me apetece un poco de vino —dijo mirán¬dolo a los ojos—. ¿Te apetece una copa?
—Claro.
Sacó una botella de vino blanco del frigorífico y después se volvió hacia él, que seguía observán¬dola con ese brillo malévolo en los ojos.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—¿El qué?
—Deja de imaginarme desnuda. Mejor ve a poner música —le ordenó señalándole el salón—. Abre una ventana porque tengo mucho calor y dame un par de minutos para que busque otra cosa de la que hablar que no tenga nada que ver con el sexo.
—A ti nunca te cuesta encontrar algo de lo que hablar.
—Supongo que eso para ti es un insulto. Para mí no. Soy una buena conversadora.
—¿Así es como se dice ahora ser una charla¬tana?
—Vaya, parece que esta noche rebosas ingenio y sentido del humor —y nada podría haberle gus¬tado más a ella.
—Debe de ser por la compañía —murmuró Kendall antes de ponerse a mirar los discos—.Tie¬nes bastante buen gusto en cuestión de música.
—¿Acaso esperabas que no fuera así?
—Desde luego no esperaba encontrar a Aretha Franklin y B.B. King. Claro que también tienes otras cosas más animadas.
—¿Qué tienes en contra de la música animada?
Por toda respuesta, Kendall levantó un disco de David Cassidy.
—Perdona, pero ese disco fue un regalo y re¬sulta que es un clásico.
—¿Un clásico de qué?
—Es evidente que no aprecias el valor de la su¬til crítica social que hace en I think I love you, o la desesperada motivación sexual de Doesn't somebody want to be wanted, pero estoy dispuesta a analizarlas contigo si quieres.
—No me digas que te sabes las letras.
—Por supuesto —dijo tratando de no echarse a reír—. De hecho, durante un periodo de mi vida, formé parte de un grupo de música.
—Ya —dijo mientras ponía un compacto de B.B. King.
—Era vocalista y guitarra rítmica.
—Tocas la guitarra.
—Sí, bueno, la tocaba. Estoy segura de que mi vieja Fender seguirá en casa de mis padres junto con los dibujos que hacía cuando quería ser dise¬ñadora de moda y los libros de animales que es¬tuve coleccionando hasta que me di cuenta de que si me hacía veterinaria, tendría que sacrificar a los animales además de jugar con ellos. Siempre estaba buscando.
Fascinante, pensó Kendall. Esa mujer era abso-lutamente fascinante.
—¿Buscando?
—No conseguía decidir qué quería ser. Todo lo que probaba me resultaba muy divertido al prin¬cipio, pero después era sólo trabajo. ¿Sabes cortar un pimiento?
—No. ¿Y lo que haces ahora no te parece trabajo, en cierto modo?
___(tn) suspiró con resignación y comenzó a cortar el pimiento.
—Claro que lo es y no en cierto modo. Es mu¬cho trabajo, pero sigue pareciéndome divertido. ¿Tú disfrutas escribiendo?
—Rara vez.
Eso hizo que levantara la mirada hacia él.
—¿Entonces por qué lo haces?
—No puedo hacer otra cosa. Es mi única bús¬queda.
___(tn) asintió.
—A mi madre le ocurre lo mismo. Nunca quiso hacer otra cosa que no fuera pintar. A veces cuando la observo mientras trabajo, me doy cuenta de lo doloroso que es para ella trasladar al lienzo lo que ve en su cabeza, lo que quiere co¬municar. Pero cuando termina y está satisfecha con el trabajo, resplandece de alegría y parece que incluso se sorprendiera de lo que es capaz de ha¬cer. Supongo que debe de pasarte algo parecido, ¿no? —al volver a mirarlo lo encontró observán¬dola con evidente curiosidad—. No comprendo por qué te extraña tanto que entienda cosas que están más allá de lo que se ve a simple vista.
Kendall la agarró de la mano.
—Si es así, es porque soy yo el que no te com¬prende a ti. Es probable que siga ofendiéndote hasta que lo consiga.
—Yo soy tremendamente fácil de comprender.
—No, eso era lo que yo creía, pero estaba equi-vocado. ___(tn), tú eres un verdadero laberinto, con infinitos recovecos y ángulos inesperados.
Al oír aquello, ella sonrió de un modo que ilu¬minó la habitación.
—Eso es lo más bonito que me has dicho nunca.
—No soy un hombre muy amable. Lo más in¬teligente sería que me dieras una patada en el tra¬sero y me echaras de tu casa.
—Como soy muy inteligente, ya me había dado cuenta de que no eres muy amable. Sin em¬bargo... —le puso la mano en la mejilla tierna¬mente—. Me parece que te has convertido en mi nueva búsqueda.
—¿Hasta que deje de ser divertido y se con¬vierta en sólo trabajo?
La miró de un modo tan serio, que ___(tn) se dio cuenta de que siempre se apresuraba a pensar lo peor.
—Schmidt, ya eres trabajo y sin embargo sigues sentado en mi cocina —___(tn) volvió a son¬reír—. ¿Sabes cortar la zanahoria en bastones?
—No tengo la menor idea.
—Entonces mira y aprende porque la próxima vez te tocará a ti —comenzó a cortar y entonces volvió a sentir sus ojos clavados en ella—. ¿Sigo desnuda?
—¿Quieres estarlo?
Se echó a reír y optó por tomar un trago de vino.
Se tardaba mucho en cocinar hasta lo más sen¬cillo con la distracción de la conversación, las mi¬radas seductoras y las caricias.
Se tardaba mucho en comer una sencilla cena cuando una se estaba enamorando poco a poco del vecino de enfrente.
___(tn) reconocía perfectamente los síntomas... el latido irregular del corazón, el hormigueo en el estómago. Todo eso unido a sonrisas y suspiros de adolescente eran señal inequívoca de que el amor estaba a la vuelta de la esquina.
Se preguntaba qué pasaría cuando llegara allí.
Se tardaba mucho en despedirse de alguien entre interminables besos en el descansillo de la escalera.
Y más aún en quedarse dormida cuando a una le dolía el cuerpo de deseo y tenía la mente llena de fantasías.
Cuando oyó la suave melodía de la guitarra, ___(tn) sonrió y dejó que la música la trasportara suave¬mente
hacia el sueño.
Capítulo 14
Kendall esperó unos segundos mientras ella se apretaba las sienes y fruncía el ceño.
—¿La cena?
—Eso es. La cena. Es curioso cómo a veces nos quedamos sin palabras. Voy a preparar la cena —respiró hondo—. ¿Te apetece quedarte a ce¬nar?
El dio un trago de cerveza y se apoyó en la encimera.
—¿Puedo verte cocinar?
—Claro. Puedes sentarte ahí y cortar la ver¬dura.
—Muy bien —la idea le resultó sorprendente¬mente atractiva, así que se sentó en un taburete—. ¿Cocinas mucho?
—Sí, bastante. Me gusta mucho cocinar. Es una especie de aventura; con todos los ingredientes, el calor, el tiempo, la mezcla de olores, texturas y sa-bores.
—Y... ¿alguna vez cocinas desnuda?
___(tn) se detuvo en seco cuando se disponía a lavar un pimiento. Se dio media vuelta rién¬dose.
—Kendall, acabas de hacer una broma —dejó el pimiento y le puso la mano sobre la de él—. Estoy muy orgullosa de ti.
—No era ninguna broma. Te lo preguntaba completamente en serio.
Cuando ella se echó a reír, se inclinó y le agarró el rostro entre las manos para después darle un sonoro beso en la boca, Kendall sonrió de tal modo que ni él mismo se habría recono¬cido.
—Bueno, ¿lo haces o no?
—Nunca si estoy friendo pollo, que es lo que voy a hacer ahora mismo.
—No importa. Tengo mucha imaginación.
___(tn) se echó a reír de nuevo.
—Me apetece un poco de vino —dijo mirán¬dolo a los ojos—. ¿Te apetece una copa?
—Claro.
Sacó una botella de vino blanco del frigorífico y después se volvió hacia él, que seguía observán¬dola con ese brillo malévolo en los ojos.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—¿El qué?
—Deja de imaginarme desnuda. Mejor ve a poner música —le ordenó señalándole el salón—. Abre una ventana porque tengo mucho calor y dame un par de minutos para que busque otra cosa de la que hablar que no tenga nada que ver con el sexo.
—A ti nunca te cuesta encontrar algo de lo que hablar.
—Supongo que eso para ti es un insulto. Para mí no. Soy una buena conversadora.
—¿Así es como se dice ahora ser una charla¬tana?
—Vaya, parece que esta noche rebosas ingenio y sentido del humor —y nada podría haberle gus¬tado más a ella.
—Debe de ser por la compañía —murmuró Kendall antes de ponerse a mirar los discos—.Tie¬nes bastante buen gusto en cuestión de música.
—¿Acaso esperabas que no fuera así?
—Desde luego no esperaba encontrar a Aretha Franklin y B.B. King. Claro que también tienes otras cosas más animadas.
—¿Qué tienes en contra de la música animada?
Por toda respuesta, Kendall levantó un disco de David Cassidy.
—Perdona, pero ese disco fue un regalo y re¬sulta que es un clásico.
—¿Un clásico de qué?
—Es evidente que no aprecias el valor de la su¬til crítica social que hace en I think I love you, o la desesperada motivación sexual de Doesn't somebody want to be wanted, pero estoy dispuesta a analizarlas contigo si quieres.
—No me digas que te sabes las letras.
—Por supuesto —dijo tratando de no echarse a reír—. De hecho, durante un periodo de mi vida, formé parte de un grupo de música.
—Ya —dijo mientras ponía un compacto de B.B. King.
—Era vocalista y guitarra rítmica.
—Tocas la guitarra.
—Sí, bueno, la tocaba. Estoy segura de que mi vieja Fender seguirá en casa de mis padres junto con los dibujos que hacía cuando quería ser dise¬ñadora de moda y los libros de animales que es¬tuve coleccionando hasta que me di cuenta de que si me hacía veterinaria, tendría que sacrificar a los animales además de jugar con ellos. Siempre estaba buscando.
Fascinante, pensó Kendall. Esa mujer era abso-lutamente fascinante.
—¿Buscando?
—No conseguía decidir qué quería ser. Todo lo que probaba me resultaba muy divertido al prin¬cipio, pero después era sólo trabajo. ¿Sabes cortar un pimiento?
—No. ¿Y lo que haces ahora no te parece trabajo, en cierto modo?
___(tn) suspiró con resignación y comenzó a cortar el pimiento.
—Claro que lo es y no en cierto modo. Es mu¬cho trabajo, pero sigue pareciéndome divertido. ¿Tú disfrutas escribiendo?
—Rara vez.
Eso hizo que levantara la mirada hacia él.
—¿Entonces por qué lo haces?
—No puedo hacer otra cosa. Es mi única bús¬queda.
___(tn) asintió.
—A mi madre le ocurre lo mismo. Nunca quiso hacer otra cosa que no fuera pintar. A veces cuando la observo mientras trabajo, me doy cuenta de lo doloroso que es para ella trasladar al lienzo lo que ve en su cabeza, lo que quiere co¬municar. Pero cuando termina y está satisfecha con el trabajo, resplandece de alegría y parece que incluso se sorprendiera de lo que es capaz de ha¬cer. Supongo que debe de pasarte algo parecido, ¿no? —al volver a mirarlo lo encontró observán¬dola con evidente curiosidad—. No comprendo por qué te extraña tanto que entienda cosas que están más allá de lo que se ve a simple vista.
Kendall la agarró de la mano.
—Si es así, es porque soy yo el que no te com¬prende a ti. Es probable que siga ofendiéndote hasta que lo consiga.
—Yo soy tremendamente fácil de comprender.
—No, eso era lo que yo creía, pero estaba equi-vocado. ___(tn), tú eres un verdadero laberinto, con infinitos recovecos y ángulos inesperados.
Al oír aquello, ella sonrió de un modo que ilu¬minó la habitación.
—Eso es lo más bonito que me has dicho nunca.
—No soy un hombre muy amable. Lo más in¬teligente sería que me dieras una patada en el tra¬sero y me echaras de tu casa.
—Como soy muy inteligente, ya me había dado cuenta de que no eres muy amable. Sin em¬bargo... —le puso la mano en la mejilla tierna¬mente—. Me parece que te has convertido en mi nueva búsqueda.
—¿Hasta que deje de ser divertido y se con¬vierta en sólo trabajo?
La miró de un modo tan serio, que ___(tn) se dio cuenta de que siempre se apresuraba a pensar lo peor.
—Schmidt, ya eres trabajo y sin embargo sigues sentado en mi cocina —___(tn) volvió a son¬reír—. ¿Sabes cortar la zanahoria en bastones?
—No tengo la menor idea.
—Entonces mira y aprende porque la próxima vez te tocará a ti —comenzó a cortar y entonces volvió a sentir sus ojos clavados en ella—. ¿Sigo desnuda?
—¿Quieres estarlo?
Se echó a reír y optó por tomar un trago de vino.
Se tardaba mucho en cocinar hasta lo más sen¬cillo con la distracción de la conversación, las mi¬radas seductoras y las caricias.
Se tardaba mucho en comer una sencilla cena cuando una se estaba enamorando poco a poco del vecino de enfrente.
___(tn) reconocía perfectamente los síntomas... el latido irregular del corazón, el hormigueo en el estómago. Todo eso unido a sonrisas y suspiros de adolescente eran señal inequívoca de que el amor estaba a la vuelta de la esquina.
Se preguntaba qué pasaría cuando llegara allí.
Se tardaba mucho en despedirse de alguien entre interminables besos en el descansillo de la escalera.
Y más aún en quedarse dormida cuando a una le dolía el cuerpo de deseo y tenía la mente llena de fantasías.
Cuando oyó la suave melodía de la guitarra, ___(tn) sonrió y dejó que la música la trasportara suave¬mente
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