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A Match Made In a University | 1D
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Re: A Match Made In a University | 1D
Kande, yo espero comentar tu capitulo el fin que viene después de mis parciales
Atenea.
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Re: A Match Made In a University | 1D
Yo también debo comentar
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Bart Simpson
Re: A Match Made In a University | 1D
- LEER ANTES:
- Holaaa No sé si me tardé muuucho, la verdad. Pero tardé más porque las tareas a veces me impiden escribir xd bueno, espero que les guste Y...eso es todo. No sé quien sigue, la verdad Las quiero
Capítulo 19
Olivia Steinfield
Bajo las escaleras y me encamino hacia la cocina para tomar un vaso de agua antes de irnos. Hasta ahora, todo ha salido bien. Ninguno de los chicos sospecha que los llevaremos por la casa de Joshua a propósito para su fiesta sorpresa. La verdad es que no tengo ganas de ir, quiero quedarme en la casa tranquila. Tengo unas enormes ganas de quedarme leyendo y escuchando música instrumental. Sin embargo, no somos tan crueles como para impedir que se pasen la última noche con sus amigos.
Cuando estoy por cruzar la puerta de la cocina, escucho la temblorosa voz de Carter. Suena como si fuera un sollozo de repente, por lo que me alarmo. No obstante, antes de avanzar, veo la espalda de Harry por encima del desayunador. Me quedo quieta, sin decir nada. ¿Si entro ahora, estaré interrumpiendo algo? Realmente no comprendo la relación de ellos dos.
—¿De qué hablas, Edward?
Abro los ojos y suelto un respingo inaudible al escuchar el nombre del otro gemelo. Quiero avanzar hasta el desayunador para volver a ver la espalda de Styles y comprobar que en verdad sea Edward y no Harry —pero me quedo donde estoy. Mi curiosidad se enciende y no me permite avanzar de detrás de la puerta.
—La noche en que vinieron Doug y sus hombres —dice y sus zapatos se mueven por el suelo— Sé que estabas cantando y mirándome para poner celoso a Harry —su tono se escucha divertido, casi alegre.
Mi reacción inmediata es cubrirme la boca con la mano izquierda, porque estoy segura de que soltaré una exclamación que escucharan. Recuerdo la escena perfectamente, porque nunca he visto a Carter borracha y encima cantando de esa manera. Cantó bastante lindo —sin embargo, miró a Edward todo el tiempo con ojos de borrego y una sonrisa enorme. Yo ya sabía por qué: a Carter le gusta Edward. Pero el hecho de que él no se diera cuenta y pensara que lo había hecho para causar celos en su hermano…
Escucho como los zapatos de uno de los dos se mueven por el piso y Carter comienza a tartamudear. Lo más probable es que esté demasiado sorprendida —y otra cosa más. No sé qué haría de estar en su situación.
—Eh…ehm, si-si, claro…e-eso…
—No te preocupes, no se lo diré —la interrumpe Edward y baja el tono de voz— Y, por si acaso, creo que funcionó.
Siento tantas ganas de entrar y darle un golpe en la cabeza a Edward, pero me obligo a caminar lejos de allí, no vaya a ser que me pillen escuchándolos. Pisando con cuidado y lento, logro alejarme lo suficiente para volver a estar en el pie de las escaleras cuando escucho la puerta de la cocina abrirse. Un vistazo a Carter y su semblante no está igual que siempre: tiene los hombros encorvados y la mirada hacia el suelo. A decir verdad, ella casi siempre mira hacia el suelo, pero estos últimos días la han hecho ganar más confianza conmigo. Me acostumbré a socializar más con ella y ahora…
Claro que aquello no dura mucho, porque desde que ponemos un pie fuera de la casa de Des, monta su fachada de siempre. Decido seguirle el juego, porque estoy segura de que lo último que desea es saber que alguien más conoce que gusta de Edward. Ninguna está muy animada por la fiesta, pero bueno, concordamos en que se merecen pasarse el tiempo con sus compañeros de secundaria.
Y la fiesta estaba yendo soportable (incluso con la Carter borracha) hasta que Dianne, la chica con rostro inocente y cuernos de demonio, comenzó a atacarnos. ¿Por qué siempre tiene que salir algo mal? Estoy masajeando mi cuello y respirando de forma agitada cuando contemplo como Carter le atesta un golpe a la chica que la deja inconsciente. La miro con la boca y los ojos bien abiertos. Le pediré que me enseñe a dar golpes así.
—¡Carter! ¡¿Que se supone que haces?! —grita Harry.
Giro la cabeza y me doy cuenta de que todo el mundo la está mirando. Y claro, todos van a pesar lo peor, porque es Dianne la que está inconsciente en el suelo y ella no. En poco tiempo, Harry está en frente de Carter con el ceño fruncido y, al parecer, ella no sabe qué decir porque abre y cierra la boca varias veces. Genial, ahora el alcohol decide dejar de hacerle efectos.
—¿Y bien? —pregunta Harry, cruzándose de brazos.
—¡No fue su culpa! —intervengo antes de que se crean que de verdad fue Carter a propósito— La loca…digo, eh, Dianne; comenzó a chillarnos y luego me estaba lastimando y Carter me la sacó de encima. Carter solo la golpeó porque ella la cortó —señaló hacia el cuello de la pelinegra, de donde sale sangre.
Me abstengo de mencionarle que estaba fantaseando de forma psicópata acerca de Edward y yo en serio casados y por eso algo pareció poseerla. Harry se da cuenta de los arañazos en el cuello de Carter y por un momento, juro que su mirada se suaviza.
—¿Por qué Dianne te atacaría? —pregunta Harry mirando a la chica.
—Porque es una demente —respondo mientras le vuelvo a dar un masaje a mi cuello— ¡Casi me disloca al jalarme tanto! Se puso a decir que me casé con su prometido y entonces me saltó encima —suspiro— Carter solo me defendió.
—Además, solo la noqueé, así que tranquilo Harry —Carter se encoge de hombros.
Estoy casi seguro de que hará el signo de paz, como la otra noche. Creo que Carter debe considerar dejar de tomar tanto alcohol. Harry sacude la cabeza y suelta una maldición, de seguro pensando lo mismo.
En ese momento, Edward llega a la escena. El rizado mira hacia Carter y hacia mí con ojos alarmados y luego a la rubia en el suelo. Desde mi perspectiva, ella no se ve tan amenazante ahora que está inconsciente. De hecho, parece un ángel. Un ángel con graves problemas de personalidad. De repente, Joshua llega y junto con Harry la llevan hacia el interior de la casa.
—¿Están bien? —nos pregunta Edward.
—Sí, perfectamente —respondo con sarcasmo— ¿No podías avisarme que tienes una novia con tendencias homicidas? Ya sabes, es un dato que la mayoría de las personas encontrarían útil.
Edward me mira como si me ha salido otra cabeza y balbucea incoherencias que no me molesto en escuchar. En cambio, tomo a Carter del brazo y la llevo dentro de la casa —hay que buscar algo para cubrirle la herida y parar el sangrado. Tengo que agradecerle por quitarme a esa loca de encima y, además, recibir tremendo arañazo. Tal vez aprenda como hacer postres solo para cocinarle uno.
—Gracias, Carter —digo mientras sujeto su cabello en un moño, para que no se ensucie— Creo que habría muerto de no ser por ti.
—No exageres —bufa y su voz suena escurridiza.
Eso comprueba que aún tiene algo de alcohol en su sistema. Casi llego a pensar que la pelea y la conmoción lograron borrarle los tragos que se ha dado hasta ahora. Termino de sujetarle el cabello, algo desordenado y comienzo a buscar el baño con la mirada.
—Chicos, ¿alguno podría ayudarme con un botiquín? ¿Dónde está el baño? —pregunto apresurada.
¿Acaso no ven que necesita limpiarse? No tengo tiempo de fijarme en la decoración de la casa de Joshua. Estoy a punto de comenzar a abrir puertas aleatoriamente; sin embargo, Harry aparece detrás de mí y se lleva a Carter al baño. Él conoce la casa más que yo, así que lo dejo.
Camino hasta el otro lado de la sala y me siento en una de las altas sillas del desayunador. Otra vez, estiro mi cuello de un lado a otro. Mañana de seguro dolerá a mil. Mis latidos aún no se relajan del todo por el susto que esa tipa me hizo pasar. Así que trato de calmarme antes de volver a salir al patio trasero. Si es que no decido quedarme en la sala de Joshua por el resto de la noche. Él acaba de recostar a Dianne en uno de los sillones y se vuelve hacia mí, pero antes de decir algo, Edward llega a la sala.
—¿No te hizo nada? —pregunta Joshua, mirando mi cuello con preocupación— Lo siento, pensé que ella no vendría…
—Mejor ve a calmar a los otros, Josh —dice Edward y a los segundos Joshua no está.
Cuando nos quedamos solos, me mira preocupado. Se acerca hasta quedar frente a mí y examina mi cuello sin decir nada, hasta comprobar que no tengo algún rasguño y suelta una bocanada de aire. Sus facciones se relajan un poco y vuelve a subir los ojos hasta los míos.
—¿Qué pasó exactamente?
—¡Ya lo dije! —exclamo— La chica se sentó con nosotros y empezó a decir que son novios y entonces me preguntó quién era yo —ruedo los ojos y Edward se ve cada vez más perturbado— Como dijo que es tu novia, asumí que ya sabía lo de la universidad así que le dije que soy tu “esposa”. Y ella explotó, como si le hubiera metido un volcán en el estómago. Y casi me arranca el cuero cabelludo y aruñó a Carter bastante feo. ¿Algo más?
Edward suelta una maldición y pasa una mano por sus rizos con brusquedad. Hace eso por varios segundos hasta que parece recordar que estoy mirándolo como si también se ha vuelto loco.
—En serio lo lamento. Dianne no es mi novia —sacude la cabeza— Es mi ex. Salimos antes de graduarme del colegio, pero…no funcionó —hace una mueca de disgusto.
—Oh, vaya, me pregunto por qué —resoplo, me cruzo de brazos y miro hacia el techo— ¿Por qué me tuvo que tocar el que tiene una exnovia psicópata? ¿En serio fui tan mala en mi vida pasada? —murmuro fastidiada.
—…eh, ¿Olivia?
Le doy una mirada que lo deja callado. Estoy tan enojada en este momento. Y más que alterada. Nunca he sido buena manejando situaciones estresantes tranquila y sé que probablemente explote si no me calmo. Suelto un suspiro y dejo caer la cabeza hacia atrás.
—Vuelve a la fiesta.
—¿Tú qué harás? —cuestiona— Si te vas, Des va a-
—No, me quedaré aquí —señalo el asiento— Ve y sigue disfrutando.
—No te voy a dejar sola —sacude la cabeza y frunce el ceño.
—No estaré sola-
Sin embargo, no escucha nada de lo que digo. Me toma de la mano y me jala para que baje de la alta silla. Después, comienza a caminar hasta el patio trasero. Al parecer, piensan dejar a Dianne sola hasta que despierte. La verdad, no tengo ningún problema con eso. En cambio, miro a Edward con los labios fruncidos mientras me jala hacia fuera.
—¿Qué se supone que haces? —le pregunto.
—No te dejaré sola, ya te dije. ¿Y si Dianne vuelve a despertar? —dice sin detenerse.
Al escucharlo, me quedo tiesa y Edward tiene que detenerse porque no me suelta la mano. Se voltea a mirarme con desconcierto, pero no lo dejo hablar, sino que chillo con voz apresurada:
—¿Estás insinuando la loca puede volver a atacarme? —alzo las cejas.
—Bueno, no es de extrañar que lo intente...—dice sin dudarlo, mis ojos se abren— No estoy diciendo que sea seguro, ¿sí? Quédate tranquila.
Sí, como si fuera fácil. Quédate tranquila, porque no es él quien tiene una chica detrás que cree que le robé su novio. Suelto un resoplido y sacudo la cabeza.
—Sí, eso suena tan alentador —ruedo los ojos.
—No te va a hacer nada, Olivia —repite con más firmeza— No si te quedas cerca.
Al final, logra convencerme. Eso y que me arrastra hasta el espacio donde tienen colocada la mesa de billar. El quiosco es relativamente espacioso, con el tamaño suficiente para albergar la mesa y espacio de sobra para bailar o sentarse. Entre cada columna del mismo, hay barandales lo suficientemente anchos para poder sentarse. Estoy de camino a sentarme en uno de ellos cuando Edward decide presentarme ante sus amigos.
Por suerte, nadie hace comentarios del incidente. Estoy segura de que más de uno se pregunta qué rayos pasó —además de que noto la mirada de algunos quedarse fija en mí más de lo normal. Sin embargo, nadie abre la boca al respecto y yo no estoy dispuesta a hacer un recuento de eventos sin ser cuestionada.
De repente, alguien me pasa el brazo por los hombros y me acerca a su costado.
—Bueno, tengo que felicitarlas por haber soportado a Dianne y salir casi ilesas —dice una voz profunda en mi oído.
Giro la cabeza para encontrarme con los ojos azules de Shawn, con un brillo que me pone nerviosa. Está sonriéndome como si de verdad he ganado una especie de torneo, pero no puedo evitar sonreírle de vuelta. De reojo, trato de ver si alguien ha captado lo que me dijo. De ser así, todos lo disimulan bien.
—¿Eso significa que la has visto en acción antes? —pregunto, volviendo mi atención hacia él.
No sé por qué, pero suelta una risita torpe y su aliento de olor a menta y vodka llega hasta mí. Me doy cuenta de que Shawn probablemente ha tomado más de lo común —y también me doy cuenta de que no me importa.
—Oh, claro que sí —asiente con energía— Dianne es una luchadora bien conocida por aquí.
No sé si eso deba alegrarme o asustarme, pero Shawn parece divertido, así que no digo nada.
—¿Ha atacado a otras chicas? —pregunto.
¿Por qué estoy tan curiosa? ¿Acaso estoy investigando la vida romántica de Edward? Bah. Me enfoco en la expresión de Shawn: sube los ojos al cielo oscuro y pasa la lengua por sus labios. Trato de no quedarme mirándolos por mucho tiempo.
—Creo que sí. No recuerdo bien ahora misssmo —su voz se vuelve más escurridiza— Pero sí sé que está obssesionada con Eddie.
Frunzo el ceño y noto la costumbre de algunos de llamar a Edward por su apodo solo cuando están borrachos o quieren fastidiarlo. Shawn vuelve a bajar su mirada hacia mí y su mano baja desde mi hombro por mi espalda y se queda fijo en mi cintura. Creo que voy a atragantarme con mi propia saliva y mis latidos aumentan de una forma alocada. El mismo brillo sigue presente en sus ojos, pero ahora también hay algo más, algo intenso y que provoca más mis nervios.
—¿Y tú? —murmura— ¿También estás obsseionada con Eddie?
Su aliento vuelve a invadirme los pulmones, pero no me interesa. Estoy demasiado descolocada por su cercanía y por la pregunta que me ha hecho. Enarco una ceja y hago una mueca con los labios.
—¿Qué estoy...? Claro que no, ¿de dónde salió esa pregunta?
Él no se inmuta por mi tono de voz, que está entre confundido y alterado. En cambio, se acerca más, inclinando la cabeza.
—Porque Eddie parece obssesionado con-
—¡Shawn, ven a jugar!
Una voz masculina lo interrumpe. No sé si estar aliviada o frustrada por eso. No estoy segura de qué iba a decir. ¿Edward está obsesionado con qué? Además de eso, estaba acercándose más. El chico vuelve a llamarlo y Shawn decide alejarse. Suelta un suspiro algo largo, con decepción y remueve su mano de mi cintura.
—Nos vemoss —agita la mano y se da la vuelta.
Estoy tan sorprendida que me quedo en el mismo lugar hasta que alguien me choca por detrás. ¿Así son todos cuando se emborrachan? Porque si es así, estoy harta de lidiar con persona borrachas. Son mucho más impredecibles que las personas sobrias. Y lo impredecible me pone con los pelos de puntas.
Sin ganas de que nadie vuelva a chocar conmigo, comienzo a caminar hasta uno de los barandales y me siento allí. ¿Por qué Carter aun no vuelve del baño? Suspiro y trato de calmar mis nervios. Llevo mi atención hacia el juego de billar que está por comenzar de nuevo. Sin embargo, antes de que empiece, Edward se planta delante de mí. La altura del barandal me deja sentada casi del mismo tamaño que el suyo, así que no tengo que subir la cabeza para verlo bien.
—¿Quieres jugar? —pregunta ofreciéndome un palo.
—No, estoy bien —sacudo la cabeza.
La verdad, no lo estoy. Pero no creo que le agrade si le cuento lo que acaba de pasar con Shawn.
—Bien, pero cualquier cosa que necesites, solo llama —ordena y ruedo los ojos—Ah, y antes de que se me olvide, mantente alejada de Shawn por el resto de la noche.
Eso obtiene mi completo interés. Edward me devuelve la mirada con seriedad.
—¿Por qué?
—Tiene par de tragos de más —chasquea la lengua y junta las cejas— Y parece que le gustas más de lo normal —masculla entre dientes.
Suelto una risotada y muevo la cabeza con incredulidad. ¿Yo, gustarle? Edward no parece encontrarle nada divertido al asunto, porque me mira como si quisiera cubrirme la boca con cinta adhesiva. Pero es que tiene que estar delirando.
—No es cierto —digo con una sonrisa— Además, si fuera así, ¿qué importa?
Solo estoy jugando con él, porque de ninguna manera le creo. Sin embargo, parece causarle todo lo contrario de gracia. Sus cejas se juntan más, entrecierra los ojos y contemplo como aprieta la quijada.
—No me gusta para ti —se encoje de hombros.
—Oh, ¿no? —enarco una ceja, sin borrar la sonrisa— ¿Quién te gusta para mí, entonces?
No puedo creer que he dicho eso, pero no me retracto. ¿Acaso lo poco que bebí también me está afectando? Y mis habilidades de autocontrol nunca han sido las mejores cuando estoy con Edward.
Él no responde de una vez. Sino que su quijada y sus hombros se relajan. Avanza los pocos pasos que nos separan, hasta que mis rodillas chocan con su abdomen. Coloca ambos brazos en el barandal, uno a cada lado de mí e inclina la cabeza hasta quedar tan cerca que solo puedo ver sus ojos verdes.
Se me borra la sonrisa y el aire se me queda atascado en los pulmones. Mis manos, que habían estado descansando relajadas en la madera, ahora se sujetan del barandal como si mi vida dependiera de ello. Y estoy segura de que el corazón me está subiendo por la garganta.
—¿Quieres que te diga? —por una milésima, juro que sus ojos bajan a mis labios— ¿O que te lo demuestre?
Y ahora estoy segura de que mi corazón se cae y termina en el estómago. ¿Qué diablos? ¿Qué se supone que debo decirle?
—Creo...—mi voz suena más aguda de lo normal, así que carraspeo— Creo que tú también tienes tragos de más.
Puede ser lo más estúpido que dicho en toda la noche, semana, mes. No obstante, Edward solo sonríe, tanto que sus hoyuelos se marcan. Le dan un aspecto de chico tierno en vez del canalla que está provocándome un remolino en las entrañas.
Abre la boca para decir algo, pero alguien lo interrumpe.
—¡Eddie, deja a tu chica y ven a jugar, idiota!
Es el mismo chico que llamó a Shawn. Edward me mira sin decir nada, solo con esa sonrisa y asiente. Estoy segura de que su amigo no verá eso, pero con lo último que dije, creo que se me ha ido la voz y no digo nada al respecto. Se toma su tiempo en alejarse de mí y no puedo respirar con normalidad hasta que está totalmente erguido de nuevo. Cuando se voltea hacia la mesa de pool a jugar, suelto un suspiro y miro hacia la casa. Y me encuentro con los ojos oscuros de Carter, cuya expresión decaída me confirma que ha visto todo.
Perfecto.
La mañana siguiente, soy la primera en despertar. No pierdo el tiempo y salgo de la cama para comenzar a empacar mis pertenencias. No he sacado mucho, porque prefiero volver a doblar la ropa que ya he usado y ponerla en el fondo. Así, cuando es momento de irse, solo tengo que empacar unas cuantas cosas como los utensilios de higiene.
Aunque Des ha sido un anfitrión estupendo, ya ansío estar en el acogedor dormitorio. Me incomoda durar tanto tiempo fuera del ambiente al que estoy acostumbrada y además de eso, siento que estoy molestando cuando paso más de dos días en casa ajena. Y ya van cinco. Se siente como si estuviera invadiendo la privacidad del dueño de la casa y, al mismo tiempo, la mía.
Des nos prepara un desayuno delicioso. Tostadas francesas de entrada, con jugo de frambuesa y kiwi, y con pie de manzana de postre. Obviamente, tomo mi taza de café antes de todo eso.
Mientras desayunamos, no puedo evitar mirar a Carter de reojo varias veces. Lo peor de saber algo que no se supone que sepa, es tener que ver como eso afecta a personas que consideras amigos sin poder hacer nada al respecto. Más nada que contemplarlo y hacerme la loca.
Nadie ha comentado una palabra sobre lo de anoche. Carter se oculta los cortes con su largo y abundante cabello oscuro. Particularmente, no tengo nada que decir y no quiero parecer chismosa contándole a Des que su hijo tiene una psicópata detrás de él. Siendo honesta, pienso que Edward debe decirle. Para que esté atento y cuando la vea, mantenga sus defensas altas. Solo por precaución.
—Sé que tienen que volver a clases y toda la cosa —dice Des luego de tomar de su jugo— pero realmente me gustaría que se quedaran un par de días más.
Nadie responde de inmediatamente. Siento un tirón en el pecho y me pongo a pensar en lo solo que debe sentirse Des en esta casa, sin sus hijos o alguna pareja. De repente, me siento mal por haber querido irme tan rápido de aquí.
—Bueno, no podemos hacer eso, la universidad nos espera —musita Carter, con voz queda— Pero podríamos volver a visitarlo, si no le molesta.
La expresión de Des no puede ser mejor: su nariz se pone roja, sus ojos brillan y sonríe tanto que sus cachetes se inflan y las esquinas de sus ojos se arrugan. Ante eso, Carter le sonríe como cuando sonríe cuando ya no tiene vergüenza con uno; y yo sonrío también.
—Eso, eh, eso sería genial —dice Des y su voz se corta.
Al parecer, las madres no son las únicas que se ponen sobre-sentimentales. Aunque eso lo sé perfectamente, porque mamá me ha dicho que papá lloró un montón cuando me fui a la universidad por primera vez. De reojo, veo como Harry sube la mirada desde su plato y entrecierra los ojos. Sin embargo, una vez que ve a su padre, sus ojos se relajan y no dice nada. Edward, en cambio, observa a Carter con una sonrisa. Ella se da cuenta y no tarda en sonrojarse.
—Genial, entonces —Carter asiente y vuelve a su comida.
Al final, Des hace que Edward y Harry laven los trastes del desayuno. Ambos tienen que hacerlo, a regañadientes y con la idéntica expresión de ceño fruncido y labios torcidos hacia debajo. Es tan divertido que Des los tenga a la palma de su mano.
—No entiendo por qué debemos hacerlo nosotros —masculla Harry mientras recoge los platos de la mesa.
—Solo hagámoslo y ya —dice Edward, llevándose los vasos.
—Es para que hagan un último oficio antes de irse hasta las próximas vacaciones —Des se cruza los brazos por encima del estómago— Tómenlo como un cariño de despedida.
Sus ojos brillan más y sus comisuras de los labios se alzan en una sonrisa que me recuerda a los gemelos. Los observa, y ellos fruncen más el ceño y entornan los ojos en dirección a su padre. Cuando tienen reacciones al mismo tiempo es cuando uno se da cuenta de que realmente son idénticos, y pueden parecer que estás viendo doble.
—Bueno, pues tu definición de “cariño” es demasiado cruel —se queja Harry.
Se va a la cocina con el paquete de platos en los brazos, dando fuertes pisadas y largas zancadas. Carter y yo soltamos unas risitas, es inevitable. Edward coloca los vasos uno dentro de otro y se los lleva en silencio. Un momento después, escuchamos como se abre la llave del fregadero.
—Yo enjabono, pásame la esponja —dice Edward.
—¡No! Tú enjuagas, ¿y si rompo algo? —discute Harry con un tono de voz más alto.
—¿Acaso eres tan idiota? —replica Edward y puedo jurar que está sonriendo.
—¿Te recuerdo quien es que rompió el jarrón…?
—¡Tú me empujaste! —lo interrumpe con fuerza.
—¡Claro que no!
—¡Que sí!
Los tres que quedamos en la mesa nos miramos al mismo tiempo. La discusión sigue en la cocina todo el tiempo en que friegan, como es de esperarse. Des nos mira en silencio y con una pequeña sonrisa amable, que hace que las arrugas en las esquinas de los ojos se le acentúen un poco. Descruza los brazos para colocarlos en la mesa y entrelazar los dedos de sus manos.
—Quiero agradecerles mucho por estos días —comienza y mueve los pulgares repetidas veces— Lamento que la universidad los esté haciendo pasar por algo así, pero creo que al final, van a entender por qué pasó. Sí, es cliché que les diga esto, pero es la verdad, además de que es lo que hacemos los viejos —suelta una risotada y nosotras le sonreímos— Espero que tengan una experiencia que les enseñe que tener una pareja, falsa o no, no es un juego. Y espero que no pasen malos ratos con aquellos dos —señala con el índice hacia la cocina, donde aún ocurre la discusión— Sé que pueden ser problemáticos…uno más que el otro y a su manera. Pero me alegra que les haya tocado con dos jovencitas como ustedes, con los pies en la tierra.
Si antes me dieron ganas de venir a visitarlo en alguna ocasión, ahora estoy segura de que lo haré como sea. Des es un amor de persona. Le sonrío y Carter abre la boca para decirle algo, pero es interrumpida:
—¡Me mojaste completo, imbécil! —chilla Edward.
—¡Fue tu culpa! ¡No puedo trabajar contigo! —replica Harry.
Cuando escucho un estruendo de algo de metal y las maldiciones de ambos, me doy una palmada en la frente.
Estamos llegando a la habitación cuando mi madre me llama. No he hablado con ella desde anoche, cuando le avisé que llegamos de la fiesta. Edward se adelanta para abrir la habitación mientras le cuento que hemos llegado a la universidad sanos y salvos a la mitad del día. Pero eso no parece calmarla como espero.
—Entonces, ¿dormiste en la misma habitación que el muchacho?
Mi madre suelta las palabras con velocidad y parece respirar agitadamente. Lo más probable es que su cerebro esté considerando todos los casos de escenario posibles. Cruzo la puerta y me volteo para cerrarla.
—Claro que no —respondo apresuradamente, y sujeto el celular con el hombro y la oreja— Dormí junto con Carter y los gemelos en otra habitación. Y Edward no es así, mamá.
Cuando vuelvo a girarme, Edward me está mirando con una ceja alzada y hace señas con las manos hacia el celular, preguntando qué pasa. Dejo mi maleta en el pie de la cama y vuelvo a sujetar el celular con la mano izquierda. Con la derecha le hago una seña a Edward, un movimiento de arriba hacia abajo y me encojo de hombros para que no se preocupe.
Mamá suelta un suspiro quedo, pero lo escucho, como si hubiese aguantado la respiración desde que me hizo la pregunta. Mi respuesta es una medio-verdad, pero corazón que no ve, corazón que no siente.
—No he dicho que sea de una x forma —dice, hablando más lento, con su velocidad normal— Pero sabes que me preocupo. Y tu padre también.
—Lo sé, no importa cuántas veces les diga que no lo hagan.
—Eso es imposible, eres una de nuestros bebés —espeta y la imagino sacudiendo la cabeza y haciendo un puchero con los labios.
—Hablando de eso, ¿Cómo están las niñas? —me siento en el borde de la cama.
Ella comienza a contarme cómo las mellizas se han puesto a ensayar para una obra de teatro que presentaran en unos meses. Mientras escucho como mis hermanas se pasan todas las tardes gritando sus líneas, me saco la goma del cabello. Tenerlo en una cola alta tanto tiempo hace que la cabeza me duela. Comienzo a masajearme el cuero cabelludo, sin importarme mucho que Edward me vea con el cabello desarreglado.
Ya me ha visto acabada de despertar, no tengo ninguna dignidad que perder.
La notificación de la siguiente cita con Stella nos llega dos días después de haber vuelto a la universidad. Releo el correo, tratando de identificar alguna emoción que pueda decirme si los informes que enviaron los padres de Edward son lo suficientemente buenos para obtener buena calificación. Estoy segura de que el de Des será bueno, pues a pesar de que destruí su cocina, se mostró bastante simpático conmigo. Sin embargo, no puedo pensar lo mismo de la madre de Edward. A esa mujer y a Gemma, su hermana, les faltó poco para sacarnos a Carter y a mí a patadas de su casa.
Pero al final, no encuentro nada. El correo es simpático, pero neutral. Solo está la información del día y la hora, además del saludo y la despedida cordial.
Suelto un resoplido y me apoyo en el espaldar de la silla. Mi escritorio está repleto de papeles, como la mayoría del tiempo. De un lado están los libros, del otro mi carpeta y en el centro, detrás de la laptop, están mis lapiceros y lápices. Lo primero que han hecho los profesores, después de esta semana “libre”, es llenarnos con asignaciones para la segunda evaluación. Una hermosa bienvenida.
—Los reportes estarán bien —dice Edward detrás de mí y me da unas palmadas en el hombro.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es obvio. A Des le cayeron bien y-
—Tu mamá me odia —inclino la cabeza hacia detrás, apoyándola en la silla, para mirarlo.
—Mi mamá odia a todas las chicas —replica con una sonrisa y flexiona su brazo para pincharme la nariz— Pero sabe que Harry y yo saldremos perjudicados si pone un mal reporte solo porque no nos quiera ver con novia nunca.
Le doy un manotazo para que libere mi nariz. Cuando lo hace, me siento derecha y me giro para verlo más cómoda. Enarco una ceja y me cruzo de brazos.
—¿No los quiere ver con novia nunca? —repito— Yo pensaba que esa sobre-protección solo eran los padres con las hijas —sonrío.
—Te aseguro que las madres son mucho peores —suelta aire con brusquedad— El punto es, que los reportes estarán bien. Deja de preocuparte, que te saldrán arrugas.
—No voy a estar tranquila hasta que los vea —me encojo de hombros.
Sin esperar a que me responda, vuelvo a voltearme al escritorio para continuar con mis tareas. Prefiero hacerlas desde que son asignadas para no dejar que se junten, porque después eso me estresa como el demonio. Cierro la pestaña del correo y continúo navegando por Wikipedia. Escucho como Edward suelta un resoplido detrás de mí.
—Te vas a poner vieja más rápido por estar esforzándote tanto —musita.
—No me interesa.
Estoy casi segura de que va a replicar; sin embargo, escucho como chasquea la lengua, y después, se sienta en la silla de su escritorio. Dejo salir aire por la boca en silencio y me relajo en la silla. Alejo la laptop para tomar la carpeta y comenzar a escribir la información sobre la Caracterización de la Ética que tengo en frente.
El tiempo pasa rápido y el silencio reina en la habitación. Estoy disfrutándolo en sobremanera y escribiendo con fluidez, casi terminando de esa tarea, cuando un estruendo me hace sobresaltar y rallar una palabra a medio terminar. El corazón me da un vuelco y se me aceleran los latidos, pero por suerte no he chillado. Me volteo para observar los rizos de Edward moviéndose al compás de la guitarra que casi me provoca un infarto. Como si fuera poco, también está escribiendo mientras escucha tal atrocidad. Abro mis ojos, sin poder creerlo.
—¿Podrías dejar el ruido? —pregunto y presiono varias veces la tapa del lapicero.
Antes de responder, Edward se voltea para mirarme. Ni siquiera tiene la decencia de bajar el volumen.
—¿Llamas ruido a esta genialidad? —dice con el ceño fruncido, como ofendido— Es música.
—Eso no es música —frunzo el ceño por igual— Es contaminación sónica.
—¿Y qué es música para ti, sinfonías de Vivaldi? —sube las cejas.
—¡Sí!
—Pues déjame decirte que tienes muy mal gusto, Olivia —dice y se gira, dándome la espalda.
—Eres tan irritante —mascullo y también me volteo.
Comienzo a buscar mis audífonos. No me va a quedar de otra que escuchar música tranquilizante a todo volumen para no escuchar su ruido.
—A sus servicios, madame —dice antes de que ahogue su voz con mi hermoso Vivaldi.
Stella se encuentra mirándonos con su sonrisa amable y que te invita a sentirte cómodo. La verdad es que ella parece disfrutar de su trabajo, en el buen sentido. No como la directora que nos ha hecho pasar este martirio. Supongo que, en algún futuro lejano, les agradeceremos por esto. O no.
Yo me encuentro mucho más nerviosa que antes. ¿Y si los reportes están mal? ¿Y si Anne puso que la insulté y que me porté como una desgraciada? ¿Y si repruebo porque ella tiene problemas maternales con las novias de los chicos? Incluso aunque esto haya sido algo falso y remotamente académico, ella aun así nos despreció. Suspiro. Creo que tengo los labios partidos de tanto mordérmelos. Edward solo espera el veredicto con rostro impávido, con una pierda cruzada en forma de cuatro encima de su rodilla y los brazos apoyados en el sillón. Todo lo contrario, a mí.
—¿Y bien? ¿Listos para saber sus resultados?
Asiento con la cabeza dos o tres veces, tal vez más. Coloco mis dedos debajo de mis muslos y los cruzo. Vamos, lo último que necesito es una mala calificación por una razón irrelevante.
—Bien, déjenme buscar el reporte completo —musita mientras escribe algo en la computadora.
Casi suelto un gruñido. ¿Qué no puede apresurar el paso? Edward me da una mirada de soslayo, no sé decir si de irritación o advertencia para que me esté quieta. Cuando vuelvo a mirar al frente, los ojos de Stella están clavados en mí.
—¿Estás nerviosa, Olivia?
—Eh…
—Ella es nerviosa, Stella —responde Edward.
Le lanzo una mirada que dice “cállate o morirás” pero, como siempre, no me hace caso. Me sorprendería si lo hiciera.
—Bueno, no hay por qué ponerse nerviosa —me da una sonrisa alentadora— porque los reportes estuvieron muy bien. Des y Anne comentaron lo bien que les parece la iniciativa de la universidad con educar acerca del matrimonio. Y en general, fue un buen reporte y les desean suerte a los dos con lo difícil que es el matrimonio.
No puedo expresar lo aliviada que me hace sentir eso. Suprimo una sonrisa del tamaño de mi frente, pero miro a Stella con mi mejor cara y asiento con energía. Por poco le pido el reporte de Anne, porque no puedo creer que ella haya escrito algo positivo de mí. Sin embargo, decido no tentar la suerte y me quedo satisfecha con lo que nos dice.
—Ahora que hemos concluido con esa etapa, pasemos a la siguiente —indica y hace unos clics en la computadora antes de volver a nosotros— Quiero que hagan un resumen de una o dos hojas acerca de la importancia que tiene para ustedes la relación entre los suegros —a medida que habla, lo voy anotando todo en el celular— Por qué es imprescindible tener una relación armónica y positiva con los padres de tu esposo, desde tu perspectiva como esposa, Olivia; y desde la tuya como esposo, cuando ella estuvo en tu casa, Edward. La próxima sesión, los vamos a leer y a compararlos.
Eso me hace detener el tecleo en el celular de súbito. ¿Leerlo? ¿Con Edward aquí? ¿No puede ser algo menos vergonzoso? ¿Por qué no lo lee ella sola y punto? Pero sé que nada de lo que diga pueda cambiarlo, no estamos en un simple colegio donde se hace lo que el niño pida. Reprimo una maldición y termino de escribir la asignación.
—¿Tiene que ser escrito? —pregunta Edward.
—Por su puesto. Además de eso, de ahora en adelante van a ir preparando un portafolio con todos los trabajos que presenten. El portafolio será elaborado por ambos como un equipo, y se entregará al final del semestre. Será lo que, entre otras cosas, determinará su calificación final.
Ya he dejado de escribir. En cambio, estoy mirándola tratando de averiguar si está hablando en serio. Miro a Edward de reojo y creo que está igual, con el ceño fruncido y los ojos serios.
—¿Está hablando en serio? —cuestiono.
—Claro que sí —asiente— Los dos deben trabajar en el portafolio. Les agregaran trabajos individuales como trabajos en parea. Cada trabajo tendrá una contraparte que pondrán en el portafolio, pero se explicará cuando toque cada una en particular. Por ahora, tienen el resumen.
Ambos asentimos, de mala gana, pero no hay de otra. Después de eso, Stella solo nos hace preguntas típicas de cómo va nuestra relación y nos cuenta varias anécdotas de matrimonios que mejoraron o empeoraron por las relaciones con los padres del marido o de la mujer. Al final, nos deja salir después de decirnos las fechas de las sesiones de grupo.
Me encuentro tan enfrascada leyendo Eldest, el segundo libro de la saga de Eragon, que no me he levantado de la cama por lo menos en una hora y media. Ya he terminado todas las tareas que tengo, así que el tiempo restante lo estoy usando para volver a leer aquel libro. Aunque, a decir verdad, se siente igual que la primera vez. Estoy llegando a la parte en la que Eragon se va a encontrar con Ronan, su primo, después de un montón de tiempo…
…Y tres toques contra la puerta me sacan de mi mundo de dragones y magia.
Al principio, me quedo leyendo. Este capítulo es uno de mis favoritos, porque suceden tantas cosas al mismo tiempo. Sin embargo, los tres toques vuelven a interrumpirme, cada uno sonando como si me estuvieran martillando la concentración. Edward no puede atender porque está metido en el baño desde hace como veinte minutos —sorprendentemente, tarda más que yo en alistarse.
Decido levantarme cuando los toques vuelven a sonar. Coloco mi separador de libros de rayas verdes en la página correspondiente y dejo el libro en la cama. Cuando abro la puerta, me encuentro a nadie más que Savahtine Wells, con una camiseta gris con “don’t fuck with me” en letras negras y su sonrisa socarrona de toda la vida.
—Hola, mujer de Popeye —su sonrisa se ensancha— ¿Está Ed?
Trato de no enojarme con ella por interrumpir mi lectura. O por el apodo. Estoy segura de que nunca va a dejar de llamarme así por el resto de nuestras vidas.
Asiento y me hago a un lado para que pase a la habitación. No recuerdo que haya entrado aquí antes, así que no me extraña que pasee sus oscuros ojos por el lugar. Por una parte, está mi lado de la habitación: la cama arreglada, el escritorio sin papeles de más (solo están cuando hago tarea), y un montón de posters de astronomía y frases de sabiduría. Luego, el de Edward: la cama más o menos arreglada, ropa en una esquina, la mochila medio abierta encima del escritorio y la laptop encendida.
—Se está bañando o cambiándose…—musito sacudiendo la cabeza— Así que ponte cómoda.
Le indico la cama de Edward, porque no le tengo la confianza para que se siente en mí cama. La verdad, tengo unas inmensas ganas de enterrarme en mi libro y volverme invisible ante sus ojos. Pero por lo menos, solo me ha llamado mujer de Popeye y no ha cantado para la ocasión. Ella se sienta y deja su mochila en la cama.
Camino hasta la puerta del baño y toco dos veces antes de pegar mi oído a la puerta.
—¿Qué? —grita desde el otro lado.
—Savahtine te busca —replico.
—¡Dame dos minutos!
Me giro para ver si Savahtine ha escuchado, ella asiente ante mi mirada y toma una bocanada de aire.
—¡Muévete, que no tengo todo el día, Ed! —grita lo suficientemente alto para que se escuche a dos habitaciones de aquí.
—¡La paciencia es una virtud! —grita él de vuelta.
Savahtine suelta una maldición y un bufido, pero no responde más nada. Me siento en la cama, apoyando mi espalda de la cabecera y con toda la intención de volver a leer. Antes de hacerlo, tomo mi celular y le coloco los audífonos. Pretendo aislarme de todo ruido externo en lo que continúo con mi preciado libro.
—¿Qué lees? —pregunta Savahtine.
La miro en silencio antes de responder. Principalmente porque me está preguntando algo sin ser ruda.
—Es una saga de fantasía, acerca de dragones —respondo mientras le muestro la portada del libro.
—Vaya —suelta un silbido— No sabía que a la chica perfecta le gustaban esas cosas.
Oh, ahí está. Esa es la Savahtine que conozco.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —digo.
Paso los dedos por las hojas del libro cerrado. Al parecer, no va a esperar a Edward en silencio. Y sería muy maleducado ignorarla y leer mientras espera, lamentablemente. Así que me quedo con los audífonos colgando de mi cuello y el libro en mi regazo. No me queda de otra que mirar el celular de vez en cuando —aunque la última vez que hablé con alguien fue con Daniel, quien aún tiene que contarme acerca de su experiencia con su esposa en su casa.
—¡Oh! Creo que esta es la primera vez que me respondes así —dice la pelinegra, sonriendo como si le acabara de decir una buena noticia— Dime, ¿qué más no sé de ti, chica perfecta? ¿Qué hay detrás del comportamiento y notas excelentes? ¿Eh?
Sé que está tratando de molestarme, pero eso no significa que pueda auto-controlar mis reacciones. Mi defecto fatídico es no poder hacerlo. Mis dedos se aprietan sobre el celular y la mano que tengo libre se queda tiesa. Tengo que forzarme a seguir respirando normalmente.
—Si crees que soy perfecta, estás alucinando —musito con voz queda.
—Pero si es lo que la gente dice —ladea la cabeza y frunce el ceño.
¿Qué no sabe cuándo parar?
—La gente es estúpida —replico.
No sé por qué, pero suelta una carcajada enérgica. Parpadeo y mis labios se mantienen en una línea uniforme, sin entender qué rayos le parece gracioso. ¿Mi cara?
—Entonces la mujer de Popeye tiene carácter, quién lo iba a decir —comenta más para sí misma que para mí y asiente varias veces— Bueno-
En ese momento, la puerta del baño se abre y Edward sale con la toalla sobre el hombro y vestido con jeans y una camiseta oscura. Su cabello rizado está goteando. Antes de saludar, cuelga su toalla en la puerta del closet. La tensión parece disiparse en los momentos de silencio en los que él hace aquello. Personalmente, me alivia que Savahtine se calla y dirige su atención a él. Edward me mira de reojo antes de avanzar hacia ella, pero no le hago caso.
—Te tomaste tu tiempo, Styles —le reprocha cruzándose de brazos.
—Hola a ti también, Savah —sonríe y se inclina para besarle la mejilla— Qué gusto verte —ladea la cabeza.
—No tienes que ser sarcástico —Savahtine frunce el ceño.
Ahora que ha salido, puedo volver a lo mío. Suspiro y trato de relajar mis músculos. Me coloco los audífonos y busco un playlist de música instrumental en youtube. Según Edward, ayudará a Savahtine con sus asignaciones en Estadística algunas tardes. Eso es confirmado cuando él jala mi silla del escritorio para sentarse junto a ella, en el suyo y comienzan a sacar su carpeta, calculadora y unas prácticas para trabajar. Me alegra tanto haber terminado la tarea de eso.
Subo la música al volumen máximo y abro el libro. Mientras ellos se introducen al mundo de las tablas estadísticas, yo me vuelvo a meter a mi mundo de dragones y magias y elfos y duendes.
Cuando he leído cuatro capítulos más, además de haber sido interrumpida varias veces por los quejidos de Savahtine en contra de todo lo matemático, recibo un mensaje de Daniel. Casi nunca atiendo a los mensajes cuando estoy leyendo, pero la única razón por la que no me pasé este rato libre con el castaño, es porque tenía clases. El mensaje dice que ya está libre y que me va a estar esperando en la cafetería. Le mando un mensaje diciéndole que saldré para allá y me siento derecha.
Coloco el separador de libros en el inicio del siguiente capítulo y lo dejo encima de mi cama. Busco mi mochila de fondo verde con dinosaurios de diferentes colores y meto mi cargador y Tablet en ella. También el libro, por si acaso. Estoy cerrando la mochila cuando una puerta cerrándose me sobresalta.
Me giro para percatarme que Savahtine ha entrado al baño —por eso el repentino silencio— y agradezco por la coincidencia, porque no estaré obligada a despedirme incomoda de ella. Edward se gira y me observa con el ceño fruncido.
—¿A dónde vas? —pregunta.
—A la cafetería.
—¿Sola? —enarca una ceja.
—Daniel me está esperando —digo mientras me cuelgo la mochila de los hombros.
Edward frunce el ceño, mira hacia el suelo y parece incómodo con algo. Pero luego, sacude la cabeza y me mira.
—Okay —dice.
Asiento y me encamino hacia la puerta. Justo cuando la abro, dice algo más:
—No llegues tarde.
Con la mano en el llavín, giro parcialmente mi cuerpo y la cabeza, para mirarlo confundida. ¿Qué no qué? Frunzo los labios y lo miro esperando que comprenda el “¿Es en serio?” que pasa por mi cabeza. Sin embargo, sus ojos verdes solo me devuelven la mirada, no dice nada.
—No eres mi papa —chasqueo la lengua— Nos vemos.
Cierro la puerta antes de que vaya a decirme algo más. Uno pensaría que a medida que pasara el tiempo, me iría acostumbrando a él. Pero no, Edward es cada vez más raro.
Lo primero que hace Daniel al verme es darme uno de esos abrazos que te dejan sin aire en los pulmones, además de un beso en la mejilla. Después, me toma una foto. No sé cómo lo hace tan rápido —me he puesto a considerar que siempre tiene uno de los dedos encima del botón de la cámara o algo por el estilo. Me siento junto al castaño en una de las mesas azules de la cafetería. No hay muchas personas por aquí, solo ocasionales parejas comiendo algo, otras leyendo o estudiando.
—Entonces, cuéntamelo todo —digo una vez dejo mi mochila a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta él.
Me giro de lado para verlo bien y cruzo las piernas en forma de mariposa encima del banco. Apoyo mi brazo derecho en la mesa y con el otro hago un ademán de manos circular.
—Ya sabes, todos los detalles —sonrío— Quiero saber que hicieron tus hermanos con la linda visita.
La expresión de Daniel se desfigura. Sus labios están fruncidos hacia debajo y desvía la mirada gris de mis ojos oscuros varias veces, posándola en sus manos, en la cámara, en la mesa…
—¿La verdad? Fue un desastre —suelta y por fin me mira— Si piensas que mis hermanos ya estaban locos, créeme que aún no los has visto en acción del todo —sus cejas están arqueadas en forma de s alargada— Me hicieron pasar tanta vergüenza que casi me voy a dormir al patio.
Me mira haciendo un puchero y se le tiñen las puntas de las orejas de rojo. En vez de darle algunas palmadas de apoyo, no puedo evitar echar la cabeza hacia detrás y romper a reír en carcajadas. Sin importar que me miren raro o que Dan quiera matarme por burlarme de él.
Sus hermanos siempre han sido unos traviesos. Más que nada, expertos en hacer pasar momentos embarazosos a Dan. Una vez lo vi en ropa interior naranja fucsia con corazones verdes por eso; otras veces, sus fotos vergonzosas de bebé terminaron a la vista de muchas personas. En su mayoría, Dan lidiaba con la vergüenza demasiado bien. Tiene esa forma de reírse cuando está en momentos incómodos y nadie lo molesta más que sus hermanos. Sin embargo, a juzgar por sus ojos entrecerrados y las arrugas entre sus cejas, esta vez se han pasado.
—Ya, ya, me calmo —suelto un suspiro y tomo bocanas de aire con rapidez— Es que de solo imaginar lo que hicieron…
—¡Fue horrible! Estaba seguro de que Felicity pedirá que nos divorcien por eso —se dio una palmada en la frente— Una de las veces, lograron que yo le arrojara salsa picante en el cabello, y el perro se le fue encima.
Lo miro con los ojos abiertos y me muerdo los labios. Trato de carraspear para disimular o disolver las ganas de reírme que siento, pero cuando los ojos grises de Dan me miran con irritación, no puedo evitarlo. Vuelvo a reírme como loca otra vez, y tengo que sujetarme el estómago.
—¿Qué te hicieron a ti? —pregunto entre risitas.
—¿Vinimos aquí para hablar solo de mí? —inquiere, cruzándose de brazos— Aun no me cuentas como te fue con Styles.
—Estás cambiando de tema —lo señalo con el índice— Pero creo que ya me burlé lo suficiente —él parpadea y tensa la quijada— Tranquilo, tranquilo. Bueno, nosotros tuvimos que irnos a dos casas diferentes, porque sus padres están divorciados.
—¿Y…? —alarga la palabra y mueve ambos hombros hacia adelante.
—Y con su mamá todo fue desastrozo —suelto un suspiro— Fue una verdadera bruja y nos insultó a Carter y a mí. Por suerte, no puso nada de eso en el reporte.
—¿Por qué las insultó? —pregunta Dan y tuerce los labios— No tiene sentido.
—¡Yo qué sé! Edward dijo que es algo así como muy sobreprotectora —miro hacia el techo por unos segundos— La verdad, espero no ser así cuando sea mama. Con su papa, todo fue bien divertido —sonrío al recordar a Des.
—Oh, ¿qué tenemos aquí? —pregunta Dan, de repente— ¿Qué es esa sonrisa? —se inclina hacia mí y sus ojos brillan— ¿Qué es lo que fue divertido?
Ruedo los ojos, pero la sonrisa no se me borra de la cara.
—¡Muchas cosas! No lo vas a creer, pero Carter White sí que sabe tomar alcohol —asiento varias veces con la cabeza.
Dan abre la boca como un ovalo y ladea la cabeza, haciendo que le caiga un mechón de cabello castaño en la frente.
—¿La Carter White?
—¡Sí! Es como otra persona —chasqueo los dedos— Haré que veas eso algún día. Igual, no todo fue tan genial…—de pronto, recuerdo a Dianne y mi sonrisa se transforma en una mueca.
Dan lo nota de inmediato y cierra la boca. Apoya su brazo izquierdo en la mesa y cruza una pierna encima de la otra, en forma de cuatro.
—¿Qué pasó?
—Pues, una tipa trató de atacarnos… —me rasco la cabeza— Una exnovia de Edward, en realidad.
Daniel suelta una exclamación ahogada, como si estuviera respirando después de durar cinco minutos aguantándola. Me observa boquiabierto y las cejas le llegan hasta el final de la frente.
—¿¡Hubo una pelea de gatas y no lo grabaron!? —se lleva ambas manos a la cara y sacude la cabeza de un lado a otro.
—¡Eres un idiota! —chillo.
La terapia de grupo junto con las demás chicas llega más rápido de lo que me gustaría. Después de saber que mi reporte está bien, no tengo ganas de volver a otra sesión con Stella o las chicas. Ahora sería un poco menos incómodo porque me llevo mucho mejor con Carter y realmente no entiendo cómo nunca nos hablamos antes. Sin embargo, no puedo evitar pensar que después de esta actividad de ir a las casas de los chicos, el asunto del matrimonio se pondrá más difícil.
Stella nos recibe a todas con su actitud optimista y amigable de siempre. Me pregunto si tiene alguna fobia o si pierde el control alguna vez en su vida. Sería útil saber cómo se mantiene serena todo el tiempo.
Cuando llego, ya todas están allí, lo cual es raro, pero significa que podríamos salir más temprano.
—¿Cómo están? —nos pregunta Stella, pero es más retórico que otra cosa— Bien, estoy al tanto de que todas ustedes cumplieron con la asignación de quedarse en casas de sus esposos —comenta mientras cruza los dedos por encima del escritorio y nos mira— Esta sesión será más oral que otras, porque quiero que se desahoguen acerca de su experiencia esta última semana. Quiero que se abran y cuenten cómo se sintieron, qué les agradó, qué no. Y, sobre todo, si pudieron aprender algo acerca de lo importante que es tener una buena relación con sus suegros.
Creo, totalmente, que hablo por todas cuando digo que preferiría faltar a esa sesión y a las cuatro próximas con tal de no desahogarme. Trato de que mi reacción no sea demasiado obvia, pero es casi imposible. Mis ojos se abren y mis oídos no dan crédito a lo que acaban de escuchar. Escucho a Carter balbucear incoherencias y a Jenna y Savahtine soltar maldiciones entre dientes.
—¿En serio espera que hagamos eso? —pregunta Ciara.
Se cruza de brazos y piernas y su tono de voz es condescendiente, al igual que su mirada.
—Si tuvieron malas experiencias, las ayudará a lidiar con ellas mejor. Hablar las cosas es más liberador de lo que creen —explica Stella— Además, nadie fuera de aquí escuchará esto.
—¿Cómo está tan segura? —inquiere Jenna y frunce el ceño— Si estuviera solo usted y Carter, no tendría problema en contarlo. Pero no confío en ellas.
Con su pulgar, señala hacia Savahtine y Ciara, sin disimulo alguno. Las reacciones de ellas valen oro: ambas suben las cejas hasta el final de sus frentes y miran a Jenna como si quisieran derretirla con sus iris. Jenna ni siquiera les devuelve la mirada, sino que se mantiene con los ojos fijos en Stella. Ciara tuerce los labios y abre la boca para decir algo. El resto de nosotras solo se mantiene de expectante.
—¿Estás insinuando que somos chismosas? —pregunta Ciara.
Ruedo los ojos. Esa es una pregunta que no debió hacer, si ya conoce la respuesta. Savahtine capta mi gesto y entrecierra los ojos en mí, así que desvío la mirada. Stella suelta un suspiro y por un momento, su rostro impasible y simpático es reemplazado por un rostro cansado.
—No comencemos a discutir, por favor —interviene Stella— Ya saben cuál es nuestro lema, entre muchos: “hablando, todo se soluciona”.
—Pero estamos hablando —replica Ciara.
—No, tú lo que quieres es discutir —ladea la cabeza— Ahora, quise hacer esta dinámica oral para que no se cansen tanto. Sin embargo, si no desean hablar, tendrán que hacerlo escrito. Y luego, yo lo leeré frente a todas y comentaremos acerca de cada una-
—¡¿Qué?! —chillamos al mismo tiempo.
—Prefiero la primera opción —digo de inmediato.
Algunas voltean a mirarme, pero solo miro a Stella. Si me pongo a escribir, probablemente termine olvidándome de que lo va a leer y escriba como si las hojas fueran mi diario personal. Y eso no es nada bueno. Además, ¿que ella lo lea? Eso es mucho más vergonzoso que hablarlo por mí misma.
—Olivia…—murmura Carter.
Volteo a mirarla y noto como mueve los dedos de sus manos.
—¿Qué? Hablarlo es más rápido y más fácil —trato de razonar— Contamos como nos fue en un resumen y ya está.
—Estoy con ella —dice Cassie con voz queda.
—Dos a seis. Sigan votando —dice Stella con una pequeña sonrisa.
—Ugh —Jenna suelta un resoplido— Si algo de esto sale de esta habitación, iré por ustedes —señala a Savahtine y Ciara— Estoy con ellas.
—¿Tú y cuántos más, idiota? —cuestiona Savahtine.
—No nos das ni por la suela de los zapatos —agrega Ciara, sonriendo de lado.
—Chicas —Stella suspira— Sigamos con la votación.
—Eh…y-yo también e-estoy con ellas —musita Carter, señalándome.
—¡Genial! Cuatro a dos. Gana la mayoría —Stella aplaude y sonríe— Entonces, ¿quién empieza?
Savathine y Ciara nos fulminan con la mirada. Me encantaría decirles que nosotras no somos las malas —después de todo, también tenemos que soportar este matrimonio falso. Sería más sensato y más sencillo si cooperaran de vez en cuando. Incluso Jenna, que es igual de reacia que ellas en ocasiones, está haciendo un esfuerzo.
—¡Olivia! —me sobresalto al escuchar mi nombre— Como fuiste la primera en aceptar, tú comienzas.
Las miradas fulminantes cambian por risitas y sonrisas de burla, mientras yo me quedo tiesa en el sillón. Miro a Stella, suplicando que no sea verdad; sin embargo, ella me devuelve la mirada sonriente y sé que no me queda de otra. He cavado mi propia tumba. Suelto una bocanada de aire con brusquedad y me enderezo en el sillón, mientras pienso cómo cubrir la actitud de bruja de la mamá de los gemelos y de evitar hablar sobre los motociclistas y el asalto y la borrachera de Carter.
Cuando estoy por cruzar la puerta de la cocina, escucho la temblorosa voz de Carter. Suena como si fuera un sollozo de repente, por lo que me alarmo. No obstante, antes de avanzar, veo la espalda de Harry por encima del desayunador. Me quedo quieta, sin decir nada. ¿Si entro ahora, estaré interrumpiendo algo? Realmente no comprendo la relación de ellos dos.
—¿De qué hablas, Edward?
Abro los ojos y suelto un respingo inaudible al escuchar el nombre del otro gemelo. Quiero avanzar hasta el desayunador para volver a ver la espalda de Styles y comprobar que en verdad sea Edward y no Harry —pero me quedo donde estoy. Mi curiosidad se enciende y no me permite avanzar de detrás de la puerta.
—La noche en que vinieron Doug y sus hombres —dice y sus zapatos se mueven por el suelo— Sé que estabas cantando y mirándome para poner celoso a Harry —su tono se escucha divertido, casi alegre.
Mi reacción inmediata es cubrirme la boca con la mano izquierda, porque estoy segura de que soltaré una exclamación que escucharan. Recuerdo la escena perfectamente, porque nunca he visto a Carter borracha y encima cantando de esa manera. Cantó bastante lindo —sin embargo, miró a Edward todo el tiempo con ojos de borrego y una sonrisa enorme. Yo ya sabía por qué: a Carter le gusta Edward. Pero el hecho de que él no se diera cuenta y pensara que lo había hecho para causar celos en su hermano…
Escucho como los zapatos de uno de los dos se mueven por el piso y Carter comienza a tartamudear. Lo más probable es que esté demasiado sorprendida —y otra cosa más. No sé qué haría de estar en su situación.
—Eh…ehm, si-si, claro…e-eso…
—No te preocupes, no se lo diré —la interrumpe Edward y baja el tono de voz— Y, por si acaso, creo que funcionó.
Siento tantas ganas de entrar y darle un golpe en la cabeza a Edward, pero me obligo a caminar lejos de allí, no vaya a ser que me pillen escuchándolos. Pisando con cuidado y lento, logro alejarme lo suficiente para volver a estar en el pie de las escaleras cuando escucho la puerta de la cocina abrirse. Un vistazo a Carter y su semblante no está igual que siempre: tiene los hombros encorvados y la mirada hacia el suelo. A decir verdad, ella casi siempre mira hacia el suelo, pero estos últimos días la han hecho ganar más confianza conmigo. Me acostumbré a socializar más con ella y ahora…
Claro que aquello no dura mucho, porque desde que ponemos un pie fuera de la casa de Des, monta su fachada de siempre. Decido seguirle el juego, porque estoy segura de que lo último que desea es saber que alguien más conoce que gusta de Edward. Ninguna está muy animada por la fiesta, pero bueno, concordamos en que se merecen pasarse el tiempo con sus compañeros de secundaria.
Y la fiesta estaba yendo soportable (incluso con la Carter borracha) hasta que Dianne, la chica con rostro inocente y cuernos de demonio, comenzó a atacarnos. ¿Por qué siempre tiene que salir algo mal? Estoy masajeando mi cuello y respirando de forma agitada cuando contemplo como Carter le atesta un golpe a la chica que la deja inconsciente. La miro con la boca y los ojos bien abiertos. Le pediré que me enseñe a dar golpes así.
—¡Carter! ¡¿Que se supone que haces?! —grita Harry.
Giro la cabeza y me doy cuenta de que todo el mundo la está mirando. Y claro, todos van a pesar lo peor, porque es Dianne la que está inconsciente en el suelo y ella no. En poco tiempo, Harry está en frente de Carter con el ceño fruncido y, al parecer, ella no sabe qué decir porque abre y cierra la boca varias veces. Genial, ahora el alcohol decide dejar de hacerle efectos.
—¿Y bien? —pregunta Harry, cruzándose de brazos.
—¡No fue su culpa! —intervengo antes de que se crean que de verdad fue Carter a propósito— La loca…digo, eh, Dianne; comenzó a chillarnos y luego me estaba lastimando y Carter me la sacó de encima. Carter solo la golpeó porque ella la cortó —señaló hacia el cuello de la pelinegra, de donde sale sangre.
Me abstengo de mencionarle que estaba fantaseando de forma psicópata acerca de Edward y yo en serio casados y por eso algo pareció poseerla. Harry se da cuenta de los arañazos en el cuello de Carter y por un momento, juro que su mirada se suaviza.
—¿Por qué Dianne te atacaría? —pregunta Harry mirando a la chica.
—Porque es una demente —respondo mientras le vuelvo a dar un masaje a mi cuello— ¡Casi me disloca al jalarme tanto! Se puso a decir que me casé con su prometido y entonces me saltó encima —suspiro— Carter solo me defendió.
—Además, solo la noqueé, así que tranquilo Harry —Carter se encoge de hombros.
Estoy casi seguro de que hará el signo de paz, como la otra noche. Creo que Carter debe considerar dejar de tomar tanto alcohol. Harry sacude la cabeza y suelta una maldición, de seguro pensando lo mismo.
En ese momento, Edward llega a la escena. El rizado mira hacia Carter y hacia mí con ojos alarmados y luego a la rubia en el suelo. Desde mi perspectiva, ella no se ve tan amenazante ahora que está inconsciente. De hecho, parece un ángel. Un ángel con graves problemas de personalidad. De repente, Joshua llega y junto con Harry la llevan hacia el interior de la casa.
—¿Están bien? —nos pregunta Edward.
—Sí, perfectamente —respondo con sarcasmo— ¿No podías avisarme que tienes una novia con tendencias homicidas? Ya sabes, es un dato que la mayoría de las personas encontrarían útil.
Edward me mira como si me ha salido otra cabeza y balbucea incoherencias que no me molesto en escuchar. En cambio, tomo a Carter del brazo y la llevo dentro de la casa —hay que buscar algo para cubrirle la herida y parar el sangrado. Tengo que agradecerle por quitarme a esa loca de encima y, además, recibir tremendo arañazo. Tal vez aprenda como hacer postres solo para cocinarle uno.
—Gracias, Carter —digo mientras sujeto su cabello en un moño, para que no se ensucie— Creo que habría muerto de no ser por ti.
—No exageres —bufa y su voz suena escurridiza.
Eso comprueba que aún tiene algo de alcohol en su sistema. Casi llego a pensar que la pelea y la conmoción lograron borrarle los tragos que se ha dado hasta ahora. Termino de sujetarle el cabello, algo desordenado y comienzo a buscar el baño con la mirada.
—Chicos, ¿alguno podría ayudarme con un botiquín? ¿Dónde está el baño? —pregunto apresurada.
¿Acaso no ven que necesita limpiarse? No tengo tiempo de fijarme en la decoración de la casa de Joshua. Estoy a punto de comenzar a abrir puertas aleatoriamente; sin embargo, Harry aparece detrás de mí y se lleva a Carter al baño. Él conoce la casa más que yo, así que lo dejo.
Camino hasta el otro lado de la sala y me siento en una de las altas sillas del desayunador. Otra vez, estiro mi cuello de un lado a otro. Mañana de seguro dolerá a mil. Mis latidos aún no se relajan del todo por el susto que esa tipa me hizo pasar. Así que trato de calmarme antes de volver a salir al patio trasero. Si es que no decido quedarme en la sala de Joshua por el resto de la noche. Él acaba de recostar a Dianne en uno de los sillones y se vuelve hacia mí, pero antes de decir algo, Edward llega a la sala.
—¿No te hizo nada? —pregunta Joshua, mirando mi cuello con preocupación— Lo siento, pensé que ella no vendría…
—Mejor ve a calmar a los otros, Josh —dice Edward y a los segundos Joshua no está.
Cuando nos quedamos solos, me mira preocupado. Se acerca hasta quedar frente a mí y examina mi cuello sin decir nada, hasta comprobar que no tengo algún rasguño y suelta una bocanada de aire. Sus facciones se relajan un poco y vuelve a subir los ojos hasta los míos.
—¿Qué pasó exactamente?
—¡Ya lo dije! —exclamo— La chica se sentó con nosotros y empezó a decir que son novios y entonces me preguntó quién era yo —ruedo los ojos y Edward se ve cada vez más perturbado— Como dijo que es tu novia, asumí que ya sabía lo de la universidad así que le dije que soy tu “esposa”. Y ella explotó, como si le hubiera metido un volcán en el estómago. Y casi me arranca el cuero cabelludo y aruñó a Carter bastante feo. ¿Algo más?
Edward suelta una maldición y pasa una mano por sus rizos con brusquedad. Hace eso por varios segundos hasta que parece recordar que estoy mirándolo como si también se ha vuelto loco.
—En serio lo lamento. Dianne no es mi novia —sacude la cabeza— Es mi ex. Salimos antes de graduarme del colegio, pero…no funcionó —hace una mueca de disgusto.
—Oh, vaya, me pregunto por qué —resoplo, me cruzo de brazos y miro hacia el techo— ¿Por qué me tuvo que tocar el que tiene una exnovia psicópata? ¿En serio fui tan mala en mi vida pasada? —murmuro fastidiada.
—…eh, ¿Olivia?
Le doy una mirada que lo deja callado. Estoy tan enojada en este momento. Y más que alterada. Nunca he sido buena manejando situaciones estresantes tranquila y sé que probablemente explote si no me calmo. Suelto un suspiro y dejo caer la cabeza hacia atrás.
—Vuelve a la fiesta.
—¿Tú qué harás? —cuestiona— Si te vas, Des va a-
—No, me quedaré aquí —señalo el asiento— Ve y sigue disfrutando.
—No te voy a dejar sola —sacude la cabeza y frunce el ceño.
—No estaré sola-
Sin embargo, no escucha nada de lo que digo. Me toma de la mano y me jala para que baje de la alta silla. Después, comienza a caminar hasta el patio trasero. Al parecer, piensan dejar a Dianne sola hasta que despierte. La verdad, no tengo ningún problema con eso. En cambio, miro a Edward con los labios fruncidos mientras me jala hacia fuera.
—¿Qué se supone que haces? —le pregunto.
—No te dejaré sola, ya te dije. ¿Y si Dianne vuelve a despertar? —dice sin detenerse.
Al escucharlo, me quedo tiesa y Edward tiene que detenerse porque no me suelta la mano. Se voltea a mirarme con desconcierto, pero no lo dejo hablar, sino que chillo con voz apresurada:
—¿Estás insinuando la loca puede volver a atacarme? —alzo las cejas.
—Bueno, no es de extrañar que lo intente...—dice sin dudarlo, mis ojos se abren— No estoy diciendo que sea seguro, ¿sí? Quédate tranquila.
Sí, como si fuera fácil. Quédate tranquila, porque no es él quien tiene una chica detrás que cree que le robé su novio. Suelto un resoplido y sacudo la cabeza.
—Sí, eso suena tan alentador —ruedo los ojos.
—No te va a hacer nada, Olivia —repite con más firmeza— No si te quedas cerca.
Al final, logra convencerme. Eso y que me arrastra hasta el espacio donde tienen colocada la mesa de billar. El quiosco es relativamente espacioso, con el tamaño suficiente para albergar la mesa y espacio de sobra para bailar o sentarse. Entre cada columna del mismo, hay barandales lo suficientemente anchos para poder sentarse. Estoy de camino a sentarme en uno de ellos cuando Edward decide presentarme ante sus amigos.
Por suerte, nadie hace comentarios del incidente. Estoy segura de que más de uno se pregunta qué rayos pasó —además de que noto la mirada de algunos quedarse fija en mí más de lo normal. Sin embargo, nadie abre la boca al respecto y yo no estoy dispuesta a hacer un recuento de eventos sin ser cuestionada.
De repente, alguien me pasa el brazo por los hombros y me acerca a su costado.
—Bueno, tengo que felicitarlas por haber soportado a Dianne y salir casi ilesas —dice una voz profunda en mi oído.
Giro la cabeza para encontrarme con los ojos azules de Shawn, con un brillo que me pone nerviosa. Está sonriéndome como si de verdad he ganado una especie de torneo, pero no puedo evitar sonreírle de vuelta. De reojo, trato de ver si alguien ha captado lo que me dijo. De ser así, todos lo disimulan bien.
—¿Eso significa que la has visto en acción antes? —pregunto, volviendo mi atención hacia él.
No sé por qué, pero suelta una risita torpe y su aliento de olor a menta y vodka llega hasta mí. Me doy cuenta de que Shawn probablemente ha tomado más de lo común —y también me doy cuenta de que no me importa.
—Oh, claro que sí —asiente con energía— Dianne es una luchadora bien conocida por aquí.
No sé si eso deba alegrarme o asustarme, pero Shawn parece divertido, así que no digo nada.
—¿Ha atacado a otras chicas? —pregunto.
¿Por qué estoy tan curiosa? ¿Acaso estoy investigando la vida romántica de Edward? Bah. Me enfoco en la expresión de Shawn: sube los ojos al cielo oscuro y pasa la lengua por sus labios. Trato de no quedarme mirándolos por mucho tiempo.
—Creo que sí. No recuerdo bien ahora misssmo —su voz se vuelve más escurridiza— Pero sí sé que está obssesionada con Eddie.
Frunzo el ceño y noto la costumbre de algunos de llamar a Edward por su apodo solo cuando están borrachos o quieren fastidiarlo. Shawn vuelve a bajar su mirada hacia mí y su mano baja desde mi hombro por mi espalda y se queda fijo en mi cintura. Creo que voy a atragantarme con mi propia saliva y mis latidos aumentan de una forma alocada. El mismo brillo sigue presente en sus ojos, pero ahora también hay algo más, algo intenso y que provoca más mis nervios.
—¿Y tú? —murmura— ¿También estás obsseionada con Eddie?
Su aliento vuelve a invadirme los pulmones, pero no me interesa. Estoy demasiado descolocada por su cercanía y por la pregunta que me ha hecho. Enarco una ceja y hago una mueca con los labios.
—¿Qué estoy...? Claro que no, ¿de dónde salió esa pregunta?
Él no se inmuta por mi tono de voz, que está entre confundido y alterado. En cambio, se acerca más, inclinando la cabeza.
—Porque Eddie parece obssesionado con-
—¡Shawn, ven a jugar!
Una voz masculina lo interrumpe. No sé si estar aliviada o frustrada por eso. No estoy segura de qué iba a decir. ¿Edward está obsesionado con qué? Además de eso, estaba acercándose más. El chico vuelve a llamarlo y Shawn decide alejarse. Suelta un suspiro algo largo, con decepción y remueve su mano de mi cintura.
—Nos vemoss —agita la mano y se da la vuelta.
Estoy tan sorprendida que me quedo en el mismo lugar hasta que alguien me choca por detrás. ¿Así son todos cuando se emborrachan? Porque si es así, estoy harta de lidiar con persona borrachas. Son mucho más impredecibles que las personas sobrias. Y lo impredecible me pone con los pelos de puntas.
Sin ganas de que nadie vuelva a chocar conmigo, comienzo a caminar hasta uno de los barandales y me siento allí. ¿Por qué Carter aun no vuelve del baño? Suspiro y trato de calmar mis nervios. Llevo mi atención hacia el juego de billar que está por comenzar de nuevo. Sin embargo, antes de que empiece, Edward se planta delante de mí. La altura del barandal me deja sentada casi del mismo tamaño que el suyo, así que no tengo que subir la cabeza para verlo bien.
—¿Quieres jugar? —pregunta ofreciéndome un palo.
—No, estoy bien —sacudo la cabeza.
La verdad, no lo estoy. Pero no creo que le agrade si le cuento lo que acaba de pasar con Shawn.
—Bien, pero cualquier cosa que necesites, solo llama —ordena y ruedo los ojos—Ah, y antes de que se me olvide, mantente alejada de Shawn por el resto de la noche.
Eso obtiene mi completo interés. Edward me devuelve la mirada con seriedad.
—¿Por qué?
—Tiene par de tragos de más —chasquea la lengua y junta las cejas— Y parece que le gustas más de lo normal —masculla entre dientes.
Suelto una risotada y muevo la cabeza con incredulidad. ¿Yo, gustarle? Edward no parece encontrarle nada divertido al asunto, porque me mira como si quisiera cubrirme la boca con cinta adhesiva. Pero es que tiene que estar delirando.
—No es cierto —digo con una sonrisa— Además, si fuera así, ¿qué importa?
Solo estoy jugando con él, porque de ninguna manera le creo. Sin embargo, parece causarle todo lo contrario de gracia. Sus cejas se juntan más, entrecierra los ojos y contemplo como aprieta la quijada.
—No me gusta para ti —se encoje de hombros.
—Oh, ¿no? —enarco una ceja, sin borrar la sonrisa— ¿Quién te gusta para mí, entonces?
No puedo creer que he dicho eso, pero no me retracto. ¿Acaso lo poco que bebí también me está afectando? Y mis habilidades de autocontrol nunca han sido las mejores cuando estoy con Edward.
Él no responde de una vez. Sino que su quijada y sus hombros se relajan. Avanza los pocos pasos que nos separan, hasta que mis rodillas chocan con su abdomen. Coloca ambos brazos en el barandal, uno a cada lado de mí e inclina la cabeza hasta quedar tan cerca que solo puedo ver sus ojos verdes.
Se me borra la sonrisa y el aire se me queda atascado en los pulmones. Mis manos, que habían estado descansando relajadas en la madera, ahora se sujetan del barandal como si mi vida dependiera de ello. Y estoy segura de que el corazón me está subiendo por la garganta.
—¿Quieres que te diga? —por una milésima, juro que sus ojos bajan a mis labios— ¿O que te lo demuestre?
Y ahora estoy segura de que mi corazón se cae y termina en el estómago. ¿Qué diablos? ¿Qué se supone que debo decirle?
—Creo...—mi voz suena más aguda de lo normal, así que carraspeo— Creo que tú también tienes tragos de más.
Puede ser lo más estúpido que dicho en toda la noche, semana, mes. No obstante, Edward solo sonríe, tanto que sus hoyuelos se marcan. Le dan un aspecto de chico tierno en vez del canalla que está provocándome un remolino en las entrañas.
Abre la boca para decir algo, pero alguien lo interrumpe.
—¡Eddie, deja a tu chica y ven a jugar, idiota!
Es el mismo chico que llamó a Shawn. Edward me mira sin decir nada, solo con esa sonrisa y asiente. Estoy segura de que su amigo no verá eso, pero con lo último que dije, creo que se me ha ido la voz y no digo nada al respecto. Se toma su tiempo en alejarse de mí y no puedo respirar con normalidad hasta que está totalmente erguido de nuevo. Cuando se voltea hacia la mesa de pool a jugar, suelto un suspiro y miro hacia la casa. Y me encuentro con los ojos oscuros de Carter, cuya expresión decaída me confirma que ha visto todo.
Perfecto.
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La mañana siguiente, soy la primera en despertar. No pierdo el tiempo y salgo de la cama para comenzar a empacar mis pertenencias. No he sacado mucho, porque prefiero volver a doblar la ropa que ya he usado y ponerla en el fondo. Así, cuando es momento de irse, solo tengo que empacar unas cuantas cosas como los utensilios de higiene.
Aunque Des ha sido un anfitrión estupendo, ya ansío estar en el acogedor dormitorio. Me incomoda durar tanto tiempo fuera del ambiente al que estoy acostumbrada y además de eso, siento que estoy molestando cuando paso más de dos días en casa ajena. Y ya van cinco. Se siente como si estuviera invadiendo la privacidad del dueño de la casa y, al mismo tiempo, la mía.
Des nos prepara un desayuno delicioso. Tostadas francesas de entrada, con jugo de frambuesa y kiwi, y con pie de manzana de postre. Obviamente, tomo mi taza de café antes de todo eso.
Mientras desayunamos, no puedo evitar mirar a Carter de reojo varias veces. Lo peor de saber algo que no se supone que sepa, es tener que ver como eso afecta a personas que consideras amigos sin poder hacer nada al respecto. Más nada que contemplarlo y hacerme la loca.
Nadie ha comentado una palabra sobre lo de anoche. Carter se oculta los cortes con su largo y abundante cabello oscuro. Particularmente, no tengo nada que decir y no quiero parecer chismosa contándole a Des que su hijo tiene una psicópata detrás de él. Siendo honesta, pienso que Edward debe decirle. Para que esté atento y cuando la vea, mantenga sus defensas altas. Solo por precaución.
—Sé que tienen que volver a clases y toda la cosa —dice Des luego de tomar de su jugo— pero realmente me gustaría que se quedaran un par de días más.
Nadie responde de inmediatamente. Siento un tirón en el pecho y me pongo a pensar en lo solo que debe sentirse Des en esta casa, sin sus hijos o alguna pareja. De repente, me siento mal por haber querido irme tan rápido de aquí.
—Bueno, no podemos hacer eso, la universidad nos espera —musita Carter, con voz queda— Pero podríamos volver a visitarlo, si no le molesta.
La expresión de Des no puede ser mejor: su nariz se pone roja, sus ojos brillan y sonríe tanto que sus cachetes se inflan y las esquinas de sus ojos se arrugan. Ante eso, Carter le sonríe como cuando sonríe cuando ya no tiene vergüenza con uno; y yo sonrío también.
—Eso, eh, eso sería genial —dice Des y su voz se corta.
Al parecer, las madres no son las únicas que se ponen sobre-sentimentales. Aunque eso lo sé perfectamente, porque mamá me ha dicho que papá lloró un montón cuando me fui a la universidad por primera vez. De reojo, veo como Harry sube la mirada desde su plato y entrecierra los ojos. Sin embargo, una vez que ve a su padre, sus ojos se relajan y no dice nada. Edward, en cambio, observa a Carter con una sonrisa. Ella se da cuenta y no tarda en sonrojarse.
—Genial, entonces —Carter asiente y vuelve a su comida.
Al final, Des hace que Edward y Harry laven los trastes del desayuno. Ambos tienen que hacerlo, a regañadientes y con la idéntica expresión de ceño fruncido y labios torcidos hacia debajo. Es tan divertido que Des los tenga a la palma de su mano.
—No entiendo por qué debemos hacerlo nosotros —masculla Harry mientras recoge los platos de la mesa.
—Solo hagámoslo y ya —dice Edward, llevándose los vasos.
—Es para que hagan un último oficio antes de irse hasta las próximas vacaciones —Des se cruza los brazos por encima del estómago— Tómenlo como un cariño de despedida.
Sus ojos brillan más y sus comisuras de los labios se alzan en una sonrisa que me recuerda a los gemelos. Los observa, y ellos fruncen más el ceño y entornan los ojos en dirección a su padre. Cuando tienen reacciones al mismo tiempo es cuando uno se da cuenta de que realmente son idénticos, y pueden parecer que estás viendo doble.
—Bueno, pues tu definición de “cariño” es demasiado cruel —se queja Harry.
Se va a la cocina con el paquete de platos en los brazos, dando fuertes pisadas y largas zancadas. Carter y yo soltamos unas risitas, es inevitable. Edward coloca los vasos uno dentro de otro y se los lleva en silencio. Un momento después, escuchamos como se abre la llave del fregadero.
—Yo enjabono, pásame la esponja —dice Edward.
—¡No! Tú enjuagas, ¿y si rompo algo? —discute Harry con un tono de voz más alto.
—¿Acaso eres tan idiota? —replica Edward y puedo jurar que está sonriendo.
—¿Te recuerdo quien es que rompió el jarrón…?
—¡Tú me empujaste! —lo interrumpe con fuerza.
—¡Claro que no!
—¡Que sí!
Los tres que quedamos en la mesa nos miramos al mismo tiempo. La discusión sigue en la cocina todo el tiempo en que friegan, como es de esperarse. Des nos mira en silencio y con una pequeña sonrisa amable, que hace que las arrugas en las esquinas de los ojos se le acentúen un poco. Descruza los brazos para colocarlos en la mesa y entrelazar los dedos de sus manos.
—Quiero agradecerles mucho por estos días —comienza y mueve los pulgares repetidas veces— Lamento que la universidad los esté haciendo pasar por algo así, pero creo que al final, van a entender por qué pasó. Sí, es cliché que les diga esto, pero es la verdad, además de que es lo que hacemos los viejos —suelta una risotada y nosotras le sonreímos— Espero que tengan una experiencia que les enseñe que tener una pareja, falsa o no, no es un juego. Y espero que no pasen malos ratos con aquellos dos —señala con el índice hacia la cocina, donde aún ocurre la discusión— Sé que pueden ser problemáticos…uno más que el otro y a su manera. Pero me alegra que les haya tocado con dos jovencitas como ustedes, con los pies en la tierra.
Si antes me dieron ganas de venir a visitarlo en alguna ocasión, ahora estoy segura de que lo haré como sea. Des es un amor de persona. Le sonrío y Carter abre la boca para decirle algo, pero es interrumpida:
—¡Me mojaste completo, imbécil! —chilla Edward.
—¡Fue tu culpa! ¡No puedo trabajar contigo! —replica Harry.
Cuando escucho un estruendo de algo de metal y las maldiciones de ambos, me doy una palmada en la frente.
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Estamos llegando a la habitación cuando mi madre me llama. No he hablado con ella desde anoche, cuando le avisé que llegamos de la fiesta. Edward se adelanta para abrir la habitación mientras le cuento que hemos llegado a la universidad sanos y salvos a la mitad del día. Pero eso no parece calmarla como espero.
—Entonces, ¿dormiste en la misma habitación que el muchacho?
Mi madre suelta las palabras con velocidad y parece respirar agitadamente. Lo más probable es que su cerebro esté considerando todos los casos de escenario posibles. Cruzo la puerta y me volteo para cerrarla.
—Claro que no —respondo apresuradamente, y sujeto el celular con el hombro y la oreja— Dormí junto con Carter y los gemelos en otra habitación. Y Edward no es así, mamá.
Cuando vuelvo a girarme, Edward me está mirando con una ceja alzada y hace señas con las manos hacia el celular, preguntando qué pasa. Dejo mi maleta en el pie de la cama y vuelvo a sujetar el celular con la mano izquierda. Con la derecha le hago una seña a Edward, un movimiento de arriba hacia abajo y me encojo de hombros para que no se preocupe.
Mamá suelta un suspiro quedo, pero lo escucho, como si hubiese aguantado la respiración desde que me hizo la pregunta. Mi respuesta es una medio-verdad, pero corazón que no ve, corazón que no siente.
—No he dicho que sea de una x forma —dice, hablando más lento, con su velocidad normal— Pero sabes que me preocupo. Y tu padre también.
—Lo sé, no importa cuántas veces les diga que no lo hagan.
—Eso es imposible, eres una de nuestros bebés —espeta y la imagino sacudiendo la cabeza y haciendo un puchero con los labios.
—Hablando de eso, ¿Cómo están las niñas? —me siento en el borde de la cama.
Ella comienza a contarme cómo las mellizas se han puesto a ensayar para una obra de teatro que presentaran en unos meses. Mientras escucho como mis hermanas se pasan todas las tardes gritando sus líneas, me saco la goma del cabello. Tenerlo en una cola alta tanto tiempo hace que la cabeza me duela. Comienzo a masajearme el cuero cabelludo, sin importarme mucho que Edward me vea con el cabello desarreglado.
Ya me ha visto acabada de despertar, no tengo ninguna dignidad que perder.
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La notificación de la siguiente cita con Stella nos llega dos días después de haber vuelto a la universidad. Releo el correo, tratando de identificar alguna emoción que pueda decirme si los informes que enviaron los padres de Edward son lo suficientemente buenos para obtener buena calificación. Estoy segura de que el de Des será bueno, pues a pesar de que destruí su cocina, se mostró bastante simpático conmigo. Sin embargo, no puedo pensar lo mismo de la madre de Edward. A esa mujer y a Gemma, su hermana, les faltó poco para sacarnos a Carter y a mí a patadas de su casa.
Pero al final, no encuentro nada. El correo es simpático, pero neutral. Solo está la información del día y la hora, además del saludo y la despedida cordial.
Suelto un resoplido y me apoyo en el espaldar de la silla. Mi escritorio está repleto de papeles, como la mayoría del tiempo. De un lado están los libros, del otro mi carpeta y en el centro, detrás de la laptop, están mis lapiceros y lápices. Lo primero que han hecho los profesores, después de esta semana “libre”, es llenarnos con asignaciones para la segunda evaluación. Una hermosa bienvenida.
—Los reportes estarán bien —dice Edward detrás de mí y me da unas palmadas en el hombro.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque es obvio. A Des le cayeron bien y-
—Tu mamá me odia —inclino la cabeza hacia detrás, apoyándola en la silla, para mirarlo.
—Mi mamá odia a todas las chicas —replica con una sonrisa y flexiona su brazo para pincharme la nariz— Pero sabe que Harry y yo saldremos perjudicados si pone un mal reporte solo porque no nos quiera ver con novia nunca.
Le doy un manotazo para que libere mi nariz. Cuando lo hace, me siento derecha y me giro para verlo más cómoda. Enarco una ceja y me cruzo de brazos.
—¿No los quiere ver con novia nunca? —repito— Yo pensaba que esa sobre-protección solo eran los padres con las hijas —sonrío.
—Te aseguro que las madres son mucho peores —suelta aire con brusquedad— El punto es, que los reportes estarán bien. Deja de preocuparte, que te saldrán arrugas.
—No voy a estar tranquila hasta que los vea —me encojo de hombros.
Sin esperar a que me responda, vuelvo a voltearme al escritorio para continuar con mis tareas. Prefiero hacerlas desde que son asignadas para no dejar que se junten, porque después eso me estresa como el demonio. Cierro la pestaña del correo y continúo navegando por Wikipedia. Escucho como Edward suelta un resoplido detrás de mí.
—Te vas a poner vieja más rápido por estar esforzándote tanto —musita.
—No me interesa.
Estoy casi segura de que va a replicar; sin embargo, escucho como chasquea la lengua, y después, se sienta en la silla de su escritorio. Dejo salir aire por la boca en silencio y me relajo en la silla. Alejo la laptop para tomar la carpeta y comenzar a escribir la información sobre la Caracterización de la Ética que tengo en frente.
El tiempo pasa rápido y el silencio reina en la habitación. Estoy disfrutándolo en sobremanera y escribiendo con fluidez, casi terminando de esa tarea, cuando un estruendo me hace sobresaltar y rallar una palabra a medio terminar. El corazón me da un vuelco y se me aceleran los latidos, pero por suerte no he chillado. Me volteo para observar los rizos de Edward moviéndose al compás de la guitarra que casi me provoca un infarto. Como si fuera poco, también está escribiendo mientras escucha tal atrocidad. Abro mis ojos, sin poder creerlo.
—¿Podrías dejar el ruido? —pregunto y presiono varias veces la tapa del lapicero.
Antes de responder, Edward se voltea para mirarme. Ni siquiera tiene la decencia de bajar el volumen.
—¿Llamas ruido a esta genialidad? —dice con el ceño fruncido, como ofendido— Es música.
—Eso no es música —frunzo el ceño por igual— Es contaminación sónica.
—¿Y qué es música para ti, sinfonías de Vivaldi? —sube las cejas.
—¡Sí!
—Pues déjame decirte que tienes muy mal gusto, Olivia —dice y se gira, dándome la espalda.
—Eres tan irritante —mascullo y también me volteo.
Comienzo a buscar mis audífonos. No me va a quedar de otra que escuchar música tranquilizante a todo volumen para no escuchar su ruido.
—A sus servicios, madame —dice antes de que ahogue su voz con mi hermoso Vivaldi.
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Stella se encuentra mirándonos con su sonrisa amable y que te invita a sentirte cómodo. La verdad es que ella parece disfrutar de su trabajo, en el buen sentido. No como la directora que nos ha hecho pasar este martirio. Supongo que, en algún futuro lejano, les agradeceremos por esto. O no.
Yo me encuentro mucho más nerviosa que antes. ¿Y si los reportes están mal? ¿Y si Anne puso que la insulté y que me porté como una desgraciada? ¿Y si repruebo porque ella tiene problemas maternales con las novias de los chicos? Incluso aunque esto haya sido algo falso y remotamente académico, ella aun así nos despreció. Suspiro. Creo que tengo los labios partidos de tanto mordérmelos. Edward solo espera el veredicto con rostro impávido, con una pierda cruzada en forma de cuatro encima de su rodilla y los brazos apoyados en el sillón. Todo lo contrario, a mí.
—¿Y bien? ¿Listos para saber sus resultados?
Asiento con la cabeza dos o tres veces, tal vez más. Coloco mis dedos debajo de mis muslos y los cruzo. Vamos, lo último que necesito es una mala calificación por una razón irrelevante.
—Bien, déjenme buscar el reporte completo —musita mientras escribe algo en la computadora.
Casi suelto un gruñido. ¿Qué no puede apresurar el paso? Edward me da una mirada de soslayo, no sé decir si de irritación o advertencia para que me esté quieta. Cuando vuelvo a mirar al frente, los ojos de Stella están clavados en mí.
—¿Estás nerviosa, Olivia?
—Eh…
—Ella es nerviosa, Stella —responde Edward.
Le lanzo una mirada que dice “cállate o morirás” pero, como siempre, no me hace caso. Me sorprendería si lo hiciera.
—Bueno, no hay por qué ponerse nerviosa —me da una sonrisa alentadora— porque los reportes estuvieron muy bien. Des y Anne comentaron lo bien que les parece la iniciativa de la universidad con educar acerca del matrimonio. Y en general, fue un buen reporte y les desean suerte a los dos con lo difícil que es el matrimonio.
No puedo expresar lo aliviada que me hace sentir eso. Suprimo una sonrisa del tamaño de mi frente, pero miro a Stella con mi mejor cara y asiento con energía. Por poco le pido el reporte de Anne, porque no puedo creer que ella haya escrito algo positivo de mí. Sin embargo, decido no tentar la suerte y me quedo satisfecha con lo que nos dice.
—Ahora que hemos concluido con esa etapa, pasemos a la siguiente —indica y hace unos clics en la computadora antes de volver a nosotros— Quiero que hagan un resumen de una o dos hojas acerca de la importancia que tiene para ustedes la relación entre los suegros —a medida que habla, lo voy anotando todo en el celular— Por qué es imprescindible tener una relación armónica y positiva con los padres de tu esposo, desde tu perspectiva como esposa, Olivia; y desde la tuya como esposo, cuando ella estuvo en tu casa, Edward. La próxima sesión, los vamos a leer y a compararlos.
Eso me hace detener el tecleo en el celular de súbito. ¿Leerlo? ¿Con Edward aquí? ¿No puede ser algo menos vergonzoso? ¿Por qué no lo lee ella sola y punto? Pero sé que nada de lo que diga pueda cambiarlo, no estamos en un simple colegio donde se hace lo que el niño pida. Reprimo una maldición y termino de escribir la asignación.
—¿Tiene que ser escrito? —pregunta Edward.
—Por su puesto. Además de eso, de ahora en adelante van a ir preparando un portafolio con todos los trabajos que presenten. El portafolio será elaborado por ambos como un equipo, y se entregará al final del semestre. Será lo que, entre otras cosas, determinará su calificación final.
Ya he dejado de escribir. En cambio, estoy mirándola tratando de averiguar si está hablando en serio. Miro a Edward de reojo y creo que está igual, con el ceño fruncido y los ojos serios.
—¿Está hablando en serio? —cuestiono.
—Claro que sí —asiente— Los dos deben trabajar en el portafolio. Les agregaran trabajos individuales como trabajos en parea. Cada trabajo tendrá una contraparte que pondrán en el portafolio, pero se explicará cuando toque cada una en particular. Por ahora, tienen el resumen.
Ambos asentimos, de mala gana, pero no hay de otra. Después de eso, Stella solo nos hace preguntas típicas de cómo va nuestra relación y nos cuenta varias anécdotas de matrimonios que mejoraron o empeoraron por las relaciones con los padres del marido o de la mujer. Al final, nos deja salir después de decirnos las fechas de las sesiones de grupo.
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Me encuentro tan enfrascada leyendo Eldest, el segundo libro de la saga de Eragon, que no me he levantado de la cama por lo menos en una hora y media. Ya he terminado todas las tareas que tengo, así que el tiempo restante lo estoy usando para volver a leer aquel libro. Aunque, a decir verdad, se siente igual que la primera vez. Estoy llegando a la parte en la que Eragon se va a encontrar con Ronan, su primo, después de un montón de tiempo…
…Y tres toques contra la puerta me sacan de mi mundo de dragones y magia.
Al principio, me quedo leyendo. Este capítulo es uno de mis favoritos, porque suceden tantas cosas al mismo tiempo. Sin embargo, los tres toques vuelven a interrumpirme, cada uno sonando como si me estuvieran martillando la concentración. Edward no puede atender porque está metido en el baño desde hace como veinte minutos —sorprendentemente, tarda más que yo en alistarse.
Decido levantarme cuando los toques vuelven a sonar. Coloco mi separador de libros de rayas verdes en la página correspondiente y dejo el libro en la cama. Cuando abro la puerta, me encuentro a nadie más que Savahtine Wells, con una camiseta gris con “don’t fuck with me” en letras negras y su sonrisa socarrona de toda la vida.
—Hola, mujer de Popeye —su sonrisa se ensancha— ¿Está Ed?
Trato de no enojarme con ella por interrumpir mi lectura. O por el apodo. Estoy segura de que nunca va a dejar de llamarme así por el resto de nuestras vidas.
Asiento y me hago a un lado para que pase a la habitación. No recuerdo que haya entrado aquí antes, así que no me extraña que pasee sus oscuros ojos por el lugar. Por una parte, está mi lado de la habitación: la cama arreglada, el escritorio sin papeles de más (solo están cuando hago tarea), y un montón de posters de astronomía y frases de sabiduría. Luego, el de Edward: la cama más o menos arreglada, ropa en una esquina, la mochila medio abierta encima del escritorio y la laptop encendida.
—Se está bañando o cambiándose…—musito sacudiendo la cabeza— Así que ponte cómoda.
Le indico la cama de Edward, porque no le tengo la confianza para que se siente en mí cama. La verdad, tengo unas inmensas ganas de enterrarme en mi libro y volverme invisible ante sus ojos. Pero por lo menos, solo me ha llamado mujer de Popeye y no ha cantado para la ocasión. Ella se sienta y deja su mochila en la cama.
Camino hasta la puerta del baño y toco dos veces antes de pegar mi oído a la puerta.
—¿Qué? —grita desde el otro lado.
—Savahtine te busca —replico.
—¡Dame dos minutos!
Me giro para ver si Savahtine ha escuchado, ella asiente ante mi mirada y toma una bocanada de aire.
—¡Muévete, que no tengo todo el día, Ed! —grita lo suficientemente alto para que se escuche a dos habitaciones de aquí.
—¡La paciencia es una virtud! —grita él de vuelta.
Savahtine suelta una maldición y un bufido, pero no responde más nada. Me siento en la cama, apoyando mi espalda de la cabecera y con toda la intención de volver a leer. Antes de hacerlo, tomo mi celular y le coloco los audífonos. Pretendo aislarme de todo ruido externo en lo que continúo con mi preciado libro.
—¿Qué lees? —pregunta Savahtine.
La miro en silencio antes de responder. Principalmente porque me está preguntando algo sin ser ruda.
—Es una saga de fantasía, acerca de dragones —respondo mientras le muestro la portada del libro.
—Vaya —suelta un silbido— No sabía que a la chica perfecta le gustaban esas cosas.
Oh, ahí está. Esa es la Savahtine que conozco.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —digo.
Paso los dedos por las hojas del libro cerrado. Al parecer, no va a esperar a Edward en silencio. Y sería muy maleducado ignorarla y leer mientras espera, lamentablemente. Así que me quedo con los audífonos colgando de mi cuello y el libro en mi regazo. No me queda de otra que mirar el celular de vez en cuando —aunque la última vez que hablé con alguien fue con Daniel, quien aún tiene que contarme acerca de su experiencia con su esposa en su casa.
—¡Oh! Creo que esta es la primera vez que me respondes así —dice la pelinegra, sonriendo como si le acabara de decir una buena noticia— Dime, ¿qué más no sé de ti, chica perfecta? ¿Qué hay detrás del comportamiento y notas excelentes? ¿Eh?
Sé que está tratando de molestarme, pero eso no significa que pueda auto-controlar mis reacciones. Mi defecto fatídico es no poder hacerlo. Mis dedos se aprietan sobre el celular y la mano que tengo libre se queda tiesa. Tengo que forzarme a seguir respirando normalmente.
—Si crees que soy perfecta, estás alucinando —musito con voz queda.
—Pero si es lo que la gente dice —ladea la cabeza y frunce el ceño.
¿Qué no sabe cuándo parar?
—La gente es estúpida —replico.
No sé por qué, pero suelta una carcajada enérgica. Parpadeo y mis labios se mantienen en una línea uniforme, sin entender qué rayos le parece gracioso. ¿Mi cara?
—Entonces la mujer de Popeye tiene carácter, quién lo iba a decir —comenta más para sí misma que para mí y asiente varias veces— Bueno-
En ese momento, la puerta del baño se abre y Edward sale con la toalla sobre el hombro y vestido con jeans y una camiseta oscura. Su cabello rizado está goteando. Antes de saludar, cuelga su toalla en la puerta del closet. La tensión parece disiparse en los momentos de silencio en los que él hace aquello. Personalmente, me alivia que Savahtine se calla y dirige su atención a él. Edward me mira de reojo antes de avanzar hacia ella, pero no le hago caso.
—Te tomaste tu tiempo, Styles —le reprocha cruzándose de brazos.
—Hola a ti también, Savah —sonríe y se inclina para besarle la mejilla— Qué gusto verte —ladea la cabeza.
—No tienes que ser sarcástico —Savahtine frunce el ceño.
Ahora que ha salido, puedo volver a lo mío. Suspiro y trato de relajar mis músculos. Me coloco los audífonos y busco un playlist de música instrumental en youtube. Según Edward, ayudará a Savahtine con sus asignaciones en Estadística algunas tardes. Eso es confirmado cuando él jala mi silla del escritorio para sentarse junto a ella, en el suyo y comienzan a sacar su carpeta, calculadora y unas prácticas para trabajar. Me alegra tanto haber terminado la tarea de eso.
Subo la música al volumen máximo y abro el libro. Mientras ellos se introducen al mundo de las tablas estadísticas, yo me vuelvo a meter a mi mundo de dragones y magias y elfos y duendes.
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Cuando he leído cuatro capítulos más, además de haber sido interrumpida varias veces por los quejidos de Savahtine en contra de todo lo matemático, recibo un mensaje de Daniel. Casi nunca atiendo a los mensajes cuando estoy leyendo, pero la única razón por la que no me pasé este rato libre con el castaño, es porque tenía clases. El mensaje dice que ya está libre y que me va a estar esperando en la cafetería. Le mando un mensaje diciéndole que saldré para allá y me siento derecha.
Coloco el separador de libros en el inicio del siguiente capítulo y lo dejo encima de mi cama. Busco mi mochila de fondo verde con dinosaurios de diferentes colores y meto mi cargador y Tablet en ella. También el libro, por si acaso. Estoy cerrando la mochila cuando una puerta cerrándose me sobresalta.
Me giro para percatarme que Savahtine ha entrado al baño —por eso el repentino silencio— y agradezco por la coincidencia, porque no estaré obligada a despedirme incomoda de ella. Edward se gira y me observa con el ceño fruncido.
—¿A dónde vas? —pregunta.
—A la cafetería.
—¿Sola? —enarca una ceja.
—Daniel me está esperando —digo mientras me cuelgo la mochila de los hombros.
Edward frunce el ceño, mira hacia el suelo y parece incómodo con algo. Pero luego, sacude la cabeza y me mira.
—Okay —dice.
Asiento y me encamino hacia la puerta. Justo cuando la abro, dice algo más:
—No llegues tarde.
Con la mano en el llavín, giro parcialmente mi cuerpo y la cabeza, para mirarlo confundida. ¿Qué no qué? Frunzo los labios y lo miro esperando que comprenda el “¿Es en serio?” que pasa por mi cabeza. Sin embargo, sus ojos verdes solo me devuelven la mirada, no dice nada.
—No eres mi papa —chasqueo la lengua— Nos vemos.
Cierro la puerta antes de que vaya a decirme algo más. Uno pensaría que a medida que pasara el tiempo, me iría acostumbrando a él. Pero no, Edward es cada vez más raro.
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Lo primero que hace Daniel al verme es darme uno de esos abrazos que te dejan sin aire en los pulmones, además de un beso en la mejilla. Después, me toma una foto. No sé cómo lo hace tan rápido —me he puesto a considerar que siempre tiene uno de los dedos encima del botón de la cámara o algo por el estilo. Me siento junto al castaño en una de las mesas azules de la cafetería. No hay muchas personas por aquí, solo ocasionales parejas comiendo algo, otras leyendo o estudiando.
—Entonces, cuéntamelo todo —digo una vez dejo mi mochila a mi lado.
—¿Qué quieres saber? —pregunta él.
Me giro de lado para verlo bien y cruzo las piernas en forma de mariposa encima del banco. Apoyo mi brazo derecho en la mesa y con el otro hago un ademán de manos circular.
—Ya sabes, todos los detalles —sonrío— Quiero saber que hicieron tus hermanos con la linda visita.
La expresión de Daniel se desfigura. Sus labios están fruncidos hacia debajo y desvía la mirada gris de mis ojos oscuros varias veces, posándola en sus manos, en la cámara, en la mesa…
—¿La verdad? Fue un desastre —suelta y por fin me mira— Si piensas que mis hermanos ya estaban locos, créeme que aún no los has visto en acción del todo —sus cejas están arqueadas en forma de s alargada— Me hicieron pasar tanta vergüenza que casi me voy a dormir al patio.
Me mira haciendo un puchero y se le tiñen las puntas de las orejas de rojo. En vez de darle algunas palmadas de apoyo, no puedo evitar echar la cabeza hacia detrás y romper a reír en carcajadas. Sin importar que me miren raro o que Dan quiera matarme por burlarme de él.
Sus hermanos siempre han sido unos traviesos. Más que nada, expertos en hacer pasar momentos embarazosos a Dan. Una vez lo vi en ropa interior naranja fucsia con corazones verdes por eso; otras veces, sus fotos vergonzosas de bebé terminaron a la vista de muchas personas. En su mayoría, Dan lidiaba con la vergüenza demasiado bien. Tiene esa forma de reírse cuando está en momentos incómodos y nadie lo molesta más que sus hermanos. Sin embargo, a juzgar por sus ojos entrecerrados y las arrugas entre sus cejas, esta vez se han pasado.
—Ya, ya, me calmo —suelto un suspiro y tomo bocanas de aire con rapidez— Es que de solo imaginar lo que hicieron…
—¡Fue horrible! Estaba seguro de que Felicity pedirá que nos divorcien por eso —se dio una palmada en la frente— Una de las veces, lograron que yo le arrojara salsa picante en el cabello, y el perro se le fue encima.
Lo miro con los ojos abiertos y me muerdo los labios. Trato de carraspear para disimular o disolver las ganas de reírme que siento, pero cuando los ojos grises de Dan me miran con irritación, no puedo evitarlo. Vuelvo a reírme como loca otra vez, y tengo que sujetarme el estómago.
—¿Qué te hicieron a ti? —pregunto entre risitas.
—¿Vinimos aquí para hablar solo de mí? —inquiere, cruzándose de brazos— Aun no me cuentas como te fue con Styles.
—Estás cambiando de tema —lo señalo con el índice— Pero creo que ya me burlé lo suficiente —él parpadea y tensa la quijada— Tranquilo, tranquilo. Bueno, nosotros tuvimos que irnos a dos casas diferentes, porque sus padres están divorciados.
—¿Y…? —alarga la palabra y mueve ambos hombros hacia adelante.
—Y con su mamá todo fue desastrozo —suelto un suspiro— Fue una verdadera bruja y nos insultó a Carter y a mí. Por suerte, no puso nada de eso en el reporte.
—¿Por qué las insultó? —pregunta Dan y tuerce los labios— No tiene sentido.
—¡Yo qué sé! Edward dijo que es algo así como muy sobreprotectora —miro hacia el techo por unos segundos— La verdad, espero no ser así cuando sea mama. Con su papa, todo fue bien divertido —sonrío al recordar a Des.
—Oh, ¿qué tenemos aquí? —pregunta Dan, de repente— ¿Qué es esa sonrisa? —se inclina hacia mí y sus ojos brillan— ¿Qué es lo que fue divertido?
Ruedo los ojos, pero la sonrisa no se me borra de la cara.
—¡Muchas cosas! No lo vas a creer, pero Carter White sí que sabe tomar alcohol —asiento varias veces con la cabeza.
Dan abre la boca como un ovalo y ladea la cabeza, haciendo que le caiga un mechón de cabello castaño en la frente.
—¿La Carter White?
—¡Sí! Es como otra persona —chasqueo los dedos— Haré que veas eso algún día. Igual, no todo fue tan genial…—de pronto, recuerdo a Dianne y mi sonrisa se transforma en una mueca.
Dan lo nota de inmediato y cierra la boca. Apoya su brazo izquierdo en la mesa y cruza una pierna encima de la otra, en forma de cuatro.
—¿Qué pasó?
—Pues, una tipa trató de atacarnos… —me rasco la cabeza— Una exnovia de Edward, en realidad.
Daniel suelta una exclamación ahogada, como si estuviera respirando después de durar cinco minutos aguantándola. Me observa boquiabierto y las cejas le llegan hasta el final de la frente.
—¿¡Hubo una pelea de gatas y no lo grabaron!? —se lleva ambas manos a la cara y sacude la cabeza de un lado a otro.
—¡Eres un idiota! —chillo.
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La terapia de grupo junto con las demás chicas llega más rápido de lo que me gustaría. Después de saber que mi reporte está bien, no tengo ganas de volver a otra sesión con Stella o las chicas. Ahora sería un poco menos incómodo porque me llevo mucho mejor con Carter y realmente no entiendo cómo nunca nos hablamos antes. Sin embargo, no puedo evitar pensar que después de esta actividad de ir a las casas de los chicos, el asunto del matrimonio se pondrá más difícil.
Stella nos recibe a todas con su actitud optimista y amigable de siempre. Me pregunto si tiene alguna fobia o si pierde el control alguna vez en su vida. Sería útil saber cómo se mantiene serena todo el tiempo.
Cuando llego, ya todas están allí, lo cual es raro, pero significa que podríamos salir más temprano.
—¿Cómo están? —nos pregunta Stella, pero es más retórico que otra cosa— Bien, estoy al tanto de que todas ustedes cumplieron con la asignación de quedarse en casas de sus esposos —comenta mientras cruza los dedos por encima del escritorio y nos mira— Esta sesión será más oral que otras, porque quiero que se desahoguen acerca de su experiencia esta última semana. Quiero que se abran y cuenten cómo se sintieron, qué les agradó, qué no. Y, sobre todo, si pudieron aprender algo acerca de lo importante que es tener una buena relación con sus suegros.
Creo, totalmente, que hablo por todas cuando digo que preferiría faltar a esa sesión y a las cuatro próximas con tal de no desahogarme. Trato de que mi reacción no sea demasiado obvia, pero es casi imposible. Mis ojos se abren y mis oídos no dan crédito a lo que acaban de escuchar. Escucho a Carter balbucear incoherencias y a Jenna y Savahtine soltar maldiciones entre dientes.
—¿En serio espera que hagamos eso? —pregunta Ciara.
Se cruza de brazos y piernas y su tono de voz es condescendiente, al igual que su mirada.
—Si tuvieron malas experiencias, las ayudará a lidiar con ellas mejor. Hablar las cosas es más liberador de lo que creen —explica Stella— Además, nadie fuera de aquí escuchará esto.
—¿Cómo está tan segura? —inquiere Jenna y frunce el ceño— Si estuviera solo usted y Carter, no tendría problema en contarlo. Pero no confío en ellas.
Con su pulgar, señala hacia Savahtine y Ciara, sin disimulo alguno. Las reacciones de ellas valen oro: ambas suben las cejas hasta el final de sus frentes y miran a Jenna como si quisieran derretirla con sus iris. Jenna ni siquiera les devuelve la mirada, sino que se mantiene con los ojos fijos en Stella. Ciara tuerce los labios y abre la boca para decir algo. El resto de nosotras solo se mantiene de expectante.
—¿Estás insinuando que somos chismosas? —pregunta Ciara.
Ruedo los ojos. Esa es una pregunta que no debió hacer, si ya conoce la respuesta. Savahtine capta mi gesto y entrecierra los ojos en mí, así que desvío la mirada. Stella suelta un suspiro y por un momento, su rostro impasible y simpático es reemplazado por un rostro cansado.
—No comencemos a discutir, por favor —interviene Stella— Ya saben cuál es nuestro lema, entre muchos: “hablando, todo se soluciona”.
—Pero estamos hablando —replica Ciara.
—No, tú lo que quieres es discutir —ladea la cabeza— Ahora, quise hacer esta dinámica oral para que no se cansen tanto. Sin embargo, si no desean hablar, tendrán que hacerlo escrito. Y luego, yo lo leeré frente a todas y comentaremos acerca de cada una-
—¡¿Qué?! —chillamos al mismo tiempo.
—Prefiero la primera opción —digo de inmediato.
Algunas voltean a mirarme, pero solo miro a Stella. Si me pongo a escribir, probablemente termine olvidándome de que lo va a leer y escriba como si las hojas fueran mi diario personal. Y eso no es nada bueno. Además, ¿que ella lo lea? Eso es mucho más vergonzoso que hablarlo por mí misma.
—Olivia…—murmura Carter.
Volteo a mirarla y noto como mueve los dedos de sus manos.
—¿Qué? Hablarlo es más rápido y más fácil —trato de razonar— Contamos como nos fue en un resumen y ya está.
—Estoy con ella —dice Cassie con voz queda.
—Dos a seis. Sigan votando —dice Stella con una pequeña sonrisa.
—Ugh —Jenna suelta un resoplido— Si algo de esto sale de esta habitación, iré por ustedes —señala a Savahtine y Ciara— Estoy con ellas.
—¿Tú y cuántos más, idiota? —cuestiona Savahtine.
—No nos das ni por la suela de los zapatos —agrega Ciara, sonriendo de lado.
—Chicas —Stella suspira— Sigamos con la votación.
—Eh…y-yo también e-estoy con ellas —musita Carter, señalándome.
—¡Genial! Cuatro a dos. Gana la mayoría —Stella aplaude y sonríe— Entonces, ¿quién empieza?
Savathine y Ciara nos fulminan con la mirada. Me encantaría decirles que nosotras no somos las malas —después de todo, también tenemos que soportar este matrimonio falso. Sería más sensato y más sencillo si cooperaran de vez en cuando. Incluso Jenna, que es igual de reacia que ellas en ocasiones, está haciendo un esfuerzo.
—¡Olivia! —me sobresalto al escuchar mi nombre— Como fuiste la primera en aceptar, tú comienzas.
Las miradas fulminantes cambian por risitas y sonrisas de burla, mientras yo me quedo tiesa en el sillón. Miro a Stella, suplicando que no sea verdad; sin embargo, ella me devuelve la mirada sonriente y sé que no me queda de otra. He cavado mi propia tumba. Suelto una bocanada de aire con brusquedad y me enderezo en el sillón, mientras pienso cómo cubrir la actitud de bruja de la mamá de los gemelos y de evitar hablar sobre los motociclistas y el asalto y la borrachera de Carter.
hange.
Re: A Match Made In a University | 1D
Capítulo 19 - parte 2
Olivia Steinfield
Ese día es el almuerzo grupal, el primero después de la semana de vuelta. La relación de todos parece haber cambiado en diferentes puntos, aunque no sé decir cómo exactamente. De lo único que me percato es de cómo Savahtine y Ciara no paran de lanzarme miradas repletas de desprecio —probablemente por el asunto en la terapia. Sin embargo, no les pongo atención.
A pesar de que tener que almorzar con todos ellos es tedioso, ahora que existe más confianza con Carter, puedo sentarme a su lado y el asunto se torna más llevadero. Dejo mi bandeja con un pan francés y jugo de manzana en la mesa y me siento a su izquierda.
—Hola, Carter —sonrío— No he podido verte desde que llegamos, ¿cómo está todo?
A penas si compartimos periodos libres de vez en cuando. Carter me sonríe de vuelta, tímida como siempre pero más abierta.
—Estoy hasta el tope de tareas —bufa y sacude la cabeza— Pero nada que no pueda manejar…aunque muera del estrés en el intento —murmura.
Eso me hace soltar una risotada. Una imagen de una yo con los pelos por toda la cara y una expresión de frustrada me llega a la mente.
—Te comprendo perfectamente —ladeo la cabeza— Es como si prepararon un arsenal de trabajos solo para cuando volviéramos.
—Exacto —asiente y le da un mordisco a su sándwich— Es muy-
—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? —Niall silba, en la esquina en frente a nosotras— Parece que estas dos se volvieron amigas con su estadía donde los Styles.
Ruedo los ojos y le hago una mueca. ¿Y eso qué tiene? Muchas veces pienso que Niall dice cosas por decirlas, porque su falta de neuronas no le permite más de eso.
—Tengo curiosidad —dice Ciara, junto a él— ¿Cómo las trató mami Styles?
Enarca una ceja y sonríe como si supiera algo que los demás no. Eso me pone alerta y, automáticamente, mi mirada se dispara hacia Edward, que está sentado casi al frente de mí. Harry está en la otra punta de la mesa, pero no veo su reacción ni me interesa. Edward me devuelve la mirada, sonríe y me guiña un ojo. Tomo eso como señal de que me tranquilice y que Ciara realmente está hablando de más. Tal vez solo habló con Gemma de un poco sobre lo que pasó…
—¿No piensan responder? —canturrea y retuerce un mechón de cabello rubio entre sus dedos.
Estoy a punto de volver mi mirada a mi comida, cuando me topo con los ojos oscuros de Savahtine, sentada junto a Ciara. Esta vez no es el desprecio o irritación en ellos lo que me sobresalta, sino que parece estar analizando algo con determinación. Me pone incómoda. ¿Por qué me está mirando así?
Decido volver mi atención hacia Ciara, que no deja de mirar a Carter con un brillo malicioso en los ojos.
—Lo que haya pasado no te incumbe —sonrío con falsedad.
—Ooooooh —canturrea Niall, tan fastidioso como siempre— Te dijo metiche.
—Niall, deja de joder —suspira Edward.
—¡Y Ed la apoya! —continúa Niall y golpea su palma contra la mesa.
—Claro que no —él susodicho frunce el ceño— Te mandé a callar.
—¿Te vas a quedar así, Ciara? —Niall sube y baja las cejas.
—Ustedes son todos unos críos —masculla Jennah, con la quijada tensa.
—Secundo eso —dice Zayn.
Y de repente, la discusión comienza entre la mitad de los integrantes de la mesa. Ruedo los ojos y no vuelvo a intervenir, aunque tengo que suprimir las horribles ganas de mandarlos a cerrar la boca. Carter se remueve incómoda a mi lado, ella detesta más el conflicto que yo. Continúo comiendo de mi pan, ignorando los ojos entrecerrados de Savahtine y la discusión infantil del resto.
La clase de Educación física me encantaría más si el entrenador no tuviera complejos de que aún estamos en la secundaria. Sin embargo, para poder estar en algún equipo, primero hay que pasar por su clase —a menos que seas un becado por el deporte. El entrenador Rogers es bocón y cambia de actividad física cada semana. Esta semana toca jugar el balón quemado. Con la diferencia de que será en el aire libre, en el campo de futbol soccer, porque la cancha de basquetbol está bajo mantenimiento hasta la siguiente semana.
Rogers divide la clase como le parece y espera a que dos estudiantes organicen los balones en una línea uniforme para comenzar el juego. Me quedo esperando en un lugar no muy cerca ni muy lejos. Realmente no hablo con nadie de la clase a menos que la situación lo amerite —lo único que quiero es jugar y evitar que no me peguen un pelotazo.
El silbato suena y todos se apresuran a tomar un balón para usarlo como arma. Los que no, se echan hacia detrás a la velocidad de la luz, buscando algún sitio en un campo abierto donde aquel del equipo contrario no pueda darles una tunda. Cojo el balón que tengo más cerca, tomo impulso y lo lanzo con toda la fuerza que puedo. Le pega a un chico regordete en el brazo y Rogers lo manda a salir.
Continuamos lanzando balones, agachándonos y algunos incluso hacen maniobras dignas de películas de acción por el resto de la clase. En un punto llegan las porristas a correr por el campo, porque tampoco tienen donde calentar hoy. No le pongo mucho caso y continúo lanzando balones.
Observo a un muchacho de brazos desarrollados y piernas de nadador lanzando balones de un grupo que tiene amontonado a sus pies. Sujeto con más firmeza el balón que tengo en la mano y entrecierro los ojos, fijando mi puntería a su cabeza. Tomo impulso casi igual a de un pitcher de baseball y con un gruñido, lanzo el balón. Me quedo expectante a que llegue a su objetivo; sin embargo, alguien le grita y él la esquiva. Y observo, boquiabierta, como el balón aterriza justo en la frente de nadie más que Ciara Evans.
Ciara suelta un chillido y cae de nalgas al suelo, ensuciándose toda y probablemente, con una leve contusión en la cabeza. Me quedo estática, con la boca en el suelo, los ojos tan abiertos como dos huevos y las manos sujetándome las mejillas. Mierda.
Si antes no me mató por alguna presencia divina o consciencia dentro de su cerebro, ahora sí lo hará.
—¡Ugh! ¡¿Quién es el responsable de esto?! —chilla histérica.
Se pone de pie y comienza a sacudirse el lodo de los shorts deportivos color azul cielo, pero el sucio no se va a quitar con tanta facilidad. No sé quién es el ángel que le dice que he sido yo, porque me quedo petrificada cuando sus ojos claros se clavan en los míos. Chisporrotean rabia y sus labios se tuercen en una mueca.
—¡Se me ensució todo el uniforme! —exclama, extendiendo los brazos en el aire— ¡Y me raspé las rodillas!
Su tono acusador parece hacer efecto en mi estado de shock. Dejo caer mis brazos a mis costados y frunzo el ceño.
—¡Fue un accidente! No lo hagas sonar como si fue a propósito —replico.
—¡Calla, rata come libros! —chilla— ¡Tendrás que lavarme el uniforme!
Ahora sí que la miro como si estuviera loca.
—¿Qué parte de no fue a propósito no entendiste? —chasqueo la lengua— ¡No era para ti, estábamos jugando!
—Sí, ¡y casi me matas!
—¡Qué exagerada!
—Oh, hasta ahí fue —sisea— Savah, sostén mis aretes.
Ni siquiera me di cuenta de que Savahtine también está con ella. ¿Ahora también es porrista? Mucho más importante que eso, ¿por qué me puse a responderle como una loca? Ciara y Savahtine pueden romper las reglas cuando se le venga en gana y caerme arriba como si estuvieran jugando en un parque de diversiones.
Tal vez si le pego con otra pelota, se desmaye. O sus ganas de asesinarme aumenten de forma desmenuzada.
—¡Ya basta! —el silbato del entrenador cubre todas las voces— Esto fue un accidente. Ciara, vuelva a su entrenamiento. Olivia, vuelve con el resto de la clase. ¡Ahora!
Y para añadir efectos, vuelve a sonar su ensordecedor silbato. Antes de irse, Ciara me mira como si quisiera sepultarme viva y sé que se va a vengar tarde o temprano. Genial.
La próxima vez que Edward tiene una sesión de tutorías con Savahtine, ella no llega sola a la habitación. Pero claro, él no me avisa del asunto con anticipación. No sé de qué lado está, porque es amigo de ellas dos desde antes de conocerme y no parece ser mala persona. Sin embargo, cuando entro a la habitación y me encuentro con aquellas dos allí, no puedo evitar preguntarme si me saqué la lotería de la mala suerte.
Me quedo plantada en la entrada de la habitación al observar a Savahtine y a Ciara sentadas en las sillas de los escritorios, riendo de algún video en la laptop de Edward. Estoy casi devolviéndome y encerrándome en la biblioteca, cuando me cruza por la cabeza lo cobarde que suena eso. Solo porque disfruten de hacerme sentir miserable, no significa que deba sentirme intimidadas de ellas hasta en mi propia habitación.
¿A quién trato de engañar? La verdad es que no me largo a la velocidad de la luz porque todos se dan cuenta de mi presencia. Los tres giran a ver mi expresión de ojos abiertos, sin parpadear y con la boca medio abierta. Incluso la mochila se me sale de un hombro.
—Hola, mujer de Popeye —me saluda Savahtine y sonríe en grande.
—¡Oliva, querida! —chilla Ciara, con un optimismo que me lastima los tímpanos.
Alguien debería darles listones de “las más sarcásticas”. Me arreglo la mochila y me muevo para cerrar la puerta detrás de mí. ¿Cuál es el hechizo para hacerse invisible?
—Eh, hola —musito.
Tengo que morderme el interior de la mejilla para evitar lanzarle una mirada cargada de significado a Edward. No tengo problema con que las ayude a estudiar, la verdad. Pero, ¿Por qué no me dijo? Así sé que no debo pasar por aquí durante el resto de la tarde. Y ya he asistido a todas mis clases por hoy. Genial.
No lo miro en lo absoluto, sino que avanzo hasta mi escritorio y dejo la mochila encima del mismo. Comienzo a sacar mis libros y a respirar lo más calmado posible.
—Probablemente estudiemos toda la tarde, ¿no te molesta? —escucho a Edward preguntarme.
—No —saco mi carpeta— Por mí está bien.
Tiene que estar loco. Sí, eso es. Además de raro, está loco. ¿Cómo no va a molestarme? Cuando siento que mi corazón comienza a latir más rápido, sujeto unos mechones de mi coleta. Retuerzo el cabello entre mis dedos mientras que, con la mano libre, abro uno de los libros de Historia. Tengo que calmarme o se darán cuenta de que realmente sí me afecta tenerlas en la misma habitación que yo. Creo que cualquiera lo notaría.
—Bien, esperen un momento, chicas —dice Edward.
Lo siguiente que escucho es una puerta cerrarse. Me quedo tranquila, hasta que me doy cuenta que no ha entrado al baño porque la puerta del mismo sigue medio abierta. Edward se ha ido de la habitación, dejándome con dos chicas que me detestan. Mi día se pone mejor.
Mis dedos se afincan más en mi cabello y dejo de pasar hojas del libro de historia. Pienso en qué hacer. No puedo irme al baño, porque tendría que encerrarme y quedarme sin hacer nada en un espacio cerrado no es bueno para mí. Mi otra opción es el closet.
Sin meditarlo más, me levanto y me encamino hasta el closet de dos puertas. El espacio es pequeño, pero como las puertas están abiertas, no importa. Puedo hacer de cuenta que estoy buscando unas prendas muy difíciles de encontrar hasta que Edward regrese. Espero que no tarde mucho.
Suelto un suspiro y comienzo a buscar mi suéter del señor de los anillos. No lo he visto en hace mucho tiempo. Pongo una mano en el marco de la puerta para alzarme y ver entre un grupo de suéteres de Edward. El muy idiota siempre termina ligando nuestra ropa, a pesar de que le he dicho que organice todo de un solo lado. Es un desastre.
—Oye, Olivia —escucho a Savahtine llamarme.
—¿Aja?
—¿Qué es eso? —pregunta Ciara.
Muevo la mano del marco y me giro para ver a qué se refiere, pero cuando lo hago, las puertas se cierran de repente y me tengo que echar hacia detrás para que no me choquen el rostro. Caigo contra las ropas colgadas y encima de los diversos converse de Edward. Suelto una maldición y escucho las risotadas exageradas y enérgicas de Ciara y Savahtine desde el otro lado del closet.
Ahí es cuando caigo en lo que han hecho.
Abro los ojos y me levanto del suelo tan rápido como puedo. El closet está totalmente oscuro, pues el interruptor de la luz se encuentra fuera. Sin embargo, ese es el menor de mis problemas. Me acerco hasta la puerta para empujarla, pero no se abre. Mis ojos se abren más y comienzo a respirar agitadamente.
—Chicas, abran la puerta —digo con voz rota.
—Eso fue demasiado fácil —dice Savahtine, entre carcajadas.
—¿Por qué siempre caen? —agrega Ciara, en el mismo estado.
Ni siquiera me importa que se estén riendo. Necesito salir de aquí. Vuelvo a intentar abrir la puerta, pero no pasa nada. Parece que mi poca fuerza se ha disminuido mil veces más por debajo de cero. En vez de respirar con rapidez, ahora también estoy jadeando, como si hubiese corrido en un maratón. Mis palpitaciones aumentan cada vez más y siento que el oxígeno se está acabando dentro de estás diminutas cuatro paredes. ¿Para qué hacen los closets tan pequeños? ¿Por qué los hacen con puertas?
—Chicas —golpeo la puerta varias veces— Ya sáquenme, no es divertido —suplico.
Recibo más risas como respuesta. Eso solo hace que golpee la puerta de nuevo. Mis manos comienzan a sudar y las restriego contra mis pantalones jeans. De pronto, siento la sensación de estar sudorosa por todo el cuerpo y resisto el impulso de sacarme toda la ropa en ese momento. Tengo que salir de aquí.
De haber sabido que se vengarían haciendo esto, le lavo le uniforme a Ciara o le compro uno nuevo.
—¿Qué pasa, le tienes miedo a la oscuridad? —se carcajea Savahtine.
—Te dejaremos salir…—Ciara hace una pausa y por un momento, dejo de respirar del todo— Con una condición. Responde esta pregunta.
Ella deja la condición en el aire, pero no estoy para responder su jueguito. Ni siquiera puedo concentrarme bien en tratar de respirar normalmente. El aire de este confinado espacio parece estar escapándose por un orificio invisible. Me llevo una mano a la garganta cuando siento que el aire se va de repente y tengo que tomar una gran y sonora bocanada. Me voy a volver loca.
—Sólo déjenme salir —mi voz suena apresurada, suplicante y creo que voy a llorar.
—Sí, sí, responde —comenta Ciara— ¿Por qué Edward nos pidió que dejemos de molestarte tanto?
Oigo la pregunta, pero no las escucho. Ya he llegado al límite de mi poco auto-control. Mis rodillas flaquean y caigo sentada en el suelo del closet. Me hecho hacia atrás hasta chocar con la pared junto a la puerta y me abrazo las piernas. Estoy tratando de recordar los ejercicios de respiración que me enseñaron, pero es tan difícil. Todo parece dar vueltas y creo que la pared del frente está más cerca de mí que antes.
Escucho un sollozo y segundos después me doy cuenta de que soy yo. Ya no escucho más las preguntas sin sentido de Ciara ni las risotadas de Savahtine. Solo escucho como lloriqueo y respiro con chillidos y mucho más rápido que antes. No quiero morirme y si dejo de respirar voy a morirme. ¿Por qué no me dejan salir y ya está? Abrazo más mis piernas.
De repente, un temblor me sacude el cuerpo. La garganta se me cierra y abro los ojos a más no poder, junto con la boca, en busca de aire. Parpadeo mucho más rápido de lo normal y lucho conmigo misma para poder inhalar, pero no hay nada que inhalar. El pensamiento de que me voy a morir me golpea tan fuerte que siento ganas de vomitar.
En ese momento, escucho un estruendo lejano, gritos que no distingo qué dicen y lo siguiente que noto es una luz a mi derecha. Las puertas del closet se abren y de reojo observo una cabeza mirar hacia todos lados con velocidad. De pronto, tengo la cara de Edward frente a mí, quien me sujeta por los hombros. Tiene el ceño fruncido y los ojos bien abiertos.
—¿Olivia? ¿Olivia, me escuchas? —pregunta apresurado.
Asiento como puedo.
—No…puedo…respirar —murmuro desesperada— Aire. Me voy a morir.
—No, no, estás bien —me dice con firmeza— Estás bien.
Continúa repitiendo eso al mismo tiempo que baja sus manos a mis antebrazos y me jala para incorporarme. Siento las piernas de gelatina, así que dejo que prácticamente me arrastre hacia afuera. Donde hay luz y una corriente de oxigeno me golpea. A los pocos segundos, tengo los ojos de Edward frente a mi otra vez.
—Respira conmigo, ¿de acuerdo?
Entonces, comienza a inhalar y exhalar a paso lento, tomándose su tiempo para cada bocanada y cada suspiro. Trato de imitarlo y abro mi boca para dejar salir y entrar oxígeno a mis pulmones, pero no es sencillo. Mis primeras respiraciones son erráticas, hostigadas y descontroladas. Cierro los dedos y vuelvo mis manos puños, extendidos a mis costados. Edward desliza sus manos de mis hombros hasta mis muñecas, sin separar sus ojos de los míos ni aumentar o disminuir el ritmo de sus respiraciones. Lágrimas silenciosas persisten en mojar mis mejillas.
—Mierda —masculla Savahtine, pero no sé dónde se encuentra.
—Respira conmigo, vamos —dice Edward.
Es una orden, pero su tono de voz no suena como si fuera una orden. Suena más como si estuviera consolándome. Continúo respirando como si acabara de correr por mi vida. No puedo hablar; tengo miedo de que, si me pongo a contestarle, voy a terminar peor que antes. Me concentro en tratar de imitar la ligereza con la que se encuentra respirando.
—Yo no sabía…no sabía que era claustrofóbica —escucho la voz de Ciara en algún lugar de la habitación, pero no la veo.
La verdad, es que tampoco retiro mis ojos de los de Edward. Solo veo el verde esmeralda de sus iris y siento sus dedos afincados en mis muñecas, con la solidez suficiente para indicarme que no me va a dejar caer en el caos de hace unos segundos. Gradualmente, mis hombros y mis piernas dejan de estar tiesas y mi estómago ha parado de revolcarse en mis interiores. Mi respiración logra ir al compás de la de Edward. Mis latidos ya no se escuchan en mi cabeza o en mi garganta y me doy cuenta de que Ciara y Savahtine me observan desde detrás de Edward.
Solo me he percatado de ellas por la visión periférica, porque no me atrevo a quitar los ojos del muchacho que tengo en frente de mí. Ni siquiera hago un esfuerzo para que suelte mis muñecas; en cambio, él pasa de éstas a mis puños. Con suavidad, presiona mis nudillos para que afloje los dedos y los atrapa entre los suyos. Ha dejado de respirar con señas exageradas; sin embargo, continúa respirando con la misma lentitud. No deja de hacerlo hasta que me encuentro totalmente despejada.
—¿Mejor? —pregunta.
Asiento torpemente con la cabeza.
—Gracias —susurro.
Entonces, caigo en cuenta de lo que ha pasado. Que ellos tres acaban de presenciar uno de mis horrendos ataques de pánico. Que me han visto perder el control de la manera más patética y humillante que existe. Que los tres no dejan de observarme fijamente. Sin analizarlo, me suelto de las manos de Edward y hago amague de largarme corriendo de la habitación. Edward es más rápido y aprieta su agarre en mis dedos. ¿Acaso está loco?
Lo miro con una súplica silenciosa, todavía tengo los ojos aguados y siento las mejillas mojadas. Lo único que quiero es largarme de la habitación, pero él no me deja. Suelta una de mis manos y trato de usar eso para mí ventaja; sin embargo, su agarre en la mano restante se afirma y no soy capaz de soltarme.
De repente, se gira hacia Savahtine y Ciara, que tienen los ojos bien abiertos y no dejan de mirarme. No las miro, sino que me quedo detrás de Edward y fijo la vista en la espalda de su camiseta de ACDC.
—Me pueden decir —masculla él— ¿En qué diablos estaban pensando?
No está gritando, pero su tono de voz posee tanta fuerza que casi parece que grita. De reojo, miro como su ceño está fruncido y los ojos le brillan de ira.
—¡No nos mires así! —chilla Ciara— En serio no sabíamos que ella era claustrofóbica, porque-
—Sí, sí, no lo sabían —le cortó Edward, chasqueando la lengua— Por eso mismo es que tienen que dejar de joder a las personas porque sí —hace un ademán con su mano libre— ¿Y si no hubiera llegado? ¿Qué pasaría, eh? ¿Se habrían dado cuenta con ella inconsciente en el piso del closet?
Con cada pregunta, su voz sube de tono de voz y el rostro se le enrojece. En serio está enojado. Al parecer, eso sorprende a las chicas tanto como me sorprende a mí. La situación se está tornando peor de lo que me imaginé. Realmente no quiero que se pelee con ellas por mí culpa.
—¿No piensan responder? —masculla Edward y entrecierra los ojos.
—No es como si quisiéramos causarle un ataque a propósito, Ed —replica Savahtine y se rasca cuello— Fue un accidente.
Veo las intenciones de Edward antes de que alguna palabra salga de su boca. Su quijada se tensa y afloja varias veces y nunca relaja su rostro. No obstante, cuando se dispone a hablar, lo jalo hacia detrás con firmeza.
—¿Qué, Olivia? —sisea.
—Es verdad —carraspeo— Así que-
—¿Estás defendiéndolas? —me mira como si no me creyera.
—No —me rasco la muñeca. ¿Eso hago? — Solo que tienen razón en eso y, eh, no quiero que peleen…
Bajo la mirada a mis manos y él parece percatarse de que aún no estoy del todo calmada. Siento mi cuerpo repentinamente cansado, probablemente el bajón después de soltar tanta energía de golpe. Lo último que quiero es que Edward se ponga a gritar como loco.
Él suela un bufido y luego suspira. Se vuelve hacia las chicas y les dice que la tutoría de hoy no se dará. Me quedo de pie, sin moverme y sin decir nada incluso después de que las dos se van y Edward cierra la puerta.
Todavía no puedo creer que he dejado que me vean con un ataque de pánico. No es como si lo controlara. Si pudiera hacerlo, mi vida sería mucho más fácil. Aun así, el sabor amargo de que han presenciado la parte más humillante de mí, se queda atascado en mi garganta.
Edward avanza hacia mí y me toma del brazo, jalándome hasta que me siento en el suelo y él en la cama detrás de mí.
—¿Qué haces? —volteo la cara.
Intento ponerme de pie, pero sus manos empujan mis hombros y me veo obligada a quedarme sentada. Después suben hasta mi rostro y lo giran para que mire al frente.
—Estate quieta, ¿quieres? —masculla.
Sin ánimos de discutir, aunque esté haciendo cosas raras —lo que no es inusual—, me quedo tranquila, sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el borde de la cama. Momentos después siento como Edward afloja mi cola de caballo, hasta sacarme la goma y dejar mi cabello suelto. Luego de eso, comienza a pasarme el cepillo desde el comienzo hasta las puntas, a paso lento y sin hacer fuerza en los puntos enredados.
Inevitablemente, siento como mis ojos se entrecierran y mis hombros se relajan al sentir el leve masaje en mi cuero cabelludo.
—¿Qué haces? —pregunto.
La pregunta correcta en realidad no es esa, pero es lo único que sale de mis labios. Antes de responder, se aclara la garganta y parece meditarlo.
—He visto cómo te peinas por ratos cuando estás estresada —dice al final.
Alzo las cejas y no sé qué pensar.
—Oh.
Edward se queda callado y resume su actividad. Yo, en cambio, hago algo desacostumbrado: me relajo por completo, dejo mis brazos reposar encima de mis piernas y disfruto del silencio y de Edward peinando mi cabello. Antes de darme cuenta, me estoy durmiendo con la cabeza apoyada en su rodilla.
A pesar de que tener que almorzar con todos ellos es tedioso, ahora que existe más confianza con Carter, puedo sentarme a su lado y el asunto se torna más llevadero. Dejo mi bandeja con un pan francés y jugo de manzana en la mesa y me siento a su izquierda.
—Hola, Carter —sonrío— No he podido verte desde que llegamos, ¿cómo está todo?
A penas si compartimos periodos libres de vez en cuando. Carter me sonríe de vuelta, tímida como siempre pero más abierta.
—Estoy hasta el tope de tareas —bufa y sacude la cabeza— Pero nada que no pueda manejar…aunque muera del estrés en el intento —murmura.
Eso me hace soltar una risotada. Una imagen de una yo con los pelos por toda la cara y una expresión de frustrada me llega a la mente.
—Te comprendo perfectamente —ladeo la cabeza— Es como si prepararon un arsenal de trabajos solo para cuando volviéramos.
—Exacto —asiente y le da un mordisco a su sándwich— Es muy-
—Vaya, ¿Qué tenemos aquí? —Niall silba, en la esquina en frente a nosotras— Parece que estas dos se volvieron amigas con su estadía donde los Styles.
Ruedo los ojos y le hago una mueca. ¿Y eso qué tiene? Muchas veces pienso que Niall dice cosas por decirlas, porque su falta de neuronas no le permite más de eso.
—Tengo curiosidad —dice Ciara, junto a él— ¿Cómo las trató mami Styles?
Enarca una ceja y sonríe como si supiera algo que los demás no. Eso me pone alerta y, automáticamente, mi mirada se dispara hacia Edward, que está sentado casi al frente de mí. Harry está en la otra punta de la mesa, pero no veo su reacción ni me interesa. Edward me devuelve la mirada, sonríe y me guiña un ojo. Tomo eso como señal de que me tranquilice y que Ciara realmente está hablando de más. Tal vez solo habló con Gemma de un poco sobre lo que pasó…
—¿No piensan responder? —canturrea y retuerce un mechón de cabello rubio entre sus dedos.
Estoy a punto de volver mi mirada a mi comida, cuando me topo con los ojos oscuros de Savahtine, sentada junto a Ciara. Esta vez no es el desprecio o irritación en ellos lo que me sobresalta, sino que parece estar analizando algo con determinación. Me pone incómoda. ¿Por qué me está mirando así?
Decido volver mi atención hacia Ciara, que no deja de mirar a Carter con un brillo malicioso en los ojos.
—Lo que haya pasado no te incumbe —sonrío con falsedad.
—Ooooooh —canturrea Niall, tan fastidioso como siempre— Te dijo metiche.
—Niall, deja de joder —suspira Edward.
—¡Y Ed la apoya! —continúa Niall y golpea su palma contra la mesa.
—Claro que no —él susodicho frunce el ceño— Te mandé a callar.
—¿Te vas a quedar así, Ciara? —Niall sube y baja las cejas.
—Ustedes son todos unos críos —masculla Jennah, con la quijada tensa.
—Secundo eso —dice Zayn.
Y de repente, la discusión comienza entre la mitad de los integrantes de la mesa. Ruedo los ojos y no vuelvo a intervenir, aunque tengo que suprimir las horribles ganas de mandarlos a cerrar la boca. Carter se remueve incómoda a mi lado, ella detesta más el conflicto que yo. Continúo comiendo de mi pan, ignorando los ojos entrecerrados de Savahtine y la discusión infantil del resto.
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La clase de Educación física me encantaría más si el entrenador no tuviera complejos de que aún estamos en la secundaria. Sin embargo, para poder estar en algún equipo, primero hay que pasar por su clase —a menos que seas un becado por el deporte. El entrenador Rogers es bocón y cambia de actividad física cada semana. Esta semana toca jugar el balón quemado. Con la diferencia de que será en el aire libre, en el campo de futbol soccer, porque la cancha de basquetbol está bajo mantenimiento hasta la siguiente semana.
Rogers divide la clase como le parece y espera a que dos estudiantes organicen los balones en una línea uniforme para comenzar el juego. Me quedo esperando en un lugar no muy cerca ni muy lejos. Realmente no hablo con nadie de la clase a menos que la situación lo amerite —lo único que quiero es jugar y evitar que no me peguen un pelotazo.
El silbato suena y todos se apresuran a tomar un balón para usarlo como arma. Los que no, se echan hacia detrás a la velocidad de la luz, buscando algún sitio en un campo abierto donde aquel del equipo contrario no pueda darles una tunda. Cojo el balón que tengo más cerca, tomo impulso y lo lanzo con toda la fuerza que puedo. Le pega a un chico regordete en el brazo y Rogers lo manda a salir.
Continuamos lanzando balones, agachándonos y algunos incluso hacen maniobras dignas de películas de acción por el resto de la clase. En un punto llegan las porristas a correr por el campo, porque tampoco tienen donde calentar hoy. No le pongo mucho caso y continúo lanzando balones.
Observo a un muchacho de brazos desarrollados y piernas de nadador lanzando balones de un grupo que tiene amontonado a sus pies. Sujeto con más firmeza el balón que tengo en la mano y entrecierro los ojos, fijando mi puntería a su cabeza. Tomo impulso casi igual a de un pitcher de baseball y con un gruñido, lanzo el balón. Me quedo expectante a que llegue a su objetivo; sin embargo, alguien le grita y él la esquiva. Y observo, boquiabierta, como el balón aterriza justo en la frente de nadie más que Ciara Evans.
Ciara suelta un chillido y cae de nalgas al suelo, ensuciándose toda y probablemente, con una leve contusión en la cabeza. Me quedo estática, con la boca en el suelo, los ojos tan abiertos como dos huevos y las manos sujetándome las mejillas. Mierda.
Si antes no me mató por alguna presencia divina o consciencia dentro de su cerebro, ahora sí lo hará.
—¡Ugh! ¡¿Quién es el responsable de esto?! —chilla histérica.
Se pone de pie y comienza a sacudirse el lodo de los shorts deportivos color azul cielo, pero el sucio no se va a quitar con tanta facilidad. No sé quién es el ángel que le dice que he sido yo, porque me quedo petrificada cuando sus ojos claros se clavan en los míos. Chisporrotean rabia y sus labios se tuercen en una mueca.
—¡Se me ensució todo el uniforme! —exclama, extendiendo los brazos en el aire— ¡Y me raspé las rodillas!
Su tono acusador parece hacer efecto en mi estado de shock. Dejo caer mis brazos a mis costados y frunzo el ceño.
—¡Fue un accidente! No lo hagas sonar como si fue a propósito —replico.
—¡Calla, rata come libros! —chilla— ¡Tendrás que lavarme el uniforme!
Ahora sí que la miro como si estuviera loca.
—¿Qué parte de no fue a propósito no entendiste? —chasqueo la lengua— ¡No era para ti, estábamos jugando!
—Sí, ¡y casi me matas!
—¡Qué exagerada!
—Oh, hasta ahí fue —sisea— Savah, sostén mis aretes.
Ni siquiera me di cuenta de que Savahtine también está con ella. ¿Ahora también es porrista? Mucho más importante que eso, ¿por qué me puse a responderle como una loca? Ciara y Savahtine pueden romper las reglas cuando se le venga en gana y caerme arriba como si estuvieran jugando en un parque de diversiones.
Tal vez si le pego con otra pelota, se desmaye. O sus ganas de asesinarme aumenten de forma desmenuzada.
—¡Ya basta! —el silbato del entrenador cubre todas las voces— Esto fue un accidente. Ciara, vuelva a su entrenamiento. Olivia, vuelve con el resto de la clase. ¡Ahora!
Y para añadir efectos, vuelve a sonar su ensordecedor silbato. Antes de irse, Ciara me mira como si quisiera sepultarme viva y sé que se va a vengar tarde o temprano. Genial.
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La próxima vez que Edward tiene una sesión de tutorías con Savahtine, ella no llega sola a la habitación. Pero claro, él no me avisa del asunto con anticipación. No sé de qué lado está, porque es amigo de ellas dos desde antes de conocerme y no parece ser mala persona. Sin embargo, cuando entro a la habitación y me encuentro con aquellas dos allí, no puedo evitar preguntarme si me saqué la lotería de la mala suerte.
Me quedo plantada en la entrada de la habitación al observar a Savahtine y a Ciara sentadas en las sillas de los escritorios, riendo de algún video en la laptop de Edward. Estoy casi devolviéndome y encerrándome en la biblioteca, cuando me cruza por la cabeza lo cobarde que suena eso. Solo porque disfruten de hacerme sentir miserable, no significa que deba sentirme intimidadas de ellas hasta en mi propia habitación.
¿A quién trato de engañar? La verdad es que no me largo a la velocidad de la luz porque todos se dan cuenta de mi presencia. Los tres giran a ver mi expresión de ojos abiertos, sin parpadear y con la boca medio abierta. Incluso la mochila se me sale de un hombro.
—Hola, mujer de Popeye —me saluda Savahtine y sonríe en grande.
—¡Oliva, querida! —chilla Ciara, con un optimismo que me lastima los tímpanos.
Alguien debería darles listones de “las más sarcásticas”. Me arreglo la mochila y me muevo para cerrar la puerta detrás de mí. ¿Cuál es el hechizo para hacerse invisible?
—Eh, hola —musito.
Tengo que morderme el interior de la mejilla para evitar lanzarle una mirada cargada de significado a Edward. No tengo problema con que las ayude a estudiar, la verdad. Pero, ¿Por qué no me dijo? Así sé que no debo pasar por aquí durante el resto de la tarde. Y ya he asistido a todas mis clases por hoy. Genial.
No lo miro en lo absoluto, sino que avanzo hasta mi escritorio y dejo la mochila encima del mismo. Comienzo a sacar mis libros y a respirar lo más calmado posible.
—Probablemente estudiemos toda la tarde, ¿no te molesta? —escucho a Edward preguntarme.
—No —saco mi carpeta— Por mí está bien.
Tiene que estar loco. Sí, eso es. Además de raro, está loco. ¿Cómo no va a molestarme? Cuando siento que mi corazón comienza a latir más rápido, sujeto unos mechones de mi coleta. Retuerzo el cabello entre mis dedos mientras que, con la mano libre, abro uno de los libros de Historia. Tengo que calmarme o se darán cuenta de que realmente sí me afecta tenerlas en la misma habitación que yo. Creo que cualquiera lo notaría.
—Bien, esperen un momento, chicas —dice Edward.
Lo siguiente que escucho es una puerta cerrarse. Me quedo tranquila, hasta que me doy cuenta que no ha entrado al baño porque la puerta del mismo sigue medio abierta. Edward se ha ido de la habitación, dejándome con dos chicas que me detestan. Mi día se pone mejor.
Mis dedos se afincan más en mi cabello y dejo de pasar hojas del libro de historia. Pienso en qué hacer. No puedo irme al baño, porque tendría que encerrarme y quedarme sin hacer nada en un espacio cerrado no es bueno para mí. Mi otra opción es el closet.
Sin meditarlo más, me levanto y me encamino hasta el closet de dos puertas. El espacio es pequeño, pero como las puertas están abiertas, no importa. Puedo hacer de cuenta que estoy buscando unas prendas muy difíciles de encontrar hasta que Edward regrese. Espero que no tarde mucho.
Suelto un suspiro y comienzo a buscar mi suéter del señor de los anillos. No lo he visto en hace mucho tiempo. Pongo una mano en el marco de la puerta para alzarme y ver entre un grupo de suéteres de Edward. El muy idiota siempre termina ligando nuestra ropa, a pesar de que le he dicho que organice todo de un solo lado. Es un desastre.
—Oye, Olivia —escucho a Savahtine llamarme.
—¿Aja?
—¿Qué es eso? —pregunta Ciara.
Muevo la mano del marco y me giro para ver a qué se refiere, pero cuando lo hago, las puertas se cierran de repente y me tengo que echar hacia detrás para que no me choquen el rostro. Caigo contra las ropas colgadas y encima de los diversos converse de Edward. Suelto una maldición y escucho las risotadas exageradas y enérgicas de Ciara y Savahtine desde el otro lado del closet.
Ahí es cuando caigo en lo que han hecho.
Abro los ojos y me levanto del suelo tan rápido como puedo. El closet está totalmente oscuro, pues el interruptor de la luz se encuentra fuera. Sin embargo, ese es el menor de mis problemas. Me acerco hasta la puerta para empujarla, pero no se abre. Mis ojos se abren más y comienzo a respirar agitadamente.
—Chicas, abran la puerta —digo con voz rota.
—Eso fue demasiado fácil —dice Savahtine, entre carcajadas.
—¿Por qué siempre caen? —agrega Ciara, en el mismo estado.
Ni siquiera me importa que se estén riendo. Necesito salir de aquí. Vuelvo a intentar abrir la puerta, pero no pasa nada. Parece que mi poca fuerza se ha disminuido mil veces más por debajo de cero. En vez de respirar con rapidez, ahora también estoy jadeando, como si hubiese corrido en un maratón. Mis palpitaciones aumentan cada vez más y siento que el oxígeno se está acabando dentro de estás diminutas cuatro paredes. ¿Para qué hacen los closets tan pequeños? ¿Por qué los hacen con puertas?
—Chicas —golpeo la puerta varias veces— Ya sáquenme, no es divertido —suplico.
Recibo más risas como respuesta. Eso solo hace que golpee la puerta de nuevo. Mis manos comienzan a sudar y las restriego contra mis pantalones jeans. De pronto, siento la sensación de estar sudorosa por todo el cuerpo y resisto el impulso de sacarme toda la ropa en ese momento. Tengo que salir de aquí.
De haber sabido que se vengarían haciendo esto, le lavo le uniforme a Ciara o le compro uno nuevo.
—¿Qué pasa, le tienes miedo a la oscuridad? —se carcajea Savahtine.
—Te dejaremos salir…—Ciara hace una pausa y por un momento, dejo de respirar del todo— Con una condición. Responde esta pregunta.
Ella deja la condición en el aire, pero no estoy para responder su jueguito. Ni siquiera puedo concentrarme bien en tratar de respirar normalmente. El aire de este confinado espacio parece estar escapándose por un orificio invisible. Me llevo una mano a la garganta cuando siento que el aire se va de repente y tengo que tomar una gran y sonora bocanada. Me voy a volver loca.
—Sólo déjenme salir —mi voz suena apresurada, suplicante y creo que voy a llorar.
—Sí, sí, responde —comenta Ciara— ¿Por qué Edward nos pidió que dejemos de molestarte tanto?
Oigo la pregunta, pero no las escucho. Ya he llegado al límite de mi poco auto-control. Mis rodillas flaquean y caigo sentada en el suelo del closet. Me hecho hacia atrás hasta chocar con la pared junto a la puerta y me abrazo las piernas. Estoy tratando de recordar los ejercicios de respiración que me enseñaron, pero es tan difícil. Todo parece dar vueltas y creo que la pared del frente está más cerca de mí que antes.
Escucho un sollozo y segundos después me doy cuenta de que soy yo. Ya no escucho más las preguntas sin sentido de Ciara ni las risotadas de Savahtine. Solo escucho como lloriqueo y respiro con chillidos y mucho más rápido que antes. No quiero morirme y si dejo de respirar voy a morirme. ¿Por qué no me dejan salir y ya está? Abrazo más mis piernas.
De repente, un temblor me sacude el cuerpo. La garganta se me cierra y abro los ojos a más no poder, junto con la boca, en busca de aire. Parpadeo mucho más rápido de lo normal y lucho conmigo misma para poder inhalar, pero no hay nada que inhalar. El pensamiento de que me voy a morir me golpea tan fuerte que siento ganas de vomitar.
En ese momento, escucho un estruendo lejano, gritos que no distingo qué dicen y lo siguiente que noto es una luz a mi derecha. Las puertas del closet se abren y de reojo observo una cabeza mirar hacia todos lados con velocidad. De pronto, tengo la cara de Edward frente a mí, quien me sujeta por los hombros. Tiene el ceño fruncido y los ojos bien abiertos.
—¿Olivia? ¿Olivia, me escuchas? —pregunta apresurado.
Asiento como puedo.
—No…puedo…respirar —murmuro desesperada— Aire. Me voy a morir.
—No, no, estás bien —me dice con firmeza— Estás bien.
Continúa repitiendo eso al mismo tiempo que baja sus manos a mis antebrazos y me jala para incorporarme. Siento las piernas de gelatina, así que dejo que prácticamente me arrastre hacia afuera. Donde hay luz y una corriente de oxigeno me golpea. A los pocos segundos, tengo los ojos de Edward frente a mi otra vez.
—Respira conmigo, ¿de acuerdo?
Entonces, comienza a inhalar y exhalar a paso lento, tomándose su tiempo para cada bocanada y cada suspiro. Trato de imitarlo y abro mi boca para dejar salir y entrar oxígeno a mis pulmones, pero no es sencillo. Mis primeras respiraciones son erráticas, hostigadas y descontroladas. Cierro los dedos y vuelvo mis manos puños, extendidos a mis costados. Edward desliza sus manos de mis hombros hasta mis muñecas, sin separar sus ojos de los míos ni aumentar o disminuir el ritmo de sus respiraciones. Lágrimas silenciosas persisten en mojar mis mejillas.
—Mierda —masculla Savahtine, pero no sé dónde se encuentra.
—Respira conmigo, vamos —dice Edward.
Es una orden, pero su tono de voz no suena como si fuera una orden. Suena más como si estuviera consolándome. Continúo respirando como si acabara de correr por mi vida. No puedo hablar; tengo miedo de que, si me pongo a contestarle, voy a terminar peor que antes. Me concentro en tratar de imitar la ligereza con la que se encuentra respirando.
—Yo no sabía…no sabía que era claustrofóbica —escucho la voz de Ciara en algún lugar de la habitación, pero no la veo.
La verdad, es que tampoco retiro mis ojos de los de Edward. Solo veo el verde esmeralda de sus iris y siento sus dedos afincados en mis muñecas, con la solidez suficiente para indicarme que no me va a dejar caer en el caos de hace unos segundos. Gradualmente, mis hombros y mis piernas dejan de estar tiesas y mi estómago ha parado de revolcarse en mis interiores. Mi respiración logra ir al compás de la de Edward. Mis latidos ya no se escuchan en mi cabeza o en mi garganta y me doy cuenta de que Ciara y Savahtine me observan desde detrás de Edward.
Solo me he percatado de ellas por la visión periférica, porque no me atrevo a quitar los ojos del muchacho que tengo en frente de mí. Ni siquiera hago un esfuerzo para que suelte mis muñecas; en cambio, él pasa de éstas a mis puños. Con suavidad, presiona mis nudillos para que afloje los dedos y los atrapa entre los suyos. Ha dejado de respirar con señas exageradas; sin embargo, continúa respirando con la misma lentitud. No deja de hacerlo hasta que me encuentro totalmente despejada.
—¿Mejor? —pregunta.
Asiento torpemente con la cabeza.
—Gracias —susurro.
Entonces, caigo en cuenta de lo que ha pasado. Que ellos tres acaban de presenciar uno de mis horrendos ataques de pánico. Que me han visto perder el control de la manera más patética y humillante que existe. Que los tres no dejan de observarme fijamente. Sin analizarlo, me suelto de las manos de Edward y hago amague de largarme corriendo de la habitación. Edward es más rápido y aprieta su agarre en mis dedos. ¿Acaso está loco?
Lo miro con una súplica silenciosa, todavía tengo los ojos aguados y siento las mejillas mojadas. Lo único que quiero es largarme de la habitación, pero él no me deja. Suelta una de mis manos y trato de usar eso para mí ventaja; sin embargo, su agarre en la mano restante se afirma y no soy capaz de soltarme.
De repente, se gira hacia Savahtine y Ciara, que tienen los ojos bien abiertos y no dejan de mirarme. No las miro, sino que me quedo detrás de Edward y fijo la vista en la espalda de su camiseta de ACDC.
—Me pueden decir —masculla él— ¿En qué diablos estaban pensando?
No está gritando, pero su tono de voz posee tanta fuerza que casi parece que grita. De reojo, miro como su ceño está fruncido y los ojos le brillan de ira.
—¡No nos mires así! —chilla Ciara— En serio no sabíamos que ella era claustrofóbica, porque-
—Sí, sí, no lo sabían —le cortó Edward, chasqueando la lengua— Por eso mismo es que tienen que dejar de joder a las personas porque sí —hace un ademán con su mano libre— ¿Y si no hubiera llegado? ¿Qué pasaría, eh? ¿Se habrían dado cuenta con ella inconsciente en el piso del closet?
Con cada pregunta, su voz sube de tono de voz y el rostro se le enrojece. En serio está enojado. Al parecer, eso sorprende a las chicas tanto como me sorprende a mí. La situación se está tornando peor de lo que me imaginé. Realmente no quiero que se pelee con ellas por mí culpa.
—¿No piensan responder? —masculla Edward y entrecierra los ojos.
—No es como si quisiéramos causarle un ataque a propósito, Ed —replica Savahtine y se rasca cuello— Fue un accidente.
Veo las intenciones de Edward antes de que alguna palabra salga de su boca. Su quijada se tensa y afloja varias veces y nunca relaja su rostro. No obstante, cuando se dispone a hablar, lo jalo hacia detrás con firmeza.
—¿Qué, Olivia? —sisea.
—Es verdad —carraspeo— Así que-
—¿Estás defendiéndolas? —me mira como si no me creyera.
—No —me rasco la muñeca. ¿Eso hago? — Solo que tienen razón en eso y, eh, no quiero que peleen…
Bajo la mirada a mis manos y él parece percatarse de que aún no estoy del todo calmada. Siento mi cuerpo repentinamente cansado, probablemente el bajón después de soltar tanta energía de golpe. Lo último que quiero es que Edward se ponga a gritar como loco.
Él suela un bufido y luego suspira. Se vuelve hacia las chicas y les dice que la tutoría de hoy no se dará. Me quedo de pie, sin moverme y sin decir nada incluso después de que las dos se van y Edward cierra la puerta.
Todavía no puedo creer que he dejado que me vean con un ataque de pánico. No es como si lo controlara. Si pudiera hacerlo, mi vida sería mucho más fácil. Aun así, el sabor amargo de que han presenciado la parte más humillante de mí, se queda atascado en mi garganta.
Edward avanza hacia mí y me toma del brazo, jalándome hasta que me siento en el suelo y él en la cama detrás de mí.
—¿Qué haces? —volteo la cara.
Intento ponerme de pie, pero sus manos empujan mis hombros y me veo obligada a quedarme sentada. Después suben hasta mi rostro y lo giran para que mire al frente.
—Estate quieta, ¿quieres? —masculla.
Sin ánimos de discutir, aunque esté haciendo cosas raras —lo que no es inusual—, me quedo tranquila, sentada con las piernas cruzadas y la espalda apoyada en el borde de la cama. Momentos después siento como Edward afloja mi cola de caballo, hasta sacarme la goma y dejar mi cabello suelto. Luego de eso, comienza a pasarme el cepillo desde el comienzo hasta las puntas, a paso lento y sin hacer fuerza en los puntos enredados.
Inevitablemente, siento como mis ojos se entrecierran y mis hombros se relajan al sentir el leve masaje en mi cuero cabelludo.
—¿Qué haces? —pregunto.
La pregunta correcta en realidad no es esa, pero es lo único que sale de mis labios. Antes de responder, se aclara la garganta y parece meditarlo.
—He visto cómo te peinas por ratos cuando estás estresada —dice al final.
Alzo las cejas y no sé qué pensar.
—Oh.
Edward se queda callado y resume su actividad. Yo, en cambio, hago algo desacostumbrado: me relajo por completo, dejo mis brazos reposar encima de mis piernas y disfruto del silencio y de Edward peinando mi cabello. Antes de darme cuenta, me estoy durmiendo con la cabeza apoyada en su rodilla.
hange.
Re: A Match Made In a University | 1D
asi dices en todas Yo tambien tengo que comentar. Pero comento o escribo. asi que :(
Ariel.
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Re: A Match Made In a University | 1D
Última edición por Ariel. el Lun 17 Abr 2017, 8:44 am, editado 1 vez
Ariel.
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