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The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D

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The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Empty ESTOY DE REGRESO.

Mensaje por anne_mir Lun 08 Jul 2013, 10:06 am

El viernes a eso de las 11 p.m me empecé a sentir terriblemente mal pero decidí ignorarlo, creí que durmiendo se me pasaría (al final no pude ni siquiera dormir) así que el sábado en la mañana corrí a vomitar después de sentir un dolor horrible en el vientre. Y pues bueno... lo demás es historia.
Quería comentarles que cometí un terrible error en el prólogo. Puse Mark,y no, no es Mark, es Troy.
Lamento eso, lo corregiré.
Les mando un abrazo a todas. 
Gracias por sus buenos deseos y por su preocupación.
:hug:
anne_mir
anne_mir


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The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Empty Re: The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D

Mensaje por •Luciana•unicornia• Lun 08 Jul 2013, 10:25 am

Aaa pero ya estas bien?
Qe te paso?
•Luciana•unicornia•
•Luciana•unicornia•


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The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Empty Re: The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D

Mensaje por anne_mir Lun 08 Jul 2013, 1:01 pm

•Luciana•unicornia• escribió:Aaa pero ya estas bien?
Qe te paso?

Pues decir "bien" sería exagerar, sigo con mucho dolor a ratos pero sólo es cuestión de cuidarme unos días supongo.
Padezco de colitis crónica. Creo que ingerí algún alimento que no debía (no sabría decirte qué fue exactamente) y pues me puse muy mal.
Gracias por preguntar.
Un abrazo. :hug:
anne_mir
anne_mir


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The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Empty Capítulo 2

Mensaje por anne_mir Lun 08 Jul 2013, 1:04 pm

Anne: Aquí les dejo una foto del Louis de la historia (es el actual, el que vemos en el TMH; vestido de negro y con el cabello revuelto)



The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Hwob







Mark.
 
Mark Tomlinson tocaba el piano con una emoción desmedida, anticipando la llegada de sus hijos en cualquier minuto.
El piano estaba en una salita a un lado del pequeño comedor del tosco bungaló de la playa, un lugar que se había convertido en su hogar. A su espalda habían varios objetos que esbozaban su pasado. No era mucho. Aparte del piano, Jay había sido capaz de amontonar todas sus pertenencias en una sola caja, y él había necesitado menos de media hora para colocarlo todo en su sitio. Tenía una instantánea de cuando era joven junto a su padre y su madre, y otra en la que aparecía también muy joven, tocando el piano. Ambas fotos estaban colgadas entre dos títulos universitarios que poseía, uno expedido por la Universidad de Chapell Hill y el otro por la Universidad de Boston. Debajo había un certificado de reconocimiento de la Academia Juilliard por su labor como profesor durante quince años. Cerca de la ventana destacaban tres carteles enmarcados como propaganda de sus actuaciones durante una gira. Lo más importante, sin embargo, era la media docena de fotografías de Charlotte y Louis, algunas clavadas con chinchetas en la pared o enmarcadas y otras expuestas sobre el piano. Cada vez que las miraba no podía evitar lamentarse de que, a pesar de sus buenas intenciones, nada hubiera salido como esperaba.
Los últimos rayos del sol de la tarde se filtraban a través de las ventanas y conferían al interior de la vivienda un ambiente sofocante. Podía notar las gotitas de sudor que se le formaban en la frente. Gracias a Dios, los pinchazos en el vientre ya no eran tan intensos como por la mañana, pero llevaba cuatro días con los nervios a flor de piel, y sabía que el dolor volvería. Su punto débil siempre había sido el estómago. Cuando tenía veinte años, tuvo una úlcera y lo hospitalizaron por diverticulitis; a los treinta años lo operaron de apendicitis aguda, cuando Jay estaba embarazada de Charlotte. Ingería fármacos antiácidos como si fueran caramelos, llevaba años enganchado al Nexium, y a pesar de que sabía que probablemente podría llevar una dieta más saludable y realizar más ejercicio físico, no albergaba ninguna esperanza de que eso lo ayudara. Sus problemas estomacales eran genéticos.
La muerte de su padre seis años antes le había cambiado la vida. Desde el funeral se había visto sumido en un estado de absoluta inestabilidad, como si esperase a que sucediera algo. En cierta manera, eso era lo que suponía que le pasaba. Cinco años antes, había abandonado su puesto de trabajo en la Academia Juilliard; un año después, había decidido intentar ganarse la vida como concertista de piano. Hacía tres años que él y Jay habían acordado divorciarse; menos de doce meses después, empezaron a cancelar las actuaciones de sus giras hasta que al final se quedó sin trabajo. El año anterior se había instalado nuevamente en aquella localidad, el pueblo que lo había visto crecer, un lugar que pensaba que jamás volvería a pisar. Y ahora estaba a punto de pasar el verano con sus hijos, y aunque intentaba imaginar lo que el otoño le depararía después de que Louis y Charlotte regresaran a Nueva York, sólo tenía la certeza de que las hojas de los arboles adoptarían un tono amarillento antes de tornarse rojas y que por las mañanas le costaría respirar, como de costumbre, por el cambio de temperatura. Hacía mucho tiempo que ya no intentaba predecir el futuro.
El futuro no le quitaba el sueño. Sabía que las predicciones carecían de sentido; además, si ni siquiera atinaba a comprender el pasado… en aquella época, la única certeza absoluta que tenía era que él era un tipo ordinario en un mundo que adoraba lo extraordinario, y esa aseveración le provocaba una vaga sensación de desencanto por la vida que había llevado. Pero ¿Qué podía hacer? A diferencia de Jay, más extrovertida y sociable, él siempre había sido más retraído y uno más del montón. A pesar de que despuntaba por cierto talento como músico y compositor, sabía que le faltaba el carisma y el don de emocionar a la audiencia, o aquello que fuera necesario para que un concertista supiera meterse al público en el bolsillo. A veces incluso admitía que su paso por el mundo era más como observador que como partícipe; en momentos de dolorosa honestidad, asumía que había fracasado en todo lo que era importante. Tenía cuarenta y ocho años. Su matrimonio no había funcionado, su hijo no quería verlo y su hija estaba creciendo lejos de él. Sabía que no podía culpar a nadie más que a sí mismo, y lo que más ansiaba en aquellos momentos era averiguar si todavía era posible que un tipo como él pudiera experimentar la presencia de Dios.
Diez años antes, jamás se habría imaginado cuestionándose tal cosa. Ni siquiera dos años antes. Pero a veces pensaba que la madurez lo había conducido inevitablemente hasta aquel punto más reflexivo. A pesar de que, desde hacía tiempo suponía que la respuesta radicaba de algún modo en la música que componía, últimamente sospechaba que se había equivocado. Cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que, para él, la música había sido siempre algo separado de la realidad, y no una forma de experimentarla profundamente. Podía sentir pasión y catarsis con las piezas de Tchaikovsky, o una sensación de plenitud al escribir sus propias sonatas, pero ahora sabía que encerrarse en la música tenía menos que ver con Dios que con un deseo egoísta de hallar una vía de escape.
Ahora creía que la respuesta correcta yacía en algún punto del amor que sentía por sus hijos, en el dolor que experimentaba cuando se despertaba en aquella casa silenciosa y se daba cuenta de que no estaban a su lado. Pero incluso en esos momentos tenía la certeza de que había algo más.
Y en cierta manera, esperaba que sus hijos lo ayudaran a encontrarlo.
Unos minutos más tarde, Mark vio atravez de la ventana que el sol se reflejaba en el parabrisas de una camioneta. Él y Jay la habían comprado hacía años para realizar salidas y excursiones familiares los fines de semana. Súbitamente se preguntó si Jay se habría acordado de cambiar el aceite antes de iniciar aquel viaje tan largo, o incluso desde que él se marchó. “Probablemente no”, decidió finalmente. Jay nunca se había ocupado de esas cuestiones; siempre era él quien se encargaba de revisar el estado del coche.
Pero, ahora, esa parte de su vida había quedado atrás.
Se levantó del asiento;  cuando llegó al porche, Charlotte ya había saltado del coche y se dirigía corriendo hacia él. Llevaba el pelo alborotado, las gafas torcidas; sus piernas y brazos eran tan delgados como los palos de una escoba. Mark notó un nudo en la garganta, y de nuevo pensó en todo lo que se había perdido durante los últimos tres años.
 
-          ¡Papá!
-          ¡Lottie! – exclamó Mark al tiempo que avanzaba hacia ella a grandes pasos.
 
Cuando Charlotte saltó en sus brazos, le costó mucho no desmoronarse de la emoción.
 
-          ¡Cómo has crecido! – se sorprendió.
-          ¡En cambio tú estás más bajo! ¡Y mucho más delgado! – dijo la niña.
 
Mark estrechó a su hija con fuerza entre sus brazos antes de soltarla.
 
-          Me alegro de que hayas llegado.
-          Yo también. Mamá y Louis se han pasado todo el viaje discutiendo.
-          Vaya, pues eso no está bien.
-          No pasa nada. No les he hecho caso. Excepto cuando me daban ganas de molestar un poco, ya sabes, para provocarlos.
-          Ah – respondió Mark.
 
Charlotte se llevó un dedo hasta el puente de los lentes para ponerlos en su sitio.
 
-          ¿Por qué mamá no nos ha dejado venir en avión?
-          ¿Se lo has preguntado?
-          No
-          Quizá deberías hacerlo.
-          ¡Bah! Tampoco importa; sólo es que tenía curiosidad.
 
Mark sonrió. Había olvidado lo parlanchina que podía ser su hija cuando se lo proponía.
 
-          ¡Vaya! ¿Ésta es tu casa?
-          Si.
-          ¡Es increíble!
 
Mark se preguntó si Charlotte hablaba en serio. Aquella pequeña construcción rústica y tosca no tenía nada de increíble; probablemente era la edificación más destartalada de toda la playa. Además, estaba “encerrada” entre dos casas espectaculares que habían erigido en los últimos diez años, con lo cual aún parecía más diminuta. Con la pintura deslucida, el tejado viejo y la madera del porche medio podrida, a Mark no le sorprendería  en absoluto que durante la próxima tormenta de moderada intensidad, el bungaló saliera volando por los aires, cosa que, seguramente, no les haría ni pizca de gracia a sus vecinos. Desde que se había mudado, ningún miembro de las dos familias le había dirigido la palabra.
 
-          ¿De verdad lo crees? – se interesó.
-          ¡Claro! ¡Está justo en medio de la playa! ¿Qué más se puede pedir? – Charlotte caminó hacia el océano -. ¿Puedo mirar un poco?
-          Claro. Pero ten cuidado. Y no te alejes demasiado.
-          De acuerdo.
 
Mark observó como Charlotte se alejaba corriendo. Al darse vuelta vio que Jay se acercaba. Louis también había bajado del coche, aunque no parecía mostrar ninguna disposición de acercarse.
 
-          Hola, Jay – la saludó.
-          ¿Qué tal, Mark? – se inclinó para darle un abrazo rápido -. ¿Todo bien? Estás más delgado.
-          Estoy bien.
 
Detrás de ella, Mark se fijó en Louis, que lentamente se encaminaba hacia ellos. Se sorprendió al ver cómo había cambiado desde la última foto que su ex mujer le había enviado por correo electrónico. Qué lejos quedaba del pequeño caballero que recordaba;  en su lugar había ahora un adolescente con el cabello un poco largo y alborotado que lo hacían parecer completamente rebelde y desinteresado, y vestía con ropa oscura de los pies a la cabeza. A pesar de los signos obvios de rebelión adolescente, pensó de nuevo en lo mucho que se parecía a su madre. Eso era bueno. También pensó que Jay estaba tan guapa como siempre.
 
-          Hola, Lou. Me alegro mucho de verte.
 
Louis no contestó;  su madre lo miró con el ceño fruncido.
 
-          No seas grosero. Tu padre te está hablando. Di algo.
 
Louis se cruzó de brazos.
 
-          Muy bien. ¿Qué te parece esto? No pienso tocar el piano para ti.
-          ¡Louis! – Mark pudo oír la exasperación en el tono de Jay.
-          ¿Qué? – el chico alzó la cabeza en forma de amenaza -. Pensé que era mejor dejar las cosas claras desde el principio.
 
Antes de que Jay pudiera responder, Mark sacudió la cabeza. Lo último que deseaba era una discusión.
 
-          Tranquila, Jay, no pasa nada.
-          Si, mamá, no pasa “nada” – dijo Louis, a la defensiva -. Necesito estirar un poco las piernas. Me voy a dar una vuelta.
 
Mientras se alejaba con porte insolente, Mark se dio cuenta de que su ex mujer se debatía entre el impulso de llamarlo para que regresara o no dejarlo marchar. Al final, sin embargo, no dijo nada.
 
-          Un viaje duro, ¿eh? – intervino él, intentando calmar las aguas.
-          Ni te lo imaginas.
 
Mark sonrió, pensando que por tan solo un instante era fácil imaginar que todavía seguían casados, formando un equipo, todavía enamorados.
Salvo que, por supuesto, no lo estaban.
Tras descargar las maletas, Mark se dirigió a la cocina, donde dio unos golpecitos al viejo refrigerador para que saltaran unos cubitos de hielo dentro de unos vasos que ya estaban en el bungaló cuando él lo ocupó.
A su espalda, oyó que Jay entraba a la cocina. Tomó una jarra de té dulce frío, lo vertió en ambos vasos y le pasó uno a su ex mujer. Fuera, Charlotte se dedicaba alternativamente a atrapar y evitar ser atrapada por las olas mientras las gaviotas sobrevolaban la orilla.
 
-          Parece que Charlotte se está divirtiendo.
 
Ella avanzó un paso hacia la ventana.
 
-          Lleva varias semanas nerviosa, soñando con este viaje. – Jay titubeó antes de continuar –. Te echa de menos.
-          Yo también a ella.
-          Lo sé – suspiró ella. Tomó un sorbo de té antes de darle un vistazo a la cocina -. Así que… aquí es donde vives, ¿eh? Tiene… carácter.
-          Por carácter entiendo que te has fijado en las goteras del techo y en la falta de aire acondicionado.
Jay esbozó una leve sonrisa, incómoda.
 
-          Sé que no es mucho. Pero es tranquilo y puedo ver como sale el sol.
-          ¿Y la iglesia te deja estar aquí sin pagar nada?
 
Mark asintió.
 
-          La casa pertenecía a Carson Johnson, un artista de la localidad; cuando falleció, la donó a la iglesia. El reverendo Harris deja que me quede hasta que necesiten el terreno.
-          ¿Y qué tal es eso de vivir en tu pueblo natal? Quiero decir, tus padres vivían muy cerca, ¿no? ¿A unas tres cuadras de aquí?
 
“A siete, pare ser más precisos”, pensó él, aunque lo único que dijo mientras se encogía de hombros fue:
 
-          No está mal.
-          Ahora hay mucha más gente. Ha cambiado mucho desde la última vez que estuve aquí.
-          Todo cambia – apuntó él. Se apoyó en la encimera y cruzó una pierna encima de la otra -. ¿Y cuándo es el gran día? – preguntó, cambiando de tema -. Me refiero a ti y a Troy.
-          Mark…
-          No pasa nada – la interrumpió, alzando la mano -. Me alegro de que hayas rehecho tu vida.
 
Jay se lo quedó mirando fijamente, como si se preguntara si era mejor aceptar sus palabras sin más o ahondar en el peligroso territorio sentimental.
 
-          A Charlotte parece que le agrada, pero es que a Lottie le agrada todo el mundo.
-          ¿Y Louis?
-          Se porta con él del mismo modo que se porta contigo.
 
Mark soltó una carcajada sin reparar en la cara de preocupación de Jay.
 
-          ¿Cómo está?
-          ¡Uf! No lo sé – suspiró ella -. Creo que no muy bien. Está atravesando una fase muy… confusa; se debate entre rachas de melancolía y molestia. No respeta la hora de volver a casa por las noches, y la mitad de las veces sólo consigo sacarle un “me da igual” cuando intento hablar con él. Intento aceptar que su actitud es la propia de su edad, porque aun recuerdo lo que yo sentía en la adolescencia, pero… - sacudió la cabeza con tristeza -. ¿Te has fijado en la forma en que viste? ¿Y su pelo?
-          Si
-          ¿Y?
-          Podría ser peor.
 
Jay abrió la boca para decir algo, pero cuando no se le ocurrió nada, supo que Mark tenía razón. Fuera cual fuese la fase que su hijo estaba atravesando, y a pesar de los temores de Jay, Louis seguía siendo Louis.
 
-          Supongo que sí – cedió ella, antes de volver a sacudir la cabeza -. Ya sé que tienes razón. Pero es que últimamente resulta extremadamente difícil convivir con él. Algunas veces es el mismo chico dulce de siempre. Como con Charlotte. A pesar de que pelean como el perro y el gato, todavía la lleva al parque cada fin de semana. Y cuando Lottie tuvo problemas con las matemáticas, él le dio clases cada noche, lo cual no deja de ser curioso, teniendo en cuenta que este año Louis ha reprobado casi todas las materias. Y no te lo ha dicho, pero lo obligué a presentarse de nuevo a la convocatoria de febrero. No contestó ni una sola pregunta en los exámenes. ¿Sabes lo mal estudiante que hay que ser para no contestar ni una sola pregunta?
 
Cuando Mark volvió a reír, Jay frunció el ceño.
 
-          No tiene gracia.
-          En cierta manera sí.
-          Claro, tú no has tenido que lidiar con él durante estos tres últimos años.
 
Él dejó de reír y bajó la cabeza.
 
-          Tienes razón. Lo siento. – Tomó nuevamente el vaso -. ¿Qué dijo el juez sobre el pequeño robo en la tienda?
-          Ya te lo conté por teléfono – respondió ella con expresión resignada -: si Louis no se mete en ningún lio más, lo borrarán de su expediente. Pero si se vuelve a repetir… - no pudo acabar la frase.
-          Estás muy preocupada por eso, ¿verdad? – dedujo él.
 
Jay le dio la espalda.
 
-          Es que no es la primera vez, y ese es el problema – confesó, angustiada -. Louis admitió que había robado la pulsera el año pasado, pero, según él, esta vez estaba comprando un par de cosas en la tienda y no podía sostenerlas todas en las manos, así que por eso metió aquel objeto en su bolsillo. Pagó las otras cosas. Si ves el video de seguridad de la tienda, parece como si realmente fuera un descuido sin ninguna mala intención, pero…
-          Pero no estás segura.
 
Cuando Jay no contestó, Mark sacudió la cabeza.
 
-          No te preocupes. No aparecerá en la lista de “los delincuentes más buscados del país”. Cometió un error. Siempre ha tenido buen corazón.
-          Eso no significa que ahora nos esté diciendo la verdad.
-          Y tampoco significa que esté mintiendo.
-          ¿Le crees? – su expresión denotaba una mezcla de esperanza y escepticismo.
 
Mark se debatió entre sus sentimientos al respecto, como había hecho una docena de veces desde que Jay se lo contó por primera vez.
 
-          Si – concluyó -. Le creo.
-          ¿Por qué?
-          Porque es buen chico.
-          ¿Cómo lo sabes? – preguntó ella. Por primera vez, parecía enojada -. La última vez que pasaste tiempo con él, Louis tenía quince años.- volvió a darle la espalda; cruzó los brazos y clavó la vista en la ventana. Cuando volvió a hablar, su voz había adoptado un tono más molesto -: podrías haber vuelto, lo sabes perfectamente. Podrías haber vuelto a dar clases en Nueva York. No tenías que viajar por todo el país, ni quedarte a vivir aquí… Podrías haber continuado formando parte de sus vidas.
 
Sus palabras eran punzantes, y Mark sabía que ella tenía razón. Pero no había sido tan sencillo, por razones que ambos comprendían, a pesar de que ninguno de los dos quería reconocerlo.
El incómodo silencio se rompió cuando Mark finalmente carraspeó.
 
-          Lo único que intento decir es que Louis sabe distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. A pesar de que esté intentando reafirmar su independencia, sigo creyendo que es la misma persona que ha sido siempre. En los aspectos fundamentales, Louis no ha cambiado.
 
Antes de que Jay pudiera pensar en cómo o en si podía rebatir aquel alegato, Charlotte entró atolondradamente por la puerta, con las mejillas encendidas.
 
-          ¡Papá! ¡Encontré un taller genial! ¡Ven! ¡Quiero que me lo enseñes!
 
Jay levantó una ceja.
 
-          Sí. Está en la parte trasera – explicó Mark -. ¿Así que quieres verlo?
-          ¡Ya verás, mamá, es increíble!
 
Jay miró a Mark y luego a Charlotte; después, nuevamente a su ex marido.
 
-          No, gracias – respondió -. Me suena a una actividad más propia de padre e hija. Y además, creo que será mejor que me ponga en camino.
-          ¿Ya te vas? – preguntó Charlotte.
 
Mark sabía lo doloroso que aquella separación le iba a resultar a su ex mujer, así que contestó por ella.
 
-          A tu madre todavía le quedan muchas horas en la carretera. Y además, esta noche había pensado llevarlos a la feria. ¿Te parece bien que dejemos lo del taller para más tarde?
 
Mark vio que los hombros de su hija se hundían casi imperceptiblemente.
 
-          De acuerdo – respondió Charlotte.
 
Después de que la chica se despidiera de su madre (sin Louis a la vista y, según Jay, probablemente aún tardaría bastante en regresar), se metieron en el taller, una especie de cobertizo con techo de hojalata y que formaba parte de la propiedad.
Durante los últimos tres meses, Mark había pasado la mayor parte de las tardes allí encerrado, rodeado de un montón de chatarra y pequeños fragmentos de cristal de distintos colores que ahora Charlotte se estaba dedicando a inspeccionar. El centro del taller lo ocupaba una larga mesa de trabajo con un vitral recién empezado, pero Charlotte parecía más interesada en las extrañas muestras de taxidermia que se exhibían en las estanterías, la especialidad del anterior dueño de la casa. Era imposible no inmutarse ante el engendro con medio cuerpo de ardilla y la otra mitad de pez, o ante la cabeza de comadreja empalada en el cuerpo de un gallo.
 
-          ¿Qué es todo esto? – preguntó Charlotte, desconcertada.
-          Supongo que se podría definir como arte.
-          Pensé que el arte eran pinturas y cosas parecidas.
-          Así es. Pero a veces el arte también puede adoptar otras formas.
 
Charlotte arrugó la nariz, sin apartar la vista del bicho mitad conejo mitad serpiente.
 
-          Pues a mí no me parece arte.
 
Cuando Mark sonrió, Charlotte señaló el vitral que reposaba sobre la mesa de trabajo.
 
-          ¿Y qué es esto? – quiso saber.
-          Es mi obra. Estoy montando una vidriera de colores para la iglesia que hay un poco más abajo, en esta misma calle. El año pasado se quemó, y la vidriera original quedó destruida en el incendio.
-          No sabía que supieras hacer vidrieras.
-          Lo creas o no, el artista que antes vivía en esta casa me enseñó a hacerlo.
-          ¿El tipo que disecó todos estos bichos?
-          Así es.
-          ¿Lo conocías?
 
Mark se acercó a su hija.
 
-          De pequeño solía venir aquí cuando se suponía que tenía que estar en clase de religión. El realizaba las vidrieras para la mayoría de las iglesias que hay por aquí cerca. ¿Ves esa foto en la pared? – Mark señaló hacia una pequeña imagen de Jesucristo resucitado clavada con una chincheta en una de las estanterías, que con tantas cosas pasaba fácilmente desapercibida -. Espero que mi vidriera sea igual que la imagen de la foto cuando esté acabada.
-          ¡Increíble! – exclamó Charlotte.
 
Mark sonrió. Por lo visto, era la nueva palabra favorita de su hija; se preguntó cuántas veces la oiría durante el verano.
 
-          ¿Quieres ayudarme?
-          ¿Puedo?
-          Lo daba por hecho. – Mark le dio un cariñoso golpecito en el hombro -. Necesito una ayudante de confianza.
-          ¿Es difícil?
-          Yo tenía tu edad cuando empecé, así que estoy seguro de que no tendrás ningún problema en aprender.
 
Visiblemente entusiasmada, Charlotte tomó un fragmento de vidrio y lo examinó a contra luz, con una expresión solemne.
 
-          Sí, yo también creo que podré hacerlo.
 
Mark sonrió.
 
-          ¿Todavía vas a misa? – le preguntó.
-          Si. Pero no a la misma iglesia que íbamos antes contigo. Ahora vamos a la que le gusta a Troy. Y Louis no siempre viene con nosotros. Se encierra en su cuarto y se niega a salir, pero tan pronto como nos vamos, se larga a Starbucks a matar el rato con sus amigos. Mamá se pone muy furiosa.
-          Bueno, eso es normal en la adolescencia. Los hijos ponen a los padres a prueba.
 
Charlotte depositó el fragmento de cristal sobre la mesa.
 
-          Yo no lo haré. Siempre seré buena. Pero no me gusta mucho la nueva iglesia. Es muy aburrida. Así que puede que no vaya a esa iglesia.
-          Muy bien. – Mark hizo una pausa -. Me eh enterado que no piensas ir a clases de baile el próximo otoño.
-          No se me da muy bien.
-          ¿Y qué? Pero te diviertes, ¿no?
-          No cuando las otras niñas se ríen de mi.
-          ¿Se ríen de ti?
-          No pasa nada. Tampoco me molesta.
-          Ah – dijo Mark.
 
Charlotte empezó a balancearse, alternando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra, inquieta; era obvio que algo le pasaba por la cabeza.
 
-          Louis no ha leído ninguna de las cartas que le has enviado, papá. Y tampoco quiere volver a tocar el piano nunca más.
-          Lo sé – respondió Mark.
-          Mamá dice que es porque tiene el SMP.
 
Mark casi se atragantó de la risa, pero intentó recuperar la compostura tan rápido como pudo.
 
-          ¿Sabes exactamente lo que eso significa?
 
Charlotte se llevó el dedo índice al puente de las gafas para colocárselas bien.
 
-          Ya no soy tan pequeña, papá. Significa que tiene el Síndrome de Molestia Perpetua.
 
Mark se echó a reír al mismo tiempo que con una mano le revolvía el pelo a su hija en un gesto cariñoso.
 
-          ¿Qué te parece si vamos a buscar a tu hermano? Creo que ha ido hacia la feria.
-          ¿Nos subiremos a la noria?
-          Por supuesto.
-          Increíble.
anne_mir
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Mensaje por •Luciana•unicornia• Lun 08 Jul 2013, 2:21 pm

Aaa Louis es un malote
Pobre de su papa que feo se dee sentir estar lejos de tu familia
Ame el capítulo
Síguela ;)
•Luciana•unicornia•
•Luciana•unicornia•


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Mensaje por anne_mir Lun 08 Jul 2013, 2:35 pm

•Luciana•unicornia• escribió:Aaa Louis es un malote
Pobre de su papa que feo se dee sentir estar lejos de tu familia
Ame el capítulo
Síguela ;)

 Lou no es malo jaja sólo está atravesando una etapa difícil.
Creo que el papá es una parte muy conmovedora, ¿no? hace reflexionar sobre nuestras mismas actitudes hacia nuestros padres.
Te mando un abrazo.
Mañana sigo. :hug:
anne_mir
anne_mir


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Mensaje por MajooSancheezz Lun 08 Jul 2013, 5:06 pm

SIGUELA! :D ME ENCANTA! <3
MajooSancheezz
MajooSancheezz


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Mensaje por anne_mir Lun 08 Jul 2013, 5:46 pm

MajooSancheezz escribió:SIGUELA! :D ME ENCANTA! <3

 Mañana mismo sigo.
Te mando un enorme abrazo.:hug:
anne_mir
anne_mir


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Mensaje por Invitado Mar 09 Jul 2013, 2:19 am

Estoy algo confundida con esto de Mark y Troy. Quien es quien en este fic? JAJAJ
Porque bueno, en la vida real Mark es el padrastro y Troy el padre. Pero aca vendria a ser al revez no? o yo, para variar, entendi todo mal?
Louis tiene SMP JAJAJAJ me causo gracia eso.
Pobre Lou, su mama esta haciendo demasiado drama, es solo un adolescente.
seguila pronto por favor!

Adios ♥
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Mensaje por Dimples'sHarold Mar 09 Jul 2013, 8:16 am

Lou va de malo pero es un tierno que lo sé yo :') LOL el SMP ahahahahahahahaha
Dimples'sHarold
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Mensaje por anne_mir Mar 09 Jul 2013, 9:33 am

Debby1D escribió:Estoy algo confundida con esto de Mark y Troy. Quien es quien en este fic? JAJAJ
Porque bueno, en la vida real Mark es el padrastro y Troy el padre. Pero aca vendria a ser al revez no? o yo, para variar, entendi todo mal?
Louis tiene SMP JAJAJAJ me causo gracia eso.
Pobre Lou, su mama esta haciendo demasiado drama, es solo un adolescente.
seguila pronto por favor!

Adios ♥️

 ¿Por qué siempre tiene que haber una lectora que descubra mis movidas en las novelas?
Jajaja si, su padre Biológico es Troy y el padrastro Mark, pero aquí tuve que ponerlo al revés por la cuestión del apellido. No entendiste mal.
Jajaja igual creo que eso del SMP es gracioso y todos lo tenemos en algún momento de nuestra vida.
Las madres suelen exagerar, que no te sorprenda.
Te mando un abrazo. :hug: 
Hoy sigo.
anne_mir
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Mensaje por anne_mir Mar 09 Jul 2013, 9:36 am

Dimples'sHarold escribió:Lou va de malo pero es un tierno que lo sé yo :') LOL el SMP ahahahahahahahaha

 Jajaja lo sé.
Hoy mismo continúo. :hug:
anne_mir
anne_mir


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Mensaje por anne_mir Mar 09 Jul 2013, 3:29 pm

Anne: Avisarles que en mi galería podrán encontrar el resumen de Airport más detallado para que sepan de que trata, lo subí ayer. ¿Podrán creer que salgo de una y entro a otra? Ahora estoy resfriada The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 167695056. Les tengo una propuesta acerca del epílogo de "A primera vista..." sólo me tienen que decir si lo quieren o no para que les haga esta propuesta. Un abrazo. :hug: 




Louis.


The Last Song [Larry Stylinson] (Adaptación). Capítulo 15 Publicado :D - Página 3 Sfu





Había un montón de gente en la feria. O mejor dicho (Louis se corrigió a sí mismo), había un montón de gente en el Festival Marinero de Wrightsville Beach. Mientras compraba una limonada en uno de los puestos ambulantes, contempló los numerosos coches estacionados uno detrás de otro y que formaban una fila compacta a ambos lados de las carreteras que conducían al muelle, e incluso se fijó en varios jóvenes con espíritu emprendedor que alquilaban los estacionamientos de sus casas, situadas cerca de la fiesta.
Hasta ese momento, sin embargo, la acción dejaba mucho que desear. Había supuesto que la noria sería una atracción fija de la localidad y que en el muelle habría tiendas y bares como en el paseo marítimo de Atlantic City; en otras palabras, que sería el sitio ideal para matar las horas en verano. Pero se había equivocado. Evidentemente, no era más que una pequeña feria rural montada en la zona de estacionamiento para los coches en la punta del muelle. Las atracciones formaban parte de la feria ambulante, y en el estacionamiento habían dispuesto una fila de puestos donde se podía jugar una partida a diferentes juegos (eso si, a un precio que era un robo) y unas casetas en las que lo único que servían era bazofia grasienta. Toda la feria era bastante… patética.
Por lo visto, sin embargo, nadie más compartía su opinión. La fiesta estaba “a tope”. Viejos y jóvenes, familias enteras, grupitos de adolescentes que coqueteaban echándose miraditas…
Tomara la dirección que tomase, siempre tenía la sensación de estar luchando contra la marea de individuos que lo empujaban sin parar. Individuos empapados de sudor. Individuos gordos, que apestaban a sudor. En un momento dado, Louis quedó atrapado entre un par de ellos; entonces, inexplicablemente, la multitud se detuvo, de repente. Qué asco. Uno se estaba atragantando con un perrito caliente y el otro devoraba una barra de chocolate que previamente había visto en uno de esos puestos de comida. Arrugó la nariz. El ambiente era más que patético.
Miró un espacio despejado, se deslizó como pudo entre el amontonamiento de gente y los vendedores ambulantes y se enfiló hacia el muelle. Afortunadamente, había menos gente a medida que se alejaba hacia el muelle y dejaba atrás los puestos con productos artesanales. Nada que ansiara comprar, ¿quién diantre iba a querer un gnomo hecho íntegramente con conchas marinas? No obstante, seguro que alguien compraba esa basura; si no, los vendedores no estarían ahí.
Distraído, chocó sin querer con una mesa. Una anciana ocupaba una silla plegable detrás de él. La mujer, que llevaba una camiseta con un logo de una sociedad protectora de animales, tenía el pelo cano y una cara amable y sonriente. “La típica abuela que se pasa el día horneando galletas antes de Nochebuena”, se dijo Louis. Sobre la mesa, delante de la anciana, vio unos folletos de propaganda y una vasija para donativos junto a una enorme caja de cartón. Dentro de esta había cuatro cachorros de color gris, y uno de ellos no paraba de dar brincos sobre sus patas traseras para mirar por encima de la pared de cartón.
 
-          Hola, pequeñín – lo saludó Louis.
 
La anciana sonrió.
 
-          ¿Quieres sostenerlo? Es el más juguetón. Lo llamo Seinfeld.
 
El cachorro empezó a llorar sin parar.
 
-          No, gracias. – era lindo. Realmente lindo, a pesar de que pensara que el nombre no le quedaba nada bien. Y sí que le gustaría agarrarlo, pero sabía que, si lo hacía, después no querría volver a dejarlo en la caja. Se le iban los ojos detrás de los animales en general, especialmente de los que habían abandonado, como aquellos cachorrillos -. No les pasará nada, ¿verdad? No irá a sacrificarlos, ¿no?
-          No te preocupes – contestó la mujer -. Por eso estamos aquí, para que la gente los adopte. El año pasado encontramos familias para casi treinta animales, y estos cuatro ya están adoptados. Sólo estoy esperando a que los nuevos dueños  pasen a recogerlos de camino a casa, cuando se marchen de la feria. Pero tengo más en el cobertizo, si te interesa.
-          No, gracias, sólo quería verlos – contestó Louis, justo en el momento en que oyó una música escandalosa que procedía de la playa. Alargó el cuello, intentando descubrir de que se trataba. - ¿Qué pasa? ¿Es un concierto?
-          No, es vóley-playa. Hace horas que juegan; organizan un torneo o algo parecido. Deberías ir a verlo. Llevo todo el día oyendo gritos y aplausos, así que supongo que debe de ser interesante.
 
Louis consideró aquella posibilidad por unos instantes. ¿Por qué no? no podía ser peor que la feria. Echó un par de dólares en la vasija de donativos antes de encaminarse a los peldaños de madera que conducían a la playa.
El sol empezaba a ponerse y le daba al océano un aspecto de capa de oro líquido. En la playa, las pocas familias que quedaban se hallaban congregadas en las toallas cerca del agua, al lado de un par de castillos de arena que pronto serían barridos por la marea. Los pelícanos bajaban en picado para volver a elevarse rápidamente, en busca de cangrejos.
No necesitó mucho rato para llegar hasta el lugar de donde venía el desorden. Mientras se aproximaba despacio al borde de la pista, se fijó en que unas chicas congregadas miraban embobadas a los jugadores de la derecha. No le sorprendió en absoluto. Los chicos (¿De su edad?, ¿un poco mayores?) eran de esa clase que su amiga Eleanor solía describir como “bomboncitos”. A pesar de que ninguno de los dos fuera de su tipo, pensó que era imposible no admirar sus cuerpos esbeltos y musculosos, así como la gracia etérea con que se movían sobre la arena.
Especialmente el más alto, con el pelo castaño rizado y la pulsera de macramé en la muñeca. Sin lugar a dudas, Eleanor hubiera ido por él (siempre le atraían los más altos) del mismo modo que la rubia despampanante embutida en un bikini y situada al otro lado de la pista también iba por él; era algo obvio. Louis se fijó en ella y en su amiguita desde el principio. Ambas eran delgadas y atractivas, con unos dientes increíblemente blancos, y era evidente que estaban acostumbradas a ser el centro de atención y a que los chicos revolotearan a su alrededor. Se mantenían alejadas del resto de la multitud y animaban a los chicos con una destacada elegancia, probablemente porque de este modo podían ondear sus melenas al viento con estilo. Podían haber sido perfectamente unas edecanes publicitarias que proclamaban que no había nada de malo en admirarlas a distancia, pero sin acercarse. No las conocía de nada, pero de entrada ya no le agradaron.
Centró su atención nuevamente en el partido en el instante en que los chicos guapos anotaban otro punto. Y después otro. Y otro. No sabía cómo iba la puntuación general, pero obviamente ellos eran el mejor equipo. Y sin embargo, mientras seguía el juego con atención. Empezó a desviar la vista hacia los otros dos chicos. No fue por su manía de fijarse siempre en los más desvalidos (lo cual era cierto), sino más bien por el hecho de que la pareja ganadora le recordaba a los niños ricos que a veces conocía en las discotecas, los chicos del Upper East Side que estudiaban en el colegio privado Dalton o en el Buckley y que pensaban que eran mejores que los demás simplemente porque sus papás eran agentes de la bolsa. Había visto a suficientes especímenes de la denominada gente bien como para reconocer a uno de ellos a distancia, y se apostaba lo que fuera a que ese par constituía definitivamente parte de la gente bien de la localidad. Sus sospechas se vieron confirmadas después de marcar el siguiente punto, cuando el que formaba pareja con el muchacho de pelo rizado le guiñó el ojo a la rubia de piel bronceada, a la muñequita Barbie, cuando le tocó el turno de sacar. Obviamente, en aquel pueblo, la gente bien se conocía entre sí.
¿Por qué aquello no lo sorprendía?
De repente, perdió el interés por el partido, y se dio la vuelta para marcharse justo en el momento en que otro saque pasó por encima de la red. Apenas oyó que alguien gritaba mientras el equipo adversario devolvía el balón. Antes de que hubiera dado un par de pasos, la gente a su alrededor empezó a darse empujones y le hicieron perder el equilibrio por tan solo un instante.
Un instante que se prolongó demasiado.
Tuvo tiempo para darse la vuelta y ver a uno de los jugadores que corría hacia él a toda velocidad, con la cabeza bien alzada para no perder de vista la dichosa pelota. No tuvo tiempo de reaccionar antes de que el chico chocara contra él. Notó que lo agarraba por los hombros en un intento simultáneo de detener la fuerte embestida y evitar que Louis callera al suelo. Notó que su propio brazo se movilizaba para detener el impacto y vio casi con fascinación, como en cámara lenta, que la tapa de plástico del vaso que sostenía salía disparada y que la limonada que contenía formaba un arco en el aire antes de salpicarle la cara y la camiseta.
Y entonces, súbitamente, todo se detuvo. Cerca de su cara, vio al jugador de pelo rizado mirándolo con los ojos abiertos como un par de naranjas a causa del susto.
 
-          ¿Estás bien? – preguntó, jadeando.
 
Louis podía notar las gotas de limonada resbalándole por la cara y empapándole la camiseta. A duras penas oyó las carcajadas de alguien entre la multitud. ¿Y por qué no se iban a reír? El día no había tenido desperdicio. No, señor.
 
-          Estoy bien – contestó.
-          ¿seguro? – El chico seguía jadeando. A juzgar por las apariencias, parecía genuinamente arrepentido -. Te eh empujado con mucha fuerza.
-          Suéltame de una vez – ladró Louis, apretando los dientes.
 
Por lo visto, él no se había dado cuenta de que seguía clavándole los dedos como garras en los hombros; apartó las manos al instante y Louis notó la relajación en sus músculos. El chico retrocedió un paso con rapidez y automáticamente se llevó la mano a la pulsera. La hizo rotar casi inconscientemente.
 
-          Lo siento mucho. De veras. Estaba persiguiendo el balón y…
-          Ya sé lo que estabas haciendo – se quejó Louis -. Pero eh sobrevivido, así que es suficiente, déjame en paz.
 
Acto seguido, se dio la vuelta con la intención de alejarse rápidamente de aquel lugar. A su espalda, oyó que alguien gritaba: “¡Vamos, Harry! ¡Tenemos que acabar el partido!”, y mientras se abría paso entre la multitud, notó que él lo continuaba observando hasta que finalmente lo perdió de vista.

 
Su camiseta no estaba como para tirarla, pero eso no hizo que se sintiera mucho mejor. Le gustaba aquella camiseta; se la había comprado el año pasado en el concierto de Fall Out Boy, al que había ido sin permiso con Rick. Aquella vez si que su madre se había enfadado de verdad, y no sólo porque Rick llevara un tatuaje de tela de araña en el cuello y más piercings en las orejas que Eleanor (¡que ya era mucho decir!), sino que él le mintió sobre donde iba, y no llegó a casa hasta la tarde siguiente, ya que decidieron acabar la fiesta en la casa del hermano de Rick, en Filadelfia. Su madre le prohibió volver a ver o incluso hablar con Rick, una norma que él se saltó justo al día siguiente.
No era que estuviera enamorado de ese chico; con toda franqueza, ni siquiera le gustaba. Pero estaba enfadado con su madre, y en aquel momento le pareció una provocación correcta. Cuando llegó a casa de Rick, se lo encontró de nuevo borracho, como en el concierto. Se dio cuenta de que si continuaba saliendo con él, el chico seguiría insistiendo para que probara todo lo que él tomaba, igual que había hecho la noche anterior. Louis se quedó sólo unos minutos en su casa antes de marcharse hacia Union Square, donde pasó el resto de la tarde, con la certeza de que lo suyo con Rick había terminado.
No era tan ingenuo con las drogas. Algunos de sus amigos fumaban mariguana, otros preferían tomar cocaína o éxtasis, e incluso uno de ellos tenía la desagradable costumbre de tomar crystal meth. Todos excepto él se llenaban de alcohol cada fin de semana. En cada discoteca y en cada fiesta le ofrecían toda esa basura abiertamente. Sin embargo, Louis tenía la impresión de que siempre que sus amigos fumaban, bebían o se llenaban de píldoras que, según ellos, constituían la esencia de la fiesta, se la pasaban el resto de la noche articulando mal las palabras o tartamudeando o vomitando o perdiendo completamente el control hasta cometer verdaderas estupideces. Algo que normalmente implicaba acabar enredado con un chico.
Louis no quería acabar de ese modo. No después de lo que le había sucedido a Eleanor el invierno pasado. Alguien (Eleanor no llegó a saber quién había sido el gracioso) le echó un poco de GHB en la bebida, y a pesar de que a penas recordaba nada de lo que sucedió a continuación, estaba prácticamente segura de que había acabado en una habitación con tres chicos que acababa de conocer aquella misma noche. Cuando se despertó a la mañana siguiente, toda su ropa estaba esparcida por la habitación. Eleanor nunca volvió a hablar de lo ocurrido (prefirió fingir que nunca había pasado, e incluso se arrepintió de habérselo contado a Louis), pero no resultaba difícil atar cabos.
Cuando llegó al muelle, depositó en el suelo su vaso medio vacío y empezó a restregarse la camiseta con una servilleta mojada. El método parecía funcionar, pero de repente la servilleta empezó a desintegrarse hasta formar unas partículas que parecían caspa.
Genial.
¿Por qué ese chico había tenido que chocar precisamente con él? Louis sólo había estado allí… ¿Cuánto?,  ¿Diez minutos? ¿Cuántas probabilidades habían de girarse en el preciso instante en que el balón llegara volando directamente hacia él? ¿Y que encima estuviera sosteniendo una limonada en medio de una multitud en un partido de vóley-playa que ni siquiera le interesaba, en un lugar donde no quería estar? Hasta al cabo de un millón de años, probablemente no volvería a producirse la misma casualidad. Con una suerte como aquella, debería haber comprado un billete de lotería.
Y encima estaba el chico guapo, con el pelo rizado y los ojos verdes, que lo había arrollado. De cerca, se había fijado que no era simplemente “guapo”, sino muy atractivo, especialmente cuando puso cara de… susto. Aunque formara parte de aquel grupo de gente superficial, en la milésima parte de segundo que sus ojos se encontraron, Louis tuvo la extraña sensación de que había algo realmente genuino en él.
Sacudió la cabeza varias veces para alejar de la mente aquellos pensamientos tan ridículos. Era evidente que le había dado demasiado el sol en la cabeza. Con la impresión de haber hecho lo posible con la servilleta, recogió el vaso de limonada. Su intención era tirar el resto, pero al alargar el brazo notó que su muñeca topaba con algo, o mejor dicho, con alguien. Esta vez, nada pasó en cámara lenta; en un instante, el vaso le cayó encima y la parte de delante de la camisa quedó totalmente empapada de la dichosa limonada.
Se quedó inmóvil, contemplando su camisa sin dar crédito a lo que estaba viendo.
“No puede ser”, se dijo a sí mismo.
Delante de él había una chica de su misma edad que sostenía un batido y que parecía tan sorprendida como él. Iba vestida con prendas oscuras, y su pelo negro, recio y con rizos indomables le caía por ambos lados y enmarcaba su cara. Al igual que Eleanor, llevaba como mínimo media docena de piercings en cada oreja. Resaltaban debido a un par de calaveras en miniatura que prendían de los lóbulos de sus orejas; la sombra de ojos oscura junto con la fuerte línea negra que demarcaba sus ojos le daba una apariencia casi felina. Mientras el resto de la limonada traspasaba la tela de la camisa de Louis, la desconocida de aspecto gótico apuntó con su batido hacia la mancha que se extendía.
 
-          Qué feo – comentó.
-          Si, ¿verdad?
-          Bueno, ahora, por lo menos, está igual que la parte de atrás.
-          ¿Encima intentas ser graciosa?
-          No, sólo ingeniosa.
-          Entonces deberías haber dicho algo como “¿Por qué no usas un babero?”
 
La chica se echó a reír, con una risita desconcertantemente infantil.
 
-          No eres de aquí, ¿verdad?
-          No. Soy de Nueva York. He venido a ver a mi padre.
-          ¿Te quedas el fin de semana?
-          Que va. Todo el verano.
-          Eso sí que es feo.
 
Esta vez fue Louis el que se echó a reír.
 
-          Soy Lou, que es una forma abreviada de Louis.
-          Y yo Blaze.
-          ¿Blaze?
-          Mi verdadero nombre es Galadriel. Es de El señor de los anillos. ¡Cosas de mi madre!
-          Bueno, al menos no te puso Gollum.
-          Ni Lou.- La muchacha ladeó la cabeza y apuntó con ella por encima de su hombro -. Si quieres cambiarte y ponerte algo seco, en el puesto tengo camisetas de Nemo.
-          ¿Nemo?
-          Si, Nemo. El pececito de la película; ese de color naranja y blanco que tiene una aleta estropeada. ¿No has visto la película? Se queda atrapado en una pecera y su padre va a salvarlo. ¿No te suena?
-          Mira, no quiero una camisa de Nemo.
-          ¡Pero si Nemo es increíble!
-          Quizá si tienes seis años – replicó Louis.
-          ¡Bah! ¡Haz lo que quieras!
 
Antes de que Louis pudiera responder, vio de reojo a tres chicos que se abrían paso entre la multitud. Con esos pantalones cortos rotos, los tatuajes y el pecho al descubierto que emergía por debajo de unas chaquetas de piel, destacaban entre toda la gente que ocupaba la playa. Uno tenía un piercing en la ceja y llevaba uno de esos viejos estéreos portátiles; otro iba con el pelo teñido, peinado con una cresta, y los brazos totalmente cubiertos con tatuajes. El tercero, igual que Blaze, llevaba una mata alborotada de pelo negro que contrastaba con su piel blanca como la leche. Louis se giró instintivamente hacia Blaze, y entonces se dio cuenta de que su interlocutora había desaparecido. En su lugar encontró a Charlotte.
 
-          ¿Qué tienes en la camisa? ¡Qué asco! Estás todo pegajoso.
 
Louis buscó a Blaze, preguntándose dónde se había metido. Y por qué había desaparecido tan sigilosamente.
 
-          Mira, déjame en paz, ¿De acuerdo?
-          No puedo. Papá te está buscando. Creo que quiere que vayas a casa.
-          ¿Dónde está?
-          Tenía que ir al baño, pero no tardará en volver.
-          Dile que no me has visto.
 
Charlotte consideró la petición.
 
-          Cinco dólares.
-          ¿Qué?
-          Si me das cinco dólares no le diré que te eh visto.
-          ¿Hablas en serio?
-          No te queda mucho tiempo. Ahora ya no son cinco, sino diez dólares.
 
Por encima del hombro de Charlotte, Louis vio a su padre. Lo estaba buscando entre la multitud. Instintivamente bajó la cabeza para esconderla entre los hombros, aunque sabía que no conseguiría escabullirse sin que él lo viera. Miró a su hermana con cara de pocos amigos. Maldita chantajista. Seguramente ella también se había dado cuenta de que no tenía escapatoria. Charlotte era un encanto; la adoraba y también respetaba su habilidad de chantajista, pero, sin embargo, era su hermana pequeña. En un mundo perfecto, ella estaría de su parte. Pero ¿lo estaba? Por supuesto que no.
 
-          Te odio, ¿lo sabías? – gruñó Louis.
-          Sí, yo también te odio. Pero todavía te costará diez dólares.
-          ¿Y si te doy cinco?
-          Has perdido la oportunidad. Pero te juro que no ventilaré tu secreto.
 
Su padre todavía no los había visto, pero cada vez se acercaba más.
 
-          De acuerdo – refunfuñó Louis, buscando en los bolsillos.
 
Le entregó un billete arrugado y Charlotte lo guardó. Mirando por encima del hombro de su hermana, Louis vio que su padre avanzaba hacia ellos, barriendo la zona con los ojos. Agachado, se deslizó hasta el otro lado del puesto. Se sorprendió al ver a Blaze, recostada en la pared del lugar, fumando un cigarrillo.
La gótica le sonrió burlonamente.
 
-          ¿qué? ¿Problemas con tu papá?
-          ¿Cómo puedo largarme de aquí sin que me vea?
-          Eso es cosa tuya. – Blaze se encogió de hombros -. Pero él sabe que camiseta llevas.
 
 

 
Una hora más tarde, Louis estaba sentado al lado de Blaze en uno de los bancos situados al final del muelle, todavía aburrido, aunque no tanto como lo había estado antes. Blaze resultó alguien agradable para charlar, con un chocante sentido del humor, y lo mejor de todo: parecía que le gustaba tanto Nueva York como a Louis, a pesar de que nunca había estado. Lo atosigó con estúpidas preguntas sobre Times Square, el Empire State y la Estatua de la Libertad (los lugares para turistas que él intentaba evitar a toda costa). Así pues, le describió la verdadera Nueva York: las discotecas en Chelsea, el ambiente musical en Brooklyn y los vendedores ambulantes en Chinatown, que vendían desde licor de contrabando hasta bolsos falsos de Prada o cualquier cosa que uno pudiera imaginar, y todo a un buen precio.
Al hablar de aquellos sitios, Louis sintió una repentina nostalgia. Cómo deseaba estar en Nueva York, en lugar de en aquel maldito sitio. En cualquier lugar, menos allí.
 
-          A mí tampoco me habría hecho gracia venir aquí – admitió Blaze -. Créeme. Es un sitio muy aburrido.
-          ¿Cuánto tiempo hace que vives aquí?
-          Desde que nací. Pero al menos visto mejor que la mayoría.
 
Louis había comprado la ridícula camiseta de Nemo, consciente de su mala pinta. La única talla que quedaba en la camiseta era súper grande, por lo que parecía que llevaba más una túnica que una camisa. Lo único positivo era que, al ponérsela, Louis había podido escapar de su padre sin que este lo viera. Blaze no se había equivocado.
 
-          Alguien me dijo que Nemo era increíble.
-          Pues te mintió. ¿Y se puede saber que hacemos aquí todavía? Mi padre ya debe haberse marchado.
 
Blaze se giró para mirarlo.
 
-          ¿Por qué? ¿Es que quieres volver a la feria? No me digas que quieres ir a la casa del terror.
-          No, pero seguro hay algo que valga la pena.
-          Aún es temprano. Más tarde sí que lo habrá. De momento, lo único que podemos hacer es esperar.
-          ¿A qué?
 
Blaze no contestó. En lugar de eso, se levantó, le dio la espalda y se puso a contemplar el agua de color azabache. Su pelo se mecía con la brisa. Instantes después, alzó la vista para mirar la luna.
 
-          Te había visto antes, ¿sabes?
-          ¿Cuándo?
-          En el partido de vóley-playa. - Señaló hacia el muelle -. Yo estaba allí de pie.
-          ¿Y?
-          Parecías totalmente fuera de lugar.
-          Pues tu tampoco es que encajes en este ambiente.
-          Por eso estaba en el muelle, y no cerca de la pista. – Dio un salto, se sentó en la barandilla. Luego miró a Louis -. Ya sé que no quieres estar aquí, pero ¿Qué es lo que te ha hecho tu padre para que no quieras ni hablar con él?
 
Louis se secó las palmas de las manos en los pantalones.
 
-          Es una larga historia.
-          ¿Vive con su novia?
-          No creo que tenga novia. ¿Por qué?
-          Pues entonces tienes mucha suerte.
-          ¿De qué estás hablando?
-          Mi padre vive con su novia. Es la tercera vez desde que se divorció de mi madre, y esta es la peor de todas. Sólo tiene unos años más que yo, y se viste como una bailarina de striptease. La verdad es que creo que antes trabajaba en un espectáculo de esos. Se me revuelve el estómago cada vez que tengo que ir a visitarlos. Es como si ella no supiera qué hacer cuando estoy cerca. Primero intenta darme concejos como si fuera mi madre, y a continuación se comporta como si intentara ser mi mejor amiga. La odio.
-          ¿Y vives con tu madre?
-          Si. Pero ahora ella también tiene novio, y él está en casa todo el tiempo. Y también es un desgraciado. Lleva ese peluquín tan ridículo porque se quedó calvo a los veinte años, más o menos, y no para de insistir en que eh de ir a estudiar a la universidad. ¡Cómo si me importara lo que él pueda pensar de mí! ¡Qué asco de vida! ¿No crees?
 
Antes de que Louis pudiera contestar, Blaze volvió a saltar al suelo.
 
-          ¡Vamos! Me parece que están a punto de empezar. No puedes perdértelo.
 
Louis la siguió de nuevo hasta el muelle, hacia una multitud que se había congregado alrededor de lo que parecía un espectáculo en plena calle. Sorprendido, descubrió que los que actuaban no eran otros que los tres chicos con pinta de maleantes que había visto antes. Dos de ellos estaban bailando break-dance, al ritmo de la música que retumbaba en el estéreo portátil; el tercero (el chico con el pelo negro alborotado) estaba de pie en el centro, haciendo malabares con lo que parecían pelotas de golf en llamas. De vez en cuando, se detenía y simplemente sostenía una de las pelotas, la hacía rotar entre sus dedos y se la pasaba por encima de la mano o por todo el brazo hasta pasársela al otro brazo. En dos ocasiones cerró el puño sobre la bola de fuego; entonces, prácticamente extinguía la llama, pero entonces abría un poco la mano y dejaba escapar las llamas por la angosta abertura cerca de su dedo pulgar.
 
-          ¿Lo conoces? – quiso saber Louis.
 
Blaze asintió con la cabeza.
 
-          Es Zayn.
-          ¿Lleva alguna capa protectora para no quemarse las manos?
-          No.
-          ¿Y no se hace daño?
-          Si sabes agarrar bien la pelota, no pasa nada. Es increíble, ¿no te parece?
 
Louis no pudo más que mostrarse conforme. Zayn apagó dos de las pelotas y después volvió a encenderlas tocándolas simplemente con la tercera.  En el suelo había un sombrero de mago boca arriba, y Louis vio que la gente empezaba a tirar algunas monedas dentro.
 
-          ¿Dónde consigue esas bolas para el espectáculo? No son pelotas de golf comunes y corrientes, ¿verdad?
 
Blaze negó con la cabeza.
 
-          Las fabrica él mismo. Puedo enseñarte a hacerlo. No es difícil. Lo único que necesitas es una camiseta de algodón, hilo y aguja, y un líquido inflamable.
 
Mientras la música seguía sonando, Zayn lanzó las tres bolas de fuego al chico que tenía la cresta de pelo teñida y encendió dos más. Ambos se pusieron a hacer malabares, pasándose las pelotas como si fueran dos malabaristas que jugaran con varios bolos en una actuación de circo, cada vez más rápido, hasta que cometieron un fallo.
Aunque en realidad no fue un fallo. El chico con el piercing en la ceja atrapó la bola al vuelo imitando a un portero, y empezó a jugar con ella pasándosela de un pie a otro como si no fuera otra cosa que una pequeña pelota de cuero. Después de apagar tres bolas, los otros dos se pusieron también a imitar a su compañero, dando puntapiés a las bolas y pasándoselas entre ellos con una extraordinaria destreza, sin que cayeran al suelo. La multitud empezó a aplaudir, y una lluvia de monedas fue a parar dentro del sombrero mientras la música alcanzaba su punto culminante. Entonces, de repente, el trío atrapó las danzarinas bolas en llamas y las apagó simultáneamente justo en el instante en que la canción tocaba su fin.
Louis tuvo que admitir que nunca había visto nada similar. Zayn avanzó hacia Blaze, la abrazó y le dio un inacabable beso en la boca que parecía extremadamente inapropiado en público. Abrió los ojos lentamente y miró sin parpadear a Louis antes de apartar a Blaze de un empujón.
 
-          ¿Quién es? – preguntó, señalando a Louis.
-          Se llama Lou – lo presentó Blaze -. Es de Nueva York. Acabo de conocerlo.
 
El de la cresta y el del piercing en la ceja se unieron a Zayn y a Blaze en su descarado análisis; era una situación de lo más incómoda.
 
-          De Nueva York, ¿eh? – repitió Zayn, al tiempo que sacaba un encendedor del bolsillo y encendía una de las bolas. Sostuvo la bola encendida totalmente inmóvil, entre los dedos pulgar e índice.
 
Louis volvió a preguntarse cómo podía hacer eso sin quemarse.
 
-          ¿Te gusta el fuego? – le preguntó Zayn.
 
Sin esperar respuesta, le lanzó la bola. Louis se apartó dando un brinco, demasiado sobresaltado para responder. La bola fue a caer a su lado, justo en el momento en que, como surgido de la nada, un policía se precipitaba sobre la bola y se ponía a pisotearla frenéticamente.
 
-          ¡Ustedes tres! – gritó, apuntándolos con un dedo acusador -. ¡Largo! ¡Ahora mismo! Ya les eh dicho que no pueden montar su numerito en el muelle. La próxima vez, les juro que los arrestaré.
 
Zayn alzó las manos y retrocedió un paso.
 
-          De acuerdo, de acuerdo. Ya nos íbamos.
 
Los chicos agarraron sus chaquetas y empezaron a desfilar por el muelle, hacia las atracciones de la feria. Blaze los siguió, dejando solo a Louis, que podía notar la aplastante y severa mirada del policía, pero lo ignoró. Tras vacilar unos instantes, decidió seguirlos.
anne_mir
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Mensaje por Dimples'sHarold Mar 09 Jul 2013, 4:47 pm

lou dejó ver su lado tierno :') ya apareció sexy styles y el cabrón de zayn aunque la chica también...
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Mensaje por anne_mir Mar 09 Jul 2013, 5:14 pm

Dimples'sHarold escribió:lou dejó ver su lado tierno :') ya apareció sexy styles y el cabrón de zayn aunque la chica también...

 Te dije que Harry aparecería pronto. De aquí en adelante no te desharás de él.
Te mando un abrazo. :hug:
anne_mir
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