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No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
• Titulo: No Te Escondo Nada.
• Autor: Sylvia Day.
• Adaptación: Sí, de la saga "Crossfire"
• Género: Romance, Drama y Erótica.
• Contenido: Narraciones explicitas del sexo.
• Advertencias: Contenido sexual. Y no actualizaré todos los días, pero la trilogía, de que la subo... la subo :)
• Otras páginas: No creo.
Sinopsis.
«Zayn Malik apareció en mi vida como un rayo en la oscuridad…Era guapo y brillante, imprevisible y sensual. Me atraía como nadie ni nada lo había hecho nunca».
Una novela de alto voltaje, provocativa y apasionada que no podrás soltar desde la primera a la última página. No te escondo nada, la nueva y sensual novela que arrasa en todo el mundo, es la primera entrega de la trilogía Malik Inc. Con cientos de miles de ejemplares vendidos, el fenómeno no ha hecho más que empezar...
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Hola! Me llamo Karla, y espero que les guste esta nueva adaptación. Esta trilogía, realmente es muy buena, tiene buena historia y buena redacción del drama.
Espero comentarios :D
Tengan una buena lectura y estancia mientras leen(? kajskajksa
Última edición por zαчn-pαчnє el Dom 23 Jun 2013, 5:58 pm, editado 3 veces
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
Capítulo 1.
*
—Deberíamos ir a un bar a celebrarlo.
No me sorprendió la categórica declaración de mi compañero de piso. Cary Taylor siempre encontraba pretextos para ir a celebrar algo, por pequeño e intrascendente que fuera. Formaba parte de su encanto.
—No creo que beber la noche antes de empezar en un nuevo empleo sea buena idea.
—Vamos, Eva. —Sentado en el suelo del salón de nuestra nueva casa, entre varias cajas de mudanza, Cary esbozó su irresistible sonrisa. Llevábamos varios días desempaquetando, pero él seguía teniendo un aspecto increíble. De constitución delgada, pelo oscuro y ojos verdes, Carey era un hombre al que resultaba difícil no ver guapísimo todos los días. Me habría sentado mal de no ser porque era la persona a la que más quería en este mundo.
—No estoy diciendo que nos vayamos de juerga —insistió—. Sólo una o dos copas de vino. Podemos pillar una happy hour y estar de vuelta a eso de las ocho.
—No sé si llegaré a tiempo. —Señalé mi pantalón y mi camiseta de yoga—. Después de calcular cuánto me llevará ir andando al trabajo, me acercaré al gimnasio.
—Camina deprisa y haz ejercicio más deprisa aún. —El perfecto arqueo de cejas de Cary me hizo reír. No me cabía duda de que algún día el soberbio rostro de Cary aparecería en carteles y revistas de moda de todo el mundo. Pusiera la cara que pusiera, estaba buenísimo.
—¿Y qué tal mañana después del trabajo? —sugerí yo—. Si consigo terminar bien el día, sí merecerá la pena celebrarlo.
—Vale. Inauguraré la nueva cocina para cenar.
—¡Humm...! —Cocinar era uno de los placeres de Cary, pero no uno de sus dones—. ¡Vale!
Se sopló un mechón rebelde para apartárselo de la cara y me lanzó una sonrisita.
—Tenemos una cocina que ya quisieran muchos restaurantes. Ahí no pueden salir mallas comidas.
Indecisa, le dije adiós con la mano y me marché, optando por evitar una conversación sobre el arte de cocinar. Bajé en el ascensor hasta la planta baja, y sonreí al portero cuando me mostró la salida a la calle con un ademán.
En cuanto puse un pie fuera, me invadieron los olores y sonidos de Manhattan, invitándome a explorar. No sólo había cruzado el país desde mi San Diego natal, sino que parecía estar en otro mundo. Dos importantes metrópolis, una de clima templado constante y pereza sensual, la otra rebosante de vitalidad y energía frenética. En mis fantasías, me imaginaba viviendo en un edificio sin ascensor en Brooklyn; sin embargo, como era una hija obediente, me encontraba en el Upper West Side. De no ser porque Cary vivía conmigo, me habría sentido triste y sola en aquel amplio apartamento que, al mes, costaba más de lo que mucha gente ganaba en un año.
El portero me saludó con una ligera inclinación de sombrero.
—Buenas tardes, señorita Tramell. ¿Va a querer un taxi esta tarde?
—No, gracias, Paul. —Me balanceé sobre los tacones redondeados de mis deportivas—. Voy a caminar.
Él sonrió.
—Ha refrescado desde mediodía. Hará bueno.
—Me han dicho que disfrute del tiempo de junio, que luego empieza a hacer un calor de mil demonios.
—Le han aconsejado bien, señorita Tramell.
Al salir de debajo del moderno y acristalado voladizo de la entrada, que de alguna manera armonizaba con la edad del edificio y de sus vecinos, me recreé en la relativa tranquilidad de aquella calle bordeada de árboles hasta llegar al ajetreo y el tráfico de Broadway. Confiaba en que algún día no muy lejano conseguiría integrarme, pero de momento me sentía como una impostora que se hacía pasar por neoyorquina. Tenía unas señas y un empleo, pero aún desconfiaba del metro y no me resultaba fácil parar un taxi. Procuraba no caminar distraída y con los ojos como platos, pero era difícil. Había tanto que ver y experimentar...
La percepción sensorial era asombrosa: el olor del escape de los vehículos mezclado con el de la comida de los carritos ambulantes, los gritos de los vendedores ambulantes unido a la música de los animadores de calle, la impresionante variedad de caras, estilos y acentos, las imponentes maravillas arquitectónicas... Y los coches. ¡Santo Dios! Nunca había visto nada semejante a aquel frenético torrente de coches apretados.
Siempre había alguna ambulancia, coche patrulla o camión de bomberos intentando abrirse paso entre la avalancha de taxis amarillos con el aullido electrónico de sus ensordecedoras sirenas. Me atemorizaban los pesados camiones de la basura que circulaban por pequeñas calles de un solo sentido y los conductores de reparto que desafiaban el denso tráfico para hacer frente a los estrictos plazos de entrega.
Los auténticos neoyorquinos se movían entre todo aquello como peces en el agua; su querida ciudad les resultaba tan cómoda y familiar como su par de zapatos favoritos. No miraban el vapor que salía de los baches y las rejillas de ventilación de las aceras con romántico embeleso, ni parpadeaban cuando el suelo vibraba bajo sus pies con el atronador paso del metro, mientras que yo sonreía como una idiota y flexionaba los dedos. Nueva York era una aventura amorosa completamente nueva para mí. Estaba arrobada, y se me notaba.
Así que realmente tuve que hacer esfuerzos para tomarme las cosas con calma mientras me dirigía al edificio donde iba a trabajar. Al menos, en lo que respectaba al empleo, me había salido con la mía. Quería ganarme la vida por méritos propios, y eso suponía un puesto de principiante. Empezaba a trabajar a la mañana siguiente como ayudante de Mark Garrity en Waters Field & Leaman, una de las agencias publicitarias más importantes de Estados Unidos. Mi padrastro, el megafinanciero Richard Stanton, se molestó cuando acepté el empleo, porque decía que si no fuera tan orgullosa podría haber trabajado para un amigo suyo y haberme beneficiado de ese contacto.
—Eres tan testaruda como tu padre —me dijo en aquel momento—. Tardará una eternidad en devolver tus préstamos estudiantiles con su sueldo de policía.
Aquello supuso una buena bronca, pues mi padre no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
—¡Ni hablar! Ningún otro hombre pagará los estudios de mi hija —había dicho Víctor Reyes cuando Stanton se lo ofreció. Yo respetaba esa actitud, y sospecho que Stanton también, aunque nunca lo reconocería. Comprendía la postura de ambos hombres, porque yo misma había luchado por pagarme los préstamos... y no lo había conseguido. Para mi padre era una cuestión de orgullo. Mi madre se había negado a casarse con él, pero eso no le hizo vacilar en su determinación de ser mi padre en todos los sentidos posibles.
Sabiendo que era inútil hacerse mala sangre por antiguas frustraciones, me centré en llegar al trabajo cuanto antes. Había elegido a propósito una hora muy concurrida de un lunes para cronometrar el corto paseo, así que me alegró llegar al Malik Inc. Building, que albergaba a Waters Field & Leaman, en menos de treinta minutos.
Eché la cabeza hacia atrás y recorrí con la mirada la altura del edificio hasta la escasa franja de cielo. El Malik Inc., una elegante y reluciente torre azul zafiro que atravesaba las nubes, imponía de verdad. Yo sabía, por las entrevistas que había realizado con anterioridad, que el interior, al que se accedía por las puertas giratorias enmarcadas en bronce, era igual de imponente, con suelos y paredes de mármol veteado, mostrador y torniquetes de seguridad de aluminio cepillado.
Saqué mi nueva tarjeta de identificación del bolsillo interior de los pantalones y se la mostré a los dos guardias de traje negro que estaban en recepción. Me dieron el alto de todos modos, sin duda porque no iba vestida de manera apropiada, pero enseguida me dejaron pasar. En cuanto subiera en ascensor al vigésimo piso, tendría el marco temporal para la ruta completa de puerta a puerta. Objetivo cumplido.
Me dirigía hacia los ascensores cuando a una esbelta y elegante morena se le enganchó el bolso en un torniquete y se le volcó, derramándosele un montón de calderilla. Una lluvia de monedas rodó alegremente por el suelo de mármol, y vi cómo la gente esquivaba aquel caos y seguía su camino como si no lo viera. Me dio pena y me agaché a ayudar a aquella mujer a recoger el dinero, como hizo también uno de los guardias.
—Gracias —dijo, con una rápida y afligida sonrisa.
—No pasa nada. Yo también me he visto en situaciones parecidas —respondí, devolviéndole la sonrisa.
Acababa de agacharme a coger una moneda de cinco centavos que estaba cerca de la entrada cuando me topé con un par de exclusivos zapatos negros sobre los que caían unos pantalones negros impecables. Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, eché la cabeza hacia atrás para ampliar mi campo visual hacia arriba. Aquel traje sastre de tres piezas agitó alguna que otra de mis zonas sensibles, pero era el cuerpo alto y de una delgadez atlética que había dentro lo que lo convertía en sensacional. Pero, pese a lo impresionante que era toda aquella magnífica masculinidad, fue al ver la cara del tipo cuando quedé fuera de combate.
¡Caray...! ¡Caray!
Se puso justo en frente de mí, apoyado elegantemente en los talones. Me quedé impactada ante aquella masculinidad que tenía a la altura de los ojos. Atónita.
Entonces algo sucedió entre nosotros.
Él también se me había quedado mirando, y, mientras lo hacía, se transformó..., como si se le hubiera caído un escudo de los ojos y dejara entrever una arrasadora voluntad que me dejó sin respiración. El intenso magnetismo que emanaba se fue haciendo más fuerte, hasta convertirse en una impresión casi tangible de enérgico e implacable poder.
Mi reacción instintiva fue echarme hacia atrás. Y me caí de culo toda despatarrada.
Me palpitaban los codos por el violento impacto contra el suelo de mármol, pero casi no notaba el dolor. Me había quedado absorta mirando, fascinada con el hombre que tenía delante. Un pelo negro como el carbón enmarcaba un rostro que quitaba el hipo. Su estructura ósea haría llorar de alegría a cualquier escultor, mientras que una boca firmemente delineada, una nariz afilada y unos ojos marrones intenso le hacían increíblemente guapo. Aquellos ojos se aguzaron ligeramente; por lo demás, sus rasgos mostraban una estudiada imperturbabilidad.
Tanto la camisa de vestir como el traje eran negros, pero la corbata combinaba perfectamente con sus brillantes iris. Sus ojos eran perspicaces y calculadores, y me taladraban. Se me aceleró el corazón; separé los labios para respirar con más facilidad. Aquel hombre olía divinamente. No a colonia. A gel de baño, quizá. O a champú. Fuera lo que fuese, era de chuparse los dedos, como él.
Me tendió una mano, dejando a la vista unos gemelos de ónice y un reloj que parcía muy caro.
Con una entrecortada inhalación, puse mi mano en la suya. El corazón me dio un vuelco cuando me la apretó. Su roce era eléctrico, y me subió una descarga por el brazo que me erizó el pelo de la nuca. Durante unos instantes no se movió, con una arruga en el ceño que echaba a perder el espacio de entre sus cejas de corte arrogante.
—¿Estás bien?
Su voz era culta y suave, con un tono áspero que me agitó el estómago. Me hizo pensar en el sexo. En un sexo extraordinario. Por un momento se me ocurrió que podría tener un orgasmo simplemente oyéndole hablar.
Tenía los labios secos, y me los lamí antes de contestar.
—Sí, gracias.
Moviéndose con una gracia infinita, tiró de mí hasta que estuve a su lado. Mantuvimos el contacto visual porque me resultaba imposible apartar la mirada. Era más joven de lo que había supuesto en un principio. Diría que no había cumplido los treinta, pero en sus ojos, fríos y de una agudísima inteligencia, había mucho mundo.
Me sentía atraída hacia él, como si tuviera una cuerda alrededor de la cintura y aquel hombre tirara lenta e inexorablemente de ella.
Parpadeé tratando de romper aquel aturdimiento y le solté la mano. No sólo era guapísimo, era... fascinante. Pertenecía a esa clase de hombres que hacen que una mujer quiera desabrocharles la camisa de un tirón y ver cómo los botones se desparraman junto con sus inhibiciones. Le miré, vestido con aquel traje tan elegante, refinado y escandalosamente caro, y me vino a la mente la idea de follar cruda y salvajemente, con las uñas clavadas en las sábanas.
Se agachó y recogió mi tarjeta de identificación, que no me había dado cuenta de que se me había caído, liberándome de aquella provocativa mirada. A duras penas, mi cerebro se puso de nuevo en funcionamiento.
Me cabreé conmigo misma por sentirme tan torpe mientras que a él se le veía completamente dueño de sí mismo. ¿Y por qué? Porque estaba deslumbrada, ¡maldita sea!
Levantó la vista hacia mí y aquella postura —de él casi arrodillado ante mí— hizo que volviera a tambalearme. Me sostuvo la mirada mientras se ponía de pie.
—¿Seguro que estás bien? Deberías sentarte un momento.
Me ardía la cara. Qué bonito, aparecer torpe y desgarbada delante del hombre más grácil y seguro de sí mismo que había conocido en mi vida.
—He perdido el equilibrio, nada más. Estoy bien.
Al apartar la mirada, divisé a la mujer a la que se le había derramado el contenido del bolso. Dio las gracias al guardia que la había ayudado; luego vino hacia mí disculpándose con profusión. Me volví hacia ella y alargué la mano para darle el puñado de monedas que había recogido, pero la mirada se le fue hacia el dios del traje y enseguida se olvidó de mí por completo. Unos instantes después, me acerqué y metí la calderilla en el bolso de la mujer. Luego me arriesgué a mirar a aquel hombre otra vez y descubrí que él tenía puestos los ojos en mí, pese a que la morena no paraba de deshacerse en agradecimientos. A él. No a mí, claro está, que era quien la había ayudado.
—¿Podría darme mi tarjeta, por favor? —intervine yo, interrumpiéndola.
Me la entregó, y aunque procuré cogérsela sin tocarle, sus dedos rozaron los míos, lo cual provocó una descarga que volvió a estremecerme.
—Gracias —murmuré, y acto seguido le rodeé y salí a la calle por la puerta giratoria. Me paré en la acera, tomando una bocanada de aquel aire de Nueva York que estaba impregnado de un millón de cosas diferentes, unas buenas y otras tóxicas.
Delante del edificio había un rutilante todoterreno negro Bentley, y vi mi reflejo en las inmaculadas ventanillas tintadas del vehículo. Estaba sonrojada y me brillaban mucho mis ojos grises. Ya me había visto yo aquella mirada: en el espejo del baño, justo antes de irme a la cama con un hombre. Era mi mirada de estoy-lista-para-follar y en aquel momento no debería tenerla en la cara.
¡Por el amor de Dios! ¡Contrólate!
Cinco minutos con don Oscuro y Peligroso, y estaba llena de una energía inquieta y a flor de piel. Aún podía sentir la atracción que me producía aquel hombre, la inexplicable necesidad de volver a entrar a donde él estaba. Podría argumentar que no había terminado lo que había ido a hacer al Malik Inc., pero sabía que después me daría cabezazos contra las paredes. ¿Cuántas veces iba a hacer el ridículo en un día?
—Ya basta —me reprendí a mí misma entre dientes—. ¡Andando!
Atronaban las bocinas cada vez que un taxi adelantaba a otro como una flecha, sin apenas espacio entre ellos, y luego frenaban en seco cuando los temerarios transeúntes se ponían a cruzar la calle, unos segundos antes de que cambiara la luz del semáforo. Luego seguían los gritos: un aluvión de improperios y gestos de las manos que no conllevaban verdaderas ofensas. En cuestión de segundos todas las partes implicadas se olvidaban de aquel intercambio, que no era más que una nota en el ritmo natural de la ciudad.
Al incorporarme al flujo de viandantes y encaminarme al gimnasio, esbocé sin querer una sonrisa. Ah, Nueva York, pensé, ya más tranquila. Cómo molas.
Había pensando hacer calentamiento en la cinta de correr y después completar la hora con algunas máquinas, pero al ver que estaba a punto de empezar una clase de kickboxing para principiantes, me uní al grupo de alumnos que estaba esperando. Para cuando terminó la clase, me sentía mucho mejor. Los muslos me temblaban con la dosis adecuada de fatiga, y sabía que dormiría como un tronco cuando me fuera a la cama por la noche.
—Lo has hecho muy bien.
Me sequé el sudor de la cara con una toalla y miré al joven que me hablaba. Era desgarbado y de suave musculatura, con unos vivaces ojos marrones y una piel café con leche perfecta. Tenía unas pestañas envidiablemente densas y largas, en contraste con la cabeza, que la llevaba afeitada.
—Gracias. —Torcí la boca en plan lastimoso—. Se me nota que es la primera vez, ¿ verdad?
Él sonrió y me tendió la mano.
—Parker Smith.
—Eva Tramell.
—Tienes un don natural, Eva. Con un poco de entrenamiento dejarías fuera de combate a cualquiera. En una ciudad como Nueva York, saber defensa personal es imprescindible. —Señaló el tablón de corcho que había en la pared. Estaba lleno de tarjetas de visita y folletos clavados con chinchetas. Arrancó una pestaña de la parte inferior de una hoja de papel fluorescente y me la tendió—. ¿Has oído hablar del Krav Maga?
—En una película de Jennifer López.
—Yo lo enseño, y me encantaría enseñarte. Aquí tienes mi página web y el número del estudio.
Me admiraba su manera de abordar. Era directa, como su mirada, y su sonrisa era genuina. Me pregunté si estaría tratando de ligar, pero me lo dijo con tanta naturalidad que no podía estar segura.
Parker cruzó los brazos, lo cual le realzó unos bíceps bien marcados. Vestía una camiseta negra sin mangas y shorts largos. Sus zapatillas Converse parecían cómodas a base de haberlas usado mucho, y por el cuello le asomaban varios tatuajes tribales.
—En la página web encontrarás el horario. Deberías venir a conocerlo, y ver si es para ti.
—Me lo pensaré.
—Hazlo. —Volvió a estrecharme la mano, con firmeza y seguridad—. Espero verte.
El apartamento olía de maravilla cuando regresé a casa, y por los altavoces se oía cantar a Adele, a ritmo de soul, sobre seguir los caminos. A través del apartamento diáfano, miré hacia la cocina y vi a Cary meneándose con la música y removiendo algo en los fogones. Había una botella de vino abierta sobre la encimera y dos copas, una de ellas con un poco de vino tinto.
—Hola —saludé al acercarme—. ¿Qué estás cocinando? ¿Me da tiempo a ducharme primero?
Me sirvió vino en la otra copa y la deslizó por el mostrador de desayuno en mi dirección, con movimientos practicados y elegantes. Viéndole, nadie habría dicho
que había pasado la infancia viviendo unas veces con su madre drogadicta y otras en casas de acogida, y la adolescencia en centros estatales de reclusión y rehabilitación de menores.
—Pasta con salsa de carne. Y dúchate luego, que la cena está lista. ¿Lo has pasado bien?
—Una vez que llegué al gimnasio, sí. —Saqué uno de los taburetes de madera de teca y me senté. Le hablé de la clase de kickboxing y de Parker Smith—. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Krav Maga? —Cary meneó la cabeza—. Eso es muy duro. Terminaría todo magullado y perdería trabajos, pero iré contigo a echar un vistazo, no vaya a ser que el tipo ese sea un chiflado.
Me quedé mirando cómo echaba la pasta en un colador.
—Un chiflado, ¿eh?
Mi padre me enseñó muy bien a calar a los tíos, por eso supe enseguida que el dios del traje era peligroso. La gente normal esbozaba sonrisas de cortesía cuando ayudaba a alguien, para establecer una comunicación momentánea que allanara el camino.
Pero yo ni siquiera le había sonreído.
—Nena —dijo Cary, sacando platos del armario—, eres una mujer sexy, despampanante. Desconfío de cualquier hombre que no tenga las pelotas de pedirte una cita abiertamente.
Le miré arrugando la nariz.
Cary me puso un plato delante. Contenía pasta para ensalada cubierta de una escasa salsa de tomate con trozos de carne y guisantes.
—Estás preocupada por algo. ¿De qué se trata?
Humm... Agarré el mango de la cuchara que sobresalía del plato y decidí no hacer comentarios sobre la comida.
—Creo que hoy me he topado con el hombre más atractivo del planeta. Puede que el más atractivo de la historia.
—¡Vaya! Creí que era yo. No me cuentes más. —Cary se quedó al otro lado del mostrador, prefiriendo comer de pie.
Le observé mientras se tomaba unos bocados de su propio brebaje antes de atreverme a probarlo yo también.
—En realidad no hay mucho que contar. Me caí de culo despatarrada en el vestíbulo del Malik Inc. y él me echó una mano para levantarme.
—¿Alto o bajo? ¿Rubio o moreno? ¿Fornido o estilizado? ¿Color de ojos?
Tragué mi segundo bocado con un poco de vino.
—Alto. Moreno. Estilizado y fornido. Ojos marrones. Asquerosamente rico, a juzgar por la ropa y los accesorios. Y muy sexy. Ya sabes: hay tíos guapos que no te alteran las hormonas, y otros menos guapos pero con un tremendo atractivo sexual. Este tipo lo tenía todo.
Noté un cosquilleo en el vientre como cuando Oscuro y Peligroso me tocó. Recordaba su asombrosa cara con absoluta claridad. Hombres así de turbadores deberían estar prohibidos. Aún no me había recuperado del achicharramiento de las células de mi cerebro.
Cary puso un codo en el mostrador y se apoyó, con su largo flequillo tapándole uno de sus vivaces ojos verdes.
—¿Y qué pasó después de que te ayudara a levantarte?
Me encogí de hombros.
—Nada.
—¿Nada?
—Me marché.
—¿Qué? ¿Y no coqueteaste con él?
Tomé otro bocado. Realmente la comida no estaba mal. O yo estaba muerta de hambre.
—No era la clase de tío con el que se puede coquetear, Cary.
—No existe un tío con el que no se pueda coquetear. Incluso los felizmente casados disfrutan con un poquito de inofensivo coqueteo de vez en cuando.
—Este tipo no tenía nada de inofensivo —dije secamente.
—Ah, ya, es uno de ésos —replicó Cary con seriedad—. Los chicos malos pueden ser divertidos, si no intimas demasiado.
Hablaba por experiencia; a sus pies caían rendidos hombres y mujeres de todas las edades. Aun así, siempre se las arreglaba para elegir a los menos apropiados. Había salido con acosadores, estafadores y amantes que le amenazaban con suicidarse por él, y amantes que tenían otras relaciones de las que no le decían nada... Había pasado por todo lo imaginable.
—No veo yo a ese tío como una diversión —dije—. Era demasiado intenso, pero seguro que es alucinante en la cama, con toda esa intensidad.
—¡Así se habla! Olvídate del tipo real. Utiliza su cara para tus fantasías y hazle perfecto en ellas.
Como prefería quitarme a aquel hombre de la cabeza, cambié de tema.
—¿Tienes algún casting de modelos mañana?
—Por supuesto. —Cary se puso a dar detalles de su programa de trabajo: un anuncio de vaqueros, autobronceador, ropa interior y colonia.
Aparté de mi mente todo lo demás y me concentré en él y en su creciente éxito. Cary Taylor estaba cada vez más solicitado, y se estaba forjando una sólida reputación entre los fotógrafos y clientes de las agencias de publicidad de ser un profesional serio. Me sentía muy feliz por él y muy orgullosa. Había recorrido un largo camino y pasado por mucho.
Fue después de cenar cuando me fijé en que había dos grandes cajas de regalo apoyadas en un lateral del sofá modular.
—¿Qué es eso?
—Eso —respondió Cary, acercándose a donde me encontraba yo en el comedor— es lo último.
Supe inmediatamente que las habían enviado Stanton y mi madre. El dinero era algo que mi madre necesitaba para ser feliz, y me alegraba que Stanton, su tercer marido, pudiera satisfacerle esa necesidad y sus muchas otras también. Con frecuencia deseaba que aquello acabara de una vez, pero a mi madre le costaba aceptar que yo no viera el dinero de la misma forma que ella.
—¿Y ahora qué es?
Cary me pasó un brazo por los hombros, lo que no le resultaba muy difícil de hacer, ya que me sacaba trece centímetros.
—No seas desagradecida. Él quiere a tu madre. Le encanta mimarla, y a tu madre le encanta mimarte a ti. Por mucho que te disguste, no lo hace por ti, sino por ella.
Suspirando, en eso le di la razón.
—¿Qué hay en ellas?
—Ropa glamorosa para la cena benéfica de este sábado. Un vestido explosivo para ti y un esmoquin Brioni para mí, porque lo que él hace por ti es comprarme regalos a mí. Eres más tolerante si estoy yo para escuchar tus quejas.
—¡Desde luego! Menos mal que lo sabe.
—Claro que lo sabe. Stanton no sería archimillonario si no lo supiera todo. —Cary me agarró de la mano y tiró de mí—. Vamos. Echa un vistazo.
A la mañana siguiente empujé la puerta giratoria para entrar al vestíbulo del Malik Inc. a las nueve menos diez. Como era mi primer día y quería causar la mejor de las impresiones, había ido con un sencillo vestido de tubo a juego con unos zapatos de salón negros que me había puesto al quitarme los normales cuando subía en el ascensor. Llevaba mi pelo rubio recogido en un ingenioso moño que tenía forma de un ocho, por cortesía de Cary. Era una inepta con el pelo, pero él tenía la habilidad de crear peinados que eran sofisticadas obras de arte. Lucía los pequeños pendientes de perlas que me había regalado mi padre cuando me gradué y el Rolex de Stanton y mi madre.
Empezaba a pensar que me había arreglado demasiado, pero al entrar en el vestíbulo me recordé despatarrada en el suelo, en ropa de deporte, y di gracias por no tener el aspecto de aquella chica desgarbada. Los dos guardias de seguridad no parecieron atar cabos cuando les mostré mi tarjeta de identificación camino de los torniquetes.
Veinte pisos después, salía al vestíbulo de Waters Field & Leaman. Ante mí tenía una pared de cristal antibalas que enmarcaba la puerta de doble hoja de entrada a la zona de recepción. La recepcionista que estaba en el mostrador de media luna vio la tarjeta de identificación que sostenía en alto contra el cristal. Apretó el botón que abría las puertas al tiempo que retiraba yo la identificación.
—Hola, Megumi —la saludé al entrar, fijándome en su blusa color frambuesa. Era mestiza, con algo de asiática, seguro, y muy guapa. Tenía el pelo negro y abundante, que llevaba en una melena lisa más corta por detrás y flequillo recto por delante. Sus ojos almendrados eran marrones y cálidos, y tenía los labios carnosos y rosados.
—Hola, Eva. Harry no ha llegado todavía, pero sabes adónde ir, ¿verdad?
—Desde luego. —Con un gesto de la mano, enfilé el pasillo que salía a la izquierda del mostrador de recepción hasta el final, donde volví a girar a la izquierda y fui a dar a un espacio antes abierto y ahora dividido en cubículos. Uno de ellos era el mío y a él me dirigí directamente.
Dejé mi bolso y la bolsa con los zapatos planos en el cajón inferior del funcional escritorio metálico y acto seguido arranqué el ordenador. Había llevado algunas cosas para personalizar mi espacio de trabajo, y las saqué. Una era un collage de tres fotografías enmarcado: Cary y yo en Playa Coronado, mi madre y Stanton en el yate de él en la Riviera Francesa, y mi padre de servicio en su coche policial de la
Ciudad de Oceanside, California. El otro objeto era un vistoso arreglo de flores de cristal que Cary me había dado aquella misma mañana como regalo de «primer día». Lo coloqué al lado de la pequeña agrupación de fotos y volví a sentarme para ver el efecto que hacía.
—Buenos días, Eva.
Me puse de pie para atender a mi jefe.
—Buenos días, señor Style.
—Llámame Harry, por favor. Acompáñame a mi oficina.
Le seguí por el pasillo, pensando una vez más que mi nuevo jefe era agradable a la vista, con su reluciente piel blanca, su perilla recortada y sus risueños ojos verdes. Harry tenía la mandíbula cuadrada y una sonrisa torcida encantadora. Era esbelto y se le veía en forma, y se conducía con un aire de seguridad en sí mismo que inspiraba confianza y respeto.
Señaló uno de los dos asientos que había frente a su mesa de cristal y metal cromado y esperó a que yo me sentara para acomodarse él en su silla Aeron. Con el cielo y los rascacielos como telón de fondo, Mark parecía competente y enérgico. En realidad, sólo era subdirector de cuentas y su oficina era un armario comparada con las que ocupaban los directores y ejecutivos, pero la vista era inmejorable.
Se echó hacia atrás y sonrió.
—¿Ya estás instalada en tu nuevo apartamento?
Me sorprendió que se acordara de eso, pero también me agradó. Le había conocido durante mi segunda entrevista y me gustó al instante.
—Prácticamente —respondí—. Aún me queda alguna que otra caja por abrir.
—Vienes de San Diego, ¿verdad? Bonita ciudad, pero muy diferente de Nueva York. ¿Echas de menos las palmeras?
—Echo de menos el aire seco. Me está costando un poco acostumbrarme a la humedad de aquí.
—Pues espera a que llegue el verano. —Sonrió—. Bueno... éste es tu primer día y vas a ser mi ayudante primera, así que iremos organizándonos sobre la marcha. No estoy acostumbrado a delegar, pero seguro que aprendo enseguida.
Me tranquilicé inmediatamente.
—Estoy deseando que deleguen en mí.
—Contar contigo supone un enorme paso adelante para mí, Eva. Quiero que trabajes a gusto aquí. ¿Tomas café?
—El café es uno de los componentes más importantes de mi dieta.
—Ah, eres una ayudante de las que me gustan. —Sonrió de oreja a oreja—. No voy a pedir que me traigas el café, pero no me importaría que me ayudaras a entender cómo funciona la máquina de café que acaban de ponernos en la sala de descanso.
—Sí, claro —respondí, con una sonrisa.
—Lo que siento es que no tengo nada más para ti. —Se frotó la parte posterior del cuello tímidamente—. ¿Qué te parece si te enseño el trabajo que tengo entre manos y partimos de ahí?
El resto del día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Harry se puso en contacto con dos clientes y tuvo una larga reunión con el equipo de creativos para trabajar en varias ideas para una universidad laboral. Era un proceso fascinante ver de primera mano cómo los distintos departamentos se pasaban el testigo unos a otros para llevar a cabo una campaña, desde la propuesta hasta su cumplimiento. Me habría quedado más tiempo para familiarizarme con la distribución de las oficinas, pero mi teléfono sonó a las cinco menos diez.
—Oficina de Harry Styles. Eva Tramell al habla.
—Ven a casa pitando para que podamos salir a tomar la copa que ayer decidiste dejar para otro momento.
La fingida severidad de Cary me hizo sonreír.
—Vale, vale. Ya voy.
Apagué el ordenador y me largué. Cuando llegué a los ascensores, saqué el teléfono móvil para mandar una nota rápida a Cary con un Estoy-de-camino. Un timbre me alertó de qué cabina paraba en el piso en el que me encontraba y me desplacé hasta ponerme delante de él, e inmediatamente centré la atención en darle al botón de enviar mensaje. Cuando se abrieron las puertas, di un paso adelante. Levanté la vista para mirar por dónde iba y unos ojos marrones se cruzaron con los míos. Me quedé sin respiración.
El dios del sexo era el único ocupante.
*
—Deberíamos ir a un bar a celebrarlo.
No me sorprendió la categórica declaración de mi compañero de piso. Cary Taylor siempre encontraba pretextos para ir a celebrar algo, por pequeño e intrascendente que fuera. Formaba parte de su encanto.
—No creo que beber la noche antes de empezar en un nuevo empleo sea buena idea.
—Vamos, Eva. —Sentado en el suelo del salón de nuestra nueva casa, entre varias cajas de mudanza, Cary esbozó su irresistible sonrisa. Llevábamos varios días desempaquetando, pero él seguía teniendo un aspecto increíble. De constitución delgada, pelo oscuro y ojos verdes, Carey era un hombre al que resultaba difícil no ver guapísimo todos los días. Me habría sentado mal de no ser porque era la persona a la que más quería en este mundo.
—No estoy diciendo que nos vayamos de juerga —insistió—. Sólo una o dos copas de vino. Podemos pillar una happy hour y estar de vuelta a eso de las ocho.
—No sé si llegaré a tiempo. —Señalé mi pantalón y mi camiseta de yoga—. Después de calcular cuánto me llevará ir andando al trabajo, me acercaré al gimnasio.
—Camina deprisa y haz ejercicio más deprisa aún. —El perfecto arqueo de cejas de Cary me hizo reír. No me cabía duda de que algún día el soberbio rostro de Cary aparecería en carteles y revistas de moda de todo el mundo. Pusiera la cara que pusiera, estaba buenísimo.
—¿Y qué tal mañana después del trabajo? —sugerí yo—. Si consigo terminar bien el día, sí merecerá la pena celebrarlo.
—Vale. Inauguraré la nueva cocina para cenar.
—¡Humm...! —Cocinar era uno de los placeres de Cary, pero no uno de sus dones—. ¡Vale!
Se sopló un mechón rebelde para apartárselo de la cara y me lanzó una sonrisita.
—Tenemos una cocina que ya quisieran muchos restaurantes. Ahí no pueden salir mallas comidas.
Indecisa, le dije adiós con la mano y me marché, optando por evitar una conversación sobre el arte de cocinar. Bajé en el ascensor hasta la planta baja, y sonreí al portero cuando me mostró la salida a la calle con un ademán.
En cuanto puse un pie fuera, me invadieron los olores y sonidos de Manhattan, invitándome a explorar. No sólo había cruzado el país desde mi San Diego natal, sino que parecía estar en otro mundo. Dos importantes metrópolis, una de clima templado constante y pereza sensual, la otra rebosante de vitalidad y energía frenética. En mis fantasías, me imaginaba viviendo en un edificio sin ascensor en Brooklyn; sin embargo, como era una hija obediente, me encontraba en el Upper West Side. De no ser porque Cary vivía conmigo, me habría sentido triste y sola en aquel amplio apartamento que, al mes, costaba más de lo que mucha gente ganaba en un año.
El portero me saludó con una ligera inclinación de sombrero.
—Buenas tardes, señorita Tramell. ¿Va a querer un taxi esta tarde?
—No, gracias, Paul. —Me balanceé sobre los tacones redondeados de mis deportivas—. Voy a caminar.
Él sonrió.
—Ha refrescado desde mediodía. Hará bueno.
—Me han dicho que disfrute del tiempo de junio, que luego empieza a hacer un calor de mil demonios.
—Le han aconsejado bien, señorita Tramell.
Al salir de debajo del moderno y acristalado voladizo de la entrada, que de alguna manera armonizaba con la edad del edificio y de sus vecinos, me recreé en la relativa tranquilidad de aquella calle bordeada de árboles hasta llegar al ajetreo y el tráfico de Broadway. Confiaba en que algún día no muy lejano conseguiría integrarme, pero de momento me sentía como una impostora que se hacía pasar por neoyorquina. Tenía unas señas y un empleo, pero aún desconfiaba del metro y no me resultaba fácil parar un taxi. Procuraba no caminar distraída y con los ojos como platos, pero era difícil. Había tanto que ver y experimentar...
La percepción sensorial era asombrosa: el olor del escape de los vehículos mezclado con el de la comida de los carritos ambulantes, los gritos de los vendedores ambulantes unido a la música de los animadores de calle, la impresionante variedad de caras, estilos y acentos, las imponentes maravillas arquitectónicas... Y los coches. ¡Santo Dios! Nunca había visto nada semejante a aquel frenético torrente de coches apretados.
Siempre había alguna ambulancia, coche patrulla o camión de bomberos intentando abrirse paso entre la avalancha de taxis amarillos con el aullido electrónico de sus ensordecedoras sirenas. Me atemorizaban los pesados camiones de la basura que circulaban por pequeñas calles de un solo sentido y los conductores de reparto que desafiaban el denso tráfico para hacer frente a los estrictos plazos de entrega.
Los auténticos neoyorquinos se movían entre todo aquello como peces en el agua; su querida ciudad les resultaba tan cómoda y familiar como su par de zapatos favoritos. No miraban el vapor que salía de los baches y las rejillas de ventilación de las aceras con romántico embeleso, ni parpadeaban cuando el suelo vibraba bajo sus pies con el atronador paso del metro, mientras que yo sonreía como una idiota y flexionaba los dedos. Nueva York era una aventura amorosa completamente nueva para mí. Estaba arrobada, y se me notaba.
Así que realmente tuve que hacer esfuerzos para tomarme las cosas con calma mientras me dirigía al edificio donde iba a trabajar. Al menos, en lo que respectaba al empleo, me había salido con la mía. Quería ganarme la vida por méritos propios, y eso suponía un puesto de principiante. Empezaba a trabajar a la mañana siguiente como ayudante de Mark Garrity en Waters Field & Leaman, una de las agencias publicitarias más importantes de Estados Unidos. Mi padrastro, el megafinanciero Richard Stanton, se molestó cuando acepté el empleo, porque decía que si no fuera tan orgullosa podría haber trabajado para un amigo suyo y haberme beneficiado de ese contacto.
—Eres tan testaruda como tu padre —me dijo en aquel momento—. Tardará una eternidad en devolver tus préstamos estudiantiles con su sueldo de policía.
Aquello supuso una buena bronca, pues mi padre no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer.
—¡Ni hablar! Ningún otro hombre pagará los estudios de mi hija —había dicho Víctor Reyes cuando Stanton se lo ofreció. Yo respetaba esa actitud, y sospecho que Stanton también, aunque nunca lo reconocería. Comprendía la postura de ambos hombres, porque yo misma había luchado por pagarme los préstamos... y no lo había conseguido. Para mi padre era una cuestión de orgullo. Mi madre se había negado a casarse con él, pero eso no le hizo vacilar en su determinación de ser mi padre en todos los sentidos posibles.
Sabiendo que era inútil hacerse mala sangre por antiguas frustraciones, me centré en llegar al trabajo cuanto antes. Había elegido a propósito una hora muy concurrida de un lunes para cronometrar el corto paseo, así que me alegró llegar al Malik Inc. Building, que albergaba a Waters Field & Leaman, en menos de treinta minutos.
Eché la cabeza hacia atrás y recorrí con la mirada la altura del edificio hasta la escasa franja de cielo. El Malik Inc., una elegante y reluciente torre azul zafiro que atravesaba las nubes, imponía de verdad. Yo sabía, por las entrevistas que había realizado con anterioridad, que el interior, al que se accedía por las puertas giratorias enmarcadas en bronce, era igual de imponente, con suelos y paredes de mármol veteado, mostrador y torniquetes de seguridad de aluminio cepillado.
Saqué mi nueva tarjeta de identificación del bolsillo interior de los pantalones y se la mostré a los dos guardias de traje negro que estaban en recepción. Me dieron el alto de todos modos, sin duda porque no iba vestida de manera apropiada, pero enseguida me dejaron pasar. En cuanto subiera en ascensor al vigésimo piso, tendría el marco temporal para la ruta completa de puerta a puerta. Objetivo cumplido.
Me dirigía hacia los ascensores cuando a una esbelta y elegante morena se le enganchó el bolso en un torniquete y se le volcó, derramándosele un montón de calderilla. Una lluvia de monedas rodó alegremente por el suelo de mármol, y vi cómo la gente esquivaba aquel caos y seguía su camino como si no lo viera. Me dio pena y me agaché a ayudar a aquella mujer a recoger el dinero, como hizo también uno de los guardias.
—Gracias —dijo, con una rápida y afligida sonrisa.
—No pasa nada. Yo también me he visto en situaciones parecidas —respondí, devolviéndole la sonrisa.
Acababa de agacharme a coger una moneda de cinco centavos que estaba cerca de la entrada cuando me topé con un par de exclusivos zapatos negros sobre los que caían unos pantalones negros impecables. Esperé un instante a que aquel hombre se apartara de mi camino, pero, como no lo hacía, eché la cabeza hacia atrás para ampliar mi campo visual hacia arriba. Aquel traje sastre de tres piezas agitó alguna que otra de mis zonas sensibles, pero era el cuerpo alto y de una delgadez atlética que había dentro lo que lo convertía en sensacional. Pero, pese a lo impresionante que era toda aquella magnífica masculinidad, fue al ver la cara del tipo cuando quedé fuera de combate.
¡Caray...! ¡Caray!
Se puso justo en frente de mí, apoyado elegantemente en los talones. Me quedé impactada ante aquella masculinidad que tenía a la altura de los ojos. Atónita.
Entonces algo sucedió entre nosotros.
Él también se me había quedado mirando, y, mientras lo hacía, se transformó..., como si se le hubiera caído un escudo de los ojos y dejara entrever una arrasadora voluntad que me dejó sin respiración. El intenso magnetismo que emanaba se fue haciendo más fuerte, hasta convertirse en una impresión casi tangible de enérgico e implacable poder.
Mi reacción instintiva fue echarme hacia atrás. Y me caí de culo toda despatarrada.
Me palpitaban los codos por el violento impacto contra el suelo de mármol, pero casi no notaba el dolor. Me había quedado absorta mirando, fascinada con el hombre que tenía delante. Un pelo negro como el carbón enmarcaba un rostro que quitaba el hipo. Su estructura ósea haría llorar de alegría a cualquier escultor, mientras que una boca firmemente delineada, una nariz afilada y unos ojos marrones intenso le hacían increíblemente guapo. Aquellos ojos se aguzaron ligeramente; por lo demás, sus rasgos mostraban una estudiada imperturbabilidad.
Tanto la camisa de vestir como el traje eran negros, pero la corbata combinaba perfectamente con sus brillantes iris. Sus ojos eran perspicaces y calculadores, y me taladraban. Se me aceleró el corazón; separé los labios para respirar con más facilidad. Aquel hombre olía divinamente. No a colonia. A gel de baño, quizá. O a champú. Fuera lo que fuese, era de chuparse los dedos, como él.
Me tendió una mano, dejando a la vista unos gemelos de ónice y un reloj que parcía muy caro.
Con una entrecortada inhalación, puse mi mano en la suya. El corazón me dio un vuelco cuando me la apretó. Su roce era eléctrico, y me subió una descarga por el brazo que me erizó el pelo de la nuca. Durante unos instantes no se movió, con una arruga en el ceño que echaba a perder el espacio de entre sus cejas de corte arrogante.
—¿Estás bien?
Su voz era culta y suave, con un tono áspero que me agitó el estómago. Me hizo pensar en el sexo. En un sexo extraordinario. Por un momento se me ocurrió que podría tener un orgasmo simplemente oyéndole hablar.
Tenía los labios secos, y me los lamí antes de contestar.
—Sí, gracias.
Moviéndose con una gracia infinita, tiró de mí hasta que estuve a su lado. Mantuvimos el contacto visual porque me resultaba imposible apartar la mirada. Era más joven de lo que había supuesto en un principio. Diría que no había cumplido los treinta, pero en sus ojos, fríos y de una agudísima inteligencia, había mucho mundo.
Me sentía atraída hacia él, como si tuviera una cuerda alrededor de la cintura y aquel hombre tirara lenta e inexorablemente de ella.
Parpadeé tratando de romper aquel aturdimiento y le solté la mano. No sólo era guapísimo, era... fascinante. Pertenecía a esa clase de hombres que hacen que una mujer quiera desabrocharles la camisa de un tirón y ver cómo los botones se desparraman junto con sus inhibiciones. Le miré, vestido con aquel traje tan elegante, refinado y escandalosamente caro, y me vino a la mente la idea de follar cruda y salvajemente, con las uñas clavadas en las sábanas.
Se agachó y recogió mi tarjeta de identificación, que no me había dado cuenta de que se me había caído, liberándome de aquella provocativa mirada. A duras penas, mi cerebro se puso de nuevo en funcionamiento.
Me cabreé conmigo misma por sentirme tan torpe mientras que a él se le veía completamente dueño de sí mismo. ¿Y por qué? Porque estaba deslumbrada, ¡maldita sea!
Levantó la vista hacia mí y aquella postura —de él casi arrodillado ante mí— hizo que volviera a tambalearme. Me sostuvo la mirada mientras se ponía de pie.
—¿Seguro que estás bien? Deberías sentarte un momento.
Me ardía la cara. Qué bonito, aparecer torpe y desgarbada delante del hombre más grácil y seguro de sí mismo que había conocido en mi vida.
—He perdido el equilibrio, nada más. Estoy bien.
Al apartar la mirada, divisé a la mujer a la que se le había derramado el contenido del bolso. Dio las gracias al guardia que la había ayudado; luego vino hacia mí disculpándose con profusión. Me volví hacia ella y alargué la mano para darle el puñado de monedas que había recogido, pero la mirada se le fue hacia el dios del traje y enseguida se olvidó de mí por completo. Unos instantes después, me acerqué y metí la calderilla en el bolso de la mujer. Luego me arriesgué a mirar a aquel hombre otra vez y descubrí que él tenía puestos los ojos en mí, pese a que la morena no paraba de deshacerse en agradecimientos. A él. No a mí, claro está, que era quien la había ayudado.
—¿Podría darme mi tarjeta, por favor? —intervine yo, interrumpiéndola.
Me la entregó, y aunque procuré cogérsela sin tocarle, sus dedos rozaron los míos, lo cual provocó una descarga que volvió a estremecerme.
—Gracias —murmuré, y acto seguido le rodeé y salí a la calle por la puerta giratoria. Me paré en la acera, tomando una bocanada de aquel aire de Nueva York que estaba impregnado de un millón de cosas diferentes, unas buenas y otras tóxicas.
Delante del edificio había un rutilante todoterreno negro Bentley, y vi mi reflejo en las inmaculadas ventanillas tintadas del vehículo. Estaba sonrojada y me brillaban mucho mis ojos grises. Ya me había visto yo aquella mirada: en el espejo del baño, justo antes de irme a la cama con un hombre. Era mi mirada de estoy-lista-para-follar y en aquel momento no debería tenerla en la cara.
¡Por el amor de Dios! ¡Contrólate!
Cinco minutos con don Oscuro y Peligroso, y estaba llena de una energía inquieta y a flor de piel. Aún podía sentir la atracción que me producía aquel hombre, la inexplicable necesidad de volver a entrar a donde él estaba. Podría argumentar que no había terminado lo que había ido a hacer al Malik Inc., pero sabía que después me daría cabezazos contra las paredes. ¿Cuántas veces iba a hacer el ridículo en un día?
—Ya basta —me reprendí a mí misma entre dientes—. ¡Andando!
Atronaban las bocinas cada vez que un taxi adelantaba a otro como una flecha, sin apenas espacio entre ellos, y luego frenaban en seco cuando los temerarios transeúntes se ponían a cruzar la calle, unos segundos antes de que cambiara la luz del semáforo. Luego seguían los gritos: un aluvión de improperios y gestos de las manos que no conllevaban verdaderas ofensas. En cuestión de segundos todas las partes implicadas se olvidaban de aquel intercambio, que no era más que una nota en el ritmo natural de la ciudad.
Al incorporarme al flujo de viandantes y encaminarme al gimnasio, esbocé sin querer una sonrisa. Ah, Nueva York, pensé, ya más tranquila. Cómo molas.
Había pensando hacer calentamiento en la cinta de correr y después completar la hora con algunas máquinas, pero al ver que estaba a punto de empezar una clase de kickboxing para principiantes, me uní al grupo de alumnos que estaba esperando. Para cuando terminó la clase, me sentía mucho mejor. Los muslos me temblaban con la dosis adecuada de fatiga, y sabía que dormiría como un tronco cuando me fuera a la cama por la noche.
—Lo has hecho muy bien.
Me sequé el sudor de la cara con una toalla y miré al joven que me hablaba. Era desgarbado y de suave musculatura, con unos vivaces ojos marrones y una piel café con leche perfecta. Tenía unas pestañas envidiablemente densas y largas, en contraste con la cabeza, que la llevaba afeitada.
—Gracias. —Torcí la boca en plan lastimoso—. Se me nota que es la primera vez, ¿ verdad?
Él sonrió y me tendió la mano.
—Parker Smith.
—Eva Tramell.
—Tienes un don natural, Eva. Con un poco de entrenamiento dejarías fuera de combate a cualquiera. En una ciudad como Nueva York, saber defensa personal es imprescindible. —Señaló el tablón de corcho que había en la pared. Estaba lleno de tarjetas de visita y folletos clavados con chinchetas. Arrancó una pestaña de la parte inferior de una hoja de papel fluorescente y me la tendió—. ¿Has oído hablar del Krav Maga?
—En una película de Jennifer López.
—Yo lo enseño, y me encantaría enseñarte. Aquí tienes mi página web y el número del estudio.
Me admiraba su manera de abordar. Era directa, como su mirada, y su sonrisa era genuina. Me pregunté si estaría tratando de ligar, pero me lo dijo con tanta naturalidad que no podía estar segura.
Parker cruzó los brazos, lo cual le realzó unos bíceps bien marcados. Vestía una camiseta negra sin mangas y shorts largos. Sus zapatillas Converse parecían cómodas a base de haberlas usado mucho, y por el cuello le asomaban varios tatuajes tribales.
—En la página web encontrarás el horario. Deberías venir a conocerlo, y ver si es para ti.
—Me lo pensaré.
—Hazlo. —Volvió a estrecharme la mano, con firmeza y seguridad—. Espero verte.
El apartamento olía de maravilla cuando regresé a casa, y por los altavoces se oía cantar a Adele, a ritmo de soul, sobre seguir los caminos. A través del apartamento diáfano, miré hacia la cocina y vi a Cary meneándose con la música y removiendo algo en los fogones. Había una botella de vino abierta sobre la encimera y dos copas, una de ellas con un poco de vino tinto.
—Hola —saludé al acercarme—. ¿Qué estás cocinando? ¿Me da tiempo a ducharme primero?
Me sirvió vino en la otra copa y la deslizó por el mostrador de desayuno en mi dirección, con movimientos practicados y elegantes. Viéndole, nadie habría dicho
que había pasado la infancia viviendo unas veces con su madre drogadicta y otras en casas de acogida, y la adolescencia en centros estatales de reclusión y rehabilitación de menores.
—Pasta con salsa de carne. Y dúchate luego, que la cena está lista. ¿Lo has pasado bien?
—Una vez que llegué al gimnasio, sí. —Saqué uno de los taburetes de madera de teca y me senté. Le hablé de la clase de kickboxing y de Parker Smith—. ¿Quieres venir conmigo?
—¿Krav Maga? —Cary meneó la cabeza—. Eso es muy duro. Terminaría todo magullado y perdería trabajos, pero iré contigo a echar un vistazo, no vaya a ser que el tipo ese sea un chiflado.
Me quedé mirando cómo echaba la pasta en un colador.
—Un chiflado, ¿eh?
Mi padre me enseñó muy bien a calar a los tíos, por eso supe enseguida que el dios del traje era peligroso. La gente normal esbozaba sonrisas de cortesía cuando ayudaba a alguien, para establecer una comunicación momentánea que allanara el camino.
Pero yo ni siquiera le había sonreído.
—Nena —dijo Cary, sacando platos del armario—, eres una mujer sexy, despampanante. Desconfío de cualquier hombre que no tenga las pelotas de pedirte una cita abiertamente.
Le miré arrugando la nariz.
Cary me puso un plato delante. Contenía pasta para ensalada cubierta de una escasa salsa de tomate con trozos de carne y guisantes.
—Estás preocupada por algo. ¿De qué se trata?
Humm... Agarré el mango de la cuchara que sobresalía del plato y decidí no hacer comentarios sobre la comida.
—Creo que hoy me he topado con el hombre más atractivo del planeta. Puede que el más atractivo de la historia.
—¡Vaya! Creí que era yo. No me cuentes más. —Cary se quedó al otro lado del mostrador, prefiriendo comer de pie.
Le observé mientras se tomaba unos bocados de su propio brebaje antes de atreverme a probarlo yo también.
—En realidad no hay mucho que contar. Me caí de culo despatarrada en el vestíbulo del Malik Inc. y él me echó una mano para levantarme.
—¿Alto o bajo? ¿Rubio o moreno? ¿Fornido o estilizado? ¿Color de ojos?
Tragué mi segundo bocado con un poco de vino.
—Alto. Moreno. Estilizado y fornido. Ojos marrones. Asquerosamente rico, a juzgar por la ropa y los accesorios. Y muy sexy. Ya sabes: hay tíos guapos que no te alteran las hormonas, y otros menos guapos pero con un tremendo atractivo sexual. Este tipo lo tenía todo.
Noté un cosquilleo en el vientre como cuando Oscuro y Peligroso me tocó. Recordaba su asombrosa cara con absoluta claridad. Hombres así de turbadores deberían estar prohibidos. Aún no me había recuperado del achicharramiento de las células de mi cerebro.
Cary puso un codo en el mostrador y se apoyó, con su largo flequillo tapándole uno de sus vivaces ojos verdes.
—¿Y qué pasó después de que te ayudara a levantarte?
Me encogí de hombros.
—Nada.
—¿Nada?
—Me marché.
—¿Qué? ¿Y no coqueteaste con él?
Tomé otro bocado. Realmente la comida no estaba mal. O yo estaba muerta de hambre.
—No era la clase de tío con el que se puede coquetear, Cary.
—No existe un tío con el que no se pueda coquetear. Incluso los felizmente casados disfrutan con un poquito de inofensivo coqueteo de vez en cuando.
—Este tipo no tenía nada de inofensivo —dije secamente.
—Ah, ya, es uno de ésos —replicó Cary con seriedad—. Los chicos malos pueden ser divertidos, si no intimas demasiado.
Hablaba por experiencia; a sus pies caían rendidos hombres y mujeres de todas las edades. Aun así, siempre se las arreglaba para elegir a los menos apropiados. Había salido con acosadores, estafadores y amantes que le amenazaban con suicidarse por él, y amantes que tenían otras relaciones de las que no le decían nada... Había pasado por todo lo imaginable.
—No veo yo a ese tío como una diversión —dije—. Era demasiado intenso, pero seguro que es alucinante en la cama, con toda esa intensidad.
—¡Así se habla! Olvídate del tipo real. Utiliza su cara para tus fantasías y hazle perfecto en ellas.
Como prefería quitarme a aquel hombre de la cabeza, cambié de tema.
—¿Tienes algún casting de modelos mañana?
—Por supuesto. —Cary se puso a dar detalles de su programa de trabajo: un anuncio de vaqueros, autobronceador, ropa interior y colonia.
Aparté de mi mente todo lo demás y me concentré en él y en su creciente éxito. Cary Taylor estaba cada vez más solicitado, y se estaba forjando una sólida reputación entre los fotógrafos y clientes de las agencias de publicidad de ser un profesional serio. Me sentía muy feliz por él y muy orgullosa. Había recorrido un largo camino y pasado por mucho.
Fue después de cenar cuando me fijé en que había dos grandes cajas de regalo apoyadas en un lateral del sofá modular.
—¿Qué es eso?
—Eso —respondió Cary, acercándose a donde me encontraba yo en el comedor— es lo último.
Supe inmediatamente que las habían enviado Stanton y mi madre. El dinero era algo que mi madre necesitaba para ser feliz, y me alegraba que Stanton, su tercer marido, pudiera satisfacerle esa necesidad y sus muchas otras también. Con frecuencia deseaba que aquello acabara de una vez, pero a mi madre le costaba aceptar que yo no viera el dinero de la misma forma que ella.
—¿Y ahora qué es?
Cary me pasó un brazo por los hombros, lo que no le resultaba muy difícil de hacer, ya que me sacaba trece centímetros.
—No seas desagradecida. Él quiere a tu madre. Le encanta mimarla, y a tu madre le encanta mimarte a ti. Por mucho que te disguste, no lo hace por ti, sino por ella.
Suspirando, en eso le di la razón.
—¿Qué hay en ellas?
—Ropa glamorosa para la cena benéfica de este sábado. Un vestido explosivo para ti y un esmoquin Brioni para mí, porque lo que él hace por ti es comprarme regalos a mí. Eres más tolerante si estoy yo para escuchar tus quejas.
—¡Desde luego! Menos mal que lo sabe.
—Claro que lo sabe. Stanton no sería archimillonario si no lo supiera todo. —Cary me agarró de la mano y tiró de mí—. Vamos. Echa un vistazo.
A la mañana siguiente empujé la puerta giratoria para entrar al vestíbulo del Malik Inc. a las nueve menos diez. Como era mi primer día y quería causar la mejor de las impresiones, había ido con un sencillo vestido de tubo a juego con unos zapatos de salón negros que me había puesto al quitarme los normales cuando subía en el ascensor. Llevaba mi pelo rubio recogido en un ingenioso moño que tenía forma de un ocho, por cortesía de Cary. Era una inepta con el pelo, pero él tenía la habilidad de crear peinados que eran sofisticadas obras de arte. Lucía los pequeños pendientes de perlas que me había regalado mi padre cuando me gradué y el Rolex de Stanton y mi madre.
Empezaba a pensar que me había arreglado demasiado, pero al entrar en el vestíbulo me recordé despatarrada en el suelo, en ropa de deporte, y di gracias por no tener el aspecto de aquella chica desgarbada. Los dos guardias de seguridad no parecieron atar cabos cuando les mostré mi tarjeta de identificación camino de los torniquetes.
Veinte pisos después, salía al vestíbulo de Waters Field & Leaman. Ante mí tenía una pared de cristal antibalas que enmarcaba la puerta de doble hoja de entrada a la zona de recepción. La recepcionista que estaba en el mostrador de media luna vio la tarjeta de identificación que sostenía en alto contra el cristal. Apretó el botón que abría las puertas al tiempo que retiraba yo la identificación.
—Hola, Megumi —la saludé al entrar, fijándome en su blusa color frambuesa. Era mestiza, con algo de asiática, seguro, y muy guapa. Tenía el pelo negro y abundante, que llevaba en una melena lisa más corta por detrás y flequillo recto por delante. Sus ojos almendrados eran marrones y cálidos, y tenía los labios carnosos y rosados.
—Hola, Eva. Harry no ha llegado todavía, pero sabes adónde ir, ¿verdad?
—Desde luego. —Con un gesto de la mano, enfilé el pasillo que salía a la izquierda del mostrador de recepción hasta el final, donde volví a girar a la izquierda y fui a dar a un espacio antes abierto y ahora dividido en cubículos. Uno de ellos era el mío y a él me dirigí directamente.
Dejé mi bolso y la bolsa con los zapatos planos en el cajón inferior del funcional escritorio metálico y acto seguido arranqué el ordenador. Había llevado algunas cosas para personalizar mi espacio de trabajo, y las saqué. Una era un collage de tres fotografías enmarcado: Cary y yo en Playa Coronado, mi madre y Stanton en el yate de él en la Riviera Francesa, y mi padre de servicio en su coche policial de la
Ciudad de Oceanside, California. El otro objeto era un vistoso arreglo de flores de cristal que Cary me había dado aquella misma mañana como regalo de «primer día». Lo coloqué al lado de la pequeña agrupación de fotos y volví a sentarme para ver el efecto que hacía.
—Buenos días, Eva.
Me puse de pie para atender a mi jefe.
—Buenos días, señor Style.
—Llámame Harry, por favor. Acompáñame a mi oficina.
Le seguí por el pasillo, pensando una vez más que mi nuevo jefe era agradable a la vista, con su reluciente piel blanca, su perilla recortada y sus risueños ojos verdes. Harry tenía la mandíbula cuadrada y una sonrisa torcida encantadora. Era esbelto y se le veía en forma, y se conducía con un aire de seguridad en sí mismo que inspiraba confianza y respeto.
Señaló uno de los dos asientos que había frente a su mesa de cristal y metal cromado y esperó a que yo me sentara para acomodarse él en su silla Aeron. Con el cielo y los rascacielos como telón de fondo, Mark parecía competente y enérgico. En realidad, sólo era subdirector de cuentas y su oficina era un armario comparada con las que ocupaban los directores y ejecutivos, pero la vista era inmejorable.
Se echó hacia atrás y sonrió.
—¿Ya estás instalada en tu nuevo apartamento?
Me sorprendió que se acordara de eso, pero también me agradó. Le había conocido durante mi segunda entrevista y me gustó al instante.
—Prácticamente —respondí—. Aún me queda alguna que otra caja por abrir.
—Vienes de San Diego, ¿verdad? Bonita ciudad, pero muy diferente de Nueva York. ¿Echas de menos las palmeras?
—Echo de menos el aire seco. Me está costando un poco acostumbrarme a la humedad de aquí.
—Pues espera a que llegue el verano. —Sonrió—. Bueno... éste es tu primer día y vas a ser mi ayudante primera, así que iremos organizándonos sobre la marcha. No estoy acostumbrado a delegar, pero seguro que aprendo enseguida.
Me tranquilicé inmediatamente.
—Estoy deseando que deleguen en mí.
—Contar contigo supone un enorme paso adelante para mí, Eva. Quiero que trabajes a gusto aquí. ¿Tomas café?
—El café es uno de los componentes más importantes de mi dieta.
—Ah, eres una ayudante de las que me gustan. —Sonrió de oreja a oreja—. No voy a pedir que me traigas el café, pero no me importaría que me ayudaras a entender cómo funciona la máquina de café que acaban de ponernos en la sala de descanso.
—Sí, claro —respondí, con una sonrisa.
—Lo que siento es que no tengo nada más para ti. —Se frotó la parte posterior del cuello tímidamente—. ¿Qué te parece si te enseño el trabajo que tengo entre manos y partimos de ahí?
El resto del día transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Harry se puso en contacto con dos clientes y tuvo una larga reunión con el equipo de creativos para trabajar en varias ideas para una universidad laboral. Era un proceso fascinante ver de primera mano cómo los distintos departamentos se pasaban el testigo unos a otros para llevar a cabo una campaña, desde la propuesta hasta su cumplimiento. Me habría quedado más tiempo para familiarizarme con la distribución de las oficinas, pero mi teléfono sonó a las cinco menos diez.
—Oficina de Harry Styles. Eva Tramell al habla.
—Ven a casa pitando para que podamos salir a tomar la copa que ayer decidiste dejar para otro momento.
La fingida severidad de Cary me hizo sonreír.
—Vale, vale. Ya voy.
Apagué el ordenador y me largué. Cuando llegué a los ascensores, saqué el teléfono móvil para mandar una nota rápida a Cary con un Estoy-de-camino. Un timbre me alertó de qué cabina paraba en el piso en el que me encontraba y me desplacé hasta ponerme delante de él, e inmediatamente centré la atención en darle al botón de enviar mensaje. Cuando se abrieron las puertas, di un paso adelante. Levanté la vista para mirar por dónde iba y unos ojos marrones se cruzaron con los míos. Me quedé sin respiración.
El dios del sexo era el único ocupante.
Espero que les haya gustado el primer capítulo(:
y espero que les haya animado para que comenten.
-Karlis.
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
olis karlis estoy de nuevo aqyi leyendo otra de tus noves porfa siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa besos xx
||Hazzy||
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
magic directioner forever escribió:olis karlis estoy de nuevo aqyi leyendo otra de tus noves porfa siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa besos xx
Gracias nena! :D y bienvenida a esta nueva aventura entre Zeva (? asjkasa
la sigo nomas haya más comentarios n.n
besitooos!*
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
olaaaaaaaaaaaaaaaaa
otraves
oye un pregunta
a ti te gusta mucho leer esos tipos de libros te encanta lo erotico eeeeee
picarona aaaaaaaaaaaaaaaa
espero que la sigas pronto
bye
besos
otraves
oye un pregunta
a ti te gusta mucho leer esos tipos de libros te encanta lo erotico eeeeee
picarona aaaaaaaaaaaaaaaa
espero que la sigas pronto
bye
besos
yeka04
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
hola!!!
nueva lectora!!!!
me parece muy interesante y sexy la historia, así que continua cuando puedas pliiisss!!!
:bye::bye::bye:
nueva lectora!!!!
me parece muy interesante y sexy la historia, así que continua cuando puedas pliiisss!!!
:bye::bye::bye:
Isabela85
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
Holaaaaaa Karlis
De nuevo en otra de tus increibles adaptaciones
Wooowww me encantooo el 1er cap
Tienesssss que seguirlaaaa cuanto antes
Que pasará en el ascensor!??? Adgjbfs SIGUELAAAAAAAAAAA
De nuevo en otra de tus increibles adaptaciones
Wooowww me encantooo el 1er cap
Tienesssss que seguirlaaaa cuanto antes
Que pasará en el ascensor!??? Adgjbfs SIGUELAAAAAAAAAAA
karencita_mb
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
yeka04 escribió:olaaaaaaaaaaaaaaaaa
otraves
oye un pregunta
a ti te gusta mucho leer esos tipos de libros te encanta lo erotico eeeeee
picarona aaaaaaaaaaaaaaaa
espero que la sigas pronto
bye
besos
Hola nena, bienvenida a este nuevo tema :D
JAJAJA sii, me gusta mucho leer libros eróticos, pero antes de eso, mi rutina es, género romántico, comedia, erótico y drama. leo de todo, y mis favoritos son los románticos ;) lo erótico, lo llevo en el 3er lugar de mi lista aksjaksja
ya la sigo!! gracias por comentar.
besitooos!*
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
Isabela85 escribió:hola!!!
nueva lectora!!!!
me parece muy interesante y sexy la historia, así que continua cuando puedas pliiisss!!!
:bye::bye::bye:
Hola! bienvenida nena.
espero que te vea por aquí en toda esta aventura kajska
sii, es muy interesante, tienes que ponerle atención para saber de que va cada capítulo ;)
ya la sigooo!
besitooos!*
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
karencita_mb escribió:Holaaaaaa Karlis
De nuevo en otra de tus increibles adaptaciones
Wooowww me encantooo el 1er cap
Tienesssss que seguirlaaaa cuanto antes
Que pasará en el ascensor!??? Adgjbfs SIGUELAAAAAAAAAAA
Hola Karen n.n bienvenida de nuevooo :D
siii yo y mis libros xD aksjak
me alegro que te haya gustado el primer capi n.n
ya la sigoooo!
uff ya veremos xD
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
Capítulo 2
*
Llevaba una corbata gris plateada y una camisa extraordinariamente blanca; la austeridad en los colores hacía resaltar sus increíbles iris marrones. Verle allí, de pie, con la chaqueta desabrochada y las manos en los bolsillos del pantalón, en plan informal, fue como darme de bruces contra una pared imprevista.
Me detuve, sobresaltada, y miré atónita a aquel hombre que llamaba la atención más de lo que yo recordaba. Nunca había visto un pelo tan negro. Lo tenía brillante y un poco largo, de modo que las puntas le llegaban al cuello de la camisa; un corte muy sexy, que añadía un atractivo toque de picardía al próspero hombre de negocios, igual que la nata montada corona un brownie con helado y salsa de chocolate. Como diría mi madre, sólo los granujas y los aventureros tienen el pelo así.
Apreté las manos para reprimir el impulso de tocarlo y averiguar si era tan sedoso como parecía.
Las puertas empezaron a cerrarse. Inmediatamente se adelantó un poco y presionó un botón del panel para mantenerlas abiertas.
—Hay sitio para los dos, Eva.
El sonido de su voz, firme y sensual, me sacó de mi momentáneo aturdimiento. ¿Cómo podía saber mi nombre?
Entonces me vino a la memoria que había recogido mi tarjeta de identificación cuando se me cayó al suelo en el vestíbulo.
Durante un segundo titubeé pensando en decirle que estaba esperando a alguien y así coger otro ascensor, pero mi cerebro pasó a la acción.
¿Qué diablos me pasaba? Estaba claro que él trabajaba en el Malik Inc. y que no podría evitarle siempre; además, ¿por qué habría de hacerlo? Si quería que llegase el momento de poder mirarle sin que me perturbasen sus encantos, tendría que verle con la suficiente frecuencia como para que no significara más que un mueble.
Ya, ¡ojalá!
Entré en el ascensor.
—Gracias.
Soltó el botón y retrocedió. Se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a bajar.
Inmediatamente lamenté mi decisión de compartir cabina con él.
Su presencia me producía un hormigueo en la piel. Era una fuerza demasiado poderosa para un espacio tan reducido; irradiaba una energía palpable y un magnetismo sexual que no me permitía dejar de moverme nerviosamente. La respiración se me alteró, igual que el pulso. Sentí de nuevo aquella inexplicable atracción, como si él emitiera un silencioso reclamo al que yo, instintivamente, estaba predispuesta a responder.
—¿Te ha ido bien en tu primer día? —me preguntó, sorprendiéndome.
Sus palabras fluyeron hasta mis oídos con una seductora cadencia. ¿Cómo demonios sabía que era mi primer día?
—Pues sí —respondí con serenidad—, ¿y a usted?
Noté su mirada recorriéndome el perfil, pero mantuve la atención fija en las puertas de aluminio cepillado del ascensor. Notaba el corazón acelerado dentro del pecho y el estómago agitado. Me sentía torpe y hecha un lío.
—Bueno, no ha sido mi primer día —contestó con una cierta ironía—, pero ha estado bien. Y mejora a medida que avanza.
Hice un gesto de comprensión con la cabeza y sonreí, pero no tenía ni idea de qué quería decir. El ascensor se detuvo en el piso duodécimo y entró un simpático grupo de tres personas que hablaban animadamente entre ellas. Me moví hasta el otro rincón para hacerles sitio, separándome así de Oscuro y Peligroso. Sólo que él se hizo a un lado conmigo. De repente estábamos más cerca el uno del otro que antes.
Se arregló el ya perfecto nudo de la corbata y, al hacerlo, me rozó un brazo con el suyo.
Inspiré profundamente e intenté que no me importara su proximidad, concentrándome en la conversación que tenía lugar delante de nosotros. Pero era imposible. ¡Estaba tan ahí! Tan ahí mismo. Todo él perfecto, guapísimo y oliendo divinamente. Mis pensamientos se desmandaron y comencé a fantasear sobre lo macizo que resultaría su cuerpo debajo del traje, sobre cómo sería sentirlo contra el mío, sobre lo bien dotado, o no, que estaría...
Cuando el ascensor llegó al vestíbulo, casi gemí de alivio. Esperé impacientemente a que se vaciara y, a la primera oportunidad, di un paso adelante. Me puso una mano con firmeza en la franja dorsal y salió a mi lado, dirigiéndome. La impresión del contacto con semejante zona, tan vulnerable, se extendió por todo mi cuerpo.
Llegamos a los torniquetes y él retiró la mano, dejándome con una extraña sensación de pérdida. Le miré, en un intento por adivinar su actitud, pero, aunque él también me miró a mí, su cara no me reveló nada.
—¡Eva!
La aparición de Cary, apoyado tranquilamente contra una columna de mármol en el vestíbulo, lo cambió todo. Llevaba unos vaqueros que exhibían sus larguísimas piernas y un jersey muy grande de color verde suave que le realzaba los ojos. No era raro que atrajese la atención de todos los presentes. Aflojé el paso a medida que me aproximaba, y el dios del sexo nos adelantó para salir por las puertas giratorias y subir ágilmente al asiento trasero de un todoterreno Bentley con chófer que yo había visto aparcado la tarde anterior.
Cary dio un silbido cuando el coche arrancó.
—¡Vaya! ¡Vaya! Por la forma en que le miras, deduzco que ése es el tipo del que me hablaste, ¿no?
—Sí, sí, era él, con toda seguridad.
—¿Trabajáis juntos? —Me agarró del brazo y me llevó hasta la calle por la puerta fija.
Me paré en la acera para ponerme los zapatos planos, apoyada en él, en medio de los peatones que circulaban a nuestro alrededor.
—No sé quién es, pero me ha preguntado que si había estado bien mi primer día, así que supongo que sí.
—Bueno... —sonrió y me sujetó por el codo mientras yo saltaba torpemente de un pie a otro , no me explico cómo se puede hacer algo bien cerca de él. A mí se me han medio fundido los plomos durante un minuto.
—Estoy convencida de que produce ese efecto generalmente. —Me enderecé—. Vamos, necesito beber algo.
A la mañana siguiente, llegué con un ligero dolor en la parte de atrás del cráneo, que se burlaba de mí por haber tomado más vino de la cuenta. A pesar de eso, mientras subía en el ascensor hasta el piso vigésimo, no iba lamentando la resaca todo lo que debía. Mis alternativas habían sido: o bien demasiado alcohol, o bien una sesión de vibrador, y no me daba la gana de tener un orgasmo a pilas con Oscuro y Peligroso como protagonista. No es que él supiera, o que le importase en alguna medida, que me excitaba hasta la obnubilación, pero lo sabría yo, y no quería dar esa satisfacción a su ser imaginario.
Puse mis cosas en el último cajón del escritorio y al ver que Harry todavía no había llegado, fui a buscar una taza de café y volví a mi cubículo para ponerme al día con mis blogs favoritos del mundo de la publicidad.
—¡Eva!
Me levanté de un salto cuando apareció a mi lado, con su blanquísima sonrisa destellando sobre el fondo oscuro de la piel.
—Buenos días, Harry.
—Y tan buenos. Creo que eres mi talismán. Ven a mi despacho y tráete tu tableta. ¿Puedes quedarte hoy hasta tarde?
Le seguí, dándome cuenta de su entusiasmo.
—Pues claro.
—Esperaba que dijeras eso —se dejó caer en la silla.
Yo me senté en la misma del día anterior y rápidamente abrí un bloc de notas.
—Bueno... —empezó—, hemos recibido una SDP de Kingsman Vodka y mencionan mi nombre. Es la primera vez que eso sucede.
—¡Enhorabuena!
—Gracias, pero mejor esperemos a conseguir el contrato. Todavía tenemos que presentar la oferta si conseguimos pasar la fase de solicitud de propuesta, y quieren reunirse conmigo mañana por la tarde.
—¡Vaya!, ¿son corrientes esos plazos de tiempo?
—No. Generalmente esperan hasta que la SDP haya terminado para entrevistarse con nosotros, pero Kingsman ha sido comprada recientemente por Malik Industries y esta empresa tiene decenas de filiales. Será un buen negocio si podemos conseguir el contrato. Ellos lo saben y nos hacen pasar por el aro, para empezar con la reunión que tienen conmigo.
—Lo habitual es que se trabaje en equipo, ¿no?
—Sí, somos un grupo, pero ellos conocen bien todo el procedimiento: saben que un alto ejecutivo les soltará el discursito y que terminarán por tratar con un secundario como yo, por eso me eligieron a mí y ahora van a evaluarme. Pero, para ser justos, la SDP proporciona más información de la que pide. Es tan buena como un brief, así que no se les puede acusar de ser demasiado exigentes, sólo son meticulosos. Lo normal cuando se negocia con Malik Industries.
Se pasó una mano por los apretados rizos de su pelo, en un gesto que revelaba la presión que sentía.
—¿Qué opinión tienes de Kingsman Vodka?
—Esto... bueno... Sinceramente, no me suena de nada.
Mark se reclinó en su asiento y soltó una carcajada.
—¡Gracias a Dios! Creía que era yo el único. Bueno, la ventaja que tiene eso es que tampoco sabemos nada negativo. La ausencia de noticias puede significar buenas noticias.
—¿Qué puedo hacer yo para ayudarte, aparte de investigar sobre el vodka y quedarme hasta tarde?
Frunció la boca mientras pensaba.
—Toma nota...
No hicimos pausa para comer y seguíamos en la oficina mucho después de que se hubiera quedado vacía, revisando algunos datos preliminares de los encargados de las estrategias de comunicación. Eran un poco más de las siete cuando sonó el smartphone de Harry, asustándome por la brusca alteración del silencio reinante.
Harry activó la opción de manos libres y siguió con la tarea.
—Hola, cielo.
—¿Ha comido ya esa pobre chica? —preguntó una cálida voz masculina por la línea telefónica.
Harry me miró a través del tabique de cristal de su despacho y respondió.
—Huy... se me había olvidado.
Yo aparté la vista, mordiéndome el labio inferior para disimular la risa.
A través del teléfono se oyó claramente un resoplido.
—Sólo lleva dos días en el puesto y ya la explotas y la matas de hambre. Se va a marchar.
—¡Mierda! Tienes razón. Lou, cariño...
—Déjate de cariños, anda. ¿Le gusta la comida china?
Le indiqué a Harry que sí levantando un pulgar.
Él sonrió.
—Sí, le gusta.
—Vale. Estaré ahí dentro de veinte minutos. Avisa a los de seguridad de que voy a entrar.
Casi exactamente veinte minutos después, recibía a Louis Tomlinson en la puerta de la sala de espera. Era un tío alto, con vaqueros oscuros, botas desgastadas y camisa muy bien planchada. De pelo castaño y risueños ojos azules, resultaba tan guapo como su compañero, sólo que de un modo distinto. Nos sentamos los tres a la mesa de Harry, servimos pollo kung pao, ternera y brécol en platos de papel, añadimos unas porciones de espeso arroz blanco y nos lanzamos al ataque con los palillos.
Me enteré de que Louis era contratista y de que él y Harry estaban juntos desde la universidad. Me impresionó ver cómo se trataban el uno al otro y sentí un poquito de envidia. Su relación funcionaba tan bien que era un verdadero placer pasar el tiempo con ellos.
—Caramba, chica —dijo Louis con un silbido cuando yo me iba a servir por tercera vez—, vaya cómo zampas, ¿dónde lo metes?
Me encogí de hombros.
—En el gimnasio, supongo. Eso siempre ayuda...
—No le hagas caso —replicó Harry, sonriendo—. Es que tiene pelusa. Él tiene que cuidar ese cuerpo afeminado.
—¡Joder! —Louis le dirigió a su compañero una mirada irónica—. Podría llevarla a comer con la panda y ganar dinero apostando a ver cuánto es capaz de engullir.
Yo me reí.
—Sería divertido.
—Ajá, ya sabía yo que tenías una veta insensata. Se te ve en la sonrisa.
Me quedé mirando la comida, tratando de que mi mente no vagase por el recuerdo de lo insensata que quizás había sido en mi época rebelde y autodestructiva.
Harry me salvó.
—No agobies a mi ayudante. Además, qué sabrás tú de mujeres insensatas.
—Sé que a algunas les gusta salir con hombres gays, que les interesa nuestra perspectiva. —Su sonrisa se dilató por un momento—. Y sé algunas cosas más... Eh, no os escandalicéis, vosotros dos. Yo quería averiguar si el sexo hetero era para tanto.
Estaba claro que Harry se había llevado una sorpresa, pero, por el gesto que hizo con la boca, se le veía lo suficientemente seguro de su relación como para encontrar divertida la conversación.
—¿Oh?
—¿Y qué te pareció? —me atreví a preguntarle.
Louis se encogió de hombros.
—No quiero decir que esté sobrevalorado, porque, ciertamente, no soy el más adecuado para opinar y mis experiencias fueron muy limitadas, pero yo puedo pasar de él.
Pensé que era muy revelador que Louis pudiera relatar su historia utilizando el mismo lenguaje que Harry. Conversaban sobre sus trabajos y se escuchaban el uno al otro, aun cuando los ámbitos respectivos estuviesen a años luz el uno del otro.
—Teniendo en cuenta tu forma de vida actual —le dijo Harry, cogiendo un trozo de brécol con los palillos—, yo diría que eso es bueno.
Cuando terminamos de cenar, eran las ocho y el personal de limpieza ya había llegado. Harry insistió en pedirme un taxi.
—¿Tengo que venir mañana temprano? —le pregunté.
Louis le dio unos golpecitos a Harry en el hombro.
—Tú debes de haber hecho algo grande en el pasado para tener ahora a esta chica.
—Creo que aguantarte a ti me da méritos —respondió Harry con sarcasmo.
—Pero si yo estoy muy bien enseñado —protestó Louis—; siempre bajo la tapa del váter.
Harry me dirigió una mirada de exasperación cargada de ternura hacia su compañero.
—¿Y eso de qué sirve?
Harry y yo pasamos el jueves bregando para estar listos a las cuatro, la hora de la reunión con el grupo de Kingsman. —Tomamos un almuerzo rápido con los dos creativos que iban a participar en la negociación cuando se llegara a esa fase del proceso; después, repasamos las notas sobre la presencia de Kingsman en la Web y el alcance de los medios sociales existentes.
Me puse un poco nerviosa cuando llegaron las tres y media porque sabía que el tráfico sería un asco, pero Harry siguió trabajando aun después de señalarle la hora. Eran más de las cuatro menos cuarto cuando Harry salió de su oficina dando saltitos, con una abierta sonrisa, y colocándose la chaqueta.
—Eva, ven conmigo.
Le miré desde mi escritorio parpadeando por la sorpresa.
—¿Hablas en serio?
—Claro, has trabajado mucho ayudándome con los preparativos. ¿No quieres ver cómo salen las cosas?
—¡Por supuesto que sí!
Me levanté inmediatamente. Consciente de que mi apariencia contribuiría a la impresión que causara mi jefe, me alisé la falda negra de tubo y estiré los puños de mi blusa de seda. Por una rara casualidad, el rojo de la blusa combinaba perfectamente con la corbata de Harry.
—Gracias.
Cogimos el ascensor y por un momento me sorprendió que fuéramos hacia arriba en vez de hacia abajo. Cuando llegamos al último piso, vi que la sala de espera era bastante más grande y estaba mejor decorada que la del vigésimo piso. Unas cestas colgantes con helechos y lirios perfumaban el ambiente. En el cristal ahumado de seguridad que había a la entrada, se veían grabadas con chorro de arena las palabras MALIK INDUSTRIES con un tipo de letra enérgico y masculino.
Nos permitieron la entrada y nos dijeron que esperásemos un poco. Ni Harry ni yo quisimos agua ni café, que nos ofrecieron, y menos de cinco minutos después de llegar nos condujeron a la sala de juntas.
Harry me miró con un brillo en los ojos al tiempo que la recepcionista tocaba el picaporte.
—¿Preparada?
—Preparada —contesté, con una sonrisa.
Se abrió la puerta y me indicaron que pasara yo primero. Me aseguré de entrar con una sonrisa radiante, sonrisa que se congeló cuando vi al hombre que se puso en pie a mi llegada.
Como me detuve de repente, nos atascamos en el umbral y Harry se chocó contra mi espalda, lanzándome hacia delante. Oscuro y Peligroso me agarró por la cintura y me levantó en vilo directamente hasta el pecho. El aire de mis pulmones se escapó todo de un golpe y, con él, hasta la última pizca de mi sentido común. A pesar de las capas de ropa que nos separaban, notaba con las manos aquellos bíceps como piedras, aquel estómago musculoso en contacto con el mío. Al inspirar profundamente, se me irguieron los pezones, estimulados por la expansión de su tórax.
Oh, no. Me había caído una maldición. En mi cerebro se desplegó una veloz serie de imágenes que me mostraban las mil maneras en que podría tropezar, caer, dar traspiés, resbalar o estrellarme delante del dios del sexo durante los días, semanas y meses venideros.
—Hola, otra vez —murmuró, y la vibración de su voz hizo que me doliera todo el cuerpo—; siempre es un placer toparse contigo, Eva.
Me puse roja de vergüenza y de deseo, incapaz de separarme de él pese a la presencia de las otras personas que había en la sala. Que toda su atención estuviera puesta en mí no me ayudó precisamente, además de estar paralizada por la impresión de poderosa exigencia que emanaba de aquel macizo cuerpo. De nuevo llevaba un traje negro, y tanto la corbata como la camisa eran de color gris pálido. Como siempre, estaba irresistible.
¿Qué se sentiría siendo tan extraordinariamente guapo? No habría manera de ir a ningún sitio sin provocar alboroto.
Harry me ayudó a recuperar el equilibrio sujetándome delicadamente por la espalda.
La mirada de Malik se quedó fija en la mano que Harry tenía en mi brazo hasta que me soltó.
—Bueno —dijo Harry, ya con calma—, les presento a mi ayudante, Eva Tramell.
—Ya nos conocemos. —Malik me ofreció la silla que estaba junto a la suya.
Le pedí ayuda a Harry con la mirada, todavía sin haberme recobrado del rato que había pasado pegada al superconductor sexual en Fioravanti.
Malik se inclinó hacia mí y me pidió en voz baja:
—Siéntate, Eva.
Harry me hizo una leve señal afirmativa con la cabeza, pero yo ya estaba a punto de sentarme. Mi cuerpo obedecía instintivamente a Malik antes de que la mente tuviera tiempo de oponerse.
Traté de quedarme quieta las dos horas siguientes mientras a Harry lo acribillaban a preguntas Malik y sus acompañantes de Kingsman, que resultaron ser dos atractivas morenas con traje de pantalón. La que iba vestida de color frambuesa ponía especial empeño en llamar la atención de Malik, mientras que la del traje color crema estaba muy pendiente de mi jefe. Los tres parecían impresionados por la habilidad de Harry para exponer cómo el trabajo de la empresa —y su propia mediación con el cliente— eran un valor seguro demostrable para el producto del cliente.
Me parecía admirable la serenidad de Harry con toda aquella presión a que le sometían, principalmente Malik, quien dominaba claramente la situación.
—Muy bien, señor Styles —le elogió Malik discretamente al dar por terminada la entrevista—. Estoy deseando examinar la SDP cuando llegue el momento.
—Eva, ¿qué te tentaría a ti para probar Kingsman?
Me pilló desprevenida.
—¿Perdón?
La intensidad de su mirada era punzante. Era como si lo único que viera fuera yo, lo cual me hizo respetar aún más a Harry, que había tenido que trabajar con aquel peso durante una hora.
La silla de Malik estaba alineada perpendicularmente respecto al largo de la mesa, y me miraba a mí de frente. Tenía el brazo derecho sobre la pulida superficie de madera, y golpeaba suave y rítmicamente el tablero con los dedos, largos y elegantes. Pude verle la muñeca, un pequeño fragmento de piel dorada con finas hebras de vello oscuro y, por alguna extraña razón, mi clítoris me palpitaba requiriendo atención. Sencillamente, ¡era tan... masculino!
—¿Qué sugerencias de Harry te gustan más? —me preguntó—. Despejaremos la sala, si es necesario, para que nos des una opinión sincera —me dijo, con el gesto impasible en su rostro perfecto.
Cerré las manos en torno a los reposabrazos.
—Ya le he dado mi sincera opinión, señor Malik, pero, si insiste en que se lo diga, creo que lujo y erotismo a precios razonables atraen a un sector muy amplio de la población. Yo carezco...
—Estoy de acuerdo. —Se levantó y se abrochó la chaqueta—. Señor Styles, ya tiene una pauta. Nos veremos la próxima semana.
Seguí sentada todavía unos segundos, atónita ante el ritmo vertiginoso de los acontecimientos, y miré a Harry, que parecía debatirse entre la perplejidad y la alegría.
Me puse en pie y me dirigí hacia la puerta, dándome perfecta cuenta de que Malik caminaba junto a mí. El modo en que se movía, con elegancia animal y arrogante compostura, era terriblemente excitante. No podía imaginar que no follara bien y resultara agresivo, tomando lo que quisiera de tal forma que volviera a una mujer loca por dárselo.
Me acompañó todo el rato hasta los ascensores. Habló un poco con Harry sobre deportes, creo, pero yo estaba demasiado concentrada en mis propias reacciones como para ocuparme de charlas triviales. Cuando llegó nuestro ascensor, suspiré de alivio y me dispuse a entrar rápidamente con Harry.
—Un momento, Eva —dijo Malik calmadamente, reteniéndome por el brazo—. Bajará enseguida —esta vez se dirigió a Harry, al tiempo que las puertas se cerraban con mi jefe dentro, completamente pasmado.
Malik no volvió a hablar hasta que el ascensor empezó a bajar; después, apretó el botón de llamada y me preguntó:
—¿Te acuestas con alguien?
Hizo la pregunta con tanta naturalidad, que me costó un poco procesarla.
Inspiré bruscamente.
—¿Por qué quiere saberlo?
Se quedó mirándome y yo percibí lo mismo que había percibido la primera vez que nos vimos: una fuerza arrolladora y un dominio férreo de sí mismo, atributos que me hicieron dar un involuntario paso atrás. Otra vez. Por lo menos, en esta ocasión no me había caído; estaba progresando.
—Porque quiero follar contigo, Eva, y necesito saber si hay algún obstáculo.
Sentí un repentino dolor entre los muslos y busqué la pared para conservar el equilibrio. Intentó sujetarme, pero le mantuve a raya con la mano.
—A lo mejor yo no estoy interesada, señor Malik.
Un esbozo de sonrisa se asomó a su boca. No podía estar más guapo. Ay, Dios mío...
El sonido que precedía al ascensor me sobresaltó; estaba tan tensa... Y tan excitada como nunca en mi vida. Nunca antes había experimentado una atracción tan tórrida por nadie. Nunca antes me había sentido tan ofendida por alguien a quien deseaba tanto.
Entré en el ascensor y me volví hacia él.
—Hasta otra vez, Eva —me dijo, sonriente.
Se cerraron las puertas y yo me apoyé en el pasamanos de metal, intentando recuperar el control de mí misma. Apenas lo había conseguido cuando las puertas se abrieron y vi a Harry, que paseaba por la zona de espera de nuestra planta.
—¡Por Dios, Eva! —refunfuñó Harry, parándose bruscamente— ¿Pero qué demonios pasa?
—No tengo ni puta idea —me desahogué, queriendo compartir el incidente, confuso e irritante, que había tenido lugar entre Malik y yo, a sabiendas de que mi jefe no era el oyente más adecuado—. ¿A quién le importa? Ya sabes que te va a dar el contrato.
Desapareció el frunce de su entrecejo.
—Creo que es posible.
—Como dice mi compañero de piso, deberías celebrarlo. ¿Quieres que te reserve una mesa para cenar con Louis?
—¿Por qué no? A las siete, en Pure Food and Wine, si pueden hacernos un hueco; si no, sorpréndenos.
Acabábamos de volver al despacho de Harry cuando se le echaron encima los ejecutivos: Michael Waters, director ejecutivo y presidente, Christine Field y Walter Leaman, el presidente ejecutivo y vicepresidente ejecutivo, respectivamente.
Yo escurrí el bulto lo más discretamente que pude y me metí en mi cubículo.
Llamé a Pure Food and Wine y pedí una mesa para dos. Después de mucho rogar y suplicar, la encargada por fin cedió.
Le dejé a Harry un mensaje de voz:
«Decididamente, hoy es tu día de suerte. Tienes mesa reservada para las siete. ¡Que te diviertas!».
Después, fiché la salida, ansiosa por llegar a casa.
—¿Que te dijo qué?
Sentado al otro extremo de nuestro sofá modular blanco, Cary movió la cabeza en señal de reproche.
—Ya lo sé, ¿vale? —Bebí con fruición otro sorbo de vino; era un refrescante sauvignon blanc, enfriado a la temperatura ideal, que yo había comprado en el camino de vuelta—. Ésa fue mi reacción también. Todavía no estoy segura de no haber sufrido alucinaciones y de que la conversación no haya sido producto de una sobredosis de sus feromonas.
—¿Entonces?
Me senté encima de las piernas y me acomodé en el rincón del sofá.
—¿Enconces, qué?
—Sabes a qué me refiero, Eva. —Cogió el netbook que tenía sobre la mesa de centro y se lo puso sobre las piernas cruzadas—. ¿Te lo vas a tirar?
—Pero si no le conozco. Ni siquiera sé su nombre de pila y va y me suelta ésa.
—Él sí que sabe el tuyo. —Se puso a teclear—. ¿Y qué me dices del asunto del vodka? ¿Y eso de que pidiera a tu jefe en particular?
Estaba pasándome una mano por el pelo y me quedé inmóvil.
—Harry tiene mucho talento. Y si Cross tiene un poco de olfato para los negocios, se dará cuenta y lo aprovechará.
—Se diría que sabe de negocios. —Cary le dio la vuelta al netbook y me enseñó la página inicial de Malik Industries, que contaba con una imponente foto del Malik Inc.—. Aquí está su edificio, Eva. Zayn Malik es el dueño.
¡Mierda! Cerré los ojos. Zayn Malik. El nombre le iba muy bien. Era tan sexy, elegante y masculino como él.
—Tiene gente que se encarga del marketing de sus filiales. Probablemente decenas de personas.
—Calla ya, Cary.
—Es guapo, rico y quiere echarte un polvo. ¿Qué problema hay?
Me quedé mirándolo.
—Va a ser muy violento encontrarme con él a todas horas. Espero conservar mi empleo durante mucho tiempo, porque realmente me gusta mi trabajo y me gusta Harry. Gracias a él participo de lleno en todo el proceso y ya he aprendido un montón.
—¿Recuerdas lo que dice el doctor Travis de los riesgos calculados? Cuando tu loquero te dice que te arriesgues un poco, pues tienes que hacerlo. Puedes afrontarlo. Los dos sois adultos —devolvió la atención a la búsqueda en Internet—. ¡Hala!, ¿sabes que le faltan dos años para cumplir los treinta? Piensa en su resistencia.
—Piensa en su grosería. Estoy ofendida por el modo en que lo soltó. No me gusta sentirme como una vagina con piernas.
Cary hizo una pausa y me miró con lástima.
—Lo siento, nena. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que yo, pero no quiero verte cargando con el mismo equipaje.
—No creo que normalmente sea así. —Aparté la mirada porque no quería hablar de lo que habíamos sufrido en el pasado—. Y no se trata de que me pida una cita para salir, pero tiene que haber una manera mejor de decirle a una mujer que quieres llevártela a la cama.
—Tienes razón. Es un gilipollas engreído. Déjale que suspire por ti hasta que se le pongan moradas las pelotas. Se lo tiene merecido.
Eso me hizo sonreír. Cary siempre lo conseguía.
—Dudo mucho de que ese hombre haya tenido alguna vez las pelotas moradas en toda su vida, pero es una fantasía muy graciosa.
Cerró el netbook con un enérgico golpecito.
—¿Qué hacemos esta noche?
—Estaba pensando que me gustaría ir a ver ese gimnasio de Krav Maga, en Brooklyn. —Desde que me encontré a Parker Smith en Equinox, me parecía cada vez mejor la idea de ese tipo de actividad puramente física para luchar contra el estrés.
Estaba segura de que no sería lo mismo que darle de hostias a Zayn Malik, pero sí que resultaría menos perjudicial para mi salud.
*
Llevaba una corbata gris plateada y una camisa extraordinariamente blanca; la austeridad en los colores hacía resaltar sus increíbles iris marrones. Verle allí, de pie, con la chaqueta desabrochada y las manos en los bolsillos del pantalón, en plan informal, fue como darme de bruces contra una pared imprevista.
Me detuve, sobresaltada, y miré atónita a aquel hombre que llamaba la atención más de lo que yo recordaba. Nunca había visto un pelo tan negro. Lo tenía brillante y un poco largo, de modo que las puntas le llegaban al cuello de la camisa; un corte muy sexy, que añadía un atractivo toque de picardía al próspero hombre de negocios, igual que la nata montada corona un brownie con helado y salsa de chocolate. Como diría mi madre, sólo los granujas y los aventureros tienen el pelo así.
Apreté las manos para reprimir el impulso de tocarlo y averiguar si era tan sedoso como parecía.
Las puertas empezaron a cerrarse. Inmediatamente se adelantó un poco y presionó un botón del panel para mantenerlas abiertas.
—Hay sitio para los dos, Eva.
El sonido de su voz, firme y sensual, me sacó de mi momentáneo aturdimiento. ¿Cómo podía saber mi nombre?
Entonces me vino a la memoria que había recogido mi tarjeta de identificación cuando se me cayó al suelo en el vestíbulo.
Durante un segundo titubeé pensando en decirle que estaba esperando a alguien y así coger otro ascensor, pero mi cerebro pasó a la acción.
¿Qué diablos me pasaba? Estaba claro que él trabajaba en el Malik Inc. y que no podría evitarle siempre; además, ¿por qué habría de hacerlo? Si quería que llegase el momento de poder mirarle sin que me perturbasen sus encantos, tendría que verle con la suficiente frecuencia como para que no significara más que un mueble.
Ya, ¡ojalá!
Entré en el ascensor.
—Gracias.
Soltó el botón y retrocedió. Se cerraron las puertas y el ascensor comenzó a bajar.
Inmediatamente lamenté mi decisión de compartir cabina con él.
Su presencia me producía un hormigueo en la piel. Era una fuerza demasiado poderosa para un espacio tan reducido; irradiaba una energía palpable y un magnetismo sexual que no me permitía dejar de moverme nerviosamente. La respiración se me alteró, igual que el pulso. Sentí de nuevo aquella inexplicable atracción, como si él emitiera un silencioso reclamo al que yo, instintivamente, estaba predispuesta a responder.
—¿Te ha ido bien en tu primer día? —me preguntó, sorprendiéndome.
Sus palabras fluyeron hasta mis oídos con una seductora cadencia. ¿Cómo demonios sabía que era mi primer día?
—Pues sí —respondí con serenidad—, ¿y a usted?
Noté su mirada recorriéndome el perfil, pero mantuve la atención fija en las puertas de aluminio cepillado del ascensor. Notaba el corazón acelerado dentro del pecho y el estómago agitado. Me sentía torpe y hecha un lío.
—Bueno, no ha sido mi primer día —contestó con una cierta ironía—, pero ha estado bien. Y mejora a medida que avanza.
Hice un gesto de comprensión con la cabeza y sonreí, pero no tenía ni idea de qué quería decir. El ascensor se detuvo en el piso duodécimo y entró un simpático grupo de tres personas que hablaban animadamente entre ellas. Me moví hasta el otro rincón para hacerles sitio, separándome así de Oscuro y Peligroso. Sólo que él se hizo a un lado conmigo. De repente estábamos más cerca el uno del otro que antes.
Se arregló el ya perfecto nudo de la corbata y, al hacerlo, me rozó un brazo con el suyo.
Inspiré profundamente e intenté que no me importara su proximidad, concentrándome en la conversación que tenía lugar delante de nosotros. Pero era imposible. ¡Estaba tan ahí! Tan ahí mismo. Todo él perfecto, guapísimo y oliendo divinamente. Mis pensamientos se desmandaron y comencé a fantasear sobre lo macizo que resultaría su cuerpo debajo del traje, sobre cómo sería sentirlo contra el mío, sobre lo bien dotado, o no, que estaría...
Cuando el ascensor llegó al vestíbulo, casi gemí de alivio. Esperé impacientemente a que se vaciara y, a la primera oportunidad, di un paso adelante. Me puso una mano con firmeza en la franja dorsal y salió a mi lado, dirigiéndome. La impresión del contacto con semejante zona, tan vulnerable, se extendió por todo mi cuerpo.
Llegamos a los torniquetes y él retiró la mano, dejándome con una extraña sensación de pérdida. Le miré, en un intento por adivinar su actitud, pero, aunque él también me miró a mí, su cara no me reveló nada.
—¡Eva!
La aparición de Cary, apoyado tranquilamente contra una columna de mármol en el vestíbulo, lo cambió todo. Llevaba unos vaqueros que exhibían sus larguísimas piernas y un jersey muy grande de color verde suave que le realzaba los ojos. No era raro que atrajese la atención de todos los presentes. Aflojé el paso a medida que me aproximaba, y el dios del sexo nos adelantó para salir por las puertas giratorias y subir ágilmente al asiento trasero de un todoterreno Bentley con chófer que yo había visto aparcado la tarde anterior.
Cary dio un silbido cuando el coche arrancó.
—¡Vaya! ¡Vaya! Por la forma en que le miras, deduzco que ése es el tipo del que me hablaste, ¿no?
—Sí, sí, era él, con toda seguridad.
—¿Trabajáis juntos? —Me agarró del brazo y me llevó hasta la calle por la puerta fija.
Me paré en la acera para ponerme los zapatos planos, apoyada en él, en medio de los peatones que circulaban a nuestro alrededor.
—No sé quién es, pero me ha preguntado que si había estado bien mi primer día, así que supongo que sí.
—Bueno... —sonrió y me sujetó por el codo mientras yo saltaba torpemente de un pie a otro , no me explico cómo se puede hacer algo bien cerca de él. A mí se me han medio fundido los plomos durante un minuto.
—Estoy convencida de que produce ese efecto generalmente. —Me enderecé—. Vamos, necesito beber algo.
A la mañana siguiente, llegué con un ligero dolor en la parte de atrás del cráneo, que se burlaba de mí por haber tomado más vino de la cuenta. A pesar de eso, mientras subía en el ascensor hasta el piso vigésimo, no iba lamentando la resaca todo lo que debía. Mis alternativas habían sido: o bien demasiado alcohol, o bien una sesión de vibrador, y no me daba la gana de tener un orgasmo a pilas con Oscuro y Peligroso como protagonista. No es que él supiera, o que le importase en alguna medida, que me excitaba hasta la obnubilación, pero lo sabría yo, y no quería dar esa satisfacción a su ser imaginario.
Puse mis cosas en el último cajón del escritorio y al ver que Harry todavía no había llegado, fui a buscar una taza de café y volví a mi cubículo para ponerme al día con mis blogs favoritos del mundo de la publicidad.
—¡Eva!
Me levanté de un salto cuando apareció a mi lado, con su blanquísima sonrisa destellando sobre el fondo oscuro de la piel.
—Buenos días, Harry.
—Y tan buenos. Creo que eres mi talismán. Ven a mi despacho y tráete tu tableta. ¿Puedes quedarte hoy hasta tarde?
Le seguí, dándome cuenta de su entusiasmo.
—Pues claro.
—Esperaba que dijeras eso —se dejó caer en la silla.
Yo me senté en la misma del día anterior y rápidamente abrí un bloc de notas.
—Bueno... —empezó—, hemos recibido una SDP de Kingsman Vodka y mencionan mi nombre. Es la primera vez que eso sucede.
—¡Enhorabuena!
—Gracias, pero mejor esperemos a conseguir el contrato. Todavía tenemos que presentar la oferta si conseguimos pasar la fase de solicitud de propuesta, y quieren reunirse conmigo mañana por la tarde.
—¡Vaya!, ¿son corrientes esos plazos de tiempo?
—No. Generalmente esperan hasta que la SDP haya terminado para entrevistarse con nosotros, pero Kingsman ha sido comprada recientemente por Malik Industries y esta empresa tiene decenas de filiales. Será un buen negocio si podemos conseguir el contrato. Ellos lo saben y nos hacen pasar por el aro, para empezar con la reunión que tienen conmigo.
—Lo habitual es que se trabaje en equipo, ¿no?
—Sí, somos un grupo, pero ellos conocen bien todo el procedimiento: saben que un alto ejecutivo les soltará el discursito y que terminarán por tratar con un secundario como yo, por eso me eligieron a mí y ahora van a evaluarme. Pero, para ser justos, la SDP proporciona más información de la que pide. Es tan buena como un brief, así que no se les puede acusar de ser demasiado exigentes, sólo son meticulosos. Lo normal cuando se negocia con Malik Industries.
Se pasó una mano por los apretados rizos de su pelo, en un gesto que revelaba la presión que sentía.
—¿Qué opinión tienes de Kingsman Vodka?
—Esto... bueno... Sinceramente, no me suena de nada.
Mark se reclinó en su asiento y soltó una carcajada.
—¡Gracias a Dios! Creía que era yo el único. Bueno, la ventaja que tiene eso es que tampoco sabemos nada negativo. La ausencia de noticias puede significar buenas noticias.
—¿Qué puedo hacer yo para ayudarte, aparte de investigar sobre el vodka y quedarme hasta tarde?
Frunció la boca mientras pensaba.
—Toma nota...
No hicimos pausa para comer y seguíamos en la oficina mucho después de que se hubiera quedado vacía, revisando algunos datos preliminares de los encargados de las estrategias de comunicación. Eran un poco más de las siete cuando sonó el smartphone de Harry, asustándome por la brusca alteración del silencio reinante.
Harry activó la opción de manos libres y siguió con la tarea.
—Hola, cielo.
—¿Ha comido ya esa pobre chica? —preguntó una cálida voz masculina por la línea telefónica.
Harry me miró a través del tabique de cristal de su despacho y respondió.
—Huy... se me había olvidado.
Yo aparté la vista, mordiéndome el labio inferior para disimular la risa.
A través del teléfono se oyó claramente un resoplido.
—Sólo lleva dos días en el puesto y ya la explotas y la matas de hambre. Se va a marchar.
—¡Mierda! Tienes razón. Lou, cariño...
—Déjate de cariños, anda. ¿Le gusta la comida china?
Le indiqué a Harry que sí levantando un pulgar.
Él sonrió.
—Sí, le gusta.
—Vale. Estaré ahí dentro de veinte minutos. Avisa a los de seguridad de que voy a entrar.
Casi exactamente veinte minutos después, recibía a Louis Tomlinson en la puerta de la sala de espera. Era un tío alto, con vaqueros oscuros, botas desgastadas y camisa muy bien planchada. De pelo castaño y risueños ojos azules, resultaba tan guapo como su compañero, sólo que de un modo distinto. Nos sentamos los tres a la mesa de Harry, servimos pollo kung pao, ternera y brécol en platos de papel, añadimos unas porciones de espeso arroz blanco y nos lanzamos al ataque con los palillos.
Me enteré de que Louis era contratista y de que él y Harry estaban juntos desde la universidad. Me impresionó ver cómo se trataban el uno al otro y sentí un poquito de envidia. Su relación funcionaba tan bien que era un verdadero placer pasar el tiempo con ellos.
—Caramba, chica —dijo Louis con un silbido cuando yo me iba a servir por tercera vez—, vaya cómo zampas, ¿dónde lo metes?
Me encogí de hombros.
—En el gimnasio, supongo. Eso siempre ayuda...
—No le hagas caso —replicó Harry, sonriendo—. Es que tiene pelusa. Él tiene que cuidar ese cuerpo afeminado.
—¡Joder! —Louis le dirigió a su compañero una mirada irónica—. Podría llevarla a comer con la panda y ganar dinero apostando a ver cuánto es capaz de engullir.
Yo me reí.
—Sería divertido.
—Ajá, ya sabía yo que tenías una veta insensata. Se te ve en la sonrisa.
Me quedé mirando la comida, tratando de que mi mente no vagase por el recuerdo de lo insensata que quizás había sido en mi época rebelde y autodestructiva.
Harry me salvó.
—No agobies a mi ayudante. Además, qué sabrás tú de mujeres insensatas.
—Sé que a algunas les gusta salir con hombres gays, que les interesa nuestra perspectiva. —Su sonrisa se dilató por un momento—. Y sé algunas cosas más... Eh, no os escandalicéis, vosotros dos. Yo quería averiguar si el sexo hetero era para tanto.
Estaba claro que Harry se había llevado una sorpresa, pero, por el gesto que hizo con la boca, se le veía lo suficientemente seguro de su relación como para encontrar divertida la conversación.
—¿Oh?
—¿Y qué te pareció? —me atreví a preguntarle.
Louis se encogió de hombros.
—No quiero decir que esté sobrevalorado, porque, ciertamente, no soy el más adecuado para opinar y mis experiencias fueron muy limitadas, pero yo puedo pasar de él.
Pensé que era muy revelador que Louis pudiera relatar su historia utilizando el mismo lenguaje que Harry. Conversaban sobre sus trabajos y se escuchaban el uno al otro, aun cuando los ámbitos respectivos estuviesen a años luz el uno del otro.
—Teniendo en cuenta tu forma de vida actual —le dijo Harry, cogiendo un trozo de brécol con los palillos—, yo diría que eso es bueno.
Cuando terminamos de cenar, eran las ocho y el personal de limpieza ya había llegado. Harry insistió en pedirme un taxi.
—¿Tengo que venir mañana temprano? —le pregunté.
Louis le dio unos golpecitos a Harry en el hombro.
—Tú debes de haber hecho algo grande en el pasado para tener ahora a esta chica.
—Creo que aguantarte a ti me da méritos —respondió Harry con sarcasmo.
—Pero si yo estoy muy bien enseñado —protestó Louis—; siempre bajo la tapa del váter.
Harry me dirigió una mirada de exasperación cargada de ternura hacia su compañero.
—¿Y eso de qué sirve?
Harry y yo pasamos el jueves bregando para estar listos a las cuatro, la hora de la reunión con el grupo de Kingsman. —Tomamos un almuerzo rápido con los dos creativos que iban a participar en la negociación cuando se llegara a esa fase del proceso; después, repasamos las notas sobre la presencia de Kingsman en la Web y el alcance de los medios sociales existentes.
Me puse un poco nerviosa cuando llegaron las tres y media porque sabía que el tráfico sería un asco, pero Harry siguió trabajando aun después de señalarle la hora. Eran más de las cuatro menos cuarto cuando Harry salió de su oficina dando saltitos, con una abierta sonrisa, y colocándose la chaqueta.
—Eva, ven conmigo.
Le miré desde mi escritorio parpadeando por la sorpresa.
—¿Hablas en serio?
—Claro, has trabajado mucho ayudándome con los preparativos. ¿No quieres ver cómo salen las cosas?
—¡Por supuesto que sí!
Me levanté inmediatamente. Consciente de que mi apariencia contribuiría a la impresión que causara mi jefe, me alisé la falda negra de tubo y estiré los puños de mi blusa de seda. Por una rara casualidad, el rojo de la blusa combinaba perfectamente con la corbata de Harry.
—Gracias.
Cogimos el ascensor y por un momento me sorprendió que fuéramos hacia arriba en vez de hacia abajo. Cuando llegamos al último piso, vi que la sala de espera era bastante más grande y estaba mejor decorada que la del vigésimo piso. Unas cestas colgantes con helechos y lirios perfumaban el ambiente. En el cristal ahumado de seguridad que había a la entrada, se veían grabadas con chorro de arena las palabras MALIK INDUSTRIES con un tipo de letra enérgico y masculino.
Nos permitieron la entrada y nos dijeron que esperásemos un poco. Ni Harry ni yo quisimos agua ni café, que nos ofrecieron, y menos de cinco minutos después de llegar nos condujeron a la sala de juntas.
Harry me miró con un brillo en los ojos al tiempo que la recepcionista tocaba el picaporte.
—¿Preparada?
—Preparada —contesté, con una sonrisa.
Se abrió la puerta y me indicaron que pasara yo primero. Me aseguré de entrar con una sonrisa radiante, sonrisa que se congeló cuando vi al hombre que se puso en pie a mi llegada.
Como me detuve de repente, nos atascamos en el umbral y Harry se chocó contra mi espalda, lanzándome hacia delante. Oscuro y Peligroso me agarró por la cintura y me levantó en vilo directamente hasta el pecho. El aire de mis pulmones se escapó todo de un golpe y, con él, hasta la última pizca de mi sentido común. A pesar de las capas de ropa que nos separaban, notaba con las manos aquellos bíceps como piedras, aquel estómago musculoso en contacto con el mío. Al inspirar profundamente, se me irguieron los pezones, estimulados por la expansión de su tórax.
Oh, no. Me había caído una maldición. En mi cerebro se desplegó una veloz serie de imágenes que me mostraban las mil maneras en que podría tropezar, caer, dar traspiés, resbalar o estrellarme delante del dios del sexo durante los días, semanas y meses venideros.
—Hola, otra vez —murmuró, y la vibración de su voz hizo que me doliera todo el cuerpo—; siempre es un placer toparse contigo, Eva.
Me puse roja de vergüenza y de deseo, incapaz de separarme de él pese a la presencia de las otras personas que había en la sala. Que toda su atención estuviera puesta en mí no me ayudó precisamente, además de estar paralizada por la impresión de poderosa exigencia que emanaba de aquel macizo cuerpo. De nuevo llevaba un traje negro, y tanto la corbata como la camisa eran de color gris pálido. Como siempre, estaba irresistible.
¿Qué se sentiría siendo tan extraordinariamente guapo? No habría manera de ir a ningún sitio sin provocar alboroto.
Harry me ayudó a recuperar el equilibrio sujetándome delicadamente por la espalda.
La mirada de Malik se quedó fija en la mano que Harry tenía en mi brazo hasta que me soltó.
—Bueno —dijo Harry, ya con calma—, les presento a mi ayudante, Eva Tramell.
—Ya nos conocemos. —Malik me ofreció la silla que estaba junto a la suya.
Le pedí ayuda a Harry con la mirada, todavía sin haberme recobrado del rato que había pasado pegada al superconductor sexual en Fioravanti.
Malik se inclinó hacia mí y me pidió en voz baja:
—Siéntate, Eva.
Harry me hizo una leve señal afirmativa con la cabeza, pero yo ya estaba a punto de sentarme. Mi cuerpo obedecía instintivamente a Malik antes de que la mente tuviera tiempo de oponerse.
Traté de quedarme quieta las dos horas siguientes mientras a Harry lo acribillaban a preguntas Malik y sus acompañantes de Kingsman, que resultaron ser dos atractivas morenas con traje de pantalón. La que iba vestida de color frambuesa ponía especial empeño en llamar la atención de Malik, mientras que la del traje color crema estaba muy pendiente de mi jefe. Los tres parecían impresionados por la habilidad de Harry para exponer cómo el trabajo de la empresa —y su propia mediación con el cliente— eran un valor seguro demostrable para el producto del cliente.
Me parecía admirable la serenidad de Harry con toda aquella presión a que le sometían, principalmente Malik, quien dominaba claramente la situación.
—Muy bien, señor Styles —le elogió Malik discretamente al dar por terminada la entrevista—. Estoy deseando examinar la SDP cuando llegue el momento.
—Eva, ¿qué te tentaría a ti para probar Kingsman?
Me pilló desprevenida.
—¿Perdón?
La intensidad de su mirada era punzante. Era como si lo único que viera fuera yo, lo cual me hizo respetar aún más a Harry, que había tenido que trabajar con aquel peso durante una hora.
La silla de Malik estaba alineada perpendicularmente respecto al largo de la mesa, y me miraba a mí de frente. Tenía el brazo derecho sobre la pulida superficie de madera, y golpeaba suave y rítmicamente el tablero con los dedos, largos y elegantes. Pude verle la muñeca, un pequeño fragmento de piel dorada con finas hebras de vello oscuro y, por alguna extraña razón, mi clítoris me palpitaba requiriendo atención. Sencillamente, ¡era tan... masculino!
—¿Qué sugerencias de Harry te gustan más? —me preguntó—. Despejaremos la sala, si es necesario, para que nos des una opinión sincera —me dijo, con el gesto impasible en su rostro perfecto.
Cerré las manos en torno a los reposabrazos.
—Ya le he dado mi sincera opinión, señor Malik, pero, si insiste en que se lo diga, creo que lujo y erotismo a precios razonables atraen a un sector muy amplio de la población. Yo carezco...
—Estoy de acuerdo. —Se levantó y se abrochó la chaqueta—. Señor Styles, ya tiene una pauta. Nos veremos la próxima semana.
Seguí sentada todavía unos segundos, atónita ante el ritmo vertiginoso de los acontecimientos, y miré a Harry, que parecía debatirse entre la perplejidad y la alegría.
Me puse en pie y me dirigí hacia la puerta, dándome perfecta cuenta de que Malik caminaba junto a mí. El modo en que se movía, con elegancia animal y arrogante compostura, era terriblemente excitante. No podía imaginar que no follara bien y resultara agresivo, tomando lo que quisiera de tal forma que volviera a una mujer loca por dárselo.
Me acompañó todo el rato hasta los ascensores. Habló un poco con Harry sobre deportes, creo, pero yo estaba demasiado concentrada en mis propias reacciones como para ocuparme de charlas triviales. Cuando llegó nuestro ascensor, suspiré de alivio y me dispuse a entrar rápidamente con Harry.
—Un momento, Eva —dijo Malik calmadamente, reteniéndome por el brazo—. Bajará enseguida —esta vez se dirigió a Harry, al tiempo que las puertas se cerraban con mi jefe dentro, completamente pasmado.
Malik no volvió a hablar hasta que el ascensor empezó a bajar; después, apretó el botón de llamada y me preguntó:
—¿Te acuestas con alguien?
Hizo la pregunta con tanta naturalidad, que me costó un poco procesarla.
Inspiré bruscamente.
—¿Por qué quiere saberlo?
Se quedó mirándome y yo percibí lo mismo que había percibido la primera vez que nos vimos: una fuerza arrolladora y un dominio férreo de sí mismo, atributos que me hicieron dar un involuntario paso atrás. Otra vez. Por lo menos, en esta ocasión no me había caído; estaba progresando.
—Porque quiero follar contigo, Eva, y necesito saber si hay algún obstáculo.
Sentí un repentino dolor entre los muslos y busqué la pared para conservar el equilibrio. Intentó sujetarme, pero le mantuve a raya con la mano.
—A lo mejor yo no estoy interesada, señor Malik.
Un esbozo de sonrisa se asomó a su boca. No podía estar más guapo. Ay, Dios mío...
El sonido que precedía al ascensor me sobresaltó; estaba tan tensa... Y tan excitada como nunca en mi vida. Nunca antes había experimentado una atracción tan tórrida por nadie. Nunca antes me había sentido tan ofendida por alguien a quien deseaba tanto.
Entré en el ascensor y me volví hacia él.
—Hasta otra vez, Eva —me dijo, sonriente.
Se cerraron las puertas y yo me apoyé en el pasamanos de metal, intentando recuperar el control de mí misma. Apenas lo había conseguido cuando las puertas se abrieron y vi a Harry, que paseaba por la zona de espera de nuestra planta.
—¡Por Dios, Eva! —refunfuñó Harry, parándose bruscamente— ¿Pero qué demonios pasa?
—No tengo ni puta idea —me desahogué, queriendo compartir el incidente, confuso e irritante, que había tenido lugar entre Malik y yo, a sabiendas de que mi jefe no era el oyente más adecuado—. ¿A quién le importa? Ya sabes que te va a dar el contrato.
Desapareció el frunce de su entrecejo.
—Creo que es posible.
—Como dice mi compañero de piso, deberías celebrarlo. ¿Quieres que te reserve una mesa para cenar con Louis?
—¿Por qué no? A las siete, en Pure Food and Wine, si pueden hacernos un hueco; si no, sorpréndenos.
Acabábamos de volver al despacho de Harry cuando se le echaron encima los ejecutivos: Michael Waters, director ejecutivo y presidente, Christine Field y Walter Leaman, el presidente ejecutivo y vicepresidente ejecutivo, respectivamente.
Yo escurrí el bulto lo más discretamente que pude y me metí en mi cubículo.
Llamé a Pure Food and Wine y pedí una mesa para dos. Después de mucho rogar y suplicar, la encargada por fin cedió.
Le dejé a Harry un mensaje de voz:
«Decididamente, hoy es tu día de suerte. Tienes mesa reservada para las siete. ¡Que te diviertas!».
Después, fiché la salida, ansiosa por llegar a casa.
—¿Que te dijo qué?
Sentado al otro extremo de nuestro sofá modular blanco, Cary movió la cabeza en señal de reproche.
—Ya lo sé, ¿vale? —Bebí con fruición otro sorbo de vino; era un refrescante sauvignon blanc, enfriado a la temperatura ideal, que yo había comprado en el camino de vuelta—. Ésa fue mi reacción también. Todavía no estoy segura de no haber sufrido alucinaciones y de que la conversación no haya sido producto de una sobredosis de sus feromonas.
—¿Entonces?
Me senté encima de las piernas y me acomodé en el rincón del sofá.
—¿Enconces, qué?
—Sabes a qué me refiero, Eva. —Cogió el netbook que tenía sobre la mesa de centro y se lo puso sobre las piernas cruzadas—. ¿Te lo vas a tirar?
—Pero si no le conozco. Ni siquiera sé su nombre de pila y va y me suelta ésa.
—Él sí que sabe el tuyo. —Se puso a teclear—. ¿Y qué me dices del asunto del vodka? ¿Y eso de que pidiera a tu jefe en particular?
Estaba pasándome una mano por el pelo y me quedé inmóvil.
—Harry tiene mucho talento. Y si Cross tiene un poco de olfato para los negocios, se dará cuenta y lo aprovechará.
—Se diría que sabe de negocios. —Cary le dio la vuelta al netbook y me enseñó la página inicial de Malik Industries, que contaba con una imponente foto del Malik Inc.—. Aquí está su edificio, Eva. Zayn Malik es el dueño.
¡Mierda! Cerré los ojos. Zayn Malik. El nombre le iba muy bien. Era tan sexy, elegante y masculino como él.
—Tiene gente que se encarga del marketing de sus filiales. Probablemente decenas de personas.
—Calla ya, Cary.
—Es guapo, rico y quiere echarte un polvo. ¿Qué problema hay?
Me quedé mirándolo.
—Va a ser muy violento encontrarme con él a todas horas. Espero conservar mi empleo durante mucho tiempo, porque realmente me gusta mi trabajo y me gusta Harry. Gracias a él participo de lleno en todo el proceso y ya he aprendido un montón.
—¿Recuerdas lo que dice el doctor Travis de los riesgos calculados? Cuando tu loquero te dice que te arriesgues un poco, pues tienes que hacerlo. Puedes afrontarlo. Los dos sois adultos —devolvió la atención a la búsqueda en Internet—. ¡Hala!, ¿sabes que le faltan dos años para cumplir los treinta? Piensa en su resistencia.
—Piensa en su grosería. Estoy ofendida por el modo en que lo soltó. No me gusta sentirme como una vagina con piernas.
Cary hizo una pausa y me miró con lástima.
—Lo siento, nena. Eres muy fuerte, mucho más fuerte que yo, pero no quiero verte cargando con el mismo equipaje.
—No creo que normalmente sea así. —Aparté la mirada porque no quería hablar de lo que habíamos sufrido en el pasado—. Y no se trata de que me pida una cita para salir, pero tiene que haber una manera mejor de decirle a una mujer que quieres llevártela a la cama.
—Tienes razón. Es un gilipollas engreído. Déjale que suspire por ti hasta que se le pongan moradas las pelotas. Se lo tiene merecido.
Eso me hizo sonreír. Cary siempre lo conseguía.
—Dudo mucho de que ese hombre haya tenido alguna vez las pelotas moradas en toda su vida, pero es una fantasía muy graciosa.
Cerró el netbook con un enérgico golpecito.
—¿Qué hacemos esta noche?
—Estaba pensando que me gustaría ir a ver ese gimnasio de Krav Maga, en Brooklyn. —Desde que me encontré a Parker Smith en Equinox, me parecía cada vez mejor la idea de ese tipo de actividad puramente física para luchar contra el estrés.
Estaba segura de que no sería lo mismo que darle de hostias a Zayn Malik, pero sí que resultaría menos perjudicial para mi salud.
Hola hermosas, gracias por sus comentarios, aquí les traigo el siguiente capítulo ;)
ENJOY!
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
Wooooooow que directooooo!!!!
Ameeee el cap
Siguelaaaaaaaaaaaaa
Ameeee el cap
Siguelaaaaaaaaaaaaa
karencita_mb
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
karencita_mb escribió:Wooooooow que directooooo!!!!
Ameeee el cap
Siguelaaaaaaaaaaaaa
JAJAJAJ lo sé!! esa parte fue fabulosa x)
la sigo en cuanto haya más comentarios...
zαчn-pαчnє
Re: No Te Escondo Nada. [Zayn Malik] ·Hot·
ola me gusto elcapitulo jajaja zayn fue tan directo jajajajaj me mato esa parte estuvo genial sube pronto besosxx
||Hazzy||
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