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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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mi hombre seduccion
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 1 de 1. • Comparte
mi hombre seduccion
Me acerca las manos a la espalda, me desabrocha el sujetador y me lo
quita. Se inclina y le da un beso a cada pezón. Se me ponen duros al
instante con el breve contacto de sus labios; mis pechos se transforman en
pesadas cargas sobre mi torso. Ha conseguido que mi cuerpo olvide los
efectos secundarios del alcohol y que ansíe, agitado, su tacto.
Cuando levanta la cabeza y me besa, subo las manos por sus brazos
hasta que se hunden en su suave mata de cabello rubio. Dios, cuánto he
echado esto de menos. Sólo han sido cuatro días, y me aterroriza el hecho
de haberlo echado tantísimo en falta.
—Eres adictiva —musita contra mi boca—. Ahora vamos a hacer las
paces como es debido.
—¿No las hemos hecho ya? —pregunto. Mi voz es un susurro ansioso.
—No oficialmente, pero vamos a solucionarlo, nena.
Una oleada de temblores me recorre el cuerpo cuando me besa la nariz
con suavidad y se postra de rodillas delante de mí. Me sujeta las caderas
con sus enormes manos y desliza el pulgar por debajo de mis bragas.
Me pongo tensa y espero, pero no hace ademán de quitármelas. Bajo
la mirada y lo veo ahí, arrodillado, con la frente apoyada en mi regazo, y
sumerjo los dedos en su cabello rubio oscuro. Nos quedamos así una
eternidad, atrapados en nuestro pequeño ensueño. Me limito a mirarlo
mientras me acaricia el vientre con la frente una y otra vez.
Finalmente inspira hondo y se acerca más. Me besa el ombligo y
permanece ahí unos segundos hasta que empieza a deslizarme las bragas
por las piernas. Me da unos golpecitos en el tobillo para ordenarme sin
hablar que levante el pie, y hace lo mismo con el otro.
Sigue arrodillado delante de mí, con la cerviz inclinada, y sé que algo
le ronda por la cabeza. Le tiro un poco del pelo para sacarlo del estado de
ensoñación y alza la cara para mirarme. Empieza a levantarse con las
arrugas de la frente muy marcadas. Abre las manos sobre mi trasero y
vuelve a hundir la cabeza en mi estómago para besarlo de nuevo. Está
actuando de una manera extraña.
—¿Qué pasa? —No puedo seguir guardándome la preocupación para
mí.
Él me mira y sonríe, pero la sonrisa no le alcanza los ojos.
—Nada —dice de manera poco convincente—. No pasa nada.
Justo cuando estoy a punto de replicarle, entierra el rostro entre mis
muslos y se me doblan las piernas.
—¡Hummm...! —Echo la cabeza hacia atrás y me agarro con más
fuerza a su pelo. Con un inesperado lametón, bloquea todos mis sentidos y
abandono las intenciones de insistirle.
Me agarra de las caderas y me hace dar un fuerte respingo. Él es lo
único que me sostiene. Siento que su lengua caliente y entrenada traza
círculos alrededor de mi hipersensible cúmulo de nervios y que lo rodea
con movimientos precisos y lentos antes de hundirse en mi sexo. No se
deja ni un milímetro por explorar.
—Necesito ducharme —protesto.
—Y yo te necesito a ti —gruñe pegado a mí.
Me derrito cuando aumenta la presión y me clava los dedos en las
caderas. Me aprieto contra su boca. Es sólo cuestión de segundos que
estalle en mil pedazos. La presión que se concentra en mi entrepierna me
obliga a contener la respiración; el corazón se me sale por la garganta.
—Tienes un sabor delicioso. Dime que estás cerca.
—¡Estoy cerca! —jadeo sin aliento. Joder, ¡estoy muy cerca!
—Parece que te has levantado muy obediente.
Retira una mano de mi cadera y hunde dos de sus dedos en mi sexo.
Acaba de ponerme en órbita.
—¡Joder! —grito—. ¡Por favor! —Debo de estar arrancándole el pelo.
—Esa... puta... boca —me reprende entre intensas y constantes
caricias. No puede reñirme por decir tacos en estos momentos. Es culpa
suya por ponerme en este estado.
Ensancha mi abertura con los dedos trazando círculos y empujando,
mientras me masajea el clítoris y me lame los labios sensibles con la
lengua. Es una placentera tortura a la que estaría sometida toda la vida, de
no ser por esa creciente presión que exige liberarse.
—¡Jesse! —grito con desesperación.
Con unas cuantas caricias más de sus dedos, de su pulgar y de su
lengua, me lanza por el borde de un precipicio y desciendo en caída libre
hacia la nada. El dolor que sentía en el cerebro deshidratado ha sido
sustituido por chispas de placer. Estoy curada.
Me lame y me chupa lenta y suavemente, hasta que mi cuerpo se
relaja y mis latidos empiezan a estabilizarse. Yo dejo las palmas de las
manos sobre su cabeza y dibujo pequeños círculos sobre su pelo.
—Eres el mejor remedio para la resaca que existe —exhalo con un
suspiro de satisfacción.
—Y tú eres el mejor remedio para todo —responde. Su lengua se
desliza hacia mi estómago y asciende entre mis pechos mientras se pone de
pie. Continúa trepando por mi cuello y me echa la cabeza hacia atrás con
un gruñido para lamerme la garganta—. Hummm..., y ahora —dice, y me
besa la barbilla suavemente—, voy a follarte en la ducha. —Me baja el
mentón para que mi cara quede frente a la suya y me besa en los labios—.
¿Vale?—
Vale —accedo. Qué pregunta más tonta. Llevo cuatro días sin él.
¿Dónde estaba? Prefiero no preguntar. De todos modos, tampoco creo que
me diera una respuesta. En lugar de eso, recorro despacio su maravilloso
pecho con las manos y me fijo en la horrible cicatriz. Otra cosa que no creo
que quiera contarme.
—Ni se te ocurra preguntar. ¿Qué tal va tu cabeza?
Aparto la mirada de la cicatriz y la elevo hacia él. Me observa con
aire de advertencia. Será mejor que no me enfrente a ese tono o a esa cara.
—Mejor —contesto. Y es verdad. Su expresión se relaja y mira hacia
sus bóxeres.
Capto la indirecta y le deslizo la mano por la cintura. Le acaricio el
vello con el dorso de la mano y la paso por encima de su erección
matutina. Lo miro a los ojos y veo que me estudia detenidamente. Cuando
me acerco más a él, aprovecha la oportunidad para apoyar la frente en la
mía y me regala ese aliento fresco que lo caracteriza.
El vapor de la ducha nos rodea y la condensación nos cubre; me doy
cuenta de que su pecho empieza a humedecerse. Me aferro a su piel, le
paso las manos por la parte trasera de los calzoncillos y acaricio con las
palmas su extraordinario culo prieto.
—Me encanta esto —susurro mientras le masajeo las nalgas.
Él mueve la frente contra la mía.
—Es todo tuyo, nena.
Sonrío, arrastro las manos hacia la parte delantera de su cuerpo y le
agarro la gruesa y palpitante excitación por la base.
—Y me encanta esto.
Él gruñe agradecido y me reclama los labios. Me toma la boca con
posesión y me obliga a soltar su erección y a volver a agarrarme de su
trasero. Me aprieta contra su pecho y siento el fuerte impacto de su dureza
contra mi ingle. Empiezo a excitarme de nuevo. La necesidad de tenerlo
dentro me obliga a interrumpir nuestro beso y a tirar de sus calzoncillos
hasta que caen por sus piernas largas y esbeltas. Aparta una mano de mi
culo para ayudarse y pronto sus bóxeres revelan una tremenda erección que
me señala. Ansiosa, no para de dar sacudidas. La gota de humedad que le
moja la punta me indica que se aproxima un momento de conmoción. Y así
es. Pronto me agarra de la cintura y me aprieta contra su cuerpo agitado.
—Rodéame la cintura con los muslos —gruñe contra mi cuello
mientras lo chupa y lo muerde. Yo obedezco sin vacilar y envuelvo su
cuerpo ansioso con las piernas cuando me levanta y su excitación roza mi
entrada hinchada obligándome a lanzar un grito de desesperación.
—Dios —jadeo.
Pega sus labios contra los míos y gime cuando nuestras lenguas se
funden en una danza ceremonial. Le acaricio con la mano la barba
incipiente mientras me sujeta con un brazo alrededor de la cintura y nos
conduce a ambos hacia la ducha. Inmediatamente, me empotra contra las
baldosas. Pega una mano contra la pared por encima de mi cabeza mientras
me devora la boca y el agua cae a nuestro alrededor.
—Esto va a ser intenso, Ava —me advierte—. Puedes gritar.
Que Dios me ayude. Estoy ardiendo y no tiene nada que ver con el
agua caliente que llueve sobre nosotros. Me agarro a su espalda y noto que
retrocede, preparado para penetrarme. Relajo los muslos para darle
espacio. Aparta la mano de la pared y se guía hacia mi abertura. Me mira a
los ojos cuando la cabeza de su erección entra en mí, y tiemblo.
—Tú y yo —dice, y me busca los labios y me besa con ansia—. No
nos peleemos más. —Y con un fuerte movimiento de caderas, embiste
hacia arriba y me llena hasta el fondo. Con un rugido, apoya la mano de
nuevo en la pared junto a mi cabeza.
—¡Dios! —grito.
—No, nena, soy yo —masculla entre potentes arremetidas que me
empotran más y más contra las baldosas de la pared—. Te gusta, ¿verdad?
Le clavo las uñas en la piel para intentar agarrarme, pero el agua, que
no deja de caer sobre su espalda, lo hace imposible.
—Ava...
—¿Qué? —Dejo caer la cabeza hacia atrás, jadeando y loca de placer,
mientras cada embestida me empuja más hacia un éxtasis absoluto. Siento
sus labios sobre mi garganta expuesta, que se deslizan en llamas sobre mi
piel mojada.
—Me encanta follarte —gruñe contra mi cuello sin interrumpir su
ritmo intenso y voraz—. ¿Lo recuerdas ya? —Ah, ¡se trata de un polvo
recordatorio! No tiene de qué preocuparse. Es imposible que me olvide de
algo así—. ¿Te has acordado ya, Ava? —ruge acompañando cada palabra
con un empujón.
—¡No lo había olvidado! —grito indefensa ante sus arremetidas de
castigo contra mi cuerpo.
Le suelto la espalda sabiendo que él me sostendrá y acerco su rostro al
mío. Aparto con las manos el agua que corre por su cara. Levanta la vista
para mirarme.
—No se me había olvidado —grito mientras me percute con fuerza.
Sentir cómo se mueve dentro de mí, y sentir cómo tiembla con la
intensidad del movimiento de nuestros cuerpos unidos, hace que tenga las
emociones a flor de piel. Jadea e inclina la cabeza para reclamar mis
labios. Es un beso con significado, y me derrito en él. Esto no ayuda en mi
intento de dominar mis sentimientos. Gime en mi boca mientras le sujeto
la cara y absorbo la pasión que emana de cada uno de los poros de su piel.
Él sigue embistiendo con rapidez e insistencia.
Nuestra ansia mutua se apodera de nosotros y alcanzo el punto de no
retorno. Cierro con fuerza los muslos alrededor de sus caderas estrechas y
todos los músculos de mi cuerpo se contraen esperando la descarga que se
avecina. Él vibra y farfulla palabras sin sentido contra mi boca.
«¡Joder!»
Echa la cabeza hacia atrás.
—¡Joder!
—¡Jesse, por favor! —exclamo.
Esto comienza a rozar lo insoportable. No sé qué hacer. Es demasiado.
Entonces levanta la cabeza y me mira, con las pupilas dilatadas y los
párpados caídos. Me preocupa un poco.
—¿Más fuerte, Ava?
¿Qué? Joder, va a partirme por la mitad.
—Contéstame —me exige.
—¡Sí! —chillo. ¿Es posible hacerlo más fuerte?
Emite un gruñido gutural y acelera sus embestidas con determinación,
a un ritmo que no creía posible. Aprieto los muslos hasta sentir dolor, pero
al hacerlo aumenta la fricción y, en consecuencia, el placer.
—¡Jesse! —Supero el umbral, estallo a su alrededor con un alarido.
El intenso gruñido que escapa de sus labios indica que él me
acompaña; se mantiene dentro de mí, hasta el fondo, y su cuerpo enorme
tiembla contra el mío. Brama mi nombre y siento su cálida eyección dentro
de mí. Apoyo la cabeza sobre su hombro. Mi corazón late a un ritmo
frenético.
«¡Madre mía!» Me sostiene con un brazo, con la cara enterrada en mi
cuello y apoyando el antebrazo en la pared. Se ha quedado sin aliento, y
mis músculos envuelven de manera natural su miembro palpitante
mientras se sacude suavemente dentro de mí. El agua sigue cayendo sobre
nosotros, pero nuestra respiración entrecortada amortigua su sonido.
—Joder —resuella.
Suspiro. Sí, yo no lo habría dicho mejor. Ha sido más que intenso. Me
tiembla hasta el cerebro, y sé que no seré capaz de ponerme de pie si me
suelta. Como si me leyera la mente, se vuelve, apoya la espalda en las
baldosas y se deja caer resbalando por la pared. Me arrastra con él de
manera que acabo sentada a horcajadas sobre su regazo en el suelo de la
ducha. Tengo la cara pegada a su pecho y aún siento sus palpitaciones
dentro de mí.
Estoy exhausta. La resaca ha desaparecido, pero se ha visto
reemplazada por un agotamiento absoluto. Espero que no tenga prisa,
porque no pienso moverme de aquí en un rato. Cierro los ojos y me relajo
pegada a su magnífico cuerpo.
—Eres mía para siempre, señorita —dice con dulzura mientras me
acaricia la espalda mojada con las dos manos.
Abro los ojos y un torrente de pensamientos invade mi cerebro
convaleciente, pero hay uno que grita más fuerte: «Quiero serlo.» Pero no
lo digo. Soy consciente de que el sexo es increíble y de que me quiere
precisamente por eso, cosa que no me importaría si no estuviera tan
convencida de que se acabará antes o después. El sexo a este nivel es algo
demasiado intenso. No puede durar eternamente. Acabará enfriándose y
eso será todo. Pero ahora, al darme cuenta de ello, me aterra pensar que
terminará por romperme el corazón. Mi fuerza de voluntad es nula. No
puedo resistirme a él.
—¿Amigos? —pregunto, y apoyo los labios sobre su pecho y le beso
alrededor del pezón.
—Amigos, nena.
Sonrío contra su torso.
—Me alegro.
—Yo también —dice con suavidad—. Mucho.
—¿Dónde te habías metido?
—Eso no importa, Ava.
—A mí sí —replico sin agitarme.
—He vuelto. Eso es lo único que importa. —Me coge del culo y me
acerca más a él. Sí, es verdad. Pero no por ello siento menos curiosidad. Y
el hecho de que no me lo quiera decir la aviva todavía más. ¿Dónde estaba?
—Dímelo —insisto.
—Ava, olvídalo —dice con voz severa.
Suspiro, me despego de su pecho y lo miro apesadumbrada.
—Vale. Tengo que lavarme el pelo.
Me aparta los mechones mojados de la cara y me besa los labios.
—¿Tienes hambre ya?
La verdad es que sí. El polvo resacoso me ha abierto un apetito voraz.
—Muchísima. —Me levanto y cojo el champú—. ¿Esto es todo? —
Observo la botella, y después a Jesse—. ¿No tienes acondicionador?
—No, lo siento. —Se levanta también del suelo de la ducha, me quita
el champú de las manos y me echa un poco en el pelo—. Yo te lo lavo.
Cedo a sus deseos y dejo que me lave el pelo. Me masajea la cabeza
con suavidad. Tendré que lavármelo otra vez al llegar a casa porque
necesito usar acondicionador, pero este champú huele a él, así que no me
importa. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para deleitarme en los
rítmicos movimientos de sus manos.
Antes de lo que me gustaría, me coloca debajo de la ducha para
enjuagarme la espuma.
—¿Qué coño es esto? —farfulla.
—¿El qué? —Me vuelvo para ver a qué se refiere. Me agarra
conmocionado y vuelve a colocarme de espaldas a él.
—¡Esto!
Miro por encima de mi hombro y lo veo contemplándome el trasero
con la boca abierta. Se refiere a los restos de los moratones que me hice en
mi pequeña aventura en la parte trasera de Margo. Por la expresión de
horror de su rostro, cualquiera diría que tengo una enfermedad de la piel.
Pongo los ojos en blanco.
—Me caí en la parte de atrás de la furgoneta.
—¿Qué? —inquiere con impaciencia.
—Estaba sujetando la tarta en la parte de atrás —le recuerdo—. Me di
un par de golpes.
—¿Un par? —exclama mientras me pasa la palma por el culo—. Ava,
parece que te hayan usado como balón de rugby.
Me echo a reír.
—No me duele.
—Se acabó lo de sujetar tartas —sentencia—. Lo digo en serio.
—No seas exagerado.
Gruñe unas palabras ininteligibles, se arrodilla y me da un beso en
cada nalga. Yo cierro los ojos y suspiro.
—Ya hablaré yo con Kate —añade, y sospecho que lo hará de verdad.
Se levanta otra vez, me vuelve para ponerme frente a él y me aparta el
agua de la cara. Abro los ojos y lo veo mirándome. Su rostro no delata
ninguna expresión, pero sus ojos son otra historia. ¿Se ha cabreado porque
tengo unos cuantos moratones? La última vez que se enfadó por algo así
desapareció cuatro días.
Se inclina, me besa la clavícula, asciende por el cuello
acariciándomelo con la lengua y me muerde el lóbulo de la oreja con
suavidad. Me estremezco al sentir su aliento cálido. Joder, ¡podría empezar
otra vez!
—Después —susurra, y yo gimo de decepción. Con él nunca tengo
suficiente—. Fuera —ordena. Me da la vuelta, me agarra de la cintura por
detrás y me guía al exterior de la ducha.
Permanezco callada mientras dejo que me pase la toalla por todo el
cuerpo y por el pelo para absorber el exceso de humedad. Está siendo muy
dulce y atento. Me gusta. De hecho, me gusta demasiado.
—Ya está. —Se enrosca la toalla alrededor de la cintura sin secarse.
Quiero ponerme de puntillas y lamerle las gotas de agua que le
empapan los hombros, pero me agarra de la mano y me conduce al
dormitorio antes de que pueda llevar a cabo mis intenciones.
Observo la habitación. ¿Dónde está mi vestido? No puedo creer que
tenga que pasar la vergüenza de salir de aquí con ese traje negro y corto.
Tras inspeccionar el cuarto, miro a Jesse. Me quedo atontada
contemplando cómo se pone los pantalones.
—¿No te pones calzoncillos? —pregunto.
Se coloca bien sus partes y se sube la cremallera con una sonrisa
pícara.—
No, no quiero obstrucciones innecesarias —dice con tono sugerente
y seguro de sí mismo.
Frunzo el ceño.
—¿Obstrucciones?
Se mete una camiseta blanca e impoluta por la cabeza mojada y se
cubre los magníficos abdominales. Sé que tengo la boca abierta.
—Sí, obstrucciones —confirma sin añadir más. Se acerca a mi figura
desnuda, me agarra del cuello y acerca mi rostro al suyo—. Vístete —
susurra, y me besa en los labios con fuerza.
Tiene que dejar de hacer esto si no quiere que me ponga cachonda otra
vez.
—¿Y mi vestido? —pregunto contra sus labios.
Me suelta.
—No lo sé —dice con desdén, y sale como si tal cosa de la habitación.
¿Qué? Tuvo que quitármelo él, porque yo habría sido incapaz de
coordinar mis movimientos para desnudarme. Vuelvo al cuarto de baño a
por mi ropa interior, al menos eso sí que sé dónde está. No. No lo sé. Mi
sujetador y mis bragas han desaparecido.
Vale, le gustan los jueguecitos. Me acerco a su vestidor y cojo lo que
espero que sea la camisa más cara de todo el perchero. Me la planto y bajo
la escalera. Está en la cocina, sentado en la isla, metiendo los dedos en un
tarro de mantequilla de cacahuete.
Me deslumbra con su sonrisa cuando me mira con los labios cerrados
alrededor de un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
—Ven aquí —me ordena.
Estoy en el umbral de la puerta, desnuda excepto por una larga camisa
blanca, y lo miro con el ceño fruncido.
—No —respondo, y veo que su sonrisa desaparece y sus labios
forman una línea recta.
—Ven... aquí —repite subrayando cada palabra con intensidad.
—Dime dónde está el vestido —exijo.
Me observa con los ojos entreabiertos y deja el tarro de mantequilla
de cacahuete con firmeza sobre la encimera. Aprieta la mandíbula y
empieza a golpetear con ímpetu la isla mientras me fulmina con la mirada.
—Te doy tres segundos —declara con voz sombría y cara seria.
Enarco las cejas.
—¿Tres segundos para qué?
—Para mover el culo hasta aquí —contesta con tono feroz—. Tres.
Abro los ojos de par en par. ¿Va en serio?
—¿Qué pasa si llegas al cero?
—¿Quieres descubrirlo? —Sigue completamente impasible—. Dos.
¿Qué? ¿Que si quiero descubrirlo? Joder, no me está dando mucho
tiempo para pensármelo.
—Uno.
«¡Mierda!» Corro como un rayo hacia sus brazos abiertos y me
estrello contra su duro torso. La expresión de satisfacción que advierto en
su rostro antes de enterrar la cabeza en su cuello no engaña. No sé qué
habría pasado si hubiera llegado al cero, pero sé lo mucho que me gusta
que me rodee con los brazos, así que no tenía mucho que pensar. Joder, qué
sensación tan maravillosa. Restriego la nariz y la boca por sus pectorales y
le acaricio la espalda con los dedos. Oigo sus lentos latidos. Exhala y se
pone de pie. Me coloca sobre la encimera de la isla y se coloca entre mis
muslos con las manos apoyadas sobre ellos.
—Me gusta tu camisa —dice al tiempo que me frota las piernas.
—¿Es cara? —pregunto con sorna.
—Mucho —sonríe. Ha captado mis intenciones—. ¿Qué recuerdas de
anoche?
Vaya. Pues que estaba como una cuba y más caliente que una mona
sobre la pista de baile y que creo que me di cuenta de que estaba
enamorada de él. Pero no es necesario que sepa esto último.
—Que bailas muy bien —decido responder.
—No puedo evitarlo. Me encanta Justin Timberlake —dice restándole
importancia—. ¿Qué más recuerdas?
—¿Por? —pregunto extrañada.
Suspira.
—¿Hasta cuándo recuerdas?
¿Adónde quiere ir a parar?
—No recuerdo llegar a casa, si es eso lo que quieres saber. Sé que
estaba muy borracha y que fui una estúpida bebiéndome esa última copa.
—¿No recuerdas nada después de salir del bar?
—No —admito. Nunca me había pasado algo así.
—Es una lástima. —Sus ojos apesadumbrados observan los míos y
parecen buscar algo en ellos, pero no sé qué.
—¿El qué?
—Nada. —Se inclina, me besa con ternura en los labios y me acaricia
la cara con las palmas de las manos.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto mirándolo directamente a los
ojos.
Vuelve a pegar sus labios a los míos y me obliga a abrirlos pasando la
lengua alrededor de mi boca lentamente antes de morderme el labio
inferior y de introducirla con suavidad.
—Veintiséis —susurra, y empieza a darme besitos por toda la boca.
—Te has saltado el veinticinco —farfullo, y cierro los ojos con
satisfacción.
—No. Anoche me lo preguntaste, pero no te acuerdas.
—Ah. ¿Después del bar?
Frota la nariz contra la mía.
—Sí, después del bar. —Se aparta y me acaricia el labio inferior con
el pulgar—. ¿Te encuentras mejor?
—Sí, pero tienes que darme de comer.
Se echa a reír y me propina un beso casto en los labios.
—¿Ordena algo más su Señoría?
—Sí —respondo con altivez—. Devuélveme mi ropa.
Me mira con recelo y desliza la mano en dirección a mi cadera. La
aprieta con fuerza y me obliga a dar un brinco sobre el banco al tiempo que
lanzo un chillido.
—¿Quién manda aquí, Ava?
—No sé a qué te refieres —digo entre risas mientras sigue
haciéndome cosquillas en mi punto débil.
—Me refiero a lo bien que nos llevaríamos si aceptases quién manda
aquí.
No puedo soportarlo más.
—¡Tú! ¡Tú mandas!
Me suelta inmediatamente.
—Buena chica. —Me agarra del pelo, tira de mí hacia su cara y me
besa con pasión—. Espero que no se te olvide.
Me derrito en sus labios y acepto su supuesto poder con un largo
suspiro. Se aparta de mí demasiado pronto para mi gusto y me deja sobre la
encimera para regresar unos minutos después con mi ropa interior, mi
vestido, mis zapatos y mi bolso. Le lanzo una mirada asesina mientras me
lo entrega todo.
—No me mires así, señorita. No vas a ponerte ese vestido otra vez,
eso te lo garantizo. Ponte la camisa por encima. —Contempla el vestido
con desaprobación antes de marcharse a la cocina para hacer una llamada.
Me echo a reír. ¿Quién manda aquí? ¡Yo! ¡Yo mando! «¡Maníaco
controlador!» Me pongo la ropa y registro el bolso para sacar las píldoras
anticonceptivas, pero no las encuentro. Vacío todo el contenido sobre la
isla y busco entre todos los trastos que llevo, pero no las cogí.
—¿Estás lista?
Me vuelvo hacia Jesse, que está en la entrada de la cocina
tendiéndome la mano.
—Un momento. —Vuelvo a meterlo todo en el bolso y doy un salto
para tomar su mano.
—¿Has perdido algo? —pregunta, y me guía por el ático.
—No, me las habré dejado en casa. —Me mira con curiosidad—. Las
píldoras.
Levanta las cejas.
—Menos mal que no está Cathy. Le daría un infarto si te viera con ese
vestido.
—¿Quién es Cathy?
—Mi asistenta. —Vuelve a mirar mi vestido con desaprobación y
empieza a abrocharme los botones de la camisa—. Mejor —concluye con
una sonrisita de satisfacción.
Salimos del ascensor y me arrastra por el vestíbulo del Lusso. Clive
nos mira perplejo.
—Buenos días, señor Ward —lo saluda alegremente—. Ya tienes
mejor aspecto, Ava.
Jesse saluda a Clive con la cabeza pero no se detiene. Yo me pongo
como un tomate y sonrío con dulzura mientras corro para seguirle el ritmo
a Jesse. Qué vergüenza. Dudo mucho que tenga mejor aspecto que anoche.
Tengo el pelo mojado, no me he maquillado y llevo la misma ropa que
anoche con una camisa de Jesse encima.
Me mete en el Aston Martin y me lleva a casa a la misma velocidad
vertiginosa de siempre mientras Ian Brown acaricia mis oídos.
Una vez delante de casa de Kate, bajo del coche y él sale para
despedirse en la acera. Me sigue con la mirada hasta que me tiene delante y
me contempla con esos maravillosos ojos verdes. No quiero que se vaya.
Quiero que me lleve de vuelta a su castillo de ensueño y que me retenga
allí para siempre, en su cama, con él dentro. Soy esclava de este hombre.
Me ha absorbido por completo.
Doy un paso hacia adelante, me aprieto contra su pecho e inclino la
cabeza para mirarlo. Él está como si tal cosa, con las manos en los
bolsillos y mirándome con los ojos brillantes cuando me pongo de
puntillas y le rozo los labios con los míos. Al instante, se saca las manos de
los bolsillos, me estrecha contra su pecho y me hunde la lengua en la boca,
reclamando la mía con vehemencia. Y yo se la entrego sin rechistar. Le
rodeo el cuello con los brazos y me dejo llevar mientras me aprieta y me
lame la boca, devorándome por completo.
Perdida... estoy perdida.
Una vez satisfecho, se aparta con un gran suspiro que me deja sin
respiración y deseando mucho más. Me vuelvo sobre las piernas
tambaleantes y avanzo hasta el portal de Kate. Debería sonreír. Estoy muy
contenta y satisfecha con todo el sexo que he tenido, pero siento una
punzada difícil de ignorar en el estómago.
Me doy la vuelta para ver cómo se aleja con el coche, pero me lo
encuentro detrás de mí, mirándome. Arrugo el ceño. ¿Qué hace? Como
venga a por otro beso de despedida ya no lo suelto.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Te esperaré dentro.
—¿Adónde voy a ir?
—Te vienes conmigo al trabajo —contesta como si ya debiera
saberlo.
¿Se va a trabajar? Pues claro, los hoteles no cierran los fines de
semana, pero ¿qué voy a hacer yo mientras él trabaja? Aunque, bien
pensado, ¿qué más da mientras esté junto a él?
—Acabas de darme un beso de despedida.
Esboza una sonrisa.
—No, Ava. Sólo te he besado —dice, y me aparta un mechón de pelo
mojado de la cara—. Arréglate.
Ah, vale. No para de darme órdenes y yo las acato sin rechistar. Soy
su esclava de verdad.
Entro en el salón, con Jesse detrás, y veo a Kate y a Sam tirados en el
sofá, convertidos en un amasijo de brazos y piernas, semidesnudos y
comiendo cereales. Ninguno de los dos hace el más mínimo esfuerzo por
intentar taparse.
—¡Eh, colega! —exclama Sam al levantar la vista y ver a Jesse,
quien, al comprobar que está medio desnudo, lo mira con desaprobación—.
¿Cómo te encuentras, Ava? —me pregunta.
Pongo los ojos en blanco. «Pues... estaba fatal, pero después de que
Jesse me haya follado hasta perder el sentido me encuentro mucho mejor,
gracias.»
—Bien —contesto. Miro a Kate y le indico con la mirada que se reúna
conmigo en mi cuarto inmediatamente—. Me daré toda la prisa que pueda.
Dejo a Jesse en el salón y me retiro a mi habitación, donde me paseo
de un lado a otro mientras espero a Kate. Las palabras de Victoria me
vuelven a la mente, y ahora no sé qué hacer.
Entra en mi dormitorio; tiene un aspecto horrible.
—¡Parece que alguien ha estado follando! —dice entre risas.
La miro con recelo. Hay algo que tengo que aclarar primero.
—¿Por qué le dijiste a Sam dónde estaba? —le reprocho.
Se queda perpleja.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí... no... un poco. —Bueno, no estoy enfadada en absoluto. Anoche
sí lo estaba un poco, pero ya no. Me sonríe con sorna—. No me mires así,
Kate Matthews. ¿Qué ha pasado entre Sam y tú?
—Es un encanto, ¿verdad? —Me guiña un ojo—. Sólo nos estamos
divirtiendo un poco.
Bueno, sea sólo eso o no, tiene que saberlo.
—Tienes que saber que Victoria vio que una tía enfurecida le tiraba
un frappuccino por encima en Starbucks. —Me quito la camisa de Jesse y
el vestido por la cabeza y los tiro al suelo.
Kate pone los ojos en blanco, recoge las prendas y las coloca sobre micama antes de dejarse caer sobre el edredón con la melena pelirroja
rodeándole el pálido rostro.
—Ya lo sé. Es la loca de su ex novia.
—¿Te lo ha contado? —digo incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Sí, no pasa nada.
—Ah. —No puedo creer lo tranquila que está. Todo le parece bien
siempre, nada la irrita nunca.
Me mira.
—Tú no eres la única que se está llevando lo suyo —dice muy en
serio. Me quedo boquiabierta—. Lo llevas escrito en la cara, Ava.
—Me voy con Jesse a su trabajo. —Cojo el secador e intento hacer
algo con mi pelo desastroso.
—Diviértete —canturrea cuando sale de mi cuarto. Pongo la cabeza
boca abajo y me seco del todo la mata de pelo negro mientras intento
ignorar el hecho de que tengo prisa por volver con Jesse.
Cuando vuelvo a levantar la cabeza frente al espejo, me lo encuentro
apoyado en el cabezal de mi cama. Tiene los brazos cruzados por detrás de
la cabeza. Ocupa prácticamente la totalidad de mi cama doble. Apago el
secador y me vuelvo hacia sus ardientes ojos verdes. Quiero saltar sobre
esa cama y sobre él.
—Hola, nena —dice mirándome de arriba abajo.
—Hola —respondo sonriendo y con voz insinuante—. ¿Estás
cómodo?
Cambia de postura.
—No, últimamente sólo estoy cómodo con una cosa debajo de mí. —
Mueve las cejas de forma sugerente.
Esa mirada y esas palabras hacen que me tiemblen las rodillas;
remolinos de necesidad recorren cada milímetro de mi cuerpo. Lo miro
mientras se levanta de mi cama y se aproxima lentamente. Una vez delante
de mí, me da la vuelta y me pone de cara al armario. Estira el brazo por
encima de mi hombro, rebusca entre mi ropa colgada y saca mi vestido
camisero de color crema.
—Ponte esto —me susurra al oído—. Y ponte ropa interior de encaje.
Cierro los ojos con fuerza. Había pensado en ponerme unos vaqueros
y una camiseta, pero no me importa en absoluto ponerme lo que sugiere.
Estiro el brazo, le cojo la percha de las manos y gimo un poco cuando, al
bajar el brazo, me roza un pecho al tiempo que adelanta las caderas contra
mi trasero.
«¡Para, por Dios!»
—Date prisa —dice. Me da una palmadita en el culo, se marcha y me
deja allí plantada, toda temblorosa, con la única posibilidad de aferrarme al
vestido de color crema. Me obligo a volver a la realidad, sacudo el cuerpo
y la cabeza ligeramente y acabo de arreglarme.
Saco todos mis bolsos y empiezo a buscar las píldoras, pero no las
encuentro por ninguna parte. Kate está preparando té en la cocina, vestida
sólo con una camiseta.
—¿Has visto mis pastillas? —pregunto mientras busco en un cajón
donde guardamos todo tipo de trastos, desde pilas y cargadores de teléfono
hasta pintalabios y laca de uñas.
—¿No están en tu bolso?
—No. —Cierro el cajón de golpe con el ceño fruncido.
—¿Has mirado ya en todos tus bolsos? —pregunta Kate, que sale de la
cocina con dos tazas de té.
—Sí —contesto, y empiezo a buscar en los demás cajones de la
cocina, aunque sé que es imposible que estén con los cubiertos o los
utensilios.
—¿Qué pasa?
Alzo la vista y veo a Jesse en la puerta.
—No encuentro las píldoras.
Pruebo, en vano, a buscarlas en el bolso otra vez, pero no están.
—Luego las buscas, vamos. —Me tiende la mano—. Me gusta tu
vestido —comenta, y me mira de arriba abajo mientras camino hacia él.
Claro que sí... lo ha elegido él.
Mete la mano por debajo del dobladillo y me acaricia entre los muslos
con el dedo índice mientras contempla cómo cierro los labios de golpe y
pego las manos a su pecho. Sonríe con satisfacción, desliza el dedo por
debajo de la goma de mis bragas y me acaricia el sexo con suavidad. Lanzo
un suspiro.
—Estás mojada —susurra, y traza círculos con el dedo lentamente.
Tengo ganas de llorar de placer—. Después. —Retira el dedo y se lo lame.
Lo miro mal.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—Jamás. —Se ríe y me saca de un tirón de la cocina—. Despídete de
tu amiga.
—¡Adiós! —grito—. También es amiga tuya, ¿verdad? —Todavía no
hemos hablado sobre la pequeña conversación que tuvieron Kate y él
anoche en el bar. Me mira con cara de no entender a qué me refiero—:
Anoche, en el bar, le susurraste algo al oído —digo como si tal cosa.
Abre la puerta de la calle y me insta a salir.
—Me echó la bronca por haber desaparecido y me disculpé. No suelo
disculparme muy a menudo, así que no te acostumbres.
Me echo a reír. La verdad es que no le pega mucho lo de pedir perdón.
Pero conmigo lo ha hecho. Aunque todavía no me ha explicado dónde se
metió durante esos días.
quita. Se inclina y le da un beso a cada pezón. Se me ponen duros al
instante con el breve contacto de sus labios; mis pechos se transforman en
pesadas cargas sobre mi torso. Ha conseguido que mi cuerpo olvide los
efectos secundarios del alcohol y que ansíe, agitado, su tacto.
Cuando levanta la cabeza y me besa, subo las manos por sus brazos
hasta que se hunden en su suave mata de cabello rubio. Dios, cuánto he
echado esto de menos. Sólo han sido cuatro días, y me aterroriza el hecho
de haberlo echado tantísimo en falta.
—Eres adictiva —musita contra mi boca—. Ahora vamos a hacer las
paces como es debido.
—¿No las hemos hecho ya? —pregunto. Mi voz es un susurro ansioso.
—No oficialmente, pero vamos a solucionarlo, nena.
Una oleada de temblores me recorre el cuerpo cuando me besa la nariz
con suavidad y se postra de rodillas delante de mí. Me sujeta las caderas
con sus enormes manos y desliza el pulgar por debajo de mis bragas.
Me pongo tensa y espero, pero no hace ademán de quitármelas. Bajo
la mirada y lo veo ahí, arrodillado, con la frente apoyada en mi regazo, y
sumerjo los dedos en su cabello rubio oscuro. Nos quedamos así una
eternidad, atrapados en nuestro pequeño ensueño. Me limito a mirarlo
mientras me acaricia el vientre con la frente una y otra vez.
Finalmente inspira hondo y se acerca más. Me besa el ombligo y
permanece ahí unos segundos hasta que empieza a deslizarme las bragas
por las piernas. Me da unos golpecitos en el tobillo para ordenarme sin
hablar que levante el pie, y hace lo mismo con el otro.
Sigue arrodillado delante de mí, con la cerviz inclinada, y sé que algo
le ronda por la cabeza. Le tiro un poco del pelo para sacarlo del estado de
ensoñación y alza la cara para mirarme. Empieza a levantarse con las
arrugas de la frente muy marcadas. Abre las manos sobre mi trasero y
vuelve a hundir la cabeza en mi estómago para besarlo de nuevo. Está
actuando de una manera extraña.
—¿Qué pasa? —No puedo seguir guardándome la preocupación para
mí.
Él me mira y sonríe, pero la sonrisa no le alcanza los ojos.
—Nada —dice de manera poco convincente—. No pasa nada.
Justo cuando estoy a punto de replicarle, entierra el rostro entre mis
muslos y se me doblan las piernas.
—¡Hummm...! —Echo la cabeza hacia atrás y me agarro con más
fuerza a su pelo. Con un inesperado lametón, bloquea todos mis sentidos y
abandono las intenciones de insistirle.
Me agarra de las caderas y me hace dar un fuerte respingo. Él es lo
único que me sostiene. Siento que su lengua caliente y entrenada traza
círculos alrededor de mi hipersensible cúmulo de nervios y que lo rodea
con movimientos precisos y lentos antes de hundirse en mi sexo. No se
deja ni un milímetro por explorar.
—Necesito ducharme —protesto.
—Y yo te necesito a ti —gruñe pegado a mí.
Me derrito cuando aumenta la presión y me clava los dedos en las
caderas. Me aprieto contra su boca. Es sólo cuestión de segundos que
estalle en mil pedazos. La presión que se concentra en mi entrepierna me
obliga a contener la respiración; el corazón se me sale por la garganta.
—Tienes un sabor delicioso. Dime que estás cerca.
—¡Estoy cerca! —jadeo sin aliento. Joder, ¡estoy muy cerca!
—Parece que te has levantado muy obediente.
Retira una mano de mi cadera y hunde dos de sus dedos en mi sexo.
Acaba de ponerme en órbita.
—¡Joder! —grito—. ¡Por favor! —Debo de estar arrancándole el pelo.
—Esa... puta... boca —me reprende entre intensas y constantes
caricias. No puede reñirme por decir tacos en estos momentos. Es culpa
suya por ponerme en este estado.
Ensancha mi abertura con los dedos trazando círculos y empujando,
mientras me masajea el clítoris y me lame los labios sensibles con la
lengua. Es una placentera tortura a la que estaría sometida toda la vida, de
no ser por esa creciente presión que exige liberarse.
—¡Jesse! —grito con desesperación.
Con unas cuantas caricias más de sus dedos, de su pulgar y de su
lengua, me lanza por el borde de un precipicio y desciendo en caída libre
hacia la nada. El dolor que sentía en el cerebro deshidratado ha sido
sustituido por chispas de placer. Estoy curada.
Me lame y me chupa lenta y suavemente, hasta que mi cuerpo se
relaja y mis latidos empiezan a estabilizarse. Yo dejo las palmas de las
manos sobre su cabeza y dibujo pequeños círculos sobre su pelo.
—Eres el mejor remedio para la resaca que existe —exhalo con un
suspiro de satisfacción.
—Y tú eres el mejor remedio para todo —responde. Su lengua se
desliza hacia mi estómago y asciende entre mis pechos mientras se pone de
pie. Continúa trepando por mi cuello y me echa la cabeza hacia atrás con
un gruñido para lamerme la garganta—. Hummm..., y ahora —dice, y me
besa la barbilla suavemente—, voy a follarte en la ducha. —Me baja el
mentón para que mi cara quede frente a la suya y me besa en los labios—.
¿Vale?—
Vale —accedo. Qué pregunta más tonta. Llevo cuatro días sin él.
¿Dónde estaba? Prefiero no preguntar. De todos modos, tampoco creo que
me diera una respuesta. En lugar de eso, recorro despacio su maravilloso
pecho con las manos y me fijo en la horrible cicatriz. Otra cosa que no creo
que quiera contarme.
—Ni se te ocurra preguntar. ¿Qué tal va tu cabeza?
Aparto la mirada de la cicatriz y la elevo hacia él. Me observa con
aire de advertencia. Será mejor que no me enfrente a ese tono o a esa cara.
—Mejor —contesto. Y es verdad. Su expresión se relaja y mira hacia
sus bóxeres.
Capto la indirecta y le deslizo la mano por la cintura. Le acaricio el
vello con el dorso de la mano y la paso por encima de su erección
matutina. Lo miro a los ojos y veo que me estudia detenidamente. Cuando
me acerco más a él, aprovecha la oportunidad para apoyar la frente en la
mía y me regala ese aliento fresco que lo caracteriza.
El vapor de la ducha nos rodea y la condensación nos cubre; me doy
cuenta de que su pecho empieza a humedecerse. Me aferro a su piel, le
paso las manos por la parte trasera de los calzoncillos y acaricio con las
palmas su extraordinario culo prieto.
—Me encanta esto —susurro mientras le masajeo las nalgas.
Él mueve la frente contra la mía.
—Es todo tuyo, nena.
Sonrío, arrastro las manos hacia la parte delantera de su cuerpo y le
agarro la gruesa y palpitante excitación por la base.
—Y me encanta esto.
Él gruñe agradecido y me reclama los labios. Me toma la boca con
posesión y me obliga a soltar su erección y a volver a agarrarme de su
trasero. Me aprieta contra su pecho y siento el fuerte impacto de su dureza
contra mi ingle. Empiezo a excitarme de nuevo. La necesidad de tenerlo
dentro me obliga a interrumpir nuestro beso y a tirar de sus calzoncillos
hasta que caen por sus piernas largas y esbeltas. Aparta una mano de mi
culo para ayudarse y pronto sus bóxeres revelan una tremenda erección que
me señala. Ansiosa, no para de dar sacudidas. La gota de humedad que le
moja la punta me indica que se aproxima un momento de conmoción. Y así
es. Pronto me agarra de la cintura y me aprieta contra su cuerpo agitado.
—Rodéame la cintura con los muslos —gruñe contra mi cuello
mientras lo chupa y lo muerde. Yo obedezco sin vacilar y envuelvo su
cuerpo ansioso con las piernas cuando me levanta y su excitación roza mi
entrada hinchada obligándome a lanzar un grito de desesperación.
—Dios —jadeo.
Pega sus labios contra los míos y gime cuando nuestras lenguas se
funden en una danza ceremonial. Le acaricio con la mano la barba
incipiente mientras me sujeta con un brazo alrededor de la cintura y nos
conduce a ambos hacia la ducha. Inmediatamente, me empotra contra las
baldosas. Pega una mano contra la pared por encima de mi cabeza mientras
me devora la boca y el agua cae a nuestro alrededor.
—Esto va a ser intenso, Ava —me advierte—. Puedes gritar.
Que Dios me ayude. Estoy ardiendo y no tiene nada que ver con el
agua caliente que llueve sobre nosotros. Me agarro a su espalda y noto que
retrocede, preparado para penetrarme. Relajo los muslos para darle
espacio. Aparta la mano de la pared y se guía hacia mi abertura. Me mira a
los ojos cuando la cabeza de su erección entra en mí, y tiemblo.
—Tú y yo —dice, y me busca los labios y me besa con ansia—. No
nos peleemos más. —Y con un fuerte movimiento de caderas, embiste
hacia arriba y me llena hasta el fondo. Con un rugido, apoya la mano de
nuevo en la pared junto a mi cabeza.
—¡Dios! —grito.
—No, nena, soy yo —masculla entre potentes arremetidas que me
empotran más y más contra las baldosas de la pared—. Te gusta, ¿verdad?
Le clavo las uñas en la piel para intentar agarrarme, pero el agua, que
no deja de caer sobre su espalda, lo hace imposible.
—Ava...
—¿Qué? —Dejo caer la cabeza hacia atrás, jadeando y loca de placer,
mientras cada embestida me empuja más hacia un éxtasis absoluto. Siento
sus labios sobre mi garganta expuesta, que se deslizan en llamas sobre mi
piel mojada.
—Me encanta follarte —gruñe contra mi cuello sin interrumpir su
ritmo intenso y voraz—. ¿Lo recuerdas ya? —Ah, ¡se trata de un polvo
recordatorio! No tiene de qué preocuparse. Es imposible que me olvide de
algo así—. ¿Te has acordado ya, Ava? —ruge acompañando cada palabra
con un empujón.
—¡No lo había olvidado! —grito indefensa ante sus arremetidas de
castigo contra mi cuerpo.
Le suelto la espalda sabiendo que él me sostendrá y acerco su rostro al
mío. Aparto con las manos el agua que corre por su cara. Levanta la vista
para mirarme.
—No se me había olvidado —grito mientras me percute con fuerza.
Sentir cómo se mueve dentro de mí, y sentir cómo tiembla con la
intensidad del movimiento de nuestros cuerpos unidos, hace que tenga las
emociones a flor de piel. Jadea e inclina la cabeza para reclamar mis
labios. Es un beso con significado, y me derrito en él. Esto no ayuda en mi
intento de dominar mis sentimientos. Gime en mi boca mientras le sujeto
la cara y absorbo la pasión que emana de cada uno de los poros de su piel.
Él sigue embistiendo con rapidez e insistencia.
Nuestra ansia mutua se apodera de nosotros y alcanzo el punto de no
retorno. Cierro con fuerza los muslos alrededor de sus caderas estrechas y
todos los músculos de mi cuerpo se contraen esperando la descarga que se
avecina. Él vibra y farfulla palabras sin sentido contra mi boca.
«¡Joder!»
Echa la cabeza hacia atrás.
—¡Joder!
—¡Jesse, por favor! —exclamo.
Esto comienza a rozar lo insoportable. No sé qué hacer. Es demasiado.
Entonces levanta la cabeza y me mira, con las pupilas dilatadas y los
párpados caídos. Me preocupa un poco.
—¿Más fuerte, Ava?
¿Qué? Joder, va a partirme por la mitad.
—Contéstame —me exige.
—¡Sí! —chillo. ¿Es posible hacerlo más fuerte?
Emite un gruñido gutural y acelera sus embestidas con determinación,
a un ritmo que no creía posible. Aprieto los muslos hasta sentir dolor, pero
al hacerlo aumenta la fricción y, en consecuencia, el placer.
—¡Jesse! —Supero el umbral, estallo a su alrededor con un alarido.
El intenso gruñido que escapa de sus labios indica que él me
acompaña; se mantiene dentro de mí, hasta el fondo, y su cuerpo enorme
tiembla contra el mío. Brama mi nombre y siento su cálida eyección dentro
de mí. Apoyo la cabeza sobre su hombro. Mi corazón late a un ritmo
frenético.
«¡Madre mía!» Me sostiene con un brazo, con la cara enterrada en mi
cuello y apoyando el antebrazo en la pared. Se ha quedado sin aliento, y
mis músculos envuelven de manera natural su miembro palpitante
mientras se sacude suavemente dentro de mí. El agua sigue cayendo sobre
nosotros, pero nuestra respiración entrecortada amortigua su sonido.
—Joder —resuella.
Suspiro. Sí, yo no lo habría dicho mejor. Ha sido más que intenso. Me
tiembla hasta el cerebro, y sé que no seré capaz de ponerme de pie si me
suelta. Como si me leyera la mente, se vuelve, apoya la espalda en las
baldosas y se deja caer resbalando por la pared. Me arrastra con él de
manera que acabo sentada a horcajadas sobre su regazo en el suelo de la
ducha. Tengo la cara pegada a su pecho y aún siento sus palpitaciones
dentro de mí.
Estoy exhausta. La resaca ha desaparecido, pero se ha visto
reemplazada por un agotamiento absoluto. Espero que no tenga prisa,
porque no pienso moverme de aquí en un rato. Cierro los ojos y me relajo
pegada a su magnífico cuerpo.
—Eres mía para siempre, señorita —dice con dulzura mientras me
acaricia la espalda mojada con las dos manos.
Abro los ojos y un torrente de pensamientos invade mi cerebro
convaleciente, pero hay uno que grita más fuerte: «Quiero serlo.» Pero no
lo digo. Soy consciente de que el sexo es increíble y de que me quiere
precisamente por eso, cosa que no me importaría si no estuviera tan
convencida de que se acabará antes o después. El sexo a este nivel es algo
demasiado intenso. No puede durar eternamente. Acabará enfriándose y
eso será todo. Pero ahora, al darme cuenta de ello, me aterra pensar que
terminará por romperme el corazón. Mi fuerza de voluntad es nula. No
puedo resistirme a él.
—¿Amigos? —pregunto, y apoyo los labios sobre su pecho y le beso
alrededor del pezón.
—Amigos, nena.
Sonrío contra su torso.
—Me alegro.
—Yo también —dice con suavidad—. Mucho.
—¿Dónde te habías metido?
—Eso no importa, Ava.
—A mí sí —replico sin agitarme.
—He vuelto. Eso es lo único que importa. —Me coge del culo y me
acerca más a él. Sí, es verdad. Pero no por ello siento menos curiosidad. Y
el hecho de que no me lo quiera decir la aviva todavía más. ¿Dónde estaba?
—Dímelo —insisto.
—Ava, olvídalo —dice con voz severa.
Suspiro, me despego de su pecho y lo miro apesadumbrada.
—Vale. Tengo que lavarme el pelo.
Me aparta los mechones mojados de la cara y me besa los labios.
—¿Tienes hambre ya?
La verdad es que sí. El polvo resacoso me ha abierto un apetito voraz.
—Muchísima. —Me levanto y cojo el champú—. ¿Esto es todo? —
Observo la botella, y después a Jesse—. ¿No tienes acondicionador?
—No, lo siento. —Se levanta también del suelo de la ducha, me quita
el champú de las manos y me echa un poco en el pelo—. Yo te lo lavo.
Cedo a sus deseos y dejo que me lave el pelo. Me masajea la cabeza
con suavidad. Tendré que lavármelo otra vez al llegar a casa porque
necesito usar acondicionador, pero este champú huele a él, así que no me
importa. Cierro los ojos y echo la cabeza hacia atrás para deleitarme en los
rítmicos movimientos de sus manos.
Antes de lo que me gustaría, me coloca debajo de la ducha para
enjuagarme la espuma.
—¿Qué coño es esto? —farfulla.
—¿El qué? —Me vuelvo para ver a qué se refiere. Me agarra
conmocionado y vuelve a colocarme de espaldas a él.
—¡Esto!
Miro por encima de mi hombro y lo veo contemplándome el trasero
con la boca abierta. Se refiere a los restos de los moratones que me hice en
mi pequeña aventura en la parte trasera de Margo. Por la expresión de
horror de su rostro, cualquiera diría que tengo una enfermedad de la piel.
Pongo los ojos en blanco.
—Me caí en la parte de atrás de la furgoneta.
—¿Qué? —inquiere con impaciencia.
—Estaba sujetando la tarta en la parte de atrás —le recuerdo—. Me di
un par de golpes.
—¿Un par? —exclama mientras me pasa la palma por el culo—. Ava,
parece que te hayan usado como balón de rugby.
Me echo a reír.
—No me duele.
—Se acabó lo de sujetar tartas —sentencia—. Lo digo en serio.
—No seas exagerado.
Gruñe unas palabras ininteligibles, se arrodilla y me da un beso en
cada nalga. Yo cierro los ojos y suspiro.
—Ya hablaré yo con Kate —añade, y sospecho que lo hará de verdad.
Se levanta otra vez, me vuelve para ponerme frente a él y me aparta el
agua de la cara. Abro los ojos y lo veo mirándome. Su rostro no delata
ninguna expresión, pero sus ojos son otra historia. ¿Se ha cabreado porque
tengo unos cuantos moratones? La última vez que se enfadó por algo así
desapareció cuatro días.
Se inclina, me besa la clavícula, asciende por el cuello
acariciándomelo con la lengua y me muerde el lóbulo de la oreja con
suavidad. Me estremezco al sentir su aliento cálido. Joder, ¡podría empezar
otra vez!
—Después —susurra, y yo gimo de decepción. Con él nunca tengo
suficiente—. Fuera —ordena. Me da la vuelta, me agarra de la cintura por
detrás y me guía al exterior de la ducha.
Permanezco callada mientras dejo que me pase la toalla por todo el
cuerpo y por el pelo para absorber el exceso de humedad. Está siendo muy
dulce y atento. Me gusta. De hecho, me gusta demasiado.
—Ya está. —Se enrosca la toalla alrededor de la cintura sin secarse.
Quiero ponerme de puntillas y lamerle las gotas de agua que le
empapan los hombros, pero me agarra de la mano y me conduce al
dormitorio antes de que pueda llevar a cabo mis intenciones.
Observo la habitación. ¿Dónde está mi vestido? No puedo creer que
tenga que pasar la vergüenza de salir de aquí con ese traje negro y corto.
Tras inspeccionar el cuarto, miro a Jesse. Me quedo atontada
contemplando cómo se pone los pantalones.
—¿No te pones calzoncillos? —pregunto.
Se coloca bien sus partes y se sube la cremallera con una sonrisa
pícara.—
No, no quiero obstrucciones innecesarias —dice con tono sugerente
y seguro de sí mismo.
Frunzo el ceño.
—¿Obstrucciones?
Se mete una camiseta blanca e impoluta por la cabeza mojada y se
cubre los magníficos abdominales. Sé que tengo la boca abierta.
—Sí, obstrucciones —confirma sin añadir más. Se acerca a mi figura
desnuda, me agarra del cuello y acerca mi rostro al suyo—. Vístete —
susurra, y me besa en los labios con fuerza.
Tiene que dejar de hacer esto si no quiere que me ponga cachonda otra
vez.
—¿Y mi vestido? —pregunto contra sus labios.
Me suelta.
—No lo sé —dice con desdén, y sale como si tal cosa de la habitación.
¿Qué? Tuvo que quitármelo él, porque yo habría sido incapaz de
coordinar mis movimientos para desnudarme. Vuelvo al cuarto de baño a
por mi ropa interior, al menos eso sí que sé dónde está. No. No lo sé. Mi
sujetador y mis bragas han desaparecido.
Vale, le gustan los jueguecitos. Me acerco a su vestidor y cojo lo que
espero que sea la camisa más cara de todo el perchero. Me la planto y bajo
la escalera. Está en la cocina, sentado en la isla, metiendo los dedos en un
tarro de mantequilla de cacahuete.
Me deslumbra con su sonrisa cuando me mira con los labios cerrados
alrededor de un dedo cubierto de mantequilla de cacahuete.
—Ven aquí —me ordena.
Estoy en el umbral de la puerta, desnuda excepto por una larga camisa
blanca, y lo miro con el ceño fruncido.
—No —respondo, y veo que su sonrisa desaparece y sus labios
forman una línea recta.
—Ven... aquí —repite subrayando cada palabra con intensidad.
—Dime dónde está el vestido —exijo.
Me observa con los ojos entreabiertos y deja el tarro de mantequilla
de cacahuete con firmeza sobre la encimera. Aprieta la mandíbula y
empieza a golpetear con ímpetu la isla mientras me fulmina con la mirada.
—Te doy tres segundos —declara con voz sombría y cara seria.
Enarco las cejas.
—¿Tres segundos para qué?
—Para mover el culo hasta aquí —contesta con tono feroz—. Tres.
Abro los ojos de par en par. ¿Va en serio?
—¿Qué pasa si llegas al cero?
—¿Quieres descubrirlo? —Sigue completamente impasible—. Dos.
¿Qué? ¿Que si quiero descubrirlo? Joder, no me está dando mucho
tiempo para pensármelo.
—Uno.
«¡Mierda!» Corro como un rayo hacia sus brazos abiertos y me
estrello contra su duro torso. La expresión de satisfacción que advierto en
su rostro antes de enterrar la cabeza en su cuello no engaña. No sé qué
habría pasado si hubiera llegado al cero, pero sé lo mucho que me gusta
que me rodee con los brazos, así que no tenía mucho que pensar. Joder, qué
sensación tan maravillosa. Restriego la nariz y la boca por sus pectorales y
le acaricio la espalda con los dedos. Oigo sus lentos latidos. Exhala y se
pone de pie. Me coloca sobre la encimera de la isla y se coloca entre mis
muslos con las manos apoyadas sobre ellos.
—Me gusta tu camisa —dice al tiempo que me frota las piernas.
—¿Es cara? —pregunto con sorna.
—Mucho —sonríe. Ha captado mis intenciones—. ¿Qué recuerdas de
anoche?
Vaya. Pues que estaba como una cuba y más caliente que una mona
sobre la pista de baile y que creo que me di cuenta de que estaba
enamorada de él. Pero no es necesario que sepa esto último.
—Que bailas muy bien —decido responder.
—No puedo evitarlo. Me encanta Justin Timberlake —dice restándole
importancia—. ¿Qué más recuerdas?
—¿Por? —pregunto extrañada.
Suspira.
—¿Hasta cuándo recuerdas?
¿Adónde quiere ir a parar?
—No recuerdo llegar a casa, si es eso lo que quieres saber. Sé que
estaba muy borracha y que fui una estúpida bebiéndome esa última copa.
—¿No recuerdas nada después de salir del bar?
—No —admito. Nunca me había pasado algo así.
—Es una lástima. —Sus ojos apesadumbrados observan los míos y
parecen buscar algo en ellos, pero no sé qué.
—¿El qué?
—Nada. —Se inclina, me besa con ternura en los labios y me acaricia
la cara con las palmas de las manos.
—¿Cuántos años tienes? —le pregunto mirándolo directamente a los
ojos.
Vuelve a pegar sus labios a los míos y me obliga a abrirlos pasando la
lengua alrededor de mi boca lentamente antes de morderme el labio
inferior y de introducirla con suavidad.
—Veintiséis —susurra, y empieza a darme besitos por toda la boca.
—Te has saltado el veinticinco —farfullo, y cierro los ojos con
satisfacción.
—No. Anoche me lo preguntaste, pero no te acuerdas.
—Ah. ¿Después del bar?
Frota la nariz contra la mía.
—Sí, después del bar. —Se aparta y me acaricia el labio inferior con
el pulgar—. ¿Te encuentras mejor?
—Sí, pero tienes que darme de comer.
Se echa a reír y me propina un beso casto en los labios.
—¿Ordena algo más su Señoría?
—Sí —respondo con altivez—. Devuélveme mi ropa.
Me mira con recelo y desliza la mano en dirección a mi cadera. La
aprieta con fuerza y me obliga a dar un brinco sobre el banco al tiempo que
lanzo un chillido.
—¿Quién manda aquí, Ava?
—No sé a qué te refieres —digo entre risas mientras sigue
haciéndome cosquillas en mi punto débil.
—Me refiero a lo bien que nos llevaríamos si aceptases quién manda
aquí.
No puedo soportarlo más.
—¡Tú! ¡Tú mandas!
Me suelta inmediatamente.
—Buena chica. —Me agarra del pelo, tira de mí hacia su cara y me
besa con pasión—. Espero que no se te olvide.
Me derrito en sus labios y acepto su supuesto poder con un largo
suspiro. Se aparta de mí demasiado pronto para mi gusto y me deja sobre la
encimera para regresar unos minutos después con mi ropa interior, mi
vestido, mis zapatos y mi bolso. Le lanzo una mirada asesina mientras me
lo entrega todo.
—No me mires así, señorita. No vas a ponerte ese vestido otra vez,
eso te lo garantizo. Ponte la camisa por encima. —Contempla el vestido
con desaprobación antes de marcharse a la cocina para hacer una llamada.
Me echo a reír. ¿Quién manda aquí? ¡Yo! ¡Yo mando! «¡Maníaco
controlador!» Me pongo la ropa y registro el bolso para sacar las píldoras
anticonceptivas, pero no las encuentro. Vacío todo el contenido sobre la
isla y busco entre todos los trastos que llevo, pero no las cogí.
—¿Estás lista?
Me vuelvo hacia Jesse, que está en la entrada de la cocina
tendiéndome la mano.
—Un momento. —Vuelvo a meterlo todo en el bolso y doy un salto
para tomar su mano.
—¿Has perdido algo? —pregunta, y me guía por el ático.
—No, me las habré dejado en casa. —Me mira con curiosidad—. Las
píldoras.
Levanta las cejas.
—Menos mal que no está Cathy. Le daría un infarto si te viera con ese
vestido.
—¿Quién es Cathy?
—Mi asistenta. —Vuelve a mirar mi vestido con desaprobación y
empieza a abrocharme los botones de la camisa—. Mejor —concluye con
una sonrisita de satisfacción.
Salimos del ascensor y me arrastra por el vestíbulo del Lusso. Clive
nos mira perplejo.
—Buenos días, señor Ward —lo saluda alegremente—. Ya tienes
mejor aspecto, Ava.
Jesse saluda a Clive con la cabeza pero no se detiene. Yo me pongo
como un tomate y sonrío con dulzura mientras corro para seguirle el ritmo
a Jesse. Qué vergüenza. Dudo mucho que tenga mejor aspecto que anoche.
Tengo el pelo mojado, no me he maquillado y llevo la misma ropa que
anoche con una camisa de Jesse encima.
Me mete en el Aston Martin y me lleva a casa a la misma velocidad
vertiginosa de siempre mientras Ian Brown acaricia mis oídos.
Una vez delante de casa de Kate, bajo del coche y él sale para
despedirse en la acera. Me sigue con la mirada hasta que me tiene delante y
me contempla con esos maravillosos ojos verdes. No quiero que se vaya.
Quiero que me lleve de vuelta a su castillo de ensueño y que me retenga
allí para siempre, en su cama, con él dentro. Soy esclava de este hombre.
Me ha absorbido por completo.
Doy un paso hacia adelante, me aprieto contra su pecho e inclino la
cabeza para mirarlo. Él está como si tal cosa, con las manos en los
bolsillos y mirándome con los ojos brillantes cuando me pongo de
puntillas y le rozo los labios con los míos. Al instante, se saca las manos de
los bolsillos, me estrecha contra su pecho y me hunde la lengua en la boca,
reclamando la mía con vehemencia. Y yo se la entrego sin rechistar. Le
rodeo el cuello con los brazos y me dejo llevar mientras me aprieta y me
lame la boca, devorándome por completo.
Perdida... estoy perdida.
Una vez satisfecho, se aparta con un gran suspiro que me deja sin
respiración y deseando mucho más. Me vuelvo sobre las piernas
tambaleantes y avanzo hasta el portal de Kate. Debería sonreír. Estoy muy
contenta y satisfecha con todo el sexo que he tenido, pero siento una
punzada difícil de ignorar en el estómago.
Me doy la vuelta para ver cómo se aleja con el coche, pero me lo
encuentro detrás de mí, mirándome. Arrugo el ceño. ¿Qué hace? Como
venga a por otro beso de despedida ya no lo suelto.
—¿Qué haces? —pregunto.
—Te esperaré dentro.
—¿Adónde voy a ir?
—Te vienes conmigo al trabajo —contesta como si ya debiera
saberlo.
¿Se va a trabajar? Pues claro, los hoteles no cierran los fines de
semana, pero ¿qué voy a hacer yo mientras él trabaja? Aunque, bien
pensado, ¿qué más da mientras esté junto a él?
—Acabas de darme un beso de despedida.
Esboza una sonrisa.
—No, Ava. Sólo te he besado —dice, y me aparta un mechón de pelo
mojado de la cara—. Arréglate.
Ah, vale. No para de darme órdenes y yo las acato sin rechistar. Soy
su esclava de verdad.
Entro en el salón, con Jesse detrás, y veo a Kate y a Sam tirados en el
sofá, convertidos en un amasijo de brazos y piernas, semidesnudos y
comiendo cereales. Ninguno de los dos hace el más mínimo esfuerzo por
intentar taparse.
—¡Eh, colega! —exclama Sam al levantar la vista y ver a Jesse,
quien, al comprobar que está medio desnudo, lo mira con desaprobación—.
¿Cómo te encuentras, Ava? —me pregunta.
Pongo los ojos en blanco. «Pues... estaba fatal, pero después de que
Jesse me haya follado hasta perder el sentido me encuentro mucho mejor,
gracias.»
—Bien —contesto. Miro a Kate y le indico con la mirada que se reúna
conmigo en mi cuarto inmediatamente—. Me daré toda la prisa que pueda.
Dejo a Jesse en el salón y me retiro a mi habitación, donde me paseo
de un lado a otro mientras espero a Kate. Las palabras de Victoria me
vuelven a la mente, y ahora no sé qué hacer.
Entra en mi dormitorio; tiene un aspecto horrible.
—¡Parece que alguien ha estado follando! —dice entre risas.
La miro con recelo. Hay algo que tengo que aclarar primero.
—¿Por qué le dijiste a Sam dónde estaba? —le reprocho.
Se queda perpleja.
—¿Estás enfadada conmigo?
—Sí... no... un poco. —Bueno, no estoy enfadada en absoluto. Anoche
sí lo estaba un poco, pero ya no. Me sonríe con sorna—. No me mires así,
Kate Matthews. ¿Qué ha pasado entre Sam y tú?
—Es un encanto, ¿verdad? —Me guiña un ojo—. Sólo nos estamos
divirtiendo un poco.
Bueno, sea sólo eso o no, tiene que saberlo.
—Tienes que saber que Victoria vio que una tía enfurecida le tiraba
un frappuccino por encima en Starbucks. —Me quito la camisa de Jesse y
el vestido por la cabeza y los tiro al suelo.
Kate pone los ojos en blanco, recoge las prendas y las coloca sobre micama antes de dejarse caer sobre el edredón con la melena pelirroja
rodeándole el pálido rostro.
—Ya lo sé. Es la loca de su ex novia.
—¿Te lo ha contado? —digo incapaz de ocultar mi sorpresa.
—Sí, no pasa nada.
—Ah. —No puedo creer lo tranquila que está. Todo le parece bien
siempre, nada la irrita nunca.
Me mira.
—Tú no eres la única que se está llevando lo suyo —dice muy en
serio. Me quedo boquiabierta—. Lo llevas escrito en la cara, Ava.
—Me voy con Jesse a su trabajo. —Cojo el secador e intento hacer
algo con mi pelo desastroso.
—Diviértete —canturrea cuando sale de mi cuarto. Pongo la cabeza
boca abajo y me seco del todo la mata de pelo negro mientras intento
ignorar el hecho de que tengo prisa por volver con Jesse.
Cuando vuelvo a levantar la cabeza frente al espejo, me lo encuentro
apoyado en el cabezal de mi cama. Tiene los brazos cruzados por detrás de
la cabeza. Ocupa prácticamente la totalidad de mi cama doble. Apago el
secador y me vuelvo hacia sus ardientes ojos verdes. Quiero saltar sobre
esa cama y sobre él.
—Hola, nena —dice mirándome de arriba abajo.
—Hola —respondo sonriendo y con voz insinuante—. ¿Estás
cómodo?
Cambia de postura.
—No, últimamente sólo estoy cómodo con una cosa debajo de mí. —
Mueve las cejas de forma sugerente.
Esa mirada y esas palabras hacen que me tiemblen las rodillas;
remolinos de necesidad recorren cada milímetro de mi cuerpo. Lo miro
mientras se levanta de mi cama y se aproxima lentamente. Una vez delante
de mí, me da la vuelta y me pone de cara al armario. Estira el brazo por
encima de mi hombro, rebusca entre mi ropa colgada y saca mi vestido
camisero de color crema.
—Ponte esto —me susurra al oído—. Y ponte ropa interior de encaje.
Cierro los ojos con fuerza. Había pensado en ponerme unos vaqueros
y una camiseta, pero no me importa en absoluto ponerme lo que sugiere.
Estiro el brazo, le cojo la percha de las manos y gimo un poco cuando, al
bajar el brazo, me roza un pecho al tiempo que adelanta las caderas contra
mi trasero.
«¡Para, por Dios!»
—Date prisa —dice. Me da una palmadita en el culo, se marcha y me
deja allí plantada, toda temblorosa, con la única posibilidad de aferrarme al
vestido de color crema. Me obligo a volver a la realidad, sacudo el cuerpo
y la cabeza ligeramente y acabo de arreglarme.
Saco todos mis bolsos y empiezo a buscar las píldoras, pero no las
encuentro por ninguna parte. Kate está preparando té en la cocina, vestida
sólo con una camiseta.
—¿Has visto mis pastillas? —pregunto mientras busco en un cajón
donde guardamos todo tipo de trastos, desde pilas y cargadores de teléfono
hasta pintalabios y laca de uñas.
—¿No están en tu bolso?
—No. —Cierro el cajón de golpe con el ceño fruncido.
—¿Has mirado ya en todos tus bolsos? —pregunta Kate, que sale de la
cocina con dos tazas de té.
—Sí —contesto, y empiezo a buscar en los demás cajones de la
cocina, aunque sé que es imposible que estén con los cubiertos o los
utensilios.
—¿Qué pasa?
Alzo la vista y veo a Jesse en la puerta.
—No encuentro las píldoras.
Pruebo, en vano, a buscarlas en el bolso otra vez, pero no están.
—Luego las buscas, vamos. —Me tiende la mano—. Me gusta tu
vestido —comenta, y me mira de arriba abajo mientras camino hacia él.
Claro que sí... lo ha elegido él.
Mete la mano por debajo del dobladillo y me acaricia entre los muslos
con el dedo índice mientras contempla cómo cierro los labios de golpe y
pego las manos a su pecho. Sonríe con satisfacción, desliza el dedo por
debajo de la goma de mis bragas y me acaricia el sexo con suavidad. Lanzo
un suspiro.
—Estás mojada —susurra, y traza círculos con el dedo lentamente.
Tengo ganas de llorar de placer—. Después. —Retira el dedo y se lo lame.
Lo miro mal.
—Tienes que dejar de hacer eso.
—Jamás. —Se ríe y me saca de un tirón de la cocina—. Despídete de
tu amiga.
—¡Adiós! —grito—. También es amiga tuya, ¿verdad? —Todavía no
hemos hablado sobre la pequeña conversación que tuvieron Kate y él
anoche en el bar. Me mira con cara de no entender a qué me refiero—:
Anoche, en el bar, le susurraste algo al oído —digo como si tal cosa.
Abre la puerta de la calle y me insta a salir.
—Me echó la bronca por haber desaparecido y me disculpé. No suelo
disculparme muy a menudo, así que no te acostumbres.
Me echo a reír. La verdad es que no le pega mucho lo de pedir perdón.
Pero conmigo lo ha hecho. Aunque todavía no me ha explicado dónde se
metió durante esos días.
Solee012
Re: mi hombre seduccion
Salimos de la ciudad en su coche en dirección a Surrey Hills. De vez en
cuando, lo sorprendo mirándome a mí en lugar de a la carretera. Y cada vez
que lo hago me sonríe y me aprieta la rodilla, sobre la que ha llevado la
mano durante la mayor parte del viaje. Empiezo a pensar en lo poco que sé
de él. Es apasionado, bastante inestable, tremendamente seguro de sí
mismo y exageradamente rico. Ah, y bestial en cuanto al sexo. Pero eso es
todo lo que sé. Ni siquiera sé su edad.
—¿Cuánto hace que tienes La Mansión? —pregunto.
Me mira con una ceja enarcada y baja el volumen de la música con los
mandos del volante.
—Desde que tenía veintiún años.
—¿Tan joven? —pregunto, y mi tono evidencia mi sorpresa.
Él me sonríe.
—Heredé La Mansión de mi tío Carmichael.
—¿Falleció?
Su sonrisa desaparece.
—Sí.
Vale, ahora quiero saber más.
—¿Cuántos años tienes, Jesse?
—Veintisiete —responde totalmente impasible.
Suspiro.
—¿Por qué no quieres decirme tu edad?
Él me mira con una sonrisa burlona.
—Porque temo que creas que soy demasiado viejo para ti y salgas
huyendo.
Lo miro con los ojos entornados desde el asiento del copiloto. No
puede ser tan mayor. Quiero gritarle que no voy a irme a ninguna parte.
—Vale, ¿cuántas veces voy a tener que preguntártelo hasta que
lleguemos a tu verdadera edad? —Ya lo intenté en otra ocasión y no sirvió
de nada.
Sonríe.
—Muchas.
—Yo tengo veintiséis. —Pruebo con un toma y daca mientras lo
observo detenidamente.
Me mira.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Por tu carnet de conducir.
—¿Además del teléfono también has cotilleado en mi bolso? —
pregunto indignada, pero él se limita a encogerse de hombros. Yo sacudo la
cabeza consternada. Es una regla no escrita. Está claro que este hombre no
tiene modales—. ¿Es que crees que eres demasiado mayor para mí? —
Después de todo lo que me ha hecho, imagino que su respuesta es negativa
pero, puesto que parece ser un problema tan grave, más me vale preguntar.
—No, en absoluto —responde con la mirada fija en la carretera—. El
único conflicto que tengo es que sea un problema para ti.
Frunzo el ceño.
—No me supone ningún problema.
Vuelve su atractivo rostro hacia mí, con esos ojos ardientes y
maravillosos.
—Entonces deja de preguntármelo.
Apoyo la cabeza en el respaldo, indignada, y me dedico a contemplar
el paisaje rural. Su edad no me importa lo más mínimo, al menos de
momento. Y no creo que haya nada que pueda hacerme cambiar de opinión
al respecto.
Me vuelvo hacia él una vez más.
—¿Y tus padres?
Al ver la línea recta en que se convierten sus labios me arrepiento
inmediatamente de haber formulado la pregunta.
—No tenemos relación —responde con tono desdeñoso.
Vuelvo a recostarme y no insisto. Su actitud despectiva despierta aún
más mi curiosidad, pero también me obliga a cerrar la bocaza.
Nos detenemos al llegar a La Mansión y Jesse pulsa un botón del
salpicadero que hace que se abran las puertas. Al llegar al patio veo a John,
el grandullón, que sale de su Range Rover con su traje negro de siempre y
con sus enormes gafas de sol. Me saluda con la cabeza cuando salgo del
coche y se acerca a Jesse.
—¿Cómo va, John? —le pregunta. Después, me coge de la mano y me
guía por los escalones hacia la entrada de La Mansión.
Me estremezco al recordar la última vez que estuve aquí. Salí
huyendo y pensé que jamás volvería. Pero aquí estoy. Veo que Jesse
estrecha la mano al grandullón de John. Se ha transformado en el
empresario que es.
—Todo bien —responde el otro con voz grave. Nos deja pasar a Jesse
y a mí primero. Después nos sigue hasta el restaurante. Me sorprende lo
tranquilo que está para ser las diez de la mañana de un sábado en un hotel.
¿No es la hora del desayuno?
Jesse se detiene y me mira.
—¿Qué quieres comer? —Incluso a mí me habla con voz de
empresario.
—Cualquier cosa. —Me encojo de hombros. Me siento incómoda y
empiezo a desear haberme quedado en el sofá tapada con el edredón y con
una enorme taza de café. ¿Qué voy a hacer yo aquí mientras él trabaja?
Su expresión se suaviza.
—Pero ¿qué te apetece?
Bueno, eso es fácil.
—Salmón ahumado.
—¿Un sándwich? —pregunta, y yo asiento—. ¿Y un café?
—Por favor.
—¿Cómo sueles tomarlo?
—Capuchino, con doble de café, sin chocolate ni azúcar.
—Desayunarás en mi despacho.
Me encojo de hombros.
—Como quieras. —En cuanto pronuncio esas palabras, lo miro y veo
un brillo de satisfacción en sus ojos, acompañado de una sonrisa victoriosa
—. Ni una palabra —le advierto.
—No era una pregunta, Ava. John, dame veinte minutos. Pete, ¿has
tomado nota?
—Sí, señor.
—Bien. Sírvele a Ava el desayuno en mi despacho —ordena mientras
me mira con esos ojos verdes y abrasadores.
Me coge de la mano y me arrastra por La Mansión hasta su despacho.
Tengo que correr para ir a su paso y, en cuanto cierra la puerta, tira mi
bolso al suelo y me empotra contra ella. Ya tengo el vestido levantado
hasta la cintura.
«¡Joder!» ¿No había venido a trabajar? Hunde la cara en mi cuello y
yo lo agarro de la camiseta. Sabía que esto iba a pasar. En cuanto le he
visto los ojos he sabido lo que estaba pensando. Es la ferocidad lo que me
ha cogido por sorpresa. Empiece despacio o de prisa, el resultado es
siempre el mismo: jadeo como una loca y estoy lista para suplicar.
—Sabía que no era buena idea traerte aquí. No voy a poder trabajar.
—Su voz grave resuena contra mi garganta mientras la lame con ansia. Me
recorre ambos lados del cuerpo con las manos hasta llegar a los pechos
para amasarlos por encima del vestido.
—Si quieres me voy —exhalo—. ¡Mierda! —El abrupto movimiento
de sus caderas me indica que no debería haber dicho eso.
Aumenta la presión de su cuerpo empujándome contra la puerta y su
boca impacta contra la mía.
—Esa puta boca —me reprende entre rápidas e intensas caricias con
la lengua—. No vas a ir a ninguna parte, señorita. —Me muerde el labio—.
Nunca. ¿Estás mojada?
—Sí —jadeo mientras forcejeo con su camiseta. Me enciendo con
sólo mirarlo.
Aparta las manos de mis pechos y las desliza hacia abajo. Oigo que se
desabrocha la cremallera y entiendo de inmediato su comentario sobre la
ausencia de obstrucciones. Me aparta las bragas a un lado.
No me da tiempo a prepararme para la intensidad y la velocidad que
se aproxima. Me levanta una pierna hasta la cintura, se coloca y se hunde
en mí empotrándome contra la puerta con un bramido. Yo grito.
—No grites —me ordena.
No me da tiempo a adaptarme. Me penetra repetidas veces, con
fuerza, una y otra vez, y hace que toque el cielo de placer. Aprieto los
labios para evitar gritar y dejo caer la cabeza sobre su hombro con
delirante desesperación.
—¿La sientes, Ava? —dice con los dientes apretados.
Señor, dame fuerzas, creo que voy a desmayarme. Me está follando
con urgencia, como si estuviera loco, arremetiendo y jadeando a gran
velocidad.
—¡Contesta a la pregunta! —grita. ¿Por qué él sí que puede gritar?
—¡Sí! ¡La siento!
Continúa aporreándome más y más hasta que estoy a punto de perder
la cabeza de desesperación. Me queda poco para estallar, y la pierna sobre
la que me apoyaba ha dejado de tocar el suelo con el ímpetu de los
embates.
—¿Te gusta?
—¡Joder, sí! —grito con todo el aire de mis pulmones, y Jesse me
toma la boca con ansia.
—Te he dicho que no grites. —Me muerde el labio, y la presión me
resulta casi dolorosa.
El ardor que se apodera de mi sexo crepita y estalla, me sume en un
éxtasis febril y alcanzo el clímax con un sonoro alarido. Su boca atrapa mis
gritos y yo pierdo la razón.
Me agito de manera incontrolable contra él, pero él continúa, grita con
su propia explosión y siento que su erección se agita y se derrama dentro
de mí.
Joder, ha sido intenso e increíblemente rápido. La cabeza me da mil
vueltas. No puedo creer lo que hace conmigo este hombre. Es un puñetero
genio. ¡Y en su despacho!
—Creo que voy a traerte al trabajo todos los días —suspira en mi
cuello mientras sale de mí lentamente y me deja resbalar por la puerta—.
¿Estás bien?
—No me sueltes —resuello en su hombro. Soy incapaz de mantener el
equilibrio.
Se echa a reír y me rodea la cintura con el brazo para enderezarme.
Me aparto el pelo de la cara de un soplido y sus magníficos ojos aparecen
en mi campo de visión.
Sonrío.
—Hola.
—Ha vuelto. —Pega los labios a los míos, me levanta y me lleva
hasta el sofá. Me deja junto a él, se guarda el miembro en los pantalones y
se abrocha la cremallera.
Mientras recoge mi bolso del suelo, me coloco bien el vestido y me
derrumbo sobre el sofá con una sonrisa en la boca. Su capacidad para pasar
de ser salvaje y dominante a tierno y atento me tiene hecha un lío. Pero
adoro ambas personalidades. Es demasiado bueno para ser verdad.
Se acerca, se sienta a mi lado y me cobija bajo su brazo.
—He pensado que podrías acercarte a la nueva ala y empezar a
esbozar algunas ideas.
—¿De verdad quieres que me encargue del diseño? —Mi voz suena
confundida. No me importa, porque lo estoy. Pero es que pensaba que lo
del diseño no era más que un cebo para llevarme a la cama.
—Pues claro que sí.
—Creía que sólo me querías por mi cuerpo —bromeo, y él me
retuerce un pezón en represalia.
—Te quiero por muchas cosas, además de por tu cuerpo, señorita.
¿En serio? ¿Por qué más?
—Es domingo —digo, y me aparto de su abrazo—. No trabajo los
domingos. Y, además, no tengo aquí mi equipo de trabajo.
Arruga la frente, me agarra y me sienta sobre su regazo refunfuñando.
—¿Papel y lápiz? —dice, y me mordisquea juguetonamente la oreja
—. Podemos proporcionártelo, pero te lo descontaré de tus honorarios.
Lo cierto es que sí, unas hojas de papel y un lápiz me bastan de
momento, pero es domingo. Se me ocurren mil cosas que podría estar
haciendo y que preferiría hacer. Además, no es necesario que me desplace
a la nueva ala para empezar a plasmar ideas.
Pero entonces pienso que a lo mejor quiere que me vaya de su
despacho. Ya ha conseguido lo que quería y ahora le molesto. Y ni siquiera
puedo coger mi coche y largarme. Llaman a la puerta y me bajo de su
regazo.—Adelante —ordena mientras me observa con una mirada inquisitiva
que decido obviar.
El tío de pelo cano del restaurante entra con una bandeja y la deja
sobre la mesita.
—Gracias, Pete —dice Jesse sin apartar la mirada de mí.
—Señor. —Inclina la cabeza ante él y me sonríe amigablemente antes
de marcharse.
—¿Me das unas hojas de papel? —pregunto mientras cojo la bandeja
y me cuelgo el bolso al hombro.
—¿No vas a desayunar? —Se pone de pie con el ceño todavía
fruncido.
—Me lo tomaré arriba. —«No quiero molestarte.»
—Ah, de acuerdo. —Se acerca a su mesa.
Hago todo lo posible por ignorar ese culo perfecto que se esconde bajo
el pantalón vaquero cuando se agacha y abre un cajón para sacar un bloc de
dibujo y un estuche de lápices de colores. ¿Para qué tiene eso? No es algo
que uno tenga porque sí. Se acerca y me los entrega. Yo los cojo, los meto
debajo de la bandeja y me dirijo hacia la puerta.
—Oye, ¿no se te olvida algo?
Me vuelvo y veo que su mirada curiosa se ha transformado en asesina.
—¿El qué? —pregunto. Sé a qué se refiere, pero no estoy de humor
para alimentar su ego.
—Mueve el culo hasta aquí —dice reforzando la orden con un
movimiento de cabeza.
Dejo caer los hombros ligeramente. Acabaremos antes si le doy lo que
quiere y desaparezco de su vista. Llego hasta él y me esfuerzo al máximo
por no poner buena cara, aunque fracaso estrepitosamente.
—Dame un beso —ordena con las manos en los bolsillos. Me pongo
de puntillas, acerco los labios a los suyos y me aseguro de que no sea un
simple pico. Él no responde—. Bésame de verdad, Ava.
Mi tibio intento por satisfacerlo no ha colado. Suspiro. Tengo una
bandeja en las manos, el bolso colgado del hombro y un cuaderno y un
lápiz debajo de la bandeja. Esto no está siendo fácil, sobre todo porque él
no colabora. Dejo la bandeja y el material de dibujo sobre la mesa, hundo
las manos en su pelo y acerco su rostro al mío. No tarda ni un nanosegundo
en reaccionar. Cuando nuestros labios se encuentran, me toma por
completo. Me rodea la cintura con los brazos y se inclina ligeramente para
compensar la diferencia de altura. No quiero disfrutarlo, pero lo hago, y
demasiado.
—Mucho mejor —dice pegado a mi boca—. No me niegues nunca lo
que te pido, Ava. —Me suelta y me deja ligeramente mareada y
desorientada. Alguien llama a la puerta—. Vete —ordena señalando a la
puerta con la cabeza.
Recojo mis cosas y me marcho sin mediar palabra. Me ha cabreado.
Estoy pisando un terreno muy peligroso, y lo sé. Este hombre tiene la
palabra «rompecorazones» escrita por todo el cuerpo.
Abro la puerta del despacho y me encuentro al grandullón de John
esperándome. Me saluda con la cabeza y se coloca detrás de mí para
escoltarme hasta el piso de arriba.
—Conozco el camino, John —le digo. No es necesario que me
acompañe hasta allí.
—Tranquila, mujer —truena, y continúa avanzando con pasos largos.
Me sigue por la escalera.
Cuando llegamos a la vidriera que hay en la parte baja del tramo que
lleva a la tercera planta, me paro a observar la amplia escalera. En la parte
de arriba hay unas puertas de madera con unos preciosos símbolos
circulares grabados en ellas. Están cerradas e intimidan bastante.
¿Qué habrá ahí arriba? Podría ser un salón de actos. Una puerta que se
abre desvía mi atención de las inmensas e imponentes hojas de madera.
Miro hacia el descansillo y veo a un hombre que sale de una habitación
subiéndose la cremallera. Alza la vista y me pilla contemplándolo. Me
pongo como un tomate y miro a John, que observa al tipo y sacude la
cabeza de manera amenazadora. El hombre parece un tanto atemorizado, y
yo acelero por el pasillo que da a la ampliación para escapar de esa
situación tan incómoda. A John no parece afectarle. Nunca entenderé por
qué los hombres creen que es aceptable salir de los aseos y de las
habitaciones de los hoteles sin haber acabado de vestirse.
Entro en la última habitación. No hay muebles, así que me siento en el
suelo y me apoyo contra la pared.
John asoma la cabeza por la puerta.
—Llama a Jesse si necesitas algo —gruñe.
—Iré directamente.
—No, llámalo —insiste, y cierra la puerta.
Vale, y si necesito ir al baño ¿también tengo que llamar a Jesse?
Debería haberme quedado en casa.
Miro en torno a mí hacia la enorme habitación vacía y empiezo a dar
bocados al sándwich de salmón. Aunque me cueste admitirlo, está
delicioso. Intento recordar las especificaciones. ¿Qué dijo? Ah, sí, que
tenía que ser sensual, estimulante y reconstituyente. No es lo que suelen
pedirme, pero me las apañaré. Cojo el bloc, saco un lápiz del estuche y
empiezo a dibujar camas grandes y lujosas y suntuosas cortinas para las
ventanas. Concentrarme en el boceto es la mejor manera de que olvide de
las preocupaciones que asedian últimamente mi pobre mente.
Unas horas después, tengo el culo dormido y un diseño de una
habitación maravillosa. Deslizo el lápiz sobre el papel, y aplico sombras y
retoques por aquí y por allá. Ha quedado muy sensual. Dijo que era
fundamental que hubiese una cama grande, y el enorme lecho con dosel
que he colocado en medio de la habitación transpira lujuria y sensualidad.
Analizo el dibujo y me sonrojo ante mi propio trabajo. Joder, es casi
erótico. ¿De dónde ha salido esto? Tal vez me haya influido todo el
magnífico sexo que he practicado últimamente. La cama que domina la
habitación es una réplica de una que vi en una tienda de artículos de
segunda mano hace unos meses. Tiene unos postes gruesos de madera y un
dosel reticular, y quedará fantástica con unas cortinas de seda dorada. No
sé cómo decorar las paredes porque Jesse sólo dijo que quería elementos
decorativos grandes y de madera, probablemente algo parecido a lo que
había en la suite en la que me acorraló.
La puerta se abre e interrumpe el hilo de mis pensamientos. Me
encuentro con la cara de fastidio de Sarah en el umbral. Refunfuño para
mis adentros. Esta mujer está en todas partes... en cualquier parte donde
esté Jesse.
—Ava, qué agradable sorpresa.
«¡Mentira!»
Cierra la puerta suavemente a sus espaldas y se dirige al centro de la
habitación. Mi maldad me hace desear que tropiece con esos ridículos
tacones. No me gusta nada esta mujer. Saca la zorra interior que hay en mí
más que ninguna otra persona que haya conocido.
—Sarah. Yo también me alegro de verte. —Me agarro un mechón de
pelo y empiezo a juguetear con él mientras me planteo los motivos de su
visita. Me mira mientras sigo sentada en el suelo y veo que hoy tiene los
labios rojos superhinchados. Sin duda acaba de hacerse algunos retoques.
Mi posición, sentada en el suelo, en contraste con la suya, hace que me
sienta inferior a ella. Me levantaría si no tuviera el culo tan dormido y
supiese que no voy a caerme de nuevo al hacerlo.
—Trabajando un domingo —comenta mientras observa la habitación
vacía—. ¿Reciben todos tus clientes el mismo trato especial que le das a
Jesse?
¡Menuda zorra! De repente sus motivos están muy claros.
—No —sonrío—. Sólo Jesse.
Mis malos pensamientos hacia ella están más que justificados. No
sólo no le caigo bien, sino que me detesta con todas sus fuerzas. Puede que
incluso llegue a odiarme. ¿Por qué?
—Es un poco mayor para ti, ¿no te parece? —Cruza los brazos por
debajo de su generoso pecho y llego a la conclusión de que también se lo
ha operado.
No quiero que sepa que no sé la edad de Jesse. Seguro que ella sí la
sabe. Y ese hecho me cabrea sobremanera.
—A mí no me lo parece —respondo con dulzura. Quiero levantarme
del suelo para que esta barbie recauchutada deje de mirarme como si fuera
superior a mí. ¿A ella qué le importa?
Su cara hinchada refleja la poca gracia que le hace mi presencia y eso,
por extraño que parezca, hace que yo también me sienta incómoda por
estar aquí. Debería haberme quedado en casa. No tengo por qué aguantar
esto.
—Bueno, ¿y qué tiene mi Jesse para hacer que renuncies a tu tiempo
libre para trabajar?
«¿Mi Jesse?»
—No creo que eso sea asunto tuyo.
—Tal vez. ¿Es por su dinero? —dice al tiempo que enarca una ceja
que ya estaba ridículamente levantada. ¡Bótox!
—No me interesa la riqueza de Jesse —respondo tajantemente. ¡Estoy
enamorada de él!
—No, claro que no. —Se acerca a la ventana, con aire relajado y
arrogante, y se vuelve hacia mí de nuevo, con una cara igual de fría que su
voz—. Te lo advierto, Ava. Jesse no es la clase de hombre con el que una
deba plantearse un futuro.
La miro directamente a los ojos e intento imitar su expresión y su
tono gélido. No es difícil, siempre me sale de manera natural con esta
mujer tan desagradable.
—Gracias por la advertencia, pero creo que soy lo bastante mayorcita
para saber lo que me hago. —El corazón se me hunde hasta el estómago.
Ella se echa a reír con condescendencia. Es una risa de lástima que
hace que me sienta fatal.
—Pequeña, sal de tu cuento de hadas y abre los o...
De repente, la puerta se abre y Jesse entra a toda prisa. Me ve a mí
tirada en el suelo y a Sarah junto a la ventana.
—¿Todo bien? —le pregunta a Sarah.
Yo me cabreo. ¿Por qué coño le pregunta a ella? Ella está
perfectamente ahí de pie lanzándome sus advertencias. Es a mí, que estoy
aquí sentada con el culo dormido, a la que debería preguntarle. Me quedo
todavía más estupefacta cuando ella le regala una ridícula sonrisa falsa y se
acerca a él, toda tiesa y sacando pecho.
—Sí, cariño. Ava y yo sólo estábamos hablando sobre las habitaciones
nuevas. Tiene unas ideas fantásticas —dice, y le frota el hombro.
Quiero arrancarle las uñas postizas de los dedos. ¡Menuda perra
mentirosa! Espero que él no se lo trague. Pero la sonrisa de satisfacción
con la que le responde antes de volverse hacia mí me indica que sí lo ha
hecho. ¿Está ciego o qué le pasa?
—Es muy buena —dice con orgullo. Está haciendo que me sienta
como si fuera una puta cría.
—Sí, tiene mucho talento —ronronea Sarah sonriéndome con malicia
—. Os dejo. —Se pone de puntillas y lo besa en la mejilla mientras yo ardo
de rabia—. Ava, ha sido un placer volver a verte.
Reúno la educación suficiente para sonreír a esa bestia.
—Lo mismo digo, Sarah.
Espero que note mi tono falso. No había sido menos sincero en mi
vida. Se marcha de la habitación y me deja a solas con Jesse. ¿Qué hago
aquí y qué papel desempeña esa mujer en la vida de Jesse? Ha estado aquí
todas las veces que he venido. Y también estaba en la inauguración del
Lusso. ¿Conseguiré librarme alguna vez de esa víbora? Quiere que
desaparezca, y sólo puede haber una razón: quiere a Jesse. Me duele el
corazón sólo de imaginármelo con otra persona y me entran ganas de matar
a alguien. Nunca he sido celosa, ni insegura, ni dependiente. Pero siento
que todos estos nuevos sentimientos afloran en mí y se apoderan de todo
mi ser. Ha dicho que Jesse no es la clase de hombre con el que una deba
soñar. Y creo que eso ya lo sé yo.
—A ver qué has hecho, señorita. —Se sienta a mi lado y me coge el
bloc—. ¡Vaya! Me encanta esa cama.
—A mí también —admito con hosquedad. El entusiasmo que sentía
por mi idea se ha esfumado.
—¿Qué es todo esto? —dice señalando el dosel.
—Es un diseño reticular. Todas las vigas de madera se superponen y
crean ese efecto.
—¿Y se pueden colgar cosas de él? —pregunta con curiosidad.
—Sí, como telas o luces —respondo, y me encojo de hombros.
Abre la boca fascinado al captar el concepto.
—¿En qué colores habías pensado?
—Negro y dorado.
—Me encanta. —Pasa la mano por el dibujo—. ¿Cuándo podemos
empezar?
¿Eh?
—Esto es sólo un boceto. Tengo que considerar varias ideas, hacer
dibujos a escala, planes de iluminación y esas cosas. —No sé si voy a
poder hacer todo eso. He entrado en un profundo estado de depresión
después de que me haya echado de su despacho y de las advertencias de
Sarah. Tengo que replantearme muy en serio qué hago aquí—. ¿Te
importaría llevarme a casa?
Levanta la mirada bruscamente con los ojos cargados de
preocupación.
—¿Estás bien?
Levanto el culo dormido del suelo y reúno las pocas fuerzas que tengo
para fingir una sonrisa tan falsa como la de Sarah.
—Sí. Es que tengo que preparar unas cosas para mañana —digo
mientras me aliso el vestido.
—¿No has dicho que no trabajabas los fines de semana?
—No es trabajo propiamente dicho.
—Ah. —Me mira con una medio sonrisa y me entran ganas de llorar.
«Llévame a mi casa para que pueda pensar sin que estés delante
distrayéndome con esa cara y ese cuerpo tan hermosos.»
—Está bien. —Se levanta también del suelo y me devuelve el bloc—.
¿Estás segura? —insiste.
Yo mantengo mi sonrisa falsa.
—Estoy bien, ¿por qué no iba a estarlo? —Me esfuerzo por mantener
la mano abajo al ver que la levanto de manera involuntaria para llevármela
al pelo.
Me mira con recelo.
—Vamos, entonces. —Coge mi bolso y me agarra de la mano.
—La bandeja.
—Ya la recogerá Pete —dice, y me conduce fuera de la habitación y
hacia el piso inferior.
Me gustaría soltarle la mano, pero no quiero darle motivos para que
piense que no estoy bien. Es difícil, porque no lo estoy en absoluto. Cuanto
más lo toco, más me encariño con él.
Cuando llegamos al vestíbulo, Jesse echa un vistazo a su alrededor;
parece agitado.
—Espérame aquí, voy a por las llaves y el móvil. Bueno, ve hacia el
coche. Está abierto.
Frunzo el ceño cuando me acompaña hasta la puerta y se marcha
corriendo en dirección a su despacho.
Bajo los escalones de La Mansión y recorro el suelo de gravilla de
camino al DBS. Antes de llegar al coche, oigo las carcajadas de cierta
bestia de morros hinchados y lengua viperina. Me pongo tensa de los pies a
la cabeza, me vuelvo y la veo de pie en lo alto de los escalones junto a
Jesse. —Vale, cariño. Luego nos vemos. —Y vuelve a besarlo en la mejilla.
Me entran arcadas—. ¡Espero volver a verte, Ava! —grita.
Su mirada gélida me fulmina. Jesse se acerca, me devuelve el bolso y
me coge de la mano de nuevo. Me siento en el coche y, en cuanto el motor
arranca, Creep, de Radiohead, me inunda los oídos. Yo sonrío para mis
adentros. Eso, como dice la canción, ¿qué coño hago aquí? Es una buena
pregunta.
cuando, lo sorprendo mirándome a mí en lugar de a la carretera. Y cada vez
que lo hago me sonríe y me aprieta la rodilla, sobre la que ha llevado la
mano durante la mayor parte del viaje. Empiezo a pensar en lo poco que sé
de él. Es apasionado, bastante inestable, tremendamente seguro de sí
mismo y exageradamente rico. Ah, y bestial en cuanto al sexo. Pero eso es
todo lo que sé. Ni siquiera sé su edad.
—¿Cuánto hace que tienes La Mansión? —pregunto.
Me mira con una ceja enarcada y baja el volumen de la música con los
mandos del volante.
—Desde que tenía veintiún años.
—¿Tan joven? —pregunto, y mi tono evidencia mi sorpresa.
Él me sonríe.
—Heredé La Mansión de mi tío Carmichael.
—¿Falleció?
Su sonrisa desaparece.
—Sí.
Vale, ahora quiero saber más.
—¿Cuántos años tienes, Jesse?
—Veintisiete —responde totalmente impasible.
Suspiro.
—¿Por qué no quieres decirme tu edad?
Él me mira con una sonrisa burlona.
—Porque temo que creas que soy demasiado viejo para ti y salgas
huyendo.
Lo miro con los ojos entornados desde el asiento del copiloto. No
puede ser tan mayor. Quiero gritarle que no voy a irme a ninguna parte.
—Vale, ¿cuántas veces voy a tener que preguntártelo hasta que
lleguemos a tu verdadera edad? —Ya lo intenté en otra ocasión y no sirvió
de nada.
Sonríe.
—Muchas.
—Yo tengo veintiséis. —Pruebo con un toma y daca mientras lo
observo detenidamente.
Me mira.
—Ya lo sé.
—¿Cómo lo sabes?
—Por tu carnet de conducir.
—¿Además del teléfono también has cotilleado en mi bolso? —
pregunto indignada, pero él se limita a encogerse de hombros. Yo sacudo la
cabeza consternada. Es una regla no escrita. Está claro que este hombre no
tiene modales—. ¿Es que crees que eres demasiado mayor para mí? —
Después de todo lo que me ha hecho, imagino que su respuesta es negativa
pero, puesto que parece ser un problema tan grave, más me vale preguntar.
—No, en absoluto —responde con la mirada fija en la carretera—. El
único conflicto que tengo es que sea un problema para ti.
Frunzo el ceño.
—No me supone ningún problema.
Vuelve su atractivo rostro hacia mí, con esos ojos ardientes y
maravillosos.
—Entonces deja de preguntármelo.
Apoyo la cabeza en el respaldo, indignada, y me dedico a contemplar
el paisaje rural. Su edad no me importa lo más mínimo, al menos de
momento. Y no creo que haya nada que pueda hacerme cambiar de opinión
al respecto.
Me vuelvo hacia él una vez más.
—¿Y tus padres?
Al ver la línea recta en que se convierten sus labios me arrepiento
inmediatamente de haber formulado la pregunta.
—No tenemos relación —responde con tono desdeñoso.
Vuelvo a recostarme y no insisto. Su actitud despectiva despierta aún
más mi curiosidad, pero también me obliga a cerrar la bocaza.
Nos detenemos al llegar a La Mansión y Jesse pulsa un botón del
salpicadero que hace que se abran las puertas. Al llegar al patio veo a John,
el grandullón, que sale de su Range Rover con su traje negro de siempre y
con sus enormes gafas de sol. Me saluda con la cabeza cuando salgo del
coche y se acerca a Jesse.
—¿Cómo va, John? —le pregunta. Después, me coge de la mano y me
guía por los escalones hacia la entrada de La Mansión.
Me estremezco al recordar la última vez que estuve aquí. Salí
huyendo y pensé que jamás volvería. Pero aquí estoy. Veo que Jesse
estrecha la mano al grandullón de John. Se ha transformado en el
empresario que es.
—Todo bien —responde el otro con voz grave. Nos deja pasar a Jesse
y a mí primero. Después nos sigue hasta el restaurante. Me sorprende lo
tranquilo que está para ser las diez de la mañana de un sábado en un hotel.
¿No es la hora del desayuno?
Jesse se detiene y me mira.
—¿Qué quieres comer? —Incluso a mí me habla con voz de
empresario.
—Cualquier cosa. —Me encojo de hombros. Me siento incómoda y
empiezo a desear haberme quedado en el sofá tapada con el edredón y con
una enorme taza de café. ¿Qué voy a hacer yo aquí mientras él trabaja?
Su expresión se suaviza.
—Pero ¿qué te apetece?
Bueno, eso es fácil.
—Salmón ahumado.
—¿Un sándwich? —pregunta, y yo asiento—. ¿Y un café?
—Por favor.
—¿Cómo sueles tomarlo?
—Capuchino, con doble de café, sin chocolate ni azúcar.
—Desayunarás en mi despacho.
Me encojo de hombros.
—Como quieras. —En cuanto pronuncio esas palabras, lo miro y veo
un brillo de satisfacción en sus ojos, acompañado de una sonrisa victoriosa
—. Ni una palabra —le advierto.
—No era una pregunta, Ava. John, dame veinte minutos. Pete, ¿has
tomado nota?
—Sí, señor.
—Bien. Sírvele a Ava el desayuno en mi despacho —ordena mientras
me mira con esos ojos verdes y abrasadores.
Me coge de la mano y me arrastra por La Mansión hasta su despacho.
Tengo que correr para ir a su paso y, en cuanto cierra la puerta, tira mi
bolso al suelo y me empotra contra ella. Ya tengo el vestido levantado
hasta la cintura.
«¡Joder!» ¿No había venido a trabajar? Hunde la cara en mi cuello y
yo lo agarro de la camiseta. Sabía que esto iba a pasar. En cuanto le he
visto los ojos he sabido lo que estaba pensando. Es la ferocidad lo que me
ha cogido por sorpresa. Empiece despacio o de prisa, el resultado es
siempre el mismo: jadeo como una loca y estoy lista para suplicar.
—Sabía que no era buena idea traerte aquí. No voy a poder trabajar.
—Su voz grave resuena contra mi garganta mientras la lame con ansia. Me
recorre ambos lados del cuerpo con las manos hasta llegar a los pechos
para amasarlos por encima del vestido.
—Si quieres me voy —exhalo—. ¡Mierda! —El abrupto movimiento
de sus caderas me indica que no debería haber dicho eso.
Aumenta la presión de su cuerpo empujándome contra la puerta y su
boca impacta contra la mía.
—Esa puta boca —me reprende entre rápidas e intensas caricias con
la lengua—. No vas a ir a ninguna parte, señorita. —Me muerde el labio—.
Nunca. ¿Estás mojada?
—Sí —jadeo mientras forcejeo con su camiseta. Me enciendo con
sólo mirarlo.
Aparta las manos de mis pechos y las desliza hacia abajo. Oigo que se
desabrocha la cremallera y entiendo de inmediato su comentario sobre la
ausencia de obstrucciones. Me aparta las bragas a un lado.
No me da tiempo a prepararme para la intensidad y la velocidad que
se aproxima. Me levanta una pierna hasta la cintura, se coloca y se hunde
en mí empotrándome contra la puerta con un bramido. Yo grito.
—No grites —me ordena.
No me da tiempo a adaptarme. Me penetra repetidas veces, con
fuerza, una y otra vez, y hace que toque el cielo de placer. Aprieto los
labios para evitar gritar y dejo caer la cabeza sobre su hombro con
delirante desesperación.
—¿La sientes, Ava? —dice con los dientes apretados.
Señor, dame fuerzas, creo que voy a desmayarme. Me está follando
con urgencia, como si estuviera loco, arremetiendo y jadeando a gran
velocidad.
—¡Contesta a la pregunta! —grita. ¿Por qué él sí que puede gritar?
—¡Sí! ¡La siento!
Continúa aporreándome más y más hasta que estoy a punto de perder
la cabeza de desesperación. Me queda poco para estallar, y la pierna sobre
la que me apoyaba ha dejado de tocar el suelo con el ímpetu de los
embates.
—¿Te gusta?
—¡Joder, sí! —grito con todo el aire de mis pulmones, y Jesse me
toma la boca con ansia.
—Te he dicho que no grites. —Me muerde el labio, y la presión me
resulta casi dolorosa.
El ardor que se apodera de mi sexo crepita y estalla, me sume en un
éxtasis febril y alcanzo el clímax con un sonoro alarido. Su boca atrapa mis
gritos y yo pierdo la razón.
Me agito de manera incontrolable contra él, pero él continúa, grita con
su propia explosión y siento que su erección se agita y se derrama dentro
de mí.
Joder, ha sido intenso e increíblemente rápido. La cabeza me da mil
vueltas. No puedo creer lo que hace conmigo este hombre. Es un puñetero
genio. ¡Y en su despacho!
—Creo que voy a traerte al trabajo todos los días —suspira en mi
cuello mientras sale de mí lentamente y me deja resbalar por la puerta—.
¿Estás bien?
—No me sueltes —resuello en su hombro. Soy incapaz de mantener el
equilibrio.
Se echa a reír y me rodea la cintura con el brazo para enderezarme.
Me aparto el pelo de la cara de un soplido y sus magníficos ojos aparecen
en mi campo de visión.
Sonrío.
—Hola.
—Ha vuelto. —Pega los labios a los míos, me levanta y me lleva
hasta el sofá. Me deja junto a él, se guarda el miembro en los pantalones y
se abrocha la cremallera.
Mientras recoge mi bolso del suelo, me coloco bien el vestido y me
derrumbo sobre el sofá con una sonrisa en la boca. Su capacidad para pasar
de ser salvaje y dominante a tierno y atento me tiene hecha un lío. Pero
adoro ambas personalidades. Es demasiado bueno para ser verdad.
Se acerca, se sienta a mi lado y me cobija bajo su brazo.
—He pensado que podrías acercarte a la nueva ala y empezar a
esbozar algunas ideas.
—¿De verdad quieres que me encargue del diseño? —Mi voz suena
confundida. No me importa, porque lo estoy. Pero es que pensaba que lo
del diseño no era más que un cebo para llevarme a la cama.
—Pues claro que sí.
—Creía que sólo me querías por mi cuerpo —bromeo, y él me
retuerce un pezón en represalia.
—Te quiero por muchas cosas, además de por tu cuerpo, señorita.
¿En serio? ¿Por qué más?
—Es domingo —digo, y me aparto de su abrazo—. No trabajo los
domingos. Y, además, no tengo aquí mi equipo de trabajo.
Arruga la frente, me agarra y me sienta sobre su regazo refunfuñando.
—¿Papel y lápiz? —dice, y me mordisquea juguetonamente la oreja
—. Podemos proporcionártelo, pero te lo descontaré de tus honorarios.
Lo cierto es que sí, unas hojas de papel y un lápiz me bastan de
momento, pero es domingo. Se me ocurren mil cosas que podría estar
haciendo y que preferiría hacer. Además, no es necesario que me desplace
a la nueva ala para empezar a plasmar ideas.
Pero entonces pienso que a lo mejor quiere que me vaya de su
despacho. Ya ha conseguido lo que quería y ahora le molesto. Y ni siquiera
puedo coger mi coche y largarme. Llaman a la puerta y me bajo de su
regazo.—Adelante —ordena mientras me observa con una mirada inquisitiva
que decido obviar.
El tío de pelo cano del restaurante entra con una bandeja y la deja
sobre la mesita.
—Gracias, Pete —dice Jesse sin apartar la mirada de mí.
—Señor. —Inclina la cabeza ante él y me sonríe amigablemente antes
de marcharse.
—¿Me das unas hojas de papel? —pregunto mientras cojo la bandeja
y me cuelgo el bolso al hombro.
—¿No vas a desayunar? —Se pone de pie con el ceño todavía
fruncido.
—Me lo tomaré arriba. —«No quiero molestarte.»
—Ah, de acuerdo. —Se acerca a su mesa.
Hago todo lo posible por ignorar ese culo perfecto que se esconde bajo
el pantalón vaquero cuando se agacha y abre un cajón para sacar un bloc de
dibujo y un estuche de lápices de colores. ¿Para qué tiene eso? No es algo
que uno tenga porque sí. Se acerca y me los entrega. Yo los cojo, los meto
debajo de la bandeja y me dirijo hacia la puerta.
—Oye, ¿no se te olvida algo?
Me vuelvo y veo que su mirada curiosa se ha transformado en asesina.
—¿El qué? —pregunto. Sé a qué se refiere, pero no estoy de humor
para alimentar su ego.
—Mueve el culo hasta aquí —dice reforzando la orden con un
movimiento de cabeza.
Dejo caer los hombros ligeramente. Acabaremos antes si le doy lo que
quiere y desaparezco de su vista. Llego hasta él y me esfuerzo al máximo
por no poner buena cara, aunque fracaso estrepitosamente.
—Dame un beso —ordena con las manos en los bolsillos. Me pongo
de puntillas, acerco los labios a los suyos y me aseguro de que no sea un
simple pico. Él no responde—. Bésame de verdad, Ava.
Mi tibio intento por satisfacerlo no ha colado. Suspiro. Tengo una
bandeja en las manos, el bolso colgado del hombro y un cuaderno y un
lápiz debajo de la bandeja. Esto no está siendo fácil, sobre todo porque él
no colabora. Dejo la bandeja y el material de dibujo sobre la mesa, hundo
las manos en su pelo y acerco su rostro al mío. No tarda ni un nanosegundo
en reaccionar. Cuando nuestros labios se encuentran, me toma por
completo. Me rodea la cintura con los brazos y se inclina ligeramente para
compensar la diferencia de altura. No quiero disfrutarlo, pero lo hago, y
demasiado.
—Mucho mejor —dice pegado a mi boca—. No me niegues nunca lo
que te pido, Ava. —Me suelta y me deja ligeramente mareada y
desorientada. Alguien llama a la puerta—. Vete —ordena señalando a la
puerta con la cabeza.
Recojo mis cosas y me marcho sin mediar palabra. Me ha cabreado.
Estoy pisando un terreno muy peligroso, y lo sé. Este hombre tiene la
palabra «rompecorazones» escrita por todo el cuerpo.
Abro la puerta del despacho y me encuentro al grandullón de John
esperándome. Me saluda con la cabeza y se coloca detrás de mí para
escoltarme hasta el piso de arriba.
—Conozco el camino, John —le digo. No es necesario que me
acompañe hasta allí.
—Tranquila, mujer —truena, y continúa avanzando con pasos largos.
Me sigue por la escalera.
Cuando llegamos a la vidriera que hay en la parte baja del tramo que
lleva a la tercera planta, me paro a observar la amplia escalera. En la parte
de arriba hay unas puertas de madera con unos preciosos símbolos
circulares grabados en ellas. Están cerradas e intimidan bastante.
¿Qué habrá ahí arriba? Podría ser un salón de actos. Una puerta que se
abre desvía mi atención de las inmensas e imponentes hojas de madera.
Miro hacia el descansillo y veo a un hombre que sale de una habitación
subiéndose la cremallera. Alza la vista y me pilla contemplándolo. Me
pongo como un tomate y miro a John, que observa al tipo y sacude la
cabeza de manera amenazadora. El hombre parece un tanto atemorizado, y
yo acelero por el pasillo que da a la ampliación para escapar de esa
situación tan incómoda. A John no parece afectarle. Nunca entenderé por
qué los hombres creen que es aceptable salir de los aseos y de las
habitaciones de los hoteles sin haber acabado de vestirse.
Entro en la última habitación. No hay muebles, así que me siento en el
suelo y me apoyo contra la pared.
John asoma la cabeza por la puerta.
—Llama a Jesse si necesitas algo —gruñe.
—Iré directamente.
—No, llámalo —insiste, y cierra la puerta.
Vale, y si necesito ir al baño ¿también tengo que llamar a Jesse?
Debería haberme quedado en casa.
Miro en torno a mí hacia la enorme habitación vacía y empiezo a dar
bocados al sándwich de salmón. Aunque me cueste admitirlo, está
delicioso. Intento recordar las especificaciones. ¿Qué dijo? Ah, sí, que
tenía que ser sensual, estimulante y reconstituyente. No es lo que suelen
pedirme, pero me las apañaré. Cojo el bloc, saco un lápiz del estuche y
empiezo a dibujar camas grandes y lujosas y suntuosas cortinas para las
ventanas. Concentrarme en el boceto es la mejor manera de que olvide de
las preocupaciones que asedian últimamente mi pobre mente.
Unas horas después, tengo el culo dormido y un diseño de una
habitación maravillosa. Deslizo el lápiz sobre el papel, y aplico sombras y
retoques por aquí y por allá. Ha quedado muy sensual. Dijo que era
fundamental que hubiese una cama grande, y el enorme lecho con dosel
que he colocado en medio de la habitación transpira lujuria y sensualidad.
Analizo el dibujo y me sonrojo ante mi propio trabajo. Joder, es casi
erótico. ¿De dónde ha salido esto? Tal vez me haya influido todo el
magnífico sexo que he practicado últimamente. La cama que domina la
habitación es una réplica de una que vi en una tienda de artículos de
segunda mano hace unos meses. Tiene unos postes gruesos de madera y un
dosel reticular, y quedará fantástica con unas cortinas de seda dorada. No
sé cómo decorar las paredes porque Jesse sólo dijo que quería elementos
decorativos grandes y de madera, probablemente algo parecido a lo que
había en la suite en la que me acorraló.
La puerta se abre e interrumpe el hilo de mis pensamientos. Me
encuentro con la cara de fastidio de Sarah en el umbral. Refunfuño para
mis adentros. Esta mujer está en todas partes... en cualquier parte donde
esté Jesse.
—Ava, qué agradable sorpresa.
«¡Mentira!»
Cierra la puerta suavemente a sus espaldas y se dirige al centro de la
habitación. Mi maldad me hace desear que tropiece con esos ridículos
tacones. No me gusta nada esta mujer. Saca la zorra interior que hay en mí
más que ninguna otra persona que haya conocido.
—Sarah. Yo también me alegro de verte. —Me agarro un mechón de
pelo y empiezo a juguetear con él mientras me planteo los motivos de su
visita. Me mira mientras sigo sentada en el suelo y veo que hoy tiene los
labios rojos superhinchados. Sin duda acaba de hacerse algunos retoques.
Mi posición, sentada en el suelo, en contraste con la suya, hace que me
sienta inferior a ella. Me levantaría si no tuviera el culo tan dormido y
supiese que no voy a caerme de nuevo al hacerlo.
—Trabajando un domingo —comenta mientras observa la habitación
vacía—. ¿Reciben todos tus clientes el mismo trato especial que le das a
Jesse?
¡Menuda zorra! De repente sus motivos están muy claros.
—No —sonrío—. Sólo Jesse.
Mis malos pensamientos hacia ella están más que justificados. No
sólo no le caigo bien, sino que me detesta con todas sus fuerzas. Puede que
incluso llegue a odiarme. ¿Por qué?
—Es un poco mayor para ti, ¿no te parece? —Cruza los brazos por
debajo de su generoso pecho y llego a la conclusión de que también se lo
ha operado.
No quiero que sepa que no sé la edad de Jesse. Seguro que ella sí la
sabe. Y ese hecho me cabrea sobremanera.
—A mí no me lo parece —respondo con dulzura. Quiero levantarme
del suelo para que esta barbie recauchutada deje de mirarme como si fuera
superior a mí. ¿A ella qué le importa?
Su cara hinchada refleja la poca gracia que le hace mi presencia y eso,
por extraño que parezca, hace que yo también me sienta incómoda por
estar aquí. Debería haberme quedado en casa. No tengo por qué aguantar
esto.
—Bueno, ¿y qué tiene mi Jesse para hacer que renuncies a tu tiempo
libre para trabajar?
«¿Mi Jesse?»
—No creo que eso sea asunto tuyo.
—Tal vez. ¿Es por su dinero? —dice al tiempo que enarca una ceja
que ya estaba ridículamente levantada. ¡Bótox!
—No me interesa la riqueza de Jesse —respondo tajantemente. ¡Estoy
enamorada de él!
—No, claro que no. —Se acerca a la ventana, con aire relajado y
arrogante, y se vuelve hacia mí de nuevo, con una cara igual de fría que su
voz—. Te lo advierto, Ava. Jesse no es la clase de hombre con el que una
deba plantearse un futuro.
La miro directamente a los ojos e intento imitar su expresión y su
tono gélido. No es difícil, siempre me sale de manera natural con esta
mujer tan desagradable.
—Gracias por la advertencia, pero creo que soy lo bastante mayorcita
para saber lo que me hago. —El corazón se me hunde hasta el estómago.
Ella se echa a reír con condescendencia. Es una risa de lástima que
hace que me sienta fatal.
—Pequeña, sal de tu cuento de hadas y abre los o...
De repente, la puerta se abre y Jesse entra a toda prisa. Me ve a mí
tirada en el suelo y a Sarah junto a la ventana.
—¿Todo bien? —le pregunta a Sarah.
Yo me cabreo. ¿Por qué coño le pregunta a ella? Ella está
perfectamente ahí de pie lanzándome sus advertencias. Es a mí, que estoy
aquí sentada con el culo dormido, a la que debería preguntarle. Me quedo
todavía más estupefacta cuando ella le regala una ridícula sonrisa falsa y se
acerca a él, toda tiesa y sacando pecho.
—Sí, cariño. Ava y yo sólo estábamos hablando sobre las habitaciones
nuevas. Tiene unas ideas fantásticas —dice, y le frota el hombro.
Quiero arrancarle las uñas postizas de los dedos. ¡Menuda perra
mentirosa! Espero que él no se lo trague. Pero la sonrisa de satisfacción
con la que le responde antes de volverse hacia mí me indica que sí lo ha
hecho. ¿Está ciego o qué le pasa?
—Es muy buena —dice con orgullo. Está haciendo que me sienta
como si fuera una puta cría.
—Sí, tiene mucho talento —ronronea Sarah sonriéndome con malicia
—. Os dejo. —Se pone de puntillas y lo besa en la mejilla mientras yo ardo
de rabia—. Ava, ha sido un placer volver a verte.
Reúno la educación suficiente para sonreír a esa bestia.
—Lo mismo digo, Sarah.
Espero que note mi tono falso. No había sido menos sincero en mi
vida. Se marcha de la habitación y me deja a solas con Jesse. ¿Qué hago
aquí y qué papel desempeña esa mujer en la vida de Jesse? Ha estado aquí
todas las veces que he venido. Y también estaba en la inauguración del
Lusso. ¿Conseguiré librarme alguna vez de esa víbora? Quiere que
desaparezca, y sólo puede haber una razón: quiere a Jesse. Me duele el
corazón sólo de imaginármelo con otra persona y me entran ganas de matar
a alguien. Nunca he sido celosa, ni insegura, ni dependiente. Pero siento
que todos estos nuevos sentimientos afloran en mí y se apoderan de todo
mi ser. Ha dicho que Jesse no es la clase de hombre con el que una deba
soñar. Y creo que eso ya lo sé yo.
—A ver qué has hecho, señorita. —Se sienta a mi lado y me coge el
bloc—. ¡Vaya! Me encanta esa cama.
—A mí también —admito con hosquedad. El entusiasmo que sentía
por mi idea se ha esfumado.
—¿Qué es todo esto? —dice señalando el dosel.
—Es un diseño reticular. Todas las vigas de madera se superponen y
crean ese efecto.
—¿Y se pueden colgar cosas de él? —pregunta con curiosidad.
—Sí, como telas o luces —respondo, y me encojo de hombros.
Abre la boca fascinado al captar el concepto.
—¿En qué colores habías pensado?
—Negro y dorado.
—Me encanta. —Pasa la mano por el dibujo—. ¿Cuándo podemos
empezar?
¿Eh?
—Esto es sólo un boceto. Tengo que considerar varias ideas, hacer
dibujos a escala, planes de iluminación y esas cosas. —No sé si voy a
poder hacer todo eso. He entrado en un profundo estado de depresión
después de que me haya echado de su despacho y de las advertencias de
Sarah. Tengo que replantearme muy en serio qué hago aquí—. ¿Te
importaría llevarme a casa?
Levanta la mirada bruscamente con los ojos cargados de
preocupación.
—¿Estás bien?
Levanto el culo dormido del suelo y reúno las pocas fuerzas que tengo
para fingir una sonrisa tan falsa como la de Sarah.
—Sí. Es que tengo que preparar unas cosas para mañana —digo
mientras me aliso el vestido.
—¿No has dicho que no trabajabas los fines de semana?
—No es trabajo propiamente dicho.
—Ah. —Me mira con una medio sonrisa y me entran ganas de llorar.
«Llévame a mi casa para que pueda pensar sin que estés delante
distrayéndome con esa cara y ese cuerpo tan hermosos.»
—Está bien. —Se levanta también del suelo y me devuelve el bloc—.
¿Estás segura? —insiste.
Yo mantengo mi sonrisa falsa.
—Estoy bien, ¿por qué no iba a estarlo? —Me esfuerzo por mantener
la mano abajo al ver que la levanto de manera involuntaria para llevármela
al pelo.
Me mira con recelo.
—Vamos, entonces. —Coge mi bolso y me agarra de la mano.
—La bandeja.
—Ya la recogerá Pete —dice, y me conduce fuera de la habitación y
hacia el piso inferior.
Me gustaría soltarle la mano, pero no quiero darle motivos para que
piense que no estoy bien. Es difícil, porque no lo estoy en absoluto. Cuanto
más lo toco, más me encariño con él.
Cuando llegamos al vestíbulo, Jesse echa un vistazo a su alrededor;
parece agitado.
—Espérame aquí, voy a por las llaves y el móvil. Bueno, ve hacia el
coche. Está abierto.
Frunzo el ceño cuando me acompaña hasta la puerta y se marcha
corriendo en dirección a su despacho.
Bajo los escalones de La Mansión y recorro el suelo de gravilla de
camino al DBS. Antes de llegar al coche, oigo las carcajadas de cierta
bestia de morros hinchados y lengua viperina. Me pongo tensa de los pies a
la cabeza, me vuelvo y la veo de pie en lo alto de los escalones junto a
Jesse. —Vale, cariño. Luego nos vemos. —Y vuelve a besarlo en la mejilla.
Me entran arcadas—. ¡Espero volver a verte, Ava! —grita.
Su mirada gélida me fulmina. Jesse se acerca, me devuelve el bolso y
me coge de la mano de nuevo. Me siento en el coche y, en cuanto el motor
arranca, Creep, de Radiohead, me inunda los oídos. Yo sonrío para mis
adentros. Eso, como dice la canción, ¿qué coño hago aquí? Es una buena
pregunta.
Solee012
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