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* El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Sube capi!!!!!!!!!1
Ya porfa estoy de los nervios!!
Ya porfa estoy de los nervios!!
StayMemiFaither
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
new reader
me llamo nichole
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
me llamo nichole
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
N.L.T.J.B.
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
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MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
AHORA!!
MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN MARATÓN
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AHORA!!
StayMemiFaither
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
maraton :sad: maraton :sad:
maraton :sad: maraton :sad:
maraton :sad: maraton :sad:
maraton :D :D :D :D :D :D
maraton :sad: maraton :sad:
maraton :sad: maraton :sad:
maraton :D :D :D :D :D :D
N.L.T.J.B.
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
ADELIN, Y EL MARATÓN? LO ESTUVE ESPERANDO TODO EL DÍA :bounce:
F l ♥ r e n c i a.
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
N.L.T.J.B. escribió:new reader
me llamo nichole
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
Bienvenida Nichole!
Chicas, ahora mismo empiezo a subir el maratón!
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Apenas se sintió un poco mejor cuando terminó de secarse y de ponerse unos vaqueros y un cálido jersey de cachemira de color lavanda; entonces se cepilló el pelo con vigor hasta dejarlo absolutamente lacio y luego lo contuvo con una banda elástica que se lo mantuvo apartado de la cara. No tenía sentido ponerse maquillaje, de modo que se aplicó una crema hidratante en la cara y luego se volvió para mirarse con una mueca en el espejo del tocador.
—¡Tienes un aspecto horrible!
Un vestigio de orgullo femenino hizo que se aplicara un poco de rimel en las pestañas. Pero las ojeras ya eran otra cosa, igual que las líneas alrededor de la nariz y la boca. Necesitaría un maquillaje especial para ocultarlas, que en ese momento no se sentía capaz de darse.
—De momento tendrá que bastar —se dijo—. Después de todo, no va a venir nadie.
«Nadie salvo Joe», añadió mentalmente. Y con el humor que iba a tener, dudaba de que la mirara, y menos que notara algo sobre su aspecto.
—¡__________!
La llamada llegó desde abajo y la sobresaltó, ya que era lo último que esperaba. Lo último que creía que iba a oír. Se dijo que debía de estar imaginando cosas. Joe tenía que estar a kilómetros de distancia.
Aunque no había oído el sonido de la puerta al cerrarse ni el motor de su coche.
—¡__________! ¿Estás ahí?
No era su imaginación. Era Joe que la llamaba.
Por su cabeza pasaron unas frases maravillosas como «he cambiado de idea», «me lo he pensado mejor» o «hay una nueva perspectiva». Giró contenta y se dirigió hacia la puerta. Si estaba dispuesto a olvidar y a perdonar, quizá incluso a besarla, entonces ella no iba a ponerle ninguna barrera en el camino.
—¡__________!
—¡Voy!
Había una nota ominosa en la repetición de su nombre, pero no dejó que eso la atribulara. Nunca había sido el hombre más paciente. Y sin duda la impaciencia significaba que quería empezar cuanto antes a restablecer la paz.
En el rellano, se asomó por la barandilla de madera para observar el vestíbulo. Incluso desde ese ángulo precario, no lograba verlo del todo, salvo como una sombra voluminosa entre ella y la luz limitada que entraba por la ventana.
—¿Qué sucede? ¿Qué quie…?
—¡Baja! ¡Ahora! ¡Te necesito!
—¡Voy!
Sin importarle que no fuera lo más sensato del mundo dejar que viera el efecto que tenía sobre ella, la facilidad con que lograba que reaccionara ante él, y sin prestar atención a las exclamaciones furiosas de su indignado sentido de autoconservación, bajó corriendo las escaleras.
Saltó los últimos tres escalones y osciló un momento mientras recuperaba el equilibrio. Solo entonces se volvió para encarar a Joe, con el corazón desbocado, los ojos muy abiertos y brillantes y las mejillas un poco acaloradas.
—¡Aquí estoy! ¿De qué se trata? ¿Qué quie…?
No parecía tan complacido de verla como ella había anticipado. De hecho, el rostro exhibía unas líneas sombrías y estaba ceñudo. Los ojos se veían levemente distantes y… ¿molestos? No… preocupados esa era la palabra apropiada.
Y entonces se movió y vio lo que sostenía; el corazón le dio un vuelco doloroso y los pulmones se vaciaron de aire en una exclamación de incredulidad.
—¡Joe! ¿Qué es eso?
Sostenía algo en los brazos. Un paquete. Una caja grande y rectangular cubierta con un papel de regalo brillante decorado con pájaros y muñecos de nieve.
¿Un regalo? No, instintivamente supo que no era probable. La tapa de la caja estaba abierta y por encima pudo ver algo blanco y acolchado, aunque no logró distinguir qué era. Mientras lo analizaba, algo en el interior del paquete emitió un sonido como de respiración agitada. Y entonces, inesperadamente, la tela blanca sufrió un movimiento brusco.
—¿Joe…?
—Toma…
Extendió el paquete, obligándola a alargar las manos en un acto reflejo y a aceptarlo.
—¿Qué…?
Pero las palabras la abandonaron al bajar la vista al «paquete» y ver en un extremo de la caja, parcialmente cubierto por la tela, en algo parecido a un saco de dormir en miniatura, la cara angelical de un bebé dormido.
—¡Joe! ¡Joe, es un bebé!
—Sí —tenía la atención en otra parte—. Cuídala por mí.
—Escucha… Pero… ¿de dónde… ha salido? ¿Adónde vas? —Joe ya había girado para dirigirse hacia la puerta, con la evidente intención de no responderle, Joe… —con torpeza logró alargar la mano y agarrarlo por la manga del chubasquero, al tiempo que mantenía un equilibrio precario de la caja—. ¿Qué sucede? ¿Adónde…?
—He de tratar de encontrar a la madre… —los ojos estaban oscuros y extrañamente perdidos—. Quizá ande por los alrededores.
—Joe, por favor. No te entiendo. ¿De dónde ha salido este bebé? ¿Dónde está su madre?
—¡No tengo ni condenada idea! —estalló—. Acabo de encontrarla… en el porche —continuó, bajando un poco la voz en beneficio de la pequeña.
Era evidente que el antagonismo que sentía hacia _________ no se había mitigado. De hecho, la expresión de su cara revelaba que su humor era peor que cuando se había marchado hacía un rato.
—De modo que quienquiera que la dejara en el porche todavía debe de andar cerca.
—¿Ahí? —__________ miró hacia la entrada de vehículos, donde la nieve que había sido una amenaza ya había empezado a caer en copos grandes—. Joe, el clima…
—¿Crees que no lo sé? —cortó con vehemencia—. Es por eso que tengo que ir a buscarla. ¿Vas a cuidar del bebé o no?
—¿Tengo otra elección? —sonó más descortés de lo que había sido su intención—. Lo siento. Claro que tienes que salir a buscar a la madre. Me arreglaré.
Durante un breve instante, la desolación en los ojos de él se suavizó. Incluso apareció un destello de calidez, o como mínimo de gratitud, y la expresión sombría de la boca se suavizó… aunque sin llegar a convertirse en una sonrisa.
—Gracias —fue un sonido descarnado, como si saliera de una garganta irritada—. Volveré en cuanto pueda. Ahí hay cosas para ella. Biberones, comida… esas cosas…
La mano indicó una bolsa de supermercado que había en el suelo, apoyada contra la pared.
—Me arreglaré.
Esperaba transmitir más confianza que la que realmente sentía. No solo la preocupaba tener que cuidar del bebé. Había algo más que no terminaba de entender. Sentía como si luchara con unas corrientes oscuras y peligrosas, que remolineaban en tomo a unas rocas que en cualquier momento podían causar un daño terrible. Y lo peor era la sensación de que no tenía ni idea de la causa.
—Oh… —Joe casi había atravesado la puerta, pero se detuvo durante un momento en el umbral, dejando que el viento gélido y algunos copos de nieve entraran en el vestíbulo—. Se llama Alice. Regresaré en cuanto pueda.
Y desapareció antes de que ella pudiera decir nada.
Antes de que pudiera formular la pregunta obvia.
—¿Y cómo sabe que eres Alice? —musitó con curiosidad, dirigiéndose al bebé dormido—. ¿Sabe quién eres? —desde luego, no obtuvo respuesta, y con una fugaz sonrisa por su tontería, adelantó un pie y cerró la puerta con firmeza—. ¡Hace frío aquí! No es sitio para una personita como tú… vamos a calentamos.
El salón estaba a oscuras, aislado de la luz por las pesadas cortinas de brocado cerradas desde la noche anterior. Pero se dijo que era más que eso. Con cuidado, dejó a la pequeña sobre el sofá antes de ir a abrir las cortinas con movimientos bruscos. Los ecos de la noche anterior aún flotaban en la atmósfera, y los recuerdos de la pasión que los había dominado la hacían sentirse nerviosa e incómoda.
Pero no sabía por qué tenía esa sensación. Desde un principio había sabido que Joe no la amaba, que solo se había casado con ella por el deseo intenso de tener un hijo. No sabía por qué le importaba tanto que lo hubiera manifestado con claridad.
Porque sí importaba. Y dolía. Mucho más de lo que había imaginado. Sentía como si tuviera el corazón en carne viva y sangrara por una herida que jamás curaría.
En lo más hondo de su ser se debatía por reconciliarse con el hecho de que el tonto sueño que había alimentado jamás podría hacerse realidad. Con sus palabras, Joe no solo había confirmado el pasado, sino que le había arrebatado cualquier esperanza de futuro. Había destruido por completo la posibilidad de que un día pudiera llegar a amarla y verla como algo más que una máquina de fabricar bebés.
—Me parece que tú vas a ser el único bebé que podré cuidar alguna vez… al menos en esta casa, pequeña —le dijo a la dormida Alice—. A menos que acepte tener el hijo de Joe y tolere que no me ame.
La imagen que apareció en su mente fue demasiado dolorosa. Le provocó lágrimas y una intensa desesperación.
¿Cómo podía encarar semejante futuro? ¿Cómo podría soportar concebir, gestar y dar a luz al bebé de Joe para luego verlo crecer, sabiendo que el padre de ese bebé nunca la amaría?
Y cuando ese bebé fuera mayor, cuando, a medida que madurara, comenzara a hacerle preguntas, ¿cómo podría contestárselas? ¿Cómo podría mirar a su hijo o a su hija a la cara cuando exigiera saber de dónde venían los bebés y contarle algo que no era verdad? Jamás podría decirle, como a ella le había dicho su madre, que «cuando dos personas se aman hacen algo muy especial».
—¡Oh, Alice! —en esa ocasión no fue capaz de contener las lágrimas, porque recordó el resto de las palabras que su madre había empleado para explicárselo. «Algunas personas lo llaman sexo, _________. Pero cuando es correcto… cuando es especial… entonces se llama hacer el amor».
Y en ese momento, años más tarde, esas palabras regresaron para hostigarla, para retorcerle el alma al pensar que así como ella había hecho el amor con Joe, él solo había disfrutado de sexo.
—¡Oh, Alice, cariño! —gimió, con lágrimas cayéndole por las mejillas—. ¿Qué voy a hacer?
Quizá porque oyó su nombre, o tal vez porque los sollozos de __________ perturbaron su sueño, el bebé se movió, abrió los ojos azules, parpadeó, gimió, y entonces, como si percibiera que se hallaba en un entorno por completo desconocido, soltó un grito de angustia que dejó bien claro que quería atención… ¡y sin ninguna dilación!
—¡Tienes un aspecto horrible!
Un vestigio de orgullo femenino hizo que se aplicara un poco de rimel en las pestañas. Pero las ojeras ya eran otra cosa, igual que las líneas alrededor de la nariz y la boca. Necesitaría un maquillaje especial para ocultarlas, que en ese momento no se sentía capaz de darse.
—De momento tendrá que bastar —se dijo—. Después de todo, no va a venir nadie.
«Nadie salvo Joe», añadió mentalmente. Y con el humor que iba a tener, dudaba de que la mirara, y menos que notara algo sobre su aspecto.
—¡__________!
La llamada llegó desde abajo y la sobresaltó, ya que era lo último que esperaba. Lo último que creía que iba a oír. Se dijo que debía de estar imaginando cosas. Joe tenía que estar a kilómetros de distancia.
Aunque no había oído el sonido de la puerta al cerrarse ni el motor de su coche.
—¡__________! ¿Estás ahí?
No era su imaginación. Era Joe que la llamaba.
Por su cabeza pasaron unas frases maravillosas como «he cambiado de idea», «me lo he pensado mejor» o «hay una nueva perspectiva». Giró contenta y se dirigió hacia la puerta. Si estaba dispuesto a olvidar y a perdonar, quizá incluso a besarla, entonces ella no iba a ponerle ninguna barrera en el camino.
—¡__________!
—¡Voy!
Había una nota ominosa en la repetición de su nombre, pero no dejó que eso la atribulara. Nunca había sido el hombre más paciente. Y sin duda la impaciencia significaba que quería empezar cuanto antes a restablecer la paz.
En el rellano, se asomó por la barandilla de madera para observar el vestíbulo. Incluso desde ese ángulo precario, no lograba verlo del todo, salvo como una sombra voluminosa entre ella y la luz limitada que entraba por la ventana.
—¿Qué sucede? ¿Qué quie…?
—¡Baja! ¡Ahora! ¡Te necesito!
—¡Voy!
Sin importarle que no fuera lo más sensato del mundo dejar que viera el efecto que tenía sobre ella, la facilidad con que lograba que reaccionara ante él, y sin prestar atención a las exclamaciones furiosas de su indignado sentido de autoconservación, bajó corriendo las escaleras.
Saltó los últimos tres escalones y osciló un momento mientras recuperaba el equilibrio. Solo entonces se volvió para encarar a Joe, con el corazón desbocado, los ojos muy abiertos y brillantes y las mejillas un poco acaloradas.
—¡Aquí estoy! ¿De qué se trata? ¿Qué quie…?
No parecía tan complacido de verla como ella había anticipado. De hecho, el rostro exhibía unas líneas sombrías y estaba ceñudo. Los ojos se veían levemente distantes y… ¿molestos? No… preocupados esa era la palabra apropiada.
Y entonces se movió y vio lo que sostenía; el corazón le dio un vuelco doloroso y los pulmones se vaciaron de aire en una exclamación de incredulidad.
—¡Joe! ¿Qué es eso?
Sostenía algo en los brazos. Un paquete. Una caja grande y rectangular cubierta con un papel de regalo brillante decorado con pájaros y muñecos de nieve.
¿Un regalo? No, instintivamente supo que no era probable. La tapa de la caja estaba abierta y por encima pudo ver algo blanco y acolchado, aunque no logró distinguir qué era. Mientras lo analizaba, algo en el interior del paquete emitió un sonido como de respiración agitada. Y entonces, inesperadamente, la tela blanca sufrió un movimiento brusco.
—¿Joe…?
—Toma…
Extendió el paquete, obligándola a alargar las manos en un acto reflejo y a aceptarlo.
—¿Qué…?
Pero las palabras la abandonaron al bajar la vista al «paquete» y ver en un extremo de la caja, parcialmente cubierto por la tela, en algo parecido a un saco de dormir en miniatura, la cara angelical de un bebé dormido.
—¡Joe! ¡Joe, es un bebé!
—Sí —tenía la atención en otra parte—. Cuídala por mí.
—Escucha… Pero… ¿de dónde… ha salido? ¿Adónde vas? —Joe ya había girado para dirigirse hacia la puerta, con la evidente intención de no responderle, Joe… —con torpeza logró alargar la mano y agarrarlo por la manga del chubasquero, al tiempo que mantenía un equilibrio precario de la caja—. ¿Qué sucede? ¿Adónde…?
—He de tratar de encontrar a la madre… —los ojos estaban oscuros y extrañamente perdidos—. Quizá ande por los alrededores.
—Joe, por favor. No te entiendo. ¿De dónde ha salido este bebé? ¿Dónde está su madre?
—¡No tengo ni condenada idea! —estalló—. Acabo de encontrarla… en el porche —continuó, bajando un poco la voz en beneficio de la pequeña.
Era evidente que el antagonismo que sentía hacia _________ no se había mitigado. De hecho, la expresión de su cara revelaba que su humor era peor que cuando se había marchado hacía un rato.
—De modo que quienquiera que la dejara en el porche todavía debe de andar cerca.
—¿Ahí? —__________ miró hacia la entrada de vehículos, donde la nieve que había sido una amenaza ya había empezado a caer en copos grandes—. Joe, el clima…
—¿Crees que no lo sé? —cortó con vehemencia—. Es por eso que tengo que ir a buscarla. ¿Vas a cuidar del bebé o no?
—¿Tengo otra elección? —sonó más descortés de lo que había sido su intención—. Lo siento. Claro que tienes que salir a buscar a la madre. Me arreglaré.
Durante un breve instante, la desolación en los ojos de él se suavizó. Incluso apareció un destello de calidez, o como mínimo de gratitud, y la expresión sombría de la boca se suavizó… aunque sin llegar a convertirse en una sonrisa.
—Gracias —fue un sonido descarnado, como si saliera de una garganta irritada—. Volveré en cuanto pueda. Ahí hay cosas para ella. Biberones, comida… esas cosas…
La mano indicó una bolsa de supermercado que había en el suelo, apoyada contra la pared.
—Me arreglaré.
Esperaba transmitir más confianza que la que realmente sentía. No solo la preocupaba tener que cuidar del bebé. Había algo más que no terminaba de entender. Sentía como si luchara con unas corrientes oscuras y peligrosas, que remolineaban en tomo a unas rocas que en cualquier momento podían causar un daño terrible. Y lo peor era la sensación de que no tenía ni idea de la causa.
—Oh… —Joe casi había atravesado la puerta, pero se detuvo durante un momento en el umbral, dejando que el viento gélido y algunos copos de nieve entraran en el vestíbulo—. Se llama Alice. Regresaré en cuanto pueda.
Y desapareció antes de que ella pudiera decir nada.
Antes de que pudiera formular la pregunta obvia.
—¿Y cómo sabe que eres Alice? —musitó con curiosidad, dirigiéndose al bebé dormido—. ¿Sabe quién eres? —desde luego, no obtuvo respuesta, y con una fugaz sonrisa por su tontería, adelantó un pie y cerró la puerta con firmeza—. ¡Hace frío aquí! No es sitio para una personita como tú… vamos a calentamos.
El salón estaba a oscuras, aislado de la luz por las pesadas cortinas de brocado cerradas desde la noche anterior. Pero se dijo que era más que eso. Con cuidado, dejó a la pequeña sobre el sofá antes de ir a abrir las cortinas con movimientos bruscos. Los ecos de la noche anterior aún flotaban en la atmósfera, y los recuerdos de la pasión que los había dominado la hacían sentirse nerviosa e incómoda.
Pero no sabía por qué tenía esa sensación. Desde un principio había sabido que Joe no la amaba, que solo se había casado con ella por el deseo intenso de tener un hijo. No sabía por qué le importaba tanto que lo hubiera manifestado con claridad.
Porque sí importaba. Y dolía. Mucho más de lo que había imaginado. Sentía como si tuviera el corazón en carne viva y sangrara por una herida que jamás curaría.
En lo más hondo de su ser se debatía por reconciliarse con el hecho de que el tonto sueño que había alimentado jamás podría hacerse realidad. Con sus palabras, Joe no solo había confirmado el pasado, sino que le había arrebatado cualquier esperanza de futuro. Había destruido por completo la posibilidad de que un día pudiera llegar a amarla y verla como algo más que una máquina de fabricar bebés.
—Me parece que tú vas a ser el único bebé que podré cuidar alguna vez… al menos en esta casa, pequeña —le dijo a la dormida Alice—. A menos que acepte tener el hijo de Joe y tolere que no me ame.
La imagen que apareció en su mente fue demasiado dolorosa. Le provocó lágrimas y una intensa desesperación.
¿Cómo podía encarar semejante futuro? ¿Cómo podría soportar concebir, gestar y dar a luz al bebé de Joe para luego verlo crecer, sabiendo que el padre de ese bebé nunca la amaría?
Y cuando ese bebé fuera mayor, cuando, a medida que madurara, comenzara a hacerle preguntas, ¿cómo podría contestárselas? ¿Cómo podría mirar a su hijo o a su hija a la cara cuando exigiera saber de dónde venían los bebés y contarle algo que no era verdad? Jamás podría decirle, como a ella le había dicho su madre, que «cuando dos personas se aman hacen algo muy especial».
—¡Oh, Alice! —en esa ocasión no fue capaz de contener las lágrimas, porque recordó el resto de las palabras que su madre había empleado para explicárselo. «Algunas personas lo llaman sexo, _________. Pero cuando es correcto… cuando es especial… entonces se llama hacer el amor».
Y en ese momento, años más tarde, esas palabras regresaron para hostigarla, para retorcerle el alma al pensar que así como ella había hecho el amor con Joe, él solo había disfrutado de sexo.
—¡Oh, Alice, cariño! —gimió, con lágrimas cayéndole por las mejillas—. ¿Qué voy a hacer?
Quizá porque oyó su nombre, o tal vez porque los sollozos de __________ perturbaron su sueño, el bebé se movió, abrió los ojos azules, parpadeó, gimió, y entonces, como si percibiera que se hallaba en un entorno por completo desconocido, soltó un grito de angustia que dejó bien claro que quería atención… ¡y sin ninguna dilación!
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Capítulo 9
Joe regresó a casa entrada la tarde.
La nieve había caído con plena fuerza, haciendo que el césped y la entrada de coches fuera una fina manta blanca que lo cubría todo. Y en ese momento volvía a caer.
Suspiró y se quitó el chubasquero mientras se desprendía de los copos de las botas. La acción de pisar con vehemencia el suelo reflejaba lo que sentía.
Tenía frío, estaba hambriento y, por encima de todo, se encontraba de malhumor. La búsqueda de la madre del bebé había resultado ser absolutamente infructuosa y una sensación de frustración impotente ardía como ácido en la boca de su estómago.
¿Dónde diablos podía haberse metido Lucy? Había buscado en todos los rincones que creyó que podría estar. Se preguntó si habría quedado algún sitio que se le había pasado por alto.
Seguía pensando en ello cuando abrió la puerta que daba al salón. La visión que encontraron sus ojos borró todo de su cabeza.
__________ se hallaba sentada en el sofá grande de color dorado, con las piernas acurrucadas de un modo que la hacía parecer una muchacha. Sostenía el bulto blanco y diminuto que era Alice, y la cabeza de la pequeña reposaba sobre el hueco de su brazo. Con la otra mano sostenía un biberón que el bebé succionaba con ganas, emitiendo gruñidos de satisfacción mientras se alimentaba. Las luces no estaban encendidas, pero en algún momento __________ había prendido un fuego, cuyas llamas proyectaban un resplandor cálido sobre el rostro que contemplaba a la pequeña con intensidad.
Fue una visión que le quitó el aliento. La idea de que delante de él tenía todo lo que quería, lo que siempre había querido, arraigó en su mente y no quiso marcharse. No deseaba otra cosa que permanecer donde estaba. Quedarse en silencio y mirar.
Pero entonces, quizá por un sonido que no fue consciente que emitía, captó la atención de _________ y le hizo alzar la cabeza.
—¡Oh, ya has llegado! ¡Al fin! ¡Pensé que nunca ibas a volver a casa!
Algo en las palabras, en el tono de voz, agravó su estado de ánimo ya de por sí irascible.
—He estado buscando a la madre de Alice. ¡No quería volver hasta haberla encontrado!
—¿Lo has hecho? ¿Lo has conseguido? ¿Dónde está?
—No tengo ni idea. ¿Crees que habría regresado si hubiera podido pensar en algún otro sitio donde buscarla?
—¿No la encontraste?
Sonó completamente decepcionada. Pero no tanto como se sentía Joe.
—¿Doy la impresión de haberlo hecho? —rugió, girando en un movimiento brusco para encender las luces principales y darle al salón una claridad definida y brillante.
Y al volverse otra vez, fue como si el proyector de la realidad hubiera iluminado la escena que tenía ante él, destrozando la ilusión de momentos atrás.
Porque había sido una ilusión, no la verdad. Solo una fantasía de lo que anhelaba superponiéndose sobre la realidad existente. Había visto lo que quería ver. No lo que realmente era.
—¿Ves rastro de alguien conmigo?
—Solo pensaba… esperaba…
Sabía lo que había esperado; que regresara con la madre de Alice para poder entregarle a la pequeña y acabar de una vez con esa situación. La irritaba descubrir que no podía hacerlo.
—Pues lamento decepcionarte, pero no la he encontrado. De hecho, a nadie que la haya visto o sepa dónde está.
La visión maternal que se había presentado ante sus ojos al abrir la puerta se desvaneció en unos segundos deprimentes. Había tenido una sobredosis de Navidad, de la imagen de madre e hijo que había en casi todas las tarjetas distribuidas por la habitación, imágenes llenas con una ternura de amor y una devoción que por lo general eran básicas para esa relación especial.
Y en ese momento entendía qué había encendido la irritación que lo había invadido nada más llegar. En cuanto ___________ habló, había sonado nerviosa y hostil. «Pensé que nunca ibas a volver a casa», había dicho. Casa. Pero nunca antes la casa le había parecido más ajena que en ese momento.
—Es una pena. ¿Qué hacemos ahora? —en sus brazos, el bebé se terminó la leche y soltó la tetina del biberón con sonoridad. De inmediato bajó los ojos para reflexionar en el pequeño bulto de humanidad que sostenía—. ¡Se lo ha terminado todo! ¡Esta pequeña tiene un apetito sorprendente! Es la segunda vez que he tenido que alimentarla desde que te marchaste. Y no han pasado ni cuatro horas. Vamos, Alice, ¿no quieres eructar?
Con gentileza la colocó en una posición vertical y con la palma de la mano le frotó la espalda. La cabeza de la pequeña ya caía somnolienta y los ojos se le cerraron mientras emitía una burbuja pequeña y lechosa de su suave boquita rosa. Segundos más tarde, la burbuja fue seguida de un eructo poco femenino que reverberó en el súbito silencio de la habitación.
—¡Buena chica! —alzó la vista divertida, pero la diversión murió nada más aparecer, sustituida por su anterior nerviosismo—. Será mejor que la cambie y luego probablemente vuelva a quedarse dormida. ¿Me puedes pasar el bolso? Hay pañales dentro…
Tuvo que reconocer que habló para desterrar el silencio y no tener que preguntarse en qué podía estar pensando Joe. No sabía qué pasaba detrás de esos profundos y oscuros ojos miel, qué pensamientos llenaban su mente. Solo sabía que en cuanto encendió la luz y le vio la cara, su estado de ánimo cayó en picado casi en el acto.
Si al salir en busca de la madre de Alice había tenido un estado de ánimo difícil e impredecible, al regresar era peor. Volvía a sentir que había unas corrientes subterráneas que no entendía, incluso más inquietantes que antes. Ni siquiera la miró al pasarle el bolso de plástico.
—¿Lo hago yo?
—¿Sabes cómo cambiar un pañal? —tuvo ganas de reír ante la expresión avergonzada que puso él, pero se contuvo—. Esta vez lo haré yo. Tú has estado fuera todo el día. ¿Has ido lejos?
—He recorrido todo el pueblo… y llegado hasta Holton.
—Debiste de caminar kilómetros. ¡Y con este tiempo!
—No fue tan malo. De hecho, la nieve empezó a caer en la última hora.
Cuando se acercó a entregarle el bolso, _________ se dio cuenta de que lo que había creído que eran sombras proyectadas por el crepúsculo eran señales de agotamiento. Una vez que tuvo libres las manos, las alzó para frotarse los ojos con las palmas antes de mesarse el pelo. Sintió que algo se le retorcía en el corazón. Experimentó una súbita oleada de simpatía por su evidente cansancio y decepción por la falta de éxito.
—Pareces rendido. ¿Has comido algo? —él no respondió, pero la cara reveló todo—. Dame un minuto y te encontraré algo. Primero tengo que poner a dormir a Alice.
—¿Ponerla dónde? —desvió la vista a la caja de cartón en la que había llegado la pequeña y que en ese momento se hallaba junto a la chimenea. Vacía en ese momento, parecía aún en peor estado, unida en partes por cinta aislante.
—Ahí no —repuso __________ al seguir la dirección de sus ojos. Señaló sobe la mesa el cajón de una cómoda del dormitorio.
—Muy inventiva —fue imposible interpretar su tono.
—No. Recordé haber leído en una ocasión que para un bebé resultaba bastante seguro un cajón vacío, de modo que improvisé. Un par de mantas como colchón y su pequeño saco de dormir la mantendrán cómoda y abrigada.
No había esperado recibir alabanzas. Habría bastando con un simple agradecimiento. Incluso se habría conformado con un gesto de la cabeza. Lo que no esperaba era que la expresión de Joe permaneciera tan impasible como una piedra. Si hubiera hablado del precio del pescado en el mercado, no podría haberse mostrado menos interesado.
«¿Y qué esperabas, tonta?», se reprendió. «¿El premio Nobel por cuidados infantiles? Estás hablando de Joe. El hombre que dejó claro que lo único que quería de ti era que dieras a luz. No le importa que sepas cuidar de un bebé o que incluso lo quieras. Solo que tenga tus genes y que por sus venas corra tu sangre».
Ante la inminente amenaza de las lágrimas, supo que tenía que salir a toda velocidad del salón antes de delatarse.
—La llevaré al cuarto de baño para cambiarla —anunció con una gran fuerza de voluntad para que su debilidad no se percibiera a través de la voz—. Es más fácil de esa manera. Siéntate y entra en calor hasta que te prepare algo para comer una vez que haya terminado.
—Puedo prepararme yo un sándwich. No te preocupes.
El comentario de Joe le causó dolor y volvió a hacer que su estado de ánimo pasara de un extremo a otro. En esa ocasión le dio la bienvenida al estallido de indignación.
—¡Sé preparar un sándwich y una sopa! ¡No voy a envenenarte con eso!
Para su consternación, vio que las líneas de la boca de él se elevaban en algo sospechosamente parecido a la diversión. Pero solo duró un segundo y se desvaneció.
—Recuerda que tengo experiencia de tus artes culinarias —murmuró con sequedad.
__________ tuvo que conceder que el comentario estaba justificado. La cocina no era su fuerte. De algún modo, la habilidad que había hecho de su madre una cocinera maravillosa la había pasado por alto a ella. Los pocos platos que había intentado preparar en los primeros días del matrimonio se habían quemado por completo o quedado crudos. Desde entonces había mejorado un poco, pero casi siempre dejaba la cocina al ama de llaves.
—La señora Dillon preparó la sopa. Y ni siquiera yo puedo estropear unas rebanadas de pan a las que hay que untar mantequilla y ponerles queso.
—De acuerdo. Correré el riesgo.
—Volveré en un minuto.
La única reacción de él fue un leve asentimiento con la cabeza. Tenía toda la atención centrada en el bebé, que ya se había quedado dormida en brazos de ella. Mientras _________ observaba, alargó una mano y tocó el rostro diminuto de la pequeña.
El contraste entre el ancho y el poderío de la mano y la delicadeza de la fina estructura ósea del bebé atenazó la parte vulnerable y herida del corazón de __________, que tuvo que esforzarse por contener las lágrimas.
—Será mejor que vaya a limpiar a la pequeña —dijo con vehemente sonoridad—. No tardaré.
Agradecida de poder escapar de la atmósfera emocionalmente frágil de la habitación, huyó en dirección del pasillo y las escaleras.
Se tomó su tiempo para limpiar y cambiar al bebé, y solo regresó abajo cuando consideró que se sentía capacitada para volver a enfrentarse a Joe. De hecho, no lo estaba, pero sospechaba que como tardara más, él subiría para saber qué la retenía.
Se lavó la cara con agua fría para refrescar el ardor en los ojos, respiró hondo y se obligó a bajar con calma al salón.
Lo vio sentado en el sofá con los codos apoyados en las rodillas y el mentón en las palmas de las manos, con la vista clavada en el fuego, como si en las formas que danzaban en las llamas pudiera leer algún mensaje místico. Apenas alzó la cabeza cuando ella acomodó a Alice en el cajón que servía como cama improvisada, y unos minutos más tarde se movió cuando ___________ regresó con una bandeja en la que había un cuenco con sopa y un plato lleno de sándwiches, que depositó en la mesita de centro delante de él.
—Gracias —repuso distraído, evidentemente con la mente en otras cosas.
—Joe —comenzó ella al sentarse en el sillón que había a la derecha del fuego—. Acerca de Alice… ¿Joe?
Tardó unos momentos en dejar lo que lo absorbía, y al volverse hacia ella movió la cabeza como si quisiera despejarla.
—¿Qué pasa con Alice?
—¿No es obvio? ¿Qué vamos a hacer con ella? Quiero decir, no podemos quedárnosla. ¿No crees que deberíamos ponernos en contacto con los Servicios Sociales o algo así? Alguien oficial.
Eso lo obligó a centrarse. Al menos pareció cobrar vida.
—Ni lo sueñes.
—Pero, Joe… tenemos que…
—¡He dicho que no!
La ferocidad del tono la sobresaltó y la impulsó a retroceder.
—Lo siento.
Al ver su reacción, de inmediato bajó la voz, aunque con un esfuerzo manifiesto.
—No podemos entregarla a los Servicios Sociales. Una vez que se involucran…
—¡Pero tienen que hacerlo! Para eso están… para estos casos. Es su trabajo.
—No.
Baja y serena, la voz aún tenía más fuerza que la enfática respuesta anterior, y la mantuvo en silencio, a pesar de que sabía que debía protestar más.
—Deja que te lo explique —continuó Joe tras una prolongada pausa—. Es bastante más complicado que un simple bebé abandonado.
—¿Complicado por qué?
—Sé quién es la madre de Alice.
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
No había esperado eso y la conmoción la dejó rígida. Se irguió en el asiento y lo miró fijamente.
—¿Tú…?¿Cómo?
—Vive en el pueblo. La conozco bien. Siempre ha sido un poco indómita… un poco descontrolada.
—¿Y cómo sabes que esa… esa…?
—Se llama Lucy —informó Joe.
—¿Qué esa Lucy es la madre de Alice? Y ya que estamos en el tema, ¿cómo sabes que se llama Alice?
—Cuando encontré la caja, había una nota. Ponía que se llamaba Alice… y unas pocas cosas más.
—Y esas «pocas cosas más»… ¿te indicaron que la madre de Alice era esta Lucy? —él respondió con un gesto lento y afirmativo—. ¿Puedo ver la nota? —supo la contestación antes de que la ofreciera. Fue evidente que la idea le desagradaba y que no quería que la leyera.
—No la tengo conmigo. Debí de dejarla en alguna parte. Pero sé que Lucy es la madre de Alice. Y por ello también sé que si involucramos a los Servicios Sociales, Lucy podría meterse en problemas.
—¿Y no lo está ahora? ¿Qué clase de madre…?
—¡Lo sé! Ahí quiero llegar. Lucy ya tenía problemas antes de esto. Se mezcló con los chicos equivocados. Un par de roces con la ley. Intentaba enderezarse. Lo último que necesita ahora es tener más problemas por el estilo. Si se lo contamos a los Servicios Sociales, todo el asunto adquirirá un tinte oficial. Y una vez que suceda eso, ya no se puede parar. Puede que incluso le quiten al bebé.
—No creo… ¡Joe, debemos informarles!
—No. Complicaría demasiado las cosas. Tratemos de controlar la situación unos días… una semana como mucho, hasta que pueda encontrar a Lucy —se volvió en el asiento y le tomó las manos, al tiempo que la miraba a los ojos—. __________… ¡por favor! ¡Por favor, ayúdame en esto!
Se quedó helada. «Por favor». El había dicho «por favor». No solo una vez, sino dos, en rápida sucesión.
Y su marido jamás decía por favor.
Ni siquiera lo había dicho el día que le pidió que se casaran.
—¿Tanto significa para ti?
No era necesario que respondiera. El «por favor» le había revelado todo lo que necesitaba saber. No obstante, él asintió.
—Dame unos días para investigar un poco. ¿Te quedarás ese tiempo?
—¿Quedarme? —durante unos momentos la mente se le quedó en blanco. Había olvidado por completo la falsa amenaza de marcharse, de divorciarse. Pero al parecer Joe lo recordaba todo—. ¿Quieres que me quede por el bebé? —la idea de que eso era todo fue como un golpe que le llegó al alma.
—Aunque solo sea por eso.
—¿Y qué quieres tú?
—Ya lo sabes. Ya sabes lo que siempre he querido. El matrimonio que acordamos al principio, en los términos que aceptamos hace un año.
—Matrimonio y un hijo —dijo en un susurro.
—Un hijo legítimo.
Había vuelto el tono duro e implacable, y _________ supo que no le sería posible ir más allá de la expresión de total impenetrabilidad hasta alcanzar algo más suave, más accesible.
—«Sin hijos, no hay matrimonio» —citó con amargura. Joe no respondió, simplemente la miró sin pestañear, sin ningún atisbo de emoción en las profundidades verdes de sus ojos—. ¿Qué es esto, Joe? ¿Quieres mantener a Alice en casa en un intento por hacerme sentir maternal… de acelerar mi reloj biológico?
La miró de arriba abajo con una expresión de absoluto desdén.
—¿Maternal? —repitió con tono salvaje—. ¿Tú?
La aguijoneó como la punta de un látigo y la impulsó a replicar sin pensárselo dos veces.
—¡Podría serlo! Lo sería… con la persona adecuada.
—La persona adecuada —repitió Joe de forma ominosa—. Y, desde luego, la «persona adecuada» no soy yo.
__________ cerró los ojos con una agonía de arrepentimiento por lo que acababa de decir. Había querido dar a entender con una persona que la amara, con alguien que pudiera ofrecerla un compromiso de por vida. Pero sabía que Joe pensaba en su furiosa declaración de que ningún dinero que le ofreciera bastaría para convencerla de tener un hijo con él. Y el potencial explosivo de eso, unido a su última manifestación, le helé la sangre.
—Yo… —comenzó, sin saber qué decir, solo que tenía que tratar de desactivar la bomba de relojería que sin darse cuenta había activado—. No era mí…
Pero cuando volvió a abrir los ojos, descubrió que le hablaba al aire. En el momento en que había cerrado los ojos, Joe se había incorporado para abandonar la habitación sin decirle una palabra.
Por segunda vez en menos de doce horas, Joe consideraba que marcharse de la habitación era algo mucho más sabio que quedarse.
Hasta no haber recuperado el control, dominado la ira que amenazaba con romper toda contención y hacer más daño del que podía imaginar, no confiaba en sí mismo para encararse a ___________. Como abriera la boca, sabía que no sería capaz de parar, y ya tenía problemas más que suficientes que resolver, sin añadir más como resultado de su propia necedad.
Tal vez ayudara una ducha. Una ducha muy caliente… seguida del castigo de una fría.
No funcioné. Al volver al dormitorio, secándose y con los dientes castañeteándole, la piel le hormigueaba tanto que casi le quemaba, pero en la mente seguía la llama fría de la ira sombría y salvaje que daba la impresión de que nada podía suprimir.
Fue al tirar los vaqueros que había usado todo el día a la cesta de la ropa sucia cuando un sonido crujiente e inesperado capté su atención. Los recogió con curiosidad, y al comprobar los bolsillos encontró la tira de píldoras que le había quitado a __________ aquella misma mañana.
«No podía traer a un bebé a este mundo… tu mundo… Jamás podría tener un hijo de un matrimonio sin amor».
Las palabras que le había soltado reverberaron en ese momento en su cabeza, reemplazando el frío puramente físico con el fuego helado de la furia.
Cerró la mano sobre las píldoras y las aplastó con ferocidad. Le había dado todo lo que le había prometido, ¡todo lo que había querido!, y a cambio ella se lo había tirado a la cara.
Si quería combatir el fuego con el fuego, así sería.
Pero el fuego que él tenía en mente era de una clase diferente y mucho más placentera.
Durante largo rato y en silencio, contemplé la tira de píldoras que tenía en la mano. Solo se habían consumido dos. Pero habría más en alguna parte.
Una búsqueda minuciosa en los cajones del tocador de _________ reveló lo que buscaba y le produjo una sonrisa lóbrega. Solo quedaba una cosa…
Un par de minutos más tarde, bajaba por las escaleras más que dispuesto para el combate.
_________ seguía sentada donde la había dejado, con las manos en el regazo y la vista clavada en el fuego que ya no era más que ascuas brillantes. Hasta la sopa y los sándwiches, que ya empezaban a parecer secos y carentes de atractivo, permanecían en la mesa tal como los había dejado hacía un rato.
En cuanto entró en la habitación, ella alzó la vista, para volver a bajarla de inmediato y clavar los ojos en un punto de la alfombra.
—La sopa se te ha enfriado.
Los largos minutos que había estado ahí sentada, esperando el retorno de Joe, habían sido la peor prueba de resistencia. Le habían dejado los nervios tensos y frágiles.
Desde el momento en que él se había marchado, se había debatido con una cobarde reacción de huida. La parte más débil de su naturaleza anhelaba irse… recoger el abrigo y largarse de allí para no tener que volver a enfrentarse jamás a Joe. Pero nada más analizar la idea, su lado más fuerte la rechazó. Para empezar, había que pensar en Alice; no podía abandonar a la pequeña cuando la madre ya lo había hecho. Y además, jamás había rehuido una situación complicada. Sin importar cuál fuera el problema, se quedaba y lo encaraba.
—No tengo hambre —respondió Joe con brusquedad—. Al menos no de comida.
No necesitaba preguntarle cuál era su apetito. Resultaba evidente en el brillo de sus ojos, en la caída sensual de los párpados, que le proporcionaban un atractivo sexual y seductor que le llegaba directamente al corazón.
En cualquier otra situación habría respondido al instante. E incluso en ese momento el cuerpo anhelaba lanzarse a sus brazos, ahogarse en sus besos, abandonarse a la necesidad que su presencia siempre creaba en ella. Pero si hacía eso, volvería al punto de partida y perdería todo el terreno ganado en el último día.
¿O en vez de ganar había perdido?
De hecho, ya no sabía qué era ganar y qué era perder. ¿Quedarse con Joe a sabiendas de que no la amaba era lo peor que podía sucederle? ¿O la peor perspectiva que había en el futuro era ponerle fin a ese matrimonio falso y vivir sola, sin volver a ver al hombre que amaba?
—No hay nada más disponible.
—¿No? —cuestionó él con voz sedosa—. ¿Hasta cuándo podrás mantener eso?
Sin molestarse en responder, le lanzó una mirada de puro desdén y rezó para que sirviera para ocultar la suspicacia y duda que la atribulaban. Se preguntó qué estaría pasando en ese momento por la mente manipuladora de Joe.
No tardó en averiguarlo.
Con andar fácil y relajado, él atravesó la sala para situarse junto a su sillón.
—Toma…
Extendió la mano izquierda con la palma hacia arriba. En el centro centelleaba el brillante solitario junto con la suave belleza del oro.
El anillo de compromiso y la alianza.
Tragó saliva.
—¿Y qué se supone que he de hacer con ellos? —la lucha que mantenía para que su voz no le temblara hizo que sonara frágil y fría.
—Podrías intentar ponértelos. Los compré para ti.
Sonó tan simple, tan razonable, pero sabía que al provenir de Joe, no podía ser tan sencillo. Había mucho más detrás.
—Y yo te los devolví. No los quiero.
La mentira se le atragantó. Quería esos anillos con todo su corazón. Había significado mucho para ella poder ponérselos. Saber que era la esposa de Joe. Pero eso había sido antes de que se diera cuenta de que necesitaba mucho más que lo que él podía dar. Que nunca podría continuar con la clase de matrimonio que era lo único que él podía ofrecer. Que estar con Joe y saber que no la amaba era mucho más de lo que era capaz de soportar.
—¡No los quiero, Joe!
—Pues yo tampoco.
Con un movimiento rápido de la mano, los depositó sobre la mesita de centro, dos hermosos símbolos carentes de sentido de un amor que nunca había existido.
—Y también podemos prescindir de esto…
__________ no vio lo primero que arrojó al fuego, solo el súbito resplandor de una llama cuando el calor dominó e incineró lo que hubiera sido. Pero lo siguiente se hallaba en una caja; una caja que ardió durante unos segundos vitales antes de que los extremos abrasados se desprendieran y estallaran en llamas. Y en esos segundos pudo leer lo que había impreso en la cartulina.
—¡Son mis píldoras!
Se levantó y trató de alcanzarlas antes de que él arrojara las otras dos cajas con la primera. Pero llego tarde, e incluso al detenerse, tratando de recuperarlas antes de que las llamas las envolvieran, Joe cerró los dedos fuertes sobre sus muñecas y la apartó del fuego.
—¡No seas estúpida! —rugió—. ¡Te podrías haber quemado!
—¡No me importa! —replicó—. Necesito esas píldoras…
—No, no las necesitas —manifestó con calma absoluta, inmovilizándola—. No vas a necesitar ninguna píldora anticonceptiva —repitió para que le quedara claro.
—¿No… voy a…?
El movimiento de cabeza de Joe fue tan obstinado como su expresión.
—A partir de ahora, no tendrá sentido que tomes cosas por el estilo. O permaneces en este matrimonio, en cuyo caso te acostarás conmigo cuando yo quiera, cada vez que quiera, o te vas, porque solicitaré el divorcio. Y te juro por Dios que como mires a otro hombre, me cercioraré de que jamás recibas otro penique de mí o de la fortuna de mi abuelo, aunque yo mismo tenga que entregarla a los caballos retirados de las carreras.
Sin soltarle las muñecas, le hizo dar la vuelta para que tuviera que mirarlo a la cara pétrea que en absoluto se parecía a la del hombre que había amado desesperadamente.
—¿Qué me dices, cariño? Es hora de tomar una decisión. ¿Qué respondes? ¿Cuál será?
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Capítulo 10
Durante el espacio de un par de latidos erráticos, _________ no pudo creer haber escuchado correctamente. Pero a medida que la realidad penetraba en su mente, en un acto reflejo rechazó la vergonzosa propuesta.
—¡No seas ridículo, Joe! —espetó—. ¿No has escuchado ni una palabra que te he dicho? No quiero que este matrimonio continúe… —«al menos no como está ahora», se dijo—. He especificado que quería…
—Ah, pero eso era antes de que te enteraras de lo que figuraba en el testamento de mi abuelo. Pensé que conocer la verdad podría haberte ayudado a ver las cosas con un poco más de claridad.
—Pues te has equivocado. Nada de lo que he oído o averiguado me ha hecho cambiar de parecer. Pero sí me ha ayudado a ver una cosa con un poco más de claridad… ¡y eres tú! He descubierto que eres un canalla manipulador e intimidador. Alguien que solo piensa en lo que quiere y que no tiene reparos en pisotear a otras personas con tal de conseguirlo.
—¿De modo que no crees que adoptar la decisión de tomar la píldora sin contarme nada fue un poco… manipulador? —preguntó con sarcasmo, exhibiendo una ligera sonrisa cínica.
Joe abrió la boca para negar la acusación, pero un aguijonazo incómodo en su conciencia hizo que se lo pensara mejor. La vergüenza, el reconocimiento de que era culpable, le impidió continuar.
—Te lo iba a contar —fue lo único que pudo decir.
—Oh, ¿sí? —repuso con escepticismo—. ¿Y cuándo pensabas hacerlo? ¿Cuándo te cansaras de lo que te aportaba nuestro matrimonio… o cuando hubiera muerto mi abuelo y te hubieras dado cuenta de que no había tanto para ti como habías creído en un principio?
—¡Sabes que no es así!
—¿No? ¿Piensas contarme cómo es o prefieres que lo adivine?
Ella se quedó paralizada por el miedo y fue incapaz de emitir una sola palabra.
—Claro que no —continuó él con cinismo—. Lo cual nos deja justo donde comenzamos… te toca mover a ti, encanto.
¡Mover ella! Si ni siquiera era capaz de pensar con coherencia, y menos aún formar una respuesta razonable.
—Te daré cinco minutos para decidir. Te quedas o te vas. Tendrás que decidir qué es lo que quieres de este matrimonio y de nuestro futuro.
—¿Tenemos uno? —tuvo que esforzarse para levantar la voz más allá de un murmullo y repetir—: ¿Tenemos un futuro?
Joe fingió que analizaba la pregunta, luego alzó los hombros en otro de esos gestos de indiferencia que expresaban lo poco que le importaba lo que ella pudiera decir o sentir.
—Eso depende de ti. Ya te he expuesto mi postura… quiero un hijo. Y no dispongo de tiempo que perder en eso. Porque mi abuelo no es precisamente un hombre paciente. A menos que le informemos pronto de que esperamos un hijo, creo que me dejará al margen de su testamento. Y entonces los dos estaremos sin nada. Y en este momento la única candidata que tengo para ser madre de ese hijo eres tú.
—Después de lo que ha pasado, imagino que no pensarás que ahora quiera acostarme contigo —con un gesto indicó la chimenea, donde los últimos restos del estuche de las píldoras se convertían en ceniza negra—. Sería como jugar a la ruleta rusa con mi futuro.
—Ya sabes lo que se siente. Tenías una pistola metafórica apuntando a mi cabeza cuando decidiste tomar la píldora y mentirme al respecto.
—¡Jamás te mentí! —exclamó consternada.
—Oh, no, claro que no —bramó Joe—. Lo siento… no mentiste… solo descuidaste contarme la verdad. Es la misma diferencia. En ambos casos, me quitaste mi futuro de las manos para conseguir tus propios fines. Pero ahora lo he recuperado. Así que depende de ti. Te quedas o te vas… pero créeme, encanto, si sales por esa puerta será para siempre. Jamás podrás regresar.
—¡No puedo quedarme!
—Entonces vete —dio media vuelta, se dirigió a la puerta y la abrió, esperando—. Vamos, __________… no hay nada que se interponga en tu camino. Desde luego, yo no te detendré.
Se preguntó si estaba loco. Ya había decidido que quería que ___________ se quedara. Que la quería allí, con él, sin importar cómo. ¿Y en ese momento le ofrecía la oportunidad de marcharse? ¿Acaso iba a quedarse quieto, mirando cómo atravesaba la puerta y abandonaba su vida?
Pero la verdad era que no se iría.
No se iría porque si lo hacía perdería mucho. Si se había casado con el solo por su dinero, el dinero que creía que iba a dejarle su abuelo, entonces no le quedaba más opción que quedarse. De la otra manera, no obtendría nada.
Pero si se iba, significaría que el dinero no era su única motivación. Y si se quedaba, sabría exactamente el terreno en el que se hallaban… o sea, ninguno. Ninguno salvo como banco particular. Una manera de mantener a su codiciosa esposa en el estilo al que felizmente ya se había acostumbrado.
Diablos, podía vivir con eso. Tendría que hacerlo. De hecho, había vivido con ello ese último año y se había sentido bastante satisfecho. Pero eso había sido antes de permitirse la posibilidad de considerar que podía haber más. Antes de haber empezado a meditar en la realidad de compartir una vida con __________… un futuro, un hijo.
—¿Y bien? Dijiste que querías irte. ¿Te vas?
Quizá, en lo más hondo, quería que lo pusiera a prueba, que lo desafiara, que pasara a su lado y se adentrara en la noche. Porque eso significaría que en su interior había algo más que la codicia que él sospechaba que motivaba todas sus acciones.
Si se marchaba en ese momento, lo esperaría una dura batalla. Debería dejarla ir, dejar que lo odiara un tiempo, al menos hasta que solucionara algunas cosas. Hasta que encontrara a Lucy y la reuniera con su bebé. Por ese entonces, tal vez ___________ se habría calmado y escucharía. Podrían empezar a hablar… hablar de verdad.
Podría contarle lo que sentía al pensar en su hijo… en la idea de que ambos lo criaran. En proporcionarle un futuro al tiempo que labraban un futuro para los dos. Que podría haberlo tenido con cualquier mujer, pero que había llegado a comprender que era ella la única mujer que deseaba que fuera la madre de su hijo.
Y se lo habría dicho si el temor a ser estéril no se hubiera interpuesto en su camino.
En ese momento agradeció no haber hablado. Porque en ese instante sabría, según la elección que ella tomara, lo que de verdad sentía por él.
—Ya casi se te ha agotado el tiempo, encanto. Te quedan cincuenta segundos.
_________ casi lo hizo.
Fue de camino a la puerta, había hecho acopio de valor para avanzar. A pesar de las lágrimas que le quemaban los ojos, que le emborronaban la visión, supo que no podría soportar quedarse. No era capaz de aguantar más. Debía irse, estar un tiempo sola, recuperarse, lamerse las heridas en paz, esconderse…
Pero entonces un leve murmullo procedente de la cuna improvisada llamó su atención y la contuvo.
Podía irse. De hecho, sabía que lo mejor sería marcharse sin mirar atrás. Todas las reglas de la supervivencia lo exigían, y su propio sentido común la instaba a tomar la única acción positiva que podía. Incluso podía alejarse de Joe, aunque ello le desgarraba el corazón. No podía darle lo que quería, no podía ser la esposa dócil que buscaba. No lo haría feliz, de modo que lo mejor era no permanecer en un sitio que no le pertenecía.
Pero Alice era algo muy distinto.
¿Podía marcharse y dejar a la pequeña sola? De acuerdo, tendría a Joe. Pero así como estaba segura de que este haría lo máximo que estuviera a su alcance, que cuidaría a la pequeña lo mejor que supiera, eso no liberaba lo suficiente su conciencia como para darle libertad para marcharse.
Hasta en las pocas horas que había pasado con la pequeña, había desarrollado un vínculo con el bebé que no se le pasaba por la cabeza romper. No hasta que pudiera devolver a Alice a los brazos de su madre. El bebé necesitaba una presencia femenina en su vida. _________ había jurado que hasta que encontraran a su madre, le proporcionaría el amor y la seguridad que necesitaba.
Además, si no se quedaba, ¿quién cuidaría de ella con el fin de que Joe dispusiera de libertad para ir a buscar a su madre, tal como dijo que haría en cuanto amaneciera?
—Vamos, encanto —la voz burlona de Joe atravesó el velo de tristeza que llenaba su cabeza—. ¿Qué estás esperando?
—No… no me voy.
Fue una respuesta baja, abatida, apenas un susurro, y él dio la impresión de que tuvo que esforzarse para oírla. Pero no supo si la repetición se debió a que le restregaba la victoria por la cara. Su sensación de derrota se acrecentó.
—¿Qué has dicho, encanto?
—¡Que no me voy! —le costó no derrumbarse y admitir que la tenía atrapada—. ¡No me voy! No puedo… ¡No lo haré! Me quedo.
—Estaba seguro de que se impondría el sentido común. De que te darías cuenta de quien untaba tú tostada…
—¡No! No es eso. ¡No es eso! —repitió con énfasis al ver la mirada de incredulidad que le lanzaba—. No me quedo por mí o por ti, sino por… por el bien de Alice.
—Por supuesto —murmuró Joe, y cada silaba daba a entender su incredulidad.
—¡Por supuesto! —recalcó ella con vehemencia—. No me quedo porque desee estar contigo, ni por la posibilidad de heredar. El único motivo por el que me quedo es porque Alice me necesita. De modo que si albergas la esperanza de que pueda volver a tu cama, te sugiero que la destierres de tu pequeña y sórdida mente. Nuestro matrimonio se ha acabado. ¡No volvería a acostarme contigo ni aunque me ofrecieras la fortuna de tu abuelo en bandeja!
—¿No?
—¡No!
—Bueno, ya lo comprobaremos —se estiró con gesto perezoso, flexionó los hombros y se mesó el pelo—. Verás, me temo que no puedo prometerte mantener tus términos. Quizá tú pienses que nuestro matrimonio se ha terminado, pero yo no estoy de acuerdo.
Alargó la mano y volvió a cerrar la puerta. El sonido resultó ominoso a los oídos sensibilizados de _________. Fue un sonido de decisión, de freno total, que marcaba el fin de una fase y el comienzo de otra… de la que no existía la posibilidad de dar marcha atrás; sin importar lo mucho que lo anhelara.
—Me casé contigo porque te deseaba más de lo que nunca he deseado a otra mujer en toda mi vida, y nada ha cambiado. A pesar de todo lo que ha pasado, aún te deseo… más que nunca, si eso es posible. Palpito solo con mirarte…
—Bueno, pues entonces tendrás que seguir palpitando…
ForJoeJonas
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
Jajajaja!
"Pues entonces tendrás que seguir palpitando..."
LoL
Me ha encantado, el maratón!
siguela! Ay! Joe es condenadamente malo, se merecia una bofetada! ¬¬
Bueno, espero que las cosas se vayan arreglando, y tambien por Alice,
que rricura! x)
"Pues entonces tendrás que seguir palpitando..."
LoL
Me ha encantado, el maratón!
siguela! Ay! Joe es condenadamente malo, se merecia una bofetada! ¬¬
Bueno, espero que las cosas se vayan arreglando, y tambien por Alice,
que rricura! x)
Invitado
Invitado
Re: * El Am♥r llegó en Navidad * (Joe y tú)
AAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!
UN BEBE!
dios mio!
pero no la dejes ahi :evil:
estúpido joe no se da cuenta que lo amo ! :( :love:
plis sigue tu ove es osea no fantastica sino lo que sigue
ALUCINANTE ! :cheers:
es decir ....no se si esa palabra existe pero bueh .... :P
porfavor sigue !!!!!!! :bounce: :bounce:
UN BEBE!
dios mio!
pero no la dejes ahi :evil:
estúpido joe no se da cuenta que lo amo ! :( :love:
plis sigue tu ove es osea no fantastica sino lo que sigue
ALUCINANTE ! :cheers:
es decir ....no se si esa palabra existe pero bueh .... :P
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fernanda
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