El mundo se ha vuelto loco.

Las brujas han dejado sus viejas escobas, sus calderos mugrosos para las pociones y sus animales horrendos, para poder hacer las interpretaciones baratas de Heidi y compañía. Sí, señores, el mundo ha perdido toda coherencia.

El otro día caminaba por las calles cuando vi al lobo feroz tomando un té con los tres cerditos. Podréis imaginaros cual fue mi sorpresa al comprobar que las intenciones del lobo no eran las de comerse a los cerditos, sino compartir un rato de su vida con ellos (y de paso unos tragos de cerveza). Y los cerditos, ¡Dios mío! Ellos, estaban evaluando la situación, miraban al lobo como si fuesen ellos los que le iban a comer. Uno de ellos se disculpó, diciendo que tenía que ir al baño, y a la vuelta resultó que venía cargado de granadas, dispuesto a lanzárselas al lobo.

Cuando pasaba por el parque de la ciudad me encontré con Maléfica, estaba lejos y no podía verla bien, por eso decidí acercarme. La malvada bruja había decido que ya era hora de hacer su obra benéfica, estaba rodeado de niños. En sus manos había un cuento y lo leía con cuidado, con delicadeza. Sus ropas, antes oscuras y aterradoras, ahora eran algo parecido al ropaje hippie.

Cuando la bruja terminó de contar el cuento se levantó, a lo lejos vio a un gatito, lo recogió del suelo y empezó a acariciarlo. Con el gato en brazos se dirigió al grupo de personas más cercano, mientras se ponía una cinta en la cabeza, y les dijo Paz y Amor, de una de las mangas sacó un ramo de flores y empezó a repartirlas por todo el lugar con una sonrisa maravillosamente siniestra para ser ella.

Aquel día era el más raro de toda mi vida. Pero el día aún no acababa, había decidido ir al centro, esperando que la locura no hubiera llegado hasta allí. Para mi desgracia ver a Caperucita con una motosierra corriendo detrás del lobo –el mismo que antes estaba tomando unas cañas con los tres cerditos- no fue algo “normal”. Ella llevaba su capa roja, como siempre, pero había algo diferente, algo que nunca antes había visto en Caperucita. Su mirada. Ahora destilaba odio y ganas de venganza, razón por la cual perseguía al lobo mientras le gritaba: Más de quinientos años preguntándote qué ojos más grandes tienes, me las vas a pagar, Lobo.

Decidí que la mejor opción sería alejarme de los habitantes de la ciudad, tal vez el río fuese una buena idea.
Error, allí me encontré con Ariel. Que, por cierto, ¿qué narices hacía en un río? Ella parecía normal, pero, cuando me acerqué a hablar con ella, me dí cuenta de algo muy importante ¡Estaba borracha! Al parecer el agua dulce no sienta muy bien a una sirena. Cantaba constantemente bajo el mar, bajo el mar… fue algo horrible, enserio, imaginaos que la princesa sofisticada a la que estáis acostumbrados a ver de pronto aparece como un camionero, metido en el agua, con una cerveza de la mano –aunque en su caso era simplemente agua- y, por si fuera poco, cantando la canción más repetitiva de la película que le dio el éxito.

Pero los sucesos extraños no terminaron ahí.

Aurora, la bella durmiente siempre tan dormida, estaba más despierta que… que mi amigo Edgar después de que le caiga un cubo de agua fría sobre la cabeza. Su pelo, antes rubio, largo, sedoso, perfecto –igualito que el de la Barbie- estaba esparcido por el suelo. Ahora la chica tenía el pelo corto, corto y negro ¡Negro!

No quería saber cuantos personajes de cuentos se habían contagiado con aquella locura, por lo que decidí investigar las causas de esos cambios de personalidad tan destacados. Fui a la redacción del periódico y cogí un par de cosas. Después, salí y me dirigí a preguntar a Alfred, él siempre lo sabía todo.

Resultó que era el día internacional del cambio de identidad y que el único que no se había enterado era yo.