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Mensaje por 016melanie Miér 27 Abr 2011, 10:09 pm

[quote]
chicas gracias por comentar
perdun por no subir caps
pero en un momento
subo
ok

ok!!
Pero sube pronto!!, me encanta tu nove!! :love:
016melanie
016melanie


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Mensaje por #Fire Rouge..* Jue 28 Abr 2011, 3:06 am

y los caps donde estan????????
#Fire Rouge..*
#Fire Rouge..*


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Mensaje por Femme Fatale Jue 28 Abr 2011, 5:04 pm

SUBIENDO CAP :D
Femme Fatale
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Mensaje por Femme Fatale Jue 28 Abr 2011, 6:01 pm

18 de Febrero, 9527 A.C.

—No sé que hay entre tú y ese niño, pero eres la niñera más asombrosa que he visto.
Nicholas se rió ante el comentario de Ryssa cuando cogió a Apollodorus de entre sus brazos. Ninguno de los dos podía entender por qué la presencia de Nicholas calmaba a su sobrino, pero no se podía negar que cada vez que Apollodorus estaba inquieto se calmaba inmediatamente ante la presencia de Nicholas. De hecho, Ryssa había empezado a dejarle el niño cada noche para poder dormir.
—Sabes que puedes dejarle conmigo siempre que quieras. Creo que nos llevamos bien porque los dos funcionamos al mismo nivel. —Nicholas alborotó el pelo de su sobrino.
Sonriendo, Ryssa arropó con la manta a Apollodorus.
—Gracias a los dioses que te tengo. No sé qué haría sin que me ayudaras con él.
Un instante después, las puertas de la habitación de Nicholas se abrieron de golpe. Seis guardias irrumpieron en la habitación y le sujetaron contra el suelo.
—¿Qué es esto? —Preguntó Ryssa.
No contestaron. Nicholas luchó contra ellos pero, al final, le engrilletaron mientras el niño lloraba protestando.
—¡No ha hecho nada! —Gritó Ryssa mientras les seguía fuera de la habitación bajando al vestíbulo.
No pararon hasta llegar a la sala del trono y le pusieron de rodillas a la fuerza ante su padre y Styxx que estaban sentados muy engreídos en sus tronos mientras le miraban con desdén.
Nicholas les miró con los ojos llenos de odio.
—¿Por qué estoy aquí?
Su padre bajó del trono rugiendo de ira.
—Tú no me preguntas a mí, traidor.
Nicholas, aturdido, no pudo ni siquiera parpadear durante todo un minuto.
—¡Padre! —Dijo Ryssa con brusquedad—, ¿Has perdido el juicio?
Su respuesta fue cruzarle la cara a Nicholas.
—¿Dónde estabas anoche?
Nicholas jadeó del dolor que explotó en la mejilla y en el ojo. Había estado con Artemisa, pero eso no se atrevía a decírselo a su padre.
—Estuve en mi habitación.
Su padre le abofeteó otra vez.
—Mentiroso. Tengo testigos que te vieron en un burdel planeando mi muerte.
Asombrado, no pudo ni siquiera responder. Todo lo que podía hacer era mirar a Styxx y la temerosa luz en los ojos del príncipe le dijeron exactamente quién había estado en el burdel.
—No he hecho tal cosa.
Su padre le pegó de nuevo antes de volverse hacia los guardias.
—Torturadle hasta que decida decirnos la verdad.
Nicholas gritó su inocencia mientras luchaba con los guardias que le sujetaban.
—¡No, padre! —Ryssa se lanzó hacia delante.
El rey se volvió hacia ella con un gruñido animal.
—No vas a salvarle esta vez. Ha cometido traición y no voy a permitir que eso quede sin respuesta.
Con el aliento entrecortado, Nicholas, sujeto por los guardias, encontró y sostuvo la mirada de Styxx. ¿Cómo podía su hermano planear la muerte de un hombre que besaba por donde él pisaba? Habría matado por tener sólo una mínima parte del amor que Styxx desdeñaba.
Pero no había necesidad de pedir clemencia. Su padre ya había tomado una decisión. Sólo Nicholas, el bastardo, podía ser el traidor. Styxx nunca. La única persona que podía exonerarle era Artemisa. Y ella moriría antes de admitir abiertamente que había estado con él en su templo la noche antes.
Nicholas fue arrastrado fuera de la sala del trono y llevado a los calabozos de la parte de abajo.
Aunque luchó con los guardias cada peldaño del camino no fue suficiente para evitar que le quitaran la ropa del cuerpo y le encadenaran en el bloque de interrogatorios. La piedra de granito le heló hasta los huesos. Había manchas de sangre en la piedra y sin duda su propia sangre se mezclaría pronto con la de los que habían sido torturados y muertos antes que él.
Cerrando los ojos, Nicholas intentó pensar en algo, cualquier cosa que le protegiera de lo que estaba por venir. Pero cuando el interrogador se acercó, supo que no había nada que pudiera hacer.
Nada iba a salvarlo de esto.
—El rey quiere los nombres de todos los que estuvieron contigo.
Nicholas se estremeció de dolor ante lo que vendría cuando dijera la verdad.
—No he estado con nadie.
Pasó un látigo de acero al rojo por el pecho de Nicholas.
Nicholas gritó al darse cuenta de lo imposible que iba a ser todo esto.


Ryssa estaba aterrorizada cuando volvió a su habitación y cogió a su hijo que lloraba de los brazos de la niñera. ¿Qué iba a hacer?
Al contrario que su padre, sabía quién era el verdadero traidor. Si los testigos habían visto a alguien alto, rubio y que se parecía a Nicholas, ese era Styxx. Nicholas no tenía nada que ganar matando al rey como no fuera la venganza y no era esa clase de persona.
Sin mencionar que a Nicholas nunca se le veía descubierto en público y especialmente no en un burdel. Si hubiera sido así, aún estaría allí, sacudiéndose de encima a la gente.
—¿Qué has hecho, Styxx? —Susurró a través del nudo que tenía en la garganta.
¿Por qué conspiraría contra su propio padre? Entonces lo supo, la historia de la humanidad estaba escrita por hijos que querían más y estaban dispuestos a hacer cualquier cosa para conseguirlo. Aún así, había pensado que Styxx estaba por encima de tales maquinaciones. ¿Quién había envenenado su mente?
—Tengo que encontrar a Artemisa. —No había nadie más que pudiera ayudarla a salvar a Nicholas.

Ryssa se dirigió a su puerta para salir pero antes de que hubiera dado tres pasos las puertas se abrieron en entraron los mismos guardias que habían arrestado a Nicholas.
—Vuestra alteza, hemos de llevaros para que os interroguen.
Se le heló el corazón ante esas palabras.
—¿Interrogarme? No puede ser.
Pero sí que lo era. Rodeándola la llevaron al cuarto de guerra de su padre, donde la esperaba junto con Styxx.
Se dirigió a ambos la más fría de las miradas que pudo esbozar.
—¿Qué es todo esto, Padre?
Nunca había parecido tan viejo como en estos momentos. Sus hermosos rasgos estaban tensos con la tristeza.
—¿Por qué me traicionarías, Hija?
—Nunca he hecho nada para traicionarte, Padre. Nunca.
Él movió la cabeza.
—Tengo un testigo que ha llegado ante mí y ha dicho que estabas con Nicholas anoche.
Le lanzó una mirada asesina a Styxx.
—Entonces están mintiendo como mintieron con respecto a Nicholas. Yo estaba con Apolo anoche. Convócale y compruébalo.
La cara de Styxx se puso blanca.
Así que también había pensado deshacerse de ella. No podía creer la estupidez de su padre en lo que a Styxx concernía.
El alivio se extendió por el ceño de su padre.
—Me alegra que se hayan equivocado, gatita —posó la mano gentilmente en su cara—. El sólo pensamiento de mi amada hija traicionándome...
¿Y su amado hijo?
Miró más allá de su padre y vio a Styxx con los ojos clavados al suelo.
—Nicholas es inocente.
—No, niña. Esta vez no. Tengo demasiados testigos que le vieron allí.
¿Cómo podía hacerle ver la verdad?
—Nicholas nunca estaría en un burdel.
—Por supuesto que sí. Trabaja en uno. ¿Dónde más podría ir?
A cualquier sitio menos ahí. Nicholas odiaba cada minuto que pasa en aquellos sitios.
—Por favor, Padre. Ya le has hecho bastante. Déjale en paz.
Él negó con la cabeza.
—Hay un nido de víboras a mi alrededor y hasta que no descubra los nombres de cada uno con los que habló no cejaré.
Las lágrimas llenaron sus ojos al darse cuenta de la pesadilla por la que iban a hacer pasar a Nicholas. Otra vez.
—Los sacerdotes dicen que Hades reserva un lugar especial en el Tártaro para los traidores. Estoy segura de que el nombre real de tu traidor ya ha sido grabado allí mientras hablamos.
Styxx se negó a mirarla.
Así que volvió a mirar a su padre.
—Todos estos años, Nicholas sólo ha buscado tu amor, Padre. Un momento en que le miraras con otra cosa que no fuera odio ardiendo en tus ojos. Nada más que una palabra amable y cada vez le has negado y le has hecho daño. Has destrozado al hijo que sólo quería amarte. Libérale antes de que le hagas un daño irreparable, te lo ruego.
—Me ha traicionado por última vez.
—¿Traicionado? —Preguntó, profundamente herida por su razonamiento—. Padre, no puedes creer algo así. Lo único que pretende es estar fuera de tu vista. Que no te des cuenta que está cerca. Se encoge cada vez que se pronuncia tu nombre. Si dejaras de ser tan ciego durante un minuto, verías que nunca se mezcla con la gente y que nunca te ha traicionado.
—¡Era una puta! —Rugió.
—Era un chico que tenía que comer, Padre. Su propia familia le repudió. Le traicionaron los que debían haberle protegido de cualquier mal. Yo estaba allí cuando nació y recuerdo cómo todos vosotros le volvisteis la espalda. ¿Lo recuerdas? ¿Recuerdas siquiera cuando le rompiste el brazo? Tenía sólo dos años y casi no sabía hablar. Se acercó para abrazarte y tú le empujaste tan fuerte que le rompiste el brazo como si fuera una ramita. Cuando gritó le abofeteaste y te alejases.
—Y por eso, ha planeado tu asesinato, Padre. —Styxx intervino por fin—. No dejes que una mujer te aleje de lo que debe hacerse. Las mujeres son nuestra mayor debilidad. No acosan con nuestras culpas y nuestro amor por ellas. ¿Cuántas veces no me lo has dicho? No puedes escucharlas. Piensan con el corazón y nosotros con el cerebro.
La cara de su padre se volvió de piedra.
—No dejaré que se salga con la suya esta vez.
Las lágrimas corrieron libremente por su cara ante la ceguera de su padre.
—¿Esta vez? ¿Cuándo has dejado que Nicholas se saliera con la suya?
Se sacudió las lágrimas de los ojos e intentó hacerle razonar.
—Guárdate de la víbora en tu armario. ¿No es otra de las cosas que dices siempre, Padre? —Le lanzó una significativa mirada a Styxx—. La ambición y los celos están en el corazón de todos los traidores. La única ambición de Nicholas es permanecer fuera de tu vista y si estuviera celoso, no sería de ti. Pero sé de otro cuya vida mejoría inmensamente si tu no estuvieras.
Su padre la abofeteó.
—¿Cómo osas implicar a tu hermano?
—Ya te lo dije, Padre. Me odia. No me sorprendería si también se hubiera acostado con la puta.
Ryssa se quitó la sangre de los labios.
—La única persona de esta familia que sé que se acuesta con putas eres tú, Styxx. Me pregunto si Nicholas fue supuestamente visto en tu burdel favorito... —Con estas palabras salió de la habitación hacia la calle.
—¡Dejadnos!
Nicholas apenas reconoció el sonido de la voz de su padre a través del pulsante y atroz dolor. Ninguna parte de su cuerpo había sido respetada o dejada sin violar. Le dolía incluso parpadear.
Una vez que el cuarto estuvo vacío, su padre se aproximó donde yacía en el bloque de piedra.
Para su completo desconcierto, su padre le acercó un cazo con agua para que bebiera.
Nicholas se encogió de dolor esperando que el rey le hiriera con el cazo. No lo hizo. En realidad, su padre le levantó la cabeza y le ayudó a beber. Salvo por el hecho de que podría matar a Styxx, pensó que podría estar envenenada.
—¿Dónde estuviste anoche?
Nicholas sintió que una lágrima solitaria se deslizaba por el borde del ojo al escuchar la pregunta que le habían hecho una y otra y otra vez. Lo salado de la lágrima escoció en la herida abierta de su mejilla cuando cogió aliento de forma entrecortada y agónica.
—Dime qué quieres que diga, akri. Dime qué es lo que evitará que sigan haciéndome daño.
Su padre estrelló el cazo contra la piedra al lado de la cara de Nicholas.
—Quiero los nombres de los hombres con los que estuviste.
No sabía los nombres de los senadores. Raramente le decían su nombre después de haberle follado.
Nicholas sacudió la cabeza.
—No estuve con nadie.
Su padre enterró la mano en su pelo y le forzó a mirarle.
—Dime la verdad, maldita sea.
Perdido en el dolor, Nicholas luchó por inventar una mentira que su padre pudiera creer pero, al igual que con el interrogador, volvió a la simple verdad.
—No he hecho nada. No estuve allí.
—Entonces, ¿Dónde estuviste? ¿Tienes algún testigo de tus andanzas?
Sí, pero ella nunca se presentaría. Si en vez de él fuera Styxx... Pero no, Artemisa nunca apoyaría a una despreciable puta como él.
—Sólo tengo mi palabra.
Su padre rugió de ira. Se acercó pero antes de que pudiera alcanzarle, se quedó congelado.
Nicholas contuvo el aliento mientras intentaba comprender qué estaba pasando. Un instante después Artemisa apareció a su lado.
Asombrado, no pudo hacer otra cosa que mirarla.
—Tu hermana me dijo de lo que te acusaban. No te preocupes, tu padre no recordará nada de esto. Y tú hermano tampoco.
Nicholas tragó mientras trataba de entender lo que le estaba diciendo.
—¿Me estás protegiendo?
Ella asintió. Un instante después, estaba de vuelta en su habitación y curado. Nicholas yacía de espaldas en su cama, más agradecido de lo que las palabras podían expresar. Pero aún así, no se mitigaba el dolor que había soportado. Ni tampoco ocultaba el hecho de que Styxx estaba planeando destronar a su propio padre.
¿Qué iba a hacer?
Artemisa se materializó a su lado. Su expresión era triste al retirarse el pelo de la cara.
—¿Ryssa nos recordará? —Le preguntó.
—No. De ahora en adelante ni siquiera recordará que tú y yo nos conocemos. Quizás debería haberlo hecho antes. Pero parecía que podía tener la boca cerrada. Ahora no tendré que preocuparme por eso.
Era lo mejor.
Miró a Artemisa asombrado por lo que había hecho. No, no le había apoyado, pero le había salvado. Era un gran paso adelante desde la última vez que le había dejado a merced de sus “atenciones”.
—Gracias por venir a por mí.
Ella posó la mano en su mejilla.
—Me gustaría poder llevarte lejos de aquí.
Era la persona que podía hacerlo. Pero su miedo era demasiado grande. Quizás tenía razón. ¿Qué bien le haría echarse a perder por él?
No lo merecía.
Nicholas la besó en los labios aunque interiormente seguía helado. No tenía dónde ir y estaba cansado de estar aquí donde la gente le odiaba.
Styxx…
En un abrir y cerrar de ojos la respuesta más clara vino a él. ¿Por qué no había pensado antes en ello?
Alejándose de Artemisa, le sostuvo la mano.
—Deberías irte antes de que alguien irrumpa aquí dentro.
—Te veré mañana.
—No si podía evitarlo.
—Hasta mañana.
Nicholas observó como ella se desvanecía y al segundo de haberse ido, inmediatamente hizo planes para lo que estaba por venir.
Su padre se negaría a dejarle morir tanto tiempo como su vida estuviera atada a la de Styxx y Styxx estaba planeando la muerte de su padre.
La respuesta era simple. Si él mataba a Styxx, su padre estaría a salvo y él sería libre.
Paz. Finalmente tendría paz.

Femme Fatale
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Mensaje por #Fire Rouge..* Jue 28 Abr 2011, 8:09 pm

no no no lo hagas nick(ash)
plisss merecemos maraton por esperar ciertooo?
#Fire Rouge..*
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Mensaje por Invitado Vie 29 Abr 2011, 3:27 am

sii, porfis maratón
:)
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Mensaje por Muffin_Nickita_Jonas92 Vie 29 Abr 2011, 6:46 pm

XfazZ siguela pronto! :P
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Mensaje por #Fire Rouge..* Vie 29 Abr 2011, 7:18 pm

please daisy siguee tus novess
#Fire Rouge..*
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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 6:59 am

hola!!!!
chicas claro qque subire maraton.....
cuantos caps???..hahahha duganme cuanttos :D
y subiré el maraton...


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Mensaje por JijiMalfoyPotter Sáb 30 Abr 2011, 10:50 am

Todos los que quieras :)

Hahahahahaaha me presento soy tu new reader me llamo jisel ^^

Siguelaaaaa

Y si subes 7 caps soy muy feliz ^^

Besos :)
JijiMalfoyPotter
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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 11:36 am

JijiLABaby escribió:Todos los que quieras :)

Hahahahahaaha me presento soy tu new reader me llamo jisel ^^

Siguelaaaaa

Y si subes 7 caps soy muy feliz ^^

Besos :)

ok
7 capitulos seran
asi nos adelantamos mas y aparece _______ :cheers:
Femme Fatale
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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 11:39 am

MARATON :lol!: :lol!: :lol!:

PARTE 1

19 de Febrero, 9527 AC


Nicholas esperó hasta que el palacio estuvo completamente en silencio. En menos de una hora el sol se levantaría…
Styxx y él, ambos estarían muertos. El mero pensamiento le acarreó más dicha que cualquier cosa que pudiera imaginar.
Más que ansioso, sostuvo con firmeza la daga, pasando a los guardias y deslizándose por la puerta de la habitación de Styxx. La cerró suavemente. Como una sombra, recorrió el camino hacia la mullida cama de plumas donde su hermano dormía. Pesadas cortinas colgaban para proteger al heredero de la traviesa brisa.
Pero no lo podían proteger de Nicholas.
Con la mirada sombría, Nicholas apartó las cortinas. Desnudo, excepto por su collar con el emblema real, dormía sobre su costado, completamente vulnerable.
Todos esos años de abuso, de burla, atravesaron su mente, así como el recuerdo de la forma en que prefería verlo castigado por el acto de traición que él había cometido.
Levantó la daga. Una incisión… un corte…
Paz.
¡Hazlo!
Comenzó a descender lentamente, entonces se detuvo antes de hacer contacto con la garganta del príncipe.
Silenciosamente, se maldijo cuando se dio cuenta de la verdad sobre él. No podía hacerlo. No a sangre fría. No sin piedad.
Disgustado, dio un paso atrás dándose cuenta de que era un cobarde.
No, no era un cobarde. No importaba qué hubiera sucedido en su pasado. Eran hermanos. Gemelos. No podía matar a su hermano. Aún cuando el bastardo se lo merecía.
Tú dolor no se detendrá hasta que lo hagas.
Él no mostraría tanta misericordia.
Era verdad. Prefería verlo golpeado, castrado, incluso muerto si su padre fuera capaz de hacerlo.
Styxx no tenía piedad, ni lástima, ni siquiera compasión, y si permitía que viviera, el abuso hacia Nicholas continuaría. Y probablemente empeoraría cuando Styxx asesinara a su padre. Y una vez que su padre no estuviera, lastimaría a Ryssa.
Ya había hecho esas amenazas. Repetidamente.
Podría asesinarla con impunidad. La sangre de Nicholas se congeló ante esa realidad. Si no lo hacía por él, lo haría para proteger a su hermana y su hijo.
Styxx tenía que morir.
—Perdóname, hermano —susurró un instante antes de apuñalarlo en el corazón.
Styxx jadeó mientras sus ojos se abrían. Nicholas se tambaleó hacia atrás, dentro de las sombras mientras su hermano trataba de arrastrarse fuera de la cama. Cayendo al piso, colapsó mientras la sangre manaba de la herida y anegaba el suelo.
Respirando con dificultad, Nicholas esperó a que la muerte también lo reclamara.
No sucedió, y con cada latido del corazón, el pánico comenzó a crecer.
Se sentía como siempre. ¿Cómo podía ser eso?
Tal vez Styxx no estaba muerto. Aterrorizado de sólo haberlo herido, fue hasta él y presionó la mano contra su cuello. No había pulso alguno. Ningún movimiento u otro signo de vida. Volteando el cuerpo, observó que la piel y los labios se tornaban azules, los ojos abiertos y fijos.
Styxx estaba muerto.
Y él aún vivía.
Horrorizado, corrió hacia la puerta y por el pasillo de regreso a su habitación, pasando a los adormilados guardias. ¡No!. La palabra hacía eco en su mente una y otra vez mientras trataba de entenderlo. Si él moría, Styxx moría. Si Styxx moría…
¿Nada le pasaba? ¿Cómo podía ser esto?
¿Por qué los dioses harían algo así? No tenía ningún sentido.
Asesinaste a tu propio hermano. Tu gemelo.
Se apoyó contra la puerta cerrada mientras un horror absoluto se apoderaba de él. Ellos podrían asesinarlo si se enteraran de la verdad. Su padre no perdonaría esto. Lo desgarrarían…
Súbitamente, una alarma sonó en el palacio mientras los guardias se gritaban unos a otros, clamando en el pasillo.
Ya han descubierto el cuerpo. ¡Dioses ayúdenme!
Alguien golpeó a su puerta.
—¿Nicholas?
Era Ryssa. Abrió la puerta para verla ahí, pálida y con el cabello desordenado. Vestía una capa roja sobre el vestido azul.
—Quería estar segura que estabas bien. Alguien trató de matar a Styxx esta noche.
¿Trató? No, él había tenido jodidamente éxito.
—¿Qué quieres decir?
Antes que pudiera contestar, lo vio detrás de Ryssa, la cara enrojecida por la furia mientras guiaba a los guardias en una búsqueda por las habitaciones.
—¡Encuentren a mi atacante! Lo quiero ahora. ¿Me escuchan? ¡Busquen en cada esquina hasta que den con él!
Nicholas parpadeó con incredulidad.
¿Styxx estaba vivo? No estaba preparado para lo que eso significaba. Styxx había resucitado.
¿Por qué?
Ryssa sacudió su cabeza.
—¿Has visto a alguien?
—Estaba en mi habitación —mintió.
Como si lo sintiera, Styxx se congeló y luego giró hacia él. A pesar de estar cubierto de sangre no había rastro de la herida que lo había asesinado.
—¡Guardias! —Rugió.
Nicholas retrocedió con temor.
Styxx lo apuntó.
—Resguárdenlo. Mi atacante podría descubrir que para asesinarme tiene que asesinarlo a él primero. Quiero que alguien resguarde su espalda a todas horas.
Si tan sólo su hermano supiera… Gracias a los dioses que no era así.
—Qué noche horrible —dijo Ryssa. —Mejor voy con Apollodorus. Sé que toda esta conmoción lo asustará.
Nicholas no se movió hasta que ella se marchó. A través de una rendija en la puerta, pudo observar a los guardias irrumpiendo en el vestíbulo e inspeccionando las habitaciones. Su hermano estaba vivo. No podía dejar pasar ese hecho.
Así que sus vidas no estaban realmente enlazadas. Al menos no en un sentido tradicional. Si moría, Styxx moría. Si su hermano moría… no había ningún efecto en él.
Su padre estaba en lo correcto. No era normal.
¿Por qué los dioses lo protegerían a él y no a Styxx? No tenía ningún sentido.
Retirándose a la habitación, decidió esperar a que terminara la búsqueda y que la casa estuviera en silencio otra vez. Una vez que fuera seguro podría marcharse sin ser visto. Se envolvió con el manto y se encaminó a las oscuras calles.
Se mantuvo escondido mientras mantenía el rumbo a través de los callejones hacia el templo de Apolo. Una vez allí, golpeó la puerta.
—Estamos cerrados.
—Vengo de la casa real —dijo Nicholas forzadamente. —Es imperativo que vea al oráculo.
La puerta se abrió parcialmente hasta que el viejo sacerdote vislumbró su rostro. La conducta cambió de inmediato a una de sumisión.
—Príncipe Styxx, perdóname. No me había dado cuenta que eras tú.
Nicholas no se molestó en corregirlo. Por una vez, dio gracias que fueran gemelos.
—Llévame al oráculo.
Sin más vacilaciones, el sacerdote lo guió a través del camino lleno de columnas a la parte de atrás, a las pequeñas habitaciones que estaban reservadas para los sacerdotes y asistentes. La habitación del oráculo era ligeramente más grande que las otras. Estaba vacía y desolada con sólo una pequeña cama de paño rayado.
—¿Señora? —Llamó el sacerdote mientras se acercaba a la cama. —El príncipe desea hablar unas palabras con usted.
Una mujer rubia, que no podía tener más de quince años se sentó en la cama y con ayuda del sacerdote se puso de pie, caminando hacia él. Por la manera en que se movía, Nicholas supo que estaba drogada. Notablemente.
El sacerdote la condujo hasta una alta silla que estaba asentada sobre una fuente de vapores. Por el aroma, adivinó que contenía Raíz de Morfeo mezclada con Ripsi Opsi, un componente que creaba fantásticas alucinaciones. Era algo que había tomado sólo una vez después que Euclides cantó sus alabanzas, pero eso había sido suficiente. Lo había dejado con delirios y pesadillas durante dos días.
—Déjanos —le espetó ella al sacerdote. —Conoces la ley.
Él se retiró instantáneamente.
La chica tiró el manto sobre su cabeza y agregó más agua a la ebullición de hierbas para que ahumaran más.
—Tú no eres el príncipe.
Nicholas frunció el ceño.
—¿Cómo sabes eso?
—Yo lo sé todo —dijo ella vilmente. —Soy el oráculo y tú eres el primogénito maldito que el rey niega.
Esto último no era de conocimiento común, lo que le hizo creer en sus habilidades. —Entonces dime porqué estoy aquí.
Ella aspiró los vapores y se retorció sobre el taburete como si escuchara las mismas voces que lo atormentaban. Cuando abrió los ojos, los clavó en él como lanzas.
—No puedes matarlo. Está prohibido para ti morir.
—¿Por qué?
Inhaló otra vez. Los ojos se volvieron de una brillante sombra dorada.
—En la marca del sol yace una incisión de plata. No una, ni dos, sino tres veces. La marca del padre a la derecha, la de la madre a la izquierda y en el centro está la de quien une a los dos. Tres vidas entrelazadas. Tú eres lo que eres aunque todavía no lo sabes. Lo harás. Se acerca el día en que tu destino se manifestará. Camina con coraje y escucha. El tuyo es un nacimiento de dolor, pero uno de necesidad. Akri di diyum…
El Amo y Señor regirá…
Ella lo alcanzó y posó la mano en su hombro.
—Tu voluntad creará las leyes del universo.
—¿Qué estás diciendo?
—Quien lucha con su destino perderá. Abraza tu destino, Nicholas. Cuanto más dura es la lucha más doloroso es el nacimiento. —Ella se desmayó.
Apenas pudo asirla antes que cayera al suelo. Cargándola en brazos la llevó hasta la cama y la recostó. Continuaba murmurando palabras sin sentido acerca de aves y demonios viniendo por él.
Aún más confuso de lo que había estado antes, la dejó al cuidado de los sacerdotes y emprendió su camino de regreso al palacio.
La profecía era insensata.
Tenía que serlo. ¿Por qué los dioses escogerían a una puta para moverse? ¿Por qué su voluntad sería la voluntad del universo?
Ella estaba drogada…
De todos los hombres, sabía lo desconcertante que era eso. No eran más que alucinaciones como las que él mismo había tenido. Él no era nada.
Sin embargo, dentro de su mente se repetían dos palabras una y otra vez.
¿Y si…?
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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 11:43 am

PARTE 2

3 de Marzo, 9527 AC

Nicholas estaba sentado en el cuarto de los niños, dándole tiras de carne a Apollodorus. Los dos habían estado solos la mayor parte de la mañana mientras Ryssa yacía con un terrible dolor de cabeza. No sabía por qué su sobrino parecía adorarlo, pero el niño podría seguirlo donde fuera.
Era la única cosa buena en su vida.
Apollodorus dejó salir un largo eructo, luego se rió con gracia.
Nicholas levantó sus cejas.
—Creo que ya estás lleno, mi Señor.
El bebé cayó y se rió. Nicholas lo cargó, apoyándolo contra su hombro.
Acababa de recostarlo para la siesta cuando las puertas del cuarto de niños se abrieron. Por un momento, temió que pudiera ser su padre o Apolo, pero afortunadamente era Ryssa acompañada de una joven y diminuta mujer rubia.
Le tomó un momento darse cuenta quién era ella.
Maia.
—¡Nicholas! Mira quién vino de visita con su madre.
La dicha llenó por completo su ser mientras se levantaba para saludar.
—Es bueno volver a verte. —La abrazó estrechamente.
Se apartó para observarlo con una sonrisa.
—Nicholas… ha sido demasiado tiempo. No has cambiado nada.
Pero ella sí. Y cuando recorrió su brazo con una inquietante caricia, se congeló con temor. Especialmente cuando esa luz familiar llegó a sus ojos. Era como si no pudiera controlarse. Condenada maldición.
No Maia…
Retrocediendo, puso distancia entre ellos.
—¿Qué te trae aquí?
—Vine con mi madre.
Ryssa lanzó una pálida sonrisa que le indicó que la cabeza aún le dolía.
—Se quedarán una semana.
Esas noticias debían alegrarlo, pero en vez de eso lo atemorizaron.
—¿De verdad?
Maia se aproximó lentamente, como una leona hambrienta de un pedazo de él.
—Tú y yo debemos ponernos al día.
Antes que pudiera responder, una criada llamó a Ryssa.
Su hermana hizo una mueca de dolor y presionó la mano contra la sien, luego los miró.
—Regreso ahora.
Maia dio un paso acercándose.
—Había olvidado lo hermoso que eras…
Puso una mano en el hombro para apartarla.
—Me dijeron que tienes esposo ahora.
—No está conmigo. —Se inclinó provocativamente.
—No —dijo firmemente. —No haré esto contigo.
Lamió sus labios mientras le lanzaba una mirada por entre sus pestañas.
—Ya no soy una niña, Nicholas. Soy una mujer adulta con un bebé propio.
—Y yo no tengo ningún interés en ti de esa manera.
Se estiró hacia su ingle.
Nicholas agarró la mano antes que hiciera contacto.
—Maia, te cuidé cuando eras una niña.
—Y ahora quiero que me cuides como a una mujer.
—Por favor, detente.
—¿Por qué? Eres más joven que mi esposo. —Trató de retirar la mano de su agarre—. ¿No me encuentras atractiva?
Ryssa regresó.
La soltó y rápidamente se alejó.
—Me tengo que ir ahora.
—¿Algo va mal? —Preguntó Ryssa.
Más de lo que alguna vez podría decirle.
—No. Estoy bien. Sólo tengo que irme. —Prácticamente corrió fuera de la habitación y no se detuvo hasta que estuvo seguramente encerrado en sus aposentos.
Apoyándose contra la puerta, maldijo por lo que había pasado. ¿Qué es lo que estaba mal que cualquiera que pasara la pubertad quería follarlo?
Estaba tan cansado de que todo el mundo lo estuviera agarrando, guiñándole, mirándolo sugestivamente. Eso no era normal y ahora con Maia se había dado cuenta de algo terrible.
Nunca podría tener una relación normal con nadie.
Padre, hermana, incluso una amistad de la niñez.
En el momento que alguien pasara la pubertad, estaba acabado para él. Enfermo ante ese pensamiento, se deslizó hacia el suelo apoyado contra la puerta, odiando cualquier maldición que los dioses le hubieran dado.

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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 11:46 am

PARTE 3

22 de Junio, 9527 A.C.

Mañana Nicholas alcanzaría la mayoría de edad. Veintiuno. Debería estar excitado pero las palabras del oráculo le obsesionaban. Más que eso era la expresión en la cara de Maia cuando intentó agarrarle.
—Algo tiene que cambiar. —Dijo con la mirada pesada. Su hermano aún conspiraba para asesinar a su padre y aquí estaba él, sentado sin hacer nada excepto no cruzarse en el camino de nadie, esperando que ni siquiera le vieran.
—¿Nicholas?
Volvió la cabeza y se encontró con que Ryssa se le había unido en el balcón. Le miró con los ojos entornados.
—Ya estás con ese tema otra vez, ¿verdad?
—Sólo hoy y mañana. —Admitió quedamente.
—¿Por qué?
Porque Artemisa le había arrancado el corazón y no tenía la fortaleza suficiente para vivir sin él durante los próximos dos días.
Era la vieja pelea entre los dos. Le pedía a la diosa que le reconociera o al menos que fuera a verle el día del aniversario de su nacimiento y ella se reía en su cara. Más aún, estaba cansado de ver todas las celebraciones especiales que se planeaban para el aniversario del nacimiento de Styxx. Celebraciones planeadas por un hombre cuya vida podría terminar pronto a manos del mismo hijo que codiciaba tan fervientemente. Irónico, sí. Pero no dejaba de doler.
—Nicholas. —Ryssa cogió su barbilla y le forzó a mirarla—. ¿Me oyes?
—La verdad es que no.
Vio la frustración en sus ojos.
—¿Qué voy a hacer contigo?
—Pégame, como todos.
Le miró colérica.
—No tiene gracia.
Intentaba que no la tuviera. Era un hecho simple de su vida, motivaba a todos los que había a su alrededor a actos de extrema violencia.
Ella movió la cabeza antes de dar un paso atrás.
—Sabes que no dejo que Apollodorus se te acerque cuando estás así.
Esa era la desventaja.
—Lo sé. No sería muy maternal de tu parte. No es que yo sepa mucho de cómo se comportan las madres con sus pequeños. Creo que lo vi una vez en una obra sólo que la madre alimentó a un león con su hijo. Que mal que mi propia madre no fuera tan misericordiosa, ¿verdad?
Ella le recostó la cabeza sobre su hombro y le besó justo detrás de la oreja, enredándole cariñosamente el cabello.
—Tu cabello es más claro que antes. Me parece que me gusta de este largo. ¿Te lo has cortado?
Negó con la cabeza.
—Cualquiera que me corte el cabello quiere dormir conmigo después. Creo que voy a dejar que me crezca hasta los pies o hasta que Padre se enfade lo suficiente como para esquilarme otra vez. Quizás debería ir a hacer otra ofrenda a los dioses. He oído que Atenea tiene una fiesta en unos días.
Ella dejó escapar un suspiro agitado.
—Estás de un humor hoy...
Eran las drogas combinadas con la frustración. Siempre había odiado estar así en la Atlántida. Nunca le había pagado bien su descaro sarcástico. Y le mataba que le llenaran de drogas y después le castigaran por los efectos que las drogas tenían en su mente y su cuerpo.
Artemisa le tenía un extraño amor-odio por esta clase de humor. Unas veces le gustaba y otras le castigaba por ello. El problema era que nunca sabía como se lo tomaría hasta que era demasiado tarde.
Ryssa se retiró con desgana. Su dolor era tangible y no había nada que pudiera hacer para aliviarle. Quería llorar por el peso de su incapacidad para ayudar en lo que a él concernía.
La peor parte era lo que había pasado entre él y Maia, pero no quería contárselo. Pensaba que Maia había sucumbido al mismo impulso de todos los demás. Debía de ser algo relacionado con la pubertad. Antes de la madurez sexual los niños no podían discernirlo. Pero después...
Su pobre Nicholas.
Si al menos hubiera alguien que pudiera controlarse ante él.
Yo soy la única.
De ninguna manera se consideraba especial. Pero eso no cambiaba el hecho de que Nicholas estaba solo. Siempre había estado solo. Su padre nunca debiera haber permitido que se casara y después del casi asesinato de Styxx, otra vez había guardias apostados en la puerta de Nicholas. La poca libertad que tenía se había acabado.

Después de anochecer, Nicholas contemplaba la actividad en el patio. Lo que más le llamó la atención fue la larga procesión de heraldos que precedían a la Princesa de Tebas. La nueva novia de Styxx. Se casaban en dos semanas a contar desde mañana.
Esta vez, tenía planeado mantenerse alejado de la mujer de su hermano. Como si comprendieran el peligro, le dolieron las pelotas de repente ante el pensamiento de que le cortaran otra vez.
Encogiéndose, Nicholas maldijo a su hermano por la castración. Styxx sabía la verdad sobre lo que había hecho su prometida, pero al cabrón no le importaba.
¿Y qué? ¿Qué significaba su humillación? Lo único que importaba era el precioso Styxx y su dignidad.
Suspirando, volvió a pensar en el oráculo. Akri di diyum.
¿Qué podría significar?
El amo y señor reinará.
Ya reinaba en el dormitorio, ¿qué más quedaba?
Es sólo un oráculo drogado, Nicholas, olvídalo. Siempre hablaban en adivinanzas sin significado. Y no había que asombrarse. La ramera había estado más elevada entonces de lo que él lo estaba ahora. Quizás debería empezar a contar sus propias profecías.
Oh espera, ya tenía una…
Artemisa no se acercaría a él ni hoy ni mañana, pero al tercer día saltaría sobre él hasta que estuviera cojeando.
Ves… Profeta. Conocía el futuro incluso mejor de lo que lo hacía el oráculo.
Riéndose amargamente, se deslizó de la barandilla y se dirigió a la cama.
Lo siguiente que supo, era que estaba en el templo de Artemisa, tendido en el suelo a sus pies.
—Una pequeña advertencia sería agradable, Artemisa.
Riéndose, envolvió sus brazos alrededor de sus hombros y le olió el cuello.
—Me estaba sintiendo hambrienta.
Debería haberlo sabido.
—Dijiste que no podrías verme hasta pasado mañana.
Ella le acarició el cuello con las uñas, causándole escalofríos que subían y bajaban por su cuerpo.
—Hubo una pausa así que hice tiempo para ti. Un poco de gratitud podría venirte bien.
Inclinó la cabeza para mirarla con diversión.
—¿No puedes ver la gratitud rezumando de mí?
Le pellizcó la punta de la nariz.
—El sarcasmo no va contigo.
—Aún así hace que me anheles cada vez que lo soy.
Ella sonrió.
—¿Cómo te las arreglas para leerme tan bien?
No era difícil. Adoraba el hecho de que él no estuviese embelesado por ella. El hecho de que sus ojos se dilataran y su respiración se incrementara eran pistas bastante difíciles de perder.
Ella le mordisqueó los labios.
—Te extrañé.
Un agudo jadeo interrumpió su juego.
Nicholas se congeló ante el sonido que hizo que Artemisa se levantara del diván rugiendo de rabia. Allí frente a ellos estaba una alta y esbelta mujer con el pelo rojizo. Sus ojos oscuros estaban rodeados de miedo.
—¿Qué estás haciendo aquí, Satara?
—Yo solo… y-y-yo no vi nada, Tía Artemisa. Perdóname.
Artemisa la agarró del pelo y tiró de ella acercándola.
—Mírame —sus colmillos se alargaron y sus ojos eran rojos matizados con naranja—. Dí una sola palabra de lo que has visto aquí y no habrá poder que salve tu vida o tu alma. ¿Lo has entendido?
Satara asintió vigorosamente.
Artemisa la hizo a un lado.
—Márchate y no te atrevas a volver hasta que te convoque.
Ella se desvaneció inmediatamente.
Artemisa se volvió a él con venganza.
—¡Esto es todo culpa tuya!
Por supuesto que lo era.
—Fuiste la única que me trajo aquí.
—¡Silencio! —Lo abofeteó ella.
Nicholas gruñó ante el sabor de la sangre en su boca. Quería devolverle el golpe, pero conocía las repercusiones. Él era mortal y ella no. Más aún. Tanto como esa bofetada le dolía mentalmente, él no la trataría así. Nadie debería de sangrar por ternura.
Estaban malditamente seguros que no tendrían que sangrar por amor.
—¿Has terminado? —Preguntó él.
Se volvió entonces sobre él con sus colmillos.
Nicholas siseó cuando ella volcó la furia contra Satara sobre él. Sintió dos gotas de sangre cayendo de sus labios, bajando por su pecho. El dolor lo quemaba mientras ella se alimentaba sin pensar en él para nada.
Cuando terminó, lo hizo a un lado.
Débil por la pérdida de sangre, cayó de rodillas.
Ella le agarró del pelo y tiró de él hacia atrás contra ella. Un cuchillo apareció en su mano y ella lo sostuvo ante su corazón.
Nicholas encontró su mirada y esperó.
—Mátame, Artie. Acaba con esto.
Sus ojos se oscurecieron hasta el punto de que no estaba seguro si ella acabaría con él, pero justo cuando la daga iba hacia su corazón, ella cambió la dirección y la mandó volando contra la pared. Envolvió los brazos a su alrededor y lo mantuvo cerca de ella mientras sollozaba.
—¿Por qué haces que te desee?
Nicholas se rió amargamente.
—No soy el único que lo hace. Créeme.
Si tuviera opción, nadie volvería jamás a desearle otra vez.
Ella lo apartó de sus brazos.
—Sólo vete.
¿Acaso tenía elección?
Al menos esta vez, ella lo había devuelto a su cama. Pero todavía estaba sangrando por su cena. Suspirando, se levantó para atender la herida.
—Tú eres el único hombre que ha estado jamás en su templo… Además de mi padre.
Nicholas se giró de golpe para ver a Satara de pie cerca de su cama.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Quiero conocer al hombre que podría hacer que Artemisa lo arriesgara todo.
Aguantó el aliento de puro pánico.
—Nos destruiría a los dos si supiera que estás aquí.
Satara se encogió de hombros despreocupadamente.
—No presta ninguna atención al reino de los humanos. Créeme.
Nicholas no se movió mientras ella atravesaba la corta distancia entre ellos.
Frunciendo el ceño le estudió como si fuera una curiosidad deforme.
—Eres hermoso. Quizás yo también arriesgaría mi bienestar por ti. —Alargó la mano para tocarle la cara.
Nicholas le cogió la mano.
—Tienes que irte.
—Yo sería una amante más amable de lo que es Artemisa.
Justo lo que necesitaba.
—Mira. —Dijo Satara con firmeza—. Puedo decir por tus ojos que eres un semidios como yo. El hecho de que tu sangre la nutra es la prueba. Te lo juro, no sería tan insensible. Sin mencionar que, con los poderes que tengo, tú y yo podríamos arrebatarle los suyos. Imagínatelo, dos semidioses con el poder de un dios. Seríamos invencibles.
—No hay nada que sea invencible. Siempre hay algún fallo en todo ser, no importa cuán poderoso sea. Una debilidad... Tú reconoces que yo soy la de Artemisa. Alguien sabrá la tuya y averiguaran la mía. Para bien o para mal, le he dado mi palabra y no me volveré atrás.
Ella le sonrió sarcástica como si fuera deficiente mental.
—Entonces eres tonto.
—Me han llamado cosas peores.
Ella sacudió la cabeza.
—¿Y estás contento siendo su perrito faldero?
No lo estaba. ¿Pero qué opciones tenía?
—Te vuelvo a decir que le he dado mi palabra y no soy un mentiroso.
Resopló despectiva.
—Entonces me temo que te he juzgado mal. De cualquier forma, estoy en un dilema. Si ella se entera de esto me matará, sobrina o no sobrina. Pero como a lo que parece, eres un hombre de palabra, ¿tengo tu promesa de que nunca le dirás a Artemisa lo que hemos hablado hoy?
—No me gusta conspirar para que alguien caiga, ni siquiera tú. Dicho esto, si alguna vez vas en contra de Artemisa, entonces le diré lo que has hecho. Mientras ella esté a salvo, tú estás a salvo. Lo juro.
Ella inclinó la cabeza como si estuviera desconcertada por su amenaza.
—¿Harías un trato conmigo para proteger a la misma cerda que pronto podría golpearte con la misma lealtad que tú le muestras a ella?
Nicholas se encogió de hombros.
—Estoy protegiendo a mi mejor amiga. Para bien o para mal. Permaneceré de su lado.
Satara sacudió la cabeza.
—Entonces tú y yo tenemos un acuerdo. Sólo espero que la encuentres merecedora de tu lealtad.
Él también. Pero al igual que Satara, de algún modo lo dudaba.
Con un último vistazo, Satara lo dejó.
Nicholas se pasó una mano por el pelo mientras intentaba buscarle un sentido a aquello. Así que Artemisa tenía muchas personas que la trataban como su padre. Maldición. ¿Qué tenía el poder que hacía que todos lo codiciaran? ¿Por qué las personas no podían contentarse con lo que tenían? ¿Por qué debían volverse la familia y los amigos los unos contra los otros por algo tan estúpidamente inocuo? Alguna cosa que con el paso del tiempo ya no importaría…
¿Cuándo el amor era demostrado a alguien? ¿Cómo podían dejar que la avaricia y el egoísmo lo echaran todo a perder? No lo comprendía.
El amor era tan puro e inocente cuando se entrega, especialmente cuando se entrega incondicionalmente. ¿Por qué no podían aquellos que lo reciben verlo como el hermoso regalo que era? ¿Por qué tenían que usarlo como una herramienta para dañar al que lo entrega?
Como Artemisa había hecho con él.
Y Styxx con su padre.
Por eso amaba a su sobrino. Apollodorus no pedía nada más que atención y cuando le abrazaba y le daba un beso con babas en la mejilla era puro y gozoso amor. No había subterfugios. No era dar para conseguir algo a cambio.
¿Por qué no podía el mundo ser así?
Y otra vez ¿a quién iba a preguntarle estas cosas? Su propia madre había sido incapaz de mostrar la más mínima compasión hacia él.
El amor, desafortunadamente, era una debilidad desperdiciada en aquellos que no la merecían.
Nicholas cogió la botella de vino de encima de la mesa y le quitó el corcho. No había mucho solaz alrededor, pero este poco era infinitamente mejor que nada. Los dioses sabían que no podía encontrar solaz en ningún otro sitio. Quizás debería haber aceptado la oferta de Satara.
Pero, ¿a qué precio? Siempre hay un precio para todo en la vida. Por este conocimiento, casi podría agradecérselo a Estes.
Nada es gratis en este mundo.
Nada.
—¿Nicholas?
Se tensó ante el sonido de la voz de Artemisa. No se la veía por ninguna parte. Pero podía sentirla como un susurro en el alma.
Se manifestó detrás de él.
—Lo siento, Nicholas. No debería haberte tratado así.
—Entonces, ¿por qué lo hiciste?
Aún invisible, le acarició el hombro con la nariz.
—Estaba asustada. Y dejé que mi miedo me guiara.
—Eres una diosa.
—Soy una de tantos y no tan poderosa como otros. ¿Sabes lo que le hacen a una diosa cuando le quitan sus poderes? La exilian a la tierra para que viva entre humanos que abusan y se mofan de ella. ¿Es eso lo que quieres hacerme?
¿Y por qué no? Eso era lo que ella quería hacerle.
Desafortunadamente, él no era tan cruel.
—No, sólo quiero lo mejor para ti, Artie. Pero estoy cansado de que tomes todo de mí. No soy un muñeco sin cerebro que puedes azotar cuando estás frustrada.
Se materializó y él pudo ver la sinceridad en aquellos hermosos ojos verdes.
—Lo sé y lo intento. De verdad. Estás siendo impaciente conmigo.
—¿Impaciente?
Ella frunció el ceño.
—No es la palabra adecuada, ¿verdad? No sé por qué las confundo a veces.
Esos momentos, cuando ella se permitía ser vulnerable, eran los que le hacían quererla. Eran los que le permitían quererla.
Cogiendo su cara entre las manos, le dio un tierno beso.
Artemisa suspiró al recorrerla una ola de alivio. Le quería tanto y a pesar de eso estaba tan aterrorizada de lo que significaba amarle. De verdad que no siempre quería herirle. Era la única persona con la que podía ser ella misma. Con los otros dioses tenía que ser feroz y defensiva y con los mortales tenía que ser divina e intolerante.
Nicholas era la persona que la hacía permitirse reír. Era el único que la sostenía y la hacía sentir cálida por dentro. Pero el problema era que en cuanto se abría sentía la frialdad del interior de él y sabía que, aunque le era leal, ella no le hacía feliz. Eso era lo que más dolía. El dolor en su interior que ella no podía aliviar la hacía querer arremeter contra él de pura rabia y hacerle daño por no abrirse a ella como ella se abría con él.
¿Por qué no podía sentir lo que ella sentía?
Incluso ahora había reserva en su caricia. Una duda y no entendía por qué.
¿Cómo podría hacer que la amara como cuando se conocieron?
Quería castigarle por no amarla como ella le amaba. Hacerle rogar por su amor. Pero ¿cómo?
Al apartarse, su mirada se fijó en el cuello y se avergonzó de lo que le había hecho mientras se alimentaba. Era algo que Apolo le habría hecho a ella.
—No quería hacerte daño.
Nicholas contuvo el aliento ante las palabras que le habían dicho tantas veces. Por una vez, ¿no podría alguien pensarlo antes de hacerle daño?
—Estoy bien. —Pero la verdad era que no lo estaba. Nunca había llevado bien el dolor.
Simplemente se había acostumbrado a él.
Le apartó el pelo de la cara.
—Pareces tan cansado. No debería haber tomado tanta sangre de ti. —Le empujó hacia la cama—. Deberías descansar.
Cierto. No había manera de saber que horrores tendría que afrontar por la mañana. Otra castración o una paliza o solamente los puñetazos emocionales en los que Artemisa era tan buena.
No podía esperar.
—¿Vendrás mañana? —Preguntó de nuevo, desesperado por no estar solo mientras el mundo entero derramaba buenos deseos sobre su hermano gemelo.
Artemisa dudaba. Quería ir, pero Apolo estaría allí para las celebraciones en honor de Styxx. Tenía que tener cuidado. Porque eran dioses y gemelos y él podía sentirla cuando estaban cerca. Si la sentía la buscaría y eso podría costarle la vida a Nicholas.
—Sabes que tengo un festival. ¿Cómo podría perdérmelo?
Él apartó la mirada y el dolor que transmitió le partió el corazón.
—Vendré a verte al día siguiente.
Nicholas controló sus emociones.
—Te esperaré ansioso entonces.
—¿Estás siendo hosco conmigo?
—No —Estaba dolido—. Espero que tengas un buen festival.
Artemisa le acarició el pelo con la mano.
—¿Pensarás en mí cuando me vaya?
—Siempre lo hago.
Ella se inclinó a besarle la mejilla.
—Siempre hace que me sienta tan especial.
Y ella siempre lo hacía sentirse igual que la mierda. Ella metió el brazo bajo el suyo de manera que pudiera cogerle la mano. Él la sostuvo en su corazón y dejó escapar un suspiro.
Cuando lo hizo, un mal presentimiento lo atravesó. Algo iba a suceder mañana. Podía sentirlo en cada parte de él. Fuese lo que fuese, iba a cambiarlos a él y a Artemisa para siempre.

Akri di diyam.

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Mensaje por Femme Fatale Sáb 30 Abr 2011, 11:50 am

PARTE 4

23 de Junio, 9527 A.C.

Nicholas se sentaba sobre la barandilla de su balcón en la oscuridad, completamente borracho, mientras observaba el elaborado vestuario de los invitados que llegaban para la fiesta de cumpleaños abajo, en el palacio. Apretaba la espalda contra el edificio, mientras que las piernas se extendían ante él en un precario equilibrio. No estaba seguro de cuánto había bebido hasta el momento.
Desafortunadamente, no era lo suficiente para matarlo. Pero si tenía suerte, quizás todavía podría caerse a las rocas desde donde estaba encaramado, a unos trescientos metros más abajo y moriría allí horrorosamente.
Eso jodería definitivamente la fiesta de cumpleaños de su hermano gemelo. Por primera vez en semanas, se rió ante el pensamiento de Styxx cayendo fulminado frente a los nobles y dignatarios congregados.
Les estaría bien empleado.
—También es mi cumpleaños —gritó sabiendo que nadie podía oírle. Incluso si pudieran, no les importaría.
Nicholas volvió la cabeza y se encogió cuando el dolor le atravesó. Odiaba el hecho de sólo Artemisa pudiera provocarle tanta angustia. Se había protegido tan cuidadosamente a sí mismo de la crueldad de los demás. Pero Artemisa, le hería a un nivel que nadie más conseguía.
Y al igual que todo el mundo, no le importaba cuanto le lastimaba.
Y otra vez, debería estar agradecido. Al menos este año no estaba celebrando el aniversario de su nacimiento en prisión…
O en un burdel.
Siempre solo. Incluso cuando estaba entre una muchedumbre, rodeado por gente, estaba solo.
Verdaderamente, estaba cansado de esto. Nadie le quería. La única razón por la que su mal llamada familia se preocupaba de si vivía o moría era por que si él moría, su amado Styxx moriría también.
—Ya he tenido bastante.
Aunque sólo tenía veintiún años, estaba tan cansado como un anciano. Había vivido más que sus años y no quería más dolor. Ni más soledad.
Era hora de acabar con esto.
Las voces que oía en la cabeza gritaban ahora con más fuerza. Le llamaban a casa…
Nicholas se puso de pie sobre la barandilla. Los vientos se alzaban desde abajo, por encima de él, moviendo su cabello mientras bajaba la mirada hacia el mar oscuro. Tiró la copa y observó cómo caía dando tumbos hacia abajo, desvaneciéndose de su vista.
Un paso.
Sin dolor.
Todo terminaría.
—Es la hora —tomó aliento. Esta vez no había nadie allí para detenerle. Ninguna Ryssa que tirara de él hacia atrás. Ningún padre que le atara y se lo impidiera. Ningún Estes que llamara al médico.
Libertad.
Cerrando los ojos, se dejó ir y dio un paso adelante.
Miedo y alivio le estremecieron mientras se precipitaba a través de un aire sin peso. En un momento conseguiría la paz tan largamente buscada.
De repente, algo duro le golpeó el estómago. Nicholas jadeó de dolor. Abrió los ojos por reflejo.
En vez de caer se estaba elevando, alejándose del mar. El sonido de las olas rompiendo contra las rocas fue reemplazado por el fuerte batir de alas gigantes. Se volvió y vio a una demonio sujetándole. Justo como el oráculo había predicho.
—¡Suéltame! —gritó intentando liberarse.
No le soltó. No hasta que le devolvió al balcón donde había estado.
Nicholas se tambaleó hacia atrás mientras ella se encaramaba en la barandilla y le observaba de cerca. Tenía un pelo negro y largo que le caía sobre la piel blanca y roja y de aspecto marmórea. Los ojos brillaban en la oscuridad, los iris blancos rodeados de un vívido rojo. Al igual que el cabello, las alas y los cuernos eran negros.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con la voz cargada de veneno.
—Akri debería ser más cuidadoso —susurró ella amablemente —Si Xiamara hubiese llegado un momento después, habrías muerto.
—Quería morir.
Ella inclinó la cabeza en un gesto que le recordaba a un pájaro.
—Pero ¿Por qué, Akri? —Miró por encima del hombro hacia la gente que todavía llegaba.
—Vienen tantos a celebrar tu cumpleaños humano.
—No vienen por mí.
Xiamara frunció el ceño.
—Pero eres el príncipe. El Heredero.
Se rió con amargura. - Soy el heredero de la mierda y el príncipe de la nada.
—No. Tú eres Apostolos, hijo de Apollymi. Reverenciado por todos.
—Yo soy Nicholas, hijo de nadie. Reverenciado sólo dentro de los límites de un dormitorio.
Ella bajó lentamente hacia él. Sus alas se plegaron sobre su ágil cuerpo.
—No recuerdas tu nacimiento. Lo comprendo. He sido enviada aquí por tu madre con un regalo para ti.
Estaba intentando seguir sus palabras, pero tenía la mente demasiado embotada por la bebida. La demonio estaba loca. Debía de haberle confundido con otro.
—Mi madre está muerta.
—La reina humana, sí. Pero tu verdadera madre, la diosa Apollymi, está viva y te envía todo su amor. Yo soy su más fiel servidora, Xiamara, y estoy aquí para protegerte como la he protegido a ella.
Nicholas negó con la cabeza. Estaba borracho. Alucinando. Quizás ya estaba muerto.
—Aléjate de mí.
La demonio no lo hizo. Antes de que pudiera escapar, le colocó un pequeño orbe sobre el corazón.
Nicholas gritó cuando el dolor le atravesó. Nunca en toda su vida había sentido nada parecido y dadas las torturas a la que le habían sometido, era mucho decir. Era como si un fuego ponzoñoso corriera por sus venas, desgarrando todo su cuerpo.
Desde el centro de su pecho donde estaba el orbe, su piel cambió de leonada a un azul marmóreo…
Y cuando el dolor y el color se desplegaron, imágenes y voces gritaban, perforándole los oídos. Los olores asaltaron su nariz. Incluso la ropa quemaba contra su piel. Cayó al suelo y se encogió en una bola mientras cada sentido que poseía era asaltado.
—Eres el dios Apostolos. Heraldo e hijo de Apollymi la Destructora. Tu voluntad es la voluntad del universo. Eres el destino final de todo…
Nicholas continuó negando con la cabeza. No. Esto no podía ser.
—No soy nada. No soy nada.
La demonio levantó la cabeza.
—¿Por qué no estás contento? Ahora eres un dios.
La furia le atravesó con fuerza al agarrar a la demonio. No entendía sus poderes ni nada de lo que le estaba pasando, pero todos los años de su vida, todas las degradaciones y horrores le atravesaron. Dejó que todo ello pasara de su mente a la de ella.
La demonio gritó mientras apartaba la cabeza de golpe.
—¡Ni! Se suponía que esto no te pasaría a ti, Akri. Eso no…
La agarró y la obligó a mantener su mirada.
—Fue lo suficientemente malo cuando creían que era el hijo humano de un dios. ¿Puedes imaginarte lo que me harán ahora? ¡Quítame estos poderes!
—No puedo. Son tu derecho de nacimiento.
Nicholas cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra el suelo de piedra
—¡No! —gritó— ¡No! No quiero esto. Sólo quiero que me dejéis en paz.
Xiamara intentó abrazarle.
Nicholas la empujó.
—No quiero nada de ti. Ya me has hecho bastante daño.
—Akri…
—¡Sal de mi vista!
Sus ojos brillaron vacilantes
—Tus deseos son los míos —El orbe que sujetaba contra él apareció como un colgante al cuello—. Si me necesitas, Akri, llámame y vendré.
Nicholas apretó la palma de la mano contra el cráneo que le dolía y le latía con nuevas voces y sensaciones. Se sentía como si se estuviera volviendo loco, y quizás lo estuviera. Quizás la crueldad había destrozado su salud mental al final.
Oyó que el demonio se marchaba mientras voces desconocidas susurraban y gritaban en su mente. Era como si pudiera oír al mundo entero a la vez. Conocía cada pensamiento, cada deseo, cada miedo.
Tenía la respiración entrecortada, quería encontrar una salida a todo esto. Tironeó del colgante, pero no se rompió. En vez de eso, brilló en la palma de su mano.
Llorando, quiso volver a saltar. Desafortunadamente, no podía ni sostenerse en pie. Estaba tan mareado... tan enfermo...
Y ahora, ¿qué le habían hecho?



Apollymi paseaba de arriba abajo por el pequeño patio en Kalosis, esperando a que Xiamara volviera.
—¿Dónde está la matera de la Simi?
Se volvió ligeramente para mirar a la hija más pequeña de Xiamara que estaba en la puerta. Se llamaba como su madre, Xiamara y Simi, palabra Caronte que significaba “niñita”, tenía casi trescientos años pero no parecía mayor que una niña humana de cuatro años. Al contrario que los humanos y los dioses, los demonios Caronte tardaban mucho en madurar.
Apollymi se arrodilló y abrió los brazos a Simi.
—Todavía no ha vuelto, corazón. Pero no tardará.
Simi hizo un puchero antes de correr hacia ella y enlazar los brazos alrededor del cuello de Apollymi. Se metió en la boca el pequeño pulgar y enterró profundamente la otra mano en el pelo de Apollymi.
Apollymi cerró los ojos mientras abrazaba a la pequeña demonio. ¡Cómo deseaba haber podido abrazar así a su propio hijo! Sólo una vez. En vez de eso, se contentaba prodigando su amor sobre la simi de Xiamara mientras esperaba que su hijo creciera lo suficiente para liberarla.
Simi apoyó la cabeza en el hombro de Apollymi mientras Apollymi le cantaba.
—¿Por qué Akra está triste?
—No estoy triste, Simi. Estoy ansiosa.
—¿Ansiosa es como cuando Simi come demasiado y le duele el estómago?
Apollymi sonrió y le dio un beso en la cabeza.
—No exactamente. Es cuando no puedes esperar que pase algo.
—Oooooh como cuando Simi tiene hambre y está esperando que su matera la alimente.
—Algo así.
Apollymi sintió un movimiento en el aire. Miró a las sombras y vio la figura del cuerpo de Xiamara. Durante todo un minuto, no pudo moverse mientras esperaba que su mejor amiga se acercara.
Pero Xiamara vacilaba y eso hizo que se le parara el corazón.
—¿Qué pasa?
Xiamara extendió las manos hacia Simi que fue agradecida hacia su madre. La demonio abrazó a su hija mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.
Apollymi sintió que sus propios ojos se empañaban y el miedo la atenazaba.
—¿Xi? Cuéntame.
Cerró los ojos apretadamente mientras seguía meciendo a su hija.
—No sé cómo decírtelo, Akra.
Cuanto más vacilaba, Apollymi se sentía más embargada por la preocupación.
—¿No está bien? Todavía estoy prisionera aquí, así que sé que está vivo.
—Está vivo.
—¿No... no me quiere?
Xiamara movió la cabeza y dejó a Simi en el suelo.
—Ve a buscar a tu hermana, Simi. Necesito hablar con Akra a solas.
Chupándose el pulgar, Simi se fue brincando.
Cuando Xiamara la miró a la cara, Apollymi sintió que la sangre abandonaba sus mejillas.
—¿Qué no me estás contando?
Xiamara se sorbió las lágrimas antes de poner una mano sobre el hombro de Apollymi y transferirle las imágenes que Apostolos le había dado. La incredulidad y el horror sacudieron a Apollymi al ver lo que le habían hecho a su niño.
Esas emociones dieron paso a una furia tan profunda que todo lo que pudo hacer fue gritar. El sonido de su grito hizo eco por todo el Palacio de los Muertos hasta Katoteros, donde vivía el resto de los dioses.
Toda actividad cesó cuando los otros dioses atlantes oyeron el sonido de la pena más pura.
Uno por uno, se volvieron para enfrentar a Archon cuyos rasgos habían palidecido.
—¿Está libre? —preguntó Epithymia, la diosa del deseo.
Archon negó con la cabeza.
—Ya estaría aquí si se hubiera liberado. No. Ha pasado algo. Por ahora, estamos a salvo. —Al menos, esperaba que lo estuvieran.
Apollymi se alejó de Xiamara mientras las imágenes, una tras otra, se grababan en su mente. Lo que los humanos le habían hecho a su hijo...
—Los mataré a todos —gruñó entre los dientes apretados—. Todo el que le haya puesto la mano encima morirá entre llamas, rogándome clemencia y no la habrá para ninguno. ¡Para ninguno! —Miró a Xiamara—. Y Archon conocerá el peso de toda mi ira. Ya no queda nada para él en mi interior.
Xiamara envolvió sus alas negras alrededor de su cuerpo.
—Pero Apostolos se niega a aceptar lo que es suyo. Me ha rechazado.
—Aún así, ve con él, Xi. Consuélale y ayúdale a comprender lo que tiene que hacer. Dile que, cuando venga a mí todo se arreglará.
—Lo intentaré, Akra.
Nicholas yacía en la oscuridad de su cuarto, intentado respirar mientras se estremecía por el dolor de sus abrumados sentidos. De repente, oyó en su cabeza una voz suave y gentil que ahogó todo lo demás. Realmente, era el sonido más hermoso que había oído nunca.
Su respiración se suavizó y el dolor se alivió.
—Estoy contigo, Apostolos.
—¿Quién eres?
—Ésta es la voz de tu madre.
Miró la oscuridad con ojos entornados y vio a la demonio de rodillas a su lado. Se alejó de ella, enrollándose sobre sí mismo como una pelota. —No tengo madre. Me abandonó cuando nací.
—No, Akri. —dijo la demonio suavemente— Yo fui la que te alejó de los brazos de tu madre mientras ella lloraba de miedo por ti. Tu madre, Apollymi, te escondió en el reino de los humanos para protegerte de los dioses que te querían muerto. Te lo juro por mi vida. Ninguna de las dos queríamos que te hicieran daño. Se suponía que te criarían como a un príncipe. Te mimarían. Te amarían. Nada de esto debería haber sucedido.
Parecía imposible de creer.
—No lo entiendo. ¿Por qué me querían muerto los dioses?
—Fue profetizado que tú serías el fin de los dioses Atlantes. Pero tienes que entender cuánto te quiere tu madre. Arriesgó su vida y desafió a los otros dioses para salvarte y mantenerte oculto hasta que fueras lo suficientemente mayor para utilizar tus poderes y desafiarles. Incluso ahora, ella sigue prisionera, esperando que vayas a buscarla. A liberarla Apostolos y ella, devolverá el bien por cada mal que te ha sido hecho.
—¿Cómo?
—Destruirá a todos y cada uno de los que te han lastimado. —La demonio le acarició el cabello como si fuera la madre que le había descrito.
—Eres el niño más amado de todos cuanto hayan nacido. Cada día me he sentado junto a tu madre mientras ella lloraba tu pérdida y se dolía por no tenerte con ella. Ven conmigo a casa, Apostolos. Ven a conocer a tu madre.
Quería hacerlo. Pero...
—¿Cómo sé que puedo fiarme de ti?
—¿Y por qué te mentiría?
Todos mienten, especialmente a él. ¬
—Por un buen montón de razones.
Xiamara. Ya vienen. Déjale, rápido.
La demonio retrocedió desde la cama.
—Los dioses no pueden encontrarme contigo o sabrán quién eres y dónde estás. Escucha la voz de tu madre, yo volveré tan pronto como pueda. Mantente oculto, ¡oh preciado! —Se desvaneció instantáneamente.
Nicholas yacía solo, escuchando las voces que se enredaban en su interior. Oyó risas y lágrimas, maldiciones y gritos.
Hasta que la voz de su madre le calmó otra vez. Enfocó solamente sobre ese tono y cerró los ojos mientras el tono se llevaba las otras voces que hacían que le latiera la cabeza.
¿Le había dicho la verdad la demonio? ¿Se atrevería a creer por un sólo momento que era el amado hijo de alguien?
Seguramente era absurdo.
Envolvió con la mano el colgante y lo estudió. Era una piedra de alguna clase, de apariencia lechosa e iridiscente. Y entonces miró la palma de su mano donde había sido grabada la marca de esclavitud.
Había desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo podía ser?
Soy un dios que ha sido un esclavo...
No un esclavo cualquiera. El más bajo de todos.
Nicholas se cubrió los ojos con la mano mientras le aplastaba la vergüenza. Y mientras yacía allí, las imágenes desfilaban ante él... Vio el pasado, el presente y el futuro a través de las experiencias de la gente. Podía oír sus esperanzas y sus temores. Podía oír la misma esencia del universo.
Por primera vez, veía a los que lo tenían peor que él. A los que lo tenían mejor. Los gritos de las madres que habían perdido a sus hijos. Los niños que no tenían padres. Los mendigos y los reyes...
Ahora entendía lo que Artemisa había querido decir cuando le dijo que ella no prestaba atención al mundo de los humanos. Era sobrecogedor. Horripilante. Toda esa gente que necesitaba ayuda. Y mientras se imaginaba a sí mismo prestándosela, vio los numerosos resultados en su mente.
Pero lo que no podía ver era su vida.
O la de Ryssa.
Ni siquiera la de Artemisa. ¿Por qué? No tenía sentido. Como si algo de todo esto lo tuviera. Nicholas se rió ante el absurdo que suponía.
Al abrir los ojos, se dio cuenta que ya no estaba sobre el suelo. Estaba flotado sobre él. Soltó un grito ahogado y entonces cayó al suelo. El dolor le atravesó y su piel se volvió de nuevo marmórea y azul. Sus uñas se volvieron negras y empezaron a crecer...
Algo no iba bien. Su cuerpo le era extraño. Mirando su piel marmórea intentó comprender por qué era de ese color.
¿Cómo podría esconderle esto a su familia? ¿Quieres hacerlo? Una risa sádica le atravesó al imaginar la cara de su “padre” cuando le dijera quién y qué era.
—Soy un dios.
No un semidiós sino un dios completo. Uno con un precio sobre su cabeza, con un panteón entero decidido a matarle. Era ridículo. Desafía la fe y aún así era... azul.
Nicholas intentó levantarse, pero una ola de mareo le volvió a poner de rodillas. Miró a la cama desando poder alcanzarla. Lo siguiente que supo fue que estaba bajo las sábanas.
Abrió los ojos desmesuradamente ante las implicaciones de lo que esto significaba. Era un dios con los mismos poderes que Artemisa.
O quizás no. ¿Cómo funcionaban los poderes de un dios?
—¿Nicholas?
Se tensó ante el sonido de la voz de Ryssa con él en la habitación. Mirando hacia abajo, notó que su piel volvía a ser normal y dio gracias a que la manta le cubría completamente.
—¿Sí?
—¿Estás enfermo?
Técnicamente, no. Ni siquiera estaba borracho ya. —Sólo estoy descansando.
Sintió que se sentaba junto a él en la cama y le arropaba con la manta.
—¿Me miras, por favor?
Aterrorizado por lo que podía pasar mientras ella estaba sentada allí, se destapó la cabeza.
Ella sonrió.
—No te he visto en todo el día y quería darte esto. —Le tendió una caja pequeña.
El regalo hizo que se le agarrotara la garganta.
—Gracias. —Devolviéndole la sonrisa lo abrió y encontró un pequeño medallón engastado en un brazalete. Era el símbolo de un sol atravesado por tres rayos. Frunció el ceño ante el emblema que le resultaba extrañamente familiar.
—Sé que es raro pero lo vi en el mercado y me recordó a ti. El joyero me dijo que era un símbolo de fuerza.
—Es atlante.
—El diseño del sol era el de Apollymi... su madre.
Le he puesto triste. ¿Por qué lo habré elegido? Oh, no...
Estaba oyendo los pensamientos de la cabeza de Ryssa.
—Es hermoso. Gracias.
Intentó cogerlo.
—Puedo...
Cubrió su mano con la suya.
—Me encanta, Ryssa.
Sólo lo dice para que no me ofenda. Lo siento tanto, Nicholas. No elegí algo atlante a propósito. ¿Cómo he podido ser tan estúpida?
Era desconcertante escuchar tan claramente sus pensamientos mientras ella mantenía la falsa sonrisa.
—Si estás seguro...
Asintió.
—Estoy seguro. Gracias. —repitió.
Que tonta soy. Aquí me tienes, intentando que por lo menos tenga un regalo y lo he echado a perder con mi estupidez.
El sincero amor que sintió en esas palabras hizo que los ojos se le llenaran de lágrimas. Su hermana le quería de verdad... más de lo que él se imaginaba.
Se llevó su mano a los labios y la besó.
—Lo eres todo para mí, Ryssa. Lo sabes ¿verdad?
—Te quiero, Nicholas. —Y desearía poder hacer este día tan especial para ti como debería ser. No es justo que estés aquí solo.
—¡Ryssa! —el grito de su padre fue suficiente para hacer que Nicholas mirara con intensidad a la puerta.
Ryssa frunció el ceño. Dioses queridos, ¿qué les pasa a sus ojos?
Nicholas desvió la mirada, asustado de lo que ahora podían parecer sus ojos. Su cuerpo todavía estaba normal, pero ¿y los ojos?
La puerta se abrió de golpe y su padre apareció en el umbral.
—¿Qué estás haciendo aquí? Es la hora del brindis por tu hermano.
Se puso de pie y levantó la barbilla.
—Le estaba dando su regalo a mi hermano.
—No te atrevas a ponerte impertinente. Se requiere tu presencia. Ya.
—Vete, Ryssa. —Nicholas dejó escapar el aliento—. Tu padre que requiere.
Puta impía.
Nicholas se rió ante los pensamientos del rey. Si el pobre supiera...
La última palabra que alguien utilizaría para describirle sería impío. Los dioses salían de los muebles para conocerle.
El rey no se movió cuando Ryssa pasó ante él. Se quedó en el umbral de la puerta lanzándole a Nicholas una mirada cargada de ira.
—Así que por fin has desistido de llamarme padre.
Nicholas se encogió de hombros.
—Créeme, sé que no eres mi padre. Y estoy seguro de que tu hijo esta esperándote abajo para oír tu más preciada oda en su honor.
Debe de estar borracho.
—No te muevas de aquí.
—No te preocupes. No tengo intención de joderte la fiesta. —Aún... por supuesto, si su plan original hubiera funcionado, el rey estaría llorando a su querido hijo en este mismo momento.
Debería haber hecho que azotaran al cabrón pero eso habría deslucido la fiesta de Styxx. Capullo engreído... El rey se retiró y cerró la puerta.
Nicholas sacudió la cabeza intentando deshacerse de los pensamientos del rey. Cogió el regalo de Ryssa para observarlo. Qué irónico que se lo hubiera regalado precisamente esa noche. Era como si su madre la hubiera guiado.
—¿Apostolos?
Se congeló ante la vacilante voz femenina que había oído tantas veces en su vida pensando que estaba loco.
—¿Matera?
—Mi niño. Te juro que te vengaré. Pero debes tener cuidado. Xiamara volverá y te enseñará a usar tus poderes. No lo uses de momento y así Achron no podrá encontrarte. Permanece oculto y cuando los otros hayan cesado en sus maquinaciones, ella te traerá a mí y yo me aseguraré que nadie te vuelva a hacer daño. Te lo juro por mi vida.
Sintió el más leve de los susurros contra su mejilla... como una pequeña caricia antes de que el aire se quedara quieto de nuevo.
Apretando los dientes, sintió que el dolor lo abrumaba. Su madre le quería... Su verdadera madre.
Quería verla con desesperación. Saber, tan sólo una vez, que se sentía teniendo un padre que le mirara de la forma en que el rey miraba a Styxx o a Ryssa. Con orgullo. Con amor.
Soy amado.
Y todavía más, Artemisa ya no tendría que avergonzarse de él. Era impensable que una diosa estuviera con una puta, pero no había nada vergonzoso en que estuviera con otro dios.
Ella podría amarle abiertamente...
Quería gritar de alegría. Apretando el brazalete de Ryssa contra el pecho, sonrió ante el pensamiento de decirle a Artemisa lo que le había pasado. Seguramente se pondría contentísima.
¿Cómo podría no estarlo?
Pero aún así, tenía una extraña sensación de aprensión que le avisaba que debería temer lo que el mañana podía traer consigo.

Femme Fatale
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