A Primera Hora de la Mañana

Juliette se miró al espejo. Uno,dos -se dijo a si misma-, puedes hacerlo.

Tres, cuatro. Tan solo debes decir que sí. Cinco, seis. No quería hacerlo.

Intentó enmanrcar una sonrisa en sus labios, pero nada se dibujo en ellos; ni la mas falsa parecía acceder y ella sabía exactamente porqué: se sentía agobiada, utilizada. Un sentimieento para nada gustoso que una chica de 16 años apenas podía soportar. Su cabeza estaba a punto de estallar y podría facilmente haber formado un río de lágrimas con las veces en el día que había llorado, y aún así no estaba completamente satisfecha, mucho menos liberada.

Viviría en un castillo, sería millionaria, adquiriría el trono, si. Era el sueño de toda mujer, de todas menos ella. Porque todo eso exigía algo a cambio, un precio muy alto a pagar: su vida, su cuerpo, su alma y su corazón estaban en juego, porque cada una de las partes de Juliette serían entregadas en matrimonio a un desconocido; solo porque él tenía el dínero y la poseción de grandes tierras.

Juliette suspiró con fuerza. Se sentía agobiada en aquel traje de bodas tan ajustado y le hacía la cintura demasiado delgada para su gusto. En él, parecía una muñeca de porcelana, frágil y facil de corromper, pero ella quería mostrar a otra persona completamentee diferente: a la chica que jamas vendería sus ideales y con la fuerza necesaria para decir que no cuando quisiera. O cuando le conveniera.

-Puedo quitame mi traje de bodas ya, señora?- le pregunto a la modista que estaba a su lado ajustando algunos dobleces del vestido.

-Claro que no, signora, aun debe probarse el corsét.

-Llamemé por mi nombre- replicó Juliette.

-Es de mala educación- respondió la mujer alarmada, con un tono demasiado forzado, tanto que a Juliette le dio cólera.

-Entonces solo digame señorita, aún no me case.

La mujer le paso la tela encarcelada en el torso y la chica tomó aire para que las medidas quedaran perfectas, aunque era lo que menos le importaba en ese momento. La modista ajusto los lazos dorados de la espalda con fuerza flexionando su rodilla en la espalda de juliette y poder aferrarse a algo mientras hacía sus máximos esfuerzos en ajustar la tela aun mas. Le dió las últimas puntadas, y lo admiro en todos los ángulos girando alrededor de la muchacha, que seguía observando su reflejo con la mirada vacía.

-Si es lo que prefiere.

Juliette se despojó de sus ropas no sin antes pedir permiso, y salió de la habitación vestida solamente de sus ropas de cama: un camisón largo hasta los talones pero con una tela demasiado transparente y un escote que solo dejaba ver su largo cuello con corte bajo hasta los hombros, que aunque no eran gran cosa ni lo mas exitante del mundo, parecía fuera de lugar y desalineado. No logró ni siquiera atravezar el pasillo que conducía su habitación cuando su madre apareció enfrente dándole una bofetada.

-¿Qué hacés aquí, y con esas ropas? ¡PARECES UNA RAMERA!- gritó horrorizada su madre y la empujó hacía el armario antes de que Juliette pudiera explicarle que iba a su recámara a buscar ropa limpia y decente.

-Tu futuro marido esta aquí.- susurró mirando a un lado y otro como si alguien más estubiese ahí. Como si alguien mas entrara en este lugar, pensó Juliette.

-¿Está aquí?- pregunto la joven lacónica.

-Si, y no me equivoqué en decirle que estabas enferma y que no podía recibirte, ¡si te hubiese visto así, madre mia!

-Mamá yo...

-¿Que te he dicho niña? CUANDO TENGAMOS VISITAS, LLÁMAME REINA!- exigió golpeando su abanico color vino tinto que llevaba contra su hija.

La reina Margaret metió su cabeza entre la abertura de la puerta y la pared. Juliette lanzó una carcajada y se tapó la boca avergonzada. Si algo no soportaba su madre era que se burlaran de ella, y su hija lo había aprendido por las malas.

-No hay moros en la costa. ¡Ahora vé a cuarto, métete a la cama y finge estar enferma!, ¡nada de escabullirse por ahí o hacerce la espía!, ¡no sé cuanto tiempo podré retenerlo, seguro querrá visitar a su futura esposa, Y SERÍA UNA DESHONRA SI TÚ NO ESTUVIERAS ALLÍ!- la arrastró por el pasillo y la muchacha se sintió a salvo cuando por fín estaba en su habitación. Tomó su mejor traje de cama y se metio entre las finas sábanas de seda.

Muy cerca de allí en el bosque, Francesca olía el perfume de una rosa, mientras el muchacho la admiraba muy de cerca. Al aroma dulzón de la flor le causaba un mareo embriagrador.

-¿Por que crees que no inventaron vino de rosas?- preguntó la damicela arrancando un pélado y exprimiéndolo entre sus dedos. El chico se levantó del tronco en donde estaba sentado y la abrazo por atrás.

-Porque de hacerlo, tu no podrías disfrutar ahora de una. - le susurró al oído, y ella sentía derretirse ante aquel dulce contacto de su piel unida. Él levantó la mano derecha y tomó la rosa rojo carmin entre sus dedos y una por una, fue desaciendose de las espinas; luego, le pasó el tallo detrás de la oreja de su novia y ató en toda la flor algunos mechones morochos para sostenerla. -Te ves hermosa- le recordó. Francesca a veces no necesitaba que él se lo dijera tantas veces, la hacía sentirse estúpida no solo porque sabía que no era cierto, sino porque además le hacía pensar que él solo la quería por su imagen. Ella debía reconocer que él realmente era muy apuesto pero se había enamorado de la persona que había detrás de todo eso.

Ambos se sentaron aún entrelazados por los brazos de él.Por un momento, Francesca sonrió, pero justo después, todo rastro de alegría se esfumó de su rostro.

-¿Que pasa?-pregunto el chico con el entrecejo fruncido por la confusión.

-No dejo de pensar en que... mi hermana.... ella... ella no se merece todo esto.

-¿A que te refieres?- era cierto, no había sabido mucho de Juliette desde hacía semanas, pero la última vez que la había visto, su vida era tan perfecta como siempre.

-Ella... es injusto que tenga que casarse con ese tal Flain. Me parece tan... arrogante- la chica golpeó el suelo con furia clavandose así, una espina que se retiró del mismo modo y se incorporó nuevamente. -Mi madre la presiona mucho, es muy injusto, solo es una niña. ¡No puedo imaginar los planes que él tiene para ella!, ¡es todo un patán!, y ella en cambio es... un cristal delicado que merece ser tratado como tal. Sé que significa prosperidad y renombre para nuestra famillia, ¡nuestro pueblo!, pero no lo soporto. A veces me gustaría ser yo quién deba pasar por ello, no Juliette.

-De ser así no podríamos estar juntos. Tu hermanita estará bien- le aseguró él sin creerselo y hundió su cabeza en el pelo de Francesca. No estaba enterado del compromiso de Juliette, y pensó que no debía importarle, aunque no era así.

Ellos se habían cruzado cuando eran niños en el mercado y desde ese día habían sido buenos amigos. Que se enamoraraa de Francesca años mas tarde, solo era una casualidad. Una grata casualidad, pensaba.

-Creo que podemos solucionarlo- comentó vacilando un poco. Esperó la respuesta de ella, y cuando vió una sonrisa, la abrazó mas fuerte.

-Te quiero, Oliver, demasiado.- le dijo ella acurrucandose en el cuerpo de su amado. Seguro eso, sería divertido.