darkness.

A veces, pienso que sola no puedo; pienso, que sin familia, me rendiré más rápido, que, ahora que ya no tengo nada, seré débil, y un simple punto en la nada, más ahora, no es así. Me gano la vida como lo haría cualquier chica infeliz sin dinero, sin familia, sin… Nada.

   Soy Dylan Wilde, una chica de dieciocho, con una porquería de vida.

   Ahora, me encuentro en el cementerio, tratando de encontrar a las personas que me hicieron feliz durante los últimos dieciséis años. Mis padres.

Mamá era una mujer adorable, que jamás me abandonó.

Papá, era el hombre más sencillo y humilde que conocí jamás.

   Sin embargo, ya no estaban conmigo, ya no los tenía, ya no eran parte de mí.

   Necesitaba de ellos, necesitaba su apoyo, su amor, su calor, para poder estar a salvo. Para sentirme a salvo.

   Miro ambas piedras, con sus nombres grabados en ellas. Caroline Jefferson & Michael Wilde. 1970-2013.

   “Solo fue un accidente, todo estará bien.” Ellos, no murieron en uno.

Fueron en busca de algo peligroso, algo que, no puedes tocar, ni atrapar. Algo que se ve, más sin embargo, es difícil de conseguir.

   La Obscuridad.

Camino por las calles abandonadas de Seattle. Soy la única que camina por ahí, al menos, es lo que creo.

   Una anciana de cabellos blancos se acerca a mí, tratando de venderme una cajetilla de cigarros. ¿Quién cree que soy? ¿Una drogadicta? Pienso desconcertada. Me alejé de ella con pasos rápidos, tratando de encontrar un lugar en el cual mantenerme a salvo.

   Me dirigí a un puesto con un toldo verde. El olor a tabaco se sentía desde afuera; no me importó y entré, necesitaba algo fuerte correr por mi garganta.

   Me senté en una de las sillas frente a la barra de bebidas, solo había unas cuantas mujeres ahí, y yo era parte de ellas.

— ¿No eres muy joven para estar aquí?– preguntó un joven de estatura alta, castaño, ojos verdes como aceitunas con una enorme sonrisa en sus labios. No debía de hablar con nadie; no lo conozco y él no me conoce.

— No, tengo dieciocho años, sé cuidarme sola.- comenté dándome la media vuelta, ignorándolo, y viendo al bar man. — Whiskey Escoses, por favor…– pedí con una sonrisa débil, y el chico de unos segundos atrás, se acercó a mí.

— Soy Brooklyn, Brooklyn Di’zong. – extendió su mano hacia mí en forma de saludo.

— Pues, hola y adiós, Brooklyn. – le dije recibiendo la pequeña copa de whiskey y bebiéndolo poco a poco.

— Puedes decirme Brook, si quieres. – tomó mi hombro y un escalofrío recorrió mi espalda completamente.

— No, no puedo decirte Brook, y no, no quiero decirte así. – me levanté del asiento en el que me había sentado al llegar, y salí del local.

   Ya no puedes beber a gusto. Pensé con frustración.

   Al dirigirme a casa, me encontré con la misma anciana, queriéndome vender la cajetilla de cigarros; la ignoré de nuevo y llegué a casa.
  
   Mi pequeño compañero de vida ya me esperaba en la puerta de entrada. Un hermoso gatito color negro, de nombre boogie, al que mi padre solía cambiarle el nombre a yordie, floppy, torie e incluso a bobby.
 
   — Hola, boog. – le saludo cuando lo encuentro ronroneando y rascándose en mis piernas.
 
   Me mira con sus grandes ojos color ámbar y maúlla tres veces. Me dirijo a la cocina, me siento en una de las sillas de ahí y miro hacia la nada.

   El sonido del teléfono de casa me hace dar un brinquito del susto.

   Me dirijo a la sala, bufando frustrada.

— Aló. – contesto

— ¿Dy? – dicen del otro lado y sé que es mi tía Beatriz, quien ha estado al cuidado de mí desde que mis padres “murieron”

— Sí, soy yo, Sha. – le llamo por el apodo que papá la dio cuando niños

— Tenemos problemas.

holis: