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lo unico que pido es que estes en mi corazon
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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lo unico que pido es que estes en mi corazon
☆ FICHA
☆ Nombre: LO UNICO QUE PIDO ES QUE ESTES EN MI CORAZON
☆ Autor: YO
☆ Adaptación: SI DEL LIBRO " ESCUCHARAS MI CORAZON"
☆ Género: Romance,
☆ Advertencias: POR EL MOMENTO NINGUNA.
☆ Otras páginas: No
☆ Autor: YO
☆ Adaptación: SI DEL LIBRO " ESCUCHARAS MI CORAZON"
☆ Género: Romance,
☆ Advertencias: POR EL MOMENTO NINGUNA.
☆ Otras páginas: No
SINOPSIS
_________tiene dieciocho años y padece una grave enfermedad
del corazón. El deterioro de su estado de salud hace que ella y
su familia deban trasladarse a Italia, donde, según les han
contado, tendrán más posibilidades de encontrar un donante.
zayn es un chico italiano de la misma edad que ______
cuya vida está marcada por las broncas continuas de su padre,
los malos resultados en el instituto y las salidas alocadas con
sus amigos. La vida de ambos cambia radicalmente cuando se
conocen. Al ritmo dramático de la enfermedad de ____, se
enamorarán y hallarán aquello que les faltaba: a ________, las
ganas de vivir; a zayn, un motivo para hacerlo…
Prólogo
Una noticia inesperada. Atroz. De esas que no dejan escapatoria y que nunca querrías escuchar.
Que hacen que te preguntes qué harías si te sucediera a ti.
Así nace la empatía entre el lector y Giorgio Luciani. Él, un hombre como tantos otros, de unos
cuarenta años, un italiano que reside en el extranjero, que tiene un buen trabajo en un banco,
está a punto de vivir una pesadilla.
Todo es normal, o al menos él trata de que lo parezca. Desde hace años. Desde que nació su
hija _____, hoy una joven hermosa de dieciocho años. Hasta que la vida decide barajar más las
cartas y cambiar de juego. Colapsado en todos los sentidos, en pocas horas tiene que
reinventarse la vida, para lograr que le queden incontables días que compartir con su familia,
a ser posible felices. Para defender a su hija. Para salvarla. Para convencerla de que la vida es
maravillosa. Para buscar algo que a los demás les parece imposible encontrar.
Un hilo de esperanza. Débil. Pero el único posible. Ese es el núcleo de esta novela, la trama de
esta historia. Es difícil ir a contracorriente cuando parece que ya no hay salidas. Es difícil echar
tierra sobre todo y empezar de nuevo en otro lugar, lejos, en la Toscana, en Cecina, para ser
exactos, sin siquiera poder dar explicaciones, sin saber si valdrá la pena. Una apuesta contra el
tiempo, una condena a muerte contra la que no cabe recurrir porque ninguna ley terrenal
puede brindar ese tipo de justicia.
. La hija de dieciocho años, _____, guapa, graciosa, justo ahora descubriendo todo
sobre la vida, inconsciente de la broma que la misma vida le está gastando. El instituto. Los
amigos. El amor de un príncipe que le regala lo más sencillo y preciado: una concha. Un príncipe
que le ha robado el corazón, ese corazón tan frágil. Un diario rosa en el que escribir sobre todo.
Por ejemplo, sobre un nuevo amor. El de un príncipe diferente, nuevo, hijo del litoral toscano,
Zayn javadd Malik al que llaman zayn desenfadado e irónico, generoso y único. Capaz de amarla
como nadie lo ha hecho jamás, de luchar hasta lo imposible por ella, de hacerla reír a
carcajadas.
La esposa, Ambra, activa, dulce, enamorada, al lado de Giorgio desde hace tiempo, compañera
y apoyo irreemplazable de una aventura que indaga a fondo y saca a la luz recónditos aspectos
humanos muy a menudo adormecidos y latentes, madre afectuosa que apoya a su hija en sus
dificultades más o menos corrientes. Y, por último, Giorgio, combativo a su pesar, en busca de
la mejor solución, hasta que llegue el verdadero héroe de esta historia para brindarle la
respuesta. La más inesperada. La más maravillosa y completa.
Y el juego de la vida sigue y decide la enésima inversión de los papeles, el sacrificio extremo que
pone en la balanza el amor por alguien y el propio bien. Un bien que hay que reinterpretar, sin
embargo, a la luz de un gesto magnífico para el que ninguna gratitud es excesiva, una decisión
que recuerda al lector una problemática de gran actualidad sobre la que nunca se reflexiona
bastante.
capitulo 1
Hospital San Elías, Bogotá, Colombia
Silencio en la habitación. El señor Luciani miraba alrededor, tratando de rebajar la tensión.
Entraba poca luz por la ventana, probablemente a causa de las cortinas, que, al ser muy
oscuras, impedían el paso de los rayos de sol.
Los muebles eran de caoba, de talla muy recargada, seguramente de época.
En las paredes había cuadros muy grandes, de diferentes estilos, colocados al azar, alguno un
poco torcido; se diría que se llevaban a matar.
En una mesita de un rincón, junto a un pequeño Buda de madera, había una estatuilla de la
Virgen con agua bendita.
Por último, en el suelo, una pesada alfombra persa daba a la habitación un aspecto todavía más
sombrío y recargado.
«Es raro —pensó— que un médico tenga tan poco gusto en la decoración.»
Pero en el fondo no era cosa suya ocuparse de los muebles.
Un leve tictac rompió el silencio: un viejo reloj en un rincón del escritorio, a lo mejor también
comprado por azar.
Observó durante un instante al hombre que estaba sentado delante de él. Tenía la frente
arrugada y examinaba con atención unas hojas. Casi parecía no prestarle atención.
En el intento de calmarse se puso en pie, se acercó a la ventana y con una mano retiró la
cortina, casi como si quisiera descubrir un nuevo mundo.
Mientras se frotaba los músculos rígidos del hombro miró fuera, hacia la calle. Los coches
pasaban raudos por el asfalto, con la prisa de ir quién sabe dónde, a hacer quién sabe qué. En la
acera los peatones esperaban pacientemente a que el semáforo se pusiese verde para cruzar.
Una madre estaba consolando a un niño que lloraba, a lo mejor quería un juguete nuevo. Unas
chicas reían y bromeaban delante del escaparate de una tienda de ropa. Llevaban a la espalda
la mochila del colegio, quizá se aprestaban a regresar a casa después de muchas horas de clases
aburridas, o quizá quedaban con una amiga para estudiar juntas.
Destellos de vida lejanos, acunados por la música del tiempo, vidas que no nos pertenecen,
pero que, por un motivo u otro, se cruzan con la nuestra. Ya, la nuestra.
El señor Luciani se dio cuenta de que su aliento había empañado la fina lámina de cristal, lo que
le impedía seguir observando, y bajó la cortina como si fuera un telón.
Se preguntó qué hora era y miró el reloj: las 16.47.
Habían pasado más de diez minutos desde que había entrado en esa habitación. Quién sabe
cuánto tendría aún que esperar.
Al volverse, advirtió que el doctor Kovacic lo estaba mirando con gesto más bien preocupado.
Suspiró él también; luego se dio ánimos y exclamó:
—¿Y bien, doctor?
Y volvió a sentarse en la silla.
—Por desgracia, lo que me dispongo a decirle no va a gustarle. He examinado atentamente los
resultados de las últimas pruebas y…
Siguieron unos minutos de silencio. El señor Luciani comprendió que el médico estaba
buscando las palabras apropiadas para afrontar el tema y empezó a jugar nerviosamente con
los botones de la chaqueta.
Observó con atención a aquel hombre de barba y pelo entrecanos, buscando entre las arrugas
de su rostro un destello de esperanza. Pero no lo encontró.
—Lo siento —continuó el doctor—, pero ya no hay nada que hacer. Seré sincero, no le queda
mucho tiempo de vida.
Giorgio Luciani empalideció de pronto, sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, trató
de mantener la calma, pero por mucho que se esforzaba no pudo evitar que la voz le temblase
mientras preguntaba:
—¿Cuánto… cuánto tiempo?
—Cinco…, seis meses a lo mucho. No más. La enfermedad avanza velozmente y, aunque parezca
que no hay más síntomas, las pruebas en realidad son elocuentes. La situación se ha agravado
mucho, el corazón está visiblemente dañado. Ya hemos hecho todo lo posible, de verdad, no
quedan más opciones. A menos que…
El doctor Kovacic se interrumpió titubeante. No sabía si continuar hablando.
El aire de la habitación se hacía cada vez más pesado, casi irrespirable, y la tensión no le
permitía a Luciani mantener su habitual compostura.
—¿A menos que…? —estalló nervioso por tanta vacilación—. Continúe, doctor, se lo ruego, a
menos que… ¿qué?
El médico, que comprendía bien el estado de ánimo del hombre, decidió proseguir.
—Bien, verá, a decir verdad sí que habría una posibilidad, pero no quisiera darle falsas
esperanzas; en realidad es muy difícil encontrar un corazón en tan poco tiempo, y además hay
que tener en cuenta que…
El doctor Kovacic calló de nuevo y empezó a buscar nerviosamente algo en el cajón del
escritorio.
Esa enésima interrupción puso todavía más a prueba los nervios del señor Luciani. Incapaz de
permanecer sentado, se levantó de golpe y volvió a la ventana. Intuía que no iba a gustarle
nada lo que se disponía a decirle. Por eso, casi como si quisiera evitar una respuesta que se
anunciaba definitiva, apartó de nuevo la cortina y con voz temblorosa dijo:
—En fin, doctor, no consigo seguirlo, ¿qué está tratando de decirme, hay una esperanza?
—Por favor, cálmese y escúcheme… —respondió el especialista mientras cerraba el cajón,
afligido por no haber encontrado lo que estaba buscando.
—Realmente sí, aunque remota, sí que habría una posibilidad: se podría intentar un trasplante.
Sin embargo, como le decía, hay que tener en cuenta el hecho de que desgraciadamente en
nuestro país hay muy pocos donantes, de modo que ya resulta difícil encontrar un corazón
cuando se tiene tiempo. ¡Imagínese en su caso, cuando es cuestión de pocos meses! La única
esperanza sería la de ir al extranjero, pero aquí se sumaría el problema de la nacionalidad.
—¿El problema de la nacionalidad? —repitió el señor Luciani—. ¿A qué se refiere?
—Me explicaré mejor. Aunque se trasladara a un país con un mayor número de donantes,
siempre gozan de preferencia los ciudadanos del país; eso significa que usted tendría más
posibilidades que aquí, pero no tantas como para albergar auténticas esperanzas. En definitiva,
lo que estoy tratando de decirle es que a estas alturas solo la puede salvar un milagro. Me
apena mucho, pero esta es la situación.
En silencio, el señor Luciani se volvió y miró de nuevo por la ventana. Una brisa fría hacía vibrar
el cristal, sin penetrar en la habitación.
Elevó los ojos hacia el cielo, un cielo gris que amenazaba lluvia, adornado con nubes negras
orladas por la luz rojiza del sol que se apresta al ocaso.
Mientras en su mente seguían sonando y repitiéndose, como un remolino imparable, las
palabras del médico, un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, como si se negase a colaborar.
Haciendo esfuerzos para mantener una aparente lucidez, sin volverse, decidió dar voz a esa
idea que le rondaba en la cabeza pero que no se atrevía a expresar, tal vez por miedo a perder
también la última esperanza.
—¿Cuál es la situación en Italia? —preguntó apretando los puños.
—¿Perdón? —contestó el médico, que no comprendía adónde quería llegar el señor Luciani.
—Quiero decir, ¿cuál es la situación en Italia en relación con la donación de órganos? —insistió.
—Bueno, verá, si no me equivoco, Italia se cuenta entre los países con mayor número de
donantes. Pero ¿por qué me lo pregunta?
Giorgio Luciani no respondió.
Miró su débil reflejo en el cristal de la ventana. Un hombre como tantos otros, de unos
cuarenta años, un honesto trabajador que tenía una familia que lo estaba esperando en casa,
una esposa y una hija maravillosas a las que quería más que a nada en el mundo.
La vida, a fin de cuentas, hasta entonces solo le había dado alegrías. Añoraba ahora momentos
que parecían lejanos e irrepetibles. Sabía perfectamente que esa serenidad por la que él y su
familia habían luchado tanto había desaparecido para siempre.
El ruido de las gotas de lluvia que tamborileaban con insistencia sobre el cristal lo sacó de sus
pensamientos. Un sonido que para él solía ser relajante y placentero ahora le parecía triste y
amenazador.
Sin levantar la vista del suelo volvió al escritorio y recogió sus cosas de la silla, el abrigo y el
maletín, del que sacó el paraguas.
Cuando ya estaba en la puerta, su hija lo había seguido por las escaleras de casa para dárselo,
temiendo que lloviese y que se mojase.
—¡Papá! No querrás resfriarte… —había exclamado con los brazos en jarras y con una cara
como la que ponía su madre cuando lo reñía.
Él le había dado un beso en la mejilla y la había abrazado con fuerza para darle las gracias.
Una pequeña e imperceptible sonrisa se dibujó en el rostro del señor Luciani cuando, mirando
al especialista a los ojos, le preguntó:
—¿Usted cree en los milagros?
El médico no respondió a la pregunta y se encogió de hombros, como diciendo que no lo sabía.
Luciani, ya en el umbral, sencillamente dijo:
—Yo sí. Mi familia y yo tenemos nacionalidad italiana.
Cerró la puerta tras de sí, bajó los pocos escalones que conducían a la calle y se encaminó hacia
su casa.
Gotas de lágrimas amargas se mezclaban con la lluvia de aquella triste tarde de enero.
___________________________________________
Última edición por candymalik el Mar 23 Dic 2014, 4:34 pm, editado 2 veces
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CAPITULO 2[/size]
—¿Diga?
—¡Hola, ______!
Esa llamada había encendido una pequeña luz dentro de ella…
—¡Hola! ¡Dame un segundo para que cambie de teléfono! —le dijo _______al chico que tomaba
clases particulares de italiano con la perspectiva de una futura licenciatura en lenguas, y
aprovechaba cualquier momento para practicar con ella.
desde la otra habitación se oyó gritar:
—Cariñooo… ¿Quién llama?
—¡Es para mí, mamá, es HelenHelen!
________ tapó con una mano el auricular mientras le gritaba a su madre. Un leve rubor le subió a
las mejillas. No estaba nada bien mentir a una madre, eso lo sabía, pero no le apetecía
explicarle quién estaba al otro lado de la línea, ni que era alguien que estaba esperando
pacientemente contarle que había marcado dos goles en el partido de fútbol sala del instituto.
Que confiaba en que le creyese. Y que, para celebrarlo, o quizá solo para mitigar la mala
conciencia, quería llevarla al muelle a tomar un helado.
—Dale recuerdos de mi parte… y dile que venga a cenar mañana con sus padres. —La voz de su
madre se volvía peligrosamente cercana.
—Claro, descuida, se lo diré, no te preocupes.
Ya no hacía falta gritar, dado que su madre había llegado al salón.
—Subo a hablar a mi habitación.
Una sonrisa radiante con treinta y dos dientes, la sonrisa de quien está contando una mentira.
Una mentira inocente, es cierto, pero de todas formas una mentira.
—Vale, como prefieras.
La mujer observó con atención a su hija, que corría escaleras arriba, disimulando a su vez una
pequeña sonrisa.
Claro, ella también había sido adolescente. Ella también le había escondido a su madre el
destinatario de las kilométricas cartas que escribía, es decir, su actual marido.
Un clásico. Seguramente se había dado cuenta. O a lo mejor no, a lo mejor se lo había tragado.
Quién sabe. Mira que los padres sí que saben hacerse los misteriosos.
Durante los momentos dedicados al estudio, en el silencio de su pequeña habitación, cuántas
páginas había llenado de corazones y de promesas para mandárselas a Giorgio. Ambra
rememoró durante un instante las veces que su madre, fingiendo indiferencia, pasaba como sin
querer detrás de ella para echar un vistazo furtivo a lo que le escribía a su novio. Rauda, ella
tapaba con una mano la hoja y sus palabras de amor secretas, experimentando un bochorno
presumiblemente parecido al que acababa de sentir ______
La mujer esperó a que la chica se hubiese alejado por las escaleras y cogió el otro teléfono
inalámbrico. También sus mejillas se tiñeron de rojo, y no era por el colorete. Pero ¿qué estaba
haciendo? Espiaba las conversaciones como cuando era una cría y llamaban por teléfono a su
hermana…
Se apresuró a colgar y reculó, pensando que llamaría ella misma a la madre de Helen para esa
invitación a cenar. Helen era la mejor amiga de______, una amistad única como solo se puede
tener a esa edad
—¿Diga?
—¡Hola, ______!
Esa llamada había encendido una pequeña luz dentro de ella…
—¡Hola! ¡Dame un segundo para que cambie de teléfono! —le dijo _______al chico que tomaba
clases particulares de italiano con la perspectiva de una futura licenciatura en lenguas, y
aprovechaba cualquier momento para practicar con ella.
desde la otra habitación se oyó gritar:
—Cariñooo… ¿Quién llama?
—¡Es para mí, mamá, es HelenHelen!
________ tapó con una mano el auricular mientras le gritaba a su madre. Un leve rubor le subió a
las mejillas. No estaba nada bien mentir a una madre, eso lo sabía, pero no le apetecía
explicarle quién estaba al otro lado de la línea, ni que era alguien que estaba esperando
pacientemente contarle que había marcado dos goles en el partido de fútbol sala del instituto.
Que confiaba en que le creyese. Y que, para celebrarlo, o quizá solo para mitigar la mala
conciencia, quería llevarla al muelle a tomar un helado.
—Dale recuerdos de mi parte… y dile que venga a cenar mañana con sus padres. —La voz de su
madre se volvía peligrosamente cercana.
—Claro, descuida, se lo diré, no te preocupes.
Ya no hacía falta gritar, dado que su madre había llegado al salón.
—Subo a hablar a mi habitación.
Una sonrisa radiante con treinta y dos dientes, la sonrisa de quien está contando una mentira.
Una mentira inocente, es cierto, pero de todas formas una mentira.
—Vale, como prefieras.
La mujer observó con atención a su hija, que corría escaleras arriba, disimulando a su vez una
pequeña sonrisa.
Claro, ella también había sido adolescente. Ella también le había escondido a su madre el
destinatario de las kilométricas cartas que escribía, es decir, su actual marido.
Un clásico. Seguramente se había dado cuenta. O a lo mejor no, a lo mejor se lo había tragado.
Quién sabe. Mira que los padres sí que saben hacerse los misteriosos.
Durante los momentos dedicados al estudio, en el silencio de su pequeña habitación, cuántas
páginas había llenado de corazones y de promesas para mandárselas a Giorgio. Ambra
rememoró durante un instante las veces que su madre, fingiendo indiferencia, pasaba como sin
querer detrás de ella para echar un vistazo furtivo a lo que le escribía a su novio. Rauda, ella
tapaba con una mano la hoja y sus palabras de amor secretas, experimentando un bochorno
presumiblemente parecido al que acababa de sentir ______
La mujer esperó a que la chica se hubiese alejado por las escaleras y cogió el otro teléfono
inalámbrico. También sus mejillas se tiñeron de rojo, y no era por el colorete. Pero ¿qué estaba
haciendo? Espiaba las conversaciones como cuando era una cría y llamaban por teléfono a su
hermana…
Se apresuró a colgar y reculó, pensando que llamaría ella misma a la madre de Helen para esa
invitación a cenar. Helen era la mejor amiga de______, una amistad única como solo se puede
tener a esa edad
- [size=16]Helen es una chica Alta, buen cuerpo, con buenas curvas. Ojos azules, cabello castaño hasta la cintura con ondulaciones en las puntas. Mejillas rosadas, labios rojos y carnosos. Una sonrisa cautivadora, facciones finas, tez blanca.Alta, buen cuerpo, con buenas curvas. Ojos azules, cabello castaño hasta la cintura con ondulaciones en las puntas. Mejillas rosadas, labios rojos y carnosos. Una sonrisa cautivadora, facciones finas, tez blanca. Tímida, cuando la conoces es caritativa, tierna, pervertida, bipolar, extrovertida, de todo un poco. Adoro hacer reír a las personas. Amorosa, sencillaAmorosa, sencilla[/size]
Parecían de acuerdo en todo, era una simbiosis casi perfecta; si bien en ese
momento indudablemente no era ella quien estaba al teléfono.
Por otro lado, ¿qué esperaba? Su hija tenía un físico bonito, era alta, espigada, morena y de
ojos verdes esmeralda. Tenía el pelo muy lacio, recortado sobre los hombros, y un aspecto tan
frágil que parecía que fuese a romperse en cualquier momento.
Precisamente por eso su padre Giorgio la llamaba «mi maravillosa muñeca de porcelana»:
bonita, dulce y frágil.
Había cambiado en muy poco tiempo. Hasta hacía pocos meses parecía una niña, mientras que
ahora, con la lozanía de toda su estupenda belleza, se había convertido en toda una mujer,
joven y fascinante. Era normal que tuviese admiradores. ¡Ella también los había tenido a su
edad!
Sonriendo ante ese recuerdo de juventud, sacó del bolsillo el móvil para hacer aquella llamada,
pero se olvidó en cuanto regresó a la cocina, cuando vio el gran reloj colgado en la pared
—odiaba aquel molesto e insistente ruido de agujas—, y se preguntó por qué tardaba tanto su
marido. Solía avisar si había tenido algún percance.
Pensó por un momento en llamarlo para asegurarse de que todo estaba bien. Menú. Agenda.
¿Y ahora? ¡Ah, sí!
Los nombres pasaban rápido por la pantalla a color. Por qué insistía tanto su hija en que debía
tener un móvil de última generación, con todos los adelantos tecnológicos, si ella a duras penas
llegaba a hacer algunas llamadas, muy a menudo sin éxito. No había nada que hacer, nunca se
había llevado bien con la tecnología.
Ay, los buenos tiempos de las cartas escritas a mano… Había que reflexionar antes de escribir,
se buscaban las palabras más complicadas y ampulosas, las metáforas más atinadas. Iban a
parar a la papelera o al suelo montones de hojas hechas una bola después de horas de intentos,
mientras las blancas reposaban sobre la mesa, esperando ser escritas.
Pero ahora, con los correos electrónicos y los mensajes, el papel de carta perfumado de
lavanda con dibujitos estaba guardado en las estanterías de la memoria.
Apretó con el índice el botón de la izquierda y se acercó el móvil al oído, esperando oír a su
marido. Se sorprendió bastante cuando una voz femenina y un poco áspera le informó
amablemente de que el teléfono podía estar apagado o fuera de cobertura.
Un vuelco del corazón. ¿Le habría pasado algo? ¿Algo grave? ¡No! Procuró no ponerse nerviosa,
ya otras veces le había costado ponerse en contacto con Giorgio. Como una niña, comenzó a
remedar la vocecita del teléfono: «El usuario al que ha llamado…». Supuso que lo habrían
retenido en la cita de trabajo a la que había tenido que ir esa tarde, de modo que no había
motivo de preocupación. Imprevistos así se presentaban con mucha frecuencia en su trabajo, y
ella lo sabía perfectamente.
Logró tranquilizarse y se guardó el móvil en el bolsillo; empezó entonces a desmenuzar las
patatas y las zanahorias, y a canturrear alegremente uno de sus temas preferidos, como hacía
siempre que trajinaba con los fogones.
Ya era casi la hora de cenar cuando su marido entró, pero ella estaba tan atareada y absorta en
sus pensamientos que no advirtió que la puerta de la calle se abría y se cerraba, ni que él había
entrado en la cocina.
—¡Giorgio! —exclamó en cuanto lo vio—. ¡Por fin! ¡Estaba preocupada! He tratado de llamarte,
pero tenías el móvil apagado. La cena está lista. ¿Cómo te ha ido? ¿Te has mojado? ¿Has visto
qué tiempo? Menos mal que ______ te ha dado el paraguas, porque si no te habrías…
Calló bruscamente al reparar en los ojos hinchados y enrojecidos de su marido y en su aspecto
cansado y desconsolado. Había estado tan concentrada en remover el estofado en la cacerola
que ni siquiera le había dirigido una mirada.
—Pero… —continuó preocupada y a la vez asustada—. ¿Qué te pasa? ¿Ha ocurrido algo?
Tras secarse las manos en el delantal rojo y azul, se acercó a él y le acarició dulcemente la
mejilla helada.
El hombre no respondió. Se quitó el abrigo, dejó el maletín en el suelo y abrazó a su mujer con
tal fuerza que casi la asfixia.
—Ahora no, Ambra, te lo ruego —le susurró al oído—. Dile a ____ que estoy muy cansado y
que quiero descansar. Te espero arriba, después de que cenéis. No tengo hambre. No me
apetece comer. Solo quiero estar un rato a solas. Necesito reflexionar.
La señora Luciani se quedó un poco sorprendida. Tuvo la tentación de preguntarle enseguida a
su marido qué era lo que pasaba, pero decidió respetar su decisión, limitándose a asentir y a
besar a Giorgio, que en silencio subió las escaleras y se encerró en su dormitorio.
Había dado vueltas toda la tarde por la ciudad sin rumbo, en busca de respuestas, en busca del
valor necesario, pero sobre todo en busca de alguien que lo pudiese ayudar. En el fondo ya lo
sabía. Solo Dios podría hacerlo. Y nadie más. Lo sabía perfectamente. Pero ¿dónde encontrarlo?
Él, que tiene tanto que hacer, ¿iba acaso a escuchar las plegarias de un pobre hombre? A lo
mejor, quién sabe, podía darle esas respuestas y ese valor. Sin duda, porque Él es Aquel que lo
puede todo. A lo mejor, en el silencio de su dormitorio, si se lo pedía, Él lo escuchaba. Qué pena
acordarse de Él solo en momentos así. Pero qué le iba a hacer. Tenía que intentarlo. Se entregó
a una profunda y larga meditación.
Sin saber bien qué pensar, tras haberlo seguido con la mirada, Ambra recogió las cosas de su
marido y las llevó a la entrada. Colgó el abrigo en el perchero, dejó el maletín junto a la mesita
de las llaves y metió el paraguas en el paragüero, asombrada de que su marido, habitualmente
tan ordenado y meticuloso, lo hubiese dejado goteando en el suelo. Fue inmediatamente a la
cocina por un trapo; luego, de vuelta en el vestíbulo, secó el suelo.
Mientras tanto, _____ por fin había terminado su charla, ciertamente animada a causa de ese
puñetero fútbol sala que le quitaba tanto tiempo, decididamente demasiado. Un fútbol sala
que en realidad tenía otro nombre, y encima dos piernas, dos brazos, pelo lacio, rubio y largo, y
un corazón que latía furiosamente cada vez que él marcaba un gol dentro de ella. Pero eso, por
supuesto, _____ no podía saberlo.
Con la cara todavía enfurruñada volvió al salón y se sumergió de nuevo en la lectura de la
revista que había dejado en el sofá. Un poco aburrida y desanimada por el mal tiempo y por la
típica testarudez masculina, al oír los pasos de su madre en el pasillo la fue a buscar a la
entrada, bostezando y arrastrando los pies. Sorprendida de verla arrodillada en el suelo, le
preguntó qué estaba haciendo, pero sobre todo a qué hora iban a cenar.
—¡Anda, ven!
Ambra se levantó del suelo, la agarró de la mano y fue hacia la cocina.
—La cena está casi lista. ¿Me ayudas a poner la mesa? ¡Y no camines así, sabes que lo detesto!
¡No es nada elegante!
—¿Así cómo, perdona?
—¡Arrastrando los pies por el suelo, lo sabes perfectamente! Bueno, ¿te encargas tú de poner
la mesa?
—¡Uf! ¿Cuándo te decidirás a tener una asistenta? ¡Todas mis compañeras tienen una! ¡Y no
creo que precisamente papá no pueda permitírselo!
—¿Y luego qué haría yo todo el día? Me aburriría, ¿no te parece? Te he explicado mil veces que
no me gusta tener a nadie en casa a mis órdenes y que me encanta ocuparme de mis cosas.
Estoy hecha así. Puede que tú también debas empezar a hacer algo, ya que a duras penas sabes
cocer un huevo duro. Ya es hora de que aprendas al menos a cocinar… ¿Cómo te las arreglarás
cuando te cases?
—¡Vale! ¡Vale! ¡Descuida, me compraré uno de esos cursos en DVD o lo aprenderé todo de ti
una semana antes de la boda! Por ahora queda tiempo, no tienes por qué alarmarte tanto.
Cumplí dieciocho años el mes pasado, diría que es inútil vendarse la cabeza antes de
rompérsela, ¿no? Y ahora vamos a cenar, por favor. ¡Me muero de hambre! Pero… ¿y papá?
¿Todavía no ha vuelto? He visto sus cosas en la entrada, pero no lo he oído llegar.
—Ha llegado hace poco, pero ha subido al dormitorio porque no se encontraba bien. ¡Con este
tiempo y con esta lluvia habrá cogido un buen resfriado!
—Sabía que iba a caer enfermo. ¡De no ser por mí, que le he dado el paraguas, se habría calado
hasta los huesos!
—Pues sí, últimamente está un poco despistado. No sé qué le está pasando, puede que estos
días esté trabajando más de la cuenta.
Ambra recordó un poco preocupada la expresión de su marido cuando había entrado.
Seguramente estaba ocurriendo algo raro.
—¡Pensemos en el lado positivo, esta noche al menos nos libraremos de esos antipáticos
concursos con premios que ve él a la hora de la cena! —dijo _____ sacando del cajón los
cubiertos y colocándolos sobre la mesa.
—Mira que tienes razón, no sé cómo puede gustarle tanto eso. Y es incapaz de perdérselos una
sola noche…
—¡Pues sí! ¡Qué coñazo!
Riendo, Ambra le dio a su hija una leve colleja en la nuca, luego cogió la cacerola humeante del
fogón y la llevó a la mesa procurando no quemarse.
—Venga, será mejor que cenemos. ¡E intenta evitar esas frases delante de tu padre! Sabes
perfectamente lo que piensa de tus coloridas expresiones…
—¡Ay, qué coñazo! ¡Solo he dicho qué coñazo!
Ambra abrió los brazos y elevó los ojos al cielo.
—Pues eso.
—¡Uf, mira que sois anticuados!
Madre e hija se sentaron a la mesa, una riendo y la otra resoplando. Luego Ambra continuó,
mientras llenaba los platos de estofado:
—Cuéntame qué has hecho hoy.
—Nada especial… La vida de siempre, las cosas de siempre, el aburrimiento de siempre
—respondió la chica, un poco enfurruñada—. Nunca hay novedades, nunca ocurre nada
diferente…
La madre sonrió ante aquella afirmación y pensó que, en efecto, su vida era últimamente un
poco monótona. A buen seguro ninguna de las dos se habría imaginado jamás cómo toda su
vida iba a cambiar drásticamente en muy poco tiempo.
—Mamá, enciende el televisor, por favor. A esta hora ponen ese programa, ¿cómo se llama?
Ese con todos los chismes sobre los vips que papá nunca nos deja ver, porque a él no le gusta
—exclamó_____ con la boca llena, dándose puñetazos en el pecho para no atragantarse.
Ambra no entendió ni una palabra de lo que le decía su hija, y se apresuró a llenarle el vaso de
agua para ayudarla a tragar la comida.
Al final, por acabar antes y sin haber aún tragado, _____ se levantó, cogió el mando del
televisor y lo encendió.
La cena prosiguió así, entre frivolidades, chismes y muchas carcajadas cómplices entre madre e
hija, con algunas palabrotas de más, rigurosamente seguidas de una leve torta en las manos o
en la nuca dada con libre desahogo, en vista de la ausencia de Giorgio.
Al terminar de cenar, ____ le echó una mano a su madre. Recogió la mesa y colocó la vajilla en
el fregadero, barrió el suelo y luego desapareció, por temor a que le encargara más tareas.
La mujer fregó y secó bien los platos, limpió con igual esmero toda la cocina, y una vez que
hubo terminado se quitó el delantal, preparó una bandeja con la cena para su marido y fue a
verlo a la planta de arriba.
Lo encontró echado en la cama, las manos detrás de la cabeza y la mirada perdida en el techo.
La luz tenue de la lámpara dejaba la habitación un poco en penumbra, y también su rostro. No
se había quitado la ropa ni los zapatos, tenía los ojos cerrados y parecía que estaba dormido.
Pero ella sabía que no, y después de más de veinte años de matrimonio no tenía sentido
recriminarlo por haberse tumbado en la cama con los zapatos puestos.
La mujer dejó la bandeja en la mesilla de noche y se sentó en la cama, al lado de su marido, que
le hizo sitio.
—Amor… —lo llamó delicadamente en voz baja, poniéndole una mano ligera sobre el
hombro—. Te he traído algo de comer.
Con una sonrisa forzada, Giorgio respondió que comería más tarde.
—¿Ocurre algo? Hoy estás muy raro —preguntó ella, cada vez más preocupada.
Era muy extraño que su marido no tuviese apetito, eso pasaba muy rara vez, y cuando sucedía
era siempre por algún motivo grave.
—No, tranquilízate, solo estoy cansado.
—¿Y por qué tienes los ojos rojos e hinchados?
—No es nada, solo un leve resfriado —mintió, tratando de evitar la mirada de su mujer—.
Anda, intentemos dormir, que estoy cansado —añadió para eludir el interrogatorio.
Ella simplemente asintió, poco convencida de la respuesta y de su actitud. En silencio, ambos se
prepararon para dormir.
Ambra apagó la lámpara. Ahora solo iluminaba el dormitorio la luz de la luna.
Pasaron muchas horas, y Giorgio seguía dando vueltas en aquella cama que parecía llena de
clavos, asfixiado por una manta que lo oprimía como si fuese de cemento. Trataba de encontrar
un poco de alivio y consuelo al menos en el sueño, pero esa noche nada hubiera podido
serenarlo, después de la terrible verdad que ahora conocía
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CHICAS LES DEJO CAPITULO ESPERO LES GUSTE BESOS XXX
CHICAS LES DEJO CAPITULO ESPERO LES GUSTE BESOS XXX
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candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CAPITULO 3
MARATON 1/ ?
¡Qué noche tan atroz! ¡Qué pesadillas, coño! Casas sin escaleras, ascensores que se
bloqueaban, tejados que se venían abajo…
Giorgio se quedó un instante parado delante de las escaleras. ¿Qué elegir? ¿Cómo subir al
despacho? Después de los sueños de esa noche… ¿Escaleras o ascensor?
Al final se decidió por el ascensor. Había dormido apenas y muy mal, no tenía ganas de encarar
esos pocos escalones que esa mañana parecían interminables. Mientras apretaba el botón rojo
con el número 2 en relieve, repasaba en su mente las palabras que había preparado. Aunque
estaba seguro de que al final iba a improvisar. Más o menos como hacía en la universidad antes
de un examen importante.
Pero ahora era distinto, un examen siempre se puede repetir, mientras que esta vez solo
disponía de una oportunidad y no la podía desaprovechar. Cualquier mínimo error supondría su
fin.
Una vez en la segunda planta, recorrió el pasillo con paso lento y la vista clavada en el suelo,
hasta detenerse en la última puerta. Introdujo la mano en el bolsillo derecho de los pantalones
para buscar la llave de su despacho y miró alrededor.
Habría podido describir aquel lugar minuciosamente hasta con los ojos cerrados: la moqueta
que pisaba todos los días desde hacía muchos años, los cuadros de las paredes, cada uno de los
cuales contaba una historia diferente, las grandes plantas de los rincones del pasillo que una
chica guapa se encargaba de regar y la pintura ensombrecida por el tiempo. Y, además, los
colegas, los más simpáticos y los más odiados, que, como cada detalle de aquel edificio, habían
constituido una parte más o menos importante de su vida.
Suspiró antes de girar la llave en la cerradura, tras lo cual bajó el pestillo, abrió la puerta y de
golpe se detuvo, como si de buenas a primeras hubiese tomado otra decisión. Vaciló un
momento, luego cerró la puerta, sin entrar en la habitación. Volvió al pasillo, recorrió un breve
tramo y se dirigió a una mesa próxima. La mujer que estaba sentada detrás de esa mesa
levantó la cara y al verlo sonrió. Una vez que hubo llegado a su lado, le dijo:
—Buenos días, señor director. Están aquí los faxes que esperaba. Se los llevo enseguida a su
despacho.
—No —contestó con sequedad—. Los miraré más tarde. ¿Ha llegado el presidente?
La señorita Cinthia, la secretaria de Giorgio Luciani, se quedó bastante asombrada de la
respuesta dura y fría de su director, pues solía ser un hombre amable y educado. Tras la
sorpresa inicial, se apresuró a responder que el presidente acababa de llegar y que podía
encontrarlo en su despacho.
—Gracias —le contestó volviendo rápidamente sobre sus pasos.
Una vez dentro, colocó el maletín en una silla, colgó la gabardina y se sentó a su escritorio, con
los codos apoyados en el tablero y la cabeza entre las manos, sin saber bien qué hacer ni qué
pensar.
Un fuerte puñetazo contra el escritorio, fruto de la desesperación, hizo caer un marco con la
foto de toda la familia, una instantánea que había sido tomada con ocasión de un cumpleaños
de _____ . En esa imagen la niña sonreía, feliz de estar posando para la cámara abrazada a sus
padres.
El recuerdo de aquel día hizo que una débil sonrisa asomara a los labios de Giorgio, una sonrisa
que pronto se trocó en una expresión dura, decidida.
En ese instante, como si por fin hubiese encontrado en su interior la fuerza que precisaba,
Luciani se levantó y fue directamente al despacho del presidente.
No vaciló un segundo, llamó con seguridad y entró.
—Buenos días, señor presidente —exclamó, y el otro le respondió al saludo.
Su jefe, que estaba tomando café, lo invitó a sentarse y le ofreció una taza, que Giorgio aceptó.
—Dos terrones, ¿verdad? —preguntó mientras quitaba la tapa al azucarero.
—Hoy tres, gracias.
—¿Y eso? ¿Necesita endulzar algo? —preguntó risueño el presidente, asombrado por el
cambio, al tiempo que le tendía la taza a su colega.
Giorgio Luciani tardó unos segundos en responder. No sabía qué decir ni cómo explicarse.
Buscaba las palabras idóneas, hurgaba en su mente para dar con la mejor manera de comunicar
su decisión.
—Tengo que hacer más dulce mi marcha —dijo al fin, sencillamente.
El presidente se quedó unos instantes mirándolo con gesto interrogante y Giorgio, para rehuir
su mirada, se puso a dar vueltas a la taza entre las manos y a observarla, como si quisiera
grabar en la memoria cada detalle del logo del banco impreso en la loza blanca.
—¿La competencia le ha hecho una oferta mejor que la nuestra? —preguntó el hombre con
gesto receloso.
—¡No, no! La verdad es que querría pedir un traslado.
—¿Es que no se encuentra bien aquí? —siguió su jefe, enarcando una ceja.
—Todo lo contrario, me encuentro estupendamente. No se trata de mí, sino de mi familia.
Tengo que volver a Italia. Tengo que encontrar un corazón. Comprendo que puede parecer
raro, pero… ¡es así!
—¿Un corazón? ¿Qué quiere decir? —preguntó el presidente, sorprendido por la respuesta.
—¡Necesito un corazón para un trasplante! ¡Lo necesito con urgencia! ¡Y tengo que ir a Italia
para conseguirlo! Por eso querría que me destinaran a una de nuestras filiales italianas.
En ese preciso instante sonó el teléfono. El presidente levantó el auricular y su secretaria le
avisó de que la reunión estaba a punto de empezar y que lo estaban esperando.
—Lo siento —se disculpó el hombre—, me temo que tendremos que continuar esta
conversación más tarde. De todas formas, aunque no he comprendido bien su problema, tengo
la impresión de que se trata de algo muy serio, y le pido que me considere a su entera
disposición.
—Muchas gracias, se lo agradezco infinitamente —respondió Luciani estrechando la mano del
presidente, quien percibió una extraña luz en los ojos de su colega.
Unas horas después descubriría que aquella era la luz de una esperanza que, en la oscuridad de
la impotencia y de la angustia, Giorgio había temido perder.
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candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CAPITULO 4
MARATON 2/?
—Papá, ¿me pasas el agua, por favor? —pidió _____—. Papá, ¿me oyes? —insistió, esta vez en
voz alta y con tono firme.
Giorgio salió de su ensimismamiento.
—Perdona, cariño, ¿qué has dicho?
Ambra advirtió que en la cena de esa noche su marido estaba bastante pensativo y confirmó
que algo iba mal. Desde hacía días sospechaba que le estaba ocultando algo y suponía que
pronto se lo revelaría. Al menos eso esperaba.
—¡Te he pedido que me pases el agua! ¡Uf, papá, últimamente estás muy despistado!
______ a todavía más mona cuando ponía esa cara enfadada que la hacía retroceder en el
tiempo, a la época en que tenía rabietas de niña mimada.
El hombre cogió la botella de cristal verde y sonriendo se la tendió a la chica.
—Papá, creo que para que te perdone me tendrías que comprar un caballo. Hace meses que
me lo prometiste. ¿Cuándo me lo piensas comprar, cuando sea vieja?
Giorgio sonrió y tras pensar un rato, sin dejar de sonreír, respondió:
—Te prometo que tendrás tu caballo en cuanto nos hayamos mudado.
Llevaba todo el día tratando de encontrar las palabras idóneas para comunicar a su familia la
noticia de la mudanza, y ahora que se las habían puesto en bandeja, se sentía enormemente
aliviado. Lo único importante en ese momento era no delatarse y lograr ser convincente.
Tras oír aquello, madre e hija dejaron de comer y pusieron los tenedores sobre los platos.
Ambra bajó el volumen del televisor y con voz de sorpresa le pidió a su marido:
—¿Podrías repetir lo que has dicho?
Con serenidad, como si fuese la cosa más natural del mundo, Giorgio respondió:
—He dicho que le compraré el caballo a _____ después de que nos hayamos mudado.
La incredulidad y mil interrogantes invadieron el aire durante unos momentos.
—¿Que nos hayamos mudado? ¿Adónde? ¿Y cuándo?
—Dejad que me explique. —Giorgio se limpió la boca con la servilleta y puso una expresión
seria y firme—. Desgraciadamente, en el banco hemos tenido problemas serios y han tenido
que hacer recortes de personal, y…
—¿Quieres decir que te han despedido? ¿Por eso últimamente estás tan raro? —lo interrumpió
su mujer, estrechando una maño entre las suyas, preocupada—. ¿Qué vamos a hacer ahora?
—No, no… tranquilízate, por suerte solo me van a trasladar. Y además…
—¿Trasladarte? Pero ¿puede saberse adónde? —volvió a interrumpirlo la mujer, cada vez más
inquieta.
—A Italia. Me han trasladado a Italia. ¿Contenta? ¿Me dejas hablar ahora? —Giorgio empezaba
a ponerse nervioso.
—¿A Italia? ¿Tan lejos?
Pasado el estupor inicial, ____ empezó a preocuparse seriamente.
—Pero… ¿por qué precisamente a Italia? Papá… ¿qué voy a hacer con el instituto?
—Yo resuelvo lo del instituto, descuida. Pero hay algo más… —Giorgio vaciló unos segundos,
aunque luego zanjó de sopetón el punto que más le preocupaba—: ¡Nos tenemos que marchar
lo antes posible!
A él tampoco le resultaba fácil esa situación, y aunque trataba de aparentar calma y
tranquilidad, la verdad es que estaba muerto de miedo, lleno de dudas e indecisiones. Y no
cabía duda de que la actitud hostil que su mujer y su hija le demostraban no facilitaba las cosas.
—¿Y cuándo sería «lo antes posible»?
Ahora también Ambra empezaba a alterarse.
—Dentro de dos días.
Tras esas palabras, ____ rompió a llorar, y entre lágrimas le gritó a su padre:
—Papá, ¿dos días? ¡Eso es imposible! ¡No quiero! Mis amigos… Mi vida… ¿Qué será de mí?
—¡Lo siento, pero ya está decidido!
Con los dedos de la mano derecha, Giorgio rebuscó en el bolsillo de la camisa, extrajo una
cajetilla de Marlboro rojo, encendió un cigarrillo, y luego, con tono grave y pausado, le dijo a su
hija:
—En Italia harás nuevos amigos, tendrás una nueva vida. Lo mismo nos pasará a tu madre y a
mí.
—Pero, papá… —trató de replicar la chica.
—¡No hay peros que valgan, señorita! ¡Es así, y punto! No podemos hacer otra cosa. ¡Haceos a
la idea! —la interrumpió inmediatamente su padre.
____se fue llorando a su habitación para llamar por teléfono a sus amigas más íntimas y
contarles la noticia, mientras Ambra, enfadada, le pidió a su marido que la acompañara al
dormitorio.
—No deberías ser tan duro con ella. ¿Has tratado de ponerte en su lugar? Justo ahora, que pese
a todo había conseguido tener amigos y una vida… Además, podías evitar hablar cuando
estamos sentados a la mesa, nos has estropeado la cena a todos. ¿Esa es la manera de dar
semejante noticia? No es propio de ti, ¿qué te está pasando? Ya no te reconozco.
Mientras su mujer lo regañaba, Giorgio mantenía la cabeza gacha, incapaz de soportar la dura
mirada de Ambra, tratando de distraerse para no oír esas palabras que lo herían y que
aumentaban su sentimiento de culpa. Si hubiese sabido la verdad, jamás le habría hablado de
esa manera, pero desde luego no podía confesársela. No podía sino permanecer en silencio.
—Lo siento… No sabía cómo decíroslo.
Lo dejó ahí y salió de la habitación, por miedo a estallar.
Una vez sola, Ambra se sentó en el borde de la cama para reflexionar. ¿Qué iba a ser de ellos?
¿Cómo podían dejarlo todo e irse a vivir a otro país, así, de un día para otro? ¿Cómo iba _____ a
dejar a sus amistades, su vida, a esa edad ya de por sí tan complicada? A saber cuánto tiempo
iban a tardar en situarse, en hacer nuevos amigos. A saber cuánto iban a sufrir. No tenían ni un
momento para pensar, no tenían tiempo para despedirse. Solo había que reaccionar, y deprisa,
pero con la calma necesaria para mantener a la familia unida, colaborar para que la partida
fuera lo menos dolorosa posible. Por lo demás, de nada valía enfadarse con Giorgio. Tuvo
remordimientos por la reprimenda que le había echado. Al fin y al cabo, él no era responsable
de esa decisión, e indudablemente no era feliz. Se prometió que le pediría disculpas y que le
ofrecería todo su apoyo. Nunca había dejado de amarlo y no quería incumplir la promesa
conyugal: estar al lado de su marido en las buenas y en las malas. Pero antes había algo más
importante que hacer, algo que tenía prioridad sobre todo lo demás.
Se levantó de la cama, salió del dormitorio y caminó pocos pasos, que resonaron en el silencio
de la casa. Llamó a la puerta de la habitación de _____ aunque no recibió respuesta. Bajó el
pestillo y cuando entró la encontró llorando, tumbada en la cama: le estaba contando por
teléfono a una amiga que odiaba a su padre y su trabajo.
Necesitó mucho tiempo para conseguir calmarla, y al final ____ dejó de llorar, pero no hubo
forma de aplacar la ira que sentía contra su padre. A pesar de todo, no era capaz de
reprochárselo.
Cuando por fin la chica se quedó dormida, bajó para hablar con su marido.
Giorgio estaba sentado en un sillón leyendo el periódico, pero detrás de esa máscara de
aparente calma y tranquilidad lo atenazaba la angustia.
Tras recoger la cocina, Ambra decidió darse un baño caliente para aclararse un poco las ideas.
Luego fue al dormitorio, eligió un camisón y fue a ver a su marido. Vaciló unos segundos en la
entrada del salón, sin saber muy bien qué hacer, qué decir y cómo actuar, tremendamente
cansada por todo lo que había ocurrido aquel día. Se preguntó si no era preferible dejar la
conversación para el día siguiente, pero enseguida se dijo que no habría sido justo.
—¿Te importa explicármelo mejor? —empezó mientras se sentaba en el brazo del sillón al lado
de su marido, con las piernas cruzadas y la espalda contra la pared, y le pasaba un brazo detrás
de los hombros y le acariciaba suavemente la cabeza.
—¿Qué es lo que quieres saber en concreto? —Giorgio se quitó las gafas y dejó el periódico
sobre las rodillas, más por tomarse su tiempo que por otra cosa.
No era fácil fingir tranquilidad, su mujer lo conocía demasiado bien. Eran novios desde muy
jóvenes y habían crecido juntos: nadie en el mundo sabía leer sus pensamientos mejor que
Ambra. Siempre había sido un libro abierto para ella, pero esta vez no, esta vez no se lo podía
permitir.
—¿Cómo así, tan de repente? Y dentro de dos días… ¿No hay manera de retrasar la partida?
—No, lo siento. No se puede, de verdad, si se pudiera ya lo habría hecho. Lo cierto es que
estaba en el aire desde hace días, pero hasta hoy no me lo han confirmado. ¡Lo siento!
Giorgio trató de justificarse, confiando para sus adentros en que la conversación no pasara de
ahí.
—Pero… ¿dónde vamos a vivir? ¿Cómo lo vamos a hacer para encontrar casa en dos días?
Ambra estaba cada vez más confundida y perpleja, pero de nuevo dulce y cariñosa como
siempre.
—Ya he pensado en eso. El presidente del banco, el señor Malton, ha sido muy amable y
solícito y nos ha ofrecido una villa de su propiedad en la Toscana. ¡Mira, me ha dado una foto
de la casa!
Tras decir eso, Giorgio buscó en el bolsillo de los pantalones, sacó la foto y se la dio a su mujer.
La mujer cogió la foto y comenzó a girarla entre las manos. Estaba vieja y desteñida, y había
que echarle mucha imaginación para poder apreciar el aspecto real de la casa.
—Me ha dicho que se encuentra en un pueblecito que se llama… Ciacina, Cicina… ahora no me
acuerdo bien. ¡Espera, si no me equivoco está escrito en el reverso!
Ambra le dio la vuelta a la foto intrigada.
—¡Cecina! ¡Aquí pone Cecina!
—¡Eso es, Cecina! El presidente del banco me ha dicho que queda a poca distancia de Livorno.
Tendrías que estar contenta, por fin se cumple tu gran deseo: una casa lejos del caos de la
ciudad. ¿No es eso lo que me has pedido siempre? Al principio podremos vivir ahí, y después…
ya se verá.
Ambra se sintió un poco confusa por la afirmación de su marido. Habían discutido muchas
veces sobre ese tema, pues él prefería una casa en pleno centro, con todas las comodidades de
la ciudad, mientras que ella quería vivir en un sitio más tranquilo y reservado, apartado del
tráfico y del caos urbano. Y al final Giorgio siempre se salía con la suya.
—Pero así, solo en dos días, ¿cómo voy a organizar la mudanza, el viaje?
—Descuida, yo me encargaré de todo.
Giorgio acarició dulcemente la mano de su esposa, confiando en haberla tranquilizado. La
mujer aún no estaba plenamente convencida, pero al observar el aspecto cansado y afligido de
su marido, decidió no insistir. Sonriendo, le devolvió la foto de la villa y le dio un beso suave en
la frente para intentar animarlo.
—De acuerdo, confío en ti.
Después, bajando la cabeza y poniendo expresión triste, prosiguió:
—Siento mucho haberme enfadado antes contigo. Pero es que, verás, esa noticia, dada así tan
de repente, me ha pillado de sorpresa, y he tenido una reacción desmedida. Yo…
Giorgio le puso un dedo en los labios y con una mirada cómplice le susurró:
—Chissst… ¡No hace falta que te disculpes! Descuida, lo comprendo perfectamente.
Ambra lo abrazó con fuerza y lo besó apasionadamente, como no lo hacía desde hacía tiempo.
Luego exclamó:
—Venga, ahora vámonos a la cama, ya es tarde y tú no me pareces precisamente en forma. Nos
esperan días difíciles y no quiero que te canses demasiado. Sabes que luego me preocupas…
—A continuación se levantó, apagó la luz que había al lado del sillón del marido y lo invitó a
subir con ella.
Pero Giorgio hizo un gesto negativo con la cabeza y sonriendo le dijo que iba a quedarse
todavía unos minutos más. Prometió que no tardaría en subir al dormitorio.
Entonces Ambra lo besó en los labios para desearle las buenas noches y subió las escaleras,
envuelta en una bata de seda rosa, los cabellos sueltos, la cara ya sin maquillaje y el perfume
delicado de un gel de almizcle blanco.
Por fin solo, Giorgio lanzó un profundo suspiro. A oscuras, dejándose guiar por la luz tenue de la
luna, que, entrando por las cortinas semiabiertas, teñía de plata el suelo, salió de la habitación,
dejó atrás las escaleras y se dirigió a su pequeño despacho, ubicado al lado de la cocina.
Encendió la luz, fue hasta un pequeño armario empotrado debajo de la ventana, buscó en su
interior durante unos minutos y al final sacó una carpeta azul un poco desgastada, llena de
hojas y con las esquinas ligeramente ajadas, de tanto abrirla y cerrarla. Se agachó al lado del
armario y pasó suavemente la mano por las letras escritas en la tapa con rotulador negro:
«__(t.n)__ ».
Suspiró, y luego abrió la carpeta. Repasó las hojas y las leyó varias veces. Ahí dentro estaba
todo el historial clínico de su hija: los resultados de las distintas pruebas, los informes médicos y
todas las hipótesis, siempre equivocadas. Habían consultado a muchos especialistas en el
intento de dar un nombre a la enfermedad de la chica, pero nadie había sido capaz de ofrecer
un diagnóstico exacto. Les habían repetido una y otra vez que no había nada que hacer, que no
había cura ni manera de averiguar lo que tenía, como una sentencia irrevocable dictada por un
juez.
Sus padres, pues, habían procurado ofrecerle una vida lo más normal, serena y feliz posible,
luchando para que no sufriera la enfermedad, impidiéndole que se cansara demasiado y que se
expusiera a emociones excesivas que podrían resultarle fatales.
Afortunadamente, ____ nunca había necesitado ser hospitalizada, dado que la sintomatología
se limitaba a esporádicas crisis que sus padres habían aprendido a afrontar: desmayos, ataques
de pánico o dificultades respiratorias.
Se sentó al escritorio, con una copa de Baileys. Posó la mirada en las hojas, pero la mente no lo
dejaba leer. Cobró forma delante de sus ojos un momento que quería olvidar como fuera.
Recordó el miedo y el desconsuelo que habían pasado en la primera crisis: la ambulancia, que
no llegaba, la carrera al hospital, el pánico a perder a su hija, aún tan pequeña, los médicos, que
no daban respuestas.
Pero las crisis, que al principio habían sido esporádicos momentos de terror, se habían vuelto
cada vez más frecuentes, y el último examen médico daba a la chica solo unos meses de vida.
Precisamente por eso había acudido al doctor Kovacic: para encontrar un fallo, un error, una
esperanza. Pero nada de todo eso se había producido. La única certeza que había obtenido era
la de que el corazón de su hija era demasiado débil y la de que pronto, por un motivo que nadie
era capaz de descubrir, por una enfermedad que nadie sabía explicarse y a la que nadie sabía
poner nombre, dejaría de latir.
Giorgio recogió los papeles. Intentando no dejarse vencer por el desconsuelo y guardó la
carpeta dentro del armario, en el mismo sitio de donde la había sacado. Trató de recomponer
tanto sus pensamientos como su alma. Tenía que haber una manera de salir de aquella
pesadilla. Se levantó, extrajo del bolsillo otro papel, el del último informe médico, el que
condenaba a muerte a su hija, y en vez de guardarlo en la carpeta lo escondió entre los
documentos de trabajo. Tras lo cual apagó la luz y salió de la habitación.
Caminando a oscuras, tratando de no hacer ruido, empezó a pensar en todo lo que tenía que
hacer al día siguiente para organizar la mudanza. Miró a su alrededor, procurando grabar en su
memoria los recuerdos de aquella casa, que a pesar de todo había servido de marco a una
etapa muy importante de su vida.
Se arrepintió, solo durante un instante, de haberle mentido a su mujer, de haberle contado que
ese día había estado en una cita de trabajo, y no en la consulta del doctor Kovacic, pero por
otra parte sabía perfectamente que Ambra no habría podido soportar semejante carga, tamaño
dolor. Él tendría que sobrellevarla solo mientras pudiera.
Una vez en la cama, antes de dormirse, evaluó de nuevo la situación y se preguntó por un
momento si estaba bien mentirle también a su hija, no contarle la verdad sobre su estado de
salud y hacerle creer que solo estaba muy débil en un sentido emocional, que no podía
soportar demasiado estrés. Siempre le habían dicho que ese era el único problema, su
fragilidad, y que no eran preocupantes los desmayos que sufría ocasionalmente.
Ahora, sin embargo, se preguntaba si no habría sido mejor contarle que en realidad nadie sabía
qué enfermedad tenía y que le quedaban pocos meses de vida. En definitiva, hacerla partícipe
de la verdad.
Alejó inmediatamente esos pensamientos. Ningún padre, se dijo, revelaría semejante verdad a
su hija. Además, estaba seguro de que a su hija se le pasaría el odio que le tenía. Por el
contrario, si hubiese llegado a conocer la verdad, jamás habría podido dejar de odiar la vida.
Como le había pasado a él.
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candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Leslie Reportandoseeeeeeee♥
Me ha encantado el maraton. Pobre rayita. Dejara todo para irse a Italia.
Bueno su papa lo hace por su bien.
Siguela me encanta♥
Me ha encantado el maraton. Pobre rayita. Dejara todo para irse a Italia.
Bueno su papa lo hace por su bien.
Siguela me encanta♥
Leslie Tomlinson
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
que bueno que te alla gustadoLeslie Tomlinson escribió:Leslie Reportandoseeeeeeee♥
Me ha encantado el maraton. Pobre rayita. Dejara todo para irse a Italia.
Bueno su papa lo hace por su bien.
Siguela me encanta♥
claro la seguiree solo para hacerte feliz
besos xxx
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Hola nueva lectora♥
Tienes que seguirla. Pobre rayita, necesita a un donante.
Espero y en Italia Giorgio encuentre una esperanza para su hijo
síguela
Tienes que seguirla. Pobre rayita, necesita a un donante.
Espero y en Italia Giorgio encuentre una esperanza para su hijo
síguela
DreamForever
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
holisssss gracias por se nueva lectora claro la seguire lo mas pronto posibleDreamForever escribió:Hola nueva lectora♥
Tienes que seguirla. Pobre rayita, necesita a un donante.
Espero y en Italia Giorgio encuentre una esperanza para su hijo
síguela
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CAPITULO 5
Esa mañana ____ se levantó antes de lo habitual, se vistió rápidamente y bajó a desayunar. Enla cocina encontró a su padre y a su madre. Como siempre, su padre estaba sentado en su sitio
de la mesa y leía el periódico a la espera de que el desayuno estuviese listo. Su madre
canturreaba mientras calentaba la leche al fuego. Al ver a su hija, no disimuló su estupor y
exclamó:
—¡Buenos días, cariño! Hoy te has levantado pronto.
____ a no respondió al saludo, se acercó a su madre para darle un beso en la mejilla y para
coger el pan para tostar del armario sin mirar a su padre. No se sentó a su lado, como hacía
siempre, sino en el lado opuesto de la mesa.
—¿Durante cuánto tiempo piensas estar sin dirigirme la palabra?
Giorgio había apartado durante un momento la atención de las noticias del día, pero
inmediatamente volvió a la lectura, sin sorprenderse de no haber obtenido respuesta.
—Mamá, hoy no voy al instituto.
____ rompió así el pesado silencio que estaba impregnando la habitación, lo que agradó a sus
padres en su fuero interno.
—¿Y eso? —preguntó Ambra con cierta calma.
—Porque HELEN y Leslie ha organizado una especie de fiesta de despedida en casa de leslie. Pasaremos toda
la mañana con otras chicas y comeremos juntas. Hemos pensado que de todas formas debo
dejar el instituto, y que un día más o menos no va a cambiar mucho las cosas. ¿No te parece?
—Pregúntale a tu padre qué opina.
—No me interesa lo que él opine —respondió ____ Luego, irritada, elevando el tono de voz y
poniendo los brazos en jarras como solía hacer, añadió—: ¡Todo esto es culpa suya, así que no
tiene por qué interesarle cómo pase mis últimos días aquí!
El padre no replicó a las palabras de su hija, soltó con fuerza el periódico sobre la mesa y, sin
haber comido nada, se levantó. Cogió el maletín y la gabardina, y salió de casa sin despedirse,
dando un portazo.
Ambra suspiró y con tono firme regañó a su hija:
—No me gusta que te dirijas a tu padre de esa manera. No tiene la culpa de que lo hayan
trasladado; además, por mucho que le guardes rencor, la situación no va a cambiar. ¡Así que
procura cambiar tu actitud, señorita!
Calló unos segundos para darle tiempo a su hija para reflexionar, pero lo único que obtuvo fue
que ______ se encogiera de hombros. Resignada, continuó:
—En cuanto a lo de esta mañana, de acuerdo, siempre que estés de vuelta a primera hora de la
tarde, porque tienes que preparar tus maletas.
—Sí, sí —contestó resoplando ______ —, descuida, llegaré a casa a tiempo. Bueno, más vale que
me vaya, si no el día va a durar poquísimo.
Siguiendo el ejemplo de su padre, se levantó de la mesa y salió sin despedirse dando un
portazo.
Ambra suspiró nuevamente. Observó el desayuno que acababa de preparar: leche, tostadas con
mantequilla y mermelada, café y galletas. Un desayuno hecho con el mayor cariño pero del
que, en vez de reunir a la familia, disfrutaron los perros de casa, pues también a ella se le había
quitado el apetito. Esforzándose por encontrar el lado cómico de la situación, mientras recogía
la cocina exclamó entre dientes:
—¡De tal palo, tal astilla!
Esa mañana Giorgio fue a la oficina para solventar los últimos asuntos antes de su partida.
Joseph Malton había depositado en él mucha confianza, asignándole la dirección del banco
unos años antes y, ahora que se había encontrado en esa difícil tesitura, había demostrado ser
no solamente un excelente jefe, sino además un amigo estupendo y generoso.
Precisamente por eso quería dejarlo todo en orden antes de marcharse.
Sin embargo, esa mañana se dio cuenta de que había algo diferente en el ambiente. En el
pasillo todos lo miraban, y muchos colegas que creía que lo odiaban le prodigaban sonrisas y
saludos. No pudo entender el motivo de ese cambio repentino, pensó que sencillamente habían
recibido la noticia de su traslado y que estaban encantados.
Pero todo le quedó claro al final de la mañana, cuando la mayoría de los empleados habían
salido a comer y un colega que le caía bastante mal, un tipo falso y oportunista, entró en su
despacho diciendo que tenía un importante negocio que proponerle.
—Lo siento, pero ya no me incumben los negocios colombianos. A partir de mañana me
encargaré de nuestra filial italiana. De modo que no tienes nada que ofrecerme.
Giorgio había tratado de quitárselo de encima, pero el otro no se arredró.
—¡No digas no tan rápido, querido Luciani!
Ese hombre tenía la voz ronca y una cara que no prometía nada bueno, recordaba a uno de
esos mafiosos de las películas sobre la Sicilia de antaño.
—Siéntate y escúchame. Creo que tengo algo que puede interesarte mucho.
Giorgio optó por sentarse y escucharlo, aunque poco convencido:
—¡Pues explícate rápido! No puedo perder mucho tiempo, tengo que terminar de organizar mi
marcha.
—Iré enseguida al grano.
Tras decir eso, el hombre encendió un cigarrillo, se arrellanó en la silla que había delante de la
mesa y cruzó las piernas sobre esta.
A la vista de esa actitud Giorgio pensó en despedirlo, pero luego se dijo que esa era la última
vez que lo veía y que no valía la pena estropearse el día por un ser tan despreciable. Sin duda,
no se podía imaginar lo mucho que iba a arrepentirse de esa decisión. En efecto, cuando este
empezó a hablar, se le heló la sangre en las venas.
—He sabido que necesitas un corazón.
—¿Cómo lo has sabido?
Giorgio se arrepintió enseguida de esa pregunta lanzada tan impulsivamente. Pero ya la había
hecho.
—Así que es verdad… Deberías saber que las paredes oyen, querido Luciani.
—¿Qué diablos quieres? —Giorgio apretaba los puños, como hacía siempre cuando estaba
nervioso.
En otra época no habría vacilado en partirle la nariz de un puñetazo, pero en ese momento y en
ese lugar, y después de todo lo que había hecho para conseguir su posición, no le quedaba más
remedio que contenerse. No le gustaba el hombre que tenía delante, y menos aún el cariz que
estaba tomando la conversación. Además, no acertaba a entender su extraño comportamiento.
Antes de continuar, en efecto, se había levantado de la silla —y al hacerlo había tirado la ceniza
del cigarrillo encendido a la alfombra—, luego había abierto la puerta y comprobado que no
había nadie en el pasillo. Ahora se le había acercado y lo miraba con sus ojos pequeños y muy
juntos, como si quisiera escrutarlo por dentro. Era un tipo bajo y flaco, de aspecto baboso, que
no se trataba con nadie como no fuera con unos pocos colegas tan miserables e idiotas como
él, a los que Giorgio había despreciado siempre.
—¿Y bien? ¡Si no tienes nada que contarme, puedes coger la puerta y desaparecer!
—Estamos un poquito nerviosos, ¿eh? —Hablaba con un tono de voz tan bajo que a Giorgio le
costaba oírlo pese a que tenía su boca a pocos centímetros de distancia—. Supongamos que,
dado que eres un amigo, con unos setenta mil pesos puedo encontrarte un buen corazoncito,
tal y como el que quieres. Desde luego, si necesitaras un riñón o una córnea sería más fácil,
bastaría con la mitad, pero comprenderás que un corazón en perfecto funcionamiento es difícil
de conseguir. Así que, si quieres, a cambio de una retribución, naturalmente, podría contactar
con un amigo que en dos días te conseguirá lo que estás buscando. Luego hay otro amigo que,
siempre a cambio de una retribución, podría hacer la operación. Digamos que con ciento
treinta mil pesos todo quedaría arreglado y no se hablaría más. ¿Qué te parece?
Silencio.
—Te veo pensativo… ¿no será por motivos económicos? Una persona con tus posibles no
debería ni plantearse el problema cuando se trata de salvar la vida de su hija… —Aquel hombre
proseguía insinuante.
Ciento treinta mil pesos eran unos cincuenta mil euros. La cifra para conseguir un corazón.
La adrenalina a mil. Taquicardia, respiración entrecortada. Las manos cosquillean, las uñas se
clavan en la carne, pese a que los puños están cerrados. No es verdad. No puede ser verdad.
Pero los oídos nunca mienten. Ganas de romperle la cara. Ya lo ve. Oye cómo los huesos de su
nariz se parten. Cómo su cara se tiñe de rojo. Cómo todo se tiñe de rojo. La expresión de su
rostro. Pero no, no puede hacerlo. Ni aquí ni ahora. Y el cabrón lo sabe. Cabrón de mierda.
Aunque una cosa sí se puede hacer. Sí, eso sí. Claro que se puede.
Giorgio se levantó de golpe, tirando la mitad de los objetos que había en el escritorio. Asió al
hombre por el cuello de la camisa, levantándolo del suelo.
—¿Qué coño dices, eh? ¿Qué coño estás diciendo? ¿Es que no sabes que eso es ilegal? ¿No
sabes de dónde provienen los órganos de los que hablas? ¿No sabes que, para vender sus
órganos, raptan y matan a niños? Niños inocentes a los que torturan, a los que seccionan vivos.
¿Comprendes lo que estás diciendo? ¡Podrían ser tus hijos! ¿Cómo se te ocurre proponerme
semejante cosa? ¡Eres un hijo de puta! ¡Tendría que denunciarte! ¡Lárgate ahora mismo de
aquí!
Giorgio lo empujó lejos con todas sus fuerzas, haciendo que se cayera a la alfombra y que se
golpeara con la silla.
«Perfecto. Te lo mereces. Tendrías que romperte la pierna. Gusano asqueroso. Calma. Calma.
Mantener la calma.» Necesita romper algo. Lo que sea, pero no su cara. «Luego ponte a
explicar por qué le has roto la cara. El cristal es otra cosa, el cristal de la caja del extintor. Eso sí,
total, luego lo pago. Qué más me da. Lo hago. Qué más me da.»
—Oye, ¿qué coño haces? Pero ¿qué coño…?
Sangre. Sangre en la mano, sangre en el cristal, trozos de cristal y sangre en el suelo. «Coño,
escuece, pero había que hacerlo.»
El otro, que no esperaba una reacción así, acostumbrado como estaba a tratar con
desesperados dispuestos a todo con tal de conseguir que sobreviviera un ser querido, habría
querido responder, habría querido reaccionar, pero no pudo hacer nada, porque los gritos de
Giorgio y el ruido del cristal roto atrajeron a su despacho a toda la gente de la planta. Para
evitar sospechas y complicaciones, prefirió escabullirse haciéndose el tonto, cojeando y medio
asfixiado.
Giorgio decidió no hablar con nadie de lo ocurrido, limitándose a señalar que había sido una
discusión entre colegas, y que el cristal roto había sido un simple accidente.
Cuando por fin consiguió calmarse, recogió sus cosas y dejó el banco, jurándose que, si toda
aquella historia acababa bien, se dedicaría personalmente a la lucha contra el tráfico ilegal de
órganos.
En el camino hacia casa, atascado en el tráfico exasperante, recordó que en un programa de
televisión de hacía unas semanas contaban de un niño de cuatro años que precisamente allí, en
Bogotá, había sido ingresado en un hospital por una diarrea y había salido sin ojos. Y que en
Kabul otra niña, también de cuatro años, había sido raptada, y que pocos días después su
cadáver había sido encontrado por sus padres, o por lo menos lo que quedaba de él: el cuerpo,
en efecto, no tenía los órganos vitales. Asimismo, en Mozambique muchos niños habían sido
raptados para alimentar el tráfico clandestino de órganos: no era una película de terror, sino la
triste realidad que denunciaban con valor las monjas misioneras.
Se estremeció de solo pensarlo. Por televisión, aquellos hechos parecían lejanos. Los había
olvidado enseguida tras apagarla, pero después de lo que acababa de vivir sentía en su propia
piel toda la podredumbre del mundo. Haber trabajado codo con codo y durante años con
semejante tipejo hacía que se sintiera sucio. Quién sabía cuánta gente desesperada había caído
en las manos de ese cabrón.
Se miró la herida de la mano derecha. ¿Cómo se lo explicaría a Ambra? La enésima mentira.
«Perdona, amor mío. Lo hago por ti. Y por nuestra hija.»
Se preguntó si no debía informar a las autoridades de lo ocurrido. Ese cabrón no podía irse de
rositas, pero se dio cuenta de que el asunto habría requerido tiempo y dinero. Su palabra
contra la de él. Ningún testigo.
Además, las investigaciones, las pruebas, los abogados… mucho tiempo, demasiado. La
prioridad estaba en otra cosa, como en la vida de su hija, que estaba antes que todo.
A veces conviene tener amigos en la policía. Amigos de confianza, amigos de verdad, que saben
hacer las cosas. Amigos capaces de hacer que se pudra en la cárcel un sujeto como ese sin que
tu nombre salga a relucir, al menos durante el tiempo necesario. Amigos dispuestos a creerte
sin necesidad de pruebas. Amigos dispuestos a iniciar una investigación. Amigos que, como tú,
están cabreados con el mundo. Amigos a los que algún día les devolverás el favor.
Cambio de rumbo.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
CAPITULO 6
La tarde pasó rápidamente para todos. Giorgio hizo algunas visitas para despedirse de losamigos más íntimos en nombre de la familia y del suyo propio, prometiendo llamarles por
teléfono y mandar postales.
O al menos eso le contó a su mujer.
Ambra estaba muy atareada guardando en cajas lo estrictamente necesario, mientras que
______ con la música a todo volumen, tumbada en la cama de su habitación, recorría con la
mente los días felices que había pasado con sus mejores amigos. Trataba de imaginarse su
nueva vida en Italia, a sus nuevos compañeros de instituto. Daba vueltas entre las manos a los
pequeños regalos que sus amigas le habían preparado para la ocasión: una foto recuerdo
tomada en una excursión, un CD con las canciones que habían servido de banda sonora a los
momentos de ternura que había vivido con el chico al que quería, una libretita llena de frases
breves escritas por ellos y un vídeo rodado esa misma mañana. Pero lo más importante de todo
era sin duda una pequeña concha que alguien había recogido ese verano para ella. Alguien que
le había robado el corazón y un beso, y también algo más, por primera vez. Un caballero al que
le había dicho adiós esa mañana.
Se levantó de la cama y rebuscó en un cajón lleno de ropa interior. Extrajo un pequeño diario
con las tapas rosas y, con él apretado contra su pecho, volvió a tumbarse.
Una manchitas oscuras se dibujaban sobre las páginas a medida que las pasaba, instantes de
felicidad capturados para siempre en el papel, congelados de tan maravillosos como eran, tanto
que el paso del tiempo no podía desgastarlos, y ahora marcados por lágrimas derramadas por
la nostalgia y por el recuerdo de tardes que habían pasado juntos, de noches en el cine, de
encuentros secretos en la biblioteca del instituto, para poder estar solos unos minutos entre
clase y clase, y de tardes en la playa, que servían de fondo a románticos paseos cogidos de la
mano.
No quería abandonar aquellos lugares, no quería ni podía, una parte de ella la retenía. Evocó su
fabuloso verano, un verano maravilloso, quizá único, y aquella conchita era el testigo de un
amor que había surgido en primavera y que enseguida había sido sometido a dura prueba.
Las lágrimas se transformaron en un río desbordado por el recuerdo de aquella noche… Solo la
lluvia, el mar y ellos dos, el deseo de juntarse más, escalofríos que recorrían la espalda y
suspiros profundos, ropa que se quita y manos que se entrelazan, la arena sobre todo el
cuerpo… El bochorno, el miedo y luego la felicidad de aquel pequeño dolor, la dicha de ser
como uno solo y luego quedarse ahí, echados, mojados por la lluvia y por las olas del mar,
mirando las estrellas e inventando el mañana… y una excusa para justificar la tardanza, reír,
bromear, sentirse una persona nueva, más hermosa, mujer al fin, y no querer ya marcharse,
besar otra vez y una vez más, una noche mágica de agosto.
Y así, acunada por los recuerdos y con los ojos todavía húmedos por las lágrimas, indiferente al
volumen de la música, ______ se quedó dormida, estrechando entre sus manos su pequeño
tesoro, y en el corazón, las promesas de llamadas de teléfono, de correos electrónicos, de
vacaciones que pasarían juntos, pero sazonadas por la amargura de no poder verse de nuevo,
por culpa de ese puñetero fútbol sala, tan importante que les impedía un último beso, un
último abrazo.
Solo unos minutos después de que se hubiera abandonado en brazos de Morfeo, la madre
entró en la habitación, mosqueada porque no oía ningún ruido aparte de la música. Al
encontrarla dormida, muy a su pesar la despertó dulcemente, regañándola por no haber
empezado todavía a guardar sus cosas.
—Mamá, ¿crees que seremos felices en Italia? —le preguntó ______ todavía amodorrada,
mientras se sentaba con las piernas cruzadas sobre la cama y con las manos se frotaba los ojos.
—Estoy segura de que sí —la tranquilizó—. ¡Ya verás como allí también encontrarás buenas
amigas, y a lo mejor hasta un nuevo amor! —le dijo sonriendo y con el tono de prever lo que
iba a suceder.
Un poco azorada, ______ no respondió nada, pero pensó para sus adentros que no necesitaba
encontrar un nuevo amor. No quería sufrir más por eso. El que tenía estaba muy bien, pese a
todos sus defectos y a su puñetero fútbol sala. Aunque seguramente habría pensado de otro
modo si hubiese sabido que la excusa del fútbol sala era una rubia que en ese preciso instante
estaba improvisando para él un alegre striptease en el chalet de papá, entre copas de champán
y sábanas de seda. Es verdad que muchas historias serían diferentes si las personas contasen
menos mentiras, pero no podemos impedirlo; si las cosas son de una manera significa que hay
un motivo por el que deben ser así.
—¿Quieres que te ayude con toda esta ropa? —preguntó solícita la madre.
hizo un gesto negativo con la cabeza.
______ —Ahora me pongo manos a la obra. Verás como para la cena estará todo listo y ordenado.
La madre asintió poco convencida, porque sabía perfectamente que no podía fiarse mucho. En
efecto, _____ se pasó no solamente toda la tarde, sino buena parte de la noche guardando sus
cosas en las cajas, y al día siguiente no estaba segura de haber cogido todo lo necesario, y temía
haberse olvidado de algo importante.
Así, cuando sus padres ya estaban listos para partir, ella seguía revolviendo los cajones y los
armarios para asegurarse de que había cogido lo necesario para los primeros días en Italia.
—¡______! —gritó la madre desde la planta baja—. ¿Quieres darte prisa? Solo falta meter tus
cosas en el coche para que nos podamos ir.
—¡Voy, voy!
Antes de bajar, _______se detuvo a mirar un instante las paredes desnudas de su habitación, que
hasta unas horas antes estaban llenas de fotos y pósters. Los muebles ya no contenían sus
cosas, una gran tristeza la embargó e hizo denodados esfuerzos para no llorar. Sin mirar atrás,
cogió la maleta y bajó corriendo las escaleras.
—Me da miedo haberme olvidado de algo.
—No te preocupes, el resto llegará dentro de pocos días con el transporte internacional. De
modo que, a menos que se trate de algo de vital importancia, puedes estar tranquila.
Ambra le sonrió a su hija, le puso una mano en la barbilla y le dio un beso en la mejilla.
_______ abrazó con fuerza a su madre y de nuevo procuró no llorar; aun así, alguna lágrima
silenciosa resbaló por su rostro, dejando una huella en sus ojos brillantes.
Hubo un momento de silencio, tras el cual Ambra se dirigió a su marido:
—¿Por qué tenía que pasarte precisamente a ti, Giorgio?
En esos instantes, durante los cuales realmente se despedían de su vida, muchas dudas
acuciaban su mente, aunque trataba de ocultarlo.
—La competencia es un enemigo despiadado, también para los bancos.
Giorgio intentó por todos los medios evitar la mirada de su mujer, porque sabía perfectamente
que si le escrutaba los ojos descubriría enseguida que estaba mintiendo.
La suerte quiso que los perros de casa, Rómulo y Remo, jugaran a perseguirse, y que pasaran
entre los dos, chocando con Ambra, casi tirándola al suelo. Todo ello bajo la mirada alegre de
______, feliz de que al menos sus mascotas siguieran a su lado, llenándole los días también en
Italia.
—Vale, ya estamos todos.
Giorgio dio un tirón y la puerta del maletero se cerró. El ruido sordo de la carrocería retumbó
en el aire amenazador.
Con un nudo en la garganta, _______ no pudo hacer otra cosa que acercarse tristemente al coche
y sentarse en el asiento trasero.
Mientras el coche se alejaba por la avenida, la chica se volvió un instante para dar su último y
melancólico adiós. Ahora que la imagen de la casa, de su casa, se empequeñecía cada vez más,
le venían a la mente los recuerdos de los amigos y de su amor, a los que quizá no volvería a ver
más. No pudo contener los sollozos.
Al revés que Ambra, Giorgio no trató de consolarla, sabedor de que aquella había sido una
decisión difícil, pero que había tomado con el afán de brindar una vida nueva y quizá mejor a su
hija.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
en lo próximo capitulo sale zayn chichas espero les guste como va la novela
bueno creo que ya me había precentado con algunas pero me vuelvo a precentar
me llamo Dulce Luna pero me pueden decir Dul o Moon
soy de mexico y esta es mi primer novela asi que espero les guste
bueno creo que ya me había precentado con algunas pero me vuelvo a precentar
me llamo Dulce Luna pero me pueden decir Dul o Moon
soy de mexico y esta es mi primer novela asi que espero les guste
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
capitulo 7
EN OTRO LADO …
Esta vez había perdido los papeles. Ya no aguantaba más las continuas decepciones que le
ocasionaba su hijo. Lo estaba persiguiendo alrededor de la mesa, armado con un palo de
escoba. Naturalmente, no tenía intención de hacerle daño. Lo único que pretendía era que las
amenazas hicieran que ese chico de dieciocho años sentara por fin la cabeza, ya que no había
conseguido nada por las buenas. Pero la verdad es que nada podría cambiar su naturaleza
perezosa e insolente.
—Papá, espera… ¿Me explicas al menos qué he hecho? —preguntaba Zayn, que en realidad se
Llamaba, Zayn javadd malik mientras corría alrededor de la mesa tratando de escapar de la cólera de
su padre.
—¿Quieres saber qué has hecho? ¡Mejor sería preguntar qué no has hecho! ¡Para, infeliz!
Yaser malik era obrero especializado en una papelera y vivía en Cecina desde hacía muchos
años, pero por sus venas corría sangre siciliana. Había emigrado a la Toscana en los años del
boom económico y, aunque varias veces se había prometido hacerlo, nunca había regresado a
su tierra natal. Pero ya se sabe que la sangre siempre tira, y por eso en las maneras, en las
expresiones y en las ideas de Yaser anidaba el rasgo indeleble de la mentalidad de su pueblo.
—Pero, papá, razonemos… —trataba de justificarse el muchacho.
—¿Acaso tú razonas? No te aguanto más, ¿te enteras? ¡No te aguanto más! Siempre la misma
copla: «Su hijo no se esfuerza lo suficiente, a su hijo no le da la gana estudiar, y patatín,
patatán…», nunca me puedo sentir orgulloso de ti. ¡Nunca! ¿Sabes qué me han dicho hoy tus
profesores?: «¡Su hijo jamás ha tocado un libro!». ¿Te das cuenta?
Exasperado, el hombre ya había renunciado a esa inútil persecución. El peso de los años
empezaba a hacerse notar, y después de esa carrera ya tenía flato.
Zayn también estaba jadeando y aprovechó para descansar un poco.
—Mira, ¿lo ves? ¡Eso no es verdad! ¡Sí que he tocado los libros!
—¿No me digas? ¿Cuándo, para ser exactos?
—¡Cuando los compré!
Zayn rompió a reír con ganas, pero el padre no pilló la broma. Al revés. Ciego de rabia, se quitó
un zapato y lo lanzó al otro lado de la mesa. Zayn lo esquivó con un salto atlético, y el zapato se
estrelló contra una mesita que había en un rincón, de la que se cayó al suelo una imagen de la
Virgen rodeada de flores artificiales y velas encendidas, una de las cuales se rompió.
La recogió una viejecita, que, indiferente a lo que estaba ocurriendo, rezaba en silencio
arrodillada en el reclinatorio mientras desgranaba el rosario que tenía entre las manos. Una vez
que hubo recogido la vela que se había caído al suelo, sin quejarse, volvió a sus oraciones.
—¿Lo ves? ¿Ves como siempre tienes la culpa? ¡Y encima te atreves a hacerte el gracioso! ¿No
te da vergüenza? No eres más que un inútil. ¡Para empezar, ya te puedes ir olvidando del
coche!
—¡Pero, papá, no me puedes hacer eso! ¡Acabo de sacarme el carnet, no puedes quitarme el
coche! Ponme a hacer trabajos forzados, pégame, hazme daño, lo que quieras… Pero ¡el coche
no, por lo que más quieras! ¡Lo necesito para practicar! ¡Ya sabes que no conduzco muy bien!
—¡Cierra el pico! ¡Tienes el carnet solo porque el buenazo de tu tío es el dueño de la
autoescuela y te lo ha regalado, pero no te lo mereces! ¡Eres un inútil, has tardado un año en
enterarte de un par de cosas sobre cómo se lleva un coche, pero sigues sin saber conducir! ¡Das
pena, deshonras a la familia! Pero no voy a quitarte solo el carnet.
El padre se acercó, lo cogió de un brazo y tiró de él sin hacerle daño.
—También te voy a quitar la paga, así no podrás dedicarte a vaguear con esa pandilla de
zoquetes con los que te juntas. Y que te quede claro, la próxima vez que un profesor me diga
que no has estudiado, te saco del instituto y te mando a trabajar, ¿te enteras? ¡Me da todo
igual, te saco aunque estés en el último curso!
Calló unos segundos, tratando de calmarse y de recuperar el aliento, pero sin soltarle el brazo.
Luego prosiguió:
—Y ahora vete a tu cuarto y no aparezcas hasta que no hayas terminado de estudiar. ¿Ha
quedado claro?
Le soltó el brazo y lo empujó fuera del salón.
Pero enseguida lo hizo regresar. Se puso delante de él y extendió la mano Zayn. lo miró con gesto
interrogante.
—Entrégamelo.
YASER hablaba con un tono inusualmente amenazador.
—¿Qué, perdona?
—¡Qué va a ser, idiota! El carnet. ¡Contigo nunca se puede estar seguro!
—Pero, papá… y si me paran en un control, ¿qué hago?
—¡Claro, lo sabía! ¡Estaba seguro! ¡Tenías pensado conducir el coche de tus amigos! ¡Es de
locos! ¿Es que no has entendido nada? ¡Que no, hijo, un castigo es un castigo, hasta que no
apruebes la selectividad no vuelves a tocar un volante!
—¡Papá, seré el hazmerreír de todo el mundo! ¿Cómo lo haré para salir con chicas?
—¡Pues sales con ellas en autobús! ¡O si lo prefieres, en taxi! Me da igual, ahora dame el
carnet.
—Pero, papá…
—¡Oye, como no me lo des, yo mismo te lo quitaré por la fuerza!
Zayn sabía cuándo había llegado el momento de ceder con su padre, y para su desgracia lo único
que podía hacer ya era obedecer sin rechistar. Pietro tenía la cara roja y las venas del cuello
hinchadas: iba a estallar en cualquier momento.
Muy a su pesar extrajo la cartera del bolsillo trasero de los vaqueros, la abrió, sacó el carnet,
que todavía olía a nuevo, y lo puso en las manos de su padre.
—Míralo bien, porque no lo volverás a ver antes de julio. ¿Te has enterado? —dijo el hombre
riendo.
Zayn dio media vuelta y, abatido y cabreado, despotricando entre dientes contra su padre, los
profesores, el instituto y contra todo aquello de dudosa naturaleza que debía tenerla tomada
con él, a la vista de la mala pata que tenía, se refugió en su habitación.
En cuanto el hijo hubo abandonado el salón, Yaser se dirigió a la anciana que rezaba en
su rincón.
—¡Qué vergüenza! ¿Te haces cargo? ¡Ya estamos a mitad de curso y todavía no ha abierto un
libro! ¿Cómo piensa construirse un futuro? ¡Es de locos! Pero… ¿mamá? ¿Me escuchas, mamá?
La mujer estaba en realidad tan concentrada en su rosario que no había oído una sola palabra
de lo que le había dicho su hijo, quien, todavía más airado, salió de la habitación murmurando:
—Desde que hace tres años vio a la Virgen parece sordomuda. ¡Qué vida! Un hijo que pasa de
todo y una madre atontada… ¡Bah!
Mientras tanto, Zayn se había encerrado en su habitación, que más que una habitación parecía
realmente una pocilga: desorden por todas partes, la cama deshecha, la televisión encendida
con la PlayStation puesta, con un juego en pausa desde a saber cuánto tiempo. Había ropa aquí
y allá, también en el suelo; las hojas del armario y los cajones estaban abiertos. Una guitarra y
unos bongós estaban tirados en el suelo. En las paredes había pósters de futbolistas, algunos
con las esquinas rotas, y un calendario de una famosa modelo con el pecho desnudo. Sobre una
cómoda llena de pegatinas estaba la foto de su madre, y al lado, en una estantería, una
polvorienta colección de latas y de botellas de cerveza. Había una valiosísima (al menos para él)
colección de tebeos esperando imperturbable a alguien que se decidiese a leerlos, pero lo peor
eran los restos de comida esparcidos por todas partes.
Absolutamente indiferente a ese manicomio, el chico encendió el equipo de música, que estaba
al lado de la foto de su madre, y se sentó en la silla giratoria. Resoplando, abrió un libro al azar
que había sacado de la mochila y empezó a leer unas páginas con muy pocas ganas. Lo rescató
el timbre del móvil. Encantado con aquella interrupción inesperada, Zayn le respondió a Harry,
su mejor amigo desde hacía años, un chico tan desganado y vago como él, o incluso más. El
amigo lo llamaba para contarle que esa mañana por fin había conseguido aprobar el examen
para el carnet de conducir, y que después de una larga espera se lo habían entregado.
—¿Qué me dices, te paso a buscar a las nueve y media?
Zayn le contestó a su pesar que tenía que quedarse en casa estudiando, porque se lo había
mandado su padre, y le contó también cómo pocos minutos antes había sido privado de su bien
más preciado, a su entender injustamente.
—¿Estás seguro? Están mis primas… ¡esas que te gustan tanto!
—Oye, de verdad que no puedo.
Viendo que no podía convencerlo, Harry dejó de insistir.
—De acuerdo, otra vez será. ¡Adiós!
Zayn colgó el móvil y se puso nuevamente a estudiar, o por lo menos intentó hacerlo, pero su
mente estaba en otra parte.
Al cabo de una media hora se dio cuenta de que esa noche no iba a conseguir enterarse de
nada. De modo que, sin pensarlo dos veces, salió de la habitación y se dirigió a paso rápido al
salón.
8
El padre estaba sentado a la mesa, cenando solo; la abuela seguía arrodillada en su rincón
rezando.
—¿Papá?
El tono de voz de zayn ocultaba mal su temor de provocar otra discusión.
—¿Qué quieres?
—¡Déjame salir, por favor! No puedo más, voy a volverme tarumba…
zayn se puso de rodillas en el suelo, con las manos juntas en señal de súplica.
—¡Ni hablar!
Yaser parecía impasible.
—Papá, anda… Total, es inútil; o, mejor dicho, peor. Si me quedo en casa no estudio, porque
me apetece salir, y si no salgo tampoco estudiaré mañana porque luego tendré más ganas de
salir. Así que es preferible que me dejes salir esta noche, así mañana ya no me apetecerá salir y
me quedaré en casa estudiando. ¿No?
El razonamiento era impecable, y el padre, confundido por todas esas palabras pronunciadas
como una ráfaga de metralleta y más nervioso todavía porque la voz de su hijo impedía oír la
televisión, impidiéndole oír las noticias, prorrumpió:
—¡Uf, no te aguanto más! ¡Haz lo que quieras, total… nunca me haces caso! Eso sí, que una
cosa te quede clara, esta noche sales, pero ay de ti como mañana por la tarde asomes la nariz
fuera de casa. ¡Inténtalo y verás! ¿Te has enterado?
—Gracias, papá. Te prometo que a partir de mañana me pasaré todas las tardes en casa
estudiando. Pero tienes que dejarme salir por la noche… ¿Qué dices?
Se quedó esperando, pero, al no recibir respuesta, pensó que su padre por fin se había calmado
y decidió llegar más lejos.
—No será que a lo mejor tú…
Antes de que pudiera terminar la frase el hombre lo interrumpió:
—Te he dicho que el carnet estará confiscado hasta que apruebes la selectividad. Y, como no
respetes el trato que tú mismo me acabas de proponer, puede ser todavía peor.
—No, papá, te juro que lo respetaré.
Tras decir eso el muchacho se apresuró a desaparecer. Aunque su tono parecía convincente, lo
cierto es que no tenía la menor intención de respetar las condiciones que le había impuesto a
su padre.
Y en el fondo Yaser era más que consciente de ello.
Finalizada la conversación, Zayn voló literalmente a su habitación, corriendo el riesgo de
resbalarse con un par de calcetines sucios y malolientes que había dejado esa mañana en el
suelo. Cogió el móvil, buscó el número de su amigo y esperó impaciente hasta que oyó que
respondía.
El pobre harry se había quedado dormido en la cama, con un auricular del iPod en la oreja. El
timbre del teléfono lo despertó de mal humor.
—¿Diga?
- Harry, soy yo, Zayn
—¿Se puede saber qué quieres? Estaba echando un sueñecito muy rico…
—¿Cómo, ya dormías? ¿A esta hora? ¡Venga, pasa a buscarme y salimos!
—Pero habías dicho que tu padre…
—No te preocupes, ya está todo arreglado. ¡Date prisa!
—Pero ¡yo ya estaba durmiendo!
—Ya sé que estabas durmiendo, pero… ¿y tus primas?
—Ya han quedado.
La euforia de Zayn se apagó tras oír esas palabras.
—¡De todas formas, pasa a buscarme, no me apetece quedarme en casa!
—De acuerdo, me visto y te espero en tu puerta.
Después de apagar el móvil, Ale se preparó para la noche.
Al cabo de pocos minutos, el dueño de un viejo Fiat 127 trataba ruidosamente de aparcar
debajo de la casa de Zayn
Alertado por el estruendo, Zayn se asomó a la ventana y le sorprendió ver el «bólido» llevado por
Zayn que intentaba, con escaso éxito, maniobrar para meterse entre dos coches.
—¡Harry! ¡Eeeh, Harry!
Al oír que lo llamaban, Harry bajó la ventanilla, que chirrió espantosamente, sacó la cabeza y
miró hacia arriba.
—¿Quieres dejar de armar tanto jaleo?
—¡Perdona, no sabía que hacía ruido!
Harry decidió renunciar a sus intentos de maniobra y apagó el motor. Mientras tanto, Zayn se
había puesto la cazadora y había salido de casa. Una vez en el coche tuvo que tirar varias veces
la puerta hacia sí antes de poder cerrarla.
—Podías darme un bocinazo…
—Si funcionase…
—Pero ¿de dónde has sacado esta pieza de museo?
—Lo dejó mi abuelo en herencia, y como no lo quería nadie ahora lo tengo yo.
Harry lanzó una carcajada y arrancó el coche. Sin embargo, pocos segundos después el motor
se apagó, sin duda por algún motivo inexplicable.
—¡No entiendo por qué cada vez que arranco e intento poner el coche en marcha el motor se
apaga!
Perplejo, Zayn le pidió que lo intentase de nuevo.
—Trata de soltar lentamente el embrague.
Harry asintió, luego giró la llave y soltó el embrague de golpe. El coche dio un respingo, y Zayn
se estrelló contra la luna del parabrisas.
—¡Así no, gilipollas! ¿Eres memo? ¡Ve despacio! ¿Se puede saber quién te ha dado el carnet?
—¿Adónde?
—¡Con el pie! ¡Ve soltando despacio el embrague! ¡Tienes que ser delicado con los pedales!
Hasta Zayn se sorprendió de lo competente que era en el tema. Y empezó a despotricar otra vez
contra su padre. Le habría gustado decirle: «¡Fíjate, al menos he aprendido eso! ¡No es verdad
lo que dices de que en un año de autoescuela no he aprendido nada!».
Harry se volvió hacia su amigo.
—¿Qué haces? ¿Ahora hablas solo?
Zayn se apresuró a ponerse el cinturón y se colocó bien en el asiento.
—¡Déjalo! ¡Mi padre está convencido de que soy un inútil, pero antes o después tendrá que
reconocer que está completamente equivocado!
—¡Yaaa! ¡Por supuesto! ¡Genio y figura, hasta la sepultura, querido amigo! ¡Si naces inútil,
serás un inútil toda tu vida! ¡Acéptalo!
—¡Sobre todo si uno tiene amigos gilipollas como los que tengo yo! —Zayn le dio un puñetazo
amistoso a Harry —. Y, entre todos, tú eres el rey de los gilipollas, ¿verdad, Hazza?
El amigo no respondió. Zayn prefirió cambiar de tema.
—Bueno, ¿qué hacemos? ¿Nos vamos o no?
Por suerte, tras varios intentos fallidos, por fin el coche empezó a moverse dando tirones por la
carretera.
—Esta noche nos quedamos en Cecina, así puedo practicar un poco en estas carreteras, que
tienen menos tráfico que las de la ciudad. ¿Vale?
—Lo seguro es que por aquí no va a costarnos encontrar carreteras vacías, nunca hay nadie…
¡Qué coñazo!
A Zayn no le gustaba ir por las carreteras del pueblo donde se había criado. No es que el lugar
estuviera mal, había playas y pinares preciosos, pero él prefería ir a la ciudad, a Livorno, o,
cuando se podía, a las otras capitales toscanas, porque allí había discotecas, pubes, cines, salas
de billar y muchas cosas más. Al menos podías divertirte, pasar una noche alegre en compañía.
—Anda, no me apetece ir por la autopista… ¿Y si tengo un accidente?
—¡Haz el favor! ¿Y por qué no vamos a Vada o a Rosignano?
—¿Bromeas? ¡Están muy lejos!
—¡Qué dices!… ¡Vada quedará como mucho a cuatro o cinco quilómetros!
—Te he dicho que no. ¡Esta noche nos quedamos aquí!
—¡Mira que eres coñazo!
Resignado, Zayn tiró de la palanca que había a la derecha de su asiento, al lado de la puerta, pero
no pasó nada. En efecto, tuvo que dar un fuerte puñetazo al respaldo para que se bajase,
haciéndose daño en los nudillos de la mano.
—¡Ay! ¡Este coche es una mierda!
—¡Yo al menos tengo coche! ¡Y carnet! ¡Así que confórmate, y para!
Harry apartó un segundo las manos del volante y le hizo un gesto inequívoco.
Zayn miró mal a su amigo y respondió con otro gesto inequívoco, tras lo cual, suspirando, se
tumbó sobre el asiento, se puso las manos detrás de la cabeza y procuró relajarse mientras el
otro se divertía al volante.
Casi se había dormido cuando lo despabiló un brusco ruido de claxon. Oyó a Harry murmurar
alguna injuria, y amodorrado le preguntó:
—¿Qué coño haces?
—¡Pasa, capullo!
—¿Qué…?
—¡No te lo digo a ti, idiota!
harry no quitaba los ojos del espejo retrovisor.
Zayn se volvió y vio que llevaban un coche detrás muy pegado a ellos. Tuvo que entornar los ojos,
porque la potencia de las luces largas lo estaba cegando.
El coche no hacía nada por adelantar; es más, tocaba el claxon con mayor insistencia. Harry se
puso nervioso, y en el intento de parar se salió a la cuneta, destrozando la llanta anterior
derecha del 127. También el coche que iba detrás de ellos paró al borde de la cuneta.
—Pero ¿quién coño es este Liam?
—Bah, bajemos a ver…
Zayn se frotaba la rodilla, que al chocar se había golpeado contra el salpicadero. Iba a salir del
coche, pero su amigo lo retuvo tirándole de la chaqueta.
—¿Qué haces? ¡Espera! ¿Y si es un maleante que nos quiere matar?
—No digas chorradas. ¡Ves demasiadas películas! Vamos a averiguar quién es.
Con un movimiento decidido, Ale se soltó, abrió la puerta y bajó del coche. Asustado, Harry lo
siguió, ocultándose detrás de él.
La sorpresa de ambos fue mayúscula cuando vieron que el conductor de aquel viejo Ritmo era
su amigo Louis, llamado irónicamente el BOO BEAR. No precisamente un Adonis, pese a lo cual
estaba convencido de que era un verdadero latin lover. Menos mal que tenía gustos muy
especiales en cuestión de chicas: le parecían preciosas las que los demás no habrían ni siquiera
mirado, de manera que nunca le faltaba compañía femenina.
—Pero ¡si es el imbécil de Louis!
—Entre tu coche y el de Louis la verdad es que me siento como en un museo.
—¡Mira quién habla! Nosotros por lo menos tenemos coche.
Harry se acercó al muchacho, seguido por Zayn.
—¡Me he sacado el carnet hoy, idiota! ¿Qué puñetas haces? ¿Querías que nos la pegáramos?
¡Nunca cambiarás!
—Nunca cambiarás, ¿eh? ¡Gilipollas! —remachó Zayn
—¡Eh, calmaos, solo quería divertirme un poco, no hay por qué ponerse así!
—¿Querías divertirte? Nos podría haber pasado algo… ¡imbécil!
—Vale, perdona, madre mía, qué plastas sois… ¿Adónde ibais?
—¡A ninguna parte! ¡Solo estaba intentando practicar en paz y tranquilidad, con permiso de los
idiotas! De todas formas, más te vale apagar los faros y la radio si no quieres quedarte sin
batería…
Louis se volvió y vio que, en efecto, se había dejado las luces y la música del coche puestas. Así
pues, se alejó unos pasos para apagarlas.
Zayn aprovechó para acercarse a Harry. Lo cogió de un brazo y se puso a hablarle en voz baja
para que no lo oyera Louis.
—¡Ahora va a contarnos que ha conocido a una chica que se parece a una modelo o a una
azafata de la televisión! Como la otra vez, cuando…
No pudo terminar la frase, porque el amigo ya estaba junto a ellos.
—¡Oh, casi lo olvidaba! Esta noche he conocido a una chica que es la copia exacta de la que
trabajaba en Los vigilantes de la playa… ¿cómo se llama?
Zayn y Harry se miraron y rompieron a reír. Luego, sin poder contenerse, preguntaron al
unísono:
—¿Quién, la Anderson?
—¡Sí, ella! Era idéntica, de cara y de…
Y se puso las manos delante del pecho, para que entendieran que tenía una talla muy grande
de sujetador.
—¡Sí, claro, cómo no! ¡Como la de la otra vez, que debía ser igual a Monica Bellucci y en cambio
parecía la gemela de King Kong!
Cuando los dos terminaron de desternillarse, Louis propuso:
—¿Qué me decís de ir a la ciudad a ligarnos a unas chicas?
Zayn y Harry se miraron sin saber qué hacer. Luego Zayn se acercó al oído de su amigo.
—Si tenemos que ligarnos a las que le gustan a él, no merece la pena.
—Anda, vamos, por lo menos nos reiremos un poco. ¡Total, no tenemos un plan mejor!
—A ver, ¿qué secretitos tenéis? ¡Subid al coche y vámonos, venga!
Louis sacó del bolsillo las llaves y se dirigió hacia su coche. Los dos finalmente se convencieron.
Sin embargo, Louis los detuvo.
—Pero ¿qué hacéis? ¡Dejad aquí ese trasto! ¡Vamos en mi coche, que está mejor; por lo menos
así estamos seguros de causar sensación!
Aunque sabía perfectamente que su coche era una chatarra, Harry no aguantaba que nadie
se lo hiciese notar, de modo que le advirtió a su amigo que más le valía no pasarse con las
ofensas. Tras lo cual trató de aparcarlo bien en la cuneta y, una vez que los tres hubieron
subido al Ritmo, emprendieron la marcha rumbo a Livorno.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
capitulo 9
El frío gélido cortaba como la hoja de un cuchillo la piel blanca de _______, que durante un
instante se arrepintió de no haberle hecho caso a su madre y de no haberse puesto algo más
abrigado. Era realmente brusco el contraste entre la tibieza que había dentro del aeropuerto y
el frío de la calle, en la parada de taxis.
Por suerte, no fue difícil encontrar uno. Ella y la madre se sentaron en el asiento de atrás,
mientras el padre ayudaba al taxista a meter el equipaje en el maletero.
Durante el trayecto _____ miró alrededor, tratando de encontrar algo bonito en el nuevo
paisaje. En su corazón, nada podría reemplazar jamás Bogotá, la ciudad que tanto quería, el
escenario de su adolescencia. Los años más hermosos de su vida.
Procuró distraerse, pues las primeras lágrimas amenazaban con anegarle los ojos.
—Mamá, ¿cuánto falta? ¿La casa queda lejos?
—No lo sé, pregúntaselo a tu padre.
—¡Bah, déjalo! Ya no quiero saberlo…
Ambra le dio un codazo a su hija, y, entre dientes, sin que la oyera su marido, le dijo que dejara
de comportarse como una niña. No había vuelto a hablar con su padre, y no parecía tener
intención de hacerlo.
En el avión montó un pollo para no sentarse al lado de sus padres y, dado que los asientos
estaban asignados, una señora amable, a la que le hicieron gracia sus antojos, le cedió su sitio.
—¡Llegaremos dentro de media hora!
El taxista, que hasta ese momento no había pronunciado palabra, se sintió obligado a
responder a la pregunta de la chica.
—¿Tanto tiempo? ¡Qué coñazo!
Ambra levantó la mano para darle un sopapo a su hija, que rápidamente agachó la cabeza y la
esquivó.
—¡Cuando quieras dejar de hablar tan vulgarmente ya será demasiado tarde!
—¡Uf! Quizá quieres decir que el día que descubras que tu madre también dice «qué coñazo»
ya será demasiado tarde.
—¡No metas a la abuela en esto!
—¡Y tú deja de jorobar!
—¡Parad las dos! ¡Y modera tu lenguaje, señorita, o te dejo sin paga un mes!
Giorgio había terciado para cortar la discusión. Su tono era severo y tenía una ceja enarcada, lo
que le sucedía únicamente cuando estaba realmente enfadado. Ambas comprendieron
enseguida que era preferible no continuar.
Resoplando, _______ se acomodó mejor en el asiento, cogió el móvil, lo encendió y trató de
llamar, pero no obtuvo señal. Tras innumerables intentos sonó una llamada, pero al otro lado
de la línea no contestó nadie. Lo volvió a intentar varias veces sin éxito. Entonces guardó el
móvil en el bolso y miró el reloj: según el taxista aún faltaban veinte minutos para llegar. Sin
dejar de resoplar, se acurrucó sobre las piernas de su madre y, vencida por el cansancio del
viaje, se quedó dormida.
Cuando se despertó el taxi estaba cruzando una enorme verja de hierro forjado de color gris
muy oscuro, que la penumbra volvía aún más majestuosa.
—¡Cariño…, despierta! ¡Venga, ya hemos llegado! —Ambra la estaba sacudiendo suavemente.
_______ abrió los ojos, pero necesitó un rato para acostumbrarse a la oscuridad. Se estiró en el
asiento y observó delante de ella un larguísimo camino, consiguiendo a duras penas entrever a
lo lejos el perfil de una casa inmensa. Su estupor aumentaba a medida que se acercaban a la
vivienda. Ya completamente despierta, se quedó boquiabierta cuando el coche se detuvo
delante del portal de una maravillosa villa decimonónica.
—¡Dios mío, pero… es magnífica! ¡Es la casa más hermosa que he visto jamás!
Se apeó corriendo del coche y fue a la fuente que había en el centro del patio. Desde ahí podía
ver la enorme villa en todo su esplendor.
La villa era grande, tenía dos plantas o quizá más. ______ no alcanzaba a ver hasta dónde llegaba
y se quedó pasmada. Delante de ella había un largo camino asfaltado delimitado por pequeñas
luces, y a los lados se extendía el jardín, que parecía infinito.
Cuatro escalones, largos y estrechos, llevaban al portal de entrada, protegido por una gran
lámina de cristal blanco con un dibujo abstracto que permitía entrever el interior de la vivienda.
Encima, tres columnas blancas sostenían el balcón de la planta superior.
—¡Caray, es fantástica! ¡Si la viese Helen y Leslie se morirían de envidia!
Sacó el portátil para tomar unas fotos, pero desde donde estaba no podía encuadrar bien, y
además estaba oscuro.
Mientras tanto, todos habían bajado del coche, y su padre, sonriendo, se acercó y le rodeó los
hombros con un brazo.
—Mañana por la mañana tendrás tiempo para hacer todas las fotos que quieras. ¡Ahora es
mejor que entres; si no vas a coger un resfriado!
_______no respondió, pero Giorgio lo intentó de nuevo.
—¿Has visto cómo al final merecía la pena? Puede que Italia tenga muchas cosas hermosas que
ofrecernos…
—¡Pero si esta casa ni siquiera es nuestra! ¡Solo es prestada… menudo chollo! Además, la casa
de Bogotá, nuestra casa, no estaba nada mal…
______ había asumido la misma expresión enfurruñada de cuando era pequeña. Ante esa carita,
Giorgio nunca había podido evitar enternecerse.
—Tienes razón, pero hagamos lo siguiente: si me garantizan que ya no tenemos que
trasladarnos, te prometo que haré todo lo posible para comprarla…Ammm pero te tengo una sorpresa
______, que no daba crédito a sus oídos, preguntó tímidamente:
—¿En serio? ¿Qué sorpresa?
Giorgio asintió con la cabeza, sonriendo dulcemente
-Ve detrás de ti – le dijo Giorgio a _____
______ volteo a sus espaldas y se sorprendio al ver paras ahí a sus 2 amigas Helan y Leslie
( a Leslie la conocía desde el prescolas
Leslie es una chica . Es delgada, su piel es un poco blanca, ojos cafés, cabello café, largas pestañas, mide 1.70, tiene pocas curvas pero sin duda esas pocas curvas la hacen verse muy bien, tiene cabello largo La primera impresión que tienes de ella es que la encuentras seria... Pero mientras más la conoces te das cuenta que es MUY loca, extrovertida, divertida, es amigable, sabe dar buenos consejos..... Es bipolar, te puede amar, pero 5 minutos después ya te está odiando.... Casi no llora, es muy fuerte en cuanto a sus sentimientos, se enamora pronto... No le gusta que la decepcionen... Es un poco grosera. Cuando se enojó... No es PARA NADA AMIGABLE, así que es mejor que no la conozcan enojada haha'... Es un poco pervertida... Cuando se enamora lo hace de corazón♥ )
______ Presa de la euforia, su hija se arrojó al cuello de su padre. Olvidándose de su rabia, exclamó:
—¡Gracias, papá, de verdad, mil gracias! Te quiero, y perdona si he estado desagradable
contigo…
Aquellas palabras fueron capaces de hacer templar los corazones de ambos. Padre e hija se
estrecharon en un fuerte abrazo, tan fuerte que ya no sintieron frío, sino solamente el calor de
su afecto. A veces pasa eso, basta un abrazo para borrar todo rastro de rencor.
A veces.
Y después _____ fue a abrasar a sus amigas a lo cual ellas correspondieron
Ambra, que había presenciado la escena, sonrió, feliz de que a su hija se le hubiese pasado por
fin la rabia contra su padre y de que fuera receptiva a las emociones de una nueva vida.
Se acercó a su marido.
—¡Tengo que reconocer que en vivo da otra impresión! De todas formas, no me atrevo a
imaginar todo el trabajo que hay que hacer… ¡todo debe de estar sucio y lleno de polvo! Si no
me equivoco, has dicho que el señor Malton no viene a esta casa desde hace años…
—No, no te equivocas, pero el señor Malton se ha asegurado de que encontremos la casa
limpia y ordenada. Hay personal que se ocupa cada semana de la villa y también del jardín. Y no
solo eso, Joseph me ha dicho que, si quieres, sus asistentas están a tu disposición.
—¡Qué amable! Pues me temo que las necesitaré. No puedo ocuparme sola de una casa tan
grande.
—¡Pues estupendo! Mañana por la mañana lo llamaré y le diré que avise a las asistentas de que
las necesitaremos. Pero pasemos, ______ nos está llamando.
Mientras marido y mujer charlaban, el taxista había sacado el equipaje del coche y había dejado
rápidamente todas las maletas en la entrada.
Giorgio le pagó y el taxista se alejó.
Al tiempo que los padres empezaban a poner un poco de orden, colocando la ropa en cajones y
las cosas de primera necesidad en su sitio, ______ inspeccionó toda la casa con Helen y Leslie , emitiendo un sonoro
«Oh» cada vez que abría una puerta o descubría un nuevo espacio. Al final de su recorrido de
exploración estaba realmente entusiasmada, y la excitación llegó a las estrellas cuando abrió la
puerta de la que debía de ser su habitación. En lo primero que reparó fue en un majestuoso
dosel, con unas telas de un delicado rosa antiguo tapando la cama matrimonial. Las cortinas
que colgaban de las paredes eran de la misma tela y del mismo color y ocultaban una ventana
enorme, que ofrecía una vista maravillosa del jardín. Las paredes estaban pintadas de un rosa
un poco más oscuro, con algún detalle blanco y dorado. El resto de los muebles, de estilo
decimonónico, hacían juego con la cama y convertían esa habitación en una auténtica joya.
______ creía que estaba soñando. La habitación era más hermosa de lo que jamás se hubiese
podido imaginar.
La madre fue a verla, también encantada con la nueva casa. En efecto, su dormitorio era
maravilloso, y no tenía nada que envidiarle al de su hija. Ambas inspeccionaron todas las
habitaciones, quedándose sin adjetivos para describir cada detalle.
Fueron interrumpidas por el sonido del timbre: por consejo del taxista, quien se había ofrecido
amablemente a llamar por él, Giorgio había encargado la cena a un restaurante situado allí
cerca, y el repartidor había llegado con el pedido. Giorgio abrió la puerta y lo invitó a poner la
comida sobre una mesita de la entrada. Tras dejar el paquete humeante, el muchacho extrajo
del bolsillo un recibo y se lo tendió.
—Son cuarenta y cuatro euros con cincuenta céntimos.
El señor Luciani abrió la cartera, cogió un billete de cincuenta euros y otro de diez y se lo
entregó al repartidor, que lo miró sorprendido y un poco perplejo.
Giorgio, al intuir las dudas del muchacho, se apresuró a aclarar la situación.
—Esto es lo de la cena, y quédate con el cambio; y esto… —dijo señalando el otro billete—,
¡esto es de propina!
Incrédulo, el repartidor le dio sinceramente las gracias y salió de la villa, felicitándolo por su
hermosa casa.
Giorgio cogió el paquete y fue al comedor, donde su mujer y su hija habían puesto rápidamente
la mesa.
—¡Por fin se come! Mmm… ¡Qué olor tan rico!
Tras echar un vistazo al paquete, _______ ayudó a su madre a sacar las viandas, luego se sentó a
la mesa entre sus padres y y sus amigas juntos disfrutaron alegremente de su primera cena en la casa nueva,
haciendo planes para el futuro inmediato e imaginándose qué sorpresas les depararía Italia.
candymalik
Re: lo unico que pido es que estes en mi corazon
Holaaaaaaaaaaaaaa
Asdfghjkl me encanta como escribes, es tan genial.
Jajajajaja Zayn me mato XD bien malote con mi suegro Yaser:$ y Harry grrrrrrrrr:3 ojala te ligues a otra chica que no sea yo idiota, tu eres mio Edward xd asdfghjkl apareciiii
Me encanta preciosa ¡Siguela!
Asdfghjkl me encanta como escribes, es tan genial.
Jajajajaja Zayn me mato XD bien malote con mi suegro Yaser:$ y Harry grrrrrrrrr:3 ojala te ligues a otra chica que no sea yo idiota, tu eres mio Edward xd asdfghjkl apareciiii
Me encanta preciosa ¡Siguela!
Travis
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