Summer. {One Direction y tú}

Me quedo estancada frente a la puerta principal después de dar varias zancadas para llegar, pero no logré mi cometido a tiempo. Harry, quién tardó alrededor de veinte minutos más para salir de la cocina, me ha estado martillando el cerebro con preguntas que no tienen respuesta.
O simplemente, es que yo no sé responder.
Me ha dejado por fin en paz, así que me tomo mi tiempo para pensar mientras preparo la tina. No está tan espectacular como la que me preparó Maura hace ya un tiempo.
Me despojo de mis prendas. Mi piel se eriza al mínimo contacto del silbido peculiar de la brisa que esconde una tormenta. Un pie, luego otro y al final, todo el cuerpo.
El agua está tibia, así que tengo un rato antes de comience a enfriarse y me vea obligada a abrir el grifo del agua caliente, aunque tal vez para ese tiempo tenga que bajar a almorzar.
Echo la cabeza para atrás, cierro los ojos y respiro. Respiro hondo, porque no sé que más pueda hacer.
Y pienso que tal vez, si exhalo tan profundo como el aire que contengo me lo permita, mis problemas también se escapen entre mis fosas nasales y los poros de mi piel.
Recuerdo de repente las miles de frases sabias que salieron de la boca de mi abuela y una me llama la atención, así que la cito durante casi todo el baño:
<<Por más esfuerzo que hagas, alguien siempre saldrá con el corazón herido. Tal vez sea uno, quizá dos…>>.
Pienso en mi abuelo y recuerdo que no necesito a nadie más por ahora. Ni Liam, ni Harry, ni Louis, ni Zayn ni Niall. Él.
Después me repito una vez más la frase antes de salir y me pregunto cuántos pretendientes pensaría mi abuelo que tendría. Supongo que ha de estar bastante decepcionado.
Ojalá que esté equivocada.
Me envuelvo en una bata blanca pálida que mi abuela me ha traído en uno de sus viajes al centro durante esta semana. Su color profundo me recuerda a la nieve, tan blanca y escrupulosa.
En la parte de la espalda está cosido mi nombre, en letras grandes, prolijas y rosadas. Supongo que mi abuela cree que sigo siendo aquella niña que solía ser de pequeña, la misma que adoraba obsesivamente el color rosa.
Pues no, que sepa que lo odio.
Suspiro y envuelvo mi cabello en una toalla blanca, que han dejado a los pies de mi cama en perfectas condiciones. Harry también tiene una, pero a él le han buscado una azul porque repite con frecuencia cuanto adora ese color.
Vete a saber por qué.
Salgo del cuarto de baño no sin antes chequear que él no esté deambulando por mi habitación, aún con el pijama de Los Superhéroes de Marvel puesto.
Rebusco entre mi armario un rato largo. Al final, sin estar muy segura de lo que hago, decido que un look tranquilo tal vez sería la mejor opción.
Se trata de una remera que he adquirido la semana pasada en mis compras semanales, ya que mi madre accedió a darnos a Marina y a mí un aventón a la ciudad después de mucho rogarle. Después de eso me dijo que las compras semanales se reducirían a Compras una vez cada dos semanas en tanto estemos de vacaciones, y también agregó que intente vivir con ello. Respondí que trataré, aunque no sé si sea capaz.
La remera es gris, tanto como para salir a dar una vuelta por un barrio normal como para estar en casa todo el día, como planeo hacer. Elegí también unos shorts grises con algún estampado bastante extraño y, por último, mis infaltables vans para un día poco importante.
Últimamente, mi vida está llena de esos.
Me dejo el cabello envuelto ya que detesto que las gotas que le chorrean me mojen la espalda y me encamino sin más al despacho de mi abuelo, donde estoy segura de que lo encontraré.
Consiste en un salón amplio y lleno de estanterías con libros de todo tipo; un escritorio elegante de madera de arce y una silla del mismo material, que él suele ocupar en sus reuniones importantes.
La verdad es que él llama reuniones a algún encuentro familiar poco común, como cuando mi tío desaparecido decidió darse una vuelta por la casa de campo y reclamar propiedades que aún no le pertenecen.
Tiene un sillón acolchonado que siempre me ha gustado, ya que su color marrón suela es bastante llamativo. Está frente al escritorio.
Él salón está lleno de reliquias y tesoros, y también contiene parte de mi infancia, ya que es aquí donde mi abuelo nos contaba a mis hermanos y a mí las aventuras de su vida (las cuales eran inventadas: como cuando nos dijo que él mismo había luchado con un cocodrilo de no sé cuantos metros de altura y que por eso tenía problemas en la columna).
Solía sentarse en una mecedora que sé que aún conserva, a pesar de que está vieja y arruinada. Se mecía conmigo en su falda y mis hermanos se sentaban en el suelo.
Cuando él contaba sus más grandes hazañas, ya sean verdaderas o falsas, toda la casa hacía silencio. A todo el mundo le encanta oír a mi abuelo hablar, ya que es un hombre muy sabio. Pero tal vez también sea el hecho de que cada palabra que sale de su boca es maravillosa, y a pesar de que mi madre ya sabía que todas esas cosas que él nos contaba no eran ciertas, a veces se tomaba su tiempo y se sentaba a nuestro lado a oírlo.
Entro al despacho, después de sacudir la cabeza un par de veces y darme cuenta de que he llegado.
No toco la puerta para preguntarle si está ocupado, aunque estoy segura de que está leyendo alguno de sus libros.
De hecho, soy la única de la familia que tiene derecho a entrar sin tocar: ni a mi abuela le ha concedido ese privilegio.
Cierro la puerta tras de mí y efectivamente, está sentado en la mecedora con un libro titulado Orgullo y prejuicio entre sus manos.
Está muy ocupado como para notar mi presencia, así que camino con pasos cortos hacia él.
Mientras pateo el piso impaciente, él se toma su tiempo para colocarle un señalador al libro en la página que está leyendo, dejarlo de lado y suspirar.
Levanta la vista hacia mí y cuando volteo a verlo, desliza sus anteojos de culo de botella hasta el puente de su nariz y me observa entre la ranura del marco.
–Buenos días –dice, aún observándome con incertidumbre.

–Buenos días –respondo. Acerco el silloncito marrón y me siento frente a él. Sigue observándome y supongo que se pregunta a qué se debe mi visita tan precipitada.

– ¿Ocurre algo, Madeleine? –pregunta, con su voz estridente e intimidante, aunque en mí no causa esos efectos. Suspiro, porque no sé por qué parte empezar. No es algo que yo haría, pero tal vez podría empezar aceptando que aún amo al rubio.

–Amo a Niall –digo y aprieto los ojos. Ha sido una gran confesión, sin embargo a mi abuelo parece darle igual. Abro los ojos de apoco y lo veo cruzar una pierna sobre otra. Aún me mira, pero resulta lo más parecido a un psicólogo que he visto. De hecho, creo que será mi psicólogo personal por lo que dure mi existencia.

– ¿Y…?

– ¿No estás sorprendido? –niega, aunque ¿por qué debería estarlo? Él mismo fue quién se dio cuenta hace casi un mes y quién en realidad lo sabe desde que yo tenía once años. Así que confesarlo fue una pérdida de tiempo.

–Veo que ya lo has reconocido… eso está bien –dice, aunque su rostro no cambia un ápice.

–Resulta que tengo otros problemas.

– ¿Quieres… quieres contarme? –no dudo, así que se lo cuento todo de principio a fin: desde la vez en que Niall me pregunto si él significaba algo más que una amistad para mí, hasta momentos recientes, como cuando Louis me estampó la puerta en la cara justo después de besarme y confesarme su amor por segunda vez. Mi abuelo no parece sorprendido, se ha limitado a hacer algunas muecas o atisbos de sonrisa en alguna parte de mi relato, pero permanece siempre en la misma posición que opta cuando te escucha atentamente–. ¿Eso es todo? –pregunta al final.

–Sí, eso es todo –asiento. Por fin se toma el trabajo de hacer un movimiento, aunque es simple: baja la pierna izquierda de sobre su pierna derecha y cruza la derecha por sobre la izquierda. Después suspira, buscando las palabras correctas para responder. Pero al final no dice nada y me doy cuenta de que espera a que yo lo haga. Me encojo de hombros y entiende que no tengo nada que decir.

–Supongo que recuerdas cuando te dije que siempre alguien saldrá herido –asiento nuevamente, y recuerdo que esta mañana en la tina me replanteé el tema–. ¿Qué piensas sobre eso?

– ¿Qué pienso sobre que alguien salga herido? –eleva las cejas y afirma–. Nada, ¿qué puedo pensar? –respondo con una evasiva, porque como todas las preguntas que me ha formulado Harry el día de hoy, no tengo respuestas. Me tomo un tiempo más en el que él me espera, para rebuscar en mi mente algo que decir, pero sin éxito. Al final, después de mucho silencio, le digo–: no quiero que nadie salga herido.

– ¿Por qué?

–Porque son mis amigos –no dudo ni vacilo.

– ¿Y crees que puedas arriesgarte a desperdiciar tu felicidad porque Louis es tu amigo? –frunzo el ceño.

–Pónmelo más fácil.

–Hagamos de cuenta que los tres tienen treinta años: Niall, Louis y tú –asiento, dándole a entender que comprendo hasta ahora–. Resulta que amas a Niall, hecho que es completamente cierto y evidente –concluye prolongadamente, queriendo dejar en claro que más de una persona se ha dado cuenta sin mi afirmación. No puedo evitar preguntarme quiénes y cuántas más lo saben–. Louis te ama y tú solamente lo ves como un amigo. Entonces Louis te pide que escojas entre Niall y él, pero tú quieres tener una familia con el rubio. ¿Qué haces?

– ¿Por qué tendría que escoger?

– ¿Piensas casarte con ambos? –niego efusivamente y él ríe.

–Bueno… creo, creo que escogería a Niall.

– ¿A pesar de que Louis no quiera volver a hablarte?

–Sí… aunque él no tendría por qué hacer eso.

–Pero no quiere volver a hablarte, ¿entonces…?

–Sí –afirmo, nuevamente.

–Entonces, Maddie, tú ganas pero él pierde.

–Entonces… –vacilo, pero él asiente porque sabe en qué estoy pensando.

–Tal vez suene egoísta, pero tú no puedes arriesgar el resto de tu vida a estar a la merced de alguien que no amas, por más que eso implique sacrificar la felicidad momentánea de quién te ame –frunzo los labios–. Louis encontrará a alguien más, será feliz y seguramente te perdonará. Ahora está enfurruñado porque es un caprichoso, pero no es lo suficientemente tonto como para echar años de amistad a la basura.

–Entiendo –el sonríe y también lo hago–. Gracias, abuelo.

–No tienes nada que agradecerme, mi niña… Ahora, si me disculpas, volveré a leer mi libro porque me quedé en la parte en la que Fitzwilliam le propone matrimonio a Elizabeth por segunda vez –agrega entusiasmado y me hace reír.
Me despido de él y bajo ya que mi madre me ha llamado.
Resulta que abajo están todos reunidos, incluyendo a los chicos y sus familias. Olvidé que es sábado y hoy almorzaremos y cenaremos juntos.
Mi abuela me observa reprobatoriamente y dice:
–Maddie, podrías haberte arreglado más… –entorno los ojos, fastidiada y me dirijo al comedor, donde están todos sentados.

–Hola, princesa –me dice Niall, cuando ya he saludado a uno por uno. Menos a Louis, que me fulmina bajo sus pestañas rizadas.

–Hola, duende –entrecierra los ojos ante el apodo por el que lo he llamado y sonríe cuando lo tomo de la mano–. ¿Me acompañaría al jardín un momento, joven príncipe? –sonríe aún más.

– ¿Pero qué es esto? ¿Acaso una bella princesa está invitándome a dar un paseo? Pues claro que acepto, quién sabe cuando se dará la próxima oportunidad –y salimos.

– ¿Qué quieres decir? Seguramente que tienes a media escuela detrás.

–Y no te lo niego –me muerdo la lengua ante la posibilidad de dar cabida a que yo solo tengo la oportunidad de ver a Niall durante este y quién sabe cuántos veranos más, mientras que las muchachas que aclaman su nombre lo tendrán durante dos años largos.

–Te lo dije.

– ¿La princesa está celosa? –niego rápidamente, pero me desconcierta la sonrisa malévola que enfoca su rostro ahora. De repente estoy en el piso y él está sobre mí, haciéndome cosquillas hasta dejarme sin habla. Le suplico durante un rato que me deje en paz porque siento como el aire abandona mis pulmones, pero después de resigno porque sé que no me hará caso.

–Vale, sí. Estoy celosa –asiento y él se separa de mí con una sonrisilla que cruza la línea entre socarrona y triunfadora.

–Pero, ¿por qué estás celosa, si la única mujer importante en mi vida eres tú? –lo miro y oigo de repente el sonido de mi corazón latiendo desbocado, pero las cosquillas no son solo lo que lo ha provocado. El sonríe y se acerca más a mí, hasta que sus labios rosan el lóbulo de mi oreja–. No se lo digas a mi madre porque me pateará el trasero –su melodiosa risa me devuelve a la realidad y lo acompaño.

–No le diré nada porque temo por el bien de tu trasero –le digo y él ríe aún más.

–Me alegro de tener una amiga tan buena como tú que sepa guardar secretos –asiento y él me da la mano para que me siente junto a él.

–Esto es lo menos parecido a un paseo que he visto en mi vida –sonríe.

–Y aún no has visto a Harry. Nos ha contado que su madre lo obliga a dejar la computadora y salir a dar un paseo para despejarse, él sale y después trepa por el árbol que tiene al final de la casa para subir de nuevo a su habitación. Cuando cree que ya pasó demasiado baja y hace como si estuviera volviendo –río.

–Típico de él –un silencio prolongado–. ¿Y tú a qué le llamas paseo, además de a hacerle cosquillas a tus amigas?

–Hm… Maddie, enserio debes dejar de ser tan celosa –elevo las cejas y abro mi boca en una perfecta o para expresar cuán ofendida estoy. Me señalo a mí misma y articulo un ‘¿yo?’ con los labios, que hace que él ría más.

–Yo no soy celosa.

–Eso no es lo que dijiste hace rato.

– ¡Pero estabas dejándome sin aire! Esa confesión no cuenta.

–Sí cuenta…

–No.

–Claro que sí.

– ¿Por qué? ¿Por qué tú lo dices?

–No sólo por eso –dice y entorno los ojos–… también porque es verdad y la verdad siempre triunfa.

–Yo digo la verdad.

–Dijiste la verdad cuando admitiste que estabas celosa –corrige, haciéndome bufar. Niall es el ser más competitivo que conozco, así que discutiendo con él solo pierdo mi tiempo.

–Como quieras.

– ¡Te lo dije!

–Sí, sí, ya… me lo dijiste –respondo entre risas por la ridícula discusión que montamos–. Pero aún no me respondiste lo que es un paseo para ti.

–Bueno…, todos piensan que estamos caminando por el jardín y arrancándole rosas a la planta de tu abuela para que después nos golpee con una escoba, ¿No es lo que una persona normal de nuestras familias tomaría como un paseo? –asiento, riendo–. Bueno, pues aquí te va…, yo no soy normal –no tengo tiempo de analizar lo que quiere decir, porque ya está casi sobre mí con sus ojos cerrados. Estira los labios y los choca con los míos, haciéndome estremecer.
Una corriente eléctrica golpea todo mi cuerpo y me deja atontada.
Así que es cierto.
No sé que más hacer y el hecho de que sería el segundo beso que doy hoy me desconcierta, ya que se supone que son mis mejores amigos.
Le correspondo aún anonadada y descubro que es el beso más perfecto que me han dado en mi vida: sobre todo, porque siento que me quiere.
Me besa, me abraza, me besa la mejilla, me toca el cabello o me rosa la mano y yo siento que realmente me quiere.
No es igual a los chicos de mi escuela ni a David, el capitán de fútbol americano.
Él es especial, diferente y por sobre todas las cosas, él es único.
Porque él es Niall.
Entonces me doy cuenta de cuánto crece mi amor por él cada día y de que estoy enamorada.
Ya no hay vuelta atrás, supongo.
Cuando se separa de mí y rosa nuestras narices, siento como si un balde de agua fría me cayera encima. Descubro que no quería que él dejara de besarme, porque he perdido el calor que me brindaba.
Sin embargo, cuando abro los ojos y veo los suyos observándome, el calor abrasador que sentí cuando me besó lo siento ahora a través de su mirada.
Le sonrío y me sonríe.
Y cuando sé que volverá a besarme, se oyen unos aplausos desde la parte alta de la casa y ambos nos volteamos a ver.
En el balcón, en la parte que ocupa el despacho de mi abuelo, está él. Sonríe aún más al saber que lo descubrimos, para de aplaudir y dice:
–Esto es mucho más entretenido que el casamiento de Elizabeth y Fitzwilliam.