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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
Prólogo:
Kendall Schmidt es un vampiro y como tal no puede unirse a ninguna mujer. Su misión es proteger a los guerreros de la Raza, y también a los hombres de la amenaza de los vampiros renegados. Pero cuando ______, una artista de éxito en Boston, se cruza en su camino y se encuentra en grave peligro, no puede evitar llevársela a su sub. mundo donde se desatará una pasión desenfrenada.
Capítulo 01
Veintisiete años atrás.
Su niña no dejaba de llorar. Había empezado a mostrarse inquieta en la
última estación, cuando el autobús de Grayhound a Bangor se detuvo en
Pórtland para recoger a más pasajeros. Ahora, un poco después de la una
de la madrugada, casi habían llegado a la estación de Boston y esas dos
horas que llevaba intentando tranquilizar a su niñita la estaban, tal y como
dirían sus amigos de la escuela, sacando de sus casillas. El hombre que se encontraba en el asiento de al lado probablemente tampoco estaba muy contento.
Señora: Siento mucho esto —le dijo ella, dirigiéndose para hablarle por primera vez desde que habían subido al autobús—. Normalmente no tiene tan malhumor. Es el primer viaje que hacemos juntas. Supongo que tiene ganas de llegar a su destino.
El hombre cerró los ojos y los abrió lentamente, en un gesto de
asentimiento, y sonrió sin enseñar los dientes.
Hombre: ¿Adonde se dirigen?
Señora: A Nueva York.
Hombre: Ah. La Gran Manzana —murmuró él. Su voz sonaba seca, casi
ahogada—. ¿Tiene usted familia allí o algo?
Ella negó con la cabeza. La única familia que tenía se encontraba en un
pueblo provinciano cerca de Rangeley, y le habían dejado claro que tenía
que apañárselas por sí misma.
Señora: Voy por trabajo. Quiero decir, que espero encontrar trabajo. Deseo
ser bailarina. Quizá en Broadway, o ser una de las Rockette.
Hombre: Bueno, desde luego es usted muy guapa.
El hombre la miraba fijamente ahora. El autobús estaba oscuro, pero a
ella le pareció que había algo raro en sus ojos. Otra vez la misma sonrisa
tensa.
Hombre: Con un cuerpo como el que tiene, tendría que ser usted una gran
estrella.
Ella se sonrojó y bajó la mirada hasta el bebé que lloraba en sus
brazos. Su novio de Maine también tenía por costumbre decirle cosas
como ésa. Le solía decir muchas cosas para llevársela al asiento trasero
del coche. Y ya no era su novio, tampoco. No desde el último año del
instituto, cuando ella empezó engordar a causa del embarazo. Si no lo hubiera dejado para tener a la niña, se habría graduado en verano.
Hombre: ¿Ha comido algo hoy? —le preguntó el hombre mientras el autobús
reducía la velocidad y entraba en la estación de Boston-.
Señora: La verdad es que no.
A pesar de que no servía de nada, ella mecía a la niña entre los
brazos. El bebé tenía el rostro enrojecido, los pequeños puños apretados
y lloraba como si se acabara el mundo.
Hombre: Qué coincidencia —dijo el desconocido—. Yo tampoco he comido
nada. Me iría bien tomar algo. ¿Se anima a acompañarme?
Señora: No. Estoy bien. Tengo unas galletas saladas en la bolsa. Y de todas
maneras, creo que éste es el último autobús a Nueva York esta noche,
así que no voy a tener tiempo de hacer gran cosa más que cambiar a la
niña y descansar. Gracias, de todas formas.
El no dijo nada más. Simplemente la observó mientras ella recogía sus
cosas ahora que el autobús ya había parado en su andén. Luego se apartó
para dejarla pasar y dirigirse hacia la estación.
Cuando salió de los lavabos, el hombre la estaba esperando. Ella sintió cierta intranquilidad al verle allí de pie. No le había parecido tan alto mientras estaba sentado a su lado. Ahora que le veía otra vez, se dio cuenta de que definitivamente había algo muy extraño en sus ojos. ¿Estaría un poco colocado?
Señora: ¿Qué sucede?
Él soltó una risa ahogada.
Hombre: Ya se lo he dicho. Necesito alimentarme.
Ésa era una forma muy extraña de decirlo.
Ella se dio cuenta de que había muy pocas personas en la estación a
esa hora tardía. Había empezado a llover ligeramente, el suelo estaba
mojado y los últimos rezagados se habían puesto a cubierto. El autobús
estaba esperando en el andén mientras cargaba a los nuevos pasajeros
con sus equipajes. Pero para llegar hasta él, tenía que pasar primero por
su lado.
Se encogió de hombros, demasiado cansada y ansiosa para tener que
encontrarse con esa tontería.
Señora: Bueno, pues si tiene hambre, vaya a decirlo en el MacDonald's. Llego tarde al autobús.
Hombre: Mira, zorra...
Se movió con tanta rapidez que ella no supo con qué la había golpeado.
Estaba de pie a un metro de ella y al cabo de un segundo le había puesto la mano en el cuello y le cortaba la respiración. La empujó hasta las sombras del edificio de la estación, hacia un punto donde nadie se daría cuenta de si iba a atracarla. O a hacerle algo peor. Le acercó tanto la boca que ella notaba el hedor de su aliento. Él hizo una mueca, la amenazó en un susurro terrorífico y ella vio unos dientes afilados.
Hombre: Si dices una palabra más o mueves un solo músculo, me comeré tu
jugoso corazoncito de niña mimada.
Su niñita estaba gimiendo entre sus brazos, pero ella no dijo ni una
palabra. Ni siquiera se atrevía a pensar en moverse. Lo único que importaba era su niña. Protegerla. Por eso no se atrevió a hacer nada ni siquiera cuando esos dientes se acercaron a ella y se le clavaron en el cuello.
Se quedó de pie helada por el terror, apretando con fuerza al bebé mientras su atacante penetraba con fuerza en la herida sangrante que le había hecho en el cuello. Le sujetaba la cabeza y el hombro con dedos fuertes, sus uñas se le clavaban como las garras de un demonio. Él gruñía sin dejar de hincarle cada vez con más fuerza los afilados dientes. A pesar de que tenía los ojos abiertos por el terror, su visión empezaba a oscurecerse y las ideas empezaban a resultarle confusas, como si se rompieran en pedazos. Todo a su alrededor empezaba a nublarse. La estaba matando. El monstruo la estaba matando. Y luego iba a matar a su niña, también.
Señora: No. —Intentó inhalar, pero solamente tragó sangre—. Maldito seas... ¡No!
Con un desesperado esfuerzo de voluntad, dio un cabezazo contra el rostro de su atacante. Él soltó un gruñido, se apartó, sorprendido, y ella consiguió soltarse. Se apartó de él, tambaleándose, estuvo a punto de caer sobre sus rodillas pero consiguió enderezarse. Con un brazo sujetaba a su niña y con el otro se cubrió la herida húmeda y caliente de la garganta mientras se alejaba despacio de esa criatura, que levantaba la cabeza y la miraba, burlón, con los ojos amarillentos y brillantes y los labios manchados de sangre.
Señora: Oh, Dios —gimió, mareada ante esa visión.
Dio otro paso hacia atrás. Se dio la vuelta y se dispuso a correr,
aunque fuera inútil. Y entonces fue cuando vio al otro.
Unos fieros ojos de color ámbar la atravesaron, y por entre unos grandes y brillantes colmillos sonó un silbido que anunciaba la muerte. Ella pensó que iba a cargar contra ella y a terminar lo que el otro había empezado, pero no lo hizo. Escupieron unos sonidos guturales entre ellos, y luego el recién llegado pasó por su lado con un largo cuchillo en la mano.
«Coge a la niña y vete.»
La orden pareció surgir de la nada y atravesar la neblina de su mente.
Volvió a oírla, esta vez más acuciante, empujándola a la acción. Corrió. Ciega de pánico, atontada por el miedo y la confusión, se alejó corriendo de la estación atravesando una de las calles más cercanas. Penetró en la ciudad desconocida, en la noche. La histeria la poseía y cada ruido, incluso el de sus pies contra el suelo, le parecía monstruoso y mortífero.
Y su niña no dejaba de llorar.
Las iban a descubrir si no conseguía que su niña se tranquilizara. Tenía que meterla en la cama, tenía que ponerla en la cuna cálida y acogedora. Entonces su niña estaría contenta. Entonces estarían a salvo. Sí, eso era lo que tenía que hacer. Poner a la niña en la cama, donde los monstruos no podrían encontrarla. Estaba cansada, pero no podía descansar. Demasiado peligroso. Tenía que llegar a casa antes de que su madre se diera cuenta de que otra vez había salido tan tarde. Estaba confusa, desorientada, pero tenía que correr. Y eso hizo. Corrió hasta que cayó, exhausta e incapaz de dar un paso más.
Al despertar, al cabo de un rato, sintió que su mente se partía como una cáscara de huevo. La cordura la estaba abandonando, la realidad se deformaba y se convertía en algo cada vez más oscuro y escurridizo, se alejaba cada vez más de su alcance.
Oyó un lloro ahogado que procedía de algún lugar, en la distancia. Un sonido tan insignificante. Se llevó las manos a los oídos y se los cubrió, pero continuaba oyendo ese pequeño aullido de desvalimiento.
«Shhh —murmuró, a nadie en especial, meciéndose hacia delante y hacia atrás—. Cállate ahora, la niña está durmiendo. Cállate, cállate, cállate...»
Pero el lloro continuaba. No cesaba, no cesaba. Le rompía el corazón, allí, sentada en la mugrienta calle mientras miraba, sin ver nada, la luz del amanecer
Kendall Schmidt es un vampiro y como tal no puede unirse a ninguna mujer. Su misión es proteger a los guerreros de la Raza, y también a los hombres de la amenaza de los vampiros renegados. Pero cuando ______, una artista de éxito en Boston, se cruza en su camino y se encuentra en grave peligro, no puede evitar llevársela a su sub. mundo donde se desatará una pasión desenfrenada.
Capítulo 01
Veintisiete años atrás.
Su niña no dejaba de llorar. Había empezado a mostrarse inquieta en la
última estación, cuando el autobús de Grayhound a Bangor se detuvo en
Pórtland para recoger a más pasajeros. Ahora, un poco después de la una
de la madrugada, casi habían llegado a la estación de Boston y esas dos
horas que llevaba intentando tranquilizar a su niñita la estaban, tal y como
dirían sus amigos de la escuela, sacando de sus casillas. El hombre que se encontraba en el asiento de al lado probablemente tampoco estaba muy contento.
Señora: Siento mucho esto —le dijo ella, dirigiéndose para hablarle por primera vez desde que habían subido al autobús—. Normalmente no tiene tan malhumor. Es el primer viaje que hacemos juntas. Supongo que tiene ganas de llegar a su destino.
El hombre cerró los ojos y los abrió lentamente, en un gesto de
asentimiento, y sonrió sin enseñar los dientes.
Hombre: ¿Adonde se dirigen?
Señora: A Nueva York.
Hombre: Ah. La Gran Manzana —murmuró él. Su voz sonaba seca, casi
ahogada—. ¿Tiene usted familia allí o algo?
Ella negó con la cabeza. La única familia que tenía se encontraba en un
pueblo provinciano cerca de Rangeley, y le habían dejado claro que tenía
que apañárselas por sí misma.
Señora: Voy por trabajo. Quiero decir, que espero encontrar trabajo. Deseo
ser bailarina. Quizá en Broadway, o ser una de las Rockette.
Hombre: Bueno, desde luego es usted muy guapa.
El hombre la miraba fijamente ahora. El autobús estaba oscuro, pero a
ella le pareció que había algo raro en sus ojos. Otra vez la misma sonrisa
tensa.
Hombre: Con un cuerpo como el que tiene, tendría que ser usted una gran
estrella.
Ella se sonrojó y bajó la mirada hasta el bebé que lloraba en sus
brazos. Su novio de Maine también tenía por costumbre decirle cosas
como ésa. Le solía decir muchas cosas para llevársela al asiento trasero
del coche. Y ya no era su novio, tampoco. No desde el último año del
instituto, cuando ella empezó engordar a causa del embarazo. Si no lo hubiera dejado para tener a la niña, se habría graduado en verano.
Hombre: ¿Ha comido algo hoy? —le preguntó el hombre mientras el autobús
reducía la velocidad y entraba en la estación de Boston-.
Señora: La verdad es que no.
A pesar de que no servía de nada, ella mecía a la niña entre los
brazos. El bebé tenía el rostro enrojecido, los pequeños puños apretados
y lloraba como si se acabara el mundo.
Hombre: Qué coincidencia —dijo el desconocido—. Yo tampoco he comido
nada. Me iría bien tomar algo. ¿Se anima a acompañarme?
Señora: No. Estoy bien. Tengo unas galletas saladas en la bolsa. Y de todas
maneras, creo que éste es el último autobús a Nueva York esta noche,
así que no voy a tener tiempo de hacer gran cosa más que cambiar a la
niña y descansar. Gracias, de todas formas.
El no dijo nada más. Simplemente la observó mientras ella recogía sus
cosas ahora que el autobús ya había parado en su andén. Luego se apartó
para dejarla pasar y dirigirse hacia la estación.
Cuando salió de los lavabos, el hombre la estaba esperando. Ella sintió cierta intranquilidad al verle allí de pie. No le había parecido tan alto mientras estaba sentado a su lado. Ahora que le veía otra vez, se dio cuenta de que definitivamente había algo muy extraño en sus ojos. ¿Estaría un poco colocado?
Señora: ¿Qué sucede?
Él soltó una risa ahogada.
Hombre: Ya se lo he dicho. Necesito alimentarme.
Ésa era una forma muy extraña de decirlo.
Ella se dio cuenta de que había muy pocas personas en la estación a
esa hora tardía. Había empezado a llover ligeramente, el suelo estaba
mojado y los últimos rezagados se habían puesto a cubierto. El autobús
estaba esperando en el andén mientras cargaba a los nuevos pasajeros
con sus equipajes. Pero para llegar hasta él, tenía que pasar primero por
su lado.
Se encogió de hombros, demasiado cansada y ansiosa para tener que
encontrarse con esa tontería.
Señora: Bueno, pues si tiene hambre, vaya a decirlo en el MacDonald's. Llego tarde al autobús.
Hombre: Mira, zorra...
Se movió con tanta rapidez que ella no supo con qué la había golpeado.
Estaba de pie a un metro de ella y al cabo de un segundo le había puesto la mano en el cuello y le cortaba la respiración. La empujó hasta las sombras del edificio de la estación, hacia un punto donde nadie se daría cuenta de si iba a atracarla. O a hacerle algo peor. Le acercó tanto la boca que ella notaba el hedor de su aliento. Él hizo una mueca, la amenazó en un susurro terrorífico y ella vio unos dientes afilados.
Hombre: Si dices una palabra más o mueves un solo músculo, me comeré tu
jugoso corazoncito de niña mimada.
Su niñita estaba gimiendo entre sus brazos, pero ella no dijo ni una
palabra. Ni siquiera se atrevía a pensar en moverse. Lo único que importaba era su niña. Protegerla. Por eso no se atrevió a hacer nada ni siquiera cuando esos dientes se acercaron a ella y se le clavaron en el cuello.
Se quedó de pie helada por el terror, apretando con fuerza al bebé mientras su atacante penetraba con fuerza en la herida sangrante que le había hecho en el cuello. Le sujetaba la cabeza y el hombro con dedos fuertes, sus uñas se le clavaban como las garras de un demonio. Él gruñía sin dejar de hincarle cada vez con más fuerza los afilados dientes. A pesar de que tenía los ojos abiertos por el terror, su visión empezaba a oscurecerse y las ideas empezaban a resultarle confusas, como si se rompieran en pedazos. Todo a su alrededor empezaba a nublarse. La estaba matando. El monstruo la estaba matando. Y luego iba a matar a su niña, también.
Señora: No. —Intentó inhalar, pero solamente tragó sangre—. Maldito seas... ¡No!
Con un desesperado esfuerzo de voluntad, dio un cabezazo contra el rostro de su atacante. Él soltó un gruñido, se apartó, sorprendido, y ella consiguió soltarse. Se apartó de él, tambaleándose, estuvo a punto de caer sobre sus rodillas pero consiguió enderezarse. Con un brazo sujetaba a su niña y con el otro se cubrió la herida húmeda y caliente de la garganta mientras se alejaba despacio de esa criatura, que levantaba la cabeza y la miraba, burlón, con los ojos amarillentos y brillantes y los labios manchados de sangre.
Señora: Oh, Dios —gimió, mareada ante esa visión.
Dio otro paso hacia atrás. Se dio la vuelta y se dispuso a correr,
aunque fuera inútil. Y entonces fue cuando vio al otro.
Unos fieros ojos de color ámbar la atravesaron, y por entre unos grandes y brillantes colmillos sonó un silbido que anunciaba la muerte. Ella pensó que iba a cargar contra ella y a terminar lo que el otro había empezado, pero no lo hizo. Escupieron unos sonidos guturales entre ellos, y luego el recién llegado pasó por su lado con un largo cuchillo en la mano.
«Coge a la niña y vete.»
La orden pareció surgir de la nada y atravesar la neblina de su mente.
Volvió a oírla, esta vez más acuciante, empujándola a la acción. Corrió. Ciega de pánico, atontada por el miedo y la confusión, se alejó corriendo de la estación atravesando una de las calles más cercanas. Penetró en la ciudad desconocida, en la noche. La histeria la poseía y cada ruido, incluso el de sus pies contra el suelo, le parecía monstruoso y mortífero.
Y su niña no dejaba de llorar.
Las iban a descubrir si no conseguía que su niña se tranquilizara. Tenía que meterla en la cama, tenía que ponerla en la cuna cálida y acogedora. Entonces su niña estaría contenta. Entonces estarían a salvo. Sí, eso era lo que tenía que hacer. Poner a la niña en la cama, donde los monstruos no podrían encontrarla. Estaba cansada, pero no podía descansar. Demasiado peligroso. Tenía que llegar a casa antes de que su madre se diera cuenta de que otra vez había salido tan tarde. Estaba confusa, desorientada, pero tenía que correr. Y eso hizo. Corrió hasta que cayó, exhausta e incapaz de dar un paso más.
Al despertar, al cabo de un rato, sintió que su mente se partía como una cáscara de huevo. La cordura la estaba abandonando, la realidad se deformaba y se convertía en algo cada vez más oscuro y escurridizo, se alejaba cada vez más de su alcance.
Oyó un lloro ahogado que procedía de algún lugar, en la distancia. Un sonido tan insignificante. Se llevó las manos a los oídos y se los cubrió, pero continuaba oyendo ese pequeño aullido de desvalimiento.
«Shhh —murmuró, a nadie en especial, meciéndose hacia delante y hacia atrás—. Cállate ahora, la niña está durmiendo. Cállate, cállate, cállate...»
Pero el lloro continuaba. No cesaba, no cesaba. Le rompía el corazón, allí, sentada en la mugrienta calle mientras miraba, sin ver nada, la luz del amanecer
Daniela Henderson
Re: A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
noooooooooo me morii :_esta re tierna la nove
devees seguirla prontoo
hodaaaaa {poniendo humor de teletubbie xD}
me llamo yami tengo 14 años y soy de argentina esta muy buena
tu nove la deves seguir sii :3
devees seguirla prontoo
hodaaaaa {poniendo humor de teletubbie xD}
me llamo yami tengo 14 años y soy de argentina esta muy buena
tu nove la deves seguir sii :3
IsObsessed1D
Re: A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
En la actualidad.
ddd: Impresionante. Fíjate en el uso de la luz y de las sombras...
sss: ¿Ves cómo esta imagen sugiere la tristeza del lugar y cómo, a pesar
de ello, consigue ofrecer una promesa de esperanza?
ooo: ... una de las fotógrafas más jóvenes que se van a incluir en la
nueva colección de arte moderno del museo.
______ Maxwell estaba apartada del grupo de asistentes a la exposición y sorbía una copa de champán caliente mientras otro grupo de personajes importantes de rostros anónimos se mostraba entusiasmado por las dos docenas de fotografías en blanco y negro que colgaban de las paredes de la galería. Echó un vistazo a las fotografías desde el otro extremo de la habitación, divertida en cierta manera. Eran buenas fotografías, un poco inquietantes dado que el tema eran molinos abandonados y desolados astilleros de las afueras de Boston, pero no conseguía ver lo que todo el mundo veía en ellas.
Pero nunca lo veía. ______, simplemente, hacía las fotografías, y dejaba su interpretación y, al fin, su valoración, a los otros. Introvertida por naturaleza, el hecho de recibir tantos elogios y tanta atención la incomodaba... pero le permitía pagar las facturas. Y muy bien, de hecho. Esa noche también pagaba las facturas de su amigo Jamie, el propietario de la moderna y pequeña galería de arte de Newbury Street que, ahora que faltaban diez minutos para la hora de cierre, todavía estaba repleta de posibles compradores.
Atontada después de todo el proceso de dar la bienvenida y de saludar y de sonreír educadamente a toda esa gente que, desde las acaudaladas esposas de Back Bay hasta los góticos tatuados y cargados de piercings, trataba de impresionarse mutuamente —y a ella— con los análisis de su trabajo, _____ no podía esperar a que la inauguración terminara. Había
estado escondida entre las sombras durante la última hora, pensando en escurrirse hasta la comodidad de la ducha caliente y de la mullida almohada de su apartamento al este de la ciudad.
Pero les había prometido a unos cuantos amigos —Jamie, Kendra y Megan— que iría con ellos a cenar y a tomar una copa después de la inauguración. Cuando la última pareja de visitantes hubo hecho su compra y se hubo marchado, ______ se encontró con que la arrastraban fuera y la metían en un taxi antes de haber tenido la oportunidad de pensar en una excusa.
Jamie: ¡Qué noche tan increíble! —El pelo rubio del andrógino de Jamie le cayó sobre la cara cuando se inclinó por delante de las dos mujeres para tomar la mano de ______—. Nunca ha habido tanto tráfico en la galería en un fin de semana... ¡y las ventas de esta noche han sido impresionantes! Te agradezco mucho que me hayas permitido exhibirte.
______ sonrió ante la excitación de su amigo.
Tú: Por supuesto. No hace falta que me des las gracias.
Jamie: No lo has pasado demasiado mal, ¿verdad?
Kendra: ¿Cómo podría haberlo pasado mal, si la mitad de Boston está a sus pies? —dijo Kendra antes de que ______ pudiera contestar—. ¿Era el gobernador con quién te he visto hablar mientras tomabas unos canapés?
______ asintió con la cabeza.
Tú: Se ha ofrecido a encargar algunos originales para su casa de campo de Vineyard.
Jamie: ¡Qué amable!
Tú: Sí —repuso ______ sin mucho entusiasmo. Tenía un montón de tarjetas de visita en el bolsillo, lo cual representaba por lo menos un año de trabajo constante, si lo quería. Entonces, ¿por qué sentía la tentación de abrir la ventana del taxi y de lanzarlas al viento?
Dejó vagar la mirada hacia la noche, fuera del coche, y observó con extraña indiferencia las luces y las vidas que éste dejaba atrás. Las calles estaban repletas de gente: parejas que caminaban de la mano, grupos de amigos que reían y charlaban todos ellos pasaban un buen rato. Cenaban en las mesas de fuera de los restaurantes de moda y se detenían a contemplar los escaparates de las tiendas. Allá donde mirara, la ciudad latía con todo su color y su vida. ______ lo absorbía todo con ojos de artista y, a pesar de ello, no sentía nada. Esa explosión de vida, también de la suya, parecía continuar rápidamente hacia delante sin ella. Últimamente, y cada vez más, tenía la sensación de estar atrapada en una rueda que no dejaba de hacerla girar en un ciclo interminable de tiempo que pasaba sin un propósito claro.
Megan: ¿Pasa algo, _____? —le preguntó Megan, a su lado, en el asiento
trasero del taxi—. Estás muy callada.
______ se encogió de hombros.
Tú: Lo siento. Sólo... no lo sé. Estoy cansada, supongo.
Kendra: Que alguien invite a esta mujer a una copa... ¡inmediatamente!—
bromeó Kendra, la enfermera de cabello oscuro-.
Jamie: No —replicó Jamie, taimado y felino—. Lo que nuestra ______ necesita de verdad es un hombre. Eres demasiado seria, cariño. No es sano que dejes que el trabajo te consuma de esta manera. ¡Diviértete un poco! ¿Cuándo te acostaste con alguien por última vez?
Hacía demasiado tiempo, pero ______ no llevaba la cuenta. Nunca le habían faltado las citas cuando las había deseado, y el sexo —en esas raras ocasiones en que lo tenía— no era una cosa que la obsesionara como a algunos de sus amigos. Por falta de práctica que tuviera en esos momentos en esa área, no creía que un orgasmo fuera a curar aquello que, fuera lo que fuese, le provocaba ese estado de inquietud.
Kendra: Jamie tiene razón, ya lo sabes —estaba diciendo Kendra—. Tienes que soltarte, hacer alguna locura.
Jamie: No hay momento mejor que el presente —añadió Jamie-.
Tú: Oh, no lo creo —dijo ______, negando con la cabeza—. La verdad
es que no tengo ganas de alargar mucho la noche, chicos. Las inauguraciones
siempre me quitan mucha energía y...
Jamie: Jefe. —Sin hacerle caso, Jamie se colocó en el borde del asiento y dio unos golpecitos en el plexiglás que separaba al taxista de los pasajeros—. Cambio de planes. Hemos decidido que tenemos ganas de ir de celebración, así que cancelamos el restaurante. Queremos ir a donde va la gente interesante y moderna.
Taxista: Si les gustan las salas de baile, han abierto una nueva en el extremo norte de la ciudad —dijo el taxista, sin dejar de mascar el chicle mientras hablaba—. He estado llevando pasajes allí toda la semana. La verdad es que he llevado a dos esta misma noche... un moderno after hours llamado La Notte.
Jamie: Oh, oh, «la notte» —bromeó Jamie, mirando divertido por encima del hombro y arqueando las elegantes cejas—. Suena maravillosamente vicioso, chicas. ¡Vamos!
La discoteca, La Notte, se encontraba en un edificio victoriano que se conocía desde hacía mucho tiempo como la iglesia de Saint John's Trinity Parish y que debido a los recientes escándalos sexuales que salpicaban a algunos sacerdotes, la archidiócesis de Boston consiguió que fuera cerrado, al igual que otros muchos lugares similares en toda la ciudad. Ahora, mientras ______ y sus amigos se abrían paso por la sala abarrotada, esas vigas albergaban la música trance y tecno que sonaba, estridente, por los altavoces enormes que rodeaban la cabina del dj, en el balcón que se encontraba sobre el altar. Unas luces estroboscópicas lanzaban destellos contra las tres vidrieras con forma arco. Los rayos de luz atravesaban la densa nube de humo que pendía en el aire, y parpadeaban al ritmo de un tema que parecía interminable. En la pista de baile, y casi en cada uno de los metros cuadrados del piso principal de La Notte y de la galería que lo rodeaba, la gente se apretujaba y se retorcía con una sensualidad inconsciente.
Kendra: ¡La santa fiesta! —gritó Kendra para hacerse oír por encima de la música mientras levantaba los brazos y avanzaba bailando por entre la densa multitud-.
No habían acabado de cruzar por donde se encontraba el primer grupo de gente cuando un chico delgado le entró a la valiente morena y se inclinó para decirle algo al oído. Kendra soltó una profunda carcajada y asintió con la cabeza con gesto entusiasmado.
Kendra: El chico quiere bailar —se rio, dándole el bolso a ______—. ¡Quién soy yo para negarme!
Jamie: Por aquí —dijo Jamie, señalando una pequeña mesa cercana a la barra, mientras su amiga se alejaba con su acompañante-.
Los tres se sentaron y Jamie pidió una ronda. ______ escrutó la
pista de baile en busca de Kendra, pero la nube de gente la había engullido. A pesar de que la sala estaba abarrotada de gente, ______ no podía quitarse de encima una repentina sensación de que estaban sentados en el centro de atención. Como si estuvieran de alguna manera bajo estrecha vigilancia por el simple hecho de encontrarse en la sala. Era absurdo pensar eso. Quizá había estado trabajando demasiado, o había pasado demasiado tiempo sola en casa, ya que encontrarse en un lugar público la hacía sentir tan consciente de sí misma. Tan paranoica.
Jamie: ¡Por ______! —exclamó Jamie, haciéndose oír a pesar del estruendo de la música mientras levantaba el vaso de martini en un gesto de brindis-.
Megan también levantó el suyo y brindó con ______.
Megan: Felicidades por la gran inauguración de esta noche.
Tú: Gracias, chicos.
Mientras sorbía la mezcla de un color amarillo neón, la sensación de ser observada volvió. O, mejor dicho, aumentó. Sintió que la miraban desde el otro extremo de la oscuridad. Levantó la vista por encima del borde del vaso de martini y percibió el brillo de las luces estroboscópicas en unas oscuras gafas de sol.
Unas gafas que escondían una mirada que, sin duda, se encontraba fija en ella desde el otro extremo de la multitud.
Los rápidos pulsos de las luces mostraron unos rasgos afilados entre las oscuras sombras, pero el ojo de ______ lo captó al segundo. El cabello le caía, suelto, en mechones puntiagudos por encima de una frente amplia e inteligente y sobre unos pómulos angulosos. Una mandíbula fuerte y de trazo severo. Y su boca... su boca era generosa y sensual, incluso a pesar de que dibujaba una sonrisa cínica, casi cruel.
______ apartó la vista, nerviosa, y sintió una ola de calor en las piernas. Su rostro se le quedó como grabado a fuego en la mente durante un instante, como una imagen se graba en una película. Dejó la copa encima de la mesa y se atrevió a mirar otra vez hacia donde se encontraba él. Pero ya no estaba.
Al otro extremo de la barra se oyó un fuerte estruendo y _____ giró la cabeza para mirar por encima del hombro. En una de las pobladas mesas, el alcohol se precipitaba al suelo desde un montón de cristales rotos que cubrían la superficie lacada de negro. Cinco tipos vestidos con cuero negro tenían una discusión con otro tipo que llevaba una camiseta sin mangas de los Dead Kennedys y un vaquero gastado y roto. Uno de los tíos que vestía de cuero negro tenía un brazo sobre los hombros de una rubia platino que estaba borracha y que parecía conocer al punki. Su novio, al parecer. Él quiso tomar a la chica por el brazo, pero ella le apartó con un golpe e inclinó la cabeza a un lado para permitir que uno de los tipos la besara en el cuello. Ella miraba desafiante a su novio, furioso, sin dejar de juguetear con el cabello castaño del tipo que parecía pegado a su garganta.
Megan: Esto se ha liado —dijo Megan, volviéndose en el momento en que la situación parecía complicarse más-.
Jamie: Parece que sí —añadió Jamie mientras se terminaba el martini y hacía una seña a un camarero para que les trajera otra ronda—. Es obvio que la mamá de esa pava olvidó decirle que no conviene marcharse sin el chico con quien se ha venido.
______ observó la situación un momento más, el tiempo suficiente para ver que otro tío de cuero se acercaba a la chica y la besaba en los labios, que ella le ofrecía. Ella aceptó a ambos al mismo tiempo, mientras acariciaba el pelo oscuro del tipo que la besaba en el cuello y el pelo claro del tipo que le chupaba los labios como si fuera a comérsela viva. El novio punki le gritó unos insultos a la chica, se dio media vuelta y se abrió paso a empujones por entre la multitud.
Tú: Este sitio me está agobiando —confesó _____ que, justo en ese momento, acababa de ver a algunos clientes de la sala preparándose sin disimulo unas rayas de coca en un extremo de la larga barra de mármol-.
Sus amigos parecieron no oírla a causa del constante estruendo de la música. Tampoco parecían compartir la incomodidad de ______. Había alguna cosa que no iba bien allí dentro, y ______ no podía quitarse de encima la sensación de que, al final, la noche iba a ponerse fea. Jamie y Megan empezaron a charlar de grupos de música locales y dejaron a ______ sola, sorbiendo el vaso de martini y esperando, al otro extremo de la mesa, encontrar la oportunidad de dar una excusa y marcharse.
Sintiéndose básicamente sola, ______ dejó vagar la mirada por la masa de cabezas oscilantes y cuerpos ondulantes, buscando disimuladamente esos ojos tras las gafas de sol que la habían observado antes. ¿Estaría él con esos tipos... sería uno de los moteros que estaban provocando todo ese fogón? El iba vestido como ellos, y tenía el mismo aspecto peligroso que tenían ellos.
Fuera quien fuese, ______ no veía ni rastro de él en esos momentos.
Se recostó en el respaldo de la silla y, de repente, dio un respingo al sentir que unas manos se posaban sobre sus hombros desde detrás.
Kendra: ¡Aquí estáis! ¡Chicos, os he estado buscando por todas partes! — exclamó Kendra, casi sin aliento pero animada al mismo tiempo, mientras se inclinaba sobre la mesa—. Vamos. He conseguido una mesa para todos al otro extremo de la sala. Brent y algunos de sus amigos quieren venir de fiesta con nosotros.
Jamie: ¡Guay!
Jamie ya se había puesto en pie, listo para ir. Megan cogió el nuevo vaso de martini con una mano y con la otra, la mano de Kendra. Al ver que ______ no se movía para seguirles, Megan se detuvo
Megan: ¿Vienes?
Tú: No. —______ se puso en pie y se colgó el bolso del hombro—. Id vosotros y divertios. Yo estoy agotada. Creo que voy a buscar un taxi y me voy directa a casa.
Kendra la miró haciendo un puchero infantil.
Kendra: ¡______, no te puedes ir!
Megan: ¿Quieres que te acompañe a casa? —se ofreció Megan, a pesar de que ______ se daba cuenta de que deseaba quedarse con los demás.
Tú: Estoy bien. Disfrutad, pero id con cuidado, ¿de acuerdo?
Mega: ¿Seguro que no te quieres quedar? ¿Otra copa, solamente?
Tú: No. De verdad que necesito salir y tomar un poco el aire.
Kendra: Tú misma, entonces —le dijo Kendra, fingiendo reñirla. Se acercó y le dio un rápido beso en la mejilla. Cuando se apartó, ______ notó un ligero olor a vodka y, por debajo de éste, un olor de alguna cosa menos evidente. Alguna cosa almizclada, y extrañamente metálica—. Eres una aguafiestas, ______, pero te quiero.
Kendra le guiñó un ojo y pasó los brazos por los hombros de Jamie y Megan. Con aire juguetón tiró de ambos en dirección a la masa de gente que bullía en la sala.
Jamie: Llámame mañana —le dijo Jamie por encima del hombro mientras el trío era engullido por la masa-.
______ inició inmediatamente el camino hacia la puerta de salida, ansiosa por salir de allí. Cuanto más tiempo pasaba allí dentro, más parecía subir el volumen de la música. La sentía retumbar en la cabeza y le hacía difícil pensar con claridad. Le costaba fijarse en lo que había a su alrededor. La gente la empujaba desde todos los lados mientras ella intentaba abrirse paso, apretujándose contra la pared de cuerpos que se contoneaban y giraban sin dejar de bailar. La empujaron y la apretaron, la tocaron y la manosearon manos invisibles en la oscuridad, hasta que, finalmente, llegó al vestíbulo, delante de la entrada de la sala y consiguió salir atravesando la pesada doble puerta.
La noche era fría y oscura. Inhaló con fuerza, intentando despejarse la cabeza de todo el ruido y el humo y el inquietante ambiente de La Notte. La música todavía se oía ahí fuera, y las luces estroboscopias todavía centelleaban desde el otro lado de las vidrieras de colores, pero ______ se relajó un poco ahora, al sentirse libre.
Nadie le prestó atención mientras se apresuraba hacia la esquina y esperaba a encontrar un taxi. Sólo había unas cuantas personas fuera, algunas de ellas caminaban por la otra acera y otras subían en fila por los escalones de cemento que conducían a la sala de baile. Detectó un taxi amarillo que se dirigía hacia allí y levantó la mano para llamarlo.
Tú: ¡Taxi!
Mientras el taxi vacío atravesaba el tráfico nocturno y se acercaba hacia ella, las puertas de la discoteca se abrieron con la fuerza de un huracán.
fff: ¡Eh, tío! ¡Qué mierda haces! —En las escaleras, detrás de ______, la voz de un hombre sonaba atemorizada—. Si vuelves a tocarme, te voy a...
ddd: ¿Me vas a qué? —increpó otra voz en tono provocador, grave y amenazador, acompañada de un coro de risas-.
rrr: Sí, venga, punki capullo de mierda. ¿Qué vas a hacer?
ddd: Impresionante. Fíjate en el uso de la luz y de las sombras...
sss: ¿Ves cómo esta imagen sugiere la tristeza del lugar y cómo, a pesar
de ello, consigue ofrecer una promesa de esperanza?
ooo: ... una de las fotógrafas más jóvenes que se van a incluir en la
nueva colección de arte moderno del museo.
______ Maxwell estaba apartada del grupo de asistentes a la exposición y sorbía una copa de champán caliente mientras otro grupo de personajes importantes de rostros anónimos se mostraba entusiasmado por las dos docenas de fotografías en blanco y negro que colgaban de las paredes de la galería. Echó un vistazo a las fotografías desde el otro extremo de la habitación, divertida en cierta manera. Eran buenas fotografías, un poco inquietantes dado que el tema eran molinos abandonados y desolados astilleros de las afueras de Boston, pero no conseguía ver lo que todo el mundo veía en ellas.
Pero nunca lo veía. ______, simplemente, hacía las fotografías, y dejaba su interpretación y, al fin, su valoración, a los otros. Introvertida por naturaleza, el hecho de recibir tantos elogios y tanta atención la incomodaba... pero le permitía pagar las facturas. Y muy bien, de hecho. Esa noche también pagaba las facturas de su amigo Jamie, el propietario de la moderna y pequeña galería de arte de Newbury Street que, ahora que faltaban diez minutos para la hora de cierre, todavía estaba repleta de posibles compradores.
Atontada después de todo el proceso de dar la bienvenida y de saludar y de sonreír educadamente a toda esa gente que, desde las acaudaladas esposas de Back Bay hasta los góticos tatuados y cargados de piercings, trataba de impresionarse mutuamente —y a ella— con los análisis de su trabajo, _____ no podía esperar a que la inauguración terminara. Había
estado escondida entre las sombras durante la última hora, pensando en escurrirse hasta la comodidad de la ducha caliente y de la mullida almohada de su apartamento al este de la ciudad.
Pero les había prometido a unos cuantos amigos —Jamie, Kendra y Megan— que iría con ellos a cenar y a tomar una copa después de la inauguración. Cuando la última pareja de visitantes hubo hecho su compra y se hubo marchado, ______ se encontró con que la arrastraban fuera y la metían en un taxi antes de haber tenido la oportunidad de pensar en una excusa.
Jamie: ¡Qué noche tan increíble! —El pelo rubio del andrógino de Jamie le cayó sobre la cara cuando se inclinó por delante de las dos mujeres para tomar la mano de ______—. Nunca ha habido tanto tráfico en la galería en un fin de semana... ¡y las ventas de esta noche han sido impresionantes! Te agradezco mucho que me hayas permitido exhibirte.
______ sonrió ante la excitación de su amigo.
Tú: Por supuesto. No hace falta que me des las gracias.
Jamie: No lo has pasado demasiado mal, ¿verdad?
Kendra: ¿Cómo podría haberlo pasado mal, si la mitad de Boston está a sus pies? —dijo Kendra antes de que ______ pudiera contestar—. ¿Era el gobernador con quién te he visto hablar mientras tomabas unos canapés?
______ asintió con la cabeza.
Tú: Se ha ofrecido a encargar algunos originales para su casa de campo de Vineyard.
Jamie: ¡Qué amable!
Tú: Sí —repuso ______ sin mucho entusiasmo. Tenía un montón de tarjetas de visita en el bolsillo, lo cual representaba por lo menos un año de trabajo constante, si lo quería. Entonces, ¿por qué sentía la tentación de abrir la ventana del taxi y de lanzarlas al viento?
Dejó vagar la mirada hacia la noche, fuera del coche, y observó con extraña indiferencia las luces y las vidas que éste dejaba atrás. Las calles estaban repletas de gente: parejas que caminaban de la mano, grupos de amigos que reían y charlaban todos ellos pasaban un buen rato. Cenaban en las mesas de fuera de los restaurantes de moda y se detenían a contemplar los escaparates de las tiendas. Allá donde mirara, la ciudad latía con todo su color y su vida. ______ lo absorbía todo con ojos de artista y, a pesar de ello, no sentía nada. Esa explosión de vida, también de la suya, parecía continuar rápidamente hacia delante sin ella. Últimamente, y cada vez más, tenía la sensación de estar atrapada en una rueda que no dejaba de hacerla girar en un ciclo interminable de tiempo que pasaba sin un propósito claro.
Megan: ¿Pasa algo, _____? —le preguntó Megan, a su lado, en el asiento
trasero del taxi—. Estás muy callada.
______ se encogió de hombros.
Tú: Lo siento. Sólo... no lo sé. Estoy cansada, supongo.
Kendra: Que alguien invite a esta mujer a una copa... ¡inmediatamente!—
bromeó Kendra, la enfermera de cabello oscuro-.
Jamie: No —replicó Jamie, taimado y felino—. Lo que nuestra ______ necesita de verdad es un hombre. Eres demasiado seria, cariño. No es sano que dejes que el trabajo te consuma de esta manera. ¡Diviértete un poco! ¿Cuándo te acostaste con alguien por última vez?
Hacía demasiado tiempo, pero ______ no llevaba la cuenta. Nunca le habían faltado las citas cuando las había deseado, y el sexo —en esas raras ocasiones en que lo tenía— no era una cosa que la obsesionara como a algunos de sus amigos. Por falta de práctica que tuviera en esos momentos en esa área, no creía que un orgasmo fuera a curar aquello que, fuera lo que fuese, le provocaba ese estado de inquietud.
Kendra: Jamie tiene razón, ya lo sabes —estaba diciendo Kendra—. Tienes que soltarte, hacer alguna locura.
Jamie: No hay momento mejor que el presente —añadió Jamie-.
Tú: Oh, no lo creo —dijo ______, negando con la cabeza—. La verdad
es que no tengo ganas de alargar mucho la noche, chicos. Las inauguraciones
siempre me quitan mucha energía y...
Jamie: Jefe. —Sin hacerle caso, Jamie se colocó en el borde del asiento y dio unos golpecitos en el plexiglás que separaba al taxista de los pasajeros—. Cambio de planes. Hemos decidido que tenemos ganas de ir de celebración, así que cancelamos el restaurante. Queremos ir a donde va la gente interesante y moderna.
Taxista: Si les gustan las salas de baile, han abierto una nueva en el extremo norte de la ciudad —dijo el taxista, sin dejar de mascar el chicle mientras hablaba—. He estado llevando pasajes allí toda la semana. La verdad es que he llevado a dos esta misma noche... un moderno after hours llamado La Notte.
Jamie: Oh, oh, «la notte» —bromeó Jamie, mirando divertido por encima del hombro y arqueando las elegantes cejas—. Suena maravillosamente vicioso, chicas. ¡Vamos!
La discoteca, La Notte, se encontraba en un edificio victoriano que se conocía desde hacía mucho tiempo como la iglesia de Saint John's Trinity Parish y que debido a los recientes escándalos sexuales que salpicaban a algunos sacerdotes, la archidiócesis de Boston consiguió que fuera cerrado, al igual que otros muchos lugares similares en toda la ciudad. Ahora, mientras ______ y sus amigos se abrían paso por la sala abarrotada, esas vigas albergaban la música trance y tecno que sonaba, estridente, por los altavoces enormes que rodeaban la cabina del dj, en el balcón que se encontraba sobre el altar. Unas luces estroboscópicas lanzaban destellos contra las tres vidrieras con forma arco. Los rayos de luz atravesaban la densa nube de humo que pendía en el aire, y parpadeaban al ritmo de un tema que parecía interminable. En la pista de baile, y casi en cada uno de los metros cuadrados del piso principal de La Notte y de la galería que lo rodeaba, la gente se apretujaba y se retorcía con una sensualidad inconsciente.
Kendra: ¡La santa fiesta! —gritó Kendra para hacerse oír por encima de la música mientras levantaba los brazos y avanzaba bailando por entre la densa multitud-.
No habían acabado de cruzar por donde se encontraba el primer grupo de gente cuando un chico delgado le entró a la valiente morena y se inclinó para decirle algo al oído. Kendra soltó una profunda carcajada y asintió con la cabeza con gesto entusiasmado.
Kendra: El chico quiere bailar —se rio, dándole el bolso a ______—. ¡Quién soy yo para negarme!
Jamie: Por aquí —dijo Jamie, señalando una pequeña mesa cercana a la barra, mientras su amiga se alejaba con su acompañante-.
Los tres se sentaron y Jamie pidió una ronda. ______ escrutó la
pista de baile en busca de Kendra, pero la nube de gente la había engullido. A pesar de que la sala estaba abarrotada de gente, ______ no podía quitarse de encima una repentina sensación de que estaban sentados en el centro de atención. Como si estuvieran de alguna manera bajo estrecha vigilancia por el simple hecho de encontrarse en la sala. Era absurdo pensar eso. Quizá había estado trabajando demasiado, o había pasado demasiado tiempo sola en casa, ya que encontrarse en un lugar público la hacía sentir tan consciente de sí misma. Tan paranoica.
Jamie: ¡Por ______! —exclamó Jamie, haciéndose oír a pesar del estruendo de la música mientras levantaba el vaso de martini en un gesto de brindis-.
Megan también levantó el suyo y brindó con ______.
Megan: Felicidades por la gran inauguración de esta noche.
Tú: Gracias, chicos.
Mientras sorbía la mezcla de un color amarillo neón, la sensación de ser observada volvió. O, mejor dicho, aumentó. Sintió que la miraban desde el otro extremo de la oscuridad. Levantó la vista por encima del borde del vaso de martini y percibió el brillo de las luces estroboscópicas en unas oscuras gafas de sol.
Unas gafas que escondían una mirada que, sin duda, se encontraba fija en ella desde el otro extremo de la multitud.
Los rápidos pulsos de las luces mostraron unos rasgos afilados entre las oscuras sombras, pero el ojo de ______ lo captó al segundo. El cabello le caía, suelto, en mechones puntiagudos por encima de una frente amplia e inteligente y sobre unos pómulos angulosos. Una mandíbula fuerte y de trazo severo. Y su boca... su boca era generosa y sensual, incluso a pesar de que dibujaba una sonrisa cínica, casi cruel.
______ apartó la vista, nerviosa, y sintió una ola de calor en las piernas. Su rostro se le quedó como grabado a fuego en la mente durante un instante, como una imagen se graba en una película. Dejó la copa encima de la mesa y se atrevió a mirar otra vez hacia donde se encontraba él. Pero ya no estaba.
Al otro extremo de la barra se oyó un fuerte estruendo y _____ giró la cabeza para mirar por encima del hombro. En una de las pobladas mesas, el alcohol se precipitaba al suelo desde un montón de cristales rotos que cubrían la superficie lacada de negro. Cinco tipos vestidos con cuero negro tenían una discusión con otro tipo que llevaba una camiseta sin mangas de los Dead Kennedys y un vaquero gastado y roto. Uno de los tíos que vestía de cuero negro tenía un brazo sobre los hombros de una rubia platino que estaba borracha y que parecía conocer al punki. Su novio, al parecer. Él quiso tomar a la chica por el brazo, pero ella le apartó con un golpe e inclinó la cabeza a un lado para permitir que uno de los tipos la besara en el cuello. Ella miraba desafiante a su novio, furioso, sin dejar de juguetear con el cabello castaño del tipo que parecía pegado a su garganta.
Megan: Esto se ha liado —dijo Megan, volviéndose en el momento en que la situación parecía complicarse más-.
Jamie: Parece que sí —añadió Jamie mientras se terminaba el martini y hacía una seña a un camarero para que les trajera otra ronda—. Es obvio que la mamá de esa pava olvidó decirle que no conviene marcharse sin el chico con quien se ha venido.
______ observó la situación un momento más, el tiempo suficiente para ver que otro tío de cuero se acercaba a la chica y la besaba en los labios, que ella le ofrecía. Ella aceptó a ambos al mismo tiempo, mientras acariciaba el pelo oscuro del tipo que la besaba en el cuello y el pelo claro del tipo que le chupaba los labios como si fuera a comérsela viva. El novio punki le gritó unos insultos a la chica, se dio media vuelta y se abrió paso a empujones por entre la multitud.
Tú: Este sitio me está agobiando —confesó _____ que, justo en ese momento, acababa de ver a algunos clientes de la sala preparándose sin disimulo unas rayas de coca en un extremo de la larga barra de mármol-.
Sus amigos parecieron no oírla a causa del constante estruendo de la música. Tampoco parecían compartir la incomodidad de ______. Había alguna cosa que no iba bien allí dentro, y ______ no podía quitarse de encima la sensación de que, al final, la noche iba a ponerse fea. Jamie y Megan empezaron a charlar de grupos de música locales y dejaron a ______ sola, sorbiendo el vaso de martini y esperando, al otro extremo de la mesa, encontrar la oportunidad de dar una excusa y marcharse.
Sintiéndose básicamente sola, ______ dejó vagar la mirada por la masa de cabezas oscilantes y cuerpos ondulantes, buscando disimuladamente esos ojos tras las gafas de sol que la habían observado antes. ¿Estaría él con esos tipos... sería uno de los moteros que estaban provocando todo ese fogón? El iba vestido como ellos, y tenía el mismo aspecto peligroso que tenían ellos.
Fuera quien fuese, ______ no veía ni rastro de él en esos momentos.
Se recostó en el respaldo de la silla y, de repente, dio un respingo al sentir que unas manos se posaban sobre sus hombros desde detrás.
Kendra: ¡Aquí estáis! ¡Chicos, os he estado buscando por todas partes! — exclamó Kendra, casi sin aliento pero animada al mismo tiempo, mientras se inclinaba sobre la mesa—. Vamos. He conseguido una mesa para todos al otro extremo de la sala. Brent y algunos de sus amigos quieren venir de fiesta con nosotros.
Jamie: ¡Guay!
Jamie ya se había puesto en pie, listo para ir. Megan cogió el nuevo vaso de martini con una mano y con la otra, la mano de Kendra. Al ver que ______ no se movía para seguirles, Megan se detuvo
Megan: ¿Vienes?
Tú: No. —______ se puso en pie y se colgó el bolso del hombro—. Id vosotros y divertios. Yo estoy agotada. Creo que voy a buscar un taxi y me voy directa a casa.
Kendra la miró haciendo un puchero infantil.
Kendra: ¡______, no te puedes ir!
Megan: ¿Quieres que te acompañe a casa? —se ofreció Megan, a pesar de que ______ se daba cuenta de que deseaba quedarse con los demás.
Tú: Estoy bien. Disfrutad, pero id con cuidado, ¿de acuerdo?
Mega: ¿Seguro que no te quieres quedar? ¿Otra copa, solamente?
Tú: No. De verdad que necesito salir y tomar un poco el aire.
Kendra: Tú misma, entonces —le dijo Kendra, fingiendo reñirla. Se acercó y le dio un rápido beso en la mejilla. Cuando se apartó, ______ notó un ligero olor a vodka y, por debajo de éste, un olor de alguna cosa menos evidente. Alguna cosa almizclada, y extrañamente metálica—. Eres una aguafiestas, ______, pero te quiero.
Kendra le guiñó un ojo y pasó los brazos por los hombros de Jamie y Megan. Con aire juguetón tiró de ambos en dirección a la masa de gente que bullía en la sala.
Jamie: Llámame mañana —le dijo Jamie por encima del hombro mientras el trío era engullido por la masa-.
______ inició inmediatamente el camino hacia la puerta de salida, ansiosa por salir de allí. Cuanto más tiempo pasaba allí dentro, más parecía subir el volumen de la música. La sentía retumbar en la cabeza y le hacía difícil pensar con claridad. Le costaba fijarse en lo que había a su alrededor. La gente la empujaba desde todos los lados mientras ella intentaba abrirse paso, apretujándose contra la pared de cuerpos que se contoneaban y giraban sin dejar de bailar. La empujaron y la apretaron, la tocaron y la manosearon manos invisibles en la oscuridad, hasta que, finalmente, llegó al vestíbulo, delante de la entrada de la sala y consiguió salir atravesando la pesada doble puerta.
La noche era fría y oscura. Inhaló con fuerza, intentando despejarse la cabeza de todo el ruido y el humo y el inquietante ambiente de La Notte. La música todavía se oía ahí fuera, y las luces estroboscopias todavía centelleaban desde el otro lado de las vidrieras de colores, pero ______ se relajó un poco ahora, al sentirse libre.
Nadie le prestó atención mientras se apresuraba hacia la esquina y esperaba a encontrar un taxi. Sólo había unas cuantas personas fuera, algunas de ellas caminaban por la otra acera y otras subían en fila por los escalones de cemento que conducían a la sala de baile. Detectó un taxi amarillo que se dirigía hacia allí y levantó la mano para llamarlo.
Tú: ¡Taxi!
Mientras el taxi vacío atravesaba el tráfico nocturno y se acercaba hacia ella, las puertas de la discoteca se abrieron con la fuerza de un huracán.
fff: ¡Eh, tío! ¡Qué mierda haces! —En las escaleras, detrás de ______, la voz de un hombre sonaba atemorizada—. Si vuelves a tocarme, te voy a...
ddd: ¿Me vas a qué? —increpó otra voz en tono provocador, grave y amenazador, acompañada de un coro de risas-.
rrr: Sí, venga, punki capullo de mierda. ¿Qué vas a hacer?
Daniela Henderson
Re: A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
______, que ya tenía la mano en el tirador de la puerta del taxi, giró la cabeza medio alarmada y medio atemorizada por lo que iba a ver. Se trataba de la pandilla del club, los motoristas o lo que fueran, vestidos con cuero negro y gafas de sol. Los seis rodeaban al novio punki como si fueran una manada de lobos y le daban empujones por turnos, jugando con él como si fuera su presa.
El chico intentó darle un puñetazo a uno de ellos y falló, y la situación empeoró en un abrir y cerrar de ojos.
De repente, la refriega se acercó a donde estaba ______. La pandilla de gilipollas empujó al punki contra el capó del taxi y empezaron descargarle puñetazos en el rostro. De la nariz y la boca del chico salieron disparadas gotas de sangre y algunas de ellas mancharon a ______. Ella dio un paso hacia atrás, anonadada y horrorizada. El chico se debatía para escapar, pero sus atacantes le sujetaban y le golpeaban con una furia que a ______ le resultaba difícil de comprender.
Taxista: ¡Fuera del jodido coche! —gritó el taxista por la ventanilla abierta—. ¡Dios santo! ¡Iros a otra parte! ¿Me oís?
Uno de los asaltantes giró la cabeza hacia el taxista, le dirigió una terrible sonrisa y propinó un fuerte puñetazo en el parabrisas, que se rompió en mil pedazos. ______ vio que el taxista se santiguaba y que murmuraba unas palabras inaudibles, dentro del coche. Se oyó el cambio de marchas y luego el chirrido agudo de las ruedas en el mismo momento en que el taxi hizo marcha atrás para sacarse de encima la carga del capó.
Tú: ¡Espere! —gritó ______, pero era demasiado tarde-.
El transporte a casa y la posibilidad de huir de esa escena brutal habían desaparecido. Con el miedo atenazándole la garganta, observó al taxi que se alejaba a toda velocidad por la calle y cuyas luces desaparecieron en la noche.
En la esquina, los seis motoristas no mostraban ninguna compasión por su víctima: estaban tan concentrados en dejar inconsciente al punki a base de golpes que no prestaron atención a ______.
Ella se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras hasta la entrada de La Notte mientras rebuscaba el móvil en el bolsillo. Encontró el delgado aparato y lo abrió. Mientras abría las puertas de la sala y entraba corriendo en el vestíbulo, marcó el 911, atenazada por el pánico. Por encima del estruendo de la música, de las voces, además del zumbante sonido de su propio corazón, ______ solamente oyó el sonido de espera del otro lado del hilo telefónico. Se apartó el teléfono del oído...
«No hay señal.»
Tú: ¡Mierda!
Volvió a marcar el 911, sin suerte.
Corrió hacia la zona principal de la sala, gritando, desesperada, en medio del ruido.
Tú: ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Necesito ayuda!
Nadie parecía oírla. Golpeó a la gente en los hombros, tiró de las mangas y estuvo a punto de sacudirle el brazo a un tipo tatuado con pinta de militar, pero nadie le prestó atención. Ni siquiera la miraron. Simplemente continuaron bailando y charlando como si ella ni siquiera se encontrara allí.
¿Era un sueño? ¿Se trataba de alguna perversa pesadilla en la cual ella era la única que había visto los actos de violencia que sucedían allí fuera?
______ desistió de intentar llamar la atención de los desconocidos y decidió buscar a sus amigos. Mientras se abría paso a través de la oscura sala, continuaba marcando la tecla de re llamada, rezando para conseguir cobertura. No consiguió llamar y pronto se dio cuenta de que tampoco iba a encontrar a Jamie y a los demás en medio de esa masa de gente.
Frustrada y confundida, corrió de vuelta a la entrada del club. Quizá pudiera detener a un motorista, encontrar a un policía, ¡cualquier cosa!
El aire helado de la noche la golpeó en cuanto abrió las pesadas puertas y salió fuera de nuevo. Bajó corriendo el primer tramo de escaleras, resollando, insegura de con qué se iba a encontrar: una mujer sola contra seis miembros de una pandilla que posiblemente estuvieran drogados. Pero no les vio.
Se habían ido.
Un grupo de clientes de la sala subían las escaleras animadamente. Uno de ellos hacía como que tocaba una guitarra y sus amigos hablaban de ir a alguna otra fiesta más tarde.
Tú: Eh —llamó ______, casi esperando que pasarían de largo. Pero se
detuvieron y le sonrieron a pesar de que, a sus veintiocho años, era casi
una década más vieja que ellos-.
El chico que marchaba al frente del grupo la saludó con un gesto de
cabeza.
Chico: ¿Sí?
Tú: ¿Alguno de vosotros...? —dudó un momento, sin saber si debería sentirse aliviada al darse cuenta de que, después de todo, no se trataba de un sueño—. ¿Alguno de vosotros ha visto la pelea que había aquí hace unos minutos?
Chico: ¿Había una pelea? ¡Impresionante! —dijo el líder del grupo.
Chico2: No, tía —repuso otro—. Acabamos de llegar. No hemos visto nada.
Pasaron por su lado y subieron el resto de escaleras mientras ______ se preguntaba si estaba empezando a perder la cabeza. Caminó hasta la esquina. Había sangre en el suelo, pero el punki y sus agresores habían desaparecido.
______ se quedó de pie debajo de una farola y se frotó los brazos para quitarse el frío del cuerpo. Se dio la vuelta y miró a ambos lados de la calle, buscando alguna señal de la violencia de la que había sido testigo unos minutos antes.
Nada.
Pero entonces... lo oyó.
El sonido provenía de un estrecho callejón a su derecha. Flanqueado por un muro de cemento que llegaba a la altura del hombro de una persona y que actuaba como pantalla acústica, unos gruñidos casi imperceptibles llegaban hasta la calle desde el callejón casi completamente oscuro. ______ no pudo identificar esos sonidos desagradables que le helaron la sangre en las venas, despertaron su alarma más instintiva y profunda y le pusieron en tensión todos los nervios del cuerpo.
Sus piernas continuaron moviéndose. No lo hacían en dirección contraria a la fuente de esos inquietantes sonidos, sino en dirección a ellos. El teléfono en la mano le pesaba como si fuera un ladrillo. Caminaba aguantando la respiración. No se dio cuenta de que no estaba respirando hasta que había penetrado un par de pasos en el callejón y su mirada se hubo posado en un grupo de figuras que se encontraba más adelante.
Los matones vestidos de cuero negro y con gafas de sol.
Estaban agachados, sobre las rodillas y las manos, manoseando algo, tirando de algo. A la tenue luz que llegaba desde la calle, ______ distinguió un jirón de tela en el suelo, al lado de la carnicería. Era la camiseta del punki, destrozada y manchada.
El dedo que ______ todavía tenía sobre el teclado del móvil se movió sigilosamente hacia la tecla de re llamada. Se oyó un callado zumbido al otro extremo de la línea y luego la voz del telefonista de la policía retumbó en la noche como la salva de cañón.
Telefonista: Novecientos once. ¿Cuál es su emergencia?
Uno de los motoristas giró la cabeza al notar la repentina interrupción. Unos ojos fieros y llenos de odio se clavaron en ______ como puñales. Tenía el rostro completamente ensangrentado. ¡Y sus dientes! Eran afilados como los de un animal: no eran dientes, sino colmillos que apuntaron hacia ella en el momento en el que él abrió la boca y siseó una palabra de sonido terrible en un idioma extraño.
Telefonista: Novecientos once —volvió a decir el telefonista—. Por favor, informe de su emergencia.
______ no era capaz de hablar. Estaba tan aturdida que casi no podía ni respirar. Se acercó el móvil a los labios, pero no consiguió pronunciar ni una palabra.
La llamada de socorro había sido inútil.
Dándose cuenta de ello, y aterrorizada hasta los huesos, ______ hizo
la única cosa lógica que se le ocurrió. Con la mano temblorosa, dirigió el aparato hacia la pandilla de motoristas sádicos y apretó el botón de «capturar imagen». Un pequeño destello de luz iluminó el callejón.
Oh, Dios. Quizá todavía tuviera la oportunidad de escapar de esa noche infernal. ______ apretó el botón otra vez, y otra, y otra, mientras se retiraba hacia atrás por el callejón en dirección a la calle. Oyó el murmullo de unas voces, oyó unos insultos, el sonido de pies en el callejón, pero no se atrevió a mirar hacia atrás. Ni siquiera lo hizo al oír un agudo chirrido de acero a sus espaldas, seguido por unos chillidos de agonía y de rabia que no eran de este mundo.
______ corrió en la noche impulsada por la adrenalina y el miedo y no se detuvo hasta que encontró un taxi en Commercial Street. Subió a él y cerró la puerta con un fuerte golpe. Resollaba, descolocada de miedo.
Tú: ¡Lléveme a la comisaría más cercana!
El taxista apoyó un brazo en el respaldo del asiento del copiloto y se volvió hacia ella. La miró con el ceño fruncido.
Taxista: ¿Está bien, señorita?
Tú: Sí —repuso ella automáticamente. Después añadió—: No. Necesito
informar de...
Jesús. ¿De qué tenía intención de informar? ¿Del frenesí caníbal de una pandilla de motoristas rabiosos? ¿O de la otra explicación posible, la cual ni siquiera era mucho más creíble?
______ miró al taxista expectante a los ojos.
Tú: Por favor, deprisa. Acabo de presenciar un asesinato.
El chico intentó darle un puñetazo a uno de ellos y falló, y la situación empeoró en un abrir y cerrar de ojos.
De repente, la refriega se acercó a donde estaba ______. La pandilla de gilipollas empujó al punki contra el capó del taxi y empezaron descargarle puñetazos en el rostro. De la nariz y la boca del chico salieron disparadas gotas de sangre y algunas de ellas mancharon a ______. Ella dio un paso hacia atrás, anonadada y horrorizada. El chico se debatía para escapar, pero sus atacantes le sujetaban y le golpeaban con una furia que a ______ le resultaba difícil de comprender.
Taxista: ¡Fuera del jodido coche! —gritó el taxista por la ventanilla abierta—. ¡Dios santo! ¡Iros a otra parte! ¿Me oís?
Uno de los asaltantes giró la cabeza hacia el taxista, le dirigió una terrible sonrisa y propinó un fuerte puñetazo en el parabrisas, que se rompió en mil pedazos. ______ vio que el taxista se santiguaba y que murmuraba unas palabras inaudibles, dentro del coche. Se oyó el cambio de marchas y luego el chirrido agudo de las ruedas en el mismo momento en que el taxi hizo marcha atrás para sacarse de encima la carga del capó.
Tú: ¡Espere! —gritó ______, pero era demasiado tarde-.
El transporte a casa y la posibilidad de huir de esa escena brutal habían desaparecido. Con el miedo atenazándole la garganta, observó al taxi que se alejaba a toda velocidad por la calle y cuyas luces desaparecieron en la noche.
En la esquina, los seis motoristas no mostraban ninguna compasión por su víctima: estaban tan concentrados en dejar inconsciente al punki a base de golpes que no prestaron atención a ______.
Ella se dio la vuelta y subió corriendo las escaleras hasta la entrada de La Notte mientras rebuscaba el móvil en el bolsillo. Encontró el delgado aparato y lo abrió. Mientras abría las puertas de la sala y entraba corriendo en el vestíbulo, marcó el 911, atenazada por el pánico. Por encima del estruendo de la música, de las voces, además del zumbante sonido de su propio corazón, ______ solamente oyó el sonido de espera del otro lado del hilo telefónico. Se apartó el teléfono del oído...
«No hay señal.»
Tú: ¡Mierda!
Volvió a marcar el 911, sin suerte.
Corrió hacia la zona principal de la sala, gritando, desesperada, en medio del ruido.
Tú: ¡Por favor, que alguien me ayude! ¡Necesito ayuda!
Nadie parecía oírla. Golpeó a la gente en los hombros, tiró de las mangas y estuvo a punto de sacudirle el brazo a un tipo tatuado con pinta de militar, pero nadie le prestó atención. Ni siquiera la miraron. Simplemente continuaron bailando y charlando como si ella ni siquiera se encontrara allí.
¿Era un sueño? ¿Se trataba de alguna perversa pesadilla en la cual ella era la única que había visto los actos de violencia que sucedían allí fuera?
______ desistió de intentar llamar la atención de los desconocidos y decidió buscar a sus amigos. Mientras se abría paso a través de la oscura sala, continuaba marcando la tecla de re llamada, rezando para conseguir cobertura. No consiguió llamar y pronto se dio cuenta de que tampoco iba a encontrar a Jamie y a los demás en medio de esa masa de gente.
Frustrada y confundida, corrió de vuelta a la entrada del club. Quizá pudiera detener a un motorista, encontrar a un policía, ¡cualquier cosa!
El aire helado de la noche la golpeó en cuanto abrió las pesadas puertas y salió fuera de nuevo. Bajó corriendo el primer tramo de escaleras, resollando, insegura de con qué se iba a encontrar: una mujer sola contra seis miembros de una pandilla que posiblemente estuvieran drogados. Pero no les vio.
Se habían ido.
Un grupo de clientes de la sala subían las escaleras animadamente. Uno de ellos hacía como que tocaba una guitarra y sus amigos hablaban de ir a alguna otra fiesta más tarde.
Tú: Eh —llamó ______, casi esperando que pasarían de largo. Pero se
detuvieron y le sonrieron a pesar de que, a sus veintiocho años, era casi
una década más vieja que ellos-.
El chico que marchaba al frente del grupo la saludó con un gesto de
cabeza.
Chico: ¿Sí?
Tú: ¿Alguno de vosotros...? —dudó un momento, sin saber si debería sentirse aliviada al darse cuenta de que, después de todo, no se trataba de un sueño—. ¿Alguno de vosotros ha visto la pelea que había aquí hace unos minutos?
Chico: ¿Había una pelea? ¡Impresionante! —dijo el líder del grupo.
Chico2: No, tía —repuso otro—. Acabamos de llegar. No hemos visto nada.
Pasaron por su lado y subieron el resto de escaleras mientras ______ se preguntaba si estaba empezando a perder la cabeza. Caminó hasta la esquina. Había sangre en el suelo, pero el punki y sus agresores habían desaparecido.
______ se quedó de pie debajo de una farola y se frotó los brazos para quitarse el frío del cuerpo. Se dio la vuelta y miró a ambos lados de la calle, buscando alguna señal de la violencia de la que había sido testigo unos minutos antes.
Nada.
Pero entonces... lo oyó.
El sonido provenía de un estrecho callejón a su derecha. Flanqueado por un muro de cemento que llegaba a la altura del hombro de una persona y que actuaba como pantalla acústica, unos gruñidos casi imperceptibles llegaban hasta la calle desde el callejón casi completamente oscuro. ______ no pudo identificar esos sonidos desagradables que le helaron la sangre en las venas, despertaron su alarma más instintiva y profunda y le pusieron en tensión todos los nervios del cuerpo.
Sus piernas continuaron moviéndose. No lo hacían en dirección contraria a la fuente de esos inquietantes sonidos, sino en dirección a ellos. El teléfono en la mano le pesaba como si fuera un ladrillo. Caminaba aguantando la respiración. No se dio cuenta de que no estaba respirando hasta que había penetrado un par de pasos en el callejón y su mirada se hubo posado en un grupo de figuras que se encontraba más adelante.
Los matones vestidos de cuero negro y con gafas de sol.
Estaban agachados, sobre las rodillas y las manos, manoseando algo, tirando de algo. A la tenue luz que llegaba desde la calle, ______ distinguió un jirón de tela en el suelo, al lado de la carnicería. Era la camiseta del punki, destrozada y manchada.
El dedo que ______ todavía tenía sobre el teclado del móvil se movió sigilosamente hacia la tecla de re llamada. Se oyó un callado zumbido al otro extremo de la línea y luego la voz del telefonista de la policía retumbó en la noche como la salva de cañón.
Telefonista: Novecientos once. ¿Cuál es su emergencia?
Uno de los motoristas giró la cabeza al notar la repentina interrupción. Unos ojos fieros y llenos de odio se clavaron en ______ como puñales. Tenía el rostro completamente ensangrentado. ¡Y sus dientes! Eran afilados como los de un animal: no eran dientes, sino colmillos que apuntaron hacia ella en el momento en el que él abrió la boca y siseó una palabra de sonido terrible en un idioma extraño.
Telefonista: Novecientos once —volvió a decir el telefonista—. Por favor, informe de su emergencia.
______ no era capaz de hablar. Estaba tan aturdida que casi no podía ni respirar. Se acercó el móvil a los labios, pero no consiguió pronunciar ni una palabra.
La llamada de socorro había sido inútil.
Dándose cuenta de ello, y aterrorizada hasta los huesos, ______ hizo
la única cosa lógica que se le ocurrió. Con la mano temblorosa, dirigió el aparato hacia la pandilla de motoristas sádicos y apretó el botón de «capturar imagen». Un pequeño destello de luz iluminó el callejón.
Oh, Dios. Quizá todavía tuviera la oportunidad de escapar de esa noche infernal. ______ apretó el botón otra vez, y otra, y otra, mientras se retiraba hacia atrás por el callejón en dirección a la calle. Oyó el murmullo de unas voces, oyó unos insultos, el sonido de pies en el callejón, pero no se atrevió a mirar hacia atrás. Ni siquiera lo hizo al oír un agudo chirrido de acero a sus espaldas, seguido por unos chillidos de agonía y de rabia que no eran de este mundo.
______ corrió en la noche impulsada por la adrenalina y el miedo y no se detuvo hasta que encontró un taxi en Commercial Street. Subió a él y cerró la puerta con un fuerte golpe. Resollaba, descolocada de miedo.
Tú: ¡Lléveme a la comisaría más cercana!
El taxista apoyó un brazo en el respaldo del asiento del copiloto y se volvió hacia ella. La miró con el ceño fruncido.
Taxista: ¿Está bien, señorita?
Tú: Sí —repuso ella automáticamente. Después añadió—: No. Necesito
informar de...
Jesús. ¿De qué tenía intención de informar? ¿Del frenesí caníbal de una pandilla de motoristas rabiosos? ¿O de la otra explicación posible, la cual ni siquiera era mucho más creíble?
______ miró al taxista expectante a los ojos.
Tú: Por favor, deprisa. Acabo de presenciar un asesinato.
Daniela Henderson
Re: A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
Meee encanto los capitulos siguela si quieres una chica para James :3 aqui estoy :)
S I G U E L A
S I G U E L A
~Faye Carstairs
Re: A Media Noche ~Kendall Schmidt y Tú~
Vampiros.
La noche estaba infestada de ellos. Había contado más de una docena en la discoteca, la mayoría de ellos rondaban a las mujeres medio desnudas que se contoneaban bailando en la pista de baile, y seleccionaban entre ellas, seduciéndolas, a las mujeres que apagarían su sed esa noche. Ésa era una relación simbiótica que había sido de utilidad a su raza desde hacía más de dos mil años, una convivencia pacífica que dependía de la habilidad del vampiro en borrar los recuerdos de los humanos de quienes se alimentaba. Antes de que saliera el sol se habría derramado una buena cantidad de sangre, pero todos los de su raza se esconderían en el interior de sus oscuros refugios de los alrededores de la ciudad, y los humanos de quienes habían disfrutado esa noche no recordarían nada.
Pero ése no era el caso de lo sucedido en el callejón de al lado de la sala de fiestas.
Para los seis depredadores que se habían atiborrado de sangre, esa muerte ilícita sería la última. No eran cuidadosos manejando su apetito, no se habían dado cuenta de que les habían visto. No se habían dado cuenta de que él les había estado observando en la discoteca, ni de que les vio salir fuera desde la ventana del segundo piso de la iglesia reconvertida en un club nocturno de moda.
Estaban cegados por el subidón de deseo de sangre, esa adicción que una vez había sido como una epidemia para esa raza y que había provocado que tantos de ellos se volvieran unos renegados. Igual que esos, que se alimentaban abierta e indiscriminadamente de los humanos que vivían entre ellos.
Kendall Schmidt no sentía una simpatía especial por la raza humana, pero lo que sentía por esos vampiros renegados era peor todavía. Ver a uno o a dos vampiros asesinos en una sola noche rastreando una ciudad del tamaño de Boston no era algo poco frecuente. Encontrar a varios de ellos trabajando en equipo, alimentándose a cielo descubierto como habían hecho ésos, era más que un pequeño problema. El número de asesinos aumentaba otra vez y se hacían cada vez más fuertes.
Había que hacer algo al respecto.
Para Kendall, al igual que para muchos otros de su raza, cada noche representaba la obligación de realizar una expedición de caza con el objetivo de aniquilar a aquellos que ponían en peligro lo que a la raza de vampiros les había costado tanto conseguir. Esa noche, Kendall perseguía a sus presas solo, sin importarle que le superaran en número. Había esperado a que la oportunidad de atacar fuera óptima: cuando los renegados hubieran saciado esa adicción que dirigía sus mentes.
Borrachos después de haber tomado una cantidad de sangre muy superior a la que podían ingerir sin riesgos, habían continuado destrozando y golpeando el cuerpo de ese hombre joven de la discoteca, gruñendo y mordiendo como si fueran una manada de perros salvajes. Kendall se había preparado para ejecutar una justicia rápida, y lo habría hecho de no ser por la repentina aparición de esa mujer pelirroja en el oscuro callejón. En un instante, ella había arruinado todo sus propósitos de esa noche al seguir a los renegados hasta el callejón y haber desviado la atención de su presa.
Mientras el haz luminoso de su teléfono móvil centelleaba en la oscuridad, Kendall bajó desde el alféizar de la ventana oculto en sombras y aterrizó en el suelo sin hacer ni un sonido. Al igual que los renegados, los sensibles ojos de Kendall se encontraron parcialmente cegados por ese repentino brillo de luz en la oscuridad. La mujer había disparado una serie de veces mientras huía de la carnicería y esos destellos fruto del pánico fueron lo único que la salvaron de la ira de sus salvajes parientes.
Pero mientras que los sentidos de los otros vampiros se encontraban aturdidos y entumecidos a causa de la sed de sangre, los de Kendall estaban completamente despiertos. Sacó su arma de debajo del abrigo —una
doble hoja de acero de filo de titanio que sobresalía de una única empuñadura— y la blandió, reclamando la cabeza del matón que se encontraba más cerca de él.
A ésta la siguieron dos más. Los cuerpos de los muertos se retorcieron al empezar la rápida descomposición celular que convertía la masa acida que supuraba de sus cuerpos en cenizas. Unos chillidos salvajes llenaron el callejón; Kendall cortó la cabeza de otro de ellos y, dándose la vuelta, empaló a otro de los renegados por el torso. Éste soltó un silbido a través de los dientes y colmillos que goteaban sangre. Unos pálidos ojos de color áureo se clavaron en Kendall con expresión de desdén: los iris hinchados por el hambre se tragaban unas pupilas que se habían achicado hasta convertirse en dos estrechas ranuras. La criatura sufrió un espasmo, alargó los brazos hacia él on los labios apretados dibujando una horrenda sonrisa que no era de este mundo: el acero forjado de forma específica envenenó su sangre asesina y redujo al vampiro a una mancha en el suelo de la calle.
Sólo quedaba uno. Kendall se volvió para enfrentarse al alto macho con las dos hojas levantadas y preparadas para asestar el golpe.
Pero el vampiro se había ido: se había escapado en medio de la noche antes de que pudiera darle muerte.
«Mierda.»
Nunca antes había permitido que ninguno de esos bastardos se escapara a su justicia. No debería haberlo hecho ahora. Pensó en perseguir al matón, pero eso hubiera significado abandonar la escena del ataque expuesta, y ése era un riesgo mayor allí: permitir que los humanos conocieran la dimensión exacta del peligro en el cual vivían.
A causa de la ferocidad de los renegados, la raza de Kendall había sido perseguida por los seres humanos durante la Vieja Era; los de su raza no podrían sobrevivir a otra era de castigo ahora que los humanos tenían la tecnología de su parte.
Hasta que los renegados fueran sofocados —mejor todavía: eliminados por completo— la humanidad no debería saber que existían vampiros que vivían entre ellos.
Mientras se disponía a limpiar la zona de todo rastro de la matanza, los
pensamientos de Kendall no dejaron de dirigirse hacia la mujer del pelo encendido y de esa dulce belleza de alabastro.
¿Cómo era posible que ella hubiera encontrado a los renegados en el
callejón?
A pesar de que era una creencia general entre los humanos que los vampiros podían desaparecer a voluntad, la realidad era mucho menos impactante. Tenían el don de poseer una gran agilidad y una gran velocidad y simplemente se movían con una rapidez mayor que la que podía captar el ojo humano. Esa habilidad, además, se veía aumentada por el gran poder hipnótico que tenían sobre las mentes de los seres inferiores. Pero, de forma extraña, esa mujer parecía inmune a ambas cosas.
Kendall la había visto moverse por la discoteca, y se dio cuenta de ello en ese momento. Su mirada se había desviado de su presa atraída por un par de conmovedores ojos y por un espíritu que parecía tan perdido como el suyo. Ella también le había visto y le había mirado desde donde se encontraba sentada con sus amigos. A pesar de la multitud de gente y del olor a rancio que llenaba la sala, Kendall había detectado el aroma del perfume de su piel: algo exótico y raro.
En esos momentos también lo olía. Era una delicada nota aromática que pendía de la noche, que incitaba sus sentidos y que despertaba algo muy primitivo en él. Las encías le dolieron a causa del repentino alargamiento de los colmillos: una reacción física ante la necesidad de tipo carnal o de cualquier otro tipo que él no conseguía controlar. La olía y la deseaba, y no de una forma más elevada que la de sus hermanos los renegados.
Kendall echó la cabeza hacia atrás e inhaló con fuerza el aroma de la mujer para seguir su rastro oloroso por la ciudad. Al ser la única testigo del ataque de los renegados, no era inteligente permitir que ella conservara el recuerdo de lo que había visto. Kendall encontraría a esa mujer y tomaría las medidas que fueran necesarias para asegurar la protección de su raza.
Y, desde algún recóndito lugar de su mente, una antigua consciencia le susurraba que, fuera ella quien fuese, ya le pertenecía.
Tú: Se lo estoy diciendo. Lo vi todo. Había seis, y estaban destrozando a
ese chico con las manos y los dientes... como animales. ¡Le han matado!
Oficial: Señorita Maxwell, hemos pasado por esto muchas veces ya esta noche. Ahora estamos todos cansados, y la noche se está haciendo muy larga.
______ llevaba en la comisaría más de tres horas intentando explicar el horror del que había sido testigo en la calle próxima a La Notte. Los dos agentes con quienes había hablado se habían mostrado escépticos al principio, pero ahora ya se estaban impacientando y casi tenían una actitud acusatoria hacia ella. Al cabo de muy poco tiempo de que ella hubiera llegado a la comisaría, habían enviado un coche patrulla a la zona de la discoteca para comprobar cuál era la situación y para recuperar el cuerpo que ____________ había dicho ver. Pero habían vuelto con las manos vacías. No había ninguna noticia de ningún altercado con ninguna banda y no encontraron pruebas de ninguna clase de que alguien hubiera sufrido algún acto delictivo. Era como si todo eso no hubiera sucedido nunca, o como si los rastros hubieran sido borrados de forma milagrosa.
Tú: Si me escucharan... si quisieran mirar las fotos que he hecho...
Oficial: Las hemos visto, señorita Maxwell. Varias veces, ya. Francamente, todo de lo que nos ha contado esta noche se ha comprobado... su declaración, esas fotos borrosas y oscuras de su teléfono móvil.
Tú: Siento mucho que les falte calidad —replicó _____ en tono ácido— La próxima vez que me encuentre con una pandilla de psicópatas que llevan a cabo una matanza sangrienta, intentaré recordar que debo ir a buscar mi Leica y un par de objetivos extra.
Oficial: Quizá quiera usted replantearse su declaración —sugirió el más viejo de los dos oficiales cuyo acento bostoniano estaba teñido con el deje irlandés que le había dado la juventud en Southie. Se llevó una mano regordeta a las cejas y se las frotó y, acto seguido, le pasó el móvil a ______ por encima de la mesa—. Debe usted saber que firmar una declaración falsa es un delito, señorita Maxwell.
Tú: Esta no es una declaración falsa —insistió ella, frustrada y no poco
enojada de que la trataran como a una criminal—. Mantengo todo lo que
he dicho esta noche. ¿Por qué tendría que habérmelo inventado?
Oficial: Eso solamente lo puede saber usted, señorita Maxwell.
Tú: Esto es increíble. Tienen mi llamada al 911.
Oficial: Sí—asintió el agente—. Usted realizó, efectivamente, una llamada a Emergencias. Desgraciadamente, lo único que tenemos grabado es el sonido de interferencias. Usted no dijo nada, y no respondió a la petición que el telefonista le hizo de que informara de lo sucedido.
Tú: Sí, bueno, es difícil encontrar las palabras para describir cómo le
están cortando el cuello a alguien.
El la miró otra vez con expresión dubitativa.
Oficial:Esa discoteca... La Notte, es un lugar desenfrenado, por lo que sé. Muy popular entre los góticos, los raveros...
Tú: ¿Qué quiere decir?
El policía se encogió de hombros.
Oficial: Muchos chicos se meten en líos extraños hoy en día. Quizá lo único que usted vio fue cómo una fiesta se les iba un poco de las manos.
______ soltó una maldición y alargó la mano hasta el teléfono móvil.
Tú: ¿Le parece a usted que esto es una fiesta que se les va un poco de
las manos ?
Apretó la tecla de «mostrar imagen» y volvió a observar las imágenes que había capturado. A pesar de que las instantáneas eran borrosas y de que el destello de luz había difuminado la escena, todavía se veía claramente a un grupo de hombres que rodeaba a otro en el suelo. Apretó el botón para pasar a otra imagen y vio el brillo de varios ojos que miraban a la cámara, y unos rostros cuyos vagos rasgos faciales se deformaban y adoptaban una expresión de furia salvaje.
¿Por qué los agentes no veían lo que veía ella?
Oficial 2: Señorita Maxwell —interrumpió el agente de policía más joven. Caminó hasta el otro lado del escritorio y se sentó en la esquina del mismo, delante de ella. Había sido el que, de los dos, había permanecido más tiempo en silencio, el que había estado escuchando con atención mientras su compañero comunicaba dudas y sospechas—. Es evidente que usted cree haber presenciado algo terrible esta noche, en esa discoteca. El agente Carrigan y yo queremos ayudarla, pero para que podamos hacerlo, tenemos que asegurarnos de que estamos hablando de lo mismo.
Ella asintió con la cabeza.
Tú: De acuerdo.
Oficial 2: Ahora tenemos su declaración y hemos visto sus fotos. Usted me da la sensación de ser una persona sensata. Antes de que profundicemos más en esto, necesito saber si estaría usted dispuesta a someterse a un análisis de control de drogas.
Tú: Un análisis de drogas. —______ se levantó repentinamente de la
silla. Ahora estaba más que enojada—. Esto es ridículo. Yo no soy una
cabeza hueca colocada, y me disgusta que me traten como si lo fuera. ¡Estoy intentando informar de un asesinato!
hhh: ¿______? ¡______!
Desde algún punto, a sus espaldas, en comisaría, ____________ oyó la voz
de Jamie. Había llamado a su amigo al cabo de muy poco tiempo de haber llegado allí porque necesitaba el apoyo de tener un rostro familiar cercano después de todo lo que había presenciado.
Jamie: ¡_______! —Jamie corrió hacia ella y le dio un cálido abrazo—.
Siento no haber podido llegar antes, pero ya estaba en casa cuando
recibí tu mensaje en el móvil. ¡Qué horror, cariño! ¿Estás bien?
______ asintió con la cabeza.
Tú: Creo que sí. Gracias por venir.
La noche estaba infestada de ellos. Había contado más de una docena en la discoteca, la mayoría de ellos rondaban a las mujeres medio desnudas que se contoneaban bailando en la pista de baile, y seleccionaban entre ellas, seduciéndolas, a las mujeres que apagarían su sed esa noche. Ésa era una relación simbiótica que había sido de utilidad a su raza desde hacía más de dos mil años, una convivencia pacífica que dependía de la habilidad del vampiro en borrar los recuerdos de los humanos de quienes se alimentaba. Antes de que saliera el sol se habría derramado una buena cantidad de sangre, pero todos los de su raza se esconderían en el interior de sus oscuros refugios de los alrededores de la ciudad, y los humanos de quienes habían disfrutado esa noche no recordarían nada.
Pero ése no era el caso de lo sucedido en el callejón de al lado de la sala de fiestas.
Para los seis depredadores que se habían atiborrado de sangre, esa muerte ilícita sería la última. No eran cuidadosos manejando su apetito, no se habían dado cuenta de que les habían visto. No se habían dado cuenta de que él les había estado observando en la discoteca, ni de que les vio salir fuera desde la ventana del segundo piso de la iglesia reconvertida en un club nocturno de moda.
Estaban cegados por el subidón de deseo de sangre, esa adicción que una vez había sido como una epidemia para esa raza y que había provocado que tantos de ellos se volvieran unos renegados. Igual que esos, que se alimentaban abierta e indiscriminadamente de los humanos que vivían entre ellos.
Kendall Schmidt no sentía una simpatía especial por la raza humana, pero lo que sentía por esos vampiros renegados era peor todavía. Ver a uno o a dos vampiros asesinos en una sola noche rastreando una ciudad del tamaño de Boston no era algo poco frecuente. Encontrar a varios de ellos trabajando en equipo, alimentándose a cielo descubierto como habían hecho ésos, era más que un pequeño problema. El número de asesinos aumentaba otra vez y se hacían cada vez más fuertes.
Había que hacer algo al respecto.
Para Kendall, al igual que para muchos otros de su raza, cada noche representaba la obligación de realizar una expedición de caza con el objetivo de aniquilar a aquellos que ponían en peligro lo que a la raza de vampiros les había costado tanto conseguir. Esa noche, Kendall perseguía a sus presas solo, sin importarle que le superaran en número. Había esperado a que la oportunidad de atacar fuera óptima: cuando los renegados hubieran saciado esa adicción que dirigía sus mentes.
Borrachos después de haber tomado una cantidad de sangre muy superior a la que podían ingerir sin riesgos, habían continuado destrozando y golpeando el cuerpo de ese hombre joven de la discoteca, gruñendo y mordiendo como si fueran una manada de perros salvajes. Kendall se había preparado para ejecutar una justicia rápida, y lo habría hecho de no ser por la repentina aparición de esa mujer pelirroja en el oscuro callejón. En un instante, ella había arruinado todo sus propósitos de esa noche al seguir a los renegados hasta el callejón y haber desviado la atención de su presa.
Mientras el haz luminoso de su teléfono móvil centelleaba en la oscuridad, Kendall bajó desde el alféizar de la ventana oculto en sombras y aterrizó en el suelo sin hacer ni un sonido. Al igual que los renegados, los sensibles ojos de Kendall se encontraron parcialmente cegados por ese repentino brillo de luz en la oscuridad. La mujer había disparado una serie de veces mientras huía de la carnicería y esos destellos fruto del pánico fueron lo único que la salvaron de la ira de sus salvajes parientes.
Pero mientras que los sentidos de los otros vampiros se encontraban aturdidos y entumecidos a causa de la sed de sangre, los de Kendall estaban completamente despiertos. Sacó su arma de debajo del abrigo —una
doble hoja de acero de filo de titanio que sobresalía de una única empuñadura— y la blandió, reclamando la cabeza del matón que se encontraba más cerca de él.
A ésta la siguieron dos más. Los cuerpos de los muertos se retorcieron al empezar la rápida descomposición celular que convertía la masa acida que supuraba de sus cuerpos en cenizas. Unos chillidos salvajes llenaron el callejón; Kendall cortó la cabeza de otro de ellos y, dándose la vuelta, empaló a otro de los renegados por el torso. Éste soltó un silbido a través de los dientes y colmillos que goteaban sangre. Unos pálidos ojos de color áureo se clavaron en Kendall con expresión de desdén: los iris hinchados por el hambre se tragaban unas pupilas que se habían achicado hasta convertirse en dos estrechas ranuras. La criatura sufrió un espasmo, alargó los brazos hacia él on los labios apretados dibujando una horrenda sonrisa que no era de este mundo: el acero forjado de forma específica envenenó su sangre asesina y redujo al vampiro a una mancha en el suelo de la calle.
Sólo quedaba uno. Kendall se volvió para enfrentarse al alto macho con las dos hojas levantadas y preparadas para asestar el golpe.
Pero el vampiro se había ido: se había escapado en medio de la noche antes de que pudiera darle muerte.
«Mierda.»
Nunca antes había permitido que ninguno de esos bastardos se escapara a su justicia. No debería haberlo hecho ahora. Pensó en perseguir al matón, pero eso hubiera significado abandonar la escena del ataque expuesta, y ése era un riesgo mayor allí: permitir que los humanos conocieran la dimensión exacta del peligro en el cual vivían.
A causa de la ferocidad de los renegados, la raza de Kendall había sido perseguida por los seres humanos durante la Vieja Era; los de su raza no podrían sobrevivir a otra era de castigo ahora que los humanos tenían la tecnología de su parte.
Hasta que los renegados fueran sofocados —mejor todavía: eliminados por completo— la humanidad no debería saber que existían vampiros que vivían entre ellos.
Mientras se disponía a limpiar la zona de todo rastro de la matanza, los
pensamientos de Kendall no dejaron de dirigirse hacia la mujer del pelo encendido y de esa dulce belleza de alabastro.
¿Cómo era posible que ella hubiera encontrado a los renegados en el
callejón?
A pesar de que era una creencia general entre los humanos que los vampiros podían desaparecer a voluntad, la realidad era mucho menos impactante. Tenían el don de poseer una gran agilidad y una gran velocidad y simplemente se movían con una rapidez mayor que la que podía captar el ojo humano. Esa habilidad, además, se veía aumentada por el gran poder hipnótico que tenían sobre las mentes de los seres inferiores. Pero, de forma extraña, esa mujer parecía inmune a ambas cosas.
Kendall la había visto moverse por la discoteca, y se dio cuenta de ello en ese momento. Su mirada se había desviado de su presa atraída por un par de conmovedores ojos y por un espíritu que parecía tan perdido como el suyo. Ella también le había visto y le había mirado desde donde se encontraba sentada con sus amigos. A pesar de la multitud de gente y del olor a rancio que llenaba la sala, Kendall había detectado el aroma del perfume de su piel: algo exótico y raro.
En esos momentos también lo olía. Era una delicada nota aromática que pendía de la noche, que incitaba sus sentidos y que despertaba algo muy primitivo en él. Las encías le dolieron a causa del repentino alargamiento de los colmillos: una reacción física ante la necesidad de tipo carnal o de cualquier otro tipo que él no conseguía controlar. La olía y la deseaba, y no de una forma más elevada que la de sus hermanos los renegados.
Kendall echó la cabeza hacia atrás e inhaló con fuerza el aroma de la mujer para seguir su rastro oloroso por la ciudad. Al ser la única testigo del ataque de los renegados, no era inteligente permitir que ella conservara el recuerdo de lo que había visto. Kendall encontraría a esa mujer y tomaría las medidas que fueran necesarias para asegurar la protección de su raza.
Y, desde algún recóndito lugar de su mente, una antigua consciencia le susurraba que, fuera ella quien fuese, ya le pertenecía.
Tú: Se lo estoy diciendo. Lo vi todo. Había seis, y estaban destrozando a
ese chico con las manos y los dientes... como animales. ¡Le han matado!
Oficial: Señorita Maxwell, hemos pasado por esto muchas veces ya esta noche. Ahora estamos todos cansados, y la noche se está haciendo muy larga.
______ llevaba en la comisaría más de tres horas intentando explicar el horror del que había sido testigo en la calle próxima a La Notte. Los dos agentes con quienes había hablado se habían mostrado escépticos al principio, pero ahora ya se estaban impacientando y casi tenían una actitud acusatoria hacia ella. Al cabo de muy poco tiempo de que ella hubiera llegado a la comisaría, habían enviado un coche patrulla a la zona de la discoteca para comprobar cuál era la situación y para recuperar el cuerpo que ____________ había dicho ver. Pero habían vuelto con las manos vacías. No había ninguna noticia de ningún altercado con ninguna banda y no encontraron pruebas de ninguna clase de que alguien hubiera sufrido algún acto delictivo. Era como si todo eso no hubiera sucedido nunca, o como si los rastros hubieran sido borrados de forma milagrosa.
Tú: Si me escucharan... si quisieran mirar las fotos que he hecho...
Oficial: Las hemos visto, señorita Maxwell. Varias veces, ya. Francamente, todo de lo que nos ha contado esta noche se ha comprobado... su declaración, esas fotos borrosas y oscuras de su teléfono móvil.
Tú: Siento mucho que les falte calidad —replicó _____ en tono ácido— La próxima vez que me encuentre con una pandilla de psicópatas que llevan a cabo una matanza sangrienta, intentaré recordar que debo ir a buscar mi Leica y un par de objetivos extra.
Oficial: Quizá quiera usted replantearse su declaración —sugirió el más viejo de los dos oficiales cuyo acento bostoniano estaba teñido con el deje irlandés que le había dado la juventud en Southie. Se llevó una mano regordeta a las cejas y se las frotó y, acto seguido, le pasó el móvil a ______ por encima de la mesa—. Debe usted saber que firmar una declaración falsa es un delito, señorita Maxwell.
Tú: Esta no es una declaración falsa —insistió ella, frustrada y no poco
enojada de que la trataran como a una criminal—. Mantengo todo lo que
he dicho esta noche. ¿Por qué tendría que habérmelo inventado?
Oficial: Eso solamente lo puede saber usted, señorita Maxwell.
Tú: Esto es increíble. Tienen mi llamada al 911.
Oficial: Sí—asintió el agente—. Usted realizó, efectivamente, una llamada a Emergencias. Desgraciadamente, lo único que tenemos grabado es el sonido de interferencias. Usted no dijo nada, y no respondió a la petición que el telefonista le hizo de que informara de lo sucedido.
Tú: Sí, bueno, es difícil encontrar las palabras para describir cómo le
están cortando el cuello a alguien.
El la miró otra vez con expresión dubitativa.
Oficial:Esa discoteca... La Notte, es un lugar desenfrenado, por lo que sé. Muy popular entre los góticos, los raveros...
Tú: ¿Qué quiere decir?
El policía se encogió de hombros.
Oficial: Muchos chicos se meten en líos extraños hoy en día. Quizá lo único que usted vio fue cómo una fiesta se les iba un poco de las manos.
______ soltó una maldición y alargó la mano hasta el teléfono móvil.
Tú: ¿Le parece a usted que esto es una fiesta que se les va un poco de
las manos ?
Apretó la tecla de «mostrar imagen» y volvió a observar las imágenes que había capturado. A pesar de que las instantáneas eran borrosas y de que el destello de luz había difuminado la escena, todavía se veía claramente a un grupo de hombres que rodeaba a otro en el suelo. Apretó el botón para pasar a otra imagen y vio el brillo de varios ojos que miraban a la cámara, y unos rostros cuyos vagos rasgos faciales se deformaban y adoptaban una expresión de furia salvaje.
¿Por qué los agentes no veían lo que veía ella?
Oficial 2: Señorita Maxwell —interrumpió el agente de policía más joven. Caminó hasta el otro lado del escritorio y se sentó en la esquina del mismo, delante de ella. Había sido el que, de los dos, había permanecido más tiempo en silencio, el que había estado escuchando con atención mientras su compañero comunicaba dudas y sospechas—. Es evidente que usted cree haber presenciado algo terrible esta noche, en esa discoteca. El agente Carrigan y yo queremos ayudarla, pero para que podamos hacerlo, tenemos que asegurarnos de que estamos hablando de lo mismo.
Ella asintió con la cabeza.
Tú: De acuerdo.
Oficial 2: Ahora tenemos su declaración y hemos visto sus fotos. Usted me da la sensación de ser una persona sensata. Antes de que profundicemos más en esto, necesito saber si estaría usted dispuesta a someterse a un análisis de control de drogas.
Tú: Un análisis de drogas. —______ se levantó repentinamente de la
silla. Ahora estaba más que enojada—. Esto es ridículo. Yo no soy una
cabeza hueca colocada, y me disgusta que me traten como si lo fuera. ¡Estoy intentando informar de un asesinato!
hhh: ¿______? ¡______!
Desde algún punto, a sus espaldas, en comisaría, ____________ oyó la voz
de Jamie. Había llamado a su amigo al cabo de muy poco tiempo de haber llegado allí porque necesitaba el apoyo de tener un rostro familiar cercano después de todo lo que había presenciado.
Jamie: ¡_______! —Jamie corrió hacia ella y le dio un cálido abrazo—.
Siento no haber podido llegar antes, pero ya estaba en casa cuando
recibí tu mensaje en el móvil. ¡Qué horror, cariño! ¿Estás bien?
______ asintió con la cabeza.
Tú: Creo que sí. Gracias por venir.
Daniela Henderson
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Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
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