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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Lemoine Sáb 19 Ene 2013, 1:25 pm

Nombre: El Tutor.

Autor: Lemoine.

Adaptación: Si.

Género: Hot.

Advertencias: Ninguna.

Otras Paginas: Creo que si.





El Tutor



Schone Robin
El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) 69-45
Protagonistas Originales: Ramiel Devington y Elizabeth Petre
Protagonistas Adaptados: Joseph Jonas y Tu


Una alumna deseosa de aprender.
______ Petre es la honorable esposa de un aspirante a Primer Ministro del gobierno británico. Aunque en sociedad tiene que desempeñar el papel de la perfecta consorte, en casa su marido se muestra desdeñoso cuando no indiferente con ella. A ______ cada vez se le hace más penoso que su esposo la mantenga alejada de su corazón y de su lecho, y está obsesionada con la idea de volver a seducirlo, de hacer que olvide a sus numerosas amantes aprendiendo las mismas artes que ellas.

Un maestro de la seducción.
Para conseguirlo recurre a Joseph Jonas, el hijo bastardo de una noble inglesa y un jeque árabe. Repudiado por la sociedad británica, acepta el reto que le propone la dama, pues intuye que bajo su fría apariencia, ______ esconde un espíritu libre y apasionado que, aunque prisionero de los convencionalismos, ansía escapar y disfrutar de todo lo que la vida le puede ofrecer.

Una lección de placer.
Día a día, lección a lección, Joseph le irá mostrando a ______ un mundo desconocido, le irá enseñando los secretos del arte de la seducción y, muy sutilmente, irá atizando el fuego de la sensualidad con consecuencias inesperadas para ambos.


Última edición por Lemoine el Sáb 02 Feb 2013, 2:35 am, editado 1 vez
Lemoine
Lemoine


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por aranzhitha Sáb 19 Ene 2013, 4:07 pm

hola nueva lectora!!
Me llamo la atencion la nove!
Espero que la sigas
aranzhitha
aranzhitha


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Pao Jonatica Forever :3 Dom 20 Ene 2013, 3:18 pm

Hola nueva lectora! Spero la sigas:3 jdhjdxjfchd me encanto la sinopsis!!
Pao Jonatica Forever :3
Pao Jonatica Forever :3


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Mayri16 Dom 20 Ene 2013, 6:27 pm

nueva lectora :D siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa<3

Pasate por mi nove y dejame tu opinion : https://onlywn.activoforo.com/t29345p45-agente-secreta-zayn-malik-tu#1673422

Gracias <3
Mayri16
Mayri16


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Lemoine Dom 20 Ene 2013, 7:26 pm

Hola chicas bienvenidas les dejo el primer capítulo. Y otra cosaita en la nove a parece este signito ¬ por favor ignorenlo.



CAPITULO 1



Joseph no consentiría que ninguna mujer lo chantajeara, y no le importaba lo fuerte que pudiera ser su necesidad de satisfacción sexual. Se apoyó contra la puerta de la biblioteca y observó con los ojos entrecerrados a la mujer que estaba de pie frente a las puertas acristaladas que daban al jardín. Ligeros retazos de bruma se extendían entre ella y las cortinas abiertas. En contraste con éstas, como columnas de seda amarilla, la mujer pa¬recía un oscuro monolito enfundado en lana negra.
______ Petre.
De espaldas, no la reconoció, cubierta como iba de pies a cabeza con un sombrero y una gruesa capa negra. Pero en realidad no la hubiera reconocido ni desnuda frente a él, con los brazos y las piernas abiertos invitándole lascivamente.
Él era el Jeque Bastardo, hijo ilegítimo de una condesa inglesa y de un jeque árabe. Ella era la esposa del ministro de Economía y Hacienda y su padre el primer mi¬nistro de Inglaterra.
Personas como ella no se mezclaba socialmente con gente como él, salvo a puerta cerrada y bajo sábanas de seda.
Joseph pensó en la mujer de oscuros cabellos cuya cama acababa de dejar hacía apenas una hora. La marquesa de Clairdon lo había seducido en el ballum rancum, un baile de rameras, donde había danzado desnuda igual que el resto de las asistentes. Lo había usado para alimentar su excitación sexual, y durante algunas horas se había convertido en el animal que ella deseaba, embistiendo, aplastando y machacando en el interior de su cuerpo hasta en¬contrar aquel momento de liberación perfecta en donde no existían ni pasado, ni futuro, ni Arabia, ni Inglaterra, solamente el olvido cegador.
Tal vez habría poseído también a aquella mujer si ésta no hubiera forzado la entrada de su casa deliberadamente a través de la coacción y el chantaje. Con los músculos tensos por la cólera contenida, se apartó despacio del frío contacto de la caoba y atravesó silencioso la alfombra persa que cubría el suelo de la biblioteca.
— ¿Qué es lo que pretende, señora Petre, invadien¬do mi hogar y amenazándome?
Su voz, un áspero murmullo de refinamiento inglés que ocultaba la ferocidad árabe, rebotó en el arco formado por las puertas y alcanzó la barra de bronce de la cortina que bordeaba el altísimo techo circular.
Pudo sentir el sobresalto de temor de la mujer, olfa¬teándolo casi por encima de la neblina húmeda.
Joseph deseaba que sintiera miedo.
Deseaba que se diera cuenta de lo vulnerable que era, sola en la guarida del Jeque Bastardo sin que su marido o su padre pudieran protegerla.
Quería que supiese de la manera más elemental y pri¬mitiva posible que su cuerpo le pertenecía para dárselo a quien quisiera y que no admitiría chantajes a la hora de con¬ceder sus favores sexuales.
Joseph hizo una pausa bajo la lámpara encendida y esperó a que la mujer se diera la vuelta y se enfrentara a las consecuencias de su manera de actuar.
El gas que quemaba siseó, causando una pequeña ex¬plosión en el gélido silencio.
—Vamos, señora Petre, no ha sido usted tan reser¬vada con mi criado —dijo, provocándola suavemente, sa¬biendo lo que ella quería, desafiándola a pronunciar las palabras, palabras prohibidas, palabras conocidas: «Quiero gozar con un árabe; quiero disfrutar con un bastardo»—. ¿Qué podría querer una mujer como usted de un hombre como yo?
Lenta, muy lentamente, la mujer se dio la vuelta, un remolino de lana entre las brillantes columnas amarillas de las cortinas de seda. El velo negro que cubría su cara no pu¬do ocultar la impresión que le causó mirarle.
Una sonrisa burlona se adueñó de los labios de Joseph.
Sabía lo que ella estaba pensando. Lo que toda mu¬jer inglesa pensaba cuando le veía por primera vez.
Un hombre que es medio árabe no tiene el cabello del color del trigo dorado por el sol.
Un hombre que es medio árabe no se viste como un caballero inglés.
Un hombre que es medio árabe...

—Quiero que me enseñe cómo darle placer a un hombre.
La voz de la mujer estaba sofocada por el velo, pero sus palabras fueron diáfanas.
No eran las que había esperado.
Durante un minuto que pareció eterno, el corazón de Joseph dejó de latir dentro de su pecho. Imágenes eróticas desfilaron ante sus ojos... una mujer... desnuda... poseyén¬dolo... de todas las formas en que una mujer puede poseer a un hombre... por el placer de él... y también por el de ella.
Un fuego abrasador estalló entre sus piernas. Podía sentir, contra su voluntad, que su piel se hinchaba, se en¬durecía, trayéndole recuerdos que ya nunca volverían, exi¬liado como estaba en aquel país frío y sin pasión en donde las mujeres lo usaban para sus propias necesidades... o lo despreciaban por las suyas.

Una furia primitiva se adueñó de su ánimo.
Contra ______ Petre, por invadir su hogar para su propia satisfacción egoísta bajo la apariencia de querer aprender cómo dar placer a un hombre.
Contra él mismo, que a los treinta y ocho años to¬davía sentía la necesidad de coger lo que ella podía ofrecer, aún sabiendo que era una mentira: las mujeres inglesas no estaban interesadas en aprender a hacer gozar a un jeque bastardo.
Con una lentitud deliberada, Joseph se aproximó a la mujer, escondida detrás de un manto de respetabilidad.
Para su sorpresa, no retrocedió ante su furia.
Y también para la de ella, él se contentó sólo con arrojar su velo hacia atrás.
De cerca y sin la fina tela negra que impedía su vi¬sión, la mujer pudo apreciar claramente su estirpe árabe. Tenía la piel oscura, tostada por el mismo sol que había dorado su cabello.
Ahora ella se daría cuenta de que su apariencia de caballero inglés era sólo eso, una apariencia. Había apren¬dido a ser hombre en un país en donde la mujer vale la mi¬tad de lo que vale un hombre... podían ser vendidas, viola¬das o asesinadas por atreverse a hacer mucho menos de lo que aquella mujer se atrevía a hacer ahora.
______ Petre debía sentir miedo.
—Ahora, dígame de nuevo lo que desea —murmu¬ró seductor.
Ella no retrocedió ante el aroma que él emanaba: brandy mezclado con perfume, sudor y sexo.
—Quiero que me enseñe cómo darle placer a un hombre —repitió serena, alzando la cabeza para mirarle a los ojos.
No medía más de un metro sesenta... tenía que levantar mucho la vista.
La señora ______ Petre tenía la piel muy blanca, el tipo de blancura estimable que en una subasta árabe representa la esclavitud para una mujer. No era joven. Joseph juzgó que debía de tener más de treinta. Se apreciaban ligeras arrugas en los extremos de sus pálidos ojos color avellana. El rostro que se alzaba hacia él era más redondo que oval, la nariz más respingona que aguileña y sus labios demasiado delgados. Tenía las pupilas dilatadas, pero apar¬te de eso, su cara no reflejaba ni rastro del temor que se¬guramente estaba sintiendo.
Ela’na. ¡Maldita sea! ¿Por qué no lo demostraba? Un músculo se movió nerviosamente en su mandíbula.
— ¿Y qué le hace creer que soy capaz de enseñarle semejante proeza, señora Petre?
—Porque usted es el... —vaciló un instante ante su apodo, el Jeque Bastardo. Podía ser lo suficientemente atre¬vida para intentar chantajearlo a cambio de sexo, pero no lo suficiente para llamarle bastardo a la cara.
—Porque usted es el único hombre que... —Ni si¬quiera era capaz de terminar la frase, que él era el único hombre en Inglaterra famoso por haber recibido un harén al cumplir los trece años.
Levantó todavía más la barbilla.
—Porque oí por casualidad a una... a una mujer de¬cir que si los esposos estuvieran dotados sólo con la mitad de sus habilidades, no habría una sola mujer infiel en toda Inglaterra.
La brutalidad de Joseph estalló en un mordaz sar¬casmo.
—Entonces envíeme a su esposo, señora, y lo ins¬truiré para que pueda usted serle fiel.
Los labios de ______ Petre se endurecieron, con¬trayéndose por la inquietud... el temor o la ira.
—Veo que no me dejará conservar ni siquiera un po¬co de orgullo. Muy bien. Amo a mi esposo. No es él quien necesita adiestramiento para evitar que yo me extravíe, sino todo lo contrario. No deseo acostarme con usted, se¬ñor. Sólo quiero que me enseñe cómo darle placer a mi es¬poso para que él se acueste conmigo.
Todo el calor del cuerpo de Joseph se disipó.
— ¿Usted no desea ensuciarse con las manos de un árabe, señora Petre? —preguntó suave y peligrosamente.
—Yo no deseo serle infiel a mi marido —respon¬dió sin alterarse.
A Joseph se le hincharon las aletas de la nariz con una reticente admiración. A ______ Petre no le faltaba valor.
Había rumores de que el ministro de Economía y Hacienda tenía una amante.
Edward Petre era un plebeyo. Si perteneciera a la cla¬se de los aristócratas, la sociedad no estaría interesada en sus relaciones extramaritales, pero sus votantes eran de clase media y exigían que sus representantes políticos fueran tan intachables moralmente como lo era su reina.
Sin duda, ______ Petre estaba más preocupada por la posible ruina de la carrera de su esposo que por perder sus atenciones en el dormitorio.
—Las mujeres que aman a sus esposos no piden a desconocidos que les enseñen cómo darle placer a un hombre —dijo cortante.
—No, las cobardes que aman a sus esposos no piden a personas desconocidas que les enseñen cómo darle placer a un hombre. Las cobardes duermen solas, noche tras noche. Las cobardes aceptan el hecho de que sus esposos encuentren placer con otra. Las cobardes no hacen nada, no así las mujeres.
La palabra cobardes retumbó en el repentino silencio.
Un vaho gris en intervalos breves y rápidos entibió el rostro de Joe... el aliento de la mujer. Un hálito gri¬sáceo semejante, con pausas más largas, se mezcló con el de ella en el aire frío del invierno... su propio aliento era impo¬sible saberlo. La mujer tenía el rostro de una esfinge.
______ Petre parpadeó rápidamente.
Durante un instante eterno, Joe pensó que había pestañeado en un burdo intento de coquetear; pero luego vio el brillo de las lágrimas, que formaban una película so¬bre sus ojos.
—Me resisto a ser una persona cobarde. —Irguió los hombros. El movimiento provocó que las ballenas de un corsé demasiado apretado crujieran—. Por ello, una vez más, le ruego que me enseñe cómo darle placer a un hombre.
La sangre golpeó las sienes de Joseph.
De alguna manera, las mujeres árabes y las inglesas se parecían.
La mujer árabe usa velo, la inglesa, corsé.
Una esposa árabe acepta a las concubinas de su es¬poso con resignación. Una esposa inglesa acepta a las amantes de su esposo ignorándolas.
En ninguna de las dos culturas, una mujer pacta des¬caradamente instrucción sexual con otro hombre para ase¬gurar las atenciones de su esposo.
Joe notó un olor desagradable que provenía de la capa de ______. Habían lavado la lana recientemente.
Las mujeres venían a él envueltas en perfumes. Nin¬guna se le había acercado jamás oliendo a benceno.
Joe se preguntó de qué color sería su cabello... y cuál sería su reacción si estirara la mano y le quitara de la cabeza el horrible sombrero negro que la ocultaba. Dio un paso atrás con brusquedad.
— ¿Y cómo podría enseñarle a dar placer a su esposo si yo mismo no me acuesto con usted, señora Petre? —le espetó.
Los ojos de ella permanecieron imperturbables, in¬diferentes a la curiosidad sexual que se apoderaba del cuer¬po de Joe.
—Las mujeres que viven en los harenes, ¿aprenden a darle placer a un hombre yéndose a la cama con otro?
Por un segundo, Joe se trasladó a Arabia, cuan¬do tenía doce años. Una concubina de rubios cabellos, la aburrida favorita de un visir, había sentido la curiosidad de probar con el hijo infiel, todavía sin circuncidar, del jeque. Joe, atrapado entre el sueño y los pechos perfumados de opio, había pensado que era una hurí, un ángel musul¬mán enviado para hacerlo disfrutar del paraíso.
La concubina había sido lapidada al día siguiente.
—Una mujer árabe sería condenada a muerte si lo hiciera —dijo Joseph rotundamente.
—Pero usted ha estado con esas mujeres...
—He estado con muchas mujeres...
Ella ignoró su brusquedad.
—Por lo tanto, si es posible que una mujer árabe aprenda a darle placer a un hombre sin contar con la ex¬periencia personal, no veo motivo por el cual usted, un hombre que se ha beneficiado de esa preparación, no pue¬da a su vez instruir a una mujer inglesa.
Muchas mujeres inglesas le habían pedido a Joe que mostrara las técnicas sexuales que los hombres ára¬bes usaban para darle placer a una mujer. Pero ninguna le había pedido jamás que le enseñara las técnicas sexuales que las mujeres árabes empleaban para darle placer a un hombre.
Fueron los efectos de los fuertes licores consumidos mezclados con una noche de sexo intenso los que provo¬caron la siguiente pregunta de Joe. O tal vez fue la mis¬ma ______ Petre. Y percibir una punzada de dolor ante lo que ninguna mujer, ni oriental ni occidental, arriesga¬ría por él como lo que aquella afrontaba por su esposo. Po¬nía en juego su reputación y su matrimonio para aprender a complacer sexualmente a un hombre para que no tuvie¬ra que recurrir a una amante.
¿Qué haría falta para que una mujer como ella, una mujer respetable, quisiera a un hombre como él, nacido en Inglaterra y acogido en Arabia, y que ahora no pertenecía a ninguno de los dos lugares?
¿Cómo sería tener una mujer dispuesta a hacer cualquier cosa para obtener mi amor?
—Si yo me hiciera cargo de su instrucción, señora Petre, ¿qué es lo que quisiera aprender?
—Todo lo que pueda enseñarme.
Aquel todo vibró en el frío aire matinal.
La mirada de Joe se clavó en la suya.
—Sin embargo, usted ha dicho que no tiene ningún deseo de irse a la cama conmigo —dijo con dureza.
El rostro de ______ permaneció impasible. Era el rostro de una mujer que no está interesada en la pasión de un hombre, ni en la suya propia.
—Estoy segura de que usted posee suficiente co¬nocimiento para ambos.
—Sin duda. Pero mi conocimiento se centra en las mujeres. —De repente, su inocencia le repugnó—. No ten¬go por costumbre seducir a los hombres.
—Pero las mujeres... coquetean con usted, ¿no es así? —insistió ella.
El cuerpo desnudo de la marquesa había brillado su¬doroso mientras danzaba al ritmo de su deseo. No poseía ninguna delicadeza... ni fuera ni dentro de la cama.
—Las debutantes coquetean. Las mujeres con las que yo me acuesto no son vírgenes —examinó con insolencia la voluminosa capa negra de ______ Petre, que no de¬jaba entrever ni el vigor de los pechos ni la curva de las ca¬deras para seducir a un hombre—. Son mujeres experi¬mentadas que saben lo que quieren.
—Y dígame si es tan amable, ¿qué es lo quieren?
—Placer, señora Petre. —Fue intencionadamente ordinario y grosero—. Quieren el placer de una mujer—Y usted cree que como soy mayor que esas muje¬res y mi cuerpo no es tan perfecto como el suyo... ¿cree que yo no deseo también placer, lord Safyre?
La mirada de Joe se encontró con la de ella.
Una corriente eléctrica de deseo puro e inocente re¬corrió súbitamente su cuerpo.
Emanaba de ______ Petre.
Anhelos sensuales, deseos sexuales...
Y su rostro continuaba siendo una máscara sin ex¬presión.
Una mujer virtuosa no venía a buscar a un hombre para aprender a darle placer a su esposo.
Una mujer virtuosa no debía admitir que deseaba sa¬tisfacción física en su matrimonio.
¿Quién era ______ Petre para atreverse a hacer lo que otras mujeres ni siquiera soñaban?
—Un hombre es algo más que una serie de palancas y resortes que deben ponerse en funcionamiento para re¬cibir satisfacción —exhortó Joe de forma brusca, pro¬fundamente consciente de la fría perfección de aquella pá¬lida piel femenina y de la sangre caliente que palpitaba entre sus piernas—. El goce de un hombre depende de la habi¬lidad de una mujer para recibir placer. Si usted anhela es¬to último, él obtendrá lo primero.
______ se puso rígida y su corsé crujió de nuevo de modo revelador. La ira asomó a sus ojos... o quizás fue¬ra el reflejo de la luz de la lámpara que se encontraba so¬bre ambos.
—Tengo dos hijos, señor. Soy plenamente consciente de que un hombre no está hecho de palancas y resortes. Además, si la satisfacción de mi esposo dependiera del deseo de una mujer, entonces no habría abandonado mi lecho. Por última vez, lord Safyre, ¿me enseñará usted có¬mo darle placer a un hombre o no?
El cuerpo de Joe adquirió una cierta tirantez.
______ Petre le estaba ofreciendo la suprema fan¬tasía a la que aspira un hombre. Una mujer a la que podía enseñarle todos los actos sexuales que siempre había soña¬do que una mujer hiciera... con él... a él.
—Le pagaré —ofreció ella torpemente.
Joe la examinó cuidadosamente, intentando ver más allá de aquella máscara sin emoción que era su rostro.
— ¿Cómo me pagará, señora Petre?
No cabía duda de la grosera sugerencia.
—Con moneda inglesa.
Ni tampoco podía haber error en la ingenuidad de¬liberada que ella había empleado.
Joe dirigió una resuelta mirada a la biblioteca, a los estantes que iban del techo al suelo rebosantes de libros encuadernados en cuero, a los costosos entrepaños reves¬tidos de seda distribuidos en las tres paredes restantes, al aparador con incrustaciones de nácar, a la chimenea de cao¬ba tallada, verdadera obra de arte de la ebanistería inglesa.
—Ésta es una de las ventajas de que mi padre sea un jeque. No necesito su dinero —replicó con desinterés fingido, preguntándose a la vez hasta dónde llegaría ella en su búsqueda de conocimiento sexual, y hasta dónde él en su búsqueda de olvido—. Y a decir verdad, ni el dinero de nadie.
La mirada de la mujer no vaciló frente a la suya.
Ella podía chantajearle... pero no suplicaría.
— ¿Sabe lo que me está pidiendo, señora Petre? —le preguntó suavemente.
—Sí.
La ignorancia brilló en sus claros ojos color avellana.
______ Petre pensaba que una mujer como ella, una mujer mayor y sin el cuerpo «perfecto», una mujer con dos hijos, casada respetablemente, no podía presentar atrac¬tivo alguno para un hombre como él. No comprendía que la curiosidad de un hombre pudiera convertirse en una fuer¬za motriz o que el deseo de una mujer pudiera provocar una atracción poderosa.
Joe conocía estas cosas demasiado bien. Y también sabía que el deseo mutuo podía unir a un hombre y a una mujer de manera más fuerte que los votos pronunciados en una iglesia o en una mezquita.
Un opaco resplandor ambarino penetró por los cris¬tales. En algún lugar sobre la neblina amarillenta que anun¬ciaba otra mañana londinense brillaba el sol y el comienzo de un nuevo día.
Girando bruscamente, Joe cruzó la alfombra y estiró el brazo para coger de uno de los estantes un pequeño volumen forrado en cuero.
El jardín perfumado, del jeque Mohamed al Nefzawi.
En árabe se titulaba Al Rawd al atir fi nuzhat al khatir, El jardín perfumado para el deleite del alma. Había sido traducido más popularmente como El jardín perfumado para el esparcimiento del alma.
Joe lo había memorizado y repetido tantas veces como los niños en Inglaterra lo hacían con las gramáticas griega y latina. Aunque la gramática preparaba a los niños ingleses para leer a los autores griegos y latinos, El jardín perfumado había proporcionado a Joe los conocimientos suficientes para satisfacer a una mujer.
También brindaba excelentes consejos para las mu¬jeres que querían aprender a complacer a un hombre.
Sin detenerse a reconsiderar aquel acto, volvió a la ventana y le ofreció el libro.
—Mañana por la mañana, señora Petre. Aquí. En mi biblioteca. —Muhamed había dicho que había llegado a las...—. A las cinco en punto.
Una pequeña y delgada mano enfundada en un guan¬te de cuero negro surgió entre los pesados pliegues de su ca¬pa de lana. Los delicados dedos aferraron con firmeza el libro.
—No comprendo.
—Usted desea que yo la instruya, madame; por lo tanto, lo haré. Las clases comienzan mañana por la maña¬na. Éste será su libro de texto. Lea la introducción y el pri¬mer capítulo.
______ bajó la cabeza; el velo doblado hacia arri¬ba mantenía su rostro en sombra, ocultando su expresión.
El jardín perfumado, del... —desistió de intentar pronunciar el resto del título —jeque Nefzawi—. Supon¬go que no es un libro sobre el cultivo de las flores.
Los labios de Joe se contrajeron en una divertida mueca.
—No, señora Petre, es evidente que no.
—Seguramente, tampoco es imprescindible comen¬zar las clases tan pronto. Necesitaré tiempo para asimilar lo que lea...
Joe no quería darle tiempo para asimilar.
Quería impresionarla.
Quería excitarla.
Quería arrancarle aquella aburrida capa negra y su fría reserva inglesa y encontrar a la mujer que había debajo.
—Usted me pidió que la instruyera, señora Petre. Si he de hacerlo, debe seguir mis indicaciones. Sin contar con el prefacio y la introducción, hay veintiún capítulos en El jardín perfumado; mañana veremos la introducción y el primer capítulo. Pasado mañana discutiremos el segundo, y así sucesivamente, hasta que termine su instrucción. Si precisa más tiempo para reflexionar sobre sus lecciones, tendrá que buscar otro tutor.
El portazo distante de una puerta en el ático reso¬nó a través de las paredes; como si hubiese sonado en el momento justo, le siguió un estrepitoso sonido de metal, una sartén colocada con fuerza sobre la cocina de hierro mientras el cocinero preparaba el desayuno para los sir¬vientes que ya se habían levantado.

El libro y su mano enguantada desaparecieron den¬tro de la negra capa de lana. El corsé crujió perceptible¬mente por el brusco movimiento.
—Las cinco es demasiado tarde; tendremos que co¬menzar a las cuatro y media.
A él le importaba poco la hora en que se llevaran a cabo las clases; su único interés era ver cuánto aprendería una mujer como ella de un hombre como él.
—Como usted desee.
Su cuello era delgado, como la mano. Los zapatos que asomaban por debajo de su protectora capa eran estrechos.
¿Qué deseaba encerrar tan estrechamente dentro de los límites de aquel corsé, la piel... o el deseo?
—Toda escuela tiene sus reglas, señora Petre. La regla número uno es la siguiente: no usará corsé mientras esté en mi casa.
Su fina piel blanca se volvió de un color rojo carmesí.
Joe se preguntó si adquiriría ese mismo color en¬cendido cuando se la excitaba sexualmente.
Se preguntó si alguna vez su esposo la había excitado sexualmente.
______ giró con fuerza la cabeza hacia atrás.
—Lo que yo use o no use, lord Safyre, no le in¬cumbe...
—Por el contrario, señora Petre. Usted me ha bus¬cado para enseñarle lo que da placer a un hombre. Por lo tanto, lo que usted se pone sí me incumbe si va en detri¬mento de la consecución de ese objetivo. Se lo aseguro, un ruidoso corsé no causa placer a un hombre.
—Tal vez no a un hombre de su naturaleza...
La boca de Joe se endureció involuntariamente.
Infiel. Bastardo. No había nombre que no le hubie¬ran llamado, en árabe o en inglés.
Se sentía extrañamente desilusionado al comprobar que ella tenía los mismos prejuicios que los demás.

—Ya comprobará, señora Petre, que cuando se tra¬ta del placer sexual, todos los hombres son de una cierta na¬turaleza.
Echó hacia atrás la barbilla en un gesto que cada vez se hacía más familiar.
—No toleraré ningún tipo de contacto físico con usted.
Joe sonrió cínicamente. Había cosas que afec¬taban a una persona mucho más que el simple contacto.
Palabras.
La muerte.
Dabid...
—Como usted quiera. —Inclinó fugazmente la ca¬beza y los hombros en una pequeña reverencia—. Le doy mi palabra como hombre de Occidente y de Oriente que no tocaré su cuerpo.
Aunque parecía imposible, ______ se puso todavía más rígida; le acompañó el crujir de su corsé.
—Estoy segura de que usted comprenderá que nues¬tras clases deben ser mantenidas en el más estricto secreto...
Joe pensó en la ironía de la formalidad inglesa. Ella lo había chantajeado y, sin embargo, pretendía que él se comportara como un caballero y fuera reservado con aquella indiscreción.
—Los árabes tienen una palabra para un hombre que habla de lo que sucede en la intimidad entre él y una mu¬jer. Lo llaman siba, y está prohibido. Le aseguro que en ningún caso la comprometeré yo a usted.
Ella apretó su boca con el control del que los ingle¬ses hacen gala en momentos difíciles. Era evidente que no confiaba en el concepto de honor árabe.
—Que tenga usted un buen día, lord Safyre.
Joe inclinó la cabeza.
Ma’a e-salemma, señora Petre. Estoy seguro de que conoce el camino de salida.
La partida de ______ Petre fue patente por un mo¬vimiento áspero de lana y el clic seco de la puerta de la bi¬blioteca, que se abrió y luego se cerró. Joe observó con detenimiento la neblina amarilla que se arremolinaba en el exterior y se preguntó cómo había llegado hasta su casa. ¿Un coche de alquiler? ¿Su propio carruaje?
Se imaginaba que habría sido un coche de alquiler. La mujer se daba cuenta perfectamente del peligro que co¬rría si se descubría la relación entre ambos.
Ibn.
El estómago de Joe se contrajo de rabia.
El hijo.
Él era el Jeque Bastardo. Él era lord Safyre. Y él era el ibn. El hijo... que había fallado. Nunca más llevaría el tí¬tulo de Joseph ibn Jeque Safyre, Joseph, hijo del Jeque Safyre.
Se dio la vuelta, con el cuerpo tenso como no lo ha¬bía estado en los últimos treinta minutos.
Muhamed llevaba un turbante, pantalones holgados y thobs, una camisa suelta hasta las pantorrillas. Estaba con Joe desde hacía veintiséis años. Un eunuco para pro¬teger al hijo bastardo de un jeque que a los doce años no había sabido protegerse. Y tampoco había sabido a los vein¬tinueve.
Joe buscó en su abrigo y encontró allí la tarje¬ta. En el ángulo inferior derecho estaba impresa una di¬rección con una decorativa letra.
—Sigue a ______ Petre, Muhamed. Asegúrate de que no se meta en más problemas de los que ya se ha me¬tido.
La expresión de Joe se endureció.
A los hombres como el ministro de Economía y Ha¬cienda que se casaban con mujeres virtuosas para que les dieran hijos no les agradaría que su esposa realizara esos mismos actos sexuales que ellos buscaban en sus amantes.
Joe había sido desterrado del país de su padre; no tenía ningún deseo de serlo también del de su madre. Si su ins¬trucción le acarreaba problemas, debía estar preparado.
—Cuando ella esté dentro, a salvo, vigila la casa. Si¬gue a su esposo. Quiero saber quién es su amante, dónde y cuándo se encuentra con ella, y cuánto tiempo lleva manteniendo esa relación.
Lemoine
Lemoine


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por aranzhitha Dom 20 Ene 2013, 11:04 pm

ahhh se pone interesante!!
Siguela!!
aranzhitha
aranzhitha


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Lemoine Lun 21 Ene 2013, 6:51 pm

Que bueno qe te gusta, en un rato subo!!
Pregunta: ¿Joe tiene nueva novia? Esa chica Blanda, si es su novia verdad???
Lemoine
Lemoine


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El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) Empty Re: El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA)

Mensaje por Lemoine Lun 21 Ene 2013, 8:10 pm

CAPITULO 2




El aire denso de la mañana envolvía el coche de alquiler, que despedía un olor acre, como si se tratara de un ser vivo, con un corazón latiendo al compás del de ______ y respirando cuando ella lo hacía. Su bol¬so, en donde había metido el libro después de dejar la casa del Jeque Bastardo, presionaba la parte interior de sus mus¬los. En el exterior de la sucia ventana del coche se movían figuras difuminadas en la neblina que comenzaba a disi¬parse. Los vendedores pregonaban sus mercancías y los sir¬vientes regateaban los precios como si ella no hubiera pa¬sado los treinta minutos más largos de su vida tratando de convencer al seductor más famoso de Inglaterra para que le enseñara cómo darle placer sexual a un hombre.
La voz del Jeque Bastardo todavía resonaba burlo¬na, un susurro de cortesía inglesa con un tono áspero.
— ¿Sabe lo que me está pidiendo, señora Petre?
Sí.
Mentirosa, mentirosa, mentirosa, rechinaban las rue¬das del carruaje. Una mujer como ella desconocía por com¬pleto el precio que un hombre como él podía exigir por el conocimiento carnal.
La ira invadió a ______ como un oleaje ardiente;
¿Cómo se atrevía a decirle que la satisfacción de un hombre radicaba en la habilidad femenina de recibir placer, como si fuera culpa suya que su esposo tuviera una amante?
Todavía sentía en la nariz el olor de la fragancia de él —perfume de mujer, indudablemente—.
Era como si él se hubiera impregnado de aquella fragancia.
No, era como si él se hubiera impregnado de la mujer qué lo había usado.
Olía como si hubiera frotado cada centímetro de su cuerpo contra cada centímetro de aquel cuerpo femenino.
______ cerró los ojos ante aquella imagen invo¬luntaria de la piel cetrina presionando hacia abajo, alrededor y dentro del cuerpo pálido de una mujer.
Luces azules y verdes centellearon tras sus párpados
No, las luces no eran ni azules ni verdes. Eran tur¬quesas. Del mismo color que los ojos del Jeque Bastardo.
Su cabello era inglés y su piel árabe, pero sus ojos no pertenecían ni a Oriente ni a Occidente,
Hablaban de lugares a los que ______ nunca ha¬bía ido, de placeres que sólo había imaginado.
Aquellos ojos la habían juzgado corno mujer y la habían hallado imperfecta.
La rueda posterior del carruaje se hundió en un bache, haciéndola abrir bruscamente los ojos. Cruzó los bra¬zos mientras clavaba la mirada en el cuero gastado del asiento.
Las mujeres como ella, mayores y con defectos, no eran elegidas por hombres como el Jeque Bastardo, pero también tenían derecho a sentir placer, y ella no se iba a amedrentar porque el la hiciera percatarse de cada segundo de su edad o de cada imperfección de su cuerpo.
Durante diecisiete años había sido una hija obediente sometiéndose a la voluntad de sus padres. Durante otros dieciséis años había sido una esposa dócil, reprimiendo sus deseos para no provocar el rechazo de su esposo.
El Jeque Bastardo había dicho que el libro con que planeaba instruirla tenía veintiún capítulos.
Podía soportar aquellos ojos turquesas, burlones y cómplices durante tres semanas.
Podía soportar cualquier cosa con tal de aprender aquello que necesitaba saber.
E1 coche de alquiler se detuvo con brusquedad.
______ tardó unos segundos; en darse cuenta de que había llegado a su destino y que no estaba de nuevo detenida en medio del tráfico, Empleó varios segundos más en localizar la manija de la puerta y abrirla de un tirón.
Las esquinas de la calle parecían extrañas a través del velo, negro, como si hubieran cambiado de alguna manera oscura pero evidente en las dos últimas horas. Una trans¬formación que no se podía explicar por el simple paso del alba oscura a la claridad del día.
—Es un chelín y dos peniques, madame.
Miró fijamente al cochero.
Era un esqueleto de hombre, consumido por la fal¬ta de alimento y las catorce horas diarias de trabajo. Un ha¬lo de luz rodeaba su cabeza, el sol de la mañana asomán¬dose a través de las nubes de humo y neblina suspendidas en el cielo, que rodeaban Londres en noviembre, diciem¬bre y enero, pero que ese año se habían prolongado hasta el mes de febrero.
______ tenía dinero y salud, contaba con un esposo distinguido y dos hijos. ¿Por qué no podía estar contenta con lo que tenía?
Metió la mano en él bolso, agarró una moneda y se la lanzó.
—Quédese con el cambio.
El cochero lo cogió con destreza y se levantó el som¬brero:
—Gracias, madame. ¿Necesitará el coche otra vez?
Aún no era demasiado tarde, susurró ______. Podía pagarle al cochero ahora para devolver el libro al Jeque Bas¬tardo y no sería necesario que tuviera más contacto con él.
Pero no era la misma mujer que la semana pasada. Ni lo volvería a ser nunca.
Su esposo se había pavoneado abiertamente de su amante en público. Mientras satisfacía sus apetitos en otro lugar, ella había reprimido sus necesidades físicas creyen¬do que la felicidad conyugal se hallaba en la familia, no en la carne.
Su matrimonio había estado basado en mentiras.
—Hoy no, gracias. Pero sí necesitaré uno mañana por la mañana. A las cuatro en punto.
Un sonrisa de oreja a oreja desdibujó momentánea¬mente las líneas de cansancio cinceladas en el rostro del co¬chero y reveló la juventud que le pertenecía por su edad, aunque no por su experiencia. Chasqueó los dedos hacia el caballo.
—Aquí estaré, madame.
______ contempló cómo el coche se perdía rápi¬damente en medio de la riada matinal de caballos, carrua¬jes y retazos amarillentos de neblina.
No había calculado tener que esperar una hora a que el Jeque Bastardo volviera a su casa tras su juerga nocturna. Ahora tendría que buscar alguna excusa para explicar su regreso a casa a una hora en la que normalmente debería es¬tar en la cama.
Un súbito estremecimiento provocó que su piel hor¬migueara.
Alguien la estaba observando.
Se dio la vuelta mientras sentía que el estómago se le revolvía.
No había nadie en la acera.
— ¡Arenque a medio penique! ¡Arenque fresco! ¡Com¬pre el suyo para el desayuno! ¡Arenque a medio penique!
Al otro lado de la calle, en la acera de enfrente, un joven empujaba una carretilla, voceando su mercancía. Cer¬ca de allí, apoyado contra un edificio de ladrillo, había una oscura figura...
Un grupo de caballos obstaculizó su visión. El va¬por emanaba de sus cuerpos. Tiraban de una carreta en la que se amontonaban barriles. Una vez que hubo pasado, ______ observó que el vendedor de pescado se había de¬tenido. La parte posterior de una capa negra se inclinaba sobre su carretilla.
Una mujer, sin duda una criada, que compraba aren¬que fresco para el desayuno.
El temor se mezcló con el alivio. Nadie conocía su reunión con el Jeque Bastardo.
Esta vez.
Después de caminar tres calles hasta su casa, quedó empapada de un sudor fétido.
Y todavía podía oler el perfume.
Sigilosamente, abrió con la llave la puerta de entra¬da y, al empujarla, ______ sorprendió al mayordomo en el instante en que se ponía la chaqueta.
El corazón se le aceleró.
Cuando el mayordomo árabe le había negado la en¬trada, ______ le había dado su tarjeta para intimidarlo con el poder político de su familia.
Sin duda, el criado le había entregado la tarjeta a su amo.
Y seguramente seguiría estando en su poder. Con la esquina doblada hacia abajo, que indicaba que ella lo había visitado personalmente.
El Jeque Bastardo había dicho que toda escuela tie¬ne sus reglas. Su primera regla era que no podría usar cor¬sé en su casa.
______ había empleado la intimidación para ob¬tener una audiencia con él. ¿Por qué no habría de usar él la coacción para humillarla?
—Oiga, ¿qué diablos está haciendo?
______ echó atrás su velo justo cuando un par de grandes manos pecosas la asieron para arrojarla a la calle.
El mayordomo se quedó petrificado y su chaqueta negra se ladeó.
— ¡Señora Petre!
—Buenos días, Beadles. —Nunca había visto a su mayordomo sin los guantes puestos. La visión de aque¬llas manos llenas de pecas invadió su mente incluso mien¬tras buscaba una apresurada explicación—. Es un día her¬moso. Pensé que una caminata mañanera mejoraría mi apetito. ¿Ha tomado ya el desayuno el señor Petre?
Beadles se ajustó la chaqueta rápidamente. Su expre¬sión malévola cambió instantáneamente a otra de deferencia.
—Desde luego que no, señora. —De repente, dán¬dose cuenta de que no tenía los guantes puestos, escondió bruscamente las manos en la espalda—. Debería haber lla¬mado a un lacayo. No es seguro para una mujer andar so¬la por la calle a estas horas de la madrugada.
______ se sintió levemente divertida ante la rapidez con que había asumido el perfecto acento de un caballero cuando sólo unos segundos antes había hablado el dialec¬to de la chusma.
—No era necesario, Beadles. Ha sido un paseo corto.
Bajo la voluminosa capa de lana apretó con fuerza su bolso mientras avanzaba con calma, como si fuera lo más normal del mundo que la señora de la casa saliera a caminar antes de que sus criados se levantaran.
—Por favor, manda llamar a Emma. Necesito cam¬biarme para... —¿Qué? ¿La cama?—. El desayuno.
Beadles tenía demasiada dignidad como para hacer comentarios sobre el extraño comportamiento de su señora. La parte superior de su calva cabeza resplandecía bajo el débil rayo de luz que había seguido los pasos de ella.
______ se mordió el labio para contener una risa histérica.
Era todo tan ordinario... tan normal.
¿Quién podría sospechar jamás que la señora ______ Ann Petre, hija del primer ministro y esposa del mi¬nistro de Economía y Hacienda, había empleado la inti¬midación para entrar en la casa del Jeque Bastardo a fin de convencerlo de que la enseñara a dar placer a un hombre?
Tal vez se despertara para darse cuenta de que todo había sido un sueño y de que su esposo era exactamente lo que siempre había pensado: un hombre que se sentía más cómodo con la política que con las mujeres.
Tal vez se despertara para encontrar que los desa¬gradables e hirientes rumores de que tenía una amante eran falsos.
De repente, su plan para ser adiestrada por el Jeque Bastardo —idea que antes le había parecido audaz y atre¬vida— se convirtió en algo sencillamente vulgar.
Había hablado de su propio matrimonio con otro hombre. Un hombre que le había dicho cosas que un ca¬ballero jamás diría ante una dama. Palabras vulgares como «acostarse» con una mujer.
______ había hablado de temas y empleado pa¬labras que ninguna dama pronunciaría jamás.
Trató de caminar despacio, evitando subir las esca¬leras corriendo.
Necesitaba ver a su esposo.
Necesitaba que él le asegurara que todavía era una mujer virtuosa y respetable.
Su dormitorio estaba contiguo al de él. Sólo echa¬ría un vistazo para ver si estaba despierto. Entonces ten¬drían la conversación que debieron haber tenido hacía años si no fuera por la falta de valor de ella.
Con el corazón latiendo fuertemente, abrió cuida¬dosamente la puerta de Edward.
Su dormitorio estaba vacío. Las sábanas almidona¬das de lino y la colcha de terciopelo verde oscuro estaban dobladas pulcramente.
Era evidente que no había dormido en su cama.
Las lágrimas le quemaron los párpados.
Cerró la puerta cuidadosamente, temiendo soltar las lágrimas que a lo largo de la última semana amenazaban continuamente con asomar, y al darse la vuelta... casi se muere de un infarto.
Una mujer sencilla, de cara redonda, le sonrió enig¬máticamente desde el otro lado de la cama intacta de ______.
—Se ha levantado usted temprano esta mañana, se¬ñora Petre. Le he traído una jarra de chocolate. A pesar de que ya pasó lo peor del invierno, todavía hace bastante frío.
______ respiró hondo para reprimir el grito que luchaba por salir.
—Gracias, Emma. Ha sido muy amable por tu parte.
—El decano llamó por teléfono. El joven señorito Phillip ha hecho otra de las suyas.
Una sonrisa iluminó los ojos de ______ al escu¬char el nombre de su hijo menor, ahora en su segundo tri¬mestre en Eton. A sus once años, Phillip era audaz y listo y ella lo echaba mucho de menos.
No importaba que no hubiera heredado las habili¬dades intelectuales de su padre o de su abuelo. Tenía el don de la risa. Y todo ello, mezclado con una traviesa inclina¬ción hacia la aventura, le había dado sobradas oportunida¬des a ______ de conocer mejor al decano durante aque¬llos últimos meses.
Emma depositó la bandeja de plata sobre la mesita de noche y arregló su contenido hasta quedar satisfecha.
—El decano habló con el secretario del señor Petre.
Con actitud indiferente, ______ cruzó la oscura alfombra de lana azul —tan inglesa comparada con la vis¬tosa alfombra oriental que cubría el suelo de la biblioteca del Jeque Bastardo— hasta su escritorio.
—Ya veo. Supongo que el señor Petre ya ha salido para alguna de sus reuniones.
Al ruido sordo del líquido vertido en la taza le si¬guió el olor abrumadoramente dulce del chocolate.
—No sabría decirle, señora.
¡Cuántas mentiras!, pensó ______ de manera sombría mientras deslizaba el bolso con el libro prohibido bajo la tapa de su escritorio.
Emma sabía perfectamente que el señor Petre no había dormido en su cama. Y sin duda también estaban en¬terados el resto de los criados.
¿Durante cuánto tiempo la habían protegido del he¬cho de que su esposo prefería el lecho de otra mujer?
Se quitó la capa y el sombrero y los arrojó sobre la silla de respaldo alto frente a su escritorio. Le siguieron los guantes negros.
En silencio, aceptó la delicada taza de porcelana chi¬na decorada con rosas que Emma le ofrecía. Incapaz de enfrentarse a los ojos de la criada, se dirigió a la ventana para mirar hacia afuera.
La pálida y amarilla luz del sol brillaba sobre el jar¬dín de rosas, nudoso y sin vida. La paja seca cubría la tie¬rra yerma para proteger las raíces escondidas, algo poco atractivo pero efectivo.
La voz del Jeque Bastardo danzaba y resplandecía dentro de su cabeza.
Ya comprobará, señora Petre, que cuando se trata del placer sexual, todos los hombres son de una cierta naturaleza.
¿Cuántas veces había pensado que su esposo se le¬vantaba temprano para atender sus compromisos parla¬mentarios, y en realidad ni siquiera había vuelto a casa?
Apoyó su frente sobre el frío vidrio. El humo ca¬liente subía de la taza en remolinos y empañaba la ven¬tana.
Hoy era lunes. Según su agenda, ______ debía vi¬sitar un hospital a las diez y a las doce hacer de anfitriona en una comida benéfica. Necesitaba preparar su indu¬mentaria y un breve discurso, pero sólo podía pensar en la habitación vacía contigua a la suya.
¿Qué sucedería si no era su desconocimiento en ma¬teria sexual lo que había alejado a Edward? ¿Y si fuera... ella? ¿Su cuerpo, su personalidad, su carencia absoluta de carisma político que no había logrado heredar de su madre o de su padre?
Un gorrión desapareció como una flecha hacia el cielo. Llevaba en su pico un trozo de heno para añadir a su nido.
De repente, ______ supo lo que necesitaba.
Necesitaba rodearse del amor sin complicaciones de un niño.
O tal vez necesitaba estar segura de que su encuen¬tro clandestino con el Jeque Bastardo no hubiera empaña¬do de alguna manera la relación con sus hijos.
Elizabeth dio la espalda al desolado jardín de rosas.
—Dile al secretario del señor Petre que envíe una nota a la Organización de Caridad de las Buenas Muje¬res. Que escriba que no podré asistir a la inauguración del hospital ni dar el discurso en la comida a causa de una emer¬gencia imprevista.
—Muy bien, madame.
Un vigor renovado fluyó por las venas de ______. Ser una esposa deseable tal vez estuviese más allá de sus capacidades, pero ser una buena madre, no.
Le dirigió a Emma una sonrisa enigmática.
—Di también a la cocinera que prepare un picnic pa¬ra mis dos hambrientos hijos. Luego manda llamar un carruaje para que me lleve a la estación de tren. Iré a pasar el día con ellos.
Un perfume suave y fugaz atormentó su nariz.
El perfume.
—Pero primero quiero que me prepares un baño, por favor.


****


— ¿Desearía tomar un refrigerio, señora Petre?
El decano observó con determinación su ornamen¬tado reloj de bolsillo de oro. Sus bigotes, cuidadosamen¬te recortados y plateados por la edad, se retorcieron con fastidio.
No le gustaba tratar asuntos con una simple mujer, aunque fuera la madre de dos de sus alumnos. Especial¬mente cuando llegaba de improviso y sin concertar una ci¬ta previa.
______ sonrió, negándose a sentirse intimidada por los intentos evidentes de aquel anciano de hacer justa¬mente eso. Después de enfrentarse al Jeque Bastardo no creía que ningún hombre pudiera volver a incomodarla al¬guna vez.
—No, gracias, decano Whitaker. ¿Qué ha hecho mi hijo ahora?
—El señorito Phillip atacó a un estudiante en el de¬sayuno esta mañana.
El decano deslizó su reloj nuevamente en el bolsillo y le clavó una mirada desde debajo de sus pobladas cejas blancas.
—Tuvo que ser reducido físicamente.
— ¿Y qué hizo el otro estudiante para provocarlo? —preguntó ella bruscamente con sus instintos maternales a flor de piel.
—El señorito Phillip asegura que el señorito Bernard es un whig, madame, y como tal es una vergüenza a su con¬ciencia social.


______ se sentía dividida entre la risa y el temor.
Por un lado, Phillip jamás había demostrado ningún interés por la política. Y por otro, nunca antes se había in¬volucrado en una trifulca.
Que simultáneamente hubiera desarrollado las dos tendencias hizo que sonara una alarma dentro de su ca¬beza.
— ¿Y qué tiene que decir el señorito Bernard? —pre¬guntó suavemente.
—No dice nada, madame. El aberrante despliegue de violencia de su hijo lo ha dejado hecho un tembloroso manojo de nervios.
______ analizó la furia del decano durante lar¬gos segundos. Finalmente preguntó:
— ¿Y en qué curso, le ruego que me diga usted, se encuentra el joven Bernard?
—El señorito Bernard está en el... quinto curso.
El decano reveló esta información con reticencia.
Tenía buenas razones.
Phillip tenía once años y estaba en el primer curso. Bernard en el quinto. Sólo le faltaba completar un curso más antes de graduarse.
Su hijo debía de ser realmente atrevido si había con¬seguido dejar a un estudiante cuatro o seis años mayor que él hecho un «tembloroso manojo de nervios».
— ¿Suspenderá usted a Phillip, decano Whitaker? Porque si tiene pensado hacerlo, debo informarle de que, desde hace algún tiempo, ya he estado considerando sa¬carlo de aquí. Harrow, creo yo, ofrece un modelo más ele¬vado de educación que Eton. Y, por supuesto, si retiro a Phillip, también tendré que llevarme a Richard. Sé que sólo faltan seis meses para los exámenes, pero de todos modos...
—No hay necesidad de precipitarse, señora Petre. —El decano se resistía a perder no sólo el dinero, sino el prestigio. Los dos niños tenían un abuelo y un padre muy influyentes, y ambos habían estudiado en Eton—. Estoy seguro de que con los fondos monetarios apropiados..., des¬pués de todo, los daños han sido mínimos, y los mucha¬chos son muchachos.
______ se puso de pie.
—Por favor, póngase en contacto con el señor Kin¬der, el secretario de mi esposo. Él se encargará de todo lo necesario para pagar los daños causados. Ahora me gus¬taría ver a mis hijos.
—El señorito Phillip está castigado y el señorito Ri¬chard está en clase. Tal vez en otra ocasión...
—Me temo que no, decano Whitaker —dijo ella con firmeza—. Harrow parece cada vez más tentador.
—Muy bien, señora Petre.
Hizo sonar una pequeña campanilla de bronce. In¬mediatamente, su secretario, un hombre de mediana edad, con los hombros caídos, que tenía de tímido lo que el de¬cano de agresivo, entró en la sala.
—Haga venir a los hermanos Petre a la sala de visi¬tas, señor Hayden. Señora Petre, por favor, sígame.
Los zapatos de ambos resonaron huecamente sobre el pasillo de madera, los del decano, suaves y discretos, los de ella, agudos e inoportunos.
Eton es un lugar deprimente, pensó ______. To¬do era de madera brillante. No había ni una sola huella de dedos que pudiera hacer pensar que cientos de niños ocu¬paban sus veneradas aulas.
El decano abrió con fuerza una puerta y dio un pa¬so atrás para dejarla pasar.
—Póngase cómoda, señora Petre, se lo ruego. El señorito Phillip y el señorito Richard llegarán de inme¬diato.
La sala de visitas no invitaba precisamente al confort. Tenía dos sillones de cuero situados frente a un rígido sofá de nogal de ocho patas, con un respaldo dividido en tres secciones ovaladas. Un pequeño fuego de carbón ardía en la oscura chimenea de granito al lado del sofá.
______ se quitó la capa, el sombrero y los guan¬tes, se apoyó en el borde del sofá y contempló las brasas encendidas.
Deseaba poder conservar a sus dos hijos en casa, se¬guros y protegidos de todo peligro.
Deseaba que fuera suficiente con ser madre.
Deseaba...
—Hola, madre.
______ se giró desde el sofá.
Phillip estaba de pie junto a la puerta de entrada, con su cabello color caoba peinado cuidadosamente hacia atrás. Se movía nervioso, cambiando el peso de una pierna a la otra.
Tenía el ojo izquierdo cerrado debido a la inflama¬ción. El ojo derecho le brillaba con lágrimas contenidas.
______ quería correr a abrazarlo y cubrirlo de abra¬zos y besos.
Quería llevárselo de Eton y de todos sus peligros.
Quería darle la dignidad que tan valientemente es¬taba luchando por conservar.
—Hola, Phillip.
—Has hablado con el decano.
______ no se molestó en responder a lo que era evidente.
— ¿Me van a expulsar?
— ¿Eso es lo que quieres?
—No.
— ¿Me quieres decir por qué te has peleado con un muchacho de quinto curso? Tenía todas las posibilidades de ganar.
Phillip apretó los puños.
—Bernard es un whig...
—Por favor, no insultes mi inteligencia repitiendo esa tontería. Además, ya no los llamamos whigs, ahora son liberales.
Sus hombros se relajaron.
—Ya no soy un niño, madre.
—Sé que no lo eres, Phillip —le brindó una soca¬rrona sonrisa—. Tu ojo morado lo demuestra.
El muchacho se irguió todavía más ante aquellas pa¬labras... y pareció volverse aún más joven de lo que era.
—Por favor, no me pidas que te diga cuál fue la causa de la pelea. No quiero mentirte.
—Obviamente, debo preguntártelo, y dado que nun¬ca antes me has mentido, no creo que lo hagas ahora.
Phillip se miró los zapatos y, finalmente, farfulló:
—Dijo algo.
— ¿Acerca de ti?
—No.
— ¿Acerca de Richard?
Alzó la barbilla y miró fijamente por encima de la cabeza de su madre.
—No te lo quiero decir.
______ sintió que la invadía un repentino presen¬timiento.
Los niños, a pesar de su edad, repetían los mismos chismes que sus padres. Si ella había oído por casualidad rumores con respecto a la relación extramarital de Edward, era muy probable que también sus hijos lo hubie¬ran hecho.
— ¿Dijo el señorito Bernard algo acerca de tu padre, Phillip?
Él parpadeó con su mirada todavía fija por encima de la cabeza de ella.
Era evidente que aquel parpadeo significaba que es¬taba en lo cierto.
¿Por qué habría sido una esposa tan complaciente? Nada de esto debería haber ocurrido, ni a su esposo, ni a ella, ni a sus hijos.
—Phillip.
Su hijo le suplicó en silencio con la mirada, fami¬liarizado con aquel tono particular de voz.
______ sintió que se le rompía el corazón.
Salvo por el color de su cabello, Phillip era muy parecido a su padre. Los mismos ojos castaños y la nariz noble... y sin embargo no había nada de Edward en él.
______ no podía imaginarse a Edward con un ojo morado. Ni siquiera a la edad de Phillip.
Dio unas palmaditas al sillón que había a su lado.
—Te he traído algo.
Su ojo morado la miró con recelo.
-¿Qué?
—Una caja de chocolates Cadbury.
El soborno lograba lo que todo el amor del mundo no habría logrado jamás. Phillip saltó hacia el cesto y se sentó a los pies de su madre.
—No debes premiar la conducta violenta, madre.
La voz en tono de reproche no pertenecía ni a un ni¬ño ni a un hombre, sino a alguien que estaba entre las dos etapas de la vida.
______ se volvió hacia su hijo mayor con un pla¬cer manifiesto.
—Y tú no debes permitir que tu hermanito se meta con chicos que tienen el doble de su...
Su boca se abrió conmocionada.
— ¡Richard!
Estaba pálido y demacrado. Le costó reconocer al niño que la había perseguido incesantemente durante las vacaciones pidiéndole una bicicleta nueva.
Incluso su cabello, negro azabache como el de su pa¬dre, estaba lacio y sin vida.
Elizabeth se puso de pie y le tocó la frente.
—Richard, ¿estás enfermo?
El muchacho permitió la caricia.
—Ahora estoy bien.
— ¿Por qué no me lo comunicó el decano?
—No era nada, madre, sólo un resfriado.
— ¿Estás comiendo bien?
—Madre.
— ¿Quieres venir a casa para tomarte un descanso?
Richard alejó su mano.
—No.
— ¿Te apetece una caja de dulces? —preguntó ella con aspereza.
Una sonrisa ambigua asomó a sus labios.
—No me opondría a ello.
—Entonces, únete a nosotros y nos daremos un festín. Le ordené a la cocinera que preparara una cesta de picnic.
Phillip ya había invadido la canasta y descubierto en su interior los tesoros ocultos. Con solemnidad, le pasó la caja de dulces a Richard.
Fue como si los dos muchachos estuvieran sellan¬do un pacto.
Entre tragos de sidra de manzana y mordiscos de rosbif, un sabroso queso de Stilton, vegetales en vinagre y bollos rellenos de dulce mermelada de fresa, Richard alar¬deaba sobre sus estudios mientras Phillip presumía sobre sus trucos para escapar de ellos. La reunión llegó a su fin demasiado pronto.
______ guardó los platos y cubiertos en la cesta y envolvió la comida sobrante en dos servilletas.
—Richard, come. Phillip, no más peleas. Y ahora no me importa si ofendo vuestra dignidad, pero quiero un abrazo de cada uno de vosotros.
Phillip, como si hubiera estado esperando el permi¬so durante todo ese tiempo, se lanzó hacia ella y presionó con la cara en su vientre.
—Te quiero, ma.
______ se sintió invadida por una fuerte ola de sobreprotección.
«Ma» había sido el nombre especial que Phillip le había puesto desde que había oído a una criada llamar a la reina «reina Ma».
Richard le sacaba doce centímetros a ______. La sorprendió rodeándola con sus brazos y hundiendo la ca¬ra en su cuello, tal como hacía cuando era pequeño. Un aliento cálido y húmedo cosquilleó sobre su piel.
—Yo también, ma.
______ aspiró el olor de su piel profundamente; olía a jabón, a sudor y a su propio aroma particular. La ma¬durez estaba alejando a Richard de su lado, pero todavía olía como cuando era pequeño.
Parpadeó para evitar que las calientes lágrimas que le quemaban los párpados se deslizaran por su rostro.
—Vuestro padre y yo también os queremos.
Su declaración fue acogida en silencio. Como si tu¬vieran un acuerdo tácito, Richard y Phillip se separaron de sus brazos.
______ juró allí mismo que haría cualquier cosa para volver a unir a su familia.
El viaje en tren de vuelta a Londres fue un calvario largo y penoso.
El balanceo monótono debía de haberle provocado sueño, pero no fue así.
Pensó en Edward y en su cama vacía. Pensó en sus hijos y en cómo se habían apartado cuando ella había men¬cionado a su padre. Pensó en el Jeque Bastardo y en el perfume que lo rodeaba.
Y no importaba de qué manera había intentado re¬presentárselo, pero no podía imaginar que Edward hubie¬ra encontrado jamás en su amante el placer que el Jeque Bastardo obviamente había hallado en la suya.
El cochero la estaba aguardando en la estación. Su esposo no la esperaba en casa.
Rechazando de manera cortés pero firme la insis¬tencia del criado y después de su doncella para que toma¬ra una cena ligera, ______ se preparó para acostarse.
En el instante en que Emma cerró la puerta de sus aposentos, ______ buscó el libro en su escritorio.
Olía a cuero y a tinta fresca, como si lo hubieran pu¬blicado hacía poco tiempo. Con mucho cuidado, pasó la página del título y leyó la austera letra negra sobre el fino papel blanco de vitela.

EL JARDÍN PERFUMADO DEL JEQUE NEFZAWI
Un manual de erotismo árabe (siglo XVI): traducción
Revisada y corregida. Cosmopoli: MDCCCLXXXVI: para
la Sociedad Kama Shastra de Londres y Benarés, y sólo
para distribución privada. (Paginación: xvi + 256).
Erotismo.


______ jamás se había topado con semejante pa¬labra.
La fecha de publicación era 1886, el libro estaba re¬cién impreso. Con impaciencia, pasó el índice, y se detuvo al llegar a la introducción. Sus ojos parecieron ir solos a los párrafos iniciales.
Alabado sea Dios, que ha puesto el placer más gran¬de del hombre en las partes naturales de la mujer, y ha des¬tinado las partes naturales del hombre para darle el mayor gozo a la mujer.
No ha dotado a las partes de la mujer de ninguna sen¬sación placentera o satisfactoria hasta que hayan sido pe¬netradas por el instrumento del macho; y de igual modo los órganos sexuales del hombre no conocen ni la quietud ni el descanso hasta no haber penetrado en los de la hembra.
Una aguda punzada de deseo sacudió violentamen¬te sus muslos. Le siguió el recuerdo de los burlones ojos turquesas del Jeque Bastardo. Y no tuvo duda alguna de que había aceptado en¬señarla con el único fin de humillarla.
Un hombre como él nunca perdonaría a una mujer que lo había amenazado para entrar a la fuerza en su casa.
Un hombre como él jamás comprendería que una mujer cuyo cabello mostraba las primeras hebras plateadas de la edad y cuyo cuerpo revelaba las consecuencias de dos embarazos ardía con el mismo deseo que las mujeres jóve¬nes y bonitas liberadas del peso de la virtud.
Con determinación, se sentó frente al escritorio y buscó pluma y papel en el cajón superior.
Él no necesitaba saber cuánto deseaba ella el goce fe¬menino con el que la había ridiculizado. La única cosa que el Jeque Bastardo tenía que saber era que ella deseaba ins¬trucción sexual para que su esposo quedara satisfecho.
Lemoine
Lemoine


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Mensaje por aranzhitha Mar 22 Ene 2013, 4:42 pm

ahh pobre de los hijos!!
Porque cuando un hombre engaña a su mujer, los que mas salen perjudicados son los hijos :(
Siguela!!!
aranzhitha
aranzhitha


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Mensaje por ElitzJb Miér 23 Ene 2013, 5:59 pm

HOLA NO SABIA Q HABIAS COLOCADO OTRA FABULOSA NOVELA... nUEVA FIEL LECTORA.....
PUES EME AQUI SABES Q SOY FIEL A TUS NOVELAS ASI Q COMO SIEMPRE SIGUELA XQ ESTA RE INTERESANTE SOBRE TODO CON ESE JEQUE BASTARDO TAN BUENOTE JEJE SIGUELA SALUDOS ....
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por Lemoine Miér 23 Ene 2013, 8:09 pm

ElitzJb escribió:HOLA NO SABIA Q HABIAS COLOCADO OTRA FABULOSA NOVELA... nUEVA FIEL LECTORA.....
PUES EME AQUI SABES Q SOY FIEL A TUS NOVELAS ASI Q COMO SIEMPRE SIGUELA XQ ESTA RE INTERESANTE SOBRE TODO CON ESE JEQUE BASTARDO TAN BUENOTE JEJE SIGUELA SALUDOS ....

Hola!! Que tal?? Bienvenida... dejo el capítulo 3 ;)
Lemoine
Lemoine


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Mensaje por Lemoine Miér 23 Ene 2013, 8:19 pm

CAPITULO 3



La lámpara de gas del exterior brillaba como un faro. Un apagado relincho pareció rom¬per la niebla matinal: el caballo atado al coche que la es¬peraba en el otro lado de la calle.
Con los dedos temblorosos, ______ alargó la mano hacia la aldaba de bronce. Estaba fría, húmeda y dura, un ele¬mento sin adornos que colgaba entre las fauces de un león.
Cada fibra de su cuerpo le gritaba que se detuviera.
Una mujer respetable no aparecía en público sin llevar un corsé.
Una mujer respetable no leía un libro erótico del siglo XVI.
Una mujer respetable no buscaba instrucción sexual, pero ella sí y sabía que ahora nada podía detenerla.
El golpe seco del bronce rasgó la niebla. Inmedia¬tamente, la puerta se abrió de par en par.
______ se preparó, pero no fue el hostil mayor¬domo árabe con su blanca túnica quien la recibió. Una niña de rostro recatado, vestida con delantal y cofia blancos, el uniforme tradicional de los criados ingleses, le hizo una reverencia, como si el hecho de que una mujer visitara al Jeque Bastardo sin acompañante a las cuatro y media de la mañana fuera algo frecuente y habitual.
«Y tal vez lo fuera», pensó ______ de manera sombría mientras franqueaba la puerta.
—Buenos días, señora. Hace un tiempo horrible ¿verdad? Milord me ordenó que la hiciera pasar directa¬mente. ¿Me hace el favor de darme su capa?
______ se aferró al bolso bajo la gruesa lana ne¬gra. Sin el soporte del corsé, sentía los pechos pesados y grandes y los pezones duros y maltratados.
—No será necesario.
Durante un segundo la doncella pareció querer in¬sistir, pero haciendo una nueva reverencia, murmuró:
—Muy bien, señora. Sígame, por favor.
Las paredes de caoba del pasillo tenían incrustaciones de nácar. La brillante lámpara del techo creaba un juego de sombras y luces con el entramado de madera y concha. Va¬sijas de porcelana del tamaño de un hombre montaban guar¬dia en la parte inferior de una escalera circular. Una alfombra oriental de un rojo y amarillo brillantes ascendía por las es¬caleras y desaparecía en la oscuridad.
No cabía duda de que el Jeque Bastardo había or¬denado que las luces del pasillo estuvieran todas encendidas para que ella pudiera ver la locura de su intento desespe¬rado por intimidarle veinticuatro horas antes.
Había funcionado.
¡Qué tonta había sido pensando que podía persuadir a aquel hombre con dinero! Evidentemente, el número de sus proezas sexuales sólo era superado por sus posesiones materiales.
Si, como ella sospechaba, aquel encuentro matinal ha¬bía surgido de su deseo de humillarla, sería su primera y úni¬ca lección. Cualquiera que fuera el conocimiento que iba a ad¬quirir, éste dependería únicamente de su propia voluntad y no se preocuparía ni lo más mínimo por la delicadeza inglesa.
La introducción y el primer capítulo de “El jardín per¬fumado” tenían contenidos que no comprendía. Al menos estaba decidida a entenderlos.
La doncella golpeó suavemente la puerta de la bi¬blioteca antes de abrirla.
La escena que aguardaba a ______ no era la que había imaginado. Esperaba que la biblioteca estuviera ilu¬minada por una luz fría y estéril como lo había estado la mañana anterior.
No era así.
Vestido con una chaqueta de tweed, el Jeque Bas¬tardo estaba sentado detrás de un enorme escritorio de caoba, con su cabeza inclinada sobre un libro y el pelo dorado resplandeciente bajo la luz de la lámpara de gas. Llamas amarillas y naranjas bailoteaban en la hermosa chi¬menea de caoba, a su izquierda. Una pequeña taza hu¬meante descansaba junto a su codo derecho; era café, su delicioso aroma impregnaba el aire. Una bandeja de pla¬ta, con su jarra también de plata, reposaba en un extremo del escritorio.
Aquel aspecto tan inglés despertó en ella un nuevo repiqueteo de temor dentro de su cabeza.


El sexo era misterioso, exótico y extranjero. Si él lle¬vaba vestimenta árabe —como su criado el día anterior—, ______ podía sentarse frente a él y estudiar con ecuani¬midad el arte del amor erótico. Discutir sobre ello con un nombre que fácilmente podía presidir su mesa de comedor dejaba la satisfacción sexual del terreno filosófico y lo trans¬formaba en el fruto prohibido del que había sido privada durante dieciséis años.
La doncella carraspeó suavemente.
--Disculpe, milord. Ha llegado la dama. ¿Desea que le traiga algo más?
El Jeque Bastardo no oyó a la criada, o prefirió ignorarla.
O tal vez ignoraba a ______, para demostrar lo poco que le importaba a un hombre como él.
______ se sintió súbitamente como su jardín de rosas, desolado y fuera de temporada. Como sin duda él planeaba que ella se sintiera.
Echó los hombros hacia atrás... y se preguntó si las plantas se sentirían tan desnudas y vulnerables sin sus ho¬jas como ella sin su corsé.
Los latidos de su corazón le parecieron intermina¬bles antes de que él cerrara el libro bruscamente y levantara la cabeza.
—Gracias, Lucy. Por favor, llévate la capa de la se¬ñora Petre y trae otra taza.
______ sintió que se le helaba la sangre. Vagamente percibió que la criada hacía una reverencia. Después, la pesa¬da capa se deslizó de sus hombros y la puerta de la bibliote¬ca se cerró con un chasquido repentino en medio del silencio.
El Jeque Bastardo —y sí, pensó ______ a medida que la sorpresa cedía a la furia, él era un bastardo— se pu¬so en pie y señaló con la mano una butaca de cuero rojo colocada delante de su escritorio.
—Por favor, le ruego que tome asiento, señora Petre.
______ nunca se había sentido tan furiosa ni trai¬cionada. Había imaginado que él iba a intentar humillar¬la. No había imaginado que le mintiera.
—Siba, lord Safyre. —Apretó los labios para evitar que le temblaran—. Usted me aseguró que un hombre ára¬be no compromete a una mujer.
Joe elevó las cejas simulando sorprenderse. Dos retazos de marrón dorado un poco más oscuros que el oro leonino de su cabello.
— ¿Y usted cree que lo he hecho?
—Si hubiera deseado ser identificada, no habría usa¬do un velo. No había ninguna necesidad de llamarme por mi nombre. La servidumbre habla.
— ¿Y debo suponer que los hombres ingleses no lo hacen? —Una ligera burla brillaba en sus ojos, teñidos con una sombra más oscura—. Si usted no deseaba que los cria¬dos ingleses la conocieran, señora Petre, no debería haberle dejado una tarjeta a uno de ellos.
—Su mayordomo es árabe —dijo ella con dureza.
— ¿Ah, sí? ¿Y qué piensa que soy yo? ¿Árabe o inglés?


Tuvo que ejercer todo el autocontrol del que disponía para no decirle exactamente lo que era él.
—Sus pezones están duros, señora Petre. ¿La exci¬ta la ira?
______ sintió que el aliento se le quedaba atra¬pado en la garganta.
De repente, él sonrió, descubriendo unos dientes blancos y perfectos.
Era una sonrisa atractiva, llena de calidez y picardía.
Ella no pudo dejar de asociarlo con Phillip, su hijo menor. Sonreía también así cuando hacía algo totalmente disparatado y deseaba evitar el castigo.
—Por favor, señora Petre, siéntese. Mi servidumbre está muy bien aleccionada para no repetir los nombres de mis invitados. En Arabia, los siervos irrespetuosos son azo¬tados o vendidos.
—En Inglaterra está prohibido azotar a los criados que uno tiene —le replicó ella gélidamente—. Ni tampoco consentimos la esclavitud.
—Pero no está prohibido comprarle a un criado un pasaje de ida en un barco de carga oriental. Ah, aquí está Lucy. Coloca la taza y el platillo sobre la bandeja... así esta bien. Gracias. Ya no te necesitaremos.
______ tuvo que controlar su cuerpo para evitar que éste siguiera de manera independiente a la criada que se iba de la biblioteca. Aunque el Jeque Bastardo no la hubiese traicionado, había empleado la palabra pezones.
Pero el sentido común le advirtió de que era ella quien le había pedido que la instruyera en las maneras de darle placer a un hombre. Si no podía soportar que pro¬nunciara una parte de la anatomía de la mujer, ¿cómo reac¬cionaría cuando discutieran sobre la anatomía de un caba¬llero?
Indiferente a la lucha que se libraba en su interior, Joe sirvió una bebida sorprendentemente negra dentro de la pequeña taza, luego añadió lo que parecía ser un po¬co de agua. Le ofreció el café, presentándoselo de manera formal, agarrando delicadamente el borde del platillo.
—Venga, señora Petre. Siéntese. A menos que haya cambiado de parecer, por supuesto.
Era como si le hubiera tirado el guante en el regazo. Aquel gesto provocativamente correcto implicaba que si aquella lección fracasaba, la culpa sería única y exclusiva¬mente de ella. Era un desafío que no podía rehusar.
______ se irguió todavía más, lo cual realzó sus pechos, aumentando la fricción de sus pezones. Lenta¬mente, cruzó la gran distancia que los separaba por la al¬fombra oriental y se sentó en el borde de la butaca de cue¬ro rojo.
Las normas de la correcta etiqueta indicaban que una mujer debía quitarse los guantes si tenía intención de que¬darse más de quince minutos. Y también que no escondie¬ra el rostro tras un velo.
Fría y metódicamente, se quitó los guantes y aco¬modó el velo bajo su sombrero. Haciendo equilibrio con los guantes y el bolso sobre el regazo, estiró la mano para alcanzar el platillo de porcelana veteado de azul.
—Gracias.
El café estaba espeso, tan dulce y tan fuerte que ca¬si la dejó sin respiración. Además, estaba hirviendo.
Jadeando, posó rápidamente el platillo y la taza so¬bre el escritorio.
— ¿Qué es esto?


—Café turco. Está mejor recién hecho. Debe soplarlo y luego tomárselo de un trago. ¿Ha leído los capítulos de¬signados?
______ se puso la mano sobre la garganta, sentía como si se la hubieran escaldado.
—Lo he hecho.
Joe se reclinó en el asiento. En su rostro apare¬cía un juego de luces y sombras.
— ¿Y qué ha aprendido?
Los ojos turquesas dejaron de ser burlones. Eran los ojos de un hombre penosamente atractivo observando a una mujer penosamente poco agraciada.
______ se olvidó de inmediato del dolor en la gar¬ganta. Poniendo la expresión insípida que la sociedad exi¬gía de una mujer respetable en público, evitando mostrar cualquier emoción ordinaria y vulgar, buscó en el inte¬rior de su bolso y extrajo el libro y un fajo de papeles. Dejó el libro sobre el escritorio, al lado de la pequeña ta¬za. Sintiéndose como si fuera una niña pequeña en edad escolar, consultó los papeles.
—Se estima que El jardín perfumado fue escrito a comienzos del siglo XVI. Se cree que el autor nació en Nefzaoua, un pueblo situado en la costa del lago Sebkha Melrir, al sur de Túnez, de ahí su nombre, jeque Nefzawi, ya que muchos árabes adquieren su denominación por el lugar de nacimiento. Si bien El jardín perfumado no es exactamente una recopilación de autores, es probable que algunas secciones hayan sido tomadas de diferente escri¬tores árabes e hindúes.
—Señora Petre. ______ apretó los dientes.
El Jeque Bastardo pronunciaba su nombre como si de verdad fuera una niña en edad escolar... y bastante es¬túpida, por cierto.
Ella levantó la vista. Los ojos turquesas estaban en¬sombrecidos por las gruesas cejas negras.
— ¿Sí, lord Safyre?
—Señora Petre, ¿acaso le dije que leyera las notas del traductor?
Los dedos de la mujer se apretaron con rabia, arru¬gando sus notas.
—No.
—Entonces prescindamos de la historia del libro y el autor y procedamos con la sección también conocida co¬mo «Comentarios generales sobre el coito».
Sonrió, desafiándola a que continuara.
______ pensó en su esposo con otra mujer.
Pensó en sus dos hijos, enemistados con su padre.
Respiró profundamente para calmar los fuertes latidos de su corazón.
—Muy bien —dijo con cierta tranquilidad, vol¬viendo a sus notas—. El jeque asegura que el mayor pla¬cer del hombre reside en las partes naturales de la mujer y que no conoce ni la quietud ni el sosiego hasta que él —alzó la cabeza, clavando su mirada en la de él— la pe¬netra.


Se negó a apartar la mirada de aquellos ojos color turquesa. Y también se negó a reconocer que sus pechos se habían endurecido.
De repente, ______ sintió deseos de humillarlo de la misma forma que él quería denigrarla a ella. Quería ser ella quien lo avergonzara y lo escandalizara a él.
—Entonces, lord Safyre, parece que el comentario que usted hizo ayer referente a que todos los hombres son de la misma naturaleza es cierto. Pero estoy confundida con respecto a la referencia del jeque sobre que «el hom¬bre funciona de la misma manera que una maza de mor¬tero, mientras la mujer colabora con él con movimientos lascivos...
El siseo de la lámpara de gas sobre la mesa ahogó el rugido de su corazón. Los leños que ardían en la chimenea se partieron y crujieron.
Finalmente, dijo con suavidad:
— ¿Qué es lo que la confunde, señora Petre?
Había llegado el momento. Ya no podía pretender ser pudorosa.
El sexo no era un asunto pudoroso.
______ se preguntó si él alcanzaba a oír el marti¬lleo de su corazón.
—Antes de casarme, mi madre me recomendó que me acostara sin moverme cuando mi esposo me visitara. No comprendo cómo se puede mover una mujer sin en¬torpecer las acciones del hombre.
El Jeque Bastardo estaba sentado como si fuera de piedra. Hasta el humo que subía de su café parecía haber¬se helado.
Ella había logrado escandalizarlo.
Ella había logrado escandalizarse a sí misma.
Una cosa era contarle a un desconocido la infideli¬dad de su marido y otra muy distinta era dar detalles sobre su lecho conyugal.
El calor en la biblioteca se volvió repentinamente insoportable. Distraídamente, buscó sus guantes y su bolso.
—Disculpe...
Un crujido de madera le hizo levantar la cabeza bruscamente.
El Jeque Bastardo se inclinó hacia delante en su si¬lla. Sus ojos ardían a la luz de la lámpara.
—En árabe la palabra dok significa machacar, gol¬pear. Es una combinación del movimiento de embestida que un hombre utiliza para alcanzar el clímax dentro de la mujer con la presión de su pelvis contra ella para incre¬mentar sus sensaciones, de ahí el símil con la «maza». Hez es un movimiento de balanceo. Una mujer puede levantar o balancear sus caderas hacia arriba, para encontrarse con el embate hacia abajo del hombre, o puede contonear sus caderas de un lado a otro para complementar los movi¬mientos de empuje de él. Llegará un momento en que los movimientos del hombre sean demasiado rápidos o fuer¬tes para que la mujer se pueda mover sin desplazarlo. En ese momento, la mejor manera de darle placer tanto a él co¬mo a ella misma es envolviendo sus piernas alrededor de su cintura y sencillamente sosteniéndose mientras que él hace alcanzar a ambos el orgasmo.
Una sensación eléctrica sacudió el cuerpo de ______.


De repente, las palabras del Jeque Bastardo se trans¬formaron en imágenes visuales, como si estuviera ob¬servando la proyección de una linterna mágica. Pero las escenas se proyectaban en sus ojos y no sobre una pared. No eran las inocentes transparencias pintadas a mano que les mostraba a sus hijos para entretenerlos y educarlos. Eran fotografías eróticas, fotografías explícitas ilumina¬das por una luz mucho más caliente que un tenue res¬plandor.
Había un hombre desnudo y figuras que avanzaban en sucesión rápida, de manera que embestía y frotaba al¬ternativamente su cuerpo oscuro entre las piernas pálidas y extendidas que subían cada vez más alto sobre las cade¬ras delgadas y musculosas. Por primera vez en su vida, la mujer de cabello color caoba estaba completamente abier¬ta y vulnerable debajo de él. No había nada que detuviera al hombre, que golpeaba y presionaba dentro de su suavi¬dad, y no había nada que ella pudiera hacer para retener su propio placer...
La realidad retornó con el eco distante de una puer¬ta que se cerraba bruscamente.
______ parpadeó.
Tenía las palmas de las manos húmedas. Como tam¬bién lo estaban otras partes de su cuerpo en las cuales era mejor no pensar.
Y todavía no estaban ni en la mitad de la primera lección.
Echó sus hombros hacia atrás.
—Disculpe, ¿puedo pedirle que me preste una pluma y un tintero? Me gustaría hacer algunas anotaciones.
El asombroso hipnotismo de sus ojos se cristalizó.
— ¿Piensa usted consultar sus notas cuando su es¬poso visite su lecho, señora Petre? —dijo con acidez.
—Si es necesario, lord Safyre —le replicó ella im¬perturbable.
Como respuesta, empujó un tintero de bronce ha¬cia el otro lado del escritorio. Abrió un cajón y sacó una pluma.
Una pesada pluma de oro.
______ la calentó entre sus dedos como si estu¬viera hecha de carne en lugar de metal.
Después de sumergir de manera decidida la punta dentro del tintero, apoyó la pluma sobre sus notas.
— ¿Podría repetir lo que acaba de decir, por favor?
Afortunadamente, las imágenes prohibidas estuvie¬ron ausentes en su segunda explicación, más fría y breve.
—Gracias, lord Safyre. —Terminó de escribir con un pequeño gesto de énfasis y nuevamente consultó sus notas—. La introducción termina dando el título completo de la obra del jeque, El jardín perfumado para el esparci¬miento del alma. ¿Continuamos entonces con el capítulo uno?
El Jeque Bastardo sonrió, una sonrisa masculina, pla¬neando su venganza.
—Naturalmente.
—El jeque asegura que los hombres se excitan por el uso de perfumes...
—Se está adelantando, señora Petre. No sólo se ha saltado el comienzo del capítulo, sino que ha omitido los dos subcapítulos: «Cualidades que las mujeres buscan en el hombre» y «Los diferentes tamaños del miembro viril».
Miembro viril resonó en sus oídos como un eco.


______ aferró la gruesa pluma para calmar su res¬piración entrecortada. Aquel era el momento que tanto había temido, pero ahora que había llegado, se sentía ex¬trañamente animada.
—Encontré muy poco que valiera la pena, lord Safyre —mintió.
—Una lástima, señora Petre. Usted recordará que la introducción finaliza con el amigo y consejero del jeque alentándole a añadir a su trabajo un suplemento que in¬cluyera cosas como la manera de eliminar encantamientos y métodos para incrementar el tamaño del miembro viril. El capítulo uno se titula «Lo que concierne a los hombres meritorios». El jeque da gran importancia a los genitales masculinos. Si su esposo sufre de abatimiento sexual, usted debe poder juzgar si es debido al tamaño de su miembro, en cuyo caso debe saber cuál es la longitud correcta, para... alargarlo.
Los ojos turquesas emitían destellos. Joe estaba disfrutando de sus esfuerzos por incomodarla.
—De acuerdo con el jeque, un hombre «meritorio» debe poseer un miembro que tenga «como máximo la lon¬gitud equivalente al ancho de doce dedos, o tres anchos de mano, y como mínimo seis dedos, o una mano y media de ancho».
______ luchó para evitar que el fuego que traspa¬saba su pecho subiera hacia su rostro.
— ¿Se refiere al ancho de la mano de una mujer o de un jeque?
Apoyó sus cálidas manos morenas una sobre otra en la suntuosa madera oscura del escritorio.
—Será usted quien lo decida, señora Petre.
Ella jamás había visto a su esposo; sólo contaba con el tamaño de sus dos hijos cuando eran pequeños para com¬parar con un hombre.
La curiosidad fue más fuerte que la prudencia.
Se aferró a la pluma y al papel con una mano y a los guantes y al bolso con la otra, y se inclinó hacia delante.
Sus manos eran grandes y oscuras y medían mucho más que el ancho de las suyas juntas.
—Dos anchos de mano... —La mano del Jeque Bas¬tardo que estaba más cerca de ella se movió hacia delante unos diez centímetros—. Tres anchos de mano.
Los ojos de ______ se dilataron.
Imposible. Ninguna mujer podía acomodar treinta centímetros.
— ¿Y bien, señora Petre?
______ se recostó en su silla.
—O los hombres árabes tienen miembros extrema¬damente grandes o manos muy pequeñas, lord Safyre. Has¬ta el momento en que lleguemos al capítulo que contiene las recetas para incrementar el carácter «meritorio» del hom¬bre, yo sugiero que pasemos a los beneficios del perfume.
Inclinándose hacia delante, mojó la pluma en el tintero y se preparó para escribir.
— ¿Qué perfumes se usan en un harén?
Una risa profunda y masculina inundó la biblioteca.


______ nunca había visto u oído antes a un adul¬to ceder de manera tan desinhibida a la risa. Las damas tenían una risita ahogada, los caballeros se reían a carcaja¬das. Descubrió que la risa verdadera era contagiosa.
El Jeque Bastardo tenía una serie de molares perfectos.
Ella se mordió los labios para no caer en el ridículo, durante un momento en que bajó la guardia sus ojos se encontraron con los de él, y compartieron lo absurdo de la situación.
—Touché, taliba. —Sus ojos turquesas continuaron centelleando incluso después de que la risa se hubo apaga¬do—. Me inclino ante su enorme agudeza... esta mañana. Ámbar, almizcle, rosa, pétalos de azahar, jazmín... todos esos aromas son habituales entre las mujeres árabes. ¿Qué perfumes emplea usted?
Su voz era ronca, íntima. No era la voz de un hom¬bre con la intención de humillar a una mujer.
______ volvió bruscamente la cabeza hacia atrás.
—Lamento informarle que soy alérgica al perfume. ¿Qué es lo que me ha llamado... taliba?
La luz en sus ojos se apagó, y pasaron del color de la turquesa pulida al de la piedra tosca aún sin cortar.
—Tahba es la palabra árabe que designa a un estudiante, señora Petre.
De manera absurda, ______ se sintió decepciona¬da Edward jamás había empleado un término cariñoso con ella, ni siquiera durante los tres meses en que la cortejó, ni en los dieciséis años de matrimonio.
Simuló estar escribiendo la palabra árabe en sus notas.
— ¿Es necesario que una mujer utilice perfume pa¬ra, atraer a un hombre?
— ¿Qué sucedería si le dijera que sí?
Una gran mancha de tinta negra se extendió por el papel.
—Entonces consultaré con el farmacéutico para ver si hay algo que modere mis alergias durante el tiempo que deba complacer a mi marido.
—No es necesario que sacrifique su salud. —El calor y la risa habían desaparecido de su voz—. Un gran jeque, en el momento de entregar a su hija favorita en matrimonio, le aconsejó que el agua es el mejor de los perfu¬mes. ¿Es usted alérgica a las flores?
—No.
—Entonces triture pétalos de flores en su piel, de¬bajo de sus pechos y en el triángulo de vello entre sus mus¬los. La combinación del aroma de la flor con el calor hú¬medo de su cuerpo será mucho más eficaz que cualquier cosa que pueda comprar en un frasco.
El sudor perlaba la parte inferior de los pechos de ______. Garabateaba enérgicamente flores trituradas de¬bajo de... Durante unos momentos, la punta de acero que rasgaba la superficie del papel ahogó el chasquido de la ma¬dera ardiente y el siseo de la llama del gas.
Joe había deducido que un hombre disfrutaba de la fragancia del cuerpo de una mujer.
Ella olió discretamente.


Todo lo que podía oler era el benceno de su traje de lana limpio, el fuerte aroma a café y el humo de la ma¬dera que ardía.
— ¿Sabe usted lo que es un orgasmo, señora Petre?
______ dejó de garabatear súbitamente. Su turba¬ción se convirtió en vergüenza, que a su vez estalló en una furia roja, brillante.
No dejaría que él la humillara.
______ levantó la cabeza.
Los ojos turquesas estaban esperando a los suyos.
—Sí, lord Safyre, sé lo que es un orgasmo.
Con los ojos entrecerrados, la estudió como si fue¬ra un animal o un insecto con el que nunca antes se había topado.
— ¿Qué es?
Durante unos minutos, la consternación le quitó el habla.
Era evidente que él no creía que ella lo supiese. Que le pidiera describir una experiencia tan inten¬samente personal era escandaloso, pero que la creyera una mentirosa era más de lo que podía soportar.
Los labios de ella se contrajeron.
—Es la... cima del placer.
— ¿Ha experimentado usted esa cima del placer?
Ella inclinó la barbilla, y habría respondido con un categórico y desafiante sí, si no fuera por el repentino ar¬dor en los ojos de él.
—Creo que ése no es asunto de su incumbencia.
—Usted dice que sólo desea aprender a compla¬cer a su marido, señora Petre —dijo él con aspereza—. ¿Acaso no desea también aprender a sentir usted mayor placer?
De repente, ______ se sintió tremendamente con¬tenta por haber estudiado tan afanosamente. Aunque no podía igualar su conocimiento sexual, seguramente podía defenderse cuando trataba de competir en sagacidad.
Una pequeña sonrisa de triunfo se esbozó en sus labios.
—Ciertamente, lord Safyre, no puede usted haber olvidado las palabras del jeque. Las partes de una mujer no sienten «ninguna sensación placentera o satisfactoria has¬ta que las mismas hayan sido penetradas por el instrumento del macho». Así pues, al complacer a su esposo, una mujer se complace a sí misma.
Y Edward, pensó sombría, sentía el mayor placer cuando ella no le imponía ningún tipo de exigencia.
Ni siquiera se había molestado en abrir la puerta de su habitación para ver si estaba bien cuando aquella ma¬ñana había vuelto a casa.
Pero no deseaba pensar en su fracaso como mujer en el pasado.
La satisfacción en el lecho conyugal debía ser posi¬ble. Sólo tenía que... aprender a conseguirla.
Sin pensarlo demasiado, le preguntó:
— ¿Se excita usted con los besos, lord Safyre?


---¿Y su esposo?
Una sensación de frialdad invadió a ______.
Edward jamás la había besado.
No, eso no era completamente cierto. Cuando el pas¬tor los declaró marido y mujer, Edward había posado bre¬vemente sus labios sobre los suyos.
______ bajó la mirada hacia el pequeño reloj de plata que tenía prendido en el corpiño de su vestido. Eran las cinco y diez.
Inclinándose, apoyó la gruesa pluma de oro sobre el escritorio.
—No discutiré sobre mi esposo con usted ni con nadie, lord Safyre. —Con más apresuramiento que gra¬cia, envolvió el fajo de notas y las metió con rapidez en el bolso—. Creo que nuestra clase ha concluido.
Y ______ había resistido con su orgullo intacto, aunque no hubiera sucedido lo mismo con su pudor.
Debía sentirse aliviada. Pero no era así.
—Muy bien, señora Petre. —El Jeque Bastardo, con sus ojos nuevamente burlones, se puso en pie—. La veré mañana a las cuatro y media de la mañana.
Levantó el pequeño libro de cuero del escritorio y se lo entregó.
—Capítulo dos, señora Petre.
Asintiendo con la cabeza, aceptó el libro y se dirigió hacia la puerta sin hacer ningún comentario.
—Regla número dos. Mañana por la mañana y cada mañana a partir de ahora dejará su sombrero en la puerta de entrada... y también su capa.
La furia le recorrió la espalda. Había obedecido a los hombres de su vida durante treinta y tres años... ¿por qué tenía que acatar las órdenes de aquel extraño?
— ¿Y si no lo hago?
—Entonces daré por finalizado nuestro acuerdo.
El corazón le dio un vuelco y le comenzó a latir a un ritmo desenfrenado.
¿A qué acuerdo se refería? ¿A las clases... o a su pa¬labra de caballero de Oriente y de Occidente de que no di¬ría una palabra a nadie?
—Debo suponer que usted no siente gran simpatía ni por los sombreros ni por los corsés —dijo ella con frialdad.
La risa retornó a su voz.
—Supone correctamente.
— ¿Y por qué siente estima usted, lord Safyre?
—Por una mujer, señora Petre. Una mujer caliente, húmeda, voluptuosa, que no le teme a su sexualidad ni sien¬te vergüenza de satisfacer sus necesidades.






***


El olor a benceno seguía suspendido en el aire de la bi¬blioteca.
Joe levantó la pluma que ______ Petre había empleado para tomar notas.
¿Cuál de las dos es usted, señora Petre? —Murmuró para sí mientras acariciaba delicadamente el suave metal, que aún conservaba la tibieza de la piel—. ¿Una mu¬jer que le tiene miedo a su sexualidad... o una mujer que siente vergüenza de satisfacer sus necesidades?
Ella tenía las manos pequeñas. Aferrada entre sus delgados dedos, la gruesa y pesada pluma parecía un pri¬mitivo falo de oro. La esposa del ministro de Economía y Hacienda tendría que usar ambas manos para abarcar a un hombre del tamaño de Joe.
El recuerdo sacudió todo su cuerpo.
—No comprendo cómo puede moverse una mujer sin entorpecer las acciones del hombre.
Después de los comentarios ingenuos del día ante¬rior por la mañana, debería haber estado preparado para su honestidad. No lo había estado. Ella había logrado sor¬prenderlo una vez más.
¿Cómo podía una mujer tan inexperta generar tan¬ta tensión sexual?
—Ibn.
Los dedos de Joe se aferraron compulsivamente alrededor de la pluma de oro. Preparando el cuerpo de for¬ma inconsciente para defenderse, levantó la cabeza.
Muhamed estaba de pie detrás de la butaca de cuero rojo que ______ Petre había dejado vacía hacía sólo unos momentos. Una capa con capucha negra cubría el turbante del mayordomo y el blanco thobs de algodón.
Los ojos turquesas se fijaron en aquellos tan oscu¬ros, que parecían negros.
Ojos de Cornualles.
Una sonrisa cínica se instaló en los labios de Joe.
Muhamed parecía árabe, pero en realidad no lo era. Joe parecía inglés, pero en realidad no lo era.
______ Petre, como tantos de su raza, veía sólo lo que estaba preparada para ver.
— ¿Qué sucede, Muhamed?
—El esposo no salió de casa ayer por la mañana. Só¬lo la mujer, la señora Petre. Partió en su carruaje antes de las diez. No sé hacia dónde. Más tarde, mientras estaba fue¬ra, el marido volvió para cenar. Se fue...
—Has dicho que no había salido de casa —inte¬rrumpió Joe bruscamente—. Pero volvió a casa para cenar.
La cara de Muhamed, aún fuerte y musculosa a la edad de cincuenta y tres años, permaneció impávida.
—Desconozco el motivo de ello.
Joe sí lo conocía.
Edward Petre había pasado la noche con su amante. E indudablemente ______ Petre también lo sabía.
¿Adonde habría ido por la mañana, dejando su ca¬sa antes de la hora en que acostumbraban a salir las damas de la alta sociedad?
¿De compras?
¿De visita?
¿Se escapó?
No, ______ Petre no escaparía. Ni de la infidelidad de su esposo ni de un acuerdo con un jeque bastardo.
— ¿Adonde fue el marido después de cenar?
—Al edificio del Parlamento. Permaneció allí hasta las dos de la mañana. Luego volvió a casa. Está allí ahora.
Como también lo estaría ______ en breve.
¿Tendrían lechos matrimoniales separados... o com¬partirían el mismo?
Inmediatamente, Joe rechazó la idea de que ______ compartiera la cama con otro hombre. No podría escaparse de su casa si así fuera.
Pero eso no significaba que no pudiera reunirse con su esposo en su cama.
Sintió una puñalada de ira en su interior.
______ Petre sabía lo que era un orgasmo.
¿Lo había aprendido de su esposo? ¿Podía p*@e¬trar él en su fría reserva inglesa bajo la apariencia de de¬coro y dejarle alcanzar la cima del placer?
—No has descubierto la identidad de la amante de Edward Petre —dijo Joe en tono imperioso.
Los ojos negros de Muhamed brillaron.
—No.
—Y sin embargo has dejado su casa sin vigilancia. Te ordené que lo siguieras hasta que descubrieras quién es la amante.
—Creí oportuno volver, Ibn.
Joe no se dejó engañar por el estoicismo de Muhamed. Sus oscuros ojos de Cornualles irradiaban desa¬probación.
—Explícate.
—La señora Petre es un problema.
No parecía ser un problema apoyada en el borde de la butaca roja, haciendo equilibrios con su bolso, sus guantes y sus notas. Su pálido rostro enmarcado por el horrible sombrero negro había sido la imagen del deco¬ro hasta que él le había explicado que un hombre machaca y aplasta su cuerpo dentro de una mujer como si fuera una «maza». Entonces sus claros ojos color avellana se habían encendido de ardor. Sus soberbios pechos se ha¬bían abultado dentro de su vestido de lana, sensible, tan sensible.
A las palabras.
Al suave roce de la tela frotándose contra la piel li¬bre de ataduras.
Con cada respiración, sus pezones se iban poniendo cada vez más duros.
No era su cuerpo lo que ella intentaba sujetar con las ballenas. Eran sus deseos.
¿Qué tipo de hombre era Edward Petre que prefería abstenerse de la pasión genuina por el placer pagado?
Joe apoyó la barbilla sobre la punta de sus de¬dos, ocultando tras una dura inflexibilidad sus pensamien¬tos y un hambre voraz y repentina.
—Tal vez sea así. Pero es mi problema.
— ¿Has olvidado, Ibn?
Cada vez que Muhamed lo llamaba Ibn, Joe lo recordaba.
Algunas veces, lo olvidaba... cuando tenía sexo con alguien. ______ Petre le hacía olvidar sólo con las pa¬labras.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Joe había deseado a una mujer... y no simplemente para olvidar?
¿Cuánto tiempo había pasado desde que había reído?
—No he olvidado, eunuco —replicó fría y delibe¬radamente Joe.
Muhamed volvió la cabeza bruscamente.
De inmediato, Joe se arrepintió de sus palabras. Muhamed no había pedido llevar la carga que le tocaba, como tampoco él la suya.
Se preguntó cómo sobrevivía su criado, incapaz de escapar a su pasado dentro del cuerpo de una mujer, aun¬que fuese brevemente. Al menos Joe tenía ese privile¬gio. Minutos enteros en donde lo único que importaba era el sonido de la carne que embestía, húmeda, y el calor sua¬ve de una piel femenina poseyéndolo, absorbiéndolo has¬ta que le quitaba el dolor y dejaba sólo los recuerdos.
Ruego a Alá y a Dios para que le permita encontrar una mujer que pueda aceptar lo que él no es capaz de so¬portar.
—Vete —ordenó Joe suavemente, controlando la furia y la repugnancia que sentía hacia sí mismo—. Con¬trata a quien haga falta. No me importa lo que cueste. Quie¬ro saber todo lo que hace Edward Petre. Todos los lugares que visita. Todas las personas con quien habla. Todas las mujeres con las que se haya acostado alguna vez. Si mea, yo quiero enterarme. Y espero que no me vuelvas a fallar.
Con el cuerpo tenso como la cimitarra que llevaba bajo de los pliegues de la capa y su thobs, Muhamed se dis¬puso a retirarse de la biblioteca.
Joe bajó la vista hacia la taza vacía que descan¬saba cerca de su codo, luego a la taza llena que ______ Petre había dejado rápidamente después de dar un sorbo al caliente café turco.
Muhamed tenía razón. Una mujer como ______ Petre podía causarle a un hombre como él muchos pro¬blemas.
Aquí, en Inglaterra, él estaría preparado.
—Muhamed.
El hombre de Cornualles se detuvo ante el sonido de la voz de Joe con la mano a punto de cerrar la puerta.
—No repetiré los errores que he cometido en el pa¬sado.
Lemoine
Lemoine


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Mensaje por Yhosdaly Jue 24 Ene 2013, 7:06 am

Siguelaaaaa me esta adictando síguelaa porfís
Yhosdaly
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http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por Pao Jonatica Forever :3 Jue 24 Ene 2013, 1:57 pm

Hijo de su madre maldito edward que se cree! Es un imbecil un Puti! Y lo que le sigue! Ahh lo Odio! Cmo se atrev aserle eso a la rayis! Y a sus hijos! Maldito perro ahh me enoje! Siguela plis muy bna la nove!
Pao Jonatica Forever :3
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Mensaje por Lemoine Jue 24 Ene 2013, 3:15 pm

El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) 167695056 tranqila Pao jajaja si la verdad es un Ca++++on ese Edward ¬¬ pero se van a llevan una GRAN sorpresa con esta nove se los Juro, yo me que de así El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) 167695056 El Tutor (Joe&Tu)(TERMINADA) 167695056 WHAT su amante es ......
Ya lo veran. ;)
Y Bienvenida Chica, en rato subo cap ;)
Lemoine
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