Butterfly (Zayn Malik y Astrid)

Astrid revoloteaba en la habitación, arrastrando su pierna enyesada como si no fuera un estorbo. Batía los brazos como si fueran alas, le había dicho que practicara y se lo había tomado muy en serio.
—¿Cuánto crees que tardaré en aprender a volar? —me preguntó de pronto.
—No lo sé, depende de que tanto lo sientas —le respondí.
—¿Sentir qué?
—La libertad, el volar significa libertad.
Había hecho una pequeña con respecto a Astrid. Hace algunos años, en la escuela, discutimos en una clase sobre el significado de los sueños. Supe que las personas que volaban eran las más reprimidas y que a través de esto, su inconsciente se libraba de las ataduras de la ética y la moral y se expresaba por medio de los sueños.
Como Astrid vivía en nube todo el día, supuse que soñaba despierta y eso se transformó en parte de su vida. Por eso ella era tal cual era, sin cumplir las expectativas de nadie. Seguía sus sueños, era completamente libre. Hasta que apareció Liam y arruinó todo.
—Astrid, deberías quedarte tranquila, así nunca sanarás tu pierna y tardarás más en volar —dicho eso, se sentó como una niña buena en la cama y se quedó inmóvil. Sonreí de medio lado y me senté a su lado, la abracé por los hombros, pero ella no pareció notar el afecto en ese gesto y lo tomó a la ligera. Aquello me dolió, pero me dije que seguía embrujada por Liam y que posiblemente tardaría hacerla entrar en razón con respecto a él.
—Está oscureciendo, deberías volver a tu pantano, Sapo —me dijo muy cerca de mi oído, pero sin susurrar, ella no parecía comprender la tensión que sentía y lo que provocaba aquella proximidad a su cuerpo.
—Me llamo Zayn, no Sapo.
Guardó silencio y después de unos minutos comenzó a reír. Ya estaba acostumbrado a esos episodios, llevaba más de dos semanas intentando que comprendiera que el vuelo no era algo que tenía que hacer, sino sentir.
—¿De qué ríes ahora? —inquirí.
—No importa que nombre tengas, para mí seguirás siendo un Sapo —y esos comentarios tampoco me enfadaban tanto como antes.
En todo este tiempo, Liam no vino a visitarla ni una sola vez. Astrid parecía comprender que él no la quería, pero seguía diciendo que era por culpa de su transformación de mariposa a oruga.
—Tengo que encontrar mi alas otra vez —decía la mayor parte del día para darse ánimos.
Ella no se daba cuenta de lo mucho que me dolía que siguiera esperanzada por aquel idiota.
Era verdad que la había olvidado por completo, pero tampoco había razón alguna para preocuparse por ello. A final de cuenta, para Liam Astrid no era más que una amiga chiflada, y a pesar de los rumores en la escuela y que me dijo Louis, yo nunca vi a Liam con Lauren ni con ninguna chica en la escuela. Así que debía ser o muy cauteloso, un caballero, o un idiota que jugaba con una chica sin comprometerse.
—Sapo, en serio creo que deberías irte —me dijo Astrid, esta vez con un tono de urgencia que nunca antes había empleado. Vi la hora en su reloj colgado en la pared y me pregunté por qué tenía tanta impaciencia en que me fuera.
Entonces, cuando la enfermera tocó la puerta y nos avisó, lo supe. Astrid temía la llegada de sus padres.
—¿Por qué no quieres que me vean?
—Porque… —se mordió el labio y apretó los puños. Se puso de pie y salió corriendo de la habitación, se encerró en el baño y por más que insistí en que abriera la puerta, no lo hizo.
—Astrid, saldré por la ventana, no verán —le dije finalmente.
Abrió la puerta y me sonrió.
Después de saber tanto sobre ella, era imposible enfadarme con Astrid.

(…)

Al salir de clases, pasé al supermercado y compré algunos materiales que no encontré en otros almacenes. Llevaba dos bolsas llenas de cosas en ambas manos y me dirigí feliz a la casa de Astrid. Cuando llegué allí, la enfermera aun creyendo que yo era Liam, me dejó pasar y me dijo que Astrid estaba con el psicólogo, pero que en media hora más estaría libre.
No objeté nada, media hora era lo que necesitaba.
Subí a su cuarto y me enfrasqué en la confección de un proyecto que haría con los materiales que compré.
No tardé mucho, era hábil en trabajos manuales, aunque la decoración y el diseño se lo dejaría a Astrid, al final este regalo era para ella.
Ni siquiera sentí la media hora cuando Astrid empujó la puerta y se encontró conmigo en medio de un desorden de papeles y recortes esparcidos en el suelo de su habitación.
A una persona normal le hubiese dado un ataque de nervios al ver tanto desorden, pero Astrid pareció disfrutar de aquella explosión de cosas que convulsionaban en caos.
—¿Qué estás haciendo? ¿Te puedo ayudar? ¿Para qué son esos lápices? ¿Haces un dibujo? —ella no hacía muchas preguntas seguidas, así que me costó seguirle el hilo conductor, pero deduje que estaba fascinada y que moría por crear más desorden.
—Claro que puedes ayudar, todo esto es para ti.
—¿Para mí? ¿Y qué es?
—¿Por qué no lo descubres por ti misma?
Eso le encantó. Sostuvo con ambas manos y mucho cuidado lo que estuve construyendo desde que llegué y por un momento creí que se pondría a llorar. Sus ojos estaban cristalizados, pero su sonrisa característica seguía presente en su rostro.
—Son… alas… —susurró al borde de la emoción.
—Sí, pero faltan pintarlas. Y ese es tu trabajo, tú eres la mariposa aquí, así que supongo que sabrás como son las alas de la mariposa más hermosa que haya visto.
La mirada que me dedico hizo que creyera que por primera vez me había entendido a la perfección, no como Sapo a Mariposa, sino como un chico a una chica. Deduje que hablarle en el mismo código hacia que me entendiera, lo que no comprendía todavía era por qué entonces no tuvo problemas con Liam.
No quise pensar en aquello y observé como pintaba sus alas: usó temperas y las coloreó con amarillo, morado, rosa, verde, azul, naranja. De todos los colores, pero sin que ninguno se tocara, tenía una destreza con el pincel y era grato verla concentrada en algo.
Cuando terminó, las puso en la ventana donde diera el sol para que se secara.
—Gracias, Zayn —me agradeció de pronto.
Había dicho mi nombre, no me llamó Sapo ni nada similar.
Le sonreí y pareció temblar por un momento, pero se recompuso de inmediato y se sentó en el suelo, junto a todos los recortes de tela y cartulina que había utilizado para hacer las alas.
—Te contaré un secreto… —murmuró de pronto.
—Puedes confiar en mí —le confirmé con seguridad. Ella me miró seria, nunca antes la había visto así.
—Sucede… —comenzó a decir—… que en serio estoy dejando de ser una mariposa —estuve a punto de interrumpirla y decirle que eso no era verdad, pero no lo hice debido al tono de voz que empleó. No era aquel tono infantil y juguetón, sino el de una chica madura—. Y aquí está el secreto del por qué estoy cambiando: No estoy tan loca como todos creen.