Butterfly (Zayn Malik y Astrid)

Capítulo 9

La miré a los ojos a la distancia. Ella sonreía y lucía radiante, su cabello brillaba y no podía ocultar su emoción. Sabía que evitaba mi mirada por la misma razón, yo era todo lo contrario a ella en esos momentos.

—Astrid Weverhall, su nueva compañera de clase, está en el programa de integración, así que sean amables con ella. No será estudiante, sino que una observadora, sean pacientes, ¿sí? —dijo la maestra. Cuando saliéramos de aquí, tendría una seria charla con ella.


Se fue a sentar con una chica de anteojos, no sabía cuál de todas las personas que estaban en el salón la evitaba más, así que estuve tenso toda la mañana hasta que el timbre sonó y ella se colocó de pie inmediatamente. Salió del salón con rapidez, la seguí por los pasillos hasta el patio, de vez en cuando miraba hacia atrás y cuando me veía, caminaba más rápido.

Se sentó en el césped, en medio de todo el mundo que la miraba como si tuviera orejas de conejo. Caminé directamente hacia ella y me senté frente suyo, sin apartar los ojos de su rostro. Sabía que eso la incomodaba.

—Zayn, deja de hacer eso… —susurró. Pero no lo hice, era el principio del escarmiento.

—¿Qué haces aquí? —titubeó un momento y sacó una tarjeta de su bolsillo, la leyó atentamente y después se dirigió a mí.

—Hola, me llamo Astrid, tengo 17 años. Este es mi primer día de escuela, aunque no vengo a estudiar, ¿quieres ser mi amigo? —nos quedamos en silencio unos segundos hasta que resoplé cansado. No, no iba a convencerla.

—Por supuesto que quiero ser tu amigo, ¿quién en el mundo no querría ser tu amigo? —le dije, revolviendo mi cabello en un intento de no desesperarme y zamarrearla para que entendiera de una vez que las personas eran crueles y que alguien como ella saldría muy lastimada en un lugar como éste.

—Genial, ¿cuál es tu nombre? —¿era una broma? Hasta donde yo sabía, Astrid no tenía Alzheimer. Tal vez era parte de su juego, de sociabilizar.

—Zayn Malik

—No sé para qué respondes si ya me sé tu nombre —me golpeé la frente cuando me dijo eso. A veces era exasperante, aunque por alguna razón no podía enojarme en serio con ella.

Tal vez era su condición de enferma, como la llamaban sus padres, o porque simplemente me gustaba demasiado como para admitirlo a viva voz, pero de que me podía manipular, podía. Lo curioso es que ella lo hacía, aunque no se daba cuenta en absoluto, sólo me pedía o me ordenaba algo y yo lo hacía, como un idiota. Pero a pesar de parecerlo, no me sentía como uno, porque si era para algo que ella quería, entonces no veía el problema.

Sin embargo, eso no quería decir que no le llevara la contraria. El vivo ejemplo era esta insistencia en venir a la escuela y ahora hacer como si fuera la primera vez que nos conocemos. En serio me molestaba como no podía imaginarlo, pero esa extraña fuerza sobrenatural que ejercía en mí me hacía seguirle el juego.

Era un estúpido, lo sabía.

—Oh, mira, unas chicas vienen hacía acá, vete Zayn, vete —dijo de pronto. Miré a nuestro alrededor y vi a un par de chicas acercándose, eran de primer año. Astrid me pinchó el hombro hasta que me obligó a alejarme. Me fui detrás de una muralla, no muy lejos de donde ella se encontraba para poder observar lo que sucedía, si intentaban hacerle algo, intercedería de inmediato.

Estuvieron conversando un buen rato, a decir verdad, todo el recreo. Astrid no dejaba de sonreír y esas chicas se reían de vez en cuando, sin dejar de hablar, pero no parecían tener malas intenciones, porque al sonar el timbre, se despidieron y se fueron para sus salones.

Yo salí de mi escondite y me acerqué a Astrid.

—Par de libélulas… —masculló entre dientes y dejó de sonreír. Me impresioné por su repentino cambio de humor, todo rastro de emoción se había esfumado de su rostro y comenzó a pisotear el césped cuando se puso de pie y comenzó a caminar a mi lado—. Libélulas sin alas, sin brillo, eso es lo que son… —seguía murmurando, muy enfadada.

—Hey, detente, ¿qué sucedió para que te pusieras así? Yo te vi muy sonriente hace unos minutos —y por primera vez, en su mirada vi un destello nuevo, distinto a la inocencia que siempre mostraba. Ahora lucía como una auténtica chica de 17 años, como toda una adolescente furiosa…

—¡Por supuesto que sí, he venido a hacer amigos y a adaptarme, pero ellos no quieren eso! —exclamó, levantando los brazos al aire muy exasperada. Los pasillos ya se encontraban vacíos, pero no es que tuviera muchas ganas de entrar a clases, así que decidí quedarme discutiendo con Astrid en vez de ser un buen ejemplo y decirle que teníamos más clases.

—¿Te dijeron algo malo? Dime que fue, dime y las mato —le dije, amenazando.

—No dijeron nada sobre mí, excepto de que hacía linda pareja con Liam —golpe bajo. Se me había olvidado que el rumor de que ellos estuvieron juntos seguía por ahí, corriendo de rincón en rincón en la escuela. Astrid pareció notar la mueca que hice, porque me sonrió tratando de hacerme sentir mejor—. Es mentira.

—Ya lo sé —afirmé, pero seguía doliendo—. ¿Entonces que dijeron para que estés tan furiosa?

—¡Yo no estoy furiosa… sólo muy enojada… y…. y…! —dejó la frase al aire, no era capaz de terminarla. Le incité a que lo hiciera, pero se chasqueó la lengua y se rindió—. No sé cómo es la palabra que define lo que siento —me dijo, con los hombros caídos.

Seguimos caminando por el pasillo hasta llegar al fondo, donde se encontraban las escaleras. Nos sentamos allí y Astrid se cobijó en sí misma, abrazando sus rodillas y colocando su mentón sobre éstas.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté al cabo de unos minutos. Definitivamente estaba muy alterada, nunca la había visto así. Y eso que sólo había pasado unas dos horas en la escuela, no quería imaginar cómo se pondría después de una semana. Lo mejor sería hablar con sus padres para decirles el grado en que afectaba esto a Astrid, sería lo más sano para ella y su estabilidad mental.

—Mal, enojada, quiero ir y golpear a esas chicas, ¿cómo se les ocurre decir eso? —su tono áspero y seco me dejaba consternado cada vez más, pero no podía evitar sonreír al escucharla, sonaba como cualquier otra chica, y una muy enfurecida.

—¿Pero qué dijeron?

—Dijeron que… argh… dijeron que yo parecía ser muy amiga tuya, y yo les dije que era la mejor, porque lo soy, ¿cierto?

—La mejor de todas —rectifiqué.

—Bien, entonces me preguntaron si podía decirte si querías salir con ellas… ¡En una cita! Zayn, el otro día mi madre me explicó lo que era eso, y no quiero que salgas con ellas, te lo prohíbo o vuelves a ser un feo y sucio sapo, de los verdes y llenos de mucosidad y baba, ¿entendiste? Te destierro de aquí si lo haces.

Estallé en carcajadas sin poder contenerme ni un segundo más. Así que era eso lo que sucedía, Astrid estaba celosa. Debía admitir que mi ego se elevó a un nivel increíble, en especial porque lo decía ella, la chica que más me había gustado en mi corta vida.

—¿Te parece esto una broma? —espetó de pronto, colocándose de pie, temblando.

—Espera, sólo… Astrid, vamos, no saldré con ninguna de ellas, te doy mi palabra.

Pero eso no la convenció. Dios, que nunca la había visto así, era increíble cómo podía cambiar de un momento a otro y mostrar una nueva faceta, y la verdad es que esta ya no me gustaba para nada. Era genial verla como una chica cualquiera, celosa y toda esa cosa, pero en cuanto se puso a temblar y a tirarse un mechón de cabello, me asusté demasiado. ¿Esas eran las crisis de las que hablaba su enfermera de vez en cuando? Nunca había sido testigo de una y su madre me decía que era mejor así. Ahora comenzaba a creer lo mismo.

—Astrid, tranquilízate… —le dije, en un vano intento de calmar las cosas. Frunció los labios y cerró los ojos, tirándose cada vez más el mechón de cabello.

Intercedí cuando se dio media vuelta. No podía dejarla ir por ahí en medio de una crisis en pleno proceso, podrían hacerle daño, o peor aún, podría dañar a alguien. La sostuve fuertemente de un brazo y la atraje hacia mí, casi obligándola.

—Lo siento, lo siento… —murmuraba contra mi pecho. Me abrazó, me dejó sin aire, pero no la aparté. Su respiración se aceleró y me di cuenta de algo que me dejó petrificado, sus manos. Sus manos las movía demasiado, a pesar de tenerlas contra mi espalda, las sentía golpearme de vez en cuando. Me separé de ella, pero la sostuve por los hombros, ella se quedó estática y pude ver sus manos con mayor claridad, a cada lado de ella colgando de sus brazos que parecían sin vida.

Me dio un escalofrío que me dejó paranoico. Sus dedos se retorcían, parecía querer controlarlos, pero eso empeoraba las cosas.

—Astrid… —la llamé, y fue como magia, porque sus manos se quedaron quietas y me volvió a abrazar.

Fue el momento más aterrador que había vivido. Sus ojos cerrados, sus manos delgadas se movieron como si tuvieran vida propia y su respiración agitada… parecía una loca. Una auténtica loca y eso me asustó, porque quería creer con todas mis fuerzas que no lo estaba, por más que esa escena me hubiese demostrado lo contrario.

—Por favor… no… no me mires, por favor —me rogó de pronto. Eso me hizo despertar del trance. Sacudí la cabeza y la estreché en mis brazos, sorprendiéndola.

—Astrid, no saldría con ninguna de esas chicas, jamás, ¿en serio crees que tendría una cita con alguien más que no fuera mi novia? —bien, lo había dicho, sólo faltaba esperar su reacción.

—Yo no soy tu novia, no me lo has preguntado —me dijo rápidamente, levantando la cabeza para mirarme a los ojos. Fue increíble que no sintiera vergüenza, pero suponía que ya no la podía sentir a su lado.

—Creo que podríamos saltarnos esa fase, es demasiado común como para que una mariposa deba pasar por ella —no dijo nada más, ni siquiera hizo una expresión, sólo asintió y me volvió a abrazar.

Me sentí feliz, pero también sentí ese momento como algo amargo.