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"El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 6
Joe observó cómo el caro descapotable de la princesa se alejaba a toda velocidad por la calle y, después, volvió a aparcar la furgoneta en el camino de entrada, esta vez, al otro lado.
Le había molestado tanto lo de las rosas que se había olvidado de su atracción inconsciente hacia ella... hasta que se había tomado la molestia de darle un buen repaso.
Llevaba una blusa blanca sin mangas, entallada para mostrar su figura. La vaga sombra del canalillo había asomado desde detrás del botón que se cerraba sobre su pecho. Debajo, había encontrado una tentadora minifalda roja y unas piernas estupendas, delgadas, bronceadas y que casi rogaban que las acariciaran. Su cabello rubio no caía con los rizos que había visto el día anterior, sino que le caía sobre los hombros y por la espalda en ondas más largas y suaves.
Tras acercarse al entramado, se arrodilló y comenzó a desenterrar los pinchos del suelo, mientras recordaba el momento en que se había percatado de que ella lo miraba exactamente de la misma forma en que él la miraba a ella. Para Joe, no existía un sentimiento mejor que el deseo mutuo, y se había deslizado por él como la estela de una llama. Incluso aunque se había mostrado irritada después, aquello no borraba esa mirada caliente.
Bajó el entramado y lo dejó plano sobre la hierba, con las rosas apretadas, todavía irritado por tener que trabajar en ello. Aunque, al mismo tiempo, se encontró preguntándose si cuidaba de las rosas ella misma, si una chica como ella se tomaba tiempo alguna vez para tales cosas. Tras cubrir el entramado con una tela protectora, agarró el rodillo y volvió al trabajo, cubriendo el estuco rosa con marfil.
En cierto modo, suponía que tenía derecho a estar enojada con él. No sabía por qué seguía siendo tan brusco con ella... excepto por el hecho de que cada vez que se veían, su mente volaba al pasado, al resentimiento que siempre había sentido hacia su familia. Después, el deseo se extendía y el animal que había en su interior se apoderaba de él.
No había esperado que se fuera, pero, ahora que lo había hecho, no podía evitar sentirse un poco más inmerso en su mundo. Y, mientras trabajaba, fue desarrollando lentamente un cierto cambio de conciencia: saber que ella no estaba dentro y no podía echar un vistazo por las ventanas lo hacía libre para curiosear, investigar el lugar.
Había más árboles incluso de los que había visto, y el musgo de Florida que cubría los robles daba algo de sombra para resguardarse del abrasador sol de Florida. Como las rosas, sus otras flores estaban bien cuidadas, al igual que el jardín, en buen estado y arreglado, lo que volvió a hacer que se preguntara si tenía jardinero o lo hacía ella misma.
Sentía la esencia invisible de ________ Ash a su alrededor; la casa parecía respirarla. Y, ciertamente, no había visto tanto de su mundo como querría, pero el resto estaba escondido dentro, fuera de su alcance.
Tras dejar el rodillo en el suelo, sacó una botella de agua del pequeño refrigerador que llevaba con él al sol. Tomó un trago largo y frío y la volvió a dejar en el hielo medio deshecho. Estaba a punto de irse a comer cuando la curiosidad le picó lo bastante como para conducirle en dirección contraria, hacia la parte trasera de la casa.
Sólo le había echado un vistazo a la parte trasera el día anterior, pero en ese momento se tomó tiempo para mirar fijamente. La piscina, grande y rectangular, era perpendicular a la casa y creaba ángulos agudos que contrastaban con la suavidad del jardín y los árboles. El agua brillaba bajo el sol como mil diamantes resplandecientes y pensó en las innumerables veces en que Davy, Elaine y él habían soñado con tener una piscina en su patio trasero. Palmeras y otras plantas en macetas salpicaban la zona de la piscina y el enorme patio trasero, hecho de la misma piedra plana que rodeaba la piscina. Muebles de teca completaban la escena, que podría haber salido de Casas y jardines dejárnosos.
Dos juegos de puertas francesas conducían a la casa por la parte de atrás, y advirtió que los pequeños vidrios cuadrados no estaban cubiertos por cortinas. Se sintió un poco culpable al acercarse y echar un vistazo dentro, como un aspirante a ladrón. La diferencia era que no quería robar nada: sólo quería ver más de cerca su mundo.
La luz deslumbrante del sol le impidió distinguir gran cosa a través de las puertas; una cocina inmaculada blanco sobre blanco con las mismas baldosas italianas del recibidor, y una mesa de desayuno de cristal y grueso hierro forjado en espirales.
Al girarse para irse, la punta de su bota de trabajo topó con algo, y miró hacia abajo para encontrarse con un pequeño macetero en forma de tortuga que, accidentalmente, había desplazado a unos centímetros de la maceta de terracota con petunias de un vivo color rosa que había al lado. Se agachó para volver a colocarlo en su sitio y, cuando lo levantó, encontró una llave.
Dudó, mirando de la llave a la puerta una y otra vez. «Sigue avanzando, Jonas», se sermoneó.
Entonces, negó con la cabeza, sintiéndose desequilibrado, torcido, como si otra persona se acabara de apoderar de su cuerpo. No podía creer que estuviera pensando en entrar.
No podía hacerlo, ni hablar.
Sin embargo, una curiosidad loca ardía en su interior. Y, mientras cerraba los dedos alrededor de la llave, la maldecía por ser tan irresponsable, por ponérselo tan fácil.
«¿De verdad vas a hacerlo?».
Dios, parecía que sí.
El pecho le ardía mientras introducía la llave, pero entonces se recordó a sí mismo que no iba a hacer nada atroz; sólo quería echar un vistazo al interior de la casa.
Hasta que entró y cerró la puerta no sintió miedo de que hubiera un sistema de seguridad. Revisó rápidamente las paredes para ver si encontraba una alarma y no vio ninguna; esperó que pasara algo, pero no pasó nada. Aquello también era bueno. Podría ser que se las hubiera podido arreglar para explicárselo a la policía sin consecuencias, pero seguramente habría perdido sus contratos con Ash Builders.
Darse cuenta de aquello tendría que haberle obligado a irse, pero no lo hizo. Y fue entonces cuando comprendió: estaba obsesionado con la vida de ________ Ash. Se había pasado años preguntándose sobre ella, sintiendo que merecía que fuera la vida de él, y ahora que se encontraba con la oportunidad de explorarla, la tentación era simplemente demasiado fuerte como para resistirse. No estaba orgulloso de ello, pero ahí estaba.
La gran sala de estar que se extendía desde la cocina y el comedor ostentaba una enorme chimenea de piedra gris, preciosa, pero casi inútil en el clima tropical. El resto de la sala era casi tan blanco como la cocina: alfombra de Berbería blanca, un sofá blanco y un sillón reclinable a juego. La única nota de color provenía de unos cuantos cojines de terciopelo, de color turquesa y rosa pálido, y de flores de seda y velas de los mismos tonos.
Entonces advirtió a la gata, casi invisible sobre el sofá blanco, con la cabeza apoyada sobre el cojín rosa más grande. Tan lujoso como sus alrededores, el felino tenía el pelaje blanco largo y el cuello adornado con un brillante collar de imitación de piedras preciosas. Sólo ________, pensó, tendría un gato tan chillón.
A medida que se fue acercando, la gata cambió de posición, girando sobre su espalda y mirándolo con unos ojos azules enormes como canicas, buscando claramente su atención.
—Lo siento, gato, pero no tengo mucho tiempo.
Avanzando por el palacio de la princesa, encontró una segunda sala de estar, aquélla adornada con antigüedades victorianas en atrevidos tonos dorados y verde oscuro, sin duda un contraste con las otras salas que había visto hasta entonces.
Y, entonces, vio el recibidor y la lujosa escalera que se curvaba tras la araña de luces que había visto la mañana anterior. Casi sin pensar, se agarró al pasamanos y subió por los amplios escalones.
«¿Qué demonios estás haciendo?». La recriminación resonaba en su cerebro, pero sus pies siguieron moviéndose. Apenas sabía cómo había llegado allí, a su casa, por amor de Dios, subiendo por las malditas escaleras, pero era como caminar en sueños, de alguna forma, más allá de su control.
Cuando se tropezó con su oficina, se detuvo, al darse cuenta de que aquélla probablemente contenía lo que lo había atraído escaleras arriba más que cualquier cosa que pudiera encontrar en el dormitorio de ________ Ash. Actividades de la empresa. La empresa que debería haber sido medio suya, de su familia. ¿Y si encontraba algo allí, algo que demostrara que Henry los había engañado? Sabía que tenía la misma probabilidad de encontrar una aguja en un pajar que de encontrar algo así, pero de todas formas se movió por la sala, algo a oscuras, acercándose a su escritorio, de aspecto sofisticado.
Montones de facturas yacían en ordenadas pilas cerca de un teclado, aunque el ordenador estaba oscuro. Como sabía poco de ordenadores, ni siquiera pensó en encenderlo.
Abrió el pequeño archivador que había contra una pared y pasó las manos por la parte superior de las carpetas, buscando... algo. Su nombre. Jonas. Quizás encontrara los papeles que Henry había hecho que firmara su padre hacía tantos años. No sabía de qué forma ayudaría eso y, de todas formas, era poco probable que estuvieran en la oficina de su hija, pero la misma desesperación que había sentido durante años cuando pensaba en lo que Henry había hecho lo corroía en aquel momento. No sabía qué buscaba, pero sólo quería encontrarlo. Algo. Cualquier cosa.
Cuando vio que los archivos no producían nada de interés, cerró el cajón y avanzó hasta la estantería. Examinando concienzudamente los estantes, encontró libros sobre contabilidad, libros sobre administración de empresas, unos cuantos informes anuales y trimestrales de Ash Builders... y un pequeño volumen rojo sin palabras en el lomo. Fuera de lugar, atrajo su atención.
Lentamente, pasó la yema del dedo por el borde; no supo por qué. Sin embargo, era suave como la seda y, por alguna razón, lo había invitado a tocarlo. Cogió el libro de la estantería y lo abrió al azar.
Vio tinta oscura, manuscrita con estilo preciso y femenino. La letra de ________ Ash; lo sabía con tanta seguridad como sabía que su padre bebería aquel mismo día. Atraído contra su voluntad, se sentó en una cómoda silla contra la pared y comenzó a leer.
Joe observó cómo el caro descapotable de la princesa se alejaba a toda velocidad por la calle y, después, volvió a aparcar la furgoneta en el camino de entrada, esta vez, al otro lado.
Le había molestado tanto lo de las rosas que se había olvidado de su atracción inconsciente hacia ella... hasta que se había tomado la molestia de darle un buen repaso.
Llevaba una blusa blanca sin mangas, entallada para mostrar su figura. La vaga sombra del canalillo había asomado desde detrás del botón que se cerraba sobre su pecho. Debajo, había encontrado una tentadora minifalda roja y unas piernas estupendas, delgadas, bronceadas y que casi rogaban que las acariciaran. Su cabello rubio no caía con los rizos que había visto el día anterior, sino que le caía sobre los hombros y por la espalda en ondas más largas y suaves.
Tras acercarse al entramado, se arrodilló y comenzó a desenterrar los pinchos del suelo, mientras recordaba el momento en que se había percatado de que ella lo miraba exactamente de la misma forma en que él la miraba a ella. Para Joe, no existía un sentimiento mejor que el deseo mutuo, y se había deslizado por él como la estela de una llama. Incluso aunque se había mostrado irritada después, aquello no borraba esa mirada caliente.
Bajó el entramado y lo dejó plano sobre la hierba, con las rosas apretadas, todavía irritado por tener que trabajar en ello. Aunque, al mismo tiempo, se encontró preguntándose si cuidaba de las rosas ella misma, si una chica como ella se tomaba tiempo alguna vez para tales cosas. Tras cubrir el entramado con una tela protectora, agarró el rodillo y volvió al trabajo, cubriendo el estuco rosa con marfil.
En cierto modo, suponía que tenía derecho a estar enojada con él. No sabía por qué seguía siendo tan brusco con ella... excepto por el hecho de que cada vez que se veían, su mente volaba al pasado, al resentimiento que siempre había sentido hacia su familia. Después, el deseo se extendía y el animal que había en su interior se apoderaba de él.
No había esperado que se fuera, pero, ahora que lo había hecho, no podía evitar sentirse un poco más inmerso en su mundo. Y, mientras trabajaba, fue desarrollando lentamente un cierto cambio de conciencia: saber que ella no estaba dentro y no podía echar un vistazo por las ventanas lo hacía libre para curiosear, investigar el lugar.
Había más árboles incluso de los que había visto, y el musgo de Florida que cubría los robles daba algo de sombra para resguardarse del abrasador sol de Florida. Como las rosas, sus otras flores estaban bien cuidadas, al igual que el jardín, en buen estado y arreglado, lo que volvió a hacer que se preguntara si tenía jardinero o lo hacía ella misma.
Sentía la esencia invisible de ________ Ash a su alrededor; la casa parecía respirarla. Y, ciertamente, no había visto tanto de su mundo como querría, pero el resto estaba escondido dentro, fuera de su alcance.
Tras dejar el rodillo en el suelo, sacó una botella de agua del pequeño refrigerador que llevaba con él al sol. Tomó un trago largo y frío y la volvió a dejar en el hielo medio deshecho. Estaba a punto de irse a comer cuando la curiosidad le picó lo bastante como para conducirle en dirección contraria, hacia la parte trasera de la casa.
Sólo le había echado un vistazo a la parte trasera el día anterior, pero en ese momento se tomó tiempo para mirar fijamente. La piscina, grande y rectangular, era perpendicular a la casa y creaba ángulos agudos que contrastaban con la suavidad del jardín y los árboles. El agua brillaba bajo el sol como mil diamantes resplandecientes y pensó en las innumerables veces en que Davy, Elaine y él habían soñado con tener una piscina en su patio trasero. Palmeras y otras plantas en macetas salpicaban la zona de la piscina y el enorme patio trasero, hecho de la misma piedra plana que rodeaba la piscina. Muebles de teca completaban la escena, que podría haber salido de Casas y jardines dejárnosos.
Dos juegos de puertas francesas conducían a la casa por la parte de atrás, y advirtió que los pequeños vidrios cuadrados no estaban cubiertos por cortinas. Se sintió un poco culpable al acercarse y echar un vistazo dentro, como un aspirante a ladrón. La diferencia era que no quería robar nada: sólo quería ver más de cerca su mundo.
La luz deslumbrante del sol le impidió distinguir gran cosa a través de las puertas; una cocina inmaculada blanco sobre blanco con las mismas baldosas italianas del recibidor, y una mesa de desayuno de cristal y grueso hierro forjado en espirales.
Al girarse para irse, la punta de su bota de trabajo topó con algo, y miró hacia abajo para encontrarse con un pequeño macetero en forma de tortuga que, accidentalmente, había desplazado a unos centímetros de la maceta de terracota con petunias de un vivo color rosa que había al lado. Se agachó para volver a colocarlo en su sitio y, cuando lo levantó, encontró una llave.
Dudó, mirando de la llave a la puerta una y otra vez. «Sigue avanzando, Jonas», se sermoneó.
Entonces, negó con la cabeza, sintiéndose desequilibrado, torcido, como si otra persona se acabara de apoderar de su cuerpo. No podía creer que estuviera pensando en entrar.
No podía hacerlo, ni hablar.
Sin embargo, una curiosidad loca ardía en su interior. Y, mientras cerraba los dedos alrededor de la llave, la maldecía por ser tan irresponsable, por ponérselo tan fácil.
«¿De verdad vas a hacerlo?».
Dios, parecía que sí.
El pecho le ardía mientras introducía la llave, pero entonces se recordó a sí mismo que no iba a hacer nada atroz; sólo quería echar un vistazo al interior de la casa.
Hasta que entró y cerró la puerta no sintió miedo de que hubiera un sistema de seguridad. Revisó rápidamente las paredes para ver si encontraba una alarma y no vio ninguna; esperó que pasara algo, pero no pasó nada. Aquello también era bueno. Podría ser que se las hubiera podido arreglar para explicárselo a la policía sin consecuencias, pero seguramente habría perdido sus contratos con Ash Builders.
Darse cuenta de aquello tendría que haberle obligado a irse, pero no lo hizo. Y fue entonces cuando comprendió: estaba obsesionado con la vida de ________ Ash. Se había pasado años preguntándose sobre ella, sintiendo que merecía que fuera la vida de él, y ahora que se encontraba con la oportunidad de explorarla, la tentación era simplemente demasiado fuerte como para resistirse. No estaba orgulloso de ello, pero ahí estaba.
La gran sala de estar que se extendía desde la cocina y el comedor ostentaba una enorme chimenea de piedra gris, preciosa, pero casi inútil en el clima tropical. El resto de la sala era casi tan blanco como la cocina: alfombra de Berbería blanca, un sofá blanco y un sillón reclinable a juego. La única nota de color provenía de unos cuantos cojines de terciopelo, de color turquesa y rosa pálido, y de flores de seda y velas de los mismos tonos.
Entonces advirtió a la gata, casi invisible sobre el sofá blanco, con la cabeza apoyada sobre el cojín rosa más grande. Tan lujoso como sus alrededores, el felino tenía el pelaje blanco largo y el cuello adornado con un brillante collar de imitación de piedras preciosas. Sólo ________, pensó, tendría un gato tan chillón.
A medida que se fue acercando, la gata cambió de posición, girando sobre su espalda y mirándolo con unos ojos azules enormes como canicas, buscando claramente su atención.
—Lo siento, gato, pero no tengo mucho tiempo.
Avanzando por el palacio de la princesa, encontró una segunda sala de estar, aquélla adornada con antigüedades victorianas en atrevidos tonos dorados y verde oscuro, sin duda un contraste con las otras salas que había visto hasta entonces.
Y, entonces, vio el recibidor y la lujosa escalera que se curvaba tras la araña de luces que había visto la mañana anterior. Casi sin pensar, se agarró al pasamanos y subió por los amplios escalones.
«¿Qué demonios estás haciendo?». La recriminación resonaba en su cerebro, pero sus pies siguieron moviéndose. Apenas sabía cómo había llegado allí, a su casa, por amor de Dios, subiendo por las malditas escaleras, pero era como caminar en sueños, de alguna forma, más allá de su control.
Cuando se tropezó con su oficina, se detuvo, al darse cuenta de que aquélla probablemente contenía lo que lo había atraído escaleras arriba más que cualquier cosa que pudiera encontrar en el dormitorio de ________ Ash. Actividades de la empresa. La empresa que debería haber sido medio suya, de su familia. ¿Y si encontraba algo allí, algo que demostrara que Henry los había engañado? Sabía que tenía la misma probabilidad de encontrar una aguja en un pajar que de encontrar algo así, pero de todas formas se movió por la sala, algo a oscuras, acercándose a su escritorio, de aspecto sofisticado.
Montones de facturas yacían en ordenadas pilas cerca de un teclado, aunque el ordenador estaba oscuro. Como sabía poco de ordenadores, ni siquiera pensó en encenderlo.
Abrió el pequeño archivador que había contra una pared y pasó las manos por la parte superior de las carpetas, buscando... algo. Su nombre. Jonas. Quizás encontrara los papeles que Henry había hecho que firmara su padre hacía tantos años. No sabía de qué forma ayudaría eso y, de todas formas, era poco probable que estuvieran en la oficina de su hija, pero la misma desesperación que había sentido durante años cuando pensaba en lo que Henry había hecho lo corroía en aquel momento. No sabía qué buscaba, pero sólo quería encontrarlo. Algo. Cualquier cosa.
Cuando vio que los archivos no producían nada de interés, cerró el cajón y avanzó hasta la estantería. Examinando concienzudamente los estantes, encontró libros sobre contabilidad, libros sobre administración de empresas, unos cuantos informes anuales y trimestrales de Ash Builders... y un pequeño volumen rojo sin palabras en el lomo. Fuera de lugar, atrajo su atención.
Lentamente, pasó la yema del dedo por el borde; no supo por qué. Sin embargo, era suave como la seda y, por alguna razón, lo había invitado a tocarlo. Cogió el libro de la estantería y lo abrió al azar.
Vio tinta oscura, manuscrita con estilo preciso y femenino. La letra de ________ Ash; lo sabía con tanta seguridad como sabía que su padre bebería aquel mismo día. Atraído contra su voluntad, se sentó en una cómoda silla contra la pared y comenzó a leer.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!!!!!
encontro el diario!!!!!!!!!!!!
y va allegar la rayis!!!
y lo a a descubrir!!!!!!!!!!!
o no????
siguela!!!!!!!!!!!!!!!!
encontro el diario!!!!!!!!!!!!
y va allegar la rayis!!!
y lo a a descubrir!!!!!!!!!!!
o no????
siguela!!!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
ese Joe que metiche salio, mira que leer el diario de una mujer es malo no quieres saber lo que piensa una mujer... Siguela pronto
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 7
Monto a caballo, atravesando una larga cadena de colinas, vacía excepto por algún que otro árbol que resalta sobre la alta hierba que ondea con la brisa. El sol se pone, con el aire rosa y oscuro a mi alrededor, y los valles que caen a cada lado son boscosos y oscuros.
Un hombre monta detrás de mí; siento su calidez contra mi espalda. Cuando sus fuertes manos vienen a descansar sobre mis caderas, a través de mi fina falda, no reacciono, no hablo ni miro por encima del hombro. Simplemente sigo montando y dejo que su tacto se extienda en mi interior como diminutos alfileres que pinchan suavemente mi piel.
Pronto me doy cuenta de que está agarrándome la falda con los puños, lentamente, juntando metódicamente la tela. Se desliza suavemente por mis rodillas, mis muslos, exponiendo mi piel a la cálida brisa del crepúsculo.
—Levántate —susurra, con una voz como una gruesa manta, cubriéndome. Me levanto sobre los estribos el tiempo suficiente para que libere la falda y, cuando me vuelvo a sentar, mi desnuda piel se encuentra con el cálido cuero de la silla de montar.
Sus manos se pasean por mis caderas y muslos, desnudos bajo mi falda, hasta que ardo en deseos de que me acaricie entre las piernas, abiertas encima de la silla. En vez de eso, sigue acariciándome, provocándome, aventurándose desesperantemente cerca del eje de mi deseo con las suaves yemas de sus dedos.
Justo cuando temo volverme loca, susurra una vez más:
—Inclínate hacia adelante.
Mientras llevo mi cuerpo hacia el ancho cuello del caballo, las palmas de sus manos moldean mi trasero, empujándome aún más. La unión de mis muslos presiona con firmeza contra el pomo de la montura en el preciso instante en que me penetra por detrás. Grito, consciente de que es el primer sonido que emito, pero las sensaciones combinadas son demasiado contundentes como para reprimirlo. Sus sacudidas imprimen el mismo ritmo del lento y constante trote del caballo, resonando por mi cuerpo como el compás de un tambor, mientras el pomo de la montura vibra contra mí.
El sol se pone rápidamente entonces; parece moverse con mayor rapidez mientras sus empujes también aumentan en velocidad. Lo veo caer y caer ante mis ojos, un orbe caliente de naranja incandescente que persigo con cada potente sacudida.
el último pedazo ardiente de sol cae bajo el horizonte, caigo yo también, en una liberación aplastante que palpita en mi interior con una intensidad exasperante y me debilita.
Pero, entonces, sus brazos me rodean y, mientras las sombras de la noche se hacen más profundas y la oscuridad a nuestro alrededor se hace más completa, sé que nada puede herirme y estoy a salvo.
Joe miró fijamente la página con total incredulidad. Pasaron varios segundos, largos y vacíos, mientras intentaba asimilar lo que acababa de leer. ¿Era un sueño? No, pensaba que parecía más bien un deseo. Y lo excitaba muchísimo saber que la princesa había escrito su fantasía sexual... ¿quizás todo un diario de fantasías?
Sí, definitivamente, las apariencias engañaban con ________ Ash. Si aquello se podía considerar una indicación, el comentario de Lucky sobre ella tenía que ser cierto. Joe apenas la conocía, apenas la había visto, pero, Dios, la deseaba.
Entonces, se le ocurrió una verdad aún mayor.
Sin quererlo, le había quitado algo, algo enorme, algo que no podía devolverle aunque quisiera. Sin importar lo que pensara de ella y, a pesar, incluso, de haber entrado vn su casa, nunca había pretendido invadir su intimidad y apenas podía imaginar algo más íntimo que pudiera haber encontrado. Darse cuenta de aquello fue como sentir una lanza atravesándole el pecho, con una oleada de culpa.
«Cierra el libro, maldita sea. No deberías estar aquí».
Aquello estaba muy mal.
Pero, sin embargo, el corazón le latía como a un adolescente en posesión de su primer Playboy escondido y le parecía terriblemente difícil resistirse a descubrir qué más veía la princesa en su mente cuando se tumbaba para dormir por las noches.
«Ciérralo. Ahora».
Un ruido lo asustó y se tensó bruscamente en la silla, arrancando la vista del libro.
La puerta del garaje. «Maldición».
Tras cerrar el volumen de golpe, lo metió en el sitio exacto del que lo había agarrado y se dirigió a las escaleras, con el corazón amenazando con salírsele del pecho. Mientras llegaba al recibidor, oyó la puerta que conducía al interior y supo que era demasiado tarde.
Se quedó de pie, quieto como una estatua, bajo la araña de luces, esperando ser encontrado. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba concebir una razón plausible para estar en su casa. No había ninguna.
Pero, entonces, su cerebro empezó a funcionar, al fin, acelerado, formando un trazado mental de la planta baja. Si ella se dirigía a la cocina, quizás pudiera salir por la puerta delantera. Pero, si entraba por el comedor hacia las escaleras, quizás pudiera volver por donde había venido, si era lo suficientemente silencioso.
Se quedó totalmente inmóvil, con cada reflejo preparado, esperando que, contra todo pronóstico, pudiera adelantarse a los movimientos de ________. Apenas podía creerse que hubiera acabado en una situación tan increíble; a pesar de haber tenido una juventud algo temeraria, nunca había hecho nada que pareciera tan ridiculamente vergonzoso.
—Hola, Izzy, estoy en casa. ¿Me has echado de menos?
Izzy. Debía de ser el gato. Pensó que la voz de la princesa provenía de la cocina. Incluso en su estado de pánico, había captado el afecto, la auténtica dulzura de su tono, un timbre totalmente diferente del que había oído en ella anteriormente; ¿y lo reservaba para el gato?
—Ah, perfecto —dijo, haciendo pucheros—. Escápate a tu querido cojín. A ver si me importa. De todas formas, tengo mucho trabajo por hacer.
Trabajo. «¿En su oficina, escaleras arriba?». No tenía más remedio que asumirlo y actuar en consecuencia. Caminó por las baldosas, arrastrando los pies, con movimientos lentos y cuidadosos, parándose en el pasillo que conducía a la parte trasera de la casa, por donde había entrado, y esperó y esperó hasta que oyó cómo sus tacones resonaban hacia las sinuosas escaleras.
Una vez se sintió seguro, dentro de lo razonable, de que ella había llegado al segundo piso, fue directamente a la puerta trasera. Tras moverse lentamente por más baldosas y girar el pomo suavemente, abrió la puerta unos centímetros... y chirrió.
En vez de esperar a ver si ella bajaba corriendo las escaleras, salió al sofocante calor del verano, buscó la llave en su bolsillo y cerró la puerta tras de sí con rapidez.
Tras volver a dejar la llave bajo la tortuga de cerámica de cuya concha brotaban begonias, rodeó la casa a grandes, zancadas hasta llegar a la furgoneta. Parecía inteligente ir a comer en aquel momento.
La gente nunca miraba raro a Davy hasta que comenzaba a hablar. Nunca se había explicado por qué les hacía darse cuenta de que era diferente, pero aquél era siempre el momento en que llegaba el cambio.
Una mujer bonita podía sonreírle en un restaurante, pero, si reunía el coraje para decirle «hola», sus ojos se helaban y veía cómo su sonrisa se le pegaba a la cara como si la hubieran recortado y pegado allí y escondiera algo detrás. A veces llegaba con una inclinación de cabeza, una expresión incierta, pero siempre llegaba aquella conciencia, algo que todos los demás parecían saber excepto él.
Y no era sólo con las mujeres jóvenes. Los niños, los viejos, las recepcionistas, los tipos que trabajaban en el sitio de cambio de aceite. Por eso le gustaban las rutinas de su vida. Elaine y él compraban en sitios concretos, veían a ciertas personas, que lo conocían y lo trataban casi con normalidad.
Aquel día pasó con una mujer mayor en el aparcamiento de Albertson's. Mientras Elaine y él se dirigían al supermercado, él observaba la única nube blanca del cielo y pensaba que se parecía un poco a una tetera que la tía Erma tenía, hasta que un fuerte suspiro atrajo sus ojos de nuevo a la tierra. La mujer, de pelo gris, estaba de pie junto al maletero de su coche con aspecto de estar enfadada; acababa de cargar sus provisiones, pero le tocaba caminar bastante para devolver el carro de la compra. Ni siquiera pensaba en que era diferente cuando se acercó a ella y le dijo:
—Yo puedo llevarlo.
Su reacción fue una inclinación de cabeza con los ojos bien abiertos, la forma en que la gente miraba a los cachorros que dormían a través del escaparate de la tienda de animales del centro comercial.
—Ah... gracias, joven.
Él sólo asintió, pensando que era un favor pequeño como para merecerse tal gratitud. Pero no colocó el carro en fila con los demás, sino que se lo quedó y lo empujó a través de las puertas automáticas del supermercado.
—Hola Elaine, hola Davy.
Ambos alzaron la vista para mirar al señor Pfister, el gerente del supermercado.
—Hola —dijo Elaine, y Davy sonrió.
—¿Hace suficiente calor para ti, Davy?
—Sí —dijo él.
—Espera aquí —le dijo Elaine, así que detuvo el carrito delante de la sección de floristería. Mientras Elaine examinaba a fondo el folleto de rebajas, tuvo la oportunidad de mirar las flores y el follaje. Era su sitio preferido del supermercado porque era como un jardín interior. Plantas frondosas colgaban de vigas de madera bajas construidas especialmente para ellas, y grandes puestos circulares de macetas florecientes dejaban sólo espacio suficiente para pasar el carrito entre ellas.
—Con permiso.
Miró hacia abajo para ver a una chica de pelo oscuro en una silla de ruedas intentando pasar por delante de su carrito.
—Ah, perdón. —Retrocedió rápidamente para dejarla pasar. Ella se metió tras una mesa que él no había advertido, en medio del jardín, llena de bocas de dragón y claveles. Llevaba una placa con su nombre: «Daisy María Ramírez».
Sacó un gran bloque de espuma verde de algún sitio bajo la mesa y comenzó a pinchar las flores sueltas en él. Él observaba cada uno de sus movimientos, con cuánta delicadeza trataba las flores y cómo sabía qué hacer exactamente con ellas, juntándolas para hacer algo nuevo donde antes no había nada. Un pasador le apartaba el oscuro pelo negro de la cara, y entornaba sus ojos marrones mientras se concentraba. Era fácil verla trabajar, ya que no parecía darse cuenta de que él seguía allí. Pensó en decir algo.
«Bonitas flores».
«Tienes las manos pequeñas».
«¿Hace suficiente calor para ti?».
Pero nada parecía apropiado y le daba dolor de estómago pensar en ello, así que se dio por vencido y simplemente la observó. Sus labios eran del mismo color que las ciruelas.
—¿Estás listo?
Se giró con un movimiento brusco y se encontró con los ojos de su hermana.
—Ah, sí.
Tras echar un último vistazo a Daisy María Ramírez, deseando poder observar cómo pinchaba flores en espuma todo el día, empujó el carrito hacia las frutas y verduras.
—¿Viste a esa chica juntando flores?
Elaine asintió, mientras cogía una bolsa de plástico de la máquina.
—Aja.
—¿Sabías que va en silla de ruedas?
—¿ Ah, sí? No, no me di cuenta. —Metió unas cuantas manzanas en la bolsa, la cerró, la metió en el carrito y cogió otra—. ¿Quieres algo en especial?
Miró los puestos hasta que encontró lo que buscaba.
—Sí. Ciruelas.
Monto a caballo, atravesando una larga cadena de colinas, vacía excepto por algún que otro árbol que resalta sobre la alta hierba que ondea con la brisa. El sol se pone, con el aire rosa y oscuro a mi alrededor, y los valles que caen a cada lado son boscosos y oscuros.
Un hombre monta detrás de mí; siento su calidez contra mi espalda. Cuando sus fuertes manos vienen a descansar sobre mis caderas, a través de mi fina falda, no reacciono, no hablo ni miro por encima del hombro. Simplemente sigo montando y dejo que su tacto se extienda en mi interior como diminutos alfileres que pinchan suavemente mi piel.
Pronto me doy cuenta de que está agarrándome la falda con los puños, lentamente, juntando metódicamente la tela. Se desliza suavemente por mis rodillas, mis muslos, exponiendo mi piel a la cálida brisa del crepúsculo.
—Levántate —susurra, con una voz como una gruesa manta, cubriéndome. Me levanto sobre los estribos el tiempo suficiente para que libere la falda y, cuando me vuelvo a sentar, mi desnuda piel se encuentra con el cálido cuero de la silla de montar.
Sus manos se pasean por mis caderas y muslos, desnudos bajo mi falda, hasta que ardo en deseos de que me acaricie entre las piernas, abiertas encima de la silla. En vez de eso, sigue acariciándome, provocándome, aventurándose desesperantemente cerca del eje de mi deseo con las suaves yemas de sus dedos.
Justo cuando temo volverme loca, susurra una vez más:
—Inclínate hacia adelante.
Mientras llevo mi cuerpo hacia el ancho cuello del caballo, las palmas de sus manos moldean mi trasero, empujándome aún más. La unión de mis muslos presiona con firmeza contra el pomo de la montura en el preciso instante en que me penetra por detrás. Grito, consciente de que es el primer sonido que emito, pero las sensaciones combinadas son demasiado contundentes como para reprimirlo. Sus sacudidas imprimen el mismo ritmo del lento y constante trote del caballo, resonando por mi cuerpo como el compás de un tambor, mientras el pomo de la montura vibra contra mí.
El sol se pone rápidamente entonces; parece moverse con mayor rapidez mientras sus empujes también aumentan en velocidad. Lo veo caer y caer ante mis ojos, un orbe caliente de naranja incandescente que persigo con cada potente sacudida.
el último pedazo ardiente de sol cae bajo el horizonte, caigo yo también, en una liberación aplastante que palpita en mi interior con una intensidad exasperante y me debilita.
Pero, entonces, sus brazos me rodean y, mientras las sombras de la noche se hacen más profundas y la oscuridad a nuestro alrededor se hace más completa, sé que nada puede herirme y estoy a salvo.
Joe miró fijamente la página con total incredulidad. Pasaron varios segundos, largos y vacíos, mientras intentaba asimilar lo que acababa de leer. ¿Era un sueño? No, pensaba que parecía más bien un deseo. Y lo excitaba muchísimo saber que la princesa había escrito su fantasía sexual... ¿quizás todo un diario de fantasías?
Sí, definitivamente, las apariencias engañaban con ________ Ash. Si aquello se podía considerar una indicación, el comentario de Lucky sobre ella tenía que ser cierto. Joe apenas la conocía, apenas la había visto, pero, Dios, la deseaba.
Entonces, se le ocurrió una verdad aún mayor.
Sin quererlo, le había quitado algo, algo enorme, algo que no podía devolverle aunque quisiera. Sin importar lo que pensara de ella y, a pesar, incluso, de haber entrado vn su casa, nunca había pretendido invadir su intimidad y apenas podía imaginar algo más íntimo que pudiera haber encontrado. Darse cuenta de aquello fue como sentir una lanza atravesándole el pecho, con una oleada de culpa.
«Cierra el libro, maldita sea. No deberías estar aquí».
Aquello estaba muy mal.
Pero, sin embargo, el corazón le latía como a un adolescente en posesión de su primer Playboy escondido y le parecía terriblemente difícil resistirse a descubrir qué más veía la princesa en su mente cuando se tumbaba para dormir por las noches.
«Ciérralo. Ahora».
Un ruido lo asustó y se tensó bruscamente en la silla, arrancando la vista del libro.
La puerta del garaje. «Maldición».
Tras cerrar el volumen de golpe, lo metió en el sitio exacto del que lo había agarrado y se dirigió a las escaleras, con el corazón amenazando con salírsele del pecho. Mientras llegaba al recibidor, oyó la puerta que conducía al interior y supo que era demasiado tarde.
Se quedó de pie, quieto como una estatua, bajo la araña de luces, esperando ser encontrado. La cabeza le daba vueltas mientras intentaba concebir una razón plausible para estar en su casa. No había ninguna.
Pero, entonces, su cerebro empezó a funcionar, al fin, acelerado, formando un trazado mental de la planta baja. Si ella se dirigía a la cocina, quizás pudiera salir por la puerta delantera. Pero, si entraba por el comedor hacia las escaleras, quizás pudiera volver por donde había venido, si era lo suficientemente silencioso.
Se quedó totalmente inmóvil, con cada reflejo preparado, esperando que, contra todo pronóstico, pudiera adelantarse a los movimientos de ________. Apenas podía creerse que hubiera acabado en una situación tan increíble; a pesar de haber tenido una juventud algo temeraria, nunca había hecho nada que pareciera tan ridiculamente vergonzoso.
—Hola, Izzy, estoy en casa. ¿Me has echado de menos?
Izzy. Debía de ser el gato. Pensó que la voz de la princesa provenía de la cocina. Incluso en su estado de pánico, había captado el afecto, la auténtica dulzura de su tono, un timbre totalmente diferente del que había oído en ella anteriormente; ¿y lo reservaba para el gato?
—Ah, perfecto —dijo, haciendo pucheros—. Escápate a tu querido cojín. A ver si me importa. De todas formas, tengo mucho trabajo por hacer.
Trabajo. «¿En su oficina, escaleras arriba?». No tenía más remedio que asumirlo y actuar en consecuencia. Caminó por las baldosas, arrastrando los pies, con movimientos lentos y cuidadosos, parándose en el pasillo que conducía a la parte trasera de la casa, por donde había entrado, y esperó y esperó hasta que oyó cómo sus tacones resonaban hacia las sinuosas escaleras.
Una vez se sintió seguro, dentro de lo razonable, de que ella había llegado al segundo piso, fue directamente a la puerta trasera. Tras moverse lentamente por más baldosas y girar el pomo suavemente, abrió la puerta unos centímetros... y chirrió.
En vez de esperar a ver si ella bajaba corriendo las escaleras, salió al sofocante calor del verano, buscó la llave en su bolsillo y cerró la puerta tras de sí con rapidez.
Tras volver a dejar la llave bajo la tortuga de cerámica de cuya concha brotaban begonias, rodeó la casa a grandes, zancadas hasta llegar a la furgoneta. Parecía inteligente ir a comer en aquel momento.
La gente nunca miraba raro a Davy hasta que comenzaba a hablar. Nunca se había explicado por qué les hacía darse cuenta de que era diferente, pero aquél era siempre el momento en que llegaba el cambio.
Una mujer bonita podía sonreírle en un restaurante, pero, si reunía el coraje para decirle «hola», sus ojos se helaban y veía cómo su sonrisa se le pegaba a la cara como si la hubieran recortado y pegado allí y escondiera algo detrás. A veces llegaba con una inclinación de cabeza, una expresión incierta, pero siempre llegaba aquella conciencia, algo que todos los demás parecían saber excepto él.
Y no era sólo con las mujeres jóvenes. Los niños, los viejos, las recepcionistas, los tipos que trabajaban en el sitio de cambio de aceite. Por eso le gustaban las rutinas de su vida. Elaine y él compraban en sitios concretos, veían a ciertas personas, que lo conocían y lo trataban casi con normalidad.
Aquel día pasó con una mujer mayor en el aparcamiento de Albertson's. Mientras Elaine y él se dirigían al supermercado, él observaba la única nube blanca del cielo y pensaba que se parecía un poco a una tetera que la tía Erma tenía, hasta que un fuerte suspiro atrajo sus ojos de nuevo a la tierra. La mujer, de pelo gris, estaba de pie junto al maletero de su coche con aspecto de estar enfadada; acababa de cargar sus provisiones, pero le tocaba caminar bastante para devolver el carro de la compra. Ni siquiera pensaba en que era diferente cuando se acercó a ella y le dijo:
—Yo puedo llevarlo.
Su reacción fue una inclinación de cabeza con los ojos bien abiertos, la forma en que la gente miraba a los cachorros que dormían a través del escaparate de la tienda de animales del centro comercial.
—Ah... gracias, joven.
Él sólo asintió, pensando que era un favor pequeño como para merecerse tal gratitud. Pero no colocó el carro en fila con los demás, sino que se lo quedó y lo empujó a través de las puertas automáticas del supermercado.
—Hola Elaine, hola Davy.
Ambos alzaron la vista para mirar al señor Pfister, el gerente del supermercado.
—Hola —dijo Elaine, y Davy sonrió.
—¿Hace suficiente calor para ti, Davy?
—Sí —dijo él.
—Espera aquí —le dijo Elaine, así que detuvo el carrito delante de la sección de floristería. Mientras Elaine examinaba a fondo el folleto de rebajas, tuvo la oportunidad de mirar las flores y el follaje. Era su sitio preferido del supermercado porque era como un jardín interior. Plantas frondosas colgaban de vigas de madera bajas construidas especialmente para ellas, y grandes puestos circulares de macetas florecientes dejaban sólo espacio suficiente para pasar el carrito entre ellas.
—Con permiso.
Miró hacia abajo para ver a una chica de pelo oscuro en una silla de ruedas intentando pasar por delante de su carrito.
—Ah, perdón. —Retrocedió rápidamente para dejarla pasar. Ella se metió tras una mesa que él no había advertido, en medio del jardín, llena de bocas de dragón y claveles. Llevaba una placa con su nombre: «Daisy María Ramírez».
Sacó un gran bloque de espuma verde de algún sitio bajo la mesa y comenzó a pinchar las flores sueltas en él. Él observaba cada uno de sus movimientos, con cuánta delicadeza trataba las flores y cómo sabía qué hacer exactamente con ellas, juntándolas para hacer algo nuevo donde antes no había nada. Un pasador le apartaba el oscuro pelo negro de la cara, y entornaba sus ojos marrones mientras se concentraba. Era fácil verla trabajar, ya que no parecía darse cuenta de que él seguía allí. Pensó en decir algo.
«Bonitas flores».
«Tienes las manos pequeñas».
«¿Hace suficiente calor para ti?».
Pero nada parecía apropiado y le daba dolor de estómago pensar en ello, así que se dio por vencido y simplemente la observó. Sus labios eran del mismo color que las ciruelas.
—¿Estás listo?
Se giró con un movimiento brusco y se encontró con los ojos de su hermana.
—Ah, sí.
Tras echar un último vistazo a Daisy María Ramírez, deseando poder observar cómo pinchaba flores en espuma todo el día, empujó el carrito hacia las frutas y verduras.
—¿Viste a esa chica juntando flores?
Elaine asintió, mientras cogía una bolsa de plástico de la máquina.
—Aja.
—¿Sabías que va en silla de ruedas?
—¿ Ah, sí? No, no me di cuenta. —Metió unas cuantas manzanas en la bolsa, la cerró, la metió en el carrito y cogió otra—. ¿Quieres algo en especial?
Miró los puestos hasta que encontró lo que buscaba.
—Sí. Ciruelas.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
aww Davy esta enamordo que lindo y Joe eso te pasa por andar de chismoso :(
aranzhitha
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
oooooohhhhh...a davy..le gusto la chica q lindo
y joe..ooo ahora qu eira hacer sabiendo los mas oscuros deseos de la rayis???
sigue!!!!!!!!!!!!
y joe..ooo ahora qu eira hacer sabiendo los mas oscuros deseos de la rayis???
sigue!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
Capitulo 8
________ escuchó mientras la mujer del banco volvía a leer la cantidad que estaba transfiriendo a la cuenta de las sumas por pagar de los subcontratistas. Desde allí, el personal de Phil distribuiría los cheques individuales.
—Es correcto —respondió. Pero colgó sacudiendo la cabeza. Las cifras le seguían pareciendo altas, aunque Phil les hubiera dado el visto bueno.
Phil había ascendido rápido por las filas de Ash Builders, pero ella sabía que a los veinte años había sido albañil, de lo que aún se lamentaba como de «el trabajo más sucio en la faz de la tierra». Así que, a veces, ella temía que confiara demasiado en los subcontratistas, que les tuviera demasiada empatia. Bueno, suponía que no estaba en su mano; ella sólo enviaba las facturas y movía el dinero.
Tras haber acabado la última tarea del día, apagó la lámpara del escritorio y el ordenador y se dirigió al dormitorio. En algún sitio, fuera, Joe Jonas seguía pintando la casa, pero, con un poco de suerte, se iría pronto. Después de eso, Carolyn llegaría para nadar, pero le había advertido a la hora de la comida de que no llegara antes de las seis.
Le encantaba su piscina, pero no tenía intención de pasearse en traje de baño mientras su desconcertante pintor merodeaba por ahí. Después de volver de comer, de hecho, había decidido entrar y quedarse allí y había planeado verlo lo menos posible mientras trabajara en su casa. Sabía que podría ser durante unas cuantas semanas, pero partes iguales de humillación y atracción enfermiza hacían que pareciera inteligente huir mientras Joe Jonas estuviera cerca. Se había hartado de desear a su pintor; había llegado a la conclusión de que, si se alejaba de él y seguía recordándose que era un hombre engreído y arrogante, no sería tan difícil.
La comida con Carolyn en un bistró de Clearwater Beach había mejorado su humor. Después, habían cruzado la calle hasta la arena, vadeando la marea mientras niños pequeños hacían montones con la arena y buscaban conchas marinas. Habían hablado de la posibilidad de ir a Utah a esquiar el próximo invierno para cambiar totalmente de paisaje y no habían hablado de sexo ni de hombres, lo que había hecho que fuera más fácil sacarse al pintor de la cabeza. De hecho, Carolyn parecía ser como antiguamente, la amiga con la que se había juntado en el instituto y en la Universidad de Florida, antes de que Carolyn hubiera empezado a acostarse con hombres al azar y a ir de fiesta como si el mañana no existiera. A veces se preocupaba por Carolyn.
A dos horas de la llegada de Carolyn, decidió ponerse algo cómodo y mimarse con un libro y una taza de té. Tras quedarse en sujetador y braguitas, buscó su kimono beige y se lo ató por delante antes de acomodarse en el diván de su dormitorio con el bestseller más nuevo.
Acababa de empezar a centrarse en el libro cuando sonó el timbre de la puerta. Miró vagamente hacia la puerta principal con incredulidad y echó un vistazo al reloj de la mesilla. Ni siquiera eran las cinco. Lo que significaba... Dios, tenía que ser Joe Jonas.
Pero ¿qué podía querer? ¿Tenía pensado ser maleducado con ella algo más mientras la devoraba con aquellos ojos miel? Su primera idea fue ignorarlo, quedarse justo donde estaba. Pero es probable que él supiera perfectamente que estaba en casa. Maldita sea.
Tras soltar el libro, se ajustó el cinturón del kimono y estaba a punto de dirigirse a la puerta... cuando se vio en un espejo de cuerpo entero. «Cielos», pensó, inmóvil de repente. Si se hubiera visto el día anterior antes de abrir la puerta, nunca lo habría hecho vestida así. Ni siquiera pensando que fuera Phil y, sin duda, no si hubiera sospechado que un perfecto desconocido estaba al otro lado. No se había dado cuenta de cómo se ceñía la brillante tela.
Y estaba a punto de decidir no abrir la puerta así en ese momento, cuando el timbre volvió a sonar.
—Maldito Joe Jonas —murmuró, mientras se dirigía al dormitorio para bajar las escaleras—. Ya voy.
—Segundos después, abría la puerta de un tirón lista para la batalla, aunque no sabía del todo por qué.
¿Las buenas noticias? No era su dios del océano.
Las malas: era Carolyn. Y Holly, Mike y Jimmy.
________ no sabía si sentirse aliviada o irritada, pero se inclinó hacia lo segundo. «Genial, ahora cuatro personas más me han visto con esta bata ceñida». Aunque no es que aquellas cuatro personas fueran a inmutarse.
—¡Sorpresa! —dijo Carolyn, con su siempre alegre sonrisa—. Me encontré con éstos y los invité, pensé que podíamos hacer una fiesta en la piscina. Espero que no te importe.
_________ simplemente la miró boquiabierta.
—¿Qué pasó con lo de venir a las seis?
Su amiga hizo una mueca.
—¿A las seis? Cielos, lo siento, ________. Pensé que dijiste a las cinco. —Levantó las cejas y mostró una expresión llena de remordimiento—. ¿Me perdonas?
Era difícil no hacerlo. Carolyn estaba siempre tan animada, por no decir alegremente inconsciente. Y, en circunstancias normales (como en el caso de que la furgoneta de Joe no siguiera en el camino de entrada), ________ no habría estado tan picada, así que, simplemente, retrocedió para dejarlos entrar.
—Adelante.
—Un sitio genial —dijo Mike mientras cruzaba el umbral y se apartaba un mechón de cabello marrón que se le había escapado de su corta coleta.
—Gracias —respondió ella. Este último grupo de amigos de Carolyn nunca había estado allí antes y _________ había esperado que aquello siguiera igual. Quería a Carolyn como a una hermana, pero no podía explicarse el gusto de Carolyn por otras compañías en los últimos años.
Holly, que parecía salida de 1975, con su largo cabello liso con la raya en medio, su top con la espalda descubierta y sus vaqueros de campana, iba agarrada al hombro de Jimmy y miraba a su alrededor con admiración. Jimmy, un rubio alto y musculoso con barba de chivo, era algo molesto, lo que ponía los nervios de punta a _________.
—¿Por qué no van saliendo? —sugirió. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que le desagradaban aquellas personas hasta que las vio dentro de su casa—. Iré a ponerme un traje de baño y estaré con ustedes en un momento.
Se dirigió escaleras arriba, preguntándose qué había hecho para merecer aquello, cuando oyó a Holly decir «mira qué gatita tan bonita» desde la sala de estar. «No toques a mi gata», pensó, y subió los últimos escalones corriendo, sintiendo de repente la necesidad de volver abajo.
Intentó relajarse mientras entraba rápidamente en el dormitorio y dejaba que el kimono cayera a sus pies. Pero todos los amigos repelentes de Carolyn estaban allí y Joe Jonas también seguía allí. Ah, su gran plan...
Rebuscando en su cajón de trajes de baño, encontró un traje de baño básico negro y se lo puso. Se sentía más cómoda en bikini, pero, teniéndolo todo en cuenta, aquélla parecía una elección más inteligente, incluso para después de que el pintor se hubiera marchado, cosa que esperaba que sucediera pronto. Lo único que había ido bien en los últimos cinco minutos era que Carolyn no había bloqueado la furgoneta de Joe con su coche, así que podría irse fácilmente.
Joe movió su escalera hacia la esquina de la casa, con la intención de acabar el lado norte, incluso aunque su reloj marcaba que hacía rato que había pasado su hora normal de irse. La culpa por lo de antes todavía le azotaba y había decidido que acabar aquel trabajo lo antes posible era una buena idea. Sin embargo, al mismo tiempo, visiones de su fantasía seguían proyectándose como una película en su cerebro, creando pregunta tras pregunta... y tentándolo. Aun así, por más excitante que fuera, deseaba no haber entrado nunca, deseaba no saber nada de su librito rojo.
Acababa de volver a subirse en la escalera cuando oyó voces. Al echar un vistazo más allá de las piedras angulares de la esquina, vio que su nueva posición de ventaja le daba una vista de la piscina y del patio de piedra. Y parecía que la princesa tenía compañía.
Su primera impresión fue la de un grupo aburrido de gente de la Generación X; un par de chicas flacas que soltaron una risita tonta mientras se quitaban la ropa hasta quedarse en bikinis minúsculos y dos tipos que se esforzaban demasiado en ser geniales mientras se quitaban la camiseta y encendían cigarrillos.
Acababa de ponerse a trabajar de nuevo cuando oyó la voz de la princesa, de nuevo con un tono mucho más amistoso con aquella pandilla que con él.
—Traigo cerveza y refrescos de vino. ¿Me ayudas con esto, Mike?
—Claro. —Joe oyó un golpe en la mesa de teca y la sacudida de botellas de cristal.
—¿Tienes los de kiwi y lima que me gustan? —preguntó una de las chicas.
—Sólo de baya y melocotón —respondió la princesa—. Lo siento, Carolyn.
El nombre volvió a centrar su atención al otro lado de la esquina.
—De melocotón ya me va bien —dijo la misma chica, igual de contenta, mientras se retorcía el largo cabello caoba en un nudo despeinado en lo alto de su cabeza. Lucky tenía razón sobre el voluminoso pelo de la chica y también sobre sus tetas pequeñas, aunque pensaba que no serían tan pequeñas si ganara unos cuantos kilos. Las amigas de ________ Ash estaban demasiado delgadas para su gusto.
La princesa, por otra parte, estaba muy bien. Su elegante traje de baño abrazaba su esbelta silueta de reloj de arena y reforzaba cada idea que Joe ya se había formado de su cuerpo: sus piernas eran eternas, sus pechos eran turgentes y redondos y cada curva le suplicaba que deslizara sus manos por ella. Tenía el cabello rubio recogido con una pinza grande, pero algunos mechones caían, libres.
—Iré a poner algo de música y por unas patatas —dijo.
Un minuto después, mientras seguía dando suaves brochazos de pintura sobre el áspero estuco, en una emisora local sonaba a todo volumen un éxito del momento por los altavoces exteriores, con la música interrumpida por un par de chapoteos en la piscina y el sonido de una cerveza al abrirse.
—Bueno, ¿qué pasa con el traje de baño?
—¿Qué quieres decir, qué pasa con él?
La segunda voz pertenecía a ________ y, la primera, a Carolyn, y estaban tan cerca (justo al girar la esquina, debajo de él) que no pudo evitar escuchar.
Carolyn era tan animada que le recordaba a un teleñeco.
—Es que no te había visto con bañador desde el colegio y sé que odias un bronceado desigual. Y estás tan mona en un dos piezas...
Oyó el suspiro de ________ y pensó que estaría muy mona, mucho más que Carolyn en su ceñido bikini plateado de lame. La verdad es que habría disfrutado viendo más de ________, pero estaba igual de sexy en el traje de baño negro.
—Lo siento si parecía nerviosa —respondió _________, más suavemente—. El bañador es lo primero que he sacado del armario, no hay ninguna razón en especial.
Las voces de las chicas se fueron atenuando mientras volvían a la piscina, pero Joe se preguntó también acerca de la observación de Carolyn. Por la valoración de Lucky, habría esperado que la princesa ostentara todas esas atractivas curvas.
Después de un poco más de trabajo, bajó la escalera para rellenar su bandeja de pintura. Sin embargo, cuanto más seguía la fiesta de la piscina, más difícil se le hacía apartarla de su mente, especialmente sabiendo que _________ estaba allí con los tipos. El estómago se le retorcía cuando la imaginaba dándoles lo que él quería de ella. Además, oír los ruidos de la fiesta mientras trabajaba le daba la sensación de ser algún tipo de criado en medio del mayor lujo.
Antes de empezar con el último cuadrado rosa que quedaba en el lateral de la casa, rodeó la esquina y se apoyó con indiferencia contra el estuco. Sólo quería ver cómo iba la fiesta, si seguía siendo el pequeño grupo de cinco o había crecido. Y también se preguntaba vagamente si _________ Ash esperaba que se quedara escondido, como los buenos criados seguramente hacían.
Sus ojos fueron directamente en dirección a la piscina, hacia Carolyn y los tipos, en el extremo menos profundo. El tipo de la coleta la agarraba por detrás, con un brazo rodeándole la cintura y el otro, el pecho, y el rubio jugaba con sus pies.
—Paren —decía, riendo, dando patadas. Pero, incluso desde aquella distancia, vio la luz entusiasmada de sus ojos, oyó el tono provocador de su voz. El Coleta tiró amenazadoramente de uno de sus triángulos plateados, riendo, y Carolyn miró por encima del hombro para regañarlo—. ¡Mike! —Pero Joe estaba seguro de que Mike, como Lucky, había estado antes allí y había llegado más lejos.
El rubio le separó las piernas y se colocó entre ellas para levantarla, lejos de los brazos de Mike.
—Ven aquí, nena. —Carolyn lo abrazó con los brazos y las piernas en el agua, que les llegaba hasta la cintura.
-Mi héroe —arrulló, mientras lo atraía hacia un beso apasionado.
Fue entonces cuando Joe vio a ________ Ash por el rabillo del ojo. Estaba quieta como una estatua, ni a seis metros, observando la escena de la piscina igual que él. No era como si la estuvieran observando juntos, pero, de alguna forma, se sintió como si así fuera, como dos extraños que se ven empujados al mundo íntimo de alguien. Y, por supuesto, aquello le recordó el mundo íntimo de ella, el que había violado sin querer aquel mismo día.
Mientras desviaba su mirada hacia ella, intentó definir lo que veía en sus ojos. Algo oscuro que no sabía leer, algo que quería saber, con todas sus fuerzas. Su corazón latía demasiado rápido.
Casi sabía que se giraría para mirarlo, casi sabía que ella notaría su presencia. Cuando lo hizo, sus ojos se encontraron. Y el deseo lo inundó.
Ladeó la cabeza, la usó para señalar la piscina.
—¿No nadas con tus amigos? —Sin proponérselo, había pronunciado la pregunta de forma sugerente.
Ella parpadeó, con aspecto sorprendentemente desafiante.
—No —dijo bruscamente, y se giró para irse. Pero sólo había avanzado varios pasos cuando se detuvo para mirar por encima del hombro—. ¿No estás trabajando hasta muy tarde?
—¿Ansiosa por deshacerte de mí?
—Es sólo curiosidad.
—Hoy no he hecho todo lo que quería hacer; las rosas me han retrasado. —Era mentira, no la parte sobre lo de haber hecho lo suficiente, sino el motivo. Después de su excursión a la casa, se había tomado mucho tiempo para comer.
Ella se detuvo y dio unos cuantos pasos indecisos hacia él.
—¿Cómo ha ido...? —Su tono se suavizó ligeramente—. ¿... con las rosas?
Casi admitió que no había sido tan problemático como pensaba, casi preguntó lo que se había preguntado antes, si las cuidaba ella misma... pero se detuvo.
—Creo que han sobrevivido.
Ella asintió secamente.
—Bien. —Después, se giró para irse, una vez más, y esta vez no se detuvo; maldita sea, se volvió a sentir como su criado.
Su engreído asentimiento le recordó lo que había detectado al verla por primera vez: ella pensaba que era mejor que él. Un rayo de resentimiento lo azotó mientras miraba cómo se balanceaba su culo hasta alejarse y desaparecer, por último, tras las puertas francesas. Sólo Dios sabía cuánto lo odiaría si llegara a descubrir que conocía su secreto.
________ escuchó mientras la mujer del banco volvía a leer la cantidad que estaba transfiriendo a la cuenta de las sumas por pagar de los subcontratistas. Desde allí, el personal de Phil distribuiría los cheques individuales.
—Es correcto —respondió. Pero colgó sacudiendo la cabeza. Las cifras le seguían pareciendo altas, aunque Phil les hubiera dado el visto bueno.
Phil había ascendido rápido por las filas de Ash Builders, pero ella sabía que a los veinte años había sido albañil, de lo que aún se lamentaba como de «el trabajo más sucio en la faz de la tierra». Así que, a veces, ella temía que confiara demasiado en los subcontratistas, que les tuviera demasiada empatia. Bueno, suponía que no estaba en su mano; ella sólo enviaba las facturas y movía el dinero.
Tras haber acabado la última tarea del día, apagó la lámpara del escritorio y el ordenador y se dirigió al dormitorio. En algún sitio, fuera, Joe Jonas seguía pintando la casa, pero, con un poco de suerte, se iría pronto. Después de eso, Carolyn llegaría para nadar, pero le había advertido a la hora de la comida de que no llegara antes de las seis.
Le encantaba su piscina, pero no tenía intención de pasearse en traje de baño mientras su desconcertante pintor merodeaba por ahí. Después de volver de comer, de hecho, había decidido entrar y quedarse allí y había planeado verlo lo menos posible mientras trabajara en su casa. Sabía que podría ser durante unas cuantas semanas, pero partes iguales de humillación y atracción enfermiza hacían que pareciera inteligente huir mientras Joe Jonas estuviera cerca. Se había hartado de desear a su pintor; había llegado a la conclusión de que, si se alejaba de él y seguía recordándose que era un hombre engreído y arrogante, no sería tan difícil.
La comida con Carolyn en un bistró de Clearwater Beach había mejorado su humor. Después, habían cruzado la calle hasta la arena, vadeando la marea mientras niños pequeños hacían montones con la arena y buscaban conchas marinas. Habían hablado de la posibilidad de ir a Utah a esquiar el próximo invierno para cambiar totalmente de paisaje y no habían hablado de sexo ni de hombres, lo que había hecho que fuera más fácil sacarse al pintor de la cabeza. De hecho, Carolyn parecía ser como antiguamente, la amiga con la que se había juntado en el instituto y en la Universidad de Florida, antes de que Carolyn hubiera empezado a acostarse con hombres al azar y a ir de fiesta como si el mañana no existiera. A veces se preocupaba por Carolyn.
A dos horas de la llegada de Carolyn, decidió ponerse algo cómodo y mimarse con un libro y una taza de té. Tras quedarse en sujetador y braguitas, buscó su kimono beige y se lo ató por delante antes de acomodarse en el diván de su dormitorio con el bestseller más nuevo.
Acababa de empezar a centrarse en el libro cuando sonó el timbre de la puerta. Miró vagamente hacia la puerta principal con incredulidad y echó un vistazo al reloj de la mesilla. Ni siquiera eran las cinco. Lo que significaba... Dios, tenía que ser Joe Jonas.
Pero ¿qué podía querer? ¿Tenía pensado ser maleducado con ella algo más mientras la devoraba con aquellos ojos miel? Su primera idea fue ignorarlo, quedarse justo donde estaba. Pero es probable que él supiera perfectamente que estaba en casa. Maldita sea.
Tras soltar el libro, se ajustó el cinturón del kimono y estaba a punto de dirigirse a la puerta... cuando se vio en un espejo de cuerpo entero. «Cielos», pensó, inmóvil de repente. Si se hubiera visto el día anterior antes de abrir la puerta, nunca lo habría hecho vestida así. Ni siquiera pensando que fuera Phil y, sin duda, no si hubiera sospechado que un perfecto desconocido estaba al otro lado. No se había dado cuenta de cómo se ceñía la brillante tela.
Y estaba a punto de decidir no abrir la puerta así en ese momento, cuando el timbre volvió a sonar.
—Maldito Joe Jonas —murmuró, mientras se dirigía al dormitorio para bajar las escaleras—. Ya voy.
—Segundos después, abría la puerta de un tirón lista para la batalla, aunque no sabía del todo por qué.
¿Las buenas noticias? No era su dios del océano.
Las malas: era Carolyn. Y Holly, Mike y Jimmy.
________ no sabía si sentirse aliviada o irritada, pero se inclinó hacia lo segundo. «Genial, ahora cuatro personas más me han visto con esta bata ceñida». Aunque no es que aquellas cuatro personas fueran a inmutarse.
—¡Sorpresa! —dijo Carolyn, con su siempre alegre sonrisa—. Me encontré con éstos y los invité, pensé que podíamos hacer una fiesta en la piscina. Espero que no te importe.
_________ simplemente la miró boquiabierta.
—¿Qué pasó con lo de venir a las seis?
Su amiga hizo una mueca.
—¿A las seis? Cielos, lo siento, ________. Pensé que dijiste a las cinco. —Levantó las cejas y mostró una expresión llena de remordimiento—. ¿Me perdonas?
Era difícil no hacerlo. Carolyn estaba siempre tan animada, por no decir alegremente inconsciente. Y, en circunstancias normales (como en el caso de que la furgoneta de Joe no siguiera en el camino de entrada), ________ no habría estado tan picada, así que, simplemente, retrocedió para dejarlos entrar.
—Adelante.
—Un sitio genial —dijo Mike mientras cruzaba el umbral y se apartaba un mechón de cabello marrón que se le había escapado de su corta coleta.
—Gracias —respondió ella. Este último grupo de amigos de Carolyn nunca había estado allí antes y _________ había esperado que aquello siguiera igual. Quería a Carolyn como a una hermana, pero no podía explicarse el gusto de Carolyn por otras compañías en los últimos años.
Holly, que parecía salida de 1975, con su largo cabello liso con la raya en medio, su top con la espalda descubierta y sus vaqueros de campana, iba agarrada al hombro de Jimmy y miraba a su alrededor con admiración. Jimmy, un rubio alto y musculoso con barba de chivo, era algo molesto, lo que ponía los nervios de punta a _________.
—¿Por qué no van saliendo? —sugirió. Nunca se había dado cuenta de lo mucho que le desagradaban aquellas personas hasta que las vio dentro de su casa—. Iré a ponerme un traje de baño y estaré con ustedes en un momento.
Se dirigió escaleras arriba, preguntándose qué había hecho para merecer aquello, cuando oyó a Holly decir «mira qué gatita tan bonita» desde la sala de estar. «No toques a mi gata», pensó, y subió los últimos escalones corriendo, sintiendo de repente la necesidad de volver abajo.
Intentó relajarse mientras entraba rápidamente en el dormitorio y dejaba que el kimono cayera a sus pies. Pero todos los amigos repelentes de Carolyn estaban allí y Joe Jonas también seguía allí. Ah, su gran plan...
Rebuscando en su cajón de trajes de baño, encontró un traje de baño básico negro y se lo puso. Se sentía más cómoda en bikini, pero, teniéndolo todo en cuenta, aquélla parecía una elección más inteligente, incluso para después de que el pintor se hubiera marchado, cosa que esperaba que sucediera pronto. Lo único que había ido bien en los últimos cinco minutos era que Carolyn no había bloqueado la furgoneta de Joe con su coche, así que podría irse fácilmente.
Joe movió su escalera hacia la esquina de la casa, con la intención de acabar el lado norte, incluso aunque su reloj marcaba que hacía rato que había pasado su hora normal de irse. La culpa por lo de antes todavía le azotaba y había decidido que acabar aquel trabajo lo antes posible era una buena idea. Sin embargo, al mismo tiempo, visiones de su fantasía seguían proyectándose como una película en su cerebro, creando pregunta tras pregunta... y tentándolo. Aun así, por más excitante que fuera, deseaba no haber entrado nunca, deseaba no saber nada de su librito rojo.
Acababa de volver a subirse en la escalera cuando oyó voces. Al echar un vistazo más allá de las piedras angulares de la esquina, vio que su nueva posición de ventaja le daba una vista de la piscina y del patio de piedra. Y parecía que la princesa tenía compañía.
Su primera impresión fue la de un grupo aburrido de gente de la Generación X; un par de chicas flacas que soltaron una risita tonta mientras se quitaban la ropa hasta quedarse en bikinis minúsculos y dos tipos que se esforzaban demasiado en ser geniales mientras se quitaban la camiseta y encendían cigarrillos.
Acababa de ponerse a trabajar de nuevo cuando oyó la voz de la princesa, de nuevo con un tono mucho más amistoso con aquella pandilla que con él.
—Traigo cerveza y refrescos de vino. ¿Me ayudas con esto, Mike?
—Claro. —Joe oyó un golpe en la mesa de teca y la sacudida de botellas de cristal.
—¿Tienes los de kiwi y lima que me gustan? —preguntó una de las chicas.
—Sólo de baya y melocotón —respondió la princesa—. Lo siento, Carolyn.
El nombre volvió a centrar su atención al otro lado de la esquina.
—De melocotón ya me va bien —dijo la misma chica, igual de contenta, mientras se retorcía el largo cabello caoba en un nudo despeinado en lo alto de su cabeza. Lucky tenía razón sobre el voluminoso pelo de la chica y también sobre sus tetas pequeñas, aunque pensaba que no serían tan pequeñas si ganara unos cuantos kilos. Las amigas de ________ Ash estaban demasiado delgadas para su gusto.
La princesa, por otra parte, estaba muy bien. Su elegante traje de baño abrazaba su esbelta silueta de reloj de arena y reforzaba cada idea que Joe ya se había formado de su cuerpo: sus piernas eran eternas, sus pechos eran turgentes y redondos y cada curva le suplicaba que deslizara sus manos por ella. Tenía el cabello rubio recogido con una pinza grande, pero algunos mechones caían, libres.
—Iré a poner algo de música y por unas patatas —dijo.
Un minuto después, mientras seguía dando suaves brochazos de pintura sobre el áspero estuco, en una emisora local sonaba a todo volumen un éxito del momento por los altavoces exteriores, con la música interrumpida por un par de chapoteos en la piscina y el sonido de una cerveza al abrirse.
—Bueno, ¿qué pasa con el traje de baño?
—¿Qué quieres decir, qué pasa con él?
La segunda voz pertenecía a ________ y, la primera, a Carolyn, y estaban tan cerca (justo al girar la esquina, debajo de él) que no pudo evitar escuchar.
Carolyn era tan animada que le recordaba a un teleñeco.
—Es que no te había visto con bañador desde el colegio y sé que odias un bronceado desigual. Y estás tan mona en un dos piezas...
Oyó el suspiro de ________ y pensó que estaría muy mona, mucho más que Carolyn en su ceñido bikini plateado de lame. La verdad es que habría disfrutado viendo más de ________, pero estaba igual de sexy en el traje de baño negro.
—Lo siento si parecía nerviosa —respondió _________, más suavemente—. El bañador es lo primero que he sacado del armario, no hay ninguna razón en especial.
Las voces de las chicas se fueron atenuando mientras volvían a la piscina, pero Joe se preguntó también acerca de la observación de Carolyn. Por la valoración de Lucky, habría esperado que la princesa ostentara todas esas atractivas curvas.
Después de un poco más de trabajo, bajó la escalera para rellenar su bandeja de pintura. Sin embargo, cuanto más seguía la fiesta de la piscina, más difícil se le hacía apartarla de su mente, especialmente sabiendo que _________ estaba allí con los tipos. El estómago se le retorcía cuando la imaginaba dándoles lo que él quería de ella. Además, oír los ruidos de la fiesta mientras trabajaba le daba la sensación de ser algún tipo de criado en medio del mayor lujo.
Antes de empezar con el último cuadrado rosa que quedaba en el lateral de la casa, rodeó la esquina y se apoyó con indiferencia contra el estuco. Sólo quería ver cómo iba la fiesta, si seguía siendo el pequeño grupo de cinco o había crecido. Y también se preguntaba vagamente si _________ Ash esperaba que se quedara escondido, como los buenos criados seguramente hacían.
Sus ojos fueron directamente en dirección a la piscina, hacia Carolyn y los tipos, en el extremo menos profundo. El tipo de la coleta la agarraba por detrás, con un brazo rodeándole la cintura y el otro, el pecho, y el rubio jugaba con sus pies.
—Paren —decía, riendo, dando patadas. Pero, incluso desde aquella distancia, vio la luz entusiasmada de sus ojos, oyó el tono provocador de su voz. El Coleta tiró amenazadoramente de uno de sus triángulos plateados, riendo, y Carolyn miró por encima del hombro para regañarlo—. ¡Mike! —Pero Joe estaba seguro de que Mike, como Lucky, había estado antes allí y había llegado más lejos.
El rubio le separó las piernas y se colocó entre ellas para levantarla, lejos de los brazos de Mike.
—Ven aquí, nena. —Carolyn lo abrazó con los brazos y las piernas en el agua, que les llegaba hasta la cintura.
-Mi héroe —arrulló, mientras lo atraía hacia un beso apasionado.
Fue entonces cuando Joe vio a ________ Ash por el rabillo del ojo. Estaba quieta como una estatua, ni a seis metros, observando la escena de la piscina igual que él. No era como si la estuvieran observando juntos, pero, de alguna forma, se sintió como si así fuera, como dos extraños que se ven empujados al mundo íntimo de alguien. Y, por supuesto, aquello le recordó el mundo íntimo de ella, el que había violado sin querer aquel mismo día.
Mientras desviaba su mirada hacia ella, intentó definir lo que veía en sus ojos. Algo oscuro que no sabía leer, algo que quería saber, con todas sus fuerzas. Su corazón latía demasiado rápido.
Casi sabía que se giraría para mirarlo, casi sabía que ella notaría su presencia. Cuando lo hizo, sus ojos se encontraron. Y el deseo lo inundó.
Ladeó la cabeza, la usó para señalar la piscina.
—¿No nadas con tus amigos? —Sin proponérselo, había pronunciado la pregunta de forma sugerente.
Ella parpadeó, con aspecto sorprendentemente desafiante.
—No —dijo bruscamente, y se giró para irse. Pero sólo había avanzado varios pasos cuando se detuvo para mirar por encima del hombro—. ¿No estás trabajando hasta muy tarde?
—¿Ansiosa por deshacerte de mí?
—Es sólo curiosidad.
—Hoy no he hecho todo lo que quería hacer; las rosas me han retrasado. —Era mentira, no la parte sobre lo de haber hecho lo suficiente, sino el motivo. Después de su excursión a la casa, se había tomado mucho tiempo para comer.
Ella se detuvo y dio unos cuantos pasos indecisos hacia él.
—¿Cómo ha ido...? —Su tono se suavizó ligeramente—. ¿... con las rosas?
Casi admitió que no había sido tan problemático como pensaba, casi preguntó lo que se había preguntado antes, si las cuidaba ella misma... pero se detuvo.
—Creo que han sobrevivido.
Ella asintió secamente.
—Bien. —Después, se giró para irse, una vez más, y esta vez no se detuvo; maldita sea, se volvió a sentir como su criado.
Su engreído asentimiento le recordó lo que había detectado al verla por primera vez: ella pensaba que era mejor que él. Un rayo de resentimiento lo azotó mientras miraba cómo se balanceaba su culo hasta alejarse y desaparecer, por último, tras las puertas francesas. Sólo Dios sabía cuánto lo odiaría si llegara a descubrir que conocía su secreto.
Nani Jonas
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
me encanta la nove
joe creia qyue la rayis erala
de los ruidos jumm mal pensado
me ecata nani
sigue
joe creia qyue la rayis erala
de los ruidos jumm mal pensado
me ecata nani
sigue
andreita
Re: "El Diario Rojo" - Joe y tu Terminada
jummmmm
no ya quiero q pase algo entre ese par jejejeje
sigue!!!!!!!!!!!
no ya quiero q pase algo entre ese par jejejeje
sigue!!!!!!!!!!!
Julieta♥
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