La mujer de ojos azules.

La rubia quedó en silencio, totalmente pensativa por unos momentos. No quería estar cerca de los reclusos, incluso cuando dos de ellos parecían querer tenerla cerca. Ella arrugó la nariz, nunca fueron de su total agrado, pero todos excepto Tomas y Andrew no eran de su desagrado. Soltó un suspiro inaudible mientras esperaba a que todos cogieran sus armas para poder ir a matar a algunos zombies. Cuando finalmente volvieron los demás, la mujer los miró con una ceja arqueada.– Bien, acabemos con esto, que quiero irme. –Dijo ella.

Luego de que el tal Rick guiara, ella lo siguió, al igual que el resto de reclusos, manteniendo su bate al aire.– Isabelle, ¿crees que todo se ponga muy feo? –Preguntó Tiny, al caminar cerca de ella. Ella soltó una risa, asintiendo.

–Nah, no creo que sea para tanto. –Fue la respuesta de ella, pero vaya que había estado equivocada. Porque la mujer de ojos azules no tenía ni la más mínima idea de lo que estaban a punto de enfrentar. A lo lejos se escucharon gruñidos. Eran esos... ¿caminantes, los había llamado Robin Hood y el policía? Se preparó y esperó a que los otros atacaran primero. Ella era ágil y hábil, así que estaba algo confiada. ¿Qué tan difícil podía ser darle a la cabeza a unos bichos sin cerebro?

Isabelle imitó a los convictos para atacar a los muertos, tratando de darles en la cabeza, aunque al final aquello parecía mucho más difícil de lo que había pensado. Por eso, inconscientemente, apreció que fueran los tipos amigos del policía los que se encargaran de los muertos al final. Ella frunció el ceño al escuchar la burla del cazador. Luego vio aquella pequeña escena donde claramente no se llevaban bien y no los culpaba.

Los convictos con los que había convivido por meses no le agradaban, en especial los imbéciles morbosos que claramente se masturbaban mirándola sin recelo alguno. Ella se hizo a un lado con los brazos cruzados y suspiró.– Ya, dejen de jugar. Hemos venido a algo más importante. –Habló ella, pasando por su lado para adelantarse hasta poder observar hacia adentro en la prisión. No parecían haber más muertos, pero no se confiaría. Por supuesto, alguien debía avanzar para ser la carnada, y ese alguien no sería Isabelle, claro que no.