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capítulo 007 - spirwell

María

Creo que mi trabajo favorito en el mundo es y será cuidar a Kylo y Rey. Cuando Bach me contrató, jamás había visto antes Stars Wars. Lo juro. Ni una sola vez. Ahora no creo poder imaginar un día sin pensar aunque sea sólo una vez en algo relacionado con esas películas. A Federico le divierte mucho cuando les hablo de ellas, porque aún no consigo igualar la sabiduría de mis pequeños saltamontes en cuidado.

—Tía Eskar... —Rey se acercó hasta mí para preguntarme con sus redondos ojitos. —¿Cuándo vuelve Bach?

La verdad es que su hermano siempre llegaba a tiempo, jamás lograba retrasarse más de tres o cinco minutos. A veces se trata de compras para sus hermanos. De todas formas, no iba a preocuparme. Si existía alguien que no pudiera estar lejos de sus hermanos pequeños porque eran una parte de él, ese era Bacharan Hudson. Me arrodillé frente a Rey con una sonrisa.

—Bach viene en camino. Al menos que ya quieran echarme... —hice un puchero y los niños me abrazaron por los hombros, casi chocando sus cabezas en el proceso. Acaricié sus cabellos y me levanté del suelo con ellos. —Vamos, a ver la película.

Ellos corrieron a sentarse en el suelo, mientras yo levantaba los platos de la mesa y, mientras me fijaba que no tuviera chocolate, dejaba que los perros comieran lo que sobraba de la torta que había cocinado a las apuradas. Mi teléfono vibraba repetidas veces en el bolsillo trasero de mi pantalón, y a mí me ardían las manos por responder a esos mensajes que sabían de quién eran. Pero estaba en el trabajo, y Fede iba a tener que esperar hasta que terminase, aunque eso fuera dentro de cinco horas más.

Tarareaba la canción de introducción de las películas de Star Wars cuando, por el ruido de los niños y, a su vez, los perros disparando a la puerta, me di cuenta que Bach había llegado. Cerré el grifo y me di la vuelta, con un paño en mis manos para secarlas.

—¿Les hiciste torta y mirar el ultimo Jedi? —me preguntó con una sonrisa, dejando la comida sobre la mesada. Respondí a su pregunta, ordenando los últimos platos húmedos sobre la mesa, secándolos con el mismo paño que tenía en mis manos. Quería preguntarle cómo le había ido, o qué le había hecho demorarse, contarle cómo habían estado sus hermanos, pero volví a sentir la insistente vibración en mi nalga. Tomé aire y sonreí, por dentro me imaginaba insultando a Federico de varias formas.

—Debo irme. —Recogí mi abrigo y mi mochila de una de las sillas de la cocina. Bach intentó pararme, con su cara amable.

—Debo pagarte el atraso, Eskar.

Negué con la cabeza.

—No te preocupes, solo fueron veinte minutos. —Terminé de ponerme la campera para besar su mejilla. —Nos vemos en dos días, ten cuidado porque Kylo estuvo estornudando no quieres que agarre una gripe y ambos perros comieron así que no les des hasta mañana ¡Nos vemos!

Corrí a la puerta y la abrí, sabiendo que en menos de dos minutos un auto iba a aparecer en la puerta de la casa, esperando por mí. Resulta que me equivoqué, no fueron dos minutos. Ya estaba esperando por mí. Rodeé los ojos y me subí al auto, besando la mejilla de Federico antes de que este arrancara a toda velocidad, a su casa o a la mía, no me importaba porque me encantaba ir a donde fuera con él.

Terminamos en su casa, yo con mi mochila a cuestas desde la mañana, con todos los apuntes de las clases que había tomado y las copias de capítulos que había sacado de la biblioteca para comenzar a estudiar, y él, con su cara sin expresión, sentado en el sofá de su living ridículamente grande sin mirarme una sola vez. Tenía sus ojos sobre su teléfono, tal vez respondiendo a los cientos de mensajes que le llegaban a diario de chicas. No exagero, una vez los conté. Eran más de 170.

—¿No vas a hablarme? —pregunto, caminando hacia el sillón, aún de pie.

Fede me mira con indiferencia, pero sus ojos arden de un sentimiento que conozco muy bien. Me quito la mochila, dejándola en el suelo y me paro frente a él. Tomo su teléfono y lo dejo a un lado, mientras me siento sobre sus piernas hasta que nuestros pechos casi pueden rozarse. Él me mira de mala gana y yo respiro hondo sin que lo note.

—¿Estás celoso de Bach?

—No.

Ruedo los ojos y paso mi rostro frente al suyo, para bajar mis labios sobre su cuello. Abro mis labios, dejando un beso caliente y húmedo sobre su piel. Siento sus manos tomar mi cintura y apretándome contra él. Su cuerpo se tensa, su respiración se hace pesada, contenida, para no largar ningún jadeo. Esas manos que tanto me gustan aprietan mi cuerpo, casi como debatiéndose entre alejarme y pegarme más a su cuerpo.

—¿Entonces qué sucede? —pregunto en voz baja, volviendo a enfrentar nuestras miradas.

—Demoraste veinte minutos extra con Bacharan. —Asiento con la cabeza, preguntando "¿y...?" con mis acciones. —Estoy celoso de Bach.

Sonrío para mis adentros y una parte de mí quiere gritarle en la cara sobre cada una de las chicas y chicos que sube a su moto para darles un paseo. O que ellos le hagan dar una vuelta y no en el sentido literal. Pero no lo hago. En cambio, me acerco a besarlo y me responde con rapidez. Sus manos se meten bajo mi remera y lentamente esta desaparece antes de que me dé cuenta. Besa la piel de mi cuello y yo cierro los ojos al sentir sus labios contra mí. Me muerdo el labio para no largar sonido alguno, con mis manos viajando por mi torso hasta sacar también su camiseta y tirarla a un costado.

Me da un último beso corto, como robado y me abraza, suspirando.

—Mía.

Sonrío, negando con la cabeza en mi mente, y abrazo sus hombros, acariciando su cabello. Metiendo mis dedos dentro de sus rulos, dándole masajes en su cabeza con las yemas de mis dedos. Suspiro, con mi torso medio desnudo sobre su cuerpo, este era nuestro límite. Se mantenía así, no pasábamos de besarnos.  Nuestros límites eran algo difusos, pero éramos amigos. No funcionaríamos de otra forma más que esa. Por mucho que yo quisiera, tampoco podía obligarle a que dejara todas esas personas que van detrás de él por mí. Somos amigos, y yo estoy bien con eso. Hemos pasado muchas cosas juntos, he estado más cerca de él de lo que jamás he estado de otra persona, y quiero mantenerlo así. Aunque deba hacer de mis sentimientos una bola de papel arrugado y arrojarlos en un cesto muy en el fondo de mi alma.

Estaba por decir algo, pero en mi bolsillo vibró mi teléfono.

—¿Quién es? —me preguntó Federico con mala cara por interrumpir nuestro momento.

Se levantó del sillón, con gracia que no lograba entender de dónde la había adquirido. Sus pasos, largos y firmes llegaron a la cocina de su departamento, esperando a que yo respondiera la pregunta que me había hecho.

Apreté los labios antes de responder.

—Información sobre mi investigación.

Fede odiaba que le mintiera, lo detestaba casi como yo. Pero a diferencia de él, había crecido en un mundo de mentiras. Era parte de mí, mucho más fuerte que mi voluntad. Las mentiras salían de mis labios con mucha más soltura que las verdades, a veces no me daba cuenta de que lo hacía. Y eso me había metido en problemas con él, cada vez que se enteraba.

Aunque lo que dije no había sido exactamente una mentira.

Naturalmente, sabía no sólo decir mentiras con soltura, sino también disfrazar la verdad. Y hasta ahora, era lo único que lograba mantener abierta mi investigación bajo los ojos curiosos de Federico en cada paso que daba.

Asintió con la cabeza. Sabía que luego me preguntaría cómo iba con ello, o hasta se ofrecería a ayudarme, o que le hable de esas cosas. Adoraba lo mucho que yo le hablaba, decía que hablaba por los dos, ya que no era la persona más conversadora del mundo. Para mi mala suerte, mi verborragia verbal era el primer signo que mentía. Aunque supiera cómo cubrir cada cosa que decía anteriormente, luego de un rato, alguien como él se daba cuenta que algo no andaba bien. Ya fuese por mi culpa tiñendo mi rostro de escarlata como una gran A, o sólo la forma en que me retraía junto a él por saber que en cualquier momento volvería a molestarse por traicionar su confianza de nuevo.

La verdad era que, en diversas situaciones, en el fondo de mi corazón, no me molestaba que le doliera las mentiras que le decía, a sabiendas que él me creía, sólo por causarle escozor. Quería herirlo de alguna forma, como me mentía yo cada vez que pasaba algo entre nosotros que me confundía lo suficiente como para sentirme usada o herida. Habían tantas personas ahí afuera, tantas con las cuales hablaba, ¿y si las trataba igual que a mí? Sabía que muchas chicas lo esperaban en las noches, que por eso a veces no hablábamos hasta quedarnos dormidos. No llevaba a esas chicas a su departamento. Lo mismo hacía con los chicos. Iba a loa casa de todos, se besaba con una cantidad de labios ajenos en una misma noche en el mejor de los casos. Coqueteaba hasta cuando dormía. Y yo me sentaba a ver eso, a consolarlo cuando se sentía mal por su ex, a hablarle hasta que se dormía cuando tenía problemas para hacerlo, a aconsejarlo con sus amigos, tal vez por eso mantenía relación con la mayoría de esos hombres a los que no podía acceder aún, incluso le cocinaba o pasaba tiempo cuando no quería ver a nadie.

Estiro mi mano para buscar mi blusa, y me la pongo otra vez.

—Quítatela —me dice en voz baja. —Me gusta ver tu piel.

Sonrío negando con la cabeza y me acerco a él, sentándome en la mesada de la cocina.

—Tendrás que hacer un esfuerzo extra para ver mi piel otra vez —respondo, estirando mis piernas para acercar sus caderas a mí. —¿Vas a llevarme a casa? Debo escribir sobre esta información para mañana.

Sus ojos se apagan lentamente y su voz suena desinflada.

—¿No te vas a quedar?

Niego con la cabeza. No le doy explicaciones, pero sé que es probable que si lo hiciera, quedara gran parte de la noche sola porque él desaparece a esos lugares que no menciona pero se relacionan con la primera vez que nos vimos.

Hoy es noche de carreras. O al menos eso insinúa el mensaje que tengo en mi teléfono.

Federico y yo nos cocimos cuando me topé de frente con un par de autos modificados a toda velocidad, pasando ilegalmente por calles cerradas en plena noche, frente a una multitud que no me dejaba dormir. Él me confundió con una de sus conquistas nocturnas y me ofreció a darme una vuelta. Me dio una sonrisa vacía y yo me negué a su petición. Me marché de ahí, luego de que unos vecinos molestos como yo dieran aviso a la policía. No volví a verlo hasta que pasó una semana y estaba con su moto, al casco bajo de su brazo, charlando con un amigo en la tienda donde solía comprar rollos de revelado para mis fotos.

Desde ese día nos hicimos unidos. Muy unidos.

Mejores amigos.

Los mejores.

Acostumbro a perderme en mis pensamientos, y para él es normal porque siento un beso en mi mejilla al bajarme de la mesada.

—Te quiero, María.

Y todo mi cuerpo se descontrola de cosquillas, mientras que mi corazón late como martillazos contra mi pecho.

No sé si es su efecto, o mi nombre en sus labios, pero cada vez que lo dice, mi mundo tiembla.

No debe siquiera darse cuenta del efecto que tiene sobre mí.

Y tampoco debe saberlo, o sería mi perdición.


Snooks pasea entre mis piernas, moviendo su colita. Es apenas un cachorro, es el regalo de Federico, luego de que se dio cuenta que su propio animal de compañía me quería más a mí que a él. La tomo en mis brazos, dejando que me lama el rostro en lo que yo elijo el vestido más llamativo que puedo encontrar.

La idea en principio es pasar desapercibida. Pero me han dicho que la idea de desapercibido no es exactamente siendo discreto, sino todo lo contrario. Y eso espero, porque jamás he ido antes a clubes nocturnos. Por lo menos no en este país. Y tal vez esa sea la razón por la que me tomó como un mes descubrir cuál era la dirección de Underground.

Por alguna razón, todos los que habían vivido algunos años en esta ciudad sabían dónde estaban con exactitud los clubes nocturnos como ese. Excepto yo. Y me había mudado de Portugal hacía casi dos años. Ni siquiera recordaba las calles para ir a la universidad. Además, era algo vergonzoso que tuviera que preguntar a plena luz del día, o en la mitad de la noche algo tan obvio. ¿Qué hice? Le pagué 15 dólares a un niño llamado Karl y ahora tengo el nombre de la calle que le indicaré al taxista.

Subo el cierre de mi vestido negro y lo acomodo entre las curvas de mi cuerpo. Espero escuchar la bocina del auto que debe buscarme mientras me coloco los tacones que ya me dan ganas de gritar.

Me obligo a maquillarme, y a elegir mi cámara más pequeña para tomar fotos durante la noche de los autos y sus competidores.

Sólo ruego una cosa: no encontrar  a Federico Rustici.

Por fin nuevo capítulo, ya me pongo a leer!
edit; siempre pienso que comento pero ahora me doy cuenta que no  

María y Fede ya se ganaron mi amor no puedo creer que se comporte así y encima niegue estar celoso, las tácticas de María son estupendas para sacar información
Que le halla mentido me da mala espina, ¿se traerá algo entre manos?

Me encanta que Fede se divierta con las cosas que le suceden a Kill, estoy 100% segura de que para el es una feria de atracciones porque siempre hay algo nuevo que ver
Charles es un hombre solitario xd pero de buen corazón (?
El final fue bastante sorprendente, si queda herido Fede vamos hacer pagar a Kill por los daños, el pobre no tiene que recibir los golpes que van para Kill

El capítulo en si fue bastante intenso y bueno, aun no paro de emocionarme con lo que leo