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Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Mar 25 Feb 2014, 10:28 am

Titulo: Halo
Autor: Alexandra Adornetto
Adaptación: Si
Género: Ciencia Ficcion
Advertencias: No  me gustan muchos los fantasmas pero igual publico muy seguido ya que publicar capítulos es facil, me encantan las maratones así que esperen muchos!


Sinopsis

La llegada inesperada de los hermanos Church, Gabriel, Ivy y ______, supone un revuelo en la pequeña población de Venus Cove. Son extremadamente bellos, inteligentes y misteriosos. ¿De dónde vienen? ¿Dónde están sus padres y por qué sobresalen sea la que sea la actividad que emprenden?

Los tres son en realidad ángeles con la misión de salvar al mundo de su inminente destrucción. Tiene instrucciones claras: no deben formar vínculos demasiado fuertes con ningún humano y deben esforzarse en ocultar sus cualidades sobrehumanas. Pero ___*, la más inexperta, rompe una de las reglas sagradas: se enamora de Nicholas Woods, el chico más guapo del colegio e incluso llega a revelarle su secreto. Y será entonces cuando deba tomar una decisión definitiva: desafiar la voluntad del Cielo y entregarse a él completamente o no, además de enfrentarse a las fuerzas oscuras que pretenden tomar Venus Cove como primer paso para su plan de destruir a la humanidad.
Ivy, Gabriel y Nicholas deberán unir sus fuerzas para salvarla y utilizar sus poderes para hacer el bien para contrarrestar a las poderosas
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Mar 25 Feb 2014, 11:58 am

«¡Habla otra vez, oh, ángel luminoso!
En la altura esta noche te apareces
Como un celeste mensajero alado
Que, en éxtasis, echando atrás la frente,
Contemplan hacia arriba los mortales.»
William Shakespeare, Romeo y Julieta

«Allí donde miro ahora
Me veo rodeada de tu abrazo,
Mi amor, y vislumbro tu halo,
Tú eres mi gracia y salvación.»
Beyoncé, Halo
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Mar 25 Feb 2014, 12:03 pm


Capítulo 1: Descenso

Nuestra llegada no salió del todo según lo planeado. Recuerdo que aterrizamos casi al alba, porque las farolas todavía estaban encendidas. Teníamos la esperanza de que nuestro
descenso pasara inadvertido y así fue en gran parte, con una sola excepción: un chico de trece años que hacía su ronda de reparto justo en aquel momento.
Circulaba en su bicicleta con los periódicos enrollados como bastones en su envoltorio de plástico. Había niebla y el chico llevaba una chaqueta con capucha. Parecía jugar consigo mismo un juego mental consistente en calcular el punto exacto a donde iría a parar cada lanzamiento. Los periódicos aterrizaban en las terrazas y los senderos de acceso con un golpe sordo y el chico esbozaba una sonrisa engreída cada vez que acertaba. Los ladridos de un terrier desde detrás de una cerca hicieron que levantara la vista y advirtiera nuestra llegada.
Miró hacia arriba justo a tiempo para ver una columna de luz blanca que se retiraba ya entre las nubes, dejando en mitad de la calle a tres forasteros con aire de espectros. Pese a nuestra apariencia humana, algo vio en nosotros que le sobresaltó: tal vez porque nuestra piel era luminosa como la luna o porque nuestras holgadas prendas estaban desgarradas por el turbulento descenso. O tal vez fue nuestro modo de mirarnos los miembros, como si no supiéramos qué hacer con ellos, o el vapor que nos humedecía el pelo. Fuera cual
fuese la razón, el chico perdió el equilibrio, se desvió de golpe y cayó con su bicicleta en la zanja de la cuneta.
Se incorporó trabajosamente y permaneció paralizado unos segundos, como vacilando entre la alarma y la curiosidad. Extendimos las manos hacia él los tres a la vez, creyendo que sería un gesto tranquilizador, pero se nos olvidó sonreír. Cuando recordamos cómo se hacía, ya era demasiado tarde. Mientras hacíamos contorsiones con la boca intentando sonreír como es debido, el chico giró sobre sus talones y salió corriendo. Tener un cuerpo físico nos resultaba extraño aún: había demasiadas partes que controlar al mismo tiempo, como en una máquina muy compleja. Yo me notaba rígidos los músculos de la cara y de todo el cuerpo; las piernas me temblaban como a un bebé dando sus primeros pasos, y los ojos no se me habían acostumbrado a la amortiguada luz terrenal. Viniendo como veníamos de un lugar deslumbrante, las sombras nos resultaban desconocidas.
Gabriel se aproximó a la bicicleta, cuya rueda delantera seguía girando, la enderezó y la dejó apoyada en una valla, convencido de que el chico volvería a recogerla luego.
Me lo imaginé entrando bruscamente por la puerta de su casa y relatándoles la historia a trompicones a sus padres atónitos. Su madre le despejaría el pelo de la frente y comprobaría si tenía fiebre. Su padre, aún con legañas, haría un comentario sobre la capacidad para confundirte que tiene la mente ociosa.
Encontramos la calle Byron y recorrimos su acera, irregular y desnivelada, buscando el número quince. Nuestros sentidos se veían asaltados desde todas direcciones. Los colores del mundo nos resultaban vívidos y muy variados. Habíamos pasado directamente de un mundo de pura blancura a una calle que parecía la paleta de un pintor. Aparte del colorido, todo tenía su propia forma y textura. Sentí el viento en los dedos y me pareció tan vivo que me pregunté si podría alargar la mano y atraparlo; abrí la boca y saboreé el aire fresco y limpio. Noté un olor a gasolina y a tostadas chamuscadas, combinado con el aroma de los pinos y la intensa fragancia del océano. Lo peor de todo era el ruido: el viento parecía aullar y el fragor de las olas estrellándose contra las rocas me resonaba en la cabeza como una estampida. Oía todo lo que ocurría en la calle: un motor arrancando, el golpeteo de una puerta mosquitera, el llanto de un niño y un viejo columpio chirriando al viento.
—Ya aprenderás a borrártelo de la mente —dijo Gabriel, casi sobresaltándome con su voz. En casa nosotros nos comunicábamos sin lenguaje. La voz humana de Gabriel, según acababa de descubrir, era grave y suave al mismo tiempo.
—¿Cuánto tiempo hará falta? —percibí con una mueca el estridente chillido de una gaviota. Mi propia voz era tan melódica como el sonido de una flauta.
—No mucho —respondió Gabriel—. Es más fácil si no te empeñas en combatirlo.
La calle Byron se iba empinando y alcanzaba su punto más alto hacia la mitad de su trazado. Y justo allá arriba se alzaba nuestro nuevo hogar. Ivy se quedó encantada en cuanto lo vio.
—¡Mirad! —gritó—. Hasta tiene nombre.
La casa había sido bautizada igual que la calle y las letras de BYRON aparecían con elegante caligrafía en una placa de cobre. Más tarde descubriríamos que todas las calles colindantes llevaban nombres de poetas románticos ingleses: Keats Grove, calle Coleridge, avenida Blake… Byron iba a ser nuestro hogar y nuestro santuario durante nuestra existencia terrestre. Era una casa de piedra arenisca cubierta de hiedra que quedaba bastante apartada de la calle, tras una verja de hierro forjado y un portón de doble hoja. Tenía una hermosa fachada simétrica de estilo georgiano y un sendero de grava que iba hasta la puerta principal, cuya pintura se veía desconchada. El patio estaba dominado por un olmo majestuoso, y alrededor crecía una enmarañada masa de hiedra. Junto a la verja había una auténtica profusión de hortensias y sus corolas de color pastel temblaban bajo la escarcha de la mañana. Me gustó aquella casa: parecía construida para resistir todas las adversidades.
—_____, pásame la llave —dijo Gabriel.
Guardar la llave había sido la única misión que me habían encomendado. Tanteé los hondos bolsillos de mi vestido.
—Tiene que estar por aquí —aseguré.
—No me digas que ya la has perdido, por favor.
—Hemos caído del cielo, ¿sabes? —le dije, indignada—. Es muy fácil que se te pierdan las cosas.
Ivy se echó a reír de repente.
—Las llevas colgadas del cuello.
Di un suspiro de alivio mientras me quitaba la cadenita y se la tendía a Gabriel. Cuando entramos en el vestíbulo vimos que la casa había sido preparada concienzudamente para nuestra llegada. Los Agentes Divinos que nos habían precedido habían cuidado de todos los detalles sin reparar en gastos.
Allí todo resultaba luminoso. Los techos eran altos, las habitaciones espaciosas. Junto al pasillo central había una sala de música a mano izquierda y un salón a la derecha. Más al fondo, un estudio daba a un patio pavimentado. La parte trasera era un anexo modernizado del edificio original y contenía una amplia cocina de mármol y acero inoxidable que daba paso a un enorme cuarto de estar con alfombras persas y mullidos sofás. Unas puertas plegables se abrían a una gran terraza de madera roja. Arriba estaban los dormitorios y el baño principal, con lavabos de mármol y bañera hundida. Mientras nos movíamos por la casa, el suelo de madera crujía como dándonos la bienvenida. Empezó a caer una lluvia ligera y las gotas en el tejado de pizarra sonaban como los dedos de una mano delicada tocando una melodía al piano.
Esas primeras semanas las dedicamos a hibernar y a orientarnos un poco. Evaluamos la situación, aguardamos con paciencia mientras nos adaptábamos a aquella forma corporal y nos fuimos sumergiendo en los rituales de la vida diaria. Había mucho que aprender y, desde luego, no era nada fácil. Al principio, dábamos un paso y nos sorprendía encontrar suelo firme bajo nuestros pies. Ya sabíamos que en la Tierra todo estaba hecho de materia entrelazada con un código molecular que producía las distintas sustancias —el aire, la piedra, la madera, los animales—, pero una cosa era saberlo y otra experimentarlo por ti misma. Estábamos rodeados de barreras físicas. Teníamos que movernos sorteándolas y tratar de evitar al mismo tiempo la sensación de claustrofobia. Cada vez que tomaba un objeto, me detenía maravillada a considerar su función. La vida humana era muy complicada; había máquinas para hervir el agua, enchufes que conducían la corriente eléctrica y toda clase de utensilios en la cocina y el baño pensados para ahorrar tiempo y proporcionar comodidad. Cada cosa tenía una textura distinta, un olor diferente: era como una fiesta para los sentidos. Saltaba a la vista que Ivy y Gabriel habrían deseado librarse de todo aquello y regresar al gozoso silencio, pero yo disfrutaba de cada detalle y de cada momento por mucho que a veces me resultara un poco abrumador.
Algunas noches recibíamos la visita de un mentor sin rostro y con túnica blanca, que aparecía sin más sentado en una butaca del salón. Ignorábamos su identidad, pero sabíamos que actuaba como mensajero entre los ángeles de la tierra y los poderes superiores. Iniciábamos entonces una sesión informativa durante la cual exponíamos los problemas de la encarnación física y obteníamos respuesta a nuestras preguntas.
—El casero nos ha pedido documentos de nuestra residencia anterior —dijo Ivy durante el primer encuentro.
—Nos disculpamos por el descuido. Nos ocuparemos de ello, dalo por hecho —respondió el mentor. Todo su rostro se hallaba velado, pero al hablar desprendía nubecillas de niebla blanca.
—¿Cuánto tiempo se supone que ha de pasar para que entendamos nuestros cuerpos del todo? —quiso saber Gabriel.
—Eso depende —dijo el mentor—. No tendrían que ser más que unas pocas semanas, a menos que se resistan al cambio.
—¿Qué tal les va a los demás emisarios? —Ivy parecía inquieta.
—Algunos, como ustedes, se están adaptando todavía a la vida humana, y otros ya se han lanzado directamente a la batalla — contestó el mentor—. Hay algunos rincones de la Tierra plagados de Agentes de la Oscuridad.
—¿Por qué me da dolor de cabeza el dentífrico? —pregunté yo. Mi hermano y mi hermana me echaron un vistazo con aire severo, pero el mentor permaneció imperturbable.
—Contiene una serie de ingredientes químicos muy potentes para matar las bacterias —dijo—. En una semana esos dolores de cabeza deberían haber desaparecido.
Cuando terminaban las consultas, Gabriel e Ivy se quedaban siempre a charlar aparte y yo no dejaba de preguntarme qué sería lo que yo no podía escuchar.
El primer y principal desafío era cuidar de nuestros cuerpos. Eran frágiles. Precisaban alimentos y también protección frente a los elementos externos; el mío más que el de mis hermanos porque yo era joven. Aquella era mi primera visita y no había tenido tiempo de desarrollar ninguna resistencia. Gabriel había sido un guerrero desde el albor de los tiempos
E Ivy había recibido una bendición especial y poseía poderes curativos. Yo era mucho más vulnerable. Las primeras veces que me aventuré a dar un paseo, regresé tiritando porque no había caído en la cuenta de que no llevaba ropa adecuada. Gabriel e Ivy no sentían el frío, aunque sus cuerpos también requerían mantenimiento. Al principio nos preguntábamos por qué nos sentíamos desfallecidos a mediodía; sólo luego comprendimos que nuestros cuerpos precisaban comidas regulares. Preparar la comida era aburridísimo y, al final, nuestro hermano Gabriel se ofreció gentilmente a encargarse de ello. Había una buena colección de libros de cocina en la biblioteca y tomó la costumbre de estudiarlos detenidamente por las noches.
Reducíamos nuestros contactos humanos al mínimo. Hacíamos la compra a horas intempestivas en Kingston, un pueblo más grande que quedaba al lado, y no le abríamos la puerta a nadie ni descolgábamos el teléfono si llegaba a sonar. Dábamos largos paseos cuando los humanos estaban encerrados tras las puertas de sus casas. A veces íbamos al pueblo y nos sentábamos en la terraza de un café para observar a los transeúntes, aunque fingíamos estar absortos en nuestra propia charla para no llamar la atención. La única persona a la que nos presentamos fue el padre Mel, el sacerdote de Saint Mark‘s, una pequeña capilla de piedra caliza situada junto al mar.
—Cielos —dijo al vernos—. Así que habéis venido al final.
Nos gustó el padre Mel porque no nos hacía preguntas ni nos pedía nada; simplemente se sumaba a nuestras oraciones. Confiábamos en que, poco a poco, nuestra sutil influencia en el pueblo hiciera que la gente volviera a conectarse con su espiritualidad. No esperábamos que se volvieran fieles practicantes y que acudieran a la iglesia todos los domingos, pero queríamos devolverles la fe y enseñarles a creer en los milagros. Con que se limitaran a entrar en la iglesia, de camino al supermercado, para encender un cirio, ya nos contentaríamos.
Venus Cove era una soñolienta población costera: el tipo de lugar donde todo sigue siempre igual. Nosotros disfrutábamos su tranquilidad y nos aficionamos a pasear por la orilla, normalmente a la hora de la cena, cuando la playa estaba casi desierta. Una noche fuimos hasta el embarcadero para contemplar los barcos amarrados allí, pintados con colores tan llamativos que parecían sacados de una postal. Hasta que llegamos al final del embarcadero no vimos al chico solitario que había allí sentado. No podía tener más de diecisiete años, aunque ya era posible distinguir en él al hombre en el que habría de convertirse con el tiempo. Llevaba unos pantalones cortos de camuflaje y una camiseta blanca holgada y sin mangas. Sus piernas musculosas colgaban del borde del embarcadero; estaba pescando y tenía al lado una bolsa de arpillera lleno de cebos y sedales. Nos detuvimos en seco al verlo, y habríamos dado media vuelta en el acto si él no hubiera advertido nuestra presencia.
—Hola —dijo con una franca sonrisa—. Una noche agradable para caminar.
Mis hermanos se limitaron a asentir sin moverse del sitio. A mí me pareció que era muy poco educado no responder y di unos pasos hacia él.
—Sí, es cierto —dije.
Supongo que aquél fue el primer indicio de mi debilidad: me dejé llevar por mi curiosidad humana. Se presumía que debíamos relacionarnos con los humanos, pero sin entablar amistad con ellos ni dejar que entraran en nuestras vidas. Y yo ya estaba en aquel momento saltándome las normas de la misión. Sabía que debía quedarme callada y alejarme sin más, pero lo que hice, por el contrario, fue señalar con un gesto los sedales.
—¿Has tenido suerte?
—Bueno, lo hago para divertirme —dijo, ladeando el cubo para mostrarme que estaba vacío—. Si pesco algo, lo vuelvo a tirar al agua.
Di otro paso hacia delante para verlo más de cerca. Su pelo, castaño claro, tenía un brillo lustroso a la media luz y le oscilaba con gracia sobre la frente. Sus ojos, claros y almendrados, eran de un llamativo azul turquesa. Pero lo que resultaba del todo fascinante era su sonrisa. O sea que era así como había que sonreír, me dije: sin
esfuerzo, de modo espontáneo y decididamente humano. Mientras seguía observándolo, me sentí atraída hacia él por una fuerza casi magnética. Sin hacer caso de la mirada admonitoria de Ivy, di un paso más.
—¿Quieres probar? —me dijo, percibiendo mi curiosidad, y me tendió la caña.
Estaba devanándome los sesos para encontrar una respuesta adecuada cuando Gabriel respondió por mí:
—Vamos, _____. Hemos de volver a casa.
Sólo entonces advertí el modo formal que tenía Gabriel de hablar, comparado con el del chico. Las palabras de Gabriel parecían ensayadas, como si estuviera representando la escena de una obra de teatro. Eso era probablemente lo que él sentía. Sonaba igual que los personajes de esas viejas películas de Hollywood que había visto en la investigación previa.
—Quizás otro día —dijo el chico, captando el tono de Gabriel. Yo me fijé en las arruguitas que se le formaban en el rabillo de los ojos al sonreír. Algo en su expresión me hizo pensar que se estaba riendo de nosotros. Me alejé a regañadientes.
—Eso ha sido muy grosero —le dije a mi hermano cuando el chico ya no podía oírnos. Me sorprendí a mí misma al decirlo. ¿Desde cuándo nos preocupaba a los ángeles dar una impresión de frialdad? ¿Desde cuándo había confundido yo los modales distantes de Gabriel con la pura y simple grosería? Él estaba hecho así: no se sentía a sus anchas con los humanos, no entendía su modo de ser. Y no obstante, yo le estaba reprochando precisamente su falta de rasgos humanos.
—Hemos de andarnos con cuidado, _____ —me explicó
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~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 02 Mar 2014, 7:15 pm

Capitulo 2 : Carne


Cuando me desperté por la mañana, el sol entraba a raudales por las ventanas y se derramaba sobre el suelo de pino de mi habitación. Las motas de polvo bailaban frenéticamente
en las franjas de luz. Me llegaba el olor a salitre; reconocía los chillidos de las gaviotas y el rumor de las olas rompiendo contra las rocas.


Contemplaba los objetos de la habitación, que había acabado haciendo míos y ya me resultaban familiares. Quien se hubiera encargado de decorarla lo había hecho con una idea bastante definida de su futura ocupante. Había cierto encanto adolescente en los muebles blancos, en la cama de hierro con dosel y en el papel de la pared, con su estampado de capullos de rosa. El tocador, también blanco, tenía dibujos florales en los cajones. Había una mecedora de mimbre en un rincón y, junto a la cama, pegado a la pared, un delicado escritorio de patas torneadas.


Me estiré y sentí el tacto de las sábanas arrugadas contra mi piel; su textura era todavía una novedad para mí. En el lugar de donde veníamos no había objetos ni texturas. No necesitábamos nada físico para vivir y, por lo tanto, no había nada.


El Cielo no era fácil de describir. Algunos humanos podían tener a veces un atisbo, surgido de los rincones más recónditos de su inconsciente, pero era muy difícil definirlo. Había que imaginarse una extensión blanca, una ciudad invisible sin nada material que pudiera
captarse con los ojos, pero que aun así constituyera la visión más hermosa que se pudiera concebir.


Un cielo como de oro líquido y cuarzo rosa, con una sensación permanente de ingravidez y ligereza: aparentemente vacío, pero más majestuoso que el palacio más espléndido de la tierra. No se me ocurría nada mejor para intentar describir algo tan inefable como mi anterior hogar. El lenguaje humano, la verdad, no me tenía muy impresionada; me parecía absurdamente limitado. Había demasiadas cosas que no podían decirse con palabras. Y ése era uno de los aspectos más tristes de la vida de la gente: que sus ideas y sentimientos más importantes no llegaban a expresarse ni a entenderse casi. Una de las palabras más frustrantes del lenguaje humano, al menos por lo que yo sabía, era «amor». Tantos significados distintos vinculados a esa palabra diminuta


La gente la manejaba alegremente tanto para referirse a sus posesiones y a sus mascotas como a sus lugares de vacaciones o su comida favorita. Y acto seguido aplicaban la misma palabra a la persona que consideraban más importante de sus vidas. ¿No resultaba insultante? ¿No debería existir otro término para definir una emoción más profunda? Los humanos estaban obsesionados con el amor: desesperados por establecer un vínculo con una persona a la que pudieran referirse como su «media naranja». Por la literatura que yo había leído, daba la impresión de que estar enamorado significaba convertirse prácticamente en el mundo entero para la persona amada.


El resto del universo palidecía y se volvía insignificante en comparación. Cuando los amantes se hallaban separados, caían en un estado de honda melancolía y, al volver a reunirse, sus corazones empezaban a palpitar de nuevo. Sólo cuando estaban juntos podían apreciar de verdad los colores del mundo.


De lo contrario, todo se desteñía y se volvía borroso y gris. Permanecí en la cama preguntándome por la intensidad de aquella emoción tan irracional y tan indiscutiblemente humana. ¿Y si el rostro de una persona se volvía tan sagrado para ti que quedaba grabado de modo


indeleble en tu memoria? ¿Y si su olor y su tacto te llegaban a resultar más preciosos que tu propia vida? Desde luego, yo no sabía nada del amor humano, pero la idea misma me había resultado siempre intrigante. Los seres celestiales fingían entender la intensidad de las relaciones humanas; pero a mí me parecía asombroso que los humanos permitieran que otra persona se adueñara de sus mentes y de sus corazones. No dejaba de resultar irónico que el amor pudiera avivar en ellos la percepción de las maravillas del universo, cuando al mismo tiempo restringía toda su atención a la persona amada.


Los ruidos de mis hermanos trajinando abajo, en la cocina, interrumpieron mi ensueño y me arrancaron de la cama.


¿Qué sentido tenían mis divagaciones, a fin de cuentas, cuando el amor humano les estaba vedado a los ángeles?


Me envolví en un suéter de cachemir para abrigarme y bajé descalza las escaleras. En la cocina me recibió un aroma tentador a tostadas y café.


Me complacía descubrir que me estaba adaptando a la vida humana: sólo unas semanas atrás esos olores me habrían dado dolor de cabeza e incluso náuseas. Pero ahora había empezado a disfrutar la experiencia.


Flexioné los dedos de los pies, recreándome en el suave tacto del suelo de madera. Ni siquiera me importó demasiado tropezarme — medio dormida como estaba— con la esquina de la nevera y darme un golpe en el dedo gordo. La punzada de dolor sólo sirvió para recordarme que era real y que podía sentir.


—Buenas tardes, ______ —dijo mi hermano en plan de guasa, tendiéndome una taza de té humeante. La sostuve una fracción de segundo más de la cuenta antes de dejarla y me quemé los dedos. Gabriel notó cómo me estremecía y frunció el ceño. Eso me recordó que, a diferencia de mis dos hermanos, yo no era inmune al dolor.


Mi forma física era tan endeble como cualquier otro cuerpo humano, aunque yo era capaz de curarme las heridas menores, como cortes y fracturas. Ésa había sido una de las cosas que habían preocupado a Gabriel en primer lugar cuando fui escogida. Sabía que él me consideraba vulnerable y que pensaba que toda la misión podía resultar demasiado peligrosa para mí.


Yo había sido elegido porque estaba más en sintonía con la condición humana que otros ángeles, velaba por los seres humanos, simpatizaba con ellos, y trataba de entenderlos.


Tal vez era porque yo era joven, había sido creada hace tan sólo diecisiete años mortales, lo que equivale a la infancia en años celestiales. Gabriel e Ivy han existido desde hace siglos, han librado batallas y han sido testigo de las atrocidades humanas más allá de mi imaginación. Han tenido mucho el tiempo para adquirir fuerza y poder para protegerse en la tierra. Ambos han visitado la Tierra en una serie de misiones para las que habían tenido tiempo de adaptarse a ello y eran conscientes de sus peligros y trampas. Pero yo era un ángel de lo más pura, de la forma más vulnerable. Era ingenua y confiada, joven y frágil. Y podía sentir el dolor, porque años de sabiduría y experiencia no me protegían de ello. Era por esta razón por la que deseaba que Gabriel ojalá no hubiera sido elegido, y era por esta razón que yo tenía que serlo.


Pero la decisión final no había sido él, sino que correspondía a otra persona, incluso alguien tan supremo como Gabriel no se atrevió a discutir. Tuvo que resignarse al hecho de que debe haber alguna razón divina detrás de mi selección, que incluso iba más allá de su comprensión.


Bebí provisionalmente mi té y sonreí a mi hermano. Su expresión se despejó, y él recogió una caja de cereales y escrutaba su etiqueta.


―¿Qué quieres, una tostada o algo que se llama Copos de Trigo con Miel?


―No, los copos ―dije, arrugando mi nariz en el cereal.


Ivy se sentó a la mesa y untó con mantequilla un pedazo de tostada ociosamente.


Mi hermana aún estaba tratando de desarrollar su gusto por la comida, y yo miraba su tostada cortada en cuadritos, mezcló los pedazos alrededor de su plato y los volvió a poner juntos como un rompecabezas. Fui a sentarme junto a ella, aspirando el aroma embriagador de fresias que siempre parecía invadir el aire a su alrededor.


―Estás un poco pálida ―observó con su calma habitual, alzando un mechón de pelo rubio platino que había caído sobre sus ojos grises de lluvia. Ivy había autoproclamado convirtiéndose en la mama-gallina de nuestra pequeña familia.


―No es nada, ―contesté casualmente y vacilé ant es de añadir, ―sólo un mal sueño. Los vi a ambos tensarse ligeramente e intercambiarse las miradas.


―Yo no llamaría a eso nada ― , Ivy dijo.


―Ya sabes que nosotros no estamos destinados a soñar.


Gabriel regresó de su posición en la ventana para estudiar mi rostro más de cerca. Levantó la barbilla con la punta de su dedo. Me di cuenta de su ceño había regresado, sombreando la grave belleza de su cara.


De inmediato vi que los dos se ponían en guardia y cruzaban una mirada inquieta.


—Vete con cuidado, ______ —me dijo con aquel tono de hermano mayor al que ya me había acostumbrado—. Procura no apegarte demasiado a las experiencias físicas. Por excitantes que parezcan, recuerda que nosotros sólo estamos de visita. Todo esto es transitorio y tarde o temprano habremos de regresar… —Al ver mi expresión desolada se detuvo en seco. Luego prosiguió con un tono más ligero—: Bueno, todavía queda un montón de tiempo antes de que eso suceda, así que podemos hablar de ello más adelante.


Era raro visitar la Tierra con Ivy y Gabriel. Los dos llamaban mucho la atención allí donde iban. Por su aspecto físico, Gabriel parecía una estatua clásica que hubiera cobrado vida. Tenía un cuerpo perfectamente proporcionado, y daba la impresión de que cada uno de sus músculos hubiera sido esculpido en un mármol purísimo. Su pelo, largo hasta los hombros, era de color arena y lo llevaba recogido con frecuencia en una cola de caballo. Tenía la frente enérgica y la nariz completamente recta. Hoy llevaba unos tejanos azules desteñidos, rajados en las rodillas, y una camisa de lino arrugada, prendas que le conferían un desaliñado atractivo. Gabriel


era un arcángel y miembro de los Sagrados Siete. Aunque los arcángeles sólo ocupaban el segundo lugar en la divina jerarquía, eran muy selectos y tenían más relación que nadie con los seres humanos. De hecho, habían sido creados para servir de puente entre el Señor y los mortales. Pero Gabriel, en el fondo, era sobre todo un guerrero —su nombre celestial significa «Héroe de Dios»— y había sido él quien había visto arder Sodoma y Gomorra.






Ivy, por su parte, era una de las más sabias y antiguas de nuestra estirpe, aunque no aparentase más de veinte años. Era un serafín, la orden angélica más cercana al Señor. En el Reino, los serafines tenían seis alas que venían a indicar los seis días de la creación. Ivy llevaba tatuada en la muñeca una serpiente dorada, signo de su alto rango. Decían que los serafines intervenían en la batalla para arrojar fuego sobre la Tierra, pero la verdad es que era una de las criaturas más gentiles que he conocido. En su envoltura física, Ivy se parecía a una Madonna del Renacimiento con aquel cuello de cisne y aquella cara ovalada y pálida. Igual que Gabriel, tenía unos ojos grises y penetrantes. Esa mañana llevaba un vestido blanco y vaporoso y unas sandalias doradas.


En cuanto a mí, yo no tenía nada de especial; era sólo un ángel vulgar y corriente, uno del montón, situado en el escalón más bajo de la jerarquía. A mí no me importaba. Eso implicaba que podía relacionarme con los espíritus humanos que ingresaban en el Reino. Físicamente tenía, como toda mi familia, un aspecto etéreo, salvo por mis ojos, de un castaño intenso, y por la melena marrón chocolate que me caía en suaves ondas por la espalda. Yo había creído que, una vez que te habían asignado un destino terrenal, podías escoger tu propia apariencia física, pero la cosa no iba así. Había sido creada más bien menuda y con rasgos delicados, no demasiado alta, con la cara en forma de corazón, orejas de duendecillo y una piel pálida como la leche. Cada vez que me veía reflejada en un espejo, percibía un entusiasmo que no encontraba en los rostros de mis hermanos. Aunque lo intentara, no lograba adoptar la pose distante de Gabe e Ivy. Ellos raramente perdían la compostura o la seriedad, por dramático que fuese lo que sucediera a su alrededor. A mí, en cambio, aunque me esforzara en darme aires de suficiencia, siempre se me veía una expresión de curiosidad insaciable.
Ivy se levantó y se acercó al fregadero con su plato. Más que caminar, parecía bailar cuando se movía. Tanto ella como Gabriel poseían una gracia natural que yo era incapaz de imitar.


Más de una vez me habían acusado de ser una torpe y de andar dando tumbos por la casa.


Después de tirar la tostada que se había limitado a mordisquear, se repantigó en el asiento de la ventana con el periódico desplegado.


—¿Qué noticias hay? —pregunté.


Por respuesta me mostró la primera página. Ojeé los titulares — bombardeos, desastres naturales, crisis económica— y me di por vencida en el acto.


—No es de extrañar que la gente no se sienta segura aquí —dijo Ivy con un suspiro—. Es imposible, si no se fían unos de otros.


—Siendo así, ¿qué podemos hacer por ellos? —pregunté, vacilante.


—Será mejor no hacerse demasiadas ilusiones por ahora —contestó Gabriel—. Los cambios llevan su tiempo, según dicen.


—Además, no nos corresponde a nosotros salvar al mundo —añadió Ivy—. Nosotros hemos de concentrarnos en nuestra pequeña parcela.


—¿Te refieres a este pueblo?


—Claro —asintió—. Este pueblo estaba entre los objetivos de las Fuerzas Oscuras. Es extraño, ¿no?, quiero decir, los sitios que eligen.


—Me imagino que empiezan por abajo para ir cada vez a más — comentó Gabriel con una mueca de repugnancia—. Si pueden conquistar un pueblo, podrán conquistar una ciudad, luego un estado y finalmente un país entero.


—¿Cómo podemos saber los daños que ya han provocado? — pregunté.


—Eso se aclarará a su debido tiempo —dijo Gabriel.


Pero con la ayuda del Cielo, nosotros pondremos fin a su obra de destrucción. No fallaremos en nuestra misión y, cuando nos vayamos, este sitio volverá a estar en manos del Señor.


—Entre tanto, intentemos adaptarnos y mezclarnos con la gente — dijo Ivy, quizás haciendo un esfuerzo para aligerar el tono de la conversación. Poco me faltó para soltar una carcajada. Me dieron ganas de decirle que se mirase al espejo. Ivy podría tener siglos a sus espaldas, pero a veces parecía muy ingenua. Incluso yo sabía que «mezclarse» iba a resultar muy difícil.






Saltaba a la vista que éramos diferentes, y no como pueda serlo un estudiante de Bellas Artes que lleve el pelo teñido y medias estrafalarias. No, nosotros éramos diferentes de verdad: diferentes como de otro mundo. Cosa nada sorprendente teniendo en cuenta quiénes éramos… o mejor, qué éramos. Había muchas cosas que nos volvían llamativos. De entrada, los humanos tenían defectos y nosotros no. Si nos veías entre una multitud, lo primero que te llamaba la atención era nuestra piel, tan translúcida que habrías llegado a creer que contenía partículas de luz, lo cual se hacía aún más evidente al oscurecer, cuando toda la piel que quedaba a la vista emitía un resplandor, como si tuviera una fuente interior de energía. Nosotros, además, no dejábamos huellas, ni siquiera cuando caminábamos por una superficie muy blanda como la hierba o la arena. Y nunca nos pillarías con una camiseta demasiado escotada por detrás: siempre las usábamos cerradas para disimular un pequeño problema cosmético.


A medida que nos introducíamos en la vida del pueblo, la gente no dejaba de preguntarse qué hacíamos en un rincón tan apartado como Venus Cove. Unas veces nos tomaban por turistas que habían decidido prolongar su estancia; otras, nos confundían con personajes famosos y nos preguntaban por programas de televisión de los que ni siquiera habíamos oído hablar. Nadie adivinaba que estábamos trabajando; que habíamos sido reclutados para socorrer a un mundo que se encontraba al borde de la destrucción. Sólo hacía falta abrir un periódico o poner la televisión para entender por qué habíamos sido enviados: asesinatos, secuestros, ataques terroristas, guerras, atracos a los ancianos… La lista era espantosa e interminable. Había tantas almas en peligro que los Agentes de la Oscuridad habían aprovechado la ocasión para agruparse.


Gabriel, Ivy y yo estábamos allí para contrarrestar su influencia. Habían enviado a otros Agentes de la Luz a distintos lugares de todo el planeta y, al final, nos reunirían a todos para evaluar lo que
habíamos descubierto. Yo sabía que la situación era alarmante, pero estaba convencida de que no fallaríamos. De hecho, creía que nos resultaría fácil: nuestra sola presencia constituiría una solución divina. Eso pensaba. Estaba a punto de descubrir que me equivocaba de medio a medio. Era una suerte que nos hubieran destinado a Venus Cove, un lugar impresionante y lleno de llamativos contrastes. Había zonas de la costa muy escarpadas que el viento azotaba sin cesar. Desde nuestra casa veíamos los imponentes acantilados que se asomaban al océano oscuro y revuelto, y oíamos aullar al viento entre los árboles. Pero si te desplazabas un poco tierra adentro había pasajes bucólicos, y colinas onduladas llenas de vacas pastando, y molinos preciosos.


La mayoría de las casas de Venus Cove eran modestas viviendas de madera, pero más cerca de la costa había una serie de calles arboladas con edificios más grandes y espectaculares. Nuestra propia casa, «Byron», era una de ellas. A Gabriel no le entusiasmaba demasiado, que digamos: el clérigo que había en él la encontraba excesiva. Sin duda se habría sentido más cómodo en una vivienda menos lujosa. A Ivy y a mí, en cambio, nos encantaba. Y si los poderes superiores no creían que nos fuese a hacer ningún daño disfrutar nuestra estancia en la Tierra, ¿quiénes éramos nosotros para pensar lo contrario? Yo me temía que aquella casa no iba a ayudarnos a conseguir nuestro objetivo de mezclarnos con la gente, pero mantuve la boca cerrada. No quería quejarme ni poner objeciones porque ya me sentía de por sí como una carga para la buena marcha de la misión.


Venus Cove tenía una población de unos tres mil habitantes, aunque la cifra se doblaba durante el verano, cuando todo el pueblo se transformaba en un abarrotado centro de vacaciones. La gente, en cualquier época del año, era abierta y simpática. Me gustaba la atmósfera que reinaba allí. No había tipos trajeados trotando hacia sus oficinas de altos vuelos. Allí nadie tenía prisa. A la gente le daba igual cenar en el restaurante más selecto del pueblo o en un bar de la playa. Eran demasiado tranquilos para preocuparse por esas cosas.


—¿Tú estás de acuerdo, ______? —El sonoro timbre de voz de Gabriel me devolvió a la realidad. Traté de retomar el hilo de la conversación, pero me había quedado en blanco.


—Perdona —dije—. Estaba a miles de kilómetros. ¿Qué decías?
—Sólo estaba fijando algunas normas básicas. Todo va a ser distinto a partir de ahora.


Se le veía otra vez ceñudo y algo irritado por mi falta de atención. Esa misma mañana empezábamos los dos en el colegio Bryce Hamilton: yo como alumna y Gabriel como el nuevo profesor de música. Un colegio podía resultar un lugar útil para empezar a contrarrestar a los emisarios de la oscuridad, ya que estaba lleno de gente joven cuyos valores se encontraban en plena evolución. Como Ivy era un ser demasiado sobrenatural para ingresar entre una manada de alumnos de secundaria, se había decidido que ella actuaría como consejera nuestra y que se ocuparía de nuestra seguridad, o mejor dicho, de la mía, porque Gabriel sabía cuidarse de sí mismo


—Lo importante es que no perdamos de vista para qué estamos aquí —dijo Ivy—. Nuestra misión es bien clara: realizar buenas obras y actos de caridad, tener gestos bondadosos y predicar con el ejemplo. No nos convienen los milagros por ahora, al menos mientras no podamos prever cómo serán acogidos. Al mismo tiempo, nos interesa observar y descubrir todo lo que podamos sobre la gente. La cultura humana es muy compleja, no hay nada parecido en todo el universo.


Me daba la sensación de que aquellas normas iban dirigidas sobre todo a mí. Gabriel nunca tenía problemas para arreglárselas en cualquier situación.


—Esto va a ser divertido —dije, quizá con más entusiasmo de la cuenta.


—No se trata de divertirse —me soltó Gabriel—. ¿Es que no has oído lo que acabamos de decir?


—Lo que pretendemos básicamente es alejar las influencias maléficas y restablecer la confianza entre las personas —dijo Ivy en tono conciliador—. No te preocupes por ella, Gabe. Lo va a hacer muy bien.


—Resumiendo, estamos aquí para impartir nuestra bendición entre la comunidad —prosiguió mi hermano—. Pero no debemos llamar demasiado la atención. Nuestra prioridad es que no sea detectada nuestra presencia. Procura, por favor, ______, no decir nada que pueda… inquietar a los alumnos. Ahora me tocaba a mí ofenderme.


—¿Como qué? —dije—. Vamos, cualquiera diría que doy miedo.


—Ya sabes a qué se refiere —intervino Ivy—. Lo único que sugiere es que pienses bien lo que dices antes de hablar. Nada de comentarios personales sobre nuestro hogar, nada de «Dios piensa» o «Dios me ha dicho»… Podrían pensar que andas tramando algo.


—Vale —dije, malhumorada—. Espero que al menos se me permita revolotear por los pasillos a la hora del almuerzo.


Gabriel me lanzó una mirada severa. Yo tenía la esperanza de que captara el chiste, pero su expresión se mantuvo inalterable. Suspiré. Lo quería mucho, pero no podía negarse que no tenía ningún sentido del humor.


—No te preocupes. Me portaré bien, te lo prometo. —El autocontrol es de máxima importancia —dijo Ivy.


Volví a suspirar. Sabía muy bien que yo era la única que debía aprender a controlarse. Ivy y Gabriel tenían experiencia de sobra y para ellos se había convertido casi en su segunda naturaleza. Se sabían las normas al derecho y al revés. Además, ambos tenían una personalidad más estable que la mía. Podrían haberse llamado perfectamente el Rey y la Reina de Hielo. Nada los perturbaba, nada los inquietaba. Y lo más importante: nada parecía disgustarlos. Eran como dos actores bien entrenados y el texto les salía en apariencia sin ningún esfuerzo. Para mí era distinto; yo había tenido que esforzarme desde el primer momento. Volverme humana me había resultado profundamente desconcertante por algún motivo. No estaba preparada para aquella intensidad; era como pasar de un vacío dichoso a una montaña rusa de sensaciones acumuladas todas de golpe. A veces se me entrecruzaban unas con otras y el resultado era una confusión total. Sabía que debía distanciarme de todos los elementos emocionales, pero aún no había descubierto cómo hacerlo. Me maravillaba la facilidad de los humanos normales y corrientes para convivir con aquel torbellino de emociones que bullían sin parar bajo la superficie: era agotador. Yo procuraba ocultarle esas dificultades a Gabriel; no quería confirmar sus temores ni que tuviera peor concepto de mí a causa de mis apuros. Si mis hermanos sentían en algún momento algo parecido, lo disimulaban muy bien.


Ivy fue a preparar mi uniforme y a buscar una camisa y unos pantalones limpios para Gabe. Como miembro del personal docente, él tenía que ir con camisa y corbata, y la verdad es que la idea no le hacía mucha gracia. Normalmente llevaba tejanos y suéteres holgados. Cualquier prenda demasiado ajustada nos resultaba agobiante. En general, la ropa nos producía la extraña impresión de estar atrapados, así que compadecí a Gabriel cuando lo vi bajar retorciéndose de pura incomodidad bajo aquella impecable camisa blanca que aprisionaba su torso y dando tirones a la corbata hasta que logró aflojar el nudo.


La ropa no era la única diferencia; también habíamos tenido que aprender a practicar los rituales de higiene y cuidado personal, como ducharnos, cepillarnos los dientes y peinarnos.


En el Reino, donde la existencia no requería tareas de mantenimiento, no teníamos que pensar en nada parecido. Vivir como ente físico te obligaba a recordar muchas más cosas.


—¿Estás segura de que hay una indumentaria establecida para los profesores? —preguntó Gabriel.


—Me temo que sí —contestó Ivy—, pero aun suponiendo que me equivoque, ¿de veras quieres correr el riesgo el primer día?


—¿Qué tenía de malo lo que llevaba puesto? —gruñó él, enrollándose las mangas para tener los brazos libres—. Al menos era más cómodo.


Ivy chasqueó la lengua y se volvió para comprobar que me había puesto correctamente el uniforme. Tenía que reconocer que era bastante elegante para lo que solían ser los uniformes. El vestido era de un azul pálido muy favorecedor, con la parte delantera plisada y cuello blanco estilo Peter Pan. Había que llevar también calcetines de algodón hasta las rodillas, zapatos marrones con hebilla y una chaqueta azul marino con el escudo del colegio bordado en el bolsillo delantero con hilo dorado. Ivy me había comprado unas cintas blancas y azul pálido que ahora entretejió hábilmente con mis trenzas.


—Ya está —dijo, con una sonrisa satisfecha—. De embajadora celestial a colegiala del pueblo.


Habría preferido que no utilizara la palabra «embajadora»: me ponía nerviosa. Tenía mucho peso, suscitaba demasiadas expectativas, pero no la clase de expectativas corrientes que los humanos solían albergar, en el sentido de que sus hijos ordenaran su habitación, cuidaran de sus hermanos e hicieran los deberes. Aquéllas debían cumplirse. De lo contrario… bueno, no sabía lo que pasaría en ese caso. Ahora sentía que las piernas me flaqueaban y que se me iban a doblar en cualquier momento.


—No estoy segura, Gabe —dije, aun siendo consciente de lo voluble que sonaba—. ¿Y si no estoy preparada?


—La decisión no está en nuestras manos —respondió Gabriel sin perder la compostura—. Nosotros tenemos un único propósito: cumplir nuestros deberes con el Creador.


—Y yo quiero hacerlo, pero es que… es una escuela de secundaria. Una cosa es observar la vida a distancia; pero nosotros vamos a zambullirnos en el meollo mismo.


—Ésa es la cuestión —dijo Gabriel—. No se puede esperar que ejerzamos ninguna influencia a distancia.


—¿Y si algo sale mal?


—Yo me encargaré de arreglarlo.


—La Tierra parece un lugar peligroso para los ángeles.


—Por eso estoy aquí.


Los peligros que imaginaba no eran meramente físicos. Para esa clase de problemas teníamos recursos y sabíamos cómo manejarlos. Lo que a mí me inquietaba era la seducción de las cosas humanas. Dudaba de mí misma e intuía que eso podía hacerme perder de vista mis propósitos más elevados. Al fin y al cabo, había sucedido otras veces con consecuencias nefastas… Todos habíamos oído espantosas leyendas sobre ángeles caídos que habían sido seducidos por los placeres humanos, y sabíamos muy bien cómo habían acabado. Ivy y Gabriel observaban el mundo que los rodeaba con una mirada experta y consciente de los escollos, pero para una novata como yo el peligro era enorme.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Mar 04 Mar 2014, 12:06 pm

Capitulo 3: Venus Cove

La escuela Bryce Hamilton estaba en las afueras del pueblo, encaramada en lo alto de una cuesta. Desde cualquier punto del edificio disfrutabas de una espléndida vista, ya fuese de
viñedos y verdes colinas, con alguna que otra vaca pastando, y de los abruptos acantilados de la Costa de los Naufragios, así llamada por el gran número de buques hundidos en sus aguas traicioneras a lo largo del siglo XIX. La escuela, una mansión de piedra caliza con ventanas en arco, magníficos prados y un campanario, era uno de los edificios más originales del pueblo. Había servido una vez como convento antes de que se convirtiera en colegio en los años sesenta.
Una escalinata de piedra conducía a la doble puerta de la entrada principal, que se hallaba bajo la sombra de un gran arco cubierto por una enredadera. Adosada al colegio había una pequeña capilla de piedra donde se celebraban en ocasiones servicios religiosos; aunque, según nos dijeron, se había convertido para los alumnos en un lugar donde refugiarse cuando sentían necesidad de ello. Había un alto muro de piedra rodeando los jardines y unas verjas de hierro rematadas con puntas de lanza por las que se accedía con el coche al sendero de grava.
A pesar de su aire arcaico, Bryce Hamilton tenía fama de ser un colegio adaptado a los nuevos tiempos. Era conocido por su atención a los problemas sociales y frecuentado por familias progresistas que no deseaban someter a sus hijos a ningún tipo de despotismo. Para la mayoría de los alumnos, el colegio formaba parte de una larga tradición familiar, pues sus padres e incluso sus abuelos habían asistido a sus clases.
Ivy, Gabriel y yo nos quedamos frente a la verja observando cómo llegaba poco a poco la gente. Me concentré para tratar de apaciguar a las mariposas que me bailaban en el estómago. Era una sensación incómoda y, a la vez, extrañamente emocionante. Aún me estaba acostumbrando a los efectos que las emociones tenían en el cuerpo humano. Curiosamente, el hecho de ser un ángel no me ayudaba ni poco ni mucho a superar los nervios del primer día cuando empezaba cualquier cosa. Aunque no fuera humana, sabía que las primeras impresiones podían ser decisivas a la hora de ser aceptada o quedar marginada. Había oído más de una vez las oraciones de las adolescentes y la mayoría se centraban en dos únicos deseos: ser admitidas en el grupo más «popular» y encontrar un novio que jugase en el equipo de rugby. Por mi parte, me conformaba con hacer alguna amistad.
Los alumnos iban llegando en grupitos de tres o cuatro: las chicas vestidas igual que yo; los chicos con pantalones grises, camisa blanca y corbata a rayas verdes y azules. A pesar del uniforme, de todos modos, no era difícil distinguir a los grupos característicos que ya había observado en el Reino. En la pandilla de los aficionados a la música se veían chicos con el pelo hasta los hombros y greñas que casi les tapaban los ojos. Llevaban a cuestas estuches de instrumentos y lucían acordes musicales garabateados en los brazos. Caminaban arrastrando los pies y se dejaban la camisa por fuera de los pantalones. Había una pequeña minoría de góticos que se distinguían por el maquillaje exagerado alrededor de los ojos y por sus peinados en punta. Me pregunté cómo se las arreglarían para salirse con la suya, porque seguro que todo aquello contravenía las normas de la escuela. Los que se consideraban «artísticos» habían completado el uniforme con boinas, gorras y bufandas de colores. Algunas de las chicas se movían en manada, como un grupito de rubias platino que cruzaron la calle tomadas del brazo. Los tipos más estudiosos eran fáciles de identificar: iban con el uniforme impecable, sin aditamentos de ninguna clase, y llevaban a la espalda la mochila oficial del colegio. Caminaban como misioneros llenos de fervor, deprisa y con la cabeza gacha, como si estuvieran ansiosos por llegar al recinto sagrado de la biblioteca. Un grupo de chicos, todos con la camisa por fuera, la corbata floja y zapatillas de deporte, se entretenían bajo la sombra de unas palmeras, echando tragos a sus latas de refrescos y a sus cartones de leche con chocolate.
No parecían tener ninguna prisa por cruzar la verja; se daban puñetazos, se abalanzaban unos sobre otros e incluso rodaban por el suelo entre risotadas y gemidos. Vi cómo uno de ellos le tiraba a su amigo una lata vacía a la cabeza. Le rebotó en la frente y cayó tintineando por la acera. El chico pareció aturdido por un momento y enseguida estalló en carcajadas. Seguimos observando, cada vez más consternados y sin decidirnos a entrar. Un chico pasó tranquilamente por nuestro lado y se volvió a mirarnos con curiosidad. Llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás y los pantalones del uniforme se le escurrían por las caderas de tal manera que se veía perfectamente la marca de su ropa interior de diseño.
—He de reconocer que me cuesta aceptar estas modas modernas — dijo Gabriel, frunciendo los labios. Ivy se echó a reír.
—Estamos en el siglo XXI. Procura no parecer tan crítico.
—¿No es eso lo que hacen los profesores?
—Supongo. Pero entonces no esperes ser demasiado popular.
Ivy se volvió hacia la entrada y se irguió un poco más, aunque ya tenía una postura impecable. Le dio a Gabriel un apretón en el hombro y me entregó una carpeta de papel manila que contenía mis horarios, un plano del colegio y otros documentos que había reunido unos días antes.
—¿Lista? —me dijo.
—Más que nunca —respondí, tratando de dominar mis nervios. Me sentía como si estuviera a punto de lanzarme a la batalla—. Vamos allá.
Ivy se quedó junto a la verja, agitando la mano, como una madre que despide a sus hijos el primer día de colegio.
—Todo irá bien, ____ —me aseguró Gabriel—. Recuerda de dónde venimos.
Ya habíamos previsto que nuestra llegada produciría cierta impresión, pero no esperábamos que la gente se detuviera con todo descaro a
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mirarnos boquiabierta, ni que se hicieran a un lado para abrirnos paso como si recibieran una visita de la realeza. Evité cruzar la mirada con nadie y seguí a Gabriel a la oficina de administración.
En el interior, la alfombra era de color verde oscuro y había una hilera de sillas tapizadas. A través de un panel de cristal se veía una oficina con un ventilador de pie y estanterías prácticamente hasta el techo. Una mujer rechoncha con una chaqueta rosa y un elevado sentido de su propia importancia se nos acercó con aire ajetreado. Justo en ese momento sonó el teléfono del escritorio de al lado y ella le lanzó una mirada altanera a la subalterna, como indicándole que el teléfono era cosa suya. Su expresión, de todos modos, se suavizó un poco cuando nos vio más de cerca.
—¿Qué tal? —dijo jovialmente, repasándonos de arriba abajo—. Soy la señora Jordan, la secretaria. Tú debes de ser ____ y usted… — bajó un poquito la voz mientras contemplaba admirada el rostro inmaculado de Gabriel—. Usted debe de ser el señor Church, nuestro nuevo profesor de música.
Salió de detrás del panel y se metió bajo el brazo la carpeta que llevaba para estrecharnos la mano con entusiasmo.
—¡Bienvenidos a Bryce Hamilton! Le he asignado a ____ una taquilla en la tercera planta; podemos subir ahora. Luego, señor Church, yo misma lo acompañaré a la sala de profesores. Las reuniones se celebran los martes y los jueves. Espero que disfruten de su estancia entre nosotros. Ya verán que es un lugar muy animado. Puedo afirmar con toda sinceridad que en mis veinte años aquí no me he aburrido ni un solo día.
Gabriel y yo nos miramos, preguntándonos si no sería aquello una forma sutil de advertirnos sobre lo que podía esperarse de la escuela. Nos arrastró fuera de la oficina con sus movimientos apresurados y pasamos junto a las pistas de baloncesto, donde un grupo de chicos sudorosos botaban un balón con furia sobre el asfalto y lanzaban canastas.
—Hay un gran partido esta tarde —nos explicó la señora Jordan con un guiño, como si fuera un secreto. Luego alzó la vista con los ojos entornados hacia las nubes que se estaban acumulando y frunció el ceño—. Espero que el tiempo aguante. Nuestros chicos se llevarían una decepción si hubiera que aplazarlo.
Mientras ella seguía charlando, vi que Gabriel miraba el cielo. Luego extendió disimuladamente la mano con la palma hacia arriba y cerró los ojos. Los anillos de plata que llevaba en los dedos destellaron. De inmediato, como respondiendo a su orden silenciosa, los rayos del sol se abrieron paso entre las nubes, cubriendo las pistas de una pátina dorada.
—¡Habrase visto! —exclamó la señora Jordan—. Un cambio de tiempo… ¡ustedes dos nos han traído suerte!
Los pasillos del ala principal estaban enmoquetados de color borgoña y las puertas —de roble macizo con paneles de cristal— mostraban aulas de aspecto anticuado. Los techos eran altos y todavía quedaban algunas lámparas recargadas de otra época que ofrecían un brusco contraste con las taquillas cubiertas de grafitis alineadas a lo largo del pasillo. Había un olor algo mareante a desodorante y productos de limpieza, mezclado con el tufo grasiento a hamburguesa que venía de la cafetería. La señora Jordan nos hizo un tour acelerado mientras nos iba señalando las principales dependencias (el claustro, guarecido bajo una lona; el departamento de arte y multimedia; el bloque de ciencias; el salón de sesiones; el gimnasio; las pistas de atletismo, los campos de deporte y el centro de artes escénicas, conocido bajo las siglas CAE). Obviamente, la mujer andaba mal de tiempo, porque, después de mostrarme la taquilla, me indicó vagamente cómo se llegaba a la enfermería, me dijo que no vacilara en preguntarle cualquier cosa y, tomando a Gabriel del brazo, se lo llevó a toda prisa. Él se volvió mientras se alejaban y me lanzó una mirada inquieta.
¿Te las arreglarás?, me dijo sólo con los labios.
Le respondí con una sonrisa tranquilizadora y confié en que se me viera más segura de lo que me sentía. No quería que Gabriel se preocupara por mí cuando él ya tenía sus propios asuntos que resolver. Justo entonces sonó una campana cuyos ecos se propagaron por todo el edificio, marcando el inicio de la primera clase. Y de repente me encontré sola en mitad de un pasillo lleno de desconocidos. Se abrían paso a empujones y pasaban por mi lado con indiferencia para dirigirse a sus aulas respectivas. Por un momento me sentí invisible, como si yo no tuviera nada que hacer allí. Eché un vistazo a mis horarios y me encontré con un jaleo de números y letras que muy bien podrían haber figurado en un idioma desconocido, porque para mí no tenían el menor sentido: V.QS11.
¿Cómo se suponía que iba a descifrar aquello? Llegué a considerar la posibilidad de deslizarme entre la gente y regresar a la calle Byron.
—Perdona —le dije a una chica con una melena de rizos rojizos que pasaba por mi lado. Ella se detuvo y me examinó con interés—. Soy nueva —le expliqué, mostrándole con un gesto de impotencia la hoja de mis horarios—. ¿Podrías decirme qué significa esto?
—Significa que tienes química con el Señor Velt en la S11 —me explicó—. Es al fondo del pasillo. Ven conmigo, si quieres. Estoy en la misma clase.
—Gracias —le dije con evidente alivio.
—¿Tienes un respiro después? Si quieres puedo enseñarte un poco todo esto.
—¿Un qué? —pregunté, perpleja.
—Un respiro, una hora libre—. Me lanzó una mirada divertida—. ¿Cómo les decían en tu escuela? —Su expresión se transformó, mientras consideraba una posibilidad más inquietante—. ¿O es que no tenías?
—No —respondí con una risita nerviosa—. No teníamos ninguna.
—Vaya rollo. Me llamo Molly, por cierto.
Era una chica muy guapa. Tenía la piel sonrosada, rasgos ovalados y unos ojos luminosos. Por el color de su tez, me recordaba a la chica de un cuadro que había visto: una pastora en un paisaje bucólico.
—Soy, ____ —le dije sonriendo—. Encantada de conocerte.
Molly aguardó con paciencia junto a mi taquilla mientras yo revolvía en mi bolsa y sacaba el libro de texto, un cuaderno de espiral y varios lápices. Sentía en parte el imperioso deseo de llamar a Gabriel y pedirle que me llevara a casa. Ya casi notaba el contacto de sus brazos musculosos, protegiéndome de todo y conduciéndome de vuelta a Byron. Gabriel tenía la facultad de hacerme sentir segura, fueran cuales fuesen las circunstancias. Pero ahora no sabía cómo encontrarlo en aquel colegio inmenso; podía estar detrás de cualquiera de las puertas innumerables de todos aquellos pasillos idénticos. No tenía ni idea de dónde quedaba el ala de música. Me reprendí para mis adentros por depender tanto de Gabriel. Tenía que
aprender a sobrevivir sin contar con su protección y estaba decidida a demostrarle que era capaz de hacerlo. Molly abrió la puerta del aula y entramos. Por supuesto, llegábamos tarde.
El señor Velt era un hombre bajito y calvo con la frente muy brillante. Llevaba un suéter con un estampado geométrico que parecía medio desteñido de tanto lavarlo. Cuando entramos, estaba tratando de explicar una fórmula escrita en la pizarra a un montón de alumnos que lo miraban con aire ausente. Obviamente, habrían deseado estar en cualquier parte menos allí.
—Me alegro de verla entre nosotros, señorita Harrison —le dijo a Molly, que se deslizó rápidamente hacia el fondo del aula.
Luego el señor Velt me miró a mí. Había pasado lista y sabía quién era yo.
—Llega tarde en su primer día, señorita Church —dijo, chasqueando la lengua y arqueando una ceja—. Un principio no muy bueno, que digamos. Vamos, siéntese.
 
De repente cayó en la cuenta de que había olvidado presentarme. Dejó de escribir en la pizarra el tiempo justo para hacer una somera presentación.
—Atención, todos ustedes. Ésta es ____ Church. Acaba de entrar en Bryce Hamilton, así que les ruego que hagan todo lo posible para que se sienta bien acogida en el colegio.
Sentí todos los ojos clavados en mí mientras me apresuraba a ocupar el último asiento disponible. Era en la última fila, al lado de Molly, y cuando el señor Velt acabó su discursito y nos dijo que estudiáramos la siguiente serie de problemas, aproveché para observarla más de cerca. Me fijé en que llevaba el botón superior del uniforme desabrochado y también unos aros enormes de plata en las orejas. Había sacado del bolsillo una lima y se estaba haciendo las uñas por debajo del pupitre, pasando con todo descaro las instrucciones del profesor.
—No te preocupes por Velt —me susurró al ver mi expresión de sorpresa—. Es un estirado, un tipo amargado y retorcido. Sobre todo desde que su mujer presentó los papeles de divorcio. Lo único que lo pone en marcha en estos días es su nuevo descapotable. Tendrías que verlo manejar, ¡Es todo un perdedor!
Sonrió ampliamente. Tenía los dientes muy blancos y llevaba un montón de maquillaje, pero el rosado de su piel era natural.
—____ es un nombre muy mono —prosiguió—. Algo anticuado, eso sí. Pero, en fin, yo he de conformarme con Molly, como el personaje de un libro ilustrado infantil. Le dirigí una torpe sonrisa. No sabía muy bien cómo responderle a una persona tan directa y segura de sí misma.
—Supongo que todos tenemos que conformarnos con el nombre que nos pusieron nuestros padres —dije, consciente de que era un comentario más bien pobre para seguir la conversación.
Pensé que en realidad ni siquiera debería hablar, dado que estábamos en clase y que el pobre señor Velt necesitaba toda la ayuda posible para imponer un poco de orden.
Además, aquella frase me hacía sentir como una impostora, porque los ángeles no tienen padres. Por un instante, tuve la sensación de que Molly descubriría sin más mi mentira.
Pero no.
—Bueno, ¿y tú de dónde eres? —me preguntó, soplándoselas uñas de una mano y agitando con la otra un frasco de esmalte rosa fluorescente.
—Nosotros hemos vivido en el extranjero —le dije, mientras me preguntaba qué cara habría puesto si le hubiera dicho que era del Reino de los Cielos—. Nuestros padres siguen fuera todavía.
—¿De veras? —Molly parecía impresionada—. ¿Dónde?
Titubeé.
—En diferentes sitios. Viajan un montón.
Ella se lo tragó como si aquello fuese de lo más normal.
—¿A qué se dedican?
Me devané los sesos buscando la respuesta. Nos habíamos preparado para todo aquello, pero me había quedado en blanco. Sería muy típico de mí cometer un error crucial en mi primera hora como estudiante. Al fin lo recordé.
—Son diplomáticos —le dije—. Ahora vivimos con mi hermano mayor, que acaba de empezar aquí como profesor de música. Nuestros padres se reunirán con nosotros en cuanto puedan.
Intentaba atiborrarla con toda la información posible para satisfacer su curiosidad y evitarme más preguntas. Los ángeles somos malos mentirosos por naturaleza. Esperaba que Molly no desconfiara de mi historia. Estrictamente hablando, nada de lo que le había dicho era mentira.
—Genial —fue lo único que dijo—. Yo nunca he estado en el extranjero, pero he ido varias veces a la ciudad. Ya puedes prepararte para un cambio total de vida en Venus Cove. Esto suele ser muy tranquilo, aunque las cosas se han puesto un poco raras últimamente.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Yo llevo toda la vida aquí. Y también mis abuelos, que tenían una tienda. Y nunca en todo ese tiempo había pasado nada malo. Bueno, sí: un incendio en una fábrica o algún accidente en barca. Pero es que ahora… —Molly bajó la voz—. Ha habido robos y accidentes muy extraños en todo el pueblo. El año pasado hubo una epidemia de gripe y murieron seis niños.
—¡Qué espanto! —dije débilmente. Empezaba a hacerme una idea del alcance de los daños causados por los Agentes de la Oscuridad. Y la cosa no tenía buena pinta—. ¿Algo más?
—Pasó otra cosa —dijo Molly—. Pero ni se te ocurra sacar el tema en el colegio. Hay un montón de chicos que aún están muy afectados.
—Descuida, mediré mis palabras —le aseguré.
—Bueno, resulta que hace unos seis meses, uno de los chicos mayores, Henry Taylor, se subió al tejado del colegio para recoger una pelota de baloncesto que había ido a parar allí. No se estaba haciendo el idiota ni nada; sólo pretendía recogerla y ya está. Nadie sabe cómo sucedió la cosa, pero parece que resbaló y se cayó abajo. Fue a caer justo en mitad del patio, delante de todos sus amigos. No consiguieron borrar del todo la mancha de sangre, y ahora ya nadie juega allí.
Antes de que yo pudiera decir nada, el señor Velt carraspeó y lanzó una mirada fulminante en nuestra dirección.
—Señorita Harrison, entiendo que está explicándole a nuestra nueva alumna el concepto de enlace covalente.
—Hmm, pues no exactamente, señor Velt —contestó Molly—. No quiero matarla de aburrimiento el primer día.
Al señor Velt se le hinchó una vena en la frente y a mí me pareció que debía intervenir. Canalicé una corriente de energía sedante hacia él y vi con satisfacción que se le empezaba a pasar el berrinche. Sus hombros se relajaron y su rostro perdió aquel matiz lívido de ira para recuperar su coloración normal. Mirando a Molly, soltó una risita tolerante, casi paternal.
—No puede negarse que tiene usted un inagotable sentido del humor, señorita Harrison.
Ella se quedó desconcertada, pero tuvo el buen juicio de reprimir cualquier otro comentario.
—Mi teoría es que está pasando la crisis de los cincuenta —me susurró por lo bajo.
El señor Velt dejó de prestarnos atención y empezó a preparar el proyector de diapositivas. Gemí para mis adentros y procuré controlar un acceso de pánico. Los ángeles ya éramos bastante radiantes a la luz del día. En la oscuridad todavía era peor, aunque se podía disimular, pero bajo la luz halógena de un proyector, ¿quién sabía lo que ocurriría? Decidí que no valía la pena correr el riesgo. Pedí permiso para ir al baño y me escabullí del aula. Me entretuve en el pasillo, esperando a que el señor Velt acabara su presentación y encendiera otra vez las luces. A través del panel de cristal veía las diapositivas que iba mostrando a la clase: una descripción simplificada de la teoría del enlace de valencia. Me aliviaba pensar que sólo habría de estudiar aquellas cosas tan básicas durante una temporada.
—¿Te has perdido?
Me sobresalté y me giré en redondo. Había un chico apoyado en las taquillas frente a la puerta. Aunque parecía más formal con la chaqueta del colegio, la camisa bien abrochada y la corbata impecablemente anudada, era imposible no reconocer aquella cara y aquel pelo castaño que aleteaba sobre unos vívidos ojos azules. No esperaba volver a encontrármelo, pero tenía otra vez delante al chico del embarcadero y lucía la misma sonrisa irónica de aquella ocasión.
—Estoy bien, gracias —le dije, volviéndome de nuevo hacia la puerta. Si me había reconocido, no parecía demostrarlo. Aunque resultara una grosería por mi parte, pensé que dándole la espalda cortaría en seco la conversación. Me había pillado desprevenida y, además, había algo en él que me hacía sentir insegura, como si de repente no supiera a dónde mirar ni qué hacer con las manos. Pero él no parecía tener prisa.
—¿Sabes?, lo normal es aprender dentro del salón de clase — comentó.
Ahora ya me vi obligada a volverme y a darme por enterada de su presencia. Intenté transmitirle mis pocas ganas de charla con una mirada gélida, pero cuando nuestros ojos se encontraron ocurrió algo totalmente distinto. Sentí de pronto una especie de tirón en las entrañas, como si el mundo se desplomara bajo mis pies y yo tuviera que sujetarme y encontrar un asidero para no venirme también abajo. Debí de dar la impresión de estar a punto de desmayarme porque él extendió un brazo instintivamente para sostenerme.
Me fijé en el precioso cordón de cuero trenzado que llevaba en la muñeca: el único detalle que no encajaba en su apariencia tan atildada y formal.
El recuerdo que conservaba de él no le hacía justicia. Tenía los rasgos llamativos de un actor de cine, pero sin el menor rastro de presunción. Su boca se curvaba en una media sonrisa y sus ojos límpidos poseían una profundidad que no había percibido la primera vez. Era delgado, pero se adivinaban bajo su uniforme unos hombros de nadador. Me miraba como si quisiera ayudarme pero no supiera muy bien cómo. Y mientras le devolvía la mirada, comprendí que su atractivo tenía tanto que ver con su aire tranquilo como con sus facciones regulares y su piel sedosa. Ojalá se me hubiera ocurrido alguna réplica ingeniosa a la altura de su aplomo y su seguridad, pero no encontraba ninguna adecuada.
—Sólo estoy un poco mareada, nada más —musité.
Dio otro paso hacia mí, todavía inquieto.
—¿Quieres sentarte?
—No, ya estoy bien —respondí, meneando la cabeza con decisión.
Convencido de que no iba a desmayarme, me tendió la mano y me dirigió una sonrisa deslumbrante.
—No tuve la oportunidad de presentarme la otra vez que nos vimos. Me llamo Nicholas.
O sea que no lo había olvidado.
Tenía la mano ancha y cálida, y sostuvo la mía una fracción de segundo más de la cuenta. Recordé la advertencia de Gabriel de que nos mantuviéramos siempre alejados de interacciones humanas arriesgadas. Todas las alarmas se habían disparado en mi cabeza cuando fruncí el ceño y retiré la mano. No sería una jugada muy inteligente hacer amistad con un chico como aquél, con un aspecto tan extraordinariamente atractivo y aquella sonrisa de mil quinientos vatios.
El hormigueo que sentía en el pecho cuando lo miraba me decía que me estaba metiendo en un lío. Empezaba a saber descifrar las señales que emitía mi cuerpo y notaba que aquel chico me ponía nerviosa. Pero había otra sensación, un indicio apenas que no lograba identificar. Me aparté y retrocedí hacia la puerta de la clase, donde acababan de encenderse las luces. Sabía que me estaba portando como una maleducada, pero me sentía demasiado turbada para que me importase. Nicholas no pareció ofendido, sino sólo divertido por mi comportamiento.
—Yo me llamo ____ —acerté a decir, abriendo ya la puerta.
—Nos vemos, ____ —dijo.
Noté que tenía la cara como un tomate mientras entraba en la clase de Química y recibía una mirada de censura del señor Velt por haber tardado tanto en volver del baño.
Hacia la hora del almuerzo ya había descubierto que Bryce Hamilton era un campo minado lleno de proyectores de diapositivas y de otras trampas destinadas a desenmascarar a los ángeles en misión secreta como yo. En la clase de gimnasia tuve un ligero ataque de pánico cuando deduje que debía cambiarme delante de las demás chicas. Ellas empezaron a quitarse la ropa sin vacilar y a tirarla en las taquillas o por el suelo. A Molly se le enredaron los tirantes del sujetador y me pidió que la ayudara, cosa que hice, apurada y nerviosa, confiando en que no reparase en la suavidad antinatural de mis manos.
—Guau, debes de hidratártelas como loca —me dijo.
—Cada noche —respondí en voz baja.
—Bueno, ¿qué me dices de la gente de Bryce Hamilton por ahora? Los chicos están que arden, ¿no?
—Bueno, no sé —respondí, desconcertada—. La mayoría parece tener una temperatura normal.
Molly se me quedó mirando a punto de soltar una carcajada, pero mi expresión la convenció de que no bromeaba.
 
—Están que arden quiere decir que están buenos —murmuró—. ¿En serio que nunca habías oído esa expresión? ¿Dónde estaba tu último colegio?, ¿en Marte?
Me sonrojé al comprender el sentido de su pregunta inicial.
—No he conocido a ningún chico todavía —dije, encogiéndome de hombros—. Bueno, me he tropezado con un tal Nicholas.
Dejé caer su nombre como sin darle importancia, o al menos esperaba que sonara así.
—¿Qué Nicholas? —me interrogó, ahora toda oídos—. ¿Es rubio? Nicholas Laro es rubio y juega en el equipo de Lacrosse. Es muy sexy. No te lo reprocharía si me dijeras que te gusta, aunque creo que ya tiene novia. ¿O ya han roto? No estoy segura, podría averiguártelo.
—El que yo digo tiene pelo castaño —la interrumpí— y ojos azules.
—Ah. —Su expresión cambió radicalmente—. Entonces tiene que ser Nicholas Woods. Es el delegado del colegio.
—Bueno, parece simpático.
—Yo de ti no iría por él —me aconsejó. Lo dijo como preocupándose por mí, aunque me dio la sensación de que esperaba que aceptara su consejo sin rechistar. Tal vez fuera una de las normas en el mundo de las adolescentes: Las amigas siempre tienen razón.
—Yo no voy a por nadie, Molly —le dije, aunque no pude resistir la tentación de añadir—: Pero bueno, ¿qué tiene él de malo? —No podía creer que aquel chico no fuera sencillamente perfecto.
—No, nada. Es bastante simpático —respondió—. Pero digamos que lleva demasiado lastre encima.
—¿Y eso qué significa?
—Bueno, un montón de chicas han intentado que se interesara por ellas, pero se ve que no está disponible en el sentido emocional.
—¿Quieres decir que ya tiene novia?
—Tenía. Se llamaba Emily. Pero nadie ha logrado consolarlo desde que…
—¿Rompieron? —apunté.
—No. —Molly bajó la voz y se retorció los dedos—. Ella murió en un incendio hace poco más de un año. Eran inseparables antes de que sucediera aquello. La gente decía que se casarían y todo. Por lo visto, no ha aparecido nadie a la altura de Emily. No creo que él lo haya superado de verdad.
—Qué espanto —murmuré—. Él sólo debía de tener…
—Dieciséis —respondió Molly—. También era bastante amigo de Henry Taylor, quien incluso habló en el funeral. Estaba empezando a superar lo de Emily cuando Taylor se cayó del tejado. Todo el mundo creyó que iba a venirse abajo, pero se aisló emocionalmente y siguió adelante.
Me había quedado sin palabras. Mirando a Nicholas no habrías adivinado la cantidad de dolor que había tenido que soportar, aunque, ahora que caía en ello, sí había una expresión precavida en su mirada.
—Ahora está bien —dijo Molly—. Sigue siendo amigo de todo el mundo, continúa jugando en el equipo de rugby y entrena a los nadadores de tercero. No es que no pueda ser simpático, pero es como si tuviera prohibida cualquier relación. No creo que quiera liarse otra vez después de la mala suerte que ha tenido.
—Supongo que no se le puede echar en cara.
Molly reparó de golpe en que yo seguía aún con el uniforme y me dirigió una mirada severa.
—Date prisa, cámbiate —me apremió—. ¿Qué pasa?, ¿eres vergonzosa?
—Un poquito. —Le sonreí y me metí en el cubículo de la ducha.
Dejé de pensar repentinamente en Nicholas Woods al ver el uniforme de deporte que había de ponerme. Incluso contemplé la posibilidad de escabullirme por la ventana. Era de lo menos favorecedor que se pueda imaginar: pantalones cortos demasiado ceñidos y una camiseta tan exigua que apenas podría moverme sin enseñar la barriga. Esto iba a ser un problema durante los partidos, dado que los ángeles no teníamos ombligo: sólo una suave superficie blanca, sin marcas ni hendidura. Por suerte, las alas —con plumas, pero finas como el papel— se me doblaban del todo planas sobre la espalda, de manera que no debía preocuparme de que me las pudieran ver. Empezaban, eso sí, a darme calambres por la falta de ejercicio. No veía el momento de que saliéramos a volar por las montañas algún día, antes de amanecer, tal como Gabriel nos había prometido.
Me estiré la camiseta hacia abajo todo lo que pude y me reuní con Molly, que se había parado frente al espejo para aplicarse una generosa capa de brillo de labios. No acababa de entender para qué necesitaba brillo de labios durante la clase de gimnasia, pero acepté sin vacilar cuando me ofreció el pincel para no parecer descortés. No sabía cómo usar el aplicador, pero me las ingenié para ponerme una capa algo desigual. Supuse que hacía falta práctica. A diferencia de las demás chicas, yo no me había dedicado a experimentar con los cosméticos de mi madre desde los cinco años. De hecho, ni siquiera había sabido hasta hacía poco cómo era mi cara.
—Junta los labios y restriégatelos —dijo Molly—. Así… Me apresuré a imitarla y descubrí que con esa maniobra se alisaba la capa de brillo y ya no tenía tanta pinta de payaso.
—Ahora está mejor —dijo, dándome su visto bueno.
—Gracias.
—Deduzco que no te pones maquillaje muy a menudo.
Meneé la cabeza.
—No es que lo necesites. Pero este color te queda de fábula.
—Huele de maravilla.
—Se llama Melon Sorbet.
Molly parecía encantada consigo misma. Algo la distrajo, sin embargo, porque empezó a husmear el aire.
—¿Hueles eso? —me preguntó.
Me quedé rígida, presa de un repentino ataque de inseguridad. ¿Sería yo? ¿Era posible que oliéramos de un modo repulsivo para los humanos? ¿Me habría rociado Ivy la ropa con algún perfume insoportable para el mundo de Molly?
—Huele como… a lluvia o algo así —dijo. Me relajé en el acto. Lo que había captado era la fragancia característica que desprenden todos los ángeles: no exactamente a lluvia, aunque no dejaba de ser una descripción bastante aproximada.
—No seas cabeza de chorlito, Molly —dijo una de sus amigas; Taylah, creía que se llamaba, aunque me las había presentado a todas apresuradamente—. Aquí no llueve.
Molly se encogió de hombros y me arrastró fuera de los vestuarios. En el gimnasio, una rubia de unos cincuenta y pico con el cutis cuarteado por exceso de sol y unos shorts de licra se irguió de puntillas y nos gritó que nos tumbáramos e hiciéramos veinte flexiones.
—¿No te parecen odiosos los profesores de gimnasia? —dijo Molly, poniendo los ojos en blanco—. Tan animosos y enérgicos… las veinticuatro horas del día.
No le respondí, aunque teniendo en cuenta el aire inflexible de aquella mujer y mi falta de entusiasmo atlético, seguramente no íbamos a llevarnos demasiado bien.
Media hora más tarde habíamos dado diez vueltas al patio y hecho cincuenta flexiones, cincuenta abdominales y un montón de ejercicios más. Y eso sólo para entrar en calor.
Me daban pena los demás, la verdad: todos tambaleándose, jadeando y con la camiseta empapada de sudor. Menos yo. Los ángeles no nos cansábamos; teníamos reservas ilimitadas de energía y no nos hacía falta administrarla. Tampoco transpirábamos; podíamos correr una maratón sin una sola gota de sudor. Molly lo advirtió de pronto.
—¡Ni siquiera resoplas! —me dijo con aire acusador—. ¡Por Dios!, debes de estar en muy buena forma.
—O es que usa un desodorante increíble —añadió Taylah, tirándose por el escote todo el contenido de la botella de agua. Los chicos que estaban cerca la miraron boquiabiertos.
—¡Empieza a hacer un calor aquí dentro! —les dijo para provocarlos, pavoneándose con la camiseta ahora semitransparente.
 
Al final, la profesora de gimnasia se dio cuenta del espectáculo y vino disparada como un toro furioso. El resto del día transcurrió sin mayores novedades, dejando aparte que yo estuve dando vueltas por los pasillos por si veía otra vez al delegado del colegio, el tal Nicholas Woods. Después de lo que Molly me había contado, me sentía halagada por el hecho de que me hubiera prestado atención siquiera. Pensé otra vez en nuestro encuentro en el embarcadero y recordé que me habían maravillado sus ojos: aquel azul increíble y deslumbrante. Eran unos ojos que no podías mirar mucho tiempo sin que se te aflojaran las rodillas. Me pregunté qué habría pasado si hubiera aceptado su invitación y me hubiera sentado a su lado. ¿Habríamos charlado mientras yo probaba suerte con la caña de pescar? ¿Qué nos habríamos dicho? Me zarandeé a mí misma mentalmente. Yo no había sido enviada para eso a la Tierra. Me obligué a prometerme que no volvería a pensar en Nicholas Woods. Si me lo encontraba por casualidad, no le haría caso. Y si él trataba de hablar conmigo, le respondería con cuatro frases estereotipadas y me alejaría sin más. En resumen, no le permitiría que produjera el menor efecto en mí.
De más está decir que iba a fracasar espectacularmente.
 
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por Lemoine Mar 04 Mar 2014, 9:43 pm

Hola yo estoy publicando esta pero con Joe, es muy buena la trilogia!!
Lemoine
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Jue 06 Mar 2014, 9:57 am

Capitulo 4: Terrestre


Cuando sonó la última campana, recogí mis libros y traté literalmente de escapar, deseosa de evitarme los pasillos atestados de gente. Ya me habían dado bastantes empujones por un día; ya me habían interrogado y observado lo suficiente. A pesar de mis esfuerzos, no había tenido ni un momento de tranquilidad; durante las horas libres Molly me había arrastrado de aquí para allá para presentarme a sus amigas, que me habían acribillado a preguntas como auténticas ametralladoras. A pesar de todo había llegado al final del día sin ningún contratiempo y eso ya
me parecía un motivo de satisfacción.
Mientras esperaba a Gabriel me entretuve frente a la verja de la entrada, guarecida bajo la sombra de las palmeras. Me recliné contra una de ellas y apoyé la cabeza en su superficie fresca e irregular. Me maravillaba la variedad de la vegetación terrestre. Las palmeras, sin ir más lejos, me parecían una creación tan extraña como sorprendente. Tenían cierto aire de centinelas con aquellos troncos tan rectos y esbeltos, y la explosión de sus ramas en lo alto me recordaba los cascos con penacho de la guardia de un palacio. Mientras permanecía allí, observé a los alumnos que iban saliendo y se subían a los coches. Tiraban la mochila, se quitaban la chaqueta y enseguida se les veía mucho más relajados. Algunos se iban al pueblo, a reunirse en algún café o en sus locales favoritos. Yo no estaba nada relajada: me sentía sobrecargada de información; la cabeza me zumbaba mientras intentaba ordenar todo lo que había observado en aquellas horas. Ni siquiera la energía inagotable con la que habíamos sido creados podía impedir la sensación de agotamiento que me estaba entrando. Lo único que deseaba era volver a casa y ponerme cómoda.
Divisé a Gabriel bajando por la escalinata principal, seguido por un grupito de admiradores; la mayoría, chicas. Viendo el interés que había despertado, cualquiera habría dicho que era un personaje famoso. Las chicas siguieron tras él un buen trecho, aunque procurando que no se notara demasiado. A juzgar por su aspecto, Gabe se las había arreglado para mantener la compostura y el aplomo durante todo el día, aunque su manera de apretar la mandíbula y el aire algo alborotado de su pelo me decían que ya debía de tener ganas de volver a casa. Las chicas se quedaron con la palabra en la boca cuando se volvió a mirarlas. Conocía a mi hermano y deducía que, a pesar de su serenidad aparente, a él no le hacía gracia aquel tipo de atención. Parecía más avergonzado que halagado.
Ya casi había llegado a la verja cuando una morenita de muy buena figura se tropezó delante de él, fingiendo con muy poca maña una caída accidental. Gabe la sujetó en sus brazos antes de que se fuera al suelo. Se oyeron algunos grititos admirados entre las chicas que había alrededor, y me pareció que algunas rabiaban de celos simplemente porque a ellas no se les había ocurrido la idea. Pero tampoco había mucho que envidiar: Gabe se limitó a sujetar a la chica para que no perdiera el equilibrio, recogió las cosas que se le habían caído de la mochila, volvió a tomar su propio maletín sin decir palabra y siguió caminando. No estaba haciéndose el antipático; sencillamente no veía la necesidad de decir nada. La chica se le quedó mirando afligida y sus amigas se apresuraron a apiñarse alrededor, quizá con la esperanza de que se les pegara algo del glamour del momento.
—Pobrecito, ya tienes un club de admiradoras —le dije, dándole unas palmaditas en el brazo, mientras echábamos a caminar hacia casa.
—No soy el único —respondió Gabriel—. Tú tampoco has pasado inadvertida precisamente.
—Sí, pero nadie ha intentado hablar conmigo. —No quise contarle mi encuentro con Nicholas Woods. Algo me decía que Gabriel no lo vería con buenos ojos.
—Demos gracias, podría haber sido peor —añadió secamente.
Cuando llegamos a casa, le conté a Ivy nuestra jornada punto por punto. Gabriel, que no había disfrutado ni mucho menos de cada detalle, permanecía en silencio. Ivy reprimió una sonrisa cuando le expliqué la historia de la chica que se había desplomado en sus brazos.
—Las adolescentes pueden ser poco sutiles en ocasiones —comentó, pensativa—. Los chicos no son tan transparentes. Es muy interesante, ¿no te parece?
—A mí me parece que están todos muy perdidos —dijo Gabe—. Me pregunto si alguno de ellos sabe realmente de qué va la vida. No se me había ocurrido que tendríamos que empezar de cero. Esto va a ser más difícil de lo que pensaba.
Se quedó en silencio y los tres recordamos la tarea épica que teníamos por delante.
—Ya sabíamos que no iba a ser fácil —murmuró Ivy.
—¿Sabéis lo que he descubierto? —dije—. Según parece, han pasado un montón de cosas en este pueblo en los últimos meses. Me han contado algunas historias espantosas.
—¿Como qué? —preguntó Ivy.
—Dos estudiantes murieron en extraños accidentes el año pasado. Y ha habido brotes de enfermedades, incendios y un montón de cosas raras. La gente empieza a darse cuenta de que algo va mal.
—Por lo visto, hemos llegado justo a tiempo —comentó Ivy.
—¿Pero cómo vamos a dar con los responsables? —pregunté.
—No podemos localizarlos por ahora —explicó Gabriel.
Hemos de limitarnos a paliar las consecuencias y esperar a que hagan acto de presencia otra vez. Créeme, no se retirarán sin plantar batalla. Nos quedamos los tres callados, considerando la perspectiva de enfrentarnos a los seres causantes de tanta destrucción.
—Bueno, yo he hecho una amiga hoy —anuncié, más que nada para aligerar un poco el ánimo depresivo que se estaba adueñando de todos. Lo dije como si fuera un logro de gran importancia, pero ellos me miraron con aquella mezcla consabida de inquietud y censura.
—¿Tiene algo de malo? —añadí a la defensiva—. ¿Es que no puedo hacer amistades? Creía que la idea era justamente mezclarse con la gente.
—Una cosa es mezclarse y otra… ¿Te das cuenta de que las amigas requieren tiempo y energía? —dijo Gabriel—. Porque ellas querrán apegarse.
—¿En el sentido de fundirse físicamente? —pregunté, perpleja.
—No. Me refiero a que querrán tener una relación más estrecha en el sentido emocional —me explicó mi hermano─. Las relaciones humanas pueden llegar a unos extremos de intimidad antinaturales. Eso nunca lo entenderé.
—También pueden representar una distracción —se sintió obligada a añadir Ivy—. Sin olvidar que la amistad siempre entraña ciertas expectativas. Procura elegir con cuidado.
—¿Qué clase de expectativas?
—Las amistades humanas se basan en la confianza. Los amigos comparten sus problemas, intercambian confidencias y…
Fue perdiendo impulso a medida que hablaba hasta que se interrumpió. Sacudió su cabeza dorada y le pidió ayuda a Gabriel con la mirada.
—Lo que Ivy quiere decir es que cualquiera que se haga amiga tuya empezará a hacer preguntas y a esperar respuestas —dijo Gabe—. Querrá formar parte de tu vida, lo cual es peligroso.
—Bueno, muchas gracias por el voto de confianza —repliqué, indignada—. Sabéis que no haría nada que pudiera poner en peligro la misión. ¿Tan estúpida creen que soy?
Me gustó contemplar las miradas culpables que cruzaron. Yo quizás era más joven y menos experimentada que ellos, pero eso no les daba derecho a tratarme como a una idiota.
—No, no lo creemos —dijo Gabriel, conciliador—. Y naturalmente que confiamos en ti. Sólo queremos evitar que las cosas se compliquen.
—Descuida —dije—. Pero aun así deseo experimentar lo que es la vida de una adolescente.
—Hemos de tener cuidado. —Alargó el brazo y me dio un apretón en la mano—. Nos han confiado una tarea que es mucho más importante que nuestros deseos individuales.
Dicho así, parecía que tuviese razón. ¿Por qué habría de ser siempre tan sabio y tan irritante? ¿Y por qué resultaba imposible seguir enfadada con él?
En la casa me sentía mucho más relajada. Habíamos conseguido hacerla nuestra en muy poco tiempo. Estábamos manifestando un rasgo típicamente humano —personalizar un espacio específico e identificarse con él—, y la verdad, después del día que habíamos pasado, aquel lugar me resultaba como un santuario. Incluso Gabriel, aunque se habría resistido a reconocerlo, empezaba a sentirse a gusto allí. Raramente no molestaba nadie llamando al timbre (la imponente fachada debía de amedrentar a los visitantes), así que, una vez en casa, teníamos toda la libertad para hacer lo que nos apeteciera.
Aunque a lo largo del día había tenido tantas ganas de volver, ahora no sabía qué hacer con mi tiempo. Para Gabriel e Ivy no había problema. Ellos siempre estaban absortos leyendo un libro, o tocando el piano de media cola, o preparando algo en la cocina con los brazos hasta el codo de harina. Yo no tenía ninguna afición y no hacía más que deambular por la casa. Decidí concentrarme un rato en las tareas domésticas. Saqué un montón de ropa lavada y la doblé. El ambiente se notaba algo cargado porque la casa había estado cerrada todo el día, así que abrí algunas ventanas mientras me dedicaba a ordenar un poco la mesa del comedor. Recogí unas espigas muy aromáticas del patio y las coloqué en un esbelto jarrón. Advertí que había un montón de propaganda en el buzón y me hice una nota mental para comprar uno de esos adhesivos de «No se acepta correo comercial» que había visto en otros buzones de la calle. Eché una ojeada a un folleto antes de tirarlo todo a la basura y vi que habían abierto en el pueblo una nueva tienda de deportes. Se llamaba, con escasa originalidad, SportsMart, y el folleto anunciaba las ofertas de inauguración.
Me sentía extraña realizando todas aquellas tareas corrientes cuando toda mi existencia estaba muy lejos de serlo. Me pregunté qué andarían haciendo en ese momento las demás chicas de diecisiete años: quizás ordenando sus habitaciones ante el ultimátum exasperado de sus padres; o escuchando a sus grupos favoritos en un IPod; o enviándose mensajes de texto y haciendo planes para el fin de semana; o revisando su correo electrónico… Cualquier cosa, en lugar de estudiar.
Nos habían puestos deberes en tres materias al menos y yo me los había anotado con diligencia en mi diario escolar, a diferencia de la mayoría de mis compañeros, que parecían confiar alegremente en su memoria. Me dije que debería empezar ya para tenerlos al día siguiente, pero sabía que apenas me llevaría tiempo hacerlos y que difícilmente iban a plantearme un gran esfuerzo intelectual. Vamos, que estaban chupados. Seguro que me sabría la respuesta a todas las preguntas, así que la idea de ponerme maquinalmente a hacer los deberes me parecía una pérdida de tiempo. Aun así, arrastré con desgana la mochila a mi habitación.
A mí me había tocado la del desván, que quedaba en lo alto de la escalera y miraba al mar. Incluso con las ventanas cerradas se oía el rítmico sonido de las olas rompiendo contra las rocas. Había un estrecho balcón con una balaustrada de rejilla, una silla de mimbre y una mesita, desde donde se veían las barcas cabeceando en el agua. Me senté un rato allí con el rotulador en la mano y el libro de psicología delante, abierto por una página con el epígrafe Respuesta galvánica de la piel.
Necesitaba mantener ocupada mi mente, aunque sólo fuera para dejar de pensar en mis encuentros con el delegado de Bryce Hamilton. Era como si lo tuviese presente todo el rato: sus ojos penetrantes, su corbata ligeramente ladeada. Las palabras de Molly no dejaban de resonar en mi interior: Yo, que tú, no iría a por él… Lleva demasiado lastre encima. Me preguntaba por qué me sentía tan intrigada, y por mucho que trataba de quitármelo de la cabeza, no lo conseguía. Me obligaba a pensar en otras cosas, pero pasaba un rato y allí lo tenía otra vez: su rostro flotaba en la página que trataba de leer; la imagen de su muñeca con aquel cordón de cuero trenzado interrumpía mis pensamientos. Me habría gustado saber cómo era Emily; y cómo te sentías al perder a una persona que amabas.
Fingí que ordenaba un poco la habitación antes de bajar a la cocina y ofrecerle mi ayuda a Gabriel para preparar la cena. Él seguía sorprendiéndonos a Ivy y a mí con aquella dedicación abnegada a la tarea de cocinar para todos. En parte lo hacía para mimarnos, pero también porque le parecía fascinante manipular y cocinar los alimentos. Como la música, aquello le proporcionaba un desahogo creativo. Cuando entré, estaba de pie junto a la mesa de mármol blanco, limpiando un surtido de setas con un trapo a cuadros. De vez en cuando fruncía el ceño y consultaba un libro de cocina apoyado en un atril metálico. Había puesto en remojo, en un cuenco pequeño, unos trozos de una cosa que parecía corteza oscura. Leí por encima de su hombro el nombre de la receta: Risotto de setas. Parecía algo ambicioso para un principiante, pero enseguida tuve que recordarme a mí misma que él era Gabriel, el arcángel, y que siempre destacaba en todo aunque no tuviera práctica.
—Espero que te gusten las setas —dijo, viendo mi expresión de curiosidad.
—Me figuro que estamos a punto de descubrirlo —respondí, sentándome a la mesa. Me gustaba mirarlo trabajar y siempre me asombraba la destreza y la precisión de sus movimientos. En sus manos, las cosas más corrientes parecían transformarse. La transición de ángel a humano había sido mucho menos brusca para Gabe e Ivy; ellos parecían ajenos a las trivialidades cotidianas, pero al mismo tiempo daban la impresión de saber muy bien lo que se hacían. Además, se habían acostumbrado en el Reino a percibirse mutuamente y habían conservado esa facultad durante nuestra misión. Yo les resultaba mucho más difícil de descifrar, y eso les preocupaba.
—¿Te apetece un té? —le dije, deseosa de colaborar—. ¿Dónde está Ivy?
Justo en ese momento entró ella en la cocina, con unos pantalones de lino, una camiseta sin mangas y el pelo todavía húmedo de la ducha. Había algo diferente en su aspecto: ya no tenía el mismo aire soñador de antes y me pareció ver una expresión decidida en su rostro. Daba la impresión de tener otras cosas en la cabeza, porque en cuanto le serví el té, se excusó y salió de nuevo. La había visto aquella tarde, además, escribiendo una página tras otra en su cuaderno.
—¿Le pasa algo? —le pregunté a Gabriel.
—Sólo pretende que las cosas sigan avanzando —respondió.
No tenía ni idea de cómo pensaba Ivy lograr una cosa así, pero envidiaba su manera de marcarse objetivos. ¿Cuándo descubriría yo la mía? ¿Cuándo tendría la satisfacción de saber que había hecho algo que valiera la pena?
—¿Y cómo va a conseguirlo?
—Ya sabes que a tu hermana nunca le faltan ideas. Seguro que se le ocurrirá algo.
¿Se estaría haciendo el misterioso? ¿No se daba cuenta de que me sentía totalmente perdida?
—¿Y yo qué debería hacer? —pregunté, aunque me salió un tonillo irascible que yo misma aborrecía.
—Ya se te ocurrirá —dijo—. Date tiempo.
—¿Y mientras?
—¿No decías que querías experimentar lo que es ser un adolescente? —Me dirigió una sonrisa animosa, disolviendo como de costumbre todo mi malestar.
Eché un vistazo al cuenco donde había aquellas tiras negras flotando en un líquido turbio.
—¿Esta corteza forma parte de la receta?
—Son setas Porcini. Hay que ponerlas en remojo antes de cocinarlas.
—Mmm… parecen deliciosas —mentí.
—Se consideran un manjar. No te preocupes, te encantarán.
Le pasé una taza de té y seguí observándolo para entretenerme. Sofoqué un grito cuando el afilado cuchillo que estaba usando se le escapó y le hizo un corte en la punta del dedo índice. La visión de la sangre me sobresaltó, como un recordatorio alarmante de la vulnerable naturaleza de nuestros cuerpos. Aquella sangre cálida y escarlata era tan humana que resultaba muy extraño verla brotar de la piel de mi hermano. Pero Gabriel ni siquiera se había estremecido. Simplemente se llevó el dedo a los labios y, cuando lo retiró, ya no quedaba ni rastro de la herida. Se lavó las manos con el dispensador de jabón del fregadero y continuó cortando meticulosamente.
Tomé un trozo del apio que iba a formar parte de la ensalada y lo mastiqué, abstraída. La gracia del apio, pensé, debía de estar en la textura más que en el sabor, porque a decir verdad no tenía mucho gusto, aunque resultaba crujiente. Por qué lo comía la gente voluntariamente no me cabía en la cabeza, dejando aparte su valor nutritivo. Una buena nutrición implicaba un cuerpo más sano y también una vida más larga. Los humanos le tenían un miedo exagerado a la muerte, aunque no podía esperarse otra cosa dada su ignorancia sobre lo que venía después. Ya descubrirían a su debido tiempo que no había nada que temer.
La cena de Gabriel resultó, como siempre, un éxito. Incluso Ivy, que no disfrutaba realmente de la comida, se quedó impresionada.
—Otro gran triunfo culinario —dijo después del primer bocado.
—Un sabor increíble —añadí por mi parte.
La comida era otra de las maravillas que ofrecía la vida terrenal. No dejaba de asombrarme que cada alimento pudiera tener una textura y un sabor tan distinto —amargo, agrio, salado, cremoso, ácido, dulce, picante—, e incluso a veces más de uno al mismo tiempo. Algunos alimentos me gustaban y otros me daban ganas de enjuagarme la boca, pero todos resultaban una experiencia única.
Gabriel despachó con modestia nuestros elogios y la conversación versó una vez más sobre las novedades de la jornada.
—Bueno, un día menos. Creo que ha ido bastante bien, aunque no me esperaba encontrar tantos estudiantes de música.
—No te sorprendas si muchas experimentan un repentino interés por la música después de verte —dijo Ivy, sonriendo.
—Bueno, al menos eso me proporciona un material con el que trabajar —respondió Gabe—. Si son capaces de ver la belleza de la música, también serán capaces de descubrirla en los demás e incluso en el mundo.
—¿Pero no te aburres en clase? —le pregunté—. Quiero decir, tú ya tienes acceso a todo el conocimiento humano.
—Supongo que él no se concentra en el contenido —dijo Ivy—. Más bien trata de captar otras cosas.
A veces mi hermana tenía una manera irritante de hablar con acertijos, como si esperase que todo el mundo la entendiera.
—Bueno, yo sí me he aburrido —insistí—. Sobre todo en química. He llegado a la conclusión de que no es lo mío. Mi manera de decirlo le arrancó a Gabriel una risita gutural.
—Bueno, habrá que descubrir qué es lo tuyo. Ve probando, a ver cuál te gusta más.
—Me gusta la literatura —dije—. Hemos empezado a ver la adaptación al cine de Romeo y Julieta.
No se lo expliqué a ellos, pero la verdad era que aquella historia de amor me fascinaba. El hecho de que los dos protagonistas quedaran tan profunda e irrevocablemente enamorados después de su primer encuentro me había provocado una gran curiosidad por saber lo que debía de sentirse en el amor humano.
—¿Qué te ha parecido? —preguntó Ivy.
—Es impresionante. Aunque la profesora se ha puesto furiosa cuando uno de los chicos ha hecho un comentario sobre la señora Capuleto.
—¿Qué ha dicho?
—Ha dicho que era una MQMF, cosa que debe de ser ofensiva, porque la señorita Castle lo ha llamado gamberro y lo ha sacado de clase. Gabe, ¿qué es una MQMF?─. Ivy sofocó la risa tapándose la boca con una servilleta, mientras Gabriel reaccionaba de un modo que nunca le había visto. Se puso como la grana y se removió incómodo en su silla.
—Son las siglas de una obscenidad de adolescentes, me imagino — musitó.
—Ya, pero ¿qué significa?
Hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas.
—Es un término que usan los adolescentes varones para describir a una mujer que es madre y, al mismo tiempo, atractiva.
Carraspeó y se levantó a toda prisa para rellenar la jarra de agua.
—Seguro que esas iniciales significan algo —insistí.
—Sí —respondió Gabriel—. ¿Tú te acuerdas, Ivy?
—Creo que significa madre que me… fascina —dijo mi hermana.
—¿Sólo eso? —exclamé—. Tanto alboroto por nada. La verdad, creo que la señorita Castle debería relajarse un poquito.
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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Vie 18 Abr 2014, 11:59 pm

Capítulo 5 : Pequeños Milagros



Con la cena acabada y los platos lavados, Gabriel tomó un libro de la estantería aunque la luz era tenue, mientras que Ivy continuaba limpiando, frotando las paredes aunque parecían inmaculadas. Ella estaba empezando a cruzar un deseo obsesivo de limpieza, pero quizás esa era su manera de sentirse cerca de casa. Miré alrededor de la habitación, buscando algo que pudiera hacer. El tiempo en Kingdom no existe, y por lo tanto no es necesario llenarlo. Encontrar cosas que hacer en la Tierra era un propósito de vida.
Gabriel debió darse cuenta de mi malestar porque cambió de opinión sobre la lectura y asomó la cabeza por la puerta.
—¿Por qué no vamos a dar un paseo y a ver la puesta de sol? — sugirió.
—Gran idea —sentí como mi ánimo se levantaba de inmediato—. ¿Vienes Ivy?
—No hasta que suba y traiga algo de abrigo para llevar —dijo—. Hace frío de noche.
Rodé mis ojos por su precaución. Yo era la única que sentía frío, y tenía puesto mi abrigo. Ivy y Gabriel habían entrenado su cuerpo para mantener la temperatura normal en visitas anteriores, pero yo todavía tenía un largo camino que recorrer.
—Tú ni siquiera sentirás frío —objeté.
—Ese no es el punto. Si ven que no sentimos frío, llamaremos la atención.
—Ivy tiene razón —dijo Gabe—. Mejor jugar seguro
Desapareció escaleras arriba y regresó con dos chaquetas voluminosas. Nuestra casa estaba en lo alto de la colina, así que tuvimos que serpentear a partir de allí una serie de escalones de arenosa madera antes de llegar a la playa. El camino era tan estrecho que teníamos que caminar en una sola fila. Yo no podía dejar de pensar lo conveniente que sería si pudiéramos liberar nuestras alas y bajar de una vez a la arena de abajo. No les dije mi pensamiento ni a Gabriel ni a Ivy, pensando en la conferencia que se produciría si lo hacía. Sabía lo peligroso del vuelo en estas circunstancias. Por lo tanto, teníamos que dar los mortales pasos, todos los ciento siete de ellos, antes de llegar a la orilla.
Me quité los zapatos para saborear la sensación de los granos de arena bajo mis pies. Había muchas cosas que notar en la tierra. Incluso la arena era compleja y cambia de color y textura en los lugares donde el sol la golpea. Aparte de arena, la playa cuenta con otros tesoros: conchas perladas, fragmentos de vidrio suavizados por el movimiento del agua, la ocasional sandalia media enterrada o la pala abandonada, y pequeños cangrejos blancos hundidos en los pequeños agujeros de las rocas. Estar tan cerca del océano traía un montón de sensaciones.
Fue emocionante para mis sentidos, que parecían hacer rugir a mi vida, llenando mi mente con el ruido, que cedió y se encabritó nuevamente de forma inesperada. El sonido dañó mis oídos, y el fuerte aire salado me arañó la garganta y la nariz. El viento se agitaba en mis mejillas, dejándolas rosadas. Amaba esto cada vez más. Cada parte de ser humana traía consigo una sensación nueva.
Caminamos por la playa, perseguidos por las espumosas olas de la marea que venía. A pesar de mi decisión de mantener un mayor auto-control, no pude resistir el impulso de mojar a Ivy empujando el agua con mi pie. Miré hacia atrás para ver si estaba molesta, pero ella sólo miraba si Gabriel estaba lejos como para darse cuenta de nuestra represaría. Envió un arco de agua en el aire, que como joyas dispersas cayeron sobre mi cabeza. Nuestras risas llamaron la atención de Gabriel, que movió la cabeza con asombro por nuestras payasadas. Ivy me guiñó un ojo e hizo un gesto en su dirección,
sabía lo que tenía en mente y estaba más que feliz de cumplir. Gabriel apenas notó el peso extra cuando salté hacía atrás y envolví mis brazos alrededor de su cuello. Soportó mi peso con facilidad y empezó a correr por la playa tan rápido que el viento hizo un silbido en mis oídos. En su espalda me sentí más como mi vieja yo de nuevo. Me sentía más cerca del Cielo y casi podía creer que estaba volando.
Gabriel se detuvo bruscamente y me soltó. Aterricé de un golpe en la húmeda arena. Cogió unas tiras de viscosas algas y se las lanzó a Ivy, pegándole de lleno en la cara. Esta arrugó la nariz por el sabor salado, y amargos zarcillos llenaron su boca.
—Sólo espera —escupió—. ¡Pagarás por esto!
—No lo creo —bromeó Gabriel—. Tendrás que agarrarme primero.
Al ponerse el sol todavía quedaban algunas personas en la playa principal, capturando los últimos rayos antes de que la víspera del viento frío surgiera, como Ivy había predicho, o lentamente disfrutado del picnic. Una madre y su hija estaban empacando su comida. La niña, que no podía tener más de cinco o seis años, corrió llorando hacia su madre. Había una inflamación en su pequeño y regordete brazo, probablemente a causa de la picadura de un insecto. La niña lloró aún más fuerte mientras que su madre rebuscaba en su bolso alguna pomada. Sacó un tubo de gel de aloe pero no pudo calmar a su hija, que se retorcía porque su aplicación no fue suficiente.
La madre miró agradecida a Ivy cuando llegó para confortar a la niña.
—Es una picadura horrible —dijo en voz baja.
El sonido de su voz calmó al instante a la muchacha, que contempló a Ivy como si fuera alguien que conociera de toda su vida. Ivy abrió el tubo y puso un poco del ungüento en la inflamada piel. —Esto debe ayudar —dijo. La niña se la quedó mirando con asombro y vi que sus ojos parpadeaban por encima de su cabeza, donde estaba su halo. Generalmente sólo era visible para nosotros, ¿era posible que la niña tuviera conciencia para ver el aura de Ivy?
—¿Te sientes mejor? —preguntó Ivy.
—Mucho mejor —asintió la niña—. ¿Has usado magia?
Ivy se echó a reír. —Tengo un toque mágico.
—Gracias por tu ayuda —dijo la joven madre, viendo confusa como el enrojecimiento y la hinchazón del brazo de su hija desaparecía ante sus ojos hasta que sólo quedó su suave e impecable piel—. Ese gel es realmente bueno.
—De nada —dijo Ivy—. Es increíble lo que hace la ciencia estos días.
Sin detenerse más, pasó por la playa hasta el municipio.
Cuando llegamos a la calle principal, eran las nueve, pero aún así había gente en las calles aunque fuera una noche de entre semana. El centro de la ciudad era pintoresco, lleno de tiendas y antigüedades, y cafés que servían té y pasteles helados no conocidos en China. Las tiendas habían cerrado, excepto los pubs y la heladería. Ni siquiera habíamos dado unos cuantos pasos cuando una voz me llamó, cargando unos acordes de los músicos a la esquina.
—¡___*!¡Por aquí!
Al principio no reconocí a la persona que me llamaba. Nadie me había llamado ___* antes. El nombre que me dieron en Kingdom nunca fue modificado, siempre fue _____. Había algo de intimidad en "___*" que me gustó. Ivy y Gabriel se congelaron al unísono. Cuando me volví, vi a Molly y a un grupo de amigos sentados en un banco fuera de la heladería. Llevaba una blusa sin espalda que era completamente inadecuada considerando las condiciones meteorológicas. Estaba sentada en el regazo de un chico de pelo descolorido por el sol y pantalones tropicales. Sus manos acariciaban la amplia espalda desnuda de Molly con movimientos rítmicos. Molly se agitó frenéticamente y me hizo más señas. Miré insegura a Gabriel y a Ivy, que no parecían muy contentos. Ese era exactamente el tipo de interacción que querían evitar, vi en la rigidez de Ivy la conmoción que Molly causaba. Pero tanto ella como Gabriel sabían que ignorarla descaradamente contravendría las leyes de cortesía.
—¿Nos presentaras a tu amiga, _____? —preguntó Ivy.
Ella puso su mano en mi hombro, y me guío hasta donde Molly y sus amigos que estaban sentados. El surfista me miró molesto cuando Molly se desprendió de sus brazos, pero se distrajo pronto mirando embobado a Ivy, con sus ojos puestos en la simetría a su cuerpo. Cuando Molly vio a mis hermanos, su rostro adquirió el mismo
asombro que había visto en la escuela. Esperé que dijera algo, pero no dijo nada. Instantáneamente, abrió su boca y la cerró como un pez, antes de recuperar su compostura y dar una sonrisa vacilante.
—Molly, esta es Ivy, mi hermana, y él es mi hermano Gabriel —le dije rápidamente.
Los ojos de Molly viajaron desde el rostro de Gabriel hasta Ivy, y apenas balbuceó un tímido saludo antes de bajar sus ojos. Esto era una sorpresa. Todo el día había estado hablando libremente con los chicos de la escuela, atrayéndolos con sus bromas y su encanto, como si fuera una exótica mariposa.
Gabriel saludó a Molly de la misma forma en que saludó a todos los nuevos conocidos, con una cortesía implacable y una expresión amistosa pero distante.
—Mucho gusto —dijo con una leve inclinación que parecía absurdamente formal dado el entorno. Ivy fue más cálida y mostró una sonrisa amable a Molly. La pobre muchacha lucía como si acabaran de lanzarle una tonelada de ladrillos.
Unos gritos estridentes desde el final de la calle pusieron fin a la incomodidad. El disturbio fue causado por un grupo de hombres jóvenes y fornidos saliendo del bar, tan ebrios que ninguno de ellos era consciente del ruido que estaban provocando o simplemente no les importaba. Ahora, dos de esos hombres estaban rondándose el uno al otro con los puños cerrados y los rostros contraídos, quedando claro que una pelea estaba por comenzar. Algunas de las personas que estaban disfrutando de un café nocturno fuera del local, se resguardaron dentro del bar. Gabriel dio un paso adelante para que Molly, Ivy y yo quedáramos en una posición segura detrás de él. Uno de los hombres, sin afeitar y con una masa de cabello negro desordenado, se balanceó hacia el otro. Hubo un 'crack' cuando un puño conectó con una mandíbula. El otro hombre exhaló, y tiró a su oponente al suelo, mientras los otros del círculo los animaban.
Una mirada de repulsión se posó en el rostro, normalmente pasivo, de Gabriel. Dio una zancada alejándose de nosotras, hacia el centro de la riña. Los espectadores parecían confundidos, preguntándose qué hacia este tercero allí. Gabriel tomó al chico del cabello oscuro y lo empujó fácilmente hacia sus pies, a pesar del peso del hombre. Arrastró a su compañero, quien ya tenía el labio hinchado y
ensangrentado, hacia otro lado y se paró entre los dos. Uno de ellos le lanzó un puñetazo a Gabriel, pero lo interceptó en el aire. Enfurecidos por la interferencia, los dos hombres unieron sus fuerzas y las dirigieron contra Gabriel. Le lanzaron golpes salvajemente, pero cada puñetazo falló para encontrar su objetivo, a pesar de que Gabriel no se había movido. Eventualmente, los dos hombres, cansados y desplomados en el suelo, luchaban para respirar por el esfuerzo.
—Váyanse a casa —dijo Gabriel, con su voz resonando como un trueno. Era la primera vez que les hablaba, y la autoridad en su voz tuvo efecto. Persistieron un momento o dos, como si estuvieran midiendo su decisión, pero luego se levantaron balanceándose, estabilizándose gracias a sus amigos, con la respiración entrecortada.
—Wow, eso ha sido impresionante —soltó Molly cuando Gabriel volvió hacia nosotras—. ¿Cómo has hecho eso? ¿Eres una especie de experto en karate o algo así?
Gabriel trató de librarse de la atención. —Soy un pacifista —dijo—. No hay honor en la violencia.
Molly trató de conseguir una respuesta adecuada.
—Bien... ¿Quieres quedarte aquí con nosotras? —dijo eventualmente—. El helado de menta y chocolate con chispas es para morirse. Toma, ___*, pruébalo...
Antes de que pudiese objetar, se acerco a mí y dirigió una cucharada de helado a mi boca. Inmediatamente, algo frio y resbaladizo comenzó a deshacerse en mi lengua. Parecía cambiar de forma, transformándose de sólido a líquido, dirigiéndose hacia el final de mi garganta. El frio hizo que me doliera la cabeza y tragué lo más rápido que pude.
—Es excelente —dije sinceramente.
—Te lo dije —dijo Molly—. Toma, déjame conseguirte algo...
—Tenemos que irnos a casa —la cortó Gabriel, algo brusco.
—Oh... bueno, está bien —dijo Molly.
Me sentí mal por ella mientras trataba de ocultar su decepción.
—Quizás otro día —sugerí.
—Claro —dijo más esperanzada, volviéndose hacia sus amigos—. Te veo mañana, ___*. Hey, espera, casi lo olvido. Tengo algo para ti — buscó en su bolso y sacó un tubo de brillo de labios Melon Sorbet como el que había probado en la escuela—. Dijiste que te gustaba, y te conseguí uno.
—Gracias Molly —tartamudeé. Acababa de recibir mi primer regalo en la tierra y agradecí su consideración—. Es muy dulce por tu parte.
—No es gran cosa. Espero que te guste.
No se hicieron comentarios sobre mi nueva amistad con Molly en el camino a casa, a pesar de que vi a Ivy y a Gabriel mirándose significativamente algunas veces. Estaba muy cansada como para tratar de descifrar lo que significaban.
Preparándome para ir a la cama esa noche, me miré en el espejo del baño, que se extendía por toda la pared. Me tomó tiempo acostumbrarme a poder ver como lucía. En Kingdom nos podíamos ver los unos a los otros, pero nunca nuestras propias imágenes. A veces podías conseguir un vistazo de ti mismo a través de los ojos de otra persona, pero no era mucho, como un boceto de un artista sin detalle ni color.
Tener forma humana significaba que el boceto había sido elaborado. Podía ver cada cabello, cada poro, con perfecta claridad. Comparada con las chicas de Venus Cove, sabía que seguramente era extraña. Mi piel era blanca y pálida, mientras que ellas todavía tenían rastros del bronceado del verano. Mis ojos eran grandes y marrones, y mis pupilas estaban muy dilatadas. Molly y sus amigas lucían como si nunca se cansaran de experimentar con su cabello, pero el mío, partido en la mitad, caía ondulado y natural. Tenía una boca gruesa y colorada, que luego aprendí que daba la impresión de que estaba molesta.
Suspiré, me recogí el cabello en una cola, y me coloqué mi pijama estampado en blanco y negro con vacas bailarinas. Incluso con mi poca experiencia en la tierra, dude que alguna chica de Venus Cove pudiera ser encontrada tan poco glamorosa. Ivy me lo había traído y hasta entonces era la pieza más cómoda de ropa que poseía. Gabe recibió uno similar, excepto que eran botes en vez de vacas, todavía no lo había visto usándolo.
Me dirigí a mi habitación, agradecida por su simple elegancia. Me gustaban, especialmente, las estrechas puertas francesas que daban al pequeño balcón. Me gusta abrirlas y luego tirarme debajo del dosel de muselina para escuchar el sonido del océano. Era tranquilo el olor del océano y el sonido de Gabriel tocando el piano. Siempre me dormía escuchando a Mozart o las voces de mis hermanos.
En la cama, me estiré lujosamente, saboreando la textura de las sabanas. Me sorprendí al encontrar lo atrayente que era dormir, al ver que nosotros no necesitábamos mucho de ello. Supe que hasta tempranas horas de la mañana Gabriel e Ivy no se irían a dormir. Pero a mí me había cansado este día tan lleno de nuevas y diferentes interacciones. Bostecé y me enrollé de lado, con mi mente todavía nadando en pensamientos y preguntas que mi cuerpo cansado eligió ignorar.
Mientras me dormía, imagine a un extraño entrando calladamente a mi habitación. Sentí su peso cuando se sentó a un lado de mi cama en silencio. Estaba segura de que él estaba mirándome mientras dormía, pero no me atreví a abrir los ojos porque sabía que me probaría que era solo un fragmento de mi imaginación y quería que la ilusión continuara un poco más. El chico movió su mano para quitar un mechón de cabello de mis ojos y luego se acercó a mí para besar mi frente. Su beso fue como ser tocada por las alas de una mariposa. No me sentí alarmada, sabía que podía confiarle mi vida a este extraño. Lo sentí levantarse para cerrar las puertas del balcón antes de voltearse para irse.
—Buenas noches, _____ —susurró la voz de Nicholas Woods—. Dulces sueños.
—Buenas noches, Nicholas —dije medio dormida, pero cuando abrí los ojos descubrí que la habitación estaba vacía. Mis parpados pesaban mucho como para dejaros abiertos, y luego el brillo de la lámpara y el sonido del océano se desvanecieron mientras un profundo y tranquilo sueño me sobrellevaba.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por alma24 Dom 20 Abr 2014, 12:59 pm

Wao me encanta tu nove....siguela pronto porfis
alma24
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 03 Ago 2014, 9:45 am

MARATÓN 1/5
Capítulo 6: Clase de Francés


Alguien estaba diciendo mi nombre. A pesar de que traté de ignorarlo, la voz persistió y estuve obligada a salir de las cálidas y sombrías profundidades del sueño.
—¡Despiértate, dormilona!
Abrí los ojos y vi la luz del día filtrándose dentro de la habitación como oro cálido y líquido. Parpadee, me senté, y sacudí el sueño de mis ojos. Ivy estaba sentada al pie de mi cama con una taza en sus manos.
—Prueba esto, es horrible pero te despierta.
—¿Qué es?
—Café, un montón de humanos piensan que no pueden funcionar bien sino lo toman.
Me senté y absorbí el agrio y negro brebaje, resistiéndome a la urgencia de escupirlo. Me pregunté como las personas realmente podían pagar para beberlo, pero a la cafeína no le tomó mucho tiempo alcanzar mi circulación, y debo admitir que me sentí mas alerta.
—¿Qué hora es? —pregunté.
—Hora de que te levantes.
—¿Dónde está Gabe?
—Creo que ha ido a trotar. Ya se había levantado a las 5 esta mañana.
—¿Qué hay de mal en él? —gemí, apartando las mantas y sonando como una verdadera adolescente.
Solté mi cabello y pasé un cepillo por él antes de lavar mi rostro y bajar los escalones hacia la cocina. Gabriel, de regreso de trotar, estaba haciendo el desayuno. Recién se había peinado su cabello mojado, quitándolo de su frente, lo que le daba un look leonino. Sólo vestía una toalla alrededor de sus caderas, y su cuerpo ceñido brillaba a la luz de la mañana. Sus alas estaban contraídas y no lucían más que como una fina línea entre sus hombros. Estaba parado al lado del horno, sosteniendo una espátula de acero inoxidable.
—¿Panqueques o waffles? —me preguntó. No tenía que voltearse para saber quien había entrado a la habitación.
—Realmente no tengo mucha hambre —dije excusándome—. Creo que me saltare el desayuno y comeré algo después.
—Nadie saldrá de esta casa con el estomago vacio —sonaba decidido en el tema—. Entonces, ¿qué será?
—¡Es demasiado temprano, Gabe! ¡No me obligues, me enfermaré! — soné como un niño tratando de evitar comer espinacas.
Gabriel parecía ofendido. —¿Me estás diciendo que mi comida enferma a la gente?
Uups. Traté de rectificar mi error—. Claro que no. Yo solo...
Mi hermano colocó sus brazos sobre mis hombros y me miró atentamente—. _____ —dijo—, ¿sabes que ocurre cuando el cuerpo humano no es alimentado adecuadamente?
Sacudí la cabeza irritada, sabiendo que estaba a punto de presentar unos hechos que no estaría dispuesta a negar.
—No puede funcionar. No serás capaz de concentrarte y hasta te podrías sentir mareada —hizo una pausa para darle espacio al impacto de sus palabras—. No creo que quieras desmayarte en tu segundo día de clases, ¿o sí?
Esto tuvo el efecto que él esperaba. Me lancé descuidadamente a la silla, visualizándome a mi misma cayendo por la falta de nutrición y una variedad de rostros mirándome preocupadamente. Quizás hasta la cara de Nicholas Woods, de repente no queriendo volver a tener nada que ver conmigo.
—Quiero los panqueques —dije con tristeza, y Gabriel se volvió hacia la cocina con cara de satisfacción.
El desayuno fue interrumpido por el sonido del timbre, y me pregunté quién podría estar llamando a una hora tan poco común. Fuimos cuidadosos de alejarnos de los vecinos y desechar cualquier oferta de amistad. Debimos haber parecido poco amables para los locales.
Ivy y yo miramos a Gabriel expectantes. Él era capaz de sentir los pensamientos de todos aquellos a su alrededor, un talento muy útil en muchas circunstancias. El don celestial de Ivy eran sus manos curadoras. Mi don estaba todavía por ser determinado, aparentemente saldrá a la luz cuando sea el momento.
—¿Quién es? —preguntó Ivy.
—La señora de al lado —dijo Gabriel—. Ignórenla, y quizás se vaya.
Nos sentamos bastante quietos y silenciosos, pero nuestra vecina no era de las que se dan por vencidas fácilmente. Gabriel abandonó la cocina y volvió vistiendo un par de jeans recién lavados. Unos minutos después nos sorprendimos al escuchar el clic de la puerta de un lado, lo siguiente que supimos es que ella estaba en la ventana, saludándonos en un gesto entusiasta. Yo estaba sorprendida por la intrusión, pero mis hermanos mantuvieron su compostura.
Gabriel fue a abrir la puerta y volvió seguido por una mujer de unos 50 años, con el cabello claro y una cara bronceada. Llevaba un montón de joyas de oro, labial brillante, y un chándal de terciopelo. Debajo de su brazo tenía una bolsa grande de papel. Parecía conmocionada cuando nos miro a los tres juntos. No la culpo; debe ser una vista desconcertante.
—Hola a todos —dijo en voz alegre con un acento sureño, adelantándose sobre la mesa para darnos la mano—. Yo le echaría un vistazo al timbre si fuera ustedes, no parece estar funcionando. Soy Dolores Henderson, su vecina.
Gabriel se encargó de las presentaciones, e Ivy, siempre la anfitriona perfecta, le ofreció una taza de té o café y colocó un plato de panqués en la mesa. Vi a la Sra. Henderson mirando a Gabriel al igual que lo hicieron las chicas de la escuela.
—Oh, no gracias —dijo en respuesta a la oferta de comida—. Estoy cuidando mi consumo de calorías. Sólo quería pasar y decirles hola ahora que veo que ya se establecieron —puso la bolsa de papel en la mesa—. Pensé que podrían disfrutar de jalea hecha en casa, he traído jalea de albaricoque, higo, y fresa, no estaba segura de qué les gustaría.
—Muy amable de su parte, Sra. Henderson —Ivy fue todo buenos modales, pero podía ver a Gabriel impaciente.
—Oh, llámame Dolly —dijo—. Todos somos así por aquí, muy unidos.
—Es bueno saber eso —dijo Ivy.
Me maravilló que pudiese tener una respuesta lista para toda circunstancia. Mientras yo, unos momentos después, ya había olvidado el nombre de la mujer.
—¿Eres el profesor de música de Bryce Hamilton, cierto? —persistió la Sra. Henderson—. Tengo una sobrina que quiere aprender a tocar violín. ¿Es ese tu instrumento, cierto?
—Uno de ellos —respondió Gabriel distante.
—Gabriel toca muchos instrumentos —dijo Ivy, mirándolo exasperadamente.
—¡Muchos! Oh cielos, debes ser muy talentoso —exclamó la Sra. Henderson—. Te escucho tocar la mayoría de las noches desde mi porche. Chicas, ¿ustedes dos también son como él? Que buen hermano eres al cuidar a tus dos hermanas cuando sus padres están lejos.
Ivy suspiró, la noticia de nuestra llegada y nuestra historia personal, parecen haberse convertido en el chisme del lugar rápidamente.
—¿Sus padres vendrán con ustedes pronto? —preguntó, mirando alrededor impacientemente, como si esperara que un par de padres salieran de los gabinetes o cayeran del techo.
—Esperamos verlos pronto —dijo Gabriel, con sus ojos volteando al reloj.
Dolly esperó expectante a que dijera algo, y cuando no lo hizo, lanzó otro par de preguntas. —¿Conocen a alguien del pueblo? —me divertía ver cómo mientras más información buscaba obtener de él, más impaciente se volvía Gabriel.
—No hemos tenido mucho tiempo para socializar —dijo Ivy—. Hemos estado muy ocupados.
—¡Sin tiempo para socializar! —chilló la Sra. Henderson—. ¡Tan guapos! Tendremos que hacer algo al respecto. Hay algunos clubs de ―onda‖ en la ciudad; tendré que llevarlos.
—No puedo esperar —dijo Gabe de mala gana.
—Escuche Sra. Henderson... —comenzó Ivy, descubriendo que la conversación no acabaría pronto.
—Dolly.
—Disculpe, Dolly, pero tenemos prisa para llegar a la escuela.
—Claro. Qué tontería por mi parte seguir hablando. Ahora, si necesitan algo, no duden en preguntar. Somos una comunidad muy unida.
Gracias a la ―intrusión‖ de Dolly, me perdí de la mitad de la clase inglés, y Gabe encontró a sus alumnos de séptimo entreteniéndose tirando papeles al ventilador de techo. Luego tuve el periodo libre, y me encontré con Molly en los casilleros. Rozó su mejilla con la mía en un gesto de saludo y luego me hizo un resumen de sus aventuras en Facebook la noche anterior mientras yo arreglaba mis libros. Aparentemente, un chico llamado Chris había escrito más besos y abrazos de lo usual, y Molly estaba sacando teorías sobre si era una nueva etapa en la relación o no. Los agentes de luz habían limpiado nuestra casa de toda tecnología, así que no sabía mucho sobre lo que ella estaba diciendo. Pero me las arreglé para asentir en intervalos regulares y no parecía notar mi ignorancia.
—¿Cómo puedes saber lo que alguien realmente está sintiendo en línea? —pregunté.
—Por eso tenemos emoticones, tonta —explicó—. Pero, sin embargo, no querrás leer demasiado. ¿Sabes qué día es hoy? —estaba descubriendo que Molly tenía el desconcertante hábito de cambiar de tema rápidamente y sin advertencia.
—Es seis de marzo —dije.
Molly sacó un calendario de bolsillo rosa, y con un gesto de emoción tachó el día con un bolígrafo con plumas.
—Sólo setenta y dos días más —dijo, y su cara enrojeció de la emoción.
—¿Para? —pregunté.
Me miró con incredulidad.
—¡Para el baile de promoción, idiota! Nunca he esperado tanto por algo como esto —normalmente, me hubiese ofendido por el uso de la palabra idiota, pero no me tomo mucho tiempo descubrir que todas la chicas de alrededor usaban los insultos como gesto de cariño.
—¿No es un poco pronto para estar pensando en eso? —sugerí—. Faltan más de dos meses.
—Sí, lo sé, pero es el evento social del año. Todos empiezan a planearlo temprano.
—¿Por qué?
—¿Hablas enserio? —los ojos de Molly se expandieron—. Es el evento que recordaras toda tu vida, aparte, quizás de tu boda. Es todo el asunto de limosinas, trajes, parejas calientes, y baile. Es nuestra noche para actuar como princesas —pensé que alguna de ellas ya actuaba como princesa en el día a día, pero me abstuve de comentar.
—Suena divertido —dije. La verdad, todo el asunto me sonaba ridículo, y decidí que trataría de evitarlo a toda costa. No me podía imaginar lo mucho que desaprobaría Gabriel tal evento, con su énfasis en la vanidad.
—¿Alguna idea de con quién quieres ir? —Molly me dio un codazo sugestivamente.
—No todavía —la esquivé—. ¿Qué hay de ti?
—Bueno —bajó la voz—. Casey le ha dicho a Taylah que escuchó a Josh Crosboy diciéndole a Aaron Whiteman que Ryan Robertson estaba pensando en preguntarme.
—¡Wow! —dije, fingiendo que había entendido alguna palabra de lo que había dicho—. Suena genial.
—¡Lo sé, cierto! —chilló—. Pero no se lo digas a nadie. No quiero que traiga mala suerte.
Ella sonrió, y encerró en un círculo una fecha a mediados de mayo en mi agenda escolar, dibujando un gran corazón rojo en él antes de que la pudiese detener. Me la devolvió, y buscó la de ella en el desastre de su casillero. Había libros apilados al azar, posters de bandas famosas pegados en el interior del casillero, envolturas de aperitivos, una botella de soda por la mitad, y una gran cantidad de labiales y mentas desordenadas en el fondo. En contraste, mis libros estaban apilados en una fila ordenada, mi chaqueta estaba colgada en el lugar adecuado, y mi horario con códigos en colores estaba pegado en la puerta del casillero. No sabía cómo ser desordenada como una humana; cada instinto me exigía orden. El proverbio que dice “La limpieza es lo más cercano a la bondad” no podría ser más apropiado.
Seguí a Molly hasta la cafetería, donde dejamos pasar el tiempo hasta que ella tuvo que ir a matemáticas y yo a francés. Pero antes, tenía que ir a mi casillero y buscar mis libros de francés, lo cuales eran grandes y pesados. Los apilé sobre mi carpeta mientras buscaba mi diccionario Español-Francés, que estaba justo al final.
—Oye, extraña —dijo una voz detrás de mí. Me asusté y salté tan rápido que me golpeé la cabeza con el techo de mi casillero—. ¡Cuidado! —dijo la voz.
Me volteé para encontrar a Nicholas Woods parado allí con la misma medio sonrisa en su rostro de nuestro primer encuentro. Hoy estaba vestido en el uniforme de deportes; pantalones para correr azul oscuro, una camiseta, y una chaqueta con los colores del colegio sobre su hombro. Me pasé la mano por la cabeza mientras lo miraba, preguntándome por qué estaría hablando conmigo.
—Siento mucho haberte asustado —dijo—. ¿Estás bien?
—Estoy perfectamente —repliqué, sorprendida por encontrarme a mi misma una vez más abrumada por lo guapo que era. Sus ojos turquesa estaban sobre mí, sus cejas medio subidas. Estaba tan cerca que fui capaz de notar que sus ojos estaban rayados en color gris y cobre.
Pasó una de sus manos por su frente para apartarse el cabello que enmarcaba su rostro.
—¿Eres nueva en Bryce Hamilton, cierto? No tuvimos oportunidad de hablar ayer.
No pude pensar en algo que decir como respuesta, así que asentí y me concentré en mis zapatos. Mirar hacia arriba sería un grave error. Encontrar su mirada causaría la misma intensa reacción física que tuve la última vez. Sentía como si estuviese cayendo desde una gran altura.
—Escuché que has estado viviendo en el extranjero —continuó, sin inmutarse por mi silencio—. ¿Qué hace una chica que ha viajado tanto en un lugar como Venus Cove?
—Estoy aquí con mi hermano y mi hermana —murmuré.
—Sí, los he visto por ahí —dijo—. ¿Son difíciles de pasar por alto, cierto? —dudó por un momento—. Tú también lo eres.
Pude sentir como me sonrojaba y me aleje de él. Me sentí tan febril que seguramente debía estar radiando calor.
—Voy tarde para francés —dije, tomando el libro más cercano que pude encontrar y medio tropezando por el corredor.
—El centro de lenguas es por el otro lado —me dijo, pero no volteé.
Cuando encontré el salón correcto, estaba aliviada de que nuestro profesor acabara de llegar. El Sr. Collins, quien no lucía ni sonaba muy francés para mí, era un hombre alto, larguirucho y con barba. Vestía una chaqueta de tweed y una corbata.
Era un salón pequeño y estaba casi lleno. Miré alrededor buscando la silla vacía más cercana, y solté un jadeo cuando vi a la persona que estaba sentada justo al lado de la silla vacía. Mi corazón se sobresaltó en mi pecho mientras caminaba hacia él. Suspiré y calmé mis nervios. Era sólo un chico después de todo.
Nicholas parecía divertido mientras tomaba asiento a su lado. Traté de ignorarlo lo mejor que pude y me concentré en abrir mi libro en la pagina que el Sr. Collins había marcado en el pizarrón.
—Vas a tener problemas para aprender francés con eso —murmuró Nicholas en mi oído. Avergonzada, me di cuenta de que por mi prisa, había tomado el libro incorrecto. En frente de mi no estaba el libro de gramática francesa, sino el de la revolución francesa. Sentí que mis mejillas se tornaban rojas por segunda vez en menos de cinco minutos, y me moví hacia adelante tratando de ocultarlas con mi cabello.
—Señorita Church —llamó el Sr. Collins—. Lea, por favor, en voz alta el primer párrafo en la página 96 titulado: À la bibliothèque.
Me congelé. No me podía creer que tendría que decir ante todos que traje los libros incorrectos a la primera clase. ¿Cómo de incompetente pareceré? Abrí la boca para comenzar una disculpa justo cuando Nicholas deslizó su libro disimuladamente sobre mi escritorio.
Le di una mirada de agradecimiento y empecé a leer el párrafo sin dificultad, a pesar de que nunca había leído o hablado la lengua antes. Esa era la manera en que funcionaban las cosas con nosotros, muy fluidas. Me di cuenta de que debía de haber pronunciado mal algunas palabras, o al menos dudar una o dos veces, pero no se me ocurrió hacerlo. Quizás una parte de mi trataba de presumir frente a Nicholas Woods para recompensar la torpeza que ya había mostrado.
—Habla tan fluido como un parlante nativo, Srita. Church. ¿Ha vivido en Francia?
—No señor.
—¿Ido de visita, tal vez?
—Desafortunadamente, no.
Miré a Nicholas, el cual tenía las cejas levantadas, lo que significaba que estaba impresionado.
—Debemos dejarlo como habilidad natural entonces. Seguramente estarías más feliz en la clase avanzada —sugirió el profesor.
—¡No! —dije, sin querer atraer más atención y deseando que el Sr. Collins no insistiera. Opté por ser menos perfecta la próxima vez—.
Todavía tengo mucho que aprender —le aseguré—. La pronunciación es mi punto fuerte, pero en la gramática soy un desastre.
El Sr. Collins parecía satisfecho con esa explicación. —Woods, continúe con la lectura desde donde la Srita. Church la dejó —dijo, pero miró hasta el escritorio de Nicholas y frunció los labios—. ¿Dónde está su libro, Woods?
Rápidamente le pasé el libro, pero Nicholas no hizo nada para tomarlo.
—Lo siento señor, olvidé mis libros hoy; anoche me dormí tarde. Gracias por compartir, ___*.
Quería protestar, pero la mirada cálida de Nicholas me silencio. El Sr. Collins lo miró, escribió algo en su cuaderno, y murmuró algo en todo el camino de vuelta a su escritorio.
—No estás dando un buen ejemplo como presidente de la clase. Te espero después de clases.
Con la lección terminada, esperé afuera a que Nicholas terminara de hablar con el Sr. Collins. Sentí que al menos debía darle las gracias por salvarme de la vergüenza.
Cuando la puerta se abrió, Nicholas salió tan tranquilo como alguien caminando por la playa. Me miró y me sonrió, agradecido porque lo hubiese esperado. Debería estar encontrándome con Molly para el receso, pero el pensamiento flotó por mi cabeza y luego desapareció. Cuando él me miraba era fácil olvidar hasta respirar.
—De nada, y no hay problema —dijo antes de que pudiese abrir la boca.
—¿Cómo sabes lo que iba a decir? —pregunté irritada—. ¿Y si quería regañarte por meterte a ti mismo en problemas?
Me miró con curiosidad. —¿Estas molesta? —preguntó. Allí estaba esa medio sonrisa de nuevo, jugando en sus labios, como decidiendo si la situación era lo suficientemente cómica como para dar una gran sonrisa.
Dos chicas pasaron por mi lado y me miraron agudamente. La más alta saludó a Nicholas.
—Hola, Nicholas —dijo ella con voz dulce.
—Hola, Lana —respondió él en un tono amistoso pero desapasionado.
Parecía obvio para mí que él no tenía interés en hablar con ella, pero Lana no pareció notarlo.
—¿Cómo te fue en el examen de matemáticas? —persistió ella—. A mí me pareció muuuuuuy difícil. Creo que voy a necesitar un tutor.
No podía evitar notar la manera en la que Nicholas la miraba, inexpresivo, como si alguien le hubiese quitado la pantalla a una computadora. Lana todavía está hablando y arqueando su espalda para que Nicholas pudiese notar el efecto de su curvilínea figura. Cualquier otro chico hubiese sido incapaz de no apreciar ese cuerpo, pero los ojos de Nicholas no se apartaban de su rostro.
—Creo que me fue bien —dijo—. Marcus Mitchell da tutorías; deberías preguntarle si crees que en realidad lo necesitas —los ojos de Lana se estrecharon, molesta por haber ofrecido tanto y recibido tan poco.
—Gracias —soltó antes de alejarse abruptamente.
Nicholas no pareció notar que la había ofendido, o si lo hizo, no estaba perturbado por ello. Luego, se giró hacia mí con una expresión diferente. Su cara estaba seria, como si estuviese tratando de resolver algún rompecabezas. Traté de no sentirme agradecida por ello; probablemente miraba a muchas chicas de la misma manera, y Lana era una excepción sin suerte. Recordé lo que me dijeron sobre Emily y me regañé a mi misma por ser tan engreída al pensar que él estaba mostrando interés por mí.
Antes de que nuestra conversación acabara, Molly nos vio con una mirada de sorpresa. Se acercó cautelosamente, pareciendo preocupada por interrumpir algo.
—Hola, Molly —dijo Nicholas cuando pareció obvio que ella no iba a iniciar la conversación.
—Hola —respondió ella bruscamente, tiró de la manga de mi camisa disimuladamente. Cuando habló, lo hizo con la voz de una niña pequeña—. ___*, ven a la cafetería conmigo, me estoy muriendo de hambre. Y el viernes después de la escuela, quiero que vengas a mi casa. Todas nos haremos faciales con la hermana de Taylah, que es esteticista. Será muy divertido. Ella siempre lleva muchas cosas para que podamos hacérnoslo a nosotras mismas en nuestra casa.
—Suena muy divertido —dijo Nicholas, en un tono de entusiasmo fingido que me hizo reír—. ¿A qué hora debería ir?
Molly lo ignoró.
—¿Irás ___*?
—Le tendré que preguntar a Gabriel y luego te diré —dije. Vi una mirada de sorpresa cruzar por el rostro de Nicholas. ¿Sería la idea de pasar una noche teniendo faciales, o mi necesidad de pedirle permiso a mi hermano para hacerlo?
—Ivy y Gabriel también serán bienvenidos —dijo Molly, subiendo su tono de voz.
—No creo que sea su idea de un buen té —vi el rostro de Molly decaer y agregué rápidamente—. Pero les preguntaré de todas maneras.
Ella me sonrió.
—Gracias. Hey, ¿te puedo preguntar algo? —miró a Nicholas que todavía estaba parado allí—. ¿En privado?
Él levantó sus manos en señal de rendición y se retiró. Resistí la necesidad de llamarlo para que volviera. La voz de Molly se convirtió en un susurro. —¿Te ha dicho Gabriel...um...algo sobre mí?
Ni Gabriel ni Ivy me habían dicho algo sobre Molly desde que nos encontramos en el puesto de helados, excepto para repetir su sermón general sobre el peligro de hacer amigos. Pero supe por el tono de su voz que estaba cautivada por Gabriel, y no quería desilusionarla.
—Ahora que lo preguntas, sí —dije, esperando que hubiese sonado convincente. Sólo había una circunstancia en la que mentir no estaba prohibido: para evitar causarle dolor innecesario a alguien. Pero incluso en ese momento no me resultaba fácil.
—¿En serio? —el rostro de Molly se iluminó.
—Claro —dije, pensando que, técnicamente, realmente no había mentido. Gabriel había mencionado a Molly, sólo que no en el contexto que ella esperaba—. Dijo que se alegraba de que hubiese encontrado una amiga tan agradable.
—¿Dijo eso? No puedo creer siquiera que me haya notado. ¡Es tan guapo! ___*, lo siento, sé que es tu hermano y todo, pero está tan bueno.
De un buen humor, Molly tomó mi brazo y me guió en el camino hasta la cafetería. Nicholas estaba allí, sentado en la mesa de los atletas. Esta vez, cuando nuestros ojos se encontraron, sostuve su mirada. Mientras lo miraba, sentí que mi mente se ponía en blanco y no podía pensar en nada excepto en su sonrisa, esa perfecta y simpática sonrisa que hacía que sus ojos se arrugaran un poco en las esquinas.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 03 Ago 2014, 11:16 am

MARATÓN 2/5

Capítulo 7: Fiesta


Molly no dejó de notar mi interés en Nicholas Woods y decidió darme un consejo no solicitado. —En serio, no creo que él sea tú tipo —dijo ella, retorciendo sus rulos alrededor de
sus dedos mientras estábamos en la fila de la cafetería.
Yo estaba parada cerca de ella a fin de evitar ser atropellada por los estudiantes ansiosos por alcanzar el mostrador. Los dos profesores preocupados que estaban de guardia trataban de pasar por alto el pandemónium alrededor de ellos. Mantenían miradas cautelosas en el reloj y contaban los minutos antes de volver al santuario de la sala de personal.
Traté de ignorar los codos que se clavaban en mí, así como los parches pegajosos de bebidas derramadas, y escuchar lo que Molly estaba diciendo.
—¿De qué estás hablando? —dije.
Ella me dio una Mirada perspicaz que decía que no estaba convencida por mi acto de ingenuidad
—Admito que Nicholas es el chico más guapo de la escuela, pero todos saben que él es un problema. Las chicas que trata terminan con el corazón destrozado. Después no digas que no estabas advertida.
—No parece ser deliberadamente cruel —dije, superada por el deseo de defenderlo aunque no sabía casi nada de él.
—Mira, ____*, enamorarse de Nicholas solo va a hacer que salgas dañada. Esa es toda la verdad.
—¿Qué es lo que te hace una experta con respecto a él? —pregunté— ¿Fuiste tú una de de las que consiguió salir con el corazón lastimado?
Había hecho la pregunta en broma, pero la cara de Molly se volvió repentinamente seria—. Podría decirse eso.
—Lo siento. No tenía idea. ¿Qué pasó?
—Bueno, me gustó por años y finalmente me cansé de lanzarle indirectas, así que lo invité a salir —dijo sin darle importancia, como si hubiera sucedido hace mucho tiempo y ya no importara.
—¿Y? —pronuncié.
—Y nada —se encogió de hombros—. Me rechazó. Se mostró educado, me dijo que me veía como una amiga. Pero aún así fue el único momento más humillante de mi vida.
No podía decirle a Molly que lo que ella describía no sonaba tan malo. De hecho, la conducta de Nicholas podía ser vista como honesta, incluso honorable. Cuando Molly había hablado de corazones destrozados lo hizo sonar como alguna clase de villano. Y todo lo que había hecho era declinar una invitación de la mejor manera en que sabía hacerlo. Pero yo había aprendido bastante hasta ahora sobre la amistad femenina para saber que la simpatía era la única respuesta aceptable.
—No está bien —continúo Molly acusadoramente—. Él camina por ahí luciendo todo maravilloso, siendo amistoso con todos, pero no deja que nadie se acerque a él.
—Pero, ¿engaña a las chicas haciéndolas pensar que quiere algo más que una amistad? —pregunté.
—No —admitió ella—, pero aún así es completamente injusto. ¿Cómo alguien puede estar demasiado ocupado para una novia? Sé que suena duro, pero tiene que superar lo de Emily alguna vez. No es como si ella fuera a volver. De todos modos, ya es suficiente del Sr. Perfecto. Espero que puedas ir a mi casa el viernes—despejará nuestras mentes de chicos molestos.
—El sentido de estar aquí no es socializar —dijo Gabriel cuando le pedí permiso para ir a lo de Molly el viernes.
—Pero sería grosero de mi parte no ir —objeté. —Además, es viernes por la noche, no hay escuela al día siguiente.
—Ve si quieres, ______ —dijo mi hermano con un suspiro—. Había pensado que habría formas más provechosas de pasar una noche, pero no es por mí prevenirte.
—Es sólo esta vez —dije. —No lo voy a hacer un hábito.
—Espero que no.
No me gustaba la implicación que había detrás de sus palabras y la sugerencia sutil de que estaba perdiendo el enfoque. Pero no dejé que eso arruinara mi humor—quería experimentar todas las facetas de la vida humana. Después de todo, me podría dar una mejor comprensión de nuestra misión.
Para las siete ya me había duchado y cambiado con un vestido de lana verde ajustado. Combiné el vestido con botas cortas y medias oscuras, e incluso me puse algo del brillo labial que Molly me había dado. Estaba complacida por el resultado; parecía un poco menos pálida de lo usual en mí.
—No hay necesidad de vestirse elegante, no vas a ningún baile —dijo Gabriel cuando me vio.
—Una chica siempre debe tratar de lucir lo mejor posible —Ivy dijo en mi defensa y me guiñó un ojo. Ella podría no haber estado de acuerdo con mis planes de pasar el tiempo con Molly y su grupo, pero no era del tipo que alberga rencor. Sabía cuando dejar las cosas pasar para mantener la paz.
Los besé a ambos para despedirme y me dirigí a la puerta. Gabriel había querido llevarme a lo de Molly en el Jeep negro que habíamos encontrado aparcado en el garage, pero Ivy había logrado disuadirlo de eso, diciéndole que había una gran cantidad de luz del día y era perfectamente seguro ya que la casa de Molly quedaba a sólo unas cuantas calles. Sin embargo, acepté la oferta de Gabriel de recogerme, y acordé llamarlo cuando estuviera lista para volver a casa.
Sentí una oleada de placer al caminar a la casa de Molly esa noche. El invierno estaba llegando a su fin, pero la brisa que alborotaba mi vestido era todavía fría. Respiré la clara esencia del océano junto con el nítido aroma de las coníferas. Me sentí privilegiada de estar aquí, caminando en la tierra, respirando, siendo sensible. Era mucho más estimulante que observar la vida desde otra dimensión. Mirando hacia abajo desde el Paraíso a la abundante vida de debajo como mirar un espectáculo. Estar en el escenario real podía ser más aterrador, pero también era más emocionante.
Mi estado de ánimo cambió cuando llegué al 8 Sycamore Grove. Mire a la casa, pensando que debía haber copiado el número equivocado. La puerta del frente estaba abierta y parecía que cada luz en el interior estaba encendida. La música retumbaba desde la sala del frente y adolescentes escasamente vestidos se contoneaban en el porche delantero. Esta no podía ser. Comprobé la dirección que Molly misma había escrito en un pedazo de papel y vi que no había cometido ningún error. Entonces reconocí algunos rostros de la escuela y una cuantas personas me saludaron. Me dirigí a la casa estilo bungalow y casi tropiezo con un chico que tenía arcadas en el borde de la terraza.
Consideré dar la vuelta e ir directamente a casa, inventando un dolor de cabeza como excusa para Ivy y Gabriel. Sabía que nunca me hubieran permitido venir si hubieran sabido lo que la noche de ―chicas‖ de Molly realmente implicaba. Pero mi curiosidad prevaleció, y decidí ir adentro el tiempo suficiente para decirle hola a Molly y ofrecer mis disculpas antes de hacer una rápida salida.
Había una aglomeración de cuerpos en el pasillo delantero, que tenían un olor penetrante a humo y colonia. La música estaba tan alta que las personas debían gritarse entre si en las orejas para ser escuchados. El piso temblaba y los bailarines dando tumbos me hacían sentir como si estuviera atrapada en el medio de un terremoto. El ritmo fuerte estaba tan alto que se estrellaba contra mis tímpanos, haciéndome encoger. Podía sentir el aliento cálido en mis mejillas, olor a cerveza y bilis en el aire. La escena completa era tan dolorosamente abrumadora que casi pierdo el equilibrio. Pero esto era la vida humana, pensé para mí, y estaba dispuesta experimentarlo de primera mano incluso si me hacía estar al borde del colapso. Así que tomé un respiro profundo y lo solté.
Había jóvenes en cada esquina y hueco, algunos fumando, algunos bebiendo, y otros apenas alejados de otros. Me abrí paso entre la multitud y mire fascinada a un grupo jugando algo que había escuchado que alguien llamaba la Búsqueda del Tesoro. Consistía en que las chicas se pararan en una fila mientras los chicos apuntaban sus malvaviscos a sus escotes desde una corta distancia. Una vez conseguido, tenían que recuperar los malvaviscos usando solamente la boca. Las chicas reían y chillaban mientras los chicos enterraban sus cabezas en sus pechos.
No pude ver a los padres de Molly por ningún lado. Se debieron haber ido por el fin de semana. Me preguntaba cómo reaccionarían si vieran su casa en el caos actual. Atrás de la sala de estar, las parejas yacían entrelazadas con afecto de borrachos sobre los sofás de cuero marrón. Podía ver las botellas vacías de cerveza desparramadas por el suelo, y los bocadillos de chips de maíz y M&M que Molly había puesto en copas de cristal habían sido molidos en la alfombra. Descubrí la cara familiar de Leah Green, una de las chicas del grupo de Molly, y me dirigí a ella. Ella estaba parada junto a las puertas de vidrio que daban a una amplia superficie y a la piscina.
—¡____*! ¡Lo hiciste! —gritó por encima del sonido de la música— ¡Fantástica fiesta!
—¿Has visto a Molly? —le grité.
—En la bañera de hidromasaje.
Me escabullí de las garras de un chico embriagado que estaba tratando de arrastrarme en el tumulto de bailarines y esquivé a otro que me llamó ―Bro y que trató de darme una abrazo de oso. Una chica lo apartó de mí disculpándose—. Siento lo de Stefan —gritó—. Él ya está perdido.
Asentí y salí, haciendo una nota mental para agregar palabras nuevas al glosario que estaba recopilando.
Más botellas vacías y latas llenaban el terreno afuera, y tuve que escoger un camino cuidadosamente alrededor de ellas. A pesar del frío, adolescentes en bikinis y pantalones cortos descansaban en la piscina y la atestada bañera de hidromasaje. Las luces lanzaron un misterioso resplandor azul sobre cuerpos descontrolados.
Repentinamente, un chico desnudo pasó como una centella y se zambulló en la piscina. Emergió temblando pero pareciendo satisfecho por los aplausos que sacó de los demás. Traté de no parecer tan horrorizada como me sentía.
Sentí una inundación de alivio cuando finalmente localicé a Molly apretada entre dos chicos en la bañera de hidromasaje. Al verme, se levantó, desperezándose como un gato, y deteniéndose el tiempo suficiente para que los chicos admiraran su cuerpo húmedo y tonificado.
—____*ie, ¿cuándo llegaste? —dijo en una voz melodiosa.
—Recién —dije— ¿Ha habido un cambio de planes? ¿Qué le pasó a los faciales?
—Oh, babe, ¡abandonamos la idea! —dijo Molly como si ese detalle no tuviera la menor importancia. —Mi tía está enferma, así que papá y mamá estarán fuera de la ciudad por todo el fin de semana. ¡No podía dejar pasar la oportunidad de una fiesta!
—Sólo vine a saludarte. No puedo quedarme —dije. —Mi hermano cree que estamos probando máscaras faciales.
—Bueno, él no está aquí, ¿verdad? —Molly sonrió maliciosamente—. Y lo que el hermano Gabriel no sepa no puede afectarle. Vamos, sólo una bebida antes que te vayas. No quiero que te metas en problemas por mi causa.
En la cocina nos encontramos con Taylah, que estaba parada detrás de la encimera de la cocina mezclando algo en la licuadora. Una impresionante variedad de botellas estaban esparcidas alrededor suyo. Leí una cuantas etiquetas: ron blanco Caribbean, whisky de malta, whisky, tequila, ajenjo, Midori (licor de melón), bourbon, champagne. Los nombres no significaban nada para mí. El alcohol había sido omitido de mi entrenamiento… un hueco en mi educación.
—¿Puedes darme dos Especiales Taylah para ____* y para mí? — preguntó Molly, envolviendo sus brazos alrededor de su amiga y balanceando sus caderas al compás de la música.
—Viniendo ahora mismo —dijo Taylah, llenando dos vasos de coctel casi hasta el borde con una mezcla de color verdoso Molly empujó una de las bebidas en mi mano y le dio un trago largo a la suya. Nos dirigimos hacia la sala de estar. La música estaba sonando tan ruidosamente de dos altavoces colosales posicionados en las esquinas del cuarto que incluso el suelo estaba vibrando. Olí mi bebida con cautela.
—¿Qué es esto? —pregunté a Molly sobre el estruendo.
—Es un coctel —dijo ella. —¡Salud!
Le di un trago de cortesía y lo lamenté instantáneamente. Era dulcemente enfermizo pero al mismo tiempo quemó mi garganta. Decidida a no ser una aguafiestas, continué sorbiendo la mezcla. Molly estaba disfrutando consigo misma y me empujó dentro de la masa hirviente de bailarines. Por unos cuantos minutos bailamos juntas, y después la perdí de vista, y una multitud de personas extrañas se cerró en torno a mí. Traté de encontrar un hueco entre los cuerpos para colarme y escapar, pero en el momento en que uno aparecía, se cerraba nuevamente con la misma rapidez. Varias veces me di cuenta que cada vez que mi vaso se vaciaba era llenado por sirvientes invisibles.
A estas alturas, me estaba sintiendo mareada e inestable sobre mis pies. Le eché la culpa a no estar acostumbrada a la música alta y las multitudes. Tomé otro sorbo de mi copa con la esperanza que me refrescara. Gabriel constantemente estaba diciendo la importancia de mantener nuestros cuerpos hidratados.
Estaba terminando mi tercer coctel cuando sentí un abrumador deseo de hundirme en el piso. Pero no lo alcancé. En vez de eso, sentí una mano fuerte que se apoderaba de mí y me alejaba de la multitud. El agarre alrededor de mi brazo se reforzó cuando tropecé. Dejé que mi peso fuera sostenido y permití al extraño guiarme afuera. Ahí, me sentí aliviada en un banco de jardín donde me senté retorcida, todavía sosteniendo el vaso vacío.
—Podrías tomarte con más calma estas cosas.
Pude centrarme lentamente en el rostro de Nicholas Woods. Estaba usando unos vaqueros gastados y una camiseta gris de manga larga. Hacía parecer a su pecho más amplio de lo que parecía en su uniforme escolar. Aparté mi pelo de mis ojos y sentí que mi frente estaba húmeda por el sudor.
—¿Tomarme con calma qué?
—Um... lo que estabas bebiendo... porque es bastante fuerte —dijo como afirmando lo que es obvio.
El líquido estaba empezando a revolverse en mi estómago ahora y mi cabeza estaba palpitando. Sabía que quería decir algo, pero no podía formar las palabras, interrumpidas por las oleadas de náusea. En vez de eso, me apoyé débilmente contra Nicholas, sintiéndome a punto de llorar.
—¿Tu familia sabe dónde estás? —preguntó.
Sacudí mi cabeza, lo que hizo al jardín girar peligrosamente—. ¿Cuánto de eso has bebidos?
—No sé —murmuré atontada—. Pero no parece sentarme bien.
—¿Bebes a menudo?
—Esta es mi primera vez.
—¡Oh, cielos! —Nicholas sacudió su cabeza—. Eso explicaría por qué estás tan floja.
—Tan qué… —me tambaleé hacia delante, casi cayendo al suelo.
—Whoa —Nicholas me atrapó—. Creo que sería mejor llevarte a tu casa.
—Estaré bien en un minuto.
—No, no lo estarás. Estás temblando.
Me di cuenta con cierta sorpresa que tenía razón. Nicholas volvió adentro por su chaqueta, que colocó sobre mis hombros. Olía a él y era reconfortante.
Molly tropezó al dirigirse hacia nosotros.
—¿Qué está pasando? —dijo ella, demasiado alegre para molestarse por la presencia de Nicholas.
—¿Qué estaba bebiendo ____*? —demandó.
—Sólo un coctel —contestó Molly—. En su mayoría vodka. ¿No te estás sintiendo bien, ____*?
—No, no lo está —dijo Nicholas rotundamente.
—¿Qué puedo hacer por ella? —dijo Molly, sonando perdida.
—Me aseguraré que llegue a casa a salvo. —dijo, e incluso en mi estado no perdí el tono acusatorio.
—Gracias Nicholas, te debo una. Oh, trata de no decirle demasiado a su hermano, él no parece del tipo entendedor.
El olor de los asientos de cuero en el auto de Nicholas era tranquilizador, pero todavía sentía que había un horno ardiente dentro de mí. Era vagamente consciente de estar viajando en un coche por un camino lleno de baches y ser llevada a la puerta. Estaba lo suficientemente despierta como para escuchar lo que estaba pasando alrededor mío pero demasiado soñolienta para mantener mis ojos abiertos. Que parecían cerrarse por voluntad propia.
Debido a que mis ojos se cerraban no puedo ver la mirada en el rostro de Gabriel cuando abrió la puerta. Pero no pude perderme la alarma en su voz.
—¿Qué pasó? ¿Está herida? —lo sentí ahuecar mi cabeza con sus manos.
—Ella está bien —dijo Nicholas—. Sólo ha bebido demasiado.
—¿Dónde estaba?
—En la fiesta de Molly.
—¿Fiesta? —Gabriel se hizo eco—. No nos dijo nada de una fiesta.
—No fue culpa de ____*…no creo que lo supiera.
Me sentí traspasada a los capaces brazos de mi hermano.
—Gracias por traerla a casa —dijo Gabriel en una voz diseñada para reducir aún más la discusión.
—No hay problema —dijo Nicholas. —Ella no estuvo fuera de sí por un momento; podría necesitar ser revisada.
Hubo una pausa mientras Gabriel consideró que decir. Yo sabía que no era necesario llamar a un doctor. Además, una examinación médica revelaría algunas anomalías que no podrían ser explicadas. Pero Nicholas no sabía eso, así que esperó por la respuesta de Gabriel.
—Nos encargaremos de ella —dijo Gabriel.
Sonó mal, como si estuviera tratando de ocultar algo. Hubiera querido que al menos tratara de sonar más agradecido. Nicholas me había rescatado, después de todo. Si no hubiera sido porque él vio que estaba en problemas, todavía estaría en la casa de Molly y quién sabe lo que podría haber pasado.
—Está bien —pude escuchar la sospecha en la voz de Nicholas y sentí una renuencia a irse. Pero no había razón para que se quedara.
—Dile a ____* que espero que se siente bien muy pronto.
Escuché los pasos de Nicholas al alejarse crujiendo en el camino de grava y el sonido de su auto saliendo. Lo último que recordé eran las manos frías de Ivy acariciando mi frente y su energía curativa inundando mi cuerpo.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 03 Ago 2014, 11:16 am

MARATÓN 3/5

Capítulo 8: Phantom


No tenía idea de qué hora era cuando me desperté. Yo sólo era consciente de las palpitaciones en mi cabeza y sentía mi lengua como el papel de lija. Me tomó un tiempo antes de
que pudiera poner los acontecimientos de la noche anterior en orden coherente, pero cuando lo hice, deseé no haberlo hecho. Sentí una oleada de vergüenza al recordar mi estado desorientado, mi dificultad para hablar, la falta de apoyo de mi propio peso. Recordé a Gabriel sosteniéndome en sus brazos y la preocupación se mezclaba con la decepción en su voz. Recordé estar desnuda y la mirada de consternación en el rostro de Ivy cuando ella me acomodaba para dormir como un niño pequeño.
Cuando Ivy me cubría con las mantas, oí a Gabriel reiterar las gracias a alguien en la puerta. Entonces empecé a recordar que pase la mayor parte del tiempo en la fiesta de Molly, me desplome desamparadamente contra el cuerpo confortante de un extraño. Gemí en voz alta cuando la cara del desconocido destellaba vívidamente en mi mente. De todos los caballeros galantes que podrían haber venido en mi ayuda, ¿por qué tenía que ser Nicholas Woods? ¿Qué pensaba nuestro Padre en su infinita sabiduría? Me esforcé en recordar los fragmentos de nuestra breve conversación, pero mi memoria se negó voluntariamente a tales detalles.
Me invadió una mezcla de pesar y humillación. Enterré mis mejillas ardientes bajo el edredón y me encrespé en una bola, con la esperanza de que pudiera quedarme así para siempre. ¿Qué debe pensar de mí Nicholas Woods, el capitán de la escuela Bryce Hamilton, ahora? ¿Qué pensara todo el mundo de mí? Yo apenas llevaba en la escuela una semana y ya había deshonrado a mi familia y proclamado al mundo que yo era una novata en la vida. ¿Cómo podría yo no haberme dado cuenta de lo poderosos que eran esos cócteles? Encima de todo, había demostrado a mi hermano y hermana que era incapaz de estar fuera de su cuidado y cuidar de mi misma.
Oí voces silenciosas flotando hasta mí desde la planta baja.
Gabriel e Ivy discutían algo en voz baja.
Las llamas volvieron a mis mejillas al pensar en la posición en que los había puesto. ¡Qué egoísta por mi parte no considerar que mis acciones los afectarían también! Sus reputaciones se encontraban en la línea, así como la mía, y la mía estaba, sin duda, ahora en ruinas. Me planteé la posibilidad de que nosotros empacáramos y comenzáramos de nuevo en una nueva ubicación. Seguramente Gabriel e Ivy no esperarían que me quede en Venus Cove después del espectáculo que había hecho de mí misma. Esperaba que en algún momento vinieran a anunciar la noticia y que hiciéramos las maletas y nos trasladáramos a una nueva ciudad. No habría tiempo para despedidas, los momentos que forme aquí se reducirían a nada más que buenos recuerdos.
Pero no vino nadie, y finalmente, no tuve otra opción que bajar y afrontar las consecuencias de lo que había hecho. Me eche un vistazo en el espejo del pasillo. Parecía frágil y había sombras azuladas debajo de mis ojos. El reloj me dijo que era cerca del mediodía.
En la planta baja, Ivy estaba trabajando hábilmente en un bordado en la mesa de la cocina y Gabriel estaba de pie junto a la ventana, derecho como un pastor en el púlpito. Tenía las manos cruzadas a la espalda y miraba pensativo hacia el mar. Fui a la nevera y me serví un vaso de jugo de naranja, que tome rápidamente para saciar mi sed violenta.
Gabriel no se dio vuelta a pesar de que sabía que él estaba consciente de mi presencia. Me estremecí, una discusión furiosa habría sido mejor que esta recriminación silenciosa. Me importaba demasiado Gabriel como para perder su respeto. Por lo menos, su ira habría ayudado a aliviar mi culpa. Deseé que se diera la vuelta para que pudiera al menos ver su rostro.
Ivy dejó el bordado y me miró.
—¿Cómo te sientes? —Me preguntó. Ella no sonaba enojada ni desilusionada, y eso me confundió.
Mis manos se movían involuntariamente a mi todavía palpitante cabeza.
—Estoy mejor—. El silencio flotaba en el aire como una mortaja.
—Lo siento mucho—, continué con tranquilidad—. No sé cómo sucedió. Me siento tan infantil.
Gabriel se volteo para mirarme, sus ojos eran del color de los truenos. Pero en ellos sólo vi su profundo afecto por mí.
—No hay necesidad de preocuparse, ______—, dijo con su habitual compostura—. Ahora que somos humanos estamos obligados a cometer algunos errores.
—¿No están enojados? —pregunté, mirando del uno al otro. Su piel nacarada era incandescente en la luz de la mañana.
—Por supuesto que no estamos enojados —dijo Ivy —¿Cómo podemos culparte por algo que estaba fuera de tu control?
—Esa es la cuestión —le dije—. Yo debería haber sabido. No le habría sucedido a cualquiera de ustedes. ¿Por qué, solamente yo cometo errores?
—No seas demasiado dura contigo misma —aconsejó Gabriel.
—Recuerda que esta es tu primera visita a la tierra. Aprenderás de tus experiencias y con el tiempo, serás capaz de evitar tales situaciones.
—Es fácil olvidar que las personas son de sangre y hueso. No son indestructibles—. Agregó Ivy.
—Intentaré tener eso presente —dije, sintiéndome un poco más animada.
Mi cabeza todavía la sentía a punto de explotar, así que me senté y la apoye sobre la superficie fría de la tabla.
—No te preocupes, tengo la forma para deshacerte de ese martillo en la cabeza —dijo Gabriel.
Todavía en pijama de lana, fui a su lado y lo observe juntar los ingredientes necesarios de la nevera. Los midió y los metió a la licuadora con la precisión de un científico. Por último, me entregó un vaso de líquido rojo oscuro.
—¿Qué es esto? —le pregunté.
—Es jugo de tomate, yema de huevo y una pizca de chile —dijo.
—De acuerdo a la enciclopedia médica que leí la noche anterior, es una de las curas más conocidas para la resaca.
La mezcla parecía y olía repugnante, pero los latidos en mi cabeza no desaparecerían por su propia cuenta. Entonces sostuve mi nariz y bebí el líquido. Se me ocurrió después que Ivy podría haberme curado la resaca con un toque en mis sienes, pero tal vez mis hermanos estaban tratando de enseñarme a aceptar las consecuencias humanas de mis acciones.
—Creo que todos debemos permanecer aquí el día de hoy, ¿no?— Sugirió Ivy.
—Tómate tu tiempo para reflexionar.
Nunca había sentido más temor de mis hermanos que en ese momento. La tolerancia que mostraban sólo pudo ser descrita como sobrehumana, que por supuesto lo era.
En comparación con el resto Queakers: no hay televisión, de la comunidad vivimos, computadoras o teléfonos, como los celulares.
Nuestra única concesión a la vida en la tierra en el siglo XXI era un teléfono de línea fija, que había sido conectado justo antes de que nos mudáramos. Pensamos en la tecnología como una especie de influencia de corrupción, se promovían las conductas antisociales y se apartaban de los valores familiares. Nuestra casa era un lugar donde pasamos tiempo el uno con el otro, no ausentes con compras en Internet o viendo programas de televisión sin sentido.
Gabriel particularmente odiaba la influencia de la televisión. Durante la preparación de nuestra misión, nos había mostrado el inicio de un programa para enfatizar su punto. Se trataba de un grupo de personas que luchaban contra la obesidad se dividían en grupos y se presentaban con los alimentos tentadores para ver si eran lo suficientemente fuertes para resistir. Lo que se reprimió y rechazo. Era muy desagradable, había dicho Gabriel, jugar con las emociones de las personas y aprovecharse de sus debilidades. Era aún más repugnante que el público en general, lo consideran un entretenimiento siendo tan cruel.
Así que esa tarde no recurrimos a la tecnología para ocupar nuestro tiempo, sino que por lo contrario fue hacia la lectura, jugando Scrabble, o simplemente perdidos en nuestros propios pensamientos. Tomarse un tiempo para reflexionar, no significa que no se nos permitía hacer otras cosas, sino que sólo significa hacerlo en silencio, tratando de pasar algún tiempo evaluando nuestros éxitos y fracasos. O más bien, Ivy y Gabriel evaluaban sus éxitos y yo contemplaba mis fracasos.
Me quedé mirando el cielo mordisqueando una rebanada de melón. Frutas, había decidido, que eran mi comida favorita. La frescura limpia, dulce me recordaba un hogar. Mientras observaba, me di cuenta de que el sol apareció como una bola de llamas blancas en el cielo, era cegador y me dolieron los ojos por mirarlo. Me acordé de la luz del Reino, nuestra casa estaba llena de suave luz dorada que nos podía tocar, y se escurría entre los dedos como la miel caliente. Era mucho más duro aquí, pero de algún modo más real.
—¿Han visto esto?— Pregunto Ivy sosteniendo una bandeja de fruta y queso, y arrojó un periódico en la mesa con disgusto.
—Mmm—. Gabriel asintió con la cabeza.
—¿Qué es?— Me senté, estirando el cuello para echar un vistazo a los titulares. Cogí una visión de la fotografía salpicada a través de la página. La gente corría en todas direcciones, los hombres trataban en vano de ayudar a las mujeres y las madres llegaban hacia los niños que habían caído en el polvo. Algunos de ellos tenían sus ojos cerrados en oración, otros tenían sus bocas abiertas en gritos silenciosos. Detrás de ellos las llamas lamían el cielo y el humo conmocionado oscureciendo el sol.
—Los bombardeos en Medio Oriente —dijo mi hermano, dando vuelta al periódico con un movimiento de su muñeca. No importaba, la
imagen se quemó en mi cerebro—. Más de trescientos muertos. Sabes lo que esto significa, ¿no?
—¿Nuestros agentes de allá no están haciendo su trabajo correctamente? —mi voz sonaba temblorosa.
—No pueden hacer su trabajo correctamente— corrigió Ivy.
—¿Qué es lo que podría impedírselos? —pregunté.
—Las fuerzas de la oscuridad están dominando las fuerzas de la luz — dijo Gabriel con gravedad—. Está ocurriendo cada vez más.
—¿Qué te hace pensar que el cielo es el único lugar que envía representantes? —Ivy sonaba un poco impaciente con mi falta de comprensión—. Tenemos la compañía.
—¿No hay nada que podamos hacer? —pregunté. Gabriel negó con la cabeza. —No es por lo que nosotros podamos actuar sin autorización.
—¡Pero hay trescientos muertos! —Protesté— ¡Eso debe importar!
—Por supuesto que importa —dijo Gabriel—. Pero nuestros servicios no han sido pedidos. Nos han dado un cargo, y no podemos abandonarlo a causa de una tragedia en otra parte del mundo. Hemos recibido instrucciones de permanecer aquí y velar por Venus Cove. Debe haber una razón para ello.
—¿Qué pasa con esa gente? —Le pregunté, sus rostros horrorizados destellaban en mi mente una vez más.
—Todo lo que podemos hacer es orar por la intervención divina.
A media tarde nos dimos cuenta que estaba a punto de agotarse los comestibles. A pesar de que todavía sentía la resaca, me ofrecí a ir a la ciudad por ellos. Yo esperaba que la misión destruyera las imágenes inquietantes de mi mente y me distrajera de las calamidades de la vida humana.
—¿Qué se necesita?— Pregunté, recogiendo un sobre listo para escribir una lista en la parte posterior.
—Fruta, huevos y pan de esa nueva panadería francesa que acaban de abrir —dijo Ivy.
—¿Quieres que te lleve? — Se ofreció Gabriel.
—No, gracias, voy a tomar mi bicicleta. Necesito el ejercicio.
Dejé a Gabriel regresar con su lectura y recogí mi bicicleta en el garaje, metiendo una bolsa de tela plegada en la parte delantera.
Ivy había empezado a recortar las rosas del jardín de enfrente y agite mi mano cuando pasé junto a ella. El trayecto de diez minutos hacia la ciudad fue refrescante después de mi sueño de zombi. El aire era fresco con el aroma de los pinos, que ayudó a disipar mi tristeza. Negué el dejar que mis pensamientos vagaran hacia Nicholas Woods y bloquearan cualquier recuerdo de la noche anterior. Por supuesto, mi mente tenía su propia agenda, y me estremecí al recordar la sensación de sus brazos fuertes que me sostuvieron, la tela de su camisa contra mi mejilla, el toque de su mano rozando mi cabello lejos de mi cara, como lo había hecho en mi sueño.
Dejé mi bicicleta encadenada al estante fuera de la oficina de correos y me dirigí al almacén general. Al llegar a la puerta, me detuve para dejar que dos mujeres salieran. Una de ellas se inclino ligeramente era una anciana, la otra robusta y de mediana edad. La mujer más joven llevó a su compañera hacia un banco, y después regresó a la tienda para colocar un aviso en su ventana. Sentado en cuclillas, obediente al lado de la mujer mayor estaba un perro de color gris plateado. Era la criatura más extraña que había visto, con una expresión tan pensativa que podría haber sido humano. Incluso sentado, sosteniendo su cuerpo erguido tenía un encanto histórico. Sus mandíbulas eran un poco caídas, su piel de satén lisa, y sus ojos sin color como el claro de la luz de la luna. La mujer tenía un aire de abatimiento que despertó mi atención. Mientras miraba el anuncio sobre la ventana de la tienda, yo era capaz de determinar la causa de su miseria. Era un cartel que ofrecía al perro "Gratis por un buen hogar."
—Es lo mejor, Alice, ya lo veras —dijo la mujer más joven en un tono ligero, práctico —¿Quieres que Phantom sea feliz, no? El no puede ir contigo cuando te mudes. Sabes las reglas.
La mujer negó con la cabeza tristemente—. Pero estará en un lugar extraño, y el no sabrá qué está pasando. Tenemos nuestra propia rutina en casa.
—Los perros son muy adaptables. Ahora lleguemos a casa a tiempo para la cena. Estoy segura de que el teléfono empezará a sonar tan pronto como caminemos a través de la puerta.
La mujer llamada Alice no parecía compartir la confianza de su compañera. La miraba con ansiedad, sus dedos nudosos torcían la correa del perro y perdiendo su pelo, que estaba enrollada en un moño en la nuca frágil de su cuello. Ella parecía no tener prisa en hacer un movimiento, como si levantarse fuera una indicación de sellar un acuerdo que no había tenido tiempo para pensar.
—Pero, ¿Cómo voy a saber que está siendo bien cuidada? —dijo.
—Nos aseguraremos de que estén de acuerdo en llevarlo al nuevo lugar para visitarte.
Una nota de impaciencia se había deslizado en la voz de la mujer más joven. Me di cuenta también que su voz se había vuelto progresivamente más fuerte mientras la conversación continuaba. Su pecho agitado y gotas de sudor comenzaban a formar en las sienes con el polvo. Ella no dejaba de mirar furtivamente su reloj.
—¿Qué pasa si se olvidan? —Alice sonaba petulante.
—Estoy segura de que no —dijo despectivamente a su compañera.
—Ahora, ¿Hay algo que necesites antes de que te lleve a casa?
—Sólo una bolsa de golosinas para Phantom6 pero no las de pollo, no come esas.
—Bueno, ¿Por qué no esperas aquí, y yo los conseguiré?
Alice asintió, y luego miró adelante con una expresión resignada. Se agachó a rascar a Phantom detrás de las orejas. El la miró con una expresión perpleja. Parecía haber un entendimiento tácito entre su dueña y el animal.
—¡Qué hermoso perro!— le dije a modo de introducción —¿De qué raza es?
—Un Weimaraner —respondió Alice—. Pero lamentablemente, no será mío por mucho tiempo.
—Sí, no pude dejar de escuchar.
—Pobre Phantom—. Alice suspiró y se inclinó para hablar con el perro.
—Sabes exactamente lo que está pasando, ¿no? pero estás siendo muy valiente con todo esto—. Me arrodillé para acariciar la cabeza de Phantom, y el me olió con cautela antes de ofrecerme su gigante pata.
—Es extraño —dijo Alice. —Es generalmente mucho más reservado con los extraños. Debes ser un amante de los perros.
—Oh, me encantan los animales —le dije a pesar de que este perro fue el primero que había encontrado—. Si no le importa mi pregunta, ¿A dónde va a ir que no puede llevarlo?
—Me estoy mudando a Fairhaven, la comunidad de retiro en la ciudad. ¿Has oído hablar de el? No se admiten animales, a menos que cuentes los peces de colores.
—¡Qué pena!— le dije. —Pero no se preocupe, estoy segura de que un perro tan hermoso como Phantom encajara en cualquier momento. ¿Le gustara ir?
Ella parecía un poco sorprendida por la pregunta—. Sabes, tú eres la primera persona que me pregunta eso. Supongo que no me preocupare de una manera u otra. Voy a estar mejor una vez que lo de Phantom este arreglado. Tenía la esperanza de que mi hija se lo llevara, pero vive en un apartamento y no lo quiere hacer—. Mientras Phantom colocaba la nariz esponjosa contra mi mano, se me ocurrió una idea. Tal vez esta reunión fue por la Providencia ofreciéndome la oportunidad de enmendar mi reciente falta de responsabilidad. ¿No era esto lo que estaba destinada a hacer después de todo, hacer una diferencia a la gente para que yo tuviera mis propias obsesiones egoístas? No había mucho que pudiera hacer por una crisis al otro lado del globo, pero aquí estaba una situación en la que podría ser de utilidad.
—¿Tal vez pueda llevármelo? ─Le sugerí impulsivamente—. Tenemos un gran jardín—. Sabía que si me tomaba un tiempo para pensar en ello perdería el valor. La cara de Alice se iluminó al instante.
—¿Podrías hacerlo? ¿Estás segura? —dijo—. Eso sería maravilloso. Tú nunca encontrarás un amigo más leal, te lo puedo prometer. Porque, han congeniado ya. Pero, ¿Qué dirán tus padres?
—No importa—. Le dije con la esperanza de que mis hermanos vieran la decisión de la misma manera que yo lo hice.
—¿Así que estará instalado, entonces?
—Aquí está Felicity—. Alice emitió. —Será mejor decirle las buenas noticias.
Phantom y yo miramos a las dos mujeres en el coche, una frotándose los ojos, la otra revelaba visiblemente su alivio. Aparte de un aullido trise a la amada señora y una mirada conmovedora en sus ojos, Phantom parecía imperturbable por encontrarse de pronto en mi poder. Parecía comprender instintivamente que el nuevo acuerdo era lo mejor que se podía esperar bajo las circunstancias. Esperó pacientemente fuera mientras yo compraba. Después colgué el bolso de compras de un manillar, y anude su correa al otro, nos fuimos a la casa en la bicicleta.
—¿Encontraste el lugar correcto?— Llamo Gabe cuando me escucho venir.
—Lo siento, olvidé el pan —dije, avanzando a la cocina con Phantom pisándome los talones—. Pero tomé otro en su lugar.
—Oh, ______—. Ivy. Emitió —¿Dónde lo encontraste?
—Es una larga historia —le contesté—. Alguien necesitaba una mano.
Les di un resumen de mi encuentro con Alice. Ivy acarició la cabeza de Phantom y puso el hocico en su mano. Había algo sobrenatural en sus ojos pálidos, su tristeza le hacía parecer como si perteneciera a nosotros. —Espero que podamos quedárnoslo ─dije.
—Por supuesto —dijo Gabriel, sin una discusión adicional.
—Todo el mundo necesita un hogar—. Ivy y yo nos entretuvimos buscando a Phantom una cama improvisada y decidir cuál debería ser su tazón. Gabriel nos observaba, las comisuras de su boca se contraían con el comienzo de una sonrisa. Sonreía con tan poca frecuencia que cuando lo hacía era como el sol, irrumpiendo a través de las nubes.
Era obvio que Phantom iba a ser mi perro. El me miraba como su madre adoptiva y corría detrás de mí por donde quiera que caminara en la casa. Cuando me recosté en el sofá, se acurrucó en mis pies como una bolsa de agua caliente y se quedó dormido, roncando suavemente. A pesar de su tamaño, Phantom tenía una naturaleza indolente, y no tardó mucho antes de que se integrara plenamente en nuestra pequeña familia.
Después de la cena me duché y me instale en el sofá con la cabeza de Phantom en mi regazo. Su afecto tuvo un efecto terapéutico, y me sentía tan relajada que casi me había olvidado de los acontecimientos de la noche anterior.
Entonces se escuchó un golpe en la puerta principal.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 03 Ago 2014, 11:17 am

MARATÓN 4/5

Capítulo 9: No se Permiten Chicos


Phantom dio un gruñido territorial y salió de la habitación, husmeando furiosamente debajo y alrededor de la puerta
principal.
—¿Qué está haciendo aquí? —murmuró Gabriel en voz baja.
—¿Quién es?— Ivy y yo susurramos al mismo tiempo.
—Nuestro heroico capitán de la escuela—. El sarcasmo de Gabriel se perdió en mí.
—¿Nicholas Woods está fuera? —pregunte con incredulidad, fugitivamente me mire en el espejo sobre la repisa de la chimenea. Aunque era temprano yo ya estaba en mi pijama de dibujos de vaca con mi pelo recogido con un clip de plátano. Ivy se dio cuenta y miro divertida mi exhibición de vanidad.
—Por favor, no lo dejes entrar, me veo terrible—. Supliqué.
Me moví incómoda mientras que mis hermanos deliberaban. Después de la exhibición que había hecho en la fiesta de Molly, Nicholas Woods era la última persona que quería ver. De hecho, él era la única persona que más quería evitar.
—¿Se ha ido?— le pregunté después de un minuto.
—No —dijo Gabriel—. Y él no parece tener intención de irse.
Hice un gesto con fiereza a Phantom para que se alejara de la puerta.
—¡Ven aquí, muchacho!— Susurré, tratando de silbar suavemente a través de mis dientes. ─¡Para, Phantom!—. Phantom no me obedeció y metió más la nariz debajo de la puerta.
—¿Qué quiere? —le pedí a Gabriel.
Mi hermano se detuvo un momento para sintonizar los pensamientos de Nicholas y su rostro se oscureció.
—Bueno, creo que es más bien un presuntuoso.
—¿Qué es?
—¿Cuánto tiempo hace que conoces a este joven?
—Basta, Gabe. Eso es una violación a su privacidad—. Espete.
—En serio —Ivy se levantó, sacudiendo la cabeza—. Creo que probablemente nos escucha ahora. Además, no podemos ignorarlo. Recientemente le hizo un gran favor a ______, ¿Recuerdas?
—Por lo menos espera a que suba las escaleras—. Susurré, pero ella ya estaba en la puerta, tirando hacia atrás y tirando de la cabeza de Phantom. Cuando ella regresó a la habitación, Nicholas Woods iba detrás de ella, luciendo como él mismo, acomodándose el cabello que el viento había agitado levemente. Satisfecho de que Nicholas no representaba una amenaza, Phantom volvió a su posición en el sofá con un profundo suspiro. Gabriel reconoció la presencia de Nicholas con un sólo movimiento de cabeza.
—Sólo quería comprobar que ____* estuviera bien —dijo Nicholas, no afectado por el frío recibimiento de Gabriel.
Me di cuenta de que esta era mi señal para decir algo pero las palabras se me escapaban.
—Gracias de nuevo por traerla a casa—. Ivy emitió, fue la única de nosotros recordó los buenos modales. —¿Quieres tomar algo? Estaba a punto de hacer un poco de chocolate caliente.
—Gracias, pero yo no puedo quedarme mucho tiempo —dijo Nicholas.
—Bueno, siéntate al menos—. Pidió Ivy.
—Gabriel, ¿Puedes darme una mano en la cocina?— Gabriel la siguió a regañadientes.
A solas con Nicholas estaba consciente de lo ridícula que debo verme tranquila, sin televisión a la vista, mis hermanos haciendo chocolate caliente y yo lista para irme a la cama a las ocho.
—Es un perro agradable —dijo Nicholas. Inclinándose, Phantom cauteloso olfateó su mano antes de dejar que lo frotara con entusiasmo. Tenía la esperanza de que Phantom gruñera, por lo que tendría, al menos una razón para pensar que Nicholas no fuera completamente impecable. Pero parecía estar pasando cada prueba con un sobresaliente.
—Lo encontré hoy —le dije.
—¿Lo encontraste? —Nicholas levantó una ceja— ¿Tienes el hábito de adoptar animales callejeros?
—No —dije con indignación—. Su dueña iba a mudarse a una casa de retiro.
—Oh, él debe ser el perro de Alice Butler.
—¿Cómo lo sabes?
—Ciudad pequeña—. Nicholas se encogió de hombros—. ¿Sabes?, yo estaba preocupado por ti anoche—. Su mirada estaba fija y atenta en mi cara.
—Yo estoy bien—. Le contesté con voz tambaleante. Traté de mirarlo a los ojos, pero me sentí mareada y mire hacia otro lado.
—Deberías ser más cuidadosa acerca de a quien llamas tus amigos.
Hubo una intimidad en la forma en que me habló, como si nos hubiéramos conocido durante mucho tiempo. Era inquietante y emocionante al mismo tiempo.
—No fue culpa de Molly —dije—. Yo debería haberlo sabido.
—Eres muy diferente de las chicas de por aquí —continuó.
—¿Qué quieres decir?
—No sales mucho, ¿Verdad?
—Supongo que me podrías llamar más como una persona hogareña —dije, tratando de no sonar a la defensiva.
—Eso no es algo malo —dijo Nicholas—. Creo que es un buen cambio.
—Me gustaría ser más como todos los demás.
—¿Por qué dices eso? No tiene sentido pretender ser algo que no eres. Podrías haber estado en un verdadero problema anoche—. Sonrió de repente—. Suerte que estuve allí para rescatarte.
Yo no sabía si hablaba en serio o hacia una broma.
—¿Cómo podría recompensar tu amabilidad? —dije con una pizca de lo que esperaba fuera coqueteo en mi voz.
—Hay una cosa que puedes hacer… —Su voz se silencio sugestivamente.
—¿Qué es?
—Salir conmigo. ¿Qué tal la próxima semana? Podríamos ver una película, si quieres.
Yo estaba demasiado aturdida para responder. ¿Había oído bien? ¿Era Nicholas Woods, el chico más inaccesible de Bryce Hamilton, pidiéndome salir? ¿Cuál sería la respuesta adecuada? ¿Dónde estaba Molly cuando yo la necesitaba? Mi vacilación duró demasiado tiempo y él lo confundió con repugnancia.
—No pasa nada si no quieres.
—¡No, me encantaría!
—Grandioso. Bueno, me das tu número y yo lo pondré en mi teléfono. Podemos hablar de los detalles más adelante.
Saco un celular negro brillante del bolsillo de su cazadora. Lo estaba abriendo en la palma de su mano. Oía el ruido de vajillas procedente de la cocina y sabía que no había tiempo que perder.
—Es más fácil si me das el tuyo y yo te llamo —le dije rápidamente.
Él no discutió. Vi un periódico en la mesa de café, corte una esquina, y se la entregué.
—Necesitare una pluma —dijo.
Encontré una que se encontraba metida como separador de un libro de cuero que uno de mis hermanos había estado leyendo. Nicholas garabateó algunos dígitos, y lo guarde justo a tiempo para dar a Gabriel e Ivy una sonrisa beatífica, cuando entraban, llevando una bandeja con las tazas.
Encaminé a Nicholas a la puerta principal, donde sus ojos se detuvieron un momento sobre lo que llevaba puesto. La intensidad había desaparecido de su rostro y su sonrisa característica había regresado.
—Por cierto, bonita pijama —dijo y continuó mirándome con una expresión de curiosidad.
Me encontré siendo incapaz de alejar mi mirada. Sería fácil, pensé, mirar su rostro todo el día y no aburrirme. Los humanos se suponía tenían desperfectos físicos, pero Nicholas no parecía tener ninguno. Analicé sus características —su boca formada como el arco de un arquero, su piel lisa, el hoyuelo en su mentón— y tuve que luchar para creer que era real. Llevaba una camisa casual bajo la chaqueta, y vi alrededor de su cuello una cruz de plata enroscada en un cordón de cuero que yo no había visto antes.
—Me alegro de que te guste —dije, sintiendo más confianza. Él rió, y sonó igual que el estruendo de una campana de la iglesia.
Gabriel e Ivy se esforzaron por restar importancia a la alarma que debieron haber sentido cuando les informé de mi intención de ver a Nicholas el siguiente fin de semana.
—¿De verdad crees que sea una buena idea? —preguntó Gabriel.
—¿Por qué no lo sería? —desafié. Disfrutaba la idea de tomar mis propias decisiones, y no apreciaba que me quitaran mi independencia tan rápido.
—______, por favor considera las repercusiones de tal acción—. Ivy habló con tranquilidad, pero ella tenía el ceño fruncido y una mirada rara de aprehensión se había apoderado de su rostro.
—No hay nada que considerar. Ustedes siempre reaccionan de forma exagerada—. No estaba convencida de mi argumento ventoso, pero me negué aceptar que hubiera motivos para preocuparme. —¿Cuál es el problema?
—Ninguno, solo que eso no es parte de nuestra misión—. La voz de Gabriel fue cortada y su mirada inflexible.
Sabía que sólo se alimentaba de sus dudas sobre mi capacidad para esta misión. Yo era tan susceptible a los caprichos y fantasías humanas.
Una voz en el fondo de mi mente me decía que debía dar un paso atrás y reflexionar, aceptar que un enlace con Nicholas era peligroso y egoísta, dadas las circunstancias. Pero había una voz más ruidosa que ahogaba todos los pensamientos, y exigía que lo volviera a ver.
—Tal vez mantener un bajo perfil por un tiempo sería más prudente — sugirió Ivy con menos dureza. —¿Por qué no colaboramos en algunas ideas destinadas a aumentar la conciencia social en la ciudad?
Ella se escuchaba como un profesor que intenta fomentar el entusiasmo por un proyecto escolar.
—Esas son tus ideas, no las mías.
—Pueden llegar a ser tuyas —instó Ivy.
—Quiero encontrar mi propio camino.
—Vamos a continuar este debate cuando pensemos con más claridad —dijo Gabriel.
—No me trataran como una niña —solté y me moví desafiante, chasqueando mi lengua para que Phantom me siguiera. Juntos, nos sentamos en la parte superior de la escalera, furiosa y Phantom acariciando mi regazo. Creyendo que estaba fuera de mi alcance escucharlos, mis hermanos continuaron la discusión en la cocina.
—Me resulta difícil creer que pondría en peligro todo por un capricho—. Gabriel estaba diciendo. Podía escuchar sus pasos.
—Sabes que ______ nunca deliberadamente haría eso—. Ivy trató de calmar la situación. Odiaba cualquier tipo de fricción entre nosotros.
—¿Qué hace entonces? ¿Tiene idea de por qué estamos aquí? Sé que tenemos que tener en cuenta su falta de experiencia, pero está siendo deliberadamente rebelde y terca, y yo ya no la reconozco. La tentación siempre está aquí para ponernos a prueba. ¡Hemos estado aquí sólo unas semanas y ______ no puede encontrar la fuerza para resistir a los encantos de un chico guapo!
—Ten paciencia, Gabriel. Entenderá mucho más a fondo…
—Ella trata con mi paciencia —dijo— pero rápidamente la obstruye. ¿Qué me aconsejas tú?
—No pongas ningún obstáculo en su camino, y eso seguramente morirá de muerte natural, obstrúyelo, y dará a la situación una importancia digna de luchar.
El silencio de Gabriel le sugirió que había una sabiduría máxima en las palabras de Ivy.
—Con el tiempo llegará a entender que lo que busca es imposible.
—Espero que estés en lo correcto —dijo Gabriel— ¿Ves ahora por qué su parte en esta misión se refiere a mí?
—Ella no nos desafía deliberadamente —dijo Ivy.
—No, pero la profundidad de su emoción no es natural como para uno de nosotros —dijo Gabriel—. Nuestro amor por la humanidad se supone que es impersonal, amar a la humanidad, no en forma individual. ______ parece amar profundamente, sin condiciones como un ser humano.
—Lo he notado —dijo mi hermana—. Lo que significa que su amor es mucho más poderoso que el nuestro, pero también más peligroso.
—Exactamente —dijo Gabriel—. Tales emociones no se pueden contener, si permitimos que se desarrolle, pronto puede estar más allá de nuestro control.
No esperé para escuchar más y me deslice a mi habitación, donde me tiré en la cama al borde de las lágrimas. Esa poderosa reacción me sorprendió, y la acometida de la emoción reprimida me dejó sin aliento. Yo sabía lo que estaba sucediendo, me abrazaba a la carne y los sentimientos que vinieron con él. Me sentía precaria e inestable como estar en una montaña rusa vieja. Podía sentir la sangre recorrer mis venas, los pensamientos rebotaban alrededor de mi cabeza y se presionaban en mi estómago con frustración. Me ofendió profundamente la discusión como si yo fuera nada más que un experimento de laboratorio. Y su implicación de que yo estaba haciendo algo mal, por no mencionar su falta de fe en mí, era molesto.
¿Por qué estaban tan decididos en bloquear la interacción humana que ansiaba?
¿Y qué era exactamente a lo que Ivy se refería con "imposible"? Ellos se comportaban como si Nicholas fuera un pretendiente que no cumplía con sus criterios. ¿Quiénes eran ellos para juzgar algo que ni siquiera había empezado? Le gustaba a Nicholas Woods. Por alguna razón me vio como si fuera digna de su atención, y yo no iba a permitir que los temores paranoicos de mi familia lo alejaran. Me quedé sorprendida por mi voluntad de abrazar mi atracción humana a Nicholas. Mis sentimientos hacia él se extendían peligrosamente rápido, y yo estaba permitiendo que sucediera. Debió de haberme asustado, pero en vez de eso estaba intrigada por el dolor hueco en el pecho cuando pensé en dejarlo ir, se oprimía cada músculo de mi cuerpo al recordar las palabras de mi hermano. ¿Qué me estaba pasando? ¿Estaba perdiendo mi divinidad? ¿Estaba convirtiéndome en humana?
Dormí profundamente aquella noche y tuve mi primera pesadilla. Me había acostumbrado a la experiencia humana de soñar, pero esto era diferente. Esta vez me vi ante un Tribunal Celestial, con un jurado compuesto por figuras sin rostro, con túnicas pesadas. No podía distinguir una de la otra. Ivy y Gabriel estaban allí, pero estaban mirando hacia abajo desde una galería.
Sus rostros eran impasibles. Se quedaron mirando hacia delante y no me miraban a pesar de que les gritaba. Estaba esperando a que el veredicto que se anunciaría, y entonces me di cuenta de que ya había ocurrido. No había nadie para hablar por mí, nadie para defender mi caso.
Lo siguiente de lo que era consciente era de que estaba cayendo. A mí alrededor, todo lo que era familiar se convirtió en polvo, las columnas de la sala, las figuras vestidas, y, finalmente, los rostros de Gabriel e Ivy. Todavía caía, dando tumbos en un viaje sin fin a ninguna parte. Entonces todo estaba inmóvil y fui encarcelada en el vacío. Había dejado caer mis rodillas, con la cabeza agachada, mis alas rotas y sangradas. Yo no podía levantarme del suelo. La luz comenzó a desvanecerse hasta que una noche sofocante me rodeaba, tan densa que cuando tuve mis manos delante de mí, yo no podía distinguirlas bien. En ese mundo sepulcral me quedé sola. Me veía como la máxima figura de la vergüenza, un ángel caído de la gracia. Un personaje misterioso con borrosa características se acercaba.
Al principio, mi corazón saltó de esperanza ante la posibilidad de que podría ser Nicholas viniendo a rescatarme.
Pero cualquier esperanza se desvaneció cuando sentí instintivamente que lo que era tenía que temerle. A pesar del dolor en mis piernas, me arrastré lejos de él como era posible. Intente separar mis alas, pero estaban demasiado dañadas para hacerlo. La figura estaba más cerca ahora y se cernía sobre mí. Sus características se materializaron sólo lo suficiente para ver que la sonrisa en su rostro era de propiedad. No había nada que hacer sino dejarme ser consumida por las sombras. Esto era la perdición. Yo estaba perdida.
Por la mañana las cosas parecían diferentes, como sucedían con frecuencia. Una nueva sensación de estabilidad ahora inundaba a través de mí.
Ivy me fue a despertar, el aroma de las fresias que la seguían como sus doncellas.
—Pensé que podrías querer un poco de café —dijo.
—Estoy desarrollando un gusto por el—. Emití, y tome un sorbo de la taza que me ofrecía sin hacer gestos. Ella se sentó rígidamente en el borde de mi cama.
—Nunca había escuchado a Gabriel tan enojado —le dije, ansiosa por suavizar las cosas con ella—. Siempre he pensado en él como… alguien… más o menos… infalible.
—¿Alguna vez pensaste que podría estar bajo su propio estrés? Si las cosas no van bien, él y yo asumiremos la responsabilidad de ello.
Sus palabras me golpearon como un golpe físico, y sentí ganas de llorar.
—No quiero perder su buena opinión.
—No lo has hecho —me tranquilizó—. Es que Gabriel quiere protegerte. Él sólo desea librarte de todo aquello que pueda causarte dolor.
—No puedo ver cómo pasar tiempo con Nicholas pueda ser una mala cosa. ¿De verdad crees que él me lastimaría?
—No, intencionalmente—. Ivy no era hostil, como Gabe, y cuando ella tomo mi mano, yo sabía que ella ya me había perdonado por mi
desobediencia. Pero su postura rígida y la línea dura de su boca me dijeron que su posición sobre el asunto no iba a cambiar—. Debes de tener cuidado de no empezar las cosas que no puedes continuar. No sería exactamente justo, ¿verdad?
Las lágrimas que había estado refrenando empezaron a llegar a continuación. Me senté allí atormentada por la miseria mientras Ivy puso sus brazos alrededor de mí y me acarició la cabeza.
—He sido una estúpida, ¿Verdad?
Dejé que la voz de la razón tome el control. Apenas conocía a Nicholas Woods, y yo dudaba de que reaccionara con un diluvio de lágrimas si se enterara de que él no podía verme por cualquier razón. Yo me comportaba como si nos hubiéramos jurado el uno al otro, y de pronto todo parecía un poco absurdo. Tal vez era Romeo y Julieta frotando en mí. Me sentí como si hubiera una conexión profunda, insondable entre Nicholas y yo, pero tal vez me equivocaba. ¿Podría ser posible que todo fuera más que un producto de mi imaginación?
Estaba dentro de mí poder olvidarme de Nicholas. La pregunta era ¿si yo quería? No podía negar que Ivy tenía razón.
No soy de este mundo y no tenía derecho a él o lo que podía ofrecer. Yo no tenía derecho de entrometerme en la vida de Nicholas. Nuestro papel era ser mensajeros, heraldos de la esperanza, y nada más.
Cuando Ivy se fue, saque el número de Nicholas de mi bolsillo donde había permanecido toda la noche. Desenrollo el papel doblado y poco a poco lo corte en fragmentos del tamaño del confeti. Salí a mi balcón estrecho y arroje los pedazos en el aire. Mire tristemente, como eran llevados por el viento.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Dom 03 Ago 2014, 11:18 am

MARATÓN 5/5

Capítulo 10: Rebelde


Ignorar la invitación de Nicholas resultó más fácil de lo que esperaba cuando él no estuvo en la escuela la semana siguiente.
Después de hacer unas cuantas preguntas discretas, descubrí que estaba lejos, en el campo de remo. Sin el peligro de encontrarme con él, me sentí más relajada. Yo no estaba segura de tener el coraje de renegar de la cita si estuviera de pie justo delante de mí, con su pelo nuez moscada bordeando esos ojos azules cristalinos. De hecho no estaba segura si sería capaz de decir nada en absoluto dado mis anteriores intentos de conversación.
A la hora del almuerzo me senté con Molly y sus amigos en el patio, escuchando sin entusiasmo su lista de quejas acerca de la escuela, los chicos y los padres. Sus conversaciones en su mayoría siguieron un patrón establecido y sentí que ya conocía las líneas de memoria. Que hoy la fiesta de graduación sea el objeto del debate no era de extrañar.
—Oh, Dios mío, hay mucho que pensar —dijo Molly estirada sobre el suelo como un gato.
Sus amigos estaban esparcidos a su alrededor, algunos en los bancos del jardín. Sus faldas subidas para potenciar el efecto del sol de la primavera. Me senté con las piernas cruzadas junto a Molly, tirando de mi falda para que modestamente me cubriera las rodillas.
—¡Oh, Dios mío, lo sé! —dijo Megan Judd. Ella colocó de nuevo su cabeza en el regazo de Hayley y subió su top de modo que su vientre fuera expuesto a la luz del sol—. Ayer por la noche comencé hacer una lista de tareas pendientes—. Todavía de espaldas, se giró para abrir su planificador de la escuela con etiquetas de marcas de diseñadores que había pegado para decorar.
—Conseguir esto...—continuó, leyendo de una página manoseada—. Reserva de manicura Francesa. Buscar unos zapatos sexys. Comprar clutch, decidir la joyería. Encontrar un estilo de pelo de alguna famosa para copiar. Decidir entre Hawái puesta de sol y el bronceado spray Champagne. Reservar limusina. La lista es interminable…
—Se te ha olvidado lo más importante, encontrar el vestido —dijo Hayley. Los demás se rieron por la omisión. Me desconcertaba que pudieran discutir en detalle un evento que estaba tan lejos, pero me abstuve de hacer comentarios. Dudaba que mi contribución fuera apreciada.
—Va a costar mucho —suspiró Taylah—. Voy a terminar fundiendo mi presupuesto y gastando cada dólar que he hecho trabajando en esa panadería de mierda.
—Yo estoy cobrando —dijo Molly con orgullo—. He estado ahorrando por trabajar en la farmacia el año pasado.
—Mis padres lo pagan todo —alardeó Megan—. Ellos han aceptado pagar todo esto, siempre y cuando, yo apruebe todos mis exámenes, incluso pagaran un autobús si queremos uno.
Las chicas claramente estaban impresionadas.
—Hagas lo que hagas, no jodas ningún examen —dijo Molly
—Hey, ella no puede hacer milagros —Hayley se echó a reír.
—¿Alguien tiene una cita ya? —preguntó alguien.
Algunas chicas las tenían, y las que mantenían relaciones estables no tenían de que preocuparse. Todas los demás estaban aún desesperadas esperando que alguien les preguntara.
—Me pregunto si Gabriel irá —musitó Molly, volviéndose hacia mi—. Todos los profesores obtienen invitación.
—No estoy segura —le dije—. Él tiende a alejarse de ese tipo de cosas.
—Pregúntale a Ryan —sugirió Hayley a Molly—. Antes de que se lo pida alguien más.
—Sí, los buenos se van primeros —Agregó Taylah
Molly se vio confrontada
—Es lo formal, Haylz —dijo ella—. El tipo tiene que hacer la pregunta.
Taylah soltó un bufido—. Buena suerte con eso.
—Molly, eres tan estúpida a veces —suspiró Hayley—. Ryan mide uno ochenta y dos, fuerte, rubio, y juega lacrosse. Puede que no sea la herramienta más afilada de la nave, pero aún así, ¿Qué estas esperando?
—Quiero que me lo pregunte —dijo Molly haciendo pucheros
—Tal vez es tímido —sugirió Megan.
—Uh, ¿Lo has visto? —Taylah rodó sus ojos—. Dudo que tenga problemas de autoestima.
Un debate sobre los vestidos largos hasta el suelo frente a los vestidos de cóctel. La conversación se hizo tan banal que necesitaba una vía de escape. Murmuré algo sobre ir a la biblioteca para comprobar si un libro había llegado.
—Ewwww, ____*ie, solo los perdedores pasan el tiempo en la biblioteca —dijo Taylah.
—Alguien podría verte.
—Y ya tenemos que pasar el quinto periodo allí para terminar el estúpido trabajo de investigación —se quejó Megan.
—¿Sobre qué era la otra vez? —preguntó Hayley—. ¿Algo que ver con la política en oriente Medio?
—¿Dónde está oriente medio? —Preguntó una niña llamada Zoe, que siempre llevaba su pelo rubio apilado en la parte superior de su cabeza como una corona.
—Es toda la zona cerca del Golfo Pérsico —le dije—. Abarca el sudoeste de Asia.
—No lo creo ____*ie —rió Taylah—. Todo el mundo sabe que Oriente Medio se encuentra en África.
Deseé poder buscar la compañía de Ivy, pero ella estaba trabajando en la cuidad. Se había unido al grupo de la iglesia y era ya miembro de reclutamiento. Había hecho insignias fomentando el comercio justo y folletos impresos que predicaban sobre la injusticia de las condiciones de trabajo en el Tercer Mundo. Dada su condición de Diosa de Venus Cove, los números del grupo de la iglesia estaban creciendo. Los jóvenes de la cuidad habían ido buscándola y comprando muchas más insignias de las que nadie podría usar con la esperanza de ser recompensado con su número de teléfono o aunque solo sea una agradecida palmadita en la cabeza. Ivy había hecho la misión de jugar de Madre Tierra en Venus Cove, queriendo llevar a la gente con la naturaleza. Supongo que se podría llamar una mentalidad ecologista de alimentos naturales, espíritu comunitario y el poder del mundo natural sobre las cosas materiales.
Así que me dirigí en dirección al ala de música en su lugar, en busca de Gabriel. El ala de música estaba en la parte más vieja de la escuela. Oí un canto viniendo desde el vestíbulo principal, entonces abrí las pesadas puertas con paneles. El salón era grande, con un alto techo y retratos de los rostros ceñudos de los directores forrando las paredes. Gabriel estaba de pie delante de un atril, dirigiendo a los coristas menores. Todos los coros habían ganado popularidad desde la llegada de Gabriel; de hecho, había tantas nuevas reclutas femeninas en el coro sénior que tenían que ensayar en el auditorio.
Gabriel estaba enseñando a los jóvenes unos de sus himnos favoritos en una armonía de cuatro partes, acompañado por el capitán de música —Lucy McCrae— en el piano. Mi entrada interrumpió el canto. Gabriel se dirigió a resolver el origen de la distracción y cuando lo hizo, la luz de la vidriera se unió con su pelo de oro para que, por un momento, pareciera arder.
Me saludó con la mano y escuchó al coro reanudar el canto:
“Aquí estoy, Señor. ¿Soy yo, Señor?
Le he oído llamar en la noche.
Yo iré, Señor, si me lleva.
Voy a sostener a su gente en mi corazón.”
Incluso con algunos de los cantantes fuera de tono y el acompañante un poco fuerte, la pureza de las voces era transportada. Me quedé hasta que la campana marcó el final de la comida. Para entonces sentía que me habían dado un muy oportuno recordatorio del amplio panorama.
Los próximos pocos días fueron borrosos entre sí, y antes de darme cuenta, era viernes y fin de semana, una semana más. Los remeros, según se dice, habían vuelto después del almuerzo, pero yo no había visto ninguna señal de ellos, debieron decidir ir directamente a casa. Me pregunte si Nicholas había llegado a la conclusión que yo había perdido el interés, ya que él no había oído nada de mi parte. ¿O todavía esperaba mi llamada? Me molestaba que él pudiera estar esperando una llamada que no iba a llegar. Ahora ni siquiera tenía la oportunidad de verlo y explicárselo.
Empaque mi mochila al final del día, me di cuenta de que alguien había encajado un pequeño rollo de papel en una de las persianas de metal en la parte superior de mi casillero. Cayó al suelo cuando abrí la puerta. Lo cogí y leí el mensaje, escrito en un galope juvenil.
En caso de que cambies de opinión, voy a estar en el cine Mercurio a las 9 pm el sábado.
X
Lo he leído varias veces. Incluso a través de un pedazo de papel, Nicholas logró tener el mismo efecto vertiginoso en mí. Manejé la nota tan delicadamente como si se tratara de una antigua reliquia. No se desalentó con facilidad, me gustó eso de él. Así que esto, pensé, es lo que se siente al ser perseguido. Quería saltar de la emoción, pero me las arreglé para mantener la calma. Sin embargo, iba sonriendo cuando me encontré con Gabriel e Ivy. Yo no podía poner por la fuerza en mi cara una máscara de serenidad.
—Te ves contenta contigo misma —dijo Ivy cuando me vio.
—Buen resultado en la prueba de francés —mentí.
—¿Esperabas otra cosa?
—No, pero sigue siendo agradable verlo —Me sorprendió encontrar la facilidad con la que podía mentir. Debo estar mejorando y eso es buena cosa.
Gabriel se mostró complacido al ver que mi anterior estado de ánimo se había levantado. Sabía que él se sentía culpable. Odiaba ser testigo de la angustia y mucho mas ser la causa de la misma. En realidad no lo culpo por ser severo. No era culpa suya el no poder relacionar lo que yo estaba experimentando. Su enfoque era supervisar nuestra misión, y yo no podía imaginar el esfuerzo que debe acompañar a esta tarea. Ivy y yo dependíamos de él, y los jefes en Kingdom confiaban en su sabiduría. Era natural que él tratara de evitar complicaciones y eso es exactamente lo que me temía que el contacto de Nicholas podría traer.
La euforia de recibir el mensaje de Nicholas duró hasta el resto de la tarde y la noche. Pero el sábado me encontré de nuevo luchando con mi conciencia sobre qué hacer al respecto. Yo quería desesperadamente ver a Nicholas, pero sabía que era imprudente y egoísta. Gabriel e Ivy eran mi familia y ellos confiaban en mí. Yo no podía hacer nada de buena gana que pudiera comprometer su posición.
El sábado por la mañana fue relativamente sin incidentes, compuesto por tareas y llevar a Phantom a correr por la playa. Cuando llegué a casa y miré el reloj vi que ya era media tarde y empecé a sentirme nerviosa. Me las arreglé para ocultar mi agitación durante la cena y después Ivy cantó para nosotros con su voz melódica, acompañada por Gabriel con su vieja guitarra acústica. La voz de Ivy podría haber reducido a un criminal sin escrúpulos a las lágrimas. En cuanto a Gabriel cada nota que tocaba era suave y zumbaba como si tuviera vida.
Alrededor de las ocho y media me fui a mi cuarto y saqué todo de mi armario para reordenar. No importa lo mucho que lo intenté, los pensamientos de Nicholas empujaban al primer plano de mi mente con la fuerza de un tren de alta velocidad. A las ocho y cincuenta y cinco todo lo que podía pensar era en que me esperaba, marcando los minutos. Visualicé el momento en que él comprendía que yo no iba a llegar. En mi mente lo vi encogerse de hombros, salir del cine y seguir con su vida. El dolor de este pensamiento fue demasiado y antes de darme cuenta, había agarrado mi bolso, abrí la puerta del balcón y fui bajando por el enrejado al jardín de abajo. Yo estaba abrumada por el ardiente deseo de ver a Nicholas, incluso aunque no hablara con él.
Me tropecé por la oscura calle, giré a la izquierda y seguí recto, directo hacia las luces de la cuidad. Unas pocas personas en los coches se volvían para mirarme, una pálida niña fantasmal bajaba por la calle con el pelo volando como serpentinas. Me pareció ver a la señora Henderson mirando por las persianas de su sala de estar, pero apenas le di un segundo pensamiento.
Me llevó unos diez minutos encontrar el cine Mercurio. Pasé un café llamado el Gato Gordo, que parecía estar lleno de estudiantes. La música salía de una máquina de discos y los jóvenes estaban sentados en profundos sillones, bebiendo batidos de leche o compartiendo platos de nachos. Algunos de ellos están bailando sobre el suelo a cuadros. Pasé a una terraza, uno de los restaurantes elegantes de la ciudad creado en el primer piso de un hotel de estilo victoriano. Las mejores mesas estaban en el balcón que corría a lo largo del frente del edificio y pude ver las velas brillar en sus tenedores. Avancé más allá de la nueva panadería y de la tienda donde había conocido a Alice y Phantom semanas antes. Cuando llegué al cine Mercurio, iba a tal velocidad que lo pasé y tuve que retroceder cuando me di cuenta de que la calle había llegado a su fin.
El cine es de la década de 1950 y había sido recientemente redecorado en consonancia con la moda de la época. Estaba lleno de mobiliario retro. El suelo de linóleo estaba pulido en blanco y negro, había sofás en color vinilo naranja con patas cromadas y luces como platillos voladores. Me vi a mi misma en el espejo detrás de la barra del bar. Mi respiración estaba entrecortada por la emoción y parecía azorada por mi carrera. El vestíbulo estaba vacío cuando llegue y nadie estaba descansando en el salón de café. Los carteles de cine anunciaban un maratón de Hitchcock7. Debía haber comenzado ya. Nicholas se había ido, ya sea solo o a casa.
Oí a alguien detrás de mí aclarándose la garganta con expectación, de la forma en que alguien hace cuando trata de llamar tu atención. Me volví.
—No es elegante llegar tarde cuando has olvidado la película —Nicholas estaba usando su sonrisa irónica, pantalones tipo bermudas azul marino y un polo color crema.
—No lo hago —dije entre respiraciones—. Solo he venido para hacértelo saber.
—No hace falta que corras todo el camino hasta aquí para decirme eso. Podías haber llamado —Los ojos de Nicholas estaban juguetones. Me esforcé en pensar una respuesta que no me hiciera quedar en ridículo. Mi primer impulso fue decir que había perdido su número, pero no quería mentirle.
—Ya que estamos aquí —continuó—. ¿Qué tal un café?
—¿Qué pasa con la película?
—Puedo verla en cualquier momento.
—Está bien, pero no puedo quedarme mucho tiempo. Nadie sabe que estoy fuera —Le confesé.
—Hay un lugar a solo dos cuadras abajo, si no te importa caminar.
El café se llamaba Sweethearts. Nicholas puso su mano entre mis hombros para guiarme en el interior, y sentí que el calor de la palma de su mano se filtraba a través de mi piel. Un extraño calor andaba por dentro de mí hasta que me di cuenta de que su mano estaba directamente en el lugar en que mis alas se plegaban cuidadosamente. Rápidamente me aleje con una sonrisa nerviosa.
—Eres una chica extraña —dijo mirando perplejo.
Me sentí aliviada cuando pidió una cabina, ya que, yo quería privacidad ante las miradas indiscretas. Habíamos atraído un poco la atención sólo por caminar por la calle juntos. Dentro de la cafetería había algunas caras conocidas de la escuela, pero no conocía a los estudiantes personalmente por lo que no era necesario saludarlos. Vi asentir a Nicholas en varias direcciones antes de sentarnos. ¿Eran estos sus amigos? Me pregunté si nuestra excursión alimentaria daría rumores el lunes. El lugar era atrayente y comencé a sentirme más relajada. La iluminación era escasa, y las paredes estaban llenas de carteles de películas antiguas. Sobre la mesa había postales de publicidad gratuita sobre trabajos de artistas sociales. El menú ofrecía gran variedad de batidos, cafés, pasteles y helados. Una camarera con zapatillas blancas y negras tomó nuestro pedido. Pedí un chocolate caliente y Nicholas pidió un café con leche. La camarera le dio una sonrisa coqueta mientras ella escribía en su cuaderno.
—Espero que este lugar esté bien para ti —me dijo cuando ella desapareció—. Suelo venir aquí después del entrenamiento.
—Es agradable —dije—. ¿Entrenas mucho?
—Dos tardes y los fines de semana ¿Y tú? ¿No participas en nada?
—Todavía no, aún estoy decidiendo.
Nicholas asintió con la cabeza—. Estas cosas llevan su tiempo —cruzó cómodamente los brazos sobre su pecho y se recostó en su asiento — . Entonces, háblame de ti—.
Era la pregunta que tanto temía.
—¿Qué te gustaría saber? —le pregunte con cautela.
—En primer lugar, ¿Por qué has elegido Venus Cove? No es exactamente un lugar de alto perfil.
—Por eso —dije—. Vamos a llamarlo una decisión de estilo de vida… Estábamos cansados del jet-set, queríamos establecernos en algún sitio tranquilo —sabia que esto sería una respuesta aceptable, había muchas familias que se habían trasladado por razones similares—. Ahora, háblame de ti.
Creo que él sabía que yo tenía la esperanza de eludir más preguntas, pero no importaba. A diferencia de mí, él se aproximaba a su información personal. Contó anécdotas sobre miembros de su familia y me dio una versión abreviada de la historia de la familia Woods.
—Vengo de una familia de seis hijos y yo soy el segundo. Ambos padres médicos, mamá es médico de cabecera y papá anestesista. Claire, la mayor, está siguiendo los pasos de mis padres, y está en su segundo año de medicina. Vive en la universidad, pero viene a casa cada fin de semana. Acaba de comprometerse con su novio Lucas, han estado juntos cuatro años. Luego hay tres hermanas menores, Nicola tiene quince, Jasmine tiene ocho años y Madeline está a punto de cumplir seis. El más joven es Michael que tiene cuatro. ¿Aburrida ya?
—No, es fascinante. Por favor, sigue —Insistí. Había descubierto detalles de un niño normal y una familia humana interesante, tenía sed de escuchar más. ¿Tenía envidia de su vida? Me pregunté.
—Bueno, he estado en Bryce Hamilton desde la guardería porque mi madre insistía en que yo fuera a una escuela cristiana. Ella ha estado con mi padre desde que tenían quince años. ¿Puedes creer eso? Han crecido prácticamente juntos.
—Deben de tener una relación muy fuerte.
—Han tenido sus altibajos, pero nada que no fueran capaces de tratar.
—Suena como una familia unida.
—Sí, lo somos, aunque mamá puede ser un poco sobre protectora.
Me imaginaba a los padres de Nicholas teniendo grandes aspiraciones para su hijo mayor.
—¿Vas a ejercer la medicina también?
—Probablemente —se encogió de hombros.
—No pareces muy entusiasmado.
—Bueno, estuve interesado en el diseño durante un tiempo, pero es que, digamos que me desanimé.
—¿Por qué?
—No se considera una carrera seria, ¿no? La idea de invertir todo este dinero en mi educación sólo para terminar sin empleo no emocionó a mis padres.
—¿Y qué hay de lo que tú quieres?
—A veces lo padres saben más.
Parecía aceptar las decisiones tomadas por sus padres con buen agrado, feliz por ser guiado por sus expectativas. Su vida era más o menos trazada para él, y me imaginaba que cualquier desviación de lo establecido no se vería favorable. Podría establecer una conexión entre él y mi experiencia humana que venía con límites estrictos, directrices y apartarse del camino estaba fuera de cuestión. Por suerte para Nicholas, sus errores no atraían la ira de los cielos. En su lugar, se acumulaban en experiencia.
A mitad de nuestras bebidas Nicholas decidió que necesitaba ―un golpe de azúcar‖, y pidió un pastel de chocolate que llegó con un bloque de capas de crema batida y fresas en un plato grande de color blanco con dos cucharas largas. A pesar de que él insistió “ir por todo” yo cogía delicadamente cerca de los bordes. Cuando terminamos, Nicholas insistió en pagar la cuenta y parecía ofendido cuando yo me ofrecí a pagar mi parte. Apartó mi mano y dejo caer un billete en un tarro de propinas con la etiqueta de BUEN KARMA antes de irnos.
Fue solo una vez que salimos, que me di cuenta de la hora.
—Lo sé, es tarde —dijo Nicholas leyendo mi cara—. Pero ¿Qué tal un paseo? No estoy listo para llevarte a casa todavía.
—Estoy en serios problemas.
—En ese caso diez minutos más no hace daño.
Sabía que debía de acabar la noche, Ivy y Gabriel seguramente se habían dado cuenta que me había ido y estarían preocupados por mí. No es que no me importara, yo simplemente no podía soportar alejarme de Nicholas antes de lo que tenía que hacerlo. Cuando estaba alrededor de él, estaba llena de una felicidad abrumadora que hacía que el resto del mundo se desvaneciera, siendo nada más que un ruido de fondo. Era como si los dos fuéramos encerrados en una burbuja privada que nada menor que un terremoto podría explotar. Quería que la noche durara para siempre.
Caminamos hasta el final en dirección al agua. Cuando llegamos allí, vimos una feria ambulante en el paseo marítimo, una actividad muy popular para las familias con niños inquietos que necesitaban un cambio desde el invierno pasado en casa. Una rueda de Ferris se mecía con el viento, y pudimos ver los coches chocones dispersos alrededor de la pista. Un castillo inflable amarillo brillaba en la penumbra.
—Vamos a probarlo —dijo Nicholas con entusiasmo infantil.
—Ni siquiera creo que esté abierto —le dije—. No vamos a poder entrar—. Había algo en el carnaval de aspecto cansado que me hizo renuente a explorar más a fondo—. Además, casi es de noche.
—¿Dónde está tu sentido de la aventura? Siempre podemos saltar la valla.
—No me importa echar un vistazo, pero no voy a saltar ninguna cerca.
Al final resultó que no había vallas por saltar y seguimos caminando. No había mucho que ver. Había algunos hombres transportando cuerdas y conduciendo maquinaria, ignorándonos. En las escaleras de un remolque, una mujer curtida fumaba. Llevaba un vestido de colores y las pulseras hasta los codos tintineaban. Tenía profundas arrugas alrededor de los ojos y la boca, y su pelo oscuro tenia canas en las sienes.
—Ah, el amor joven —dijo cuando nos vio—. Lo siento chicos, pero estamos cerrados.
—Error nuestro —dijo Nicholas cortésmente—. Justamente ya nos íbamos.
La mujer dio una larga calada a su cigarrillo. —¿Quieres que lea tu fortuna? —preguntó con voz ronca—. Ya que están por aquí.
—¿Eres vidente? —le pregunté. No sabía si ser escéptica o estar intrigada. Es cierto que algunos humanos tenían una mayor conciencia y podrían experimentar premoniciones, pero eso era a todo lo que alcanzaban. Algunos seres humanos podrían ver a los espíritus o sentir su presencia, pero el término psíquica parecía un poco presuntuoso para mí.
—Claro que lo soy —dijo la mujer—. Ángela Messenger a tu servicio.
Su nombre me dejó un poco perpleja, era tan cercano a ángel que era desconcertante.
—Adelante, sin costo alguno —añadió—. El poder ameniza la noche.
En el interior, el remolque olía a comida para llevar. Velas parpadeando sobre la mesa y tapices con flecos colgando de las paredes. Ángela indicó que nos sentáramos.
—En primer lugar —le dijo a Nicholas cuando lo tomó de la mano y empezó a estudiarla con atención. La expresión de su rostro me decía que pensaba que todo esto era broma.
—Bueno, tienes una línea del corazón curva, lo que significa que eres un romántico —dijo.
—La línea principal corta significa que piensas directamente y no te andas por las ramas. Estoy sintiendo una energía azul fuerte de ti que indica que el heroísmo está en tu sangre de modo que estas destinado a experimentar un gran dolor, de qué tipo no puedo estar segura. Pero debes estar preparado para ello, ya que no está lejos.
Nicholas intentó verse como si estuviera tomando en serio su consejo.
—Gracias —dijo—. Eso fue muy perspicaz. Tu turno, ____*.
—No, prefiero que no —le dije.
—No debes temer al futuro, sino hacerle frente —dijo Ángela.
La forma en que ella lo dijo era casi un desafío. Yo tendí mi mano a regañadientes para que la leyese. Aunque sus dedos eran ásperos y callosos, su toque no fue desagradable. En el momento en que ella extendió mi palma, pareció ponerse un poco rígida.
—Puedo ver el blanco —dijo con los ojos cerrados como si estuviera en trance—. Siento una felicidad indescriptible —abrió los ojos—. Lo que tiene tu aura es increíble. Déjame ver tus líneas. Aquí tenemos una fuerte línea interrumpida corazón, lo cual sugiere amor solo una vez en tu vida… Vamos a ver. ¡Dios mío! —Ella enderezó mis dedos y los empujó para estirar la piel.
—¿Qué? —Le pregunté alarmada.
—Es tú línea de la vida —dijo la mujer, con los ojos muy abiertos alarmada—. Nunca he visto algo así antes.
—¿Qué pasa con mi línea de la vida? —Le pregunté con impaciencia.
—Querida...—la voz de Ángela se convirtió en un susurro—. No tienes.
Volvimos al coche de Nicholas en un incómodo silencio.
—Buenos, eso fue raro —dijo por fin al abrir la puerta. Yo subí.
—Claro que lo fue —estuve de acuerdo, tratando de parecer alegre—. Pero ¿Quién cree en los psíquicos?
El coche de Nicholas era perfectamente adecuado para él. Conducía un Chevrolet Bel Air 1957 azul cielo descapotable. Había sido restaurado hasta el último detalle y me hizo sentir como si hubiese viajado atrás en el tiempo. Sus faros brillaban en la oscuridad y sus asientos de suave cuero eran extrañamente reconfortables.
—____*, conoce a mi bebé—dijo—. Es un paseo muy dulce.
—Hola —Yo medio levanté mi mano en un movimiento torpe e inmediatamente me sentí como una idiota—. ¿Sabes que los coches son objetos inanimados? —Me burlé
—Tómalo con calma —dijo Nicholas—. Vas a herir sus sentimientos.
—No sabía que los coches tenían sentimientos.
—Este lo hace. Ella tiene vida propia —Nicholas le dio unas palmaditas en la capota antes de tirar y abrir mi puerta—. No estés celosa de ____*, nena. Tú no puedes ser la única mujer en mi vida —Encendió el motor y puso el coche en marcha antes de poner el dial en una emisora de radio comercial. Los dulces tonos del locutor daban la bienvenida a los oyentes a su show, Jazz After Dark.
Me di cuenta de que el coche de Nicholas tenía un olor reconfortante, una combinación de asientos de cuero y aroma a madera fresca que podría haber sido colonia. Después de montarnos rápidamente en nuestro Jeep hibrido, yo no estaba preparada para el ruido de los motores de época rugiendo a la vida y me aplasté contra el asiento del pasajero. Nicholas me miró con las cejas enarcadas.
—¿Estás bien?
—¿Este coche es completamente seguro?
—¿Crees que soy un mal conductor? —Él hizo una mueca.
—Confío en ti —le dije—. Pero sobre el coche no estoy segura.
—Si estas preocupada por la seguridad, es posible que quieras seguir mi ejemplo y ponerte el cinturón de seguridad.
—¿El qué?
Nicholas sacudió la cabeza con incredulidad.
—Me preocupas —murmuró.
—¿Vas a estar en problemas? —me preguntó cuando se detuvo delante de Byron. Vi que la luz del porche delantero estaba encendida, por lo que mi escapada debía de haber sido notada.
—Realmente no me importa —le dije—. Me divertí mucho.
—Yo también —La luz de la luna brillaba brevemente en la cruz de su cuello.
—Nicholas… —empecé provisionalmente—. ¿Te puedo preguntar algo?
—Claro que sí.
—Bueno, me pregunto… ¿Por qué me has invitado a salir esta noche? Es sólo que Molly me habló… bueno… sobre…
—¿Emily? —suspiró Nicholas—. ¿Qué pasa con ella? —una nota a la defensiva se había escapado en su voz—. La gente no puede simplemente dejarlo ¿No? es lo que tienen los pueblos pequeños, ellos sacan a relucir todos los chismes.
Hallé dificultad para encontrar su mirada. Me sentí como si hubiera cruzado el limite, pero no podía volver.
—Ella dijo que nunca has querido pasar tiempo con otra chica. Así que supongo que tengo curiosidad… ¿Por qué yo?
—Emily no sólo era mi novia —dijo Nicholas—. Era mi mejor amiga. Nos entendíamos de una manera que es difícil de explicar, y yo pensé que nunca sería capaz de reemplazarla. Pero luego, cuando te conocí… — Se apagó.
—¿Soy como ella? —le pregunté.
Nicholas se echó a reír. —No, nada como ella. Pero tengo la misma sensación, que tenia con ella, cuando estoy a tu alrededor.
—¿Qué clase de sensación?
—A veces conoces a una persona y simplemente haces clic. Estás cómodo con ella, como si la conocieras de toda la vida y no tienes que fingir ser alguien o algo.
—¿Crees que a Emily le importaría? —le pregunté—. ¿Qué te sientas así conmigo?
Nicholas sonrió. —Donde quiera que esté, Em querría que yo fuera feliz.
Yo sabía exactamente donde estaba, pero lo pensé mejor sobre compartir esa información con Nicholas en ese momento. Ya era bastante malo tener que luchar con el cinturón de seguridad y no tener línea de la vida en mi mano. Pensé que podían ser suficientes sorpresas por una noche.
Nos sentamos en silencio unos minutos, ninguno de nosotros quería romper el estado de ánimo.
—¿Crees en Dios? —dije finalmente.
—Eres la primera chica que me pregunta eso —dijo Nicholas—. La mayoría de gente piensa en la religión como en una especie de declaración de moda.
—Entonces ¿Qué?
—Creo en un poder superior, una energía espiritual. Creo que la vida es demasiado compleja para ser un accidente, ¿No te parece?
—Absolutamente —contesté.
Salí del coche de Nicholas esa noche con la certeza de que el mundo había cambiado irremediablemente. Todo lo que podía pensar mientras subía los escalones de la puerta principal no era el sermón que me esperaba, sino en cuanto tiempo pasaría antes de que pudiera volver a verlo. Había muchas cosas que quería hablar con él.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 06 Ago 2014, 8:02 pm

Capítulo 11: Patas Arriba
La puerta delantera se abrió antes de que tuviera oportunidad de tocar. Ivy estaba de pie ahí, con la preocupación frunciendo su frente. Gabriel se sentó con la cara pétrea en el salón. Podía haber sido una figura en un cuadro de tan quieto que estaba su porte. Por lo general había provocado remordimiento abrumador, pero yo todavía oía la voz de Nicholas y recordando su fuerte mano sobre mi espalda mientras me hacia entrar en Sweethearts, al igual que el fresco olor de su colonia.
Muy abajo había sabido cuando bajé del balcón que Gabriel habría sentido mi ausencia casi inmediatamente. También habría adivinado a dónde habría ido y con quién estaba. Sabía que la idea de venir a buscarme le había pasado por la cabeza, sólo para ser rechazada. Ni él ni Ivy querrían llamar la atención hacia nosotros tan públicamente.
—No deberías haber esperado, estaba perfectamente bien —dije. Las palabras inintencionadamente salieron sonando demasiado bruscas, imprudentes más que de disculpa—. Lo siento si te preocupé —añadí como una reflexión tardía.
—No, no lo sientes, _________ —dijo Gabriel suavemente. Todavía no había levantado la cabeza—. No lo sientes o no lo habrías hecho—. Odiaba que no me mirara.
—Gabe, por favor —empecé, pero me silenció levantando su mano en protesta.
—Estaba preocupado por tenerte con nosotros en esta misión, y ahora has demostrado ser completamente inestable—. Parecía como si las palabras le hubieran dejado un mal sabor de boca—. Eres joven e inexperta, tu aura es más cálida y más humana que la de cualquier otro ángel que haya conocido, y aún así fuiste elegida. Me di cuenta que tendríamos problemas contigo, pero los otros creían que todo iría bien. Pero ahora veo que has tomado tu decisión, has elegido un capricho pasajero sobre tu familia—. Se levantó abruptamente.
—¿Podemos al menos hablar de ello? —pregunté. Sonaba muy dramático, y estaba segura que no era necesario, si sólo pudiera hacerle a Gabriel entender.
—No ahora. Es tarde. Lo que sea que quieras decir puede esperar hasta mañana—. Y con eso nos dejó.
Ivy me miró, con sus ojos muy abiertos y tristes. Odiaba terminar la noche con una nota tan agria, especialmente ya que hace un momento, no podía estar más feliz.
—Ojalá Gabriel no hiciera esa rutina de profeta de la fatalidad —dije.
Ivy parecía de repente cansada.
—¡Oh, _________, no digas cosas como esas! Lo que hiciste esta noche estaba mal incluso si no puedes verlo todavía. Nuestro consejo puede que no tenga sentido para ti ahora mismo, pero lo menos que puedes hacer es pensar sobre ello antes de que las cosas se te vayan de las manos. Te darás cuenta de que esto no es nada más que un amor ciego. Tus sentimientos por este chico pasarán.
Ivy y Gabriel estaban hablando con acertijos. ¿Cómo esperaban que viera el problema cuando ellos ni siquiera pueden expresarlo correctamente? Sabía que mi salida con Nicholas era una desviación menor de la agenda, ¿pero cuál era el daño en eso? ¿Cuál era el punto de estar en la tierra y vivir experiencias humanas si íbamos a fingir que no nos importaban? A pesar de lo que mis hermanos pensaran que era lo mejor, no quería que mis sentimientos por Nicholas se pasaran. Eso lo hacía sonar como un resfriado o un virus que en algún momento saldría de mi sistema. Nunca había experimentado tal deseo que consume todo por la presencia de alguien. Una expresión que he leído en algún lugar cruzó por mi cabeza: “el corazón quiere lo que el corazón desea.” No podía recordar de dónde venía, pero quién quiera que lo escribiera tenía razón. Si Nicholas era una enfermedad, entonces no quería recuperarme. Si mi atracción hacia él constituía una ofensa que podía sufrir las consecuencias de una venganza divina, que así sea. Deja que llueva. No me importa.
Ivy subió a su habitación y me dejaron sola con Phantom, quien parecía saber instintivamente lo que necesitaba. Vino y me empujo detrás de las rodillas, sabiendo que eso me forzaría a inclinarme y acariciarlo. Al menos un miembro de la casa no me odiaba.
Subí las escaleras y me quité la ropa, dejándola en un montón en el suelo. No tenía sueño; sino que me hundía con una sensación de estar atrapada. Caminé hacia la ducha y permití que el agua caliente me golpeara en los hombros y relajara mis tensos músculos. Incluso aunque nunca habíamos aceptado hacer esto en la casa en caso de que pudiéramos ser vistos, parcialmente liberé mis alas hasta que se presionaron contra el cristal de la mampara de la ducha. Estaban rígidas por tantas horas de estar dobladas, y las sentí doblarse por el peso mientras absorbían el agua. Eché la cabeza hacia atrás, dejando que el agua corriera hacia abajo por mi cara. Ivy me había pedido que pensara sobre lo que estaba haciendo, pero por una vez no quería pensar, sólo quería ser.
Me sequé deprisa y con mis alas todavía húmedas me metí a la cama. La última cosa que quería era hacer daño a mi hermano y a mi hermana, pero mi corazón parecía volverse de piedra siempre que pensaba en no volver a ver nunca a Nicholas. Deseé que estuviera en mi habitación en ese momento. Sabía lo que le pediría: Acompañarme en mi prisión. Y sabía que él no vacilaría. En mi imaginación yo era la doncella atada a las vías del tren, y la cara de mi verdugo se alternaba entre la de mi hermano y la de mi hermana. Me di cuenta que estaba siendo irracional, convirtiendo la situación en un melodrama, pero no podía detenerme. ¿Cómo podía explicarle a mi familia que Nicholas era mucho más que un chico con el que había tenido un flechazo? Sólo habíamos tenido unos cortos encuentros y una cita, pero eso era irrelevante. ¿Cómo podía hacerles ver que un encuentro similar era improbable aunque me quedara en la tierra durante un millar de vidas? Todavía tenía mi sabiduría celestial, y lo sabía con la misma certeza con la que sabía que mis días en este planeta verde estaban contados.
Lo que no podía determinar y no me atrevía a preguntar era lo que pasaría una vez que los poderes en el Reino averiguaran mi transgresión. No imaginé que la reacción sería leve. ¿Pero era mucho pedir un poco de compasión y comprensión? ¿No me merecía de ellos como cualquier ser humano ser perdonado sin pensarlo dos veces? Me pregunté qué pasaría después. ¿Me retirarían en deshonor? Sentí un escalofrío recorrerme por el pensamiento, pero luego el recuerdo de la cara de Nicholas me llenaba de calor otra vez.
El asunto no fue planteado a la mañana siguiente ni durante el resto del fin de semana. El lunes por la mañana Gabriel continuó con el ritual de hacer el desayuno en silencio. El silencio continuó hasta que alcanzamos las puertas de Bryce Hamilton y la compañía se separó.
Molly y sus amigos ofrecieron una distracción de bienvenida. Dejé que su conversación se arrastrase sobre mí; me detuvo de pensar. Hoy su fuente de entretenimiento era la disección de los últimos pasos en falso de moda de sus profesores menos favoritos. Según las chicas, el señor Phillips parecía como si su pelo se lo hubieran cortado con un cortacésped; la señorita Pace llevaba faldas que quedarían mejor de alfombra; y la señora Weaver, con sus pantalones a medida metidos bajo sus pechos, la llamaban Harry High Pants. La mayoría veían a los profesores como una especie de aliens, que no merecían su cortesía, pero a pesar de sus risas, sabía que no había malicia real en sus burlas; tan sólo estaban aburridas.
Pronto la conversación cambió a asuntos de mayor importancia.
—¡Qué emoción, porque nos vamos de compras pronto! —dijo Hayley—. Pensamos en tomar el tren al centro y comprobar las tiendas de ropa en Punch Lane. Molly, ¿vienes?
—Cuenta conmigo —contestó Molly—. ¿Y tú, _____*?
—Ni siquiera sé si voy a ir al baile de graduación —dije.
—¿Por qué pensarías en perdértelo siquiera? —Molly miraba atónita, como si sólo un apocalipsis sirviera como una razón válida para no ir.
—Bueno, no tengo una cita.
No le confesé esto a Molly, pero varios chicos ya habían mencionado el tema, viendo la oportunidad de encontrarme a solas entre clases. Yo los rechacé con respuestas evasivas. Le dije a todo el mundo que me preguntó que no estaba segura de si iba a ir, lo cual no era una mentira por completo. Estaba haciendo tiempo y secretamente esperando que Nicholas me lo pidiera.
Una chica llamada Montana puso los ojos en blanco. —No te preocupes por eso. El vestido es mucho más importante. Si te desesperas, siempre puedes encontrar a alguien.
Estaba a punto de decir algo sobre comprobar mi agenda cuando sentí un fuerte desliz en el brazo alrededor de los hombros. El grupo se congeló, sus miradas fijas en el espacio por encima de mi cabeza.
—Hola, chicas, no les importa si me robo a _____* un minuto, ¿verdad? —preguntó Nicholas.
—Bueno, estábamos en medio de una conversación importante — objetó Molly. Sus ojos se estrecharon suspicaces y me miró expectante.
—La traeré de vuelta —dijo Nicholas.
Había algo familiar en su forma de dirigirse hacia mí, la cual ellas no dudaron en darse cuenta. Aunque me gustó, era también incómodo ser de repente el centro de atención. Nicholas me guió a una mesa vacía.
—¿Qué estás haciendo? —susurré.
—Parece que hago un hábito de rescatarte —contestó—. ¿O quieres pasar el resto de la comida hablando sobre sprays de bronceado y pestañas postizas?
—¿Cómo sabes esas cosas?
—Hermanas —dijo.
Se sentó cómodamente en la mesa, ignorando las miradas de reojo dirigidas hacia nosotros ahora desde todas direcciones de la cafetería. Algunos miraban envidiosos, otros simplemente curiosos. Nicholas había elegido sentarse conmigo cuando casi cualquier mesa en la sala le hubiera acogido y codiciado su compañía.
—Parece que llamamos la atención —dije y me revolví.
—A la gente le gusta cotillear, no podemos evitarlo.
—¿Por qué no estás con tus amigos?
—Tú eres más interesante.
—No hay nada interesante sobre mí —dije, con una nota de pánico arrastrándose en mi voz.
—No estoy de acuerdo. Incluso tu reacción de ser llamada interesante es interesante.
Fuimos interrumpidos por dos chicos más pequeños acercándose a nuestra mesa.
—Hey, Nicholas —El más alto de los dos lo saludó con un gesto de respeto—. La natación fue alucinante. Gané cuatro de las seis rondas.
—Buen trabajo, Parker —dijo Nicholas, deslizándose fácilmente en su papel de capitán del colegio y mentor—. Sabía que íbamos a patearle el culo a Westwood.
El chico sonrió con orgullo.
—¿Crees que hare los nacionales? —preguntó con ansiedad.
—No me sorprendería, el entrenador estaba bastante satisfecho. Sólo asegúrate de aparecer en los entrenamientos la semana que viene.
—Lo tienes, tío —dijo el chico—. ¡Te veo el miércoles!
Nicholas asintió y chocaron los puños.
—Nos vemos, chico.
Vi enseguida que Nicholas era bueno tratando con la gente; era cariñoso sin invitar a la familiaridad. Cuando el chico se había ido, su expresión cambió a una de concentración, como si lo que tuviera que decir realmente importara. Hacía que mi piel hormigueara y las esquinas de mis labios se retorcieron en una sonrisa. Podía sentir un rubor empezando en mi pecho, y pronto viajaría generalizándose por mi cara.
—¿Cómo haces eso? —pregunté para cubrir mi confusión.
—¿Hacer qué?
—Hablar con la gente tan fácilmente.
Nicholas se encogió de hombros. —Viene con el territorio. Hey, casi lo olvido, te arrastré hasta aquí para devolverte algo —Sacó una gran pluma blanca e iridiscente, salpicada de rosa, del bolsillo de su chaqueta—. Encontré esto en mi coche anoche después de llevarte a casa.
Cogí la pluma de su mano y la deslicé entre las páginas de mi agenda. No tenía ni idea de cómo había terminado en el coche de Nicholas. Mis alas se habían escondido firmemente.
—¿Un amuleto de la buena suerte? —añadió Nicholas, con sus ojos turquesas mirando mi cara con curiosidad.
—Algo así —respondí con cautela.
—Pareces molesta, ¿algo va mal?
Negué con la cabeza rápidamente y aparté la mirada.
—Sabes que puedes confiar en mí.
—En realidad, eso no lo sé todavía.
—Lo descubrirás una vez que pasemos más tiempo juntos —dijo—. Soy un chico bastante leal.
No lo oí. Estaba demasiado ocupada escaneando las caras de la multitud en caso de que alguno de ellos perteneciera a Gabriel. Sus miedos no parecían tan infundados ahora.
—No me abrumes con tu entusiasmo —rió Nicholas. Sus palabras me devolvieron al presente con una sacudida.
—Lo siento —dije—. Estoy un poco preocupada hoy.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudar?
—No lo creo, pero gracias por preguntar.
—Ya sabes, guardar secretos no es saludable para una relación — Nicholas cruzó sus brazos confortablemente sobre su pecho y se acomodó en su silla.
—¿Quién dijo algo sobre una relación? Además, no es obligatorio compartir todo; no es como si estuviéramos casados.
—¿Quieres casarte conmigo? —preguntó Nicholas, y vi algunas caras volverse hacia nosotros por curiosidad—. Estaba pensando en empezar despacio y ver cómo funcionaban las cosas, pero hey, ¡qué mierda!
Puse los ojos en blanco—. Cállate o estaré forzada a darte una paliza.
—Oh, —se burló—. La última amenaza. No creo que hayas dado una paliza antes.
—¿Estás sugiriendo que no puedo hacerte daño?
—Al contrario, creo que tienes el poder de hacer grandes daños.
Lo mire con curiosidad y luego me sonrojé cuando el significado despertó.
—Muy gracioso —dije secamente.
Su brazo extendido por la mesa rozó el mío. Algo dentro de mí se movió.
No había nada que pudiera hacer sobre eso. Mi atracción hacia Nicholas Woods era instantánea y devoradora. De repente mi propia vida parecía muy lejana. Sin duda no añoraba el Cielo como sabía que Gabriel e Ivy lo hacían. Para ellos, la vida en la tierra era un recordatorio diario de las limitaciones de la carne. Para mí, era un recordatorio de las maravillas de ser humana.
Me convertí en una experta en enmascarar mis sentimientos por Nicholas enfrente de mi hermano y mi Hermana. Sabía que estaban al tanto de ello, pero si lo desaprobaban, debían haber hecho un pacto para mantenerlo para sí mismos. Por eso, estaba agradecida.
Sentí una grieta entre nosotros ahora que no había estado ahí antes. Nuestra relación parecía más frágil, y había silencios incómodos en la mesa a la hora de la cena. Cada noche me dormía con los sonidos de sus conversaciones susurradas y sentía que mi desobediencia era el objeto de su discusión. Elegí no hacer nada sobre la distancia creciente entre nosotros aunque sabía que podía llegar a lamentar la decisión más tarde.
Por ahora, tenía otras cosas en las que pensar. De repente no podía esperar a levantarme por la mañana y saltar de la cama sin necesitar que Ivy me despertara. Me quedaba mirándome frente al espejo, probando diferentes cosas en mi pelo, viéndome a mí misma como si Nicholas me estuviera viendo. En mi cabeza volvía a reproducir fragmentos de la conversación, intentando determinar la impresión que había dado. A veces estaba satisfecha con un comentario ingenioso que había hecho, otras veces me reprendía por decir o Hacer algo torpe. Tenía un pasatiempo de pensar frases y memorizarlas para un futuro uso.
Tenía envidia de Molly y su grupo ahora. Lo que ellas daban por hecho, yo nunca podría tenerlo: Un futuro en este planeta. Crecerían para tener sus propias familias, carreras que estudiar y una vida de memorias que compartir con los compañeros que eligieran. Yo era sólo una turista viviendo un tiempo prestado. Por sólo esta razón sabía que debería contener mis sentimientos por Nicholas en lugar de dejarlos desarrollarse. Pero si había aprendido algo sobre los romances adolescentes, era que la intensidad no estaba dictada por la duración. Tres meses era la norma, seis meses marcaba un punto de inflexión, y si una relación duraba un año, la pareja estaba más o menos comprometida. No sabía cuánto tiempo tenía en la Tierra, pero si fuera un mes o un año, no iba a malgastar un solo día de el. Después de todo, cada minuto pasado con Nicholas formaría la base de mis recuerdos, los cuales necesitaría para sostenerme durante toda la eternidad.
No tenía problemas coleccionando esos recuerdos porque no había un día que pasara sin tener algún tipo de interacción con él. Nos buscábamos el uno al otro rutinariamente en el colegio en cualquier momento que tuviéramos libre. A veces nuestros contactos no eran más que una conversación breve en las taquillas o sentarnos juntos en el almuerzo. Cuando no estaba en clase, me encontraba a mí misma en máxima alerta, mirando por encima del hombro, intentando espiarlo salir de los vestuarios, esperando el momento en que subiera al escenario durante la asamblea o echarle un ojo para salir entre los jugadores en el campo de rugby. Molly sarcásticamente sugería que quizás necesitaba gafas.
Por las tardes cuando él no tenía entrenamiento, Nicholas me acompañaba a casa, insistiendo en llevarme la mochila. Nos asegurábamos de alargar el paseo tomando un desvío a través de la ciudad y parando en Sweethearts, al que rápidamente convertimos en ―nuestro lugar‖.
A veces hablábamos de nuestro día, otras veces nos sentábamos en un cómodo silencio. Estaba contenta de sólo mirarlo, algo de lo que nunca me cansaba de hacer. Podía llegar a hipnotizarme con su pelo flexible, sus ojos del color del océano y el hábito que tenía de levantar una ceja. Su cara era tan fascinante como una obra de arte. Con mis sentidos afilados, aprendí a identificarlo por su olor distintivo. Siempre sabía cuándo estaba cerca, antes de poder verlo, por la limpia y arbolada fragancia en el aire.
A veces durante esas tardes soleadas, miraba furtivamente alrededor, esperando venganza celestial. Me imaginé ser vista por ojos secretos reuniendo pruebas de mi mal comportamiento. Pero nunca pasaba.
Era en gran parte por Nicholas que pasé de ser una extraña a una parte integrada de la vida en Bryce Hamilton. A través de mi asociación con él, hice el descubrimiento de que la popularidad podía ser transferida. Si la gente podía ser culpable por asociación, podían lograr el reconocimiento de la misma forma. Casi de un día para otro fui aceptada simplemente porque me contaba entre los amigos de Nicholas Wood. Incluso Molly, quien había desalentado inicialmente mi interés en él, parecía calmada. Cuando estábamos juntos, Nicholas y yo volvíamos las cabezas, pero ahora era más un resultado de admiración que de sorpresa. Me daba cuenta de la diferencia incluso cuando estaba sola. La gente me daba saludos amistosos cuando pasaba por el pasillo, hacían pequeñas charlas en la clase mientras esperábamos a que llegara el profesor, o me preguntaban cómo me había salido el último examen.
Mi contacto con Nicholas en el colegio estaba limitado por el hecho de que estábamos en su mayoría en diferentes clases. De lo contrario puede que hubiera corrido el riesgo de seguirlo como un perrito. Aparte de la clase de francés que compartíamos, su fuerte eran las matemáticas y las ciencias mientras que yo estaba atraída por las artes.
—Literatura es mi asignatura favorita —le dije un día en la cafetería como si fuera un descubrimiento vital. Llevaba mi cuaderno de términos literarios, y lo dejé caer abierto en una página al azar—. Apuesto a que no sabes qué es el encabalgamiento.
—No, pero suena doloroso —dijo Nicholas.
—Es cuando una línea de poesía se une con la siguiente.
—¿No sería más fácil de seguir si tan sólo pones paradas completas?
Esa era una de las cosas que me gustaban de Nicholas; su visión del mundo era tan blanca o negra. Me reí.
—Posiblemente, pero no sería tan interesante.
—Honestamente, ¿qué es lo que te gusta tanto de la literatura? — preguntó con genuino interés—. Odio como no hay una respuesta correcta o incorrecta. Todo está abierto a la interpretación.
—Bueno, me gusta la forma en que cada persona puede tener una comprensión diferente de la misma palabra o frase —dije.
—Puedes pasarte horas discutiendo el significado oculto de un poema y no haber alcanzado la conclusión al final. ¿Y eso no te frustra? ¿No quieres saber la respuesta?
—A veces es mejor pararse a intentar sacar el sentido de las cosas. La vida no es clara, siempre hay zonas grises.
—Mi vida está bastante clara —dijo Nicholas—. ¿No lo está la tuya?
—No —dije con un suspiro, pensando en el conflicto en curso con mis hermanos—. Mi mundo es desordenado y confuso. Se vuelve cansado a veces.
—Creo que voy a tener que cambiar tu mundo —contestó Nicholas.
Nos miramos el uno al otro en silencio por un momento, y me sentía como si sus ojos brillantes como el océano pudieran ver justo dentro de mi cabeza y sacar mis pensamientos y sentimientos más íntimos.
─Sabes, siempre puedes diferenciar a los estudiantes prodigio─, continuó sonriendo.
─Ah, ¿sí? ¿Cómo?
─Son los que caminan alrededor usando boinas y esa expresión de yo-sé-algo-que-tú-no-sabes.
—¡Eso no es justo! —objeté—. Yo no soy así.
—No, tú eres demasiado autentica para eso. Nunca cambies, y bajo ninguna circunstancia empieces a llevar una boina.
—Lo haré lo mejor que pueda —me reí.
El timbre sonó, indicando el comienzo de la siguiente clase.
—¿Qué tienes ahora? —preguntó Nicholas.
Alegremente le pasé mi glosario de términos literarios por la nariz como respuesta.
Siempre estaba contenta de ir a literatura con la señorita Castle. Era una clase diversa a pesar de que había sólo doce de nosotros. Había dos chicas de aspecto gótico, que llevaban delineador de ojos negros y cuyas mejillas estaban tan blancas que parecía que nunca les había dado el sol. Había un grupo de chicas diligentes con limpias cintas para el pelo y estuches bien equipados, que estaban obsesionadas con las notas, y estaban normalmente demasiado ocupadas en las mismas para contribuir al debate de la clase. Sólo había dos chicos: Ben Carter, que era arrogante pero astuto, y le encantaban las discusiones; y Tyler Jensen, un fornido jugador de rugby, quien para no variar llegaba tarde y se sentaba en medio de la clase poniendo una expresión aturdida y mascando chicle. Nunca contribuía a nada y su presencia en la clase era un misterio para todo el mundo.
Debido al pequeño tamaño del grupo, habíamos sido relegados a un salón apretado en la parte antigua del colegio que se adjuntaba a las oficinas de administración. Como la habitación no era usada para ningún otro propósito, nos permitieron mover los muebles y colgar posters. Mi favorito era uno de Shakespeare representando un pirata llevando un pendiente. La única ventaja de la clase era que venía con una vista de los jardines y las calles con palmeras. Al contrario que otras asignaturas, la clase de literatura nunca podría describirse como mediocre. En su lugar, todo el lugar parecía estar cargado de ideas compitiendo para ser oídas.
Me senté al lado de Ben y lo vi buscar sus bandas favoritas en su portátil, una actividad que continuaba una vez que la clase empezaba. La señorita Castle llegó llevando una taza de café y un montón de folletos. Era una mujer alta y delgada de cuarenta y pocos años con masas de pelo oscuro rizado y ojos soñadores. Siempre llevaba unas gafas de montura pesada y un fino cordón rojo alrededor de su cuello y blusas en colores pastel. Juzgando por la forma en que se conduce y la forma en que habla, podía haber estado más cómoda en una novela de Jane Austen, en las que las mujeres llevaban carruajes y replicaban ingeniosamente a lo largo de un salón como destellos. Se apasionaba con la lectura, y no le importaba qué texto estábamos estudiando, se identificaba vívidamente con la heroína cada vez. Su enseñanza era tan animada, que la gente a veces paraba a examinar la clase, donde verían a la señorita Castle golpeando la mesa del profesor, disparando preguntas o gesticulando intensamente para ilustrar un punto. No me sorprendería entrar un día y encontrarla arriba de su escritorio o colgando de la lámpara.
Empezamos el tema de Romeo y Julieta en conjunción con los sonetos de amor de Shakespeare. Ahora se nos asignó escribir nuestros propios poemas de amor, los cuales serían recitados en clase. Las chicas estudiosas, quienes nunca habían tenido que confiar en su propia imaginación antes, entraron en pánico. Esto era algo que no podían buscar en Internet.
—¡No sabemos qué escribir! —se quejaron—. Es muy difícil.
—Sólo piensen en ello un momento —dijo la señorita Castle con su voz.
—Nada interesante se nos ocurre.
—No tiene que ser personal —convenció—. Puede ser un producto total de tu imaginación.
Las chicas se quedaron sin respiración.
—¿Nos puede dar un ejemplo? —Insistieron.
—Hemos estado buscando ejemplos en todos los términos —dijo la señorita Castle en un tono desanimado. Entonces le vino una idea para un punto inicial—. Piensa en todas las cualidades que encuentras atractivas en un chico.
—Bueno, creo que la inteligencia es muy importante —una chica llamada Bianca se ofreció voluntaria.
—Obviamente, debería ser un buen proveedor —Su amiga Hannah abrió la boca.
La señorita Castle miraba sin poder explicárselo. Se libró de tener que comentar la contribución de un trimestre diferente.
—La gente sólo está interesada si son oscuros y perturbados —dijo Alicia, una de las góticas.
—Las pollitas no deberían hablar tanto —arrastró las palabras Tyler desde la parte de atrás del salón. Era la primera cosa que le oía decir en todo el tiempo, y la señorita Castle estaba amable para pasar por alto su naturaleza despectiva.
—Gracias, Tyler —dijo con sarcasmo entre líneas—. Acabas de demostrar que la búsqueda de un compañero es una cosa muy individual. Algunos dicen que no podemos elegir de quién nos enamoramos; el amor nos elige. A veces la gente se enamora de la antítesis total de todo lo que habían creído que buscaban. ¿Algún otro pensamiento?
Ben Carter, quien había estado poniendo los ojos en blanco y poniendo una expresión martirizada durante el debate, se puso la cara en las manos.
—Las grandes historias de amor tienen que ser trágicas —dije de repente.
—Sigue —me incitó la señorita Castle.
—Bueno, tienes a Romeo y Julieta como ejemplo: el hecho que se mantienen separados hace su amor más fuerte.
—Vaya cosa, ambos terminaron muertos —Bufó Ben.
—Hubieran acabado divorciándose si hubieran seguido vivos — anunció Bianca—. ¿Alguien más notó que le llevó a Romeo cinco segundos pasar de Rosaline a Julieta?
—Eso es porque él sabía que Julieta era la única desde el momento en que la conoció —dije.
—Por favor —replicó Bianca—. No puedes saber que amas a alguien después de dos minutos. Él sólo quería meterse bajo sus pantalones. Romeo es como cualquier otro adolescente en celo.
—No sabe nada sobre ella —dijo Ben—. Todos sus elogios son por sus atributos físicos: Julieta es el sol y bla bla bla. Tan sólo piensa que es una nena.
—Yo creo que es porque después de conocerla todo lo demás se convirtió en insignificante —dije—. Él sabía de inmediato que iba a ser todo su mundo.
—Oh dios —Gimió Ben.
La señorita Castle me dio una sonrisa significativa. Siendo una romántica empedernida, no podía evitar ponerse del lado de Romeo. Al contrario que la mayoría de los profesores en Bryce Hamilton, quienes competían por ver quién podía llegar al aparcamiento primero antes que el timbre sonara, ella no era hastiada. Era una soñadora. Sospechaba que si le decía a la señorita Castle que era un ser celestial en una misión para salvar el mundo, ella ni siquiera parpadearía
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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