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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 06 Ago 2014, 8:04 pm

Capítulo 12: Gracias Salvadora
Nunca había visto a Dios. Había sentido su presencia y había escuchado su voz pero en realidad nunca había estado frente a frente con él. Su voz no era lo que las personas imaginaban, resonando en auge como lo muestran las películas épicas de Hollywood. En vez de eso era tan sutil como un suspiro y se movió a través de nuestros pensamientos tan gentilmente como la brisa se mueve a través de los altos juncos. Ivy lo había visto. Una audiencia en la corte de Nuestro Padre había sido reservada sólo para el serafín. Como arcángel, Gabriel tenía el nivel más algo de interacción humana. Él veía el más grande sufrimiento, del tipo que muestran en las noticias; guerra, desastres naturales, enfermedades. Él era guiado por Nuestro Padre y trabajaba con el resto de su grupo para guiar a la tierra en la dirección correcta. Aunque Ivy tenía una línea directa de comunicación con Nuestro Creador, ella nunca podría ser inducida a hablar del tema. Gabriel y yo habíamos intentado varias veces sacarle información pero había sido inútil. Entonces, lo suficientemente extraño, termine imaginando a Dios en casi la misma manera que Miguel Ángel lo había hecho: un hombre sabio y viejo con una barba, sentado en un trono sobre el cielo. Mi imagen mental era probablemente inexacta, pero había una cosa que no podía ser discutida: No importaba cuál fuera su apariencia, Nuestro Padre era la completa personificación del amor.
Por más que saboreara cada día que pasaba en la tierra, había una cosa que a veces extrañaba del Cielo: como todo allí era claro. No había conflicto, no había disensiones, aparte de ese levantamiento histórico que dio lugar a la primera y única expulsión del Reino. A pesar que había alterado el destino de la humanidad por siempre, raramente se hablaba de eso.
En el Cielo yo estaba ligeramente consiente de la existencia de un mundo más oscuro, pero esto fue removido de nosotros y estábamos usualmente demasiado ocupados trabajando para pensar acerca de eso.
Nosotros los ángeles teníamos asignado cada uno roles y responsabilidades: Algunos de nosotros les daba la bienvenida a las nuevas almas del Reino, ayudando a hacer más fácil la transición; algunos se materializaban en el lecho de muerte para ofrecer consuelo a las almas que partían; y otros eran guardianes asignados a los seres humanos. En el Reino, cuidaba las almas de los niños cuando entraban al campo. Había sido mi trabajo darles consuelo, decirles que en un tiempo verían a sus padres de nuevo si dejaban ir sus dudas. Yo era un tipo de acomodadora de niños de preescolar.
Me alegraba no ser un ángel guardián; generalmente tenían exceso de trabajo. Era su trabajo escuchar las oraciones de sus muchos humanos a cargo y guiarlos fuera del camino del peligro. Se podía poner un poco loco – una vez había visto a un guardián tratar de llegar a la ayuda de un niño enfermo, una mujer pasando por un divorcio desastroso, un hombre que acababa de ser despedido, y la víctima de un accidente de auto todo en un mismo instante. - Había mucho trabajo que hacer y nunca suficientes de nosotros para estar por ahí.
***
Nicholas y yo nos sentamos debajo de la sombra de un árbol de maple en el patio, para almorzar. No pude evitar darme cuenta de su mano descansado a tan sólo unos centímetros de la mía. Era fina pero masculina. Tenía una banda plateada alrededor de su dedo índice. Estaba tan embelesada en mirarlo que a duras penas me di cuenta cuando me hablo.
—¿Puedo pedirte un favor?
—¿Qué? Oh, por supuesto. ¿Qué necesitas?
—¿Podrías corregir este ensayo que he escrito? Lo he hecho dos veces, pero estoy seguro que me faltan cosas.
—Seguro. ¿Para qué es?
—Para una conferencia de liderazgo la próxima semana —dijo con informalidad, como si fuera algo que hiciera todos los días—. No tienes que hacerlo ahora. Puedes llevártelo a casa si quieres.
—No, está bien.
Estaba halagada de que él valorara mi opinión lo suficiente para preguntarme. Extendí las páginas en el pasto y las leí. El discurso de Nicholas era elocuente, pero se le habían escapado unos detalles mínimos de gramática que yo identifique fácilmente.
—Eres una buena editora —Él comentó—. Gracias por hacerlo.
—No hay problema.
—En serio, te debo una. Déjame saber si hay algo que pueda hacer por ti.
—No me debes nada —dije.
—Sí, te lo debo. Por cierto, ¿cuándo es tú cumpleaños?
Me desconcerté por la pregunta.
—No me gustan los regalos —dije rápidamente, en caso de que tuviera alguna idea.
—¿Quién dijo algo sobre regalos? Sólo estoy preguntando por tú fecha de nacimiento.
—Treinta de Febrero —dije, lanzando la primera fecha que se me vino a la mente.
Nicholas levantó una ceja.
—¿Estás segura de eso?
Entré en pánico. ¿Qué había dicho mal? Recorrí todos los meses en mi cabeza y me di cuenta de mi error. ¡Oops! - ¡Sólo había veintiocho días en Febrero!
—Quiero decir treinta de Abril —corregí y le sonreí tímidamente. 
Nicholas se rió—. Eres la primera persona que conozco que olvida su propio cumpleaños.
Incluso cuando me avergonzaba a mí misma, mis conversaciones con Nicholas siempre eran atractivas.
Él podía hablar de la cosa más mundana y todavía se las arreglaba para hacerlas fascinantes. Amaba el sonido de su voz y podía haber sido feliz escuchándolo leer nombres de un directorio telefónico. Me pregunte, ¿Sería este un síntoma de enamoramiento?
Mientras Nicholas garabateaba notas en los márgenes de su discurso, le di un mordisco a mis vegetales asados e hice un gesto mientras un extraño sabor amargo asaltaba mis papilas gustativas. Gabriel nos había presentado la mayoría de productos alimentarios, pero todavía había unas cuantas cosas que tenía que intentar. Levanté la tapa y miré con cautela la sustancia untada con verduras.
—¿Qué es eso? —le pregunte a Nicholas.
—Creo que tiene el nombre de planta de huevo —El contestó—. Algunos lo llaman berenjena en los restaurantes elegantes.
—No, la otra cosa —señale a la capa de pasta desmenuzable.
—No sé, pásamelo —Lo miré darle un mordisco y masticar pensativamente—. Pesto —anunció.
—Porque todo tiene que ser tan complicado —dije irritada—. ¿Incluyendo sándwiches?
—Tienes toda la razón —reflexionó Nicholas. —El pesto hace la vida mucho más complicada —Se rió y le dio otro mordisco, empujando su ensalada sin tocar hacia mí.
—No seas tonto —dije—. Comete tu almuerzo, puedo hacerle frente al pesto.
Pero se rehusó a devolverme mi sándwich a pesar de mis quejidos. Me rendí y me comí el de él a cambio, disfrutando la familiaridad entre los dos.
—No te sientas mal —él dijo—. Soy un chico, me comeré lo que sea.
En nuestro camino a clase después del almuerzo, nos encontramos con una conmoción en el corredor. Las personas estaban hablando agitadamente acerca de alguna clase de accidente. Nadie estaba muy seguro quien estaba involucrado, pero los estudiantes se estaban moviendo en masa por las puertas principales, donde una multitud estaba asomada afuera alrededor de algo o de alguien. Sentí dolor humano y sentí que una ola de pánico crecía en mi pecho.
Seguí a Nicholas a través de la multitud, que parecía guiarme por la escuela instintivamente. Una vez que fuera mis ojos encontraron el vidrio roto regado por el pavimento, y seguí el rastro hacia un carro con la capota completamente aplastada, y con humo saliendo del motor. Había habido un accidente frente a frente entre dos jóvenes de último año. Uno de los conductores estaba parado al lado de su carro, luciendo un poco mareado y desorientado. Afortunadamente, él parece haber sufrido sólo pequeños golpes. Mi mirada cambio de su destrozado Volkswagen para fijarse en el carro enredado en este. Me di cuenta con un choque que el otro conductor estaba todavía adentro, desplomado en el asiento, su cabeza colgando contra el volante. Incluso desde donde yo estaba, podía ver que ella estaba gravemente herida.
La multitud miraba con la boca abierta, inseguros de que era lo que podrían hacer. Sólo Nicholas se las arreglo para mantener su sano juicio. Se desapareció de mi lado para pedir por ayuda y alertar a los profesores.
Sin estar completamente segura de lo que debería estar haciendo, actuando más por impulso que por otra cosa, me moví hacia el auto, tosiendo mientras el espeso humo llenaba mi garganta. La puerta del conductor había sido golpeada por el impacto y se había desprendido casi completamente del resto del vehículo. Ignorado el metal caliente que excavaba en mis palmas, la quite de allí y me congele cuando vi a la chica de cerca. Sangre estaba corriendo libremente de una cortada en su frente, su boca estaba abierta, pero sus ojos estaban cerrados y su cuerpo estaba flácido.
Incluso en el Cielo siempre me había sentido desmayar cuando veía escenas que involucraran derramamiento de sangre en la tierra, pero hoy a duras penas pensé en eso. Asegure mis brazos debajo de los hombros de la chica y, tan cuidadosamente como pude, empecé a sacarla de la destrucción. Ella era más pesada que yo, así que estuve agradecida cuando dos chicos bien formados, todavía en su ropa de gimnasio, aparecieron para ayudar. La recostamos en el pavimento a una distancia segura del humo del vehículo.
Me di cuenta que ese era el límite de lo que los chicos podían ayudar. Ambos seguían mirando nerviosamente sobre sus hombros, esperando que llegara la ayuda. Pero no hacía tiempo para esperar.
—Mantengan la multitud apartada —les di instrucciones y luego puse mi atención sobre la chica. Me arrodille y puse dos dedos contra su cuello, como Gabriel me había mostrado una vez. No podía encontrar un pulso. Si ella estaba respirando en lo absoluto, no era obvio a través de una señal visible. En mi cabeza llame por Gabriel para que viniera y me ayudara. No había una oportunidad de que pudiera pasar por todo esto sola. Ya estaba perdiendo la batalla. La sangre cálida supurando de la herida en su frente le había vuelto una maraña el cabello. Había anillos azulados debajo de sus ojos y estaba mortalmente pálida. Sospeche heridas internas pero no podía poner mis dedos exactamente donde eran.
—Resiste —susurré cerca a su oído—. La ayuda viene en camino.
Acune su cabeza, con la sangre pegajosa tiñendo mis manos, y me concentre en enviar mi energía curativa a través de ella. Sabía que tenía solo unos minutos para ayudarla. Su cuerpo casi se había rendido a luchar, y podía sentir su alma tratando de separarse. Pronto estaría mirando su cuerpo inerte desde afuera.
Me concentre tanto que sentí que también perdería la conciencia. Luche contra el mareo y me concentré aún más profundamente. Imaginé una fuente de poder surgiendo de muy dentro de mí, viajando a través de mi sangre y arterias para cargar la punta de mis dedos y fluir por el cuerpo en el piso. Mientras sentía el poder saliendo de mí, pensé que tal vez, sólo tal vez, la chica podría sobrevivir.
Escuche a Gabriel antes de verlo, afanando a la multitud para que lo dejaran pasar. En la presencia de la autoridad los estudiantes soltaron un respiro colectivo de alivio. Habían quedado absueltos de más responsabilidades. Lo que quiera que hubiese pasado ahora estaba fuera de sus manos.
Mientras Nicholas iba como ayuda hacia el otro conductor, Gabriel se arrodillo a mi lado y uso su poder para cerrar las heridas de la chica. Él trabajaba rápida y tranquilamente, sintiendo las costillas rotas, el pulmón perforado, la muñeca torcida que se había roto tan fácil como una ramita. Para el momento en que los paramédicos llegaron, la respiración de la chica había regresado a lo normal aunque no había recuperado la conciencia. Me di cuenta que Gabriel había dejado sin curar sus heridas menores, probablemente para prevenir levantar sospechas.
Mientras los paramédicos estaban levantando la chica hacia una camilla, un grupo de sus amigos se apresuraron histéricos hacia nosotros.
—¡Grace! —Uno lloro—. Oh por Dios, ¿está bien?
—¡Gracie! ¿Qué paso? ¿Puedes escucharnos?
—Ella está inconsciente, —dijo Gabriel—, pero va a estar bien.
Aunque las chicas continuaron lloriqueando y aferrándose las unas a las otras, podía ver que Gabriel las había calmado.
Después de dirigir a los estudiantes de vuelta a clase, Gabriel me llevo del brazo y me llevo por las escaleras frontales, donde Ivy nos estaba esperando. Nicholas, que no había seguido a los demás adentro, corrió cuando vio mi rostro.
—_____*, ¿estás bien? —Su cabello color nuez estaba despeinado por el viento, y la tensión se veía por las venas pulsando en su cuello.
Quería responder, pero estaba luchando por respirar y el mundo estaba empezando a girar. Sentí que Gabriel estaba ansioso porque estuviéramos solos.
—Mejor que te vayas a clase —le dijo a Nicholas, adoptando su voz de maestro.
—Estoy esperando a _____* —contesto Nicholas. Sus ojos pasaron por mi cabello despeinado, las mangas llenas de sangre de mi camiseta, y mis dedos agarrándose al brazo de Gabriel.
—Ella sólo necesita un minuto. —dijo Gabriel fríamente—. Puedes venir a verla después.
Nicholas se quedo donde estaba.
—No me voy a menos que _____* me lo pida.
Me pregunte qué clase de mirada habría en la cara de Gabriel, pero cuando giré mi cabeza para mirar, los pasos sobre los que estaba parada se sintió como si se fueran a alejar. ¿O era que mis rodillas se estaban debilitando? Puntos negros aparecieron por todo mi campo visual, y me recliné más pesadamente sobre Gabriel.
La última cosa que recuerdo fue decir el nombre de Nicholas y verlo dar un paso hacia mí antes de que yo me desmayara tranquilamente en los brazos de Gabriel.
Me desperté en la familiaridad de mi habitación. Estaba enroscada bajo la colcha de retazos en mi cama, y sabía que las puertas del balcón no estaban completamente cerradas porque podía sentir una brisa trayendo la esencia salda del mar dentro de mi habitación. Levanté mi cabeza y me concentre en los detalles reconfortantes como la pintura descascarada en el marco de la ventana y el piso lleno de picaduras suaves por un brillo suave del anochecer. Mi almohada era suave y olía a lavanda. Enterré mi rostro en esta, reacia a moverme. Luego vi la hora en mi alarma - ¡siete de la noche! Había estado dormida por horas. Mis muslos se sentían como plomo. Sentí pánico momentáneamente cuando no podía mover mis piernas antes de darme cuenta que Phantom estaba acostado encima de ellas.
El bostezó y se estiró cuando vio que estaba despierta. Acaricie su sedosa cabeza, y me miro con sus ojos tristes y sin color.
—¡Vamos! —murmuré—. Todavía no es la hora de tu siesta.
Debí haberme sentado muy de repente porque una ola de fatiga me golpeo como una avalancha y casi caigo de nuevo. Moví mis piernas al lado de la cama y trate de reunir el esfuerzo requerido para ponerme de pie. No fue fácil, pero me las arregle para deslizarme en mí bata y bajar las escaleras, donde el ―Ave maría‖ de Schubert sonaba de fondo. Me hundí en la silla más cercana. Gabriel e Ivy deben haber estado en la cocina; el olor a ajo y jengibre llenaba la habitación. Detuvieron lo que estaban haciendo y salieron a saludarme. Ivy estaba secando sus manos en una toalla de platos, y ambos estaban sonriendo. Esto me tomo por sorpresa ya que se sentía un largo tiempo desde que habíamos estado en algo más que términos civiles.
—¿Cómo te sientes? —Los dedos agradables de Ivy tocaron mi cabeza.
—Como si hubiera sido golpeada por un bus —dije honestamente—. En realidad no sé qué paso. Me estaba sintiendo bien. 
—Seguramente sabes porque te desmayaste, _________ —dijo Gabriel.
Le di una mirada en blanco—. He estado comiendo bien y he seguido tu consejo.
—No tiene nada que ver con eso —dijo mi hermano—. Es porque salvaste la vida de esa chica.
—Esa clase de cosas pueden sacarte de ti misma. —añadió Ivy.
Casi me rió en voz alta—. Pero, Gabe, tú salvaste la vida de la chica. —dije.
Ivy miro a nuestro hermano para indicar que él debería explicar y se movió discretamente para acomodar la mesa para la comida.
—Sólo sane sus heridas físicas —dijo Gabriel. Le di una mirada estupefacta, preguntándome si esta era su idea de un chiste.
—¿Qué quieres decir con solo? Eso es lo que constituye salvar a alguien. Si a una persona le disparan y tú remueves la bala y sanas la herida entonces lo salvaste.
—No, _________, esa chica iba a morir. Si no le hubieras dado la fuerza de tu vida, no hubiera habido nada que pudiera hacer para salvarla. Cerrar las heridas no puede traer a alguien de vuelta una vez que han alcanzado ese punto. Le hablaste; era tu voz la que la llamaba del otro lado y tú fuerza mantenía su alma de dejar su cuerpo.
No podía creer lo que me estaba diciendo. ¿Yo había salvado una vida humana? Ni siquiera sabía que tenía el poder de hacer eso. Había creído que el alcance de mis facultades en la tierra sólo servía para aliviar temperamento o ayudar a retribuir pérdidas. ¿Cómo era posible que lo hubiera encontrado en mí para salvar a una chica de la muerte? El poder sobre el mar, sobre el cielo, sobre la vida humana, ese era el regalo de Gabriel. Nunca se me había ocurrido que mis poderes eran más grandes de lo que yo había pensado.
Ivy me miró, con sus ojos brillantes con elogio—. Felicitaciones —ella dijo—. Este es un gran paso para ti.
—¿Pero porque me siento tan mal ahora? —pregunté, alertada de repente por mi cuerpo adolorido.
—El esfuerzo de revivir a alguien puede ser muy debilitador, —Explico Ivy—, especialmente las primeras veces. Envía tu forma humana hacia un shock. No siempre será así; te acostumbraras a esto y eventualmente serás capaz de recuperarte más rápido.
—¿Quieres decir que seré capaz de hacerlo de nuevo? —Pregunté—. ¿No fue de chiripa?
—Si lo has hecho una vez, lo puedes hacer de nuevo —respondió Gabriel—. Todos los ángeles tienen la habilidad, pero se desarrolla con la práctica.
A pesar de mi cansancio me sentí de repente optimista y me comí mi cena con apetito. Después de que Gabriel e Ivy rehusaran mi ayuda para limpiar. En lugar de eso Ivy me condujo hacia la cubierta y me empujo hacia la hamaca.
—Has tenido un día exhaustivo.
—Pero detesto no ser útil.
—Puedes ayudarme en un minuto. Tengo muchos sombreros y bufandas que coser para el festival de ropa de segunda mano —Ivy siempre encontraba tiempo para conectarse con la comunidad, a través de pequeñas tareas—. Algunas veces son las pequeñas cosas las que más significado tiene —Ella dijo.
—Ya sabes, toda la idea de esos lugares que donas tu vieja ropa, no haces una nueva —Le dije.
—Bueno, no hemos aquí lo suficiente como para tener cosas viejas. — Replicó Ivy—. Y tengo que darles algo: me sentiría horrible si no lo hiciera. Además, puedo coserlos sin mayor esfuerzo.
Me senté en la hamaca con una manta sobre mis hombros, tratando de procesar los eventos de la tarde. De cierta manera, sentía que entendía el propósito de nuestra misión mucho mejor que antes, pero a la misma vez nunca había estado más confundida. Hoy había sido un buen ejemplo de lo que debería estar haciendo – protegiendo la sanidad en vida. En lugar de eso había estado pasando mi tiempo con una obsesión adolescente con un chico que en realidad no sabía nada de mí. Pobre Nicholas, pensé. Él no nunca podrá entenderme, no importa que tanto lo intente. No era su culpa. Él tan sólo podía saber tanto como yo se lo permitía. Estaba tan ocupada tratando de mantener mi fachada que no había considerado que tarde o temprano tendría que ser hecho… Nicholas estaba atado a la vida humana y a una existencia de la que nunca podría ser parte. La satisfacción que sentía por mi éxito en la tarde que me desmaye se esfumo, y me sentía extrañamente entumecida.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 06 Ago 2014, 8:07 pm

Capítulo 13: Su Beso
La misa del domingo era el único momento en el que sentía que realmente podía reconectar con mi casa. Arrodillarme en las bancas y escuchar los acordes de "Agnus Dei" me traía de vuelta a mi antiguo ser. Había una tranquilidad etérea dentro de la iglesia que no se podía encontrar en ningún otro lugar. Era fresca y tranquila, como estar en el fondo del océano, y siempre sentía que tan pronto como atravesara sus puertas, estaba en un lugar seguro. Ivy y yo éramos acólitos los domingos, y Gabriel ayudaba al Padre Mel a dar la Sagrada Comunión. Después del servicio, siempre nos quedábamos a charlar con él.
—La congregación está creciendo, —él observó un día—, cada semana, veo caras nuevas.
—Tal vez la gente está empezando a darse cuenta de lo que es importante en la vida —dijo Ivy.
—O tal vez están siguiendo su ejemplo—. El Padre Mel sonrió.
—La Iglesia no debería necesitar defensores —dijo Gabriel—. Debería hablar por sí misma.
—No importa lo que traiga a la gente aquí —dijo el Padre Mel—. Sólo importa lo que ellos encuentran aquí.
—Todo lo que podemos hacer es guiarlos en la dirección correcta, — coincidió Ivy.
—De hecho, no podemos obligarlos a tener fe —dijo el Padre Mel—. Pero podemos demostrar su gran poder.
—Y podemos orar por ellos, —dije.
—Por supuesto —El Padre Mel me guiño el ojo—. Y algo me dice que el Señor los escuchara cuando lo llamen.
—Él no nos escucha más que a otros—. Gabriel dijo. Me di cuenta que estaba preocupado sobre revelar demasiado. A pesar de que nunca le habíamos siquiera insinuado al Padre Mel acerca de dónde venimos, había un entendimiento tácito entre nosotros. Era natural, pensé. Él era un sacerdote—que pasaba todo su tiempo tratando de conectarse con las fuerzas de arriba—. Sólo podemos esperar que Él bendiga a este pueblo —agregó Gabriel.
Los ojos azules del Padre Mel parpadearon sobre todos nosotros—. Yo creo que Él ya lo hizo.
Al día siguiente Nicholas tuvo un encuentro deportivo en el receso de la mañana, así que pasé el tiempo escuchando a Molly y Taylah conversando animadamente sobre un outlet9 de ropa fuera de la ciudad. Allí podían comprar etiquetas de diseñador falsas que parecían tan auténticas que nadie podría adivinar que no eran las "verdaderas". Cuando me pidieron que fuera con ellas, estaba tan inquieta que acepté sin dudarlo. Incluso cuando me invitaron a una fogata en la playa la noche del sábado, asentí con la cabeza mi consentimiento sin realmente registrar los detalles de la invitación.
Me alegré cuando el quinto período finalmente llegó, y Nicholas y yo tuvimos francés juntos. Sentí una oleada de alivio por estar en la misma habitación que él a pesar de que apenas podía concentrarme. Necesitaba desesperadamente hablar con él ahora, aún cuando no había decidido lo que iba a decir. Sólo sabía que no podía esperar.
Él estaba a menos de un palmo de distancia, y tuve que sentarme sobre mis dedos para impedir que se extendieran y lo tocaran. En parte porque quería reasegurarme que no lo había imaginado pero también porque se sentía como si fuéramos dos imanes atraídos entre sí; resistir era más doloroso que sucumbir. Los minutos pasaron
9Es un establecimiento comercial especializado en la venta de productos de marcas famosas, ya sean defectuosos o sacados del catálogo(descatalogados) más reciente del productor lentamente, y parecía como si el tiempo se hubiera ralentizado deliberadamente sólo para fastidiarme.
Nicholas sintió mi extraño estado de ánimo y se quedó sentado después de la campanada, observando a todos los demás marcharse en fila. Mientras yo montaba una farsa de empacar mis libros y lápices, él estaba sentado muy quieto sin moverse nerviosamente. Algunos espectadores curiosos lanzaban miradas en nuestra dirección, probablemente con la esperanza de captar algunos hilos de la conversación que podrían reportar a sus amigos como chisme jugoso.
—Traté de llamarte anoche pero no hubo respuesta —dijo, al ver que yo estaba luchando por comenzar—. Estaba preocupado por ti.
Jugueteé nerviosamente con la cremallera de mi estuche de lápices, que parecía estar atascada. Debí parecer incómoda porque Nicholas se levantó y puso las manos sobre mis hombros.
—¿Qué pasa, _____*? —Había una arruga familiar entre sus cejas, que siempre aparecía cuando estaba preocupado.
—Supongo que el accidente de ayer tan sólo me agotó, —dije—, pero estoy mejor ahora.
—Eso es bueno. Pero algo me dice que hay más.
Incluso en el poco tiempo que lo había conocido, Nicholas siempre fue capaz de leer mis estados de ánimo, sin embargo sus propios ojos no traicionaban nada de lo que él podría estar sintiendo. Él no miró hacia otro lado; su mirada turquesa era como un láser atravesándome.
—Mi vida es bastante complicada—, comencé tentativamente.
—¿Por qué no tratas de explicarlo? Yo podría sorprenderte.
—Esta situación —dije—, tú y yo pasando tiempo juntos, está resultando ser más difícil de lo que pensaba. . . —Hice una pausa—. Es mejor de lo que jamás imaginé, pero tengo otras responsabilidades, otras obligaciones que no puedo ignorar.
Mi voz aumento en volumen y entoné como si sintiera una ola de emoción explotando en mi pecho. Me detuve y respiré hondo.
—Está bien, _____* —dijo Nicholas—. Sé que tienes un secreto.
Sentí un repentino miedo helado apoderándose de mí, pero al mismo tiempo un alivio inundándome. Si Nicholas ya sabía que yo era un fraude y una mentirosa, eso significaba que había fracasado completamente en todos los aspectos de nuestra misión. La regla número uno para todos los Agentes de la Luz era mantener nuestra identidad en secreto mientras trabajábamos en reconstruir el mundo—la exposición puede resultar en todo tipo de caos. Sin embargo, eso también podría significar que Nicholas había elegido aceptarme de todos modos y la verdad no podía ahuyentarlo.
—¿En serio? —Susurré.
Se encogió de hombros—. Es obvio que estás ocultando algo. No sé lo que es, pero sé que está perturbándote.
No le contesté de inmediato. Más que nada quería decirle todo, dejando que todos mis secretos y temores se vertieran como vino de una botella derramada, manchando todo a su paso.
—Entiendo que por una u otra razón no puedes o no quieres hablar de ello —dijo Nicholas—. Pero no tienes que hacerlo. Puedo respetar tu privacidad.
—Eso no es justo para ti —dije, sintiéndome más desgarrada que nunca. La idea de alejarme de él dejó un dolor físico en mi pecho, como si mi corazón se estuviera rompiendo lentamente en dos.
—¿No soy yo quién debe decidir eso?
—No hagas esto más difícil. ¡Estoy tratando de protegerte!
—¿Protegerme? —Nicholas se rió—. ¿De qué?
—De mí —dije en voz baja, dándome cuenta de lo ridículo que debía sonar.
—No te ves muy peligrosa para mí. A menos que te conviertas en un hombre lobo por la noche. . .
—Simplemente no soy lo que parezco—. Retrocedí lejos de él, como tratando de esconderme de la verdad. Todo mi cuerpo se sentía débil y drenado de energía. Me apoyé contra una pared, incapaz de encontrarme con su mirada.
—Nadie lo es. Mira, ¿crees que no me he dado cuenta que hay algo diferente en ti? Todo lo que tengo que hacer es mirarte.
—¿Qué es? —pregunté con curiosidad.
—No estoy seguro —dijo—. Pero sé que es lo que me gusta de ti.
—Lo que estoy tratando de decirte es que el que yo simplemente te guste no me hace ser lo que quieres o necesitas.
—¿Qué crees que necesito?
—Una persona con la puedas tener una relación honesta. ¿Cuál es el punto de otra manera?
—¿Estás tratando de decirme que esa persona no puedes ser tú?
La expresión de Nicholas era indescifrable. Su rostro parecía completamente impasible—toda emoción borrada. Supongo que después de todo por lo que había pasado, él no era del tipo que trae el corazón en la mano.
Sabía que él estaba tratando de hacerlo más fácil para mí, pero la brusquedad de su pregunta tuvo el efecto contrario. Ahora que la idea había sido revelada, sonaba demasiado definitiva. Todavía estaba luchando por encontrar las palabras adecuadas, y me preocupaba que mi silencio pudiera ser entendido como indiferencia.
—Está bien —continuó Nicholas—. Sé que no puede ser fácil para ti, y no quiero hacer las cosas más difíciles. ¿Sería útil si mantengo mi distancia por un tiempo?
¡Cuán volubles y contradictorias son las emociones humanas! Había pasado los últimos minutos tratando de sugerir esta misma idea pero ahora me encontraba devastada por su buena disposición a alejarse, aunque su motivación fuera mi bienestar. No estaba segura de que reacción esperaba, pero no era esta. ¿Quería verlo caer de rodillas y declarar su amor eterno? Por supuesto que él no iba a hacer eso, pero yo no podía dejarlo alejarse. No creía que fuera capaz de soportarlo.
—¿Así que eso es todo? —me atraganté—. ¿No voy a verte más?
Nicholas parecía confundido—. Espera… ¿no es eso lo que quieres?
—¿Eso es todo lo que vas a decir? —Exigí—. ¿Ni siquiera vas a tratar de hacerme cambiar de opinión?
—¿Quieres que trate de hacerte cambiar de opinión? —Su sonrisa burlona y cariñosa estaba de vuelta.
Hice una pausa para pensar. Sabía lo que debía decir. Un simple no pondría fin a todo y volvería las cosas a cómo habían estado antes del momento en el que nos encontramos en el pasillo fuera del laboratorio de química, cuando había estado tratando de evitar brillar en la oscuridad. Pero no me atrevía a decirlo. Sería una mentira.
—Tal vez eso es exactamente lo que quiero que hagas, —dije lentamente.
—_____*, eso me suena a que no sabes lo que quieres —Nicholas dijo en voz baja. Extendió la mano y usó su pulgar para enjugar una lágrima que estaba serpenteando por mi mejilla.
—No quiero complicarte la vida, —esnifé, dándome cuenta cuán irracional debía estar sonando—, tú eres el que dijo que prefería que las cosas fueran claras.
—Estaba hablando de asignaturas, no personas. Tal vez no me importaría un poco de complicación —dijo—. Las relaciones sencillas están sobrevaloradas.
Gemí de frustración—. Realmente tienes una respuesta para todo.
—¿Qué puedo decir? Es un don —tomó mi mano entre las suyas—. Tengo una idea. ¿Qué tal si te doy algo para ayudarte a tomar la decisión más fácil?
—De acuerdo, —accedí—. Si piensas que ayudara.
Antes de saber lo que estaba sucediendo, Nicholas había traído sus manos a mi cara y estaba inclinando mi barbilla hacia él. Sus labios rozaron los míos con un toque de pluma, pero fue suficiente para hacerme temblar. Me gustó la forma en que me sostuvo; como si fuera frágil y propensa a romperme si me sostenía muy apretado. Apoyó su frente contra la mía como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. Un delicioso calor comenzó a extenderse a través de mi cuerpo, me estiré hacia él, para alcanzar de nuevo sus labios. Le devolví el beso con apasionada urgencia y me aferré a él. Me permití fundirme en su abrazo y presionar nuestros cuerpos juntos. Su calor se filtraba a través de mi ligera camisa, y podía sentir su corazón latiendo rápido.
—Fácil, ahora —murmuró en mi oído, pero no se separo. Nos quedamos encerrados en nuestro abrazo hasta que Nicholas suave pero firmemente se separó. Metió un mechón de cabello extraviado detrás de mi oreja y me dio su media sonrisa de ensueño—. ¿Y bien? — preguntó, cruzando los brazos sobre su pecho. Mi mente era un torbellino.
—¿Y bien, qué?
—¿Te ayudó a decidirte?
A modo de respuesta, enrosqué mis dedos en su suave pelo castaño claro y lo atraje hacia mí.
—Supongo que lo hizo —dijo con placer no disimulado.
Ese día me enseñó que yo quería más que su compañía; anhelaba su toque. No había dejado lugar a dudas en mi mente. Podía sentir que mi rostro ardía, donde me había tocado, y lo único que quería era que lo hiciera de nuevo. Unas horas antes había creído realmente que no había más remedio que alejarme de él porque no veía manera de hacerle entender quién era yo realmente. Entonces vi que había otro camino. Sería visto como una transgresión grave y punible por quiénes lo supieran, pero se sentía menos aterrador que apartarme de él. Si eso nos evitaba al dolor de la separación, enfrentaría las consecuencias.
Todo lo que se esperaba de mí era bajar la guardia y dejar entrar a Nicholas.
—Quiero que estemos juntos —dije—. No creo alguna vez haber querido algo más.
Nicholas me acarició la palma de la mano y entrelazó nuestros dedos. Su rostro estaba tan cerca que la punta de nuestras narices se tocaban. Se inclinó para susurrar en mi oído—. Si me quieres. . . me tienes.
No podía dejar de suspirar fuerte mientras él besaba un camino desde mi oreja hasta mi cuello. El entorno físico del aula se derritió como nieve en el sol.
—Hay una sola cosa —le dije, apartándolo con cierta dificultad. Él me miraba con esos penetrantes ojos azules, y casi perdí el hilo de mis pensamientos—. Esto no va a funcionar a menos que sepas la verdad
—Si Nicholas me importaba tanto como mi corazón palpitante me decía entonces se merecía la verdad. Si resultaba que la verdad era demasiado para que le hiciera frente, entonces tal vez significaba que mis sentimientos no eran correspondidos y tendría que aceptar eso. De cualquier manera era momento de ponerle fin a la farsa. Nicholas tenía que ver la versión sin censura de mí; no la versión idealizada en su cabeza. En otras palabras, tenía que conocerme, con verrugas y todo.
—Soy todo oídos —dijo mirándome con expectación.
—Ahora no. Esto no va a ser fácil, y necesito más espacio del que tenemos aquí.
—Entonces, ¿dónde? —Preguntó, perplejo.
—¿Vas a la fogata en la playa este fin de semana? —Pregunté rápidamente mientras estudiantes comenzaron a entrar para la siguiente clase.
—Iba a preguntarte si querías que fuéramos juntos.
—Está bien —acepté—. Voy a contarte todo entonces.
Nicholas me besó rápidamente y salió del salón de clases. Me aferré al borde del pupitre más cercano sintiéndome falta de aliento, como si acabara de correr un maratón.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 06 Ago 2014, 8:10 pm

Capítulo 14: Desafiando a la Gravedad
Toda la semana la fogata de la playa se apareció en mi cabeza. Lo que planeaba hacer me aterrorizaba, pero también estaba extrañamente emocionada. Una vez que la decisión estuvo tomada, me sentía como si me hubiera quitado un gran peso de mi mente. Después de todo el tiempo que pase en un debate interno, ahora me sentía sorprendentemente segura de mí misma. En mi cabeza ensaye una y otra vez las palabras que usaría para decirle a Nicholas la verdad, haciendo ajustes sutiles cada vez.
Nicholas se estaba comportando como si fuéramos una pareja, lo cual yo adoraba. Eso nos puso en nuestro propio mundo exclusivo en el que nadie más podía acceder. Eso quería decir que nos tomábamos nuestra relación seriamente y creíamos en un futuro. No era algún enamoramiento que fuera posible de superar. Estábamos haciendo un compromiso el uno con el otro. Cada vez que pensaba en esto, no podía evitar que en mi rostro se formara una sonrisa. Por supuesto que recordaba las advertencias de Ivy y Gabriel y su creencia que no había ninguna oportunidad de un futuro para nosotros, pero de alguna manera que ya no importaba. Sentía como si los cielos se pudieran abrir y llover fuego y fuego de los infiernos, pero nada podía borrar la sonrisa de mi rostro. Ese era el efecto que él tenía en mí – una explosión de felicidad en mi pecho-, dispersándose como pequeñas gotas que hacían mi cuerpo entero temblar y vibrar.
Una vida con Nicholas estaba llena de promesas. ¿Pero todavía quería eso cuando le revelara mi identidad?
Trate de ocultar mi euforia de Ivy y Gabriel. Les había tomado lo suficiente recuperarse de mi última escapada con Nicholas, y no creía que pudieran superar otra. Siempre que me sentaba con ellos me sentía como una doble agente y me preguntaba si mi cara me podría traicionar. Pero porque mis hermanos pudieran leer mentes humanas, no significaba que pudieran leer la mía, y mis habilidades de actuación deben haber mejorado porque mi nuevo entusiasmo paso sin ningún comentario. Se me ocurrió que por fin entendía la expresión ‗La calma antes de la tormenta‘. Todo parecía ir tan suavemente, pero sabía que las apariencias pueden ser engañosas. Había una explosión esperando para suceder. Tensión, rabia, y culpa estaban burbujeando por debajo de la superficie de nuestro acto de familia feliz, lista para estallar en el momento en que Ivy y Gabriel descubrieran mi engaño.
—Uno de los jóvenes me pregunto si existía tal cosa como el Limbo — dijo Gabriel en la cena una noche. Me pareció irónico que la conversación se hubiera convertido en castigo para los pecados.
Ivy bajo su tenedor —¿Qué le dijiste?
—Dije que nadie lo sabe.
—¿Por qué no dijiste que si? —pregunté.
—Porque las buenas obras tienen que ser voluntarias —explicó mi hermano—. Si una persona sabe que seguramente será juzgada, entonces actuaran como corresponde.
No podía discutir con eso. — ¿A propósito de esto cómo es el Limbo? —sabía lo suficiente sobre el Cielo y el Infierno, pero nadie me había dicho acerca del eterno punto del medio.
—Viene en diferentes formas —dijo Ivy— puede ser una sala de espera, una estación de tren.
—Algunas almas dicen que es peor que el Infierno —agregó Gabriel.
—Eso es ridículo —me burlé— ¿Qué podría ser peor?
—Una nada eterna —dijo Ivy—Año tras año esperando un tren que nunca va a venir, esperar para que alguien llame tu nombre. Las personas empiezan a perder todo el sentido del tiempo, se desdibuja como un estrecho que no tiene fin. Ellos suplican por ir al Cielo, tratan de lanzarse a sí mismos al Infierno, pero no hay salida. Las almas vagan sin rumbo. Y nunca se termina, _________. Pueden pasar siglos en la tierra y ellos seguirán allí.
—Suena como basura —fue todo lo que pude pensar para decir. Gabriel e Ivy parecían sorprendidos por un momento antes de estallar en risas.
Me pregunté si un ángel podía ser exiliado al Limbo.
El martes a la hora del almuerzo me senté con Molly y las chicas en el patio cuando estaba el atardecer. A nuestro alrededor brotes verdes inclinaban las ramas de los árboles, devolviendo todo a la vida. El imponente edificio principal de Bryce Hamilton se alzaba detrás de nosotros, proyectando una sombra sobre los bancos arreglados en forma de círculo alrededor del tronco de un roble con una antigua hiedra entrelazada alrededor de su tronco en un amoroso abrazo. Si mirábamos al occidente, teníamos la vista del océano en la distancia extendiéndose hasta el horizonte, las nubes a la deriva perezosamente. Las chicas descansaban sobre la hierba frondosa, dejando que el sol calentara sus caras. Me sentía valiente y atrevida a tirar mi falda por encima de mis rodillas.
—¡Así se hace, nena! —Las chicas aplaudieron mi progreso, comentando que me estaba convirtiendo en ―una de ellas” antes de caer en su usual rutina de chismosear sobre los profesores y las amigas ausentes.
—La Señorita Lucas es toda una vaca —se quejo Megan—Ella me está haciendo repetir mi tarea sobre la Revolución Rusa porque era demasiado ―simplona‖. ¿Qué se supone que eso significa?
—Creo que significa que lo hiciste media hora antes de que tocara entregarlo, —dijo Hayley— ¿Qué esperabas, un A+?
Megan levantó los hombros—. Yo creo que ella sólo esta celosa porque es peluda como un yeti.
—Deberías escribir una carta de queja —dijo una chica llamada Tara con una expresión seria —ella es totalmente discriminativa contra ti.
—Estoy de acuerdo en que ella es muy buena molestándote — empezó a decir Molly, y luego de repente se quedo callada, con su mirada fija en una figura caminando al otro lado del césped.
Me giré para identificar la fuente de su fijación y vi a Gabriel dirigiéndose hacia el centro de música, a una poca distancia de la que estábamos. Se veía su figura con la mirada perdida y el estuche de la guitarra colgando de su hombro. Había abandonado el protocolo de la escuela en cuanto al sentido de vestirse hace un tiempo, y hoy estaba luciendo sus jeans rotos con una camiseta blanca y su chaleco a rayas. Nadie se había atrevido a preguntarle. ¿Y porque lo harían? Gabriel era tan popular que habría habido un revuelo entre sus estudiantes si renunciaba. Me di cuenta que Gabo se veía tan a gusto. Tenía un paso fácil y sus movimientos eran fluidos. Parecía estar viniendo en nuestra dirección, lo que hizo que Molly se sentara derecha y que suavizara frenéticamente sus rizos. Gabriel, sin embargo, dio la vuelta de repente hacia otra dirección. Se perdió en sus propios pensamientos, no había mirado tanto en nuestra dirección. Molly parecía decaída.
—¿Y qué podemos decir del Sr. Church? —especuló Taylah cuando lo miró, ansiosa de regresar a su deporte habitual. Había estado callada por tanto tiempo, absorta en mi fantasía de ser dejada en una isla aislada en alguna parte del Caribe o permanecer cautiva en un barco pirada, esperando a que Nicholas viniera a rescatarme, que parecía que hubieran olvidado que yo estaba allí. De otra manera tal vez hubieran reconsiderado hablar sobre Gabriel en mi presencia.
—Nada —dijo Molly defensivamente—. Él es una leyenda.
Casi pude ver las imágenes girando en su cabeza. Sabía que su fascinación por Gabriel había crecido últimamente, alimentada por su lejanía. No quería que Molly sufriera el rechazo que inevitablemente aparecería por su enamoramiento. Gabriel era alguna especie de piedra, metafóricamente hablando, y era incapaz de demostrar sus sentimientos. Estaba tan alejado de la vida humana como lo estaba el cielo de la tierra. Cuando miraba a la humanidad, solo veía almas en peligro, a duras penas distinguiendo a hombres de mujeres.
Podía ver que Molly estaba bajo la ilusión que Gabriel operaba como los demás hombres jóvenes que ella conocía; llenos de hormonas e incapaz de resistir el atractivo femenino si la chica en cuestión jugaba bien sus cartas. Pero Molly no tenía idea de lo que Gabriel era. Él tal vez hubiera tomado forma humana, pero a diferencia de mí, él estaba lejos de ser algo humano. En el Cielo él era conocido como el Ángel de la Justicia.
—Es un poco tenso —dijo Tara.
—¡No lo es! —Molly chasqueó—ni siquiera lo conoces.
—¿Y tú sí?
—Ya quisiera.
—Bien, pues sigue deseando.
—Él es un profesor —interrumpió Megan— y ya está en sus veintes.
—Los profesores de música están como en la franja —dijo Molly optimista.
—Sí, en la franja al margen del personal —dijo Taylah—. Supéralo, Molls, está fuera de nuestra liga.
Molly entrecerró los ojos como si la estuvieran retando—. Yo no sé sobre eso —ella dijo— me gusta pensar que él está en una liga por sí solo.
Hubo de repente un extraño e incomodo silencio mientras recordaban mi presencia. El asunto cambio rápidamente.
—Entonces—, dijo Megan demasiado alegre —sobre el prom…
Cuando Nicholas me dejo en casa esa tarde, encontró las copas de hacer hielo de Ivy. Había una mancha de harina por el puente de su nariz, y sus ojos brillaban como si estuviera cautivada por todo el proceso. Había alineado todos sus ingredientes de forma ordenada en una variedad de tazas para medir, y ahora estaba ordenando todo para que formaran diseños perfectamente simétricos. Era algo que ninguna mano humana hubiera podido lograr. Parecían como piezas de arte miniaturas en vez de algo que había sido diseñado para ser comido. Ella se me acerco con uno tan pronto como entre.
—Se ven geniales —dije— ¿Puedo hablar contigo sobre algo?
—Por supuesto.
—¿Crees que hay alguna oportunidad que Gabriel me deje ir al baile escolar?
Ivy dejo de hacer lo que estaba haciendo y me miró
—Nicholas te lo pidió, ¿no es así?
—¿Qué pasa si lo hizo? —me puse de repente a la defensiva.
—Cálmate, _________ —dijo mi hermana— se verá bastante apuesto en un smoking.
—¿Quieres decir que no tienes problema con eso?
—No, creo que harían una pareja hermosa.
—Tal vez, si puedo llegar allí.
—No seas tan negativa —dijo Ivy— tendremos que ver que piensa Gabriel, pero es un evento de la escuela y sería una pena que te lo perdieras.
Estaba impaciente por escuchar el veredicto. Arrastré a Ivy afuera, y recorrimos la playa en busca de Gabriel, que estaba dando un paseo. La línea de la costa iba en una dirección hacia la playa principal, donde surfistas montaban sobre las olas y los carritos de helado hacían sus tiendas debajo de las palmeras. En la otra dirección, si tu ojo viajaba lo suficientemente rápido, estaban los acantilados de la costa de los naufragios silvestres y un afloramiento rocoso conocido como las Peñas. El área era famosa por sus vientos peligrosamente altos, por su mar picado y por sus feroces rocas. Los buzos de vez en cuando buscaban los restos de algunos barcos que se habían hundido con los años, pero los únicos visitantes eran las gaviotas flotando sobre el agua sin causar ningún daño.
Vimos a nuestro hermano sentado en una roca prominente, mirando el mar. Con el sol reflejándole en su camiseta blanca, parecía estar rodeado por un aura de luz. Estaba tan lejos para ver su rostro, pero imagine su expresión como una de profundo anhelo. Algunas veces había una tristeza inexpresable acerca de Gabriel que él trataba de luchar para conciliarla. Pienso que tiene que deberse a la carga de conocimiento que no puede compartir. Estaba más en sintonía al sufrimiento humano que Ivy y yo, y esto no debería haber sido fácil de llevar solo. Él conocía todos los horrores del pasado, y yo imaginaba que podía ver las tragedias que estaban por ocurrir. No es de extrañar que fuera sombrío. Pero no había nadie en quien pudiera confiar. Su servicio al Creador del universo resultaba en su propio aislamiento. Esto le daba una austeridad de la forma que hace hacía sentir a los que no lo conocían un poco incómodos. Los jóvenes lo adoraban, pero los adultos invariablemente se sentían como si estuvieran siendo juzgados.
Sintiendo que estaba siendo observado, Gabriel se giro hacia nuestra dirección. Retrocedí, sintiendo que estábamos inmiscuyéndonos en su soledad, pero tan pronto como nos vio, la expresión sombría se desvaneció y nos saludo, indicando que deberíamos unírnosle.
Cuando llegamos donde estaba, nos ayudo a subir a las rocas, y todos nos sentamos juntos por un rato. En ese momento yo pensé que se veía mucho más cómodo de lo que había estado en mucho tiempo.
—¿Por qué veo venir una emboscada?
—¿Puedo ir al prom por favor? —le dije.
Gabriel sacudió su cabeza con diversión—. No me di cuenta que querías ir. No pensé que estarías interesada.
—Es sólo que todo el mundo va a ir —dije— es todo de lo que han hablado por meses. Estarían muy decepcionados si me lo perdiera. Significa mucho para ellos —le toque ligeramente el brazo—. No me digas que estas planeando perdértelo.
—Me encantaría perdérmelo, pero me han pedido que supervise —él dijo, pareciendo menos que complacido con la idea —No sé cómo se les ocurren esas ideas. Toda la cosa parece una perdida extravagante de tiempo y dinero para mí.
—Todavía es parte de estar en la escuela —Ivy dijo— ¿Por qué no mirarlo como investigación?
—Exactamente —dije— estaremos en el meollo el asunto. Si queremos mirar desde las afueras, podríamos quedarnos igual en el Reino.
—¿Esto no tendrá que ver con vestirse elegante ahora verdad? — preguntó Gabriel.
—¡Nunca! —dije, sonando impactada— Bueno, tal vez un poco.
Él suspiro—. Supongo que es sólo por una noche.
—Y tú estarás allí para mantener las cosas vigiladas —agregué.
—Ivy, estaba esperando que me acompañaras —dijo Gabriel.
—Por supuesto —mi hermana aplaudió. Era como si se emocionara porque habíamos alcanzado una decisión—. ¡Será genial!
La noche del sábado era suave y clara, perfecta para una fogata en la playa. El cielo estaba como de azul terciopelo, y una gentil brisa del sur hacia mover los árboles, haciéndolos lucir como si estuvieran inclinándose el uno con el otro. Debí haberme estado sintiendo como al borde, pero en mi cabeza todo tenía un perfecto sentido. Estaba por sellar mi conexión con Nicholas al unir nuestros conflictivos mundos.
Le puse una atención especial a lo que debería lucir esa noche y escogí un vestido suelto hecho de un suave crepe blanco con un lazo en la parte trasera. Gabriel e Ivy estaban en la sala cuando baje. Gabo estaba leyendo una impresión minúscula de un texto religioso con la ayuda de unas gafas magnificas. Era algo tan incongruente dado su juventud física, que tuve que suprimir una risita. Ivy estaba tratando en vano de entrenar a Phantom para que obedeciera comandos básicos.
—Siéntate, Phantom —ella dijo con la clase de voz que las personas usualmente se reservan para los niños —siéntate por mamá.
Yo sabía que Phantom no obedecería mientras ella adoptara ese tono con él. Era un perro muy inteligente y no le gustaba que fueran condescendientes. Imagine la expresión en su rostro al ser rechazado.
—No te tardes mucho —me advirtió Gabriel.
Él sabía que yo iba a dar una caminata nocturna por la playa con algunos amigos, también sabía que Nicholas estaría entre ellos. No había puesto ningún problema a esto, así que me imagino que estaría madurando en el tema de mi vida social. El peso de nuestra misión significaba que algunas veces cada uno de nosotros simplemente necesitaba escapar de la tarea. Nadie protesto cuando él se fue de paseo solo, o cuando Ivy se encerró en la casa de invitados con solo su bloc de dibujo como compañía. Así que no había razón por la que no debiera serme permitido la misma cortesía cuando necesitaba un tiempito.
Ellos confiaban en mí lo suficiente como para no preguntarme muchas cosas, y me odiaba a mi misma por la manera en que los iba a traicionar. Sin embargo no había posibilidad de dar marcha atrás ahora. Quería invitar a Nicholas a mi mundo secreto, ansiaba por intimidad. Mezclado con mi determinación había un miedo persistente que tal infracción fuera a resultar en un castigo serio. Pero aleje la preocupación de mi mente y en cambio la llene con una imagen del rostro de Nicholas. Después de esta noche enfrentaríamos todo junto.
No pretendía quedarme afuera mucho sólo lo suficiente para decirle a Nicholas mi secreto y lidiar con cualquiera que fuera su reacción. Había repasado una y otra vez las posibles reacciones en mi cabeza y finalmente las había reducido a tres. Él podría estar cautivado, consternado o asustado. ¿Pensaría que pertenecía a un museo? ¿Creería finalmente la verdad cuando reuniera el valor para decirlo en voz alta o pensaría que es un truco elaborado? Estaba por averiguarlo.
—_________ es muy capaz de cuidar de si misma —dijo Ivy— ¡Siéntate Phantom! ¡Siéntate!
—No es _________, es el resto del mundo por el que me preocupo — dijo Gabriel— hemos visto algunas de las cosas estúpidas que pasan. Sólo ten cuidado y mantén tus ojos abiertos.
—¡Lo haré! —dije, dándole un saludo militar e ignorando la aguda punzada de culpa en mi pecho. Gabriel no iba a perdonarme ésta muy rápido.
—¡Siéntate Phantom! —dijo Ivy— ¡En tu trasero!
—¡Oh, por el amor de Dios! —Gabriel alejó su libro y señalo con su dedo a Phantom. —Siéntate —él ordeno con una voz profunda.
Phantom parecía avergonzado y se hundió en el suelo.
Ivy frunció el ceño con frustración —¡He estado tratando de que haga eso todo el día! ¿Qué pasa con los perros y la autoridad masculina?
Corrí ligeramente hacia abajo por el estrecho camino cubierto de maleza que conducía a la playa. Algunas veces había caminos en forma de serpiente en la arena y ocasionalmente los lagartos se precipitaban por el camino. Las ramitas quebraban bajo mis pies y los árboles crecían tan densos en algunos lugares, que formaban un dosel sobre mi cabeza por el cual sólo pequeñas astillas de luz conseguían escaparse. Una orquesta de cigarras ahogo todo el sonido excepto por el rugido del océano. Sabía que si perdía mi camino siempre podría seguir el sonido del mar.
Llegue a la suave y blanca arena de la playa, que crujía bajo mis pies. La ubicación de la fogata estaba cerca de los acantilados porque todo el mundo sabía que estaría vació. Me dirigí sobre la playa, pensando cuanto más escabroso se veía el paisaje de noche. No había nadie alrededor a salvo un pescador solitario probando su caña desde la costa. Lo mire devolviendo el carrete e inspeccionando su pesca antes de lanzar el cuerpo inerte de nuevo a las olas. Me di cuenta que el océano variaba en color: un azul obscuro en su punto más profundo donde se encontraba con el horizonte; un color cercano al aguamarina en la mitad; y las olas que golpeaban la costa eran de un verde claro cristalino. En la distancia podía ver que sobresalía, y en su parte más alta estaba posado un faro blanco. Parecía como del tamaño de un dedal desde donde estaba.
Pero ahora se estaba oscureciendo. Más adelante escuche el sonido de las voces y vi figuras apilando notas, papeles de exámenes, trabajos y otras cosas inflamables en una gran montaña para preparar la fogata. No había música a todo volumen o una masa de cuerpos agitados como lo había habido en la fiesta de Molly. En vez de eso, la poca gente que estaba presente estaban recostados en la arena, tomando tragos de botellas de cerveza y compartiendo cigarrillos estropeados. Molly y sus amigos no habían llegado todavía.
Nicholas estaba sentado en un tronco caído medio quemado que estaba en la arena. Tenía jeans, una camisa azul pálida que le colgaba y la cruz de plata alrededor de su cuello. Tenía una botella medio vacía y se estaba riendo de una personificación de uno de los chicos. La fogata bailaba por su rostro haciéndolo lucir más fascinante que nunca.
—Hola, _____* —alguien dijo, y los demás me reconocieron saludándome. ¿Finalmente le gente dejo de tratarnos como ―noticia‖ y acabaron por aceptarnos? Sonreí tímidamente a todos y rápidamente me deslice al lado de Nicholas donde me sentía segura
—Hueles maravilloso —dijo Nicholas mientras se inclinaba para besar mi frente. Unos cuantos de sus amigos silbaron, o le daban codazos o simplemente ponían los ojos en blanco.
—Vamos—, él me ayudo a levantarme—. Andando.
—¿Ya se van? —uno de sus amigos bromeó.
—Sólo para una caminata —dijo Nicholas con buen humor—. Si eso está bien contigo.
Unos silbidos nos siguieron mientras nos alejábamos del grupo y el calor de la incipiente hoguera. Venían del círculo más cercano de amigos de Nicholas así que sabía que su intención no era ofender. Pronto sus voces fueron decayendo a un lejano zumbido.
—Nicholas, no me puedo quedar mucho.
—Me lo imagine.
Puso uno de sus brazos casualmente alrededor de mis hombros mientras íbamos por la playa en silencio, hacia los acantilados, ahora nada más que siluetas dentadas en contra del cielo de media noche. El calor del brazo de Nicholas me hizo sentir segura y protegida de todo. Sabía que tan pronto lo dejara esa fría incertidumbre regresaría de nuevo.
Cuando me corte el pie con el afilado borde de una concha, Nicholas insistió en cargarme. Estuve agradecida que en la oscuridad no podía ver que la cortada se curaba a su propio paso. Incluso aunque el dolor en mi pie hubiera disminuido, seguí aferrada a él, disfrutando su atención. Relajé mi cuerpo, permitiéndole fundirse con el de él. En mi entusiasmo por acercarme, accidentalmente le había picado un ojo. Me sentía tan tonta como una colegiala cuando debería haber tenido tanta gracia como un ángel. Me disculpe profundamente.
—Está bien. Tengo otro —bromeó, con su ojo llorándole por el golpe. Se lo apretó y pestañeo, tratando de aclararlo.
Me dejó en el suelo cuando alcanzamos una entrada arenosa ensombrecida por la pared inminente del precipicio. Las rocas formaban un arco antiguo, como un portal para otro mundo, y la luz de la luna hacia ver la arena de un color azul perlado. Una empinada escalera llevaba a la cima del acantilado, que tenía la mejor vista del faro. En el agua varias formaciones rocosas se elevaban como monolitos.
Las personas casi nunca se aventuraban a salir de esta manera excepto por los grupos ocasionales de turistas. La mayoría era feliz de andar por la playa principal, donde estaban los cafés y las tiendas de recuerdos. El punto estaba completamente aislado, no había nada ni nadie a la vista. El único sonido era el golpe del mar, como cientos de voces hablando en una misteriosa lengua.
Nicholas se sentó y descanso su espalda contra una agradable roca. Me senté a su lado, sin querer retrasar lo inevitable por más tiempo pero sin la más mínima idea de cómo comenzar. Ambos sabíamos porque habíamos venido: tenía algo que quería quitarme de encima de mi pecho. Imaginaba que había estado en la mente de Nicholas tanto como en la mía, pero él no tenía ni idea de lo que estaba por venir.
Espero a que yo hablara, pero mi boca se sentía tan seca como una galleta. Este se suponía que sería mi momento. Había planeado revelar mi verdadera identidad a él en ésta noche. Toda la semana sentí como si el tiempo se estuviera moviendo más despacio, las horas avanzaban lento como a paso de tortuga. Pero ahora que el momento había llegado por fin, parecía estar comprando más tiempo. Era como un actor que había olvidad sus líneas, incluso aunque el ensayo hubiera sido impecable. Sabía el sentido de lo que se suponía debía decir, pero había olvidado cómo lo quería decir, los gestos que deberían acompañarlo, el tiempo de entrega. Yo me pasee y me senté en la arena, volteando mis manos y preguntándome donde o como empezar. A pesar del calor de la noche, temblaba. Mi duda estaba empezando a hacer sentir incómodo a Nicholas.
—Lo que sea, _____*, ya suéltalo. Puedo manejarlo.
—Gracias, pero es un poco más complicado que eso.
Había estado en la escena cientos de veces en mi cabeza, pero ahora las palabras morían en mi lengua.
Nicholas se levanto y puso ambas manos tranquilizadoramente sobre mis hombros. —Ya sabes, lo que sea que estés a punto de decirme no cambiara mi opinión sobre ti. No puede.
—¿Y qué pasa si puede?
—No creo que te hayas dado cuenta, pero estoy loco por ti.
—¿En serio? —pregunte, placenteramente golpeaba por su declaración.
—¿Así que no te habías dado cuenta? Eso no es una buena cosa, tendré que ser más demostrativo en el futuro.
—Eso es si todavía quieres que tengamos un futuro después de esta noche.
—Una vez que me hayas conocido mejor, aprenderás que no huyo de las cosas. Me toma un largo tiempo tomar decisiones en cuanto a la gente, pero una vez que lo hago, me apego a ellas.
—¿Incluso cuando estás equivocado?
—No creo que esté equivocado en cuanto a ti.
—¿Cómo puedes decir eso cuando no sabes lo que estoy a punto de decirte? —pregunté.
Nicholas abrió sus brazos, como invitándolo a golpearlo con la verdad.
—Déjame probártelo.
—No puedo —dije, con mi voz temblorosa. —Estoy asustada. ¿Qué hay si no me quieres ver nunca otra vez?
—Eso no va a pasar, _____*. —él dijo más forzadamente. Bajo su voz y hablo seriamente—. Sé que es duro para ti, pero tendrás que confiar en mí.
Mire sus ojos, como dos piscinas azules, y sabía que él tenía razón. Así que confié en él.
—Primero dime algo —dije— ¿Cuál es la cosa más atemorizante que te ha pasado?
Nicholas pensó por un momento.
─Bueno, estar en la cima de un descenso en rappel de cien pies de altura era bastante atemorizante, y una vez cuando viajaba con el equipo estatal de waterpolo de menores de catorce años, rompí una de las reglas y el entrenador Benson me llevó afuera. Es un tipo bastante atemorizante cuando quiere serlo, y me rasgó en pedazos. Me prohibió participar en el juego contra Creswell al día siguiente.
Por primera vez estaba golpeada por la inocencia humana de Nicholas; si esta era su definición de una cosa aterrorizante; ¿Qué oportunidad tenía de sobrevivir a l abomba que estaba a punto de soltar?
—¿Eso es todo? —pregunté. Las palabras salieron sonando más duras de lo que pretendía.
Él me miro a los ojos. —Bueno, supongo que también cuenta la noche que recibí una llamada telefónica diciéndome que mi novia había muerto en un incendio. Pero en realidad no hablar de eso…
—Lo siento —mire hacia el piso. No podía creer que había sido tan estúpida de olvidarme sobre Emily. Nicholas sabía sobre la perdida y el dolor que yo nunca había experimentado.
—No lo estés —tomó mi mano— sólo escúchame; vi a la familia después de que paso. Todos estaban parados en el camino, y pensé por un momento que todo estaba bien. Esperaba verla con ellos. Estaba listo para consolarla. Pero luego vi el rostro de la mamá – como si no tuviera una razón para vivir más– y lo supe. No fue sólo su casa lo que se había ido, Em se había ido también.
—Eso es terrible —susurré, sintiendo que mis ojos se llenaban con lágrimas.
Nicholas las limpió con su pulgar.
—No te lo estoy diciendo para molestarte —dijo— te lo estoy diciendo porque quiero que sepas que no me puedes espantar. Puedes decirme lo que sea. No huiré.
Así que tome un profundo respiro y empecé el discurso que cambiaría nuestras vidas.
—Quiero que sepas que si todavía me quieres después de ésta noche, entonces no habrá nada que me haga más feliz —Nicholas sonrió y empezó a acercarse a mí cuando lo detuve—. Déjame terminar esto primero. Voy a tratar de explicarlo lo mejor que pueda.
Él asintió, cruzó sus brazos y me dio su atención completa. Por una fracción de segundo lo vi como un chico de colegio al frente de la clase, ansioso por las instrucciones de la maestra.
—Sé que esto sonara loco —dije— pero quiero que me veas caminar.
Vi un poco de confusión en su rostro, pero no me cuestiono.
—De acuerdo.
—Pero no me mires a mí, mira la arena.
Sin quitar mis ojos de su rostro, me moví lentamente en un círculo a su alrededor. —¿Qué puedes ver? —pregunté.
—No dejas huellas de tus pasos —respondió Nicholas, como si fuera la cosa más obvia del mundo. —Que truco de fiesta más agradable, pero probablemente necesites comer más.
Hasta ahora iba bien –no se perturbaba fácilmente-. Le sonreí y me senté a su lado, girando mi pie para que pudiera ver la planta. La suave piel de color perla estaba intacta.
—Me corte el pie antes…
—Pero ahora no hay cortada —dijo Nicholas, con su frente arrugándose. —Cómo paso…
Antes de que pudiera terminar tome su mano y la puse en mi estómago.
—¿Notas la diferencia? —dije con una pista de franqueza en mi voz.
Sus dedos recorrieron gentilmente el camino hacia mi abdomen. Su mano se detuvo cuando alcanzo el punto muerto y presiono ligeramente, su pulgar buscando por mi ombligo.
—No lo encontraras —dije antes de que pudiera hablar—. No está.
—¿Qué te paso? —preguntó Nicholas. Debió haber imaginado que había estado en alguna clase de accidente del que no me había recuperado.
—Nada me paso, así soy.
Pude verlo tratando de unir todas las piezas en su mente.
—¿Quién eres? —fue casi un suspiro.
—estoy por mostrarte. ¿Te importaría cerrar tus ojos? Y no los abras hasta que te diga.
Cuando estuve que sus ojos estuvieron fuertemente cerrados, corrí, de tres a la vez, de los empinados escalones del acantilado. Fui de puntitas por mi camino hasta que estuve peligrosamente cerca del borde, con Nicholas directamente debajo de mí. El suelo estaba abultado y desigual pero mantuve mi equilibrio. Era más o menos una caída de treinta y dos pies, pero la altura no me disuadió. Sólo esperaba que pudiera ser capaz de ir acorde a mi plan. Podía sentir mi corazón golpeando, casi dando gigantes saltos en mi pecho. Podía escuchar dos voces gritando sobre mi cabeza. ¿Qué estás haciendo? Una dijo ¿Has perdido la razón? Bájate, ¡Vete a casa! ¡No es muy tarde para hacer las cosas bien! La otra voz tenía ideas diferentes. Ya llegaste hasta aquí, dijo. No puedes retroceder ahora. Sabes cuánto lo quieres –nunca estarás con él si no haces esto-. De acuerdo, se una cobarde y vete, déjalo seguir adelante y que se olvide de ti. Espero que disfrutes la eterna soledad.
Me puse una mano en la boca para detenerme a mí misma de llorar de frustración. No tenía sentido seguir alargando esto. Había tomado mi decisión.
—Puedes abrir tus ojos —le dije a Nicholas.
Cuando lo hizo, miro alrededor para ver que no estaba antes de llevar su mirada hacia arriba. Lo salude cuando me vio.
—¿Qué estás haciendo allá? —escuche un poco de pánico en su voz. —_____*, esto no es divertido. Bájate de ahí ahora mismo antes de que te lastimes.
—No te preocupes, ya voy —dije. —A mi manera.
Di un paso hacia adelante así que estaba tambaleando en el borde del acantilado y cambie mi peso para equilibrarlo en los talones de mis pies. Las rocas desiguales rasparon mi piel pero a duras penas me di cuenta. Sentí como si ya estuviera volando, y más que nada quería sentir el pasar del viento sobre mi rostro de nuevo.
—Ya no más, _____*. No te muevas. ¡Voy por ti! —escuche a Nicholas gritar, pero ya no lo escuchaba más. Mientras el viento jalaba mi ropa, abrí mis brazos y me deje caer del acantilado. Si hubiera sido humana, mi estómago se hubiera elevado hasta mi garganta, pero la caída solo hacia mi corazón rugir y mi cuerpo vibrar con regocijo. Me desplomé hacia el suelo, saboreando la punzada aguda de aire sobre mis mejillas. Nicholas gritaba y corría para atraparme, pero sus esfuerzos eran inútiles. Esta era una de esas veces que no necesitaba ser rescatada. A mitad de camino al suelo, lancé mis brazos y deje que la transformación tuviera lugar. Una luz enceguecedora salió de mi cuerpo, brillando desde cada poro y haciendo mi piel brillar como un metal blanco. Vi a Nicholas abrir sus ojos y retroceder. Sentí que mis alas salían desde atrás de mis omoplatos. Salieron por los confines de mi vestido, desgarrando el vestido en tiras. Totalmente expandidas, hicieron una gran sombra sobre la arena como si fuera alguna clase de pájaro majestuoso.
Nicholas estaba agachado, y sabía que la luz que palpitaba lo estaba encegueciendo. Me sentía expuesta y desnuda flotando allí, con mis alas golpeando el aire para sostenerme arriba pero a la vez extrañamente eufórica. Sentía los tendones de mis alas estirados, ansiosos de más ejercicio. Habían pasado mucho tiempo atrapadas bajo mi ropa últimamente. Resistí la urgencia de volar más alto y de sumergirme en las nubes. Me permití a mi mista flotar un momento antes de abalanzarme al piso, donde aterrice gentilmente sobre la arena. La incandescencia ardiente que me rodeaba se atenúo apenas mis pies se reconectaron con la tierra solida.
Nicholas se frotó los ojos y pestañeo, tratando de recuperar su visión. Finalmente me vio. Dio un paso hacia atrás, con su rostro aturdido, y sus manos colgando blandamente a sus lados como si debieran estar haciendo algo pero él no podía pensar que era eso. Me quede parada frente a él, con la luz todavía aferrándose a mi piel. Los restos de mi vestido colgaban como tentáculos y desde mi espalda se arqueaban un par de alas enormes, ligeras como una pluma pero que sugerían un poder enorme. Mi cabello caía detrás de mí, y sabía que el anillo de luz alrededor de mi cabeza estaría más brillante que nunca.
—¡Mierda! —espetó Nicholas.
—¿Te importaría no blasfemar? —pregunté educadamente. Él me miro, luchando por encontrar las palabras correctas. —Yo sé — suspiré.— Apuesto a que esto no lo viste venir —levante una mano en dirección a la playa. —Siéntete libre de irte ahora si quieres.
Nicholas seguía ahí inmóvil por un momento, mirándome con los ojos bien abiertos. Luego me rodeo lentamente, y sentí cómo pasaba sus dedos gentilmente por mis alas. Aunque parecían pesadas, eran tan delgadas como el pergamino y pesaban casi nada. Podía ver por la expresión en su rostro que él se maravillaba ante las frágiles plumas blancas y las pequeñas membranas visibles debajo de la traslúcida piel.
—Whoa —dijo, perdido en las palabras. —Esto es muy…
—¿Monstruoso?
—Increíble —él dijo— ¿Pero que eres? No puedes ser…
—¿Un ángel? —dije. —Te llevaste el premio gordo.
Nicholas se frotó el puente de su nariz como si estuviera tratando de hacer que todo tuviera sentido en su cabeza. —Esto no puede ser real —dijo—. No lo entiendo.
—Por supuesto que no lo haces —dije— mi mundo y el tuyo son cosas aparte.
—¿Tu mundo? —él pregunto incrédulamente—. Esto es loco.
—¿Qué es loco?
—Toda esta cosa es de fantasía. ¡Eso no pasa en la vida real!
—Esto es real —dije— Yo soy real.
—Yo sé —él respondió. —La parte más atemorizante es que te creo. Lo siento sólo necesito un minuto…
Se sentó en la arena, con su rostro contorsionado como quien está tratando de resolver un enigma imposible. Trate de imaginar que estaba pasando en su cabeza. Debe ser caótico. Debe tener muchas preguntas.
—¿Estas enojado? —pregunté
—¿Enojado? —repitió. — ¿Por qué estaría enojado?
—¿Por qué no te lo dije antes?
—Sólo estoy tratando de entender todo esto —dijo.
—Yo sé que no puede ser fácil. Tómate tu tiempo.
Estuvo callado por un largo rato. El convulsivo subir y bajar de su pecho me sugirió que una lucha interna estaba teniendo lugar. Se levantó y lentamente paso su mano en un semicírculo sobre mí cabeza. Sabía que sus dedos recogerían el calor emitido por mi aureola.
—De acuerdo, entonces los ángeles existen—. Él concedió por fin, hablando lentamente mientras trataba de explicarse las cosas a sí mismo —¿Pero qué estás haciendo aquí en la tierra?
—Ahora mismo hay miles de nosotros en forma humana regados por todo el globo terráqueo —respondí—. Somos parte de una misión.
—¿Una misión para conseguir qué?
—Es difícil de explicar. Estamos aquí para ayudar a reconectar los unos con los otros, para amarnos los unos a los otros —Nicholas parecía confundido así que trate de hacerlo más claro—. Hay mucha rabia en el mundo, demasiado odio. Eso está emocionando a las fuerzas oscuras y las está levantando. Una vez que se han liberado, es casi imposible domarlas. Es nuestro trabajo tratar y contraatacar esa negatividad, prevenir que más desastres pasen. Ese lugar ya ha sido bastante afectado.
—¿Así que estás diciendo que las cosas malas que han pasado aquí han sido por las fuerzas oscuras?
—Casi todas.
—¿Y por fuerzas oscuras asumo que quieres decir el diablo?
—Bien, por lo menos sus representantes.
Nicholas parecía que estaba a punto de reírse, pero luego se detuvo a sí mismo.
—Esto es loco. ¿Quién se supone que te envió en ésta misión?
—Pensé que esa parte sería obvia.
Nicholas me miró con incredulidad.
—No quieres decir…
—Sí.
Nicholas parecía sacudido, como si hubiera sido arrojado por ahí por un huracán y hubiera sido devuelto a la tierra. Sus dedos quitaron el cabello de su frente.
—¿Me estás diciendo que Dios realmente existe?
—No estoy permitida a hablar sobre eso —dije, pensando que sería mejor cortar esa conversación antes de que fuera más lejos—. Algunas cosas están más allá del entendimiento humano. Me metería en un montón de problemas por tratar de explicártelo. No deberíamos ni siquiera pronunciar su nombre.
Nicholas asintió.
—¿Pero hay una resurrección? —dijo— ¿Un Cielo?
—Sin duda alguna.
—Entonces… —Se rascó su barbilla pensativamente—. Sí hay un Cielo, eso da una razón para… que también deba haber…
Terminé su pensamiento. —Sí, también hay eso. Pero por favor, no más preguntas por ahora.
Nicholas masajeó su cien como si estuviera tratando de encontrar la mejor manera de procesar toda ésta información.
—Lo siento —dije. —Sé que debe ser abrumador.
Él rechazó mi preocupación, más concentrado en obtener una imagen convincente en su cabeza. —Sólo déjame haber si entendí —dijo— ¿Ustedes son ángeles en una misión para ayudar a la humanidad y has sido asignada a Venus Cove?
—De hecho mi arcángel es Gabriel —le corregí—. Pero pues de todas maneras, sí.
—Bueno, eso explica porque él es tan difícil de impresionar —dijo Nicholas con poca seriedad.
—Eres la única persona que sabe esto —dije— no puedes decirle ni una palabra a nadie.
—¿A quién se lo voy a decir? —preguntó— ¿De todas maneras quien me creería?
—Buen punto.
Se rió de repente.
—Mi novia es un ángel —dijo y luego lo repitió aún más fuerte, cambiando el énfasis, probando como sonaban las palabras—. Mi novia es un ángel.
—Nicholas, mantén la voz baja —le advertí.
Diciéndolo a voz alta sonaba tan escandaloso y tan simple a la vez que no pude evitar sino reírme también. Para todos los demás, el uso de la palabra ángel de la boca de Nicholas podría haber sonado más a un adolescente enamorado procesando su admiración. Sólo nosotros dos sabíamos que era diferente, y ahora ambos compartíamos un secreto. Un peligroso secreto que nos acercaría más que nunca. Era como si hubiéramos sellado el vínculo entre nosotros, cerrado la brecha, y lo habíamos conseguido por fin.
—Estaba tan preocupada que ya no quisieras conocerme una vez que te hubieras enterado —suspiré, con el alivio fluyendo dentro de mí. —¿Estás bromeando? —Nicholas se acercó y enrolló un mechón de mi cabello alrededor de su dedo. —Seguramente tengo que ser el chico más suertudo en el mundo.
—¿Cómo puedes decir eso?
—¿No es obvio? Tengo mi propio pedacito de Paraíso aquí conmigo.
Envolvió sus brazos a mí alrededor, acercándome más a él. Me acurruqué contra su pecho, respirando su esencia.
—¿Puedes prometerme que no harás más preguntas?
—Sí respondes sólo una —dijo Nicholas— ¿Supongo que esto hace que nosotros seamos un gran No-No? —Chasqueó con su lengua y meneó su dedo para enfatizar el punto. Estaba feliz de ver que su sorpresa había pasado y que ahora se estaba comportando un poco más como su antiguo ser.
—No sólo grande —dije— el más grande.
—No te preocupes, _____*; No hay nada que ame más que un reto.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 06 Ago 2014, 8:13 pm

Capítulo 15: El Cónclave
—Entonces ¿qué pasa ahora? preguntó Nicholas.
—¿Qué quieres decir?
—¿Ahora qué sé sobre ti?
—Honestamente no puedo decírtelo. Nunca hemos tenido una situación como esta antes—, admití.
—Así que tú siendo un ángel no quiere decir…— él dudó.
—No quiere decir que tenga una respuesta para todo—. Terminé por él.
—Simplemente asumí que sería uno de los beneficios adicionales.
—Lamentablemente, no.
—Bueno, me parece que mientras nadie más lo sepa, deberías estar a salvo. Y en lo que a secretos se refiere, soy una caja fuerte. Pregúntale a mis amigos.
—Sé que puedo confiar en ti. Pero hay una cosa más que deberías saber—. Me detuve. Esta iba a ser la parte más dura –incluso más difícil que lo que acababa de hacer.
—Está bien…— Nicholas parecía estar preparándose esta vez.
—Tienes que entender que eventualmente esta misión terminará, y volveremos a casa —dije.
—Casa como en el… —Él giró sus ojos hacia el cielo.
—Exactamente.
Aunque debe haber estado esperando la respuesta, signos de tensión repentinamente se materializaron sobre su rostro. Sus ojos azul océano se oscurecieron, y su boca cambió a una mueca enfadada.
—¿Si te vas, nunca regresarás? —preguntó con la voz apretada.
—Creo que no—, dije tranquilamente—. Pero si lo hago, no es probable que sea en algún tiempo cercano o incluso en el mismo lugar.
El cuerpo de Nicholas se puso tieso al lado mío —¿Así que no consigues dar tu opinión? —dijo con una nota de incredulidad en su voz —¿No importa lo que pase con el libre albedrío?
—Ese regalo fue dado a la humanidad, ¿recuerdas? No se aplica a nosotros. Mira, si hay alguna forma de que me quede no la he descubierto todavía —continué—. Sabía cuando vine aquí que no iba a ser permanente, que eventualmente tendríamos que irnos. Pero no esperaba encontrarte, y ahora que tengo…
—Bueno, no puedes irte —dijo simplemente Nicholas. Por su tono podría haber estado dando el reporte del tiempo: Hoy habrá lluvia tardía. Habló con una confianza que retaba a cualquiera a desafiar la decisión.
—Me siento de la misma forma —dije, masajeando su espalda con mis dedos en un intento de disipar la visible tensión —pero no depende de mí.
—Es tú vida—, contradijo Nicholas.
—No, eso no es exactamente verdad, soy una clase de contrato de arrendamiento.
—Entonces solo tenemos que renegociar los términos.
—¿Cómo propones hacer eso? No es como hacer una llamada telefónica.
—Déjame pensar sobre eso.
Tenía que admitir que su determinación era impresionante y tan típicamente humana. Me moví más cerca para acurrucarme debajo de su brazo.
—No sigamos hablando sobre eso esta noche —sugerí, reacia a arruinar el momento por discutir cosas que no teníamos el poder de cambiar. Por ahora, era suficiente que quisiera que me quedara y que estuviera preparado para entender los poderes celestiales para hacer que eso suceda—. Estamos aquí juntos en este momento, no nos preocupemos por el futuro. ¿Está bien?
Nicholas asintió y respondió cuando presioné mis labios contra los suyos. Después de un momento la tensión parecía deslizarse lejos y caímos de regreso sobre la arena. Podía sentir los contornos de nuestros cuerpos encajando perfectamente juntos. Sus brazos enlazados alrededor de mi cintura mientras pasaba mis dedos a través de su suave cabello, acariciando su cara. Nunca había besado a nadie antes que a él, pero se sentía como si un extraño hubiera tomado el control de mi cuerpo –un extraño- que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Incliné mi cabeza para plantar besos a lo largo de la línea de su mandíbula, por la base de su cuello y a lo largo de su clavícula. Dejó de respirar por un momento. Sus manos subieron para sostener mi cara, acariciando mi cabello y poniéndolo detrás de mis orejas.
No estaba segura de cuánto tiempo estuvimos de esa manera, enredados juntos sobre la arena, a veces encerrados en un abrazo, a veces mirando la luna o los escabrosos precipicios encima de nosotros. Todo lo que sabía era que cuando advertí la hora, había pasado más tiempo del que había pensado. Me levanté, quitando la arena de mi ropa y piel.
—Se está haciendo tarde —dije—. Tengo que llegar a casa.
La vista de Nicholas, tirado sobre la arena, con el cabello erizado, con una leve sonrisa soñadora sobre sus labios, era tan atrayente que estuve tentada a unirme de regreso a su lado. Pero me las arreglé para componerme y girarme para dirigirme por el camino en que habíamos venido.
—Uh, _____* —dijo Nicholas, levantándose—, quizás quieras um… cubrirte.
Me llevó un momento comprender que mis alas todavía estaban completamente visibles a través de mi vestido roto.
—¡Oh cierto, gracias!—. Me tiró su sudadera, la que pasé por sobre mi cabeza. Era demasiado grande para mí y me llegaba a la mitad de los muslos, pero era cálida, cómoda, y olía deliciosamente a él. Cuando finalmente nos separamos, corrí el resto del camino a casa sintiéndome como si él todavía estuviera a mi lado. Sabía que dormiría con su sudadera puesta esta noche y le entregaría la esencia al recuerdo.
Cuando alcancé el patio trasero cubierto de hierba de Byron, pasé los dedos apresuradamente por mi pelo y volví a arreglar mi ropa en un intento de lucir como si hubiera estado en un inocente paseo social en vez de en una cita secreta en la playa bajo la luz de la luna. Entonces me desplomé en el columpio de madera gruesa, el que crujió bajo mi peso. Descansé mi mejilla contra la áspera cuerda que estaba asegurada alrededor de una nudosa rama en nuestra yarda y miraba hacia la casa. Podía ver a través de la ventana la sala de estar, donde mi hermano y mi hermana estaban sentados a la luz de la lámpara, Ivy tejiendo un par de guantes y Gabriel rasgueando su guitarra. Mirándolos, sentí los helados zarcillos de la culpa envolviéndose alrededor de mi pecho.
Había luna llena y el jardín estaba inundado con la luz azul, iluminando a una estatua desmoronada que estaba de pie entre el césped alto. Era un serio ángel, mirando al cielo, sus manos dobladas sobre su pecho en un gesto de devoción. Gabriel pensaba que era una copia pobre y algo ofensivo, pero Ivy decía que era lindo. Personalmente siempre he pensado que era un poco misteriosa. No estaba segura si era la luz jugando trucos en mi o solo mi imaginación, pero cuando miré hacia la estatua en la penumbra, pensé que vi uno de sus dedos de piedra torcerse en acusación y sus ojos rodar hasta mirarme directamente.
La ilusión duró casi un segundo, el tiempo suficiente para que me bajara del columpio, causando que chocara contra el tronco del árbol con un golpe resonante. Antes de que pudiera examinar al ángel otra vez y determinar si mi cordura estaba en duda, me distraje por el sonido de las puertas de vidrio deslizándose. Ivy salió a la terraza, luciendo como un fantasma. La luz de la luna se unió a su piel del color de la nieve, destacando las venas azul-verdosas de sus brazos y pecho.
—_________, ¿eres tú? —su voz manaba como la miel, y la expresión sobre su rostro era de dolorosa confianza. Mi estómago se retorció en un nudo y me sentí enferma. Me divisó media escondida por las sombras del árbol.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó—. Ven adentro.
Todo era de un modo tranquilizadoramente familiar en la casa. La luz amarilla de la lámpara se reflejaba en las tablas del suelo, la cama con un diseño de patas de Phantom estaba en su lugar normal al lado del sofá, e Ivy cuidadosamente arregló la selección de libros de arte clásico y las revistas de decoración de interiores sobre la pequeña mesa de centro.
Gabriel alzó la vista cuando entré.
—¿Tuviste una buena noche? —preguntó con una sonrisa.
Intenté devolverle la sonrisa pero descubrí que los músculos de mi cara estaban congelados. Sentía como si el peso de lo que había hecho estuviera presionando sobre mí, como una ola chocando en mí, forzándome a tener la cabeza bajo el agua, entonces no podía respirar. Cuando estaba con Nicholas, era fácil olvidar que tenía otro lugar en el mundo, que le debía lealtad a cualquier otro.
No me arrepentía de revelarle la verdad a Nicholas, pero odiaba las mentiras, especialmente cuando mi familia estaba involucrada. Estaba aterrorizada de cómo reaccionarían mis hermanos cuando descubrieran lo que había hecho. ¿Podría de algún modo hacerlos entender porqué lo había hecho? Pero por sobre todo estaba asustada de que los poderes en el Reino pudieran terminar nuestra misión o demandar mi retirada inmediata. De cualquier manera, sería llevada lejos de la tierra, lejos de la persona que más me importaba.
Gabriel debe haberse dado cuenta de que estaba usando la sudadera de Nicholas, pero se abstuvo de comentarlo. A pesar de que una parte de mí quería confesarle todo, me forcé a permanecer en silencio. Me disculpé por llegar tarde, dije que estaba cansada y me excusé, rechazando la oferta de cacao y galletas que Ivy había horneado esa tarde.
Gabriel me llamó cuando alcancé el pie de las escaleras, y esperé mientras se acercaba. Mi corazón revoloteó en mi pecho. Mi hermano era alarmantemente observador, y estaba segura de que se había dado cuenta de que no era yo misma, esperé que examinara mi rostro, hiciera preguntas difíciles o hiciera alguna acusación, pero todo lo que hizo fue poner una mano sobre mi mejilla entonces sentí el frío metal de sus anillos y gentilmente besó mi frente. Su rostro exquisito miraba con tanta tranquilidad esta noche. Su cabello rubio se había escapado de la banda que a veces usaba para amarrarlo. Sus ojos del color de la lluvia habían perdido algo de su severidad, y me miraba con cariño fraternal.
—Estoy orgulloso de ti, _________ —dijo— has hecho grandes progresos en tan poco tiempo, y estas aprendiendo a tomar mejores decisiones. Lleva a Phantom arriba contigo, estaba preocupado por ti más temprano.
Tomó toda mi resolución retener las lágrimas.
Arriba, cuando me acuesto sobre mi cama con el cálido cuerpo de Phantom a mi lado, las dejo deslizarse libremente. Juro que podía sentir mis mentiras arrastrándose dentro de mí como serpientes, envolviéndose a mí alrededor y apretando. Las sentía apretando el aire de mis pulmones, apretando alrededor de mi corazón. Aparte de la vulgar culpa que corría como veneno a través de mi cuerpo, también estaba el terrible miedo. Cuando me despertara, ¿seguiría todavía en la tierra? No lo sabía. Quería rezar pero no podía. Estaba demasiado avergonzada para hablar con Nuestro Padre después de los pecados que había cometido. Solo había guardado mi secreto por unas pocas horas y ya estaba deshecha.
Mezclada con mi culpa y vergüenza estaba esta nueva rabia latente del pensamiento de que mi destino no era mío para determinarlo. Nicholas había puesto esa idea en mi cabeza. Mi relación con él sería decidida para mí, y la peor parte de eso era que no sabía cuándo pasaría. Mi tiempo sobre la tierra venía con una fecha de término desconocida. ¿Qué si ni siquiera consigo decirle adiós? Pateé mi ropa de cama, a pesar de que mi piel se sentía fría como el hielo. Comenzaba a pensar que no podría imaginar una existencia sin Nicholas. No quería.
Horas más tarde mis pensamientos seguían siendo furiosos, y nada había cambiado excepto que mi almohada estaba húmeda por las lágrimas. Fui a la deriva y me quedé dormida. A veces me despertaba y me sentaba completamente recta, escaneando la oscuridad por alguna señal de algo o alguien que viniera a imponer mi castigo. La venganza es mía; la devolveré, decía el Señor. En algún punto me desperté para ver una figura encapuchada que había venido a procurar mi merecido castigo, pero resultó ser mi abrigo colgando de un soporte junto a mi puerta. Estaba asustada de cerrar mis ojos después de eso, como si haciéndolo pudiera hacerme más vulnerable. Era irracional sentirme de esa manera. Sabía que si ellos venían por mí, no haría ninguna diferencia si estaba dormida o despierta. Estaría totalmente impotente.
Para la hora en que llegó la mañana yo era una ruina emocional. Cuando me lavé y me miré en el espejo, noté que lucía así también. Mi cara normalmente pálida estaba incluso más blanca, y los círculos bajo mis ojos se habían profundizado. Y ahora incluso lucía en parte como un ángel caído en desgracia.
Cuando encontré la cocina vacía supe inmediatamente que algo estaba mal. No podía recordar una mañana en que Gabriel no hubiera estado esperando para saludarme ya cocinando el desayuno. Le había dicho repetidamente que podía hacerlo por mí misma, pero como un padre chocho, él insistía en que disfrutaba haciéndolo. Hoy la mesa estaba vacía y la habitación estaba silenciosa. Me dije a mi misma que esto no era nada excepto una desviación menor de la rutina. Fui al refrigerador para servir jugo de naranja en un vaso por mí misma, pero mis manos estaban temblando tanto que derramé la mitad a través del mostrador. Limpié el desastre con una toallita de papel, luchando contra el miedo que estaba agarrándose en mi garganta. Sentí la presencia de Ivy y Gabriel antes de verlos o de escucharlos entrar. Estaban de pie juntos en el umbral de la puerta, unidos en el silencio condenatorio, sus rostros inmóviles y sin expresión. No necesitaba que me dijeran las palabras en voz alta. Ellos sabían. ¿Fue mi inquietud la que me había traicionado? Debería haber esperado su reacción, pero todavía picaba como un palmazo en la cara. Por varios largos minutos no pude hablar. Quería correr y esconder mi cara en la camiseta de Gabriel, rogar por perdón, y sentir sus brazos cerrados a mí alrededor; pero sabía que no encontraría consuelo allí. A pesar del común retrato de los ángeles como compasivos y que aman sin fin, sabía que había otro lado de ellos, uno que podía ser duro e implacable. El perdón estaba reservado para los humanos. Ellos siempre eran liberados del gancho. Teníamos la tendencia a considerarlos como niños, para concluir que las —pobres cosas— no sabían nada mejor. Pero para mí, las expectativas eran más altas. Yo no era humana, era una de ellos, y no había excusa.
No había ruido excepto por el goteo del grifo en el fregadero y mi respiración irregular. No podía soportar el silencio. Hubiera sido más fácil que ellos me hubieran atacado abiertamente, que me hubieran regañado, o echado; cualquier cosa excepto el silencio ensordecedor.
—Sé cómo debe lucir esto para ustedes, pero ¡tenía que decirle!— deje escapar.
El rostro de Ivy estaba congelado en una máscara de horror pero la de Gabriel se había vuelto de piedra.
—Lo siento —continué—. No puede ayudar la forma en que me siento por él. Él significa mucho para mí.
Nadie habló.
—Por favor, digan algo —rogué— ¿Qué va a pasar ahora? Seremos llamados de regreso al Reino, ¿no es así? Nunca lo veré otra vez.
Me rompí en una ola de sollozos sin lágrimas y me agarré de la orilla del mostrador para sujetarme. Ninguno de mis hermanos hizo algún movimiento para consolarme. No los culpaba. Fue Gabriel quien rompió el silencio. Giró su mirada gris acero sobre mí, con los ojos centelleando. Cuando habló pude escuchar que su voz estaba inundada de ira.
—¿Tienes alguna idea de lo que has hecho? —preguntó— ¿Te das cuenta del peligro en que nos has puesto a todos nosotros? —su rabia era cada vez mayor, las señales eran evidentes. Afuera, un violento viento comenzó a soplar, haciendo zumbar los vidrios, y el vidrio sobre el mostrador se quebró en pequeños fragmentos. Ivy puso sus manos sobre los hombros de Gabriel. Su toque lo hizo volver, y la dejó guiarlo hacia la mesa donde se sentó con su espalda hacia mí. Sus hombros subían y bajaban mientras trataba de traer su rabia bajo control. ¿Dónde estaba la paciencia sin fin ahora?
—Por favor —dije en apenas más que un susurro—. No es una excusa, pero creo…
—No lo digas—, Ivy se giró hacia mí, con una mirada de advertencia sobre su rostro—. No digas que lo amas.
—¿Quieres que les mienta? —pregunté— he tratado de no sentirme así, realmente lo he hecho, pero él no es como otros humanos. Es diferente… él entiende.
—¿Entiende? —la voz de Gabriel era temblorosa, tan diferente de su normal calma. Siempre había pensado que nada podría agitar su serenidad—. Sólo un puñado de mortales a través de la historia han estado cerca de entender lo divino. ¿Estás sugiriendo que tu amigo de la escuela es uno de ellos?
Me encogí hacia atrás. Nunca había escuchado hablar a Gabriel en ese tono antes.
—¿Qué puedo hacer? —dije suavemente, lágrimas derramándose y vertiéndose por mi cara.
—Estoy enamorada de él.
—Eso puede ser, pero su amor es inútil —dijo Gabriel sin compasión— es tu deber mostrar comprensión y compasión a toda la humanidad y tu fijación exclusiva a ese chico está mal. Son de mundos diferentes. No puede ser. Ahora has puesto en peligro tu propia vida y la de él.
—¿La de él? —le pregunté en pánico— ¿Qué quieres decir?
—Cálmate, Gabriel —dijo Ivy. Le agarró el hombro—, esta situación ha surgido y ahora se debe lidiar con ella.
—¡Tengo que saber que va a pasar! —lloré— ¿Nos llamaran de regreso al Reino? Por favor, tengo derecho a saber.
Odiaba ser vista de este modo, tan desesperada, tan completamente carente de control, pero sabía que si quería mantener todo mi mundo para no caerse en pedazos, tendría que conservar a Nicholas.
—Me parece que has perdido cualquier derecho que tuvieras. Ahora solo hay una cosa que puede hacerse —dijo Gabriel.
—¿Qué? —pregunté, tratando de mantener la histeria fuera de mi voz.
—Tengo que hablar con el cónclave.
Sabía que quería decir con el círculo de arcángeles que eran utilizados para intervenir sólo en la más horrible de las situaciones. Eran los más fuertes y poderosos de nuestro tipo -juntos-, podrían tener al mundo de rodillas. Gabriel obviamente sentía que debía llamarlos por refuerzos.
—¿Explicarías como sucedió? —pregunté.
—No habrá necesidad —contestó Gabriel—. Ellos ya lo sabrán.
—¿Qué pasará entonces?
—Darán su veredicto y obedeceremos.
Sin otra palabra, Gabriel salió rápidamente de la cocina, y momentos más tarde, lo escuchamos cerrar la puerta del frente detrás de él. La espera era intolerable. Ivy hizo tazas de té de manzanilla y se sentó conmigo en la sala de estar, pero parecía que una nube negra había descendido sobre ambas. Estábamos en la misma habitación pero había un océano entre nosotras. Phantom también llegó inquieto, sintiendo que las cosas no estaban bien, y escondió su cara en mi regazo. Intenté bloquear el pensamiento que, dependiendo del veredicto, quizás nunca volvería a verlo otra vez.
No sabíamos a dónde se había ido Gabriel, pero Ivy dijo que tendría q haberse ido a un lugar desolado y vacío donde pudiera comunicarse con los arcángeles sin la interferencia humana.
Era un poco como usar internet inalámbrico –tenías que encontrar el mejor lugar para conectarte- y con menos humanos alrededor mejor era la conexión. Gabriel necesitaba algún lugar en que pudiera meditar fácilmente y contactar a las fuerzas en el universo.
No sabía mucho sobre los otros seis en el arco de Gabriel. Los conocía sólo por nombre y reputación. Me preguntaba si alguno de ellos sería comprensivo con mi causa.
Michael era el líder del arco. Era el Príncipe de la Luz, ángel de la virtud, la honradez y la salvación. A diferencia de los otros, Michael era el único que atendía deberes como Ángel de la Muerte. Raphael era conocido como la Medicina de Dios porque era un sanador y era su deber supervisar el bienestar físico de sus cargas en la tierra. Era conocido como el más cálido de los arcángeles. Uriel era llamado el Fuego del Señor por ser el Ángel del Castigo y fue uno de los llamados para devastar a Sodoma y Gomorra.
El propósito de Raguel era observar a los otros en el arco y asegurarse de que se comportaban en conformidad con el conjunto de reglas del Señor. El Ángel del sol, Zerachiel, mantenía una vigilancia constante sobre el cielo y la tierra. El rol de Ramiel era el de supervisar las visiones divinas dadas a los elegidos en la tierra. También era su deber guiar a las almas en el juicio cuando llegaba su hora.
Y desde luego estaba Gabriel. Era conocido como el Héroe de Dios, el principal guerrero del Reino. Pero a diferencia de los otros, quienes eran distantes y apartados, veía a Gabriel como mi hermano, protector, y amigo. Recordé un dicho humano sobre el poder de los lazos de sangre. Sentía eso por Gabe e Ivy –éramos del mismo espíritu-. Esperaba no haber destruido ese lazo por una acción descuidada.
—¿Qué crees que dirán? —le pregunté a Ivy por quinta vez, y ella soltó un pesado suspiro.
—Honestamente no lo sé, _________—. Su voz sonaba muy lejos—. Nos fueron dadas instrucciones claras de no permitirnos ser expuestos. Nadie esperaba que esa regla fuera violada, y entonces las consecuencias nunca fueron discutidas.
—Debes odiarme —dije con un hilo de voz.
Ella se volteó para mirarme.
—No puedo fingir que entiendo en lo que estabas pensando —dijo— pero todavía eres mi hermana.
—Sé que no puedo justificar lo que he hecho.
—Tú encarnación es diferente a la de nosotros. Tú sientes las cosas con demasiada pasión. Para nosotros, Nicholas es como cada otro humano; para ti, él es alguien completamente diferente.
—Él lo es todo.
—Es sólo una imprudencia.
—Lo sé.
—Hacer a una persona el centro de tu mundo está destinado a terminar en un desastre. Hay demasiados factores fuera de tu control.
—Lo sé —repetí con un suspiro.
—¿Hay alguna posibilidad de que puedas retractarte de tus sentimientos? —preguntó Ivy— ¿O es imposible?
Niego con mi cabeza—. Es demasiado tarde.
—Eso es lo que pensé que dirías.
—¿Porqué soy tan diferente? —pregunté después de un momento—. ¿Porqué tengo estos sentimientos? Tú y Gabe pueden ordenar lo que sienten. No es como yo que no tengo el control del todo.
—Eres joven —dijo lentamente Ivy.
—No es eso —retorcí mis manos—. Debe haber algo más.
—Sí —estuvo de acuerdo mi hermana—. Eres más humana que cualquier ángel que haya conocido. Debes identificarte fuertemente con la tierra. Tu hermano y yo estamos nostálgicos –este lugar es extraño para nosotros. Pero tú, encajas aquí. Es como si siempre hubieras pertenecido.
—¿Por qué? —pregunté.
Mi hermana negó con su cabeza. —No lo sé—. Por un momento cogí una mirada nostálgica en su cara y me pregunté si en algún pequeño hueco de su mente, deseaba poder entender mi amor absorbente por Nicholas. Pero la mirada desapareció antes de que pudiera profundizar en eso.
—¿Crees que Gabriel me perdonará alguna vez?
—Nuestro hermano habita en un avión diferente de existencia — explicó Ivy—. Está menos acostumbrado a los errores. Siente que tus errores se convierten en los de él. Verá esto como su fracaso, no el tuyo. ¿Puedes entender eso?
Asentí y no me molesté en hacer más preguntas.
No había nada que hacer ahora excepto esperar, y podíamos hacer eso en silencio.
Los segundos pasaban lentamente y los minutos se estiraron en horas. Mi miedo brotaba y disminuía en varios intervalos, como las olas del océano. Sabía que si regresaba al Reino, estaría con mis hermanos y hermanas otra vez, pero también sola, con el resto de la eternidad para añorar lo que había tenido en la tierra. Pero eso era asumiendo que se me permitiera regresar al Reino. Nuestro creador, clemente y amable como era, no respondía bien a los desafíos. Había la posibilidad de que me pudieran excomulgar. Me rehusé a dejarme imaginar lo que el Infierno sería. Había escuchado historias y eso era suficiente.
La leyenda decía que los pecadores eran colgados de los párpados, quemados, torturados, desgarrados a pedazos, y cosidos otra vez. Decían que el lugar olía a carne quemada y pelo chamuscado, y los ríos corrían con sangre. Desde luego que no creía nada de eso, pero pensarlo todavía me daba escalofríos.
Sabía que muchas personas en la tierra no creían que hubiera algún lugar como el Infierno, pero no sabían cuan equivocados estaban. Los ángeles como yo realmente no teníamos pista de cómo era el Infierno, pero sabía que no quería descubrirlo por mí misma. Un arcángel como Gabriel sabría más sobre el Reino Oscuro pero tenía prohibido hablar sobre eso.
Salté cuando escuché la puerta del frente cerrarse de un golpe, y mi corazón martilleaba contra mi caja torácica. Un momento más tarde Gabriel estaba de pie ante nosotros, brazos cruzados a través de su pecho, su cara agobiada por las preocupaciones en vez de su normal cara inescrutable. Ivy se levantó para quedarse a su lado, sin mostrar ansia por escuchar el veredicto.
—¿Qué ha sido decidido? —solté, incapaz de permanecer en suspenso.
—El cónclave lamenta haber recomendado a _________ para esta misión —dijo Gabriel, con sus agudos ojos concentrándose en mi—. Se esperaba más de un ángel de su posición.
Me sentí comenzar a temblar. Eso era: estaba todo acabado. Iba a regresar a donde había venido. Consideré tratar de hacer un escape pero supe que no tenía sentido. No había rincón en la tierra en el que me pudiera esconder. Me levanté, agaché mi cabeza, y caminé hacia las escaleras.
Los ojos de Gabriel se entrecerraron —¿A dónde piensas que vas?
—Voy a prepararme para irme —contesté, tratando de acumular la fuerza suficiente para mirarlo a los ojos.
—¿Irte a dónde?
—De regreso a casa.
—_________, no te vas a ir a casa. Ninguno de nosotros lo hará —dijo— . No me dejaste terminar. Hay gran desilusión por tus acciones, pero la sugerencia del Cónclave de terminar tu misión ha sido revocada.
Mi cabeza voló hacia arriba —¿Por quién?
—Un poder superior.
Agarré salvajemente este trozo de esperanza. —¿Quieres decir nos vamos a quedar? ¿No me van a llevar lejos?
—Parece que demasiado ha sido invertido en esta misión para permitirse tirarla por un revés menor. Por lo tanto, la respuesta es sí, nos quedamos.
—¿Qué hay sobre Nicholas? —pregunté— ¿Tengo permitido verlo?
Gabriel lucía molesto, como si la decisión que había sido alcanzada sobre ese tema fuera en extremo irrelevante—. Tienes permitido continuar viendo al chico mientras estamos aquí. Como ya sabe nuestra identidad, hay más daño que beneficio en prohibirte verlo.
—Oh, ¡Gracias! —empecé, pero Gabriel me interrumpió.
—Como la decisión no fue mía, no merezco las gracias.
Todos caímos en un doloroso silencio que duró varios largos minutos antes de que me aventurara a romperlo.
—Por favor no estés enfadado conmigo, Gabriel. Realmente tienes todo el derecho a estar enfadado, pero al menos comprende que no lo hice intencionalmente.
—No tengo interés en escuchar lo que tienes que decir, _________. Tienes a tu novio, ahora estate satisfecha—. Él me dio la espalda. Un momento más tarde sentí las manos de Ivy consoladoramente sobre mis hombros.
—Tengo que ir al supermercado —dijo, en un intento de volver a la normalidad. —Podría necesitar ayuda.
Miré a Gabriel por su aprobación.
—Ve y ayuda a Ivy —dijo en un tono más agradable, con una idea echando raíces en su cabeza.
—Seremos cuatro en la cena esta noche.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:01 pm

Capítulo 16: Lazos familiares






El anuncio de que Xavier iba a tener el honor de ser nuestro primer invitado a cenar despertó mis suspicacias. No pude evitar preguntarme cuál sería el motivo oculto tras aquella invitación. Hasta ahora, la actitud de Gabriel respecto a Xavier había oscilado entre el desdén y la indiferencia.
—¿Por qué vas a invitarlo? —le pregunté.
—¿Y por qué no? —replicó—. Ahora ya sabe quiénes somos, así que no veo qué mal podría hacer. Además, hay ciertas normas básicas que debemos establecer.
—¿Como por ejemplo?
—La importancia de la confidencialidad, para empezar.
—No conoces a Xavier. Es tan capaz de irse de la lengua como yo —le dije. Capté la ironía que encerraban mis palabras en cuanto las pronuncié.
—Lo cual no sirve para inspirar mucha confianza, ¿no te parece? —comentó.
—No te preocupes, Bethany, sólo queremos conocerlo —me dijo Ivy, dándome una palmadita maternal. Luego miró a Gabriel con toda la intención—. Nos conviene que se sienta cómodo. Si vamos a confiar en él, tiene que poder confiar en nosotros.
—¿Y si está ocupado esta noche? —objeté.
—No lo sabremos si no se lo preguntas —replicó Gabriel.
—Ni siquiera conservo su número.
Gabriel fue al armario del pasillo, volvió con una gruesa guía telefónica y la tiró sin contemplaciones sobre la mesa.
—Seguro que figura ahí —dijo con irritación.
Era evidente que no iba a dejarse disuadir, así que no discutí más y salí a regañadientes para hacer la llamada. El único gesto de protesta que me permití fue subir los peldaños tan ruidosamente como pude. Nunca había llamado a casa de Xavier y respondió una voz desconocida.
—Hola, habla Claire.
Una voz llena de aplomo y de educación. Yo había acariciado secretamente la esperanza de que no atendiera nadie. Me daba la impresión de que si algo podía echar para atrás a Xavier era una velada con mi extravagante familia. Consideré la posibilidad de colgar y decirle a Gabriel que no conseguía comunicarme, pero me daba cuenta de que era poco práctica: adivinaría que le estaba mintiendo y me obligaría a llamar de nuevo. O peor aún: se empeñaría en llamar él mismo.
—Hola, soy Bethany Church —dije con una vocecita tan tímida que apenas reconocí—. ¿Podría hablar con Xavier?
—Claro —respondió la chica—. Voy a buscarlo. —Oí cómo dejaba el auricular y luego su voz resonando por la casa—. ¡Xavier, al teléfono! —Me llegaron unos ruidos amortiguados y voces de
niños riñendo. Finalmente, oí unos pasos y la voz soñolienta de Xavier reverberó en el auricular.
—Hola, soy Xavier.
—Hola, soy yo.
—Hola, yo. —Alzó un poco la voz—. ¿Va todo bien?
—Bueno, depende de cómo lo mires —respondí.
—¿Qué ha pasado? —Ahora sonaba muy serio.
—Mi familia sabe que lo sabes. Ni siquiera he tenido que decírselo yo.
—Jo, qué rapidez. ¿Cómo se lo han tomado?
—No muy bien —reconocí—. Pero después Gabriel se ha reunido con el Cónclave y…
—Perdón… ¿con qué?
—Es un consejo de autoridades. Demasiado complicado para explicártelo ahora mismo, pero se le consulta siempre que las cosas, hum, se desvían de su curso.
—Ya… ¿y cuál ha sido el resultado?
—Bueno… nada.
—¿Qué significa «nada»?
—Han dicho que por ahora las cosas pueden quedarse como están.
—¿Y lo nuestro? ¿Qué pasa con eso?
—Al parecer, estoy autorizada a seguir viéndote.
—Ah, entonces son buenas noticias, ¿no?
—Creo que sí, pero no estoy segura. Escucha, Gabriel actúa de un modo extraño: quiere que vengas esta noche a cenar.
—Bueno, suena bien.
Permanecí en silencio, sin compartir su optimismo.
—Tranquila, me las arreglaré.
—No estoy tan segura de que yo pueda.
—Lo superaremos juntos —me dijo Xavier—. ¿A qué hora quieres que vaya?
—¿A las siete está bien?
—Sin problemas. Nos vemos entonces.
—Xavier… —musité, mordiéndome una uña—. Estoy preocupada. Esto va a ser como la prueba de fuego. ¿Qué pasa si sale mal? ¿Y si tiene malas noticias para nosotros? ¿Tú crees que serán malas?
—No, no lo creo. Y deja de ponerte nerviosa. Por favor. Hazlo por mí.
—Vale. Perdona. Es que toda nuestra relación parece pender de un hilo, y hasta ahora han sido clementes, sí, pero esta cena podría ser decisiva, y no entiendo por qué Gabe…
—Ay, madre —gimió Xavier—. ¿Has visto lo que has conseguido? Ahora me estoy poniendo nervioso yo.
—Ni se te ocurra. ¡Tú eres el tranquilo!
Se echó a reír y me di cuenta de que había simulado su nerviosismo para convencerme. No estaba nada preocupado.
—Tú relájate. Ve a bañarte o tómate una copa de coñac.
—Vale.
—Lo segundo iba en broma. Los dos sabemos que no aguantas las bebidas fuertes.
—Te veo muy tranquilo.
—Porque lo estoy. Beth. ¿La serenidad no debería ser, bueno, cosa tuya? Te preocupas demasiado. En serio, irá todo bien. Incluso me arreglaré para impresionarles.
—No, ¡ven como vas siempre! —grité, pero él ya había colgado.
Se presentó a la hora en punto, con un traje gris claro a rayas y una corbata roja de seda. Algo había hecho con su pelo para que no le bailara todo el rato ni le cayera sobre la cara. Traía bajo el brazo un ramo de rosas amarillas de tallo largo, envuelto en celofán verde y atado con rafia. Tuve que mirarlo dos veces cuando abrí la puerta. Él sonrió al ver mi cara.
—¿Me he pasado? —preguntó.
—¡No, estás impresionante! —le dije, complacida por el esfuerzo que había hecho. Pero enseguida se me nubló la expresión.
—¿Por qué pareces tan aterrorizada entonces? —Me hizo un guiño, lleno de confianza—. Los voy a encandilar.
—Sobre todo no hagas bromas. No las captan.
Me había entrado canguelo y me temblaban las rodillas.
—Está bien, nada de bromas. ¿He de ofrecerme para bendecir la mesa? No tuve más remedio que reírme, no pude evitarlo.
Aunque yo tenía que ejercer de anfitriona y hacerlo pasar a la sala de estar, nos entretuvimos en la puerta como conspiradores. No sabía lo que iba a depararnos la velada y, por instinto, me inclinaba a postergar el comienzo todo lo posible. Además, yo sólo sentía en aquel momento que Xavier era mío y que nos teníamos el uno al otro; lo demás no importaba. A lo mejor se había engalanado más de la cuenta para una cena improvisada, pero lo cierto era que tenía un aspecto muy llamativo con sus hombros musculosos, sus insondables ojos azules y todo el pelo echado hacia atrás. Era mi héroe de cuento de hadas. Y como correspondía con semejante héroe, yo sabía sin lugar a dudas que no se daría a la fuga si las cosas se ponían feas. Xavier se mantendría firme, y cualquier decisión que tomara se basaría en su propio criterio. Al menos con eso podía contar.
Ivy adoptó el papel de anfitriona con toda naturalidad. Le encantaron las flores y se pasó toda la cena dándole conversación a Xavier y haciendo lo posible para que se sintiera a gusto. La severidad no acababa de cuadrar con su carácter y el corazón se le ablandaba en cuanto llegaba a la conclusión de que una persona era sincera. La sinceridad de Xavier era auténtica; y había sido eso justamente lo que le había granjeado su popularidad y proporcionado el puesto de delegado del colegio. Gabriel, por su parte, lo observaba con recelo.
Mi hermana se había esforzado de veras con el menú. Había preparado una sopa aromática de patata y puerros, seguida de trucha al horno y de una bandeja de verduras asadas. Yo sabía que había crema catalana de postre, porque había visto las tarrinas en la nevera. Ivy incluso había enviado a Gabe a comprar un soplete de cocina para caramelizar la capa de azúcar de encima. Y por si fuera poco, había puesto la mesa con todos los objetos de plata y la vajilla de porcelana. Había vino en un escanciador —un vino con sabor a bayas— y agua mineral con gas en una jarra de vidrio.
Las velas iluminaban nuestros rostros con su cálido resplandor. Al principio comíamos en silencio y la tensión era palpable. Ivy oscilaba con la mirada de Xavier a mí y sonreía demasiado, mientras que Gabriel se ensañaba furiosamente con la comida, como si las patatas que tenía en el plato fuesen la cabeza de Xavier.
—Una cena estupenda —dijo al final Xavier, aflojándose la corbata y con las mejillas encendidas por el vino.
—Gracias. —Ivy le dedicó una sonrisa radiante—. No estaba segura de si te gustaría.
—No soy muy complicado en cuestión de gustos, pero esto era superior —dijo, ganándose otra sonrisa.
Por mi parte, yo seguía tratando de descifrar el objetivo de aquella cena tan poco ortodoxa. Gabriel sin duda se proponía algo más que alternar socialmente. ¿Estaba tratando de captar la personalidad de Xavier? ¿Acaso no se fiaba de él? No acababa de verlo claro, y Gabriel, aparte de un par de comentarios, apenas nos había dirigido la palabra.
Al final, hasta la pobre Ivy se quedó sin recursos y la conversación se extinguió del todo. Atisbé a Xavier mirando fijamente su plato, como si las verduras que se había dejado fueran a revelarle los misterios del universo. Intenté darle un toque a Ivy con el pie por debajo de la mesa, para que siguiera animando la charla, pero le di sin querer a Xavier en la espinilla. Él se sobresaltó y dio un respingo en su silla, y poco le faltó para derramar su copa de vino. Retiré el pie con una sonrisita contrita y me quedé inmóvil.
—Y dime, Xavier —preguntó Ivy, dejando el tenedor, aunque todavía tenía el plato lleno—, ¿qué clase de cosas te interesan?
Él tragó saliva, incómodo.
—Hmm… bueno, lo típico. —Carraspeó—. Los deportes, el colegio, la música…
—¿Qué deportes practicas? —preguntó Ivy, con un interés más bien exagerado.
—Waterpolo, rugby, béisbol, fútbol —recitó Xavier de un tirón.
—Es muy bueno —añadí, servicial—. Deberías verlo jugar. Es el capitán del equipo de waterpolo. Y también es el delegado del colegio… aunque eso ya lo sabes.
Ivy decidió cambiar de tema.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí, en Venus Cove?
—Toda mi vida. No he vivido en ningún otro sitio.
—¿Tienes hermanos?
—Somos seis en total.
—Me imagino que debe de ser divertido formar parte de una gran familia.
—A veces —asintió Xavier—. Otras, es sólo ruidoso. Nunca dispones de mucha privacidad. Gabriel eligió aquel momento para interrumpir con muy poco tacto.
—Hablando de privacidad, creo que has hecho hace poco un interesante descubrimiento…
—Interesante no es la palabra que yo usaría —repuso Xavier, a quien aquella pregunta repentina no le había pillado para nada con la guardia baja.
—¿Qué palabra emplearías?
—Pues… algo así como alucinante.
—Más allá de como quieras describirlo, hemos de dejar claras algunas cosas.
—No pienso contárselo a nadie, si es eso lo que le inquieta —contestó Xavier en el acto—. Deseo proteger a Beth tanto como usted.
—Bethany tiene una elevada opinión de ti —dijo Gabriel—. Espero que su afecto no sea inmerecido.
—Sólo puedo decir que Beth es muy importante para mí y que me propongo cuidar de ella.
—En el lugar de donde venimos, la gente no es juzgada por sus palabras —afirmó Gabriel. Xavier se quedó tan pancho.
—Entonces tendrá que esperar y juzgarme por mis actos.
Aunque Gabriel no hizo ningún intento de aligerar la tensión, advertí por su mirada que le había sorprendido el aplomo de Xavier. No se había dejado intimidar y su mejor armadura era su franqueza. Cualquiera podía apreciar que Xavier se guiaba por su propia ética, cosa que tenía que inspirarle admiración incluso a Gabe.
—Ya ve, tenemos una cosa vital en común —prosiguió Xavier—. Los dos amamos a Beth.
Un espeso silencio se adueñó del comedor. Ni Gabriel ni Ivy se esperaban una declaración semejante y se quedaron pasmados. Quizás habían subestimado para sus adentros la intensidad de los sentimientos de Xavier por mí. Ni siquiera yo misma podía creer que hubiera dicho aquellas palabras en voz alta. Hice un esfuerzo para mantener la compostura y seguir comiendo en silencio, pero no pude evitar que se me iluminara la cara con una sonrisa y alargué el brazo hasta el otro lado de la mesa para estrecharle a Xavier la mano. Gabriel miró para otro lado con toda intención, pero yo todavía se la estreché con más fuerza. El verbo «amar» reverberaba en mi cerebro, como si alguien lo hubiera conjugado a gritos por un altavoz. Él me amaba. A Xavier Woods le tenía sin cuidado que fuese pálida como un fantasma, que apenas comprendiera cómo funcionaba el mundo y que tuviese tendencia a soltar plumas blancas. Aun así me quería. Me amaba. Me sentí tan feliz que, si Xavier no me hubiera tenido sujeta de la mano, habría empezado a flotar por los aires.
—En ese caso, podemos pasar rápidamente al segundo punto de la noche —dijo Gabriel, ahora inesperadamente incómodo—. Bethany tiende a meterse en situaciones complicadas y en este momento sólo nos tiene a nosotros para cuidar de ella.
Me irritaba aquel modo de hablar de mí en tercera persona, como si no estuviera presente, pero me pareció que no era el momento adecuado para interrumpir.
—Si vas a pasar mucho tiempo a su lado —continuó—, debemos asegurarnos de que puedes protegerla.
—¿Es que no lo ha demostrado ya? —pregunté, perdiendo ya la paciencia. Estaba decidida a darle fin a aquel suplicio—. Fue él quien me rescató de la fiesta de Molly, y nunca ha pasado nada malo mientras estaba a su lado.
—Bethany no conoce cómo funciona el mundo —dijo Gabriel, como si no me hubiera oído—. Aún tiene mucho que aprender y eso la vuelve particularmente vulnerable.
—¿Hace falta que hables de mí como si fuera un bebé? —le solté.
—Tengo mucha experiencia cuidando bebés —bromeó Xavier—. Puedo traer mi currículum, si quiere.
Ivy tuvo que taparse con la servilleta para ocultar su sonrisa; en el rostro de Gabriel, en cambio, no percibí ni el más mínimo cambio de expresión.
—¿Estás seguro de que sabes dónde te estás metiendo? —le preguntó Ivy, mirándolo fijamente.
—No —reconoció—. Pero estoy dispuesto a descubrirlo.
—No podrás volverte atrás una vez que nos hayas prometido lealtad.
—No vamos a ninguna guerra —mascullé. Nadie me hizo caso.
—Lo comprendo —dijo Xavier, sosteniéndole la mirada a Ivy.
—No lo creo —murmuró Gabriel—. Pero ya lo comprenderás.
—¿Hay algo más que considere que debo saber? —le preguntó Xavier.
—Todo a su debido tiempo —respondió mi hermano.






Al fin me encontré a solas con Xavier. Aguardaba sentado en el borde de la bañera mientras yo me cepillaba los dientes, cosa que me había acostumbrado a hacer después de cada comida.
—No ha sido tan terrible. —Xavier se recostó contra la pared—. Me temía que fuese peor.
—¿Me estás diciendo que no han conseguido ahuyentarte?
—Qué va —dijo, despreocupado—. Tu hermano es algo vehemente, pero las dotes culinarias de tu hermana lo compensan.
Me eché a reír.
—No te preocupes por Gabe. Siempre es así.
—No me preocupa. Me recuerda un poco a mi madre.
—No se te ocurra decírselo a él. —Me entró una risita tonta.
—Creía que no usabas maquillaje —dijo Xavier, tomando un lápiz de ojos del estante.
—Me lo compré por complacer a Molly —dije, buscando el elixir bucal—. Me ha convertido en una especie de proyecto personal.
—¿En serio? Bueno, a mí me gustas tal cual.
—Gracias. Pero yo creo que a ti no te iría mal un toquecito. Blandí el lápiz hacia él, sonriendo.
—No, ni se te ocurra. —Se agachó—. Ni hablar.
—¿Por qué no? —dije, poniendo morros.
—Porque soy un hombre. Y los hombres no llevan maquillaje a menos que sean del rollo emo o toquen en un grupo.
—Porfa —insistí.
Capté un destello en sus ojos azules.
—Vale…
—¿En serio? —dije, entusiasmada.
—¡No! No soy tan fácil de convencer.
—Muy bien. —Hice otro mohín—. Pues entonces voy a hacer que huelas como una chica…
Antes de que pudiera detenerme, agarré el frasco de perfume y le rocié el pecho. Él se husmeó la
camisa con curiosidad.
—Afrutado —concluyó—, con un punto de almizcle. Me desternillé de risa.
—¡Eres absurdo!
—Quieres decir irresistible —dijo Xavier.
—Sí —asentí—, absurdamente irresistible.
Me incliné para besarlo y justo entonces llamaron a la puerta. Ivy asomó la cabeza, y Xavier y yo nos apartamos de golpe.
—Me envía tu hermano para controlar —dijo, arqueando una ceja—. Para asegurarme de que no os proponéis nada malo.
—En realidad —empecé, indignada—, estábamos…
—A punto de salir —me cortó Xavier. Abrí la boca para discutir, pero él me lanzó una mirada tajante—. Es su casa, jugamos con sus reglas —murmuró.
Mientras me arrastraba fuera, advertí que Ivy lo miraba con renovado respeto.




Nos sentamos en el columpio del jardín, rodeándonos el uno al otro con el brazo. Xavier se soltó un momento para subirse las mangas de la camisa y luego arrojó entre la hierba la deshilachada pelota de tenis de Phantom. Este la recogía en un periquete, pero luego se resistía a soltarla, así que había que arrancarle de los dientes la pelota empapada de babas. Xavier se echó hacia atrás para lanzársela y se limpió la mano con las hierbas. Yo aspiraba su fresca y limpia fragancia. No podía dejar de pensar que habíamos salido prácticamente ilesos de la primera prueba. Xavier había cumplido su palabra y no se había dejado intimidar; al contrario, se había mantenido firme con una convicción inquebrantable. No sólo lo admiraba más que nunca, sino que disfrutaba del hecho de que estuviera en casa y, por si fuera poco, como invitado, no como un intruso.
—Me pasaría la noche aquí —murmuré, con los labios pegados a su camisa.
—¿Sabes lo que resulta más extraño? —me dijo.
—¿Qué?
—Lo normal que parece todo.
Enrolló en sus dedos un mechón de mi pelo y yo vi, reflejadas en su gesto, nuestras vidas entrelazadas.
—Ivy se hacía la dramática cuando ha dicho que no hay marcha atrás —le dije.
—No importa, Beth. No quiero que mi vida vuelva a ser como antes de conocerte. Creía tenerlo todo, pero en realidad me faltaba algo. Ahora me siento una persona completamente distinta. Quizá suene trillado, pero me siento como si hubiera estado dormido mucho tiempo y acabara de despertarme… —Hizo una pausa—. No puedo creer que haya dicho una cosa así. ¿Qué estás haciendo conmigo?
—Te estoy convirtiendo en un poeta —me mofé.
—¿A mí? —refunfuñó, fingiendo indignación—. La poesía es cosa de chicas.
—Has estado estupendo durante la cena. Me siento orgullosa de cómo te has portado.
—Gracias. ¿Quién sabe?, quizás en unas cuantas décadas llegue a caerles bien a tus hermanos.
—Ojalá tuviéramos tanto tiempo —suspiré, y en el acto me arrepentí de haberlo dicho. Se me había escapado sin querer. Me habría abofeteado a mí misma por estúpida. ¡Qué manera tan infalible de arruinar el momento!
Xavier se quedó tan callado que me pregunté si me habría oído siquiera. Noté sus dedos cálidos en la barbilla. Me alzó la cara y nos miramos directamente a los ojos. Entonces se acercó y me besó suavemente. El dulce sabor de sus labios permaneció en los míos cuando se apartó. Se inclinó y me susurró al oído:
—Encontraremos una salida. Te lo prometo.
—Tú no puedes saberlo —le dije—. Esto es diferente…
—Beth —dijo, poniéndome un dedo en los labios—. Yo no rompo mis promesas.
—Pero…
—Sin peros… Tú confía en mí.




Después de que Xavier se marchara, nadie parecía tener ganas de irse a la cama, a pesar de que ya eran más de las doce. Gabriel padecía insomnio, eso ya lo sabíamos; no era infrecuente que él o Ivy se quedaran levantados hasta bien entrada la madrugada. Pero esta vez los tres estábamos desvelados. Ivy nos ofreció tomar algo caliente y ya estaba sacando la leche de la nevera cuando Gabriel la detuvo.
—Se me ocurre algo mejor —dijo—. Creo que nos conviene relajarnos a los tres. Nos lo merecemos.
Ivy y yo adivinamos en el acto a qué se refería y ni siquiera tratamos de disimular nuestro entusiasmo.
—¿Ahora, quieres decir? —preguntó Ivy, sujetando el cartón de leche, que no se le había escurrido de las manos por poco.
—Claro, ahora mismo. Pero hemos de darnos prisa; amanecerá dentro de pocas horas. Ivy soltó un chillido.
—Danos un momento para cambiarnos. Enseguida bajamos.
Tampoco yo podía contener la impaciencia. Aquella iba a ser la manera perfecta de desahogar la euforia que sentía por el giro que habían tomado las cosas. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había tenido la oportunidad de estirar las alas de verdad. Mi pequeña demostración en el acantilado ante Xavier apenas podía considerarse un ejercicio. Si para algo había servido, si acaso, había sido para darme más ganas y recordarme lo rígidas y agarrotadas que las tenía. Había intentado desplegarlas y flotar un poco por mi habitación con las cortinas corridas, pero no había hecho más que chocar con el ventilador del techo y golpearme las piernas con los muebles. Mientras me cambiaba y me ponía una camiseta holgada, sentí una descarga de adrenalina por todo el cuerpo. Realmente iba a disfrutar aquel vuelo nocturno. Bajé corriendo y los tres nos deslizamos en silencio por el jardín hacia el jeep negro aparcado en el garaje.
Era una experiencia muy distinta circular por la carretera de la costa de madrugada. El aire
estaba impregnado de la fragancia de los pinos. El mar parecía casi sólido, como un manto de terciopelo tendido sobre la Tierra. Todas las persianas estaban cerradas y las calles se veían completamente vacías, como si la gente hubiera hecho de pronto las maletas y hubiera evacuado la zona. El pueblo, cuando lo atravesamos en silencio, también parecía desierto. Nunca lo había visto dormido. Estaba acostumbrada a ver gente por todas partes: circulando en bicicleta, comiendo patatas fritas en el muelle, dejándose adornar el pelo con cuentas de colores o comprándole bisutería a la artista local que montaba su tenderete en la acera casi todos los fines de semana. Pero a aquella hora todo permanecía tan inmóvil que me daba la sensación de que éramos los únicos seres vivos en el mundo. Pese a las historias siniestras que la gente solía asociar con la madrugada, aquel era el mejor momento para conectar con las fuerzas celestiales.
Gabriel condujo durante una hora por una carretera recta y luego se metió por una pista accidentada, flanqueada de matorrales, que ascendía hacia lo alto en zigzag. Sabía dónde estábamos. Gabriel había tomado la ruta de la Montaña Blanca, así llamada porque la cima solía estar cubierta de nieve a pesar de encontrarse tan cerca de la costa. Desde Venus Cove se divisaba la silueta de la montaña como si fuera un monolito gris pálido que se alzara sobre un cielo tachonado de estrellas.
Había niebla y se volvía más y más espesa a medida que subíamos. Cuando ya no pudo distinguir bien la carretera, Gabriel aparcó y nos bajamos. Estábamos en mitad de una pista estrecha y sinuosa que seguía ascendiendo por la ladera; nos rodeaban a ambos lados, como centinelas, unos enormes abetos que apenas nos dejaban ver el cielo. Veíamos relucir las gotas de rocío en las copas de los árboles, y nuestro aliento se condensaba en contacto con el aire gélido. Una capa de hojarasca y corteza amortiguaba nuestros pasos; las ramas cubiertas de musgo y los helechos nos rozaban la cara. Nos alejamos de la carretera y nos adentramos en el bosque. Los rayos de la luna se abrían paso en algunos puntos entre la fronda, iluminando nuestro camino. Los árboles parecían susurrarse unos a otros y nos llegaba el crujido amortiguado de pequeñas pezuñas. A pesar de la oscuridad, ninguno de nosotros tenía miedo. Sabíamos que aquel era un paraje muy apartado. Nadie iba a encontrarnos allí.
Ivy fue la primera en despojarse de la chaqueta para hacer lo que todos deseábamos. Se irguió ante nosotros con la espalda bien recta y la cabeza hacia atrás, de manera que su pálida melena le cayera junto a la cara y sobre los hombros como un nimbo dorado. Todo su cuerpo resplandecía a la luz de la luna y su figura escultural parecía de un mármol blanco y sin tacha. Sus miembros se perfilaban con curvas prolongadas y elegantes, como un árbol joven.
—Nos vemos ahí arriba —dijo, tan excitada como una cría.
Cerró los ojos un instante, inspiró hondo y se alejó corriendo. Se deslizó ágilmente entre los árboles, rozando apenas el suelo con los pies, y tomó velocidad hasta que su imagen se volvió casi borrosa. Y súbitamente se elevó por los aires con impresionante destreza, con la misma facilidad con la que un cisne emprende el vuelo. Sus alas, esbeltas pero poderosas, atravesaron la camiseta holgada que llevaba y se alzaron hacia el cielo como si fueran criaturas vivientes. Aunque parecieran tan sólidas en reposo, brillaban como una capa de raso cuando se encontraban en vuelo.
Eché a correr y sentí que mis propias alas empezaban a agitarse y que desgarraban su prisión de tela. Una vez liberadas, aceleraron sus movimientos y, un instante más tarde, me alcé por los aires para reunirme con Ivy. Volamos un rato de modo sincronizado, ascendiendo poco a poco y
lanzándonos bruscamente en picado. Luego fuimos a posarnos en las ramas de un árbol. Radiantes de felicidad, miramos hacia abajo y vimos a Gabriel a nuestros pies. Ivy se inclinó y se dejó caer desde lo alto. Desplegó las alas, frenando su caída, y se elevó de nuevo con un grito de placer.
—¿A qué esperas? —le gritó a Gabriel antes de perderse en el espesor de una nube.
Él nunca hacía nada con prisas. Primero se despojó de la chaqueta y las botas; luego se quitó la camiseta pasándosela por la cabeza. Entonces lo vimos desplegar las alas y, súbitamente, el remilgado profesor de música desapareció ante nuestros ojos para dar paso al majestuoso guerrero celestial que constituía su auténtica naturaleza. Aquel era el ángel que, eones atrás, había reducido una ciudad a escombros por sí solo. Su figura entera destellaba como si fuese de metal pulido. Su estilo al volar era distinto del nuestro: carecía de precipitación, resultaba más estructurado y reflexivo.
Por encima de las copas de los árboles, me envolvían la niebla y las nubes. Sentía la espalda cubierta de gotitas de agua. Batí las alas con furia y me elevé aún más. Deseché cualquier pensamiento y remonté el vuelo, dejando que mi cuerpo girase y se retorciera, trazando círculos sobre los árboles. Notaba cómo se liberaba toda la energía tanto tiempo retenida. Vi que Gabriel se detenía un momento en el aire para comprobar que yo no había perdido el control. A Ivy sólo la divisaba de vez en cuando, y sólo como un destello de color ámbar entre la niebla.
La mayor parte del tiempo eludíamos cualquier interacción. Era una ocasión extremadamente personal para volver a sentirnos completos y abrazar la clase de libertad que sólo podía sentirse de verdad en el Reino de los Cielos. Nuestro sentido de la individualidad no podía transmitirse con palabras. La humanidad que habíamos asumido parecía quedar atrás mientras nos compenetrábamos con nuestra auténtica forma.
Volamos así durante lo que debieron de ser varias horas, hasta que Gabriel emitió un zumbido grave y melódico, como una nota de oboe, que era la señal para que descendiéramos.
Cuando volvimos a subir al jeep, pensé que me sería imposible dormir una vez que llegáramos a casa. Estaba demasiado eufórica, y sabía que pasarían horas antes de que se me pasara aquella exaltación. Pero me equivocaba. El trayecto de vuelta por la carretera sinuosa resultó tan sedante que me hice un ovillo en el asiento de atrás como un gatito y me quedé completamente dormida mucho antes de llegar a Byron.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:02 pm

Capítulo 17: La calma antes de la tormenta






Mi relación con Xavier pareció profundizarse tras la cena con mi familia. Nos daba la impresión de haber recibido permiso para expresar nuestras emociones sin temor a represalias. Empezábamos a pensar y a movernos en perfecta sincronía, como una sola entidad con dos cuerpos distintos. Aunque hacíamos un esfuerzo para no desconectarnos de la gente que nos rodeaba, a veces no podíamos evitarlo. Incluso tratamos de asignar unas horas específicas para estar con otras personas. Pero, cuando lo hacíamos, los minutos parecían avanzar penosamente y nuestra conducta nos resultaba tan artificiosa que volvíamos a gravitar el uno hacia el otro antes de que pasara media hora.
Durante los almuerzos, Xavier y yo nos habíamos habituado a sentarnos juntos en nuestra propia mesa al fondo de la cafetería. La gente pasaba de vez en cuando para hacer algún comentario jocoso o para preguntarle a «Woodsy» los detalles de la próxima regata de remo, pero raramente trataban de sentarse con nosotros y tampoco se atrevían a lanzarnos la menor indirecta sobre nuestra relación. Se limitaban a orbitar a nuestro alrededor, manteniendo una distancia prudencial. Si intuían que compartíamos algún secreto, al menos tenían la educación de no fisgonear.
—Salgamos de aquí —me dijo Xavier, recogiendo sus libros.
—Hasta que no acabes tu redacción, no.
—Ya he terminado.
—Has escrito tres líneas.
—Tres líneas muy meditadas —objetó Xavier—. La calidad importa más que la cantidad,
¿recuerdas?
—Sólo pretendo asegurarme de que te mantienes centrado. No quiero que te distraigas de tus objetivos por mi culpa.
—Un poco tarde para eso —bromeó Xavier—. Eres una tremenda distracción y una pésima influencia.
—¡Cómo te atreves! —exclamé, siguiéndole la broma—. Es del todo imposible que yo represente una mala influencia para nadie.
—¿De veras? ¿Y eso por qué?
—Porque soy la bondad personificada. Una chica intachable. Xavier frunció el entrecejo, sopesando aquella declaración.
—Hum —murmuró—. Tendremos que hacer algo al respecto.
—¡Cualquier cosa con tal de saltarse los deberes!
—Quizá sea más bien que tengo el resto de mi vida para alcanzar mis objetivos. ¿Quién sabe cuánto tiempo te tendré?
Noté que todo el desenfado de la conversación se disolvía en cuanto pronunció aquellas
palabras. Aquel tema solíamos evitarlo: no hacía más que llevarnos a la confusión, como todas las cosas que quedan fuera de nuestro control.
—No pensemos en eso.
—¿Cómo no voy a pensarlo? ¿A ti no te quita el sueño por las noches? La conversación tomaba un derrotero que no me gustaba.
—Claro que sí. Pero ¿para qué estropear el tiempo que pasamos juntos hablando de ello?
—A mí me parece que deberíamos hacer algo —dijo con irritación. Sabía que no era contra mí y que enseguida se transformaría en tristeza—. Al menos deberíamos intentarlo.
—No podemos hacer nada —murmuré—. Me temo que no te das cuenta de con quién estás lidiando. ¡No puedes andarte con tonterías con las fuerzas del universo!
—¿Y qué ha sido del libre albedrío? ¿O sólo era un mito?
—¿No se te olvida algo? Yo no soy como tú, o sea que esas normas no rigen conmigo.
—Pues deberían.
—Quizá… Pero ¿qué pretendes?, ¿organizar una recogida de firmas?
—No tiene gracia, Beth. ¿Tú quieres irte a casa? —me preguntó mirándome a los ojos. No se refería a Byron, desde luego.
—No puedo creer que hayas de preguntármelo siquiera.
—Entonces, ¿por qué no te fastidia tanto como a mí?
—Si yo pensara que había algún modo de quedarme, ¿crees que dudaría? —grité—. ¿Crees que estaría dispuesta a separarme de la persona más importante de mi vida?
Xavier me miró. Sus ojos azul turquesa se veían más oscuros y sus labios apretados trazaban una línea severa.
—Sean quienes sean, ellos no deberían controlar nuestra vida —dijo—. No estoy dispuesto a perderte. Ya pasé por eso una vez y voy a asegurarme a toda costa de que no vuelve a suceder.
—Xavier… —empecé, pero él me puso un dedo en la boca.
—Sólo contéstame una pregunta. Si quisiéramos pelear, ¿qué posibilidades tendríamos?
—¡No lo sé!
—Pero ¿hay alguna posibilidad?, ¿alguien a quien pedir ayuda?, ¿algo que podamos intentar, aunque sea poco probable que resulte? —Lo miré a los ojos y percibí en ellos una ansiedad que no había visto otras veces. Xavier siempre parecía tranquilo y relajado—. He de saberlo, Beth. ¿Hay alguna posibilidad, por pequeña que sea?
—Tal vez —dije—. Pero me da miedo descubrirlo.
—A mí también, pero no podemos pensar así. Hemos de tener fe.
—¿Aunque al final no sirva para nada?
—Tú acabas de decir que hay una posibilidad. —Entrelazó sus dedos con los míos—. Es lo único que necesitamos.




Durante las últimas semanas me había sentido un poco culpable porque me había distanciado de
Molly, pero ella se había resignado a estar conmigo sólo cuando Xavier tenía otras ocupaciones. No
debía de sentarle muy bien que él monopolizara la mayor parte de mi tiempo, pero Molly era realista y consideraba que las amistades habían de pasar a segundo plano cuando empezaba una relación, sobre todo si era tan intensa como la nuestra. Al parecer, había superado ya el rencor que le tenía antes a Xavier y, aunque aún estaba lejos de considerarlo amigo suyo, parecía dispuesta a aceptarlo como uno de los míos.
Una tarde, mientras Xavier y yo paseábamos por el pueblo, vimos a Ivy bajo un roble en compañía de un chico moreno que estaba en último año en Bryce Hamilton. Este llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia atrás y la camisa bien arremangada para mostrar sus brazos musculosos. Hablaba con una permanente sonrisa en los labios. Yo nunca había visto a mi hermana tan confusa. El chico parecía tenerla acorralada; ella agarraba la bolsa de la compra con una mano y con la otra se recogía nerviosamente el pelo detrás de la oreja. Era evidente que estaba buscando la manera de escapar.
Le di un codazo a Xavier.
—¿Qué está pasando ahí?
—Parece que Chris Bucknall se ha armado al fin de valor para pedirle que salga con él —dijo
Xavier.
—¿Lo conoces?
—Está en mi equipo de waterpolo.
—No creo que sea el tipo de Ivy.
—No me extraña —dijo Xavier—. Es un auténtico sinvergüenza.
—¿Qué hacemos?
—¡Eh, Bucknall! —gritó—. ¿Podemos hablar un momento?
—Estoy un poco liado, colega —contestó el chico.
—¿Ya te has enterado? —insistió Xavier—. El entrenador quiere ver a todo el mundo en su despacho después del partido.
—¿Ah, sí? ¿Para qué? —preguntó Chris sin volverse.
—No estoy seguro. Creo que para hacer la lista para las pruebas de la próxima temporada. El que no se presente, no entra.
Chris Bucknall pareció alarmado.
—He de irme —le dijo a Ivy—. Pero no te preocupes, cielo. Ya te pillaré más tarde. Mientras el grandullón se alejaba, Ivy le dirigió una sonrisa agradecida a Xavier.




Gabriel e Ivy parecían haber aceptado a Xavier. Él no se entrometía en nuestra vida cotidiana, pero se había convertido en un accesorio habitual de la misma. Empezaba a sospechar que a mis hermanos les gustaba tenerlo cerca. Primero porque así delegaban en él la tarea de no perderme de vista, y segundo porque les resultaba útil cuando tenían que trabajar con artilugios técnicos. Gabriel había notado que sus alumnos le lanzaban miradas de extrañeza porque no sabía arreglárselas con el reproductor de DVD, e Ivy quería promocionar su programa de servicios sociales a través del sistema de correo electrónico del colegio. Los dos habían recurrido a Xavier. Por muchos
conocimientos que tuvieran mis hermanos, la tecnología venía a ser un campo minado para ellos porque cambiaba constantemente. Gabriel había dejado a regañadientes que Xavier le enseñara cómo enviar correos a sus colegas de Bryce Hamilton y cómo manejar un iPod. A veces me parecía que Xavier hablaba un idioma completamente distinto, con términos tan extraños como Bluetooth, gigabyte y WiFi. Si se hubiera tratado de otra persona, yo habría desconectado en el acto, pero a mí me encantaba oír el sonido de su voz, hablara de lo que hablase. Podía pasarme horas observando cómo se movía y escuchándole hablar, y lo almacenaba todo en mi memoria.
Además de ser nuestro ángel de la guarda en materia tecnológica, Xavier se había tomado tan en serio su responsabilidad como «guardaespaldas» que me veía obligada a recordarle que yo no era de cristal y que me las había arreglado perfectamente antes de su aparición. No obstante, Gabriel e Ivy le habían confiado la misión de cuidar de mí y él estaba decidido a mantener su palabra y a convencerles de su integridad. Ahora era él quien me recordaba que bebiera agua en abundancia para no deshidratarme y quien se encargaba de desviar las preguntas sobre mi familia que me formulaban mis compañeros más curiosos. Incluso se tomó un día la libertad de contestar por mí, cuando la señorita Collins preguntó por qué no había podido terminar un trabajo en la fecha fijada.
—Beth tiene un montón de deberes ahora mismo —explicó—. Lo entregará al final de la semana. Era capaz incluso de hacerlo por mí si llegaba a olvidarme y de entregarlo sin que yo me
enterase.
Se ponía tremendamente protector siempre que se me acercaba alguien que no era de su gusto.
—Oh-oh —musitó una tarde, sacudiendo la cabeza, cuando un chico llamado Tom Snooks me preguntó si quería dar una vuelta con él y sus amigos.
—¿Por qué no? —pregunté, enfadada—. Parece simpático.
—No es la clase de persona que te conviene.
—¿Por qué?
—Tú preguntas mucho, ¿no?
—Sí. Dime por qué.
—Bueno, porque le gustan demasiado las hierbas aromáticas. Me lo quedé mirando tan perpleja que tuvo que explicarse.
—Se pasa el día con María de los Canutos —me insinuó, esperando a ver si lo captaba. Al ver que no, puso los ojos en blanco—. Mira que eres boba.
La verdad es que si no hubiera sido por él, mi vida en Bryce Hamilton habría sido mucho más difícil. Yo era más bien proclive a meterme en situaciones delicadas. Los líos parecían venir a mi encuentro, aunque yo hiciera todo lo posible para evitarlos. Me pasó un día, por ejemplo, mientras atravesaba el aparcamiento para ir a la clase de inglés.
—¡Eh, cielo! —dijo una voz a mi espalda.
Me giré en redondo. Era un chico larguirucho de último año, con el pelo rubio y la cara llena de acné. Estaba en mi clase de biología, pero casi nunca asistía. Lo había visto a veces en la calle, fumando detrás de los contenedores de basura o derrapando salvajemente con su coche. Siempre iba flanqueado por tres amigos que se reían de un modo desagradable.
—Hola —musité, nerviosa.
—Me parece que no nos han presentado como es debido —dijo con una sonrisita—. Me llamo
Kirk.
—Encantada. —No le miré a los ojos. Había algo en su actitud que me incomodaba.
—¿No te han dicho nunca que tienes unas lolas estupendas? —me preguntó. Los que iban detrás sofocaban la risa.
—¿Perdón? —No había comprendido lo que decía.
—Me gustaría conocerte mejor, ya me entiendes. —Dio un paso hacia mí y me aparté instintivamente—. Vamos, no seas vergonzosa, nena.
—He de irme a clase.
—Seguro que puedes saltarte unos minutos —dijo, con mirada impúdica—. Me basta con uno rápido.
Me agarró del hombro.
—¡No me toques!
—¡Ah, es más peleona de lo que parece! —exclamó, sin dejar de reírse y agarrándome con más fuerza.
—¡Quítale las manos de encima!
Suspiré de alivio al ver que Xavier se plantaba a mi lado, erguido y desafiante. Me pegué a él instintivamente, sintiéndome a salvo. Se había apartado el pelo de la cara y entornaba sus ojos verdes con furia.
—No estaba hablando contigo —dijo Kirk, soltándome—. Esto no es asunto tuyo.
—Sus problemas son asunto mío también.
—¿Ah, sí? ¿Te ves capaz de pararme los pies?
—Tócala otra vez y verás —le advirtió Xavier.
—¿Quieres jaleo?
—Tú decides.
Xavier se quitó la chaqueta y se arremangó. Llevaba la corbata floja y, en la base de su garganta, vi brillar su crucifijo de plata. Su desarrollada musculatura resaltaba bajo la camisa del uniforme. Tenía un torso mucho más ancho que Kirk, cosa que este captó de un vistazo.
—Vamos, tío —le aconsejó uno de sus amigotes, y añadió bajando la voz—: Es Xavier Woods. Aquello pareció frenar a Kirk.
—¡Bah! —Escupió en el suelo, me lanzó una mirada asquerosa y se alejó airadamente.
Xavier me rodeó los hombros con el brazo y yo me arrimé más a él, aspirando su fresca fragancia.
—Algunos necesitarían que les enseñaran modales —dijo con desdén. Yo levanté la vista.
—¿Te habrías metido en una pelea por mí?
—Claro —respondió sin vacilar.
—Pero ellos eran cuatro.
—Me enfrentaría al ejército de Megatrón para defenderte.
—¿De quién?
Xavier sacudió la cabeza y sonrió.
—Siempre se me olvida que tenemos distintos puntos de referencia. Digamos que a mí no me dan miedo cuatro matones de poca monta.




Xavier no sabía gran cosa de ángeles, pero sí de la gente en general. Intuía lo que querían mucho mejor que yo y, por tanto, podía evaluar con más conocimiento de causa en quién confiar y con quién mantener una distancia prudencial. Yo no ignoraba que Ivy y Gabriel seguían preocupados por las consecuencias de nuestra relación, pero notaba que Xavier me proporcionaba una energía y una seguridad en mí misma que me volvía mucho más fuerte para ejercer el papel que me correspondiera en nuestra misión. Aunque él no acabase de entender la naturaleza de nuestra tarea en la Tierra, había tomado conciencia de que no debía distraerme ni apartarme de ella. Y al mismo tiempo, su inquietud por mi bienestar bordeaba la obsesión, porque llegaba a preocuparse por las cosas más insignificantes, como por ejemplo mi nivel energético.
—No has de preocuparte por mí —le recordé un día en la cafetería—. A pesar de lo que piense
Gabriel, sé cuidar de mí misma.
—Me limito a cumplir con mi cometido —replicó—. Por cierto, ¿ya has almorzado?
—No tengo hambre. Gabriel nos prepara unos desayunos monumentales.
—Toma, cómete esto —me dijo, lanzándome una barrita energética. Como atleta que era, siempre parecía llevar encima una provisión inagotable. Según la etiqueta, aquella contenía anacardos, coco, albaricoque y semillas.
—No puedo comérmelo. ¡Lleva alpiste!
—Son semillas de sésamo, están repletas de energía. No quiero que acabes agotada.
—¿Por qué habría de agotarme?
—Porque debes de tener bajo el nivel de glucosa en sangre, así que no discutas. Cuando se empeñaba en cuidar de mí, era preferible no discutir con él.
—Vale, mami —le dije, dándole un mordisco a aquella correosa barrita—. Por cierto, sabe a cartón.
Apoyé la cabeza en sus brazos fuertes y bronceados, reconfortada como siempre por su solidez.
—¿Tienes sueño? —me preguntó.
—Phantom se ha pasado la noche roncando y yo no he tenido valor para sacarlo de mi habitación.
Xavier dio un suspiro y me acarició la cabeza.
—A veces te pasas de buena. No creas que no he notado que sólo has dado un mordisco a esa barrita. Venga, termínatela.
—Por favor, Xavier, ¡alguien te va a oír!
Recogió la barrita y la paseó por el aire, emitiendo una especie de zumbido con los labios.
—Todavía será más embarazoso si tengo que empezar a jugar a los avioncitos.
—¿Qué avioncitos?
—Es un truco que emplean las madres para que coman los niños más testarudos.
Me eché a reír y aprovechó la ocasión para meterme volando la barrita dietética en la boca.
A Xavier le encantaba contar historias de su familia; y a mí escucharlas. Cuando se ponía a hablar, me quedaba totalmente absorta. Últimamente las anécdotas versaban sobre la boda inminente de su hermana mayor. Yo lo interrumpía con preguntas frecuentes, deseosa de conocer los detalles que él omitía. ¿De qué color eran los vestidos de las damas de honor? ¿Cómo se llamaba el primo al que habían reclutado para llevar los anillos? ¿Quiénes preferían un grupo de rock que un cuarteto de cuerda? ¿Al final serían de satén blanco los zapatos de la novia? Si no sabía la respuesta, me prometía averiguarla.
Mientras comía, Xavier me explicó que no había manera de que su madre y su hermana se pusieran de acuerdo en los detalles de la boda. Claire quería montar la ceremonia en el jardín botánico local, pero su madre opinaba que era un entorno demasiado «primitivo». Los Wood eran feligreses de la parroquia de Saint Mark’s, con la cual la familia había mantenido desde antiguo una estrecha relación. La madre deseaba que la boda tuviera lugar allí y, durante la última discusión, había llegado a amenazar con no asistir si la ceremonia no se celebraba en una Casa de Dios. Según ella, si los votos no se hacían en un lugar santificado ni siquiera tenían validez. Al final llegaron a un acuerdo: la ceremonia se haría en la iglesia y la recepción en un pabellón junto a la playa. Xavier sofocaba la risa mientras me contaba la historia, divertido por las extravagancias de las mujeres de su familia. Yo no podía dejar de pensar que su madre y Gabriel congeniarían a las mil maravillas.
A veces me sentía excluida de esa parte de su existencia. Era como si él llevase una doble vida:
la que compartía con su familia y sus amigos, y el profundo vínculo que lo unía a mí.
—¿No piensas nunca que no estamos hechos el uno para el otro? —le pregunté, apoyando la barbilla en las manos y tratando de descifrar su expresión.
—No, no lo pienso —dijo sin vacilar ni un segundo—. ¿Y tú?
—Bueno, lo único que sé es que esto no estaba previsto. Alguien ahí arriba ha metido la pata en serio.
—Lo nuestro no es ningún error —insistió Xavier.
—No, pero lo que digo es que hemos ido en contra del destino. No es esto lo que habían planeado para nosotros.
—Me alegro de la confusión, ¿tú no?
—Por mí sí.
—¿Pero?
—Pero no quiero convertirme en una carga para ti.
—No eres ninguna carga. Puedes resultar exasperante y no hacer caso de los consejos, pero nunca eres una carga.
—No soy exasperante.
—Se me olvidaba añadir que no tienes mucho ojo para conocer a la gente, ni siquiera a ti misma. Le alboroté el pelo, regodeándome con la sensación de suavidad que sentía en los dedos.
—¿Tú crees que le caería bien a tu familia? —pregunté.
—Claro. Confían en mi criterio para casi todas las cosas.
—Sí, pero… ¿y si me encontraran extraña?
—Ellos no son de ese estilo, pero, bueno, ¿por qué no lo averiguas tú misma? Ven este fin de
semana a conocerlos. Hace días que quería proponértelo.
—No sé —me escabullí—. Me siento incómoda entre desconocidos.
—Ellos no lo son —dijo—. Yo los conozco de toda la vida.
—Quiero decir para mí.
—Son parte de lo que yo soy, Beth. Significaría mucho para mí que pudieran conocerte. Ya han oído bastante de ti.
—¿Qué les has contado?
—Sólo lo buena que eres.
—Tan buena no soy. Si no, no estaríamos en esta situación.
—A mí nunca me han atraído las chicas completamente buenas. En fin, ¿vendrás?
—Me lo pensaré.
Yo había esperado que me lo pidiera y quería decirle que sí, pero temía en parte sentirme demasiado distinta de ellos. Después de lo que había oído de aquella madre tan conservadora, no me apetecía que me juzgaran. Xavier vio mi expresión.
—¿Cuál es el problema? —preguntó.
—Si tu madre es una mujer religiosa, quizá sea capaz de reconocer a un ángel caído cuando lo vea.
La objeción, una vez pronunciada en voz alta, sonaba bastante estúpida.
—Tú no eres un ángel caído. ¿Por qué has de ponerte tan melodramática?
—Lo soy en comparación con Ivy y Gabriel.
—Bueno, dudo mucho que mi madre vaya a darse cuenta. Yo tuve que enfrentarme con el escuadrón de Dios, ¿recuerdas? Y no traté de escaquearme.
—Eso es cierto.
—Entonces, decidido. Pasaré a buscarte el sábado a las cinco. Tu clase de literatura está a punto de empezar. Te acompaño.
Mientras recogía mis libros, resonó en la cafetería el eco de un trueno. La luz del sol que se colaba por los ventanales desapareció bruscamente y el cielo se oscureció, amenazando lluvia. Ya habíamos oído que el tiempo primaveral no iba a durar, pero resultaba decepcionante igualmente. La temporada lluviosa llegaba a ser muy fría en aquella parte de la costa.
—Está a punto de llover —dijo Xavier, mirando el cielo.
—Adiós, sol —gemí.
Apenas lo había dicho, empezaron a caer gruesas gotas. Y en un abrir y cerrar de ojos, una tupida cortina de lluvia estaba tamborileando en el techo de la cafetería. Miré a los estudiantes que cruzaban corriendo el claustro, cubriéndose la cabeza con la carpeta. Un par de chicas de tercero permanecían a cielo abierto, dejando que la lluvia las empapase y riéndose histéricamente. Se las iban a cargar cuando aparecieran en clase caladas hasta los huesos. Vi a Gabriel dirigiéndose hacia el ala de música con expresión preocupada. Su paraguas se inclinaba, azotado por el viento enfurecido que se había levantado.
—¿Vamos? —me dijo Xavier.
—Quedémonos un rato a mirar la lluvia. No hay nada muy interesante en literatura ahora mismo.
—¿Esa es la Beth mala?
—Me parece que hemos de revisar tu definición de mala. ¿No puedo quedarme contigo durante esta clase?
—¿Y que luego tu hermano me acuse de ser una mala influencia? Ni hablar. Por cierto, me he enterado de que hay un nuevo alumno. Un intercambio con un colegio de Londres. Y creo que está en tu clase. ¿No sientes curiosidad?
—No mucha. Tengo aquí todo lo que necesito. —Deslicé el dedo por su mejilla, disfrutando de la suavidad de sus contornos.
Xavier me tomó el dedo y me besó la punta antes de depositármelo con firmeza en mi regazo.
—Escucha, ese chico podría venirte como anillo al dedo. Según radio macuto ya lo han expulsado de tres colegios. Lo han enviado aquí para regenerarse, supongo que porque cualquier posibilidad de meterse en líos le queda muy lejos. Su padre es un magnate de los medios de comunicación. ¿Ahora estás más interesada?
—Tal vez un poquito.
—Bueno, ve a clase de literatura, a ver qué tal es.
—Vale, vale. Pero, oye, yo ya tengo conciencia; y bastante me atormenta por sí sola. No me hace falta otra.
—Yo también te quiero, Beth.




Al evocar más tarde aquel día, habría de recordar la lluvia y la expresión de Xavier. Aquel cambio de tiempo marcó también un cambio en nuestras vidas que ninguno de los dos habría podido prever. Mi vida en la Tierra hasta entonces había transcurrido entre dramas menores y angustias de adolescente, pero estaba a punto de descubrir que aquellos problemas habían sido sólo un juego de niños comparados con lo que vino a continuación. Supongo que eso sirvió para enseñarnos un montón sobre lo que era importante en la vida. Y no creo que hubiéramos podido evitarlo. Formaba parte de nuestra historia desde el principio. Al fin y al cabo, las cosas habían discurrido con relativa suavidad; era inevitable que tropezáramos con algún bache. Sólo que no esperábamos que el impacto fuese tan fuerte.
El bache en cuestión había venido desde Inglaterra y tenía nombre: Jake Thorn.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:02 pm

Capítulo 18: El Príncipe Oscuro






Aunque fuera de largo la más interesante de todas mis materias, no estaba de humor para una clase de literatura. Me apetecía quedarme más rato con Xavier; separarme de él me producía siempre una especie de dolor físico, como un calambre en el pecho. Cuando llegamos al aula, estreché sus dedos con más fuerza y lo atraje hacia mí. No importaba cuánto tiempo pasáramos juntos: nunca me parecía suficiente, siempre quería más. Cuando se trataba de él, me entraba un apetito voraz que no había modo de satisfacer.
—No pasa nada si llego unos minutos tarde —dije para engatusarle.
—Ni hablar —replicó Xavier, quitando uno a uno los dedos con los que lo agarraba de la manga
—. Vas a entrar puntualmente.
—Te estás convirtiendo en un repelente —rezongué.
Él no hizo caso y me puso los libros en las manos. Ahora casi nunca me dejaba llevar ningún peso cuando me acompañaba. La gente debía tomarme por una perezosa incurable viéndome deambular por ahí con las manos vacías, mientras Xavier me seguía cargado con mis pertenencias.
—Yo puedo llevar perfectamente mis propias cosas, Xav. No soy ninguna inválida, ¿sabes?
—Ya —respondió, lanzándome su adorable media sonrisa—. Pero a mí me gusta estar a tu disposición.
Antes de que pudiera detenerme, le eché los brazos al cuello y lo arrastré a un hueco entre las taquillas. La culpa era suya, qué caramba, por plantarse allí delante con aquel pelo castaño tan suave bailándole sobre los ojos, con la camisa del uniforme por fuera y el cordón de cuero trenzado ciñéndole la muñeca y casi confundiéndose con su piel bronceada. Si no quería que le atacara, que no se pusiera en mi camino.
Xavier dejó caer sus propios libros y me devolvió el beso con pasión, sujetándome el cuello con ambas manos y apretándose contra mí. Algunos rezagados que corrían a sus clases nos miraron con todo descaro.
—¡Buscaos una habitación! —nos soltó uno, pero nosotros no le hicimos ni caso. Durante ese momento el espacio y el tiempo se desvanecían: sólo existíamos nosotros dos, en nuestra propia dimensión personal, y yo apenas podía recordar dónde estaba ni quién era. No distinguía donde terminaba mi ser y empezaba el suyo. Lo cual me recordaba un pasaje de Jane Eyre en el que Rochester le dice a Jane que la ama como si fuera su propia carne. Así era exactamente como amaba a Xavier.
Entonces se separó de mí.
—Es usted muy mala, señorita Church —jadeó, con una sonrisa en los labios y una voz remilgada
—. Y yo estoy totalmente indefenso ante sus encantos. Bueno, ahora creo que llegamos tarde los dos.
Por suerte para mí, la señorita Castle no era el tipo de profesora que se preocupara por la puntualidad. En cuanto entré y fui a sentarme entre las primeras filas, me entregó una carpeta.
—Hola, Beth —me dijo—. Estábamos hablando de la introducción al primer trimestre. He decidido asignaros un trabajo de escritura creativa por parejas. Habréis de preparar juntos y leer en clase un poema sobre el amor, como preludio para el estudio que realizaremos acto seguido de los grandes poetas románticos: Wordsworth, Shelley, Keats y Byron. Antes de empezar, ¿alguien tiene algún poema favorito que desee compartir con todos nosotros?
—Yo tengo uno —dijo una voz refinada desde el fondo.
Me volví para identificar quién poseía aquel inconfundible acento inglés. Todo el mundo había enmudecido de asombro. Era el nuevo. «Qué valor —pensé—. Mira que meterse en semejante compromiso el primer día…». O eso, o era un tremendo vanidoso.
—¡Gracias, Jake! —gorjeó la señorita Castle con entusiasmo—. ¿Quieres venir a recitarlo?
—Desde luego.
El chico que avanzaba con aplomo entre las filas no era como yo había esperado. Había algo en su apariencia que hizo que se me encogiera el estómago. Era alto y delgado, y su pelo largo, oscuro y liso se le desparramaba sobre los hombros. Tenía pómulos prominentes, lo que le daba un aire demacrado. Su nariz se curvaba ligeramente en la punta y sus ojos oscuros se agazapaban bajo unas cejas muy marcadas.
Iba con tejanos negros y una camiseta del mismo color, y tenía tatuada una serpiente que se enroscaba alrededor de su antebrazo. El hecho de no llevar uniforme en su primer día no parecía preocuparle demasiado. Es más: se movía con la firmeza y la arrogancia de quien se considera por encima de las normas. No podía negarse: era guapísimo. Pero había algo en él que iba más allá de la belleza. ¿Gracia, encanto, elegancia?, ¿o algo más peligroso?
Su mirada provocativa barrió toda la clase. Antes de que yo pudiera bajar la vista, sus ojos se encontraron con los míos y permanecieron un rato observándome. Luego esbozó una sonrisa aplomada.
—«Annabel Lee», un romance de Edgar Allan Poe —anunció con toda calma—. Quizás os interese saber que Poe se casó con su prima de trece años, Virginia, cuando él tenía veintisiete. Ella murió dos años más tarde de tuberculosis.
Todo el mundo lo miraba hechizado. Cuando al fin empezó a recitar, su voz pareció derramarse como un almíbar e inundar la clase entera.



Hace largos, largos años, En un reino frente al mar,
Vivía una hermosa doncella, Annabel, Llamadla así: Annabel Lee,
Que sólo deseaba que la amara, Que sólo quería amarme a mí.

Aunque muy niños los dos, En aquel reino nos amamos La bella Annabel Lee y yo,
Con un amor sin igual
Que los serafines desde el cielo
Envidiaban con rencor.

Y fue así que de las nubes, En aquel reino junto al mar Surgió un mal viento helado, Ay, Annabel, hace ya tanto,
Y me la dejó yerta en las manos. Yerta y helada, sus deudos Vinieron y me la arrebataron Para encerrarla frente al mar
En un sepulcro de mármol.

No tan dichosos allá en el cielo, Por celos de ella y de mí,
Fueron los ángeles traicioneros (Bien lo saben en aquel reino) Quienes alzaron de noche al viento Dejando helada a mi Annabel Lee.

Pero más fuerte era nuestro amor
Que el amor de otros más sabios
O de los que sólo nos aventajaban en años. Y ni los ángeles que están en lo alto,
Ni los demonios en las honduras del mar, Podrán separarme jamás de ti,
Mi bella, mi dulce Annabel Lee.

Pues no brilla la luna sin decirme en sueños
Annabel, Annabel Lee,
Ni se alzan las estrellas sin hablarme de los ojos
De mi bella Annabel Lee.
Y así permanezco la noche entera con ella
Mi amada, mi vida, mi novia sin par, En aquel sepulcro de la orilla,
En su tumba resonante junto al mar.



No se me escapó, cuando Jake terminó de recitar, que todas las mujeres de la clase, incluida la señorita Castle, lo miraban extasiadas como si su caballero andante acabara de llegar con su reluciente armadura. Incluso yo misma debía reconocer que su actuación había resultado impresionante. Había declamado de un modo conmovedor, como si Annabel Lee hubiera sido el amor de su vida. A juzgar por su manera de mirarlo, algunas chicas parecían dispuestas a abalanzarse sobre él para consolarlo por su pérdida.
—Una interpretación muy expresiva —susurró la señorita Castle—. Debemos recordarlo para cuando llegue la velada de jazz y poesía. Bueno, estoy segura de que esto habrá servido para inspiraros y sugeriros ideas de vuestra propia cosecha. Ahora quiero que os juntéis por parejas y que discutáis ideas para el poema. La forma es totalmente libre. Dad rienda suelta a vuestra imaginación. Cualquier licencia poética será bienvenida.
La gente empezó a cambiar de asiento y a distribuirse de dos en dos. De vuelta a su sitio, Jake se
detuvo frente a mi mesa.
—¿Quieres que vayamos juntos? —me susurró—. Tengo entendido que tú también eres nueva.
—Bueno, ya llevo un tiempo aquí —respondí, no muy contenta con la comparación.
Jake interpretó mi respuesta como un sí y se sentó sin más a mi lado. Luego se arrellanó cómodamente en su silla, con las manos en la nuca.
—Me llamo Jake Thorn —dijo, mirándome con sus ojos oscuros entornados y tendiéndome la mano: la cortesía en persona.
—Bethany Church —repuse, ofreciéndole mi mano con cautela.
En lugar de estrechármela, como yo esperaba, le dio la vuelta y se la llevó a los labios con un ridículo gesto de galantería.
—Es un gran placer conocerte.
Estuve a punto de soltar una carcajada. ¿Pretendía que me lo tomase en serio? ¿Dónde creía que estábamos? No me reí porque me quedé mirándolo a los ojos. Eran de color verde oscuro y poseían una intensidad llameante. Y no obstante, había un matiz hastiado en su expresión que sugería que había vivido mucho más que la mayoría de los chicos de su edad. Su mirada me recorrió de arriba abajo y tuve la sensación de que no se había dejado nada. Llevaba un colgante de plata alrededor del cuello: una media luna con extraños símbolos grabados.
Tamborileó con los dedos en la mesa.
—Bueno —dijo—, ¿alguna idea? Yo lo miré desconcertada.
—Para el poema —me recordó, enarcando una ceja.
—Empieza tú. Yo aún estoy pensando.
—Muy bien. ¿Prefieres alguna metáfora en particular? ¿Una selva exuberante?, ¿el arco iris?,
¿algo por el estilo? —Se echó a reír como si fuera un chiste privado—. Yo tengo debilidad por los reptiles.
—¿Y eso qué se supone que significa? —pregunté con curiosidad.
—Tener debilidad por algo significa que te gusta.
—Ya sé lo que significa, pero ¿por qué los reptiles?
—Piel dura y sangre fría —dijo Jake con una sonrisa.
Repentinamente se desentendió de mí y garabateó una nota en un trozo de papel. Lo estrujó en una bola y se la lanzó a las dos chicas góticas, Alicia y Alexandra, que estaban en la fila de delante, inclinadas sobre sus cuadernos, escribiendo con brío. Se volvieron a mirar enojadas, pero cambiaron de expresión en cuanto vieron quién era el remitente. Entonces se apresuraron a leer la nota y a cuchichear entre ellas, muy excitadas. Alicia le echó una miradita a Jake por debajo del flequillo y asintió de un modo casi imperceptible. Jake guiñó un ojo y volvió a arrellanarse en su asiento con aire satisfecho.
—O sea que el tema es el amor —prosiguió como si nada.
—¿Cómo? —pregunté estúpidamente.
—Para nuestro poema. —Me miró de soslayo—. ¿Ya has vuelto a olvidarlo?
—Estaba distraída.
—¿Preguntándote qué les he dicho a esas chicas? —comentó con picardía.
—¡No! —me apresuré a responder.
—Sólo pretendo hacer amistades —dijo, ahora con una expresión franca e inocente—. Siempre es duro ser el nuevo.
Sentí una punzada de compasión.
—Estoy segura de que harás amigos muy deprisa —le dije—. Todo el mundo fue muy amable cuando llegué. Y cuenta conmigo si necesitas que alguien te enseñe todo esto.
Sus labios se retorcieron en una sonrisa.
—Gracias, Bethany. Te tomo la palabra.
Permanecimos durante un rato en silencio, sopesando ideas, hasta que Jake me hizo otra pregunta.
—Oye, ¿qué hacéis aquí para divertiros?
—Bueno… —Hice una pausa—. Yo paso la mayor parte del tiempo con mi familia. Y con mi novio.
—¡Ah, conque hay un novio! ¡Qué bueno! —Sonrió—. No es que me sorprenda. Naturalmente que tienes novio… con esa cara. ¿Quién es el afortunado?
—Xavier Woods —contesté, avergonzada por su cumplido.
—¿Tiene intención de tomar los hábitos pronto? Fruncí el ceño.
—Es un nombre muy bonito —repliqué a la defensiva—. Quiere decir «luz». ¿No has oído hablar de san Francisco Javier?
Él sonrió con aire burlón.
—¿No era el que perdió la chaveta y se fue a una cueva?
—En realidad —lo corregí— a mí me parece más bien que decidió vivir con sencillez y renunciar a las comodidades mundanas.
—Ya veo. Perdón por el error.
Me removí incómoda en mi asiento.
—¿Y qué te parece tu nuevo hogar? —me preguntó más tarde.
—Venus Cove es muy agradable para vivir. La gente es auténtica —respondí—. Aunque alguien como tú quizá lo encuentre aburrido.
—No lo creo —dijo, mirándome—. Ya no, si hay gente como tú.
Sonó el timbre y recogí a toda prisa mis libros, deseosa de reunirme con Xavier.
—Nos vemos, Bethany —dijo Jake—. Quizá seamos más productivos la próxima vez.
Me asaltó una sensación de inseguridad cuando le di alcance a Xavier junto a las taquillas. Me sentía intranquila y lo único que deseaba era acomodarme entre sus brazos protectores, a pesar de que ya me pasaba así la mayor parte del día. En cuanto guardó sus libros, me acurruqué contra su pecho y me aferré a él como una lapa.
—Uau —dijo, estrechándome con fuerza—. Yo también me alegro de verte. ¿Estás bien?
—Sí —respondí, enterrando la cara en su camisa y aspirando su fragancia—. Te echaba de menos, nada más.
—Sólo hemos estado separados una hora. —Rio—. Venga, salgamos de aquí.
Caminamos hasta el aparcamiento. Gabriel e Ivy le habían dado permiso para llevarme a casa en coche de vez en cuando, cosa que él consideraba un gran progreso. Lo tenía aparcado en el sitio de siempre, a la sombra de una hilera de robles, y se adelantó a abrirme la puerta. No sabía qué se creía que iba a pasarme si me dejaba abrirla a mí misma. Quizá temía que se desprendiera de las bisagras y me aplastara, o que yo me torciera la muñeca al manejar la palanca. O acaso era que lo habían educado con excelentes modales anticuados.
Xavier no arrancó el motor hasta que coloqué en el asiento de atrás la mochila y me puse el cinturón de seguridad. Gabriel le había explicado que yo era la única de nosotros tres que podía sufrir heridas y dolor: mi forma humana podía resultar dañada. Xavier se lo había tomado muy a pecho y salió del aparcamiento con un aire de intensa concentración.
Pese a su prudencia, sin embargo, no pudo impedir lo que sucedió a continuación. Cuando ya salíamos a la avenida, una reluciente moto negra salió disparada de improviso y se nos cruzó por delante. Xavier frenó bruscamente, haciendo derrapar el coche y evitando por poco la colisión. Viramos a la derecha y chocamos con el bordillo. Yo me fui hacia delante; el cinturón me paró en seco y me retuvo contra el asiento con un doloroso tirón. La moto se alejó rugiendo calle abajo, dejando una estela de gases. Xavier lo miró mudo de asombro antes de volverse para comprobar que yo estaba bien. Sólo al ver que no me había pasado nada, dio rienda suelta a su rabia.
—¿Quién demonios era ese? —rugió—. ¡Menudo idiota! ¿Has visto cómo conducía? Si llego a averiguar quién es, que el Cielo me ayude, te aseguro que lo voy a moler a palos.
—No se le veía la cara con ese casco —murmuré.
—Ya nos enteraremos —gruñó Xavier—. No se ven muchas Kawasaki Ninja ZX-14 por aquí.
—¿Cómo es que conoces tan bien el modelo?
—Soy un chico. Me gustan las motos.
Xavier me llevó a casa todavía furioso. Escrutaba el tráfico y no les quitaba ojo a los conductores vecinos, como si el incidente pudiera repetirse. Cuando nos detuvimos frente a Byron, ya se había calmado un poco.
—He preparado limonada —nos dijo Ivy abriendo la puerta. Tenía un aire tan doméstico con su delantal que a los dos se nos escapó una sonrisa—. ¿Por qué no pasas, Xavier? —le preguntó—. Puedes hacer los deberes con Bethany.
—Uh, no, gracias. Le he prometido a mi madre que le haría unos recados —dijo, eludiendo la invitación.
—Gabriel no está.
—Ah, bueno, entonces sí. Gracias.
Mi hermana nos hizo pasar y cerró la puerta. Phantom salió disparado de la cocina al oírnos y se abalanzó sobre nuestras piernas a modo de saludo.
—Primero los deberes; luego el paseo —le dije.
Desplegamos los libros sobre la mesa del comedor. Xavier tenía que terminar un trabajo de psicología y yo había de analizar una viñeta humorística para la clase de historia. La viñeta mostraba al rey Luis XVI, de pie junto al trono, al parecer muy satisfecho de sí mismo. Mi tarea consistía en interpretar el significado de los objetos que había alrededor.
—¿Cómo se llama eso que sujeta en la mano? —le pregunté a Xavier—. No lo veo bien.
—Parece un atizador —respondió.
—Dudo muchísimo que Luis XVI se ocupara de atizar el fuego. Yo diría que es un cetro. ¿Y qué es lo que lleva puesto?
—Hum… ¿un poncho? —sugirió Xavier. Puse los ojos en blanco.
—Voy a sacar un sobresaliente con tus consejos.
A decir verdad, ni la tarea que me habían asignado ni las notas con las que recompensaran mis esfuerzos me interesaban lo más mínimo. Las cosas que deseaba aprender no venían en los libros; procedían de la experiencia y de la relación con la gente. Pero Xavier estaba concentrado en su trabajo de psicología y no quería distraerlo más, así que volví a examinar la viñeta. Mi capacidad de atención resultó muy efímera.
—Si pudieras rectificar una sola cosa de toda tu vida, ¿cuál sería? —le pregunté, mientras le hacía cosquillas a Phantom en el hocico con las plumas de mi bolígrafo de fantasía. Él lo agarró entre los dientes, creyendo que era un bicho peludo, y se alejó muy ufano con él.
Xavier dejó su propio bolígrafo y me miró, socarrón.
—¿No querrás decir: cuál es la variable independiente en el Experimento de la Prisión de
Stanford?
—Vaya rollo —dije.
—Me temo que no todos hemos recibido la bendición del conocimiento divino. Di un suspiro.
—No entiendo cómo te interesan estas cosas.
—No me interesan. Pero no me queda otro remedio —dijo—. He de entrar en la universidad y conseguir un trabajo si quiero seguir adelante. Esa es la realidad. —Se echó a reír—. Bueno, no en tu caso, supongo; pero en el mío seguro que sí.
No tenía respuesta. Sólo de imaginarme a Xavier haciéndose mayor, obligado a trabajar un día sí y otro también para mantener a una familia hasta la muerte, me daban ganas de llorar. Yo quería que su vida fuera más fácil y que la pasara conmigo.
—Lo siento —murmuré.
Él deslizó su silla para acercarse más.
—No lo sientas. Yo preferiría mucho más hacer esto…
Se inclinó y me besó el pelo, deslizando lentamente los labios hasta encontrar mi barbilla y, finalmente, mi boca.
—Preferiría mucho más pasarme todo el tiempo hablando contigo, estando a tu lado, descubriéndote —añadió—. Pero aunque me haya metido en esta locura, eso no significa que pueda abandonar todos mis otros planes. No podría, por mucho que lo deseara. Mis padres esperan que entre en una universidad de elite. —Frunció el ceño—. Es muy importante para ellos.
—¿Y para ti? —pregunté.
—Supongo que también —respondió—. ¿Qué otra cosa puedo hacer?
Asentí. Yo sabía bien lo que era tener que cumplir las expectativas de tu familia.
—Has de hacer algo que te satisfaga también a ti —le dije.
—Por eso estoy contigo.
—¿Cómo se supone que voy a estudiar si me sigues diciendo cosas como esta? —me quejé.
—Tengo muchas más guardadas del mismo estilo —dijo, burlón.
—¿A eso dedicas tu tiempo libre?
—Me has pillado. Lo único que hago es prepararme frases para impresionar a las mujeres.
—¿A las mujeres?
—Perdón. A una mujer —rectificó al ver cómo me enfurruñaba—. Una mujer que vale por mil.
—Venga ya, cierra el pico. No trates de arreglarlo ahora.
—Tan misericordiosa —Xavier sacudió la cabeza—, tan compasiva y dispuesta a perdonar.
—No te pases, amigo —le dije, adoptando voz de matón. Xavier bajó la cabeza.
—Te pido perdón… Jo, soy un calzonazos.
Continué con mi tarea de historia mientras él acababa de redactar su informe. Aún le quedaban un montón de deberes, pero al final quedó claro que yo representaba una distracción excesiva. Justo cuando acababa de resolver su tercer problema de trigonometría, noté su mano deslizándose sobre mi regazo. Le di un ligero cachete.
—Continúa estudiando —le dije cuando levantó la vista—. Nadie te ha dado permiso para parar. Sonrió y escribió algo al pie de la hoja. Ahora la solución decía:



Halla x si (x)=2sen3x, sobre el dominio —22>x>22 x=Beth



—¡Para de hacer el tonto!
—¡De eso nada! ¡Es la verdad! Tú eres mi solución para todo —replicó—. El resultado final siempre eres tú. X siempre es igual a Beth.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:02 pm

Capítulo 19: Entre los Wood






Me tenía inquieta la perspectiva de conocer el sábado a la familia de Xavier. Ya me había invitado varias veces y no podía negarme sin dar la impresión de que no tenía el menor interés. Además, él no iba a aceptar un no por respuesta.
No es que yo no quisiera conocerlos; pero más bien me daba terror la reacción que pudieran tener al conocerme a mí.
En el colegio, pasados los nervios del primer día, nunca me había preocupado demasiado la impresión que pudiera causar. Pero en el caso de la familia de Xavier la cosa cambiaba; ellos sí eran importantes. Yo deseaba caerles bien y quería que pensaran que Xavier había salido ganando al conocerme. En definitiva, deseaba contar con su aprobación. Molly me había explicado un sinfín de historias sobre su ex novio, un tal Kyle, a quien sus padres nunca habían mirado con buenos ojos, hasta el punto de no permitirle entrar en su casa. Estaba segura de que el clan de los Wood no se pondría en mi contra hasta ese extremo, pero si no llegaba a gustarles, su influencia podía pesar lo suficiente como para afectar a los sentimientos de Xavier.
El sábado, Xavier apareció con su coche en el sendero cuando apenas faltaban dos minutos para las cinco, tal como habíamos quedado. Nos dirigimos hacia su casa, que se hallaba en la otra punta del pueblo: un trayecto de unos diez minutos. Al llegar a su calle, me zumbaban en el cerebro un centenar de pensamientos negativos. ¿Y si creían que mi palidez natural se debía a una enfermedad o a una adicción a las drogas? ¿Y si pensaban que no estaba a la altura de Xavier y que él se merecía algo mejor? ¿Y qué pasaría si hacía o decía sin querer algo embarazoso, como solía ocurrirme cuando me ponía nerviosa? ¿Y si sus padres, ambos médicos, percibían que había algo raro en mí?
¿No formaba parte de su trabajo darse cuenta de esas cosas? ¿Y si Claire o Nicola pensaban que mi ropa estaba pasada de moda? En realidad, no creía que por ese lado tuviera que haber ningún problema, porque Ivy me había ayudado a elegir el conjunto: un vestido azul marino de crepé con cuello redondo y botones de color crema. En palabras de Molly, elegante y con un toque francés. Pero todo lo demás estaba en el aire y dibujaba un gran interrogante.
—¿Por qué no te relajas? —dijo Xavier cuando me pasé las manos por el pelo y me alisé el vestido por décima vez desde que habíamos salido—. Casi te oigo el corazón desde aquí. Son buena gente, van a la iglesia todos los domingos. Has de gustarles a la fuerza. Y si no fuera así, lo cual es imposible, no te darías ni cuenta. Pero te van a adorar; ya te adoran.
—¿Qué quieres decir?
—Les he hablado de ti y se mueren por conocerte desde hace tiempo —dijo—. O sea que deja de comportarte como si fueras a encontrarte con el verdugo.
—Podrías ser más comprensivo —repliqué de mal humor—. Tengo motivos para preocuparme.
¡Eres tan antipático a veces!
Xavier estalló en carcajadas.
—¿Me has llamado antipático?
—Por supuesto. ¡Te importa un bledo que esté nerviosa!
—Claro que me importa —dijo, armándose de paciencia—. Pero te estoy diciendo que no tienes por qué preocuparte. Mi madre ya es tu fan número uno y todos esperan con emoción el momento de conocerte. Durante un tiempo albergaron la sospecha de que eras una invención mía. Te lo cuento para que te sientas mejor, porque me importa cómo te sientes, y ahora exijo que retires ese insulto. No puedo seguir viviendo con el estigma de haber sido tildado de «antipático».
—Lo retiro. —Me eché a reír—. Pero eres un zopenco.
—Mi autoestima está sufriendo hoy un rapapolvo —dijo, meneando la cabeza—. Primero antipático, ahora zopenco… Esto supongo que me convierte en un zopenco antipático.
—Es que estoy nerviosa. —Se me borró la sonrisa—. ¿Y si me comparan con Emily? ¿Y si no creen que esté a su altura?
—Beth. —Xavier tomó mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo—. Eres una persona increíble. Eso lo verán de entrada. Además, a mi madre no le gustaba Emily.
—¿Por qué?
—Era demasiado impulsiva.
—¿En qué sentido? —pregunté.
—Tenía problemas —contestó Xavier—. Sus padres estaban divorciados, ella no veía a su padre y a veces hacía cosas sin pensárselas. Yo siempre estaba ahí para mantenerla a salvo, gracias a Dios, pero esa manera de ser no le granjeó demasiadas simpatías entre mi familia.
—Si pudieras cambiar el destino y tenerla otra vez contigo, ¿lo harías? —pregunté.
—Emily está muerta —respondió—. Así han sido las cosas. Luego apareciste tú. Tal vez entonces estaba enamorado de ella, pero ahora estoy enamorado de ti. Y si volviera mañana, seguiría siendo mi mejor amiga, pero tú serías mi novia igualmente.
—Perdona, Xav —murmuré—. A veces tengo la sensación de que sólo estás conmigo porque perdiste a la chica para la que estabas predestinado.
—¿Pero es que no te das cuenta, Beth? —insistió—. Mi destino no era estar con Em; mi destino era amarla y perderla. Tú eres la persona para la que estoy predestinado.
—Creo que ahora lo entiendo. —Cogí su mano y se la apreté un poco—. Gracias por explicármelo. Ya sé que parezco una cría.
Él me guiñó un ojo.
—Una cría adorable.




En casa de Xavier todo tenía un aire confortable. Era un edificio grande y bastante nuevo, de estilo neogeorgiano, con setos pulcramente recortados y una puerta principal reluciente flanqueada de columnas. Adentro, las paredes estaban pintadas de blanco y había parquet de madera en el suelo. La parte delantera, con un lujoso salón, estaba reservada a los invitados, mientras que el espacio
diáfano de detrás, que se abría a una terraza con piscina, era donde pasaba la mayor parte del tiempo aquella familia de ocho miembros. Había unos enormes sofás con mullidos cobertores frente a una televisión de pantalla plana montada en la pared. La mesa estada atestada con un surtido de cachivaches de chicas adolescentes; en una esquina había una cesta de ropa doblada y, junto a la puerta trasera, se veían alineados varios pares de zapatillas. En la pared opuesta a la tele había un rincón de juegos con una colección entera de Barbies, camiones y puzles, sin duda pensado para tener entretenidos a los más pequeños. Un gato rojizo se acurrucaba en una canasta.
Quizá tenía que ver con el olor a comida que había en el aire o con las voces que resonaban al fondo, pero todo el lugar daba una sensación acogedora a pesar de su tamaño.
Xavier me llevó a una cocina enorme donde su madre trataba frenéticamente de terminar de cocinar y de arreglar la casa al mismo tiempo. Parecía a cien por hora, pero aun así se las arregló para dedicarme una cálida sonrisa cuando entré. Reconocí las facciones de Xavier en las suyas a primera vista. Ambos tenían la misma nariz recta y unos vívidos ojos azules.
—¡Tú debes de ser Beth! —dijo, poniendo una sartén a fuego lento y acercándose para darme un abrazo—. Hemos oído hablar mucho de ti. Yo soy Bernadette, aunque puedes llamarme Bernie como todo el mundo.
—Encantada de conocerla, Bernie. ¿Necesita ayuda? —le pregunté enseguida.
—¡Vaya, eso no se oye muy a menudo por aquí! —respondió.
Me tomó del brazo y me mostró un montón de servilletas que doblar y una pila de platos que secar. El padre de Xavier, que estaba encendiendo la barbacoa en la terraza, bajo la sombra de unos toldos triangulares, entró un momento a saludarme. Era un hombre alto y delgado, con una mata de pelo castaño y gafas redondas de profesor. Ahora entendía de dónde le venía a Xavier su estatura.
—¿Ya la habéis puesto a trabajar? —dijo con una risotada, estrechándome la mano y presentándose como Peter.
Xavier me dio un apretón en el hombro y salió para ayudar a su padre con la barbacoa. Mientras ponía la mesa con Bernie, observé el maravilloso desorden doméstico que reinaba en la casa. Había un partido de béisbol en la televisión y oía ruido de pasos arriba, y también las notas de una pieza sencilla de clarinete que alguien debía de estar ensayando. Bernie se afanaba a mi lado, poniendo fuentes sobre la mesa. Era todo deliciosamente cotidiano y normal.
—Perdona el desbarajuste —me dijo, disculpándose—. El otro día fue el cumpleaños de Jasmine y está todo manga por hombro.
Sonreí. No me importaba que imperase el desorden. Para mi sorpresa, me sentía como en casa.
—¡Te dije que no tocases mis cuchillas de afeitar! —gritó una chica mientras bajaba ruidosamente las escaleras.
Xavier, que había entrado a recoger unos platos, dio un suspiro exagerado.
—Ahora sería el momento si quieres escapar —susurró.
—¡Por el amor de Dios, tienes un paquete entero! ¡Deja ya de lloriquear! —replicó otra voz.
—Era la última y ahora ha quedado impregnada de tus células asquerosas. —Sonó un violento portazo y apareció una chica de rizos castaños recogidos con una cinta. Llevaba unos pantalones cortos de licra, como si acabase de hacer deporte, y un top rojo sin mangas—. Mamá, ¿quieres
decirle a Claire que no se meta más en mi habitación?
—¡No he entrado en tu habitación! ¡Te la has dejado en el baño! —gritó Claire desde detrás de la puerta.
—¿Por qué no te largas de una vez y te vas a vivir con Luke? —le replicó a voz en cuello su hermana.
—¡Lo haría si pudiera, créeme!
—¡Te odio! ¡No hay derecho!
De repente la chica pareció advertir mi presencia y dejó de gritar para examinarme de arriba a abajo.
—¿Quién es esta? —preguntó con brusquedad.
—¡Nicola! —la reprendió su madre—. ¿Dónde están tus modales? Es Beth. Beth, acércate, esta es mi hija de quince años, Nicola.
—Encantada de conocerte —dijo de mala gana—. Aunque no entiendo cómo se te ocurre salir con él —añadió, señalando con la cabeza a Xavier—. Es un pringado total y sus chistes dan pena.
—Nicola está atravesando ahora mismo la crisis de la adolescencia y ha perdido el sentido del humor —me explicó Xavier—. De lo contrario, apreciaría mi ingenio.
Nicola le dirigió una mirada asesina. Yo me vi liberada de hacer comentarios porque en ese momento hizo su entrada la hermana mayor, Claire. Tenía el pelo liso como Xavier y le caía suelto sobre los hombros. Llevaba una chaqueta de punto negra y botas altas. A pesar del duelo de berridos al que acababa de asistir, se le veía en la cara que era simpática.
—Uau, Xavier, ¡no nos habías dicho que Beth fuera tan despampanante! —dijo, acercándose y dándome un abrazo.
—En realidad sí lo dije —replicó Xavier.
—Pues no te creímos. —Claire se echó a reír—. Hola, Beth, bienvenida al zoológico.
—Enhorabuena por tu compromiso —dije.
—Gracias, aunque es un momento muy desquiciante, no sé si Xavier te habrá puesto al corriente. Ayer mismo recibí una llamada de la empresa de cátering diciendo…
Xavier sonrió y nos dejó que siguiéramos charlando. No es que yo tuviera mucho que decir, pero Claire hablaba por los codos de la organización de la boda y, por mi parte, la escuchaba encantada. Me intrigaba que una ocasión tan feliz tuviera que ser tan complicada. Según ella, todo lo que podía salir mal estaba saliendo mal, y no dejaba de preguntarse si habría roto un espejo o algo así para merecer tan mala suerte.
Bernie entró en la cocina buscando a Xavier, que se asomó por la puerta trasera con unas tenazas en la mano.
—Xavier, cariño, sube un momento y haz bajar a los pequeños para que conozcan a Beth. Están viendo El rey león. —Bernie se volvió hacia mí—. Es la única manera de tenerlos tranquilos un rato.
Xavier me guiñó un ojo y desapareció por el pasillo. Al cabo de dos minutos, lo oí bajar por la escalera; sus pasos rápidos y firmes seguidos de otros más livianos, de piececitos descalzos bajando en tropel. Madeline y Michael eran los más pequeños: rubios, con grandes ojos castaños y la cara manchada de chocolate. Jasmine, que acababa de cumplir nueve años, era una niña muy seria de
enormes ojos azules. Llevaba el pelo largo, al estilo de Alicia en el País de las Maravillas, recogido con una cinta de raso.
—¡Beth! —exclamaron Michael y Madeline, tras un breve instante de timidez. Vinieron corriendo y, tomándome cada uno de una mano, me arrastraron al rincón de juegos. Bernie no sabía muy bien si permitir aquel asalto, pero a mí no me importaba. Siempre me habían gustado las almas infantiles, y aquello venía a ser lo mismo, sólo que con más alboroto.
—¿Jugarás con nosotros? —me rogaron.
—Ahora no —dijo Bernie—. Esperad a que terminemos de cenar para molestar a la pobre Beth.
—Yo me siento a su lado —anunció Michael.
—No, me siento yo —dijo Madeline, dándole un empujón—. Yo la he visto primero.
—¡No, señora!
—¡Sí, señor!
—Eh, eh. Los dos podéis sentaros al lado de Beth —dijo Claire, agarrándolos y haciéndoles cosquillas.
De pronto noté a mi lado la presencia de una figura menuda. Jasmine me miraba desde abajo con sus grandes ojos claros.
—Hacen mucho ruido —murmuró—. A mí me gusta el silencio. Xavier, que acababa de entrar, se rio y le alborotó el pelo.
—Esta es muy pensativa —dijo—. Siempre en las nubes con las hadas.
—Yo creo en las hadas —dijo Jasmine—. ¿Y tú?
—Desde luego —respondí, arrodillándome junto a ella—. Yo creo en todas esas cosas: hadas, sirenas y ángeles.
—¿En serio?
—Sí. Y entre tú y yo: las he visto.
Jasmine abrió mucho los ojos, y también su boquita de labios rosados.
—¿De veras? Ojalá pudiera verlas.
—Claro que puedes. Sólo tienes que mirar con mucha atención. A veces las encuentras donde menos te lo esperas.
Cuando llegó el momento de sentarse a cenar descubrí que Bernie y Peter habían preparado un festín, pero me entró una repentina inquietud al ver todas aquellas fuentes de carne de cerdo, salchichas y costillas asadas en la barbacoa. Xavier debía de haber olvidado decirles que yo no comía carne. No era tanto una cuestión ética, sino sencillamente que nuestra constitución no toleraba bien la carne. Nos resultaba difícil digerirla y nos dejaba aletargados. Pero incluso de no haber sido así, yo no habría querido probarla. La sola idea me revolvía el estómago. Y sin embargo, se habían tomado tantas molestias que no conseguía reunir el valor para decírselo.
Por suerte, no tuve que hacerlo yo.
—Beth no come carne —dijo Xavier sin darle mayor importancia—. ¿No os lo había dicho?
—¿Por qué no? —preguntó Nicola.
—Busca «vegetariano» en el diccionario —replicó en plan sarcástico.
—No importa, cielo —dijo Bernie, tomando mi plato y llenándolo de patatas, verduras asadas y
ensalada de arroz—. No hay problema. —Y siguió echando aunque el plato ya estaba repleto.
—Mamá… —Xavier se lo quitó de las manos y me lo puso delante—. Me parece que ya tiene de sobras.
Una vez servido todo el mundo, vi que Nicola cogía sin más el tenedor. Ya se disponía a tomar un bocado de arroz cuando su madre la detuvo con una mirada fulminante.
—Xavier, cariño, ¿quieres bendecir la mesa?
Nicola dejó caer el tenedor adrede con gran estrépito.
—Chist… —susurró Jasmine.
Toda la familia bajó la cabeza. Claire sujetó a Madeline y Michael para que se estuvieran quietos.
Xavier se persignó.
—Demos gracias al Señor por los alimentos que vamos a recibir. Y tengamos presentes, por amor a Jesús, a los que pasan necesidad. Amén.
Al terminar, levantó la vista y me miró una fracción de segundo a los ojos antes de dar un sorbo de soda. Había en su mirada un entendimiento y una lealtad hacía mí tan profunda que me dio la sensación de que nunca lo había amado tanto.
—Bueno, Beth —dijo Peter—, Xavier nos ha contado que te has trasladado aquí con tu hermano y tu hermana.
—Exacto —asentí. Ya notaba que se me atragantaba la comida ante la cuestión inevitable: «¿Y
qué me dices de tus padres?». Pero la pregunta no llegó a producirse.
—Me encantaría conocerlos —se limitó a decir Bernie—. ¿También son vegetarianos? Sonreí.
—Lo somos los tres.
—Qué raro —dijo Nicola.
Bernie la taladró con la mirada, pero Xavier se echó a reír.
—Ya descubrirás que el mundo está lleno de vegetarianos, Nic —le dijo.
—¿Tú eres novia de Xavier? —intervino Michael, mientras mareaba las alubias por el plato y las pinchaba con el tenedor.
—No juegues con la comida —le dijo Bernie, pero Michael no la escuchaba. Me miraba fijamente, aguardando una respuesta.
Me volví hacia Xavier, sin saber lo que debía o no debía decir delante de su familia.
—¿Verdad que tengo suerte? —le dijo él a su hermanito.
—Uf, ahórranos los… —empezó Nicola, pero Claire la silenció de un codazo.
—Yo voy a echarme novia pronto —declaró Michael, muy serio. Todos se pusieron a reír.
—Tienes tiempo de sobras, hijito —dijo su padre—. No hay prisa.
—Pues yo no quiero ningún novio, papi —opinó Madeline—. Los chicos son sucios y dejan todo hecho un asco cuando comen.
—Me figuro que los de seis años, sí. —Xavier sofocó una risita—. Pero no te preocupes, luego mejoran.
—Aun así no quiero ninguno —insistió Madeline, enojada.
—Yo te apoyo —dijo Nicola.
—¿Pero qué dices? ¡Si tú tienes novio! —exclamó Xavier—. Aunque en tu caso sea casi lo mismo que seguir soltera.
—Cierra el pico —le soltó Nicola—. Y no tengo novio desde hace dos horas, para que te enteres.
A nadie pareció preocuparle saberlo, salvo a mí.
—¡Ay, qué mala noticia! —dije—. ¿Estás bien? Claire soltó una risotada.
—Ella y Hamish rompen una vez a la semana por lo menos —me explicó—. Se reconcilian cuando se acerca el sábado.
Nicola se puso de morros.
—Esta vez es definitivo. Y estoy bien, Beth, gracias por preguntarlo —añadió, abarcando a todos los demás con una mirada furibunda.
—Nic será una solterona —dijo Michael con una risita.
—¿Qué? —explotó ella—. ¿Cómo sabes siquiera lo que significa esa palabra? ¡Sólo tienes cuatro años!
—Lo dijo mami —respondió Michael.
Bernie tosió y casi se atragantó con la comida. Peter y Xavier se taparon con la servilleta para disimular la risa.
—Gracias, Michael —dijo Bernie—. Lo que quería decir es que tal vez deberías reconsiderar tu modo de tratar a la gente si quieres que sigan a tu lado. No hace falta enfadarse todo el rato.
—¡Yo nunca me enfado! —Nicola dejó el vaso de golpe sobre la mesa, derramando parte de su contenido.
—A Hamish le tiraste la pelota de tenis a la cabeza —dijo Claire.
—¡Porque me había dicho que mi vestido era demasiado corto! —gritó Nicola.
—¿Y qué? —preguntó Xavier.
—Que se lo tenía que haber callado. Era un comentario fuera de lugar.
—Ya. Y por eso merecía que le reventaras los sesos con una pelota de tenis —asintió Xavier—. Totalmente lógico.
—Encuentro muy agradable tener al fin a una chica invitada en casa —dijo Bernie para zanjar la disputa—. Luke y Hamish vienen continuamente, pero es algo muy especial que Beth haya venido esta noche.
—Gracias —dije—. Me alegro mucho de estar aquí.
Sonó el teléfono móvil de Claire y ella se excusó y fue a atender la llamada. Volvió unos segundos después, tapando el auricular con la mano.
—Es Luke. Se ha retrasado un poco, pero ya no tardará. —Hizo una pausa—. Sería más sencillo si pudiera quedarse a dormir.
—Ya sabes lo que tu padre y yo pensamos al respecto —le dijo Bernie—. Hemos tenido esta conversación otras veces.
Claire se volvió implorante hacia su padre, que simuló estar absorto en su plato.
—No depende de mí —musitó, avergonzado.
—¿No va siendo hora de aflojar un poco? —le dijo Xavier a su madre—. Ya han fijado fecha y todo.
Bernie se mantuvo inflexible.
—No es apropiado. Imagínate el ejemplo que daría así. Xavier se agarró la cabeza con las manos.
—Podría dormir en la habitación de invitados.
—¿No te estarás ofreciendo para montar guardia toda la noche? No, ya me lo parecía. Mientras viváis bajo este techo, las normas las fijarán vuestros padres.
Xavier soltó un gruñido, dando a entender que ya había oído aquel discursito otras veces.
—No hace falta reaccionar así —dijo Bernie—. He criado a mis hijos de acuerdo con ciertos valores, y el sexo antes del matrimonio no se consiente en esta familia. Espero que tú, Xavier, no hayas cambiado de opinión al respecto.
—¡Desde luego que no! —proclamó él con exagerada seriedad—. ¡La sola idea me repugna!
Sus hermanas no pudieron contenerse y sus carcajadas aliviaron un poco el ambiente. Enseguida se unieron a ellos los pequeños, que no tenían ni idea de qué se reían, pero no querían quedarse al margen.
—Perdona, Beth —dijo Claire cuando recuperó el aliento—. Mamá nos suelta un discursito de tanto en tanto, aunque nunca se sabe cuándo va a tocar.
—No tienes por qué disculparte, querida. Estoy segura de que Beth comprende lo que digo. Parece una persona responsable. ¿Es religiosa tu familia?
—Mucho —dije, sonriendo—. Creo que congeniará con ellos.
Durante el resto de la noche hablamos de cosas más inofensivas. Bernie me hizo un montón de preguntas siempre discretas sobre mis intereses en el colegio y mis sueños para el futuro. Xavier ya había previsto que la conversación tomaría esos derroteros y yo había ensayado las respuestas con antelación. Claire trajo a la mesa un ejemplar de Novias y me pidió mi opinión sobre una infinidad de vestidos y de pasteles de boda. Nicola se hacía la enfurruñada y soltaba comentarios sarcásticos cuando se dirigían a ella. Los pequeños vinieron a sentarse en mi regazo a la hora de los postres y Peter empezó a contar lo que Jasmine llamaba los «chistes de papá». Xavier permanecía a mi lado muy satisfecho, con un brazo sobre mis hombros, y metía baza en la conversación de vez en cuando.
Yo jamás había vivido una experiencia tan parecida a la vida terrenal normal y corriente, y disfruté cada minuto de aquella noche. La familia de Xavier, pese a sus pequeñas trifulcas, parecía tremendamente unida, cariñosa y humana, y yo me moría de ganas de compartir un don tan precioso. Ellos conocían mutuamente sus virtudes y sus flaquezas, y se aceptaban sin restricciones. Me maravillaba lo sinceros que eran y lo mucho que sabían unos de otros; incluso las minucias más insignificantes, como sus helados o sus películas favoritas.
—¿Vale la pena la nueva peli de James Bond? —preguntó Nicola en un momento dado.
—No te gustará, Nic —contestó Xavier—. Demasiada acción para ti.
Gabriel, Ivy y yo compartíamos un vínculo de confianza, pero no nos conocíamos hasta tal punto.
La mayoría de nuestras reflexiones las hacíamos para nuestros adentros y no las manifestábamos, quizá porque a nosotros no se nos exigía que tuviéramos una personalidad propia y definida y porque, por lo tanto, no dedicábamos tiempo a desarrollarla. Como espectadores que éramos, no teníamos decisiones que tomar ni dilemas morales que resolver. Haber alcanzado la unión con el universo significaba que no necesitábamos mantener conexiones personales. El único amor que se suponía que sentíamos era general y abarcaba a todos los seres vivientes.
Advertí con una punzada que estaba empezando a sentirme más identificada con los humanos que con mi propia estirpe. Los humanos parecían querer conectarse profundamente unos con otros; temían y ansiaban a la vez la intimidad. En una familia era imposible guardar secretos. Si Nicola estaba de mal humor, todo el mundo se enteraba. Si su madre se llevaba una decepción, sólo tenían que mirarle la cara para notarlo. Tratar de fingir allí era una pérdida de tiempo y de energía.
Al terminar la velada, sentía un enorme agradecimiento hacia Xavier. Haberme permitido conocer a su familia era uno de los mayores regalos que podía haberme hecho.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó al dejarme en casa.
—Agotada —reconocí—. Pero feliz.
Esa noche pensé una cosa que nunca se me había ocurrido hasta entonces. El comentario de Bernie sobre el sexo antes del matrimonio me había tocado la fibra sensible. No ignoraba que nosotros dos podíamos mantener relaciones sexuales, porque yo había asumido forma humana y estaba capacitada para entablar cualquier tipo de interacción física. Pero ¿cuáles serían las consecuencias de semejante acto?
Decidí abordar el tema con Ivy. Aunque no aquella noche. No quería arruinar mi excelente estado de ánimo.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:05 pm

Capítulo 20: Señal de peligro






Abrí la puerta de la clase de literatura y lo primero que vi fue a Jake Thorn sentado con desparpajo en el borde del escritorio de la señorita Castle. La miraba fijamente a los ojos y ella estaba muy ruborizada. Comprendí que no me habían oído entrar porque ninguno de los dos se volvió. Jake llevaba su lustroso pelo oscuro peinado hacia atrás y se le veían los pómulos más afilados que nunca. Sus ojos verdes se clavaban en la señorita Castle con la sugestión hipnótica de una serpiente a punto de lanzarse al ataque. Había una rosa roja en el escritorio, y sólo entonces advertí que él había posado suavemente su mano esbelta sobre la de ella. No se oía ningún ruido en el aula, únicamente la respiración entrecortada de la señorita Castle.
—Esto es del todo inapropiado —susurró.
—¿Según qué ley? —Jake hablaba con voz grave y aplomada.
—La del colegio, para empezar. ¡Eres alumno mío! Él soltó una risita.
—Ya soy bastante mayor. Lo suficiente para tomar mis propias decisiones.
—¿Y si nos descubren? Perderé mi puesto, nunca más podré trabajar como profesora. Yo…
Oí que sofocaba un grito y vi que Jake le ponía un dedo en los labios y le recorría lentamente la garganta hasta la base del cuello.
—Podemos ser discretos.
Cuando ya se inclinaba sobre ella, y la señorita Castle cerraba los ojos, sonó un tremendo porrazo a mi espalda, seguido de una sarta de maldiciones. A Ben, que acababa de llegar, se le había enganchado la mochila en la puerta. Jake se apartó del escritorio con agilidad felina, mientras la señorita Castle, totalmente aturdida, se apresuraba a revolver sus papeles y alisarse el pelo.
—Hola —gruñó Ben al pasar por mi lado, sin percatarse de la escena que acababa de interrumpir. Se desplomó en su silla y escrutó el reloj con el ceño fruncido—. Ni siquiera es tarde.
Me senté detrás de él mientras iban llegando los demás y miré fijamente mi pupitre. Alguien, raspando la superficie, había escrito: «La literatura está muerta. La muerte es una mierda». No quería mirar a Jake; estaba consternada. Pero sabía que no tenía derecho a estarlo: Jake había cumplido los dieciocho, podía insinuarse a quien quisiera. Y además, no era asunto mío.
Debería haber previsto que él no iba a permitir que me hiciera la distraída. En efecto, se deslizó en el asiento contiguo.
—Hola —dijo con voz almibarada. Sus ojos resultaban aún más cautivadores que su voz. Cuando los miraba de frente, me costaba desviar la vista.




Las cosas estaban cambiando en Bryce Hamilton. No era fácil precisar qué era lo que había
cambiado, ni cuándo, pero el colegio parecía distinto. Ahora se percibía más cohesión donde al principio sólo había disparidad. Nunca había participado la gente con tanto entusiasmo en las actividades escolares y, a juzgar por los carteles que habían aparecido por todas partes, la concienciación sobre temas globales iba en aumento. Yo no podía atribuirme ningún mérito por esas mejoras; había estado demasiado ocupada adaptándome al ambiente y conociendo a Xavier como para pensar en nada más. No: el cambio se debía enteramente a la influencia de Gabriel e Ivy.
Desde el principio, la gente de Venus Cove había reconocido la voluntad de Ivy de ayudar a los demás. Aunque ella no asistía a clases, sí venía al colegio en busca de apoyo para una serie de causas que iban desde los derechos de los animales a la protección del medio ambiente. Hacía campaña con su discreción habitual; no necesitaba gritar para transmitir sus argumentos. En Bryce Hamilton la habían invitado a hablar en las asambleas para informar de las campañas y cuestaciones con fines caritativos que se organizaban en el pueblo. Si se montaba una feria de repostería, un túnel de lavado o un concurso de Miss Venus Cove para recoger fondos, era Ivy la que solía estar detrás. Parecía haber creado por sí misma todo un programa de servicios sociales en el pueblo, y había un grupo reducido pero creciente de voluntarios que se habían sumado para echar una mano los miércoles por la tarde. El colegio había introducido incluso, como alternativa a las actividades deportivas de la tarde, un programa de voluntariado que consistía en colaborar con las organizaciones caritativas locales, haciéndoles la compra a los ancianos de la comunidad o trabajando en el comedor popular de Port Circe. Algunos, hay que reconocerlo, simulaban interés sólo para acercarse a Ivy, pero la mayoría se sentían genuinamente estimulados por su dedicación.
A falta de dos semanas para el baile de promoción, sin embargo, todos los proyectos y servicios sociales habían quedado provisionalmente aparcados. Las chicas se hallaban en un estado que bordeaba la obsesión. Costaba creer que el tiempo hubiera pasado tan deprisa. Parecía que hubiera sido ayer cuando Molly había marcado la fecha con un círculo en mi agenda mientras me afeaba mi falta de entusiasmo. Para mi sorpresa, descubrí que ahora yo esperaba la gran noche tan ansiosa como las demás. Aplaudía y daba chillidos como ellas cuando salía el tema y me tenía sin cuidado parecer pueril.
Un viernes, después de clase, me encontré con Molly y las demás frente al colegio para emprender aquella expedición de compras a Port Circe que llevábamos tanto tiempo planeando. Port Circe, que quedaba al sur, a media hora en tren, era una población considerablemente más grande — tendría unos doscientos mil habitantes— y buena parte de la gente que vivía en Venus Cove se desplazaba allí a diario para trabajar. Los adolescentes, por su parte, solían ir de compras o intentaban colarse en las discotecas con documentos falsos.
Gabriel me había dejado una tarjeta de crédito, recomendándome que fuese sensata y que no olvidara la irrelevancia de todos los bienes materiales. Sin duda intuía el peligro que representaban un puñado de adolescentes sueltas con una tarjeta de crédito, pero no tenía por qué preocuparse porque yo no creía que fuera a encontrar nada que me convenciera. Mis gustos en cuestión de ropa eran exigentes y me había hecho una idea muy clara de cómo quería presentarme la noche del baile. Había puesto el listón bastante alto. Esa noche, al menos, quería parecer y sentirme como un ángel en la Tierra.
Estaba un poco nerviosa cuando nos dirigimos a la estación por la calle principal. Era mi primera experiencia en un medio de transporte público. Aunque me hiciera ilusión, no podía evitar sentirme un poco intimidada. Cuando llegamos, seguí a las demás por un paso subterráneo y subí a un andén de aspecto anticuado. Hicimos cola frente a la taquilla y le compramos los billetes al hombre de bigotes grises que había tras la ventanilla. El tipo meneó la cabeza ante al alboroto que armaban las chicas, pero yo le dediqué una amplia sonrisa mientras me guardaba el billete en el monedero.
Fuimos a sentarnos en los bancos de madera alineados a lo largo del andén y aguardamos a que llegara el expreso de las cuatro y cuarto. Las chicas no paraban de charlar y de teclear mensajes a velocidad supersónica para quedar con los chicos del colegio Saint Dominique de Port Circe. Molly dijo que estaba muerta de sed y se compró una lata de cola light en una máquina expendedora. Yo seguí tranquilamente sentada hasta que la llegada del tren me provocó un tremendo sobresalto.
Al principio no fue más que un sordo retumbo, como un trueno lejano. Pero luego fue cobrando fuerza progresivamente y enseguida todo el andén se puso a vibrar bajo mis pies. Súbitamente, el tren surgió de una curva traqueteando a tal velocidad que me pregunté si el maquinista sería capaz de frenar. Me levanté de un salto sin poder contenerme y me pegué contra la pared del andén mientras los vagones, que no parecían nada estables, aminoraban la marcha ruidosamente hasta detenerse. Todas me miraron boquiabiertas.
—¿Qué haces? —me preguntó Taylah, mirando alrededor avergonzada por si alguien había presenciado mi numerito.
Yo examiné el tren con desconfianza.
—¿Se supone que ha de hacer tanto ruido?
Se abrieron las puertas metálicas y salió una oleada de gente. En uno de los vagones las puertas volvieron a cerrarse de golpe, pillándole a un hombre los faldones del abrigo. Solté un grito y las chicas estallaron en carcajadas. El hombre aporreó la ventanilla hasta que abrieron de nuevo y se alejó airado, lanzándonos una mirada furibunda.
—Ay, Beth —farfulló Molly, agarrándose la barriga y todavía partiéndose de la risa—. Cualquiera diría que nunca habías visto un tren.
Aquella mastodóntica hilera de cajones metálicos interconectados, más que un sistema fiable de transporte, me parecía un arma de destrucción masiva.
—No parece nada seguro —dije.
—¡No seas boba! —Molly me agarró de la muñeca y me arrastró hacia la puerta abierta—. ¡Se nos va a escapar!
El interior del tren no estaba tan mal. Molly y las demás chicas se lanzaron sobre una hilera de asientos, sin hacer ningún caso de las miradas irritadas de los pasajeros que había al lado. Mientras nos dirigíamos traqueteando a Port Circe, me incorporé en mi asiento y observé a la gente. Me sorprendió la gran variedad de personas que usaban el transporte de masas: desde ejecutivos trajeados hasta colegiales sudorosos, e incluso una anciana vagabunda que llevaba unas pantuflas ribeteadas de felpa. No me resultaba agradable verme rodeada por toda aquella gente y sentirme casi expulsada del asiento cada vez que el tren paraba con una sacudida, pero me dije que debía agradecer todas las experiencias humanas que pudiera almacenar. Todo aquello concluiría
demasiado pronto.
Al llegar a nuestra parada, nos unimos al gentío que se abría paso a empujones para bajar del tren y salir a la plaza principal de Port Circe. Ciertamente, aquello no tenía nada que ver con el ambiente adormilado de Venus Cove. Las calles, flanqueadas de árboles, eran amplias y en el horizonte se dibujaba la silueta de los rascacielos y de las agujas de las iglesias. Molly se empeñó en serpentear entre el tráfico congestionado en lugar de cruzar por los pasos de peatones. Había gente de compras por todas partes. Vimos a un vagabundo de barba blanca sentado en las escalinatas de la catedral; tenía profundas arrugas alrededor de los ojos, llevaba sobre los hombros una manta gris del ejército y golpeaba una taza de hojalata. Hurgué en el bolsillo buscando alguna moneda, pero Molly me detuvo.
—No debes acercarte a gente como esa —me dijo—. Es peligroso. Seguramente es drogadicto o algo así.
—¿A ti te parece que tiene pinta de drogadicto? —objeté.
Molly se encogió de hombros y siguió caminando, pero yo retrocedí para ponerle al hombre en la mano un billete de diez dólares. Él me agarró del brazo.
—Dios te bendiga —dijo.
Cuando alzó el rostro, vi que era ciego.
Las chicas decidieron que debíamos dividirnos. Unas se fueron a una pequeña tienda de una calleja adoquinada que salía de la plaza principal, mientras que Molly, Taylah y yo entramos directamente en unos grandes almacenes con puertas de cristal giratorias y un suelo de mármol ajedrezado. Me alegraba librarme un rato del ajetreo de la calle. Alcé la cabeza hacia la rejilla del aire acondicionado con alivio.
—Esto es Madisons —me explicó Molly como si hablase con un marciano—. Venden una gran variedad de productos en sus distintas plantas.
—Gracias, Molly, creo que me hago una idea. ¿Dónde queda la sección de mujer?
—¿Estás de broma? No vamos a pisarla, eso es para pringadas. Nosotras vamos a Mademoiselle, en la tercera planta. Tienen cosas increíbles, te lo aseguro, y mucho más baratas que en esas boutiques tan exclusivas. Sólo porque a Megan le salga el dinero de las orejas…
Hicieron falta dos horas revisando percheros, y la ayuda de dos dependientas muy pacientes, para que Molly y Taylah encontraran finalmente unos vestidos de su gusto. Eso sí, recorrieron todos los percheros sin dejarse uno, desechando docenas de conjuntos porque les parecían demasiado anticuados, descocados, formales, ñoños o no lo bastante sexis. Olvidando que ya lo habían discutido otras veces, se enzarzaron en un interminable debate sobre la longitud ideal del vestido. Por lo visto, justo por encima de la rodilla era demasiado de colegiala; por debajo resultaba geriátrico y a media pantorrilla sólo lo llevaban las chicas que se compraban la ropa en las tiendas de segunda mano. Lo cual no dejaba más que dos opciones aceptables: o mini o hasta el suelo, sin intermedio posible. Y a fe que lo discutieron como si fuese un asunto de trascendencia nacional, aunque la cosa se extendió para abarcar otras materias anexas: con volantes o sin volantes, sin tirantes o sin espalda ni mangas, de satén o de pura seda. Yo las seguía de aquí para allá como sonámbula, procurando mantener su ritmo y no demostrar lo agotada que estaba.
Tras lo que pareció una deliberación inacabable, Taylah se decidió por un vestido corto y sin espalda de tafetán color melocotón, con los bajos abombados. Era ideal para exhibir sus piernas torneadas, aunque le diera todo el aspecto de un pastelito de hojaldre, a mi entender.
Vi un modelito que me pareció que le sentaría perfecto a Molly y se lo señalé. La dependienta coincidió conmigo en el acto.
—Ese color le sentaría de maravilla —le dijo a Molly.
—Es precioso —asintió ella.
—Bueno, ¿a qué esperas? —dijo Taylah—. Pruébatelo.
Al cabo de unos minutos, Molly salió del probador como si hubiera experimentado una transformación y dejado de ser una colegiala desgarbada para convertirse en una diosa. Incluso algunas clientas se pararon para admirarla. Hicimos que se girase para examinarla desde todos los ángulos. Era un vestido largo de estilo griego, con el hombro desnudo y una fina tira dorada. La tela envolvía con suaves pliegues su figura sinuosa y se derramaba luego como un líquido hasta el suelo. Pero lo más increíble era el color: un bronce deslumbrante que se irisaba según cómo le daba la luz. Entonaba con el matiz rojizo de sus rizos y realzaba su cutis rosado.
—Uau… —resopló Taylah—. Creo que hemos encontrado tu vestido. Tú y Ryan vais a hacer una pareja impresionante.
—¿Cómo?, ¿te lo ha pedido? —le pregunté. Molly asintió.
—Le ha costado, pero sí.
—¿Por qué no me lo habías contado? —le dije.
—Tampoco es que sea una noticia bomba.
—¿Bromeas? —exclamó Taylah—. Llevas varias semanas hablando de él. Ahora sí que es perfecto. Tienes todo lo que querías.
—Eso creo —asintió ella, aunque no se la veía tan entusiasmada como siempre. ¿Estaría pensando aún en Gabriel? Tal vez Molly estaba cambiando, y Ryan Robertson, con toda su planta y sus músculos, ya no podía satisfacerla.
Para Taylah y Molly había concluido la búsqueda angustiosa y el alivio se reflejaba claramente en sus caras. Los zapatos y demás accesorios podían esperar; ya habían encontrado unos vestidos que les venían a la perfección. En cuanto a mí, yo no había visto nada ni remotamente atractivo. Todos los vestidos me parecían más o menos iguales: o demasiado recargados y cubiertos de lazos y lentejuelas, o totalmente insulsos. Yo quería algo sencillo y llamativo a la vez, algo que me permitiera destacar entre la multitud y que dejara sin aliento a Xavier. No era nada fácil y no veía muchas posibilidades de conseguirlo. En parte me avergonzaba un poco de mi vanidad recién adquirida, pero mis deseos de impresionar a Xavier se imponían.
—¡Venga, Beth! —dijo Molly, cruzando los brazos con expresión obstinada—. ¡Tiene que haber algo que te guste! No nos vamos a ir hasta que lo encuentres.
Traté de protestar, pero ella, ahora que ya tenía resuelto su conjunto, se entregó generosamente a la tarea de encontrar uno para mí. Sólo por su insistencia me probé un vestido tras otro, pero ninguno parecía quedarme bien.
—¡Estás chiflada! —me dijo cuando llevábamos una hora buscando—. ¡A ti todo te queda de fábula!
—Claro, ¡estás tan delgada! —dijo Taylah, rechinando de dientes.
—¡Aquí hay uno! —gritó Molly. Sacó un vestido de blanco satén con una serie de pliegues en abanico—. Una réplica de Marilyn Monroe. ¡Pruébatelo!
—Es precioso —asentí—. Pero no es lo que estoy buscando. Ella dio un suspiro y tiró el vestido sobre la percha.
Salí de Madisons con un escaso botín: un frasco de esmalte de uñas llamado Whisper Pink y un par de aros de plata de ley. Poca cosa para todo el tiempo y el esfuerzo dedicados.
Nos encontramos con las demás en el café Starbucks. Había varias bolsas de marca esparcidas a sus pies y se les habían unido dos chicos con chaqueta de rayas y la camisa sin remeter.
—Me muero de hambre —proclamó Molly—. Mataría por una de esas galletas gigantes. Taylah alzó un dedo admonitorio.
—Ensalada y nada más hasta el día del baile —le dijo.
—Tienes razón —gimió Molly—. ¿Se puede tomar café?
—Con leche desnatada y sin azúcar.
Cuando llegué al fin a casa, mi desaliento resultaba difícil de disimular. La expedición de compras no había dado resultado y no sabía dónde iba a encontrar un vestido. Ya había recorrido todas las tiendas de Venus Cove hacía semanas y lo único que me quedaba era un par de almacenes de segunda mano.
—¿No ha habido suerte? —Ivy no parecía sorprendida—. ¿Te has divertido al menos?
—No, la verdad. Ha sido una pérdida de tiempo. Sólo puedes probarte un número limitado de vestidos antes de que todos empiecen a parecerte iguales.
—No te preocupes. Ya encontrarás algo. Aún queda mucho.
—Da igual. No existe lo que yo quiero. Ni siquiera debería molestarme en asistir.
—Venga ya —dijo Ivy—. No puedes hacerle eso a Xavier. Tengo una idea: ¿por qué no me dices qué clase de vestido quieres y te lo hago yo?
—No puedo pedirte una cosa así. Tienes cosas más importantes en que pensar.
—Me apetece hacértelo —insistió ella—. Además, no me costará mucho tiempo; y ya sabes que soy capaz de hacer exactamente lo que deseas.
Tenía razón. Ivy podía convertirse en una diestra modista en cuestión de horas. No había nada de lo que no fueran capaces ella y Gabriel cuando se les metía entre ceja y ceja.
—¿Por qué no dedicamos un rato a mirar revistas a ver si hay algo que te gusta?
—No me hace falta ninguna revista. Lo tengo en la cabeza. Ella sonrió.
—Está bien. Entonces cierra los ojos y envíamelo.
Cerré los ojos y me imaginé la noche del baile: Xavier y yo tomados del brazo bajo un arco de luces de fantasía. Él con su esmoquin, con su fresca fragancia y un mechón sobre los ojos. Y yo a su lado, con el modelito de mis sueños: un vestido largo de color marfil irisado, con la falda de seda en tono crema y una capa de puntilla antigua. El canesú estaba salpicado de perlas; las mangas, muy
ceñidas, tenían una hilera de botones de satén y el cuello, un ribete dorado de capullos de rosa diminutos. La tela parecía entretejida con finísimos rayos de luz y emitía un leve resplandor nacarado. En los pies llevaba unas delicadísimas zapatillas de satén bordado con cuentas.
Miré a Ivy, un poco avergonzada. No era un encargo sencillo precisamente.
—Esto es pan comido —dijo mi hermana—. Te lo puedo hacer en un santiamén.




El lunes, a la hora del almuerzo, me senté sola en la cafetería. Xavier estaba en el entrenamiento de waterpolo, y Molly y las chicas en el comité organizador del baile: tenían una reunión para decidir los últimos detalles de la decoración y la distribución de asientos. Cuando me instalé en una mesa y empecé a comerme mi plato de lechuga, la gente me miró con curiosidad, seguramente por no verme acompañada, pero yo apenas me di cuenta. Como de costumbre, Xavier ocupaba todos mis pensamientos; todavía más cuando no estábamos juntos. Ahora, al sorprenderme contando los minutos que faltaban para volver a verlo, pensé que debería emplear mejor mi tiempo y decidí marcharme a la biblioteca. Aquel era el único sitio del colegio donde resultaba aceptable estar solo. Me propuse dedicar el resto de la hora del almuerzo a estudiar las causas de la Revolución francesa.
Acababa de recoger mis libros de la taquilla y estaba atajando por un angosto corredor cuando oí una voz a mi espalda.
—Hola.
Me di la vuelta y vi a Jake Thorn apoyado en una pared con los brazos cruzados. El pelo lacio y oscuro le enmarcaba la cara, siempre tan pálida, y los labios se le retorcían en una sonrisa sardónica. Ahora ya llevaba el uniforme de Bryce Hamilton, pero con un estilo totalmente personal, o sea, sin la corbata y con el cuello de la camisa alzado, y además con una cazadora gris con capucha, en lugar de la chaqueta. Los pantalones le colgaban holgadamente de sus estrechas caderas, y en vez del calzado reglamentario iba con unos zapatos de piel blanca. Por primera vez me fijé en que lucía un diamante incrustado en la oreja izquierda, además del misterioso colgante alrededor del cuello. Le dio una larga calada a un cigarrillo y exhaló un anillo de humo.
—No deberías fumar aquí —le advertí, mientras me preguntaba cómo podía burlarse con tanto descaro de las normas del colegio—. Te vas a meter en un lío.
—¿En serio? —repuso, fingiendo preocupación—. Pues a este sitio lo llaman el rincón de los fumadores.
—Todavía hay profesores de guardia.
—He descubierto que nunca llegan por aquí. Se limitan a merodear sin alejarse mucho de la sala de profesores, contando los minutos para poder regresar adentro a tomar café y hacer crucigramas.
—Será mejor que lo apagues antes de que te vea alguien.
—Si tú lo dices…
Aplastó la colilla con el tacón y la lanzó de una patada a un macizo de flores justo cuando la señorita Pace, la vieja y gruñona bibliotecaria, pasaba a toda prisa echándonos un vistazo suspicaz.
—Gracias, Beth —dijo Jake, cuando la mujer ya se había alejado—. Creo que acabas de salvarme la piel.
—No hay de qué —respondí, sonrojándome por su melodramática expresión de gratitud—. Todo resulta más complicado cuando no sabes cómo funcionan las cosas. Debías de tener mucha libertad en tu colegio anterior.
—Bueno, digamos que corrí ciertos riesgos. Y algunos no valieron la pena. De ahí mi exilio a este colegio. ¿Sabes?, los antiguos romanos preferían la muerte al exilio. Aunque al menos el mío no es permanente.
—¿Cuánto tiempo vas a estar aquí?
—Todo el que sea necesario para que me regenere. Me eché a reír.
—¿Hay alguna posibilidad de éxito?
—Yo diría que muchas si me encontrara bajo buenas influencias —dijo con toda la intención. Bruscamente entornó los ojos, como si se le acabara de ocurrir algo—. No te veo sola a menudo.
¿Dónde anda ese asfixiante Príncipe Encantador tuyo? Espero que no esté enfermo.
—Xavier está entrenando —me apresuré a responder.
—Ah, deportes. La invención de los pedagogos para mantener a raya las hormonas revolucionadas.
—¿Cómo?
—No importa. —Se frotó su barba incipiente con gesto pensativo—. Dime, ya sé que tu novio es un atleta. Pero ¿se le da bien la poesía?
—A Xavier se le dan bien la mayoría de las cosas —alardeé.
—¿De veras? Qué suerte la tuya —dijo, arqueando una ceja.
Su actitud me desconcertaba, pero desde luego no se lo iba a demostrar. Decidí que lo mejor sería cambiar de tema.
—¿Dónde vives aquí? —le pregunté—. ¿Cerca del colegio?
—Ahora ocupo unas habitaciones encima del salón de tatuajes —contestó Jake—. Hasta que encuentre un alojamiento más estable.
—Creía que estarías con una familia de acogida —dije, sorprendida.
—Uf, sería como vivir con unos parientes aburridos, ¿no? Prefiero mi propia compañía.
—¿Y a tus padres les parece bien? —Encontraba chocante que viviera solo. Aunque pareciese maduro y desenvuelto, no dejaba de ser un adolescente.
—Te hablaré de mis padres si tú me hablas de los tuyos. —Sus ojos oscuros taladraron los míos como rayos láser—. Sospecho que tenemos muchas más cosas en común de lo que creemos. Por cierto, ¿qué haces el domingo por la mañana? He pensado que podríamos trabajar en nuestra obra maestra.
—El domingo por la mañana voy a la iglesia.
—Por supuesto.
—Puedes venir, si quieres.
—Gracias, pero soy alérgico al incienso.
—Qué lástima.
—Es la desgracia de mi vida.
—Bueno, tengo que irme a estudiar —dije poniéndome en movimiento, porque ya había perdido bastante tiempo.
Él se me plantó delante con aire despreocupado.
—Antes de que te marches… mira, ya tengo el primer verso de nuestro poema. —Sacó un papel arrugado del bolsillo y me lo lanzó sin fuerza—. No seas muy severa conmigo. No es más que un principio. Podemos continuar como quieras a partir de ahí.
Me regaló una sonrisa y se alejó lentamente. Fui a sentarme a un banco cercano y alisé el papel. La letra de Jake era estrecha y elegante, más bien alargada. Nada que ver con el estilo juvenil de Xavier, que odiaba la letra ligada; a su modo de ver, daba mucho trabajo y resultaba demasiado elaborada. Jake escribía, en cambio, como si hiciera un trabajo de caligrafía y sus letras se movían por la página como si estuvieran bailando. Pero lo que me dejó patidifusa no fue su caligrafía, sino las siete palabras que había escrito:



Ella tenía la cara de un ángel.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:05 pm

Capítulo 21: Ahogo






¿Qué quería decir con aquella frase? «Ella tenía la cara de un ángel». Sentía como si esas palabras se me hubieran quedado grabadas a fuego en el cerebro. Como si, en una fracción de segundo, Jake me hubiera desnudado y dejado temblorosa y totalmente expuesta. ¿Podría ser que hubiera adivinado mi secreto? ¿Sería esa su manera de hacer un chiste retorcido?
Entonces reaccioné y me dominó una furia repentina. Dejé de lado mis planes de estudiar la Revolución francesa y entré otra vez disparada para buscar a Jake. Crucé a toda prisa los pasillos desiertos, volví a la cafetería y repasé uno a uno los grupitos dispersos por las mesas. Pero no estaba allí. Sentí un espasmo de temor en el pecho. Sabía que la sensación iría en aumento si no hacía algo rápido. Tenía que localizar a Jake y preguntarle qué significaba aquello antes de que empezara la clase siguiente; de lo contrario, me corroería por dentro durante el resto del día.
Lo encontré junto a su taquilla.
—¿A qué viene esto? —le pregunté, encarándome con él y agitando el papel antes sus narices.
—¿Cómo dices?
—No tiene ninguna gracia.
—No lo pretendía.
—No estoy de humor para jueguecitos. Dime qué querías decir con esto.
—Hmm. Deduzco que no te gusta —dijo—. No te preocupes, podemos tirarlo. No hace falta acalorarse.
—¿En qué estabas pensando cuando lo escribiste?
—Me pareció que era un buen punto de partida, simplemente. —Se encogió de hombros—. ¿Te he ofendido o algo así?
Inspiré hondo para serenarme y me obligué a mí misma a recordar cómo había propuesto la señorita Castle aquel trabajo a la clase. Primero nos había hecho un breve resumen de la tradición del amor cortés y nos había leído varios poemas de Petrarca, así como algunos sonetos de Shakespeare. Se había referido a la idealización y al culto a la mujer a distancia. ¿Sería posible que Jake se hubiera atenido simplemente a esas referencias? Ahora mi furia se revolvió contra mí misma por haberme precipitado a sacar conclusiones.
—No me he ofendido —le dije, sintiéndome ridícula. La furia y el temor se habían extinguido tan deprisa como habían llegado. Yo no podía echarle la culpa a Jake simplemente porque se le hubiera ocurrido la palabra «ángel» para escribir un poema de amor. Me estaba poniendo paranoica con cualquier referencia al mundo celestial, pero lo más probable era que hubiera recurrido a aquella palabra con toda la inocencia. Ni siquiera era original: ¿cuántos poetas habían hecho comparaciones similares a lo largo de la historia?
—Está bien —añadí—. Lo trabajaremos más en clase. Perdona si me he puesto un poco loca.
—No pasa nada, todos tenemos días raros.
Me dedicó una sonrisa —esta vez normal, sin su expresión sardónica— y me tocó el brazo para tranquilizarme.
—Gracias, me parece guay tu actitud —le dije, tratando de imitar lo que Molly habría dicho en una situación parecida.
—Yo soy así —respondió.
Observé cómo se alejaba para reunirse con un grupito en el que estaban Alicia, Alexandra y Ben, de nuestra clase de literatura, además de otros chicos que iban con la corbata floja y el pelo desaliñado: estudiantes de música, supuse. Todos lo rodearon como devotos en cuanto se acercó y empezaron a charlar animadamente. Me alegró que ya hubiera encontrado un grupo y se hubiera integrado.
Me fui a mi taquilla, todavía con una sensación de incomodidad. No fue sino después de recoger mis libros, mientras esperaba a que Xavier viniera a buscarme, cuando me di cuenta de que sentía un cierto malestar físico. No era propiamente dolor, sino más bien como si me hubiera quemado un poco tomando el sol. Me picaba la piel del brazo, debajo del codo, justo donde me había tocado Jake. Pero ¿cómo era posible que su simple contacto me hubiera hecho daño? Sólo me había puesto suavemente la mano en el brazo, y yo no había notado nada raro en el momento.
—Pareces abstraída —me dijo Xavier mientras nos íbamos juntos a la clase de francés. Me conocía muy bien, no se le escapaba nada.
—Sólo estaba pensando en el baile —le respondí.
—¿Por eso tienes esa cara tan triste?
Decidí quitarme a Jake Thorn de la cabeza. El dolor del brazo probablemente no tenía nada que ver con él. Debía haberme arañado sin darme cuenta con la puerta de la taquilla o con el pupitre. Tenía que dejar de exagerar por todo.
—No estoy triste —dije a la ligera—. Esta es mi expresión pensativa. La verdad, Xavier… ¿aún no me conoces?
—Uf, qué fallo.
—Con eso no basta.
—Lo sé. Puedes aplicarme el castigo que creas conveniente.
—¿Te he dicho ya que he decidido qué apodo ponerte?
—No sabía que me estabas buscando uno.
—Bueno, pues he considerado el asunto seriamente.
—¿Y cuál ha sido la conclusión?
—Gallito —anuncié con orgullo. Xavier hizo una mueca.
—Ni hablar.
—¿No te gusta? ¿Qué me dices de Abejorrito?
—Peor.
—¿Monito Peludo?
—¿No tendrás un poco de cianuro?
—Bueno, ya veo que hay gente muy difícil de contentar.
Nos cruzamos con un grupo de chicas que estaban absortas estudiando en una revista los vestidos de las famosas y me acordé de la otra noticia que quería contarle.
—¿Te he dicho ya que Ivy me está haciendo el vestido? Espero que no le dé demasiados quebraderos de cabeza.
—¿Para qué están las hermanas, si no?
—¡Me pone tan contenta que vayamos juntos! —Suspiré—. Va a ser perfecto.
—¿Tú estás contenta? —susurró—. Pues imagínate yo, que voy a ir con un ángel.
—¡Chist! —Le tapé la boca con la mano—. Acuérdate de lo que le prometiste a Gabe.
—Calma, Beth. Nadie tiene oído supersónico por aquí. —Me dio un besito en la mejilla—. Y la fiesta va a ser fantástica. Cuéntame cómo será el vestido.
Fruncí los labios y me negué a revelarle ningún detalle.
—¡Va, venga!
—No. Tendrás que esperar hasta la gran noche.
—¿No puedo saber al menos el color?
—No, no, no.
—Qué crueles llegáis a ser las mujeres.
—Xavier…
—¿Sí, cielo?
—Si te lo pidiera, ¿me escribirías un poema? Me miró con aire burlón.
—¿Estamos hablando de un poema de amor?
—Supongo.
—Bueno, no puedo decir que sea mi fuerte, pero tendré algo para ti a última hora.
—Tampoco hace falta —dije, riendo—. Era sólo una pregunta.
Siempre me asombraba su deseo de complacerme. ¿Habría algo que no estuviera dispuesto a hacer si se lo pedía?
Xavier y yo teníamos que dar aquel día en clase una conferencia en francés y habíamos decidido hacerla sobre París, la ciudad del amor. A decir verdad, no habíamos investigado mucho; Gabriel nos había facilitado toda la información. Ni siquiera habíamos tenido que abrir un libro o una página de Internet.
Fue Xavier el que empezó cuando nos llamó la señora Collins, y me fijé en que las demás chicas lo miraban atentamente. Traté de ponerme en su lugar: tener que mirarlo anhelante desde lejos sin llegar a conocerlo nunca… Contemplé su piel ligeramente bronceada, sus fascinantes ojos aguamarina, su media sonrisa, sus brazos musculosos y los mechones de color castaño claro que le caían sobre la frente. Seguía llevando su crucifijo de plata colgado del cuello con un cordón de cuero. En fin, era impresionante. Y era todo mío.
Estaba tan arrobada admirándolo que ni siquiera advertí que había llegado mi turno. Xavier carraspeó para devolverme a la realidad y yo me apresuré a exponer mi parte, hablando de las vistas
románticas y de la maravillosa cocina que ofrecía París. Mientras hablaba, me di cuenta de que en vez de mirar al resto de la clase para tratar de interesarlos, no hacía otra cosa que lanzarle miradas de soslayo a Xavier. Estaba visto que no podía quitarle los ojos de encima ni un minuto.
Cuando concluí, Xavier me levantó en brazos por los aires en un gesto espontáneo.
—Arg, ¿por qué no os buscáis una habitación? —clamó Taylah—. C’est trés… repugnante.
—Bueno, ya está bien —dijo la señora Collins, separándonos.
—Disculpe —dijo Xavier con una sonrisa contrita—. Sólo pretendíamos hacer la presentación lo más auténtica posible.
La señora Collins nos miró airada, pero el resto de la clase estalló en carcajadas.
La noticia de nuestra actuación corrió como la pólvora y Molly no dejó pasar la primera oportunidad para refregármelo.
—Así que Xavier y tú estáis del todo colados el uno por el otro —me dijo con envidia.
—Sí. —Procuré reprimir la sonrisa que me salía sin querer cuando pensaba en él.
—Todavía no puedo creer que estés con Xavier Woods —dijo, menando la cabeza—. O sea, no me entiendas mal. Tú eres espectacular y tal, pero las chicas le han ido detrás durante meses sin que él moviera una ceja. La gente ya creía que nunca superaría lo de Emily. Y de pronto, apareces tú…
—Yo tampoco me lo puedo creer a veces —dije con modestia.
—Reconoce que resulta bastante romántica su manera de cuidarte, como un caballero con su reluciente armadura. —Molly soltó un suspiro—. Ojalá algún chico me tratara así.
—Tú tienes a un montón de tipos chalados por ti —le dije—. Te siguen a todas partes como perritos falderos.
—Sí, ya. Pero no es lo mismo que lo vuestro —repuso—. Vosotros sí parecéis conectados. Los demás sólo quieren una cosa. —Hizo una pausa—. Bueno, seguro que tú y Xavier os montaréis vuestro rollito y tal, pero da la impresión de que hay algo más.
—¿Qué rollito? —repetí, intrigada.
—Ya me entiendes. En la cama. —Soltó una risita—. No tiene que darte vergüenza decírmelo, yo también lo he hecho prácticamente… Bueno, casi.
—No estoy avergonzada. Y no nos hemos montado nada. Ella abrió unos ojos como platos.
—¿Me estás diciendo que tú y Xavier…?
—¡Chist! —Agité las manos para que bajase el tono mientras los de la mesa de al lado se volvían a mirarnos—. ¡No, claro que no!
—Perdona. Me has sorprendido. En fin, yo pensaba que habríais… Pero otras cosas sí, ¿no?
—Claro. Vamos de paseo, nos cogemos de la mano, compartimos el almuerzo…
—¡Por el amor de Dios, Beth! ¿De dónde sales? —refunfuñó—. ¿Tengo que deletreártelo todo?
—Entornó los ojos—. Un momento… ¿se la has visto alguna vez?
—¿El qué? —estallé.
—Ya me entiendes —dijo con énfasis—. ¡Eso!
Se señaló la zona de la ingle hasta que comprendí a qué se refería.
—¡Oh! —exclamé—. Yo no haría una cosa así.
—Bueno, ¿él no te ha insinuado que quiere más?
—¡No! —repliqué, indignada—. A Xavier no le interesan ese tipo de cosas.
—Eso dicen todos al principio —dijo Molly cínicamente—. Tú dale tiempo. Por fantástico que sea Xavier, todos los chicos quieren lo mismo.
—¿De veras?
—Claro, cariño. —Me dio unas palmaditas en el brazo—. Deberías estar preparada.
Me quedé callada. Si en algún tema confiaba en su opinión era en cuestión de chicos; en ese terreno no se podía negar que estaba bien cualificada: había tenido experiencia suficiente para saber de qué hablaba. Me sentí repentinamente incómoda. Yo había dado por supuesto que a Xavier no le importaba mi incapacidad para satisfacer todos los aspectos de nuestra relación. Al fin y al cabo, nunca había sacado el tema ni había insinuado que figurase entre sus expectativas. Pero ¿cabía la posibilidad de que me ocultase sus verdaderos deseos? Que nunca hablara de ello no significaba que no lo tuviera en la cabeza. Él me amaba porque yo era diferente, pero los seres humanos tenían aun así ciertas necesidades… algunas de las cuales no podían dejarse de lado indefinidamente.
—Ay, Dios mío, ¿has visto al nuevo? —me dijo Molly, interrumpiendo mis pensamientos. Levanté la vista. Jake Thorn acababa de pasar por nuestro lado. Sin mirarme siquiera, cruzó toda la cafetería y fue a sentarse a la cabecera de una mesa de unos quince alumnos mayores, que lo miraban con una extraña mezcla de adoración y respeto.
—No ha perdido el tiempo para reclutar amigos —le comenté a Molly.
—¿Te sorprende? Ese tipo está muy bueno.
—¿Tú crees?
—Sí, en un estilo oscuro y siniestro. Podría ser modelo con esa cara.
Todos los admiradores de Jake tenían un aire similar: cercos oscuros bajo los ojos y cierta tendencia a bajar la cabeza y rehuir la mirada de cualquiera ajeno a su grupo. Observé cómo los contemplaba Jake, con una sonrisa satisfecha en la cara, como un gato con un plato de leche.
—Está en mi clase de literatura —dije, sin darle importancia.
—¡Oh, Dios! Qué suerte la tuya —gimió Molly—. Bueno, ¿y cómo es? A mí me parece un rebelde.
—Es bastante inteligente, de hecho.
—Maldita sea. —Hizo un mohín—. Esos nunca van por mí. A mí sólo me tocan los musculitos descerebrados. Pero bueno, por probar no se pierde nada.
—No creo que sea buena idea —comenté.
—Eso es fácil de decir teniendo a Xavier Woods —replicó Molly.
Nos interrumpió un grito desgarrador procedente de las cocinas, seguido de un ruido de pasos precipitados y voces despavoridas. Los que estaban en la cafetería se miraron inquietos y algunos se levantaron titubeando para investigar. Uno de ellos, Simon Laurence, se quedó petrificado en la entrada de la cocina. Se llevó una mano a la boca y dio media vuelta, completamente lívido, como si estuviera a punto de vomitar.
—Eh, ¿qué ha pasado?
Molly agarró del brazo a Simon cuando pasó por nuestro lado.
—Una de las cocineras —farfulló—. Se le ha volcado una freidora y le ha quemado las piernas de mala manera. Acaban de llamar a una ambulancia.
Se alejó tambaleante.
Yo bajé la vista a mi plato y traté de concentrarme para enviar hacia la cocina energía curativa, o al menos para mitigar el dolor. Era más efectivo si veía a la persona herida o podía tocarla, pero habría levantado sospechas entrando en la cocina y seguro que me habrían sacado de allí antes de poder acercarme a la cocinera. Me quedé en mi sitio, pues, y traté de hacer todo lo posible. Pero algo fallaba: no conseguía canalizar bien la energía. Cada vez que lo intentaba, sentía que algo la bloqueaba y la hacía rebotar. Era como si otra fuerza interceptara la mía como un muro de hormigón y la devolviera hacia mí. Tal vez estaba cansada, simplemente. Me concentré aún más, pero sólo sirvió para tropezarme con una resistencia más fuerte.
—Hmm, Beth… ¿qué te pasa? Parece como si estuvieras estreñida —me soltó Molly, arrancándome de mi trance.
Sacudí la cabeza y le dirigí una sonrisa forzada.
—Es que hace calor aquí.
—Sí, vamos. Tampoco podemos hacer gran cosa —dijo, apartando su silla y poniéndose de pie. La seguí en silencio hacia la salida.
Al pasar junto a la mesa de Jake y de sus nuevos amigos, él levantó la vista y me clavó sus ojos oscuros. Durante una fracción de segundo, sentí que me ahogaba en sus profundidades.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:06 pm

Capítulo 22: La palabra que empieza por «s»






Aquel fin de semana Molly vino a Byron por primera vez. Llevaba un tiempo haciendo alusiones veladas a la posibilidad de pasarse por casa y, al final, cedí y la invité. No tardó en ponerse a sus anchas. Se desplomó en el sofá y se quitó los zapatos con un par de patadas.
—¡Esta casa es fantástica! —exclamó—. Podrías montar una fiesta de muerte aquí.
—No me parece probable por ahora.
Sin prestar atención a mi falta de entusiasmo, se puso de pie para examinar más de cerca el cuadro colgado encima de la chimenea. Era una pintura abstracta que mostraba un fondo blanco con un símbolo circular en medio y una serie de círculos azules concéntricos alrededor, que se volvían cada vez más tenues a medida que se alejaban.
—¿Qué se supone que es? —preguntó, dubitativa.
Contemplé los círculos azules, que resaltaban sobre el fondo absolutamente blanco, y se me ocurrieron algunas ideas. A mí me parecía una expresión de la realidad suprema, una ilustración del papel de Nuestro Creador en el universo. Él era la fuente, el centro de todas las cosas. El tejido de la vida se originaba en Él y se iba desplegando, pero permanecía siempre inextricablemente unido a Él. Los círculos podían representar el alcance de Sus dominios y el fondo blanco, la extensión del espacio-tiempo. Su poder, Su propio ser en expansión llegaba hasta el borde del lienzo, y se entendía implícitamente que todavía se prolongaba más allá, llenando todo el espacio. No sólo el mundo le pertenecía, sino todo el universo. Era una expresión de lo infinito e incluso más allá. Él era la única realidad verdadera que jamás podría negarse.
Naturalmente, no iba a intentar explicárselo a Molly. No era una muestra de arrogancia por mi parte creer que todo aquello quedaba más allá de la comprensión humana. A los humanos les asustaba la vida fuera de su propio mundo y, aunque algunos especulaban sobre lo que había más allá, nunca se acercaban siquiera a comprender la verdad. La vida humana se extinguiría e incluso la Tierra llegaría a desaparecer, pero la existencia proseguiría.
Molly perdió muy pronto su interés en el cuadro y tomó la guitarra acústica que estaba apoyada en una silla.
—¿Es de Gabriel? —preguntó, sujetándola con cuidado.
—Sí, y te aseguro que la adora —respondí con la esperanza de que la dejara en su sitio.
Miré alrededor con disimulo por si Gabriel o Ivy nos estaban espiando, pero habían tenido la delicadeza de dejarnos solas. Molly sostuvo el instrumento y pasó los dedos fascinada por sus cuerdas.
—Me gustaría tener dotes musicales. Cuando era pequeña tocaba un poco el piano, pero nunca fui lo bastante disciplinada para seguir practicando. Me parecía mucho trabajo. Me encantaría oír tocar
a tu hermano.
—Bueno, podemos pedírselo cuando vuelva. ¿Te apetece comer algo?
La idea logró distraerla. Me la llevé a la cocina, donde Ivy se había cuidado de dejar un surtido de magdalenas y una bandeja de fruta. Mis hermanos ya habían olvidado el incidente de la fiesta y habían terminado aceptando a Molly como una de mis amigas. Tampoco tenían otro remedio: yo parecía haber desarrollado últimamente una voluntad propia e inexorable.
—¡Hmm! —murmuró Molly, dándole un mordisco a una magdalena de arándanos y poniendo los ojos en blanco para ensalzar las dotes culinarias de Ivy. De repente, se quedó petrificada y adoptó una expresión compungida—. Esto no cuenta como ensalada… ¿no?
Entonces apareció Gabriel por la puerta trasera, con una tabla de surf a cuestas y la camiseta humedecida pegada al torso. Había adquirido hacía poco aquella afición como un buen sistema para desfogar la tensión acumulada. Por supuesto, no le habían hecho falta clases. ¿Para qué, si las olas mismas se plegaban a su voluntad? Gabriel era muy activo en su forma humana; necesitaba una actividad física constante, como nadar, correr o levantar pesos, para disipar su agitación interior.
Molly dejó disimuladamente la magdalena en el plato cuando él entró en la cocina.
—Hola, Molly —dijo.
A Gabriel no se le escapaba nada y ahora se fijó en su magdalena mordisqueada. Quizá se preguntaba qué había hecho él para quitarle el apetito.
—Bethany, quizá podríamos ofrecerle a Molly otra cosa —dijo, educadamente—. Las magdalenas de Ivy no parecen gustarle demasiado.
—No, qué va. Son deliciosas —lo interrumpió ella.
—No te preocupes, Gabe —dije, soltando una carcajada—. Molly está siguiendo una dieta intensiva para el baile de promoción.
Gabriel meneó la cabeza.
—Las dietas intensivas son muy nocivas para las chicas de tu edad —afirmó—. Además, no me parecería recomendable bajar de peso en tu caso. No te hace ninguna falta.
Molly lo miró boquiabierta.
—Eres muy amable —dijo—, pero no me vendría mal perder unos kilos. —Para ilustrar lo que decía, tomó entre el índice y el pulgar un rollo de carne que le sobresalía en la cintura.
Gabriel se apoyó en la encimera y la estudió un momento.
—Molly —le dijo por fin—, la forma humana es hermosa más allá del tamaño y la silueta. Algún día llegarás a comprenderlo.
—¿Pero no son más bellas unas siluetas que otras? —contestó Molly—. Las supermodelos, por ejemplo.
—No hay nada más atractivo que una chica que sabe apreciar la comida de un modo saludable —
dijo Gabriel.
Ese comentario me sorprendió; nunca le había oído ninguna opinión sobre lo que constituía el atractivo femenino. Normalmente se mostraba del todo inmune a los encantos de las mujeres. Era algo que no parecía advertir, sencillamente.
—¡Estoy totalmente de acuerdo! —dijo Molly, mientras volvía a mordisquear la magdalena.
Complacido por haber conseguido transmitirle su idea, Gabriel se dispuso a dejarnos solas.
—¡Espera! ¿Vendrás al baile de promoción? —le preguntó Molly cuando mi hermano salía de la cocina.
Él se volvió con una expresión vagamente divertida brillándole en sus ojos grises.
—Sí —respondió—. Por desgracia figura entre las condiciones de mi puesto.
—Igual te lo pasas bien —sugirió ella tímidamente.
—Ya veremos.
A pesar de aquella respuesta más bien evasiva, Molly pareció satisfecha.
—Supongo que nos veremos allí —dijo.
Nos pasamos el resto de la tarde ojeando revistas de moda e imágenes de Google en el portátil de Molly, tratando de encontrar peinados que imitar. Ella estaba decidida a llevar el pelo recogido, bien en un moño de estilo francés, bien con una corona de rizos. Yo no sabía todavía cómo lo quería, pero seguro que a Ivy se le ocurría alguna idea.
—He estado pensando en lo que me dijiste —le solté de repente, mientras ella imprimía una foto de Gwyneth Paltrow caracterizada como Emma Woodhouse—. Sobre Xavier y… hum… la parte física de nuestra relación.
—Ay, Dios —chilló Molly—. Cuéntame. ¿Cómo fue? ¿Te gustó? Si no, tampoco importa. No puedes esperar que la primera vez salga muy bien. Mejora con la práctica.
—No, no. No ha pasado nada —respondí—. Sólo me preguntaba si debería sacarle el tema a
Xavier.
—¿Sacarlo? ¿Para qué?
—Para saber lo que piensa.
—Si le preocupara ya lo habría sacado él. ¿Por qué te estresas ahora?
—Bueno, quiero saber lo que desea, lo que espera, lo que le haría feliz…
—Beth, tú no tienes que hacer nada sólo para hacer feliz a un chico —me dijo Molly—. Si no estás preparada, deberías esperar. Ojalá yo hubiera esperado.
—Pero es que quiero hablar con él del asunto —dije—. No quiero parecer una cría.
—Beth. —Molly cerró la página web que estaba explorando y se volvió para mirarme con su expresión más seria de consejera—. Esto es algo que todas las parejas han de hablar finalmente. Lo mejor es ser sincero, no fingir lo que no eres. Él sabe que tú no has tenido ninguna experiencia, ¿no?
—Asentí en silencio—. Vale. Mucho mejor, así no habrá sorpresas. Tú sólo has de decirle que se te ha pasado por la cabeza y que quieres saber qué piensa él. Entonces sabréis los dos qué terreno pisáis.
—Gracias. —Sonreí, agradecida—. Eres la mejor. Ella se echó a reír.
—Ya lo sé. Por cierto, ¿te he contado que se me ha ocurrido un plan fabuloso?
—No —le dije—. ¿Para qué?
—Para que Gabriel me haga caso. Gemí para mis adentros.
—Otra vez, no, Molly. Ya hemos hablado de este asunto.
—Lo sé. Pero nunca he conocido a nadie como él. Y las cosas son distintas ahora… Yo soy diferente.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno, he comprendido una cosa —dijo con una amplia sonrisa—. Lo único que puedo hacer para conseguir gustarle a Gabriel es volverme mejor persona. O sea que… he decidido desarrollar mi conciencia social; ya me entiendes, implicarme más en la comunidad.
—¿Y cómo pretendes hacerlo?
—Trabajando unas horas de voluntaria en la residencia de ancianos. Es una gran estrategia, has de reconocerlo.
—La verdad, Molly, la mayoría de la gente no asume esos servicios comunitarios como parte de una estrategia —le dije—. No deberías planteártelo así. A Gabe no le gustaría.
—Bueno, pero él no lo sabe ¿verdad? Además, lo hago por un buen motivo —dijo—. Ya sé que ahora mismo Gabe no me ve tal como yo lo veo a él, pero quizá sí en el futuro. Tampoco puedo esperar que cambie de idea de la noche a la mañana. Tengo que demostrarle que soy digna de él.
—Pero ¿cómo vas a demostrárselo si estás fingiendo?
—A lo mejor quiero cambiar de verdad.
—Moll… —empecé, pero ella me cortó en seco.
—No trates de disuadirme. Quiero seguir el plan hasta el final y ver qué pasa. He de intentarlo.
«No servirá de nada, es imposible», pensé, rememorando en aquel momento las advertencias que me habían hecho a mí no hacía tanto tiempo.
—Tú no sabes nada de Gabriel —dije—. Él no es lo que parece. Tiene tantos sentimientos como ese ángel de piedra del jardín.
—¿Cómo puedes decir eso? —gritó Molly—. Todo el mundo tiene sentimientos, lo que pasa es que algunas personas son más inaccesibles que otras. No me importa esperar.
—Estás perdiendo el tiempo con Gabriel. Él no siente las cosas como la gente normal.
—Bueno, si tienes razón, lo dejaré correr.
—Perdona. No es que quiera disgustarte. Pero no me gustaría verte lastimada.
—Ya sé que es arriesgado —admitió Molly—, pero estoy dispuesta a correr el riesgo. Además, ya es tarde para echarme atrás. ¿Cómo voy a mirar a cualquier otro después de conocerlo a él?
La miré atentamente. Tenía una expresión tan franca y auténtica que no me quedó más remedio que creerla. Sus ojos relucían de deseo.
—¿Él te ha dado motivos para creer que podría pasar algo?
—Aún no —reconoció—. Estoy esperando alguna señal.
—Dime, ¿por qué te gusta tanto? ¿Por su aspecto?
—Al principio, sí —confesó—. Pero ahora es algo más. Cada vez que lo veo tengo esa extraña sensación de déjà vu, como si lo hubiera visto antes. Es una sensación un poquito espeluznante, pero asombrosa. A veces me da la impresión de que sé lo que está a punto de hacer o de decir. —Sacudió sus rizos con actitud resuelta—. Bueno, ¿me ayudarás?
—¿Qué puedo hacer?
—Colaborar con mi plan. Déjame acompañarte la próxima vez que vayáis a Fairhaven.
¿No formaría parte del plan divino aquel repentino interés de Molly en la residencia de ancianos? Nosotros estábamos procurando fomentar el espíritu caritativo, incluso aunque los motivos de la gente pudieran ser cuestionables.
—Supongo que eso sí puedo hacerlo. Pero prométeme que no te vas a hacer demasiadas ilusiones.
Ya había empezado a oscurecer cuando Molly se dispuso a marcharse. Gabriel se ofreció educadamente a acompañarla en coche.
—No, gracias —dijo ella, sin querer obligarlo—. Puedo irme a pie, no está muy lejos.
—Me temo que no puedo permitirlo —repuso Gabriel cogiendo las llaves del jeep—. Las calles no son seguras a estas horas para una chica.
No era la clase de persona con la que se pudiera discutir, así que Molly me hizo un guiño mientras me daba un abrazo.
—¡Una señal! —me susurró al oído, y siguió a Gabriel, caminando con tanto recato como le era posible a alguien como ella.
Arriba, en mi habitación, intenté seguir trabajando en la poesía que nos habían encargado, pero me sentía completamente bloqueada. No se me ocurría una sola idea. Garabateé algunas posibilidades, pero todas me resultaban trilladas y acababan en la papelera. Puesto que había sido Jake quien había empezado, no sentía el poema como algo mío y nada de lo que me venía a la cabeza parecía encajar. Acabé dándome por vencida y bajé para llamar a Xavier.




Al final resultó que mi bloqueo creativo tampoco representaba ningún problema.
—Me he tomado la libertad de escribir el resto de la primera estrofa —me anunció Jake cuando nos sentamos al otro día en la última fila de la clase—. Espero que no te importe.
—No, te lo agradezco. ¿Me la recitas?
Con un gesto seco de muñeca, abrió su diario escolar por la página justa. Su voz se derramaba como un líquido mientras leía en voz alta.



Ella tenía la cara de un ángel
En cuyos ojos me viera reflejado, Como si fuéramos uno y el mismo A una mentira esclavizado.



Levanté la vista lentamente, sin saber muy bien lo que había estado esperando. Jake seguía mirándome con aire amigable.
—¿Espantoso? —preguntó, escrutando mi rostro con sus ojos. Habría jurado que eran verdes la última vez, pero ahora relucían negros como el carbón.
—Está muy bien —murmuré—. Es evidente que tienes un don para estas cosas.
—Gracias —dijo—. Intenté ponerme en el lugar de Heathcliff escribiéndole a Cathy. Nadie significó tanto para él como esa chica. La amaba tanto que no le quedaba nada para los demás.
—Era un amor absorbente —asentí.
Bajé la vista, pero Jake me tomó la mano y empezó a deslizar un dedo en espiral por mi muñeca. Tenía los dedos calientes y me parecía que me quemaban la piel. Era como si estuviera tratando de enviarme un mensaje sin palabras.
—Eres preciosa —murmuró—. Nunca había visto una piel tan delicada, como una flor. Pero me figuro que estas cosas te las dicen continuamente.
Aparté la muñeca.
—No —le dije—. Nadie me lo había dicho.
—Hay un montón de cosas más que me gustaría decirte si me dieras la oportunidad. —Jake parecía ahora casi en trance místico—. Podría enseñarte lo que es estar enamorado de verdad.
—Yo ya estoy enamorada. No necesito tu ayuda.
—Podría hacerte sentir cosas que nunca has sentido.
—Xavier me da todo lo que deseo —le espeté.
—Podría mostrarte un grado de placer que nunca has llegado a imaginar —insistió Jake. Su voz se había transformado en un zumbido hipnótico.
—No creo que a Xavier le gustara esto —dije fríamente.
—Piensa en lo que te gustaría a ti, Bethany. En cuanto a Xavier, se diría que le cuentas demasiado. Yo, en tu lugar, utilizaría el sistema de dar a conocer sólo lo imprescindible.
Me dejó de piedra la brutalidad de su franqueza.
—Bueno, resulta que no estás en mi lugar y no es así como yo funciono. Mi relación con Xavier se basa en la confianza, una cosa con la que no pareces muy familiarizado —le solté, tratando de subrayar el abismo moral que nos separaba.
Aparté la silla y me levanté. Algunos compañeros se volvieron a mirarme con curiosidad. Incluso la señorita Castle levantó la vista del montón de trabajos que estaba corrigiendo.
—No te enfades conmigo, Beth —me dijo Jake, de repente con un aire suplicante—. Por favor, siéntate.
Volví a tomar asiento de mala gana, y más que nada porque no quería llamar la atención ni alimentar las habladurías.
—Me parece que no quiero continuar este trabajo contigo —le dije—. Estoy segura de que la señorita Castle lo entenderá.
—No seas así. Perdona. ¿No podríamos olvidar todo lo que he dicho? Resoplé y me crucé de brazos, pero su expresión de inocencia me podía.
—Te necesito como amiga —me dijo—. Dame otra oportunidad.
—Sólo si me prometes no volver a decirme nada parecido.
—De acuerdo, de acuerdo. —Alzó las manos, rindiéndose—. Te lo prometo… ni una palabra más.
Cuando me encontré después de clase con Xavier no le conté mi conversación con Jake. Intuía que sólo serviría para ponerlo furioso y provocar un enfrentamiento. Además, bastante teníamos en qué pensar nosotros dos sin meter a Jake por en medio. Aun así, guardármelo me provocó una sensación de incomodidad. Al analizar la situación más adelante, me di cuenta de que era
exactamente aquello lo que buscaba Jake Thorn.




—¿Puedo hablar contigo de una cosa? —le pregunté a Xavier, mientras permanecíamos tendidos en la arena.
Teníamos previsto volver directamente a casa y ponernos a estudiar, porque se acercaban los exámenes del tercer trimestre. Pero nos habíamos distraído con la perspectiva de tomarnos un helado. Compramos unos conos y tomamos el camino más largo a casa, a través de la playa, caminando cogidos de la mano. Indefectiblemente, a mí me entraron ganas de mojarme los pies y acabamos persiguiéndonos como críos, hasta que Xavier me atrapó y nos tiramos sobre la arena.
Xavier se dio la vuelta para mirarme y me quitó los granos de arena húmeda que tenía pegados en la nariz.
—Puedes hablar conmigo de lo que quieras.
—Bueno —empecé con torpeza—. No sé cómo decirlo… no quiero que vaya a sonar mal… Xavier se incorporó de golpe y se apartó el pelo de los ojos, con una expresión muy seria.
—¿Estás rompiendo conmigo? —preguntó.
—¿Qué? —grité—. No, claro que no. Al contrario.
—Ah. —Volvió a tumbarse y sonrió perezosamente—. Entonces es que estás a punto de pedirme que me case contigo. No es año bisiesto, ¿sabes?
—No me lo estás poniendo nada fácil —protesté.
—Perdona. —Me miró en serio—. ¿De qué quieres hablar?
—Quiero saber lo que piensas… qué opinas sobre… —Hice una pausa y bajé la voz—. La palabra que empieza por «s».
Xavier se llevó una mano a la barbilla.
—No se me dan bien las adivinanzas. Vas a tener que concretar un poco más. Yo me removí avergonzada, sin querer decirlo en voz alta.
—¿Cuál es la siguiente letra? —preguntó Xavier riéndose y tratando de echarme una mano.
—La «e», seguida de una «x» y una…
—¿Quieres que hablemos de sexo?
—Bueno, no tanto hablar —dije—. Lo que te pregunto es… si piensas en ello alguna vez.
—¿De dónde ha salido esto? —preguntó Xavier en voz baja—. No parece nada propio de ti.
—Bueno, estuve hablando con Molly. Y ella encontró raro que no hubiéramos… ya me entiendes, hecho nada.
Xavier frunció el ceño.
—¿Hace falta que Molly conozca todos los detalles de nuestra relación?
—¿Tú no piensas en mí de esa manera? —pregunté, sintiendo una repentina opresión en el pecho. Aquella era una posibilidad que no había considerado—. ¿Es que tengo algo raro?
—Eh, eh. Claro que no. —Xavier me cogió la mano—. Beth… para muchos tíos el sexo es el único motivo de que sus relaciones no se vayan al garete. Pero nosotros no somos así; tenemos mucho más. Si nunca he hablado contigo de ello es porque no me ha parecido que lo necesitáramos.
—Me miró fijamente—. Estoy seguro de que sería increíble, pero yo te quiero por ti misma, no por lo que puedas ofrecerme.
Yo apenas lo escuchaba.
—¿Tú y Emily tuvisteis una relación física?
—Oh, Dios. —Se dejó caer sobre la arena—. Otra vez no.
—¿Sí o no?
—¿Qué importancia tiene?
—¡Responde a mi pregunta!
—Sí, la tuvimos. ¿Contenta?
—¡Ahí tienes! Otra cosa que ella podía darte y yo no.
—Beth, una relación no se basa únicamente en lo físico —me dijo con calma.
—Pero es una parte de ella —objeté.
—Claro. Pero ni la crea ni la rompe.
—Tú eres un chico. ¿No tienes… ganas? —pregunté bajando la voz. Xavier se echó a reír.
—Cuando resulta que has conocido a una familia de mensajeros celestiales, tiendes a olvidar tus
«ganas» y a centrarte en lo importante.
—¿Y si yo te dijera que lo deseo? —le pregunté de pronto, yo misma asombrada de las palabras que acababan de salir de mis labios. ¿Cómo se me había ocurrido? ¿Acaso tenía idea de dónde me estaba metiendo? Lo único que sabía era que amaba a Xavier más que a nada en el mundo y que estar separada de él me causaba un dolor físico. No podía soportar la idea de que existiera una parte suya que yo no hubiera descubierto, una parte que me estuviera vedada. Quería conocerlo del derecho y del revés, aprenderme de memoria su cuerpo, grabármelo a fuego en mi mente. Quería estar lo más cerca posible de él, fundidos los dos en cuerpo y alma.
—¿Y bien? —le pregunté suavemente—. ¿Dirías que sí?
—De ninguna manera.
—¿Por qué?
—Porque no creo que estés preparada.
—¿Eso no debo decidirlo yo? —dije con terquedad—. Tú no puedes detenerme.
—Ya descubrirás que hacen falta dos para bailar el tango —dijo Xavier. Me acarició la cara—. Beth, yo te quiero y nada me hace tan feliz como estar contigo. Eres embriagadora.
—¿Entonces…?
—Entonces, si de veras lo quieres, yo querré incluso más que tú, pero no sin antes considerarlo con mucho cuidado.
—¿Y eso cuándo será?
—Cuando hayas podido pensártelo bien, cuando simplemente no acabes de hablarlo con Molly. Di un suspiro.
—No tiene nada que ver con ella.
—Escucha, Beth, ¿te has parado a pensar en cuáles podrían ser las consecuencias?
—Supongo…
—¿Y aun así lo quieres hacer? Es demencial.
—¿No te das cuenta? —murmuré—. Ya no me importa. —Volví el rostro hacia el Cielo—. Aquello ya no es mi hogar; lo eres tú.
Xavier me estrechó entre sus brazos y me atrajo hacia sí.
—Y tú el mío. Pero no sería capaz de hacer nada que pudiera perjudicarte. Hemos de atenernos a las normas.
—No es justo. Y no soporto que dirijan mi vida.
—Ya. Pero ahora mismo no podemos remediarlo.
—Podríamos hacer lo que quisiéramos. —Intenté frenarme, pero las palabras parecían salirme de un modo incontrolable—. Podríamos marcharnos, olvidarnos de los demás. —Advertí que llevaba tiempo acariciando aquella idea en secreto—. Podríamos escondernos. Quizá no nos encontrasen nunca.
—Sí nos encontrarían y yo no voy a perderte, Beth —dijo Xavier enérgicamente—. Y si ello implica atenerse a sus reglas, que así sea. Comprendo que te dé rabia, pero quiero que pienses bien lo que estás insinuando. Piénsalo un poco.
—¿Un par de días?
—Un par de meses.
Suspiré, pero Xavier era inflexible.
—No voy a dejar que te precipites y hagas algo de lo que puedas arrepentirte. No corras tanto. Hemos de actuar con calma y sensatez. Hazlo por mí.
Apoyé la cabeza en su pecho y sentí que toda la irritación acumulada abandonaba mi cuerpo.
—Haré cualquier cosa por ti.




—¿Qué pasaría si un ángel y un humano hiciesen el amor? —le pregunté a Ivy aquella misma noche, mientras me servía un taza de leche.
Ella me miró con aspereza.
—¿Por qué lo preguntas? Bethany, por favor, dime que no…
—Claro que no —la corté—. Es sólo curiosidad.
—Bueno… —Mi hermana se quedó pensativa—. El propósito de nuestra existencia es servir a
Dios ayudando a los hombres, no mezclándonos con ellos.
—¿Ha ocurrido alguna vez?
—Sí. Con consecuencias desastrosas.
—Lo cual significa…
—Significa que lo humano y lo divino no han sido creados para fundirse. Si llegara a suceder, creo que el ángel perdería su divinidad. No podría redimirse después de una transgresión semejante.
—¿Y el humano?
—El humano no podría volver a llevar una vida normal.
—¿Por qué?
—Porque su experiencia —me explicó Ivy— rebasaría cualquier experiencia humana.
—¿O sea que quedaría dañado de por vida?
—Sí —dijo ella—. Supongo que es una manera de expresarlo; se convertiría en una especie de paria. Creo que sería una crueldad; como dejarle entrever a un humano otra dimensión y luego impedirle que accediese a ella. Los ángeles existen fuera del tiempo y del espacio, pueden viajar libremente de un mundo a otro. La mayor parte de nuestra existencia es incomprensible para los humanos.
Aunque no tuviera todo aquello nada claro, sí sabía una cosa: que no podía precipitarme a hacer nada con Xavier por muchas ganas que tuviera. Una unión semejante era peligrosa y estaba prohibida. Implicaría una unión antinatural entre el Cielo y la Tierra, una colisión entre ambos mundos. Y por lo que Ivy decía, el impacto podía ser demoledor.




—Xavier y yo hemos decidido esperar —le dije a Molly cuando se apresuró a interrogarme en la cafetería del colegio. A veces me daba la impresión de que tenía un interés malsano en mi vida amorosa. No podía explicarle lo que Ivy me había dicho, así que lo expresé como mejor pude—. No hemos de hacer nada para demostrarnos lo que sentimos.
—¿Pero tú no lo deseas? —dijo Molly—. ¿No sientes curiosidad?
—Supongo, pero no tenemos prisa.
—Uy, chica, la verdad es que vivís en otra dimensión. —Molly se rio—. Todo el mundo se muere por hacerlo en cuanto se presenta la ocasión.
—¿Se mueren por hacer qué? —preguntó Taylah, que apareció por detrás de Molly lamiendo una piruleta. Yo moví la cabeza para que cambiáramos de tema, pero Molly no me hizo caso.
—Por echarse un revolcón —dijo.
—Ah, ¿quieres perder la «V» de la matrícula? —dijo Taylah, sentándose a nuestro lado. Debí poner una expresión alarmada, porque Molly estalló en carcajadas.
—Tranqui, cielo. Puedes fiarte de Taylah. A lo mejor ella puede ayudarte.
—Si tienes alguna duda sobre sexo, yo soy tu chica —me aseguró Taylah. La miré, escéptica. Confiaba en Molly, pero sus amigas eran muy bocazas y nada discretas.
—No pasa nada —dije—. No tiene importancia.
—¿Quieres un consejo? —me preguntó, aunque obviamente no le importaba si lo quería o no—. No lo hagas con el tipo del que estés enamorada.
—¿Cómo? —Me la que quedé mirando. Con aquellas simples palabras acababa de sembrar el caos en todo mi sistema de creencias—. ¿No querrás decir exactamente lo contrario?
—Uf, Tay, no le digas eso —apuntó Molly.
—En serio —insistió Taylah, meneando un dedo—, si pierdes la virginidad con la persona que amas todo se va al cuerno.
—Pero ¿por qué?
—Porque, cuando se acaba la relación, resulta que has dado una cosa realmente especial y que ya no puedes recuperarla. Si se la das a alguien que no te importa, no duele tanto.
—¿Y si no se acaba la relación? —le pregunté, con un nudo en la garganta que se parecía a un
acceso de náuseas.
—Créeme, Beth —dijo Taylah, muy seria—, todo se acaba.
Mientras escuchaba, sentí un impulso repentino y abrumador de alejarme todo lo posible de ellas.
—Bethie, no le hagas caso —dijo Molly, mientras yo apartaba mi silla y me levantaba—. ¿Lo ves? Le ha sentado fatal.
—No me pasa nada —mentí, procurando no alzar la voz—. Tengo una reunión. Nos vemos luego. Gracias por el consejo, Taylah.
En cuanto salí de la cafetería, apreté el paso. Tenía que encontrar a Xavier. Necesitaba que me estrechara entre sus brazos para volver a respirar, para que su fragancia y su contacto me libraran de la violenta náusea que me llegaba en oleadas. Lo encontré junto a su taquilla, a punto de marcharse al entrenamiento de waterpolo, y casi me abalancé sobre él en mi ansiedad por recuperar la calma.
—No se va a acabar, ¿no? —Hundí la cara en su pecho—. Prométeme que no permitirás que termine.
—Uau, Beth. ¿Qué te pasa? —Xavier me apartó suavemente, pero con firmeza, y me obligó a mirarlo—. ¿Qué ha ocurrido?
—Nada —dije, con voz temblorosa—. Sólo que Taylah ha dicho…
—Beth —musitó Xavier—, ¿cuándo vas a dejar de escuchar a esas chicas?
—Ella dice que todo se acaba —susurré. Noté que sus brazos se tensaban a mi alrededor y comprendí que la idea le resultaba tan dolorosa a él como a mí—. Pero yo no podría soportarlo si nos pasara a nosotros. Todo se vendría abajo; ya no habría ningún motivo para seguir viviendo. Nuestro final sería mi final.
—No hables así —dijo Xavier—. Yo estoy aquí y tú también. Ninguno de los dos se va a ninguna parte.
—¿Y no me dejarás nunca?
—Nunca mientras viva.
—¿Cómo puedo saber que es cierto?
—Porque cuando te miro, veo mi mundo entero. No voy a irme; porque no me quedaría nada.
—¿Pero por qué me escogiste? —le dije. Sabía la respuesta, sabía lo mucho que me quería, pero necesitaba oírselo decir.
—Porque me acercas más a Dios y a mí mismo —dijo Xavier—. Cuando estoy contigo comprendo cosas que nunca creí que fuera a comprender, y es como si mis sentimientos por ti borraran todo lo demás. El mundo podría caerse a pedazos y no me importaría mientras te tuviera a mi lado.
—¿Quieres oír una locura? —le susurré—. A veces, por las noches, siento tu alma junto a la mía.
—No es ninguna locura. —Xavier sonrió.
—Creemos un lugar —le dije, apretándome contra él—. Un sitio que sea sólo nuestro, un lugar donde siempre podamos encontrarnos si las cosas se tuercen.
—¿Bajo los acantilados de la Costa de los Naufragios, por ejemplo?
—No, quiero decir en nuestras mentes —le dije—. Un sitio al que podamos acudir si alguna vez nos perdemos o estamos separados, o simplemente necesitamos ponernos en contacto. Será el único
sitio que nadie sabrá nunca cómo encontrar.
—Me gusta —dijo Xavier—. ¿Por qué no lo llamamos el Espacio Blanco?
—Me parece perfecto.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:06 pm

Capítulo 23: R.I.P.






Según el sistema de creencias de la mayoría de los humanos, sólo existen dos dimensiones: la dimensión de los vivos y la de los muertos. Pero lo que no comprenden es que hay muchas más. Junto a la gente normal que vive en la Tierra, hay otros seres que llevan una existencia paralela; están casi al alcance de la mano, pero son invisibles para el ojo no adiestrado. Algunos de ellos se conocen como la Gente del Arco Iris: seres inmortales capaces de viajar entre los mundos, hechos exclusivamente de sabiduría y comprensión. La gente los vislumbra algunas veces, cuando pasan disparados de un mundo a otro. Apenas un reluciente rayo de luz blanca y dorada, o el leve resplandor de un arco iris suspendido en el cielo. La mayoría cree estar sufriendo una ilusión óptica, un efecto extraño de la luz. Sólo algunos, muy pocos, son capaces de percibir una presencia divina en ello. A mí me complacía pensar que Xavier era uno de esos pocos.




Encontré a Xavier en la cafetería, me senté a su lado y piqué del cuenco de nachos que me ofrecía. Al removerse en su asiento, me rozó el muslo con el suyo, cosa que me transmitió un estremecimiento por todo el cuerpo. Pero no pude disfrutar la sensación apenas, porque en ese momento nos llegó un griterío desde el mostrador. Dos chicos de trece o catorce años se habían enzarzado en una discusión en la cola.
—¡Tío, te acabas de colar delante de mis narices!
—¿Qué dices? ¡Llevo aquí todo el rato!
—¡Y una mierda! ¡Pregúntale a quien quieras!
Como no había ningún profesor a la vista, la discusión se fue acalorando y llegó a los empujones y los insultos. Las chicas mayores que estaban detrás de ellos se alarmaron cuando uno de los chavales agarró al otro del cuello.
Xavier se levantó de golpe dispuesto a intervenir, pero volvió a sentarse al ver que se le adelantaba otro. Era Lachlan Merton, un chico teñido de rubio platino que estaba permanentemente enchufado a su iPod y que no había entregado en todo el año un solo trabajo escolar. Habitualmente era del todo insensible a lo que sucedía alrededor, pero ahora se abrió paso con decisión y separó a los dos chicos. No oímos qué les decía, pero ellos dejaron de pelear a regañadientes e incluso accedieron a darse la mano.
Xavier y yo nos miramos.
—Lachlan Merton portándose de un modo responsable. Esto sí que es una novedad —observó
Xavier.
A mí me pareció que lo que acabábamos de presenciar era un ejemplo perfecto del sutil cambio que se estaba produciendo en Bryce Hamilton. Pensé en lo contentos que se pondrían Ivy y Gabriel
cuando supieran que sus esfuerzos estaban dando resultado. Desde luego, había en el mundo otras comunidades más necesitadas que Venus Cove, pero ellas no formaban parte de nuestra misión; allí habían sido destinados otros ángeles. Yo me alegraba secretamente de que no me hubieran enviado a un rincón del mundo asolado por la guerra, la pobreza y los desastres naturales. La imágenes de esos sitios que salían en las noticias ya resultaban de por sí bastante duras; tanto que yo procuraba saltármelas porque solían provocar un sentimiento de desesperación. No soportaba ver imágenes de niños que pasaban hambre o sufrían enfermedades por falta de agua depurada: sólo de pensar en las cosas que los humanos eran capaces de eludir mirando para otro lado, me daban ganas de llorar.
¿Acaso eran más dignas unas personas que otras? Nadie debería pasar hambre ni sufrir abandono, ni desear que sus días acabaran cuanto antes. Aunque rezaba para solicitar la intervención divina, a veces la idea misma me irritaba.
Cuando hablé de ello con Gabriel, me dijo que todavía no estaba preparada para entenderlo, que lo estaría algún día.
—Ocúpate de las cosas a tu alcance —fue su consejo.
A la mañana siguiente nos fuimos los tres a Fairhaven, la residencia de ancianos. Yo había ido allí una o dos veces a ver a Alice, tal como le había prometido, pero luego mis visitas se habían interrumpido porque había empezado a dedicarle todo mi tiempo libre a Xavier. Gabriel e Ivy, sin embargo, la visitaban regularmente y siempre lo hacían acompañados de Phantom. Este, según ellos, se iba derechito a donde estuviera Alice sin que nadie le indicase el camino.
Como Molly se había ofrecido a trabajar de voluntaria, dimos un pequeño rodeo para recogerla. Ya estaba levantada y lista para salir, aunque eran las nueve de la mañana de un sábado y no solía levantarse antes de mediodía durante los fines de semana. Nos sorprendió verla vestida como si fuera a una sesión de fotos, o sea, con una minifalda tejana, tacones altos y una camisa a cuadros. Taylah había pasado la noche en su casa y era evidente que no le cabía en la cabeza que su amiga estuviera dispuesta a perderse varios episodios seguidos de la serie de televisión Gossip Girl para irse a trabajar con un puñado de ancianos.
—¿Para qué demonios quieres ir a una residencia? —la oí gritar desde el interior cuando le abrí a Molly la puerta del coche.
—Todos acabaremos allí algún día —le replicó ella con una sonrisa. Se repasó el brillo de labios mirándose en la ventanilla.
—Yo no —juró Taylah—. Esos sitios apestan.
—Luego te llamo —dijo Molly, subiendo a mi lado.
—Pero Moll —gimió Taylah—, habíamos quedado esta mañana con Adam y Chris.
—Salúdalos de mi parte.
Taylah se nos quedó mirando mientras salíamos del sendero, como preguntándose quién se había llevado a su mejor amiga y la había reemplazado con aquella impostora.
Cuando llegamos a Fairhaven las enfermeras nos recibieron complacidas. Ya estaban acostumbradas a las visitas de Ivy y Gabriel, pero la presencia de Molly las pilló por sorpresa.
—Esta es Molly —dijo Gabriel—. Se ha ofrecido amablemente a ayudarnos.
—Siempre se agradece toda la ayuda extra —repuso Helen, una de las enfermeras jefe—. Sobre
todo cuando vamos cortos de personal como hoy.
Se la veía ojerosa y cansada.
—Me alegra poder echar una mano —dijo Molly, vocalizando cada sílaba y alzando la voz, como si Helen fuera dura de oído—. Es importante devolverle a la comunidad un parte de lo que te ha dado.
Le lanzó una mirada de soslayo a Gabriel, pero él estaba ocupado sacando la guitarra de la funda y no se enteró.
—Llegáis a punto para el desayuno —explicó Helen.
—Gracias, ya hemos comido —respondió Molly. La enfermera la miró algo perpleja.
—No. Me refiero al desayuno de los residentes. Puedes ayudar a dárselo, si quieres.
La seguimos por un pasillo sombrío y entramos en el comedor, que tenía un aire desaliñado y deprimente a pesar de la música de Vivaldi que sonaba en un reproductor anticuado de CD. La alfombra, muy floreada, estaba raída y las cortinas tenían un estampado de frutas descolorido. Los residentes estaban sentados en sillas de plástico ante varias mesas de formica, y los que no se sostenían derechos se acomodaban en unos mullidos sillones de cuero. A pesar de los ambientadores enchufados en las paredes, se percibía un intenso hedor en el aire, una mezcla de amoníaco y verdura hervida. En un rincón había un televisor portátil emitiendo un documental sobre la vida salvaje. Las cuidadoras —mujeres en su mayoría—, se afanaban en sus tareas rutinarias, como doblar servilletas, despejar las mesas y ponerles un babero a los residentes que no podían valerse por sí mismos. Algunos alzaron la cara con expectación cuando entramos. Otros apenas percibían su entorno y no advirtieron siquiera nuestra llegada.
Las bandejas del desayuno estaban apiladas en un carrito, con toda la comida envuelta en papel de plata. En los estantes de abajo había hileras de tazas de plástico.
No veía a Alice por ningún lado y me pasé la siguiente media hora dándole de comer a una mujer llamada Dora, que estaba en una silla de ruedas con una mantita multicolor de ganchillo sobre las rodillas. Permanecía sentada con el cuerpo hundido, la boca floja y los ojos caídos. Tenía la piel amarillenta y manchas en las manos. A través de la piel de la cara, fina como un papel, se le transparentaba una red de capilares rotos. No supe muy bien en qué consistía el «desayuno» de Fairhaven; a mí me parecía un montón de engrudo amarillento. Me constaba, eso sí, que a muchos residentes les daban todo triturado para que no se atragantasen.
—¿Qué es esto? —le pregunté a Helen.
—Huevos revueltos —dijo, alejándose con otro carrito.
Un anciano trataba de tomar una cucharada, pero las manos le temblaban tanto que acabó tirándoselo todo por la cara. Gabriel corrió a su lado.
—Yo me encargo —dijo, y empezó a limpiarlo con una toalla de papel. Molly estaba tan absorta mirándolo que se había olvidado de su propia anciana, quien aguardaba con la boca abierta.
Cuando terminé de ayudar a Dora me ocupé de Mabel, que tenía fama de ser la residente más agresiva de Fairhaven. De entrada, me apartó la cucharada que le ofrecía y apretó los labios con fuerza.
—¿No tiene hambre? —le pregunté.
—Ah, no te preocupes por Mabel —me dijo Helen—. Está esperando a Gabriel. Mientras él esté aquí, no aceptará la ayuda de nadie más.
—De acuerdo. No he visto a Alice. ¿Dónde está?
—Ha sido trasladada a una habitación privada —respondió—. Me temo que se ha deteriorado bastante desde la última vez que la viste. Le falla la vista y se está recuperando de una infección pulmonar. La habitación queda al fondo del pasillo: la primera puerta a la derecha. Seguro que le hará mucho bien verte.
¿Por qué no me habían dicho nada Gabriel e Ivy? ¿Tan absorta había estado en mis cosas que habían llegado a la conclusión de que me tenía sin cuidado? Crucé el pasillo hacia la habitación de Alice con una sensación creciente de temor.
Phantom se me había adelantado y aguardaba ante la puerta como un centinela. Casi no reconocí a la mujer acostada en la cama cuando entramos; no se parecía en nada a la Alice que yo recordaba. La enfermedad había hecho estragos en su rostro y la había transfigurado. Parecía frágil como un pajarito y tenía despeinado su pelo escaso. Ya no llevaba aquellos suéteres llenos de colorido, sino una sencilla bata blanca.
No abrió los ojos cuando susurré su nombre, pero extendió una mano hacia mí. Antes de que pudiera estrecharla, Phantom me tomó la delantera y restregó su hocico contra su piel.
—¿Eres tú, Phantom? —preguntó Alice, con la voz ronca.
—Phantom y Bethany —respondí—. Hemos venido a visitarla.
—Bethany… —repitió—. Qué amable de tu parte venir a verme. Te he echado de menos. Todavía tenía los ojos cerrados, como si el esfuerzo necesario para abrirlos fuera demasiado.
—¿Cómo se encuentra? ¿Quiere que le traiga algo?
—No, querida. Tengo todo lo que necesito.
—Lamento no haber venido últimamente. Es que…
No sabía cómo explicar mi negligente comportamiento.
—Ya —dijo—. La vida se interpone con mil cosas, no hay que excusarse. Ahora estás aquí y eso es lo importante. Espero que Phantom se haya portado bien.
Él soltó un breve ladrido al oír su nombre.
—Es un compañero perfecto.
—Buen chico —dijo Alice.
—¿Y qué es eso de que ha estado enferma? —pregunté con tono jovial—. ¡Vamos a tener que ponerla en marcha otra vez!
—No sé si quiero ponerme otra vez en marcha. Me parece que ya va siendo hora…
—No diga eso —la corté—. Sólo le hace falta reposar un poco…
Alice levantó la cabeza de repente y abrió los ojos. No parecía enfocar nada en particular; su mirada desencajada se perdía en el vacío.
—Sé quién eres —graznó.
—Así me gusta —repuse, con un espasmo de alarma en el pecho—. Me alegro de que no me haya olvidado.
—Has venido a llevarme contigo —dijo—. No ahora, pero pronto.
—¿A dónde quiere que vayamos? —pregunté. No quería aceptar lo que me estaba diciendo.
—Al Cielo —respondió—. No te veo la cara, Bethany, pero sí veo tu luz. La miré, estupefacta.
—Tú me mostrarás el camino, ¿verdad? —preguntó.
Le tomé la muñeca y le busqué el pulso. Era como una vela casi consumida. No podía dejar que el afecto que sentía por ella me impidiera cumplir con mi trabajo. Cerré los ojos y rememoré la entidad que yo había sido en el Reino: una guía, una mentora para las almas en tránsito. Mi misión había sido dar consuelo a las almas de los niños cuando morían.
—Cuando llegue el momento, no estará sola.
—Tengo un poco de miedo. Dime, Bethany, ¿habrá oscuridad?
—No, Alice. Sólo luz.
—¿Y mis pecados? No siempre he sido una ciudadana modélica, ¿sabes? —dijo con un vestigio de su carácter peleón.
—El Padre que yo conozco es pura misericordia.
—¿Volveré a ver a mis seres queridos?
—Entrará a formar parte de una familia mucho más grande. Se encontrará con todas las criaturas de este mundo y también de más allá.
Alice se dejó caer otra vez en la almohada, cansada pero satisfecha. Sus párpados aletearon suavemente.
—Ahora debería tratar de dormir —dije.
Estreché aquella mano tan frágil y Phantom apoyó la cabeza en su brazo. Permanecimos así hasta que se durmió.
En el trayecto de vuelta, aún seguía pensando en lo que Alice me había dicho. Ver la muerte desde el Cielo era triste, pero experimentarla en la Tierra resultaba desgarrador, te producía un dolor físico que no podía remediarse con nada. Ahora sentía un agudo remordimiento por haberme centrado tanto en mi amor, eludiendo todas mis demás responsabilidades. El Cielo había aprobado mi relación con Xavier —hasta ahora, al menos— y yo no debía permitir que se volviera tan absorbente. Pero la verdad, al mismo tiempo, era que no deseaba otra cosa que encontrarme con él y dejarme invadir por su embriagadora fragancia. Ninguna otra persona hacía que me sintiera tan viva.
Al día siguiente nos llegó la noticia de que Alice había fallecido mientras dormía. No fue ninguna sorpresa para mí, porque el sonido de la lluvia en la ventana me había despertado a medianoche y, al asomarme, había visto su espíritu al otro lado del cristal. Sonreía y parecía completamente en paz. Alice había vivido una vida plena y enriquecedora, y estaba preparada para partir. La pérdida la lamentaría sobre todo su familia, que no había sabido aprovechar el tiempo que habían compartido juntos. Ellos aún no lo sabían, pero un día se les otorgaría una segunda oportunidad.
Sentí cómo su espíritu se alejaba de este mundo a toda velocidad, invadido por una nerviosa expectación. Alice ya no estaba asustada, sólo intrigada por conocer el más allá. La seguí mentalmente un trecho, en un gesto final de adiós.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:07 pm

Capítulo 24: Sólo humano






El día del funeral de Alice amaneció nublado. Había un cielo de plomo y el suelo estaba húmedo por la llovizna que había caído durante la noche. Sólo asistieron unas pocas personas, incluidas algunas enfermeras de Fairhaven y el padre Mel, que ofició la ceremonia. Su tumba estaba en un montículo cubierto de hierba, bajo una encina. Pensé que se habría reído si hubiera sabido que su lugar de reposo tenía una vista como aquella.
La muerte de Alice había removido algo en mi interior. Me había hecho pensar de nuevo en el objetivo de nuestra misión, así que decidí aumentar el tiempo que dedicaba a los servicios comunitarios. Visto en perspectiva, era un gesto insignificante y casi me sentía tonta al planteármelo, teniendo en cuenta que nuestro objetivo global era salvar a la Tierra de los ángeles caídos y de sus fuerzas de la oscuridad; pero me hacía sentir al menos que estaba contribuyendo a la causa y centrándome en lo que era importante de verdad. Xavier venía a menudo conmigo. En su familia habían colaborado con la iglesia desde hacía muchos años, así que no era una novedad para él.
—Tampoco hace falta que vengas cada vez —le dije una noche, mientras esperábamos el tren para ir a trabajar al comedor popular de Port Circe.
—Ya. Pero yo quiero hacerlo. Me han inculcado desde pequeño que es importante creer en la comunidad.
—Pero tú estás mucho más liado que yo. No quiero sobrecargarte con más cosas.
—Deja de preocuparte. Yo ya sé cómo administrar mi tiempo.
—¿No tienes un oral de francés mañana?
—Tenemos un oral mañana. Y por eso me he traído esto —dijo, sacando un libro de la mochila
—. Podemos estudiar por el camino.
Empezaba a acostumbrarme a los trenes, y viajar con Xavier ayudaba lo suyo. Nos sentamos en un vagón prácticamente vacío, dejando aparte a un viejo arrugadito que daba cabezadas y babeaba sobre su camisa. Entre los pies tenía una botella envuelta en una bolsa de papel.
Abrimos el libro, y apenas llevábamos unos minutos leyendo cuando Xavier levantó la vista.
—El Cielo ha de ser bastante grande —dijo. Hablaba en voz baja, así que no lo reprendí por sacar el tema en público—. ¿Cuánto espacio haría falta para dar cabida a todas esas almas? No sé… Debe de ser sencillamente que no me cabe en la cabeza la idea del infinito.
—En realidad hay siete reinos en el Cielo —dije de repente, deseando compartir con él lo que yo sabía, a pesar de que era consciente de que iba contra nuestras leyes.
Xavier suspiró y se arrellanó en el asiento.
—¿Y ahora me lo dices, cuando ya empezaba a hacerme a la idea? ¿Cómo va a haber siete?
—Sólo hay un trono en el Primer Cielo —le dije—. Y ángeles que predican la palabra del Señor.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se encuentran en el Séptimo Cielo, el reino supremo.
—Pero ¿para qué hay tantos?
—Cada reino tiene una función distinta. Es como ir escalando por el organigrama de una gran empresa para llegar a reunirse con el director general.
Xavier se masajeó las sienes.
—Me falta aprender un montón, ¿no?
—Bueno, hay muchos datos que recordar —dije—. El Segundo Cielo está a la misma distancia de la Tierra que el Primero; los ángeles de la derecha son siempre más gloriosos que los de la izquierda; la entrada al Sexto Cielo es bastante complicada y has de salir al espacio exterior por la puerta del Cielo. Ya sé que parece confuso, pero puedes distinguir cuál es cuál porque los cielos inferiores son oscuros comparados con el resplandor del Séptimo…
—¡Basta! —clamó Xavier—. ¡Para antes de que me estalle el cerebro!
—Perdona —dije, avergonzada—. Supongo que son demasiadas cosas para asimilarlas de golpe. Xavier me sonrió con aire de guasa.
—Procura recordar que sólo soy humano.




Xavier me invitó a asistir al último partido de la temporada de su equipo de rugby. Sabía que era importante para él y quedé con Molly y sus amigas, que solían actuar como animadoras en los partidos de Bryce Hamilton. En realidad, aunque lo presentaran como una forma de compañerismo escolar, me daba la impresión de que era un pretexto para mirar a los chicos corriendo y sudando en pantalones cortos. Ellas procuraban estar listas para ofrecerles bebidas frescas durante los descansos, con la esperanza de ganarse un cumplido o incluso una cita.
El partido se jugaba en casa, así que fuimos todas andando al campo de deportes. Cuando llegamos, nuestro equipo ya estaba calentando con su uniforme a rayas negras y rojas. Los contrarios, del colegio preuniversitario Middleton, estaban en la otra punta del campo y lucían una camiseta a rayas verdes y amarillas. Escuchaban muy atentos a su entrenador, un tipo tan rubicundo que parecía al borde de un aneurisma. Xavier me saludó desde lejos al verme y siguió calentando. Antes de empezar, todo el equipo de Bryce Hamilton se apiñó para corear unos lemas estimulantes sobre el
«poderoso ejército negro y rojo». Luego, abrazados unos con otros y haciendo carreras sin moverse, aguardaron a que el árbitro tocara el silbato.
—Típico —murmuró Molly—. Nada como los deportes para conseguir arrancarles un poco de emoción.
En cuanto empezó el partido comprendí que nunca sería una fan del rugby: era demasiado agresivo. El juego consistía básicamente en machacarse unos a otros para arrebatarle la pelota al contrario. Miré cómo corría por el campo uno de los compañeros de Xavier, con la pelota bien protegida bajo el brazo. Esquivó a un par de jugadores del Middleton, que lo persiguieron implacablemente. Cuando ya estaba a unos metros de la línea de gol, se lanzó por los aires y aterrizó con los brazos extendidos; la pelota, que aferraba con ambas manos, quedó justo sobre la línea. Uno de los oponentes, que había intentando sin éxito un placaje para detenerlo, se le vino encima. Todo el
equipo de Bryce Hamilton estalló en gritos y vítores. Ayudaron al jugador a levantarse y le fueron dando unas palmadas tremendas mientras regresaba tambaleante al centro del campo.
Me estaba tapando los ojos para no ver cómo chocaban dos jugadores cuando Molly me dio un codazo.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó, señalando una figura que estaba al otro lado del campo. Era un joven con una chaqueta de cuero larga. Su identidad quedaba oculta por un sombrero y una larga bufanda con la que se envolvía parcialmente la cara.
—No sé —respondí—. ¿Algún padre quizá?
—Un padre con una pinta bastante rara —dijo Molly—. ¿Por qué estará allí plantado él solo? Enseguida nos olvidamos de él y seguimos mirando el partido. A medida que avanzaba, me iba
poniendo más nerviosa. Los chicos del Middleton eran implacables y la mayoría parecían verdaderos tanques. Yo contenía el aliento y sentía que el corazón se me aceleraba cada vez que alguno se acercaba a Xavier, lo cual sucedía a menudo, porque él no era de los que esperaban mirando en la banda: quería estar en el meollo del juego y era tan competitivo como los demás. Por mucho que me disgustara el rugby, tenía que reconocer que era un jugador muy bueno: rápido, fuerte y, por encima de todo, limpio. Lo vi correr una y otra vez hacia la línea de gol y lanzarse al suelo en el último momento con la pelota. Cada vez que uno de los oponentes lo agarraba o lo derribaba brutalmente, Xavier volvía a levantarse en cuestión de segundos. Tenía una determinación envidiable. Al final, dejé de estremecerme temiendo los golpes y las magulladuras; dejé de preocuparme por su integridad y empecé a sentirme orgullosa de él. Y siempre que tenía la pelota gritaba como loca e incluso agitaba los pompones de animadora de Molly.
En la media parte Bryce Hamilton llevaba una ventaja de tres puntos. Xavier se acercó a la línea de banda y yo corrí a su encuentro.
—Gracias por venir —dijo, jadeando—. Ya me figuro que esto no será muy de tu gusto —añadió con su encantadora media sonrisa, mientras se echaba un poco de agua por la cabeza.
—Has estado impresionante —le felicité, apartándole el pelo que tenía pegado en la frente—. Pero debes andarte con ojo. Los chicos del Middleton son tremendos.
—La habilidad cuenta más que el tamaño —respondió. Miré angustiada una rascada que tenía en el antebrazo.
—¿Cómo te la has hecho?
—Es sólo un rasguño. —Se echó a reír ante mi alarma.
—A ti te parecerá un rasguño, pero es un rasguño en mi brazo y resulta que no quiero que le toquen ni un pelo.
—¿O sea que ahora todo figura como propiedad de Bethany Church?, ¿o es sólo el brazo?
—Cada centímetro de tu piel. Así que vete con cuidado.
—Sí, entrenador.
—Hablo en serio. Espero que te des cuenta de que ya no podrás volver a meterte conmigo por no tener cuidado —le dije.
—Cariño, las heridas son inevitables. Forman parte del juego. Luego puedes hacer de enfermera, si quieres. —Sonó la sirena para reanudar el partido y él me hizo un guiño por encima del hombro—.
No te preocupes, soy invencible.
Lo contemplé mientras se alejaba al trote para reunirse con sus compañeros y advertí que el tipo de la chaqueta de cuero aún estaba de pie al otro lado del campo, con las manos hundidas en los bolsillos. Seguía sin verle la cara.
Cuando faltaban diez minutos para el final, los chicos de Bryce Hamilton parecían tener el partido en el bolsillo. El entrenador del equipo contrario no paraba de menear la cabeza y secarse el sudor de la frente, y sus jugadores parecían enfurecidos y desesperados. Enseguida empezaron a recurrir al juego sucio. Xavier tenía la pelota controlada y subía a toda velocidad hacia la línea de meta cuando dos jugadores del Middleton se lanzaron sobre él desde cada lado como trenes de carga. Viró bruscamente para eludir el choque, pero los otros se desviaron también y le dieron alcance. Pegué un grito cuando uno de ellos metió la pierna y le dio a Xavier a la altura del tobillo. El impacto lo mandó hacia delante dando tumbos y la pelota se le escapó de las manos. Vi que se golpeaba la cabeza contra el suelo y que cerraba los ojos con una mueca de dolor. Los jugadores del Bryce Hamilton protestaron enfurecidos y el árbitro pitó la falta. Pero ya era demasiado tarde.
Dos chicos se apresuraron a socorrer a Xavier, que seguía tirado en el suelo. Intentó incorporarse, pero el tobillo izquierdo le sobresalía con un ángulo extraño y, en cuanto trató de depositar en él una parte de su peso, contrajo la cara de dolor y resbaló otra vez. Lo sujetaron entre dos y lo ayudaron a llegar a un banco. El médico se apresuró a examinar el alcance de la lesión. Xavier parecía mareado, como si estuviera a punto de desmayarse.
Desde donde yo estaba, no oía nada de lo que decían. Vi que el médico le enfocaba a los ojos con una linternita y que miraba al entrenador meneando la cabeza. Xavier apretó los dientes y bajó la cabeza con desaliento. Traté de abrirme paso entre las chicas, pero Molly me detuvo.
—No, Beth. Ellos saben lo que se hacen. Sólo conseguirás estorbar.
Antes de que pudiera discutírselo, vi que ponían a Xavier en una camilla y que se lo llevaban hacia la ambulancia que había siempre a la entrada del campo por si se producía algún accidente. Me quedé paralizaba mientras el partido se reanudaba. La ambulancia cruzó el sendero y salió a la carretera. A pesar del pánico que sentía, reparé en que el tipo apostado en la otra banda había desaparecido.
—¿A dónde se lo llevan? —pregunté.
—Al hospital, claro —contestó Molly. Su expresión se ablandó al ver que tenía los ojos llenos de lágrimas—. Eh, calma. Tampoco parecía tan seria la cosa; seguramente sólo es una torcedura. Lo vendarán y lo mandarán a casa. Mira —me explicó, señalando el marcador—. Vamos a ganarles igualmente por seis puntos.
Pero yo no veía motivo para alegrarme y me excusé para volver a casa, donde podría pedirle a Gabriel o Ivy que me llevaran en coche al hospital. Mientras corría, los convoqué mentalmente por si habían salido. Estaba tan abstraída y tan angustiada pensando en Xavier que me di de bruces con Jake Thorn en el aparcamiento y me caí al suelo.
—Uf, vaya prisas —dijo, ayudándome a levantarme y sacudiéndome el polvo del abrigo—. ¿Qué sucede?
—Xavier ha sufrido un accidente durante el partido de rugby —le expliqué, frotándome los ojos
con los puños como una cría. En ese momento me daba completamente igual mi aspecto. Lo único que quería era asegurarme de que Xavier se encontraba bien.
—¡Vaya, qué mala suerte! —comentó—. ¿Es serio?
—No sé —dije con voz estrangulada—. Se lo han llevado al hospital para examinarlo.
—Ya veo —repuso—. Seguro que no es nada. Cosas del juego.
—Debería haberlo previsto —dije enfadada, casi hablando conmigo misma.
—¿Previsto, el qué? —preguntó Jake, mirándome más de cerca—. No ha sido culpa tuya. No llores…
Dio un paso y me rodeó con sus brazos. Nada que ver con un abrazo de Xavier, desde luego; era demasiado flaco y huesudo para que resultara confortable, pero aun así sollocé sobre su camisa y me abandoné en sus brazos. Cuando intenté apartarme, noté que seguía estrechándome con mucha fuerza y tuve que retorcerme un poco para zafarme de él.
—Perdona —murmuró Jake con una extraña mirada—. Sólo quería asegurarme de que estás bien.
—Gracias, Jake. Ahora tengo que irme —farfullé, aún con lágrimas en los ojos.
Subí por las escalinatas del colegio, crucé el pasillo central, completamente desierto, y distinguí al fondo con inmenso alivio las figuras de Ivy y Gabriel, que ya venían a mi encuentro.
—Hemos captado tu llamada —me dijo Ivy, cuando iba a abrir la boca para contárselo todo—. Ya sabemos lo que ha pasado.
—Debo ir al hospital ahora mismo. ¡Yo puedo ayudarle! —grité. Gabriel se me plantó delante y me tomó de los hombros.
—¡Cálmate, Bethany! Ahora no puedes, al menos mientras se están ocupando de él.
—¿Por qué no?
—Piensa un momento —dijo Ivy, exasperada—. Ya lo han llevado al hospital y han avisado a sus padres. Si la herida se cura milagrosamente, ¿cómo crees que reaccionará todo el mundo?
—Pero él me necesita.
—Lo que necesita es que te comportes con sensatez —replicó Gabriel—. Xavier es joven y está sano; su herida se curará de modo natural y sin despertar sospechas. Si luego quieres acelerar el proceso, de acuerdo; pero ahora has de mantener la calma. No corre ningún peligro serio.
—¿Puedo ir a verlo al menos? —pregunté. Me reventaba que los dos tuvieran razón, porque eso implicaba que Xavier se recuperaría más despacio.
—Sí —respondió Gabriel—. Vamos todos.
No me gustó nada el hospital del pueblo. Todo parecía gris y esterilizado, y los zapatos de las enfermeras rechinaban en el linóleo del suelo. En cuanto crucé las puertas automáticas percibí en el ambiente la sensación de dolor y de pérdida. No ignoraba que allí había gente —víctimas de accidentes de tráfico o de enfermedades incurables— que no se recuperaría. En cualquier momento alguien podía estar perdiendo a una madre, a un padre, a un marido, a una hermana o a un hijo. Sentí el dolor que contenían aquellas paredes como una repentina bofetada. Aquel era el lugar desde el cual emprendían muchos su viaje al Cielo y me hacía pensar en la infinidad de almas cuyo tránsito yo había logrado aliviar: era extraordinaria la cantidad de gente que recobraba la fe durante sus últimos días en la Tierra. Allí había un montón de almas con una necesidad desesperada de que las orientaran
y tranquilizaran, y mi obligación era atenderlas. Pero, como de costumbre, en cuanto pensé en Xavier se desvaneció cualquier sentimiento de responsabilidad o de culpa, y mi único pensamiento fue correr a su encuentro.
Seguí a Ivy y Gabriel por un corredor iluminado con fluorescentes y lleno de muebles hospitalarios.
Xavier estaba en una habitación de la quinta planta. Su familia salía ya al pasillo cuando llegamos.
—¡Ay, Beth! —exclamó Bernie nada más verme, y de inmediato me rodearon todos y empezaron a contarme cómo estaba. Ivy y Gabriel contemplaban la escena con asombro—. Gracias por venir, cielo —continuó—. Dejadla respirar, chicos. Se encuentra bien, Beth, no pongas esa cara. Aunque no le vendría mal un poco de ánimo.
Bernie les lanzó una mirada inquisitiva a Gabriel e Ivy.
—Estos deben de ser tus hermanos. —Les tendió la mano y ellos se la estrecharon—. Nosotros ya nos íbamos. Entra, cielo. Se alegrará de verte.
Una de las camas estaba vacía; la otra tenía las cortinas corridas.
—Toc, toc —dije en voz baja.
—¿Beth? —dijo Xavier desde dentro—. ¡Pasa!
Estaba recostado en la cama y tenía en la muñeca una pulsera azul. Sus ojos se iluminaron al verme.
—¿Cómo has tardado tanto?
Corrí junto a él, tomé su rostro entre mis manos y lo examiné. Gabe e Ivy se habían quedado fuera; no querían entrometerse.
—Bueno, hasta aquí ha llegado tu fama de invencible —le dije—. ¿Cómo tienes la pierna?
Alzó una bolsa llena de hielo y me mostró un tobillo tan hinchado que parecía dos veces más grueso de lo normal.
—Me han hecho una radiografía y lo tengo fracturado. Me van a poner un yeso en cuanto baje un poco la inflamación. Tendré que andar una temporada con muletas, por lo visto.
—Ya, una lata. Pero tampoco es el fin del mundo. Ahora seré yo la que cuide de ti, para variar.
—Todo irá bien —dijo Xavier—. Me van a tener esta noche en observación, pero mañana por la mañana ya estaré en casa. Eso sí, no podré apoyar el pie durante unas semanas…
—Estupendo —respondí, sonriendo.
—Hay una cosa más. —Xavier parecía incómodo, casi avergonzado al tener que reconocer cualquier debilidad.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Al parecer, tengo una conmoción —dijo, subrayando «al parecer» como si no se lo tomara muy en serio—. Les he dicho que me encuentro bien, pero no me han hecho caso. He de guardar cama unos días. Órdenes del médico.
—Eso suena serio —dije—. ¿Te sientes bien?
—Perfecto —repuso—. Sólo tengo un terrible dolor de cabeza.
—Bueno, yo cuidaré de ti. No me importa.
—Se te olvida una cosa, Beth.
—Ya, ya lo sé —le dije—: que no te gusta sentirte como un inválido. Pero eso te pasa por practicar un deporte tan bruto como…
—No, no lo entiendes. —Meneó la cabeza con frustración—. El baile es el viernes. Sentí que se me caía el alma a los pies.
—Me tiene sin cuidado —dije con fingida jovialidad—. No iré.
—Debes ir. Lo llevas preparando desde hace semanas, Ivy te ha hecho el vestido, las limusinas están reservadas y todo el mundo espera que vayas.
—Pero yo quiero ir contigo —repliqué—. Si no, no significa nada.
—Siento que haya ocurrido esto —dijo, apretando un puño—. Soy un idiota.
—No ha sido culpa tuya, Xavier.
—Tendría que haber ido con más cuidado.
Cuando se le pasó la rabia, su expresión se suavizó.
—Dime que irás, por favor —insistió—. Así no me sentiré tan culpable. No quiero que vayas a perdértelo por mi causa. No estaremos juntos, pero puedes pasarlo bien de todos modos. Es el acontecimiento del año y quiero que me lo cuentes con detalle.
—No sé…
—Por favor. Hazlo por mí. Puse los ojos en blanco.
—Bueno, si vas a recurrir al chantaje emocional, difícilmente podré negarme. —Comprendí que
Xavier tendría remordimientos los próximos cinco años si me perdía el baile por su culpa.
—¿De acuerdo, entonces?
—Vale, pero que sepas que estaré toda la noche pensando en ti. Él sonrió.
—Asegúrate de que alguien saca fotos.
—¿Vendrás antes de que salga de casa? —le pregunté—. Para verme con el vestido, ¿entiendes?
—Allí estaré. No me lo perdería por nada del mundo.
—Me revienta dejarte aquí —me desplomé sobre un sillón que había junto a la cama—, sin nadie que te haga compañía.
—No te preocupes —me tranquilizó—. Si conozco bien a mamá, yo diría que pondrá un catre y se pasará la noche aquí.
—Sí, pero te hará falta algo para distraerte.
Xavier me señaló con un gesto la mesita, donde reposaba entreabierto un grueso volumen negro con letras doradas.
—Siempre puedo leer la Biblia y aprender un poco más sobre la condenación eterna.
—¿Eso te parece una distracción? —pregunté, sarcástica.
—Es una historia bastante dramática: el viejo Lucifer, echándole un poco de pimienta a las cosas.
—¿Conoces la historia completa? —le pregunté.
—Sé que Lucifer era un arcángel. —Yo alcé una ceja, sorprendida—. Pero se descarrió de mala manera.
—Así que prestaste atención en las clases de catecismo —comenté en broma—. Su nombre significa en realidad «dador de luz». En el Reino era el preferido de Nuestro Padre; había sido creado para encarnar el súmmum de la inteligencia y la belleza. Se le consultaba en las situaciones de dificultad y todos los demás ángeles lo tenían en alta estima.
—Pero él no estaba satisfecho —observó Xavier.
—No —respondí—. Se volvió arrogante. Tenía celos de los seres humanos; no comprendía que Nuestro Padre los considerase Su mayor creación. Creía que sólo los ángeles debían ser ensalzados y empezó a pensar que él podía derrocar a Dios.
—Y ahí fue cuando lo pusieron de patitas en la calle.
—Sí. Nuestro Padre escuchó sus pensamientos y lo expulsó, a él y a sus seguidores. Lucifer logró su deseo: se convirtió en el antagonista de Nuestro Padre, en el soberano del inframundo, y todos los ángeles caídos se convirtieron en demonios.
—¿Tienes idea de cómo son las cosas allá abajo? —preguntó Xavier. Negué con la cabeza.
—No, pero Gabriel sí. Él conoció a Lucifer. Eran hermanos: todos los arcángeles lo son. Pero nunca habla de ello.
La conversación quedó interrumpida justo entonces, porque Gabriel e Ivy asomaron la cabeza por la cortina para ver cómo estaba el paciente.




—¿Hablas en serio? —Molly me miraba horrorizada—. Yo creía que se lo habían llevado sólo como medida de precaución. ¿De veras tiene una conmoción? ¡Menudo desastre! Tendrás que ir sola al baile.
Empezaba a lamentar habérselo contado. Su reacción no me estaba sirviendo para levantarme el ánimo. Aquel baile iba a ser una noche mágica con Xavier que yo recordaría siempre; y ahora se había ido todo al garete.
—No tengo ningunas ganas de ir —le expliqué—. Lo voy a hacer sólo porque Xavier quiere que vaya.
Ella dio un suspiro.
—Es un detalle precioso de su parte.
—Lo sé, y por eso me da igual no tener pareja.
—Ya se nos ocurrirá algo —dijo Molly—. Seguro que aparece alguien en el último minuto. Déjame pensarlo.
Sabía lo que estaba pensando. Se imaginaba el principio de la fiesta, cuando las parejas hacían juntas su entrada y posaban ante los fotógrafos. A su modo de ver, presentarse allí sola equivalía prácticamente a un suicidio social.
Al final, sin embargo, no hizo falta que Molly se devanara los sesos porque la solución se presentó espontáneamente aquella misma tarde.
Estaba sentada con Jake Thorn en el sitio que ocupábamos al fondo de la clase de literatura. Él escribía en su diario en silencio mientras yo trataba de concentrarme en los últimos versos de nuestro
poema.
—Es bastante difícil, ¿sabes?, teniendo en cuenta que lo has escrito desde el punto de vista masculino —protesté.
—Acepta mis más sinceras disculpas —respondió con sus ampulosos modales—. Pero puedes tomarte las licencias poéticas que quieras. En la primera estrofa un hombre se dirige a una mujer, pero en la siguiente podría ser al revés. Tampoco te pases toda la vida, Beth. Yo ya me he cansado de este trabajo. Acabémoslo ya, y así podremos hablar de cosas más interesantes.
—No me metas prisa —dije con brusquedad—. No sé tú, pero yo quiero hacerlo bien.
—¿Para qué? No será porque necesites la nota.
—¿Cómo? ¿Por qué no?
—A mí me va a ir bien de todos modos, eso seguro. Le gusto a la señorita Castle.
Sonrió con aire socarrón, sin hacer caso de mi pregunta, y continuó tomando notas en su cuaderno. No le pregunté qué escribía, ni él parecía dispuesto a explicarlo.
La sugerencia de Jake había desatado mi imaginación y los versos siguientes me salieron con mucha más facilidad, ahora que podía escribirlos pensando en Xavier. Sólo tuve que imaginarme su rostro para que las palabras empezaran a fluir como si el bolígrafo hubiera adquirido vida propia. De hecho, la estrofa de cuatro versos que me había correspondido apenas me pareció suficiente. Me sentía capaz de llenar todas las libretas del mundo con las cosas que pensaba sobre él. Habría podido dedicar páginas enteras a describir su voz, su piel, su olor y todos los demás detalles de su persona. Y así, antes de que yo misma me diera cuenta, mi letra fluida y suelta apareció bajo la historiada caligrafía de Jake. Ahora el poema decía:



Ella tenía la cara de un ángel
En cuyos ojos me viera reflejado, Como si fuéramos uno y el mismo A una mentira esclavizado.

Yo veía en él mi entero porvenir También la dulzura de un amigo En él vislumbraba mi destino
Al mismo tiempo principio y fin.



—Funciona —dijo—. Quizás haya una poetisa en ti, al fin y al cabo.
—Gracias —contesté—. ¿Y tú?, ¿en qué andabas tan ocupado?
—Apuntes… observaciones —respondió.
—¿Y qué has observado hasta ahora?
—Que la gente es tan crédula y previsible…
—¿Los desprecias por ello?
—Lo encuentro patético. —Sonaba tan implacable que me aparté un poco—. Son tan sencillos de descifrar que ni siquiera resultan estimulantes.
—Pero la gente no existe para entretenerte a ti —protesté—. No son un hobby.
—Para mí, sí. Y la mayoría son como un libro abierto… excepto tú. Tú me desconciertas.
—¿Yo? —Fingí una risita—. No hay nada desconcertante en mí. Soy como todo el mundo.
—No exactamente. —Ahora se mostraba críptico otra vez. Empezaba a resultar inquietante.
—No sé a qué te refieres —dije, pero tuve que volver la cara para que no viera el rubor que me había subido a las mejillas.
—Si tú lo dices —murmuró, zanjando la cuestión.
Alicia y Alexandra se acercaron y esperaron a que levantara la vista.
—¿Sí? —rezongó al comprobar que no iban a marcharse. Nunca le había oído hablar en un tono tan cortante.
—¿Nos vemos esta noche? —susurró Alicia. Jake la miró exasperado.
—¿No has recibido mi mensaje?
—Sí.
—¿Qué problema hay entonces?
—Ningún problema —dijo ella con expresión mortificada.
—Entonces nos vemos más tarde —dijo aflojando el tono.
Las chicas intercambiaron sonrisitas furtivas y volvieron a su sitio. Jake se encogió de hombros ante mi mirada de extrañeza, dando a entender que a él lo dejaba tan perplejo como a mí el interés que mostraban.
—¿Y qué?, ¿con ganas de que llegue el viernes? —preguntó, cambiando de tema—. Me he enterado de que un pequeño contratiempo deportivo te ha dejado sin pareja. Es una verdadera lástima que ese joven apuesto no pueda asistir.
Sus ojos oscuros relucían con intensidad y sus labios se curvaban en una mueca aviesa.
—Ya veo que las noticias vuelan —dije con tono apagado, decidiendo hacer caso omiso de su burla. Ahora miraba el baile de promoción con más temor que ansiedad y no me gustaba que me lo recordara—. ¿Con quién vas tú? —añadí, más que nada por educación.
—Yo también vuelo por mi cuenta.
—¿Por qué? ¿Qué hay de ese club de fans?
—Las fans sólo son soportables en pequeñas dosis. Solté involuntariamente un profundo suspiro.
—La vida no es justa, ¿verdad?
Estaba haciendo un gran esfuerzo por ver las cosas de modo positivo, pero no acababa de funcionar.
—No tiene por qué ser así —dijo Jake—. Ya sé que a uno le gustaría asistir a una recepción semejante del brazo de la persona amada. Pero a veces hay que ser práctico, sobre todo cuando dicha persona amada tiene otras obligaciones.
Su pomposo discurso consiguió arrancarme una sonrisa.
—Eso está mejor —dijo—. La melancolía no te sienta bien. —Se enderezó en su silla—. Bethany, ya sé que no soy el hombre de tu elección, pero ¿me harías el honor de permitir que te acompañe al baile para ayudar a sacarte de este apuro inesperado?
Tal vez se trataba de un gesto sincero, pero no me acababa de convencer.
—No sé —le dije—. Gracias por el ofrecimiento, pero tendré que hablarlo primero con Xavier. Jake asintió.
—Desde luego. Ahora que la propuesta ha sido formulada, espero que tengas a bien aceptarla.




Xavier no vaciló ni un segundo cuando se lo planteé.
—Claro que deberías ir con alguien.
Estaba arrellanado en el diván mirando la tele. No se me escapaba que se moría de aburrimiento. Para alguien habituado a una vida tan activa, los programas que emitían por la televisión durante el día eran un sustitutivo bastante pobre. Llevaba puesta una sudadera gris y tenía la pierna apoyada en una almohada. Se le veía inquieto y no paraba de cambiar de postura. No se quejaba, pero yo sabía que todavía le martilleaba la cabeza como consecuencia de la brutal colisión.
—Es un baile —prosiguió con una sonrisa tranquilizadora—. Necesitarás una pareja, en vista de lo inútil que me he quedado.
—Vale —dije, hablando despacio—. ¿Y qué te parecería si Jake Thorn fuese mi pareja?
—¿Hablas en serio? —La sonrisa de Xavier se desvaneció en el acto y sus ojos azules se entornaron con suspicacia—. Hay algo en ese chico que no me gusta.
—Bueno, es el único que se ha ofrecido. Xavier dio un suspiro.
—Cualquier chico se apresuraría a aprovechar la ocasión de ser tu pareja.
—Pero Jake es amigo mío.
—¿Estás segura? —preguntó Xavier.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Nada, sólo que no hace mucho que lo conoces. Hay algo en él que no me suena bien.
—Xavier… —Le cogí la mano y me la llevé a la mejilla—. Es sólo una noche.
—Ya —contestó—. Y quiero que vivas el baile en toda su extensión. Sólo que preferiría que fuese otro tipo… cualquier otro.
—No importa con quién vaya. Me pasaré todo el rato pensando en ti, de todos modos —murmuré.
—Sí, eso, engatúsame para que acceda —dijo Xavier, pero ahora ya con una sonrisa—. Si tú estás segura de ese Jake, ve con él. Pero no actúes como si fuera yo.
—Como si alguien pudiera ponerse a tu altura.
Se echó hacia delante y me besó. Y como de costumbre, no bastó con uno solo. Nos echamos sobre el diván: yo pasándole los dedos por el pelo; él rodeándome la cintura con los brazos. Y de repente, los dos a la vez entrevimos su tobillo enyesado asomando en un ángulo extraño y estallamos en carcajadas.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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 Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación] - Página 2 Empty Re: Halo - Alexandra Adornetto Nick&Tu [Adaptación]

Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:07 pm

Capítulo 25: Sustituto






—¡Magnífico! —dijo Jake cuando le di la noticia—. Vamos a formar una pareja sensacional.
—Ajá —asentí.
En el fondo de mí albergaba aún una duda insistente, un mal presentimiento que me provocaba un escalofrío por la espalda. Mientras estaba tranquilamente en los brazos de Xavier la idea no me había parecido tan mal, pero a la fría luz del día empezaba a lamentar mi decisión. No podía explicar mi inquietud, sin embargo, y opté por dejarla de lado. Además, ya no podía echarme atrás y darle un chasco a Jake.
—No te arrepentirás —me dijo suavemente, como si me estuviese leyendo el pensamiento—. Me encargaré de que te lo pases muy bien. ¿Te recojo en tu casa a las siete?
Vacilé un momento antes de responder:
—Mejor a las siete y media.




Molly se quedó boquiabierta de pura incredulidad cuando se enteró del cambio de planes.
—Pero ¿qué pasa contigo? —dijo exasperada, alzando las manos—. Eres un auténtico imán para los chicos más sexis del colegio. No puedo creerme que estuvieras a punto de rechazarlo.
—Él no es Xavier —dije, malhumorada—. No será lo mismo.
Era consciente de que empezaba a sonar como un disco rayado, pero la decepción me resultaba abrumadora.
—¡Pero Jake no está nada mal como sustituto! Le eché una mirada severa y Molly suspiró.
—Bueno, tendrá que resignarse —se corrigió—. Y tú sufrirás en silencio al lado de ese pedazo de modelo… Te compadezco.
—¡Ay, basta ya, Molly!
—Hablando en serio, Beth, Jake es un tipo fantástico. La mitad de las chicas del colegio están enamoradas de él. Puede que Xavier lo supere, pero no creas que por mucho.
Solté un bufido.
—Vale, está bien —dijo—, ya sé que para ti nadie puede compararse con Xavier Woods. Pero él se llevaría un disgusto si supiera que no te lo ibas a pasar bien.
Eso no se lo discutí.
Previendo que se iba a desatar la fiebre de la fiesta de promoción y que difícilmente se presentaría ningún alumno de último año en clase, el colegio nos había dejado libre la tarde del viernes para que nos preparásemos. Naturalmente, nadie consiguió concentrarse durante las clases de la mañana y la mayoría de los profesores ni siquiera se molestaron en hacerse oír por encima de la
cháchara excitada que inundaba las aulas.
Molly y sus amigas se habían empleado a fondo la noche anterior y se presentaron en el colegio completamente tostadas, con bronceado de bote. Se habían hecho la manicura y reflejos en el pelo. El de Taylah ya no podía volverse más rubio: empezaba a adquirir el tono blanco de los polvos de talco.
Cuando sonó el timbre a las once, Molly me agarró de la muñeca y me arrastró fuera de la clase. No me soltó ni redujo la marcha hasta que nos encontramos en el asiento trasero del coche de Taylah con el cinturón de seguridad abrochado. Por la expresión de ambas, era evidente que iban en serio.
—Primera parada, maquillaje —dijo Molly con su mejor voz de comando, asomándose entre los dos asientos de delante—. ¡En marcha!
Bajamos por Main Street y paramos frente a Estética Swan, uno de los dos esteticistas del pueblo. El local olía a vainilla, y tenía las paredes cubiertas de espejos, con expositores de los últimos productos de belleza. Las dueñas habían optado por un estilo bohemio y «natural». Había cuentas de colores colgadas de los vanos de las puertas y barritas de incienso quemando en diminutos soportes de pedrería. Por unos altavoces ocultos, sonaba de fondo el sedante rumor de una selva tropical. En la sala de espera había cojines por el suelo, cuencos con flores secas aromáticas y varias teteras dispuestas en una mesita baja, por si querías tomarte una infusión.
Las chicas que nos dieron la bienvenida no parecían tener mucho que ver con el mundo natural, con su pelo rubio platino, sus camisetas ajustadas y su extremado maquillaje. Parecían muy amigas de Molly y la abrazaron cuando entramos. Ella me las presentó como Melina y Mara.
—¡Por fin la gran noche! —canturrearon—. ¿Estáis entusiasmadas? Muy bien, chicas, empecemos ya para que el maquillaje tenga tiempo de asentarse.
Nos hicieron sentar en sillas giratorias elevadas frente a una pared de espejos. Yo sólo confiaba en que su propio maquillaje no fuera una pista de cómo íbamos a quedar nosotras.
—Yo quiero un look de muñequita —ronroneó Taylah—. Sombra de ojos brillante, labios rosados…
—Yo, como la clásica Catwoman de los años sesenta. Un montón de lápiz de ojos y, desde luego, pestañas postizas —dijo Hayley.
—Yo quiero un aire suave y vaporoso —anunció Molly.
—Yo quiero que parezca que no llevo maquillaje —dije, cuando llegó mi turno.
—Créeme, tampoco lo necesitas —comentó Melinda, estudiando mi cutis.
Procurando no moverme demasiado, me dediqué a escuchar mientras las chicas explicaban los tratamientos de belleza que pensaban aplicarnos. Aquello sonaba desde mi punto de vista como si hablasen en otro idioma.
—Primero despojaremos vuestra piel de todas sus impurezas utilizando una máscara de hierbas y un exfoliante suave —explicó Mara—. Luego pondremos una capa de fijador, utilizaremos un corrector facial marfil, fórmula 1, para borrar cualquier grano o mancha y, finalmente, aplicaremos una base de tono amarillo o rosado, según vuestra propia coloración. ¡Después ya hablaremos del colorete, de la sombra de ojos, de las pestañas y del brillo de labios!
—No pareces tener marcas ni irregularidades de tono —me dijo Melinda—. ¿Qué productos
usas?
—Ninguno, la verdad —dije—. Simplemente me lavo la cara por la noche. Ella puso los ojos en blanco.
—Top secret, ¿no?
—No, en serio. No uso productos para la piel.
—Vale, como tú digas.
—Es cierto, Mel —dijo Molly—. La familia de Beth seguramente ni siquiera cree en los productos de belleza. Son una especie de amish. Puritanos a tope.
—Pues, por lo que veo, leer la Biblia obra milagros en tu piel —musitó Melinda.




Aunque yo no parecía caerle demasiado bien, no podía negarse que Melinda sabía lo que se hacía en cuestión de maquillaje. Cuando me enseñó el resultado final en el espejo me quedé muda de asombro. Mi cara tenía color por primera vez y mis mejillas brillaban con un pálido tono rosado. Los labios se me veían llenos y muy rojos, tal vez algo más relucientes de la cuenta; los ojos, enormes, brillantes, enmarcados por unas largas y delicadas pestañas; los párpados, espolvoreados de un tenue brillo plateado y realzados con una fina raya negra. En fin, tenía un aire tan glamuroso que apenas me reconocía. Pero lo más bueno era que seguía pareciéndome a mí, a diferencia de Molly y las demás, cuyas caras bronceadas y empolvadas parecían auténticas máscaras.
Al salir de Estética Swan, ellas se fueron directamente a la peluquería. Yo decidí volver a casa y dejar que Ivy se ocupara de mi peinado. Aquel primer suplicio me había dejado agotada; no me veía capaz de aguantar otro ritual parecido. Además, estaba segura de que nadie podría dejármelo mejor que ella.
Cuando llegué, Ivy y Gabriel ya estaban listos y arreglados. Gabriel aguardaba sentado a la mesa de la cocina con un esmoquin. Se había peinado hacia atrás su pelo rubio, lo cual le daba un aire peculiar: una mezcla de caballero del siglo XVIII y de actor de Hollywood de ensueño. Ivy estaba en el fregadero lavando los platos con un vestido largo de color esmeralda. Llevaba su melena recogida en la nuca con un nudo holgado. Resultaba incongruente verla así, casi convertida en un hermoso espejismo, pero con un par de guantes de goma frente al fregadero, lo cual no hacía más que demostrar lo poco que le importaba la belleza física. Me saludó con un gesto, todavía con la esponja en la mano.
—Estás preciosa —me dijo—. ¿Vamos arriba para que te arregle el pelo?
Primero me ayudó a ponerme el vestido, alisando y ajustando la tela para que me quedara perfecto. Con aquel vestido, parecía una reluciente columna de luz lunar. Mis delicadas zapatillas plateadas asomaban bajo aquella cascada de tela irisada. Se me iluminó la cara de satisfacción.
—Me alegro de que te guste —dijo con una sonrisa radiante—. Ya sé que las cosas no han salido como habrías querido. Pero aun así, quiero que estés deslumbrante y que te lo pases como nunca.
—Eres la mejor hermana del mundo —le dije, abrazándola.
—Bueno, no nos precipitemos. —Sonrió—. Veamos primero qué puedo hacer con tu pelo.
—Nada complicado —le dije, mientras ella empezaba a soltármelo—. Sólo quiero… que se me
vea como soy.
—No te preocupes. —Me dio unas palmaditas en la cabeza—. Sé exactamente lo que quieres decir.
Con aquellos dedos ágiles y expertos no le costó mucho darle forma a mi pelo. Me hizo una trenza a cada lado y las unió en lo alto como una cinta. El resto me lo dejó suelto por la espalda con sus ondas naturales. Las trenzas las enlazó con una sarta de perlas diminutas que combinaban de maravilla con el vestido.
—Perfecto —le dije—. No sé lo que habría hecho sin ti.
A las seis llegó Xavier para verme con el vestido puesto. Así podríamos fingir, al menos durante un rato, que nuestra velada no había quedado arruinada por un placaje intempestivo. Lo oí abajo, charlando con Gabriel, y sentí en el acto un ejército de mariposas revoloteando en mi estómago. No entendía por qué estaba tan nerviosa. Al fin y al cabo, con Xavier me sentía la mar de tranquila normalmente. Supuse que era porque quería impresionarlo, porque quería asegurarme de que me amaba simplemente por la expresión que pusiera al verme.
Ivy me roció de perfume, me tomó de la mano y me acompañó hasta la escalera.
—¿Quieres ir tú delante? —le pregunté, asustada.
—Claro —dijo con una sonrisa—. Aunque no creo que sea a mí a quien quiere ver.
La miré descender con movimientos gráciles y me pregunté por qué le había pedido que pasara ella primero. Nadie podía parecer elegante a su lado: era misión imposible y casi resultaba mejor aceptar la derrota sin más. Oí que Xavier aplaudía suavemente y le hacía muchos cumplidos. Estaba segura de que Gabriel la habría estado esperando para ofrecerle su brazo. Ahora me tocaba a mí; estaban todos al pie de la escalera, aguardando mi aparición en silencio.
—¿Bajas, Bethany? —me dijo Gabriel.
Inspiré hondo e inicié el descenso, temblorosa. ¿Y si a Xavier no le gustaba el vestido? ¿Y si me tropezaba con los escalones? ¿Y si me veía y se daba cuenta de que yo no estaba a la altura de la chica que él se había imaginado? Los pensamientos cruzaron mi mente como relámpagos, pero en cuanto me volví en el descansillo hacia el último tramo y vi a Xavier esperándome abajo, todas mis preocupaciones se disiparon como una nube de polen al viento. Tenía la cara alzada e iluminada por la expectación, y al verme abrió unos ojos enormes como lagos y entornó ligeramente los labios de la sorpresa. Estaba apoyado en la barandilla, con una abrazadera en el tobillo. Parecía deslumbrado, y me pregunté si era yo quien le provocaba esa reacción o era un efecto de la conmoción sufrida.
Cuando llegué al final, me tomó de la mano y me ayudó a bajar el último escalón sin apartar los ojos de mí. Recorría mi rostro y mi cuerpo completamente hipnotizado, como absorbiéndolo todo.
—¿Qué te parece? —le pregunté, mordiéndome el labio.
Xavier abrió la boca, sacudiendo la cabeza, y volvió a cerrarla de nuevo. Sus ojos azules me observaban con una expresión que ni siquiera yo era capaz de traducir.
Ivy soltó una carcajada.
—Eres un hombre de pocas palabras, Xavier.
—No es sólo que me haya quedado sin palabras —dijo por fin, recobrándose. En la comisura de sus labios se dibujó su media sonrisa habitual—. Es que siempre se quedarían cortas. Beth, estás
increíble.
—Gracias —murmuré—. No hace falta que exageres.
—No, de veras. Me cuesta creer que seas real. Tengo la sensación de que podrías desaparecer si cierro los ojos. Ojalá pudiera acompañarte esta noche, sólo para ver la cara de todo el mundo cuando aparezcas por la puerta.
—No seas tonto —lo reñí—. Todo el mundo estará deslumbrante.
—Pero Beth, ¿tú te has visto? —dijo Xavier—. Irradias luz. Nunca había visto a nadie que se pareciese tanto… bueno, a un ángel.
Me sonrojé mientras él me ataba un ramillete de diminutos capullos blancos en la muñeca. Deseaba rodearle la cintura con mis brazos, acariciar su pelo adolescente, recorrer la piel suave de su rostro y besar aquellos labios perfectos que se curvaban como un arco de flechas. Pero no quería arruinar la meticulosa obra de Ivy, así que me limité a inclinarme con cuidado para darle un solo beso.
Más tarde, cuando sonó un golpe en la puerta, tuve la sensación de que Xavier y yo apenas habíamos cruzado dos palabras. Fue a abrir Gabriel y regresó seguido de Jake Thorn.
Tal vez fuesen imaginaciones mías, pero mi hermano, hasta entonces completamente a sus anchas, parecía mucho más rígido. Tenía la mandíbula en tensión y se le veían hinchadas las venas del cuello. Ivy también pareció ponerse más tiesa al ver a Jake y sus ojos grises adoptaron una extraña expresión, como si se sintiera alarmada.
La reacción de ambos me inquietó y volvió a despertar todas mis dudas sobre Jake. Le eché una mirada a Xavier; algo en su cara me decía que la incomodidad era mutua.
Gabriel me puso una mano en el hombro y luego desapareció en la cocina para traer las bebidas. Mis hermanos siempre recelaban de los desconocidos; se mostraban algo más cordiales con Xavier y Molly, pero con nadie más. Aun así, su actitud frente a Jake me hizo sentir incómoda. ¿Qué habrían percibido? ¿Qué podía haber en aquel chico para que los ángeles se estremecieran en su presencia? Yo sabía que Ivy y Gabriel no iban a arruinar la noche montando una escenita, así que procuré sacarme todas las ideas extrañas de la cabeza y disfrutar la ocasión lo máximo posible.
Como me notaba nerviosa, Xavier no se apartaba de mi lado y me transmitía su calor con la palma de la mano apoyada en mi espalda.
Jake, por su parte, parecía completamente ajeno al efecto que había causado entre nosotros. No llevaba esmoquin como yo había previsto, sino unos pantalones negros muy ceñidos y una cazadora de cuero. Estaba visto que tenía que ser él quien escogiera la opción menos convencional. Aquella indumentaria le daba un aire teatral, pensé, y eso era lo que le gustaba.
—Buenas noches a todos —dijo Jake, acercándose a mí—. Hola, cielo, estás impresionante.
—Hola, Jake.
Me adelanté para saludarlo y él me cogió la mano y se la llevó a los labios. Me pareció percibir en el rostro de Xavier un destello peculiar, pero desapareció enseguida y él se apresuró a estrecharle la mano a Jake.
—Encantado —dijo, aunque con un deje áspero en la voz.
—Lo mismo digo —respondió Jake—. Esta presentación ha tardado mucho en llegar.
A diferencia de Xavier, Phantom no hizo ningún esfuerzo por mostrarse sociable. Se sentó sobre sus cuartos traseros y soltó un gruñido gutural.
—Hola, chico —dijo Jake, agachándose y alargando la mano.
Phantom se incorporó ladrando y lanzó una dentellada. Jake apartó a toda prisa la mano e Ivy sacó al perro a rastras de la habitación.
—Perdona —le dije—. No suele comportarse así.
—No te preocupes —contestó. Sacó de la chaqueta una cajita—. Toma, es para ti. Encuentro que los ramilletes están un poco pasados de moda.
Xavier frunció el ceño, pero no hizo comentarios.
—Ah, gracias. No tenías por qué —dije, cogiendo la cajita.
En su interior había un par de delicados aros de oro blanco. Me sentí algo incómoda. Parecían muy caros.
—No es nada —dijo Jake—. Sólo un detalle. Xavier decidió intervenir entonces.
—Gracias por cuidar de Beth esta noche —dijo con tono agradable—. Como ves, estoy un poco indispuesto.
—Para mí es un placer echarle una mano a Beth —repuso Jake. Como de costumbre su voz sonaba afectada y un tanto pretenciosa—. Lamento lo de tu accidente. Qué mala suerte que haya tenido que ocurrir justo antes del baile de promoción. Pero no te preocupes; me encargaré de que Beth se divierta. Es lo mínimo que puede hacer un amigo.
—Bueno, siendo su novio, ya te puedes figurar que me habría gustado estar allí —dijo Xavier—. Pero ya se lo compensaré.
Ahora le tocó a Jake fruncir el ceño. Xavier le dio la espalda, me tomó el rostro entre las manos y me plantó un suave beso en la mejilla. Luego me ayudó a envolverme en mi chal.
—¿Ya estáis todos listos? —preguntó.
A decir verdad, lo que a mí me apetecía era quedarme en casa, acurrucarme en el sofá con Xavier y olvidarme del baile. Prefería quitarme el vestido, ponerme el pantalón del chándal y acomodarme a su lado, donde me sentía segura de verdad. No quería salir, y menos del brazo de otro chico. Pero no le dije nada de todo esto; le dediqué una sonrisa forzada y asentí.
—Cuida de ella —le dijo a Jake. Su expresión era amistosa, pero había un matiz de advertencia en su tono.
—No la perderé de vista ni un segundo.
Jake me ofreció su brazo y salimos afuera, donde ya nos esperaba una limusina. Por la cara que ponía Gabriel, deduje que aquello le parecía un exceso. Antes de que nos fuéramos, Ivy se inclinó hacia mí y me arregló el tirante del vestido.
—Estaremos cerca toda la noche por si nos necesitas —me susurró. Me pareció que dramatizaba un poquito. ¿Qué podía pasar en una sala de baile con cientos de invitados? Aun así, sus palabras me resultaron reconfortantes.
La limusina parecía una nave espacial con aquel chasis reluciente y alargado y sus ventanillas ahumadas. Yo la encontraba más bien vulgar y no le veía el glamour por ninguna parte.
Por dentro era más espaciosa de lo que me había imaginado. Un diván de cuero blanco se extendía por los cuatro costados. La luz, violácea y azul, procedía de una serie de lámparas alógenas incrustadas en el techo. A la derecha había un mueble bar. Unas lámparas de lava iluminaban las hileras de vasos y las botellas de bebidas alcohólicas que habían traído algunos invitados (aunque todos eran menores). Había una pantalla de televisión ocupando uno de los lados, y unos altavoces en el techo. Sonaba a todo volumen una canción sobre chicas pasándoselo bien y las paredes vibraban con su percusión brutal.
Cuando nosotros nos subimos, la limusina ya estaba prácticamente llena. Éramos los últimos. Molly me sonrió de oreja a oreja al verme y me envió besos desde la otra punta en vez de darme un abrazo. Las demás chicas me miraron de arriba abajo. A alguna se le quedó la sonrisa congelada.
—Un terrible infortunio, los celos —me susurró Jake al oído—. Tú eres la más deslumbrante de largo. Tienes muchas posibilidades de convertirte en la reina del baile.
—Me tiene sin cuidado. Además, aún no has visto al resto de la competencia.
—No me hace falta —respondió—. Me lo apuesto todo a que ganas tú.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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Mensaje por ~.Cattita.Jonas'Miller.~ Miér 08 Oct 2014, 3:08 pm

Capítulo 26: El baile






El baile se celebraba en el Pabellón del Club de Tenis. Con sus amplios jardines y sus diversos salones, desde donde se dominaba toda la bahía, era sin lugar a dudas el centro de recepciones más elegante de la zona.
La limusina se deslizó junto a sus altos muros de piedra caliza y cruzó la verja de hierro para recorrer un sinuoso sendero flanqueado de prados y setos impecables. El jardín estaba salpicado de fuentes de piedra; entre ellas, un majestuoso león esculpido con la zarpa levantada, de cada una de cuyas garras brotaba un chorro de agua. Había incluso un estanque con un puentecito y un cenador que acaso habría encajado mejor en un antiguo castillo europeo, y no en un pueblo insignificante como Venus Cove. No podía evitar sentirme abrumada por un escenario tan suntuoso. Jake, por su parte, parecía del todo indiferente. Mantenía su eterna expresión de hastío y torcía los labios en una sonrisa socarrona cada vez que se encontraban nuestras miradas.
La limusina siguió avanzando por el sendero, pasó junto a las pistas de tenis, que resplandecían bajo las luces como lagos verdes, y se dirigió al pabellón propiamente dicho: un enorme edificio circular de cristal con tejado a dos aguas y espaciosos balcones blancos. No cesaban de desfilar parejas hacia el interior: los chicos erguidos, las chicas sujetando sus bolsitos y ajustándose los tirantes de los vestidos. Aunque ellos estaban muy elegantes con esmoquin, lo cierto era que no pasaban de ser simples comparsas; la noche pertenecía claramente a las chicas. Todas tenían en la cara la misma expresión expectante e ilusionada.
Algunos grupos habían llegado en limusinas y en coches con chófer, mientras que otros habían optado por utilizar el autobús de dos pisos de la fiesta, que justo en aquel momento se detenía con un cargamento de pasajeros entusiasmados. Advertí que el interior del autobús había sido redecorado como si fuera una discoteca, con luces estroboscópicas, música a tope y todo el rollo.
Por una noche al menos, la filosofía feminista había sido dejada de lado y las chicas se permitían que las llevaran del brazo por las escalinatas y el vestíbulo como si fueran princesas de cuento de hadas. A mi derecha, Molly se hallaba demasiado absorta estudiando el panorama para molestarse en darle conversación a Ryan Robertson, que estaba muy guapo con su traje, todo hay que decirlo. A mi izquierda, Taylah no paraba de sacar fotos ansiosamente, como si no quisiera dejarse ningún detalle. También le echaba miraditas a Jake cuando creía que no la veíamos. Él la miró abiertamente y la recompensó con un guiño. Taylah se puso tan colorada que pensé que era un milagro que no se le disolviera todo el maquillaje.
El doctor Chester, el director de Bryce Hamilton, engalanado con un traje gris pálido, estaba a la entrada del vestíbulo rodeado de arreglos florales dispuestos sobre pedestales. Los demás miembros del personal del colegio se habían situado estratégicamente para ver cómo hacían su entrada las
jóvenes parejas. Advertí que el doctor Chester tenía gotas de sudor en su frente abombada: el único signo aparente de tensión. Sonreía ampliamente, sí, pero sus ojos decían bien a las claras que habría preferido estar apoltronado en el sillón de su casa, y no vigilando a un puñado de preuniversitarios malcriados decididos a pasar la noche más memorable de sus vidas.
Jake y yo nos unimos a la fila de parejas llenas de glamour que aguardaban para hacer su entrada. Molly y Ryan iban justo delante de nosotros y yo los observaba atentamente para ver cómo era el protocolo y no meter la pata.
—Doctor Chester, le presento a mi pareja, Molly Amelia Harrison —dijo Ryan con un tono muy formal. Sonaba raro viniendo de un chico que se divertía con sus amigos dibujando en el asfalto de la entrada del colegio unos genitales descomunales. A mí me constaba que Molly le había dado instrucciones para que exhibiera aquella noche sus mejores modales.
El doctor Chester sonrió benévolo, le estrechó la mano y los hizo pasar. Nosotros éramos los siguientes. Jake entrelazó mi brazo con el suyo.
—Doctor Chester, mi pareja, Bethany Rose Church —dijo muy galante, como si me estuviera presentando en una corte imperial.
El doctor Chester me dirigió una cálida sonrisa.
—¿Cómo es que sabes mi segundo nombre? —le pregunté, una vez dentro.
—¿No te había dicho que soy adivino?
Seguimos a la avalancha de gente y entramos en el salón de baile, mucho más lujoso de lo que me había imaginado. Las paredes eran todas de cristal, desde el suelo hasta el techo, y la suntuosa alfombra, de un intenso color borgoña. El parquet de la pista de baile relucía bajo las arañas de cristal, que arrojaban diminutas medialunas de luz. A través de las paredes veía el océano extendiéndose en suaves ondulaciones, y también una pequeña columna blanca parecida a un salero. Tardé un instante en darme cuenta de que era el faro. Las mesas, distribuidas alrededor del salón, estaban cubiertas con manteles de lino y vajilla de porcelana. Los centros de mesa eran ramos de capullos amarillos y rosados, y había lentejuelas plateadas esparcidas por los manteles. Al fondo, la banda empezaba a afinar sus instrumentos. Los camareros circulaban por todas partes con bandejas de ponche sin alcohol.
Divisé a Gabriel e Ivy en un rincón. Parecían tan fuera de lugar que casi me dolía mirarlos. Gabriel tenía una expresión indescifrable en la cara, pero era evidente que no estaba disfrutando. Los chicos miraban a Ivy maravillados cuando pasaban por delante, pero ninguno tenía el valor de acercársele. Vi que Gabriel barría el salón entero con la vista hasta localizar a Jake Thorn. Lo observó con penetrante intensidad unos segundos y se volvió para otro lado.
—¡Estás en nuestra mesa! —gritó Molly, abrazándome por detrás—. Venga, vamos a sentarnos. Estos zapatos me están matando. —Entonces vio a Gabriel—. O pensándolo bien… voy a saludar primero a tu hermano. ¡No me gustaría quedar como una maleducada!
Dejamos que Jake se ocupara de buscar nuestros asientos y fuimos al encuentro de Gabriel, que tenía las manos entrelazadas a la espalda y observaba el panorama con aire sombrío.
—¡Hola! —dijo Molly, acercándose a él con paso vacilante, porque llevaba unas zapatillas de tiras con tacones de aguja.
—Buenas noches, Molly —contestó Gabriel—. Se te ve muy sugestiva esta noche. Molly me lanzó una mirada interrogante.
—Quiere decir que estás fantástica —susurré, y su rostro se iluminó.
—Ah… gracias —dijo—. Tú también estás muy sugerente. ¿Te diviertes?
—Divertirse no sería la palabra más exacta. Nunca me han gustado demasiado las reuniones sociales.
—Ah, ya entiendo a qué te refieres —repuso Molly—. En realidad, el baile siempre es un poco aburrido. La cosa se anima después, en la fiesta privada. ¿Vas a venir?
El pétreo semblante de Gabriel se suavizó un instante y en las comisuras de sus labios asomó un principio de sonrisa. Pero en cuestión de segundos recobró la compostura.
—Como miembro del profesorado me siento en la obligación de simular que no he oído nada sobre una fiesta privada —dijo—. El doctor Chester las ha prohibido expresamente.
—Ya, bueno, él tampoco puede hacer mucho al respecto, ¿no crees? —Molly se echó a reír.
—¿Quién es tu pareja? —dijo Gabriel, cambiando de tema.
—Se llama Ryan, está sentado allí.
Molly señaló al otro lado. Ryan y su amigo se habían sentado ya a la mesa impecable y se habían puesto a echar un pulso. Uno de ellos derribó una copa y la mandó rodando por el suelo. Gabriel los observó con severidad.
Molly se sonrojó y volvió la cara para otro lado.
—Es un poquito inmaduro a veces, pero es un buen tipo. Bueno, será mejor que me vuelva antes de que destroce algo más y nos acaben echando. Pero nos vemos después. Te he guardado un baile.
Casi tuve que remolcar a Molly hasta nuestra mesa y, una vez allí, ella no paraba de volverse para mirar a Gabriel, sumida en un rapto desvergonzado. Ryan no parecía enterarse.
Pese a la magia del lugar, enseguida fui consciente de que yo tampoco me lo estaba pasando bien. Sólo hablaba de naderías con la gente y varias veces me sorprendí a mí misma buscando un reloj con la vista. Empecé a preguntarme si podría excusarme un rato para hacerle una llamada a Xavier. Pero incluso si le pedía a Molly su teléfono móvil, no había ningún sitio desde donde hablar con tranquilidad. Los profesores se habían apostado en las puertas para impedir que nadie se escapara a los jardines, y los baños estaban atestados de chicas repasándose el maquillaje.
Después de tanto preparativo, la velada me parecía deslucida. No por culpa de Jake; él se esforzaba todo lo que podía, era un acompañante muy atento: me preguntaba continuamente si me lo pasaba bien, contaba chistes, intercambiaba anécdotas con el resto de los comensales. Pero observando a las chicas de alrededor, que picaban melindrosamente del aperitivo y se sacudían abstraídas algún hilo imaginario de sus vestidos, no pude por menos que pensar que la fiesta no tenía mucho sentido aparte de sentarse allí con aspecto de princesita. Una vez que todo el mundo se había echado mutuamente el vistazo preceptivo, ya no quedaba gran cosa que hacer.
Incluso cuando conversaba con los demás, Jake raramente me quitaba la vista de encima. Parecía decidido a seguir cada uno de mis movimientos. A veces trataba de arrastrarme a la conversación haciéndome preguntas mordaces, pero yo contestaba casi siempre con monosílabos y seguía mirándome las manos. No pretendía estropearle a nadie la noche ni parecer enfurruñada, pero no
podía evitarlo: mis pensamientos regresaban a Xavier una y otra vez. Me sorprendí a mí misma preguntándome qué estaría haciendo, imaginándome lo diferente que sería la noche si él estuviera a mi lado. El lugar era ideal y yo llevaba el vestido perfecto, pero iba con el chico equivocado y no podía evitar cierta melancolía.
—¿Qué sucede, princesa? —me preguntó Jake cuando me pilló contemplando el océano con añoranza.
—Nada —me apresuré a responder—. Me lo estoy pasando muy bien.
—Mentira podrida —dijo, bromeando—. ¿Jugamos a un juego?
—Si quieres.
—Muy bien… ¿cómo me describirías con una sola palabra?
—¿Tenaz? —sugerí.
—Mal. Tenaz es lo último que yo soy. Un dato curioso: nunca hago los deberes. ¿Qué otra cosa me hace único?
—¿El gel que te pones en el pelo? ¿Tu afable carácter? ¿Tus seis dedos?
—Eso estaba de más. Me amputaron el sexto hace años. —Me lanzó una sonrisa—. Ahora descríbete tú en una palabra.
—Hmm… —Titubeé—. No sé… es difícil.
—Muy bien —dijo—. No me gusta una chica capaz de resumirse en una sola palabra. Le falta complejidad. Y sin complejidad no hay intensidad.
—¿Te gusta la intensidad? —pregunté—. Molly dice que los chicos prefieren a las chicas
tranquis.
—O sea, fáciles de llevar a la cama —repuso Jake—. Lo cual supongo que no tiene nada de malo.
—Pero ¿eso no sería lo contrario de la intensidad? —dije—. A ver si te aclaras.
—Una partida de ajedrez también puede ser intensa.
—Hmm… sí, tal vez. A lo mejor para ti una chica y una pieza de ajedrez son intercambiables.
—Nunca —dijo Jake. ¿Tú has roto algún corazón?
—No —respondí—. Ni lo deseo. ¿Y tú?
—Muchos. Pero nunca sin un buen motivo.
—¿Qué motivo, por ejemplo?
—No eran adecuadas para mí.
—Espero que al menos rompieras en persona —dije—. No por teléfono o algo parecido.
—¿Por quién me tomas? —dijo—. Eso al menos lo merecían. Ese resto de dignidad era lo único que les quedaba al final.
—¿Qué quieres decir? —pregunté con curiosidad.
—Digamos que primero amas y luego pierdes —repuso.
A continuación tuvimos que aguantar un tedioso discurso del doctor Chester. Algo así como que aquella era «nuestra gran noche» y que se esperaba de nosotros que nos comportásemos de modo responsable y no hiciéramos nada que pudiera mancillar la reputación de Bryce Hamilton. El doctor Chester dijo que confiaba en que volviéramos todos a casa en cuanto concluyera el baile. Se oyó
alguna que otra risita entre la audiencia, que el director prefirió pasar por alto. Nos recordó que había escrito a todos los padres recomendando que se opusieran a las fiestas privadas y que se lo pensaran muy bien antes de ofrecer sus propias casas para montarlas.
Lo que él no sabía era que la fiesta privada ya estaba organizada desde hacía meses, y que los organizadores no habían sido tan ingenuos como para creer que podrían celebrarla en alguna casa particular, con los padres en el piso de arriba. La fiesta iba a tener lugar en una antigua fábrica abandonada que quedaba a las afueras del pueblo. El padre de uno de los chicos de último año era arquitecto y había estado trabajando para convertirla en una serie de apartamentos. Se había tropezado con las protestas de varios grupos ecologistas y el proyecto había quedado temporalmente suspendido mientras llegaban los permisos preceptivos. La fábrica era muy espaciosa y, sobre todo, quedaba aislada. A nadie se le ocurriría husmear allí. Por alta que estuviera la música, nadie iría a quejarse porque no había casas en las inmediaciones. Alguien conocía a un pinchadiscos profesional que se había ofrecido a trabajar gratis por una noche. Todos se morían de impaciencia esperando que terminase de una vez el baile de promoción para que «la fiesta de verdad» pudiera empezar. Pero incluso si Xavier me hubiera acompañado yo no habría contemplado siquiera la posibilidad de ir. Ya había asistido a una fiesta de aquellas en mi vida humana, y con una me bastaba.
La cena empezó después de los discursos y, al terminar de comer, hicimos cola frente a una plataforma para que nos sacaran fotos para la revista del colegio. La mayoría de las parejas adoptaban la pose clásica, pasándose mutuamente el brazo por la cintura: las chicas sonriendo con aire recatado, los chicos muy rígidos, por temor a moverse y estropear la foto, un crimen por el que sabían que nunca serían perdonados.
Debería haberme imaginado que Jake haría algo distinto. Al llegar nuestro turno, puso una rodilla en el suelo, tomó una rosa de la mesa de al lado y la sujetó entre los dientes.
—Sonríe, princesa —me susurró.
El fotógrafo, que venía disparando una y otra vez de un modo mecánico, se animó un poco al verlo, agradecido por la novedad. Mientras bajábamos del estrado, advertí que algunas chicas miraban de reojo a sus parejas. Su expresión venía a decir: «¿Por qué no puedes ser un poquito más romántico, como Jake Thorn?». Me compadecí del chico que intentó imitar la pose de Jake y acabó pinchándose el labio con las espinas de la rosa. Su novia, roja como un tomate, tuvo que llevárselo corriendo a los servicios.
Después de las fotos, vino el postre (un flan bamboleante), y a continuación hubo un rato de baile. Finalmente, nos pidieron que volviéramos a nuestro sitio para anunciar los premios. Miramos cómo subía al estrado el comité organizador, incluyendo a Molly y Taylah, con los sobres del veredicto y los trofeos.
—Es un placer para nosotros —empezó diciendo una chica llamada Bella— dar a conocer el nombre de los ganadores del baile de promoción de Bryce Hamilton de este año. Hemos sopesado cuidadosamente nuestras decisiones y antes de empezar queremos que sepáis que todos sois ganadores en el fondo.
Oí que Jake sofocaba una risotada.
—Hemos añadido más categorías a la lista de este año en reconocimiento al esfuerzo que habéis
hecho todos —prosiguió la chica—. Empecemos con el premio al Mejor Peinado.
A mí me parecía que el mundo se había vuelto loco. Intercambié con Jake una mirada de consternación mientras se sucedían los distintos premios al Mejor Peinado, Mejor Vestido, Mejor Transformación, Mejor Corbata, Mejores Zapatos, Mejor Maquillaje, Mejor Glamour y Belleza Más Natural. Finalmente, concluidos los premios menores, llegó la hora de anunciar lo que todo el mundo había estado esperando: el nombre del Rey y la Reina del baile. Un murmullo de excitación recorrió el salón entero. Aquel era sin duda el premio más disputado. Cada una de las chicas presentes contenía el aliento. Los chicos fingían no estar interesados. Yo no acababa de entender a qué venía tanto alboroto. No era precisamente una cosa que pudieran incluir en sus currículos.
—Y los ganadores de este año son… —empezó la portavoz del comité. Se interrumpió para crear un efecto dramático y la audiencia gimió de frustración—. ¡Bethany Church y Jake Thorn!
El salón entero estalló en aplausos enloquecidos. Durante una fracción de segundo busqué entre la multitud a los ganadores… hasta que caí en la cuenta de que era mi nombre el que habían pronunciado. Supongo que yo debía de tener una expresión glacial cuando me dirigí al estrado con Jake, aunque en su caso el hastío había dado paso a cierto aire de diversión. A mí todo me parecía absurdo mientras Molly me ponía la corona en la cabeza y me colocaba la banda de honor. Jake parecía disfrutar su protagonismo. Tuvimos que abrir el vals antes de que se sumara el resto de los invitados, así que le di la mano a Jake y él deslizó la otra alrededor de mi cintura. Aunque había practicado el vals con Xavier, no me sentía tan segura sin él. Por suerte, los ángeles tenemos la ventaja de cogerle el tranquillo a las cosas con relativa facilidad. Seguí a Jake y muy pronto mi mente incorporó el ritmo de la música con toda naturalidad. Mis miembros se movían con fluidez, y me sorprendió descubrir que Jake lo hacía con idéntica elegancia.
Ivy y Gabriel pasaron por nuestro lado, bailando en perfecta sincronía y deslizándose con gestos sedosos. Sus pies apenas rozaban el suelo y daba toda la impresión de que flotaran. Aun a pesar de la expresión sombría de ambos, ofrecían un espectáculo tan fascinante que mucha gente se detenía a mirarlos y les dejaban la pista libre. Mis hermanos se cansaron enseguida de ser el centro de atención y regresaron a su mesa.
Cuando la música cambió, Jake me arrastró rápidamente al borde de la pista y se inclinó hacia mí de tal manera que sus labios me rozaron la oreja.
—Estás deslumbrante.
—Y tú igual. —Me reí, procurando imprimir un tono de ligereza al diálogo—. Todas las chicas están de acuerdo.
—¿Tú también?
—Bueno… yo te encuentro encantador.
—Encantador —musitó—. Supongo que basta por ahora. ¿Sabes?, nunca he conocido a una chica con una cara parecida. Tienes la piel de color claro de luna; tus ojos son insondables.
—Ahora te estás pasando —me burlé. Intuía que estaba a punto de embarcarse en uno de sus soliloquios románticos y yo quería impedirlo a toda costa.
—No se te da bien aceptar cumplidos, ¿verdad? Me sonrojé.
—La verdad es que no. Nunca sé qué decir.
—¿Qué tal «gracias», simplemente?
—Gracias, Jake.
—¿Lo ves?, no ha sido tan difícil. Y ahora me vendría bien un poco de aire fresco. ¿A ti no?
—Es un poco complicado salir —dije, señalando a los profesores que seguían de guardia en las salidas.
—He descubierto una vía de escape. Ven, te la voy a enseñar.
Había dado en efecto con una puerta trasera que nadie había tenido en cuenta, por lo visto. Primero había que cruzar los servicios y un almacén que quedaba en la parte trasera del edificio. Me ayudó a saltar por encima de los cubos y las fregonas amontonadas contra la pared y, de repente, me encontré sola con él en el balcón que rodeaba por fuera todo el pabellón. Era una noche despejada, el cielo estaba sembrado de estrellas y la brisa resultaba refrescante. A través de los ventanales veíamos a las parejas todavía bailando; las chicas, ya con menos fuelle a aquellas alturas, abandonaban todo su peso en sus parejas. Algo más lejos, manteniendo las distancias, Ivy y Gabriel permanecían de pie, ambos tan relucientes como si los hubieran rociado con polvo de estrellas.
—Cuántas estrellas —murmuró Jake, casi como hablando consigo mismo—. Pero ninguna tan hermosa como tú.
Lo tenía tan cerca que notaba su aliento en la mejilla. Bajé los ojos, deseando que dejara de hacerme cumplidos. Procuré desviar la conversación hacia él.
—Me gustaría sentirme tan segura de mí misma como tú. Nada parece desconcertarte.
—¿Por qué debería? —respondió—. La vida es un juego, y resulta que yo sé cómo jugarlo.
—Incluso tú debes cometer errores a veces.
—Esa es precisamente la actitud que le impide ganar a la gente —dijo.
—Todo el mundo pierde en un momento u otro; pero podemos aprender de la pérdida.
—¿Quién te ha dicho eso? —Jake sacudió la cabeza y clavó sus ojos color esmeralda en los míos
—. A mí no me gusta perder, y siempre consigo lo que quiero.
—¿Y ahora mismo tienes todo lo que quieres?
—No del todo —respondió—. Me falta una cosa.
—¿Qué es? —respondí, recelosa. Algo me decía que estaba pisando terreno peligroso.
—Tú —dijo simplemente.
No sabía qué responder. No me gustaba nada el giro que estaba tomando la conversación.
—Bueno, es muy halagador, Jake, pero ya sabes que no estoy disponible.
—Eso es lo de menos.
—¡Para mí, no! —Di un paso atrás—. Estoy enamorada de Xavier. Jake me miró fríamente.
—¿No te parece algo obvio que no estás con la persona adecuada?
—No, para nada —repliqué—. Y supongo que tú eres lo bastante arrogante para creerte la persona adecuada, ¿no?
—Simplemente creo que me merezco una oportunidad.
—Prometiste que no volverías a sacar el tema —le dije—. Tú y yo somos amigos, eso deberías
valorarlo.
—Y lo valoro, pero no es suficiente.
—¡No eres tú solo quien decide! Ni yo un juguete que puedas señalar con el dedo y obtener sin más.
—Disiento.
Se echó bruscamente hacia delante, tomándome de los hombros, y me atrajo hacia sí. Estrechando mi cuerpo con fuerza, me buscó los labios. Desvié la cara en señal de protesta, pero él la tomó con una mano para girarla de nuevo y pegó sus labios contra los míos. Hubo un relampagueo en el cielo, aunque un momento antes no había ni rastro de tormenta. Me besó con fuerza y contundencia mientras me sujetaba férreamente con las manos. Yo forcejeé y lo empujé y, finalmente, conseguí romper el estrecho contacto y separarme de él.
—¿Qué te crees que estás haciendo? —grité, mientras la furia crecía en mi pecho.
—Darnos lo que los dos deseamos —respondió.
—¡Yo no! —grité—. ¿Qué he hecho para hacerte pensar otra cosa?
—Te conozco, Bethany Church, y no eres ninguna mosquita muerta —gruñó Jake—. He visto cómo me miras y he notado que hay una conexión entre los dos.
—No hay ninguna conexión —subrayé—. Desde luego no contigo. Lo lamento si te has llevado una idea equivocada.
Sus ojos relampaguearon peligrosamente.
—¿De veras me estás rechazando? —preguntó.
—De veras. Yo estoy con Xavier, ya te lo he dicho muchas veces. No es culpa mía que hayas preferido no creerme.
Jake dio un paso hacia mí. La rabia ensombrecía su rostro.
—¿Estás del todo segura de que sabes lo que haces?
—Nunca he estado más segura de nada —dije con frialdad—. Jake, tú y yo sólo podemos ser amigos.
Él dejó escapar una risa gutural.
—No, gracias —me anunció—. No me interesa.
—¿No puedes tratar al menos de afrontarlo con madurez?
—No creo que lo entiendas, Beth. Nosotros estamos hechos el uno para el otro. Llevo esperándote toda mi vida.
—¿Qué quieres decir?
—Llevo siglos buscándote. Ya casi había perdido la esperanza.
Noté que me subía una extraña sensación de frío por el pecho. ¿De qué me estaba hablando?
—Nunca, ni en mis fantasías más delirantes, me había imaginado que tú podrías ser… uno de ellos. Al principio me resistí, pero ha sido inútil. Nuestro destino está escrito en las estrellas.
—Te equivocas —dije—. No tenemos ningún destino juntos.
—¿Sabes lo que es vagar por la Tierra sin rumbo buscando a alguien que podría estar en cualquier parte? Ahora no voy a alejarme y dejarlo pasar sin más.
—Bueno, quizá no te quede otro remedio.
—Voy a darte una oportunidad más —dijo en voz baja—. Supongo que tú no te das cuenta, pero estás cometiendo una terrible equivocación. Una que te costará muy cara.
—No me impresionan las amenazas —dije con altanería.
—Muy bien. —Dio un paso atrás. Su cara se nubló por completo y todo su cuerpo se estremeció violentamente, como si mi sola presencia lo llenara de furia—. Ya no voy a hacerme más el simpático con los ángeles.
~.Cattita.Jonas'Miller.~
~.Cattita.Jonas'Miller.~


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