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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 2 Empty Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA

Mensaje por issadanger Jue 07 Ago 2014, 10:28 pm

CAPÍTULO 5
30 de agosto, 9542 a.C.

—¡Está atravesando las puertas ahora mismo! Nicholas levantó la vista de su lección para ver a Joseph en la puerta con una gran sonrisa en el rostro. No tuvo que preguntar de quién estaba hablando Acheron. Sería
su  tío  Estes  que  siempre  venía  a  visitarlos  en  esta  época  del  año.  Era  un acontecimiento que todos ellos esperaban con impaciencia y entusiasmo. El corazón le latía con la misma emoción que Joseph sentía, él miró a su tutor, el Maestro Praxis.
—¿Puedo retirarme, señor? ¿Por favor?
—Por supuesto, Su Alteza.
Nicholas apartó el pergamino a un lado y corrió hacia Joseph. Cogidos de la mano, corrieron por el  pasillo y bajaron las escaleras hasta que estuvieron ante la entrada principal, donde los sirvientes se reunían para saludar a su tío. Ryssa ya estaba fuera en los escalones de piedra, a unos pasos de su padre.
La sonrisa se le marchitó cuando un temor frío le atravesó cada centímetro del cuerpo.  ¿Cómo  lo saludaría  su  padre?  Por  alguna  razón,  no podía  escuchar  los pensamientos de su padre y la postura rígida del rey no le daba ninguna pista sobre el estado de ánimo del anciano.
Joseph le soltó la mano y se acercó a Ryssa para que su padre no se diera cuenta. Cómo deseaba Nicholas poder acudir también a ella en busca de protección, pero Ryssa jamás daba la bienvenida a su compañía. Sólo a su ausencia. Los músicos comenzaron la fanfarria mientras su padre se volvía hacia él. Nicholas se preparó para el escarnio de su padre. En cambio, su padre sonrió cálidamente y le tendió la mano.
—Aquí  estás,  mi  precioso  niño.  Estaba  a  punto  de  enviar  a  un  sirviente  a buscarte. Ven a saludar a tu tío.
Tal vez su padre estaba en un buen estado de ánimo...
Sonriendo, aunque tenía un fuerte nudo en el estómago, Nicholas tomó la mano de su padre y le permitió tirar de él para un abrazo. Será mejor que recuerdes esto. No se sabe cuándo volverá a abrazarte. Era cierto.  Se había propuesto tratar  de aferrarse a cualquier  recuerdo de la bondad de sus padres hacia él. Era lo que visualizaba durante los ataques brutales y palabras de odio.
Nicholas apoyó la cabeza en el hombro de su padre y cerró los ojos. Cómo deseaba que siempre pudiera ser así. Por encima de todo, quería que Estes viviera con ellos. Su padre era mucho más amable y más feliz cuando su hermano estaba cerca.  Al igual  que él  y Joseph, Estes y su padre tenían una relación especial.  Una que era
evidente mientras su padre frotaba la espalda de Nicholas y lo abrazaba,  como si  lo atesorara.
Su padre no lo soltó hasta que la procesión de Estes se detuvo en el escalón de abajo.  Con el  destello de las armaduras doradas,  las capas de un vivo rojo y los estandartes, los hombres de su tío eran tan impresionantes como él  mismo. Pero lo que nunca dejó de sorprender a Nicholas era lo mucho que su tío favorecía a su padre. A
primera vista, ellos, también, podían pasar por gemelos, aunque Estes era tres años más joven.  Idéntico en altura,  tenían la misma estructura,  el  pelo rubio y rizado y barba.
Con el uniforme militar al completo, Estes se bajó del carro y riendo se precipitó por las escaleras para abrazar a su padre.
—¡Xerxes! ¡Cuánto te he echado de menos!
—¡Y yo a ti, hermanito! ¿Qué tal el viaje?
—Cualquier  camino que me conduzca a mi  familia es bueno,  ciertamente.  — Estes se inclinó y luego miró boquiabierto a Nicholas—. ¿Es esta mi ardillita tan crecida y con aspecto de adulto? ¿Qué tienes ahora, hijo? ¿Diez, ocho? ¿Cuántos?
—¡Tengo seis, tío! —Nicholas sonrió de alegría y luego se lanzó hacia Estes, que lo atrapó con una sonrisa y lo abrazó contra su pecho—. No soy tan grande como tú. Pero un día…
—Serás más alto que yo, ardillita. No hay duda. —Estes lo besó en la mejilla y lo apretó con tanta fuerza que Nicholas se quejó por ello. Su tío lo llevó por las escaleras hasta donde Ryssa y Joseph esperaban. El pelo rubio de su hermana le caía hasta la cintura en brillantes rizos dorados. Vestida de púrpura era realmente la muchacha más guapa de toda Grecia, si tan solo tuviera la personalidad que hiciera juego. —Ah...  mi  linda  Ryssa,  eres  una  visión.  Cada  vez  que  te  veo  estás  más hermosa.
Ella se sonrojó y luego avanzó para abrazarlo.
—Es tan bueno verte, tío.
Estes dejó en el suelo a Nicholas al ver a Joseph.
—Y  el  pequeño  Joseph...  Mira  cuánto  has  crecido,  también.  Apenas  os reconozco a Nicholas y a ti. Ven a abrazarme.
Joseph saltó a sus brazos y lo abrazó con fuerza.
—¿Has estado luchando contra los atlantes de nuevo?
Su tío siempre les obsequiaba con las historias de sus gloriosas batallas contra sus enemigos. Estrategias legendarias e invictas, Estes era uno de los soldados más respetados en todo el mundo.
—Últimamente no, querido. Por desgracia, estamos tratando la paz con ellos.
—¿Paz? —Se burló su padre—. Tal cosa es imposible con ellos.
—Eso  es  lo  que  crees,  hermano,  pero  los  otros  reyes  griegos  están negociándola, y he sido nombrado como embajador de la Atlántida mientras negocian los términos de la paz.
Eso pareció complacer bastante a su padre.
—Bueno,  si alguien puede conseguir  la paz con esos cuervos, eres tú.  Ahora vamos y ponnos al corriente un ratito.
Estes besó la mejilla de Joseph, luego lo puso junto a Nicholas.
—Chicos, recordádmelo más tarde, tengo unos regalos especiales para vosotros dos. Su padre frunció los labios.
—¿Por  qué  le  consientes  con  uno  cuándo  es  obvio  que  él  no  es  uno  de nosotros?
Estes acarició la mejilla de Joseph.
—Es un buen y hermoso chico, Xerxes. Si no fuera por esos asombrosos ojos, jamás se sabría que no es el hermano de Nicholas.
Nicholas hizo una mueca al  oír  las palabras que sabía herían a su hermano hasta la médula. Se disponía a consolarlo, pero Ryssa levantó a Joseph y lo acunó contra ella. Joseph puso su cabeza sobre su hombro y cerró los ojos. Antes de que Nicholas pudiera moverse,  se dirigió hacia el  interior con Joseph mientras su padre y
Estes se retiraban al despacho de su progenitor.
Solo, Nicholas vio como todo el mundo se dispersaba. Él había sido completamente olvidado. Una vez más.
Suspirando ante algo tan cotidiano, entró para dirigirse de regreso a los solitarios estudios. Otros chicos de su edad se reunían para aprender, pero su padre no quería que le retrasaran aquellos que eran más lentos. Era mucho más importante que Nicholas, como futuro rey, se comprometiese a memorizar tanto como pudiera y tan rápido como fuera posible.  Por lo tanto, tenía los mejores y más sabios profesores que su padre pudo conseguir y que le requerían que se esforzara al máximo y no perdiera el tiempo. El fracaso de avanzar en las calificaciones hacía que su padre aplicara los más duros castigos, tanto a los profesores como a Nicholas. Así que sus tutores, temerosos de la ira del rey, eran brutales con sus expectativas, y Nicholas tenía que mantenerse al día o ser castigado primero por ellos y luego por su padre. El rey había concedido a todos sus tutores y educadores rienda suelta para hacer su vida miserable si hacía algo que no aprobasen.
“Serás responsable de todos los de este reino,  muchacho.  Debes aprender  a concentrarte y meditar sobre los asuntos complicados y los obstáculos. No dejaré mi trono a un idiota sin cerebro”.
Debido a que su padre había heredado el trono muy joven, no le importaba que Nicholas  fuera todavía un niño.  Si  algo le pasaba  al  rey,  Nicholas  ascendería  al  trono inmediatamente. Podría suceder dentro de veinte años o mañana. En el caso de esto último,  era  fundamental  que  estuviese  entrenado  y  preparado  para  aceptar  las responsabilidades como rey.
“No  hay  lugar  en  la  vida  del  heredero  para  tontos  juegos  infantiles  o persecuciones. Cada hombre,  mujer  y niño de este reino acudirá a ti  en busca de bienestar y seguridad. Durante miles de años, Didymos se ha mantenido como la más grandiosa de las ciudades-estado griega.  Victoriosa.  La Casa de Aricles es la más
antigua en la tierra y  tenemos  una gloriosa  historia de héroes  de renombre  que abarcan incontables generaciones. Los dioses quieran que siga siendo la más grande de todas  ellas.  No voy  a permitir  que corrompas  nuestro Imperio o empañes  los nombres  de nuestros  antepasados  Ariclean.  Cuando te miran,  no ven al  Príncipe Nicholas, ven al hijo de Xerxes de la Casa de Aricles. Cada palabra que dices o acción que  tomas  se  refleja  en  mí  y  he  trabajado  muy  duro  para  lograr  mi  excelente reputación para que tú o cualquier otro la deshonre”.
Joseph y Ryssa tenían suerte. Su padre no los veía como una extensión de sí mismo. Cada vez que hacían algo mal, el rey no lo consideraba una afrenta a su buen nombre. Estaban siendo instruidos juntos y a un ritmo mucho más moderado debido a las mujeres del  séquito de Ryssa.  A veces Nicholas los oía riéndose a través de las
paredes mientras sus tutores le machacaban despiadadamente.
Pero  al  menos  Praxis  no  era  demasiado  duro.  Era  mucho  más  paciente  y comprensivo que los demás. “Todavía sois un niño,  Alteza.  Sé que es difícil  para vos mantenerse sentado durante horas y horas y enfocado.  Vamos a tomar  un breve descanso y dejar  que vuestras lecciones se asienten antes de empezar la siguiente sesión”.
A veces incluso le traía dulces a Nicholas para que picara mientras trabajaban. Mientras Nicholas se acercaba a las escaleras, vio a su madre esperando en las sombras.  Una  versión  anterior  de  Ryssa,  había  sido  una  célebre  belleza  en  su juventud.  Pero muchos años de comida y alcohol  en exceso había marchitado su belleza de manera que ahora parecía más vieja que su padre. Por un momento pensó que podría estar sobria. Pero a medida que se acercaba, el hedor del exceso le dejó sin aliento.
—¿Cuál de los bastardo eres tú? —se burló.
—Nicholas, madre.
Enojada, entrecerró los ojos como si no acabara de creerle.
—¿Dónde está el otro?
—Con Ryssa.
Una sonrisa curvó sus labios finalmente.
—Mi preciosa Ryssa... se suponía que debía visitarme esta mañana. —Se dirigió a  la  escalera  y  luego  tropezó.  Nicholas  se  movió  para  ayudarla.  Al  principio,  ella retrocedió ante el  toque,  pero después de un momento,  se relajó y permitió que le ofreciera el  hombro para poder  subir  los  escalones  sin caerse y hacerse daño—.
¿Quién acaba de llegar? —preguntó mientras caminaban por  el  pasillo,  hacia sus aposentos.
—El tío Estes.
—Bien. Eso va a hacer al viejo skatophage feliz durante un rato.
Nicholas no hizo ningún comentario, pero se alegraba de que su padre no estuviera cerca para oír a su esposa llamarlo “come mierda”. Sin duda, le molestaría mucho. La condujo a su habitación y la depositó en el taburete del vestidor. Cuando él se alejaba, ella extendió la mano y lo agarró por el cabello para atraerlo hacia ella.
—Por favor, mamá. Me estás haciendo daño. —Trató de apartar la mano, pero ella lo mantuvo firme y con la fuerza de todas las Furias.
Ella resopló con sorna.
—No  sabes  lo  que  es  el  dolor.  Trata  de  dar  a  luz  a  un  hijo  de  puta desagradecido, seguido de otro de su calaña. A continuación, observa como el amor de tu marido se convierte en odio hacia ti a causa de ellos. Eso es dolor. Pero tú... tú eres el precioso heredero, al que él quiere y adora. Tú eres todo lo que ama ahora. Era curioso,  no lo sentía así.  No cuando su padre le censuraba todo lo que hacía. Por cada minúsculo elogio que recibía, su padre se aseguraba de darle por lo menos tres críticas para acompañarlo.
Ella aflojó el agarre del pelo, pero no lo soltó.
—Tienes el pelo como tu padre. Me encantaba pasar mis manos por él durante la noche. En aquel entonces, era sólo mío y me amaba. Habría hecho cualquier cosa por  mí...  Por  la noche,  no podía esperar  para acudir  a mi  cama.  —Las  lágrimas llenaron sus ojos—. ¿Por qué tuviste que nacer tú? —Sollozando, le tiró del cabello y
luego le dio una bofetada—. ¡Fuera de mi vista! ¡Me das asco!
Nicholas salió corriendo de la habitación tan rápido como pudo. La mejilla le ardía por el golpe, pero sabía que no podía dejar sola a su madre así. Su padre se enfadaría mucho si  se enteraba de que Nicholas  la había  abandonado  cuando  era obvio  que necesitaba a alguien para cuidarla. Limpiándose las lágrimas, se dirigió a la pequeña
antecámara donde estaban reunidas sus doncellas cosiendo y bromeando.
—¿Qué estáis haciendo aquí ? —espetó la primera dama tan pronto como lo vio en la puerta—. Su Majestad me dijo que no teníais permitido estar en esta parte del palacio. Ella no tiene ningún deseo de veros.
Hizo caso omiso de su veneno.
—La reina está en su habitación y os llama.
Pasó groseramente por su lado sin decir una palabra. Las otras lo miraron como si fuera la escoria que manchaba sus zapatos. Siempre lo miraban así cada vez que estaba sin su padre,  y lo odiaba.  Por encima de todo, aborrecía la forma en que le hacían sentir, como si fuera la suciedad de sus zapatos.
Levantó la barbilla, le devolvió la mirada a cada una de ellas.
—Yo soy vuestro príncipe y heredero.  No debéis  mirarme a los  ojos  sin mi permiso —les recordó—. O yo tendré que azotaros por ello.  —Cerró la puerta y se volvió para encontrarse con Ryssa en el pasillo detrás de él.
Lo recorrió con una mirada que lo hizo sentir  aún más inferior  que la de las damas.
—Pequeño y miserable tirano. Te crees mejor que los demás. No lo eres, para que lo sepas. No eres más que un pequeño cerdo malcriado que no es nada sin su padre. Espero que un día obtengas exactamente lo que te mereces. La sinceridad de su mirada y  la crueldad de las  palabras  le destrozaron el corazón. ¿Por qué no podría, sólo una vez, decirle algo amable? ¿Qué le había hecho a ella? Nada, y estaba cansado de sus insultos.
—¡Cállate, kuna! ¡Te odio! ¡Me gustaría que estuvieras muerta y achicharrada! Ryssa le agarró del brazo y lo sacudió.
—¡Cómo te atreves a hablarme así y utilizar una palabra tan sucia! 
—¡Nicholas! Se estremeció ante el tono furioso de su padre. Sabiendo lo que iba a suceder, se liberó del  duro y doloroso agarre del  brazo y pasó junto a Ryssa para dirigirse al rellano de la escalera y poder ver a su padre abajo, de pie junto a Estes.
Fabuloso. Ahora su padre se luciría ante su hermano menor.
—¡Ven aquí , muchacho!
Con el corazón aporreando de miedo sin atreverse a abandonar el espectáculo, Nicholas bajó las escaleras.
—¿Sí, Padre?
—¿Qué te he dicho sobre el respeto a tu hermana?
“Es la única princesa de este reino. Como tal, debe ser valorada por encima de todo...”
Era tan injusto. Si fuera Ryssa, sería capaz de quejarse y decirle a su padre lo que había sucedido. Pero sabía por experiencia que sólo lo empeoraría. Los hombres no se quejan, y mucho menos los reyes. Asumían las repercusiones de sus acciones y mantenían la cabeza en alto, sin importar lo que pasara.
Sin embargo, no era rey. Todavía no. Y definitivamente no era un hombre.
—Ella empezó, Padre.
Le agarró el brazo por el mismo lugar que Ryssa había retorcido, causando que Nicholas hiciera una mueca.
—¿Cómo te atreves? No debes faltarle al respeto a tu padre y condenadamente seguro que no debes faltar al respeto a tu rey —gruñó—. ¡Jamás!
Su  padre  le  tiró  del  brazo  y  lo  arrastró  hacia  la  sala  del  Castigo  Real.  El flagelador se puso de pie de inmediato y se inclinó.
Su padre lo arrojó hacia el hombre alto y fornido que Nicholas odiaba con cada fibra de su ser.
—Veinte golpes, y diez más si lloriquea o gimotea.
El flagelador asintió respetuosamente.
—¿Tengo inmunidad, Majestad?
—Sí.
El flagelador volvió sus ojos oscuros hacia Nicholas.
—¿Su Alteza?
Le irritaba el modo en que lo obligaban a conceder inmunidad a la persona que estaba a punto de azotarle con un bastón. Pero ya que golpear a un miembro de la familia real suponía la muerte de cualquier persona, tenía que ser concedida antes de que el flagelador pudiera llevar a cabo las órdenes del rey contra un príncipe. Y si él se
negaba, su padre sólo se lo pondría peor.
—Sí. La concedo —susurró.
—Cuando hayas terminado,  llevalo a su habitación y vigila que permanece allí hasta mañana, sin comodidades.
—Sí, Su Majestad.
Los labios le temblaban por las lágrimas reprimidas, Nicholas vio como su padre lo dejaba a solas con la montaña gigantesca de hombre. Para ofensas menores, que él nunca parecía cometer, tenía un cabeza de turco que asumía el castigo por él. Pero para algo que era considerado un insulto personal a la familia, Nicholas, a diferencia de Ryssa, tenía que soportarlo él mismo. La princesa jamás fue azotada por nada.  Ella era demasiado preciosa y delicada para ello.  Por encima de todo, no estaba siendo preparada para la virilidad y el reinado.
Y ahora que ambos habían concedido la inmunidad al  flagelador,  iba a tomar una gran cantidad de placer  en hacerle daño.  Siempre lo hacía.  Aunque Nicholas no llorara ni gimiese, seguiría recibiendo el duro castigo que su padre había ordenado. Y todo  porque  el  flagelador,  como  Ryssa,  pensaba  que  era  un  mocoso  mimado  y
malcriado que necesitaba ser humillado.
«Crees que eres mucho mejor que el  resto de nosotros. No lo eres, perro. No eres más que el hijo de un hombre rico. El cachorro de un diosa y puta borracha». Riendo ante la ávida expectativa, el flagelador lo empujó hacia la pequeña sala reservada exclusivamente para los castigos privados de Nicholas,  y lo inclinó sobre el banco de azotes.  Le metió un trozo de cuero en la boca para que lo mordiera y amortiguara los gritos de dolor y no molestara a otros o avergonzara a su padre. Le ató las manos por delante del banco para inmovilizarlo y asegurarse de que no trataba de escapar, y después le dejó las nalgas al descubierto para la paliza.
Nicholas puso la mejilla contra la fría piedra y trató de ser valiente. Lo intentó. Pero cuando  el  flagelador  le  pasó  ligeramente  el  bastón  de  madera  por  los  muslos desnudos para hacerle sentir lo grueso y duro que era, se orinó de miedo por el dolor que se avecinaba.
—Seréis un rey inútil —se burló, luego lo azotó con toda su poderosa fuerza. Aterrorizado y dolorido, Nicholas aguantó los gritos todo lo que pudo, pero al final, fue tan inútil como todos pensaban. No podía evitarlo, sobre todo porque el flagelador no se apresuraba. Más bien se tomaba su tiempo, esperando que el entumecimiento se pasara antes de aplicar un nuevo golpe.
Por lo menos esto desvió la atención de Nicholas del dolor en el brazo y la mejilla. Probablemente debería estar agradecido por ello. Cuando finalmente terminó, el flagelador lo arrastró a su habitación y lo encerró dentro. Los sirvientes ya habían estado dentro y retirado las sábanas y almohadas de la cama. Habían quitado todo excepto la cama y el orinal. Cansado y dolorido, Nicholas cojeó hacia la cama, pero le dolía demasiado como para subirse a ella. Prefirió acostarse en el suelo de piedra y lamentarse por no ser el hijo de cualquier otra persona. Odiaba ser un príncipe. Esperaban demasiado de él y todo el mundo lo despreciaba por ello. Incluso su propia hermana y su madre.
Sólo por una vez quisiera tener la libertad de salir a retozar como hacían otros niños. Que le dieran la bienvenida como a cualquier otro amigo y que no huyeran con miedo u odio.  Mientras ellos jugaban despreocupadamente,  él  tenía que aprender a hablar,  leer  y escribir  atlante,  griego,  acadio,  egipcio,  sumerio y un millón de otras
lenguas que no le importaban. Los demás niños conseguían participar en divertidos juegos y competiciones amistosas, mientras que él tenía que dominar la esgrima y las tácticas militares que le enseñaban instructores, que le detestaban aún más que los otros. Instructores que lo tiraban al suelo y se regodeaban cada vez que sangraba. “Levantaos, Alteza. En la batalla estaríais muerto o capturado. Tenéis que luchar más duramente que ningún otro,  para que vuestros hombres os respeten y estén dispuestos a poner  sus vidas bajo vuestro mando.  Nadie sigue a un cobarde,  sin importar la corona que ostente…”
“No os riáis, muchacho, no es digno de un rey. No sonriáis o pensarán que sois blando o estúpido.  Debéis  tener  compostura y dignidad en todo momento.  Nunca decepcionéis a la guardia. Son súbditos, no vuestros amigos, y vos sois el futuro rey. No os olvidéis de eso”.
Una y otra vez esto le resonó en la cabeza junto a las voces de los dioses y los horribles pensamientos de otras personas.
No veía ni  una sola ventaja en ser  rey.  No si  eso significaba que no podía disfrutar de la risa o... bueno... de nada.
Desearía que Jospeh fuera el heredero...
Pero tan pronto como tuvo ese pensamiento,  la vergüenza lo inundó por  ello. Nunca desearía esta miseria a su querido hermano. Joseph ya tenía suficiente a lo que hacerle frente.
—Un día  seré el  rey —sollozó,  golpeando el  suelo con el  pequeño puño.  Y cuando lo fuera, las cosas serían muy diferentes para los dos. Jamás nadie les haría padecer esto de nuevo ni a Joseph ni a él.
Ni siquiera su hermana.
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Mensaje por chelis Vie 08 Ago 2014, 5:13 pm

NO ME LO PUEDE CREER!!!!... SUFRIERON EL MISMO DOLOR PERO DE DIFERENTE FORMA!!!!... Y SI EL MALDITO FUE SU PADRE!!!.. Y BUENO SU HERMANA FUE LA MAS AFORTUNADA DE ELLOS DOS!!!!...
CIELOS NO QUIERO SER NI PRINCESA Y NADA DE LA NOBLESA!!!...
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 2 Empty Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA

Mensaje por issadanger Miér 13 Ago 2014, 7:53 pm

NADIE MAS COMENTA :( NO LES GUSTO LA NOVE???
issadanger
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NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA - Página 2 Empty Re: NICHOLAS - NICHOLAS Y BET’ANYA

Mensaje por chelis Jue 14 Ago 2014, 5:37 pm

a MI SIIIII!!!!!!....
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Mensaje por issadanger Lun 25 Ago 2014, 10:24 pm

CAPÍTULO 6
3 de febrero, 9541 a.C.
Mucho después de la medianoche, Nicholas estaba tumbado en la cama, tratando de  dormir,  pero  era  imposible.  Por  si  el  dolor  de  cabeza  no  fuera  lo  bastante insoportable,  Joseph había sido golpeado antes por  la gran ofensa de mirar  a su padre cuando pasaron por el pasillo.
La espalda le ardía en solidaridad con el dolor por las heridas de su hermano.
Todavía no sabía cómo había pasado la cena sin llorar o gritar de agonía, pero ahora que estaba solo, podía retorcerse y gemir en paz.
¿Por qué no puedo simplemente morir?
Seguramente la muerte sería mejor que vivir así. ¿Cómo podía una cabeza doler tanto y no acabar muerto o con daño cerebral? ¿Cómo?
Aspirando el  aliento bruscamente entre los  dientes,  escuchó a alguien en la puerta.  Se congeló de pánico.  No podía ser  Joseph.  Ambos estaban demasiado doloridos para dejar las camas.
La puerta se abrió para mostrar a su padre bajo la tenue luz del fuego. Esto no podía ser una buena cosa. Su padre jamás lo había perturbado por la noche. ¿Qué he hecho ahora? Eso era un pensamiento estúpido. No había hecho nada.  Más bien, ¿qué cree que he hecho?
Nicholas apretó los ojos cerrados, fingiendo dormir y rezando por que su padre lo dejara en paz. En cambio, se sentó en el borde de la cama. Contuvo la respiración, aterrorizado de lo que esto significaba. ¿Por qué estaba aquí? ¿Qué podría querer a esta hora?
Yo no hice nada...
Desde hacía semanas  había tenido su mejor  comportamiento.  Sólo Joseph había estado actuando últimamente.  No es que le echara la culpa a su hermano. Estaban cansados de cómo eran tratados.
Su padre le hundió los dedos en el pelo. La mano era tan grande que era capaz de acunarle toda la cabeza en su maciza palma.
Los ojos de Nicholas volaron abiertos cuando esperó por el dolor que estaba seguro que seguiría.
Sin embargo, su padre comenzó a pasar la mano a través de los rubios rizos de Nicholas, jugando con ellos, apartándoselos de la cara. Tal vez no estaba enojado con él, después de todo. Esperando lo mejor, se encontró con la mirada de su padre en la luz del fuego, pero no se atrevió a decir una palabra. Había una rara ternura en la mirada de su padre, mezclada con preocupación.
—Me recuerdas tanto a Estes cuando era niño. Cosas que dices y haces... Me hace  pensar  en  nuestra  infancia  juntos  y  cuánto  lo  extraño.  Incluso  esta  era  su habitación entonces... —Su padre frotaba el pulgar sobre la frente de Nicholas y sonrió a los recuerdos. De repente, el olor de alcohol en el aliento del rey le golpeó con fuerza. Su padre estaba muy borracho.
Mordiéndose el  labio,  Nicholas rezó porque no saltase a una de las legendarias rabietas que tenía su madre cuando caía profundamente en las copas.
—Era mi  único amigo.  Lo sigue siendo.  No tienes ni  idea lo que es tener  un hermano como él. Uno puede confiar en que nunca hará nada para traicionarte. Su padre estaba equivocado acerca de eso.  Joseph era el  mejor  amigo que podría pedir. Ni siquiera Estes le podría igualar.
Inclinándose más cerca, su padre bizqueó mientras le sostenía la barbilla en la mano.  Volvió  la  cabeza  de  Nicholas  para  poder  estudiarle  la  cara  desde  diferentes ángulos.
—Te pareces a nosotros, pero… ¿Eres realmente mi hijo?
—Padre…
—¡No me hables!
Nicholas apretó la mandíbula mientras otra ola de terror lo envolvió. ¿Qué le haría? Su  padre  le  quitó  la  manta  para  poder  inspeccionarle  groseramente  cada centímetro del cuerpo.
—Te ves tan humano... 
Nicholas quiso gritar  ya que el  dolor  le atormentó con fuerza cuando le tocó las áreas de su pequeño cuerpo magullado por la paliza a Joseph. Pero no se atrevía a hacerle saber que estaba sufriendo cuando no había ninguna razón obvia para ello. Su padre lo giró sobre la espalda. La mandíbula de Nicholas se estremeció, los ojos
se le llenaron de lágrimas. Tenía una buena razón por la que había estado acostado sobre el estómago. Con dificultosa respiración, miró como su padre sacaba el cuchillo del cinturón.
¿Va a matarme?
—Pero ¿eres humano? Tengo que saberlo.
Antes  de  que  Nicholas  pudiese  moverse  o  reaccionar,  su  padre  le  agarró  el antebrazo en un despiadado agarre mientras violentamente le cortaba.  Incapaz de contenerse, Nicholas gritó cuando la sangre le cubrió el brazo y empapó las sábanas. 
—Dulce Hera —aspiró su padre—. ¿Qué he hecho? —Le agarró el brazo herido, tratando de contener el flujo de sangre—. Lo siento, Nicholas. Perdóname, muchacho.
Con  manos  temblorosas,  le envolvió  el  brazo  con la  tela  que  rasgó  de las sábanas, lo rodeó con los brazos y lo meció mientras Nicholas lloraba en silencio.
—Shh, pequeño. Está bien. Está bien...
Pero no lo estaba y Nicholas lo sabía. Desde el momento en que nació, su padre había cuestionado su parentesco.  Si  no en palabras,  entonces por  las fulminantes miradas que le echaba cuando estaban solos.
—No es culpa tuya, muchacho. Es ese demonio. Él es el culpable de todo esto.
Es el único que me hace dudar de ti. Cada vez que veo su rostro... Me llena este tipo de violencia.
No sólo era la cara de Joseph. También era su cara.
Su padre le había ahuecado la cabeza en su mano grande y le besó la frente y la mejilla.
—Tú eres mi hijo. El heredero por el que recé y por el que hice sacrificios a los dioses. Sé que lo eres. Lo sé. —Lágrimas le llenaron los ojos mientras le echaba una sospechosa mirada—. ¿No?
¿Cómo podía contestar a la pregunta cuando tampoco estaba seguro? Su padre sentía lo que él  sabía a ciencia cierta. Que no estaba bien. No era normal. Mientras Joseph tenía los ojos de un dios, Nicholas era quien sentía los dolores fantasmas de las heridas de su hermano. Él era quien oía pensamientos de la gente al azar. Escuchaba las voces de los dioses mucho más fuerte que Joseph.  Percibía las emociones de otras personas y lo que se proponían,  incluso aunque trataran de ocultarlo,  y sabía que tiempo haría sin fallar.
Pero  lo  peor  eran  los  dolores  de  cabeza  que  lo  asolaban  sin  piedad constantemente. Tal vez no soy humano...
Con toda honestidad, Joseph parecía ser mucho más normal que él.
—¡Responde! —gruñó su padre—. ¿Eres mi hijo?
Había sólo una respuesta que dar. Correcta o incorrecta.
—S-s-sí.
Su  padre  se  colocó  la  cabeza  de  Nicholas  bajo  la  barbilla  y  lloró  mientras continuaba  meciéndolo.  No  lo  soltó  otra  vez  hasta  bien  pasada  la  madrugada. Después, lo acostó en la cama y lo tapó con las sábanas manchadas de sangre como si no hubiera pasado nada. Le besó la frente, le dio un ligero apretón en el hombro y lo dejó en paz.
Asustado y herido, Nicholas contempló el vendaje improvisado que su padre había envuelto y anudado alrededor del antebrazo. Con mano temblorosa, lo desató para ver lo que sospechaba... que ya se estaba curando de la violenta herida. Al final del día, casi abría desaparecido por completo, con sólo una cicatriz para marcar su posición. No soy más humano de lo que es Joseph. Y su padre lo mataría sin dudar si alguna vez se enteraba de la verdad.
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Mensaje por issadanger Lun 25 Ago 2014, 10:54 pm

CAPÍTULO 7
30 de agosto, 9541 a.C.
Nicholas abrió la puerta del dormitorio para encontrarse con Joseph al otro lado. Soltó un suspiro de alivio.
―Doy gracias a los dioses de que seas tú.
―¿Por qué has cerrado la puerta con llave otra vez?
Se encogió de hombros, no queriendo confesar a Joseph ni  a nadie sobre la visita a medianoche del rey. Desde febrero, se había asegurado de cerrar con llave y bloquear la puerta cada noche, no fuera a recibir otra sorpresa nada bienvenida. 
―¿Qué haces aquí? ―preguntó Nicholas,  tratando de desviar  la atención de su hermano lejos de una pregunta que no tenía intención de contestar.
―Te traigo tu regalo de parte de Estes. Lo dejó abajo. Después de lo que pasó el año pasado, quise asegurarme de que te guardaban éste.
 Nicholas cogió el caballo de madera de la mano de Joseph y le ofreció una sonrisa que no sentía.
“No merecerás nada hasta que aprendas cómo comportarte cortésmente y con honor”. Las crueles palabras de su padre todavía le perseguían.
―Gracias, Joseph. ―Nicholas se movió para colocar el caballo en la repisa de su ventana donde guardaba su colección. Pero después de la pesadilla del año pasado, no había sentido lo mismo sobre sus caballos de madera. En vez de ser una fuente de orgullo y placer,  todos le recordaban que su padre le obligó a quemar  el  hermoso
caballo  atlante  que  Estes  le  había  traído;  aún  recordaba  como  le  temblaban  las piernas de la paliza y su ego pisoteado por haberse orinado encima. Y durante todo el rato Ryssa había sonreído con satisfacción y placer mientras era obligado a destruir su regalo, porque al parecer ella había resultado “insultada”.
Suspirando, se lo alejó del pecho.
―Un collar de cuentas de parte de los dos.
Joseph frunció el ceño.
―¿Qué?
Nicholas vio el ceño fruncido de Joseph.
―¿El  que,  al  qué?  Me  preguntabas  lo  que  escogí  para  Madre  por  su cumpleaños.
―No, no lo hice. Sólo pensé preguntártelo.
Nicholas apretó los dientes ya que se dio cuenta que le había leído el pensamiento a Joseph.
Debes tener más cuidado. Ese tipo de tropiezo con otra persona podría resultar fatal.
―Debe ser nuestra sangre de gemelos. ―Esa siempre era una apuesta segura con Joseph.  Su hermano reconocería  cualquier  explicación  sin depositar  duda o malicia.
Agarrando la pequeña caja de madera de la mesa, se la enseñó a Joseph.
―¿Quieres dárselo?
Negó con la cabeza.
―Mejor si lo haces tú, ella lo preferirá viniendo de ti, creo.
Y él preferiría no verla en absoluto. La mayor parte de tiempo que estaba con su madre, le miraba como si pudiera atravesarle.
―¿Acabamos con esto?
―Estoy dispuesto si tú lo estás.
Francamente, prefiero hacer que me saquen los ojos y comérmelos. Pero  parte  de  ser  un  rey  era  hacer  cosas  que  no  se  quería  sin  quejas  o vacilación. Con la cabeza alta. Sin demostrar ninguna emoción.  Aunque tuviera sólo siete años. Nicholas presionó la caja contra el pecho, temiéndolo.
―¿Quizá no quiera dejarnos pasar y se lo podamos dar a sus sirvientas? Esperando el mejor resultado, tomó la mano de Joseph y le condujo a través de los pasillos del palacio hasta los aposentos de su madre. En la puerta, Nicholas vaciló tanto tiempo que Joseph avanzó y llamó en su lugar. Unos segundos más tarde,  la criada más vieja que tenían les abrió mirándoles con altivez.
Nicholas no hizo caso de su desdén.
―Hemos venido para desear a la reina un feliz cumpleaños. ¿Está despierta? Sin una palabra, la criada retrocedió, abriendo la puerta de manera amplia para permitir que ellos entrasen en la estancia. Su madre estaba sentada en una silla cerca de la ventana, mirándoles fijamente.
Inseguro de su humor, Nicholas vaciló. ¿Por qué siempre le fallaban sus poderes cuando más los necesitaba?
―¿Está sobria? ―le susurró Joseph junto a la oreja.
―No lo sé.
Su madre soltó un suspiro exasperado.
―Espero que no sigáis ahí los dos parados cuchicheando. Entrad o marcharos. Preferentemente lo segundo.
Nicholas comenzó a avanzar. Joseph le empujó para que continuara. Gracias, hermano…
Cruzando la sala, Nicholas le ofreció la caja a ella. Le miró con el ceño fruncido.
―¿Qué es eso?
―Feliz cumpleaños, Madre ―dijeron al unísono.
Una  sonrisa  extraña  iluminó  su  cara  cuando  cogió  la  caja  y  la  abrió  para encontrar el  collar de cuentas de concha que Nicholas había comprado en el  mercado Esperando complacerla, lo había cambiado por uno de sus caballos tallados.
―Gracias. ―Le dio un frío y mecánico abrazo.
Con los ojos llenos de terror,  Nicholas se encontró con un Joseph boquiabierto mirándole fijamente. Antes de que comprendiera lo que Joseph hacía,  su hermano dio un paso adelante.
―Feliz cumpleaños, Madre. ―Joseph se movió para recibir su abrazo. Chillando con ultraje, le propinó una fuerte bofetada.
―¡Sal de mi vista, monstruo repulsivo!
La sangre explosionó en la nariz de Nicholas mientras el dolor se le extendía por la mejilla,  el  cráneo y el  ojo.  Maldición,  para ser una borracha,  su madre podía pegafuerte. Siguió clamando contra ellos mientras corrían hacia la puerta y luego por  epasillo. No se detuvieron hasta que hubieron bajado toda la escalera.
Respirando con dificultad, Joseph se giró para quedar frente a él.
―¿Por qué me hacen esto?
―No lo sé. Están locos.
―En el nombre de Zeus, ¿qué te ha pasado?
Nicholas se estremeció por el  sonido de la enojada voz de su padre mientras se limpiaba la sangre de la cara. Se inclinó para ver gotitas de sangre en la túnica blanca. Pocas cosas afectan tanto a su padre como que estuviera desaseado en público.
―¿Le golpeaste? ―acusó a Joseph.
Joseph negó con la cabeza.
―¡Mentiroso! ―Se movió para agarrar su brazo.
―¡Padre, no! ―Nicholas le bloqueó la posibilidad de atacar a su hermano.
Joseph le esquivó y corrió como un loco escaleras arriba y fuera de su vista. Su padre comenzó a perseguir  a Joseph,  pero Nicholas  agarró su brazo y le mantuvo quieto.
―No lo hizo, Padre. Es sólo otra hemorragia nasal. Las tengo todo el tiempo.
―¿Xerxes?
Nicholas echó un vistazo más allá de su padre para ver a su tío cerrar la distancia entre ellos.
―Tío, por favor dile que Joseph no me hizo dañó. No es nada. Estes pasó una mirada escéptica de Nicholas a su padre.
―A mí, no me parece que sea nada, chico. Mejor dicho, esto que hay en tu cara es una herida severa. Es obvio que alguien te ha golpeado.
―No fue Joseph.  ―Nicholas soltó a su padre para poder  presionarse la nariz, manteniendo las fosas nasales unidas para contener la hemorragia.
—Estaré bien, Padre. Siento el lío.
Tenía la esperanza de haber dado a Joseph suficiente tiempo para esconderse, los dejó y fue a su cuarto para limpiarse la nariz y cambiarse de ropa. Apenas había terminado de vestirse cuando al  cabo de unos minutos oyó los gritos de Ryssa y Joseph. ¿Qué en el nombre del Olimpo? Normalmente, era Ryssa y él los que se gritaban. No veía a Joseph capaz de discutir con ella. Pero al dejar sus aposentos, comprobó que era mucho peor que una riña entre hermanos…
Los soldados bajaban por la escalera arrastrando a su hermano hacia la entrada principal. Aterrorizado, Nicholas los persiguió. No pudo alcanzarlos hasta que estaban en el camino exterior. Trató de alcanzar a su hermano, pero su padre le contuvo mientras Estes se llevaba a Joseph en brazos.
Nicholas fulminó con la mirada a su padre. ―¿Qué pasa?
―Estes se lo lleva a vivir a la Atlántida.
Eso fue un golpe aún más duro que el que todavía le picaba en la cara.
―¿Qué? ¡No! ¡No!
Nicholas trató de zafarse del agarre de su padre para alcanzar a su hermano, que luchaba contra Estes con cada trozo de fuerza que poseía.
―Es lo mejor para él. Es un peligro para todos nosotros, sobre todo para ti. ¿Cómo podían ser tan estúpidos? Su hermano era el único que nunca le haría daño intencionadamente.
―¡Joseph! ¡Por favor, Padre! ¡No me separes de mi hermano, por favor!
―¡Nicholas! —Joseph le ofreció sus manos mientras Nicholas hacía todo lo que podía para llegar hasta él.
Nadie  les  escuchó.  Tampoco  se  compadecieron  o  tuvieron  piedad  de  los muchachos.
Afligido,  Nicholas  luchó  contra  el  agarre  de  su  padre  y  miraba  como  su  tío  y hermano montaban a caballo hasta quedar fuera de la vista. Y cuando se fueron, supo que Estes no acababa de llevarse sólo a su hermano. Se había llevado todo…


Completamente devastado por la pérdida de la compañía de Joseph,  Nicholas empujó  la  puerta  abierta  de  los  aposentos  de  Ryssa.  Sus  sollozos  habían  sido implacables.  Durante  horas,  la  había  escuchado  gritar  dando  rienda  suelta  a  las mismas  emociones  que le azotaban  a él.  Pero si  él  gritaba como ella  hacía por
Joseph, su padre le haría azotar.
La soledad era terrible.  Era como si  alguien le hubiera cortado el  brazo y le estuviera azotando con él. Se sentía engañado. Sin Joseph, no tenía a nadie. Nadie a quien dirigirse.  Nadie que le abrazara o se asegurara de que estaba bien cuando estaba herido.
Estaba absolutamente solo y completamente desesperado por  algo a lo que agarrarse, aun si significara abrazar a la hermana mayor que le odiaba tanto.
―¿Ryssa?
Se separó de su institutriz que la había estado sosteniendo, tratando de consolar su dolor.  Respirando entrecortadamente,  lo fulminó con la mirada como si fuera su culpa que Joseph se hubiera ido.
―¿Qué quieres, pequeña bestia egoísta?
Nicholas se mordió el  labio con indecisión.  Su humor  era muy volátil.  ¿Pero qué tenía que perder?
―Puedo ser tu hermano pequeño, también… como Joseph.
Frunció sus labios mientras más lágrimas le caían por la cara.
―¿Tú? Tú eres la razón por la que alejaron a mi hermano de mí. Sólo porque te pareces a él,  no eres como él.  Nunca podrás ser mi  Joseph.  Eres sólo una pobre copia de él. Sal de mi vista. Me pones enferma. ―Llorando, sepultó su cabeza contra el  hombro de su institutriz. La anciana la acarició tiernamente mientras le ignoraban
completamente.
―Pero podría amarte también hermana, si me dejas.
Chillando, se apartó bruscamente de su institutriz y le agarró del brazo.
―No quiero tu amor, mocoso. No sabes nada de amar a otros. Sólo te quieres a ti mismo. ―Le empujó fuera de la puerta y se la cerró de golpe en la cara. Los  labios  de Nicholas  temblaron  mientras  contemplaba  la  puerta  cerrada  con lagrimones en los ojos.
―Podría aprender a amar si me enseñaras cómo ―susurró.
Pero nadie quería amarle y lo sabía. La única persona que le había amado se había ido. Se lo habían arrebatado.
No  tenía  a  nadie.  Y odiaba  estar  solo.  Los  gemelos  no  nacieron  para  ser apartados. Eran sólo una mitad de un todo. Hermanos, por siempre y para siempre.
Ese había sido su pacto. Nicholas se limpió las lágrimas de los ojos mientras iba al cuarto de Joseph. Pero no había nada. Al igual que tenía el corazón y alma, estaba vacío.  La única posesión que quedaba era una simple almohada que no se había llevado Joseph.
Con  las  lágrimas  surcándole  la  cara,  fue  a  la  cama  y  cogió  la  almohada apretándola entre los brazos y luego se marchó a su propio cuarto. Se sostuvo el puño en la boca para sofocar los sollozos mientras colocaba el almohadón de Joseph en el suelo al lado de la pared. Se tumbó encima, presionando la espalda y los pies contra
el muro, tratando de fingir que era su hermano el que se encontraba detrás. Pero la pared era muy fría, y aunque la almohada olía a Joseph, no era lo mismo. No le sostenía la mano o le hablaba con palabras consoladoras. Era sólo una almohada. Su hermano había desaparecido de su mundo.  La pena y la agonía eran tan feroces que no lo podía aguantar. Sentía como si alguien le hubiera metido la mano en el pecho y le hubiera arrancado el corazón.
―¿Qué voy a hacer?
Nicholas echó un vistazo a sus caballos de madera y vio el que Joseph le había traído este mismo día. La rabia le nubló la vista. Cómo se atrevía Estes a darle esto y luego llevarse a Joseph. ¿Creía que un estúpido caballo podría sustituir el amor de su hermano?
¿A él?
Incapaz soportarlo,  corrió y rompió todos los caballos finamente tallados.  Los pisó fuerte contra el suelo hasta que se astillaron. No quería verlos otra vez. ¡Nunca! Cuando llegó al último que quedaba entero, se detuvo. Era el caballo que Ryssa le había dado a Joseph por su cumpleaños hacía dos años.
“¿Lo guardarás por mí, Nicholas? Me entristecería perderlo”.
Atrayéndolo hacia él, lo acunó contra el pecho.
―No dejaré que se dañe, Joseph. Estará aquí para tu regreso. Te lo prometo. No importa donde vivieran o a qué distancia, seguían siendo hermanos. Por siempre y para siempre.
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Mensaje por chelis Mar 26 Ago 2014, 5:38 pm

en serio si que sufrio el nicho!!!... aaaaahhhh!!!... como pudieron hacerle eso!!!!!.. eran niños!!!!...
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Mensaje por issadanger Miér 27 Ago 2014, 12:00 am

Y eso que falta muchoo mas con decirte q sufrio mas q joe jiji no te adelanto mass
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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:33 pm

ooooooooooooooooohh!!!!!... será por que el siente el dolor de Joseph!!!???
pon prooontoo otrooo
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Mensaje por issadanger Miér 27 Ago 2014, 6:37 pm

Mas comentariis y subo
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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:45 pm

pero soy la única!!!!!!!..
quieres que pase paginas???
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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:45 pm

pero soy la única!!!!!!!..
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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:46 pm

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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:46 pm

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Mensaje por chelis Miér 27 Ago 2014, 6:47 pm

quiero conocer a Nick!!!
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