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A Killer Dimness [Liam Payne]

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A Killer Dimness  [Liam Payne] Empty A Killer Dimness [Liam Payne]

Mensaje por Astrid. Vie 04 Jul 2014, 8:15 pm

A KILLER DIMNESS

{Ficha:

Nombre: A Killer Dimness.

Autor: Astrid.

Adaptación: No sir.

Género: Drama, romance, suspenso.

Advertencia: Antes que nada, no copies, plagies o hagas un intento de recrear este fanfic o juro que te busco y te rompo la cara de muggle degenerado. No subiré tan seguido capítulos, hay lenguaje fuerte y consideraré en añadir a la historia dos que tres cosillas eróticas, so, no recomiendo que leas esta novela si no te gusta lo anterior.

Nota: Esta novela la quise hacer distinta: No habrá una "rayita" o mujer que narre el fanfic, la mayor parte de él será escrito desde el punto de vista de Liam Payne. De no ser así, será en tercera persona. El título parecerá no tener mucha relación con la historia de la novela pero yo tengo mis motivos de haberle puesto ese nombre.










Pilot
"demencia"


Veamos... ¿Cómo...Cómo...Empezar esto?, está bien, creo que ya sé:

3 de octubre de 1984, era un día lluvioso, creo, porque muchas buenas historias suelen comenzar con una lluvia lúgubre. Quizá esta no sea una buena anécdota pero es la historia de cómo enloquecí, y no sólo mentalmente, sino de cómo enloquecí por una mujer. Pueden estar seguros de que el cincuenta y tres por ciento de lo que narre va a ser casi irreal, ficticio, ¡anormal! y también  pueden agradecerle al excesivo uso de drogas, tranquilizantes, tabaco y alcohol por lo anterior.

No recuerdo muy bien ese momento del 3 de octubre de 1984 con el que comienza esta complicada aventura porque estaba drogado, muy drogado. No me malentiendan, no estaba en estado morfinómano por gusto, me habían inyectado un tranquilizante porque estaba loco, porque en la mañana de ese injusto y espantoso 3 de octubre de 1984 mi mente afectada se dejó llevar por mi ira descontrolada en medio de un supermercado. 

Acompañé a papá a hacer el mandado del mes y como muchas veces me había pasado, mi mente irrumpió en flashbacks y traumas. Había buscado varias maneras de acabar con mi "demencia", pero créanme, la situación sólo demandaba algunas citas al psicólogo, medicamentos y un poco de paciencia, según los médicos. 

Estábamos en el área de vegetales cuando de repente se me vino a la cabeza como una ráfaga de viento que viene y que va el recuerdo de su muerte: Recordé con lucidez cuando iba en el asiento piloto del Seat Malaga destrozado de mamá. Ella estaba junto a mí con los ojos cerrados y su cuello torcido hacia la ventanilla. No había más señal de vida en ella y me odié como nunca antes en ese momento. Le había pedido que me dejara manejar de regreso a casa después de haber ido al Karma Pot, nuestro restaurante favorito. Estaba lloviendo como si el cielo fuese a caer por lo que procuré manejar lo más cuidadoso posible. Todo iba bien hasta que una furgoneta se patinó contra nosotros dejándonos fuera de la pista. Mi cabeza se golpeó bruscamente contra el portillo y la escena se transformó en algo oscuro. Pasó todo muy rápido, desperté cuando escuché a nuestro alrededor patrullas, gente asustada y radios pidiendo ayuda. Volteé hacia mi mamá para reiterarme de que estaba bien, pero no lo estaba. Papá me culpó por algún tiempo, yo me sigo odiando y aún creo que soy el responsable de la muerte de mi madre.

En el supermercado la estruendosa tormenta me trajo esos recuerdos a la mente y reventé en furia. Lancé a lo lejos nuestro carrito desparramando todo lo que había en él, grité, lloré y me dio tiempo de observar a mi alrededor para encontrarme con personas que me veían espantadas, confundidas. Incluso papá. ¿Qué hice?, ¿qué pasó?, ¿lastimé a alguien?, nadie me dijo nada. Dos hombres me sostuvieron de los brazos y me insuflaron tranquilizante.

El camino al Internado de Wyokah fue bastante molesto. Estaba jodidamente mareado y la vista era borrosa; veía los largos pinos desde la ventana y supe que estaba en la carretera de salida de Forecost, la ciudad donde vivía. Quise hablar, gritar, preguntar e incluso maldecir pero no podía, el mundo se movía y yo lo veía todo pasar, pero mi cuerpo estaba completamente petrificado. 

Al llegar, noté que me sacaron de una camioneta blanca los mismos hombres que me sedaron, me colocaron en una silla de ruedas y eché un vistazo a mi alrededor. Rejas, bosque, rejas, bosque, edificio, rejas y bosque era todo lo que había. 
—No...— dije con esfuerzo. Sabía que no iba funcionar pero estaba en un estado de combatividad por lo que no descansaría hasta que me dejaran ir, sabía perfectamente dónde estaba.— Ver...mi papá
Seguí intentando, mi cuerpo estaba tenso.
—¿Me escucha...ron? Quie...verlo.
—Creo que el efecto se le está pasando, Craigh— le dijo uno de los hombres de blanco al otro como si se estuviera divirtiendo. Me enfurecí aún más y por primera vez mi cuerpo fue capaz de soltar una patada hacia el aire.
—Woahhhh jajaja, tómatelo con calma compañero demente— esta vez habló quien parecía ser Craigh. Ambos reían y bromeaban con cada movimiento incoherente que mi cuerpo hacía. Lo disfrutaban a muerte.
—Tranquilo...¿cómo dijo su papá que se llama?
—Liam Payne si bien recuerdo.
Ambos hombres se voltearon a ver confundidos, dejando ver con sus gestos su estupidez, y continuaron con sus mofas hacia mí.

Una vez adentro del edificio, uno de los hombres de gran estatura comenzó a decir que mi papá se encontraba en el segundo piso esperándome. Noté otra vez que incluso las enfermeras y recepcionistas nos veían con sorpresa y lástima como si fuera el hombre más degenerado del internado, sentí que el recorrido fue eterno. 
Cuando llegamos al pasillo del segundo piso, las bromas de los hombres cesaron para fingir seriedad y profesión frente a mi padre; él simplemente me miraba con angustia. Me acercaron a él lo suficiente para poder ver sus frunces, fue entonces cuando supe que el efecto del tranquilizante estaba por desaparecer. 
Papá se agachó para hablarme, abrió su boca rodeada de barba y tardó en soltar las palabras. Estaba mirándome fijamente a los ojos, eso era muy poco común, quizá sólo se daba eso de la plática intensa padre e hijo cuando me metía en problemas en la escuela o en la calle —muy pocas veces he de aclarar—, y en ese momento estaba en problemas, pero eran completamente diferentes.
—Lo siento demasiado, hijo.— Él nunca me llama "hijo", jamás. Esto está muy mal  pensé con preocupación.
—¿De qué hablas? ¿Qué rayos hice en el supermercado?— estaba más tranquilo pero tenía claro que por cualquier mínima provocación volvería a explotar.
—Te quedarás un buen tiempo aquí. Estarás mejor, te tratarán como se debe y podrás mejo...
—Espera.— Lo interrumpí con los ojos cerrados. Mi frente temblaba y mi mente imploraba por que todo eso se tratara de un mal sueño.—¿Quieres decir que te soy un estorbo en casa o qué demonios?
—No malinterpretes, Liam. Intento decirte que este lugar te ayudará. Olvida lo que digan los médicos y los psicólgos. Estás mal y la gente lo ha visto.
Cada vez que hablaba mi padre, hacía gestos de madurez como si me quisiera demostrar que estaba tranquilo y seguro de botarme en un hospital psiquiátrico. La exasperación comenzaba a invadir mi mente.
—No— dije negando con la cabeza. Mi lado terco también comenzó a hacer presencia, mala combinación.—No, no, no puedes dejarme aquí ¿me oyes, papá?, no.
—¿Te estas escuchando tan siquiera? Tú no eres así, Liam. ¡Con un carajo!
Ambos comenzamos a subir el tono. Era verdad, yo no era así pero se puede decir que mi locura había creado en mí una especie de bipolaridad y un alter-ego bastante odioso e incomprendido.
—¡Olvídalo!, ¡no te necesito, me largaré de aquí y no regresaré a casa nunca más en tu miserable y puta vida!
Las lágrimas brotaron de mis ojos y vi venir otra vez un ataque de ira. Los hombres de blanco se acercaron con rapidez y me levantaron de los brazos esta vez para alejarme de mi papá. Mi mente orgullosa no había acabado de insultar a mi padre por lo que hice un esfuerzo para soltarme de ambos hombres y dirigirme hacia él.
Agité mi piernas, mi cuello, abdomen, caderas y todo aquello que estuviera al alcance de cualquier movimiento, sin ningún resultado. Uno de los hombres uniformados de blanco me dejó caer al suelo por accidente, haciendo que mi rodilla se impactara con mucha fuerza hacia el frío suelo del hospital. Fue un dolor repugnante pero seguí pataleando con fuerza cuando mi escolta de enfermeros me volvió a tomar por los brazos, creo que incluso llegué a darle un codazo en el rostro a uno de ellos. Cada vez me alejaban más de mi padre.
—¡Déjenme hijos de perra!, ¡No pueden hacerme esto, malnacidos!, ¡¿Acaso no me oyen?!, ¡Suéltenme con un carajo!
No encontraba otra manera de desahogarme más que gritando desmesuradamente, como un desquiciado; sin embargo, las jeringas tranquilizadoras no tardaron en hacer aparición; introdujeron una de ellas en mi cuello con desesperación y no tardó más de un minuto en hacer efecto. Antes de llegar a mi habitación, pasamos por un corredor ancho en el que se mostraba un gran ventanal antiguo y junto a él, una chica. 

Ella sostenía un cigarro mientras observaba con nostalgia la vista que el ventanal le brindaba. Estaba sentada en el suelo con las piernas estiradas, completamente pegada al cristal, como si eso le diera esperanza de que saldría libre de ese espantoso hospital. Casi no tuve tiempo de lucidez para verla con claridad; sin embargo, antes de que cayera sedado alcancé a ver su rostro. Supongo que interrumpí su tranquilidad con mis gritos, pero nada de eso le importó. No me vio con lástima, ni con horror, tampoco con crueldad; simplemente me miró como si fuera una escena que ya había visto tal vez todos los días, y después, volvió su rostro nuevamente hacia el bosque. 
Astrid.
Astrid.


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A Killer Dimness  [Liam Payne] Empty Re: A Killer Dimness [Liam Payne]

Mensaje por Astrid. Miér 09 Jul 2014, 6:20 pm

 Capítulo  1
"Wyokah"





Desperté con las manos y los pies atados a los barrotes de una cama. Primero, estaba muriendo de miedo, luego, me pregunté en dónde me encontraba y por qué rayos estaba sujeto a una cabecera metálica, y por último, cuando recordé lo que había sucedido hace unas horas y en dónde me hallaba, pensé: Estoy jodido.

Mi lado más inteligente y reflexivo me decía que me calmara y que guardara la compostura, pero mi otra identidad compulsiva/demente me gritaba desesperadamente que hiciera lo posible por zafarme de esos barrotes. Ignoré a mi alter-ego y permanecí en calma, esperando a que alguien viniera tan siquiera a decirme qué estaba pasando, con mucho esfuerzo, claro.

Respiré profundamente varias veces para mantener la calma hasta que la espera me hizo perder los estribos. No actué como un completo loco pero maldita sea que sí grité como nunca antes lo había hecho, y no grité cualquier cosa, grité por ayuda.
— ¡Por favor ayúdenme!, ¿hay alguien que me escuche?, ¡coño, al menos desátenme por favor!— Comencé a perder el aire y mi rostro parecía endurecerse cada vez más por cada grito que daba; sin embargo, no intenté hacer movimientos bruscos porque sabía que eso empeoraría las cosas. Incluso empecé a gimotear de desesperación. Nadie me decía nada, no sabía si había cometido algo grave en el supermercado ni por qué me habían dejado en el Internado Juvenil de Wyokah. Eso aumentó mi impaciencia.
                                                                                                            
Las respuestas no tardaron en llegar después de mis lloriqueos.
—Desátenlo y adminístrenle una dosis de fármaco anticonvulsivo. — Entró apresurado junto con dos enfermeras a la pequeña habitación un hombre bastante esbelto y con una cara que demostraba varios años de trabajo. Utilizaba una bata blanca la cual tenía su nombre grabado: Dr. Owen Pickle. —Con dos pastillas basta.
El doctor Owen Pickle se paró junto a mi cama y observó minuciosamente la tabla que llevaba en su mano derecha; se sintió un silencio pesado por unos momentos hasta que tomó un bolígrafo desde el bolso del pecho de su bata  y comenzó a anotar mientras hablaba.
—Liam...Payne. —Empezó entre pausas. — ¿Tienes idea de por qué estás aquí, hijo?
Negué con la cabeza. Cuando las enfermeras, ambas vestidas de un azul pálido, me desataron de la cabecera volví a retomar la calma, aunque seguía asustado.
—Estás aquí por tus serios problemas de agresividad, ira y post-traumas. Me resulta muy extraño que nadie haya trabajado contigo esto. De no ser así no habrías herido a alguien.
—¿Herido?
El doctor Owen no se molestó por mi incapacidad de recordar las cosas, aunque éste pareciera el hombre más impaciente del universo. Habló con toda tranquilidad y temple, como si ya supiera que no me acordaba de mis actos en el supermercado.
—Casi te conviertes en un asesino. Según me contó tu padre, te saliste de control en el supermercado y golpeaste a un hombre de cuarenta y siete años como un desatinado. Lo dejaste inconsciente y ahora se encuentra en el hospital. Por cierto, su familia está decidiendo en hacer una demanda contra ti. — Releyó rápidamente la tabla de datos con la actitud airosa de un profesional y después, volvió a hablar. Yo me mantenía en silencio, como si no me creyera todo lo que el tal psiquiatra Owen me decía. —  Yo me debo encargar de hacer un justificante  por tu malestar psiquiátrico, una anamnesis y las notas de tu progreso con tal de que te salve de las rejas y no te demanden. Para eso necesito que cooperes y te tranquilices con los medicamentos que las enfermeras te administraron.
Por primera vez alzó su mirada y me vio a los ojos, como si estuviera hablando de algo muy serio e importante. Fingí ponerle atención pero mi mente estaba intentando aceptar que me había vuelto en un criminal, o eso creía.
—Vas a quedarte aquí por lo menos seis meses, te adaptarás a tus cursos y tratamientos; vas a contribuir si no quieres irte al jurado y vamos a trabajar juntos en mi oficina por un largo semestre para ayudarte con tu problema. Ya después, veremos si te liberan de esta clínica.
 
Cuando acabó de decir lo anterior mostró una sonrisa sarcástica, después abandonó su actual posición y se dirigió al marco de la puerta de mi diminuta jaula. Antes de salir volvió a verme a los ojos con una mirada de insignificancia y dijo:
—Tendrás reflexión una vez a la semana, tres citas conmigo en mi oficina, círculo de expresión dos veces y cuatro actividades espirituales; tienes el fin de semana libre, te tomarás todos los medicamentos que las enfermeras te den o habrán malas consecuencias. Por último, este lugar está lleno de reglas, si te portas mal te vas a aislamiento.
 
Asentí varias veces, no podía ni siquiera hablar, tal vez era un efecto del anticonvulsivo que me dieron las enfermeras. Realmente me sentía en una clase de prisión, supuse que las reglas serían exageradas, los horarios ridículos y la comida un asco. Las habitaciones eran bastante pequeñas —sin exagerar porque podían caber cuatro personas—, en ellas sólo había una cama con sábanas desgastadas y un armario integrado a la pared porque ningún otro mueble, además de la cama, tendría espacio en el cuarto. ¿Cómo esperan no enloquecer más a la gente lunática como yo en este lugar?, pensé con fastidio.
—Proudence, Lucy, el resto es suyo.
Se dirigió el doctor Owen a las enfermeras; ambas mostraron una sonrisa excesiva, resaltando sus labios pintados de un rojo malicioso. Tengo que admitirlo, fueron las sonrisas más hipócritas y fingidas que haya visto en toda mi vida aunque el psiquiatra no pareció notarlo.
—Bien— comenzó a decir la más gorda de ellas. Noté que tenía una verruga por debajo de su nariz. Intenté disimular y no quedármele viendo como si fuera un insecto extravagante. —Supongo que ya estás en condiciones de entender lo que te decimos, así que escucha bien.
 
La enfermera que comenzó a hablar primero, sacó de uno de sus bolsillos de su vestido un pequeño papel, el cual tenía dibujado en él una tabla con las horas del día y las actividades que el doctor Owen me había mencionado antes. Después comenzó a hablar la otra como si fuera una rutina el turnarse los diálogos.
—Ese papel que trae Lucy en las manos, lo pegaremos en una de las paredes de tu habitación, tendrás que revisarlo para que sepas cuándo y cuáles serán tus actividades. Y ya que no estás tan demente como otras personas en esta clínica, suponemos que podrás entender perfectamente esa tabla.
Ambas mujeres hablaban con superioridad y rudeza, lo cual terminó por ponerme de malas. No quería otra cosa en el mundo más que salir de Wyokah y estar en casa con mi padre, tal vez viendo un partido de fútbol, comiendo cheetos y bebiendo unas cuantas cervezas.
—Tu padre te ha traído ropa cómoda, ¿ves esos cajones integrados a la pared? ahí estará todo eso. Ropa interior, calcetines, pants, pijamas, playe...
— ¡Ya sé...! lo que hay en esos cajones, gracias.
Cerré mis ojos y sostuve mi hueso nasal con mis dedos —entre ambos ojos— dándoles a entender a las enfermeras que no me hacía falta su presencia de niñeras en mi cuarto. Ambas permanecieron quietas unos segundos, esperando a que hiciera un movimiento brusco para hacerme caer dormido tal vez. Pronto volvieron a alzar sus odiosas, roncas y enloquecedoras —en el peor de los sentidos— voces, balbuceando acerca de las reglas y los castigos del lugar. No puse ni la más mínima atención.
 
— ¡Bueno!— Suspiró la enfermera que no era regordeta, Proudence creo que era. —Supongo que eso es todo. En una hora la cafetería tendrá lista la cena de las 7:00 pm. No hay comida ni más temprano ni más tarde así que sé puntual. Mientras podrás hacer un pequeño recorrido a la clínica, pero recuerda los lugares en donde no debes estar.
¿Los lugares en donde qué?, me pregunté mentalmente. Al parecer eso fue parte de lo que no puse atención pero ¿quién podría culparme?, después de media hora nadie podría soportar a esas dos mujeres.
—Gracias...—dije con seriedad, no planeaba ser la persona más educada con ese par de enfermeras fastidiosas.
 
Ambas salieron pocos segundos después y cerraron la puerta del cuarto. Tenía una hora para poder echarle un vistazo a mi nueva "casa" por lo que después de cinco minutos de soledad y silencio en mi pequeña área decidí levantarme de la cama y dar un recorrido.
 
Por lo que sabía, Wyokah no era un lugar donde apenas cabían los pacientes pero tampoco era un lugar enorme en el cual era posible perderte. Una vez en el pasillo donde se encontraba un ventanal, me di cuenta de que había un silencio bastante deprimente, era como si el internado estuviera ocupado solamente por mí. Busqué un lugar donde hubiera señal de vida en la clínica.
 
Había a un piso y dos corredores adelante, una especie de sala bastante amplia en donde descubrí que no era la única persona en Wyokah. En la estancia había mesas de ping-pong, sillones, una televisión —la cual sólo se prendía a ciertas horas del día—, tres ventanales grandes con una vista a la espesura de Forecost y mucha gente, realmente demasiada. Eran de mi edad la mayoría, de entre quince y veinte años; ninguno parecía tener defectos mentales, parecían adolescentes normales encerrados por error en un internado psiquiátrico. 
 
Caminé lentamente hacia uno de los asientos que daban a las grandes ventanas con la idea de que no encontraría a alguien con quien hablar sin acabar en problemas en una clínica para locos; sin embargo, recordé que yo también estaba demente y que era estúpido que actuara como alguien cuerdo. Era un maldito lunático rodeado de más malditos lunáticos.
 
— ¿Eres el nuevo no?, El Plañidero.
Se sentó un chico frente a mí. Tenía una piel sumamente pálida, como si no hubiera salido del hospital desde hace ya tiempo; estatura media, rubio, ojos azules y acento irlandés. Lo miré confundido por un momento, ¿el qué?, no tenía ni un día en el internado y ya tenía un apodo, bastante molesto por cierto.
— ¿El Plañidero?— pregunté como un niño.
Él encorvó levemente su espalda y recargó su brazo derecho en su pierna, después me señaló con su otra mano y entrecerró sus ojos, haciendo un gesto de sospecha.
— ¿Amnesia?
Fruncí el ceño y negué con la cabeza.
—Cuando llegaste hiciste el peor drama de tu vida, amigo. Las enfermeras y varios pacientes te vieron salir de control, todo el internado se enteró y luego ¡DEMONIOS!, te hiciste famoso, güey; te llamaron el alborotador, Emily Rose, ya sabes, por la película, y por último se te quedó El Plañidero.
Me miró con una sonrisa de oreja a oreja, parecía que se estaba burlando.
—Prefiero Emily Rose. —El tipo se rió levemente por mi mal chiste, supe que intentaba ser agradable a pesar de llamarme El Plañidero y de burlarse por eso.
—Soy Niall Horan, siete meses, compulsiones y post-trauma— dijo con confianza mientras se volvía a recargar en la silla.
— ¿Qué?
—Oh. — Niall abrió sus ojos como plato. —Así nos presentamos aquí. Decimos nuestro nombre, la cantidad de tiempo que llevamos en Wyokah y el por qué estamos aquí. Inténtalo.
—Uh, soy Liam Payne, ocho horas, ira incontrolada y uh…post-trauma— dije divertido. De pronto se presentó un silencio incómodo que significa que la plática se ha acabado. Intenté zafarme y salir de la sala para conocer el internado. —Eh, lo siento pero tengo que irme para… recorrer el lugar y conocerlo.
—Te acompaño—dijo Niall enseguida mientras se paraba de un brinco.
— ¿Acaso no tienes con quién estar?
—Tengo dos respuestas para tu pregunta, amigo Liam. — Niall volvió a señalarme, esta vez con ambos dedos. Mientras empezaba a explicarme, ambos caminábamos hacia la salida de la sala. —No, no tengo con quien estar porque me rehúso a pasar tiempo con gente desorientada que se lamenta a cada segundo de su miserable existencia, y, estoy contigo porque Proudence me pidió que fuera amable contigo y te mostrara el lugar. Soy el elegido para ser el amigo de El Plañidero, en pocas palabras.
—Deja de llamarme así— dije algo molesto.
 
Abrí la puerta de la sala y recorrí medio pasillo cuando pasó aquella chica de cabello oscuro que vi antes de caer dormido. Ella caminaba con toda seguridad hacia la sala, como si anduviera caminando por su propia casa, como si fuera normal vivir en un hospital psiquiátrico. Poco a poco se acercaba a ¿nosotros?
—Qué hay Niall. — le dijo la chica a manera que lo haría un vecino en los suburbios.
—Hola, Ren.
 
Como era de esperarse, ella ni siquiera volteó a verme, aunque en realidad no era de esperarse porque era la novedad del internado y el famoso “Plañidero”. Cuando siguió su camino, la acompañé con la mirada hacia la entrada de la sala. La primera vez que la vi fue de lejos y un poco borroso, pero esa vez de más cerca noté sus ojos azules profundos, sus largas pestañas, su nariz fina y rodeada de pecas, su delgado cuerpo curvado, y demás cosas que me hicieron pensar que esa chica era bastante guapa.
—Su nombre es Renée Carleigh— dijo Niall como si leyera mi mente. Volteé a verlo, tenía un gesto de picardía, como si pensara que acababa de enamorarme. Quiero aclarar que no me enamoré de ella; yo era un chico casi normal de dieciocho años, ¿acaso no podía pensar que una chica estaba buena y verle el culo de vez en cuando?
 
Niall y yo seguimos caminando hasta llegar al final del pasillo, fue entonces cuando volví a voltear hacia la entrada de la sala de entretenimiento. Renée Carleigh ya no estaba más ahí, y me lamenté un poco por eso.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Astrid.
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