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Una mujer insignificante

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Mensaje por PEZA Dom 23 Mar 2014, 2:46 pm

HOLA HOLA, LES TRAIGO OTRA NOVE QUE ESTA GENIAL. ESPERO LE GUSTE Y COMENTE. :D


Titulo: UNA MUJER INSIGNIFICANTE.
Autor: Marcia Cotlan.
Adaptación: Si.
Género: ROMANCE, DESPRECIO.
Contenido: CLASIFICACION “B”  
Advertencias: ¿Ninguna?
Otras páginas: SI, DONDE ESTA EL LIBRO ORIGINAL.
SIGLAS: (TD) TU DIMINUTIVO, (TN) TU NOMBRE.
 
LOS PERSONAJES: JOE JONAS Y TU.
PEZA
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Mensaje por PEZA Dom 23 Mar 2014, 2:47 pm

SINOPSIS
“TN” Murray acaba de quedarse huérfana y, como es mujer, la escasa herencia de su padre pasa a manos de un familiar lejano, el coronel JONAS. La joven carece de atractivos para encontrar un marido y tampoco pone demasiado interés en ello, y como con su escasa renta casi no puede vivir, acepta compartir la casita de campo en la que vive una prima de su padre, en el condado de Morningdale, al sur de Inglaterra. Lo que desconoce “TN” es que uno de sus vecinos será el atractivo, malhumorado y cruel coronel JONAS, un hombre amargado por un terrible secreto que lo destrozó. Ninguno de los dos espera que la vida los sorprenda y, sin embargo, una atracción devastadora los arrastra. Una atracción que tratarán de refrenar por todos los medios...
PEZA
PEZA


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Mensaje por aranzhitha Dom 23 Mar 2014, 3:10 pm

Hola nueva lectora!
Síguela pronto!
aranzhitha
aranzhitha


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Una mujer insignificante Empty Re: Una mujer insignificante

Mensaje por chelis Dom 23 Mar 2014, 5:57 pm

Segunda lectoraaaaa!!!!!...
chelis
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http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por PEZA Dom 23 Mar 2014, 7:52 pm

PRÓLOGO
 
Los Murray habían sido, durante generaciones, personas de modesta fortuna y muy buen juicio. Poseedores de una pequeña propiedad vinculada a los varones, tuvieron la buena suerte de que sus primogénitos siempre fueran niños y no niñas, pues estas no hubieran podido heredar, y así no se vieron en la obligación de tener más hijos que el primero, de modo que no dividieron la ya de por sí escasa fortuna. Sin embargo, Ashwood Murray se había casado con una mujer de salud muy débil a la que amaba profundamente y eso fue, según toda la gente, lo que provocó su desgracia.
 
La desgracia de Ashwood Murray no era otra que la de tener una hija y ningún varón. Su esposa casi había muerto tras el primer parto y el señor Murray no quiso ponerla de nuevo en peligro. Como era de ánimo más bien positivo, siempre pensó que su hija se casaría con un caballero de fortuna y que no le haría falta heredar la pequeña propiedad cercana a Londres en la que había vivido durante generaciones toda la familia. Le entristecía que el heredero fuera un lejanísimo primo suyo, de nombre JOSEPH JONAS, que a su vez tampoco tenía herederos y del que se decía que había regresado completamente loco tras la guerra. Todos lo conocían como “el Coronel”. En ocasiones, el señor Murray había fantaseado con la idea de que su hija se casara con el propio JOSEPH JONAS y así se resolvería el problema de la mejor manera posible, pues sus nietos seguirían siendo dueños de Aldrich Park.
 
“TN” Murray, sin embargo, no había cumplido hasta la fecha ninguno de los sueños de su pobre padre. Sus dos únicas obligaciones eran las de comportarse con el decoro correspondiente a una dama de buena cuna y ser lo suficientemente hermosa o atrayente como para pescar un buen partido, pero la joven sólo cumplía a medias el primero de los requisitos, y sólo en apariencia, ya que tenía demasiada curiosidad por todo lo que la rodeaba como para mantenerse durante toda su vida tan casta como era en esos instantes. Con el segundo de los requisitos no tuvo mejor suerte: su físico era de una insignificancia tal, que podía estar toda una tarde ante alguien y esa persona habría jurado que “TN” no había estado allí. Era fácil de olvidar, casi invisible ante los ojos de todos.
 
Cuando murió su madre, la joven acababa de cumplir cuatro años. Pasó el resto de su vida junto a su padre, un hombre amargado por haber perdido al amor de su vida. Sin la guía de una mujer que la enseñara a conducirse en sociedad, “TN” creció mostrando un absoluto desinterés por su físico, pues nadie había visto nunca en él nada especial y ninguna persona de cuantas la rodeaban le había dicho jamás que hasta el ratoncito más insignificante puede destacar sus encantos ocultos con la ropa y el peinado adecuados. El armario de la joven estaba lleno de burdos vestidos marrones y grises que le daban un aire de institutriz solterona. Es cierto que su padre no poseía la fortuna suficiente como para que la joven se vistiera a la última moda y con las telas más caras, pero sí hubiera podido arreglarse mucho mejor de lo que lo hacía de haber sabido qué le favorecía y qué le quedaba mal.
 
El señor Ashwood Murray enfermó repentinamente. “TN” tenía veinte años y ningún pariente cercano. Lidió, por lo tanto, sola con la enfermedad de su padre. Los doctores no lograban dar con el origen de su mal. Convencido de que le quedaba poco tiempo de vida, escribió con urgencia al coronel JOSEPH JONAS, el heredero de Aldrich Park, para pedirle que no desamparara a su hija “TN” tras su muerte. Le extrañó recibir una misiva de la madre del coronel y no de él mismo. La señora JONAS, prima muy lejana del señor Murray, prometió cuidar de Penélope y permitirle seguir viviendo en Aldrich Park tanto tiempo como ella necesitara o quisiese. Toda la vida incluso, si ese era su deseo, pues los JONAS tenían unas rentas lo suficientemente elevadas como para no necesitar la pequeña propiedad de los Murray.
“TN” se convirtió en huérfana una mañana de octubre lluviosa y gris, como lo eran todas las mañanas de octubre en Londres. No era la clase de dama que se deshace en lloros ante las penurias. Extremadamente parecida a su padre, “TN” era de las que ocultaba las penas y encaraba la vida con coraje. Aceptó su cruel destino con la cabeza alta y el corazón lleno de miedo ante el incierto futuro. Era orgullosa y valiente, aunque nadie hubiera adivinado tales cualidades bajo su apariencia de ratoncito gris. Lloró a su padre sin lágrimas y lo enterró en la cripta de los Murray. Después de eso, comenzó a planificar lo que sería su vida a partir de ese instante.
 
El señor Murray le había dicho que la señora JONAS, la madre del heredero y legítimo dueño de Aldrich Park, había prometido ampararla durante tanto tiempo como fuera necesario. A la joven, estas palabras le parecieron simple limosna y su orgullo le impedía aceptarlo. Tener que dar las gracias porque unos perfectos desconocidos le permitieran vivir en la que siempre había sido su casa le resultaba intolerable. El hecho de que aquel hombre heredara una propiedad que por justicia debía ser suya, sólo porque él era varón y ella mujer, la enervaba y comenzó a odiar al coronel JONAS desde el instante mismo en que lo supo dueño de su casa.
 
Un mes después de la muerte de su padre, y con escasos días de diferencia, “TN” había recibido dos cartas: una era de la señora JONAS en la que ésta ratificaba la palabra dada a su padre. Era tan humillante para la joven leer aquella misiva: “Puede vivir con total tranquilidad en Aldrich Park todo el tiempo que lo necesite. La vida entera, incluso”. Se sentía como una vagabunda a la que tiran un mendrugo de pan por lástima. ¿Y qué le hacía pensar a aquella señora que ella iba a necesitar vivir en Aldrich Park toda la vida? ¿Acaso habría llegado hasta sus oídos que era tan poquita cosa que ningún caballero se dignaría a casarse con ella? Tal vez fuera eso: como mujer pobre y solterona, “TN” necesitaría durante toda su vida de la limosna de personas con más posibles que ella. No sabía si era rabia, vergüenza o simplemente humillación, pero ante el apellido JONAS, enrojecía de ira y su pulso se aceleraba.
 
La otra carta que había recibido era también de una pariente lejana de su padre, una viuda llamada Cordelia Lixbom, y cuyos escasos recursos y dura vida hacían que “TN” se sintiera identificada con ella. Cordelia era la famosa prima Del. Su padre hablaba de ella a menudo, de su fuerte carácter, de su dignidad, de cómo había sobrellevado su mala fortuna sin bajar jamás la cabeza. Recibir su carta fue para “TN” un oasis de felicidad en medio de la tristeza que la rodeaba. La prima Del, como la llamaba su padre, le ofrecía compartir su casita en el condado de Morningdale. “Si eres la mitad de encantadora de lo que tu padre me decía en sus cartas, nos llevaremos a las mil maravillas”, había escrito. También aseguraba que las rentas de ambas por separado eran poca cosa, pero que juntas podrían llevar una vida más cómoda. “TN” sabía que Cordelia Lixbom había pasado muchas necesidades y eso que su renta era superior la que ella misma recibiría. El ofrecimiento de la anciana le pareció un salvavidas al que no dudó en agarrarse. Le escribió de inmediato para aceptar su proposición e indicarle que se instalaría con ella a finales del mes de diciembre.
 
Despedirse de Aldrich Park y liquidar a los criados le partió el corazón. Nada de lo que allí había era ya suyo: todo estaba vinculado a la propiedad y su legítimo dueño era el heredero de la casa. La vajilla y la cristalería de su familia, los cuadros e incluso los libros pertenecían ahora al coronel JONAS. También el pianoforte, su adorado pianoforte, donde tantas horas había pasado practicando.
 
Su equipaje estaba compuesto de los burdos vestidos que solía llevar y algunas joyas de escaso valor que habían pertenecido a su madre. Con una renta de setenta libras al año y tan escasas posesiones, el futuro de la joven era muy poco halagüeño.
PEZA
PEZA


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Mensaje por chelis Dom 23 Mar 2014, 9:27 pm

Bueno .... Creo que ella no lo tiene tan fácil!!!!!!...... Aaaahhh pon otrooio
chelis
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Mensaje por aranzhitha Dom 23 Mar 2014, 10:46 pm

Oww le pobprecita!
Síguela!
aranzhitha
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Mensaje por PEZA Lun 24 Mar 2014, 4:21 am

BUEN DÍA. :D



CAPÍTULO 1
 
El viaje fue lento y triste. “TN” debería haberlo disfrutado, pues era la primera vez que salía de Londres, sin embargo sufrió cada hora de camino. Había viajado en el carruaje de la señora Patrick, una vecina que se lo había prestado. Se detuvo a pernoctar en posadas de categoría media que encontraba a su paso. Todo cuanto veía le parecía desolador, pero desde el momento en que el carruaje penetró en el condado de Morningdale, “TN” se enamoró del lugar. El serpenteante camino bordeaba la costa, las praderas eran verdes y el mar brillaba como plata bruñida. Unos acantilados escarpados que harían la delicia de cualquier pintor aparecieron ante los ojos de la joven. A lo lejos se veía un faro solitario. Cuando dejaron atrás la última de las curvas pronunciadas, vio Monk, el pueblecito más cercano a la casa de Cordelia Lixbom. Era pequeño, pero tenía todo lo necesario para que no fuera preciso viajar a un lugar más grande con el fin de comprar provisiones. El carruaje siguió hacia el sur durante quince minutos más, hasta llegar al páramo sobre el cual se alzaba Orchid Park, la casita de campo de la prima de su padre. Le asombró su pequeño tamaño. Pequeño incluso para alguien que, como ella, no había vivido en una casa especialmente grande. Era, sin embargo, un lugar hermoso y acogedor. Los muros de piedra estaban cubiertos de madreselva y las celosías de las ventanas eran blancas. Tenía un pequeño jardín delantero al que se accedía a través de una portezuela pulcramente pintada de verde. Más tarde descubriría que en la planta baja había una sala para recibir visitas y un pequeño comedor con una mesa para cuatro personas y un diminuto aparador, todo ello de madera de roble. La escalera que daba acceso al piso superior era bastante amplia a tenor del tamaño del resto de la casa y ocultaba la puerta que desembocaba en las dependencias del servicio: la cocina y un pequeño cuarto con una cama de matrimonio, pues el servicio estaba compuesto por una pareja de cierta edad, los Roberts. Ella cocinaba, limpiaba y cuidaba la ropa. Él se dedicaba a las labores propiamente masculinas, como cortar la leña, hacer los quehaceres más pesados y conducir el viejo carruaje. En el segundo piso había dos cuartos pequeños y un tercer habitáculo que hacía la función de retrete y en el que se encontraba, como colmo del lujo, una bañera. “Estuve ahorrando durante casi dos años para poder comprarla”, le había confiado la anciana. Pero de todo esto se dio cuenta “TN” mucho más tarde, pues en el momento en el que puso un pie fuera del carruaje que la había traído desde Londres, lo único en lo que se había fijado era en la anciana que arreglaba el jardín. Lleva el pelo recogido en un tirante moño blanco e iba vestida con un delantal de cuadros manchado de tierra.
 
–¡Querida “TN”! –exclamó encantada, al tiempo que depositaba en el suelo la paleta con la que trasplantaba algunas flores. Abrazó a la muchacha y ésta, poco acostumbrada a las muestras de afecto y debido a la triste situación personal por la que estaba pasando, se sintió, al mismo tiempo, incómoda y profundamente conmovida–. Debes de estar cansadísima. Entremos adentro y tomemos un té.
 
“TN” se fijó en el rostro de la anciana, aún se veía que había sido hermosa. Sus ojos eran de un profundo color verde y sus rasgos, delicados y elegantes. También la prima Del había observado con disimulo a la joven y le impactó su aspecto. Parecía que conscientemente trataba de pasar desapercibida. No era fea. Era, simplemente, insignificante. Un sombra. Su pelo era castaño oscuro y lo llevaba en un moño tan apretado como el de la propia anciana, ajeno a la moda. Su piel, blanca y levemente sonrosada en las mejillas. Los ojos, oscuros con pestañas largas. El amplio arco de las cejas podría haberle dado un aspecto elegante si no fuera porque se empeñaba en mantener aquel gesto hosco y triste. Realmente no era fea. Tampoco hermosa. Si hubiese llevado un peinado adecuado, dejando que sus rizos naturales le enmarcaran el rostro, y si llevara los vestidos corte imperio que estaban de moda, sería una muchacha como tantas otras. Pero los vestidos grises y burdos de cintura baja la hacían parecer una criada o una institutriz. Con todo, era una muchacha agradable y a Cordelia Lixbom le cayó bien al instante.
 
–¡Qué bonito es este lugar! –le dijo.
 
–¡Me alegro tanto de que te guste! Además, tenemos una estupenda temperatura todo el año, mucho más cálida que en Londres –le comentó la anciana, y después se dirigió a la criada–. Lotty, prepáranos un té, por favor.
 
Mientras ellas entraban en la casa, el cochero que la había acompañado desde Londres bajaba su escaso equipaje y se despedía de ella. “TN” descubrió que la prima Del era una mujer de largos silencios y palabras certeras. No solía hablar por hablar y eso la complació, pues también ella pensaba que era mejor callarse antes que decir tonterías o hacer comentarios huecos. La anciana era muy prudente y respetaba el espacio de los demás. La dejó irse a descansar, sin abrumarla con preguntas o indicaciones sobre el lugar y la nueva vida que iba a emprender.
 
El cuarto de “TN” era tan pequeño que casi no podía moverse por él debido a que la cama ocupaba la mayor parte del espacio. Disponía de una mesilla de noche y un armario diminuto, pero esto no le preocupó, pues tenía muy poca ropa. El ventanuco era lo mejor del cuarto, su vista era maravillosa: el faro y los acantilados de Monk. La joven se echó sobre la cama con la intención de descansar unos minutos, pero durmió profundamente. Se despertó a la mañana siguiente, descansada y llena de energía. Se asomó al pasillo para llamar a la criada y pedirle que le preparara el baño. Cuando por fin se sintió limpia y se vio presentable, bajó a desayunar. La mesa estaba dispuesta y la prima Del la esperaba ya sentada. La comida no era muy abundante en variedad, aunque sí en cantidad: tostadas, mermelada, té y algo de fruta. Lotty, la criada, también le ofreció huevos revueltos, pero “TN” los rehusó amablemente.
 
–Bien, querida, ¿qué te gusta hacer? Veamos cómo podemos entretenerte. A mí me encanta la jardinería. Paso mucho tiempo en el jardín, cuando el buen tiempo me lo permite –la anciana extendió la mermelada de manzana sobre la tostada y se la llevó a la boca.
 
–Lo que más me gusta es tocar el pianoforte. Cuando tuve que dejarlo en Londres se me partió el corazón, pero ya no es mío. Le pertenece al nuevo dueño de Aldrich Park –frunció el ceño al pensar en el señor JONAS. Se sirvió el té y trató de que su ánimo no se estropease–. También canto y me gusta dibujar –no le había dicho que le gustaba escribir, que estaba terminando una novela y que pensaba tratar de venderla a algún periódico de Abershire, la ciudad más grande del condado de Morningdale. Quizás su novela apareciera publicada por capítulos en la parte trasera de algún periódico. Era una buena manera de ganarse la vida. Lo que aún no había decidido era si firmaría como “TN” Murray o con un seudónimo.
 
–Vaya, veo que has tenido una educación… muy completa –la prima Del había querido decir costosa, teniendo en cuenta que los Murray nunca habían tenido demasiado dinero para pagar profesores que le enseñaran música, canto y pintura a la joven, pero no quiso ser descortés con “TN”.
 
–En realidad, fue gracias a la señora Patrick, que descubrió que yo hacía determinadas cosas bien y de vez en cuando me permitía estar presente durante las lecciones de su hija Amanda. La señora Patrick era nuestra vecina, fue ella quien me prestó el carruaje para venir hasta aquí –explicó la joven.
 
–Ya veo… Sin embargo, tocar el pianoforte es demasiado complicado como para aprender sólo con algunas clases esporádicas –puntualizó Del.
 
–Recibí las nociones básicas y me regalaron partituras, otras las heredé de mi madre. Con constancia conseguí lo demás, igual que con el canto y la pintura, es cuestión de constancia. Como tenía un pianoforte en casa, herencia de la bisabuela Hermione, fue fácil practicar.
 
–¡Vaya! –a Del no se le ocurrió nada más que decir. Imaginó que con tan poca ayuda, la joven no tendría demasiado desarrollados esos tres talentos. Es más, rezaba para que fuese lo suficientemente discreta como para no avergonzarse a sí misma y avergonzarla a ella tocando en público aunque se lo pidieran. Era habitual que las muchachas mostraran sus talentos en las veladas y, teniendo en cuenta que las hijas del señor Walpole eran excelentes concertistas, la prima Del temía que “TN” tuviera que tocar delante de ellas–. El jueves por la noche hemos sido invitadas a casa del señor William Walpole. Sabe que vivirás conmigo a partir de ahora y está deseando conocerte, especialmente sus hijas, que no suelen rodearse de gente joven muy a menudo –dio otro pequeño mordisco a su tostada antes de continuar–. A pesar de estar en el campo, llevamos una vida social muy agitada, ya lo verás.
 
Para “TN”, la vida social siempre había sido algo que disfrutaban los otros, no ella, de modo que se sintió un tanto incómoda porque era un tipo de situación completamente desconocida y no sabía si iba a gustarle tratar con tantos extraños. Al fin y al cabo, ella había vivido como una ermitaña toda su vida.
 
***
 
JOSEPH JONAS era un hombre atormentado. Muchos otros apelativos le habían sido impuestos, como diabólico, malvado, malhumorado, déspota,… Pero en realidad estaba atormentado. Había entrado en posesión de su fortuna tras la muerte de su padre, cuando contaba diecinueve años. En la actualidad tenía veintiocho, pero la barba negra y salvaje que cubría buena parte de su rostro y el pelo despeinado y largo hasta los hombros lo hacían parecer mayor. Todos creyeron que había enloquecido tras la guerra y que buena parte de esa locura se había convertido en un rencor ciego hacia su madre y en un desprecio absoluto hacia todos los demás, de quienes desconfiaba y a quienes consideraba capaces de las mayores infamias. En realidad, JOSEPH había descubierto que no era hijo de su padre. No era un JONAS, sino un York. Ese debería ser su verdadero nombre: JOSEPH York, y su padre había sido el hombre a quien tantas veces tratara como amigo: el administrador de las propiedades de los JONAS. Su madre jamás había tenido el coraje de admitirlo, pero cuando Albert York había sido herido durante la guerra, hizo llamar de inmediato a JOSEPH, pues sabía que su batallón estaba próximo. Con su último aliento había querido revelarle la verdad. JOSEPH había pasado de la incredulidad a la estupefacción y de ésta a un odio desbocado hacia su madre y hacia Albert. Ella había mentido a su marido y a su hijo y Albert, guiado por un egoísmo atroz y poniendo sus propios deseos por encima del bienestar y la tranquilidad de su hijo, le había confesado una verdad que no beneficiaba a nadie y lo destrozaba a él, a JOSEPH. Aquel joven, educado bajo el desmedido orgullo de los JONAS, se veía ahora relegado a ser el simple hijo de un administrador. Nadie excepto su madre lo sabía, pero eso era indiferente para él. Había crecido en la convicción de que ser un JONAS lo hacía especial. Despojado ahora de toda identidad, había reaccionado encerrándose en su casa o haciendo alguna que otra aparición pública tan desagradable que su madre y cuantos lo sufrieron hubieran preferido que se quedara encerrado en su cuarto. Era un hombre iracundo y malhumorado, inteligente y capaz de una enorme crueldad verbal. No era una compañía grata para nadie, ni siquiera para sí mismo.
 
Aquella mañana de finales de diciembre, su madre había bajado a desayunar a una hora demasiado temprana para lo que era su costumbre, de modo que JOSEPH comprendió que algo nuevo había sucedido en el condado y ella deseaba comunicárselo, pues la buena mujer no se daba cuenta (o no quería dársela) de que su hijo no soportaba sus parloteos ni sentía el más mínimo interés por lo que les ocurría a sus vecinos. La señora JONAS estaba emocionada ante la novedad y sus gestos de gallina nerviosa incomodaban a su hijo.
 
–Dicen que ya ha llegado la señorita “TN” Murray. Pobrecita. Acaba de instalarse en casa de la señora Lixbom. Ambas mujeres podrán sobrevivir mejor juntas que cada una por su cuenta –la dama se sirvió el té y miró de soslayo a su hijo, que parecía distraído leyendo el periódico del día anterior. Como estaban lejos de Abershire, por las mañanas leían el periódico vespertino del día anterior, pues el de la mañana llegaba pasado el medio día–. He pensado, querido, que ya que nosotros no necesitamos la propiedad, podíamos cederle Aldrich Park a la señorita Murray –este último comentario causó efecto en su hijo, que levantó airado la mirada hacia su madre.
 
–Aldrich Park es la única posesión verdaderamente mía de cuantas poseo. La única que me corresponde por derecho y no renunciaré a ella sólo porque esa joven haya cometido la insensatez de quedarse soltera. Que se busque un marido que le solucione sus problemas. Yo no tengo madera de benefactor –la rabia se traslucía en su mirada. Lo que JOSEPH decía era cierto: Aldrich Park era una herencia que recibía por parte de su madre, de modo que era el legítimo dueño, no como toda la fortuna de los JONAS, que no le correspondía porque él no era de la familia. Sólo era un usurpador.
 
–JOE, por favor, esa pobre muchacha...
 
–No vuelvas a llamarme así –dijo, iracundo, alzando la voz. El señor JONAS, a quien él siempre había considerado como su padre, lo llamaba JOE. A veces su madre también se lo había llamado, pero eso fue antes de que él supiera toda la verdad, pues desde entonces no le había permitido a su madre ni una sola confianza. La anciana se calló, apretó los labios para impedir que las lágrimas acudieran a sus ojos y se esfumó todo rasgo de la alegría pizpireta que la caracterizaba.
PEZA
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Mensaje por chelis Lun 24 Mar 2014, 5:08 pm

No me gusta nada ese carácter joe!!!!!!..... Jejeej ;) :P
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Mensaje por PEZA Lun 24 Mar 2014, 5:13 pm

 
CAPÍTULO 2
 
A pesar de ser diciembre, el clima en el condado de Morningdale era agradable. Casi no parecía que estuviesen en Inglaterra. “TN” había instalado su caballete ante la puerta de la casa para dibujar el paisaje que se veía desde el páramo.
 
–¿No te gusta pasear, querida? –le había preguntado la prima Del–. Los paisajes más hermosos están en los acantilados y puedes caminar sola con total tranquilidad. Esta región es completamente segura.
 
La joven se emocionó ante la idea de dibujar los acantilados y el faro, ¡le habían parecido tan hermosos cuando los vio desde el carruaje el día de su llegada! Metió unas cuartillas blancas en un carpetón, llevó un par de carboncillos y se encaminó hacia la costa. Hacía un sol primaveral. Aquello era inaudito en pleno diciembre. ¿Cómo no ser feliz en un lugar con esa temperatura, esa luz y ese maravilloso paisaje?, pensaba la joven. Cuando llegó a los acantilados, no fue capaz de hacer otra cosa que mirar arrobada cuanto la rodeaba. No dibujó ni una sola línea, sólo observó el mar chocando contra las rocas y la verticalidad de los acantilados. A lo lejos, el faro se le antojó un maravilloso lugar desde el que dibujar. Había estado sentada sobre la hierba durante bastante tiempo, aunque no podía precisar durante cuánto. Por fin se levantó para continuar su paseo y entonces oyó una voz femenina que la llamaba desde lejos.
 
–¡Señorita Murray! –“TN” se dio la vuelta para ver quién la estaba llamando. Se trataba de una joven dama que se acercaba caminando muy deprisa y agitando la mano a modo de saludo. Era tan hermosa, vista ya desde la distancia, que “TN” se sorprendió. Su vestido azul pálido era sencillo y a la moda, de corte imperio, pegado a su cuerpo en la zona del pecho y con una falda larga, suelta y vaporosa. El pelo rubio estaba recogido en complicados rizos y sus ojos azules y su sonrisa abierta hacían de ella una criatura maravillosa. Nunca hasta ese momento se había sentido “TN” tan insignificante y ratonil, con su pelo tensado en un moño de vieja y su vestido marrón de cintura baja, gastado y pasado de moda. Tuvo el impulso de salir corriendo, pero la dignidad se lo impidió. ¿Qué habría pensado aquella joven si ella hiciera tal cosa, huir como si tuviera algo que esconder? Cuando la hermosa dama estuvo a su lado la miró con verdadera sorpresa y preguntó, como si no se creyera que estaba ante la verdadera “TN”–: ¿Es usted la señorita Murray?
 
–Sí, soy yo –respondió ella. La mirada de aquella joven sobre su rostro y su ropa era como un arañazo a su orgullo. Recordó entonces por qué no le gustaban las reuniones, ni conocer a extraños que, al no estar acostumbrados a su aspecto, siempre ponían la misma cara de incredulidad y lástima. Recordó por qué le había dolido tanto perder Aldrich Park tras la muerte de su padre: no era solo la casa en la que ella y toda su familia habían vivido durante generaciones. Era, sobre todo, un lugar en el que esconderse del mundo.
 
–¡Qué gusto me da que esté por fin en Morningdale! Mi hermana y yo ardíamos en deseos de que llegara. Hay tan poca gente joven por aquí… ¡Y de pronto esto se llenará de novedades, fíjese, no sólo ha llegado usted, sino que también llegará esta tarde mi primo, el señor Timothy Walpole! –la joven parecía haber olvidado el impacto inicial que le causara la apariencia de “TN” y ésta, poco acostumbrada a que alguien tan dicharachero le hablara con tal velocidad y profusión, también se quedó pasmada, pues ni siquiera sabía quién era. Como si la joven se hubiera dado cuenta de este torpe desliz, se apresuró a presentarse–. ¡Oh, perdóneme, señorita Murray, por favor! Ni siquiera le he dicho mi nombre. Es la emoción… Soy Violet Walpole. Imagino que la señora Lixbom ya le habrá dicho que están ustedes invitadas a una velada en nuestra casa –la joven ni siquiera esperó la respuesta de “TN”–. Será divertidísimo, ya lo verá… Aunque faltará mi hermana Dorothea, que ha tenido que ir a Abershire y no regresará a tiempo, pero estaremos usted, mi primo Timothy, la señorita Laura Barry, y yo… ¡Cuánta gente joven!
 
–Tengo muchas ganas de que llegue la velada, señorita Walpole –mintió “TN”.
–No, no –le dijo ella, mientras la tomaba del brazo y ambas se encaminaban hacia la casa de la tía Del–. Debe llamarme Violet, vamos a dejarnos de formalismos ya que seremos muy buenas amigas, ¿verdad? –“TN” se sentía apabullada por tanto parloteo y tanta efusión. ¿Amigas? ¿Cómo podía asegurar tal cosa aquella joven si ni siquiera se conocían? La miró detenidamente: era bella, muy joven, alegre y su ropa mostraba una posición económica muy holgada. Probablemente ni una sola preocupación hubiera perturbado su cabecita en toda su vida, de ahí su carácter confiado e infantil, pensó “TN”.
 
–Entonces creo que lo correcto sería que usted me llamara a mí “TN” –se vio obligada a decir, pero casi protesta cuando la joven fue un paso más allá y propuso utilizar un diminutivo.
 
–La llamaré “TD”, es más dulce y más amistoso, ¿no cree? ¡”TN” es un nombre tan largo! Lo mismo ocurre con mi hermana: jamás la he llamado Dorothea, sino Dotty. Los nombres deberían ser cortos y sonoros, ¿verdad? –no esperó la respuesta. “TN” comenzaba a darse cuenta de que a Violet le importaba hablar, dar su opinión y ser escuchada, pero no le interesaba demasiado lo que los demás tenían que decir, de modo que se calló y siguió escuchando su perorata de camino a casa de la prima Del. Así se enteró de que la joven había ido a buscarla porque no quería esperar hasta el jueves para conocerla y que la anciana le había dicho que había ido de paseo hasta los acantilados.
 
***
 
La velada del jueves llegó por fin y “TN” pudo conocer a los que, en adelante, serían sus vecinos. La reunión le resultó muy provechosa pues más de uno de los asistentes podría convertirse en personaje de alguna de sus novelas, aunque también le deparó sorpresas desagradables.
 
La joven se había puesto el más nuevo de sus vestidos, lo cual no era decir mucho. Era de color azul marino y tan recatado que bien podría pasar por novicia. Trató de recogerse el pelo de un modo diferente, pero como no sabía, decidió hacer el mismo moño de siempre.
 
Barnia House era una construcción de principios del siglo XVI. Los Walpole la habían heredado de un pariente que había muerto sin descendencia varias generaciones atrás, por eso el escudo que coronaba la puerta de entrada era el de la familia Minstern y ellos habían añadido el suyo en uno de los flancos de la fachada norte. Contaba con veinticinco habitaciones, dos comedores (uno familiar y el otro para grandes celebraciones), un enorme lago donde podían pescarse carpas casi todo el año y un jardín francés con laberinto incluido que era la delicia de las visitas jóvenes, pues las hermanas Walpole solían jugar al escondite en él cuando hacía buen tiempo.
 
La señora Lixbom y su prima, la señorita 2TN” Murray, llegaron a Barnia House con puntualidad, cuando el reloj de la sala emitía sus ocho sonoras campanadas, que retumbaban hasta en el último rincón del ala norte de la casa. A “TN” le llamó la atención la elegancia de los uniformes de los lacayos. “En los pequeños detalles se nota la verdadera riqueza”, decía siempre su padre, y le ponía el ejemplo de los Ferbs, una familia endeudada que trataba de que no se notara su mala situación y seguía vistiendo como era costumbre en ellos, pero al ir de visita a su casa era evidente que la tela de los uniformes de servicio era de menos calidad que la del año anterior e incluso que las pastas que acompañaban al té eran menos suaves que antaño, lo cual indicaba que trataban de ahorrar en mantequilla.
 
La sala a la que accedieron, precedidas por el lacayo, era la más elegante y lujosa que “TN” había visto jamás. Las alfombras, terciopelos, maderas y biombos de aquella sala habían costado más que todo lo que había dentro de Aldrich Park, el que fue su hogar hasta la muerte de su padre.
 
Varias eran las personas que se encontraban ya presentes: dos damas muy hermosas (a una de ellas ya la conocía: era la señorita Violet Walpole), el anfitrión y un joven atractivo que debía de ser su sobrino, pensó “TN”, que había obtenido esa información de Violet.
 
La expresión en los rostros de los asistentes a la velada le demostró hasta qué punto inspiraba lástima en ellos su sola presencia y eso la hizo sentir mal, de modo que, casi de forma inconsciente, hundió los hombros y pareció más desgarbada aún.
La recibió muy cariñosamente el señor Walpole, un anciano de pelo canoso y energía juvenil que se alegraba de que alguien tan joven hubiera elegido el condado de Morningdale para vivir.
 
–Señorita Murray, ya conoce a mi hija Violet. Quiero presentarle a la señorita Laura Barry y a mi sobrino, el señor Timothy Walpole, de Yorkshire –le dijo el anciano. “TN” hizo una ligera inclinación y trató de no fijarse en la señorita Barry para no sentirse tan empequeñecida como se había sentido al conocer a Violet. Laura Barry era también hermosa y su ropa la hacía lucir aún más encantadora. El joven Timothy Walpole la saludó con una inclinación de cabeza y le sostuvo la mirada de una manera casi insultante. Era extremadamente atractivo, moreno, de largas patillas y ojos verdes. Su altura era muy superior a la media y sus modales impecables a excepción de aquella mirada persistente, impropia de un caballero. “TN” se dio cuenta de que si el señor Walpole sólo tenía dos hijas, el heredero de todas sus propiedades, a su muerte, sería aquel joven. La invitación a la velada no sería simplemente casual o afectuosa, existiría el deseo, por parte del anciano, de que aquel joven eligiera como esposa a alguna de sus dos hijas.
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Mensaje por PEZA Lun 24 Mar 2014, 6:15 pm

CAPÍTULO 3
 
JOSEPH JONAS se había sentido verdaderamente sorprendido aquella tarde de que su madre, en aquella ocasión, no hubiera insistido para que la acompañara a la velada en casa de los Walpole. Era habitual en ella ese tipo de insistencia: quería hacerlo salir de casa a toda costa, como si él fuera tan superficial que con unos simples rayos de sol o con la compañía de gente agradable pudiera olvidar la causa de su amargura. Había también otros intereses por parte de su madre. JOSEPH sabía que ella aspiraba a un matrimonio entre él y alguna de las hermanas Walpole o aquella muchacha tan hermosa, la señorita Barry. No es que las jóvenes carecieran de atractivos, más bien todo lo contrario, es que no habían logrado excitar su interés. Eran tan evidentes y predecibles que a él lo aburrían mortalmente.
 
–¿No era hoy la velada de los Walpole? –preguntó a su madre durante el té de las cinco. El rostro reservado de ella le hizo comprender que había dado en el clavo: la anciana, por algún motivo, no deseaba que él la acompañara en aquella ocasión y, precisamente por eso, él decidió ir con ella.
 
–Sí, hoy a las ocho –contestó la señora JONAS, rezando para que su hijo no quisiera acompañarla. Siempre había intentado sacarlo de casa para que frecuentara a jóvenes y superara aquella amargura en la que ya llevaba demasiado tiempo sumido, pero cada vez que había asistido a una reunión, su comportamiento era tan desagradable que la anciana acababa por arrepentirse de sus intentos para que su hijo dejara de ser un ermitaño. Justo en aquella ocasión, ella no deseaba que JOE la acompañara. Temía que sus comentarios desagradables y crueles pudieran herir a la señorita “TN” Murray, aquella lejana pariente que había tenido la desgracia de quedarse huérfana pocas semanas atrás y, además de todo, quedarse también sin un techo. La joven estaría triste aún y tratando de adaptarse a una situación más penosa que todo lo que había vivido hasta el momento y eso que los Murray siempre habían vivido con unos medios más bien modestos.
 
–Bien, te acompañaré –dijo JOSEPH JONAS, mientras su madre trataba de ahogar una protesta. Él ocultó su malévola sonrisa. Por algún motivo, haciendo que los demás se sintieran mal, él se sentía mejor.
 
***
 
Cuando los JONAS llegaron a casa de los Walpole, pasaban casi doce minutos de las ocho de la tarde. El anfitrión aún no había acabado de presentar a la nueva vecina de Morningdale a todos los asistentes. Estaba especialmente interesado en que “TN” Murray se sintiera feliz y acogida. El anciano señor Walpole era un hombre honorable y encantador que nunca dejaba de sentir como propios los problemas ajenos. La casa en la que vivían la señorita Murray y la señora Lixbom era de su propiedad y se la había alquilado por un precio muy inferior al que correspondería, pero en realidad él no necesitaba ese dinero. No podía dejar que ellas vivieran gratis, ni proponerlo siquiera, pues eso las humillaría, pero sí podía estipular un alquiler lo suficientemente bajo como para que ambas mujeres vivieran allí sin demasiados ahogos. La señorita Murray era una muchacha joven y, por lo que había oído, muy sensata y Dios sabía que sus hijas necesitaban de alguien sensato cerca de ellas, pues aquella joven hermosa, la señorita Laura Barry, tenía muchas cualidades, pero la sensatez no era una de ellas.
 
El lacayo entró en la sala y anunció a los nuevos visitantes. “El coronel JONAS y su madre, la señora JONAS”, dijo con su voz de barítono. “TN” Murray sintió que la sangre se le subía al rostro y que el corazón comenzaba a latirle al galope. Ni siquiera le dio tiempo a pensar demasiado, pues giró la cabeza y se topó frente a frente con quienes la habían desposeído de todo tras la muerte de su padre.
La señora JONAS le pareció, a pesar de su rechazo inicial, una mujer afable y buena. Había sido hermosa en su juventud y aún lo era. Su pelo canoso enmarcaba unas facciones delicadas, casi de muñeca (los enormes ojos verdes, la naricilla respingona y la boca en forma de corazón). Parecía realmente encantada de conocer a “TN” y se comportó con ella casi con cariño, a pesar de que era la primera vez que se veían.
 
–Mi querida señorita Murray, no sabe cuánto ansiaba conocerla –le dijo, mientras se acercaba para tomarla del brazo–. ¡Qué vergüenza que seamos primas y no nos conociéramos!
 
“TN” sonrió sin demasiadas ganas. Estaba tensa, pero no por la señora JONAS, sino por su hijo.
 
El coronel, como lo llamaban todos, tenía un aspecto salvaje que debía de asemejarse bastante a la negrura de su alma, pensó la joven. Era muy alto, moreno y de hombros anchos. Caminaba de forma resuelta, como todos los que se sienten seguros de sí mismos, y si algo asustaba más que su largo pelo y su barba enmarañada o sus gestos bruscos era la llama malévola que brillaba en el fondo de sus ojos negros. Miró a “TN” con una mezcla de asombro y regocijo, como si el hecho de que fuera fea, desgarbada y carente de todo atractivo lo hiciera feliz. Eso, al menos, pensó la muchacha, lo cual la llevó a tener la peor de las opiniones respecto a él, pues sólo un ser de naturaleza malvada podía alegrarse de algo así. Ese era el motivo por el cual se sentía nerviosa, porque los ojos de él clavados en su espalda y comprobando su falta de garbo la hacían caminar aún con mayor torpeza.
 
El coronel JONAS iba vestido con pantalón negro de montar, camisa blanca y casaca también negra. El aspecto general era el de un hombre descuidado y oscuro, tal vez misterioso, seguramente cruel. Caminaba dando amplias zancadas y tenía la cualidad de hacer enmudecer a la gente cuando entraba en un lugar.
 
La señora JONAS había tomado del brazo a “TN” y la había conducido a un sofacito cercano a la chimenea. Se sentaron juntas y la anciana quiso saber cómo se estaba adaptando a su nueva vida.
 
–Muy bien, señora, muchas gracias –le dijo, tratando de mantener las distancias–. La prima Del es todo amabilidad y Morningdale, mucho más hermoso de lo que nunca imaginé. Tengo que esforzarme para recordar que estoy en Inglaterra, pues el clima y el paisaje me transportan al sur de Francia –dijo sin pensar, con la mirada soñadora. No se dio cuenta de que justo detrás, apoyado en la ventana que daba al laberinto que había en el medio del jardín, el coronel no perdía detalle de sus palabras.
 
–¿Conoce el sur de Francia, querida? –preguntó la anciana asombrada, pues tenía entendido que al padre de la joven nunca le había sobrado el dinero y un viaje al país galo ciertamente estaría fuera de sus posibilidades.
 
–No, no –se apuró a responder “TN”, sonrojándose un poco–. Sólo conozco Francia a través de las descripciones que he leído en algunos libros…
 
–Oh, comprendo –comentó la señora JONAS. Esto le parecía mucho más creíble que la posibilidad de que aquella joven hubiera viajado por el continente.
 
–La señorita Murray dibuja –dijo Violet Walpole, introduciéndose así en la conversación, haciendo que todos miraran a la nueva vecina de Morningdale y convirtiendo a “TN” en el centro de la velada. La joven, poco acostumbrada a que algo así ocurriese, no sabía cómo salir airosa y comenzó a sonrojarse más aún y a juguetear con los pliegues de su vestido.
 
–¡Oh, debe enseñarnos sus dibujos, señorita Murray! –exclamó la madre del coronel. Muy cerca del sofá en el que se encontraban “TN” y la señora JONAS había un sillón tapizado de flores. En él descansaba la prima Del, que cerró los ojos casi de forma inconsciente al escuchar estas palabras. ¡Pobre “TN”! Debía de estar pasándolo fatal. Seguramente la muchacha dibujaba por puro divertimento, pero carecía de verdaderas dotes y de maestría, teniendo en cuenta, además, que su familia no disponía de medios para pagarle un buen profesor y el único que le había dado alguna pequeña indicación era el profesor contratado por aquella vecina de los Murray, la señora Patrick.
 
–¿Nos los enseñará, “TD” querida? –preguntó Violet con una familiaridad que sólo sorprendió a “TN”, pues los demás la conocían sobradamente. La joven asintió.
 
–Puedo enseñarles algunos de mis dibujos, claro está, pero no tengo demasiados. Cuando me trasladé aquí, me deshice de la mayoría… –al tiempo que decía esto, se encogía de hombros, indicando con ello que ciertas pérdidas eran inevitables para quienes, como ella, no disponían ya de un hogar propio y amplio para guardar sus recuerdos.
 
–¡Dios mío! –exclamó la señorita Laura Barry, que no había abierto la boca hasta ese instante–. ¿Y no se ha muerto usted de la pena? –“TN” elevó la mirada hacia ella, pues la otra joven estaba de pie en ese instante, y la contempló con una sonrisa que ponía de manifiesto cierta condescendencia. La señorita Barry estaba asombrosa con su vestido lavanda y su delicado rostro enmarcado con aquel peinado de bucles que tanto la favorecía. Tenía la piel pálida y los ojos de un azul intenso que destacaban bajo el arco perfecto de las cejas y el color negrísimo de su cabello.
 
–Claro que no me he muerto, señorita Barry… ¿Qué significa perder unos simples dibujos cuando uno ha perdido ya a sus padres y el hogar que siempre consideró suyo? –sabía que las últimas palabras habían sido muy desconsideradas, pues allí se encontraban quienes le habían arrebatado su casa, pero aun así lo dijo con la cabeza alta y sin que le temblara la voz. El coronel JONAS sintió la mirada de su madre clavada en su rostro. Ella hubiera deseado cederle Aldrich Park a la muchacha, él lo sabía, pero al fin y al cabo las leyes eran así. “TN” no era un varón y no podía heredar la propiedad.
 
–Las leyes son así, mi querida señorita Murray. Las mujeres no pueden heredar –intervino el anciano señor Walpole antes de que el coronel pudiera decir nada, pues intuía que si éste respondía a las palabras de “TN”, sería muy grosero. Además, el señor Walpole sufriría eso en sus propias carnes, ya que tras su muerte, sus hijas tampoco podrían heredar sus bienes, lo haría su sobrino, al que había invitado aquella temporada para lograr que se casara con Violet o Dorothea.
 
–No, señor Walpole. Discúlpeme, pero las leyes no son así –comentó “TN” con convicción y dedicándole fugaces miradas al coronel, pues a él iba dirigido su comentario–. Decir que “son así” es dar por supuesto que no pueden ser de otra manera. Por ejemplo: un tigre es así, peligroso, porque no puede evitarlo, pero las leyes no son así. Las hacemos así. Mejor dicho: los hombres las hacen así, por eso no es de extrañar que sea a ellos a quienes benefician y no a nosotras, las mujeres.
Todos se quedaron sorprendidos ante la afirmación de “TN”. Era muy osado decir algo así. Una dama de buena cuna jamás cuestionaba el orden establecido de las cosas ni pretendía privilegios que eran masculinos por tradición. La prima Del, en cambio, se enorgulleció de “TN” y los dos solteros de la sala no pudieron dejar de pasmarse ante la energía con la que aquel ratoncito gris había defendido su punto de vista. No era tan sosa, al fin y al cabo.
 
A JOSEPH le extrañó la voz de la muchacha, pues era lo único hermoso que poseía. Todo lo demás era insignificante. Ni siquiera se podía decir que fuera fea, porque no lo era. Simplemente se trataba de una personita gris que jamás había prestado el más mínimo interés a su imagen. El coronel casi la compadeció. No sólo era insignificante, sino que su carencia de fortuna hacía imposible que se casara algún día. Ningún hombre se sentiría tentado por su dinero ni por su hermosura. Parecía tener bastante carácter y eso tampoco era del gusto masculino, más inclinado a mujeres dóciles y manipulables. Había vivido, además, en un ambiente de poca opulencia y eso se notaría en su forma de comportarse en sociedad, imaginó él, aunque hasta el momento, le había parecido bastante resuelta. Se fijó más en este punto y comprobó que la muchacha no carecía de elegancia, más bien al contrario. Poseía un saber estar natural y sus movimientos tenían cierto toque aristocrático. Era una pena que, por el contrario, cuando estaba de pie caminara y se moviera como una zamba. Sentada, sus modales eran impecables.
–¿Y qué propondría usted si pudiera dictar las leyes, señorita Murray? –la voz del coronel retumbó en la sala haciendo que todos se callaran de inmediato. Miraba a “TN” con una intensidad abrasadora y sus ojos eran dos cuchillas afiladas que brillaban peligrosamente en su rostro, apenas perceptible entre la larguísima barba y el pelo desordenado. Ella lo miró sin inmutarse, dándole la misma importancia que le daría a una hormiga que se cruzara en su camino, aunque íntimamente le hervía la sangre y le hubiera gustado llamarlo ladrón por haber aceptado la herencia de Aldrich Park tras la muerte de su padre.
 
–Propondría que los mismos derechos que rigen para los hombres rigieran también para las mujeres. Y los mismos deberes –comentó con voz firme. Él sonrió con cinismo.
 
–¿Está segura de que usted aceptaría sin rechistar los deberes de un hombre? Las mujeres tienen una vida muy cómoda, no creo que aceptaran gustosas los quebrantos masculinos –aseguró él, con la sonrisa más insultante que ella había visto en su vida. “TN” hubiera querido abalanzarse sobre él como una gata y arañar su rostro para borrar aquella sonrisa.
 
–Hagamos una cosa, coronel… Ya que mi vida es tan fácil y la suya tan complicada, cambiemos nuestros papeles. Yo me hago cargo de sus deberes y sus privilegios y usted hágase cargo de los míos –la joven sonrió cuando vio que el rostro del coronel se oscurecía–. Veo que no le parece tan buena idea y no lo comprendo. Teniendo yo, por ser mujer, una vida tan cómoda, no comprendo que no quiera calzarse en mis zapatos y dejarme a mí sus muchas complicaciones. ¡Las acepto gustosa, se lo juro! ¿Acepta usted las mías del mismo grado?
 
Los lacayos comenzaban a pasear bandejas con bocaditos dulces y salados impidiendo que el coronel pudiera responder, pero la ira era perfectamente visible en su mirada. Se sirvieron también licores y para las damas, unos zumos de frutas que a “TN” le parecieron deliciosos. Había olvidado por completo al coronel, a aquellas hermosas damas, la señorita Barry y la señorita Walpole, y al apuesto joven que era sobrino de su anfitrión y que la miraba casi sin pestañear desde el otro extremo de la sala, de pie y apoyado en la pared. Los olvidó por un segundo a todos y se deleitó en aquellos manjares y en la contemplación de aquel maravilloso salón, tan hermosamente decorado.
El coronel JONAS se acercó al joven Timothy Wapole, al que conocía del club de caballeros de Londres del que ambos eran socios, aunque hacía muchos meses que no se veían. Se había dado cuenta de cómo miraba a “TN”. Era extraño, pero tampoco él podía apartar la mirada de la muchacha, a pesar de que no tenía nada de atrayente.
 
–Veo que le ha sorprendido la señorita Murray, ¿eh, Walpole? –preguntó JOSEPH con una media sonrisa cínica.
 
–Debo reconocer que sí, coronel. Ciertamente me ha sorprendido la dama… Me parece muy sensata y Dios sabe que la sensatez no es una cualidad que abunde entre las damas que conozco. Sensata, aunque con ideas un tanto… inconvenientes –frunció la boca, asintió y paseó la mirada de “TN” a Violet, comparándolas–. Lástima que no… –iba a decir: “lástima que no sea más bonita” o “lástima que no ponga más cuidado en su aspecto”, pero calló a tiempo para no ser descortés. Aun así el coronel entendió perfectamente lo que quería decir y respondió:
 
–Sí, es una lástima. Uno podría perdonarle la prepotencia si fuese más bonita –la miró de forma insistente.
 
El anfitrión de la velada se les acercó y los tres caballeros se sentaron en los sillones cercanos a la puerta que daba a la terraza. Fumaron y hablaron de política, mientras las damas, sentadas en los sofás que había al lado de la chimenea, se afanaron por descubrir los gustos y aficiones de la nueva habitante de Morningdale. Las zonas en las que estaban ambos, sin embargo, se encontraban lo suficientemente cerca como para que unos hubieran escuchado a los otros si prestaran oídos y eso fue exactamente lo que hizo el coronel, escuchar la conversación de las damas, mientras asentía y hacía como que atendía a los caballeros y su perorata sobre el estado del país.
 
–¿Cuándo comenzó a dibujar, querida? –le preguntó con interés la señora JONAS. Le conmovían los intentos de la joven por tener una educación esmerada como la de las jóvenes con posibles. Al mismo tiempo, le entristeció pensar que la pobre “TN” dibujaría mal, pues ¿cómo va a dibujar bien alguien que no ha tenido al profesor adecuado guiándola con sus lecciones?
 
–Desde los ocho años, un año antes de comenzar a tocar el pianoforte, creo –ante esta nueva imprudencia, la prima Del sintió una punzada en el estómago. Ya era suficiente que se pusiera en evidencia enseñando unos dibujos que, a buen seguro, no tendrían el más mínimo valor, pero añadir a eso el bochorno de tocar el pianoforte y, seguramente, cantar en una velada delante de dos jóvenes tan dotadas para ello como la señorita Violet y la señorita Barry era demasiado.
 
–¡Hablando del pianoforte, toquemos, querida Laura! –dijo Violet llena de entusiasmo. La joven no había nombrado a “TN” a propósito, para no ponerla en un aprieto, pues había llegado a la conclusión –igual que la prima Del y el resto de asistentes a la velada– que aquella joven sin recursos no podía sino aporrear el instrumento y cantar como un gato escaldado.
 
Tanto los caballeros como las damas siguieron a Violet hasta la sala contigua, presidida por un hermoso pianoforte frente al cual estaban dispuestas varias sillas, pues era muy habitual que las veladas tuvieran su correspondiente sesión musical.
“TN”, la prima Del, la señora JONAS y la señorita Laura Barry se sentaron en la primer fila y, tras ellas, los tres caballeros. A “TN” la ayudó a tomar asiento Timothy Walpole y sus ojos se cruzaron un instante. La sonrisa fugaz de él no fue, en cambio, correspondida por ella, cuya mirada se centró más en aquel maldito coronel. Sí, maldito. Las damas no debían maldecir en voz alta, pero sus pensamientos eran suyos y maldecía tantas veces como deseaba.
 
JOSEPH la miraba sin disimulo, sabiendo que la ponía nerviosa. Si fuera bella, no la habría mirado así para no alimentar su vanidad, pero como no lo era, la miraba con todo descaro, regocijándose de lo incómodo que sería para ella. La joven se estaría preguntando qué lo llevaba a mirarla de aquel modo, porque desde luego su físico no era un reclamo.
 
“TN” se sintió dolorosamente consciente de su fealdad, de ser un bicho tan raro que Timothy Walpole se sentía obligado a ser amable por lástima y el coronel la miraba sin disimulo. En varias ocasiones, la joven se llevó la mano a la nuca, pues presintió la mirada de ambos caballeros en la piel desnuda de su cuello y se sintió de pronto expuesta y vulnerable. Apenas prestó atención a las piezas de Chopin que interpretaron ambas jóvenes, primero Violet y a continuación Laura. Oyó como en sueños su nombre en boca del coronel. Aquella voz era terrible, una voz que la asustaría si la escuchaba en medio de la noche porque sonaba igual que suenan las voces en las pesadillas, oscura y profunda, cavernosa.
 
–Debería deleitarnos con alguna pieza también usted, señorita Murray –dijo el coronel. Ella volteó la cabeza hasta tropezarse con la mirada burlona de él. Era evidente que JOSEPH JONAS estaba dispuesto a poner contra las cuerdas a la joven y ver si ella lo soportaba o no. Aquel era su momento para resarcirse por las palabras burlonas que ella le había dirigido minutos antes. ¿Proponerle que se cambiara por ella? ¡Se había escuchado alguna vez una estupidez mayor que aquella! Pero ahora la muchacha se vería obligada a interpretar algo al piano y quedaría en ridículo, así él la pondría en su lugar. Nadie su burlaba del coronel JONAS.
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Mensaje por PEZA Lun 24 Mar 2014, 6:20 pm

CAPÍTULO 4
 
“TN” no comprendió la mirada burlona del coronel, como tampoco comprendió por qué los demás hacían caso omiso a la petición de éste. Miraban hacia otro lado, no a ella, y se centraban en pedirle a la señorita Barry que interpretar algo más. Pero entonces “TN” abrió desmesuradamente los ojos y lo comprendió todo. ¡Los invitados creían que ella no sabía tocar bien el pianoforte! Al fin y al cabo, era una joven perteneciente a una familia de escasos recursos, sin dinero para pagar a un buen profesor que la enseñara. Por eso todos ignoraban la petición del coronel, para que ella no se pusiera en evidencia, y por eso el coronel –ahora sí estaba segura de que era un ser vil y miserable– quería que ella interpretase algo. Deseaba verla hacer el ridículo. Que todos ellos la tomaran por alguien tan falto de juicio como para decir que sabía tocar el pianoforte si verdaderamente no sabía hacerlo bien, la ofendió. Ella no era bonita, ni elegante, ni llamativa, pero era realista y sensata y si decía que sabía tocar es porque sabía hacerlo.
 
Sólo por darse el gusto de ver la cara del coronel cuando la escuchara, se levantó de su silla y se dirigió al instrumento. A JOSEPH le llamó la atención que en esos momentos no caminara como un pato mareado, igual que lo había hecho antes. “TN” sólo caminaba de esa manera cuando se sentía insegura y en esos instantes solo se sentía furiosa.
 
–Les interpretaré algo encantada –dijo, mientras veía cómo Laura Barry dejaba vacía la banqueta para que ella pudiera sentarse. No dijo ninguna palabra que indicase falsa modestia, como habían hecho las otras dos muchachas que, había que reconocerlo, eran unas buenas concertistas. Ella se sentó ante el instrumento y no hizo referencia a que había varios días que no tocaba, ni a que la perdonaran si cometía algún error, porque sabía que no lo cometería.
 
–Voy a interpretar una pieza de Liszt que me gusta especialmente –fue todo lo que dijo antes de que sus dedos se apoyaran delicadamente sobre las teclas del piano. No dijo nada acerca de que adoraba a Liszt porque era innovador y se permitía la libertad de improvisar. Tampoco dijo que escucharlo la hacía sentir como un pájaro que sobrevuela montañas y lagos y lo ve todo desde muy lejos. No dijo nada de esto porque intuyó que no la comprenderían. Simplemente acarició las teclas con sus dedos largos y delicados y comenzó a sonar en la sala el Sueño de Amor tan maravillosamente interpretado que todos los asistentes enmudecieron. Si la mandíbula del coronel no estuviera fuertemente cerrada, se le hubiera descolgado debido a la sorpresa. Su prima, la anciana señora Lixbom, se llevó ambas manos al pecho, conmovida y asombrada por el virtuosismo de “TN”, y la joven Violet Walpole emitió uno de sus grititos de entusiasmo. La única que no pareció alegrarse de descubrir que “TN” Murray tenía aquel extraordinario don fue la señorita Laura Barry, que había mirado de soslayo la reacción de los caballeros solteros de la sala –el coronel y el señor Walpole– y no le había gustado nada su asombro. Cualquiera de los dos le hubiera servido como marido, incluso el coronel –a pesar de su terrible mal carácter–, especialmente en aquellas fechas en las que estaba próximo el estallido del escándalo: la familia Barry estaba absolutamente arruinada y ella debía conseguir casarse cuanto antes.
 
El coronel JONAS sintió que un escalofrío le recorría la espalda al escuchar aquella melodía tan maravillosamente interpretada. No podía apartar la mirada de la esbelta espalda recta de “TN”, de la elegancia de sus dedos deslizándose por el teclado. Cuando la música dejó de sonar, se hizo un profundo silencio en la sala, interrumpido únicamente por el ruido de la banqueta cuando la joven abandonó el piano. Los asistentes rompieron entonces en aplausos, tras esos breves instantes de incredulidad. Había una línea claramente diferenciada entre quienes tocaban muy bien el pianoforte, como las señoritas Walpole y Barry, y quienes eran auténticas virtuosas del instrumento, como “TN” Murray. Ni siquiera se sonrojó ante los aplausos y las muestras de asombro de los invitados. Tenía tan claras cuáles eran sus carencias y cuáles eran sus talentos, que apenas se sonrojaba ni por los unos ni por los otros. Aceptaba con la misma naturalidad su insignificancia física que su asombroso talento para la música, la escritura y la pintura. Teniendo tantas horas libres, qué otra cosa podía hacer una dama con su tiempo.
 
El joven señor Walpole se levantó de la silla y continuó aplaudiendo entusiasmado sin percibir la mirada oblicua de Violet, que sintió por primera vez en su vida una leve punzada de celos. También el anciano señor Walpole, la prima Del y las dos jóvenes damas se levantaron de sus asientos para aplaudirla. Sólo el coronel permanecía en su sitio. No había aplaudido y tenía la mirada fija en “TN”.
 
–Es increíble que una muchacha sin un céntimo sea capaz de tocar infinitamente mejor que aquellas que han tenido a sus pies a los mejores maestros del país –dijo desde su silla, absolutamente pasmado, con aquel gesto a medio camino entre la sorpresa y el enfado. Siempre estaba enfadado. Cuando escuchó la exclamación ahogada de su propia madre se dio cuenta de que algo en su comentario no debía de ser del todo correcto. Repasó mentalmente sus palabras y comprobó que en una sola frase había insultado a “TN” llamándola pobre y a Violet y Laura diciendo que eran peores concertistas que la anterior. De las tres jóvenes, la única que parecía contrariada era Laura. Violet era de naturaleza demasiado alegre y de inteligencia demasiado lenta como para comprender las implicaciones de su comentario y “TN”… En cuanto a “TN”, no sabía qué pensar. No parecía ofendida, aunque debería estarlo, pero no podría asegurar si era demasiado tonta para entender sus desafortunadas palabras o si estaba impermeabilizada frente a ese tipo de comentarios.
 
–¡JOE, por Dios! –exclamó la señora JONAS, mortificada.
 
–No se preocupe, señora, al menos en lo que a mí respecta –aseguró “TN”–. No puede ofenderme que me llamen pobre cuando no tengo la culpa de serlo –comentó con una sonrisa que ocultaba su enfado. La carcajada del coronel rompió la tensión del ambiente. Todos lo miraron sorprendidos.
 
–Es usted en verdad peleona, señorita Murray –dijo–, sigue con su tema: las injusticias que sufren las féminas. Así que no es culpable de su pobreza porque al ser mujer no se le permite ganarse la vida –la idea cruzó la mente de JOSEPH JONAS y, sin sopesarla, se la expuso a la joven–, pero voy a poner remedio a eso. ¿Qué le parecería si yo la contrato? Necesito un administrador. La trataría como a un hombre: le ensañaré cómo quiero que administre Bardinton Hall durante un mes, después le exigiré lo mismo que a mi antiguo administrador y le pagaré lo mismo que a él –al decir esto contrajo brevemente el gesto. Su antiguo administrador era también su padre biológico–. Veamos si es cierto que las mujeres pueden asumir los deberes de un hombre en vez de lloriquear y desmayarse ante el más mínimo contratiempo…
 
–No acepto –se apresuró a responder “TN”.
 
–¿No acepta? –preguntó él burlonamente, creyendo que había ganado aquel enfrentamiento y había demostrado la debilidad de carácter de la joven.
 
–¡Por supuesto que no acepta, JOE! ¡Es un ofrecimiento del todo inadecuado para una dama! –aseguró la señora JONAS mirando a su hijo.
 
–El trabajo sí lo acepto, señora –dijo la joven mirando a la anciana–. No considero que sea inadecuado realizar un trabajo decente a las órdenes de una familia respetable –todos la miraron con cierto fruncimiento de ceño, pues sí lo consideraron inadecuado, pero la comprendieron debido a sus necesidades económicas. La señorita Laura Barry estaba horrorizada: debido a la bancarrota de su familia, y si no conseguía pronto un marido rico, tal vez ella también se viera obligada a trabajar.
 
–¿Entonces qué es lo que no acepta? –quiso saber el coronel, recordando la inicial negativa de “TN”. Ella lo miró con cautela, sin alterarse.
 
–Lo que no acepto es ser representante de todo el género femenino. Es injusto. A los hombres no se les puede juzgar por lo que haya hecho uno solo de ellos. Me niego a que se juzgue a las mujeres de acuerdo a mis méritos o fracasos. Si desempeño bien el trabajo, eso no significa que todas las mujeres del mundo también pudieran hacerlo y si fracaso, tampoco significa que las demás no pudieran hacerlo –tomó aire antes de seguir hablando–. Yo no juzgo a todos los hombres de Inglaterra de acuerdo a la opinión que tengo sobre usted –la joven le sonrió al coronel y este entrecerró los ojos ante la sombra de burla que había en aquellas palabras. Por unos instantes, ambos se olvidaron de que el resto de los asistentes a la velada los estaba observando y, como si el tiempo se hubiese detenido, se miraron sin tregua, llenos de ira.
 
–La espero mañana a las once en Bardinton Hall. Si llega un minuto tarde, no la atendré –fue todo lo que dijo el coronel.
 
–Me parece justo –respondió ella, con la barbilla levemente alzada. Iba a demostrarle a aquel monstruo de lo que era capaz.
 
***
 
Cuando la velada hubo finalizado, los Walpole discutieron brevemente sobre el pequeño conflicto surgido entre el coronel y la señorita Murray. El anciano señor Walpole disculpaba el deseo de ella de trabajar, pues conocía su situación económica. Timothy Walpole dijo haberse asombrado ante el carácter de “TN”, pues la había imaginado sosa y gris y había resultado una grata sorpresa, a pesar de que algunas de sus ideas eran ciertamente escandalosas. La hermosa y pizpireta Violet Walpole se entristeció por segunda vez en su vida ante las palabras de su primo. La primera vez que se había entristecido había sido varios años atrás, cuando Timothy había declarado que Dorothea Walpole era la joven más bonita que había visto en su vida… No podía imaginarse nada más horrible que competir con su propia hermana por el amor de Timothy.
 
De camino a su casa, en el traqueteante carruaje, la señora JONAS no se atrevía a decirle ni una palabra a su hijo. Lo conocía lo suficientemente bien como para saber que en aquellos momentos estaba de un humor de perros. Nadie se le había enfrentado jamás tan abiertamente y “TN” había logrado lo que la señora JONAS creyó que nunca vería: dejar sin palabras al coronel.
 
–¿Estás segura de aceptar ese trabajo? –preguntó la prima Del a “TN” cuando ya habían llegado a casa.
 
–Por supuesto que sí –dijo “TN” con total convicción–. Necesitamos ese dinero.
 
–Él tratará de hacerte la vida imposible, querida –la anciana parecía preocupada.
 
–Pero no lo logrará –aseguró la joven con una amplia sonrisa.
 
–¿Cómo puedes saberlo? No lo conoces, no sabes de lo que es capaz…
 
–Me conozco a mí y eso basta –dijo “TN”. Estaba acostumbrada a sufrir y a trabajar. Su padre no había tenido dinero para contratar administradores y siempre había hecho ese trabajo él mismo y, cuando enfermó, “TN” había tenido que ocupar su lugar. Es cierto que lo hizo durante poco tiempo y que carecía de las nociones más básicas, pero Aldrich Park no se había hundido. Además, con las indicaciones del coronel ella aprendería rápido. Siempre había tenido una inteligencia despierta. La sangre le hirvió de ira al pensar en JOSEPH JONAS. Aquel maldito se había acercado a ella cuando ya se disponían a abandonar la casa de los Walpole y, mientras su prima Del se despedía del anfitrión, el coronel le había susurrado unas palabras al oído.
 
–¿Siempre ha tenido usted la lengua tan larga? Me cuesta creer que su padre le hubiera permitido exponer sus ideas en público –la voz de él era apenas un murmullo y su mirada, tan burlona como siempre.
 
–Mi padre ni siquiera conocía mis pensamientos y no, jamás los expuse en público hasta ahora. Tras la muerte de mi padre, no hay nadie que me amordace. Hoy ha sido la primera vez en mi vida que he sido yo misma y me ha resultado liberador –los ojos de “TN” chispeaban de fuerza y entusiasmo y dieron brillo a su rostro.
 
–¿Se da cuenta de lo peligroso que es eso? –le preguntó él con el ceño fruncido. La joven se encogió de hombros.
 
–Una mujer libre e inteligente siempre resulta sumamente peligrosa, coronel, pero imagino que eso no es algo que asuste a una persona como usted, que ha estado en la guerra, ¿o sí le asusto? –“TN” se dio media vuelta y se encaminó hacia el pequeño grupo que, en la entrada de la mansión, se estaba despidiendo. El coronel se quedó plantado y boquiabierto en medio del hall. Jamás, en toda su vida, había conocido a una mujer como aquella
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Mensaje por chelis Mar 25 Mar 2014, 1:05 pm

Por todo los héroes del planeta...... Ella es la mia!!!!!!!..... Dejo a todos con la boca abierta y aaaaaaaaaaahhhhh!!!..... Como dice mi sobrinito .... Toma chango tu banana!!!.... Jajajajajajajajaja
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Mensaje por PEZA Mar 25 Mar 2014, 5:56 pm

CAPÍTULO 5
 
El día había amanecido nublado, aunque nada indicaba que fuese a llover, de manera que “TN” decidió ir dando un paseo hasta Bardinton Hall, la casa del coronel. Vista desde lejos, la monstruosa mansión daba tanto miedo como su dueño. Era inmensa, con muros de piedra oscura recubierta de hiedra y dos torres tan tétricas que uno esperaría que en ellas habitaran fantasmas. Los jardines que la rodeaban estaban cuidados y eran hermosos, pero no tan afrancesados como los de la familia Walpone. Los JONAS respetaban, hasta cierto punto, la libertad de los árboles para crecer a su antojo, en vez de ir recortando formas a sus ramas, tal y como hacían sus vecinos. Con todo, la mansión era hermosa, pero sobrecogedora. Parecía sacada de una novela gótica de esas que estaban tan de moda en la época. “TN” no perdió detalle de cuanto iba viendo según se acercaba y en el instante en que un jardinero apareció detrás de una de las celosías cercanas a las caballerizas, la joven se dirigió a él para hacerle unas preguntas.
 
–Perdone, ¿cómo se llama? –el hombre tenía el pelo canoso y un poco largo. Llevaba unas tijeras de podar en la mano y una gorra que se quitó de inmediato antes de hablar con ella.
 
–Dobson, señorita –respondió con amabilidad.
 
–Mi nombre es “TN” Murray y hoy comienzo a trabajar para el coronel. ¿Usted lleva mucho tiempo aquí? –quiso saber.
 
–Trabajo en Bardinton Hall desde la época del padre del señor.
 
–Qué bien, entonces podrá responderme a una pregunta… Verá –comenzó la joven–, tengo miedo de hacer algo que incomode al coronel. Me he dado cuenta de que es un hombre con mucho carácter y al que le gusta que las cosas se hagan exactamente como ordena, sin embargo a mí no me ha dado ninguna indicación… ¿Podría decirme cuáles eran las costumbres del anterior administrador? –“TN” vio cómo el jardinero fruncía el ceño. No creía que ella fuese la nueva administradora, pero igualmente respondió.
 
–En esta casa hay unas costumbres establecidas que se siguen a rajatabla desde hace décadas… El señor York, el antiguo administrador, que Dios guarde su alma, accedía a la mansión por la puerta trasera –el hombre señaló la puerta acristalada que había en la fachada posterior de la mansión– justo a las once menos cinco de la mañana. Se paraba ante el reloj de pared que hay en el hall y cuando comenzaba a dar las once campanadas, llamaba a la puerta de la izquierda, que es el despacho del señor.
 
–Muchas gracias, Dobson –le dijo “TN” con una sonrisa que el jardinero respondió con una leve inclinación.
 
–Con mucho gusto, señorita. Aquí estoy para lo que necesite –la miró alejarse con el ceño fruncido. ¿Realmente aquella joven tan poco agraciada iría a administrar las propiedades del coronel?
 
***
 
–James, cuando llegue la señorita Murray, dígale que no puede acceder a Bardinton Hall por la puerta principal, sino por la trasera. Acompáñela por fuera del edificio hasta aquí, no por el interior, ¿de acuerdo? –le indicó el coronel a su mayordomo.
 
–Así se hará, señor –le dijo el anciano con una inclinación de cabeza. El coronel se sentó detrás de su escritorio y comenzó a saborear su pequeña venganza. Estaba de un humor de perros desde el desayuno. Su madre había tenido con él una de esas conversaciones que lo enervaban.
 
–JOE, has sido terriblemente injusto con la señorita Murray y con todas las mujeres, en realidad… ¿De dónde has sacado esa tontería de que no servimos para nada? Una cosa es que sea inadecuado que trabajemos y que la sociedad nos juzgue mal por ello y otra muy distinta es que no seamos capaces de desarrollar un buen trabajo –le había dicho su madre entre sorbo y sorbo de su té matutino–. Nunca habías mostrado unos pensamientos tan ofensivos y tan cínicos, querido.
 
Era cierto. Él jamás había pensado que una mujer no fuese capaz de realizar un trabajo con seriedad, ni que lo único para lo que estaban capacitadas fueran para el aleteo de sus pestañas, la coquetería y la manipulación. Jamás había pensado así. Durante la guerra, por ejemplo, había visto el coraje de las enfermeras, que con pocos medios salvaban vidas o ayudaban a morir dignamente a los soldados. El propio JOSEPH había tenido que hacer verdaderos esfuerzos para no vomitar la primera vez que había visto un hospital militar. El olor metálico y dulzón de la sangre, la visión terrorífica de los cuerpos desmembrados… Sin embargo, aquellas enfermeras hacían su labor con entereza y hasta con cariño. No, nunca había pensado que una mujer no estuviera capacitada para hacer un buen trabajo, pero desde que había descubierto que su madre había mantenido un engaño tan terrible como el que hacía poco había descubierto, ya no confiaba en ninguna mujer. Todas le parecían manipuladoras y capaces de las acciones más ruines. Si su madre, a la que siempre había considerado la mejor de las mujeres, era capaz de hacer pasar por hijo de un JONAS al hijo de un simple administrador apellidado York, ¿de qué no serían capaces el resto de las mujeres?
 
JOSEPH miró el reloj que había sobre su despacho. Eran las once menos cinco y la señorita Murray aún no había hecho acto de presencia. Probablemente llegaría tarde y él se vería en la obligación de cumplir su palabra y no recibirla. Para su sorpresa, eso no lo alegró. Le molestaría no tener cerca a “TN” Murray y ver de qué era capaz aquella muchacha. Puede que su físico no hiciera que todos los ojos la siguieran cuando entraba en un salón, pero en el momento en el que abría la boca, la cosa cambiaba y eso era mucho más de lo que se podía decir de las damas que conocía. “TN” Murray era sumamente interesante y estaba llena de sorpresas.
 
El reloj de pared indicó que ya eran las once y justo en el instante en el que comenzaron a sonar las campanadas, el coronel escuchó unos golpes en la puerta. Frunció el ceño. ¿Quién demonios podía estar llamando a aquella puerta, solo reservada para el administrador?
 
–Adelante –dijo con tono malhumorado. La puerta se abrió y la pequeña figura de “TN” Murray apareció tras ella. Llevaba puesto uno de sus horribles vestidos, en este caso, de color marrón oscuro y con un cuellecito blanco. El sombrero no la favorecía en absoluto y JOSEPH JONAS pensó que ni haciéndolo a propósito podría ir peor vestida. ¿Sería eso? ¿Acaso “TN” se vistiera así a propósito? Cosas más extrañas se habían visto… Quizás como no podía destacar por bonita, decidiera hacerlo por insulsa… ¿Insulsa? El coronel recordó la llama que ardía en sus ojos color miel la tarde anterior cuando defendía con vehemencia sus ideas y llegó a la conclusión de que aquella joven no eran en absoluto insulta y cuando algo la emocionaba, su rostro adquiría una luz especial. No era una belleza, pero tenía ángel y era una lástima que nadie le hubiera hecho notar que la dulzura y el candor podían ser tan embriagadores para un hombre como la belleza escandalosa de algunas mujeres.
 
–Buenos días, coronel –dijo ella y, al instante, pareció dudar–. ¿O debo llamarlo señor JONAS?
 
–Prefiero que me llame coronel –le dijo pensativo. Desde luego, se sentía más identificado con el título de coronel que con el apellido JONAS, un apellido que no era el suyo… La joven se quedó unos instantes de pie, esperando a que le indicara que podía pasar. En ese momento, por la otra puerta del despacho, la que daba al ala principal de la casa, apareció el mayordomo tras haber llamado con los nudillos.
 
–Me temo que la señorita Murray no ha llegado puntualmente, señor. ¿Debo indicarle que usted no la recibirá cuando llegue? –preguntó el mayordomo. El coronel indicó a la muchacha con un leve movimiento de cabeza y el gesto un tanto contrariado.
 
–La señorita ya ha llegado. Puede retirarse –le dijo JOSEPH. “TN” vio cómo el anciano desaparecía tras la enorme puerta de roble macizo.
 
–De modo que no ha sido mi mayordomo el que la condujo hasta aquí… –comentó pensativo–. ¿Cómo sabía entonces que debía entrar por la puerta trasera? –estaba verdaderamente interesado en averiguarlo.
 
–Me encontré con su jardinero, el señor Dobson, y le pregunté cómo se conducía el anterior administrador. Ayer usted no me dio ninguna indicación y como me parece que es un tanto… estricto, no quería hacer nada para incomodarlo. Imaginé que sería un hombre de costumbres fijas y quise respetar esas costumbres –la joven seguía de pie. El coronel respiró profundamente tras escucharla y descubrió que tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para que no se le escapara una sonrisa. ¿Cuánto hacía que no había sentido deseos de sonreír de verdad? “TN” era punzante con sus palabras. Lo había llamado “estricto” y se lo había dicho con aquel gesto un tanto altanero que había utilizado la tarde anterior. Debía reconocer que la muchacha estaba siempre un paso por delante, que averiguaba las cosas para no cometer errores y que parecía dispuesta a demostrar algo que el coronel ya sabía a esas alturas: que era capaz de desempeñar a la perfección aquel trabajo.
 
–Siéntese, por favor –le dijo JOSEPH. Ella tomó asiento en la silla que había frente al escritorio y comenzó a desatar las cintas de su sombrero para quitárselo. Sus dedos se movían con elegante ligereza y él recordó el modo sublime en que aquellos dedos habían acariciado las teclas del piano.
 
–Hay una cuestión sobre la que aún no hemos hablado… –dijo ella mirándolo fijamente y dispuesta a no dejarse intimidar por aquellos ojos diabólicos. Como el coronel no emitió ningún sonido, simplemente alzó la ceja izquierda, ella continuó–. Me gustaría saber cuáles van a ser mis honorarios.
 
–Vaya, vaya… No se anda usted por las ramas, señorita. Ayer le dije que le pagaría lo mismo que a mi anterior administrador –hizo una pausa dramática para crear expectación–. Trescientas libras anuales. Pero como comprenderá, unos honorarios tan altos exigen un trabajo perfecto.
 
–Por supuesto –dijo ella, conteniendo aún la respiración. ¡Aquello, para ella, era una pequeña fortuna!
 
–Bien, pues si estamos de acuerdo, comencemos cuanto antes. Quiero saber cuánto debo enseñarle y cuánto sabe –el coronel la miraba con fijeza, captando hasta los más pequeños detalles de su rostro, el modo en el que sus pupilas se dilataron al saber cuánto iba a pagarle, el leve fruncimiento de sus labios y la seriedad de su rostro cuando él comenzó a preguntarle sus conocimientos–. ¿Sabe enviar cartas comerciales, hacer balances anuales, llevar las cuentas de los arrendatarios, solucionar los problemas que una propiedad tan grande provoca…?
 
–Sólo sé hacer balances, me temo… –aquello también era una sorpresa. “TN” lo había dicho un tanto compungida, dando más importancia a todo lo que no sabía que a lo que sí era capaz de hacer, en cambio, el coronel se quedó asombrado de que la joven supiera hacer balances. ¿Qué más sorpresas le deparaba aquel ratoncito?
 
–Mañana comenzaré a enseñarle. La quiero aquí todos los días a las once, excepto el domingo, que es su día libre. Sus obligaciones la tendrán entre estos muros hasta las cinco de la tarde.
 
–¿Me dará tiempo a comer en mi casa? –quiso saber ella. El coronel frunció el ceño.
 
–Depende de lo rápida que sea usted caminando, porque ha venido caminando, ¿verdad? –le preguntó al tiempo que miraba los bajos de su vestido, húmedos debido al rocío de la mañana que aún cubría la hierba.
 
–Soy muy rápida caminando, no se preocupe –dijo, de nuevo con aquel gesto altanero que al coronel comenzaba a gustarle. Él la miró de arriba abajo haciéndola sentir incómoda. Pareció reflexionar unos segundos antes de hablar de nuevo.
 
–Con lo que ganará ahora, sumado a la asignación que le corresponde tras la muerte de su padre, ya no le faltan medios para vestirse como corresponde a alguien de su clase. Vaya cuanto antes a la modista de Monk y encárguele vestidos. Los suyos no son dignos ni para cuidar a los puercos. ¡Y haga algo con ese pelo, por el amor de Dios! –“TN” estaba boquiabierta. Sabía lo que la gente pensaba de ella, pero jamás había creído que nadie se atreviera a verbalizarlo en voz alta. Puede que lo que el coronel decía fuese cierto, pero había una intención tan mezquina en sus palabras, que ella lo hubiera golpeado de haber podido. Su primer impulso fue justificarse, decirle que nunca había tenido dinero suficiente para vestirse bien, ni había tenido buen gusto ni nadie que la ayudara a elegir la ropa adecuada o el peinado más favorecedor, pero decidió que no le daría el gusto de mostrarle sus puntos débiles, ni de hacerle saber que la había ofendido. Además, no iba a poner en peligro unos honorarios de trescientas libras anuales por unos vestidos. Si él la quería vestida a la moda, se vestiría a la moda, maldita sea.
 
–Por supuesto, coronel, no se preocupe. Me encargaré de que me vistan y me peinen acorde a la insigne mansión en la que voy a trabajar –ella hubiera querido detenerse ahí, ya había cargado sus palabras de ironía y con eso bastaba, pero no pudo detenerse y dio rienda suelta a su veneno–. Claro que el primero que debería lucir como un caballero es usted y no yo… Con esa barba horrible y ese pelo endiablado parece un salvaje de las selvas de Borneo –hizo una leve inclinación y salió por la puerta trasera del despacho. El coronel se mesó la barba con la mano y dejó escapar una sonrisa. No sabía qué tenía aquella muchacha que lograba mejorarle el humor. A veces lo enfurecía, pero la mayor parte del tiempo, le arrancaba una sonrisa con sus ocurrencias y hacía demasiado tiempo que no se divertía con nada ni con nadie. Verla perdiendo la paciencia y enfureciéndose iba a ser su principal labor en adelante. ¿Cuánto sería capaz de soportar ella a cambio de trescientas libras anuales?
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Mensaje por PEZA Mar 25 Mar 2014, 6:10 pm

CAPÍTULO 6
 
–¿Está segura de que este es el estilo que más me favorece? –le preguntó ansiosa “TN” a la prima Del. La anciana sonrió ampliamente por toda respuesta. Ambas habían ido a primeras horas de la mañana a Monk y decidieron pasar allí el día. Muy temprano, un trabajador de Bardinton Hall había llevado la noticia de que “TN” podía tomarse el día libre, pues el coronel había viajado hasta Abershire, la ciudad más grande del condado de Morningdale, y sin él en la casa para enseñarle sus nuevas funciones, su presencia allí era innecesaria.
 
Tras el desayuno, ambas mujeres se habían dirigido en el carruaje al pueblecito de Monk. “TN” lo había cruzado el día de su llegada, pero hasta ese instante no se había detenido a observar el lugar. Se trataba de un pequeño núcleo de casas construidas en torno a una plaza central. Al fondo, podía verse la iglesia. Las calles eran empedradas y olían a heno, que se acumulaba en las esquinas. Los edificios estaban construidos con piedra oscura sacada de la cantera cercana a los acantilados y tenían dos plantas, en la parte baja había un negocio –la herrería, la zapatería, la tienda de la modista Smitton,… – y en la parte alta se encontraban las viviendas de los comerciantes, a las que accedían por una escalera interior. Monk tenía cierto encanto y a “TN” le cayó bien su gente, especialmente la señorita Potts, la joven que llevaba el servicio postal. Había ido a entregar una carta para la señora Patrick, su vecina en Londres, y ambas jóvenes habían intercambiado unas cuantas palabras, demostrando que se habían caído bien de inmediato. “Tiene que venir a tomar un té alguna tarde, señorita Potts”, le había dicho la prima Del en cuanto se dio cuenta de que ambas muchachas habían congeniado. “Estaría encantada”, respondió la joven. Carrie Potts acababa de cumplir veintidós años y sus esperanzas de casarse eran tan escasas como las de la propia “TN”. Llevaba el servicio postal desde que su padre enfermara y sus extraños intereses alejaban a cualquier posible candidato, a pesar de ser bastante bonita. Carrie Potts adoraba la botánica y pasaba buena parte de su tiempo libre recogiendo esquejes y estudiando la flora de la zona. Cuando “TN” y la prima Del se despidieron de ella, se dirigieron de inmediato al establecimiento de la modista, la señora Smitton. Para “TN” había sido un auténtico suplicio subirse a un taburete y contemplarse frente al espejo mientras la modista le tomaba las medidas y le enseñaba el muestrario de telas y de modelos. Realmente, ella no tenía ni idea de moda, así que dejó que la primera Del y la propia señora Smitton tomaran sus decisiones. El resultado final fueron quince vestidos de excelente tela, colores pastel y corte imperio, otros dos vestidos de fiesta, de seda, uno blanco y otro azul pálido, y varios chales y sombreros. La modista aseguró que un pedido tan amplio tardaría más de una semana, pero podría ir a recoger los tres primeros vestidos, chales y sombreros en tres días.
 
–Señora Smitton, ¿sigue trabajando como peluquera la señorita Vinnifraid? –preguntó la prima Del.
 
–No como antes, me temo. Sus manos han comenzado a torcerse por culpa de su problema de huesos, pero seguro que por ser usted, le hará un trabajo puntual –la modista sonrió al decirlo. Estaba tan hermosamente vestida que parecía una dama sacada de un retrato. “TN” se preguntó si unos simples vestidos podrían hacer que ella luciera mejor, más atractiva.
 
–Oh, no es para mí. Es para la señorita Murray. Debemos hacer algo urgentemente con su pelo –dijo la anciana, y la señora Smitton asintió, dándole la razón. Ambas mujeres se dirigieron entonces a la casa de la señorita Vinnifraid, al final del pueblo, justo al lado de la iglesia. La mujer no era demasiado mayor, “TN” calculó que tendría menos de cincuenta años, pero los dedos de sus manos habían comenzado a torcerse, lo que dificultaría mucho su día a día. Accedió, así todo, a arreglar el cabello de la joven. Cortó unos mechones alrededor de su rostro para que endulzaran sus rasgos y la enseñó cómo debía peinarse. A pesar de ser bastante torpe en cuestiones estéticas, “TN” no tardó en aprender a manejar su cabello y no cabía duda de que con el paso de los días y la práctica, cada vez se lo recogería mejor.
 
–Creo que el coronel se quedará pasmado cuando te vea –le dijo la prima Del cuando ya habían llegado a su casa y se disponían a tomar la cena. “TN” tenía que reconocer que el peinado le daba un aire distinto. Ya no parecía una solterona amargada, ni una novicia, parecía una muchacha normal y corriente, de las que no llamaban la atención por hermosas, pero tampoco por feas. De ahí a asegurar que el coronel iba a quedar impresionado, había un trecho.
 
–Lo dudo. Si no se pasma al contemplar a dos bellezas como las señoritas Violet Walpole o Laura Barry, menos se va a pasmar conmigo –aseguró la joven.
–No lo entiendes, querida… Esas jóvenes siempre han sido hermosas, pero tú apareciste ante él con un aspecto muy poco favorecedor y ahora estás realmente encantadora, tu piel parece más luminosa, tus ojos brillan y destaca su tonalidad verde y sin ese horrible moño tirante que llevabas, se te ve fresca y bonita.
 
–¿Bonita? Creo que el cariño te ciega, prima Del –aseguró Penélope con una media sonrisa.
 
–No, te lo aseguro. Tienes una dulzura especial en el rostro y eso es ciertamente llamativo si lo combinamos con tu carácter… volcánico –la anciana sonrió.
 
–Yo no diría que mi carácter es volcánico… Quizás es un tanto inadecuado, pero volcánico no. Volcánico es el carácter del coronel. Volcánico y hasta… satánico –dijo ella.
 
–¡Por Dios, no exageres! No es satánico en absoluto. En realidad era un hombre muy cortés antes de ir a la guerra, pero algo que vio allí lo cambió para siempre –la anciana se quedó pensativa unos instantes, pero luego volvió a sonreír–, y aunque te cueste creerlo, debajo de todo ese pelo, hay un rostro increíblemente atractivo…
 
–Eso no me lo creo –aseguró “TN”–. El coronel posee un alma negra y atormentada que se asoma a sus terribles ojos negros y nadie con un alma tan malvada puede ser atractivo.
 
–Te lo aseguro, querida, el coronel es mucho más que aceptable físicamente –la anciana lo dijo con tal convencimiento que la joven frunció el ceño. De todos modos, poco importaba que fuera o no atractivo. Con todo aquel pelo y aquella barba salvaje, parecía justo lo que era: un demonio.
 
***
 
A la mañana siguiente, aunque “TN” todavía no tenía sus vestidos nuevos, se esmeró en peinarse tal y como la había enseñado la peluquera, a pesar de que sabía que, debido al carácter malvado del coronel, este incidiría en que sus vestidos seguían siendo los mismos horribles andrajos de siempre, en vez de hacer hincapié en lo mucho que el nuevo peinado la favorecía, pero la joven iba preparada para sus malévolas palabras, de modo que él no podría hacerle daño. No fue caminando, pues había comenzado a lloviznar desde varias horas antes. Se dirigió en carruaje a Bardinton Hall e hizo el ritual que ya era costumbre en aquella insigne mansión: a las once menos cinco esperó bajo el reloj de pared para llamar a la puerta justo cuando las campanadas indicaran la hora en punto. El día anterior se había preguntado por qué el coronel le había dado el día libre y qué era aquello tan urgente que éste debía hacer en Abershire.
 
–Adelante –escuchó la voz profunda del coronel instantes después de que ella golpeara la puerta con los nudillos. Al entrar, lo vio de pie ante la ventana que daba al jardín, estaba de espaldas y no notó nada extraño al principio.
 
–Buenos días –dijo ella, preparándose para que él viera su nuevo peinado y lo ignorara para centrarse en que sus vestidos seguían siendo los mismos de siempre. El coronel se dio la vuelta despacio y “TN” descubrió, pasmada, que no conocía al hombre que tenía ante ella y que sólo podría asegurar que era el coronel por su terrible voz de trueno y aquellos malévolos ojos negros, pero por lo demás… Por lo demás, no lo hubiera reconocido. De modo que ese era el motivo por el que había ido a Abershire el día anterior, para visitar a su peluquero. ¡El coronel se había cortado el pelo y la barba había desaparecido de su rostro! La joven estaba boquiabierta y no pudo evitar el gesto de estupor. JOSEPH JONAS era el hombre más endiabladamente atractivo que había visto en su vida. Su piel era muy morena y, sin la barba, el impacto que producían sus ojos era aún mayor. Tenía un mentón firme y marcado y una boca hermosamente dibujada. Todo en aquel rostro rezumaba fuerza y virilidad y otra cosa que “TN” no pudo identificar, pero que la puso muy nerviosa. Estaba tan extasiada en contemplar el atractivo rostro masculino, que no fue consciente de cuándo él había comenzado a esbozar su cínica sonrisa.
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