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Mensaje por harrystyes Lun 09 Sep 2013, 10:48 am


capítulo cuatro (segunda parte)



Ardor



Sus ojos oscuros soltaban llamaradas y ese fuego me estaba recorriendo completamente. Me comenzaba a sentir incómodo pero a la vez mi cuerpo estaba reaccionando a su extraña mirada.

Maldito.

Intenté sacar algo coherente de mi boca pero no encontraba nada con ella mirándome como si me quisiera debajo suyo en ese momento.

Me puse rígido cuando Gabriela dio un paso adelante y tuve su boca a escasos centímetros de la mía. Su aliento olía a alcohol y a otra cosa que no super identificar, pero supe que me gustaba. 
Sacudí la cabeza reprendiéndome a mí mismo: el alcohol corre por su sistema.

—Haar-rry —dijo arrastrando las palabras como si tuviera arena en la boca. 
Mi cuerpo entero se estremeció cuando rozó mi abdomen con las puntas de sus dedos. Di un paso hacia atrás y me vi envuelto por el pequeño cuerto de baño. 

Mierda. Ahora si que no tenía como escapar.

—Te he echado tanto de menos... ¿tú no me has echado de menos? —susurró y volvió a invadir mi espacio personal.

—Gabriela, estás borracha, no quieres hacer esto —solté intentando despegarme de ella nuevamente.
Igual, ¿qué se supone que estaba haciendo a parte de acercarse peligrosamente a mí? Mi cuerpo me traicionaba; mi cuerpo reaccionaba demasiado bien a su cercanía, pero mi mente—la parte de arriba, no la de abajo—me decía que tenía que irme antes de que hiciera algo que más tarde me arrepentiría.

Fracasé.

Gabriela se me había pegado tanto que juraba poder sentir cada curva de su cuerpo contra el mío. 

—¿No me deseas, Harry? —preguntó haciendo un puchero demasiado dulce que me hizo más difícil mantener la vista apartada de ella.

—Gabriela —la sujeté suavemente de los hombros y la aparté de mí. Esta vez no volvió a pegarse.

—Está bien, no es el momento adecuado para hablar de esto, ¿no te parece?

Pasé por su lado, alcanzando la puerta pero ella volvió a acercarse, y tanto que pude sentir su aliento en mi oreja. Me estremecí.

—No escapes de mí, Harry —susurró sobre mi oído—. Tu cuerpo te delata.

Apreté los labios sabiendo que tenía razón. Mi cuerpo estaba diciéndome que la acorralase en la esquina y que le hicieran cosas que ni yo mismo sabría que podían hacerse. 

Mi cuerpo estaba ganándole a mi moral.

—Ga-gabriela, vamos... no... —me atraganté con mis propias palabras cuando sentí la calidez de sus labios sobre el lóbulo de mi oreja. Suspiré y apreté las manos en puños.

—Shh... sé que lo quieres —siguió bajando por el hueco de entre mi oreja y el cuello.

—Gabriela —no fue más que un susurro y sus labios llegaron a la curvatura de mi hombro.

Quería correr y meterme en agua fría de cabeza.

Mi cuerpo entero estaba respondiendo a sus besos, a sus caricias con sus labios, a su cercanía. No iba a aguantar mucho más. Tenía que apartarla ahora o no saldría de aquí ni aunque quisiera.

—No tienes que hablar —susurró y me dio la vuelta para quedar frente a ella, cara a cara.

Su mirada hambrienta hizo que mi cuerpo se calentara aún más y sentí un dolor bastante notorio entre mis pantalones.

Maldición.

Antes de que pudiera reaccionar, Gabriela estaba acariciando mi abdomen y acercándose peligrosamente al cinturón de mis pantalones. Lo peor de todo era que no podía moverme, no podía. 

Era como si sus manos estuvieran haciendo algún tipo de magia y me mantuviera quieto, a su merced. 

Mi pecho subía y bajaba, respirando en jadeos y estaba comenzando a sudar.
En un segundo tenía a Gabriela a la altura de mi boca, mordiéndose el labio descaradamente. No estaba ayudando.

—Ríndete, Harry, lo deseas tanto como yo —susurró a tal vez dos centímetros de mis labios deseosos de los suyos.

—Gabriela, estás borracha, no quieres hacerlo... oh dios —me cuerpo se desplomó al sentir el tacto de sus dedos por la parte baja de mi estómago. Cerré los ojos y suspiré sonoramente, derrochando el deseo que mi cuerpo sentía.

—Sé lo que hago —lentamente fue subiendo mi camisa negra en forma de V y podía sentir las yemas de sus dedos siguiendo el recorrido de la tela. Su mirada se posó en mi estómago y rápidamente me miró a los ojos, con una mirada de puro deseo—. Me gusta lo que veo.

Mis sentidos estaban bloqueados, no sabían a que dirección dirigirse. No sabían si ceder y responder a las manos de Gabriela o permanecer quietos a su pesar. Yo tampoco sabía qué hacer.

Se agachó y supe que fue mi fin. 

Sus labios se posaron delicadamente en una de un lado de mis caderas, haciendo todo el recorrido hasta el otro lado. Fue subiendo lentamente, incendiando mi cuerpo a su paso, como si me hubiera tirado una cerilla encendida y ahora estuviera haciendo su efecto, quemándome completamente. 

El dolor y la necesidad de poner mis manos en su cuerpo me hizo difícil respirar.

—Lo deseas tanto como yo —susurró apoyando ambas manos en mi pecho acelerado—. No podrás resistirte para siempre. 

Voces de gente acercándose peligrosamente al cuarto de baño me hicieron tomar parte del control de mi cuerpo. Di un paso hacia atrás, separándome de su contacto y quedando pegado a la puerta. Busqué a tientas el picaporte y tiré de él, encontrándome con las miradas curiosas de Jennifer y otro chico que no era Zayn pero que estaba muy cerca de Jennifer. No podía pensar en eso, en nada. Debía salir de ahí y darme una ducha de agua halada. Sí, eso debía hacer.

Me coloqué la camisa correctamente, intentando respirar con normalidad y bajé las escaleras, tropezándome más de una vez con la gente que descansaba en las escaleras. 

—¡Harry! ¿A dónde vas? —la voz de Natalia me llegó por encima de la música y me giré para encontrarla a metros de mi.

—Yo-yo me voy. Me tengo que ir... 

—¿Cómo? ¿Ya te vas? —gritó frunciendo el ceño.

Asentí con la cabeza, comenzando a sudar y a sentir la necesidad de vomitar. Hacía mucho calor y había mucho ruido. Tenía que salir de ahí.

—Lo siento. Mi padre me ha llamado, necesita que vuelva a casa —mi voz sonó algo extraña en mis oídos pero tal vez fue por el conjunto de voces hablando a la vez y la música elevada. 

—¿Está todo bien? —me seguía mirando algo confusa pero la preocupación se denotaba en sus facciones.

—Sí, tranquila, sólo que quiere que vaya a ayudarlo para no sé que cosa. En serio, está bien —me fui alejando, regalándole una media sonrisa, tranqulizándola—. Te mando un mensaje cuando esté en casa, ¿de acuerdo?

Ella asintió, apretando los labios y desapareció con la multitud.

Al poner los pies en la acera de la calle, comencé a correr calle abajo, llevándome por delante a varios adolescentes pasados en alcohol y esquivando a otros que estaban a falta de una habitación.

Por el camino me deshice de mi camiseta y sentí la débil brisa del viento de primavera en mi pecho. Suspiré, recogiendo una bocanada de aire y lo solté, sin dejar de correr hacia la dirección de mi casa.
harrystyes
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Mensaje por holiscrayolis Lun 09 Sep 2013, 11:35 am

jaskfhaksjdfhas
Amé el capítulo.
Pobrecito Harry, lo dejaron con necesidad de... akjdfaskjfas
Me encantó.
Síguela cuando puedas. Heart by heart {Harry Styles} - Página 2 2841648573
holiscrayolis
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Mensaje por harrystyes Mar 10 Sep 2013, 11:01 am

holiscrayolis escribió:jaskfhaksjdfhas
Amé el capítulo.
Pobrecito Harry, lo dejaron con necesidad de... akjdfaskjfas
Me encantó.
Síguela cuando puedas. Heart by heart {Harry Styles} - Página 2 2841648573
:arrastro: gracias! 
jajajaja cierto, el pobre :( yo le quitaba esa necesidad ;) jajajajaja
pronto la sigo!
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Mensaje por harrystyes Sáb 21 Sep 2013, 9:24 am


capítulo cinco



El retrato



El viento me daba de pleno en la cara, susurrando al pasar.
Mis extremidades estaban gritando por tiempo muerto: no había corrido como lo estaba haciendo en este momento en mi vida. Pero lo necesitaba, necesitaba correr y borrar pensamientos estúpidos de mi cabeza. Necesitaba cansarme hasta encontrarme tirado en medio de la calle y que la gente se parase a ver si estaba consciente. 
Bueno, tampoco eso, pero casi hasta ese punto.
No había dormido bien en cosa de dos días, pensando en Gabriela, en sus manos recorriendo mi cuerpo, en sus ojos oscuros mirándome como si fuera algo más que un conocido para ella, en su aliento en mi cuello...
Sacudí la cabeza mientras doblaba la esquina y encontrándome de frente con la casa de la última persona que me gustaría ver en este momento—no realmente pero no iba ayudar en absoluto si quería borrarla de mi chip—: la casa de la familia Reed.
Observé con curiosidad que varios hombres en petos azules estaban cortando el césped y otros pintando la valla que rodeaba la propiedad de un blanco brillante. Justo en el momento que me preparé para desaparecer de ahí antes de que me viera alguien, salió un hombre de mediana edad por la puerta de la casa y lo reconocí enseguida. El padre de Gabriela.  El hombre se paró en el porche de su casa y observó como trabajaban los hombres, comprobando que estuvieran trabajando bajo sus órdenes.
Llevaba puesta una camisa azul celeste de vestir y unos pantalones grises igual de polutos. Estaba claro que seguía teniendo un rango importante en su impresa de arquitectura. 
No quise moverme porque sabía que si lo hacía el hombre iba a captar mi movimiento y me iba a ver, pero tampoco quería desaparecer de ahí después de que me haya visto. Suspirando, resignado, comencé a caminar tranquilamente y le pedí a los dioses que por favor no se diera cuenta de que estaba ahí. Fingí que no sabía que estaba en frente de su casa y todo fue bien hasta que escuché:
—¡Hey, chaval! 
Mierda.
Su voz me hizo parar en seco y me giré cautelosamente, encontrándome con el señor Reed mirándome con curiosidad.
—¿Eres de por aquí? —preguntó y agitó la cabeza—. Claro que vives por aquí, no estarías corriendo a estas horas por estas calles si no vivieras en este barrio.
En segundos estaba cruzando la calle para encontrase en frente mío. Quise desaparecer por debajo de las baldosas, como si hubiera una puerta que condujeraa al agujero más oscuro del mundo.
—Sí señor, vivo a unas pocas calles —susurré asintiendo con la cabeza. Me sorprendió lo firme que salieron mis palabras. Me sentía todo menos firme en este momento.
El hombre asintió con la cabeza, encantado. Por unos instantes me miró con ojos curiosos y me pareció ver una chispa de reconocimiento en ellos.
—Somos nuevos en este barrio y me gustaría darnos a mí y a mi familia una bienvenida como es debido. ¿Sabes si a tu padre le gustaría pasarse mañana a eso de las 6? Estáis invitados a cenar, también tu hermano.
Me puse tenso. ¿Cómo sabía el señor Reed que tenía un hermano? Fruncí el ceño, la pregunta era: ¿El señor Reed se acordaba de mi?
El señor Reed habrá notado mi confusión en mi cara porque dijo:
—Harry, sí, me acuerdo de ti. Tu cara y las charlas de Gabriela sobre ti no se olvidan —el hombre sonrió y yo contuve la respiración.
—Oh —sacudí la cabeza y no dije nada inmediatamente.
—¿Le dirás a tu padre? Solíamos llevarnos muy bien —comentó con buen humor.
Para ser un hombre tan importante en su línea parece de lo más normal, quiero decir, no es como esos hombres de su tipo que al decir dos palabras ya te hacen sentir inferior, pensé con asombro.
—Por supuesto. Seguro está encantado de venir.
—Genial —el señor Reed me palmeó en el hombro y me tensé un poco—. Entonces nos vemos. Espero verte por el alrededor.
Solté una sonrisa tensa y asentí con la cabeza. Sinceramente no me apetecía nada ir. Tendría que ver a Gabriela y no estaba preparado para eso. 
El señor Reed se despidió con la cabeza y comenzó a caminar de vuelta a su casa, pero no entró, se dirigió al garaje. Dándome la vuelta, comencé a trotar de nuevo y mis gemelos protestaron, pero me daba igual, seguiría corriendo hasta que llegara a casa. Lo más seguro es que Gabriela si quiera se acordara de lo que hizo anoche; estaba como una cuba, no sabía lo que hacía, y yo tampoco. 
***
Una mano en mi hombro me avisó de que Natalia había llegado a mi lado. 
Caminamos por los pasillos abarrotados de estudiantes y juntos entramos a clase de Inglés. 
—¿Cómo va todo? —preguntó Natalia cuando ya estábamos sentados en nuestros asientos—. Esperé tu mensaje pero no me llegó nada. 
Agité débilmente la cabeza.
—Lo siento, se me olvidó por completo —sentí que debía explicarme porque si no comenzaría a preguntarme—. Mi papá quería mi ayuda para montar un mueble nuevo en la sala. 
Natalia frunció el ceño.
—¿A las dos de la mañana?
Me encogí de hombros.
—Cuando no puede dormir hace ese tipo de cosas.
En ese momento mi querido amigo Niall me salvó.
—Hey —dijo sonriendo. Su mirada fue a mi—. Tío, ¿a dónde te fuiste anoche? Te estuve buscando.
—¿Natalia no te dijo nada? —miré a mi amiga quien se encogió de hombros con cara de pocos amigos.
—Qué va. Desapareció, por cierto, a ti también te estuve buscando —miró a Natalia curioso.
Noté como Natalia se tensaba y su cara pronto se volvió de un rojo carmesí. Hacia juego con la mecha de su cabello.
—Sí... No me sentía muy cómoda y decidí salir un rato...
—¿Fue después de que me fui? —pregunté.
Ella asintió rápidamente y supe que estaba mintiendo. No le negué nada. Sentía curiosidad por lo que estuvo haciendo y que no nos quería decir. Obviamente era algo que no le gustaría compartir con nosotros, por cualquier razón.
Niall por otro lado sentía más curiosidad y siguió presionándola hasta que ella lo mando a la mierda y ambos terminaron enfadados. Ya estaba costumbrado a este tipo de peleas entre ellos. Puse los ojos en blanco y saqué mi libro de inglés a la vez que entraba la señorita Scott y los últimos estudiantes que faltaban por llegar.
(...)
Las agujetas que me dejó la carrera del otro día me estaban pagando factura.
A penas podía estirar y el entrenador Smith me estaba llamando la atención cada 5 minutos. Odio el sonido de ese silbato. 
Hice todo lo que pude y poco a poco me mentalicé para la carrera que debíamos correr. Niall a mi lado estaba de mal humor y sabía exactamente por qué.
—¿Por qué no os dais algo de tregua? 
Niall me miró confuso. Ladeé la cabeza, dándole a entender a lo que me refería con la mirada.
Niall gruñó pero no me contestó. 
Pronto me llegó el sonido del silbato y comencé a pisar tierra.
***
La clase de Arte era mi favorita, después de recreo.
Realmente en esta clase no tenía que hacer gran cosa y lo mejor de todo es que se me daba bien. Irónico: era malísimo para el deporte pero en arte era Picasso.
El señor Gómez empezó poniendo el proyector de la clase para enseñarnos nuestro nuevo proyecto: un retrato echo a carboncillo. No estaba nada mal. Podía hacerlo. Cuando dijo que deberíamos escoger a alguien que conociéramos desde hace mucho tiempo me pregunté por qué, pero no le di mucha importancia. Lo único que sabía es que aprobaría este proyecto.
Teníamos dos semanas para hacerlo y entregarlo y teníamos que decirle a quién íbamos a dibujar; necesitaba saber quién era para poner una nota final.
Lo más seguro es que dibujara a Natalia. Dibujar a alguno de mis colegas quedaría muy gay y raro. 
Un sonido hueco en la puerta calló al profesor que estaba hablando y se dirigió a la puerta en dos zancadas. Me tensé completamente.
—Perdone, señor Gómez, he tenido que ir a enfermería.
La voz de Gabriela me llegó desde la parte de delante de la clase ya que yo me encontraba casi al final. Nunca me gustaba estar en frente de las clases. Me sentiría muy observado por todos y sobre todo por el profesor/a. No necesitaba eso.
¿Por qué Gabriela estuvo en la enfermería? ¿Por qué ha venido a clase ahora cuando ella llegó hace dos semanas?
—¿Le han cambiado el horario, señorita...?
—Reed —contestó ella asintiendo con la cabeza.
—Muy bien, señorita Reed —miró a toda la clase y asintió hacia una mesa de dos que era la mía y que el asiento de al lado estaba libre.
Mierda, mierda, mierda, ultra mierda.
Abrí los ojos y miré al profesor, rogándole que no lo hiciera, habían dos sitios libros a parte del mío.
—Siéntese con Stiles y siga la clase. Tendrá que preguntarle a un compañero más tarde lo que comenté antes de que llegara.
Ella asintió y se acercó a mi mesa—nuestra mesa ahora.
Cuando se sentó, nisiquiera me miró. Bien.
Mis entrañas estaban ahogándose y yo sentía mi corazón a 100 por hora. La miré de reojo y vi como miraba al frente, sin ninguna emoción a la vista. Decidí también mirar al frente; estaba decidida a hacer como no existiera. Yo también podía hacerlo.
No iba a mentirme, yo no podía hacerlo. La sentía por todas partes, sentía su fragancia, sentía su respiración, sentía el pequeño movimiento que hacía su pie izquierdo, sentía como pestañeaba.
Joder.
Cuando el profesor terminó de hablar todos de uno bajamos nuestras miradas a nuestros cuadernos de dibujo. Teníamos que pensar cómo íbamos a comenzar el dibujo y a quién íbamos a dibujar. Yo ya lo sabía pero no sabía a donde mirar que no fuera mi cuaderno en blanco.
—¿Podrías decirme lo que dijo el señor Smith antes de que llegara?
Su voz me hizo atragantarme con la saliva.
La miré y tomé una bocanada de aire. Asentí con la cabeza y pasé a decirle la información básica del proyecto. Ella asintió y me dio las gracias para ponerse el bolso en el hombro. Justo en ese instante sonó el timbre y la voz del profesor Gómez sonó por encima de todos nosotros:
—Recordad, tenéis dos semanas y debéis decirme a quien vais a dibujar.
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Mensaje por harrystyes Vie 04 Oct 2013, 5:23 pm


capítulo seis



Su mirada lo dice todo



La voz de mi madre resonó en mi mente mientras me vestía con una de las camisas más formales que encontré en mi armario:
Harry, por los dioses, sube arriba y cámbiate esa camisa. No pienso presentarme con mi hijo y su camisa de Pink Floyd a una comida organizada por la iglesia.
Recuerdo que rodé los ojos y que no protesté lo suficiente, porque lo siguiente que supe fue que me estaba poniendo corbata y chaqueta de vestir. Al bajar por las escaleras el rostro de mi madre se iluminó y se acercó rápidamente a mí para arreglarme la corbata.
—Estás guapísimo —dijo poniendo una mano en mi mejilla—. Me gustaría verte más veces vestido de esta manera.
Yo había puesto los ojos en blanco por segunda vez y obligué a mis padres a darse prisa. Mi hermano a penas con ocho años no tenía su propio estilo así que le daba lo mismo ir vestido con corbata o con un disfraz de payaso. Eso sí, a los once años de repente quería vestirse como un modelo de Dolce&Gabanna con ropa que había visto en los escaparates del centro comercial que salía cuatro meses de paga mía. 
Al final mi madre me terminó comprando toneladas de camisas de vestir y pantalones de franela sólo para las comidas de la iglesia y ocasiones lo suficientemente importantes. 
La camisa que me puse olía un poco a humedad y polvo de tanto tiempo que había estado guardada en el armario. Me acerqué al espejo de cuerpo entero que estaba al lado de puerta de mi habitación y me contemplé: parecía un jodido tipo de negocios. Al verme, me planteé seriamente prestar más atención en clase de economía. Tal vez con un poco de suerte el señor Reed me encajonaba en algún puesto de su empresa. 
La camisa negra que estaba llevando y los pantalones grises me destacaban los rasgos y parecía mayor. Los zapatos eran de mi padre y me quedaban una talla pequeña pero podría soportarlo. 
Estaba buenísimo.
Sonreí al reflejo del espejo y me tiré un beso a mí mismo antes de agarrar la chaqueta de traje que descansaba en mi escritorio y salir por la puerta de mi habitación.
*** 
Al bajar por las escaleras hacia el piso inferior vi como mi padre se arreglaba los gemelos de la camisa rosa que vestía. Sintió mi presencia y se giró a mirarme, expectante. Yo sonreí sabiendo que me veía comestible y el asintió con la cabeza. 
—El negro te hace parecer más maduro —dijo cuando llegué a su lado.
Levanté una ceja con fingida inocencia.
—¿Eso quiere decir que no soy tan maduro si no llevo puesto negro? 
Mi padre rodó los ojos y llamó a mi hermano que todavía estaba vistiéndose.
—Tú hermano tarda más en vestirse de lo que solía hacerlo tu…
Se interrumpió abruptamente y me miró.  Me encogí de hombros. Ya habían pasado cinco años. 
A pesar de esos cinco años, papá tampoco es que estuviera mejor que yo o que Aiden. Pasaba su tiempo trabajando y cuando tenía tiempo libre hacía carpintería o pescaba. Pocas veces buscaba nuestra compañía total y yo sabía que era porque le recordábamos demasiado a mamá. Los dos éramos muy parecidos a ella y también mencionar que siempre salíamos juntos a hacer ese tipo de actividades.
—Pienso seriamente en la sexualidad de tu hermano.
En ese momento apareció Aiden pareciendo un yo mío en miniatura, o al menos es eso lo que hubiera dicho mamá.
Su cabello era rizado al igual que el mío y su nariz y labios eran igual a los míos, lo único que teníamos diferente era el color de ojos: él los tenía de un color miel y los míos eran verdes azulados, depende como me diera la luz.
—Papá, te puedo asegurar que no soy gay. Sólo me gusta tomarme mi tiempo para lucir genial.
—Y lo haces hijo, lo haces. Ahora deja que te arregle esa corbata. —mi padre lo miró significativamente y se acercó a arreglar su corbata mal puesta—. Tengo que enseñarte a hacer bien el nudo.
Mi hermano se cruzó de brazos de mal humor y esperó. 
Pronto salimos los tres por la puerta; mi padre con una botella de vino en la mano derecha.
(...)
Tenía que admitir que estaba jodidamente nervioso. 
Mientras subíamos al porche de la casa de los Reed, busqué algo que me hiciera de espejo pero no había nada. Tendría que confiar en mi aspecto. 
En menos tiempo de lo que me hubiera gustado, la puerta se abrió revelando a una mujer de mediana edad, tal vez un poco más y su uniforme de empleada. Por Dios.  
—Bienvenidos, ustedes deben ser los Styles —dijo la señora asintiendo con la cabeza mientras abría del todo la puerta. 
Mi padre fue el primero en dar un paso adelante y le entregó la botella de vino a la mujer. La mujer asintió de nuevo con la cabeza.
—El señor y señora Reed os espera en el jardín. 
¿Señora Reed? ¿El padre de Gabriela se había casado de nuevo? Siguiendo a mi padre, me encontré entrando en un hall de posiblemente cinco metros de alto y 100 de ancho. Las escaleras de esa casa eran impresionantes. La barandilla de madera de un color oscuro resaltaba con el blanco de las paredes y los acabados eran brillantes. Mis ojos se dirigieron hacia la lámpara en forma de araña que colgaba del techo. Todo en esa casa era precioso y caro, obviamente. Lo menos lujoso en esa planta posiblemente serían los ganchos para los abrigos que ya era mucho decir ya que eran de metal terminando las puntas con forma de flor, que era lo que hacía el gancho. Las paredes estaban llenas de cuadros de varios artistas locales, pero le daban mucho color a las paredes blancas. Quien sea que haya diseñado esta casa tenía un gusto genial.
Mi hermano no podía estar mucho rato mirando lo mismo: miraba de aquí para allá y sabía que estaba tentado a tocar la mayoría de adornos. 
—Como se lo tienen montado —escuché susurrar a mi padre. Agitó la cabeza y nos hizo señas para que camináramos más rápido. 
Para llegar al jardín teníamos que pasar a través de una de las salas de televisión y el comedor. De nuevo me quedé estupefacto por el lujo de esta casa. Una mesa de madera oscura ocupaba más de la mitad del espacio que sería el comedor—un espacio que sería mi habitación y la de mi hermano—, con sillas para más de 14 o 15 personas, posiblemente más si estaban apretados. La cocina era el doble a la nuestra y estaba pulcramente limpia, con dos hornos, dos microondas y dos lavavajillas. Las alacenas eran de un color beige y la encimera de granito de una gama de colores oscuros, terminando en negro. Envidiaba la nevera que tenían de dos puertas. 
Cuando nos acercábamos a los ventanales gigantes que daban al jardín, el señor Reed apartó la vista de una mujer que supuse era la señora Reed y se acercó a nosotros con una sonrisa de oreja a oreja. 
—La familia Styles —exclamó con buen humor y alzando la mano hacia mi padre—. Sean bienvenidos a mi casa.
—Gracias por la invitación señor Reed —soltó mi hermano llamando la atención de todos y sonriendo con amabilidad. Ahora es cuando se mostraba amable con todo el mundo, solo para hacerse mostrar a sí mismo. Desgraciadamente era su hermano y sabía cómo era realmente. Me pegué a él, que sólo era unos diez centímetros más bajo que yo y él me miro malhumorado, borrando enseguida la falsa sonrisa.
El señor Reed intercambio algunas palabras amables con mi padre y se giró para que lo guiáramos hacia el jardín.
—Pueden llamarme Steve —nos dijo a mí y a mi hermano—. Os conozco desde siempre, me parece justo que me llaméis por mi nombre. 
—Recuerdo su nombre, señor... quiero decir, Steve —dijo mi hermano sonriendo.
Salimos al jardín y la mujer que anteriormente estaba ocupada hablando con Steve se acercó y sonrió, mostrando una hilera de dientes blanquísimos.
—Déjenme presentaros a mi esposa; Isabelle ellos son los Styles, unos viejos amigos míos y de Gabriela.
Los labios pintados de rojo de la mujer se apretaron una milésima de segunda y lo siguiente que supe fue que me estaba abrazando y soltando palabra amables que no sonaban del todo sinceras. 
—Es un placer conoceros —dijo mientras abrazaba a mi hermano y le daba la mano a mi padre.
Su ropa era de algún diseñador caro, por lo menos a la vista. Su pelo estaba recogido en un moño muy complicado y su pose era de una mujer que decía: no tengo tiempo para tus tonterías. 
Me preguntaba por dónde rondaria Gabriela. La casa era gigante así que tal vez no la encontraría nunca. 
Mi padre y mi hermano se internaron en una amable conversación con los Reed mientras que yo miraba de ellos, hacia los ventanales que daban al jardín abiertas y de vuelta a ellos, mostrando una sonrisa que realmente no sentía. De vez en cuando asentía con la cabeza para no parecer tan perdido en la conversación. Las preguntas de la señora Reed no tardaron en venir y yo la contesté educadamente, sintiéndome un poco incómodo con alguna de ellas, pero manteniéndome en la línea. Mi hermano no hacía nada más que hacerles la pelota e interrumpir a mi padre la mayoría de las veces. 
Me quería ir a buscar a Gabriela aunque al mismo tiempo quería desaparecer de esa casa.
—Harry.
La voz de Steve me hizo volver en sí y me centré en él, que me miraba con ojos curiosos.
—Hace tiempo que no sé nada de ti —comenzó a decir—. Antes Gabriela solía hablar de ti todo el tiempo, ¿ha pasado algo entre ustedes?
No sé si era curiosidad lo que sentía o realmente quería saber si había pasado algo entre nosotros, por lo que fuera, no me sentía bien respondiendo eso a pesar de que no era la gran cosa. 
Me encogí de hombros.
—A Gabriela no la dejaban hablar seguido conmigo en la escuela de Finlandia, como sabrás, y decidió parar de llamarme.
—¿Decidió? —levantó ambas cejas, contrariado.
—Sí, Steve, a los pocos meses de haberse trasladado dejé de recibir llamadas suyas.
—Te puedo asegurar que si dejó de llamarte no fue por elección propia. 
Antes de que pudiera decir algo a eso, la señora Reed nos interrumpió mientras se dirigía a mi hermano. Bien, era su turno de preguntas incómodas. 
La expectación me estaba deborando. Si ella no iba a aparecer, iba a aparecer yo donde ella estuviera, y poco me importaba. No podría soportar mucho más estar ahí parado, fingiendo que estoy siguiendo la conversación mientras mi cuerpo me dice que vaya a buscarla. ¿Para qué? No lo sé. 
Me excusé diciendo que necesitaba usar el lavabo y cruzé las puertas corredizas. Me encontré de nuevo en la sala lujosa y a lo lejos pude ver a la empleada que nos había abierto la puerta cuando llegamos. Me acerqué a ella y le pregunté dónde estaba el lavabo. La mujer me dijo que podía ir al aseo de invitados en la planta baja, a un pasillo de donde nos encontrábamos, pero yo quería subir al piso de arriba, sabiendo que Gabriela estaría allí. La mujer me miró con incredulidad y me dijo que por supuesto podía subir arriba. Así que eso hice. 
Subí al segundo piso, con los nervios a flor de piel, y me encontré con paredes blancas, cuadros de formas extrañas y tal vez 20 puertas.
Mientras caminaba por el largo pasillo de puertas, me entró un deja vú. Había estado en una situación similar hace unos días, en la fiesta de Jennifer, pero esa vez, realmente necesitaba ir al lavabo. Ahora solo estaba usando una escusa para encontrar a Gabriela y... ¿y qué?
El sonido de música leve a través de una de las puertas llamó mi atención. Pink Floyd. Una burbuja de emociones se extendió por mi pecho al darme cuenta de que era el disco de Pink Floyd que le había regalado a Gabriela días antes de que se marchara a Finlandia. Sabía que era el mío porque ella no era tan fan de Pink Floyd como lo era yo.
¿Sabía Gabriela que iba a estar en su casa y por eso lo puso, o tan solo lo puso porque quiso y no significaba nada para ella? Tal vez para ella no significara nada pero para mí eran un conjunto de emociones que no sabía que podía sentir. 
Estaba decidiendo entre si tocar a la puerta de lo que supuse era su cuarto o no. Tocar sería estúpido, incómodo y estúpido. No tocar se sentiría igual de estúpido. Tendría una oportunidad para verla, y eso era lo que tanto deseaba en ese momento.
Antes de cambiara de opinión, toqué la puerta con los nudillos y esperé. Tragué saliva y pensé si ella lo pudo haber oído a través de la puerta. La música paró abruptamente y luego oí pasos acercándose a la puerta.
—Papá, te he dicho que ya bajo...
Gabriela se interrumpió. Su ojos abiertos se encontraron con los míos y sentí leve fuego recorrerme de pies a cabeza. Pasaron segundos, tal vez minutos mientras nos mirábamos y ella fue quién apartó la vista. ¿Qué se supone que tenía qué decir ahora? Oh, hey Gabriela, sólo estaba buscando el lavabo y acabé aquí, tocando a tu puerta. Es gracioso, ¿no crees?
Tampoco esque me haya preguntando algo como: <¿Qué haces aquí, o te has perdido?>, así que no tuve que decir nada. Me quedé parado en el marco de la puerta y miré cuidadosamente su habitación. Rosa, azul y más rosa. ¿Desde cuando Gabriela era fan del rosa? Solía detestarlo. 
Solía
Me torturé a mí mismo con una dosis de: las cosas han cambiado, nada es como antes, ella no es como la solías recordar, etc. Ella me echó un vistazo de reojo y apretó los labios. No tenía pensado decir nada. Al menos no me echó nada más verme.
Di un paso hacia dentro y al no escuchar su voz en absoluto, di otro paso, y otro más hasta que me encontré al lado de su escritorio, lleno de revistas de moda y decoración. ¿Quién era esta chica? Ella solía ver revistas de coches y motos, no de moda y decoración. Miré las paredes de su habitación, revestidas con un papel de color azul oscuro y un patrón de dibujo en formas abstractas en blanco. A pocos metros había pegado a la pared una pizarra de corcho y me llamó la atención la cantidad de fotos que había clavado y de hojas de papel de libreta. Me acerqué a él, con curiosidad, y en efecto, habían entradas de conciertos clavados. 
Contuve la respiración cuando vislumbré una foto mía entre todas las que habían en esa pizarra, y eran muchísimas, tal vez cientos. La mayoría de fotos eran del tamaño de mi palma y otras eran un poco más grandes. Mi cara estaba entre todas ellas. Era de cuando estábamos en sexto curso, una foto que me sacó ella el día de la graduación. Estaba con mi camisa a rayas metida en los pantalones y una sonrisa de oreja a oreja, realmente feliz, feliz de estar ahí con ella. Me sorprendí bastante al darme cuenta de que su afición a la fotografía no se había evaporado cuando supuse que lo habría hecho. Sentía como si no conociera para nada a esta chica que había compartido más de mi vida con ella.
—Nunca olvidaré ese día.
Su voz me sobresaltó un poco y me giré hacia ella, confuso. 
Ella me miraba, sin saber decir cómo pero sabía que estaba algo inquieta por mi aparición inesperada en su habitación. 
—Recuerdo perfectamente que después de esa foto mi mamá te dio un trozo de tarta y que a los segundos estaba en toda tu camisa. Fue muy gracioso.
Sonreí ante al recuerdo, recordándolo yo también. Todo lo que a mí no me parecía gracioso, a ella le parecía el mayor chiste. Y todos esos chistes tenían que ver con mis desgracias infantiles y no tan infantiles.
—Mi mamá tuvo que lavar la camisa varias veces para que se fueran las manchas —dije apartándome de la pizarra llena de recuerdos.
—No me extraña, dejaste la camisa echa un desastre. 
Mi corazón dejó de latir al escuchar su risita ahogada. Cogí aire y sonreí. No sabía qué decir ni qué hacer. La miré pero ella no me miró y no sabía que siguiente paso dar, o si siquiera tenía que dar un siguiente paso. Con toda la valentía que me obligué a sentir en ese momento, di un paso hacia adelante y quedé a cosa de un metro de distancia de ella. Gabriela levantó la mirada de sus manos y me miró alarmante. Mierda, no te eches para atrás Harry. Hasta que nos estuve a unos 30 de centímetros de ella, no paré de acercarme y fijar mi mirada en sus ojos. Sus ojos estaban cautelosos y su cuerpo rígido, como lo esperaba. 
—¿Me vas a decir de una vez por todas por qué has dejado que las cosas cambien entre nosotros?
No pude callarme. Tenía que mencionarlo en algún momento y ese momento había llegado. 
Gabriela me miró sin ninguna emoción detectable y a los pocos segundos apartó la mirada. 
—Gabriela, mírame. 
No me miró y siguió sin mirarme. Maldita sea. Me acerqué totalmente a ella, sabiendo que mi cuerpo reaccionaría totalmente a su cercanía, y la enfrenté, sin dejar de mirarla en un segundo.
—Mírame, por favor.
Se mordió el labio inferior y al final me miró, con los ojos echando chispas.
—¿Por qué te cuesta tanto acercarte a mí? ¿Por qué me evitas o ignoras completamente? —pregunté apretando las manos en puños.
Su mirada no se apartaba de la mía y pronto sentí su ira en la mía propia.
No respondió. No decía una maldita cosa.
—Dime Gabriela, ¡dime! —antes de que pudiera controlarme, le exigí y me sentí un completo imbécil por gritarle.
—Por que es más fácil que acercarme a ti y preguntarte si todavía te acuerdas de mi.
No me esperaba esa respuesta. 
La miré intensamente, intentando entenderla, diciéndole con la mirada que se explicara, pero no dijo nada. Apreté los labios en una fina linea y me aparté de ella, sabiendo que era lo mejor. 
Necesitaba que me explicara que quería decir, necesitaba muchas respuestas pero estaba claro que no me las daría. 
Me pasé una mano por el pelo y me dirigí hacia la puerta, apartándome completamente de ella, dejándola parada al lado de la cama con dosel rosa, y me escabullí por el pasillo, echando una última mirada hacia su habitación hasta que llegué al piso de abajo y me uní nuevamente a mi familia y los señora Reed, fingiendo que me encontraba genial, cuando lo único que quería hacer era desaparecer de ahí y correr. Correr.
harrystyes
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