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Mensaje por Jaeger. Vie 05 Mayo 2017, 7:14 am

Sabes que te voy a comentar algo largo y lindo (espero). Prontitoo ♥
Jaeger.
Jaeger.


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El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 Empty Re: El Círculo {One Direction} |NC|

Mensaje por indigo. Jue 18 Mayo 2017, 1:29 pm

Chicas, yo creo que estaré subiendo capítulo en estas dos semanas :posmecallo:
indigo.
indigo.


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El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 Empty Re: El Círculo {One Direction} |NC|

Mensaje por hange. Sáb 20 Mayo 2017, 5:50 pm

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
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Mensaje por indigo. Miér 31 Mayo 2017, 1:57 pm

Hola El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1857533193 Vengo a dejar los comentarios que debía (creo que son solo estos, pero sino me decís que los hago en cuanto pueda). En cuanto al capítulo, solo me queda un parte por escribir. Es probable que lo suba mañana pero no prometo nada xd.

Kande:

Ems:
indigo.
indigo.


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Mensaje por hange. Vie 02 Jun 2017, 7:38 am

KATEEEEE, Amé tu comentario mujer El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304 en serio El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1477071114
Graciasss, y morí con tus feels con Lenna siempre siendo la que sale peor y con tu OTP El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1313521601 asdfjadadkah ya quiero leer tu cap El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 4098373783 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 4098373783
hange.
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Mensaje por indigo. Vie 02 Jun 2017, 7:51 am

Me alegra que te haya gustado El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1477071114 Es que son OTP Ems, no puedo evitarlo El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304 En un rato subo el capítulo (ya en serio), me falta corregirlo nada más El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 2841648573
indigo.
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Mensaje por Jaeger. Vie 02 Jun 2017, 9:57 am

SUBILO KATE! Sacame el estres de la uni :(
Jaeger.
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Mensaje por hange. Vie 02 Jun 2017, 10:11 am

hypatia. escribió:Me alegra que te haya gustado El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1477071114 Es que son OTP Ems, no puedo evitarlo El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304 En un rato subo el capítulo (ya en serio), me falta corregirlo nada más El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 2841648573

pero se odian(?) AJAJAJAJA
AYYYYYYYYYYYY El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736
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Mensaje por indigo. Vie 02 Jun 2017, 11:15 am

I'm the master of my sea:

Capítulo 41 Parte 1.
Elise Mitchell & Niall Horan.




Podía sentirla. Estaba ahí, en mi cabeza. Una masa pegajosa adherida a mi cerebro, nublándolo todo. Cada vez más, con mayor frecuencia…

Empezó justo después. Aquella noche. Cuando mi padre me confesó que Alexander era mi hermano. Al irme a dormir, exhausta, apareció. Un susurro pasado que había borrado de mi memoria. Solo una palabra: «Rosebud». Thalia había encontrado la manera de meterse en mis sueños. La vi, por un momento, una silueta emborronada de la que apenas se adivinaba los rasgos. Estaba ahí y, ya, no se fue. Una presencia dormida que despertaba cuando cerraba los ojos. Todas las noches, cada vez más nítida, con voz atronadora.

«Te encontraré».

«Ven con nosotros».

«No los necesitas».  

Era poco lo que sabía de Thalia, se trataba de un recuerdo rodeado de frío, gris plomizo, atormentado. Pero obligué a mi padre a darme unos cuantos detalles que ayudasen a dilucidar porqué razón tenía un hermano del que nadie había tenido el detalle de hablarme.

Afirmó que él mismo no había estado seguro de su existencia hasta que le conté lo sucedido en Woodlands. También dijo que al principio mi madre había estado totalmente volcada con El Círculo, «No siempre fue así», aseguró. Pero cambió tras el viaje. Se marchó durante un año entero para averiguar algo referente al libro de los Fairchild. A su regreso, ya no era la misma. Distinta de una forma que Edward no supo explicar hasta que desapareció con la madre de Joan cuando yo era niña para fundar el Anti-Círculo junto con Coraline.

Dijo muchas cosas, como que en los años que precedieron a su marcha desaparecía por periodos de semanas, incluso meses. Que la sorprendía jugando con magia negra. Sin embargo, nada de lo que atestiguó justificaba la existencia de Alexander. ¿Cuándo había nacido? ¿Cómo nadie se había dado cuenta? Cuantas más preguntas hacía yo, más confuso se mostraba mi padre, como si se alzara un muro alrededor de su cerebro que le impidiera pensar con claridad. Lo único de lo que pudo hablar fueron los rumores que le habían llegado a lo largo de los años. Pero no tenía ni idea de quién podía ser el padre.

Le daba vueltas sin cesar, intentando que todas las piezas encajaran en mi cabeza. Me consumía.

En comparación, al menos hasta el momento, mi familia me había parecido la más normal de todas. Y ahora, aparecía un hermano con un serio lavado de cerebro, una madre que trataba de crear lazos metiéndose en mi cabeza y un padre que callaba más de lo que hablaba y que, para colmo de males: no tenía ni la más remota idea de dónde podía estar. Una parte de mí quería creer que estaba a salvo, que Liam y él habían logrado escapar. Pero la otra, que cada vez tenía más fuerza, estaba segura de que los habían atrapado.  

Quería encontrar a Thalia y drenarle hasta la última gota de oxígeno de su malévola anatomía. Era un odio absorbente, una masa pegajosa que no me dejaba pensar con claridad.

Meses atrás, me habría encerrado en una habitación del pánico a llorar como una condenada, esperando que alguien más arreglase las cosas por mí. Pero ya no era esa Elise, ni si quiera estaba segura de ser la de ahora. No tenía miedo, ni estaba triste. Todo lo contrario; me sentía enfadada, rozando la rabia más absoluta de todas. La tolerancia se escapaba y el optimismo que solía prevalecer en mí era una sensación extraña, un sabor amargo.

Pero lo peor de todo eran los ojos que me miraban desde el espejo: fríos, helados, despojados de humanidad, con esquirlas de maldad.

Primero había herido a Helenna, después había matado a una persona. Cosas que días atrás me hubiesen parecido imposibles, límites que no estaba dispuesta a franquear de ninguna manera. Y, que ahora, no despertaban el mínimo remordimiento en mí. Me parecían necesarios, para despertar a Helenna de su letargo emocional y la muerte de la mujer, para conseguir escapar de Australia. A penas habían transcurrido tres días desde aquellos acontecimientos, pero para mí se asemejaba a una vida.

Me encontraba sentada en uno de los bancos de la cabaña principal, cerca de una ventana. A mi lado, Joan y Stella. Enfrente, Alexa. Helenna llevaba inconsciente un día entero. El resto de la comitiva estaba desperdigada por los alrededores.

Alcé la vista hacia Alexa, quien mantenía los ojos clavados en la ventana. Parecía estar a miles de kilómetros de la isla. No era difícil adivinar dónde: seguramente pensaba en Louis. Quien se sumaba a la interminable lista de personas que nos habían traicionado.

—¿Louis te dijo algo más? —Fue Joan quien preguntó, quitándome las palabras de la boca.

Hasta el momento, Alexa no había dado demasiados detalles. Se limitó a decir que Louis pertenecía al Anti-Círculo y que en realidad, nunca estuvo a de nuestra parte. Contrariamente, Louis, de entre todos los demás, era el que más confianza me había inspirado, de quien menos esperé una traición. Me imaginaba cómo debería sentirse Alexa. Pero no tenía tiempo para compadecerme de ella, si poseía alguna información crucial necesitaba saberla. Alexa se retrajo un poco al ver la intensa atención que recibía. Aunque enseguida se recompuso.

—Me contó que el Círculo fue el causante de la muerte de su padre, que la organización no es lo que nosotras pensamos.

—Qué esperabas que dijera —intervino Stella, que tenía más experiencia que ninguna en cuanto a traiciones.

Alexa encogió los hombros. Joan adquirió su habitual expresión meditabunda, debía estar analizando en su cerebro las probabilidades de que la afirmación de Louis fuese real.

—¿Nada más? —inquirí yo, sin contemplaciones.

Cerró los ojos, evocando una expresión de dolor. Recordar el momento en el que la traicionó era duro para ella, podía sentirlo. Y me dio igual, no había un ápice de remordimiento en mí… ¿Qué me estaba pasando?

—Su madre pertenece al Anti-Círculo, es una de las fundadoras, fue ella la que… la que mató a mis padres —respondió con voz estrangulada. Joan estiró una mano y agarró la muñeca de Alexa con suavidad para consolarla, ésta asintió agradecida—. También mencionó a su hermano, creo que se llamaba Alexander.

Fue como si una bola de demolición me diese en el centro del estómago. Los oídos comenzaron a pitarme y notaba el corazón luchando por desgarrarme el pecho en busca de  una escapatoria.

—Repite su nombre —pedí con un hilo de voz.

—Alexander.

«No, no, no».  

—Elise… —murmuró Alexa confundida.

«Alexander». La palabra se repetía a una velocidad vertiginosa en mi cabeza. Hasta que las sílabas se mezclaron entre ellas. Mientras tanto, todo el odio contra el que llevaba luchando los días anteriores me arañaba desatado desde el interior.

Cuando apreté los puños para tratar de dominarlo, me di cuenta de que estaban cubiertos por hielo, rodeados de vaho,  uno que se extendía hacia las muñecas. Fui lo suficientemente rápida para detener a Joan, dispuesta a consolarme mediante un apretón en el hombro.

—¡No me toques! —chillé, temía que si lo hacía, se le congelara la mano.

Las tres me observaron como si hubiese perdido la cabeza. Antes de que pudieran hacer algo más, me levanté del banco y salí corriendo de la cabaña en dirección a la playa.  Tropecé con piedras y raíces, me arañé con todo tipo de plantas y árboles. Pero nada dolía tanto como las mentiras que rodeaban a mi familia. A la que se sumaba un miembro más: Louis Tomlinson.

¿Cuántos ases le quedaban a Thalia bajo la manga?
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Los cortes sanaron con hielo. Los rodeó hasta que sólo quedaron unas líneas rosadas. Mi cuerpo curó sin que yo le diese la orden. Sin embargo, el dolor persistía. Dolía tanto que era insoportable. En cada músculo, fibra y centímetro de hueso. Sobre él se alzaba la incomprensión. Una sombra con peso de hierro.

Llevaba horas hecha un ovillo sobre la arena. El cielo se iba tiñendo poco a poco de violeta y naranja y el sol descendía hacia el mar para cederle su puesto a la luna. La brisa era cada vez más fría y el oleaje que rompía en la arena, a escasos milímetros de mis pies descalzos y magullados, más relajado.

Agradecía que nadie se preocupase lo suficiente por mí como para haberme seguido hasta allí en busca de respuestas que yo no creía poder responder. Mi mente era un completo desastre, todavía reacio a procesar la información. Quería convencerme de que todo eran imaginaciones mías. Necesitaba una confirmación.

Escuché un silbido a lo lejos, al girarme me encontré con Zayn caminando en mi dirección desde el otro lado de la playa. Él era mi confirmación. Me levanté con rapidez y corrí hacia él. Cuando me vio se detuvo, incluso en la lejanía comprobé cuán extraño le parecía que corriese a su encuentro. Fui consciente de que eran las primeras palabras que le dirigía por voluntad propia.

—¿Qué mosca te ha picado? —preguntó cuando me paré frente a él, medio resollando.

—Necesito respuestas —al tomar aire noté un pinchazo en el lado izquierdo del abdomen. Aunque Joan me había
curado la perforación del pulmón, todavía lo tenía resentido.

Zayn adoptó una actitud recelosa. Pero desde luego no se amedrentó. Nadie lo hacía conmigo. Tampoco me había importado…, hasta ahora. De aquello también me había cansado. Que no se me tomara en cuenta, que fuese un chiste para la mayoría. La pobre, buena e ingenua Elise Mitchell.

—Dispara, no tengo todo el día —cedió, metiéndose las manos en el bolsillo—. Luego decidiré si respondo.

—La madre de Louis, ¿cómo se llama?

Se tomó unos minutos de meditación. No porque los necesitara, la pregunta era sencilla. Pero aquel chico era un tirano al que le gustaba jugar con la gente. Usé toda mi fuerza de voluntad —bien escasa a ésas alturas— para no lanzarle una ola de veinte metros de lleno en la cara.

—No es de tu incumbencia —impuso resuelto.

—Responde.

Suspiró de manera categórica. Para darle más énfasis, se miró las uñas como su tuviera algo ínfimamente más interesante en ellas que yo.

—Verás—arrugó la nariz con asco—, es que ahora no me apetece.

Hasta luego la tolerancia.

Antes de que pudiera reaccionar estiré los brazos en dirección a los suyos. Como si unos hilos me permitieran controlarlo, alcé las manos hasta su cuello y luego impulsé hacia delante. Su cuerpo me obedeció y terminó con las manos amordazándole la garganta. Cerré los puños, él hizo lo mismo alrededor de su cuello. Los ojos se le salieron de las órbitas y me contempló anonadado.

Ya no necesitaba tiempo para localizar el agua en el cuerpo de una persona. Además, había descubierto que no solo tenía la habilidad de deshidratar a alguien hasta la muerte, sino que también podía aprovechar la fuerza del agua en sus cuerpos para manejarlos como a títeres. Igual que la marea arrastra los barcos.

—Qué… estás… haciendo —resolló asfixiado.

Las rodillas le cedieron y cayó sobre la arena. Yo me puse a su altura acuclillándome a escasos centímetros de su rostro, todavía apretando los puños. No estaba ejerciendo la fuerza suficiente para matarlo. No era una asesina, no al menos por voluntad propia. Pero sí estaba dispuesta a hacer lo necesario para obtener una respuesta a mi encrucijada. Para no perder la cabeza sin motivos reales.

Por primera vez en toda mi vida, tomaba las riendas de la situación.

—¿Vas a colaborar ahora? —lo exhorté con calma.

Por supuesto, Zayn se resistió. Ejercí un poco más de fuerza. Abrió la boca en busca de aire, no cedí. Finalmente, asintió. Abrí los puños para dejarle respirar. Comenzó a toser y a tomar grandes bocanadas de aire. Me senté sobre la arena a esperar a que se recompusiera. Una vez lo hizo me miró con sus instintos asesinos disparados.

—Thalia Fairchild —respondió con la voz enronquecida—. Ahí tienes tu respuesta, puta loca. Yo que pensé que todavía quedaba alguien cuerdo en tu grupo.

Tras su comentario se incorporó y emprendió camino hacia los árboles que le conducían a la cabaña. Antes de que desapareciera por completo, le advertí:

—Si me entero de que se lo cuentas a alguien, ya sabes lo que te espera.

Zayn me miró por encima del hombro.

—No me amenaces tan a la ligera.

Cuando me quedé sola otra vez, el dolor resurgió como una oleada. Pasada la rabia, era todo lo que quedaba en mí. Dolor y rabia. Nada más.

Mis sospechas se confirmaron. Daba igual cuánto intentara negarlo. La verdad no se puede cambiar, no tiene dobles caras ni desviaciones. La verdad era que Louis era mi hermano, como Alexander. Tenía dos hermanos.

Y otra verdad, que muy a mi pesar, acentuó el dolor. Era la única a la que Thalia había abandonado.
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Conseguí serenarme lo suficiente como para regresar a la cabaña. Cuando llegué estaban todos sentados en la mesa para cenar, salvo Helenna, quien permanecía inconsciente. Las chicas escrutaron mis movimientos con atención hasta que ocupé el sitio libre que quedaba entre Mortimer y Priya. Cuando alcé la vista para coger el cuenco de ensalada, me crucé con los ojos de Niall, que estaba analizándome, buscando algo. Probablemente alguna de las chicas le había hablado de mi episodio de locura. Genial…

Desde mi pelea con Helenna no habíamos cruzado ni una palabra. De entre todos Niall poseía la habilidad de saber lo que me estaba ocurriendo con solo mirarme. Y no quería que nadie supiera lo que estaba pasando hasta que yo misma supiese qué hacer. O hasta que lograse librarme de Thalia.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó Harry.

—Harás lo que nosotros digamos —masculló Stella.

—Intentad que no todas las conversaciones que tenemos se conviertan en una discusión… —pedí, enterrando la cara entre las manos.

—¡Mira quién fue a hablar! —exclamó Zayn, dando una palmada contra la mesa.

—¿De qué está hablando, Elise? —preguntó Niall, como si tuviera la obligación de darle explicaciones de lo que hacía o dejaba de hacer. Se lo tenía muy subido a la cabeza.

—Parece que alguien se ha puesto celoso… —canturreó Alexa sin maldad alguna, tratando de calmar los ánimos, como siempre.

—¡Basta ya de tonterías! —intervino Joan.

—Tú no tienes derecho a decir nada —reclamó Stella, quien aprovechaba cualquier ocasión para recordar a Joan el error que cometió.

Y así, como siempre, nos enzarzamos en una discusión sin motivos. En realidad creo que nos daba igual si había un motivo o no. Estábamos frustrados, había demasiadas tensiones entre nosotros. Una palabra incorrecta y la precaria calma se volatilizaba.

—Tío, menudo drama —silbó Owen, que junto con Priya, Forrest y Rory seguían la conversación como meros espectadores. Por supuesto, nosotros seguíamos gritándonos unos a otros.

—¡Basta ya! —Dos fuertes voces se alzaron sobre el resto. Las de Mortimer y Charlie, incorporados en sus asientos.

Todos callamos de súbito. Los hombres volvieron a sentarse, una vez comprobaron que no volveríamos a ponernos a gritar como críos, Charlie tomó la palabra.

—Mortimer me ayudará con vuestro entrenamiento. —Entrenamiento. No hacíamos más que entrenar para una pelea que jamás llegaba. Nos escondíamos todo el tiempo, sin entrar realmente en acción—. De momento nos quedaremos aquí, recuperando fuerzas.

—¿Y qué pasa con Liam y Edward? —quiso saber Joan, tratando de mostrarse esperpéntica, pero creo que la mayoría sabíamos que estaba preocupada por Liam.

—No sabemos si el Anti-Círculo los ha cogido —racionalizó Charlie—. Edward es un hombre de recursos, al igual que Liam. Quizá están a salvo.

—Mi padre sabe lo de la isla, les dejó la nota a Owen y Forrest. Si estuvieran bien ya estarían aquí.

—O no. —Me contradijo Niall—. Han podido ocurrir mil inconvenientes, pero eso no quiere decir que el Anti-Círculo los atrapara.

—Seamos positivos —lo apoyó Alexa.

Positivos. Adónde me había llevado el positivismo; a ninguna parte. Por culpa de él todos los golpes dolían más. No. Ya no más esperanza para mí. Ni esperanzas vacías.

—Llevamos aquí un día, todavía es pronto. —Stella se sumó al círculo de las buenas vibraciones. ¿Qué les estaba pasando a todos?

Mortimer posó la mirada en mí; sus ojos transmitían paz y armonía emocional. Algo de lo que todos carecíamos allí. No me molestó su mirada, sino que me tranquilizó. Fue como un bálsamo. A continuación, dijo:

—Vamos a tomarnos unos días para descansar, después comenzarán los entrenamientos.


Tras la cena, me ofrecí a lavar los platos. Deseaba un poco de intimidad. El sonido del grifo me ayudaba a pensar. Un centenar de incógnitas ansiaban ser resueltas. La información que tenía era escasa. Aunque con ahínco, me empeñaba en tratar de juntar las piezas.

Hasta el momento, lo único que tenía era lo siguiente: obviamente, el padre de Louis era un hombre apellidado Tomlinson y el chico era mayor que yo, por tanto, Thalia debió tenerlo antes de casarse con mi padre. En cuanto Alexander, no tenía ningún tipo de pista; solo que Thalia lo crió y por eso era tan mezquino como ella. De todo ello, lo que más me intrigaba era cómo papá se quedó en blanco al tratar de darme respuestas más concretas cuando lo interrogué.

Luego, por supuesto, estaba el hecho de que era la única a quien mi madre dejó atrás. Tenía claro que no me quería. Pero. ¿Por qué aparecía ahora? ¿Por qué decidía después de tanto tiempo contactar conmigo? Alexander fue enviado para llevarme con ella. Quería algo de mí y necesitaba averiguar el qué…

—Bueno, es ahora de empezar a hablar.

Me llevé un susto de muerte al ver la cara de Alexa de pronto a mi lado, se me cayó un plato que se partió al estrellarse con un vaso.

—¿De qué? —Me hice la inocente, aunque el temblor en la voz me traicionó, al igual que el rubor de mis mejillas. Siempre tan inoportuno.

—No te hagas la tonta —escuché la voz de Stella a mi espalda.

—Sigo sin saber a qué te refieres —mentí de nuevo. Respiré hondo varias veces y enfrié mis mejillas desde el interior. Ojalá hubiese aprendido antes a calmar mis vasos sanguíneos.

Giré sobre mis propios pies, dispuesta a interpretar el papel de mi vida. Joan y Stella ejercían de centinelas que franqueaban la salida. Era una encerrona.

—¿Qué te ha ocurrido antes? —habló Joan—. Cuando Alexa ha mencionado el nombre del hermano de Louis te has puesto como loca.

«Puedes hacerlo, respira».  

—Simplemente me ha sorprendido, Alexander es el chico que me secuestró. —Por sus caras comprobé que no se lo creían. Así que bajé la temperatura de mi cuerpo a propósito para hacerlo temblar—. Es que… bueno, me asusté… —Para aumentar el énfasis de mi afirmación me rodeé el cuerpo con los brazos en afán protector. Por una vez, ser una miedica jugaba a mi favor.

Alexa incluso me rodeó por los hombros. Stella bufó, «Ya estamos otra vez», seguro que pensó. Por su parte, Joan me mantuvo la mirada, como si no estuviera del todo convencida.

—No pasa nada, Elise, ése chico ya no puede hacerte daño —dijo al fin. Pero sus ojos verdes me confirmaron que seguía sin creerlo del todo.

—Lo sé, fue cosa del momento, nada más —afirmé.

—Me voy a la cama. —Stella se dio la vuelta y abandonó la cabaña cocina sin darle más vueltas al asunto. Joan la siguió momentos después.

Sin embargo, Alexa permaneció a mi lado. Me ayudó a terminar de fregar y juntas, secamos los platos. Su parloteo incesante sobre la belleza de la isla y todos los rincones que había encontrado en su paseo exploratorio me ayudó a desconectar un rato. Además, me alegró ver que lo ocurrido en Nueva Zelanda no la había afectado tanto como para recluirse en sí misma. La Alexa de siempre seguía allí. Más cuerda que cualquiera de nosotras.

Cuando caminábamos de vuelta a la cabaña principal, me detuvo aferrándose a mi muñeca. En la oscuridad casi absoluta, pude ver que se mordía el labio inferior, como si tratara de refrenar sus palabras.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—¿De verdad era solo eso? —Puse los ojos en blanco, se refería a lo que había pasado por la tarde.

—Ya os lo he dicho, me asusté. —En realidad era una mentira a medias, porque sí que me había asustado. Los secretos de mi familia me aterrorizaban.

—Tu aura está diferente —confesó de manera atropellada, como si llevase un buen rato tratando de decirlo—. Lo noté en cuanto llegasteis al apartamento.

Me dio un escalofrío.

—¿A qué te refieres?

—Se está volviendo negra. Son pequeñas tintas aquí y allá. —No me dirigía la mirada directamente, la mantenía fija en donde imaginaba que estaba mi aura—. Pero cada vez hay más. Elise, puedes confiar en mí, si te está pasando algo…

Sabía que podía confiar en ella. En quien no confiaba era en mí. Con Thalia en mi cabeza y todo lo que había descubierto era cada vez más volátil, mi humor cambiaba en cuestión de segundos y la rabia se apoderaba de mis acciones sin remedio. Si se lo contaba, Alexa no me dejaría tranquila y si me enfadaba, podría hacerla daño. Igual que a Helenna.

Además, no quería cargar con los pecados de mi sangre. La traición de Louis. Que Thalia asesinara a sus padres. Unos días atrás probablemente me hubiese arrodillado ante ella clamando por un perdón que no me correspondía, culpándome por algo que no había hecho. Pero ya no.

—Estoy bien, será por el estrés.

Antes de que pudiera decir nada más retomé mis pasos. Dando así por zanjada la conversación. Por suerte, Alexa no volvió a insistir.

Fui la última en irme a la cama aquella noche. Retrasé el momento cuanto pude. A sabiendas de que tenía una cita ineludible con mi madre una vez cerrase los ojos, quería retrasar el momento todo lo posible. Sin embargo, una vez me hube tumbado en la cama, el cansancio tomó el control. Y, poco a poco, fui quedándome dormida.
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A diferencia de las ocasiones pasadas, no la vi. Tampoco pronunció palabra. Sin embargo, sabía que era obra de Thalia. Porque todo era demasiado nítido como para tratarse de un mero sueño.

Tardé unos segundos en tomar consciencia de dónde me encontraba. Era mi casa. Por algún macabro motivo mi madre me había mandado a casa. Ahí estaban las paredes blancas, lo altos techos del salón, las estanterías repletas de libros que ocupaban una pared entera, la mesa justo detrás de los sofás en los que mi tía y yo pasábamos horas viendo Twin Peaks. Me quedé paralizada mirando la alfombra bajo el piano, en la que solía hacer los deberes mientras Veronica ensayaba una de sus piezas, arropadas por el fuego de la chimenea. Cuando todo era normal. Sin Círculos, ni poderes, ni persecuciones. Faltó poco para que rompiese a llorar.

—Sólo tú eres capaz de dejarlo todo por un estúpido hechizo.

—¿Papá? —murmuré para mis adentros.

Alcé la mirada en busca de su voz. Estaba al otro lado del salón, de perfil al ventanal que daba al jardín, rodeado de sombras y luces. Abrazaba a una mujer joven por la cintura y ella le rodeaba el cuello. Edward era un palmo más alto que ella. Incluso en ese juego de luces que la rodeaba podía ver que era bonita; pelo color obsidiana cayendo en riadas por su espalda y sus hombros, figura estilizada y una sonrisa amplia, genuina.

Por poco no la reconocí; se trataba de Thalia. Más joven, menos mortífera. Mi padre también era mucho más joven. Sin arrugas de expresión, sin la sombra y la crudeza del Edward Mitchell que yo conocía.

A penas eran unos muchachos. Me acerqué con cautela, como si cualquier ruido fuese a romper aquel remanso de paz en el pasado. Busqué las alianzas en sus dedos y las encontré. Debían de tener unos veintiún años, la tía Veronica me contó que se habían casado justo después de graduarse en la universidad.

—¿Me esperarás? —le preguntó Thalia.

Papá sonrió, parecía mentira cómo le brillaban los ojos. La felicidad que le emanaba de cada centímetro de piel.

—Todo el tiempo que haga falta.

Selló la promesa con un beso. Acto seguido la habitación comenzó a dar vueltas, el escenario y mis padres se distorsionaron en manchas de colores. Como si hubiese caído una piedra en medio de un lago. Busqué algo a lo que agarrarme pero todo cuanto obtuve fue aire. Las manchas me tragaron hacia la oscuridad y cerré los ojos.

Cuando volví a abrirlos y el suelo se detuvo; todo era distinto. Ahora estaba en una habitación mucho más pequeña,
oscura, iluminada por una bombilla desnuda en el techo. No se veían ventanas, así que no podía aventurar en qué lugar se situaba.  

El aire estaba enrarecido; olía a trópico, humo y a algo áspero y ácido que me quemaba la nariz y resacaba mis ojos. Hacía un calor agobiante, pegajoso.

Las paredes estaban repletas de estanterías con toda clase de objetos; desde libros hasta botes de cristal que contenían hierbas, líquidos de colores ambarinos y ojos de algún animal. En el centro había una amplia mesa de madera, también rebosante de manuscritos, ingredientes y varios calderos de los que emanaban sustancias burbujeantes. Tras uno de ésos calderos encontré a Thalia, igual de joven que en la visión anterior. Solo que sus ojos ya no parecían tan mansos, había una pequeña luz de locura, de la oscuridad que yo recordaba en ellos. A su lado había un muchacho, que no era mi padre, de ojos azules y pelo castaño alborotado. Leía un libro que reconocí en seguida: el de mi familia. De pronto suspiró y miró a mi madre.

Un mecanismo se accionó en mi cerebro. Era el padre de Louis. No sé cómo lo supe, pero estaba segura de que era así. Caminé hasta el borde de la mesa, frente a ambos.

—Deberías descansar un rato, llevas aquí toda la noche.

Thalia lo ignoró y siguió revolviendo el contenido de uno de los calderos. El hombre suspiró con desesperación. Pero lejos de rendirse, la agarró por los hombros con suavidad y la exhortó a mirarlo. Todo cuando se advertía en los ojos de mi madre era fastidio.

—Hazlo por el bebé, has usado mucha energía.

Bebé… Bajé la mirada hasta al vientre de Thalia. Como supuse, estaba excesivamente hinchado. Debía de estar de unos ocho meses. Parte de las piezas desordenadas que tenía encontraron su sitio en el rompecabezas.

Este debía de ser el viaje del que me habló mi padre. En el que supuestamente Thalia cambió. Lo más probable es que ya estuviera embarazada cuando se marchó, así que había conocido al padre de Louis en algún momento pasado a aquel viaje. Pero todavía seguía sin saber qué propósito tenían todos aquellos calderos o qué intentaba conseguir.

—Stephen —suspiró con fastidio. —El bebé está bien, ya estamos cerca de fabricar la poción. —Trazó un arco con la mano por encima de la mesa—. ¡Imagínate! Una vez esté acabado seré capaz de someter a quien quiera a mi voluntad.

Sabía poco de magia, todo lo de las pociones y hechizos eran cosa de Joan. Yo me limitaba a recitar lo que me mandaban, sin más. Pero estaba segura que someter la voluntad de una persona no entraba dentro de la magia
buena.

Noté de nuevo el tirón en el estómago y la imagen se desvaneció. Esta vez aterricé en el porche de una casa, todo cuanto se veía alrededor eran árboles, aunque se advertía el murmullo de un arroyo cercano. Sin embargo, seguía notando el mismo calor pegajoso en la piel.

Escuché el llanto de un bebé a mi espalda. Junto a la barandilla que limitaba el porche, encontré a Stephen, acunando entre sus brazos al bebé que lloraba, a Louis. Thalia salió por la puerta en ese preciso momento. Cargaba con una maleta.

—¿De verdad te vas a marchar? —espetó Stephen, por encima del llanto.

—Claro que sí, llevo demasiado tiempo fuera. Ya habrán empezado a sospechar —explicó. No se detuvo a preguntar qué le ocurría al bebé. Se ve que ni siquiera entonces aspiraba a ser la madre del año.

En dos pasos, el hombre se situó frente a ella.

—¿Y nuestro hijo? ¿Te vas a marchar sin más? —escupió con enfado—. Deja a Edward, deja el Círculo. No los necesitas, ya no…

—No quiero dejar a Edward y todavía hay asuntos que me interesan del Círculo —combatió sin perder la calma—. En cuanto a Louis, tú cuidarás de él. Para eso eres su padre.

Puede que Stephen fuera el amante de Thalia, que no debería sentir empatía ninguna por él. Pero lo hice. Parecía tan víctima como cualquier de nosotros. El hombre estaba dispuesto a decir algo, pero mi madre se le adelantó.

Dominus—susurró.

La actitud de Stephen mutó de inmediato. La tensión en sus hombros se relajó, destensó la mandíbula y sus ojos perdieron emoción, vitalidad. Se quedaron pálidos, opacados.

—Vendré a veros pronto —añadió Thalia, haciéndose con la maleta.

—Vale —respondió él, sin presentar batalla.

A la tercera vez el tirón en el estómago no me molestó, ni la distorsión de la imagen me mareó. Aguardé tranquila al próximo escenario, deseando descubrir cuál era la siguiente sorpresa que tenía preparada mi madre para mí.

Regresé a casa: esta vez a la habitación de mis padres. A cada lado de la cama de matrimonio había una cuna de madera blanca. Me extrañó, pero no tanto; mi subconsciente ya había comprendido el por qué.

En el centro de la cama estaba mi padre, arrodillado de espaldas a mí, un par de años más mayor que en la primera visión. Me subí a la cama, justo a su lado. Miraba con devoción a dos recién nacidos: uno con un pijama de color rosa y el otro en color azul. Uno de ésos bebés era yo, y el otro tenía que ser Alexander.

Así se resolví otro misterio. Edward Mitchell era el padre de Alexander. Éramos mellizos. Pero. ¿Por qué mi padre no se acordaba de él? ¿Cómo era posible?

Para responder ésa pregunta, Thalia entró a la habitación. Callada, anduvo hasta los pies de la cama ajena a que yo luchaba por no tirarme a su cuello.

—Mi dulce e inocente Edward, algún día entenderás por qué hago esto… —Su melancolía casi era real, igual que el cariño que brotaba con cada palabra. Sin embargo, el cariño no le impidió hacer lo que hizo a continuación—: Obliviscatur.

Usó el mismo tono que con Stephen en la anterior visión. Se acercó a la cama y cogió en brazos a Alexander. Mi padre no apartó la mirada de mí, como si Alexander se hubiese vuelto invisible a sus ojos.

—Voy a hacer la compra —comentó mi madre, utilizando un tono meloso.

—Claro, cielo —respondió papá, como si nada. Porque para él no había pasado nada, Alexander había sido borrado de sus recuerdos.

El resto del sueño fue rápido, una sucesión de imágenes veloces. Vi cómo Thalia aparecía de nuevo en la cabaña, todavía con mi hermano en brazos. Stephen estaba sentado en la mecedora, con un Louis de unos dos años sentado a sus pies. Thalia le tendió a Alexander. «Es tu hijo, cuidarás de él, ¿verdad?», dijo.  Los ojos de Stephen se iluminaron como si de verdad estuviera observando a su hijo y no a un bebé desconocido al que acababa de ver; «Claro que sí, ven con papá».

De nuevo más imágenes. Flashes difuminados. Los años pasaban entre las idas y venidas de Thalia. Unas veces en la cabaña, donde Louis y Alexander crecían ajenos a todo. Otras veces en casa, conmigo y con papá. Discusiones entre ellos. Discusiones con Stephen. De las que siempre salía airosa pronunciando palabras en latín que no comprendía. Los tenía bajo su control. Se metía en sus cabezas. Alteraba la realidad a su antojo.

La película se detuvo, caí en una escena de súbito. Tuve que agarrarme a una silla para no darme de bruces.

—¿Qué estás haciendo?

A mi lado, apareció Stephen arrinconado contra la pared. Tenía el ceño fruncido y las gotas de sudor le resbalaban por las sienes.

—No quiero hacerlo, cariño.

Thalia lo apuntaba con una pistola. Comenzaron a temblarme las piernas, como si yo también corriese peligro.

—Entonces dentente —suplicó Stephen.

—Debo hacerlo, los niños tienen que tener un incentivo. —Fría, escalofriante, mortífera… Igual que la voz que escuchaba en mi cabeza—. Si mueres, estarán volcados a la causa por completo.

—¡Estás loca! —chilló Stephen, en cólera. A sabiendas de que ya no tenía nada que perder.

Mi madre apretó el gatillo. Grité al vacío. El sonido retumbó en toda la sala. Y Stephen murió. Rogué por despertarme, pero Thalia todavía tenía más sorpresas para mí, porque en segundos volví a transportarme.

Un centro de entrenamiento. Había armas colgadas en las paredes de metal, cuadriláteros, pantallas de simulación, puestos con bebidas energéticas y máquinas de gimnasio. Incluso sonaba música. En uno de los cuadriláteros vi a Louis y Alexander, peleando. Ambos sudaban a chorros, respiraban con dificultad y tenían todos los músculos en tensión. Se lanzaban ganchos y patadas. A pesar de la concentración, sonreían.

A los pies de la construcción estaba Thalia, junto a una mujer de cabello pelirrojo que no podía ser otra que la madre de Joan.

—Te arriesgaste demasiado en Woodlands —le recriminaba.

Mi madre no apartaba la vista de sus otros dos hijos. En su lugar, elevó la mano hasta la cara de la mujer. De entre sus dedos colgaba una pulsera de plata con una sirena que unía ambos extremos. Era mi pulsera, pensé que la había perdido durante el viaje, pero Alexander debió  arrebatármela mientras estuve inconsciente.

—Gracias a Louis averiguamos que se escondían en Australia —comenzó a decir—, ahora, gracias a esto, podré convencer a Elise de que se una a nosotras.

Me encontraba en el presente, no en algún recuerdo de la malévola de mi madre.

Jean le devolvió la sonrisa.

—Sino, siempre puede guiarnos hasta su nuevo paradero —sugirió Jean. Me daba miedo lo mucho que su hija se parecía físicamente a ella.

—Para eso tenemos a Edward y…

Antes de poder escuchar nada más, todo comenzó a teñirse de negro. Cuando abrí los ojos otra vez, estaba de vuelta en la isla de Stewart. Tumbada en lo alto de la litera que compartía con Joan. Estrangulando las sábanas con los dedos. Todavía era de noche, el olor a salitre se colaba por las ventanas abiertas y un compás de respiraciones serenas inundaba la planta baja.

Me tiré de lo alto de la litera y trastabillando salí de la cabaña. Anduve en dirección a la playa, pero solo pude llegar a un claro iluminado de luna que se encontraba a mitad de camino antes de que las piernas me cedieran y cayera sobre la maleza.

Seguía aturdida, las imágenes volaban antes mis ojos. Por fin comprendía, pero las respuestas se anudaban en mi pecho serrándome el aliento. Lo que no entendía era el motivo por el que Thalia me había hecho partícipe de su juego del horror. Porque de eso se trataba para ella; un simple y macabro juego.

Manipuló a Stephen y a mi padre hasta lo indecible. Por ello Edward se había mostrado tan confuso cuando trató de hablar conmigo, el hechizo de Thalia perduraba en su mente. Borró del recuerdo a Alexander solo para poder tenerlo bajo su control mediante engaños, haciéndole querer a un padre que después mató a sangre fría, para asegurarse que tanto él como Louis se volcaban a la causa del Anti-Círculo. Y ahora me utilizaba a mí para hacerme caer en sus fauces. Desconocía sus intenciones, qué ganaba ella mostrándome todo aquello. ¿En serio creía que correría a sus brazos después de todo lo que había visto? Las palabras de Jean O’ Connor estaban tatuadas en mi cabeza; «Sino, siempre puede guiarnos hacia su nuevo paradero».

Hola, Rosebud.

Se me erizó hasta el último vello del cuerpo. No podía ser, despierta no.

—Márchate —mascullé en voz alta, encogiéndome aún más. La claridad de la luna se aplacó, como si quisiera
esconderse de Thalia.  

Así no se le habla a una madre. —No tenía cuerpo, provenía de todas partes y de ninguna a la vez. Pero tenía presencia. Casi podía sentir su aliento rozándome la nuca.

—Es que como nunca he tenido una no sé comportarme.

Expulsó una risita musical y espeluznante. ¿Cómo narices había conseguido meterse en mi cabeza incluso estando despierta?

Porque tú me lo permites. En el fondo, quieres esto.

—¡No tienes la menor idea de lo que quiero! —exclamé, poniéndome de pie. Miraba a todos lados, entre los árboles, hacia el suelo y el cielo. Buscándola, como si de verdad pudiera verla.

De todo lo que te he mostrado, lo que más te ha dolido es que no fueras tú a la que me llevé aquel día. —siseó—. Te preguntas por qué te abandoné, por qué no fuiste lo suficiente para mí… No quería hacerlo, fue necesario. Pero ahora estoy aquí, ya estás lista.

—¡Cállate! ¡Basta! —chillé tan alto que me desgañité la garganta. Vibraba de rabia, de odio. Una quemazón se apoderó de las yemas de mis dedos, a lo lejos escuché el oleaje embravecido a causa mía.

Pronto estaremos juntas, como siempre debió ser. La familia unida —prosiguió con su soliloquio—. Solo dime dónde estás e iré a buscarte… ¿No es lo que quieres? Así podrás ver a tu padre, a tus hermanos…

Quise dejar de escuchar, arrancarme el tímpano, hacer cualquier cosa. Sin embargo, me quedé quieta en medio de aquel claro, escuchando a Thalia. Porque en el fondo tenía razón. Porque seguía siendo ésa estúpida niñita a la que abandonaron y que resurgía ahora de las profundidades. En lugar de mostrarme fuerte y mantener la templanza y no dejarse engañar. Mi madre lo sabía, por eso se metía en mi cabeza. Porque tarde o temprano terminaría rompiéndome, cediendo ante sus promesas vacías. Así de estúpida y manipulable era. Porque seguía aterrorizada por la soledad, era una sombra maldita que perseguía mis pasos y se lo tragaba todo.

Vamos, dímelo —insistió Thalia. La voz era cada vez más fuerte y eficiente. Como la flauta de un encantador de serpientes—. Dímelo y ya no estarás sola

—Sal. De. Mi. Cabeza —supliqué, golpeándome las sienes.

Querida, eres tú la que me deja entrar —repitió.

—Vete, vete, vete…

—¡Elise!

Me di la vuelta hacia la voz  y toda la furia que me asolaba volcó desde el mar dos enormes estalactitas hacia ella. Tarde, me di cuenta de que se trataba de Niall y no de mi madre.
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El impacto hizo temblar el suelo y abrió una grieta que describió una línea en zigzag de varios metros de largo. Por suerte, Niall reaccionó a tiempo y se envolvió en una bola de fuego que derritió los laterales, allí donde hubiese tenido lugar el impacto con su cuerpo. No me acerqué a él, me quedé estupefacta, anclada al suelo. Nunca antes había hecho algo como aquello. Ni invocar el mar desde tan lejos, ni perder el control de esa manera.

Thalia me hacía peligrosa. Mi debilidad más todavía.

Niall franqueó las estalactitas con rapidez y corrió hacia mí, por poco huí en la dirección contraria, pero los pies aún no me respondían.

—¿A qué demonios ha venido eso? —Pensé que iba a empezar a gritarme, como de costumbre. Sin embargo, su tono de voz estaba impreso con otra cosa… hubiera dicho que preocupación, de no ser porque Niall era más frío que el invierno.

No respondí. Estaba esperando a escuchar la voz de mi madre de nuevo en mi cabeza. Si estaba ahí, cualquier cosa que dijera podría darle pistas de nuestro paradero.

Silencio.

—Elise —me llamó frunciendo el ceño.

La luz de la luna descansaba en su rostro, la piel le brillaba con un intenso matiz alabastrino. En sus ojos, descansaban las sombras del bosque. La brisa mecía su camiseta y la aplastaba contra su pecho. En el movimiento de sus brazos advertí que tenía intención de tocarme, salté hacia atrás.

Más silencio. Suspiré aliviada; se había marchado.

—Estaba… practicando —dije lo primero que se me ocurrió.

—Mientes.

Dio un paso en mi dirección, cauteloso. Como si yo fuera un animal herido. Erguí la espalda y tensé mis músculos gelatinosos.

—Lárgate —mascullé, recobrando la compostura.

Notaba la ira fluir como un cable de alta tensión por mi sangre. El mar tampoco se había calmado, no sabía cómo, pero podía sentirlo, casi visualizarlo. Grandes olas que chocaban rabiosas contra la bahía. De mis manos volvía a emanar una niebla helada, el frío que desprendía mi cuerpo condensaba la humedad del aire.

Estos eran los daños colaterales de una charla madre e hija. Era como sufrir un trastorno de personalidad; cuando se materializaba me convertía en una versión temerosa, lastimera y gimoteante sin voluntad; quien solía ser hasta hacía poco. Con su marcha, aparecía la versión fría y de desbordante rabia que desde hacía días me observaba a través del espejo. Y yo, atrapada entre ambas, tratando de controlarlas y no sucumbir a la locura.

Niall se cruzó de brazos con aire desafiante.

—No me voy a ir de aquí hasta que me digas lo que te pasa —me amenazó.

Lo observé en silencio. Si sus reflejos no fueran tan intensos, probablemente nos hubiera matado a los dos. Aquello me hizo plantearme la siguiente pregunta: ¿Por qué estaba allí?

—Entonces me marcho yo —decreté.

No quería volver a la cabaña, pero si me iba a cualquier otra parte Niall me perseguiría. Allí, con todo el mundo durmiendo, me dejaría tranquila.

Sumergida en mis cavilaciones, no reaccioné a tiempo para apartarme antes de que Niall me agarrase por el brazo. Sus intenciones eran claras; quería meterse en mi cabeza. Y como a esas alturas ya estaba harta de que accediesen a mi cerebro como si hubiese un cartel de barra libre en él, con la mano que me quedaba libre aferré el brazo por el cual me sostenía mientras concentraba una pequeña cantidad de agua en esa parte de cuerpo y después la congelé. Gritó y aproveché su sorpresa para empujarlo por los hombros y tirarlo al suelo. Inmediatamente después salté sobre él a horcajadas y lo apresé por las muñecas, a la altura de su rostro.

—¿Qué has visto? —escupí a escasos centímetros de su cara, el pelo me caía por ambos lados y las puntas tocaban sus mejillas. Niall estaba tranquilo, no ejercía resistencia ni trataba de zafarse. Remití un poco mi fuerza, pues era innecesaria, si quería, podía mandarme al otro lado del claro de un puñetazo.

—A tu madre —respondió.

—¿Nada más?

—Y todos sus secretos —agregó en voz baja, sin alterar el tono de su voz.

De modo que lo había visto todo. Me sentí desnuda ante él y vulnerable y lo odié.

—Mierda —maldije. Le solté las muñecas y me incorporé.

De pronto, toda la presión que llevaba oprimiéndome por días se transformó en lágrimas silenciosas que rodaron sin culpa por mis mejillas. No sabía cómo lo hacía, pero siempre acababa comportándome como una estúpida delante de Niall y, tampoco sabía por qué me importaba, si era un gilipollas impertérrito.

Entonces, el gilipollas impertérrito hizo algo que jamás me hubiese imaginado. Se incorporó hasta quedar sentado, conmigo todavía encima. Estuve quieta, con las lágrimas rodando hasta mi barbilla. Con prudencia, me apartó el pelo de la cara. Contuve el aliento. Acto seguido, se dirigió a mis mejillas, donde usó los dedos para secarme las lágrimas. Eran ásperas, desprendían un intenso calor, pero lo paliaba con la suavidad que empleaba. Durante todo el proceso, nuestros ojos se mantuvieron clavados con los del otro.

Los sollozos cesaron y la bruma de las lágrimas desapareció progresivamente. Una sensación de tranquilidad me envolvió, haciendo que la rabia se esfumase. Me sentía tranquila por primera vez en días. Arropada por el murmullo de los animales nocturnos y el silbido ligero del viento.

Niall parecía otra persona, despojado de la careta de indiferencia tras la que tenía por costumbre esconderse. Siempre olvidaba, quizá porque no me lo creía —a pesar de las evidencias—, que ese chico era mi alma gemela. Sin embargo, justo en ese momento, en aquel claro, la idea me pareció menos descabellada.

—No se lo diré a nadie hasta que tú decidas hacerlo —me aseguró cuando me hube calmado. Sus manos me sujetaban los codos, pero sin fuerza, sólo rozándome.

El aire regresó por completo a mis pulmones.

—¿Por qué? —quise saber. Si lo había visto todo, sabía con certeza lo que Thalia pretendía y la capacidad que poseía para hacerme perder la cordura. Desconfiaba de que Míster Tenemos que Salvar el Mundo permitiese cualquier inconveniente.

Lo escuché apretar los dientes, como si le costara un universo decir lo que estaba a punto de decir:

—Porque yo sé lo que es perder el control—una pausa—, y que tu madre te manipule.

Visualicé los recuerdos de Niall que había visto en el avión camino a Woodlands. Claro que me entendía y por eso me daba la oportunidad de callar hasta que tuviera la situación bajo control. Por ello tampoco había empezado a interrogarme ni a sermonearme.

—Gracias, Niall —dije al fin.

—Siempre.
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Mi madre no me molestó de nuevo aquella noche, quizá se debía a que no volví a conciliar el sueño, estuve las horas que restaron hasta el amanecer en un extraño duermevela, entre una inconsciencia intermitente y una consciencia en la que no hacía más que exprimirme el cerebro tratando de encontrar una solución.

La pulsera permitía a Thalia contactar conmigo, pero era yo quien la dejaba entrar. Mientras la soledad fuera mi Talón de Aquiles ella seguiría teniendo línea directa a mi voluntad. Pero. ¿Qué podía hacer?

Antes de que alguien se despertara me marché a la playa. El sol no era más línea que separaba el mar del cielo, pero su intensa luz amarilla agujereaba ya la neblina matutina. El mar tenía una tonalidad aguamarina impresionante y las gaviotas lo sobrevolaban con sus intensos graznidos. Hacía un poco de frío, pero me introduje en el mar de todas formas, hasta que el agua me cubrió las rodillas.

Tenía pensado comenzar a entrenar por mi cuenta. En los combates me cansaba con demasiada rapidez y mi poder menguaba en cada tanda de ataques. Desafortunadamente, debido a todos los inconvenientes que pasamos en Australia, mi padre no había podido entrenarme lo suficiente. Y yo tenía mucho que mejorar. El agua que provenía de mí, no oponía la resistencia del mar o cualquier fuente de agua natural. Sin embargo, estas siempre mostraban un poco de resistencia. Quería comprobar si la práctica haría remitir dicha obstinación. No las necesitaba para hacer uso de mi poder, pero me proporcionaban energía y poder extra.

Comencé a mover las manos en un vaivén, amasando el agua. A continuación, junté pulgar e índice y estiré como si tirase de un hilo invisible, dos cuerdas de agua se alzaron un par de metros hacia el cielo; lucharon por volver a su lugar, pero se lo impedí. Las atraje hacia mí, comenzaron a rodearme los brazos, serpenteaban, se enrollaban en mis dedos y se acumulaban en mis manos. Movía las manos en una danza extraña y dependiendo del movimiento, el agua adquiría una forma distinta; circunferencias, espirales o tubos.

Funcionó durante un rato. Creé olas para después destruirlas. Partí un tramo del mar en dos, como aquel profeta de la antigüedad. Pequeños tsunamis. Memoricé los movimientos que tenía que seguir para lograr ciertas formas, ciertos movimientos de los látigos acuáticos.

Fue increíble, hasta que dejó de serlo.

No sé qué ocurrió, ni qué motivo lo propició, pero de un momento a otro, cada partícula de agua que tocaba tornaba en hielo. Cuando intenté levantar una ola, se solidificó en el aire de inmediato. Al intentar dos látigos, también se solidificaron, creando una uve extraña, justo al lado de la ola congelada. Probé a utilizar mi poder sin hacer acopio del mar, pero todo cuanto salía de mi cuerpo eran acumulaciones de frío que cubrían la arena de hielo.

Pareciera que mi poder se hubiese quedado, sin explicación alguna, en la fase de solidificación.

Intenté no ponerme nerviosa, ni darle una mayor importancia. Quise achacarlo al cansancio, quizá me había forzado demasiado y durante mucho tiempo. Así que di por concluido el entrenamiento y regresé a la cabaña. Lo que yo no supe entonces, fue que aquel era el principio de un cambio mucho más truculento y oscuro.


Helenna ya estaba despierta cuando llegué. No cruzamos palabra alguna, desde el incidente apenas nos mirábamos. Si nuestra relación ya era de por si escasa, ahora era inexistente. Lenna no quería ayuda, cabezota como era. Yo ya no quería dársela. Ni a ella, ni a nadie. La tonta de Elise se había cansado de perseguir a las personas, además, suficiente tenía con mis problemas.

—¿Dónde está el resto? —pregunté un rato después, desde mi litera.

—Han ido a comprar provisiones —explicó Alexa.

Aquel día no hicimos mucho. Cada uno estaba a lo suyo. Stella y Alexa se marcharon por la tarde a dar una vuelta por la isla. Los chicos decidieron irse a pasar el resto del día en la playa. Priya y Rory se entretuvieron jugando a un videojuego. Charlie y Mortimer conversaban a media voz sentados en la mesa, nadie les prestaba atención. Helenna estaba en su litera, con la vista clavada en el techo. A Joan la atisbé por la ventana, sentada en una manta,
meditando.

Éramos como un grupo de amigos en unas vacaciones. Salvo porque nos escondíamos y no éramos amigos.

Intenté dormir un rato, porque me pesaba el cuerpo y me dolían los músculos. Pero resultó imposible, cada vez que cerraba los ojos aparecían las imágenes de la noche anterior. En especial de Stephen, asesinado a sangre fría.

Después, me imaginaba a mi padre, maniatado a una silla y magullado, torturado hasta el agotamiento por el Anti-Círculo. Por último, Alexander y Louis, me costaba creer que compartiésemos genética y mucho más referirme a ellos como mis hermanos. Teniendo en cuenta que uno me había secuestrado y el otro nos había traicionado.

Por la noche, después de la cena, regresé a la cama antes que nadie. Como habían pasado muchas horas, creí que era buen momento para probar si mi poder era estable de nuevo. Estiré un dedo, cuanto salió de él fue el mismo humo helado que en la playa. Lo intenté varias veces. Nada.

Conseguí dormir por la noche, estaba demasiado agotada y el sueño venció. Por fortuna, Thalia había tenido suficiente con torturarme la noche anterior. Comenzamos los entrenamientos aquel día, a mí me tocó con Helenna, Zayn, Harry, Rory y Forrest. Cuando Mortimer nos dijo que se limitaría a pasarnos técnicas de entrenamiento, sentí alivio; hasta ahora los entrenamientos habían sido una tortura tras otra. Como iba a explicárnoslo a cada uno por separado, me marché a la playa a esperar mi turno.

Una vez allí, vi que la ola y los látigos que había erigido el día anterior ya habían desaparecido. Aunque hacía calor, me daba la sensación de que había sido obra de Niall. No cruzamos más palabra desde que nos marchamos del claro, pero me provocó una sensación extraña en el estómago comprobar que se tomaba la molestia de ayudarme. Era cierto que prometió no decirle a nadie lo que me estaba pasando, pero las palabras no tenían la misma valía que las acciones.

Mientras llegaba Mortimer, volví a intentar dejar de hacer cubitos de hielo con toda el agua que trataba de controlar. Por tercera vez consecutiva, resultó inútil. Acabé creando un jardín del hielo a orillas de la playa. Me miré las manos con frustración.

Al principio de todo, todo cuanto podía hacer era mover el agua. O si perdía los nervios, conseguía cambiarla de estado. Como aquella ocasión en el avión, que construí un bloque de hielo para no matarnos. Más tarde, gracias a mi padre, había sido capaz de cambiar el agua de estado con solo un pestañeo o una orden de mi cerebro. No entendía por qué, sin más, estaba atascada en la fase de solidificación. Era como volver a empezar, sin control absoluto de mi poder.

—Un poco sobrecargado para mi gusto.

Salté sobre los talones, a mi lado había aparecido Mortimer. Silencioso como un gato. La boca a penas se le distinguía entre la tupida barba morena, pero tenía una expresión serena. Contempló mi desastre de hielo con pasividad, sin decir nada al respecto. Me aparté un poco hacia el lado, nerviosa por su cercanía. Lo observé de reojo mientras decidía pronunciarse. El hombre era casi tres cabezas más alto que yo y su sola presencia pregonaba respeto.

—¿De dónde crees que proviene tu poder? —preguntó de pronto.

Me encogí de hombros. Nunca me lo había planteado.

—Supongo que de alguna tara genética distinta a la del resto de los humanos —comenté, sin tener una idea aproximada de lo que estaba diciendo.

Mortimer sonrió de lado, de manera amistosa.

—En parte, pero tu poder no viene de nunca parte, Elise —apostilló—. Forma parte de ti.

No entendía por qué me daba clases sobre el origen de mi poder. En una pelea, no iba a detener a mis adversarios
entreteniéndolos con una clase teórica. Pero no protesté, aunque notara la crispación subir y bajar por mi espalda. Mortimer no era el culpable de lo que me ocurría.

—¿Y eso qué quiere decir?

Giré el cuerpo hacia él y levanté el cuello para encontrar su mirada.

—Que los cambios que sufres, también los experimenta tu poder —explicó, señalando a las figuras heladas que proyectaban sombra sobre nosotros—. Se mimetiza con tu estado de ánimo. Algo te perturba, muchacha.

Adapté actitud defensiva. Pero solo porque supe que llevaba razón. Eso lo explicaba, mi poder se había fusionado con mis emociones. Frías, tormentosas, volátiles.

—Quieres decir que se va a quedar así hasta que lo solucione —aventuré.

—Eso depende de ti, de cuánto te afecte —concluyó—. Ahora bien, tu poder no es la única manera en la que puedes defenderte. Tienes que aprender a ser autosuficiente sin él. Aprender a luchar con tu cuerpo.

—¿Me vas a enseñar kung-fu? —bromeé.

Sonrió.

—Yo no —rebatió, se giró hacia el manto de árboles, del que en ese momento apareció Niall cargado con una bolsa de deporte—. Por las mañanas estarás conmigo y, por las tardes, aprenderás a pelear con él.

Niall nos alcanzó en ese instante. Mortimer le dio una palmada al hombro y se marchó. Miré al  chico con recelo. Si lo había entrenado el Círculo, seguramente sería tan exigente como ellos. Eché de menos a mi padre, si alguien tenía que patearme el trasero, prefería que fuese él.

Sin todavía pronunciar palabra, se agachó para abrir la bolsa; de la que extrajo toda serie de armas. Desde cuchillos hasta espadas.

—¿De dónde has sacado todo esto? —pregunté estupefacta.

—Nicholas tiene una gran reserva en la cabaña.

—Ni que lo digas.

Me miró desde su posición. Sus ojos azules me pusieron incómoda, pero al contrario que otras veces, no me puse colorada. No me ponía nerviosa ni su presencia, ni que fuese un chico —como solía pasar—. Mis nervios se debían a que conocía mi secreto, que me había visto vulnerable y que en cualquier momento podría utilizarlo contra mí. Por el momento no había dado muestras de ello, sino de todo lo contrario, pero nunca se sabe. Y en vista de los últimos acontecimientos, no quería más sorpresas, ni que nadie tuviese la capacidad de controlarme.

—Elige algo —me pidió, pasando la mano por encima de las armas, como si fuera un vendedor.

Me mordisqueé el labio interior. Pasé bastante tiempo mirando. Al final, me decidí por un hacha de doble filo y un cuchillo pequeño. El hacha pesaba bastante, suponía que acabaría acostumbrándome a ella. Y en el fondo, deseaba no tener que recurrir a ella nunca.

—¿Ahora qué? —quise saber.

Niall se levantó, sacudiéndose la arena de las rodillas.

—Ahora, déjalas en la arena —me exhortó. Extrañada, abandoné las armas a mis pies—. Primero tienes que aprender a luchar.

—Se supone que las armas son para eso —rebatí.

—Si no sabes moverte, mucho menos podrás hacerlo con un arma.

Él era el experto después de todo, así que no discutí más.

—¿Preparada? —preguntó.

—Supongo que sí.

La tercera vez que me retorció el brazo contra la espalda, me di cuenta de que no estaba para nada preparada. Por otra parte, Niall era con diferencia el peor profesor con el que me había tocado y decía esto habiendo pasado por las manos de Jane. Era estricto, meticuloso y criticaba cada uno de mis movimientos.

Dos horas después, estaba agotada.

—No más entrenamiento —me negué tajante, levantándome del suelo, que era donde Niall me mandó tras intentar atacarlo.

—Esto te mantiene ocupada, ya sabes… —respondió, dejando la frase en el aire.

«Tenías que sacar el tema», pensé.

—Bueno, Maléfica está ocupada con sus otros retoños, porque no ha vuelto a molestar —expliqué, apartándome el pelo mojado de la cara.

Niall recogió la bolsa de deporte y me indicó el hacha y el cuchillo; las que serían mis armas a partir de ahora. Caminamos en dirección a la cabaña.

—Puede regresar en cualquier momento.

—Gracias por la información.

Resopló con fastidio. Ese era el Niall al que estaba acostumbrada, no su versión comprensiva e incluso humana.

—No quiero meterte prisa, pero…

—Es exactamente lo que pretendes —lo interrumpí.

Como no quería escuchar ninguno de sus sermones, apreté el paso y puse distancia entre los dos.
indigo.
indigo.


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El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 Empty Re: El Círculo {One Direction} |NC|

Mensaje por indigo. Vie 02 Jun 2017, 11:18 am

Capítulo 41 Parte 2.
Elise Mitchell & Niall Horan.



Al día siguiente, cuando Charlie nos reunió para explicarnos que teníamos que aprender a ser un Círculo de nuevo, quisimos demostrarle que tenía razón. Así que Helenna y Joan iniciaron una de sus tediosas peleas… Pero aquello se convirtió en una batalla campal. Patadas, sables, vueltas de campana. Solo Alexa dio un paso al frente, histérica y asustada. Charlie, Stella y yo observábamos desde la lejanía.

Sabía que debía intervenir antes de que se matasen, sin embargo, permanecí de pie como una mera espectadora. Como si aquello sucediera en un sitio distinto, con personas que no conocía. No me gustó esa sensación de indiferencia, casi de fastidio, porque todo lo convertían en una disputa.

—¡Está inconsciente! —exclamó Alexa, arrodillada al lado de Helenna.

Charlie y Stella corrieron hacia su posición. Por mi parte, miré hacia donde estaba Joan, tumbada boca arriba a unos cuantos metros. En un momento de la pelea, la había mirado y, no la reconocí. Como si no fuera ella. El pecho le bajaba y subía con movimientos cortos y veloces. Tenía el brazo por encima de la cara, por el que le caía sangre a causa de la herida abierta.

—¿Es qué te has vuelto loca? —escupió Stella en su dirección. No respondió.

—Vamos a llevarla adentro —ordenó Charlie, cogiendo a Helenna entre sus brazos—. Stella, necesito tu ayuda. Vas a tener que curarla.

Stella y Alexa lo siguieron a la cabaña principal, obedientes. Yo no lo hice, me preocupaba el estado de Helenna, pero no había nada que pudiera hacer para ayudar. Por otra parte, el descontrol de Joan me preocupaba más. Puede que tratara de mantenerme alejada del resto desde hacía un tiempo, cansada de recibir pullas cuando ofrecía mi ayuda —quizá por eso me quedé quieta durante la pelea—, pero con Joan me costaba. No sabía el por qué, quizá tenía más afinidad con ella que con ninguna.

Caminé hasta la pelirroja, me dejé caer a su lado, con las piernas cerca del pecho y la barbilla apoyada sobre las rodillas. Al principio ni me miró, pero no tenía prisa. Le di su espacio. Un rato después; apartó el brazo de la cara, se lo curó con un movimiento de mano y se incorporó hasta quedar sentada, en paralelo a mi cuerpo.

Cuando me miró, volví a ver a la Joan de siempre, aunque sus ojos centelleaban de impotencia y, tal vez, de culpa.

—¿Qué te ha pasado?. No parecías tú —pregunté, ladeando el cuello.

No respondió de inmediato. Estaría preguntándose si valía la pena explicármelo o si confiaba en mí para hacerlo.

—Digamos…—una pausa para calibrar sus palabras—que hay una parte de mí que a veces se escapa a mi control —declaró con la vista fija en sus manos.

La información era bastante escueta. Aun así, empaticé con ella. El significado de lo que había dicho Joan podría ser muy diverso, sí. Pero la comprendía, sabía lo que era perder el control de mis acciones, que mi humanidad se extrapolase y dejar que la oscuridad que crecía en mi interior, que incluso se reflejaba en mi aura, tomara las riendas de la situación.

No insistí más. Era decisión suya lo que contaba y lo que callaba.

—Como si Helenna no me odiase ya lo suficiente… —masculló, estrujando los rizos pelirrojos entre su puño. La frustración emanaba de cada poro de su piel.

—Helenna odia a todo el mundo. —Joan me prestó atención con curiosidad, debió de sorprenderla que no apelara en defensa de ella o no mostrase mi estúpido optimismo. Pero esa Elise desapareció semanas atrás, Thalia se la había comido—, o eso es lo que demuestra. Y contigo tiene motivos para hacerlo, así que se ensaña.

Joan se encogió de hombros.

—Tenía que hacerlo, no sé cuántas veces debo repetirlo —se excusó de manera mecánica.

—Lo sé —dije compresiva, porque yo no la culpaba.

Aquella chica era la líder por algo. No solo porque el resto no hubiésemos querido esa responsabilidad. Sino porque tomaba las decisiones difíciles fueran cuales fuesen las consecuencias. No todo el mundo tenía la capacidad de hacer eso. El Juicio Final no era su culpa, en el fondo, lo había hecho para protegerlas de Zayn y Harry. Además, era algo por lo que Joan tendría que pasar con el tiempo, al igual que Alexa y yo. Las tres tendríamos que vencer nuestro mayor miedo…

Di un respingo. ¡Eso era! Ahí estaba la solución.

Joan advirtió mi cambio de actitud y me miró con el ceño fruncido.

—¿Qué te ocurre?

Me puse de rodillas, frenética de pronto.

—Tengo que contarte una cosa, y necesito que me escuches con atención…

Se lo conté todo. La confesión de mi padre, que Thalia llevaba visitándome en sueños desde que regresé a Australia, gracias a la pulsera. Que Alexander y Louis eran de mi familia. Lo que había descubierto en mi viaje al pasado, lo que mi madre pretendía conseguir metiéndose en mi cabeza. Y que, si seguía haciéndolo, probablemente lo conseguiría.

Cuando terminé, el corazón me latía en cada hueco del cuerpo. Joan me miraba con los ojos muy abiertos, procesando la información.

—Elise, si tu madre puede coaccionarte de esa manera, eres un peligro.

—Ya lo sé, por eso necesito que hagas una cosa por mí.

Joan frunció el ceño, pero asintió, soltando aire.

—Claro, lo que necesites.

La miré directamente a los ojos, sin titubeos, para que viera que no era una broma. Después, alto y claro, pronuncié:

—Sométeme al Juicio Final.

Los ojos de Joan, ya de por si grandes, exageraron su tamaño desorbitadamente.

—No pienso hacer eso, encontraremos otra solución —se negó.

Puse los ojos en blanco.

—La única razón por la que Thalia puede quedarse en mi cabeza es porque parte de mí, está dolida porque me abandonó, porque fui la única a la que dejó atrás. —Tuve que detenerme a tragar saliva y respirar—. Joan, desde que mis padres se marcharon me da miedo estar sola, más que cualquier otra cosa en el mundo. Si venzo ese miedo, Thalia ya no será un peligro. Y el Juicio es una manera acelerada de conseguirlo.

Joan se pasó las manos por la cara.

—No puedo creerme que me estés pidiendo esto.

—Dijiste que tarde o temprano todas tendríamos que pasar por ello —añadí.

—Has visto lo que el Juicio te hace, no sabes cómo va afectarte —insistió.

—Me arriesgaré. —En esa ocasión, fue ella la que puso los ojos en blanco. Podía frustrarse tanto como quisiera, que yo no cambiaría de parecer.

—Elise, si no lo consigues…

«Te mueres», susurró una voz en mi cabeza. Me gustaría decir que no me aterré, que fui valiente, que no vacilé. Pero mentiría. Sin embargo, me sobrepuse a ello.

—Si no lo consigo, el problema se resolverá, de una manera u otra.

Thalia iba a dejar de utilizarme, aunque me costara la vida.
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Tardé unos cuantos días en convencerla del todo. Joan estaba empeñada en hallar una solución un tanto menos radical que el Juicio Final. Pero, por extraño que pareciese viniendo de alguien como yo: quería pasar por él tanto si había otra solución como si no. Por decirlo de alguna manera, se trataba de una inversión a largo plazo. Como el de cualquier ser humano, mi miedo era un lastre que arrastraba conmigo allá a donde fuera. Liberada por fin de él, todo sería diferente, yo sería diferente.

Sin titubeos. Ni cadenas sentimentales. Podría ir a por Thalia y recuperar a mi padre llegado el momento. Segura de que sus ardides no me afectarían en lo más mínimo.

El incidente entre Joan y Helenna, dejó a la segunda inconsciente unos cuantos días más. A pesar de que Stella actuó rápido sanando sus heridas. Por suerte, el resto del grupo no le dio mayor importancia, acostumbrados como estaban a las peleas incesantes entre nosotras.

Pasé aquellos días volcando mi energía en los entrenamientos. Mortimer me explicaba técnicas de meditación por las mañana, para canalizar mi energía y fortalecerla. Por las tardes, los entrenamientos con Niall siguieron su curso.

En los ratos libres, seguía entrenando por mi cuenta y poniendo en práctica las técnicas y movimientos que él me enseñaba.

Al cuarto día, mi cuerpo había agarrado fuerza y fondo, y no acaba hecha un manojo de músculos temblorosos tras cada sesión. Como cada tarde, estaba con Niall a orillas del mar. Sudorosa y en tensión, buscando la manera de pasar a través de él para hacerme con una piedra que se suponía que era mi trofeo.

El chico había insistido mucho en la importancia de observar a mi adversario y adivinar sus movimientos antes de que los realizara.

Estábamos a escasa distancia el uno del otro. Niall con los brazos colgando sobre las caderas, inexpresivo como la roca que debía conseguir. Yo tenía los puños alzados y apretados.

—Es para hoy… —dijo en tono cantarín, chulesco.

«Imbécil».

Con rapidez, lancé una patada hacia su cara, formando un ángulo de noventa grados con las piernas. Niall me agarró el pie con ambas manos inmovilizando mi cuerpo. Pero ya contaba con ello. Guardando el equilibrio, estiré las manos hacia su pierna derecha y tiré de ella con fuerza para hacerlo caer.  Lo conseguí, me solté y cogí impulso con la que me quedaba libre para saltar. Me dejé caer sobre su estómago de culo. Niall soltó un alarido, aproveché su dolor para pasar por encima de su cuerpo tendido y me hice dueña de la piedra.

Sonreí para mis adentros. Punto débil del adversario: desmedida arrogancia. Punto fuerte de Elise: que todas la subestiman.

Me senté con las piernas cruzadas de cara a él. Cuando se recuperó, entre resoplidos y gruñidos, estiró el cuello hacia atrás y me miró del revés. Unas gotas de sudor caían desde sus sienes hasta la barbilla.

—Has mejorado —resopló.

Di vueltas a la piedra entre mis dedos, sonriendo. Niall se incorporó y se giró hacia a mí. Decidí que era un buen momento para contarle lo que tenía pensado hacer:

—Ya sé cómo librarme de mi madre —anuncié, poniéndome seria.

—¿Cómo? —preguntó suspicaz.

—Voy a someterme al Juicio Final.

De las manos de Niall saltaron chispas cuando pronuncié las palabras.

—No —se negó, con gesto circunspecto.

—Tranquilo, a ti no te mandarán al Limbo, eres de los nuestros —traté de calmarlo, creyendo que esa era la razón de su negativa.

—Me da igual, no es por eso —masculló. Apartó la vista, que trabó con el mar cristalino.

Me sorprendí y un gusano me hizo cosquillas en el estómago. De pronto sentí un calor abrasador en las mejillas, pero me enfrié de inmediato.

—No es tu decisión —dije muy despacio, para que lo comprendiera. Vi cómo se le marcaba la línea de la mandíbula.

—Por favor, no seas estúpida —pidió, de nuevo vuelto hacia mí.

«Claro, cree que soy demasiado débil como para enfrentarme a mis miedos», deduje con cierta amargura.  

—Y tú no seas tan gilipollas —ataqué.

—Elise, no es eso…

Le tiré la piedra contra el regazo y me marché de allí. No sabía por qué me había sentado como una bofetada su falta de confianza en mí. ¿Qué esperaba? Si Niall me tenía como un decrépito intento de ser humano.

De camino hacia la cabaña, recibí una visita:

El chico tiene razón, no sobrevivirás. —Cómo no, tenía que aparecer mi madre—. No es necesario, Rosebud. Ven conmigo, te estamos esperando.

Me agarré a un árbol y cerré los ojos, para que no pudiese ver nada a través de ellos. Por suerte, todas las veces que me visitaba —que no eran pocas al día—, me había pillado en la playa, entre los árboles o en la cocina. Lugares que no podían proporcionarle información alguna de nuestro paradero.

Respiré hondo, varias veces. Canalicé la energía hacia la voz. Imaginé una luz blanca, que rodeaba hasta tragarse el agujero de oscuridad en mi cerebro que la voz de Thalia representaba.

Hija… —El tono de su voz era desesperado, increpante, conocedora de lo que estaba haciendo. No fue capaz de terminar la frase, porque la eché de mi mente.

—Hasta más ver, madre —susurré a la nada, abriendo los ojos.

Las técnicas de Mortimer me habían ayudado a mantener a Thalia a raya. Pero cada vez era más difícil. Esa parte que trataba de eliminar de mí, siempre estaba dispuesta a escuchar lo que tenía que decirme y no sabía cuánto tiempo podría refrenarla. Cada vez que me visitaba —lo que ocurría como mínimo dos veces al día—, estaba más convencida del Juicio Final.

Retomé la marcha con pasos prestos. En la entrada de la cabaña me crucé con Harry y Stella, que practicaban también técnicas de lucha. Pasé como una exhalación por su lado sin siquiera saludarlos. Dentro de la cabaña estaban Priya, Owen y Alexa, sentados en el sofá, cada uno a lo suyo. El resto debía de estar en la cabaña de la cocina, pues un agradable olor a comida inundaba el aire.

Localicé a Joan sentada a la mesa, con un moño deshecho en precario equilibrio en la cúspide de su nuca. Se mordía una uña con insistencia y sus ojos nadaban veloces y frenéticos por los libros de nuestras familias en los que trataba de encontrar una alternativa. Con su empeño y determinación probablemente acabaría dando con una solución, pasado un tiempo.

Pero yo no tenía tiempo. Así que corrí hacia ella y la abordé.

—Joan, se acabó.

Suspiró, tapándose los ojos con una mano abierta.

—Está bien —accedió al fin. Alzó la vista y me miró desde abajo—. Lo haremos mañana por la noche.

Asentí. Sabía que terminaría por acceder. Como ya había dicho, por algo era la líder: dispuesta a tomar las decisiones difíciles por el bien común.

—Se lo contaremos a los demás, para que sepan que es mi decisión y no quieran colgarte de la guillotina —susurré cerca de su oído, para que nadie escuchara.

—¿Todo? —quiso saber.

Lo sospesé por un momento.

—Solo la parte que concierne a mi madre. El resto no es relevante.

—De acuerdo —aceptó. Se deslizó por el banco para hacerme un hueco—. Siéntate, tengo un plan.

Hice lo que me pidió y aguardé a que hablase, intrigada por su supuesto plan.

—Thalia está utilizando uno de tus objetos personales para meterse en tu cabeza. Ha creado un vínculo entre vosotras. Estaba pensando… —se mordió la uña del pulgar pensativa, otra vez—. ¿Y si nosotras hacemos lo mismo? Aprovechar ese vínculo, una vez finalice el Juicio, para que seas tú la que se meta en la cabeza de Thalia y averiguar información.

—Se supone que quiero librarme de ella.

—Lo harás, no será capaz de manipularte ni tener acceso a tus pensamientos. Al contrario, si conseguimos crear la conexión, serás tú la que lleve la voz cantante.

Podría utilizarlo para encontrar a mi padre. Para adelantarnos a sus movimientos. Llevar nosotros la ventaja, al menos por una vez.

—Reza para que sobreviva al Juicio —respondí.
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No pude dormir esa noche, aunque por una vez no se debía a las pesadillas que me atormentaban desde hacía días. Sino por los nervios. Por muy decidida que estuviera a pasar por el Juicio, me asustaba. Las probabilidades de sobrevivir eran escuetas. ¿Quién me garantizaba a mí que vencería mi miedo? Al fin y al cabo, lo estaba haciendo porque me dominaba.

Con Joan, decidimos que lo haríamos por la noche. Pero primero venía la parte difícil: comunicárselo a los demás. Tras el desayuno, antes de que pudieran levantarse, nos situamos cada una en un extremo de la mesa.

—Escuchad un momento, por favor —comenzó Joan, lo cual agradecí. Sentía los ojos de todos clavados como aguijonazos en mi piel. En especial la de Niall, que bufó ante las palabras de Joan.

—¿Qué pasa? Menudas caras de situación —intervino Owen. Forrest le dio un disimulado codazo en las costillas.

Respiré hondo varias veces antes de empezar a hablar. Al principio me costó, nunca se me dio muy bien hablar en público, o hablar en absoluto. Así y todo, conseguí explicarme con bastante exactitud. Cómo mi madre se metía en mi cabeza, los motivos y lo que conseguiría si seguía permitiéndoselo.

—Me voy a someter al Juicio Final —dije para finalizar—. Es la única manera que tengo de librarme de su control y dejar de ser un riesgo.

Helenna estrelló el puño contra la mesa, haciendo que los cubiertos y los platos vacíos tintinearan. Había despertado la noche anterior, cuando estábamos cenando. Al contrario de lo que todos pensamos, no se lanzó a por Joan. Se limitó a dedicarle una mirada despectiva de puro odio.

—¡Y una mierda! —exclamó ahora, con los dientes apretados—. Esto es idea tuya, ¿a que sí? —lanzó su ira contra Joan.

—Se lo he pedido yo, no la culpes —intervine. Helenna se giró hacia mí hecha una bola de pura rabia.

—No tienes ni idea de lo que estás haciendo —me espetó.

—Papá, di algo —lo incentivó Stella, que se había quedado blanca como la pared.

Charlie se mesaba la corta barba con aire circunspecto. Me preparé para su sermón, aunque nada de lo que aquel señor pudiera decirme haría que cambiase de opinión.

—Es tu decisión, Elise —dijo Charlie, encogiéndose de hombros—. Puede ser ahora o dentro de un tiempo, pero tarde o temprano correrás la misma suerte que Helenna y Stella.

Asentí agradecida. Stella resopló, al tiempo que negaba con la cabeza.

—Haz lo que te dé la gana —decretó con la voz entrecortada y se marchó de la cabaña, seguida por Harry.

—¿Qué es el Juicio Final? —preguntó Rory que al igual que Priya no tenía ni la más remota idea de lo que hablábamos.

Niall comenzó a explicárselo por lo bajo.

—Te has vuelto loca, Mitchell —me recriminó Helenna, temblando de rabia.

Alexa observaba la escena con aire ausente. Se mordía el labio inferior con fuerza y mantenía el ceño fruncido, como si estuviera pensando.

—Me voy a volver loca si Thalia sigue en mi cabeza —traté de explicarle.

—Tiene razón, nos pone en peligro —me ayudó Charlie, pero Helenna casi se lo traga con la mirada.

—Y puede hacerlo, como tú pudiste. —Joan me infundió ánimos, era la única que no me había condenado sin más a la muerte. Tenía fe, aunque fuera poca.

—¡No, no y no! —chilló Helenna, sobresaltando a Owen, que estaba a su lado, tratando de no hacerse notar mucho.

—No es tu decisión —expuse, como había hecho con Niall el día anterior.

—Vas a morir.

Su sentencia tocó mi fibra sensible.

—Soy más fuerte de lo que todos pensáis —critiqué. Zayn soltó una risita, como si fuera un chiste.

En ese instante, Alexa se incorporó de su banco.

—Yo también pasaré por el Juicio Final —anunció.

Joan, que hasta entonces se había mantenido callada, intervino.

—Puedes esperar un poco más, como yo —trató de disuadirla.

—Te equivocas —negó Alexa, sumamente tranquila—. El lazo que me ata a Louis puede ser tan peligroso como la conexión de Elise y su madre.

Me prometí, que una vez pasado el Juicio, le contaría a Alexa lo de Louis. Merecía saber que nuestra madre había asesinado a sus padres, que éramos medio hermanos y que a lo mejor, había esperanza para él, como para Alexander. No podía hacerlo ahora, tenía que confiar en que podríamos con ello. Que ambas despertaríamos. Me prohibí los «Por si acaso…».

—Está bien —se rindió Joan—. Lo haremos al anochecer.

Helenna gruñó, o algo parecido, fue un sonido extraño bañado de impotencia. Pero en lugar de decir algo más, se marchó hecha una furia, como Stella poco antes.

Unas horas más tarde, estaba sentada en la litera apoyada contra la pared, cuando Helena apareció por las escalerillas. Parecía mucho más relajada que antes, pero con ella nunca se sabía. Encogí las piernas para hacerla hueco.

—¿Necesitas algo? —Mi pregunta fue un tanto brusca, aún estaba dolida con ella porque me había subestimado. Que los chicos pensaran eso de mí, todavía me daba más igual. Pero viniendo de alguna de ellas, me dolía.

—Abre las orejas, porque no voy a repetirlo una segunda vez —me advirtió, gateando por la litera, que se tambaleó ligeramente. Se acomodó a mi lado y yo me clavé uno de los barrotes en las costillas.

Aguardé en silencio hasta que se decidiera hablar. Como había venido en son de paz, decidí no meterla prisa.

—Antes, cuando he dicho que te vas a morir —empezó a decir—, no lo decía en serio. Bueno, sí que lo decía en serio, pero…

—Lo estás arreglando —le di unas palmadas en el muslo, que estaba pegado al mío debido al reducido espacio.

Resopló.

—Técnicamente te mueres, en eso consiste el Juicio —rebatió, porque así era Lenna. Y a pesar del enfado, era agradable estar allí sentada con ella—. Elise, sé que eres fuerte, no es tu fortaleza lo que me preocupa —prosiguió con lentitud, midiendo sus palabras.

La miré con el ceño fruncido. Apretaba los dientes y tenía el semblante tenso, como si le costara mucho hablar.

—Entonces. ¿Qué?

—La parte que te va a arrebatar —confesó—. No vas a ser la misma cuando superes el Juicio —. Su cuando y no un si me dieron fuerzas—. Pese a todo lo que hemos pasado, las traiciones, los secretos, toda la maldad que nos rodea… Tienes la capacidad de ver lo bueno de las personas. Crees en su bondad, en sus partes luminosas. Crees… en mí.

No quise decirle que era muy posible que esa parte de mí se hubiese perdido ya, que el Juicio Final solo terminaría de borrarla. Pero me quedé callada, era la primera vez que hablaba tanto.

—Claro que creo en ti —aseguré—. Por cierto, lamento lo que te hice. Me gustaría decir que todo fue culpa de Thalia, pero la verdad es que me enfadé.

Se encogió de hombros.

—No vuelvas a hacerlo, porque la próxima vez te rompo las piernas —me advirtió. Sonreía, pero yo sabía que lo decía totalmente en serio. Helenna Bloom no pronunciaba amenazas vacías.

—Gracias, aunque nada de lo que me digas me hará cambiar de opinión.

—Lo sé, solo quería que lo supieras.

De pronto, me invadió una sensación extraña, de angustia. Que me impulsó a pronunciar las siguientes palabras:

—Helenna, tráeme de vuelta.

Las dos nos miramos. Sabía que entendió lo que trataba de decir, lo que le estaba pidiendo. Aunque fuese egoísta, porque ella luchaba contra sus propios demonios, porque seguía sufriendo las consecuencias de su propio Juicio Final.

—Lo haré.


Caída la noche, nos reunimos en el espacio entre las tres cabañas. Alexa y yo estábamos en el medio del semicírculo, formado por Joan —quien ya sujetaba la espada entre sus manos—, Helenna y Stella, ambas en huelga de silencio. Agradecí que a pesar de lo que sentían al respecto estuvieran allí. De los chicos, solo estaban Niall, situado a mi espalda. Y Harry, apostado tras Alexa. Sin contar a Charlie y Mortimer, cada uno a un lado de la comitiva.

—Parecerá real —comenzó a decir Joan—, pero intentad recordar que no lo es.

Alexa me agarró la mano, le di un ligero apretón. Corría una brisa cálida, que portaba el aroma dulzón de las flores y del salitre del mar. Los nervios se habían volatilizado, solo quedaban las ansías de terminar con aquello de una vez. Me daban igual las consecuencias del Juicio, si me perseguían demonios o los fantasmas, sino no volvía ser la misma nunca más. Nada sería peor que Thalia.

—Como se os ocurra morir, me voy al Infierno a daros una patada en el culo —nos advirtió Stella.

—Y yo un par de puñetazos —añadió Helenna.

Sonreí. Puede que hubiéramos olvidado cómo ser un Círculo, quizá nunca llegamos a comprender lo que aquello suponía. Pero allí estábamos las cinco, separadas por muchas cosas, pero juntas después de todo.

—No lo haremos —aseguró Alexa.

Joan dio unos cuantos pasos hacia nosotras, alzando la espada. Sin hacer mucha ceremonia, la levantó por encima
de nuestras cabezas, bien aferrada por el mango con las dos manos.

—Suerte —susurró.

Abrió las aberturas sobre nuestras cabezas. Retuve el aire en los pulmones y miré al cielo, plagado de estrellas. Cuando las serpientes comenzaron a enredarse en mi cuerpo, con su tacto frío y deslizante y sus siseos incesantes me obligué a no moverme.

Seguí mirando las estrellas hasta que todo se tiñó de negro…
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Desperté con el corazón a mil por hora, en un agujero negro. La oscuridad era tan densa que casi podía sentirla sobre mis hombros. Estiré las manos en ambas direcciones, en busca de algún objeto sólido. Por el lado izquierdo, toqué una pared de metal, fría y lisa. Tanteé con la mano por la superficie hasta que encontré un manillar ovalado. Lo hice girar entre mis dedos y empujé. El sitio se llenó con una intensa luz blanca. Tuve que cerrar los ojos.  

Al abrirlos de nuevo,  estaba en un parque, sentada en uno de los columpios. Los niños corrían alrededor del arenero, subían y bajaban del tobogán y gritaban eufóricos persiguiéndose unos a otros. Enfrente, había una tienda de dulces y un par de restaurantes.

Conocía el sitio, mi padre solía llevarme allí a jugar antes de…

—Elise, tenemos que hablar.

Miré a mi derecha. Allí estaba mi padre, sentado en el columpio contiguo al mío. Vestía la camiseta azul marina de los domingos, que resaltaban sus ojos azules, iguales que los míos,  y los pantalones de chándal grises. Aferraba con fuerza las cadenas del columpio, con una expresión tormentosa.

—¿Me he portado mal? —pregunté sin pretenderlo, las palabras escaparon de mi garganta de manera automática, como hubieran sabido que era su momento. Mi voz tampoco era la misma, tenía un tono más chillón.

—No, cielo. Tú nunca te portas mal —aseguró con un intento fallido de sonrisa.

Respiré aliviada. Desde que se fue mamá, siempre ordenaba mi cuarto cuando terminaba de jugar y me comía todos los guisantes del plato sin rechistar, aunque odiaba los guisantes. Tenía que portarme bien, para que papá no se marchase. Si no molestaba mucho, ni gritaba cuando me cambiaba los dibujos por las noticias, estaría contento.

—He sacado un diez en el examen de matemáticas —añadí de carrerilla, para recalcar lo buena niña que era.

—Eso está muy bien —respondió con voz amable pero impaciente tono—. ¿Qué te parecería vivir con la tía Veronica? —me preguntó.

La tía Veronica era buena, como yo. Siempre que venía de visita me traía cuentos y a veces, me llevaba con ella a sus ensayos con la banda.

—¿Va a venir a vivir con nosotros? —Estaba emocionadísima.

—Te lo vas a pasar muy bien con ella y puede hacerte las tortitas que tanto te gustan.

Estuve a punto de sonreír, me encantaban las tortitas. Hasta que me di cuenta que papá no se había incluido. Una serpiente mala comenzó a reptar por mi tripa, como cuando comía demasiadas chucherías.

—A ti también puede hacerte tortitas —confirmé.

Papá se pasó la mano por la frente. Cada vez que pasaba algo que no le gustaba hacía ese gesto. Lo hacía mucho cuando mamá estaba en casa, antes de abandonarme por portarme mal.

—Tengo que irme, Elise —dijo mi padre.

—¿Adónde?

Guardó silencio unos minutos. Pensaba, porque se le arrugaron las cejas y cuando se le arrugaban era que estaba pensando. Como cuando le preguntaba si podía quedarme un rato más leyendo.

—Lejos.

Lejos era… lejos. Mamá también se había ido lejos. Debe de ser el sitio al que se van los padres cuando ya no quieren a sus hijos. Comencé a sentirme mal, muy muy muy mal.

—¿Por qué? Si has dicho que no he hecho nada mal —gimoteé mientras empezaba a llorar.

No quería que papá se fuera. Ni que dejara de quererme.

—Porque ya no puedo quedarme —me explicó—. Algún día…

—¡No! —chillé y salté del columpio. Papá se levantó y yo aproveché para colgarme de su cintura.

—Tengo que irme, es por tu bien —trató de explicarme con sus grandes manos sobre mis hombros de niña.

—¡No! —repetí. —¡Seré buena, lo prometo!

Papá se iba por mi culpa. Porque había hecho algo malo, por eso no podía quererme lo suficiente. Tenía que cambiar, ser mejor. Así no se iría lejos. Yo quería que se quedara y que siguiera llevándome al parque los domingos y después comer una hamburguesa. Había sido buena, me había comido los guisantes. ¿Por qué no me quería lo suficiente? ¿Por qué no era suficiente? Igual que mamá.

Si los dos me abandonaban tenía que ser mi culpa.

Mi culpa.

Mi culpa…

«Elise, basta ya».

Parpadeé, miré a mi alrededor de nuevo, aun pegada al regazo de mi padre. La bruma comenzó a disipar; en realidad no estaba allí, ni tampoco era una niña de ocho años asustada y culpable. De repente, desperté. Solté a mi padre. Que ya no era tan alto, ni yo tan pequeña. Habían pasado muchos años desde aquel día en el parque. Era una reminiscencia que el Juicio me estaba haciendo revivir.

«Estás pasando tu Juicio Final, no es real».

Revivía el día en el que todos mis miedos se desataron, cuando comencé a pensar que no merecía la pena, que estaría sola para siempre porque ni siquiera mis padres me habían querido. Pero no pasaba nada, por primera vez me di cuenta de que no pasaba nada. No hubiese podido hacer nada por retenerlos a mi lado y, después de todo lo que había visto; fue mejor que Thalia se marchase sin mí. ¿Qué bien me hubiese hecho? De haberme criado ahora sería tan repugnante como ella. En cuanto a mi padre, sabía que me quería, había visto la desolación en su rostro, la impotencia al decir que tenía que marcharse. Puede que hubiese sido lo mejor, teniendo en cuenta que mi madre seguía jugando con su mente.

Marcharse era lo mejor que habían hecho mis padres por mí. Ahora lo veía.  

Notaba cómo el miedo a la soledad resbalaba por mis hombros. Porque no había nada que temer de ella. Ya no.



Sentí cómo mis pulmones se llenaban de aire de nuevo y estos me expulsaban de la cama para poder respirar. Tomé una honda bocanada de aire. Abrí los ojos. Lo primero que vi fue a Niall en una silla cerca de mi cama. Al verme, se le hundieron los hombros. De alivio, creía.

—¡Está despierta! —gritó, sin dejar de mirarme.

Yo me quedé quieta, regulando mi respiración. Estaba más tranquila de lo que había estado en toda mi vida. Sentía el cuerpo ligero. Debía ser así para las personas a las que les daba igual casi todo.

—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?

—Un día —respondió Niall, con cautela.

Joan, Stella y Helenna aparecieron a trompicones por la puerta, dándose codazos entre ellas. Al no ver a Alexa oteé la habitación en busca de ella, la encontré tumbada en su cama, franqueada por Priya y Charlie. Las chicas me miraban expectantes a los pies de la cama, esperando alguna reacción por mi parte.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Joan, con una ceja alzada.

—Bien —respondí, sin emoción alguna en la voz.

Bien… pero distinta. No hubo una fibra de mí que se alegrase de estar allí, ni ver a las chicas contentas porque hubiese superado el Juicio Final, ni siquiera por el aparente alivio de Niall porque estaba viva. Se observaron entre ellos, meditabundos. Mientras tanto, yo me hice una coleta porque tenía calor. Stella caminó hasta situarse a mi lado.

—Estás rara —proclamó, con el ceño fruncido.

—Dadle un respiro, acaba de regresar de la muerte —intervino Joan.

—Por eso mismo, no tendría que estar tan tranquila —rebatió Helenna.

—¿Sabéis que puedo escucharos, no? —reboté mi mirada en cada uno de ellos. Seguía sin sentir nada, salvo una crepitante molestia porque estuvieran observándome como pasmarotes.

Encontré mi reflejo en una de las ventanas. Ahí estaban: fríos, vacíos, deshumanizados y entretejidos con oscuridad. Mis ojos.

La presencia gélida se había impuesto al final. Ese había sido el precio de mi Juicio Final: perder la parte que me ayudaba a ver el lado bueno de las personas, de las situaciones. La que me hacía preocuparme por los demás,
tratar de ser comprensiva. Ya no estaba. Era como si una capa protectora me cubriera la piel y me impidiera sentir nada que no fuese determinación y un hambre voraz de venganza.

Encontraría a Thalia y le haría pagar uno por uno todos sus pecados. Haría lo necesario hasta que la tuviera delante de mí, hasta que pudiera matarla.
Leer, por favor:
indigo.
indigo.


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Mensaje por Jaeger. Vie 02 Jun 2017, 11:30 am

TERMINO EL JODIDO RESUMEN Y LO LEO El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736
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Mensaje por indigo. Vie 02 Jun 2017, 11:41 am

Stark. escribió:TERMINO EL JODIDO RESUMEN Y LO LEO El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736 El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 961472736

Tú puedes Kande, que la uni no acabe contigo El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 3373640616

Y Emiliano, me da igual que se odien, MANTENGO LA ESPERANZA DE QUE EN ALGÚN MOMENTO EN EL FUTURO NO LO HAGAN o sea
indigo.
indigo.


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Mensaje por hange. Vie 02 Jun 2017, 7:14 pm

AY DIOS MIO KATE NO PUEDO CON TU CAPITULO, ELISE, NOOOOOOOOOOOOOOO, NIALL, MI OTP, LOS AMO TANTO, Y LA MAMA DE ELISE ES DE LO PEOR. DIOOOSSS

voy a comentarte lo más rapido posible muack LO AMÉ El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304
hange.
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http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
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Mensaje por Jaeger. Vie 02 Jun 2017, 8:14 pm

NO TE DAS UNA IDEA DE LO QUE AME EL CAPITULO! Voy a hacerte un buen comentario como te lo mereces, Kate. Gracias por quitarme el estres <3 me ayudo a alivianar la cabeza y a ponerme de buen humor El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304
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Mensaje por indigo. Lun 05 Jun 2017, 11:59 am

MUCHAS GRACIAS El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1054092304 Me alegra que os haya gustado el capítulo El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1477071114 y haberte quitado el estrés Kande El Círculo {One Direction} |NC| - Página 52 1857533193
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