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Mensaje por chelis Jue 03 Ene 2013, 11:35 am

NONONOOOOO!!! OE ES MAAALOO POR DESPERTARLAAA !!!!!
AAAIIIIIII.. POBRE DE ___ POR DAR ESE ESPECTACULOOO!!!!... DE SEGURO LA CASTIGAAA!!!!.. PEO FUE INCONCIENTEE!!!
AAAIII AMO ESTA NOVEEE!!!
ESPERO QUE LA SIGAS PRONTOO
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 2 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por JoeisMyHero Jue 03 Ene 2013, 5:58 pm

AKSDLAJSD AHHHHHHHHH QUE LE HARA JOSEPHHHH?
JoeisMyHero
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 2 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por aranzhitha Jue 03 Ene 2013, 6:05 pm

siguela!!!!!!!!! :lloro:
aranzhitha
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 2 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por chelis Jue 03 Ene 2013, 7:17 pm

POOORRRFIIISS UN CAAPIIISS
chelis
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"Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 2 Empty Re: "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO]

Mensaje por Karely Jonatika Jue 03 Ene 2013, 11:47 pm

Capítulo 2


De repente estoy totalmente despierta; mi sueño erótico queda olvidado en un abrir y cerrar de ojos.

—Oh, estaba boca abajo… Debo de haberme girado mientras dormía —digo en mi defensa sin demasiado convencimiento. Le arden los ojos por la furia. Se agacha, coge la parte de arriba de mi biquini de su tumbona y me la tira.
—¡Póntelo! —ordena entre dientes.
—Joseph, nadie me está mirando.
—Créeme. Te están mirando. ¡Y seguro que Taylor y los de seguridad están disfrutando mucho del espectáculo! —gruñe.

¡Maldita sea! ¿Por qué nunca me acuerdo de ellos? Me cubro los pechos con las manos presa del pánico. Desde el sabotaje de Charlie Tango, esos malditos guardias de seguridad nos siguen a todas partes como unas sombras.

—Y algún asqueroso paparazzi podría haberte hecho una foto también —continúa Joseph—. ¿Quieres salir en la portada de la revista Star, desnuda esta vez?

¡Mierda! ¡Los paparazzi! ¡Joder! Intento ponerme apresuradamente el biquini, pero los dedos parece que no quieren responderme. Palidezco y noto un escalofrío. El recuerdo desagradable del asedio al que me sometieron los paparazzi al salir del edificio de Seattle Independent Publishing el día que se filtró nuestro compromiso me viene a la mente inoportunamente; todo eso es parte de la vida de Joseph Jonas, va con el lote.

—L’addition! —Grita Joseph a una camarera que pasa—. Nos vamos —me dice.
—¿Ahora?
—Sí. Ahora.

Oh, mierda, mejor no llevarle la contraria en este momento.

Se pone los pantalones, a pesar de que tiene el bañador empapado, y la camiseta gris. La camarera vuelve en un segundo con su tarjeta de crédito y la cuenta. A regañadientes, me pongo el vestido de playa turquesa y las chanclas. Cuando se marcha la camarera, Joseph coge su libro y su BlackBerry y oculta su furia detrás de sus gafas de sol espejadas de aviador. Echa chispas por la tensión y el enfado. El corazón se me cae a los pies. Todas las demás mujeres de la playa están en topless, no es un crimen tan grave. De hecho soy yo la que se ve rara con el biquini completo puesto. Suspiro para mí, con el alma hundida. Creía que Joseph le vería el lado divertido o algo así… Tal vez si me hubiera quedado boca abajo… Pero ahora su sentido del humor se ha evaporado.

—Por favor, no te enfades conmigo —le susurro cogiéndole el libro y la BlackBerry y metiéndolos en mi mochila.
—Ya es demasiado tarde —dice en voz baja. Demasiado baja—. Vamos. —Me coge la mano y le hace una señal a Taylor y a sus dos compañeros, los agentes de seguridad franceses Philippe y Gaston. Por extraño que parezca, son gemelos idénticos. Han estado todo el tiempo vigilando la playa desde una galería. ¿Por qué no dejo de olvidarme de ellos? ¿Cómo es posible? Taylor tiene la expresión imperturbable bajo las gafas oscuras. Mierda, él también está enfadado conmigo. Todavía no estoy acostumbrada a verle vestido tan informal, con pantalones cortos y un polo negro.

Joseph me lleva hasta el hotel, cruza el vestíbulo y después sale a la calle. Sigue en silencio, pensativo e irritado, y todo es por mi culpa. Taylor y su equipo nos siguen.

—¿Adónde vamos? —le pregunto tímidamente mirándole.
—Volvemos al barco. —No me mira al decirlo.

No tengo ni idea de qué hora es. Deben de ser las cinco o las seis de la tarde, creo. Cuando llegamos al puerto, Joseph me lleva al muelle en el que están amarradas la lancha motora y la moto acuática del Fair Lady. Mientras Joseph suelta las amarras de la moto de agua, yo le paso mi mochila a Taylor. Le miro nerviosa, pero, igual que Joseph, su expresión no revela nada. Me sonrojo pensando en lo que ha visto en la playa.

—Póngase esto, señora Jonas. —Taylor me pasa un chaleco salvavidas desde la lancha motora y yo me lo pongo obediente. ¿Por qué soy la única que lleva chaleco? Joseph y Taylor intercambian una mirada. Vaya, ¿está enfadado también con Taylor? Después Joseph comprueba las cintas de mi chaleco y me aprieta más la central.
—Así está mejor —murmura resentido, todavía sin mirarme. Mierda.

Sube con agilidad a la moto de agua y me tiende la mano para ayudarme a subir. Agarrándole con fuerza, consigo sentarme detrás de él sin caerme al agua. Taylor y los gemelos suben a la lancha. Joseph empuja con el pie la moto para separarla del muelle y esta se aleja flotando suavemente.

—Agárrate —me ordena y yo le rodeo con los brazos. Esta es mi parte favorita de los viajes en moto acuática. Le abrazo fuerte, con la nariz pegada a su espalda, recordando que hubo un tiempo en que no toleraba que le tocara así. Huele bien… a Joseph y a mar. ¡Perdóname, Joseph, por favor!

Él se pone tenso.

—Prepárate —dice, pero esta vez su tono es más suave. Le doy un beso en la espalda, apoyo la mejilla contra él y miro hacia el muelle, donde se ha congregado un grupo de turistas para ver el espectáculo.

Joseph gira la llave en el contacto y la moto cobra vida con un rugido. Con un giro del acelerador, la moto da un salto hacia delante y sale del puerto deportivo a toda velocidad, cruzando el agua oscura y fría hacia el puerto de yates donde está anclado el Fair Lady. Me agarro más fuerte a Joseph. Me encanta esto… ¡es tan emocionante! Sujetándome de esta forma noto todos los músculos del delgado cuerpo de Joseph.

Taylor va a nuestro lado en la lancha. Joseph le mira y luego acelera de nuevo. Salimos como una bala hacia delante, saltando sobre la superficie del agua como un guijarro lanzado con precisión experta. Taylor niega con la cabeza con una exasperación resignada y se dirige directamente al barco, pero Joseph pasa como una centella junto al Fair Lady y sigue hacia mar abierto.

El agua del mar nos salpica, el viento cálido me golpea la cara y me despeina la coleta, haciendo que mechones de mi pelo vuelen por todas partes. Esto es realmente divertido. Tal vez la emoción del viaje en la moto acuática mejore el humor de Joseph. No puedo verle la cara, pero sé que se lo está pasando bien; libre, sin preocupaciones, actuando como una persona de su edad por una vez.

Gira el manillar para trazar un enorme semicírculo y yo contemplo la costa: los barcos en el puerto deportivo y el mosaico de amarillo, blanco y color de arena de las oficinas y apartamentos con las irregulares montañas al fondo. Es algo muy desorganizado, nada que ver con los bloques siempre iguales a los que estoy acostumbrada, pero también muy pintoresco. Joseph me mira por encima del hombro y veo la sombra de una sonrisa jugueteando en sus labios.

—¿Otra vez? —me grita por encima del sonido del motor.

Asiento entusiasmada. Me responde con una sonrisa deslumbrante. Gira el acelerador otra vez y le da una vuelta al Fair Lady a toda velocidad para después volver a mar abierto… y yo creo que me ha perdonado.



—Te ha cogido el sol —me dice Joseph con suavidad mientras me desata el chaleco. Ansiosa, intento adivinar cuál es su actual estado de ánimo. Estamos en cubierta a bordo del yate y uno de los camareros del barco aguarda de pie en silencio cerca, esperando para recoger el chaleco. Joseph se lo pasa.
—¿Necesita algo más, señor? —le pregunta el joven. Me encanta su acento francés. Joseph lo mira, se quita las gafas y se las cuelga del cuello de la camiseta.
—¿Quieres algo de beber? —me pregunta.
—¿Lo necesito?

Él ladea la cabeza.

—¿Por qué me preguntas eso? —Ha formulado la pregunta en voz baja.
—Ya sabes por qué.

Frunce el ceño como si estuviera sopesando algo en su mente. Oh, ¿qué estará pensando?

—Dos gin-tonics, por favor. Y frutos secos y aceitunas —le dice al camarero, que asiente y desaparece rápidamente—. ¿Crees que te voy a castigar? —La voz de Joseph es suave como la seda.
—¿Quieres castigarme?
—Sí.
—¿Cómo?
—Ya pensaré algo. Tal vez después de tomarnos esas copas. —Eso es una amenaza sensual. Trago saliva y la diosa que llevo dentro entorna un poco los ojos en su tumbona, donde está intentando coger unos rayos con un reflector plateado desplegado junto a su cuello.

Joseph frunce el ceño una vez más.

—¿Quieres que te castigue?

Pero ¿cómo lo sabe?

—Depende —murmuro sonrojándome.
—¿De qué? —Él oculta una sonrisa.
—De si quieres hacerme daño o no.

Aprieta los labios hasta formar una dura línea, todo rastro de humor olvidado. Se inclina y me da un beso en la frente.

—______, eres mi mujer, no mi sumisa. Nunca voy a querer hacerte daño. Deberías saberlo a estas alturas. Pero… no te quites la ropa en público. No quiero verte desnuda en la prensa amarilla. Y tú tampoco quieres. Además, estoy seguro de que a tu madre y a Ray tampoco les haría gracia.

¡Oh, Ray! Dios mío, Ray padece del corazón. ¿En qué estaría pensando? Me reprendo mentalmente.

Aparece el camarero con las bebidas y los aperitivos, que coloca en la mesa de teca.

—Siéntate —ordena Joseph.

Hago lo que me dice y me acomodo en una silla de tijera. Joseph se sienta a mi lado y me pasa un gin-tonic.

—Salud, señora Jonas.
—Salud, señor Jonas. —Le doy un sorbo a la copa, que me sienta de maravilla. Esto quita la sed y está frío y delicioso. Cuando miro a Joseph, veo que me observa. Ahora mismo es imposible saber de qué humor está. Es muy frustrante… No sé si sigue enfadado conmigo, por eso despliego mi técnica de distracción patentada—. ¿De quién es este barco? —le pregunto.
—De un noble británico. Sir no sé qué. Su bisabuelo empezó con una tienda de comestibles. Su hija está casada con uno de los príncipes herederos de Europa.

Oh.

—¿Inmensamente rico?

Joseph de repente se muestra receloso.

—Sí.
—Como tú —murmuro.
—Sí.

Oh.

—Y como tú —susurra Joseph y se mete una aceituna en la boca. Yo parpadeo rápidamente. Acaba de venirme a la mente una imagen de él con el esmoquin y el chaleco plateado; sus ojos estaban llenos de sinceridad al mirarme durante la ceremonia de matrimonio y decir esas palabras: «Todo lo que era mío, es nuestro ahora». Su voz recitando los votos resuena en mi memoria con total claridad.

¿Todo mío?

—Es raro. Pasar de nada a… —Hago un gesto con la mano para abarcar la opulencia de lo que me rodea—. A todo.
—Te acostumbrarás.
—No creo que me acostumbre nunca.

Taylor aparece en cubierta.

—Señor, tiene una llamada.

Joseph frunce el ceño pero coge la BlackBerry que le está tendiendo.

—Jonas —dice y se levanta de donde está sentado para quedarse de pie en la proa del barco.

Me pongo a mirar al mar y desconecto de su conversación con Ros —creo—, su número dos. Soy rica… asquerosamente rica. Y no he hecho nada para ganar ese dinero… solo casarme con un hombre rico. Me estremezco cuando mi mente vuelve a nuestra conversación sobre acuerdos prematrimoniales. Fue el domingo después de su cumpleaños. Estábamos todos sentados a la mesa de la cocina, disfrutando de un desayuno sin prisa. Elliot, Kate, Grace y yo estábamos debatiendo sobre los méritos del beicon en comparación con los de las salchichas mientras Carrick y Joseph leían el periódico del domingo…




—Mira esto —chilla Mia poniendo su ordenador en la mesa de la cocina delante de nosotros—. Hay un cotilleo en la página web del Seattle Nooz sobre tu compromiso, Joseph.
—¿Ya? —pregunta Grace sorprendida, luego frunce los labios cuando algo claramente desagradable le cruza por la mente. Joseph frunce el ceño.

Mia lee la columna en voz alta: «Ha llegado el rumor a la redacción de The Nooz de que al soltero más deseado de Seattle, Joseph Jonas, al fin le han echado el lazo y que ya suenan campanas de boda. Pero ¿quién es la más que afortunada elegida? The Nooz está tras su pista. ¡Seguro que ya estará leyendo el monstruoso acuerdo prematrimonial que tendrá que firmar!».

Mia suelta una risita, pero se pone seria bruscamente cuando Joseph la fulmina con la mirada. Se hace el silencio y la temperatura en la cocina de los Jonas cae por debajo de cero.

¡Oh, no! ¿Un acuerdo prematrimonial? Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. Trago saliva y siento que toda la sangre ha abandonado mi cara. ¡Tierra, trágame ahora mismo, por favor! Joseph se revuelve incómodo en su silla y yo le miro con aprensión.

—No —me dice.
—Joseph… —intenta Carrick.
—No voy a discutir esto otra vez —le responde a Carrick, que me mira nervioso y abre la boca para decir algo—. ¡Nada de acuerdos prematrimoniales! —dice Joseph casi gritando y vuelve a su periódico, enfadado, ignorando a todos los demás de la mesa. Todos me miran a mí, después a él… y por fin a cualquier sitio que no sea a nosotros dos.
—Joseph —digo en un susurro—. Firmaré lo que tú o el señor Jonas quieran que firme. —Bueno, tampoco iba a ser la primera vez que me hiciera firmar algo.

Joseph levanta la vista y me mira.

—¡No! —grita.

Yo me pongo pálida una vez más.

—Es para protegerte.
—Joseph, ______… Creo que deberías discutir esto en privado —nos aconseja Grace. Mira a Carrick y a Mia. Oh, vaya, parece que ellos también van a tener problemas…
—______, esto no es por ti —intenta tranquilizarme Carrick—. Y por favor, llámame Carrick.

Joseph le dedica una mirada glacial a su padre con los ojos entornados y a mí se me cae el alma a los pies. Demonios… Está furioso.

De repente, sin previo aviso, todo el mundo empieza a hablar alegremente y Mia y Kate se levantan de un salto para recoger la mesa.

—Yo sin duda prefiero las salchichas —exclama Elliot.

Me quedo mirando mis dedos entrelazados. Mierda. Espero que los señores Jonas no crean que soy una caza fortunas. Joseph extiende la mano y me agarra suavemente las dos manos con la suya.

—Para.

¿Cómo puede saber lo que estoy pensando?

—Ignora a mi padre —dice Joseph con la voz tan baja que solo yo puedo oírle—. Está muy molesto por lo de Elena. Lo que ha dicho iba dirigido a mí. Ojala mi madre hubiera mantenido la boca cerrada.

Sé que Joseph todavía está resentido tras su charla de anoche con Carrick sobre Elena.

—Tiene razón, Joseph. Tú eres muy rico y yo no aporto nada a este matrimonio excepto mis préstamos para la universidad.

Joseph me mira con los ojos sombríos.

—______, si me dejas te lo puedes llevar todo. Ya me has dejado una vez. Ya sé lo que se siente.

Oh, maldita sea…

—Eso no tiene nada que ver con esto —le susurro conmovida por la intensidad de sus palabras—. Pero… puede que seas tú el que quiera dejarme. —Solo de pensarlo me pongo enferma.

Él ríe entre dientes y niega con la cabeza, indignado.

—Joseph, yo puedo hacer algo excepcionalmente estúpido y tú… —Bajo la vista otra vez hacia mis manos entrelazadas, siento una punzada de dolor y no puedo acabar la frase. Perder a Joseph… Joder.
—Basta. Déjalo ya. Este tema está zanjado, ______. No vamos a hablar de él ni un minuto más. Nada de acuerdo prematrimonial. Ni ahora… ni nunca. —Me lanza una mirada definitiva que dice claramente «olvídalo ahora mismo» y que consigue que me calle. Después se vuelve hacia Grace—. Mamá, ¿podemos celebrar la boda aquí?




No ha vuelto a mencionarlo. De hecho, en cada oportunidad que tiene no deja de repetirme hasta dónde llega su riqueza… y que también es mía. Me estremezco al recordar la locura de compras con Caroline Acton —la asesora personal de compras de Neiman Marcus— a la que me empujó Joseph para prepararme para la luna de miel. Solo el biquini ya costó quinientos cuarenta dólares. Y es bonito, pero vamos a ver… ¡es una cantidad de dinero ridícula por cuatro trozos de tela triangulares!

—Te acostumbrarás. —Joseph interrumpe mis pensamientos cuando vuelve a ocupar su sitio.
—¿Me acostumbraré a qué?
—Al dinero —responde poniendo los ojos en blanco.

Oh, Cincuenta, tal vez con el tiempo. Empujo el platito con almendras saladas y anacardos hacia él.

—Su aperitivo, señor —digo con la cara más seria que puedo lograr, intentando incluir algo de humor en la conversación después de mis sombríos pensamientos y la metedura de pata del biquini.

Sonríe pícaro.

—Me gustaría que el aperitivo fueras tú. —Coge una almendra y los ojos le brillan perversos mientras disfruta de su ocurrencia. Se humedece los labios—. Bebe. Nos vamos a la cama.

¿Qué?

—Bebe —me dice y veo que se le están oscureciendo los ojos.

Oh, Dios mío. La mirada que me acaba de dedicar sería suficiente para provocar el calentamiento global por sí sola. Cojo mi copa de gin-tonic y me la bebo de un trago sin apartar mis ojos de él. Se queda con la boca abierta y alcanzo a ver la punta de su lengua entre los dientes. Me sonríe lascivo. En un movimiento fluido se pone de pie y se inclina delante de mí, apoyando las manos en los brazos de la silla.

—Te voy a convertir en un ejemplo. Vamos. No vayas al baño a hacer pis —me susurra al oído.

Doy un respingo. ¿Que no vaya a hacer pis? Qué grosero. Mi subconsciente, alarmada, levanta la vista del libro Obras completas de Charles Dickens, volumen 1.

—No es lo que piensas. —Joseph sonríe juguetón y me tiende la mano—. Confía en mí. Está increíblemente sexy, ¿cómo podría resistirme?
—Está bien. —Le cojo la mano. La verdad es que le confiaría mi vida. ¿Qué habrá planeado? El corazón empieza a latirme con fuerza por la anticipación.

Me lleva por la cubierta y a través de las puertas al salón principal, lleno de lujo en todos sus detalles, después por el estrecho pasillo, cruzando el comedor y bajando por las escaleras hasta el camarote principal.

Han limpiado el camarote y hecho la cama. Es una habitación preciosa. Tiene dos ojos de buey, uno a babor y otro a estribor, y está decorado con elegancia y gusto con muebles de madera oscura de nogal, paredes de color crema y complementos rojos y dorados.

Joseph me suelta la mano, se saca la camiseta por la cabeza y la tira a una silla. Después deja a un lado las chanclas y se quita los pantalones y el bañador en un solo movimiento. Oh, madre mía… ¿Me voy a cansar alguna vez de verle desnudo? Es guapísimo y todo mío. Le brilla la piel, a él también le ha cogido el sol, y el pelo, que ahora lleva más largo, le cae sobre la frente. Soy una chica con mucha, mucha suerte.

Me coge la barbilla y tira de mi labio inferior con el pulgar para que deje de mordérmelo y después me lo acaricia.

—Mejor así. —Se gira y camina hasta el impresionante armario en el que guarda su ropa. Saca del cajón inferior dos pares de esposas de metal y un antifaz como los de las aerolíneas.

¡Esposas! Nunca ha usado esposas. Le echo una mirada rápida y nerviosa a la cama. ¿Dónde demonios va a enganchar las esposas? Se vuelve y me mira fijamente con los ojos oscuros y brillantes.

—Estas pueden hacerte daño. Se clavan en la piel si tiras con demasiada fuerza —dice levantando un par para que lo vea—. Pero tengo ganas de usarlas contigo ahora.

Vaya. Se me seca la boca.

—Toma —dice acercándose y pasándome uno de los pares—. ¿Quieres probártelas primero?

Son macizas y el metal está frío. En algún lugar de mi mente pienso que espero no tener que llevar nunca un par de esas en la vida real.

Joseph me observa atentamente.

—¿Dónde están las llaves? —Mi voz tiembla.

Abre la mano y en su palma aparece una pequeña llave metálica.

—Es la misma para los dos juegos. Bueno, de hecho, para todos los juegos.

¿Cuántos juegos tendrá? No recuerdo haber visto ninguno en la cómoda del cuarto de juegos.

Me acaricia la mejilla con el dedo índice y va bajando hasta mi boca. Se acerca como si fuera a besarme.

—¿Quieres jugar? —me dice en voz baja y toda la sangre de mi cuerpo se dirige hacia el sur cuando el deseo empieza a desperezarse en lo más profundo de mi vientre.
—Sí —jadeo.

Él sonríe.

—Bien. —Me da un beso en la frente que es poco más que un roce—. Vamos a necesitar una palabra de seguridad.

¿Qué?

—«Para» no nos sirve porque lo vas a decir varias veces, pero seguramente no querrás que lo haga. —Me acaricia la nariz con la suya, el único contacto entre nosotros.

El corazón se me acelera. Mierda… ¿Cómo puede ponerme así solo con las palabras?

—Esto no va a doler. Pero va a ser intenso. Muy intenso, porque no te voy a dejar moverte. ¿Entendido?

Oh, Dios mío. Eso suena excitante. Mi respiración se oye muy fuerte. Joder, ya estoy jadeando. Gracias a Dios que estoy casada con este hombre, de lo contrario esto me resultaría muy embarazoso. Bajo la mirada y noto su erección.

—Entendido. —Apenas se oye mi voz cuando lo digo.
—Elige una palabra, ______.

Oh…

—Una palabra de seguridad —repite en voz baja.
—Helado —digo jadeando.
—¿Helado? —pregunta divertido.
—Sí.

Sonríe y se inclina sobre mí.

—Interesante elección. Levanta los brazos.

Obedezco y Joseph agarra el dobladillo de mi vestido playero, me lo quita por la cabeza y lo tira al suelo. Extiende la mano y le devuelvo las esposas. Pone los dos juegos en la mesita de noche junto con el antifaz y retira la colcha de la cama de un tirón, arrojándola luego al suelo.

—Vuélvete.

Me giro y me suelta la parte de arriba del biquini, que cae al suelo.

—Mañana te voy a grapar esto a la piel —murmura. Después me quita la goma del pelo para soltarlo. Me lo agarra con una mano y tira suavemente para que dé un paso atrás hasta quedar contra su cuerpo. Contra su pecho. Y contra su erección. Gimo cuando me ladea la cabeza y me besa el cuello—. Has sido muy desobediente —me dice al oído provocándome estremecimientos por todo el cuerpo.
—Sí —respondo en un susurro.
—Mmm. ¿Y qué vamos a hacer con eso?
—Aprender a vivir con ello —digo en un jadeo. Sus besos suaves y lánguidos me están volviendo loca. Sonríe con la boca contra mi cuello.
—Ah, señora Jonas. Siempre tan optimista.

Él se endereza. Me divide con atención el pelo en tres mechones, me lo trenza lentamente y lo sujeta con la goma al final. Me tira un poco de la trenza y se acerca a mi oído.

—Te voy a dar una lección —murmura.

Con un movimiento repentino me agarra de la cintura, se sienta en la cama y me tumba sobre su regazo. En esta postura siento la presión de su erección contra mi vientre. Me da un azote en el trasero, fuerte. Chillo y al segundo siguiente estoy boca arriba en la cama y él me mira fijamente con sus ojos de un ámbar líquido. Estoy a punto de empezar a arder.

—¿Sabes lo preciosa que eres? —Me roza el muslo con las puntas de los dedos de forma que me cosquillea… todo. Sin apartar los ojos de mí, se levanta de la cama y coge los dos juegos de esposas. Me agarra la pierna izquierda y cierra una de las esposas alrededor de mi tobillo.

¡Oh!

Me levanta la pierna derecha y repite el proceso; ahora tengo un par de esposas colgando de cada tobillo. Sigo sin tener ni idea de dónde las va a enganchar.

—Siéntate —me ordena y yo obedezco inmediatamente—. Ahora abrázate las rodillas.

Parpadeo, subo las piernas hasta que quedan dobladas delante de mí y las rodeo con los brazos. Me coge la barbilla y me da un beso suave y húmedo en los labios antes de ponerme el antifaz sobre los ojos. No veo nada y solo oigo mi respiración acelerada y el agua chocando contra los costados del yate, que cabecea suavemente en el mar.

Oh, madre mía. Estoy muy excitada… ya.

—¿Cuál es la palabra de seguridad, ______?
—Helado.
—Bien.

Me coge la mano izquierda y cierra las esposas alrededor de la muñeca. Después repite el proceso con la derecha. Tengo la mano izquierda esposada al tobillo izquierdo y la derecha al derecho. No puedo estirar las piernas. Oh, maldita sea…

—Ahora —dice Joseph con un jadeo—, te voy a follar hasta que grites.

¿Qué? Todo el aire abandona mi cuerpo.

Me agarra los dos tobillos y me empuja hacia atrás hasta que caigo de espaldas sobre la cama. Las esposas me obligan a mantener las piernas dobladas y me aprietan la carne si tiro de ellas. Tiene razón, se me clavan casi hasta el punto del dolor… Me siento muy rara, atada, indefensa y en un barco. Joseph me separa los tobillos y yo suelto un gruñido.

Me besa el interior de los muslos y quiero retorcerme, pero no puedo. No tengo posibilidad de mover la cadera. Mis pies están suspendidos en el aire. No puedo moverme.

—Tendrás que absorber todo el placer, ______. No te muevas —murmura mientras sube por mi cuerpo y me besa a lo largo de la cintura de la parte de abajo del biquini. Suelta los cordones de ambos lados y el trocito de tela cae. Ahora estoy desnuda y a su merced. Me besa el vientre y me muerde el ombligo.
—Ah —suspiro. Esto va a ser duro… No tenía ni idea. Va subiendo con besos suaves y mordisquitos hasta mis pechos.
—Shhh… —Intenta calmarme—. Eres preciosa, ______.

Vuelvo a gruñir de frustración. Normalmente estaría moviendo las caderas, respondiendo a su contacto con un ritmo propio, pero no puedo moverme. Gimo y tiro de las esposas. El metal se me clava en la piel.

—¡Ah! —grito, aunque realmente no me importa.
—Me vuelves loco —me susurra—. Así que te voy a volver loca yo a ti.

Está sobre mí ahora, el peso apoyado en los codos, y centra su atención en mis pechos. Morder, chupar, hacer rodar los pezones entre los índices y los pulgares… todo para sacarme de mis casillas. No se detiene. Es enloquecedor. Oh. Por favor. Su erección se aprieta contra mí.

—Joseph… —le suplico, y siento su sonrisa triunfante contra mi piel.
—¿Quieres que te haga correrte así? —me pregunta contra mi pezón, haciendo que se ponga aún más duro—. Sabes que puedo. —Succiona el pezón con fuerza y yo grito porque un relámpago de placer sale de mi pecho y va directo a mi entrepierna. Tiro indefensa de las esposas, abrumada por la sensación.
—Sí —gimoteo.
—Oh, nena, eso sería demasiado fácil.
—Oh… por favor.
—Shhh.

Me araña la piel con los dientes mientras se acerca con los labios a mi boca y yo suelto un grito ahogado. Me besa. Su hábil lengua me invade la boca saboreando, explorando, dominando, pero mi lengua responde a su desafío retorciéndose contra la suya. Sabe a ginebra fría y a Joseph Jonas, que huele a mar. Me coge la barbilla para sujetarme la cabeza.

—Quieta, nena. Quiero que estés quieta —me susurra contra la boca.
—Quiero verte.
—Oh, no, ______. Sentirás más así. —Y de una forma agónicamente lenta flexiona la cadera y entra parcialmente en mi interior. En otras circunstancias inclinaría la pelvis para ir a su encuentro, pero no puedo moverme. Él sale de mí.
—¡Oh! ¡Joseph, por favor!
—¿Otra vez? —me tienta con la voz ronca.
—¡Joseph!

Empuja un poco para volver a entrar y se retira a la vez que me besa y sus dedos me tiran del pezón. Es una sobrecarga de placer.

—¡No!
—¿Me deseas, ______?
—Sí —gimo.
—Dímelo —murmura con la respiración trabajosa mientras vuelve a provocarme: dentro… y fuera.
—Te deseo —lloriqueo—. Por favor.

Oigo un suspiro suave junto a mi oreja.

—Y me vas a tener, ______.

Se eleva sobre las rodillas y entra bruscamente en mí. Grito echando atrás la cabeza y tirando de las esposas cuando me toca ese punto tan dulce. Soy todo sensación en todas partes; una dulce agonía, pero sigo sin poder moverme. Se queda quieto y después hace un círculo con la cadera. Su movimiento se expande por todo mi interior.

—¿Por qué me desafías, ______?
—Joseph, para…

Vuelve a hacer ese círculo en mi interior, ignorando mi súplica, y luego sale muy despacio para volver a entrar con brusquedad.

—Dime por qué. —Habla con dificultad y me doy cuenta vagamente de que es porque tiene los dientes apretados.

Solo me sale un quejido incoherente… Esto es demasiado.

—Dímelo.
—Joseph…
—______, necesito saberlo.

Vuelve a dar una embestida brusca, hundiéndose profundamente. La sensación es tan intensa… Me envuelve, forma espirales en mi interior, en el vientre, en cada una de las extremidades y en los sitios donde se me clavan las esposas.

—¡No lo sé! —chillo—. ¡Porque puedo! ¡Porque te quiero! Por favor, Joseph.

Gruñe con fuerza y se hunde profundamente, una y otra vez, y otra y otra, y yo me pierdo intentando absorber el placer. Es para perder la cabeza… y el cuerpo… Quiero estirar las piernas para controlar el inminente orgasmo pero no puedo. Estoy indefensa. Soy suya, solo suya para que haga conmigo lo que él quiera… Se me llenan los ojos de lágrimas. Es demasiado intenso. No puedo pararle. No quiero pararle… Quiero… Quiero… Oh, no, Oh, no… es demasiado…

—Eso es —dice Joseph—. ¡Siéntelo, nena!

Estallo a su alrededor, una y otra vez, sin parar, chillando a todo pulmón cuando el orgasmo me parte por la mitad y me quema como un incendio que lo consume todo. Estoy retorcida de una forma extraña, me caen lágrimas por la cara y siento que mi cuerpo late y se estremece.

Noto que Joseph se arrodilla, todavía dentro de mí, y me incorpora sobre su regazo. Me agarra la cabeza con una mano y la espalda con la otra y se corre con violencia en mi interior. Mi cuerpo todavía sigue temblando por las últimas convulsiones. Es demoledor, agotador, es el infierno… y el cielo a la vez. Es el hedonismo elevado a la enésima potencia.

Joseph me arranca el antifaz y me besa. Me da besos en los ojos, en la nariz, en las mejillas. Me enjuga las lágrimas con besos y me coge la cara entre las manos.

—Te amo, señora Jonas —dice jadeando—. Aunque me pongas hecho una furia, me siento tan vivo contigo… —No tengo energía suficiente para abrir los ojos o la boca para responder. Con mucho cuidado me tumba en la cama y sale de mí.

Intento protestar pero no puedo. Se baja de la cama y me suelta las esposas. Cuando me libera, me masajea las muñecas y los tobillos y después se tumba a mi lado otra vez, arropándome entre sus brazos. Estiro las piernas. Oh, Dios mío. Qué gusto. Qué bien me siento. Ese ha sido, sin duda, el orgasmo más intenso que he experimentado en mi vida. Mmm… Así es un polvo de castigo de Joseph Jonas… Cincuenta Sombras.

Tengo que portarme mal más a menudo.



Una necesidad imperiosa de mi vejiga me despierta. Al abrir los ojos me siento desorientada. Fuera está oscuro. ¿Dónde estoy? ¿En Londres? ¿En París? No… en el barco. Noto el cabeceo y oigo el ronroneo suave de los motores. Nos estamos moviendo. ¡Qué raro! Joseph está a mi lado, trabajando en su portátil, vestido informal con una camisa blanca de lino y unos pantalones chinos y descalzo. Todavía tiene el pelo húmedo y huelo el jabón de la ducha reciente en su cuerpo y el olor a Joseph… Mmm.

—Hola —susurra mirándome con ojos tiernos.
—Hola —le sonrió sintiéndome tímida de repente—. ¿Cuánto tiempo llevo dormida?
—Una hora más o menos.
—¿Nos movemos?
—He pensado que como ayer salimos a cenar y fuimos al ballet y al casino, esta noche podíamos cenar a bordo. Una noche tranquila à deux.

Le sonrío.

—¿Y a dónde vamos?
—A Cannes.
—Está bien. —Me estiro porque me siento entumecida. Por mucho que me haya entrenado con Claude, nada podía haberme preparado para lo de esta tarde.

Me levanto porque necesito ir al baño. Cojo mi bata de seda y me la pongo apresuradamente. ¿Por qué me siento tan tímida? Siento sus ojos sobre mí. Le miro, pero él vuelve a su ordenador con el ceño fruncido.


Mientras me lavo las manos distraídamente en el lavabo recordando la velada en el casino, se me abre la bata. Me quedo mirándome en el espejo, alucinada.

Dios Santo, pero ¿qué me ha hecho?





Karely Jonatika
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Mensaje por Yhosdaly Vie 04 Ene 2013, 12:53 am

Muero por saber que sigue! No sabía que estas adaptaciones eran de las 50 sombras de greys! Ayer empece a leerme el libro el primero y lo ame tu lo subiste? Bueno yo me lo ley cuando empiezo a leer el segundo digo "ya va esto yo lo he leído " y de inmediato me acorde de esta novela y encepe a leer el principio del segundo libro y me di cuenta que es este mismo! Ok estos libros son AWESOME son 4 libros o solo 3? El primeo libro es asombroso explica todo como empezó! Difinitivamente la rayis es especial para joe desde un principio! Siguelaaaa porfiss esto es adictivo síguela porfissss
Amere tu adaptación de verdad
Yhosdaly
Yhosdaly


http://www.twitter/YhosdalyL

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Mensaje por Jaaz Vie 04 Ene 2013, 1:56 pm

HOLAAAAAAAAA! ah, que. ADJLAKSJDLKASJDLKASJ es lo más! ya me leí los otros libros, y no encontraba el link de este, y cuando lo encontré fue muy JASDJLKDJASKJD, seguilaaaaaaa porfissssssss :3
Jaaz
Jaaz


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Mensaje por aranzhitha Vie 04 Ene 2013, 2:08 pm

que le hizo??? ahh no quiero que peleen "Fifty Shades Freed" (Joe&Tu) [Tercer Libro] [TERMINADO] - Página 2 2039594227
anda sube mas me encanta
Joseph es tan hermoso!!!! :hug:
siguela!!!!!!!!! :lloro:
aranzhitha
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Mensaje por chelis Vie 04 Ene 2013, 6:45 pm

AAAAAAAAAAHHHH!!!!!
QUIERO SABER QUE LE HIZOOO????!!!!
AAAAAAAAAAAAAAHHHH
SIIGUEEE PORFIISSS
chelis
chelis


http://www.twitter.com/chelis960

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Mensaje por Karely Jonatika Vie 04 Ene 2013, 7:47 pm

Capítulo 3


Me miro horrorizada las marcas rojas que tengo por toda la piel alrededor de los pechos. ¡Chupetones! ¡Estoy llena de chupetones! Estoy casada con uno de los hombres de negocios más respetados de Estados Unidos y me ha llenado el cuerpo de chupetones… ¿Cómo no me he dado cuenta de que me estaba dejando todas esas marcas? Me sonrojo. Sé perfectamente cómo: en esos momentos el señor Orgásmico estaba desplegando sus increíbles habilidades sexuales conmigo.

Mi subconsciente me mira por encima de los cristales de las gafas de media luna y chasquea la lengua con desaprobación, mientras la diosa que llevo dentro duerme apaciblemente en su chaise-longue, fuera de combate. Observo mi reflejo con la boca abierta. Tengo hematomas rojos alrededor de las muñecas por las esposas. Ya me avisó de que dejaban marcas. Examino mis tobillos; más hematomas. Joder, parece que haya sufrido un accidente.

Sigo mirándome, intentando reconocerme. Mi cuerpo está tan diferente últimamente… Ha cambiado de forma sutil desde que le conozco. Ahora estoy más delgada y en mejor forma y tengo el pelo brillante y bien cortado. Me he hecho la manicura, la pedicura y llevo las cejas perfectamente depiladas. Por primera vez en mi vida voy bien arreglada, excepto por esas horribles marcas de mordiscos.

Pero no quiero pensar en tratamientos de belleza ahora mismo. Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme así, como si fuera un adolescente? En el poco tiempo que llevamos juntos nunca me había hecho chupetones. Estoy horrible. No sé por qué me ha hecho esto. Maldito obseso del control. ¡Pues no pienso tolerarlo! Mi subconsciente cruza los brazos por debajo de su pecho pequeño. Esta vez se ha pasado. Salgo pisando fuerte del baño y entro en el vestidor, evitando a propósito mirar en su dirección. Me quito la bata y me pongo un pantalón de chándal y una camisola. Me suelto la trenza, cojo un cepillo del pelo del tocador y me peino para quitarme los nudos.

—______ —me llama Joseph y noto ansiedad en su voz—, ¿estás bien?

Le ignoro. ¿Que si estoy bien? Pues no, no estoy bien. Con lo que me ha hecho, dudo que pueda ponerme un bañador, y mucho menos uno de esos biquinis ridículamente caros durante lo que queda de luna de miel. Pensar eso me enfurece. Pero ¿cómo se ha atrevido? Que si estoy bien… Me hierve la sangre. ¡Yo también sé comportarme como una adolescente! Regreso al dormitorio, le tiro el cepillo del pelo, me giro y vuelvo a salir, no sin antes ver su expresión asombrada y su rápida reacción de levantar el brazo para protegerse la cabeza, lo que provoca que el cepillo rebote inútilmente contra su antebrazo y aterrice en la cama.

Salgo del camarote hecha una furia, subo por las escaleras y salgo a la cubierta para dirigirme como una exhalación a la proa. Necesito un poco de espacio para calmarme. Está oscuro pero el aire es templado. La brisa cálida huele a Mediterráneo y a los jazmines y buganvillas de la costa. El Fair Lady surca sin esfuerzo el tranquilo mar color cobalto y yo apoyo los codos sobre la barandilla de madera, mirando la costa lejana en la que parpadean y titilan unas luces diminutas. Inspiro hondo despacio y empiezo a calmarme lentamente. Noto su presencia detrás de mí antes de oírle.

—Estás enfadada conmigo —susurra.
—No me digas, Sherlock.
—¿Muy enfadada?
—De uno a diez, estoy un cincuenta. Muy apropiado, ¿verdad?
—Oh, tanto… —Suena sorprendido e impresionado a la vez.
—Sí. A punto de llegar a la violencia —le digo con los dientes apretados.

Se queda callado y yo me giro y le miro con el ceño fruncido. Él me devuelve la mirada con los ojos muy abiertos y llenos de precaución. Sé por su expresión y porque no ha hecho intento de tocarme que no está muy seguro del terreno que pisa.

—Joseph, tienes que dejar de intentar meterme en vereda por tu cuenta. Ya dejaste claro cuál era el problema en la playa. Y de una forma muy eficaz, si no recuerdo mal.

Se encoge de hombros.

—Bueno, así seguro que no te vuelves a quitar la parte de arriba del biquini —dice en voz baja e irascible.

¿Y eso justifica lo que me ha hecho? Le miro fijamente.

—No me gusta que me dejes marcas. No tantas, por lo menos. ¡Eso es un límite infranqueable! —le digo con furia.
—Y a mí no me gusta que te quites la ropa en público. Eso es un límite infranqueable para mí —gruñe.
—Creo que eso ya había quedado claro —respondo con los dientes apretados—. ¡Mírame! —Me bajo el cuello de la camisola para que me vea la parte superior de los pechos.

Los ojos de Joseph no abandonan mi cara y su expresión es cautelosa y vacilante. No está acostumbrado a verme así de enfadada. ¿Es que no ve lo que ha hecho? ¿No ve lo ridículo que está siendo? Quiero gritarle, pero me contengo. Es mejor no presionarle demasiado, porque Dios sabe lo que haría. Al fin suspira y me tiende las manos con las palmas hacia arriba en un gesto resignado y conciliador.

—De acuerdo —dice en un tono apaciguador—. Lo entiendo.

¡Aleluya!

—¡Bien!

Se pasa una mano por el pelo.

—Lo siento. Por favor, no te enfades conmigo. —Parece arrepentido… y ha utilizado las mismas palabras que yo le dije a él en la playa.
—A veces eres como un adolescente —le regaño testaruda, pero ya no hay enfado en mi voz y él se da cuenta.

Se acerca y alza lentamente la mano para colocarme el pelo detrás de la oreja.

—Lo sé —reconoce en voz baja—. Tengo mucho que aprender.

Las palabras del doctor Flynn resuenan en mi cabeza: «Emocionalmente, Joseph es un adolescente, ______. Pasó totalmente de largo por esa fase de su vida. Él ha canalizado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y ha superado todas las expectativas. Tiene que poner al día su universo emocional».

El corazón se me ablanda un poco.

—Los dos tenemos mucho que aprender. —Suspiro y yo también levanto la mano para ponérsela sobre el corazón. No se aparta como hacía antes, pero se pone tenso. Cubre mi mano con la suya y sonríe tímidamente.
—Yo he aprendido que tiene usted un buen brazo y mejor puntería, señora Jonas. Si no lo veo no me lo creo. Te subestimo constantemente y tú siempre me sorprendes.

Levanto una ceja.

—Eso es por las prácticas de lanzamientos con Ray. Sé lanzar y disparar directa a la diana, señor Jonas. Más vale que lo tenga en cuenta.
—Intentaré no olvidarlo, señora Jonas, o me ocuparé de que todos los objetos susceptibles de convertirse en proyectiles estén clavados y de que no tenga acceso a ningún arma.

Sonríe. Yo le respondo también con una sonrisa y entorno los ojos.

—Soy una chica con recursos.
—Cierto —susurra y me suelta la mano para abrazarme. Me atrae hacia él y hunde la nariz en mi pelo. Yo también le rodeo con mis brazos, abrazándole fuerte, y siento que la tensión abandona su cuerpo mientras me acaricia—. ¿Me has perdonado?
—¿Y tú a mí?

Siento su sonrisa.

—Sí —responde.
—Ídem.

Nos quedamos de pie abrazados y mi resentimiento queda atrás. Huele muy bien, adolescente o no. ¿Cómo me voy a resistir?

—¿Tienes hambre? —me pregunta un momento después. Tengo los ojos cerrados y la cabeza apoyada en su pecho.
—Sí. Estoy muerta de hambre. Toda esa… eh… actividad me ha abierto el apetito. Pero no voy vestida para cenar. —Seguro que en el comedor me miran raro si aparezco con pantalón de chándal y camisola.
—A mí me parece que vas bien, ______. Además, el barco es nuestro toda la semana. Podemos vestirnos como nos dé la gana. Digamos que hoy es el martes informal en la Costa Azul. De todas formas, he pensado que podíamos cenar en cubierta.
—Sí, me apetece.

Me da un beso, un beso que dice «perdóname» con absoluta sinceridad, y después los dos caminamos de la mano hasta la proa, donde nos espera un gazpacho.



El camarero nos sirve la crème brûlée y se retira discretamente.

—¿Por qué siempre me trenzas el pelo? —le pregunto a Joseph por curiosidad. Estamos sentados el uno junto al otro en la mesa y tengo la pantorrilla enroscada con la suya. Estaba a punto de coger la cucharilla, pero se detiene un momento y frunce el ceño.
—Porque no quiero que se te quede enganchado el pelo en nada —me dice en voz baja y se queda perdido en sus pensamientos un instante—. Es una costumbre, supongo —añade como pensando en voz alta. De repente su ceño se hace más profundo, abre mucho los ojos y las pupilas se le dilatan por una súbita inquietud.

¿Qué habrá recordado? Es algo doloroso, algún recuerdo de su primera infancia, creo. No quiero que se acuerde de esas cosas. Me acerco y le pongo el dedo índice sobre los labios.

—No importa. No necesito saberlo. Solo tenía curiosidad. —Le dedico una sonrisa cálida y tranquilizadora. Sigue con la mirada perdida, pero poco después se relaja visiblemente con alivio evidente. Me inclino y le beso la comisura de la boca—. Te amo —susurro. Él me dedica esa sonrisa dolorosamente tímida y yo me derrito—. Siempre te amaré, Joseph.
—Y yo a ti —responde con un hilo de voz.
—¿A pesar de que sea desobediente? —Alzo una ceja.
—Precisamente porque lo eres, ______. —Me sonríe.

Rompo con la cucharilla la capa de azúcar quemado del postre y niego con la cabeza. ¿Voy a entender a este hombre alguna vez? Mmm… La crème brulée está deliciosa.


Cuando el camarero retira los platos del postre, Joseph coge la botella de vino rosado y me rellena la copa. Compruebo que estamos solos y le pregunto:

—¿De qué iba eso de no ir al baño?
—¿De verdad quieres saberlo? —me pregunta con media sonrisa y los ojos iluminados por un brillo lujurioso.
—¿Quiero? —Le miro a través de las pestañas y le doy un sorbo al vino.
—Cuanto más llena tengas la vejiga, más intenso será el orgasmo, ______.

Me ruborizo.

—Ya veo. —Oh… Eso explica muchas cosas.

Él sonríe y parece saber mucho más de lo que dice. ¿Siempre voy a ir un paso por detrás del señor Experto en el Sexo?

—Eh, bueno… —Busco desesperadamente a mi alrededor algo que me permita cambiar de tema. Él se compadece de mí.
—¿Qué quieres hacer el resto de la noche? —Ladea la cabeza y me dedica una sonrisa torcida.

Lo que tú quieras… ¿Probar esa teoría otra vez, quizá? Me encojo de hombros.

—Yo sé lo que quiero hacer —susurra. Coge su copa de vino, se levanta y me tiende la mano—. Ven.

Le cojo la mano y él me lleva al salón principal. Su iPod está conectado a los altavoces que hay encima del aparador. Lo enciende y escoge una canción.

—Baila conmigo —dice atrayéndome hacia sus brazos.
—Si insistes…
—Insisto, señora Jonas.

Empieza una melodía provocativa y pegadiza. ¿Es un baile latino? Joseph me sonríe y empieza a moverse, arrastrándome con su ritmo y desplazándome por todo el salón.

Un hombre con la voz como caramelo fundido empieza a cantar. Es una canción que me suena, pero no sé de qué. Joseph me inclina hacia atrás y suelto un grito por la sorpresa y río. Él sonríe con los ojos llenos de diversión. Me levanta de nuevo y me hace girar bajo su brazo.

—Bailas tan bien… —le comento—. Haces que parezca que yo sé bailar.

Sonríe enigmático pero no dice nada y me pregunto si será porque está pensando en ella… En la señora Robinson, la mujer que le enseñó a bailar… y a follar. Hacía tiempo que no pensaba en ella. Joseph no la ha mencionado desde su cumpleaños, y por lo que yo sé, su relación empresarial ha terminado. Pero tengo que admitir, a regañadientes, que era una buena maestra.

Vuelve a inclinarme y me da un beso suave en los labios.

—«Echaré de menos tu amor…» —tarareo la letra de la canción.
—Yo haría más que echar de menos tu amor —me dice a la vez que me hace girar de nuevo. Me canta bajito al oído y me derrite por dentro.

La canción termina y Joseph me mira con los ojos oscuros y ardientes, ya sin rastro de humor. Me quedo sin aliento.

—¿Quieres venir a la cama conmigo? —me dice en un murmullo. Es una súplica sincera que me ablanda el corazón.

Joseph, ya te dije «sí, quiero» hace dos semanas y media… Pero sé que es su forma de pedir disculpas y de asegurarse de que todo está bien entre los dos después de la discusión.



Cuando despierto el sol entra por los ojos de buey y su reflejo en el agua se proyecta en el techo del camarote formando brillantes dibujos caprichosos. A Joseph no se le ve por ninguna parte. Me estiro y sonrío. Mmm… Me apunto para tener sexo de castigo y después sexo de reconciliación cualquier día. Es como acostarse con dos hombres diferentes: el Joseph furioso y el dulce que intenta compensarme con todos los medios a su alcance. Es difícil decidir cuál me gusta más.

Me levanto y voy al baño. Al abrir la puerta me encuentro a Joseph dentro afeitándose desnudo, solo cubierto con una toalla en la cintura. Se gira y me sonríe; no le importa que le haya interrumpido. He descubierto que Joseph nunca cierra la puerta con el pestillo si es la única persona en la habitación; no tengo ni idea de por qué lo hace pero tampoco quiero pensarlo mucho.

—Buenos días, señora Jonas —me dice. Irradia buen humor.
—Buenos días tenga usted. —Le sonrío y me quedo mirándole mientras se afeita. Me encanta. Levanta la barbilla y se pasa la maquinilla por debajo con pasadas largas y deliberadas. Sin darme cuenta me pongo a imitar sus movimientos. Tiro del labio superior hacia abajo igual que hace él para afeitarse la hendidura. Se gira y se ríe de lo que estoy haciendo, todavía con la mitad de la cara cubierta de jabón de afeitar.
—¿Disfrutando del espectáculo? —me pregunta.

Oh, Joseph, podría quedarme mirándote durante horas.

—Es uno de mis favoritos —le digo y él se inclina y me da un beso rápido, manchándome la cara de jabón.
—¿Quieres que vuelva a hacértelo? —me dice en un susurro malicioso y me señala la maquinilla.

Frunzo los labios.

—No —le contesto fingiendo enfurruñarme—. La próxima vez me haré la cera.

Recuerdo lo bien que se lo pasó Joseph en Londres cuando descubrió que, durante una de sus reuniones en la ciudad, yo me había entretenido afeitándome todo el vello púbico por pura curiosidad. Pero claro, mi forma de afeitarme no cumplía con los rigurosos estándares del señor Exigente…




—Pero ¿qué diablos has hecho? —exclama Joseph.

No puede evitar poner una expresión de horrorizada diversión. Se sienta en la cama de la suite del Brown’s Hotel, cerca de Piccadilly, enciende la luz de la mesilla y me mira boquiabierto. Debe de ser medianoche. Me pongo del color de las sábanas del cuarto de juegos e intento tirar del camisón de seda para que no pueda verlo. Me coge la mano para detenerme.

—¡______!
—Me he… eh… afeitado.
—Ya veo. Pero ¿por qué? —Está sonriendo de oreja a oreja.

Me tapo la cara con las manos. ¿Por qué me da tanta vergüenza?

—Oye —me dice bajito y me aparta la mano—, no te escondas. —Se está mordiendo el labio para no reírse—. Dime, ¿por qué? —Sus ojos bailan risueños. ¿Por qué le parece tan divertido?
—No te rías de mí.
—No me estoy riendo de ti. Lo siento, es que estoy… encantado —dice al fin.
—Oh…
—Dímelo. ¿Por qué?

Inspiro hondo.

—Esta mañana, cuando te fuiste a la reunión, me estaba duchando y empecé a pensar en todas tus normas.

Él parpadea. Ha desaparecido el humor de su expresión y ahora me mira precavido.

—Las estaba repasando una por una y preguntándome cómo me sentía acerca de cada una de ellas, y me acordé del salón de belleza y pensé… que esto es lo que a ti te gustaría. Pero no he podido reunir el coraje para hacérmelo con cera —confieso casi en un susurro.

Se me queda mirando con los ojos brillantes, esta vez no de diversión por la locura que acabo de hacer, sino de amor.

—Oh, ______ —dice en un jadeo. Se acerca y me besa con ternura—. Me tienes cautivado —murmura junto a mis labios y me besa otra vez, cogiéndome la cara con las manos.

Un momento después se aparta y se apoya en un codo. La diversión ha vuelto.

—Creo que tengo que hacer una inspección exhaustiva de su trabajo, señora Jonas.
—¿Qué? ¡No! —¡Tiene que estar bromeando! Me tapo para proteger esa zona recientemente deforestada.
—Oh, no, ______. —Me coge las manos y las aparta. Se acerca con agilidad y en un segundo lo tengo entre las piernas, agarrándome las manos junto a los costados. Me lanza una mirada ardiente que podría prender fuego a la madera seca, se inclina y pega los labios a mi vientre desnudo para seguir bajando directamente hacia mi sexo. Me retuerzo contra su piel, resignada a mi destino—. Vamos a ver, ¿qué tenemos aquí? —Joseph me da un beso en un sitio que hasta esta mañana estaba cubierto por el vello púbico y me araña con la incipiente barba de su mentón.
—¡Oh! —exclamo. Guau… qué sensible.

Los ojos de Joseph me miran con intensidad, llenos de una necesidad lujuriosa.

—Creo que te has dejado un poquito —dice y tira suavemente del vello que hay en un punto bastante inaccesible.
—Oh… vaya. —Espero que eso ponga fin a ese escrutinio francamente indiscreto.
—Tengo una idea. —Salta desnudo de la cama y va al baño.

Pero ¿qué va a hacer? Vuelve poco después con un vaso de agua, mi maquinilla de afeitar, su brocha, jabón de afeitar y una toalla. Pone el agua, la brocha, el jabón y la maquinilla en la mesita de noche y me mira con la toalla en la mano. ¡Oh, no! Mi subconsciente cierra de golpe las Obras completas de Charles Dickens, salta del sofá y pone los brazos en jarras.

—¡No, no y no! —chillo.
—Señora Jonas, si se hace algo, mejor hacerlo bien. Levanta las caderas. —Sus ojos son del color ámbar de una tormenta de verano.
—¡Joseph! No me vas a afeitar.

Ladea la cabeza.

—¿Y por qué no?
Me ruborizo… ¿no es obvio?

—Porque… es demasiado…
—¿Íntimo? —Termina mi frase—. ______, estoy deseando tener intimidad contigo, ya lo sabes. Además, después de todo lo que hemos hecho, no sé por qué te pones pudorosa ahora. Me conozco esa parte de tu cuerpo mejor que tú.

Le miro con la boca abierta. Pero qué arrogante. Aunque es cierto que lo conoce bien, pero aun así…

—¡No está bien! —Sueno remilgada y quejica.
—Claro que está bien… y es excitante.

¿Excitante? ¿Ah, sí?

—¿Esto te excita? —No puedo evitar el tono de asombro.

Él ríe burlón.

—¿Es que no lo ves? —pregunta señalando su erección con la cabeza—. Quiero afeitarte —me susurra.

Oh, qué demonios… Me tumbo y me tapo la cara con un brazo; no quiero mirar.

—Si eso te hace feliz, Joseph, hazlo. Eres un pervertido, ¿lo sabías? —le digo a la vez que levanto las caderas y él coloca la toalla bajo mi trasero. Me da un beso en la parte interior del muslo.
—Nena, qué razón tienes.

Oigo el ruido del agua cuando moja la brocha en el vaso y después el susurro de la brocha al impregnarla de jabón. Me coge el tobillo izquierdo y me abre las piernas. La cama se hunde cuando se sienta entre ellas.

—Ahora mismo tengo muchas ganas de atarte —me dice.
—Prometo quedarme quieta.
—Bien.

Doy un respingo cuando me pasa la brocha llena de jabón sobre el hueso púbico. Está templada. El agua del vaso debe de estar caliente. Me revuelvo un poco. Me hace cosquillas… pero me gusta.

—No te muevas —me ordena Joseph y vuelve a pasar la brocha—. O te ato —añade en tono amenazante y un escalofrío me recorre la espalda.
—¿Has hecho esto antes? —le pregunto cuando va a coger la maquinilla.
—No.
—Oh. Qué bien. —Sonrío.
—Otra primera vez, señora Jonas.
—Mmm. Me gustan las primeras veces.
—A mí también. Allá voy. —Con una suavidad que me sorprende pasa la maquinilla por esa piel tan sensible—. Quédate muy quieta —dice en un tono distraído y sé que es porque está muy concentrado en lo que tiene entre manos. Solo tarda unos minutos. Después coge la toalla y me quita con ella el jabón sobrante—. Ya. Ahora está mejor —dice para sí. Yo levanto el brazo para mirarle y él se sienta para admirar su obra.
—¿Ya estás contento? —le pregunto con voz ronca.
—Sí, mucho. —Me sonríe con malicia y mete lentamente un dedo en mi interior.



—Fue divertido —dice con un brillo burlón en los ojos.
—Tal vez para ti. —Intento hacer un mohín, pero tengo que reconocer que tiene razón. Fue… excitante.
—Me parece recordar que lo que pasó después fue muy satisfactorio.

Joseph vuelve a su afeitado. Yo me miro los dedos. Sí que lo fue. No tenía ni idea de que la ausencia de vello púbico podía hacer que fuera tan diferente.

—Oye, que te estaba tomando el pelo. ¿No es eso lo que hacen los maridos cuando están perdidamente enamorados de sus mujeres? —Joseph me levanta la barbilla y me mira. Sus ojos están llenos de aprensión mientras intenta leer mi expresión.

Mmm… Ha llegado el momento de la revancha.

—Siéntate —le ordeno.

Él se me queda mirando sin comprender. Le empujo suavemente para que se siente en el único taburete blanco que hay en el baño. Obedece, perplejo, y yo le quito la maquinilla.

—______… —empieza a decir cuando se da cuenta de mis intenciones. Yo me acerco y le beso.
—Echa atrás la cabeza —le pido.

Él duda.

—Donde las dan las toman, señor Jonas.

Se me queda mirando con una incredulidad divertida y a la vez cauta.

—¿Sabes lo que haces? —me pregunta con voz grave. Niego con la cabeza de una forma deliberadamente lenta, intentando parecer lo más seria posible. Él cierra los ojos, niega también y al fin se rinde y deja caer hacia atrás la cabeza.

Vaya, me va a dejar que le afeite. Deslizo la mano entre el pelo húmedo de su frente y se lo agarro para que no se mueva. Él cierra los párpados con fuerza e inhala por la boca, abriendo un poco los labios. Muy despacio, le paso la maquinilla subiendo por el cuello hasta la barbilla, lo que revela una lengua de piel. Joseph suelta el aire.

—¿Creías que te iba a hacer daño?
—Nunca sé lo que vas a hacer, ______, pero no… No intencionadamente al menos.

Vuelvo a pasar la maquinilla por su cuello, ensanchando la franja de piel sin jabón.

—Nunca te haría daño intencionadamente, Joseph.

Abre los ojos y me rodea con los brazos mientras le paso la maquinilla con cuidado por la mejilla hasta el final de una de las patillas.

—Lo sé —me dice girando la cara para que pueda afeitarle el resto de la mejilla. Tras dos pasadas más termino.
—Se acabó, y no he derramado ni una gota de sangre —declaro sonriendo orgullosa.

Sube la mano por mi pierna, arrastrando mi camisón hasta el muslo, y me levanta para ponerme a horcajadas sobre su regazo. Mantengo el equilibrio apoyando las manos en sus brazos musculosos.

—¿Quieres que te lleve a alguna parte hoy?
—A tomar el sol no, ¿verdad? —le digo arqueando una ceja mordaz.

Se humedece los labios en un gesto nervioso.

—No, hoy no tomamos el sol. Tal vez te apetezca hacer otra cosa. Hay un sitio que podríamos visitar…
—Bueno, como estoy llena de los chupetones que tú me has hecho, lo que me impide absolutamente cualquier actividad con poca ropa, ¿por qué no?

Decide sabiamente ignorar mi tono.

—Hay que conducir un buen trecho, pero por lo que he leído, merece la pena visitarlo. Mi padre también me recomendó que fuéramos. Es un pueblecito en lo alto de una colina que se llama Saint-Paul-de-Vence. Hay unas cuantas galerías en el pueblo. He pensado que podríamos comprar algún cuadro o alguna escultura para la casa nueva, si encontramos algo que nos guste.

Me echo un poco hacia atrás y le miro. Arte… Quiere comprar obras de arte. ¿Cómo voy a comprar yo arte?

—¿Qué? —me pregunta.
—Yo no sé nada de arte, Joseph.

Él se encoge de hombros y me sonríe indulgente.

—Solo vamos a comprar algo que nos guste. No estamos hablando de inversiones.

¿Inversiones? Oh…

—¿Qué? —repite.

Niego con la cabeza.

—Ya sé que solo hemos visto los dibujos de la arquitecta… Pero no pasa nada por mirar, y además parece que es un pueblo medieval con mucho encanto.

Oh, la arquitecta. ¿Por qué ha tenido que recordármela…? Gia Matteo, una amiga de Elliot que ya reformó la casa de Joseph en Aspen. Durante las reuniones para revisar los planos ha estado pegada a Joseph como una lapa.

—¿Qué te pasa ahora? —quiere saber Joseph. Niego con la cabeza—. Dímelo —insiste.

¿Cómo le voy a decir que no me gusta Gia? Es irracional. No quiero ser la típica mujer celosa.

—¿No seguirás enfadada por lo que hice ayer? —Suspira y entierra la cara entre mis pechos.
—No. Tengo hambre —le digo sabiendo que eso le distraerá del interrogatorio.
—¿Y por qué no lo has dicho antes? —Me baja de su regazo y se pone de pie.

Saint-Paul-de-Vence es un pueblo medieval fortificado situado en la cumbre de una colina, uno de los lugares más pintorescos que he visto en mi vida. Paseo con Joseph por las estrechas calles adoquinadas con la mano metida en el bolsillo de atrás de sus pantalones cortos. Taylor y Gaston o Philippe, no sé diferenciarlos, nos siguen unos pasos por detrás. Pasamos por una plaza cubierta de árboles en la que tres ancianos, uno de ellos tocado con una boina tradicional a pesar del calor, juegan a la petanca. El lugar está bastante lleno de turistas, pero me siento cómoda rodeada por el brazo de Joseph. Hay tantas cosas que ver: estrechas callejas y pasajes que llevan a patios con intrincadas fuentes de piedra, esculturas antiguas y modernas y pequeñas tiendas y boutiques fascinantes.

En la primera galería Joseph mira distraído unas fotografías eróticas chupando la patilla de sus gafas de aviador. Son obra de Florence D’Elle; mujeres desnudas en diferentes posturas.

—No es lo que tenía en mente —digo. Me hacen pensar en la caja de fotografías que encontré en el armario de Joseph, ahora nuestro armario. Me pregunto si llegó a destruirlas.
—Yo tampoco —dice Joseph sonriéndome. Me coge la mano y pasamos al siguiente artista. Sin darme cuenta me encuentro preguntándome si debería dejarle que me hiciera fotos.

La siguiente exposición es de una pintora especializada en naturalezas muertas: frutas y verduras muy detalladas y con unos colores impresionantes.

—Me gustan esos —digo señalando tres cuadros con pimientos—. Me recuerdan a ti cortando verduras en mi apartamento. —Río. La comisura de la boca de Joseph se eleva cuando intenta, sin éxito, ocultar su diversión.
—Creo que lo hice bastante bien —murmura—. Solo soy un poco lento, eso es todo. —Me abraza—. Además, me estabas distrayendo. ¿Y dónde los pondrías?
—¿Qué?

Joseph me acaricia la oreja con la nariz.

—Los cuadros… ¿Dónde los pondrías? —Me muerde el lóbulo de la oreja y la sensación me llega hasta la entrepierna.
—En la cocina —respondo.
—Mmm. Buena idea, señora Jonas.

Miro el precio. Cinco mil euros cada uno. ¡Madre mía!

—¡Son carísimos! —exclamo.
—¿Y qué? —Vuelve a acariciarme—. Acostúmbrate, ______. —Me suelta y se acerca al mostrador, donde una mujer joven vestida completamente de blanco le mira con la boca abierta. Estoy a punto de poner los ojos en blanco, pero prefiero centrar mi atención en los cuadros. Cinco mil euros, vaya…


Acabamos de terminar de comer y nos estamos relajando con el café en el Hotel Le Saint Paul. La vista de la campiña circundante es magnífica. Viñas y campos de girasoles forman un mosaico en la llanura salpicado aquí y allá por bonitas granjas francesas. Hace un día precioso, así que desde donde estamos se puede ver hasta el mar, que brilla en el horizonte. Joseph interrumpe mis pensamientos.

—Me has preguntado por qué te trenzo el pelo —dice. Su tono me alarma. Parece… culpable.
—Sí. —Oh, mierda.
—La puta adicta al crack me dejaba jugar con su pelo, creo. Pero no sé si es un recuerdo o un sueño.

Oh, su madre biológica.

Me mira, pero su expresión es impenetrable. El corazón se me queda atravesado en la garganta. ¿Qué puedo decir cuando me cuenta cosas como esa?

—Me gusta que juegues con mi pelo —digo con tono vacilante.

Él me mira inseguro.

—¿Ah, sí?
—Sí. —Es verdad. Le cojo la mano—. Creo que querías a tu madre biológica, Joseph.

Él abre mucho los ojos y se me queda mirando impasible, sin decir nada. Maldita sea, ¿me he pasado? Di algo, Cincuenta, por favor… Pero sigue tozudamente callado, mirándome con esos ojos ambarinos insondables mientras el silencio se cierne sobre nosotros. Parece perdido. Mira mi mano agarrando la suya y frunce el ceño.

—Di algo —le pido en un susurro porque no puedo soportar el silencio ni un segundo más.

Niega con la cabeza y suspira.

—Vámonos. —Me suelta la mano y se pone de pie con expresión hosca. ¿Me he pasado de la raya? No tengo ni idea. Se me cae el alma a los pies y no sé si decir algo más o dejarlo estar. Me decido por esto último y le sigo hacia la salida del restaurante obedientemente.

En una de las preciosas callejuelas estrechas me coge la mano.

—¿Adónde quieres ir?

¡Oh, habla! Y no está furioso conmigo… Gracias a Dios. Suspiro aliviada y me encojo de hombros.

—Me alegro de que todavía me hables.
—Ya sabes que no me gusta hablar de toda esa mierda. Es pasado. Se acabó —responde en voz baja.

No, Joseph, no se acabó. Ese pensamiento me pone triste y por primera vez me pregunto si acabará alguna vez. Siempre será Cincuenta Sombras… Mi Cincuenta Sombras. ¿Quiero que cambie? No, la verdad es que no. Solo quiero que se sienta querido. Le miro a hurtadillas y admiro su belleza cautivadora… Y es mío. No solo estoy encandilada por el atractivo de su preciosa cara y de su cuerpo; es lo que hay debajo de la perfección, su alma frágil y herida, lo que me atrae, lo que me acerca a él.

Me mira de esa forma medio divertida medio precavida y absolutamente sexy y me rodea los hombros con el brazo. Después caminamos entre los turistas hacia el lugar donde Philippe/Gaston ha aparcado el espacioso Mercedes. Vuelvo a meter la mano en el bolsillo de atrás de los pantalones cortos de Joseph, encantada de que no esté enfadado. ¿Qué niño de cuatro años no quiere a su madre, por muy mala madre que sea? Suspiro profundamente y lo abrazo más fuerte. Sé que detrás de nosotros va el equipo de seguridad y me pregunto distraídamente si habrán comido.

Joseph se para delante de una pequeña joyería y mira el escaparate y después a mí. Me coge la mano libre y me pasa el pulgar por la marca roja de las esposas, que ya está desapareciendo, y la mira fijamente.

—No me duele —le aseguro. Se retuerce para que saque la otra mano de su bolsillo, me coge también esa mano y la gira para examinarme la muñeca. El reloj Omega de platino que me regaló en el desayuno de nuestra primera mañana en Londres oculta la marca. La inscripción todavía me emociona.

______

Tú eres mi «más»

Mi amor, mi vida

Joseph



A pesar de todo, de todas sus sombras, mi marido es un romántico. Observo las leves marcas de mis muñecas. Pero también puede ser un poco salvaje a veces. Me suelta la mano izquierda y me coge la barbilla con los dedos para levantármela y analizar mi expresión con ojos preocupados.

—No me duelen —repito.

Se lleva mi mano a los labios y me da un suave beso de disculpa en la parte interna de la muñeca.

—Ven —dice, y entramos en la tienda.



—Póntela. —Joseph tiene abierta la pulsera de platino que acaba de comprar. Es exquisita, muy bellamente trabajada, con una filigrana con forma de flores abstractas con pequeños diamantes en el centro. Me la pone en la muñeca. Es ancha y dura y oculta la marca roja. Y le ha costado quince mil euros, creo, aunque no he conseguido seguir la conversación en francés con la dependienta. Nunca he llevado nada tan caro—. Así está mejor —murmura.
—¿Mejor? —susurro mirándole a los ojos ambarinos, consciente de que la dependienta delgada como un palo nos mira celosa y con cara de desaprobación.
—Ya sabes por qué lo digo —me explica Joseph inseguro.
—No necesito esto. —Sacudo la muñeca y la pulsera se mueve. Un rayo de la luz de la tarde que entra por el escaparate de la joyería se refleja en los diamantes, que despiden brillantes arcoíris y llenan de color las paredes de la tienda.
—Yo sí —dice con total sinceridad.

¿Por qué? ¿Por qué necesita esto? ¿Acaso se siente culpable? ¿Por qué? ¿Por las marcas? ¿Por su madre biológica? ¿Por no contármelo? Oh, Cincuenta…

—No, Joseph, tú tampoco lo necesitas. Ya me has dado tantas cosas… Esta luna de miel tan mágica: Londres, París, la Costa Azul… Y a ti. Soy una chica con mucha suerte —le digo en un susurro y sus ojos se llenan de ternura.
—No, ______. Yo soy el hombre afortunado.
—Gracias. —Me pongo de puntillas, le rodeo el cuello con los brazos y le doy un beso, no por regalarme la pulsera, sino por ser mío.



De vuelta, en el coche está muy callado y mira por la ventanilla a los campos de girasoles que siguen al sol en su recorrido por el cielo, disfrutando de su calor. Uno de los gemelos, creo que es Gaston, conduce y Taylor está sentado delante a su lado. Joseph está rumiando algo. Le cojo la mano y se la aprieto un poco. Me mira y me suelta la mano para acariciarme la rodilla. Llevo una falda corta con vuelo azul y blanco y una camiseta ajustada sin mangas también azul. Joseph se queda dudando y no sé si su mano va a subir por mi muslo o bajar por la pantorrilla. Me pongo tensa por la anticipación que me provoca el suave contacto de sus dedos y aguanto la respiración. ¿Qué va a hacer? Escoge ir hacia abajo y de repente me agarra el tobillo y se pone mi pie en el regazo. Giro sobre mi trasero para quedar de cara a él en el asiento de atrás del coche.

—Quiero el otro también.

Miro nerviosamente a Taylor y a Gaston, que mantiene los ojos fijos en la carretera que tenemos por delante, y pongo el otro pie en su regazo. Con la mirada tranquila extiende la mano y pulsa un botón que hay en su puerta. Delante de nosotros sale de un panel una pantalla ligeramente tintada y empieza a cerrarse. Diez segundos después estamos solos. Guau… Ahora entiendo por qué la parte de atrás de este coche es tan amplia.

—Quiero verte los tobillos —me explica Joseph. Su mirada transmite ansiedad. ¿Las marcas de las esposas? Oh, pensé que ya habíamos hablado suficiente de eso. Si tengo marcas, quedan ocultas por las tiras de las sandalias. No recuerdo haber visto ninguna esta mañana. Me acaricia suavemente con el pulgar el empeine del pie derecho y eso hace que me retuerza un poco. Una sonrisa juguetea en sus labios mientras me suelta diestramente las tiras. Su sonrisa desaparece cuando se encuentra con las marcas rojas.

—No me duelen —le repito.

Me mira con expresión triste y la boca convertida en una fina línea. Asiente como si aceptara mi palabra y yo sacudo el pie para librarme de la sandalia, que cae al suelo. Pero sé que ya le he perdido. Está distraído, rumiando algo, me acaricia el pie mecánicamente mientras mira por la ventanilla del coche.

—Oye, ¿qué esperabas? —le pregunto con dulzura.

Me mira y se encoge de hombros.

—No esperaba sentirme como me siento cuando veo esas marcas —me responde.

Oh… Reticente en un momento y comunicativo al siguiente. Cincuenta… ¿Cómo voy a ser capaz de seguirle?

—¿Y cómo te sientes?

Me mira con los ojos sombríos.

—Incómodo —dice en voz baja.

¡Oh, no! Me desabrocho el cinturón de seguridad y me acerco a él sin bajar los pies de su regazo. Quiero sentarme ahí y abrazarlo, y lo haría si solo estuviera Taylor en el asiento de delante. Pero saber que Gaston también está ahí me frena a pesar del cristal tintado. Si fuera un poco más oscuro… Le agarro las manos.

—Lo que no me gusta son los chupetones —le digo en un susurro—. Lo demás… lo que hiciste… —bajo la voz todavía más—… con las esposas, eso me gustó. Bueno, algo más que gustarme. Fue alucinante. Puedes volver a hacérmelo cuando quieras.

Se revuelve en su asiento.

—¿Alucinante?

La diosa que llevo dentro levanta la vista de su libro de Jackie Collins, sorprendida.

—Sí —le digo sonriendo. Su paquete está justo debajo de mis pies y noto que empieza a ponerse duro. Flexiono los dedos del pie y veo más que oigo su repentina inhalación y cómo se separan sus labios.
—Debería ponerse el cinturón, señora Jonas. —Su voz suena ronca y yo repito la flexión de mis dedos. Vuelve a inhalar y los ojos se le van oscureciendo a la vez que me agarra el tobillo a modo de advertencia. ¿Quiere que pare? ¿O que continúe? Se queda quieto bruscamente, frunce el ceño y saca del bolsillo la BlackBerry que va con él a todas partes para atender una llamada. Mira el reloj y frunce el ceño un poco más—. Barney —contesta.

Mierda. El trabajo nos vuelve a interrumpir. Trato de retirar el pie, pero él me agarra el tobillo con más fuerza para evitarlo.

—¿En la sala del servidor? —dice incrédulo—. ¿Se activó el sistema de supresión de incendios?

¡Un incendio! Intento apartar de nuevo los pies de su regazo y esta vez me lo permite. Me siento correctamente, me abrocho el cinturón y jugueteo nerviosa con la pulsera de quince mil euros. Joseph vuelve a apretar el botón de la puerta y el cristal tintado baja.

—¿Hay alguien herido? ¿Daños? Ya veo… ¿Cuándo? —Consulta otra vez su reloj y después se pasa los dedos por el pelo—. No. Ni los bomberos ni la policía. Todavía no, al menos.

¿Un incendio? ¿En la oficina de Joseph? Le miro con la boca abierta, mi mente a mil por hora. Taylor se gira para poder oír la conversación.

—¿Eso ha hecho? Bien… está bien. Quiero un informe detallado de daños. Y una lista de todos los que hayan entrado en los últimos cinco días, incluyendo el personal de limpieza… Localiza a Andrea y que me llame… Sí, parece que el argón ha sido eficaz. Bien su peso en oro…

¿Informe de daños? ¿Argón? Me suena lejanamente de alguna clase de química… Creo que es un elemento de la tabla periódica.

—Ya me doy cuenta de que es pronto… Infórmame por correo electrónico dentro de dos horas… No, necesito saberlo. Gracias por llamar. —Joseph cuelga e inmediatamente marca otro número en la BlackBerry—. Welch… Bien… ¿Cuándo? —Joseph vuelve a mirar el reloj—. Una hora… sí… Veinticuatro horas, siete días en el almacenamiento de datos externo… Bien. —Cuelga—. Philippe, necesito estar a bordo en una hora.
—Sí, monsieur.

Mierda, es Philippe, no Gaston. El coche acelera. Joseph me mira con una expresión inescrutable.

—¿Hay alguien herido? —le pregunto.

Joseph niega con la cabeza.

—Muy pocos daños. —Estira el brazo, me coge la mano y me la aprieta tranquilizador—. No te preocupes por eso. Mi equipo se está ocupando de ello. —Y ahí está el presidente, al mando, ejerciendo el control, sin ponerse nervioso.
—¿Dónde ha sido el incendio?
—En la sala del servidor.
—¿En las oficinas de Jonas Enterprises?
—Sí.

Me está dando respuestas telegráficas, así que me doy cuenta de que no quiere hablar de ello.

—¿Por qué ha habido tan pocos daños?
—La sala del servidor tiene un sistema de supresión de incendios muy sofisticado.

Claro…

—______, por favor… no te preocupes.
—No estoy preocupada —miento.
—No estamos seguros de que haya sido provocado —me dice afrontando directamente la razón de mi ansiedad.

Me llevo la mano a la garganta por el miedo. Primero lo de Charlie Tango y ahora esto…
¿Qué será lo siguiente?






Karely Jonatika
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Mensaje por lizzie Vie 04 Ene 2013, 8:07 pm

oh por dios que pasara?
Siguela porfa,quede intrigada
lizzie
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Mensaje por chelis Sáb 05 Ene 2013, 9:04 pm

AAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHH!!!!!!
YOOOOO... ENSERIO NO ENTIENDO A VECES A JOEE!!!
PERO SON SUS CINCUENTA SOMBRAASS!!! Y POR ESO LO AMAMOOOOOSSSS!!!... Y CREO QUE QUIEN ESTA DETRAS DE TODO ESTO ES ES JACK???
O COMO SE LLAME !!!!... EL ANTIGUO JEFE DE ____ ... CREO QUE ES VENGANZAA
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Mensaje por aranzhitha Sáb 05 Ene 2013, 10:12 pm

Tú eres mi «más»
Mi amor, mi vida
Joseph

awww con este hombre quien no se enamora es tan dfghjks :hug:
pero a veces si desespera!!!
siguela!!!
aranzhitha
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Mensaje por chelis Dom 06 Ene 2013, 6:21 pm

OOOTROOOOOOO
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Mensaje por chelis Dom 06 Ene 2013, 6:21 pm

OOOTROO CAAAPIISSS
chelis
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