Somewhere only we know - Harry Styles & Katherina Milantra

Esa mañana había recibido un mensaje de Cloe diciéndome que tenía que ir al hípico lo antes posible, asique en vez de ponerme el uniforme me calcé unos jeans y le pedí a Louis que me llevara donde mi amiga me había dicho. En el restaurante del restaurante me encontré con Coco tomando café amargo, pero ni rastro de Cloe.
-¿No llegó?-le pregunté sentándome frente a ella. Coco negó con la cabeza y le dio un sorbo a su tasa.
-¿Vos sabés que pasa?-me preguntó tamborileando sus dedos impacientes sobre la mesa.
-No.
-Vaya misterio-bromeó sarcástica.
Era más que claro que a medida que avanzaban los minutos nuestro mal humor solo empeoraba y para cuando Cloe cruzó el umbral de la puerta ya había varias tazas de café vacías y nuestra paciencia se había perdido.
-Hola-saludó en un susurró sentándose a mi lado.
-Podés decirnos ¿qué carajo está pasando?-exigió saber Coco sin darle tiempo a respirar a la recién llegada.
-Y-yo…-dudó por unos segundos si decirlo o no-estoy saliendo con alguien…-dejó la frase suspendida en el aire, como si fuera a decir algo más pero las palabras nunca alcanzaban su boca. Con Coco casi nos tiramos encima de ella para asesinarla. ¿Tanto teatro para eso?
-Tiene que ser una puta broma.
-Voy a matarte-exclamó Coco golpeando la mesa con los puños.
-…con una chica-terminó la oración Cloe avergonzada y con la cabeza gacha.
-Oh-soltó sorprendida y sin aire Coco, su cara había cambiado drásticamente y no podía cerrar ni los ojos ni la boca.
Yo me quedé callada. No sabía que se suponía que debía hacer y tampoco lo que mi amiga esperara que hiciera. Debía apoyarla, sí, pero ¿qué tenía que decirle? Me había imaginado muchas cosas posibles por su raro comportamiento, aunque nunca había sido nada como eso.
-Bueno…-intenté decir con la voz estrangulada buscando apoyo en mi otra amiga-sabés que esto no cambia las cosas entre nosotras-le aseguré a Cloe poniendo una mano en su hombro.
-Si cambia las cosas, cambia todo-replicó furiosa ella moviéndose y sacando mi mano de su cuerpo. Estaba frustrada y estresada, y yo lo entendía. Entendía no ser lo que todos esperaban que fuera.
-Claro que no-replicó Coco volviendo a hablar y alejándome de mis pensamientos destructivos-. No cambia nada, sos la misma Cloe O’Brian de siempre. Solo te gustan las chicas-exclamó sin pelos en la lengua y las pocas personas que estaban desayunando en las mesas de al lado se giraron a mirarnos. Coco se giró hacia ellos y les grito que se metieran en sus malditos asuntos y luego se volvió a nosotras para seguir hablándole a Cloe:-Te gustan las chicas y nosotras estamos bien con eso, siempre que vos estés segura de lo que estés haciendo…y si no también-completó haciéndonos reír levemente- Ah, y queremos saber todo de esa chica y que nos la presentes-inquirió la morena apuntándola con una cuchara para café.
Cloe asintió pero había algo más detrás de todo eso. Su asentimiento y sus ojos no eran de fiar en ese momento, algo escondía. De repente una lamparita se encendió en mi cabeza recordando a sus conservadores y católicos padres. No tenía darle vueltas al asunto asique le pregunté de una vez si ellos lo sabían inclinándome hacia adelante buscando sus ojos escondidos tras su cabello y la sombra que producía su cabeza inclinada. Ella solo asintió débilmente.
-¿Y?-quiso saber Coco sin contenerse.
-¿Ustedes qué creen?-preguntó agria levantando la cabeza y mirándonos con los ojos helados pero aun así heridos-Ellos dijeron que era impura, que no era digna de ser hija de Dios y por lo tanto tampoco su hija. También dijeron que seguiría viviendo en su casa solo hasta que termine el instituto-explicó con la mirada fija en ningún lado para evitar largarse a llorar.
-Podés venir a mi casa, si querés-le propuse intentado de ayudarla.
-Está bien, sabía que iba a ser de esta forma-aseguró mirándome con una sonrisa torcida-. Mi única preocupación es que será de Camsia cuando tenga que irme-declaró refiriéndose a su yegua y mirando hacia donde estaban los boxes.
-Puede quedarse con mi padre sin problema-dije muy segura y aliviada de ser útil.

La oscuridad ya se había tragado a todo Londres para cuando Coco y yo entramos de negro y a hurtadillas en la cuadra donde estaba la casa de nuestra amiga. Fuimos hasta el frente de su hogar y sonreímos ampliamente al ver que su padre había dejado el carro en la calle esa noche, facilitándonos la misión. Chequeamos que todas las luces estuvieran apagadas y sacamos los huevos, la harina y el papel higiénico de la mochila para empezar a decorar el auto de los O’Brians entre risas y chistidos para recordarnos que no debíamos despertar a nadie.
Estuvimos un buen rato hasta que Coco sacó un fierro de su hermano mecánico para abrir la puerta del piloto y así arruinarle los asientos mientras la alarma chillaba sin cansancio y las luces de la casa empezaban a encenderse. Toda la familia hiso acto de presencia en la calle entre gritos e insultos impropios de un católico ortodoxo.
Agradecí estar llevando gorro y capucha para que no me reconocieran por mi color incandescente de pelo y eche a correr con mi amiga dejando a los padre de Cloe con las venas de la garganta a punto de explotar y a nuestra amiga que se retorcía para no largarse a reír como una desquiciada y que sus padre la odiaran más de lo que ya lo hacían.
Al llegar a la esquina, clavé los pies en el cemento y le grite que Coco que esperara que algo nos estaba faltando. Asique giré sobre mi misma y le grité a Cloe que viniera, que viniera y los olvidara a ellos que estaría bien con nosotras. Ella dudó, nos miró y luego miró a sus padres, como si estuviera viendo un partido de tenis. Su padre le dijo una advertencia que yo no pude escuchar y ella le respondió también para después, en pijama y pantuflas, salir corriendo tras nosotras.
Sin darle tiempo a frenar, Coco y yo empezamos a correr junto a ella y nos dejamos tragar por la noche, entre risas y saltos eufóricos, hacia donde el silencio era inquietante y la oscuridad era tanta como en la boca de lobo.