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Mensaje por Danne G. Sáb 24 Mar 2012, 2:02 pm

Y lo prometido es DEUDA así que aquí les traigo la maratón que les debía y les prometí para hoy sábado. Va desde el capi 8 hasta el 11 y se quedarán con las ganas de que pasará después del 11 pero la vida es así y me temo que deberán hacerse sus imaginaciones hasta el próximo capítulo el Lunes 26 de Marzo.

Las amo, un beso y espero más gente nueva para darles más maratones.


8° Capítulo.



Abrumada por la preocupación, ______________ durmió, a lo sumo dos o tres horas. Cuando se despertó aquella mañana, tenía bolsas oscuras bajo los ojos y el rostro pálido y demacrado.
- Por todos los santos -murmuró al tiempo que empapaba un trapo en agua fría y se lo llevaba a la cara-. Esto no puede ser. Parece que tenga cien años esta mañana.
- ¿Qué has dicho, querida? - fue la adormilada pregunta de su madre.
Phillippa estaba de pie detrás de su hija, vestida con un ajado camisón y unas zapatillas deshilachadas.
-Nada, mamá. Hablaba sola. -______________ se frotó la cara con fuerza para recuperar cierto color en las mejillas.
Phillippa se acercó a su hija y la estudió con detenimiento.
-Es cierto que pareces un poco cansada. Pediré que nos suban un poco de té.
-Que sea una tetera bien grande. -dijo ______________. Mientras contemplaba sus ojos enrojecidos en el espejo, añadió-: Mejor que sean dos.
Phillippa retorció el paño antes de dejarlo sobre el lavamanos.

-Los vestidos más viejos que tengamos, supongo, ya que algunos senderos del bosque pueden estar bastante embarrados. Aunque podremos cubrirlos con los nuevos chales de seda que nos dieron Lillian y Daisy.
Después de beberse una taza de humeante té y darle unos cuantos mordiscos apresurados a la fría tostada que había subido una de las doncellas, ______________ terminó de vestirse. Se estudió en el espejo con ojo crítico. El chal de seda azul que había anudado alrededor del corpiño escondía a la perfección el ajado tejido del vestido color vainilla que había debajo. Además, su nuevo bonete, también obsequio de las Bowman, resultaba muy favorecedor, ya que el forro azulado resaltaba el azul de sus ojos.
Sin dejar de bostezar, ______________ bajó con su madre hasta la terraza posterior de la mansión. Era lo bastante temprano como para que casi todos los invitados de Stony Cross siguieran en la cama. Solo unos cuantos caballeros decididos a pescar truchas se habían molestado en levantarse. Un reducido grupo de hombres desayunaban en las mesas del exterior mientras los criados aguardaban en las cercanías con las cañas y las cestas de pesca. Ese tranquilo escenario se vio asaltado por un clamor de lo más molesto y en absoluto habitual a una hora tan temprana.
- Por el amor de Dios -oyó exclamar a su madre. Siguió su mirada estupefacta hasta el otro lado de la terraza, que se había visto invadida por una cacofonía de frenéticos parloteos, grititos, carcajadas y el agresivo despliegue de los encantadores modales de un grupo de jovencitas. Rodeaban algo que permanecía oculto en el centro de tan apiñada congregación-. ¿Qué hacen aquí? -preguntó, asombrada, Philippa.
______________ suspiró y dijo con resignación:
-Van de caza matutina, me figuro.
Philippa abrió la boca de par en par mientras contemplaba el escandaloso grupo.
-No querrás decir que... ¿Acaso crees que el pobre lord Kendall se haya en mitad de eso?
______________ asintió.
Y, a juzgar por la situación, no creo que vayan a dejar mucho de él cuando terminen.
-Pero... pero él acordó salir a pasear contigo -protestó Phillippa-. Única y exclusivamente contigo, conmigo como carabina.
Cuando algunas de las jovencitas se percataron de la presencia de ______________ al otro lado de la terraza, la multitud cerró filas alrededor de su presa, como si quisieran evitar que lo viera. ______________ sacudió la cabeza ligeramente. O bien Kendall había contado a alguien sus planes sin pensar en las consecuencias o bien la locura por encontrar marido había alcanzado tales cotas que ni siquiera podía aventurarse fuera de su habitación sin atraer a una caterva de mujeres, por muy intempestiva que fuera la hora.
-Bueno, no nos quedemos aquí -la urgió Philippa-. Ve y únete al grupo. E intenta atraer su atención.
______________ le dirigió una mirada indecisa.
-Algunas de esas chicas parecen fieras. No me gustaría acabar con un mordisco.
Molesta por una risa sofocada que le llegó desde algún lugar cercano, se giró hacia el sonido. Como ya debería haber esperado, Nicholas Hunt se apoyaba contra la balaustrada de la terraza; la taza de porcelana quedaba casi oculta en su enorme mano mientras bebía distraídamente su café. Llevaba el mismo tipo de ropa tosca que el resto de los pescadores, confeccionada con tweed y sarga, y una desgastada camisa de lino con el cuello abierto. El brillo burlón de sus ojos proclamaba el interés que demostraba en la situación;
______________ se descubrió acercándose a él de modo totalmente inconsciente. Se aproximó hasta quedar a un metro de distancia y descansó ambos codos sobre la balaustrada, con la mirada perdida en el amanecer envuelto en bruma. Hunt, en cambio, estaba apoyado de espaldas, encarando así los muros de la mansión.
Con la necesidad de aguijonear esa irritante seguridad de la que hacía gala, ______________ murmuró:
-Lord Kendall y lord Westcliff no son los únicos solteros en Stony Cross, señor Hunt. Cualquiera podría preguntarse el motivo de que usted no se encuentre sometido a la misma persecución que ellos dos.
-Es evidente-contestó con tranquilidad al tiempo que se llevaba la taza a los labios y vaciaba su contenido-. No tengo título y además, sería un pésimo marido. -Le dirigió una perspicaz mirada de reojo-. En cuanto a usted..., a pesar de la simpatía que me despierta su causa, no le aconsejaría que entrara en la pugna por Kendall.
- ¿Por mi causa? -repitió ______________, que se sintió ofendida por esa palabra-. ¿Cómo definiría usted mi causa, señor Hunt?
-Bueno, es usted misma, por supuesto -dijo en voz baja-. Desea lo mejor para ______________ Peyton. Sin embargo, Kendall no entra en esa categoría. La unión entre usted y ese caballero acabaría en desastre.
Ella giró la cabeza para mirado con los ojos entrecerrados.
- ¿Por qué?
-Porque es demasiado agradable para usted. -Hunt sonrió ante su expresión., -. Eso no pretendía ser un insulto. No me atraería tanto si fuera una mujer apacible. Además, usted tampoco sería buena para Kendall... Ni él le sería de mucha utilidad, en todo caso. Lo aplastaría sin miramientos hasta que su alma de caballero quedara hecha jirones a sus pies.
______________ deseaba con todas sus fuerzas borrar la sonrisa de superioridad de su rostro. Ella, que nunca había considerado siquiera la posibilidad de herir físicamente a alguien. La furia que sentía se vía apenas mitigada por el hecho de que él tuviera razón. ______________ sabía que era demasiado fogosa para un hombre tan dócil y civilizado como Kendall. Sin embargo, nada de eso era asunto de Nicholas Hunt... Además, ¡ni Hunt ni ningún otro hombre tenían la intención de ofrecerle una alternativa mejor!
-Señor Hunt -le dijo con dulzura, aunque su mirada era venenosa-, ¿por qué no se marcha y...?
- ¡Señorita Peyton! -La exclamación ahogada llegó desde unos metros de distancia y fue seguida por la delgada silueta de lord Kendall, que emergía en ese momento del grupo de féminas. Tenía un aspecto desaliñado y parecía algo molesto mientras se abría camino hasta ella-. Buenos días, señorita Peyton. -Hizo una pausa para colocarse el nudo de su corbata y enderezar las gafas torcidas-. Parece que no somos los únicos que han tenido la idea de pasear esta mañana. -Le dirigió a ______________ una mirada tímida al preguntar-: ¿Le parece que lo intentemos de todas formas?
______________ dudó, gimiendo para sus adentros. Poco podía sacar ella de un paseo con Kendall si iban a estar acompañados por un numeroso grupo de mujeres. Sería lo mismo que intentar mantener una conversación tranquila en medio de una bandada de urracas. Sin embargo, tampoco podía permitirse desairar la invitación, ya que incluso el menor de los rechazos podría desanimado y traducirse en que nunca más volviera a invitada.
Le dedicó una brillante sonrisa.
-Será un placer, milord.
-Excelente. Hay unos ejemplares fascinantes de flora y fauna que me gustaría mostrarle. Como soy un horticultor aficionado, he llevado a cabo un cuidadoso estudio de la vegetación autóctona de Hampshire...
Las siguientes palabras quedaron acalladas cuando unas jovencitas entusiasmadas lo rodearon.
-Adoro las plantas-barbotó una de ellas-. No hay una sola planta que no encuentre absolutamente encantadora.
-y el campo sería tan, pero tan poco atractivo sin ellas... - dijo otra con fervor.
-Por favor, lord Kendall-intervino otra más-, sólo tendría que explicamos la diferencia entre una flora y una fauna...
La multitud de jovencitas alejó a Kendall como si lo arrastrara una corriente marina imposible de detener. Philippa se fue tras ellas con arrojo, decidida a defender los intereses de ______________.
-Sin duda, la extremada modestia de mi hija le impedirá contarle la intensa afinidad que siente con la naturaleza:..- comenzó a decirle a Kendall.
Kendall le dirigió una mirada impotente por encima del hombro mientras se veía arrastrado sin remedio hacia las escaleras de la terraza.
- ¿Señorita Peyton?
-Ya voy -le contestó ______________ a voz en grito, colocando ambas manos junto a la boca para hacerse oír.
Su respuesta, si es que la emitió, resultó imposible de oír.
Despacio, Nicholas Hunt depositó la taza vacía en la mesa más cercana y le musitó algo al criado que sostenía su equipo de pesca. El sirviente asintió y se retiró al tiempo que Hunt alcanzaba a ______________, quien se tensó al darse cuenta de que caminaban el uno al lado del otro.
- ¿Qué hace?
Hunt metió las manos en los bolsillos de su abrigo de pesca.
-Voy con usted. Lo que suceda en el río, sea lo que sea, no será ni la mitad de interesante que ver cómo compite por la atención Kendall. Además, carezco por completo de conocimientos sobre horticultura. Puede que aprenda algo.
Tragándose una respuesta airada, ______________ siguió con resolución a Kendall y a su séquito. Bajaron los escalones de la terraza y tomaron un sendero que conducía hacia el bosque, donde hayas y robles enormes presidían la escena por encima de los gruesos mantos de musgo, helechos y líquenes. Al principio, ______________ ignoró la presencia de Nicholas Hunt a su lado y se limitó a caminar con actitud fría tras el cortejo de admiradoras de Kendall, que se veía obligado a realizar un notable ejercicio físico, ya que debía ayudar a una joven tras otra a sortear los más nimios obstáculos. El tronco de un árbol caído, cuyo diámetro no sobrepasaba el del brazo de ______________, se convirtió en un impedimento insalvable para el que todas requirieron la ayuda de Kendall. Las muchachas se volvían cada vez más desvalidas, hasta el punto de que el pobre hombre se vio prácticamente obligado a cruzar en brazos a la última mientras ésta chillaba y fingía un pequeño desmayo al tiempo que le rodeaba el cuello con los brazos.
Bastante alejados del grupo, ______________ se negó a aferrarse al brazo que Nicholas Hunt le ofreció y pasó por encima del tronco sin ayuda. Él esbozó una media sonrisa, absorto en su perfil.
-A estas alturas, sería de esperar que se hubiera abierto camino hasta la cabeza -señaló.
______________ emitió un resoplido desdeñoso.
-No voy a desperdiciar mis energías luchando con un puñado de cotorras. Esperaré un momento más oportuno para que Kendall me preste atención.
-Ya le ha prestado atención. Debería estar ciego para no hacerlo. La pregunta es: ¿Por qué cree que tendrá la suerte de que Kendall le haga una proposición cuando no ha conseguido que nadie más lo haga en los dos años que hace que la conozco?
-Por que tengo un plan - replicó sucintamente.
- ¿Y en que consiste ese plan?
______________ le dirigió una breve y desdeñosa mirada.
-Como si se lo fuera a contar a usted.
-Tengo la esperanza de que sea algo retorcido y poco limpio-dijo Hunt con seriedad-. Ya que parece que el acercamiento propio de una dama no le ha dado resultado alguno.
-Sólo porque carezco de dote -contestó ______________-. Si tuviera dinero, llevaría muchos años casada.
-Yo tengo dinero-dijo él, servicialmente-. ¿Cuánto quiere?
______________ lo miró con cinismo.
-Me hago una idea bastante clara de lo que querría a cambio, señor Hunt, así que puedo contestarle con toda honestidad que no quiero ni un chelín de su bolsillo.
-Es agradable saber que se muestra tan selectiva en lo concerniente a las amistades que mantiene. -Hunt extendió una mano para apartar una rama de modo que ella pudiera pasar-. Dado he escuchado algunos rumores en sentido contrario, me alegra comprobar que no son ciertos. :
- ¿Rumores? -______________ se detuvo en mitad del sendero y se giró para mirarlo a la cara-. ¿Sobre mí? ¿Y qué podrían decir sobre mí?
Hunt contempló su expresión preocupada en silencio mientras ella adivinaba el significado por sí sola.
-Selectiva... -murmuró-. En lo concerniente a las amistades que mantengo... ¿y se supone que eso implica que he hecho algo inapropiado...? -Se detuvo de golpe cuando la imagen de la repugnante y rubicunda cara de Hodgeham se abrió paso en su cabeza.
A Hunt no le pasaron desapercibidas la súbita palidez de sus mejillas ni las pequeñas arrugas que se le formaron en el entrecejo. Tras dedicarle una mirada gélida, ______________ se dio la vuelta y comenzó a andar por el sendero cubierto de hierba con pasos medidos y seguros.
Hunt se puso a su altura, mientras escuchaban de nuevo la lejana voz de Kendall, que seguía dándoles una clase a sus atentas oyentes acerca de las plantas que dejaban atrás. Raros ejemplares de orquídeas, celidonias, algunas variedades de hongos... El discurso se veía salpicado de tanto en tanto por las exclamaciones de sorpresa provenientes del encandilado público.
-… Estas plantas bajas -decía Kendall, que había hecho una para señalar un grupo de musgo y líquenes que cubría un desafortunado roble- se clasifican como briofitas, y requieren ciertas condiciones de humedad para proliferar. Si se vieran privadas de la protección de las copas de los árboles, en campo abierto, perecerían sin duda alguna...
-No he hecho nada malo -dijo ______________ sin más, preguntándose porqué le importaba en lo más mínimo la opinión de Hunt. Sin embargo, le molestaba lo bastante como para preguntarse quién le había contado ese rumor y, más concretamente, cuándo se lo habrían contado. ¿Acaso alguien había presenciado las visitas nocturnas de Hodgeham a su casa? Aquello no era una buena señal. No había defensa alguna contra un rumor como ése, que era capaz de destruir la reputación de una dama-. Y tampoco me arrepiento de nada.
- Una lástima -le dijo Hunt con despreocupación-. Arrepentirse de algo es la única muestra de que se ha hecho algo interesante en la vida.
- ¿y de qué se arrepiente usted, por ejemplo?
-Bueno, yo tampoco me arrepiento de nada. -Un brillo perverso iluminó sus ojos oscuros-. Aunque no crea que no lo he intentado. Sigo empeñado en hacer cosas innombrables con la esperanza de arrepentirme más tarde. Pero, hasta el momento... nada.
A pesar de la agitación que sentía, ______________ no pudo reprimir risa nerviosa. Una rama larga cruzaba el camino, por lo que estiró el brazo para apartarla.
-Permítame -intervino Hunt, que se adelantó para sujetarla en su lugar.
-Gracias. -Pasaba al lado de Hunt con la vista perdida en Kendall y las demás, cuando sintió, de repente, un pinchazo en el interior del pie-. ¡Ay! -Se detuvo en mitad del sendero y se levantó el bajo del vestido para averiguar el origen del malestar.
- ¿Qué sucede? -Hunt estuvo a su lado de inmediato y la sujetó por el codo con una de sus grandes manos para ayudarla a mantener el equilibrio.
-Me he clavado algo en el zapato.
- Déjeme ayudarla -le dijo al tiempo que se agachaba y se apoderaba de su tobillo.
Era la primera vez que un hombre le tocaba la pierna, por lo que el rostro de ______________ adquirió un rubor escarlata.
-Ni se le ocurra tocarme ahí -protestó con un áspero susurro. Apunto, estuvo de perder. El equilibrio al retroceder. Hunt no soltó su presa, con el fin de evitar caerse, ______________ se vio obligada a aferrarse a sus hombros-. Señor Hunt...
-Ya veo cuál es el problema -murmuró. Ella sintió como tiraba del fino algodón de la media, que cubría su pierna-. Debe de haber pisado algún helecho con espinas. -Sostuvo algo en alto para que lo inspeccionara: una ramita de aspecto parecido a una espiga se había colado por el algodón hasta llegar al empeine.
Con el rostro arrebolado, ______________ siguió aferrada a su hombro para mantener el equilibrio. El contorno de su hombro era sorprendentemente duro; el hueso y el fuerte músculo no quedaban suavizados por ninguna capa de relleno del abrigo. Su mente, estupefacta, tenía serios problemas para aceptar el hecho de que se encontraba en mitad del bosque con la mano de Nicholas Hunt tobillo.
Al darse cuenta de su mortificación, Hunt esbozó una repentina sonrisa.
-Hay más espigas en su media. ¿Quiere que se las quite?
-Que sea rápido - le replicó con voz agraviada-, antes de Kendall se dé la vuelta y le vea con la mano metida bajo mis faldas.
Con una risa ahogada, Hunt se dedicó a la tarea y sacó con destreza la última espina del tejido de sus medias. Mientras trabajaba, ______________ se quedó absorta en ese lugar de su nuca donde los mechones negros se rizaban contra la tersa y bronceada piel.
Tras coger el zapato que le había quitado, Hunt volvió a ponérselo con una floritura.
-Mi Cenicienta campestre -le dijo al tiempo que se ponía de pie. Mientras paseaba la mirada por las ruborizadas mejillas de ______________, sus ojos chispearon con un brillo burlón, pero amistoso- ¿Por qué utiliza un calzado tan ridículo para caminar por el campo? Siempre supuse que tendría el buen tino de calzarse un par de botines.
-No tengo botines -respondió ______________, molesta por la insinuación de ser una inconsciente incapaz de elegir el calzado adecuado para un simple paseo-. Los que tenía se hicieron pedazos y no puedo permitirme comprar otro par.
Para su sorpresa, Hunt no aprovechó la oportunidad para burlarse más de ella. Su rostro adquirió una expresión pétrea mientras la observaba con detenimiento.
-Será mejor que nos unamos a los demás -dijo al fin-. A estas alturas, puede que hayan descubierto alguna variedad de musgo que todavía no hayamos visto. O, que Dios nos ayude, una seta.
La opresión que ______________ sentía en el pecho disminuyó.
-Por mi parte, tengo la esperanza de que se trate de un liquen.
El comentario obtuvo por respuesta la sombra de una sonrisa. Hunt extendió una mano para apartar una rama que sobresalía por encima del sendero. Con valentía, ______________ se levantó las faldas tratar de seguirlo mientras trataba de no pensar en lo bien que estaría en esos momentos sentada en la terraza de la mansión, tomando una taza de té con pastas. Alcanzaron la cima de una suave pendiente y se vieron recompensados por la sorprendente visión que un manto de campanillas ofrecía sobre el suelo del bosque. Era como caer de cabeza en un sueño, con esos destellos azules que fluían entre los troncos de los robles, las hayas y los fresnos. El aroma de las campanillas llegaba desde todas partes, y sus pulmones se llenaron con el aire perfumado.
Al pasar junto al tronco de un árbol delgado, ______________ lo rodeó con un brazo y se detuvo a contemplar los ramilletes de campanillas con placentera sorpresa.
-Encantador -murmuró con el rostro brillante bajo las sombras que proyectaban las copas de aquellas antiguas ramas entrelazadas.
-Sí.
Sin embargo, Hunt la miraba a ella, no a las campanillas, y un breve vistazo a su expresión hizo que la sangre de ______________ comenzara a vibrar en sus venas. Había visto la admiración en los rostros de otros hombres, e incluso había llegado a reconocer el deseo, pero ninguna mirada había sido tan íntima y perturbadora como esa…, como si lo que él anhelara fuera mucho más complicado que el mero uso de su cuerpo.
Desconcertada, se apartó del tronco y se acercó a Kendall, que charlaba con su madre aprovechando que el grupo de jovencitas se había dispersado para recoger enormes ramos de campanillas. Los tallos de las flores acabaron pisoteados y destrozados mientras las saqueadoras reunían su tesoro.
Kendall pareció aliviado al ver que ______________ se acercaba, impresión que se intensificó al percatarse de la espléndida sonrisa que ésta le dedicaba. Por su actitud, parecía haber esperado que ______________ se mostrara petulante, tal y como lo habría hecho cualquier mujer a la que se invitara a dar un paseo para luego ser ignorada a favor de una compañía más exigente. La mirada del hombre se posó sobre la figura oscura de Nicholas Hunt y su expresión pasó a ser de incertidumbre. Los dos hombres intercambiaron saludos con la cabeza: Hunt trasuntaba confianza en sí mismo; Kendall, en cambio, se mostraba en cierta forma cauteloso.
-Veo que hemos atraído más compañía -murmuró Kendall.
______________ le dedicó su sonrisa más encantadora.
-Por supuesto que sí -le dijo-. Es usted como el flautista de Hamelín, milord. Allá donde va la gente lo sigue.
El hombre se sonrojó, agradecido por el comentario, y musitó:
-Espero que haya disfrutado del paseo hasta el momento, señorita Peyton.
-Desde luego que sí -le aseguró-. Aunque debo admitir que me he tropezado con un helecho espinoso.
Philippa emitió una suave exclamación, movida por la inquietud.
-Santo cielo... ¿Estás herida, querida?
-No, no, no fue más que una insignificancia -replicó ______________ de inmediato-. Un par de arañazos nada más. Y la culpa fue mía: me temo que no llevo el calzado adecuado. -Adelantó un pie para mostrarle a Kendall sus zapatos, asegurándose de mostrar también una buena porción de su esbelto tobillo al mismo tiempo.
Kendall chasqueó la lengua con preocupación.
-Señorita Peyton, necesita algo mucho más resistente que esos zapatos para dar un paseo por el bosque.
-Tiene razón, por supuesto -______________ se encogió de hombros sin perder la sonrisa-.Fue una estupidez de mi parte no prever que el terreno fuera tan accidentado. Intentaré medir mis pasos con más cuidado en el camino de vuelta. Aunque las campanillas son tan maravillosas que creo que atravesaría un campo lleno de helechos espinosos con tal de alcanzarlas.
Tras agacharse para recoger un ramillete de campanillas, Kendall separó un tallo y lo prendió del lazo de su bonete.
-No son ni la mitad de azules que sus ojos -le dijo. Su vista bajó hasta el tobillo, que había vuelto a quedar oculto tras el dobladillo de las faldas-. Durante el camino de vuelta, apóyese en mi brazo y así evitaremos más contratiempos.
-Muchas gracias, milord. -______________ le dirigió una mirada de admiración-. Me temo que me he perdido alguno de sus comentarios a cerca de los helechos. Dijo algo acerca de... culantrillos, ¿no es así?... Me ha fascinado por completo...
Kendall se apresuró de buena gana a explicarle todo lo que cualquiera desearía saber acerca de los helechos... Más tarde, cuando ______________ se arriesgó a mirar hacia Nicholas Hunt, éste había desaparecido.


9° Capítulo.





- ¿De verdad vamos a hacer esto? -preguntó ______________ con voz lastimera mientras las demás floreros caminaban por el bosque con las cestas y las canastas en las manos-. Creí que todo eso de jugar al rounders en pololos no era más que una broma para reírnos.
-Las Bowman jamás bromeamos acerca del rounders-señaló Daisy-. Sería un sacrilegio.
-A ti te gustan los juegos, ______________ -dijo Lillian con diversión-. Y el rounders es el mejor juego de todos.
-Me gustan los juegos de mesa -replicó ______________-. Los que se juegan con la ropa puesta, como Dios manda.
-La ropa está demasiado sobrevalorada -dijo Daisy con frivolidad.
______________ estaba aprendiendo que el precio de tener amigas consistía en que, de vez en cuando, una se veía obligada a ceder a los deseos del grupo, aun cuando fuesen en contra de las propias inclinaciones. De cualquier forma, esa mañana, ______________ había tratado de poner a Evie de su parte sin que las otras dos se percataran, incapaz de creer que la chica pretendiera realmente quedarse en calzones a la vista de cualquiera. Sin embargo, Evie estaba más que decidida a seguir los planes de las Bowman, ya que al parecer lo consideraba como parte de un programa autoimpuesto para infundirse valor.
-Que-quiero parecerme más a ellas -le había confiado a ______________ -, Son tan libres y atrevidas... No le temen a nada.
Al contemplar el rostro entusiasmado de la muchacha, ______________ se había rendido con un enorme suspiro.
- Está bien, está bien. Supongo que, siempre que no nos vea nadie, no tiene nada de malo. Sin embargo, no. se me ocurre en que puede ayudarnos.
-Puede que sea di-divertido, ¿no crees? -había sugerido Evie; a lo ______________ había respondido con una mirada de lo más elocuente que había logrado que la chica se echara a reír.
Por supuesto, el clima había decidido cooperar en todo con los planes de las Bowman: el cielo estaba azul y despejado; soplaba una suave brisa. Cargadas con las cestas, las cuatro chicas avanzaron por el camino y dejaron atrás prados húmedos salpicados con capullos rojo de drosera y brillantes violetas púrpura.
- Estad atentas por si veis un pozo de los deseos -dijo Lillian con entusiasmo-. En ese punto tenemos que cruzar el prado hasta el otro lado y atravesar el bosque. Hay una pradera en la cima de la colina. Uno de los sirvientes me dijo que nadie se acerca por allí.
-Tenía que estar en la cima de la colina, ¡cómo no! -dijo ______________ sin rencor-. ¿Qué aspecto tiene el pozo, Lillian? ¿Es una de esas pequeñas estructuras encaladas con un cubo y una polea?
-No, es un enorme agujero fangoso en el suelo.
- ¡Allí está! -exclamó Daisy al tiempo que salía a la carrera hacia el acuoso agujero parduzco, que se reabastecía de una ribera próxima -. Venid todas, tenemos que pedir un deseo. Incluso tengo alfileres que podemos lanzar.
- ¿Cómo sabías que debías traer alfileres? -preguntó Lillian.
Daisy sonrió de un modo travieso.
-Bueno, ayer poda tarde, cuando estaba con mamá y las demás viudas mientras cosían, hice nuestra pelota de rounders. - Sacó una pelota de cuero de su cesta y la mostró con orgullo-. Sacrifiqué un par de guantes nuevos para hacerla, y no fue tarea fácil, la verdad. No obstante, las viejas damas, me vieron rellenarla con trozos de lana y, cuando una de ellas no pudo soportarlo más, se acercó y me preguntó que diantres estaba haciendo. Por supuesto, no podía decirles que era una pelota de rounders. Estoy segura de que mamá se lo imaginó, pero estaba demasiado avergonzada para decir nada al respecto. De modo que le dije a la viuda que estaba haciendo un alfiletero.
Todas las chicas se echaron a reír.
-Debió de pensar que era el alfiletero más espantoso del mundo -señaló Lillian.
-Sin duda alguna -replicó Daisy-. Creo que le di bastante lástima. Me dio algunos alfileres y dijo en voz baja algo sobre pobres y arrogantes chicas americanas que no tienen habilidad prácticamente para nada. -Con la punta de la uña, sacó los alfileres de la pelota de cuero y los repartió entre todas.
______________ dejó la cesta en el suelo, cogió el alfiler entre el pulgar y el índice y cerró los ojos. Siempre que se presentaba la oportunidad, pedía el mismo deseo: casarse con un noble. Cosa extraña una nueva idea cruzó su cabeza justo en el momento en que lanzaba el alfiler al pozo.
«Desearía poder enamorarme.»
Sorprendida ante esa idea tonta y caprichosa, ______________ se preguntó cómo podía haber desperdiciado un deseo en algo que era, a todas luces, tan estúpido.
Al abrir los ojos, ______________ se dio cuenta de que el resto de las floreros contemplaban el pozo con gran solemnidad.
-He pedido el deseo equivocado -dijo con inquietud-. ¿Puedo pedir otro?
-No -afirmó Lillian con seriedad-. Una vez que lanzas el alfiler, no hay nada que hacer.
-Pero es que no quería pedir ese deseo en particular-protestó ______________-. Se me vino a la cabeza y no tenía nada que ver con lo que pensaba pedir.
-No te quejes, ______________ -le aconsejó Evie-. No que-querrás molestar al espíritu del pozo.
- ¿A quién?
Evie sonrió al ver su expresión de perplejidad.
-Al espíritu que vive en el pozo, es él quien se encarga de llevar a ca-cabo las peticiones. Pero si lo haces enfadar, puede que decida exigirte un precio terrible por concederte tu deseo. O, quizá, te ahogue en el pozo para que vivas con él para siempre como si con-consorte.
______________ contempló las aguas marrones. Acto seguido, se colocó las manos a los lados de la boca para que su voz se escuchara alta y clara.
-No hace falta que te encargues de que mi asqueroso deseo se cumpla -le gritó al espíritu invisible-. ¡Lo retiro!
-No te burles de él, ______________ -exclamó Daisy-. Y, por el amor de Dios, ¡apártate del borde!
- ¿Eres supersticiosa? -le preguntó ______________ con una sonrisa.
Daisy la miró echando chispas por los ojos.
-Las supersticiones existen por una razón, por si no lo sabes. En algún momento, algo malo le ocurrió a alguien que estaba justo al borde de un pozo, igual que tú. -Cerró los ojos y se concentró intensamente antes de lanzar su alfiler al agua-. Ya está. He pedido un deseo para ti, así que no hace falta que protestes tanto por haber desperdiciado el tuyo.
-Pero ¿cómo sabes lo que yo quería?
-El deseo que he pedido es por tu propio bien -dijo Daisy.
______________ soltó un gruñido melodramático.
-Odio de todo corazón las cosas que otros hacen por mi propio bien.
A continuación, se produjo una discusión amistosa en la que cada una de las chicas hizo unas cuantas sugerencias acerca de qué sería lo mejor para las demás, hasta que Lillian les pidió que guardaran silencio porque no la dejaban concentrarse. Se callaron tan solo el tiempo necesario para que Lillian y Evie pidieran sus deseos y después prosiguieron su camino a través del prado y del bosque. No tardaron en llegar a una encantadora pradera, cubierta de hierba y bañada por el sol salvo en uno de sus lados, que estaba al abrigo de la sombra de un bosquecillo de robles. El aire era limpio y puro, y tan fresco que ______________ suspiró de contento.
-El aire no tiene cuerpo -se quejó en broma-. Ni humo de carbón ni polvo de las calles. Demasiado ligero para una londinense. Ni siquiera puedo sentirlo en los pulmones.
-No es tan ligero-replicó Lillian-. De vez en cuando, la brisa trae un claro aroma a eau de oveja.
- ¿De veras? -______________ olisqueó el aire para comprobado-.No huelo nada.
-Eso es porque no tienes nariz -señaló Lillian.
- ¿Cómo dices? -preguntó ______________ con una mueca divertida.
-Bueno, tienes una nariz normal, como todos -explicó Lillian-. Pero yo tengo «nariz». Tengo un olfato inusualmente agudo. Dame cualquier perfume y te diré cuáles son sus componentes. Es como escuchar un acorde musical y adivinar todas sus notas. Antes de que partiéramos de Nueva York, incluso ayudé a desarrollar una fórmula para un jabón aromático de la fábrica de mi padre.
- ¿Crees que serías capaz de crear un perfume? -preguntó ______________, fascinada.
-Me atrevo a decir que sería capaz de crear un perfume excelente-dijo Lillian con toda confianza-. No obstante, los del ramo lo despreciarían, ya que la expresión «perfume americano» se considera como un oxímoron... y, además, soy mujer, lo que deja bastante en entredicho la calidad de mi nariz.
- ¿Quieres decir que los hombres tienen mejor olfato que mujeres?
-Desde luego, ellos así lo creen -apuntó Lillian de forma enigmática al tiempo que sacaba de su cesta una manta de picnic con una floritura-. Ya está bien de hablar de los hombres y de sus protuberancias. ¿Nos sentamos un rato al sol?
-Nos broncearemos -predijo Daisy, que se dejó caer en una esquina de la manta con un suspiro de felicidad-. Y, entonces, a mamá le dará un télele.
- ¿Qué es un télele? -preguntó ______________, que no entendía el curioso vocablo americano. Se sentó junto a Daisy-. Llamadme si le da uno... Siento curiosidad por ver cómo son.
-A mamá le dan continuamente -le aseguró Daisy-. No temas, estarás más que familiarizada con los téleles antes de que nos vayamos de Hampshire.
-No deberíamos comer antes de jugar-dijo Lillian al ver que ______________ levantaba la tapadera de una de las cestas de de la merienda.
- Tengo hambre -dijo ______________ con voz triste al tiempo que echaba un vistazo al interior de la cesta, que estaba llena de fruta, paté, gruesas rebanadas de pan y distintos tipos de ensalada.
-Tú siempre tienes hambre -observó Daisy con una carcajada-. Para ser una persona tan menuda, tienes un apetito considerable.
- ¿Que yo soy menuda? -replicó ______________-. Si mides un centímetro más de metro y medio, me comeré esa cesta.
-Entonces, será mejor que empieces a masticada -afirmó Daisy-. Mido un metro y cincuenta y dos centímetros, para que lo sepas.
-______________, yo no empezaría a comerme el asa todavía, si estuviera en tu lugar -intercedió Lillian con una sonrisa-. Daisy siempre se pone de puntillas cuando la miden. La pobre modista tubo que volver a cortar el dobladillo de casi una docena de vestidos debido a la inexplicable negativa de mi hermana a admitir que baja.
-No soy baja -murmuró Daisy-. Las mujeres bajas nunca son misteriosas ni elegantes, ni las persiguen hombres guapos. Y siempre se las trata como si fueran niñas. Me niego a ser baja.
-Puede que no seas misteriosa o elegante -concedió Evie-. Pero eres muy bo-bonita.
-Y tú eres un cielo -replicó Daisy, que se inclinó hacia delante para mirar el contenido de la cesta-. Venga, alimentemos a la pobre ______________… Puedo oír cómo ruge su estómago.
Se entregaron a la comida con entusiasmo. Más tarde, se tumbaron perezosamente sobre la manta para observar las nubes y charlar sobre todo y sobre nada. Cuando la conversación se apagó y dio paso a un silencio satisfecho, una pequeña ardilla roja se aventuró desde el bosquecillo de robles y giró hacia un lado, observándolas con uno de sus brillantes ojitos negros.
-Un intruso -observó ______________ al tiempo que emitía un delicado bostezo.
Evie se puso boca abajo y lanzó una rebanada de pan en dirección a la ardilla. El animal se quedó inmóvil y contempló la seductora oferta pero era demasiado tímido para acercarse. Evie inclinó la cabeza con el cabello brillando al sol como si estuviese cubierto por una capa de rubíes,
- Pobrecito-dijo en voz baja al tiempo que le lanzaba otra corteza a la tímida ardilla. Ésa llegó unos centímetros más cerca y la cola del animalillo se agitó con entusiasmo-. Venga, sé valiente-lo animó Evie. -Acércate y cógelo. -Con una sonrisa tolerante, lanzó una corteza más que aterrizó a escasos centímetros de la ardilla-. Venga, señor Ardilla -lo reprendió Evie-. Eres todo un cobarde. ¿No te das cuenta de que nadie va a hacerte daño?
Con un súbito estallido de iniciativa, la ardilla cogió el bocadito y salió pitando sin dejar de agitar la cola. Evie alzó la cabeza con una sonrisa triunfante y descubrió que las demás floreros la contemplaban en silencio con la boca abierta.
- ¿Qu-qué pasa? -preguntó, perpleja.
______________ fue la primera en hablar.
-Ahora mismo, cuando hablabas con esa ardilla, no tartamudeabas.
-Ah. -De pronto, avergonzada, Evie agachó la cabeza e hizo un mohín-. Nunca tartamudeo cuando hablo con los niños ni con los animales. No sé por qué.
Las demás sopesaron ese sorprendente comentario un instante.
-También me he dado cuenta de que tartamudeas muy poco cuando hablas conmigo -comentó Daisy.
Al parecer, Lillian fue incapaz de resistirse a responder al comentario.
- ¿En qué categoría te coloca eso, querida? ¿Entre niños o entre los animales?
Daisy respondió con un gesto de la mano que a ______________ le resultó completamente desconocido. Estaba a punto de preguntarle a Evie si había consultado alguna vez a un médico lo de sur tartamudez, pero la chica pelirroja cambió rápidamente de tema.
- ¿Dónde está la pe-pelota de rounders, Daisy? Si no nos ponemos a jugar pronto, me quedaré dormida.
Al darse cuenta de que Evie no quería discutir su tartamudez, ______________ secundó la propuesta.
- Supongo que si de verdad vamos a jugar, este momento es tan bueno como cualquier otro.
Mientras Daisy registraba a la cesta en busca de la pelota, Lillian sacó un objeto de su propia canasta.
-Mirad lo que he traído -dijo con aire satisfecho.
Daisy levantó la mirada y soltó una carcajada de deleite.
- ¡Un bate de verdad! -exclamó al contemplar con admiración el objeto que tenía un lado plano-. Y yo que creí que tendríamos que utilizar un palo viejo. ¿De dónde lo has sacado, Lillian?
-Se lo pedí prestado a uno de los mozos de cuadra. Al parecer, se escapan para jugar al rounders siempre que pueden... Son bastante aficionados al juego.
- ¿y quién no? -preguntó Daisy de forma retórica mientras empezaba a desabrochar los botones de su corpiño-. Por Dios, con calor que hace será un placer librarse de todas estas capas.
Mientras las hermanas Bowman se deshacían de sus vestidos con la indiferencia típica de las chicas que están acostumbradas a desvestirse en público, ______________ y Evie se miraron la una a la otra con cierta incertidumbre.
-Te desafío -murmuró Evie.
-Ay, Dios -dijo ______________ con voz afligida, y empezó a desabotonar su propio vestido.
Había descubierto que poseía una inesperada veta de modestia que hizo que se sonrojara. Sin embargo, no iba a acobardarse cuando incluso la tímida Evie Jenner estaba dispuesta a unirse a aquella rebelión contra el decoro. Sacó los brazos de las mangas de su vestido y se puso en pie para dejar que el pesado tejido cayera en un arrugado montoncito a sus pies. Con tan sólo la enagua, los calzones y el corsé, y con los pies cubiertos únicamente por las medias y unos finos zapatos de baile, sintió que la brisa soplaba sobre el sudor que humedecía el hueco de sus axilas y le provocaba un estremecimiento de placer.
Las demás chicas se pusieron en pie y se quitaron los vestidos, que quedaron amontonados sobre el suelo como gigantescas flores exóticas.
- ¡Atrápala! -exclamó Daisy antes de lanzarle la bola a ______________, que la cogió de forma instintiva.
Todas caminaron hacia el centro del prado, lanzándose la pelota una y otra vez. A Evie era a la que peor se le daba lo de lanzar y atrapar, aunque estaba claro que su ineptitud se debía a la inexperiencia y no a la torpeza. ______________, por su parte, que tenía un hermano pequeño que la solía buscar con frecuencia como compañera de juegos, se mostró bastante familiarizada con la mecánica del bolear.
La sensación de caminar en plena naturaleza sin sentir el peso de las faldas sobre las piernas era de lo más extraña y liberadora.
-Supongo que esto es lo que sienten los hombres -musitó ______________ en voz alta -… al caminar de un lado para otro con pantalones. Una casi podría llegara envidiar semejante libertad.
- ¿Casi? -inquirió Lillian con una sonrisa-. Sin duda alguna yo los envidio. ¿No sería maravilloso que las mujeres pudieran llevar pantalones?
-A mí no me gu-gustaría na-nada -dijo Evie-. Me moriría de vergüenza si un hombre llegara a ver la forma de mis piernas y de mis -vaciló, sin duda en busca de una palabra que describiera las innombrables partes de la anatomía femenina-… otras cosas--finalizó con un hilo de voz.
-Tu enagua tiene un aspecto lamentable, ______________-señaló Lillian con repentina franqueza-. No había pensado en darte ropa interior nueva, pero debería haberme dado cuenta...
______________ se encogió de hombros con despreocupación.
-No importa; ésta será la única ocasión en que alguien la vea.
Daisy echó un vistazo a su hermana mayor.
-Lillian, somos penosas a la hora de prever las cosas. Creo que la pobre ______________ cogió la pajita más corta cuando le tocaron las hadas madrinas.
-No me quejo -dijo ______________ entre risas-. Y, hasta donde yo sé, las cuatro vamos montadas en la misma calabaza.
Después de unos cuantos minutos más de práctica y una leve discusión acerca de las reglas del rounders, colocaron las cestas de la merienda a modo de puestos de base y comenzó el juego. ______________ apoyó bien los pies en el lugar que había sido designado como «Castillo de Roca».
-Yo le lanzaré la pelota-le dijo Daisy a su hermana mayor y tú la atraparás.
-Pero yo tengo mejor brazo que tú... -gruñó Lillian al tiempo que se situaba detrás de ______________.
Con el bate sujeto sobre su hombro, ______________ trató de golpear la bola que lanzó Daisy. No logró atizarle y el bate silbó en el aire al trazar un arco limpio. Por detrás de ella Lillian atrapó la pelota de una manera experta.
-Ése ha sido un buen swing - la animó Daisy-. No pierdas de vista la bola cuando se acerque a ti.
-No estoy acostumbrada a quedarme quieta mientras me tiran objetos-dijo ______________ al tiempo que blandía el bate una vez más-. ¿Cuántos intentos tengo?
-En el rounders, el bateador tiene un número infinito de swings-dijo Lillian a sus espaldas-. Prueba otra vez, ______________; y, esta vez, trata de imaginar que la pelota es la nariz del señor Hunt.
______________ aceptó la sugerencia con agrado.
-Preferiría apuntar a una protuberancia que se encuentra algo más abajo que ésa -dijo y balanceó el bate mientras Daisy le lanzaba la pelota de nuevo.
En esta ocasión, la parte plana del bate golpeó la bola con un sólido porrazo. Dejando escapar un grito de deleite, Daisy echó a correr tras la bola mientras Lillian, que había estado aullando de risa, gritaba:
- ¡Corre, ______________!
______________ corrió con una carcajada de alegría, sorteando las cestas mientras giraba hacia el Castillo de Roca.
Daisy cogió la pelota y se la lanzó a Lillian, que la atrapó en el aire.
-Quédate en la tercera base, ______________ -señaló Lillian-.Vamos a ver si Evie puede llevarte de vuelta al Castillo de Roca.
Con aspecto nervioso pero decidido, Evie cogió el bate y se colocó en el lugar del bateador. .
-Imagina que la pelota es tu tía Florence -le aconsejó ______________ y una sonrisa apareció en el rostro de Evie.
Daisy lanzó una bola lenta y fácil al tiempo que Evie sacudía el bate. Falló, y la bola acabó con un sonido seco en las manos de Lillian. Ésta le lanzó la bola de nuevo a su hermana y volvió a colocar a Evie.
-Separa más los pies y flexiona un poco las rodillas -murmuró-. Ésa es mi chica. Ahora, no dejes de observar la pelota según se acerca y ya verás como no fallas.
Por desgracia, Evie sí falló; de hecho, falló una y otra vez hasta que su cara se puso roja por la frustración.
-Es dem-demasiado difícil-dijo, con la frente arrugada por la preocupación-. Tal vez debería abandonar y dejar que probara alguien más.
-Sólo unos cuantos intentos más -dijo ______________ inquieta pero decidida a que Evie golpeara la pelota al menos una vez-. No tenemos ninguna prisa.
- ¡No te rindas! -la animó Daisy-. Lo que pasa es que te esfuerzas demasiado, Evie. Relájate y deja de cerrar los ojos al batear.
-Puedes hacerlo -dijo Lillian al tiempo que se apartaba un sedoso mechón de cabello oscuro de su frente y flexionaba sus esbeltos y expertos brazos-. Casi le diste a la última. Lo único que tienes que hacer es no... apartar... la vista... de la pelota.
Con un suspiro de resignación, Evie arrastró el bate de nuevo hasta el Castillo de Roca y lo levantó una vez más. Sus ojos azules se entrecerraron al contemplar a Daisy y se puso rígida con el in de prepararse para el siguiente lanzamiento.
-Estoy lista.
Daisy lanzó la pelota con fuerza y Evie balanceó el bate con una mueca de determinación. Un estremecimiento de satisfacción atravesó a ______________ al contemplar cómo el bate golpeaba sólidamente la bola. La pelota trazó un arco en el aire para caer lejos, más allá del bosquecillo de robles. Todas empezaron a gritar de alegría ante tan espléndido bateo. Atónita por lo que había hecho, Evie comenzó dar saltos mientras chillaba:
- ¡Lo conseguí! ¡Lo conseguí!
- ¡Corre alrededor de las cestas! -gritó ______________, que salió pitando de nuevo al Castillo de Roca.
Llena de júbilo, Evie rodeó el improvisado campo de rounders a tal velocidad que sus ropas se convirtieron en un borrón blanco. Cuando llegó al Castillo de Roca, las chicas continuaron con los saltos y los gritos de alegría, ya sin más razón que el hecho de ser jóvenes, estar saludables y sentirse bastante satisfechas consigo mismas.
De pronto, ______________ atisbó una silueta oscura que ascendía rápidamente por la colina. Se quedó en silencio de repente al descubrir que había un... -no, ¡dos!- jinetes que avanzaban hacia el prado.
- ¡Viene alguien! -dijo-. Un par de jinetes. ¡Coged vuestras ropas, deprisa!
Su susurro de alarma se abrió paso entre la alegría de las chicas. Se miraron las unas a las otras con los ojos como platos y se pusieron en acción presas del pánico. Con un chillido, Evie y Daisy salieron a la carrera hacia lo que quedaba del picnic, donde habían dejado sus vestidos.
______________ comenzó a seguirlas, pero se detuvo de pronto cuando los jinetes hicieron un alto justo a sus espaldas. Los miró con cautela, tratando de evaluar el peligro que suponían. Al contemplar sus rostros y reconocerlos, sintió un estremecimiento de espanto. Lord Westcliff... y lo que era peor: Nicholas Hunt.


Danne G.
Danne G.


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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación- - Página 4 Empty Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-

Mensaje por Danne G. Sáb 24 Mar 2012, 2:04 pm

10° Capítulo.





En cuanto los ojos de ______________ conectaron con la atónita mirada de Hunt, no pudo apartados de él. Parecía una de esas pesadillas de las que uno siempre se despierta con una sensación de alivio al saber que algo tan espantoso no ocurrirá jamás. De no haberse encontrado en una situación tan desfavorecedora, podría haberse divertido al observar a un Nicholas Hunt totalmente estupefacto. En un principio, su rostro no traslucía expresión alguna, como si encontrara extremadamente difícil asimilar el hecho de que ella estuviese ante él tan sólo con la enagua, el corsé y los calzones. La mirada del hombre se deslizó sobre su cuerpo muy despacio hasta que llegó a su ruborizado rostro.
Tras unos instantes de abochornado silencio, Hunt tragó saliva con fuerza antes de decir en un tono ahogado:
-Probablemente no debería preguntar, pero ¿qué demonios están haciendo?
Esas palabras sacaron a ______________ de su parálisis. Desde luego, no podía quedarse allí de pie y conversar con él vestida tan sólo con la ropa interior. Sin embargo, su dignidad -o lo que quedaba de ella le exigía que no emitiera un chillido estúpido antes de correr a por su ropa tal y como habían hecho Evie y Daisy. Satisfecha con esa idea caminó con rapidez hacia su abandonado vestido y lo Sostuvo frente a ella mientras se giraba para enfrentarse a Nicholas Hunt una vez más.
-Estábamos jugando al rounders -explicó, aunque su voz sonó bastante más aguda que de costumbre.
Hunt echó un vistazo a su alrededor antes de clavar la vista en ella una vez más.
-¿ Y por qué...?
-No se puede correr de forma adecuada con faldas -lo interrumpió ______________-. Cualquiera diría que es algo obvio.
Al escuchar el comentario, Hunt apartó la mirada con premura pero no antes de que ella pudiese atisbar el súbito destello de su sonrisa.
-Puesto que nunca lo he intentado, tendré que aceptar su palabra al respecto.
Por detrás de ella, ______________ escuchó cómo Daisy le recriminaba a Lillian:
-¡Creí que habías dicho que nadie venía jamás a este prado!
-Eso fue lo que me dijeron -replicó Lillian con voz apagada al tiempo que se introducía en el círculo de su vestido y se inclinaba para subirlo de un tirón.
El conde, que había permanecido callado hasta ese momento, dijo unas palabras con la mirada deliberadamente fija en el horizonte.
-Su información era correcta, señorita Browman -dijo de forma controlada-. Este terreno es, por lo general, poco frecuentado.
-Muy bien, ¿entonces por qué están ustedes aquí? -quiso saber Lillian con un tono tan acusador que hizo parecer que ella, y no Westliff, era la dueña de la propiedad.
La pregunta consiguió que la cabeza del conde se girara con asombrosa velocidad. Le dedicó a la chica americana una mirada de incredulidad antes de apartar la vista una vez más.
-Nuestra presencia aquí es producto de una simple casualidad dijo con frialdad-. Hoy deseaba echar un vistazo a la parte norte de mi propiedad. -Le dio a la palabra «mi» un énfasis sutil pero inconfundible-. Fue cuando el señor Hunt y yo recorríamos el camino que las oímos gritar. Creímos que lo mejor sería investigar lo que sucedía y nos acercamos con la intención de ofrecer ayuda si era necesario. No teníamos ni la más remota idea de que ustedes estarían utilizando este prado para... para...
-Jugar al rounders en pololos -terminó Lillian al tiempo que metía los brazos en las mangas del vestido.
El conde, al parecer, fue incapaz de repetir aquella ridícula frase. Se giró con su caballo y dijo de forma cortante por encima del hombro:
-Planeo sufrir de amnesia en los próximos cinco minutos. Antes de que lo haga, les sugeriría que en el futuro se abstuvieran de llevar a cabo actividades que supongan andar en cueros fuera de sus aposentos, ya que puede que el siguiente transeúnte que las descubra no se muestre tan indiferente como el señor Hunt o yo mismo.
A pesar de la mortificación, ______________ tuvo que reprimir un bufido de incredulidad ante el comentario del conde sobre la supuesta indiferencia de Hunt, por no mencionar la suya propia. Desde luego, Hunt había conseguido echarle un buen vistazo. Y si bien el escrutinio de Westcliff había sido más sutil, a ______________ no se le había pasado por alto que le había echado una buena mirada a Lillian antes de girar su caballo. De cualquier modo, a la luz de su presente estado de desnudez, aquél no era el momento más adecuado para desinflar el comportamiento santurrón de Westcliff.
-Se lo agradezco, milord -dijo ______________ con una serenidad que la llenó de orgullo-. Y ahora, después de tan excelente consejo, le rogaría que nos permitiesen algo de privacidad para que podamos arreglarnos de forma conveniente.
-Será un placer -gruñó Westcliff.
Al parecer, Nicholas Hunt no pudo reprimir las ganas de echar un vistazo a ______________ con el vestido sujeto por delante del pecho antes de partir. A pesar de su aparente compostura, a ella le pareció que se había ruborizado un poco... y la mirada abrasadora de sus ojos negros no dejaba duda alguna. ______________ deseaba tener la presencia de ánimo suficiente como para poder devolverle la mirada con fría indiferencia pero, en cambio, se sentía abochornada, desarreglada y completamente desequilibrada. El hombre parecía a punto de decirle algo; sin embargo, se contuvo y murmuró algo en voz baja con una sonrisa de desprecio hacia sí mismo.
Su caballo pateó el suelo y resopló con desosiego, antes de girar con impaciencia cuando Hunt lo apuró a partir al galope tras Westcliff, que ya se encontraba hacia la mitad del prado.
Avergonzada, ______________ se giró hacia Lillian, que estaba ruborizada pero hacía gala de un admirable autodominio.
-De todos los hombres que podrían habernos descubierto de esta guisa -dijo ______________ con disgusto-, tenían que ser esos dos.
-Hay que admirar semejante arrogancia, no cabe duda -comentó Lillian con sequedad-. Debe de llevar años conseguirla.
-¿A quién te refieres: al señor Hunt o a lord Westcliff?
-A ambos. Aunque la arrogancia del conde podría dejar la del señor Hunt a la altura del betún... Lo que, a mi parecer, es una hazaña asombrosa.
Se miraron todas con una expresión de desdén compartido hacia los visitantes y, de pronto, ______________ prorrumpió en unas irreprimibles carcajadas.
-Estaban sorprendidos, ¿no os parece?
-Pero no tanto como nosotras -contestó Lillian-. Lo que importa ahora es cómo seremos capaces de volver a miradas a la cara.
-¿ Cómo volverán a miramos ellos? -argumentó ______________-. Nosotras estábamos ocupadas con nuestros propios asuntos... ¡Los intrusos eran ellos!
-Tienes mucha razón... -comenzó Lillian, pero se detuvo al escuchar un sonido ahogado que procedía del lugar donde habían merendado.
Evie se retorcía sobre la manta mientras Daisy, de pie, la miraba con los brazos en jarras.
______________ corrió hacia la pareja y le preguntó consternada a Daisy
-¿ Qué ocurre?
-La vergüenza ha sido demasiado para ella -dijo Daisy-. Le ha dado un ataque.
Evie rodó sobre la manta con una servilleta a modo de escudo sobre el rostro, al tiempo que una de sus orejas adquiría el color de las remolachas en vinagre. Cuanto más trataba de contener las carcajadas peores se volvían éstas, hasta que empezó a jadear frenéticamente entre risas. De alguna manera, consiguió pronunciar algunas palabras.
-¡Vaya introducción ap-aplastante a los juegos de campo!-Y, después, volvió a resollar entre espasmos de risa mientras las demás la contemplaban.
Daisy le dirigió a ______________ una mirada significativa. -Eso -le informó- es un telele.

Nicholas y Westcliff cabalgaron lejos del prado a todo galope y aminoraron el paso cuando entraron en el bosque para seguir el sendero que se abría paso a través de los árboles. Transcurrieron sus buenos dos minutos antes de que ninguno de ellos sintiese la inclinación –o fuese capaz, de hecho- de hablar. La cabeza de Nicholas estaba llena de imágenes de ______________ Peyton, de sus increíbles curvas cubiertas por esa desgastada ropa interior que había encogido a causa de los continuos lavados. Era de agradecer que no se hubieran encontrado solos en semejantes circunstancias, ya que estaba seguro de que, no habría sido capaz de apartarse de ella sin cometer alguna atrocidad.
En toda su vida, Nicholas jamás había experimentado un deseo tan poderoso como el que había sentido al ver a ______________ medio desnuda en el prado. Todo su cuerpo se había visto inundado por el
impulso de desmontar de su caballo, cogerla entre sus brazos y llevarla hasta la zona de pasto suave más cercana que pudiese encontrar. No podía imaginarse una tentación más poderosa que la imagen
de su voluptuoso cuerpo, la visión de toda esa piel sedosa con una mezcla de tonos crema y rosado, y ese cabello castaño con hebras doradas por el sol. Quería arrancarle esa harapienta ropa interior con los dientes y los dedos y, después, besarla de la cabeza en los pies, saborear esos lugares dulces y suaves que...
-No -murmuró Nicholas al sentir que se le calentaba la sangre hasta escaldar el interior de sus venas.
No podía permitirse seguir esa línea de pensamiento, o el pétreo deseo que latía en su entrepierna haría que el resto del viaje a caballo resultara de lo más incómodo. Cuando tuvo la lujuria bajo control, echó un vistazo a Westcliff, que parecía ensimismado. Aquello era algo inusual en el conde, que no era de los se quedaban ensimismados en absoluto.
Ambos eran amigos desde hacía alrededor de cinco años; se habían conocido en una cena organizada por un político progresista al que ambos conocían. El autocrático padre de Westcliff acababa de morir, a resultas de lo cual Marcus, el nuevo conde, se encontraba al cargo de todos los negocios familiares. Había descubierto que las finanzas de la familia estaban saneadas en la superficie, pero enfermas en el fondo, de forma muy parecida a un paciente que hubiese contraído una enfermedad terminal pero aún pareciera saludable. Alarmado por las pérdidas continuas que reflejaban los libros de cuentas, el nuevo conde de Westcliff había llegado a la conclusión de que debía llevar a cabo cambios drásticos. Había resuelto evitar el destino de otros nobles que se pasaban la vida administrando una siempre menguante fortuna familiar.

A diferencia de las novelas de moda victorianas, que describían a los incontables nobles que habían perdido su riqueza en las mesas de juego, la realidad era que los aristócratas modernos no se mostraban, por lo general, tan temerarios como ineptos a la hora de dirigir sus finanzas.
Inversiones conservadoras, puntos de vista anticuados y desatinadas leyes fiscales estaban erosionando poco a poco la riqueza de la aristocracia y haciendo posible que una nueva y próspera clase social de hombres dedicados al comercio se colara en los más altos niveles de la sociedad. Cualquier individuo que eligiera no tener en cuenta la influencia de las ciencias y los avances de la industria en la economía emergente estaba sin duda destinado a hundirse en esa agitada estela... y Westcliff no sentía deseo alguno de acabar incluido en esa categoría.

Cuando Nicholas y Westcliff empezaron a relacionarse, no cabía duda de que cada uno de ellos utilizaba al otro para conseguir algo a cambio: Westcliff quería el instinto financiero de Nicholas, mientras que éste deseaba, tener acceso al mundo de la clase privilegiada. Sin embargo, a medida que fueron conociéndose mejor, se hizo evidente que eran muy parecidos en muchas cosas. Ambos eran jinetes y cazadores agresivos que necesitaban de una frecuente actividad física intensa como medio para descargar el exceso de energía. Y ambos eran escrupulosamente honrados, si bien Westcliff poseía los modales apropiados como para conseguir que su sinceridad resultara más aceptable. Ninguno pertenecía al tipo de hombre que se sentaba durante horas para charlar sobre poesía y asuntos sentimentales. Preferían tratar de temas y hechos tangibles y, por supuesto, discutían sobre los riesgos de los negocios presentes y futuros con absoluto deleite.

Como Nicholas había resultado ser un huésped habitual en Stony Cross Park y un visitante frecuente en la casa londinense de Westcliff, Marsden Terrace, las amistades del conde habían llegado admitirlo dentro de su círculo. Había sido una agradable sorpresa para Nicholas descubrir que no era el único plebeyo entre aquellos a los Westcliff consideraba amigos íntimos. Al parecer, el conde prefería compañía de hombres cuya perspectiva del mundo había sido adquirida fuera de los muros de sus aristocráticas propiedades. De hecho en algunas ocasiones, Westcliff afirmaba que le habría gustado renunciar a su título si eso fuera posible, ya que no aprobaba la idea de una aristocracia hereditaria. A Nicholas no le cabía duda de que las afirmaciones de Westcliff eran sinceras, pero, según parecía, al conde jamás se le había pasado por la cabeza que los privilegios de la aristocracia, con todo el poder y las responsabilidades que los acompañaban, eran una parte innata en él. Como beneficiario del más antiguo y respetado condado de Inglaterra, Marcus, lord Westcliff; había nacido para cumplir las exigencias del deber y la tradición. Mantenía su vida bien organizada y estrictamente programada, y era uno de los hombres con mayor auto control que Nicholas había conocido jamás.
En aquel momento, la habitual cabeza fría del conde parecía más perturbada de lo que la situación exigía.
-Maldición -exclamó finalmente Westcliff-. Hago negocios ocasionales con su padre. ¿Cómo se supone que voy a enfrentarme ahora a Thomas Bowman sin recordar que he vistan a su hija en interior?
-A sus hijas -lo corrigió Nicholas-. Estaban las dos.
-Yo sólo me fijé en la alta.
-¿Lillian?
-Sí, ésa -dijo Westcliff frunciendo aún más el ceño-. Por el amor de Dios, ¡no me extraña que sigan todas solteras! Son unas pervertidas, incluso para las normas americanas. Y en el modo en que me habló esa mujer, como si fuera yo quien debiera sentirse avergonzado por interrumpir su depravada
diversión...
-Westcliff, hablas como un mojigato -lo interrumpió Nicholas, que encontraba muy divertida la vehemencia del conde-. Unas cuantas chicas inocentes en un prado no es lo que se llama el fin de civilización tal y como la conocemos.
Si hubiesen sido mozas pueblo, no habrías pensado nada de eso. Diablos, es muy probable que te hubieses unido a ellas. Te he visto hacer cosas con tus amiguitas en las fiestas y los bailes que...
-Bueno, pero ellas no son mozas del pueblo, ¿no es cierto? Son jóvenes damas..., o, al menos, se supone que lo son. ¿Por qué, en el nombre de Dios, un grupo de «floreros» como ellas se comporta forma semejante?
Nicholas sonrió al escuchar el tono agraviado de su amigo.
-Me da la impresión de que se han aliado a causa de su estado de soltería. Durante la mayor parte de la pasada temporada se sentaron juntas sin dirigirse la palabra entre ellas, pero parece que últimamente han entablado una amistad.
-¿Con qué propósito ? -preguntó el conde con una profunda sospecha.
-Tal vez lo único que quieren es divertirse -sugirió Nicholas, interesado por el grado de objeción que Westcliff presentaba ante el comportamiento de las chicas.
Lillian Bowman, en particular, parecía haberlo molestado sobremanera. Y eso era algo poco habitual en el conde, que siempre trataba a las mujeres con amabilidad. Hasta donde Nicholas sabía, a pesar del gran número de mujeres que lo perseguían dentro y fuera de la cama, Westcliff jamás había perdido su indiferencia. Hasta aquel momento.
-En ese caso, deberían estar bordando, o lo que sea que hagan las mujeres para divertirse como es debido -gruñó el conde-. Al menos, deberían encontrar alguna, afición que no implique correr desnudas por el campo.
-No estaban desnudas -señaló Nicholas-. Por desgracia.
-Ese comentario me impulsa a decir algo -comentó Westcliff. Como bien sabes, no soy muy dado a obsequiar consejos cuando no me los han pedido...
Nicholas lo interrumpió con una carcajada.
-Westcliff, dudo mucho que haya pasado un solo día de tu vida sin que le hayas dado un consejo alguien sobre algo.

-Sólo ofrezco consejo cuando resulta obvio que se necesita -replicó el conde con el ceño fruncido.
Nicholas le dedicó una mirada irónica.
-Ilumíname, pues, con tus sabias palabras, ya que parece que voy a tener que escucharlas lo quiera o no.
-Se trata de la señorita Peyton. Si fueras inteligente, te desharías de toda idea acerca de ella. No es más que una cosita superficial y más engreída que cualquier criatura que haya conocido jamás. La fachada es bella, debo reconocerlo..., pero, a mi parecer, no hay nada bajo ella que sea recomendable. No me cabe duda de que estás pensando tomarla como amante si fracasa en su conquista de Kendall. Mi consejo es que no lo hagas. Hay mujeres que tienen muchísimo más que ofrecerte.

Nicholas dejó pasar un instante antes de contestar. Los sentimientos que le provocaba ______________ Peyton eran desagradablemente complejos. Admiraba a ______________, le caia bien, y Dios sabíIa que no tenía derecho a juzgarla con dureza por haberse convertido en amante de otro hombre. Sin embargo, y a pesar de todo, la más que probable posibilidad de que hubiese metido en su cama a Hodgeham, le provocaba una mezcla de celos y furia que lo dejaba atónito.

Después de escuchar el rumor que lord Burdick había estado esparciendo, según el cual ______________ se había convertido en la amante secreta de lord Hodgeham, Nicholas no había sido capaz de dejar de investigar semejante afirmación. Le había preguntado a su padre que mantenía los libros de cuentas en escrupuloso orden, si alguien le había dado dinero para pagar las deudas de los Peyton en la carnicería.
Sin dejar lugar a dudas, su padre le confirmó que Lord Hodgeham había abonado de forma ocasional la cuenta de los Peyton. Aunque aquello no podía ser considerado una prueba concluyente, era cierto que daba más peso a la posibilidad de que ______________ se hubiera convertido en la querida de Hodgeham. Y el tono evasivo de la muchacha durante la conversación que habían mantenido la mañana anterior había servido de bien poco para contradecir el rumor.

Estaba claro que la situación de la familia Peyton era desesperada... pero la razón por la que ______________ había recurrido a un charlatán viejo y gordo como Hodgeham en busca de ayuda le resultaba un misterio. No obstante, había muchas decisiones en la vida, tanto buenas como malas, que se tomaban en función del momento. Quizás Hodgeham había logrado aparecer en un instante en el que las defensas de ______________ se encontraban en su momento más bajo y ella se había dejado convencer para entregarle a ese viejo cabrón lo que quería a cambio del dinero que tanto necesitaba.

No tenía botas de paseo. ¡Por Dios! La generosidad de Hodgeham debía de ser bastante miserable si daba para unos cuantos vestidos nuevos, pero no para calzado decente y le permitía llevar ropa interior que estaba muy cerca de convertirse en harapos. Si ______________ tenía que ser la amante de alguien..., por todos los diablos, bien podía ser la suya y recibir al menos la recompensa adecuada por sus favores.

Resultaba evidente que era demasiado pronto para plantearle la cuestión a ella. Tendría que esperar con paciencia mientras ______________ trataba de arrancar una proposición matrimonial a lord Kendall. Y no tenía la menor intención de hacer algo que estropeara sus posibilidades de conseguirlo.
Pero si fracasaba con Kendall, tenía la intención de acercarse a ella con una oferta muchísimo mejor que la de su actual e insignificante acuerdo con Hodgeham.

Al imaginarse a ______________ tumbada desnuda en su cama, Nicholas notó que su lujuria se reavivaba y luchó por retomar el hilo de la conversación.
-¿ Por qué tienes la impresión de que siento algún interés por la señorita Peyton? -preguntó con tono indiferente.
-Por el hecho de que estuviste a punto de caerte del caballo cuando la viste en enaguas.
Eso arrancó una sonrisa renuente a Nicholas.
-Con una fachada como ésa, me importa un comino lo que haya debajo.
-Pues debería importarte -dijo el conde con énfasis-. La señorita Peyton es la mujer más egoísta que he conocido nunca.
-Westcliff -dijo Nicholas de forma amigable-, ¿se te ha ocurrido alguna vez que es posible que en ocasiones estés equivocado en alguna cosa?
El conde pareció perplejo ante semejante pregunta.
-En realidad, no.
Nicholas sacudió la cabeza con una sonrisa de incredulidad y espoleó a su caballo para que avivara el paso.



11° Capítulo.



Durante el camino de vuelta a la mansión de Stony Cross, ______________ comenzó a inquietarse por el intenso dolor que sentía en el tobillo. Debía de habérselo torcido mientras jugaban el partido de rounders, aunque no recordaba el momento preciso en el que había sucedido. Con un hondo suspiro,
alzó la cesta que llevaba en la mano y apresuró el paso para mantenerse junto a Lillian, que caminaba con aire pensativo. Daisy y Evie las seguían un tanto, a la zaga, entusiasmadas con la conversación que mantenían.
-¿Qué es lo que te preocupa? -le preguntó ______________ a Lillian en voz baja.
-El conde y el señor Hunt... ¿Crees que le contarán a alguien que nos han visto esta tarde? La historia dejaría nuestra reputación por los suelos.
-No creo que Westcliff diga nada -contestó ______________ tras meditar un instante-. Me resultó bastante convincente cuando hizo el comentario sobre la amnesia. Además, no parece un hombre dado al cotilleo.
-¿Y el señor Hunt?
______________ frunció el ceño..
-No lo sé. No se me ha pasado por alto el hecho de que no prometiera guardar silencio. Supongo que mantendrá la boca cerrada si cree que puede obtener algo a cambio.

-En ese caso, deberás ser tú la que se lo pida. En cuanto veas al señor Hunt esta noche en el baile, debes acercarte y conseguir que prometa no contarle a nadie los detalles de nuestro partido de rounders.
Al recordar el baile que tendría lugar en la mansión esa misma noche, ______________ gimió para sus adentros. Estaba casi segura -no, completamente segura- de que no sería capaz de enfrentarse a Hunt después de lo que había sucedido un rato antes. Sin embargo, Lillian tenía razón: no podían asumir sin más que el hombre iba a guardar silencio. Tendría que tratar el tema con él, por poco que le agradara la perspectiva.
-Y ¿por qué yo? -preguntó, aunque conocía la respuesta.
-Porque le gustas a Hunt. Todo el mundo lo sabe. Se mostrará mucho más dispuesto a hacer algo que tú le pidas.
-Pero no la hará sin recibir algo a cambio -murmuró ______________, que sintió que el dolor pulsante del tobillo empeoraba por momentos-. ¿ Y si me hace alguna proposición de mal gusto?
A la pregunta siguió una pausa larga y contrita, tras la cual Lillian contestó:
-Debes ofrecerle algún premio de consolación.
-¿Qué tipo de premio de consolación? -inquirió ______________ con suspicacia.
-Bueno, permítele que te bese si así se compromete a guardar silencio.
Atónita al descubrir que Lillian era capaz de realizar semejante afirmación con tal indiferencia, jadeó antes de exclamar:
-¡Dios Bendito, Lillian! ¡No puedo hacer eso!
-¿Por qué no? Ya has besado a algún hombre antes, ¿no?
-Sí, pero...
Todos los labios son iguales. Sólo tienes que asegurarte de que nadie los ve y hacerla con rapidez. De ese modo, el señor Hunt quedará satisfecho y nuestro secreto estará a salvo.
______________ meneó la cabeza al tiempo que soltaba una carcajada ahogada y su corazón comenzaba a desbocarse ante la idea. No podía evitar recordar ese beso secreto que había tenido lugar tanto tiempo atrás, en el diorama; esos segundos de devastadora conmoción sensual que la dejaron estremecida y sin habla.


-Solo tendrás que dejarle muy claro que lo único que obtendrá de ti será un beso -prosiguió Lillian-, y asegurarle que no volverá a suceder nunca.
-Perdóname si pongo tu plan en entredicho, pero... apesta como el pescado al sol. ¡No todos los labios son iguales, y mucho menos si da la casualidad de que van unidos a Nicholas Hunt! Además, nunca se dará por satisfecho con algo tan insignificante como un beso y no podría ofrecerle nada más.
-¿ De verdad te parece tan repulsivo el señor Hunt?- pregunto Lillian sin darle la mayor importancia-. En realidad, no es desagradable. Yo incluso diría que es guapo.
-Me resulta tan insoportable que jamás me he fijado en su físico. Pero debo admitir que es... -______________ cayó en un confuso silencio mientras sopesaba la pregunta con una nueva e inquietante minuciosidad.
Si era objetiva -en el hipotético caso de que pudiera ser objetiva en lo referente a Nicholas Hunt-, debía admitir que el hombre era, en realidad, atractivo. El calificativo «guapo>, se usaba para aquellas personas de rasgos esculturales y proporciones esbeltas y elegantes. Sin embargo, Nicholas Hunt redefinía la palabra con un semblante de líneas bruscas y audaces, unos descarados ojos negros una nariz de fuerte personalidad, sin duda muy masculina, y una boca de labios generosos, eternamente curvada en una sonrisa su irreverente sentido del humor. Incluso su inusual estatura y esa fuerza muscular parecían sentarle de maravilla, como si la naturaleza hubiera reconocido que era una criatura incapaz de conformarse con las medias tintas.
Nicholas Hunt había conseguido que se sintiera incómoda desde su primer encuentro. A pesar de no haberlo visto nunca de otro modo que no fuera impecablemente ataviado y controlado siempre había tenido la sensación de que no estaba del todo domesticado, por decirlo de un modo delicado. Los instintos más profundos de ______________ le decían que, bajo esa fachada burlona, había un hombre capaz de sentir una pasión tan profunda que podría resultar alarmante o, incluso, dar rienda suelta a su crueldad. No estaba ante un hombre dispuesto a ser domado.
Intentó imaginarse el moreno rostro de Nicholas Hunt sobre ella, la ardiente sensación de su boca, sus brazos cerrándose a su alrededor..., exactamente igual que en aquella ocasión, salvo que en ese momento ella sería una participante más que dispuesta. Sólo era un hombre, se recordó con nerviosismo. Y un beso era algo muy efímero. No obstante, mientras el beso se prolongara, ella estaría unida de modo muy íntimo a éL. Y, a partir de ese momento, Nicholas Hunt se regodearía por dentro cada vez que se encontraran. Eso sí sería difícil de soportar.
______________ se frotó la frente, que sentía de súbito tan dolorida como si acabaran de darle un golpe con un bate de rounders.
-¿No podríamos olvidamos del asunto y esperar que tenga el buen gusto de mantener la boca cerrada?
-Sí, claro -replicó Lillian con ironía-, el señor Hunt y la frase "buen gusto» suelen ir de la mano muy a menudo. Por supuesto, también podríamos cruzar los dedos y esperar..., si tus nervios son capaces de soportar la incertidumbre.
Mientras se masajeaba las sienes, ______________ exhaló un suspiro angustiado. -Está bien. Me acercaré a él esta noche. Yo -hizo una pausa más larga de lo habitual-...incluso lo besaré si es necesario. ¡Pero pienso considerarlo como pago más que suficiente por todos los vestidos que me has regalado!
La boca de Lillian se curvó en una sonrisa satisfecha.
-Estoy segura de que podrás llegar a algún acuerdo con él.
Una vez que se separaron al llegar a la mansión, ______________ se dirigió a su habitación para descansar durante lo que quedaba de tarde hasta la hora de la cena y el baile, momento para el que esperaba estar recuperada. Su madre no aparecía por ningún lado, de modo que dio por hecho que estaría tomando el té con algunas damas en el salón de la planta baja. Agradecida por su ausencia, se cambió de ropa y se lavó sin necesidad de enfrentarse a incómodas preguntas. Si bien Philippa era una madre cariñosa y, por regla general, permisiva, no habría reaccionado bien ante la noticia de que su hija había estado involucrada en algún tipo de escándalo junto a las hermanas Bowman.
Tras ponerse ropa interior limpia, se deslizó entre las sábanas recién planchadas. Para su frustración, el molesto dolor del tobillo le impidió conciliar el sueño. Cansada e irascible, llamó a una doncella con el fin de que ésta le preparara un baño frío para el pie y así se mantuvo, sentada y con el pie en el agua fría, durante más de media hora.
Era evidente que se le había hinchado el tobillo, lo que la llevó a la malhumorada conclusión de que aquél había sido un día particularmente desafortunado. Lanzó una maldición cuando el tejido le rozó la piel pálida e inflamada del tobillo al ponerse la media limpia, y acabó de vestirse sin demasiadas prisas. Volvió a llamar a la doncella una vez más, ya que necesitaba ayuda para ceñirse el corsé y abrocharse la hilera de botones que descendían por la espalda del vestido de seda amarilla.
-¿Señorita? -murmuró la doncella con los ojos entornados por la preocupación al ver la expresión tensa de ______________ -Parece un poco sofocada... ¿Quiere que le traiga algo? El ama de llaves guarda en su armarito un tónico para las molestias femeninas...
-No, no se trata de eso -le aseguró ______________ con una débil sonrisa-. Es que siento un ligero pinchazo en el tobillo.
-En ese caso, ¿le traigo una infusión de corteza de sauce? -sugirió la muchacha al tiempo que se colocaba tras ______________ para abotonarle el vestido de noche-. Bajaré en un momento y no tardaré nada en preparárselo, así se lo podrá beber mientras la peino.
-Sí, gracias. -Se mantuvo firme mientras los hábiles dedos de la criada abrochaban los botones y, después, se dejó caer sobre la silla del tocador.
Contempló su tenso semblante en el espejo estilo Reina Ana-. No recuerdo cómo pude hacerme daño. Por lo general no soy tan torpe.
La doncella ahuecó el tul de suave color dorado que adornaba las mangas del vestido de ______________.
-Volveré en un instante con la infusión, señorita. Cuando se la tome, se sentirá mucho mejor.
Philippa llegó justo en el momento en que la doncella salía de la habitación. Sonrió al ver a su hija ataviada con el vestido de color amarillo y se detuvo tras ella para mirarla a los ojos a través del espejo.
-Estás preciosa, querida.
-No me siento muy bien- le contestó ______________ con sequedad-. Me torcí el tobillo esta tarde, durante mi paseo con las floreros.
-¿Por qué os empeñáis en usar ese calificativo? -preguntó Philippa, visiblemente molesta-. No creo que os resulte muy difícil buscar un nombre más favorecedor para vuestro grupo...
-La verdad es que ése nos sienta bien -contestó ______________ con una sonrisa-. A partir de ahora pronunciaré el nombre con cierta ironía, si eso hace que te sientas mejor. Philippa suspiró.
-Me temo que he agotado todas mis reservas, de ironía. No me resulta fácil verte luchar y conspirar mientras otras chicas de tu misma posición social lo tienen tan sencillo; verte utilizar vestidos prestados y pensar en la carga que llevas sobre los hombros... Cuántas veces he pensado que si tu padre estuviera vivo o si tuviéramos un poco más de dinero...
______________ se encogió de hombros.
-Como dice el refrán, mamá: «Si los nabos fuesen relojes, todo el mundo llevaría uno en el bolsillo.»
Philippa le acarició el pelo con suavidad.
-¿Por qué no te quedas esta noche descansando en la habitación? Te leeré algo mientras tú reposas con el pie en alto...
-No me tientes -replicó ______________ con voz acongojada-. Me encantaría poder hacerlo, pero no puedo permitírmelo. No puedo desaprovechar ni una sola oportunidad de impresionar a lord Kendall «Y de negociar con Nicholas Hunt», pensó, al tiempo que sentía una punzada de aprensión.
Tras beber una gran taza de infusión de corteza de sauce, ______________ fue capaz de bajar las escaleras sin una sola mueca de dolor, a pesar que la hinchazón del tobillo se negaba a desaparecer. Una vez abajo, tuvo tiempo de intercambiar unas cuantas palabras con Lillian antes de que los invitados fuesen conducidos al comedor.
El sol había dejado las mejillas de Lillian sonrosadas y lustrosas, y, a la luz de las velas, sus ojos castaños tenían un aspecto aterciopelado.
-Hasta ahora, los esfuerzos de Lord Westcliff, por evitar a las floreros han sido obvios -comentó Lillian con una sonrisa-. Tenías razón; por esa parte no tendremos que preocupamos. Nuestro problema es el señor Hunt.
-No será ningún problema -le aseguró ______________ firmeza-. Tal y como te he prometido, vaya hablar con él.
Lillian le respondió con una sonrisa aliviada. I
-Eres un cielo, ______________.
En cuanto se sentaron a la mesa, ______________ se quedó desconcertada al descubrir que la anfitriona había ubicado a lord Kendall muy cerca de ella.
En cualquier otra ocasión, hubiera sido un regalo llovido del cielo, pero esa noche en particular no estaba en su mejor momento. No se sentía capaz de mantener una conversación inteligente con ese dolor punzante en el tobillo y la cabeza a punto de estallar. Para colmo de infortunios, Nicholas Bunt estaba sentado casi enfrente de ella y su aspecto era de lo más autocomplaciente. Y por si todo eso fuera poco, una especie de náusea le impedía hacer justicia a la magnífica cena. Privada de su habitual y sano apetito, se descubrió picoteando con indiferencia los manjares de su plato. Cada vez que alzaba la vista, descubría los perspicaces ojos de Nicholas Hunt pendientes de ella, por lo que se preparaba para recibir algún tipo de sutil provocación. Sin embargo, gracias a Dios, las pocas observaciones que éste le dirigió fueron insípidas y triviales, y consiguió acabar la cena sin padecer incidente alguno.
Cuando la cena llegó a su fin, la música flotó hasta ellos procedente del salón de fiestas y ______________ celebró el inminente comienzo del baile. Por una vez, agradecería poder sentarse en la fila de floreros y descansar el pie mientras las demás bailaban. Supuso que había tomado el sol en exceso durante el día y que ése era el motivo de su malestar y del dolor de cabeza.
Lillian y Daisy, en cambio parecían más saludables y llenas de vida que nunca. Por desgracia la pobre
Evie había recibido una reprimenda por parte de su tía, que la había castigado sin mostrar compasión alguna.
-El sol hace que le salgan pecas -le comentó Daisy a ______________ con tristeza-. Tía Florence le ha dicho a Evie que, después del día que hemos pasado al sol, le van a salir mas motas que a un leopardo y le ha prohibido volver a reunirse con nosotras hasta que su cutis vuelva a la normalidad..
______________ frunció el ceño al tiempo que la invadía una oleada de compasión por su amiga.
-Esa horrible tía Florence -murmuró-. Está claro que su único propósito en la vida es conseguir que Evie sea desdichada.
-Pues lo hace muy bien -admitió Daisy. De repente, vio algo por encima del hombro de ______________ que la hizo abrir los ojos como platos-. ¡Cielos! El Señor Hunt viene hacia aquí. Me muero de sed, voy a acercarme a la mesa de los refrescos y os dejaré para que...esto...
-Lillian te lo ha contado -le dijo ______________ de malhumor.
-Sí, y tanto ella, como Evie y como yo te agradeceremos durante toda la vida el sacrificio que vas a hacer por todas nosotras.
-Sacrificio -repitió ______________, a la que no le gustaba en lo más mínimo el sonido de esa palabra-. Eso es exagerar un poco las cosas, ¿no crees? Tal y como dijo Lillian: «Todos los labios son iguales.»
-Eso fue lo que te dijo a ti -corrigió Daisy con gesto travieso- Pero a Evie y a mí nos dijo que preferiría la muerte antes de permitir que la besara un hombre como el señor Hunt.
-¿ Cómo que...? -comenzó a decir ______________, pero Daisy se escabulló entre risas, antes de que pudiera concluir la pregunta.
Con la sensación de ser una virgen arrojada en sacrificio al infierno ______________ se sobresaltó cuando escuchó la profunda voz de Nicholas Hunt muy cerca de su oído. La serena burla que traslucía su voz de barítono pareció recorrerle el cuerpo de arriba abajo.
-Buenas noches, señorita Peyton. Veo que está conveniente vestida..., para variar.
______________ se giró para mirarlo frente a frente mientras apretaba los dientes.
-Debo confesar, señor Hunt, que me ha sorprendido mucho verlo can comedido durante la cena. Había esperado una diatriba de comentarios insultantes y, muy al contrario, ha logrado comportarse como un caballero durante toda una hora.
-Ha supuesto un esfuerzo titánico -concedió él con semblante serio-. Pero se me ocurrió que debía dejarle a usted los comportamientos escandalosos -hizo una circunspecta pausa antes de añadir-...ya que últimamente parece que se le dan de maravilla.

-¡Mis amigas y yo no hemos hecho nada malo!
-¿He dicho yo que desaprobara el partido de rounders en su conjunto?-preguntó con inocencia-. Al contrario; secundo la idea de todo corazón. De hecho, creo que deberían jugar todos los días.
-Mi «conjunto» era de lo más decente -replicó ______________ en un cortante susurro-. Iba vestida con mi ropa interior.
-¿ Eso que llevaba era ropa interior? -preguntó con indolencia. El rostro de ______________ se sonrojó al comprender que él había notado el lamentable estado de sus prendas íntimas.
-¿ Le ha contado a alguien que nos vio en el prado? -inquirió con voz tensa. Obviamente, ésa era la pregunta que él había estado esperando. Sus labios dibujaron una lenta sonrisa.
-Aún no.
-¿Planea decírselo a alguien?
Hunt meditó la pregunta con gesto reflexivo, si bien no lograba disimular en absoluto la diversión que todo el asunto le provocaba -No es que lo planee, no... -Se encogió de hombros, fingiendo arrepentimiento-. Pero ya sabe cómo son las cosas. En ocasiones, este tipo de asuntos suelen mencionarse por descuido durante una conversación...
______________ lo observó con los ojos entrecerrados. -¿ Qué puedo hacer para garantizar su silencio?
Hunt fingió horrorizarse por su franqueza.
-Señorita Peyton, debería aprender a manejar estas cuestiones con un poco más de diplomacia, ¿no cree? Siempre había supuesto que una dama de su refinamiento utilizaría el tacto y la delicadeza...
-No tengo tiempo para diplomacias -lo interrumpió ______________, ceñuda-. Y es obvio que no podremos asegurarnos su silencio hasta que no le ofrezcamos algún tipo de soborno.
-La palabra «soborno» tiene, unas connotaciones tan negativas... -musitó-. Yo prefiero llamarlo «incentivo».
-Llámelo como quiera -le contestó ella, cediendo a la impaciencia-. Pasemos a las negociaciones,¿le parece?
-De acuerdo. - La actitud de Hunt no podía ser más seria; sin embargo, sus profundos ojos color café brillaban a causa de la risa contenida-. Supongo que podría persuadirme para que guardara silencio sobre sus escandalosas cabriolas, señorita Peyton. Con el incentivo necesario.
______________ guardó silencio y bajó la mirada mientras sopesaba lo que estaba a punto de decir. Una vez que pronunciara las palabras, no habría vuelta atrás. ¡Dios Santo! ¿Por qué le había tocado a ella persuadir a Nicholas Hunt de que guardara silencio acerca de un estúpido partido de rounders al que ella ni siquiera había querido jugar en un principio?
-Si fuera un caballero -musitó-, esto no sería necesario.
El esfuerzo por contener una súbita carcajada hizo que la voz de Hunt sonara con un timbre más grave.
-No, no soy un caballero. Pero me veo obligado a recordarle que no era yo el que corría medio desnudo por el prado esta tarde.
-¿Quiere callarse? -susurró con brusquedad-. Podría oírle alguien.
Hunt la estudió, fascinado, y sus ojos adquirieron una mirada oscura y elocuente.
-Haga su mejor oferta, señorita Peyton.
Sin dejar de mirar la extensión de pared que se alzaba por encima del hombro de Hunt, ______________ comenzó a hablar con voz ahogada, y el sonrojo, que le llegó hasta las orejas, fue tan intenso que temió que su cabello acabara chamuscado.
-Si promete guardar silencio acerca del partido de rounders... dejaré que me bese.
El inaudito silencio que siguió a su proposición le resultó insoportable. Se obligó a alzar la mirada y vio que Nicholas Hunt estaba genuinamente sorprendido. La miraba como si ella hubiera hablado en un idioma extraño y no estuviese del todo seguro acerca del significado de sus palabras.
-Un beso -puntualizó ______________ con los nervios destrozados debido a la tensión que se había instalado entre ellos-. Y no asuma que, por el hecho de permitírselo una vez, vaya a repetirse en el futuro.
Hunt contestó con una inusual cautela y pareció escoger sus palabras con sumo cuidado.
-Había pensado que me ofrecería un baile. Un vals o una contradanza.
-Pensé en eso -confesó ella-. Pero un beso me parece mucho más oportuno, por no mencionar que también es mucho más breve que un vals.
-Mis besos no lo son.
Semejante declaración, hecha en voz muy baja, provocó que las rodillas de ______________ comenzaran a temblar.
-No sea ridículo -replicó al instante-. Un vals normal y corriente dura al menos treinta minutos. Es imposible que usted pueda besar a alguien durante tanto tiempo.
La voz de Hunt se tornó imperceptiblemente más ronca al contestar:
-Usted debería saberlo mejor que nadie, por supuesto. Muy bien; acepto su oferta. Un beso a cambio de guardar su secreto. Yo decidiré cuándo y cómo.
-El «cuándo» y el «cómo» se decidirán de común acuerdo -contraatacó ______________-. El motivo de todo esto es que mi reputación no se vea comprometida; no estoy dispuesta a arriesgarme, permitiéndole a usted elegir un momento o un lugar inapropiados.
Hunt la miró con una sonrisa burlona.
-Menuda negociadora es usted, señorita Peyton. Que Dios nos ayude si en el futuro se le ocurre tomar parte en el mundo de los negocios.
-No. Mi única ambición es convertirme en lady Kendall -rebatió ______________ con venenosa dulzura, y se sintió enormemente satisfecha al ver que la sonrisa de Hunt se desvanecía.
-Eso sería una lástima -contestó él-. Tanto para usted como para Kendall.
-Váyase al infierno, señor Hunt -le dijo con un hilo de voz antes de alejarse de él, ignorando el intenso dolor de su dañado tobillo.
De camino a la terraza posterior, comprendió que la herida de su tobillo había empeorado. Las punzadas de dolor ascendían hasta la rodilla.
-¡Por las campanas del infierno!-musitó.
En esas condiciones, le iba a resultar imposible hacer avance alguno en su relación con lord Kendall. No era nada fácil adoptar una actitud seductora cuando una estaba a punto de gritar de dolor. Sintiéndose exhausta y derrotada de repente, ______________ decidió regresar a su habitación.
Ya que el asunto con Nicholas Hunt estaba zanjado, lo mejor que podía hacer era descansar el tobillo y rezar para que estuviera mejor a la mañana siguiente.
El dolor se hacía más intenso a cada paso que daba, hasta el punto de que comenzó a sentir que unos hilillos de sudor frío corrían por debajo de las rígidas ballenas de su corsé. Nunca había sufrido una herida semejante. No sólo le dolía la pierna, sino que también la cabeza había empezado a darle
vueltas y el dolor se había extendido por todo el cuerpo.
De repente, el contenido de su estómago comenzó a revolverse de forma alarmante. Necesitaba tomar un poco de aire... Tenía que refugiarse en la fresca oscuridad de la noche y sentarse en algún sitio hasta que las náuseas desaparecieran. La puerta que daba á la terraza trasera parecía estar demasiado lejos y se preguntó, en una especie de sopor, cómo iba a lograr alcanzarla.
Por fortuna, las hermanas Bowman se acercaron a ella en cuantO se dieron cuenta de que la conversación con Nicholas Hunt había concluido. La sonrisa expectante del rostro de Lillian desapareció al contemplar la expresión de sufrimiento de ______________.
-Tienes un aspecto horrible -exclamó Lillian-. Dios mío, ¿qué te ha dicho el señor Hunt?
-Ha accedido a lo del beso -contestó ______________ sin dar más explicaciones, mientras continuaba cojeando hacia la terraza. Apenas distinguía la música de la orquesta debido al intenso zumbido de sus oídos.
-Si la idea te resulta tan terrible... -comenzó Lillian.
-No se trata de eso -dijo ______________, presa de la exasperación y la angustia-. Es el tobillo. Me lo torcí esta tarde y ahora me resulta casi imposible caminar.
-¿Y por qué no lo mencionaste antes? -exigió saber Lillian, preocupada de inmediato. Su delgado brazo resultó ser sorprendentemente fuerte cuando rodeó la cintura de ______________-. Daisy, acércate a esa puerta de ahí, y mantenla abierta mientras nos escabullimos.


Ambas hermanas la ayudaron a salir a la terraza y, una vez allí, ______________ se enjugó el sudor de la frente con uno de sus guantes
-Creo que vaya vomitar -gimió al sentir que la boca se le llenaba de una desagradable saliva y la bilis le irritaba la garganta. Por el dolor que sentía en la pierna, bien podría haberla atropellado un carruaje-. ¡Dios mío! No puedo. No puedo vomitar ahora.
-No pasa nada -la tranquilizó Lillian, que la acercó hasta un macizo de flores situado junto a los escalones de la terraza-. No va a verte nadie, querida. Vomita todo lo que quieras. Daisy y yo te cuidaremos.
-Cierto -agregó Daisy, que estaba detrás de ellas-. A las verdaderas amigas no les importa sostenerse el cabello mientras echan los buñuelos.
______________ se habría reído de buena gana de no haber estado tan doblegada por las continuas náuseas. Por fortuna, no había comido demasiado durante la cena, por lo que el proceso acabo con rapidez su estómago entró en erupción y ella no tuvo más remedio que rendirse.
Jadeó y escupió sobre el macizo de flores sin dejar de repetir entre gemidos:
-Lo siento. Lo siento muchísimo, Lillian...
-No seas ridícula -fue la relajada respuesta de la americana-. Tú harías lo mismo por mí, ¿no es cierto?
-Por supuesto... Pero tú no serías nunca tan tonta como...
-Tú no estás siendo tonta -la corrigió Lillian con suavidad-. Estás enferma. Venga, coge mi pañuelo.
Todavía inclinada hacia delante, ______________ agradeció el detalle y cogió el pañuelo de lino ribeteado de encaje, pero lo alejó de ella al percibir el perfume.
-¡Uf! No puedo -susurró-. El olor. ¿No tienes uno que no esté perfumado?
-¡Vaya por Dios! -exclamó Lillian, con aire de disculpa-.Daisy, ¿dónde está tu pañuelo?
-Olvídalo -fue la somera respuesta de la muchacha.
-Tendrás que usar éste -le señaló Lillian a ______________-. Es el único que tenemos.
En ese momento una voz masculina se unió a la conversación.
-Tome éste.

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Danne G.
Danne G.


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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación- - Página 4 Empty Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-

Mensaje por chelis Dom 25 Mar 2012, 7:29 pm

OOOOOOOOOOOOOOOOOHHH!!!!!!!!!!!
QUIEN ES NICK O KENDAAAAALLLLLL????
AAAII PON OTROO CAPIS
chelis
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Mensaje por Flor Miér 28 Mar 2012, 5:23 pm

Volvi ! YA PERO YA ME PONGO A LEER TENGO UNAS GANAS *_*
EH ESTADO TAN OCUPADA QUE NI TIEMPO DE COMENTAR Y LEER EH TENIDO PERO ESTOY AQUI ! PARA LEERR
Flor
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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación- - Página 4 Empty Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-

Mensaje por Flor Miér 28 Mar 2012, 6:06 pm

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAme!
ajajjaja si gu la !
ya ya !!!!!*_*
Flor
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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación- - Página 4 Empty Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-

Mensaje por chelis Jue 29 Mar 2012, 11:40 am

OOTROOO CAAAPIISSS
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"Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación- - Página 4 Empty Re: "Secretos De Una Noche De Verano" {Nick y Tu} -- Adaptación-

Mensaje por Danne G. Vie 30 Mar 2012, 9:28 pm

Aquí les dejo uno nuevo chicas y debo decirles que para que tengan el próximo cap deben llenar 1 pagina de comentarios como mínimo y como máximo invitar a alguien a leerla, porque me tomo el tiempo de editar y subirles el capi con colores y letras lindas. Merezco una recompensa.

Las amo, este capi dedicado a Flor


12° Capítulo.



Demasiado mareada para notar lo que estaba sucediendo a su alrededor, __________________ aceptó el pañuelo limpio que le pusieron en la mano. Por suerte, carecía dé cualquier olor que no fuera un ligero toque de almidón. Tras enjugarse el sudor de la cara y limpiarse después la boca, consiguió incorporarse y enfrentarse al recién llegado. Su dolorido estómago se retorció de forma lenta y agonizante al ver A Nicholas Hunt. Al parecer, la había seguido al exterior, a la terraza, Justo a tiempo para presenciar sus humillantes náuseas. Quería morirse. Le hubiera encantado expirar de forma conveniente en aquel, mismo momento con el fin de desterrar para siempre el conocimiento de que Nicholas Hunt la había visto devolver los buñuelos sobre el lecho de flores.
El rostro de Hunt no mostraba expresión alguna, salvo el ceño fruncido que le arrugaba la frente. En un instante, se acercó a su lado y la sujetó mientras ella se tambaleaba ante él.
-A la luz de nuestro reciente acuerdo -murmuró el hombre-, esto resulta muy poco halagador, señorita Peyton.
-Por el amor de Dios, lárguese -gimió __________________; sin embargo se descubrió apoyada contra el fuerte soporte que le brindaba su cuerpo al tiempo que otra oleada de náuseas la sacudía.
Apretó el pañuelo contra su boca y respiró por la nariz hasta que, felizmente las nauseas remitieron. No obstante, se sintió estremecida por la debilidad más acuciante que hubiera experimentado en su vida y supo que si él no hubiera estado allí, se habría desplomado sobre el suelo. Dios Bendito, ¿qué le ocurría?
Hunt ajustó de inmediato su sujeción para aferrarla con suavidad.
-Me pareció que estaba algo pálida -señaló mientras apartaba con suavidad un mechón de pelo que le había caído sobre la frente húmeda-. ¿Qué pasa, cariño? ¿Es sólo el estómago o te duele algo más?
En algún lugar bajo la inmensa mortificación que la embargaba, __________________ se sorprendió al escuchar el apodo cariñoso, por no mencionar el hecho de que un caballero jamás debía hacer referencias a las partes internas de una dama. De cualquier forma, en aquel momento estaba demasiado enferma como para hacer otra cosa que, no fuera aferrarse a las solapas de su chaqueta. Concentrándose en su pregunta, evaluó el caos que reinaba en el interior de su inhóspito cuerpo.
-Me duele todo -susurró-. La cabeza, el estómago, la espalda... Pero, sobre todo, el tobillo.
Mientras hablaba, notó que empezaban a dormírsele los labios. Se los humedeció, alarmada por la falta de sensibilidad. De haber estado algo menos desorientada, se habría dado cuenta de que Hunt la contemplaba como nunca antes lo había hecho. Más tarde, Daisy le describiría con todo detalle la forma tan protectora con la que Nicholas Hunt la había rodeado con los brazos. En aquel momento, no obstante, __________________ se sentía demasiado maltrecha para percibir algo que no fuera su propio y abrumador malestar.
Lillian habló con brusquedad y avanzó para arrancar a __________________ de los brazos de Hunt.
-Gracias por prestarle su pañuelo, señor. Ahora puede marcharse; mi hermana y yo somos muy capaces de cuidar de la señorita Peyton.
Sin hacer caso a la joven americana, Hunt mantuvo su brazo alrededor de __________________ mientras contemplaba su pálido rostro.
-¿Cómo te hiciste daño en el tobillo? -preguntó. -Jugando al rounders, supongo...
-No te vi beber nada durante la cena.- Hunt colocó la mano sobre su frente en busca de signos de fiebre. El gesto resultó sorprendentemente íntimo y familiar-. ¿Has tomado algo antes?
-Si se refiere a licores o a vino, no. -El cuerpo de __________________ parecía colapsarse con lentitud, como si su mente hubiera renunciado a todo control que tuviera sobre sus miembros-. Bebí un poco de infusión de corteza de sauce en mi habitación.,
La mano cálida de Hunt se deslizó hacia un lado de su cara y se amoldó con suavidad a la curva de su mejilla. __________________ tenía tanto frío que temblaba en el interior de su vestido, húmedo por el sudor, y tenía la piel de gallina. Al notar la acogedora calidez que irradiaba el cuerpo del hombre, estuvo a punto de ceder al impulso de acurrucarse bajo su chaqueta como un animalillo dentro de su madriguera.
-Est-toy congelada -susurró y sintió que el brazo de Hunt se tensaba a su alrededor.
-Agárrate a mí -murmuró y, con suma habilidad, logró taparla con su chaqueta al tiempo que sujetaba su trémulo cuerpo.
La arropó con la chaqueta, que aún conservaba el calor de su piel, y ella respondió con un incomprensible sonido de gratitud.
Ofendida al ver el modo en que sujetaba a su amiga aquel detestable adversario, Lillian dijo con impaciencia:
-Mire, señor Hunt, mi hermana y yo...
-Vaya a buscar a la señora Peyton -la interrumpió Hunt, cuyo tono de voz, si bien suave, resultó bastante autoritario-. Y dígale lord Westcliff que la señorita Peyton necesita un médico. Él sabrá a quién hay que buscar.
-¿Y qué va a hacer usted? -preguntó Lillian, que, obviamente, no estaba acostumbrada a recibir órdenes de semejante manera.
Hunt entrecerró los ojos al responder.
-Voy a llevarme a la señorita Peyton por la entrada de la servidumbre, que se encuentra en uno de los laterales de la casa. Su hermana vendrá con nosotros para solventar cualquier posible falta de decoro.
-¡Eso demuestra lo poco que sabe acerca del decoro! -le espetó Lillian.
-No pienso discutir ese asunto ahora. Trate de ser de utilidad, quiere? Vaya a hacer lo que le he dicho.

Después de una pausa furiosa y cargada de tensión, Lillian se dio la vuelta y caminó a grandes zancadas hacia las puertas del salón de baile.
Era obvio que Daisy estaba perpleja.
-Creo que nadie se había atrevido a hablarle a mi hermana de esa manera jamás. Es usted el hombre más valiente que he conocido, señor Hunt.
Hunt se inclinó con cuidado para colocar el brazo bajo las rodillas de __________________. La levantó con facilidad y aferró el revoltijo de miembros temblorosos y crujiente seda entre sus brazos. A __________________ jamás la había llevado así ningún hombre... No podía creerse lo que estaba ocurriendo.
-Creo... que podría caminar parte del camino -consiguió decir.
-No llegarías ni a bajar los escalones de la terraza --dijo Hunt con sequedad-. Sé indulgente conmigo y permíteme mostrarte mi lado caballeroso. ¿Puedes rodearme el cuello con los brazos?
Ella obedeció, agradecida por no tener que apoyarse sobre el tobillo dolorido. Rindiéndose a la tentación de colocar la cabeza sobre el hombro de Hunt, enroscó el brazo alrededor de su cuello. Mitras él bajaba los escalones embaldosados de la terraza trasera, pudo sentir el agradable movimiento de los músculos bajo el tejido de su camisa.
-No creía que tuviera un lado caballeroso -dijo, apretando los dientes cuando otro escalofrío la estremeció-. Lo te-tenía por un completo granuja.
-No sé de dónde saca la gente esas ideas sobre mí- replico él mientras la miraba con un brillo de diversión en los ojos-. La tragedia de mi vida es que nadie me comprende ni lo más mínimo. -Sigo creyendo que es un granuja.
Hunt sonrió y la colocó de forma más cómoda entres sus brazos.
-Es obvio que la enfermedad no te ha enturbiado el juicio.
-¿Por qué me ayuda después de haberle dicho que se fuera al infierno? -susurró __________________.
-Tengo un especial interés en que conserves un buen estado de salud. Quiero que estés en buena forma cuan me cobre la deuda.
Mientras Hunt descendía los escalones con rapidez y facilidad, __________________ percibió la gracia y elegancia con que se movía: no como un bailarín, sino como un felino al acecho. Al estar sus rostros tan cerca, pudo percatarse de que el escrupuloso apurado de su afeitado no lograba ocultar los gruesos puntos de barba que se dibujaban bajo su piel. Aferrándose con más fuerza a él, colocó mejor los brazos alrededor de su cuello, hasta que sus dedos acariciaron la parte del cabello que se ondulaba ligeramente contra la nuca.
«Qué lástima que me encuentre tan mal-pensó-. Si no tuviera tanto frío y no estuviera tan mareada, quizá podría disfrutar de verdad de que me lleven así.»
Cuando alcanzó el sendero que rodeaba el lateral de la mansión, Hunt se detuvo un momento para dejar que Daisy los adelantara y encabezara la marcha.
-Por la entrada de la servidumbre -le recordó Hunt, ante lo que la joven asintió con la cabeza.
-Sí, sé cuál es. - Daisy echó un vistazo por encima el hombro mientras los guiaba por el sendero-. Nunca había visto que una torcedura de tobillo le provocara vómitos a nadie -comentó.
-Sospecho que esto es algo más que una simple torcedura de tobillo -replicó Hunt.
-¿Cree que ha sido la infusión de corteza de sauce? -preguntó Daisy.
-No, la corteza de sauce no causaría una reacción semejante. Tengo una idea acerca de cuál es el problema, pero no podré confirmarlo hasta que lleguemos a la habitación de la señorita Peyton.
-¿Y cómo tiene pensado «confirmar» su idea? -preguntó __________________ con cautela.
-lo único que quiero hacer es echarle un vistazo a tu tobillo.- Hunt sonrió al mirada-. Estoy seguro de que me merezco eso después de llevarte en brazos tres tramos de escaleras.
Como quedó bien claro, las escaleras no le supusieron el más mínimo esfuerzo. Cuando alcanzaron el final del tercer tramo de escaleras, su respiración ni siquiera se había alterado. __________________ sospechaba que habría podido llevada diez veces más lejos sin ponerse a sudar. Cuando se lo dijo, él replicó con tono indiferente:
-Pasé la mayor parte de mi juventud llevando carne de ternera y de cerdo hasta la tienda de mi padre. Llevarla a usted es mucho más agradable.
-Qué encantador -musitó __________________ con debilidad y con los ojos cerrados-. Toda mujer sueña con que le digan que la prefieren a una vaca muerta.
La risa retumbó en el pecho de Hunt mientras se giraba para evitar que el pie de __________________ se golpeara contra el marco de la puerta. Daisy abrió la puerta para ellos y se quedó allí de pie, contemplando con ansiedad cómo Hunt llevaba a __________________ hasta la cama cubierta de brocado.
-Ya hemos llegado - dijo el hombre al tiempo que la dejaba sobre la cama; estiró el brazo para colocar un almohadón más, a fin de que ella pudiera permanecer medio incorporada.
-Gracias -susurró __________________, que no podía dejar de mirar esos ojos negros de abundantes pestañas que la contemplaban desde lo alto.
-Quiero verte la pierna.
El corazón de __________________ pareció detenerse ante aquella escandalosa declaración. Cuando su pulso volvió a la normalidad, era débil y demasiado rápido.
-Yo preferiría esperar a que llegara el doctor.
-No te estoy pidiendo permiso. -Haciendo caso omiso de sus protestas, Hunt estiró la mano hacia el dobladillo de las faldas.
-¡Señor Hunt!-exclamó. Daisy con indignación al tiempo que se apresuraba a alcanzarlo-. ¡No se atreva! La señorita Peyton está enferma y si usted no aparta sus manos del ella ahora mismo…
-No se encrespe tanto -replicó Hunt con ironía-. No voy a abusar de la virtuosa doncellez de la señorita Peyton todavía, al menos. -Su mirada se posó sobre el rostro pálido de __________________-. No te muevas. Por encantadoras que sean tus piernas, no van a incitarme a un frenesí de... -Se detuvo con una súbita inhalación al levantar las faldas y ver el hinchado tobillo-. Maldición. Hasta ahora siempre había creído que eras una mujer razonablemente inteligente. ¿Por qué demonios has bajado en semejantes condiciones?
- ¡Dios mío, __________________! -murmuro Daisy-. ¡Tu tobillo tiene un aspecto horrible!
-Antes no estaba tan mal- dijo __________________ a la defensiva-. Se ha puesto mucho peor en la última hora y... -Dio un alarido mezcla de alarma y de dolor cuando sintió que Hunt le subía un poco más las faldas-. ¿Qué está haciendo? Daisy, no le permitas...
-Voy a quitarte las medias -dijo Hunt-. Y si estuviera en tu lugar, le aconsejaría a la señorita Bowman que no interfiriera.
Daisy lo miró con el ceño fruncido y se acercó a __________________.
-Y yo le aconsejaría a usted que procediera con cautela, señor Hunt -replicó la aludida con impertinencia-. No voy a quedarme de brazos cruzados mientras usted incomoda a mi amiga.
Hunt le dirigió una mirada de ardiente socarronería al tiempo que encontraba la liga de __________________ y la desabrochaba con pericia.
-Señorita Bowman, dentro de unos minutos nos veremos invadidos por los visitantes, incluyendo a la señora Peyton, lord Westcliff y su testaruda hermana, seguidos en breve por el susodicho medico. Incluso yo, un experimentado violador, necesito algo más de tiempo para incomodar a alguien. -Su expresión cambió cuando __________________ jadeó de dolor ante su suave caricia. Con destreza, le bajó las medias con unos dedos tan suaves como plumas, pero la pierna de la joven estaba tan sensibilizada que incluso la más delicada de sus caricias le causaba un dolor insoportable-. Quédate quieta, cariño -murmuró mientras retiraba la seda de su pierna dolorida.
Sin dejar de morderse el labio, __________________ contempló cómo esa oscura cabeza se inclinaba sobre su tobillo. Hunt lo hizo girar con mucho cuidado, preocupándose de no tocarla más de lo necesario. Acto seguido, se quedó inmóvil, con la cabeza morena todavía inclinada sobre su pierna.
-Justo lo que pensaba.
Daisy se echó hacia delante y observó la zona de su tobillo que Hunt señalaba.
-¿Qué son esas pequeñas ¡parcas?
-La mordedura de una víbora -dijo Hunt sin miramientos. Se remango las mangas de la camisa, dejando al descubierto unos musculosos antebrazos cubiertos de vello oscuro.
Las dos muchachas lo miraron con asombro.
-¿Me ha mordido una serpiente?- preguntó __________________ con incredulidad.-, Pero ¿cómo? ¿Cuándo? No puede ser cierto. Habría sentido algo... ¿O no?

Hunt metió la mano en el bolsillo de la chaqueta, que todavía estaba colocada alrededor de los hombros de __________________, en busca de algo
-En algunas ocasiones, la gente no se da cuenta de la mordedura. Los bosques de Hampshire están plagados de víboras en esta época del año. Lo más probable es que ocurriera durante el paseo de esta tarde. -Tras encontrar lo que andaba buscando, sacó una pequeña navaja y la abrió.
Los ojos de __________________ se abrieron como platos a causa del miedo. - ¿Qué está haciendo?
Hunt cogió su media y la cortó limpiamente en dos.
-Un torniquete.
-¿Si-siempre lleva esa cosa consigo? -Siempre había creído que era un poco pirata y, en aquel momento, al verlo con la camisa remangada y una navaja en la mano, la imagen se vio poderosamente reforzada.
Hunt se sentó junto a su pierna estirada, le alzó las faldas hasta la rodilla y le ató un trozo de seda alrededor del tobillo.
-Casi siempre -dijo con sequedad, concentrándose en su tarea-. Ser el hijo de un carnicero me condenó a una vida de fascinación por los cuchillos.
-Jamás he creído... -__________________ se detuvo y jadeó de dolor al sentir el suave apretón de la seda.
Los ojos de Hunt volaron hacia los suyos, cargados de una nueva tensión en su expresión.
-Lo siento -dijo mientras enrollaba con cuidado la otra mitad de la media bajo la herida. Habló para distraerla al tiempo que apretaba el segundo torniquete-: Esto es lo que pasa por llevar esos malditos zapatos de baile tan debiluchos para andar por el campo. Debes de haber pisado a una víbora que tomaba el sol... y cuando vio uno de estos preciosos tobillitos, decidió darle un mordisco. -Hizo una pausa y dijo algo en voz baja que sonó como: «No puedo culparla.»
El dolor y el palpitar de la pierna llenaron de lágrimas los ojos de __________________. Sin dejar de luchar contra la mortificación de dejar escapar un sollozo, la joven hundió los dedos el grueso brocado del cubrecama que tenía debajo.

-¿ Por qué me ha empezado a doler el tobillo tanto ahora si me mordieron esta mañana?
-A veces puede tardar varias horas en hacer efecto. -Hunt miró a Daisy-. Señorita Bowman, toque la campanilla para llamar al servicio y dígales que necesitamos que hiervan presera de inmediato.
-¿Qué es la presera? -preguntó Daisy con suspicacia. -Una hierba. El ama de llaves guarda un puñado seco en su alacena desde que el jardinero jefe sufriera una mordedura el año pasado.
Daisy se apresuró a hacer lo que le habían ordenado y los dejó a ambos a solas por un instante.
-¿ Qué le ocurrió al jardinero? -preguntó __________________, que no podía controlar el castañeteo de los dientes. Se veía sacudida por estremecimientos constantes, como si la hubieran sumergido en agua helada-. ¿Murió?
La expresión de Hunt no cambió, pero ella pudo darse cuenta de que su pregunta lo había sorprendido.
-No -dijo con amabilidad y se acercó un poco más-. No, cariño... -Tomó su trémula mano entre las suyas y le entibió los dedos con un cálido apretón-. Las víboras de Hampshire no tienen veneno suficiente para matar a nada que sea más grande que un gato o un perro pequeño. -Su mirada era cariñosa cuando continuó-. Te pondrás bien. Te sentirás espantosamente mal los próximos días, pero después todo volverá a la normalidad.
-No estará tratando de ser amable, ¿verdad? -preguntó ella con inquietud.
Hunt se inclinó sobre ella y le retiró unos cuántos mechones de pelo que se le habían pegado a la frente, empapada en sudor. A pesar del tamaño de su mano, su toque era liviano y tierno.
-Jamás miento por amabilidad -murmuró con una sonrisa-. Es uno de mis muchos defectos.
Después de darle las instrucciones pertinentes a uno de los sirvientes, Daisy se apresuró a regresar junto a la cama. A pesar de que había arqueado las cejas oscuras y elegantes al ver a Hunt inclinado sobre __________________, se abstuvo de hacer comentario alguno. En cambio, preguntó:

-¿ No deberíamos hacer un corte en la picadura para dejar que salga el veneno?
__________________ le dirigió una mirada de advertencia y soltó un gemido.
-¡No le des ideas, Daisy!
Hunt miró hacia el techo un instante antes de replicar. -Eso no debe hacerse en las picaduras de víbora. -Entrecerró los ojos al mirar a __________________ y darse cuenta de que respiraba de forma rápida y superficial-. ¿Te resulta difícil respirar?
Ella asintió al tiempo que se esforzaba por introducir aire en unos pulmones que parecían haberse reducido a un tercio are tamaño habitual. Cada vez que tomaba aliento, le daba la sensación de que estuvieran comprimiéndole el pecho con un vendaje, hasta que sus costillas amenazaron con partirse a causa de la presión.
Hunt le acarició el rostro con suavidad y pasó el pulgar sobre la superficie seca de sus labios.
-Abre la boca. -Al contemplar el interior, señaló:- No tienes la lengua hinchada... Te pondrás bien. De cualquier forma hay que quitarte el corsé. Date la vuelta.
Antes de que __________________ pudiese responder, Daisy protestó con indignación.
-Yo me encargaré de ayudar a __________________ can el corsé. Salga de la habitación, por favor.
-Ya he visto a otras mujeres en corsé con anterioridad - le dijo con sarcasmo.
Daisy puso los ojos en blanco.
-No se haga el tonto, señor Hunt. Es obvio que no es usted quien me preocupa. Los hombres no les quitan los corsés a las jóvenes damas por ninguna razón, a menos que su vida corra peligro..., cosa que, como usted acaba de señalar no es el caso. Hunt la miró con una expresión torturada.
-¡Maldita sea, mujer...!
-Maldiga cuanto le venga en gama-dijo Daisy de forma implacable-. Mi hermana mayor sabe maldecir diez veces mejor que usted. -Se irguió en toda su estatura, si bien un metro y cincuenta y dos discutibles centímetros a duras penas podían impresionar a nadie-. El corsé de la señorita Peyton se quedará donde está hasta que usted salga de la habitación.
Hunt le echó un vistazo a __________________, quien de repente necesitaba tanto respirar que apenas le importaba quién le quitara el corsé con tal de que lo hiciera alguien.
-Por el amor de Dios -dijo Hunt con impaciencia y caminó a grandes pasos hasta la ventana para darles la espalda-. No voy a mirar. Hágalo ya.
Daisy obedeció a toda prisa al darse cuenta de que, al parecer, aquélla iba a ser la única concesión que Hunt se mostrara dispuesto hacer. Retiró la chaqueta del cuerpo rígido de __________________.
-Desataré los lazos de la espalda y te dejaré el vestido encima le susurró a su amiga-. De ese modo estarás decentemente cubierta.
__________________ no pudo reunir el aliento suficiente para decirle que cualquier preocupación que pudiese haber albergado con respecto a la decencia palidecía al compararla con el acuciante problema que suponía no poder respirar. Sin dejar de jadear con fuerza, se giró hacia un lado y notó cómo los dedos de Daisy se introducían tras la empapada espalda de su vestida de baile. Sus pulmones se contorsionaban en frustrados intentos por introducir el preciado aire. Dio un afanoso gemido y comenzó a jadear con desesperación.
Daisy soltó unas cuantas maldiciones.
-Señor Hunt, me temo que debo pedirle prestada su navaja... Los cordones del corsé están anudadas y no puedo... ¡Ay!
La última exclamación se produjo cuando Hunt se acercó como una exhalación a la cama, la apartó a un lado sin muchas ceremonias y se dispuso a encargarse él mismo del corsé. Tras unas cuantas y prudentes aplicaciones de la navaja, la obstinada prenda de vestir liberó las costillas de __________________ de su férrea constricción.
__________________ notó cómo separaba la rígida prenda de su cuerpo, dejando tan sólo el delgado velo de la enagua entre la mirada del hombre y su piel desnuda. Debido al estada en que se encontraba aquella exposición no representaba una preocupación acuciante. No obstante, sabía muy bien que más tarde se moriría de vergüenza.
Hunt se inclinó sobre ella después de tumbarla de espaldas como si no fuera más que una muñeca de trapo.

-No aspires con tanta fuerza, cielo. -Colocó la mano, sobre la parte superior de su pecho. La miró a los ojos fijamente y empezó a frotada en relajantes círculos-. Despacio. Tienes que relajarte un poco.
Sin apartar la mirada del oscuro resplandor de sus ojos, __________________ trató de obedecer, pero se le cerraba la garganta con cada jadeante aliento. Iba a morirse de asfixia en aquel mismo momento.
Él no permitió que apartara los ojos.
-Te pondrás bien. Deja que el aire entre y salga con suavidad. Despacio. Eso es. Así. -De alguna forma, el cálido peso de su mano sobre el pecho pareció ayudada, como si tuviese el poder de lograr que los pulmones recuperaran su ritmo normal-. Lo peor pasara dentro de nada -dijo Hunt.
-Vaya, qué alivio. -Trató de responder de forma sarcástica, pero el esfuerzo hizo que se atragantara y que empezara a tener hipo.
-No intentes hablar... Sólo respira. Otro de los largos, muy despacio... y otro más. Buena chica.
A medida que __________________ recuperaba poco a poco el aliento, el pánico empezó a desvanecerse. Aquel hombre tenía razón: era más fácil si no luchaba por respirar. El sonido de sus jadeos quedaba amortiguado por la fascinante suavidad de su voz.
-Eso es -murmuró Hunt-. Así es como hay que hacerlo.
La mano seguía moviéndose en círculos suaves y lentos sobre su pecho. No había nada sexual en sus caricias... De hecho, bien podría haber sido una niña a la que él tratara de tranquilizar. __________________ estaba perpleja. ¿Quién se habría imaginado que Nicholas Hunt podía mostrarse tan dulce?
Movida a partes iguales por la gratitud y la confusión, busco a tientas la enorme mano que se movía con tanta gentileza sobre su pecho. Estaba tan débil que ese gesto consumió todas sus fuerzas. Hunt comenzó a retirar la mano al asumir que ella pretendía apartarla, pero cuando sintió que los dedos de la joven se curvaban alrededor de los suyos, se quedó muy quieto.
-Gracias -musitó __________________.
El contacto hizo que Hunt se tensara de forma obvia, como si el hecho de que ella lo tocara hubiese enviado una especie de descarga a su cuerpo. La miró, pero no a la cara; contemplo los delicados dedos que estaban entrelazados con los suyos como lo haría un hombre que tratara de resolver un complejo rompecabezas. Todavía inmóvil, prolongó el instante mientras bajaba los párpados para ocultar su mirada.
__________________ se humedeció los labios secos con la lengua y descubrió que aún no podía sentirlos.

-Tengo la cara dormida -dijo con un hilo de voz al tiempo al tiempo que soltaba la mano del hombre.
Hunt la contempló con la sonrisa irónica de alguien que acaba de descubrir algo sobre sí mismo que no esperaba.
-La presera ayudará. -Colocó la mano en uno de los lados de la garganta de __________________ y deslizó el pulgar a lo largo del borde de la mandíbula en un gesto que sólo podía calificarse como una caricia. - Eso me recuerda... -Echó un vistazo por encima del hombro, como si acabara de recordar que Daisy se encontraba en la habitación-. Señorita Bowman, ¿ha traído ya ese maldito sirviente...?
-Está aquí -dijo la chica de pelo oscuro mientras se acercaba desde la puerta con la bandeja que acababan de llevar. Al parecer, ambos habían estado demasiado absortos el uno en el otro como para notar la llamada a la puerta del sirviente-. El ama de llaves ha enviado una infusión de presera, que huele fatal, y también una botellita que el sirviente dijo que era «solución de ortiga». Y parece que el doctor acaba de llegar y que estará aquí arriba en cualquier momento...lo que significa que usted debe marcharse, señor Hunt.
El hombre apretó la mandíbula.
-Todavía no.
-Ahora mismo-dijo Daisy con urgencia-. Al menos, salga ahí fuera. Por el bien de __________________. Su reputación quedará arruinada si lo ven aquí dentro.
Hunt miró a __________________ con el ceño fruncido.
-¿Quieres que me vaya?
En realidad, no quería; sentía un irracional deseo de rogarle que se quedara. ¡Dios Santo! ¡Qué mal debían de estar las cosas para que ella sintiera semejante anhelo por la compañía de un hombre al que detestaba! Sin embargo, durante los pasados minutos, se había establecido una frágil conexión entre ellos, y se descubrió en el extraño aprieto de ser incapaz de decir, «sí» o «no».

-Seguiré respirando -susurró al final-. Sería mejor que se marchara.
Hunt asintió.
-Esperaré en el pasillo -anunció de mala gana antes de levantarse de la cama. Le hizo un gesto a Daisy para que se acercara con la bandeja y volvió a mirar a __________________-. Bébete la infusión de, presera sin importar lo horrible que sea su sabor o yo veré aquí y te la haré tragar. -Cogió su chaqueta y salió de la habitación.
Con un suspiro de alivio, Daisy dejó la bandeja en la mesita que había junto a la cama.
-Gracias a Dios -dijo-. No estaba segura de cómo iba a lograr que se marchara si se negaba a hacerla. Espera..., deja que te ayude a incorporarte un poco y te pondré otro almohadón por detrás. -La joven la levantó con eficiencia, demostrando una sorprendente competencia. Daisy cogió una enorme taza de barro que contenía un líquido humeante y presionó el borde contra sus labios-. Toma un poco de esto, querida.
__________________ tragó el amargo líquido marrón y apartó la cara. -¡Puaj!
-Más -dijo Daisy de forma implacable al tiempo que lo inclinaba sobre su boca una vez más.
__________________ bebió de nuevo. Tenía la cara tan dormida que no fue consciente de que parte de la medicina se había derramado de sus labios hasta que Daisy cogió una servilleta de la bandeja y le limpió la barbilla. Con mucho cuidado, __________________ levantó la mano y exploró con la punta de los dedos la hormigueante superficie de su piel.
-Es una sensación de lo más extraña -dijo con voz mal articulada-. No puedo sentir la boca. Daisy..., no me digas que he estado babeando mientras el señor Hunt estaba aquí... .
-Por supuesto que no -respondió Daisy de inmediato-. De haber sido así, yo habría hecho algo. Una amiga de verdad no permite que otra amiga babee cuando hay un hombre presente. Ni quiera si ese hombre es alguien a quien no se desea atraer.
Aliviada, __________________ se esforzó por tragar un poco más de la infusión de presera, que tenía un sabor muy parecido al del café quemado. Tal vez fueran imaginaciones provocadas por una esperanza absurda, pero comenzaba a sentirse un poquito mejor.

-A Lillian debe de haberle costado sudor y lágrimas encontrar a tu madre -comentó Daisy-. No puedo imaginar qué las está retrasando tanto. -Se echó un poco hacia atrás para mirar a __________________, y sus ojos castaños resplandecieron-. En realidad, me alegro, la verdad. Si hubiesen venido enseguida, no habría podido ver cómo el señor Hunt se transformaba de un lobo grande y malo en... Bueno..., en algo parecido a un lobo bueno.
A desgana, __________________ soltó una pequeña carcajada. -Todo un espectáculo, ¿no es cierto?
-Sí, desde luego que sí. Tan arrogante y autoritario... Como lino de los personajes de esas tórridas novelas que mamá siempre me quita de las manos. Menos mal que estaba aquí, o es muy probable que él hubiese dejado a la vista todas tus partes innombrables.
-Continuó parloteando mientras ayudaba a __________________ a beber más infusión y le limpiaba la barbilla una vez más-. ¿Sabes? Jamás habría creído que diría esto, pero el señor Hunt no es tan horrible como pensaba.
__________________ frunció los labios de forma experimental al percibir que había recuperado parte de la sensibilidad y compuso un mohín.
-Al parecer, tiene sus méritos. Sin embargo..., no esperes que la transformación sea permanente.


Danne G.
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Mensaje por chelis Sáb 31 Mar 2012, 6:52 pm

es tooodooo un heroooeeeeee!!!!!!
y mira que si es un caballlerooooo!!!
tierno y aaaaiiii muy lindoooooo!!!!!!
porfaaaa pon otro capis
chelis
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Mensaje por Flor Lun 02 Abr 2012, 8:28 pm

Awwwwwwwwwwwwww cada vez amo más esta novela! quiero que la sigas ya!
voy a poner en mi firma tu web nove :D
Flor
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Mensaje por chelis Miér 04 Abr 2012, 3:41 pm

UN CAAAAPIIIIIISS
chelis
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Mensaje por Flor Miér 04 Abr 2012, 10:10 pm

Quiero más capitulosssss!!!!!!!
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Mensaje por Flor Miér 04 Abr 2012, 10:11 pm

Ya quiero saber que pasa ! , muero porque ______ y Nick se den un beso y además que nick se de cuenta que la ama!!!!
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Mensaje por chelis Jue 05 Abr 2012, 6:07 pm

un caaapiiiiss
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Mensaje por Danne G. Vie 06 Abr 2012, 12:52 pm

Viene el 13, espeor lo disfruten y comenten más chicas porque sinceramente si no veo las ganas de leer de todas voy a tener que dejar de postear la nove porque saco tiempo de mis días para editarles y subirles. Dejo el tiempo para escribir mis libros por darles el placer de leer los libros de Lisa con la protagonismo de Nick en ellas. Así que queda en sus manos chicas. Subiré de nuevo cunado vea que hay verdaderos frutos.


13° Capítulo.



Apenas habían pasado dos minutos cuando apareció el grupo que Nicholas predijera poco antes y que estaba integrado por el medico, lord Westcliff, la señora Peyton y Lillian Bowman. Con los hombros reclinados contra la pared, Nicholas los observó con actitud escrutadora. Personalmente, encontraba muy divertida la obvia antipatía que existía entre Westcliff y la señorita Bowman, cuya evidente y recíproca animosidad dejaba claro que había habido algo mas palabras entre ellos.
El médico era un anciano de aspecto respetable, que llevaba casi tres décadas atendiendo a Westcliff ya sus parientes, los Marscherh. Tras clavar en Nicholas esos penetrantes ojos, hundidos en un rostro arrugado por la edad, el anciano preguntó con imperturbable tranquilidad:
-Señor Hunt, me han informado de que usted ayudó a la joven a llegar a su habitación. ¿Es eso cierto?
De manera concisa, Nicholas comenzó a describir al médico los síntomas y el estado de ________________, si bien omitió que había sido él y no Daisy, quien había descubierto las evidencias de la mordedura en el tobillo de la joven. La señora Peyton lo escuchaba con el rostro pálido por la angustia. Sin dejar de fruncir el ceño, lord Westcliff se inclinó para murmurar algo al oído de ésta, que asintió y le dio las gracias de modo distraído. Nicholas supuso que Westcliff acababa de prometer a la mujer que su hija disfrutaría de los mejores cuidados hasta su completa recuperación.
-Es evidente que no podré confirmar la opinión del señor Hunt hasta haber examinado a la joven -recalcó el médico-. No obstante, sería aconsejable que comenzaran a hervir un poco de presera, en previsión de que la enfermedad haya sido ocasionada por una mordedura de víbora...
-Ya ha bebido un poco -lo interrumpió Nicholas-. Ordené que hicieran una infusión hace un cuarto de hora.
El doctor lo miró con esa expresión vejatoria reservada a aquellos que se aventuraban a anunciar un diagnóstico sin haber obtenido la titulación en medicina.
-Esa planta es un narcótico muy efectivo, señor Hunt, y potencialmente peligroso en el caso de que el paciente no sufra de una mordedura de serpiente venenosa. Debería haber esperado a contar con la opinión de un médico antes de administrarla.
-Los síntomas de una mordedura de víbora son inconfundibles-replicó Nicholas con impaciencia, deseando que el hombre dejara de demorarse en el pasillo y fuese de inmediato a hacer su trabajo-. Además, quería aliviar las molestias de la señorita Peyton lo antes posible.
Las abundantes y canosas cejas del anciano a punto estuvieron de ocultar sus ojos.
-Está muy seguro de su propio juicio -fue su irritado comentario.
-Sí -contestó Nicholas sin parpadear.
De súbito, el conde intentó sofocar sin éxito una carcajada, antes de colocar una mano sobre el hombro del médico.
-Me temo, señor, que nos veremos obligados a permanecer aquí fuera de modo indefinido si trata de convencer a mi amigo de que ha hecho algo de modo incorrecto. «Intransigente» es el adjetivo más suave que se le podría aplicar al señor Hunt. Le aseguro que sería mucho mejor que concentrara todos sus esfuerzos en el cuidado de la señorita Peyton.
-Tal vez -contestó el doctor de mal humor-. Aunque se diría que mi presencia resulta innecesaria a la luz del avezado diagnóstico del señor Hunt.-Y con ese comentario sarcástico, el anciano entró en la habitación, seguido de la señora Peyton y Lillian Bowman.
Una vez a solas en el pasillo con Westcliff, Nicholas puso los ojos en blanco.

-Viejo cabrón amargado... -murmuró-. ¿Es que no podías haber traído a alguien más decrépito, Westcliff? Dudo mucho que vea u oiga lo suficiente para ser capaz de emitir su propio diagnostico, maldita sea.

El conde alzó una de sus negras cejas mientras observaba a Nicholas con un risueño aire de superioridad.
-Es el mejor médico de todo Hampshire. Acompáñame a la planta baja, Hunt. Vamos a tomarnos unas copas de brandy.
Nicholas miró de soslayo a la puerta de la habitación que permanecía cerrada.
-Luego.
Westcliff respondió con un tono de voz despreocupado y demasiado edulcorado.
-¡Vaya! Perdóname. Está claro que prefieres esperar al médico junto a la puerta, como un perro vagabundo que aguardara las sobras de la cocina. Estaré en mi despacho... Sé un buen chico y corre a comunicarme las noticias en cuanto sepas algo.
Nicholas lo miró con frío desdén, obviamente molesto, antes de apartarse de la pared.
-Está bien -gruñó-, Voy contigo.
El conde asintió con la cabeza para mostrar su satisfacción. -El doctor me dará su informe en cuanto acabe de examinar a la señorita Peyton.
Nicholas iba sumido en sombrías reflexiones, mientras acompañaba a Westcliff en dirección a la escalinata, sobre su comportamiento de hacía unos minutos. Dejarse arrastrar por las emociones en lugar de seguir los dictados de la razón era una experiencia nueva para él y no le gustaba en absoluto. De todos modos, no parecía tener mucha importancia que le gustara o no. En cuanto se dio cuenta de que ________________ estaba enferma, tuvo la impresión de que el pecho se le quedaba vacío, como si le hubieran arrancado el corazón. Ni siquiera se había cuestionado el hecho de que haría cualquier cosa para mantenerla sana y salva, Y, en esos momentos en los que ella había luchado para seguir respirando mientras lo miraba con el dolor y el miedo reflejado en los ojos, habría hecho cualquier cosa por ella. Cualquier cosa.
Que Dios lo ayudara si ________________ descubría alguna vez el poder que tenía sobre él... Un poder que amenazaba de forma peligrosa tanto su orgullo como su autocontrol. Quería poseerla en cuerpo y alma, de cualquier forma imaginable que la intimidad pusiera a su disposición. La profundidad de la pasión que la muchacha despertaba en él lo asombraba; una pasión que no dejaba de crecer. Ninguno de sus allegados lo entendería, y menos aún Westcliff. El conde acostumbraba mantener sus emociones y deseos bajo un férreo control, y no dudaba en demostrar su desprecio por todos aquellos que hacían el tonto en aras del amor.
Y no podía decirse que lo que sentía fuera amor... Nicholas no iría tan lejos como para admitir semejante afirmación. No obstante, iba mucho más allá del mero deseo físico, Y exigía, como mínimo, una posesión absoluta.
Obligándose a ocultar esas emociones bajo una máscara inexpresiva, Nicholas siguió a Westcliff al interior de su estudio.
Era una estancia pequeña y austera, con las paredes cubiertas de paneles de brillante madera de roble y cuya única ornamentación consistía en una extensa vidriera. Con sus ángulos rectos y su mobiliario de estilo serio, el lugar no resultaba precisamente acogedor. Sin embargo, era una estancia muy masculina, donde se po-día fumar, beber y hablar sin tapujos. Nicholas aceptó la copa de brandy que le ofreció Westcliff, se sentó en una de las incómodas sillas colocadas frente al escritorio y se bebió el licor de un solo trago. Acto seguido, alargó la copa e inclinó la cabeza para dar las gracias sin necesidad de hablar en cuanto su amigo volvió a llenarla.
Antes de que Westcliff se lanzara a una innecesaria diatriba acerca de ________________, Nicholas decidió distraerlo con otro tema:
-N pareces llevarte muy bien con la señorita Bowman -dijo, sin darle mayor importancia.
Como estrategia de distracción, la referencia a la señorita Bowman fue de lo más efectiva. Westcliff respondió con un hosco gruñido.
-Esa mocosa malcriada se ha atrevido a sugerir que yo soy el culpable del accidente de la señorita Peyton -dijo al tiempo que se servía otra copa de brandy.
Nicholas alzó las cejas.
-¿ y cómo es posible que tú seas el culpable?
-La señorita Bowman parece creer que, como anfitrión, es responsabilidad mía asegurarme de que mi propiedad no esté «invadida por una plaga de víboras venenosas»; ésas fueron sus palabras exactas.
-¿ y qué le respondiste?
-Me limité a señalarle a la señorita Bowman que los invitados que deciden permanecer vestidos cuando se aventuran de puertas afuera no suelen acabar con una mordedura de víbora. .
Nicholas no pudo evitar sonreír ante el comentario.
-Sólo está preocupada por su amiga.
Westcliff asintió con aspecto malhumorado.
-No puede afrontar la pérdida de una de ellas, ya que indudablemente, su número es bastante escaso.
Nicholas contempló las profundidades de su copa sin dejar de sonreír.
-Vaya nochecita más difícil has tenido... -escuchó que Westcliff le decía, recurriendo al sarcasmo-. Primero, te ves obligado a llevar el joven y núbil cuerpo de la señorita Peyton todo el largo camino hasta su habitación... Y; después, tienes que examinar su pierna herida. Una experiencia de lo más desagradable para ti, sin duda.
La sonrisa de Nicholas se esfumó.
-Yo no he dicho que le examinara la pierna.
El conde lo observó con una mirada perspicaz.
-No hacía falta. Te conozco lo bastante bien como para asumir que no has desaprovechado semejante oportunidad.
-Admito que le he echado un vistazo a su tobillo. Y también que le corté los lazos del corsé cuando se hizo evidente que no podía día respirar. -La mirada de Nicholas retó al conde a que hiciera alguna objeción al respecto.
-Un muchacho muy servicial-murmuró Westcliff. Nicholas resopló.
-Aunque te resulte difícil de creer, el sufrimiento de una mujer no me provoca ningún tipo de lascivia.

Westcliff se reclinó en su silla y le lanzó una mirada fría e inquisitiva que consiguió que a Nicholas se le erizara el vello de la nuca.
-Espero que no seas tan imbécil como para enamorarte de una criatura como ésa. Ya conoces mi opinión sobre la señorita Peyton...
-Sí, la has puesto de manifiesto en varias ocasiones.
-Y, además -continuó el conde-, me desagradaría mucho ver que uno de los pocos hombres con sentido común que conozco acaba convertido en uno de esos imbéciles que van por ahí balbuceando y arrojando sus sensibleras emociones a los cuatro vientos.
-No estoy enamorado.
-Pues estás... algo -insistió Westcliff-. Desde que te conozco, jamás te había visto hacer un despliegue sentimental como el que has hecho delante de la puerta de su habitación.
-Lo único que he desplegado ha sido un poco de compasión por otro ser humano.
El conde lanzó un resoplido.
-Bajo cuyos calzones estás deseando meterte.
La franca exactitud de la observación provocó una recalcitrante sonrisa en Nicholas.
-Lo deseaba hace dos años -admitió-. Ahora se ha convertido en una especie de necesidad vital.
Westcliff dejó escapar un gruñido y se frotó el estrecho puente de la nariz con dos dedos.
-No hay cosa que odie más que ver a un amigo encaminarse directo al desastre. Tu debilidad, Hunt, reside en esa incapacidad para rechazar cualquier desafío. Incluso cuando el desafío no está a tu altura.
-Me gustan los desafíos. -Nicholas hizo girar el brandy en su copa-. Pero eso no tiene nada que ver con mi interés por ella.
-¡Santo Dios! -murmuró el conde-. Bébete el brandy o deja de jugar con él. Vas a marear al licor con tantas vueltas.
Nicholas le dedicó una mirada alegre, si bien un tanto misteriosa.
-Y ¿cómo, exactamente, se «marea» una copa de brandy? No, me lo digas; mi rústico cerebro no sería capaz de entender el concepto. - De modo obediente, tomó un sorbo y dejó la copa a un lado-. Y, ahora, ¿de qué estábamos hablando? ¡Ah, sí! Demi debilidad. Antes de que sigamos discutiendo el asunto, quiero que admitas que, en algún momento de tu vida, has prestado más atención al deseo que al sentido común. Porque, de no ser así, no tiene ningún sentido seguir hablando contigo de este tema.
-Por, supuesto que lo he hecho. Cualquier hombre que tenga más de doce años lo ha hecho. Sin embargo, la razón de tener un intelecto superior, no es otra que la de prevenir que caigamos en semejantes errores repetidamente...
-Bueno, pues ahí se encuentra la raíz de mi problema - concluyó Nicholas de modo razonable-. No me preocupa en absoluto esa cuestión sobre el intelecto superior. Hasta ahora, me las he apañado muy bien con mi intelecto inferior.
La mandíbula del conde adquirió una expresión pétrea.
-Existe una razón por la que la señorita Peyton y sus carnívoras amistades no se han casado, Hunt. Son problemáticas. Si los acontecimientos de esta tarde no te lo han dejado claro, es que no hay esperanza alguna para ti.

Tal y como Nicholas había anticipado, ________________ sufrió un malestar constante durante los días siguientes. Había acabado familiarizándose, por desgracia, con el sabor de la infusión de presera que, según prescripción del doctor, debía tomar el primer día a intervalos de cuatro horas, y a partir de entonces, cada seis. Si bien era cierto que la infusión ayudaba a que los síntomas provocados por el veneno de la víbora remitieran, seguía sin poder dormir bien y era incapaz de concentrarse en cualquier actividad más de dos minutos, a pesar de que deseaba entretenerse con algo que aliviara su aburrimiento.
Sus amigas hicieron todo lo posible por alegrarla y distraerla por lo cual ________________ estaba más que agradecida. Evie se sentaba junto a ella en la cama y le leía pasajes de una espeluznante novela que había sacado a hurtadillas de la biblioteca. Daisy y Lillian le traían los últimos cotilleos y la hacían reír con sus traviesas imitaciones de los distintos invitados. A petición suya, le informaban puntualmente de los progresos en la carrera por ganar las atenciones de lord Kendall. En particular, había una muchacha alta, delgada y de cabello rubio, Lady Constante Darrowby, que parecía haber atraído el interés del aristócrata.


-En mi opinión, es de lo más frígida -dijo Daisy con franqueza-. Tiene una forma de fruncir la boca que me recuerda a uno de esos monederos en los que hay que tirar de un lazo para cerrarlos, por no mencionar esa horrible costumbre de reírse como una estúpida mientras se tapa la boca con la mano, como si fuera impropio de una dama ser vista riendo en público.
-Debe de tener los dientes torcidos -aventuró Lillian, esperanzada.
-Creo que es bastante aburrida-prosiguió Daisy-. No puedo imaginarme de qué hablará con Kendall, pero éste parece de lo más interesado.
-Daisy -interrumpió Lillian-, estamos hablando de un hombre que cree que la mayor diversión es la contemplación de las plantas. SU umbral del aburrimiento es, obviamente, inalcanzable.
-Después de la fiesta de hoy en el lago, se celebró una merienda campestre -informó Daisy a ________________- y, por un increíble y satisfactorio momento, creí haber pillado a lady Constance en una situación comprometida con uno de los invitados. Desapareció durante unos minutos junto a un caballero que no era lord Kendall. -¿y quién era? -preguntó ________________.
-El señor Benjamin Muxlow, un vecino perteneciente a la aristocracia rural. Ya sabes, ese tipo de hombre que es la sal de la tierra, que posee unas cuantas hectáreas de tierras más que decentes y un puñado de sirvientes y que pretende que una esposa le dé ocho o nueve hijos, le remiende los puños de las camisas y le haga pudín de sangre de cerdo en la época de la matanza...
-Daisy -la interrumpió Lillian al ver que el rostro de ________________ había adquirido cierto tono verdoso-, intenta ser un poco menos repugnante, ¿quieres? -Sonrió a ________________ a modo de disculpa-. Lo siento, querida. Pero debes admitir que los ingleses estáis dispuestos a comer ciertas cosas que harían a un americano huir de la mesa chillando de horror.
-A lo que iba -continuó Daisy con exagerada paciencia-, lady Constance desapareció después de haber sido vista en la compañía del. señor, Muxlow y, como era natural, fui a buscarlos con la esperanza de poder ver algo que la desacreditara y así conseguir que Lord Kendall perdiera todo interés en ella. Ya te puedes imaginar mi satisfacción en cuanto los descubrí debajo de un árbol con las cabezas muy juntas.
- ¿Se estaban besando? -inquirió ________________.
-No, maldita sea. Muxlow estaba ayudando a lady Constante, a devolver al nido a un pequeño petirrojo que se había caído.
- ¡Vaya! -________________ hundió los hombros antes de añadir malhumorada-: Qué tierno por su parte.
Sabía que su abatimiento se debía, en cierta medida, a los efectos del veneno de la serpiente, por no mencionar su desagradable antídoto. No obstante, el hecho de conocer la causa de su falta de ánimo no ayudaba en absoluto a que éste mejorara.
Al ver que ________________ parecía decaída, Lillian cogió un cepillo cuyo mango de plata estaba bastante deslustrado.
-Olvídate de lady Constance y de lord Kendall por ahora- le ordenó-. Déjame que te trence el cabello; te sentirás mucho mejor cuando lo tengas apartado de la cara.
- ¿Dónde está mi espejo? -preguntó ________________, que se inclinó hacia delante para que Lillian pudiera sentarse tras ella.
-No lo he encontrado -fue la tranquila respuesta de Lillian. ________________ no había pasado por alto la conveniente desaparición del espejo. Sabía que la enfermedad había hecho estragos en su físico: su cabello había perdido el brillo y su piel carecía del saludable color que solía tener. Además, las constantes náuseas le impedían comer, por lo que sus brazos tenían un aspecto mucho mas delgado de lo normal mientras descansaban lánguidamente sobre el cubrecama.


Esa misma noche, tumbada en el lecho a causa de sus malestares, el sonido de la música y de la danza llegó flotando hasta ella a través de la ventana de su habitación, procedente del salón de baile de la planta baja. Al imaginarse a lady Constance bailando un vals en brazos de lord Kendall, se movió inquieta entre las sábanas y llegó a la triste conclusión de que sus oportunidades de contraer matrimonio habían desaparecido.
-Odio las víboras -gruñó mientras observaba a su madre, la cual estaba ordenando los objetos colocados sobre la mesita de noche: cucharillas pegajosas por la medicina, frascos, pañuelos, un cepillo para el pelo y unas cuantas horquillas-. Odio estar enferma y odio pasear por el bosque y, sobre todo, ¡odio jugar al rounders en pololos!
-¿Qué acabas de decir, queridita? -preguntó Philippa, que estaba a punto de colocar unos cuantos vasos vacíos sobre una bandeja.
________________ negó con la cabeza, afectada por una repentina tristeza.
-Yo... nada, mamá. He estado pensando... Quiero regresar a Londres en un par de días, cuando esté mejor para viajar. No tiene sentido quedamos más tiempo aquí. Lady Constance ya es prácticamente lady Kendall y no tengo ni los ánimos ni el aspecto necesarios para atraer la atención de cualquier otro. Además...
-Yo no perdería las esperanzas todavía -comentó Philippa, que soltó la bandeja antes de inclinarse sobre su hija para acariciarle la frente en un gesto tierno y maternal-. Aún no se ha anunciado compromiso alguno y lord Kendall ha preguntado por ti con mucha frecuencia. Además, no olvides el enorme ramo de campanillas azules que te envió. Las recogió él mismo, según me dijo.
Exhausta, ________________ echó un vistazo al rincón donde habían colocado el enorme arreglo floral cuyo intenso perfume flotaba en el aire.
-Mamá, he estado a punto de pedírtelo en varias ocasiones... ¿Podrías llevártelo de aquí? Es precioso y el gesto es encantador... Pero el olor...
-¡Vaya! No lo había pensado -dijo Philippa de inmediato. Se dirigió sin pérdida de tiempo hacia el ramo y cogió el jarrón con las flores azules de tallos curvos antes de encaminarse a la puerta-. Lo dejaré en el recibidor y le diré a una doncella que se las lleve... -Su voz se perdió a medida que se alejaba, entregada a su tarea.
________________ comenzó a juguetear con el débil metal ondulado de una horquilla que había caído sobre la cama y frunció el ceño. El ramo de Kendall había sido uno entre muchos otros, en realidad. Las noticias de su enfermedad le habían granjeado un buen número de muestras de simpatía por parte de los invitados que se alojaban en Stony Cross Park. Incluso lord Westcliff le había enviado un ramo de rosas del invernadero en su nombre y en el de los Marsden.

La proliferación de jarrones de flores había conferido a la habitación un aspecto un tanto fúnebre. Curiosamente, no había llegado ni un solo regalo de parte de Nicholas Hunt... Ni una nota, ni unas flores. Tras su solícito comportamiento dos noches atrás, ________________ había esperado algo por su parte. Alguna pequeña muestra de preocupación... Sin embargo, resolvió que, tal vez, Hunt había llegado a la conclusión de que era una criatura problemática y absurda que no merecía ser objeto de sus atenciones en lo sucesivo. Si eso era cierto, se alegraría sobremanera de no volver a soportar sus groserías.
No obstante, en lugar de alegrarse, se le llenaron los ojos de lágrimas y sintió una extraña presión en la garganta. No acababa el entender sus propias reacciones. Como tampoco era capaz de identificar la emoción que subyacía bajo toda esa enorme desesperanza. Parecía estar poseída por un indescriptible y extraño anhelo... al que ojalá pudiera ponerle nombre. Ojalá... I
-Bueno, esto sí que es extraño -dijo Philippa, que parecía muy asombrada al regresar a la habitación-. Acabo de enconar esto justo detrás de la puerta. Alguien las ha dejado ahí, pero no lo acompaña ninguna nota. Y, por su aspecto, son nuevas, a estrenar ¿Crees que las ha dejado alguna de tus amigas? Ha debido de ser una de ellas. Un regalo tan excéntrico sólo se le puede ocurrir a una de esas chicas americanas.
Cuando levantó la cabeza de la almohada, ________________ descubrió un par de objetos en su regazo que observó con total desconcierto. Se trataba de un par de botines atados con un alegre lazo rojo. La piel era suave como la mantequilla y estaba teñida con un elegante color bronce. Los habían lustrado hasta hacerlos brillar como cristal. Con el tacón de piel bajo y las suelas cosidas con diminutas puntadas, eran unas botas para darles uso, pero sin dejar de lado la elegancia. Estaban adornadas con un delicado bordado de hojas que cubrían toda la parte delantera. Mientras las contemplaba, ________________ sintió que la risa comenzaba a burbujear en su interior.
-Debe de ser un regalo de las Bowman -dijo... aunque sabia que no era cierto.
Las botas eran un regalo de Nicholas Hunt, quien sabía de buena tinta que un caballero jamás debía regalar una prenda de vestir a una dama. ________________ era consciente de que debería devolverlas de inmediato, y así lo pensó al tiempo que las sujetaba con fuerza. Sólo Hunt podía conseguir regalarle algo tan práctico y, a la vez, tan inaceptablemente personal.
Con una sonrisa en los labios, desató el lazo rojo y alzó uno de los botines. Era muy ligero y supo, con tan sólo echarle un vistazo, que le quedarían perfectos. ¿Cómo se las habría arreglado Hunt para saber el número que ella calzaba y dónde los habría conseguido? Deslizó el dedo a lo largo de las diminutas y exquisitas puntadas que unían la suela a la brillante piel broncínea de la parte superior.
-Son muy bonitos -comentó Philippa-. Demasiado bonitos para caminar por el campo embarrado.
________________ alzó una de las botas hasta su nariz y respiró el olor limpio y agreste de las botas recién lustradas. Pasó la yema de un dedo por el suave borde superior y la alejó un tanto para apreciarla a distancia, como si fuera una valiosa escultura.
-Ya he dado bastantes paseos por el campo -replicó con una sonrisa-. Estos botines me vendrán de perlas para caminar por los caminos de gravilla en los jardines.
Philippa, que la miraba con cariño, alargó el brazo para acariciarle el pelo.
-Nunca habría pensado que un nuevo par de botas te animaría tanto; pero me alegro muchísimo. ¿Llamo para que suban una bandeja con un poco de sopa y unas tostadas, querida? Tienes que intentar comer algo antes de la próxima infusión.
________________ hizo una mueca de asco.
-Sí, me apetece un poco de sopa.
Philippa asintió con satisfacción y alargó un brazo para apartar los botines.
-Te Quitaré esto de encima y los dejaré en el armario...
-Todavía no -murmuró ________________, sujetando uno de ellos con gesto posesivo.
Philippa sonrió mientras se acercaba al cordón para llamar a la servidumbre.
Mientras ________________ se recostaba y seguía acariciando la sedosa piel con las yemas de los dedos, sintió que la presión que le agobiaba el pecho se aliviaba un poco. Sin duda era la señal de que los efectos del veneno se desvanecían..., pero eso no explicaba por que de pronto se sentía aliviada y tranquila.
Tendría que darle las gracias a Nicholas Hunt, por supuesto y decirle que su obsequio no era apropiado. Y si reconocía que el quien le había regalado las botas, no tendría más remedio que devolvérselas. Un libro de poesía, una caja de caramelos o un ramito de flores hubiese sido algo muchísimo más apropiado. Pero ningún otro regalo habría sido tan enternecedor como ése.
________________ no se separó de las botas en toda la noche, a pesar la advertencia de su madre de que traía mala suerte dejar los zapatos sobre la cama. Cuando finalmente cedió al sueño, con la música de la orquesta aún flotando a través de la ventana, consintió dejarlas sobre la mesita de noche. Y, al despertar por la mañana, la visión de los botines la hizo sonreír.


Danne G.
Danne G.


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Mensaje por chelis Vie 06 Abr 2012, 3:32 pm

AAII QUE LINDO DETALLLEE DE NICK
JEJEJEJE
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