O W N
¡Conéctate y ven a divertirte con nosotr@s! :)
Si no estás registrado, hazlo y forma parte de nuestra gran comunidad.
¡La administración ha modificado otra vez el foro, y los Invitados ya pueden ver todas las secciones! Aún así, para comentar y crear temas debes tener una cuenta.

Cualquier duda, queja o sugerencia que quieras darle al staff, éste es nuestro facebook: https://www.facebook.com/onlywebnovels

¡IMPORTANTE!, los Mensajes Privados de los Invitados no serán respondidos por la administración. Te esperamos en nuestro facebook (:

Atte: Staff OnlyWns.

Unirse al foro, es rápido y fácil

O W N
¡Conéctate y ven a divertirte con nosotr@s! :)
Si no estás registrado, hazlo y forma parte de nuestra gran comunidad.
¡La administración ha modificado otra vez el foro, y los Invitados ya pueden ver todas las secciones! Aún así, para comentar y crear temas debes tener una cuenta.

Cualquier duda, queja o sugerencia que quieras darle al staff, éste es nuestro facebook: https://www.facebook.com/onlywebnovels

¡IMPORTANTE!, los Mensajes Privados de los Invitados no serán respondidos por la administración. Te esperamos en nuestro facebook (:

Atte: Staff OnlyWns.
O W N
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.
Conectarse

Recuperar mi contraseña

Últimos temas
» El comienzo (Damon Salvatore & tú)
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyMiér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22

» My dearest
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyLun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick

» Sayonara, friday night
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyLun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick

» in the heart of the circle
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyDom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.

» air nation
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyMiér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.

» life is a box of chocolates
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyMar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon

» —Hot clown shit
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyLun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw

» outoflove.
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyLun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.

» witches of own
Triángulo de las Bermudas  - Página 2 EmptyDom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.

novedades

00 . 01 Anuncios del mes febrero.
00 . 02 Actualización del PROTOCOLO, nueva medida obligatoria de avatares.
00 . 03 Remodelación del foro febrero del 2017.
00 . 00 Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit.
administradora
Rumplestiltskin. ϟ Jenn.
miembros del staff
Beta readers
ϟ hypatia.
aka Kate.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ dépayser
aka Lea.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ youngjae
aka .
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Stark.
aka Cande.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Baneo
ϟ Ariel.
aka Dani.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ ceonella.
aka Cami.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Ayuda
ϟ Ritza.
aka Ems.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Charlie.
aka idk.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Limpieza
ϟ Legendary.
aka Steph.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ chihiro
aka Zoe.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Kurisu
aka Teph.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Calore
aka idk.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Eventos
ϟ ego.
aka Kalgh/Charlie.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Asclepio.
aka Gina.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ mieczyslaw
aka Alec.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Tutoriales
ϟ Kida.
aka Ally.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ Spencer.
aka Angy.
MP ϟ Ver perfil.
Equipo de Diseño
ϟ bxmbshell.
aka Mile.
MP ϟ Ver perfil.
ϟ yoongi.
aka Valu.
MP ϟ Ver perfil.
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.

Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.

Triángulo de las Bermudas

Página 2 de 2. Precedente  1, 2

Ver el tema anterior Ver el tema siguiente Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por Bart Simpson Dom 23 Sep 2018, 3:52 am


CANDELAAH Triángulo de las Bermudas  - Página 2 300321724 :

___________________________________________

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Bart Simpson
Bart Simpson


   
   

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Miér 26 Sep 2018, 2:41 am

Candela, no me das ni una tregua con los comentarios Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1054092304
En cuanto pueda leo tu hermoso capítulo, nena Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1477071114
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por hange. Sáb 17 Ago 2019, 10:12 pm

candeeee Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1477071114
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
-----
-----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Sáb 24 Ago 2019, 3:14 pm

Six feet under:
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty cap 2 parte 1

Mensaje por hange. Sáb 31 Ago 2019, 11:02 am

Lean antes por fis Triángulo de las Bermudas  - Página 2 2998878722



Capitulo 02
lynx & valerius ✘ escrito por: ritza

Pasar el cursor por la imagen.





En general, los lunes en la mañana son manejables para mi. Los últimos meses he tenido una rutina establecida: levantarme a las 9, desayunar, leer un rato e irme al curso preparatorio del voluntariado para ayudar a países en contra de los fenómenos naturales. Sin embargo, ese lunes, todo es muy diferente.

Me levanto en contra de mi voluntad y me meto al pequeño baño para cepillarme los dientes y lavarme la cara, antes que nada. Al mismo tiempo, busco cualquier signo que exprese lo diferente que me siento esa mañana. Mis ojos siguen con ojeras. Mi cabello sigue siendo oscuro y grasoso. Sigo igual de marrón y bronceada.

Frunzo el ceño cuando encuentro algo fuera de lugar, en la base de mi cuello. Escupo la taza con fuerza y muerdo el cepillo. Una mancha entre morado y verde, del tamaño de una peseta, que no hay que mirar por mucho tiempo para adivinar qué es.

—Jodida mierda, me dejaste un moretón —acuso, con las palabras ahogadas por el cepillo en mi boca.
—¿Dijiste algo?

Rechino los dientes y me doy la vuelta para salir a mi habitación, donde Valerius está terminando de vestirse frente al espejo de cuerpo completo junto a la puerta del baño. Se ha peinado el cabello negro hacia atrás, de seguro con mi gel. Se abrocha los botones de la camisa blanca pero cuando salgo, sus ojos oscuros se desvían a los míos, con las esquinas de sus labios amenazando con sonreír.

—Que me dejaste un moretón —entrecierro los ojos y vuelvo a morder el cepillo—. A propósito.
—¿En serio? —termina de girar su cuerpo hacia mí— Qué raro, no recuerdo qué te hayas quejado anoche —sonríe de oreja a oreja.
—No es divertido —lo apunto con el cepillo de dientes—. Si Erela o Remy lo ven, van a empezar a preguntar.
—Hmm, puedes ocultarlo con una camiseta —dice Val, subiendo sus dedos al moretón—. Y todos felices.

Ruedo los ojos y me vuelvo hacia el baño, para terminar de cepillarme. Y para dejar de mirarlo con el uniforme de médico puesto, porque se me empiezan a meter ideas en la cabeza y se me va esfumando el enojo. Los dos años que pasó trabajando en Irlanda le han sentado demasiado bien. Me echo agua fría en la cara, tratando de poner mis pensamientos en orden.

—¿En serio estás enojada?

Me seco la cara y observo a Val apoyarse en el marco de la puerta. El baño es súper pequeño, así que con una zancada está frente a mi, acorralándome contra el lavamanos. No deja de sonreír, el muy bastardo.

—Sí. Ahora voy a tener que maquillarlo —me cruzo de brazos cuando se me acerca—. Sabes que odio maquillarme.
—Eh, ¿los malos hábitos no mueren? —se encoje de hombros, inclinando la cabeza— No me culpes, ha pasado demasiado tiempo.

Ladeo la cabeza y mi reacción inmediata es erguirme, preparada para rodearlo y salir del baño. El espacio se siente demasiado pequeño. Pero Valerius me agarra de los brazos para luego abrazarme por la cintura. Su colonia suave me envuelve como una serpiente invisible. Aún no se si es venenosa, pero siento mi fastidio volverse algodón de azúcar. Sí ha pasado demasiado.

—Sí, y se supone que somos amigos ahora —enarco una ceja, y una de mis manos agarra su hombro y la otra su antebrazo.
—Somos amigos —repite, asintiendo—, y un poco más.
—Y como tu amiga —sonrío y me pongo de puntillas—, no te voy a culpar. Pero sí me las cobraré.

Dejo que mis ojos se cierren casi por completo y me le acerco hasta que nuestras narices rozan. Los brazos de Val me empiezan a sujetar con más fuerza. En ese momento hago que giremos y salgo del baño, con una sonrisa plantada en la boca. Giro un poco la cabeza para verlo con los ojos bien abiertos, brillantes.

—Eres malvada-
—Y tu tienes que irte a dar un taller —lo interrumpo, saliendo de la habitación.

Mi apartaestudio es pequeño, acogedor, y se camina por completo en pocos minutos. Salgo de mi habitación y atravieso la pequeña sala para llegar a la cocina, donde está la mitad del desayuno ya hecho por Valerius. En la estufa hay huevos revueltos acompañados de vegetales, así que me pongo a tostar pan y preparar el café. Unos cuantos minutos después, Val llega a la cocina y empieza a sacar platos del estante.

—Oye… ¿Qué tal si llego tarde al taller? —me pregunta, mientras se acomoda en uno de los taburetes.
—¿Por qué vas a llegar tarde?
—Porque, no sé, tengo que rendir cuentas con una vieja amiga —se mueve el nudo de la corbata varias veces—. Que me está provocando demasiado para ser tan temprano.
—Es todo culpa tuya—sonrío de lado—. Así que cállate y ponte a comer.
—Joder —suspira, echando la cabeza hacia atrás.

Cuando el café sube y las tostadas también, nos sentamos en el desayunador a comer en silencio. El desayunador también es el área de comida oficial, porque en la sala solo hay un sillón grande, uno individual y una pequeña mesa de café frente a un televisor de segunda mano. Escucho el sonido de los autos pasando por la calle del frente del edificio, y llaves tintineando de las personas bajando por las escaleras.

—¿Erela o Remy te han escrito? —mascullo, con un pedazo de pan en la boca.
—Sí, hace un rato —Val mira su celular junto a su plato y da un sorbo a su café—. Les dije que me largué del departamento como alma que lleva el diablo porque son tan ruidosos como una peli porno.
—No exageres, tampoco.
—Soy yo el que lleva viviendo años con ellos, no tú, ¿eh? —me mira con una mueca— A veces tenía que tocar como un loco antes de entrar a mi propia sala —se estremece exageradamente y yo suelto una carcajada—. Y para rematar, aquí las paredes son más delgadas.
—¿Entonces por qué nunca te mudaste solo? —enarco una ceja.
—Bueno…Está más cerca del hospital —enumera con sus dedos—. Gastos compartidos y Erela cocina muy bien.
—Qué aprovechador.
—Nunca como tú.  

Poco tiempo después tiene que irse. Se mete al baño para alistarse mientras yo termino de fregar los trastes del desayuno. En la meseta veo una notificación de un mensaje de Erela, preguntándome sobre Valerius. Antes de poder contestar, el susodicho sale de mi habitación con los zapatos puestos.

—¿A qué hora bajas a la facultad? —pregunta Valerius, mientras recoge su bata y su mochila gris clara.
—Como a las 11 —me cruzo de brazos y apoyo la cadera en el desayunador—. Iba a ir más temprano, pero gracias a tu regalo, voy a durar horas intentando maquillar esta mierda.

Sonrío con toda la hipocresía que puedo acumular. Valerius suelta una risotada y se encamina hacia la puerta principal. Sin embargo, cuando me pasa por el frente, extiende el brazo y me agarra por la cintura. Pega su pecho con el mío y su mano no tarda en descender por mi espalda baja.

Un escalofrío me recorre toda la columna vertebral y no evito agarrarlo por la corbata, entrecerrando los ojos. Sus pupilas se dilatan un poco y entreabre los labios; atascado entre una sonrisa, se los relame.

—Si no me voy ahora, llegaré tarde —murmura, como si le costara hablar.
—No dices nada que yo no sepa —enarco una ceja, flojando mi agarre.

Nos quedamos mirando en silencio. No sé qué, yo espero a que reaccione primero. Al final, Valerius suspira y se aleja, despeinándose un poco el cabello negro.

—Nos vemos en el almuerzo —me guiña el ojo.
—Bye-bye.

Lo acompaño hasta la puerta y se despide dejando un beso en mi coronilla. Cierro la puerta y pongo seguro, soltando un suspiro tan largo como puedo. Cruzo la pequeña sala y me dejo caer en el sillón color mostaza, con la vista fija en el techo.

Paso mis dedos por el moretón, sintiendo un calentón en la cara. Realmente, la única razón por la cual Valerius y yo pudimos cumplir la promesa de ser solo amigos, fue porque vivíamos en países diferentes. Ellos tres en Irlanda, trabajando justo después de acabar la universidad. Yo en Inglaterra, luego en España, estudiando y trabajando.

Pero ahora estamos todos juntos otra vez. Como voluntarios para ayudar a países contra fenómenos naturales. Y anoche, mientras estábamos solos y bebiendo, todo resurgió tan rápido que ninguno se detuvo a evitarlo.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Como soy inexperta en el tema del maquillaje, me toma más tiempo del esperado cubrir el moretón.  Así que llego un poco tarde al taller de primeros auxilios para no-médicos. Por suerte, este taller no lo imparte ninguno de mis amigos, o estaría frita.

Este año, la temporada ciclónica de América ha sido una de las más fuertes de la historia. Tanto que por un Huracán llamado Irma, varias islas de las Antillas han sido anunciadas como en estado de alerta roja. Actualmente, el Huracán sigue avanzando por América del Norte. Varias organizaciones mundiales han alzado la voz y han empezado a recaudar fondos para ir a asistir.

En nuestro caso particular: un grupo de universidades se han aliado para ir asistir a Puerto Rico, con estudiantes de carreras a fines para ser auxiliares o asistentes de auxiliares. Yo me anoté porque es una oportunidad perfecta de experimentar desastres naturales y su impacto en los organismos animales y vegetales, y sería perfecto para sacar experiencia para aplicar a mi maestría soñada.

La Universidad de Madrid se encarga de dar los talleres oficiales para preparar a los candidatos no médicos, como yo. Cuando llego al aula, el instructor se encuentra dando la introducción al tema de “Cómo desinfectar una herida de primer grado”. Pido disculpas y avanzo con zancadas hasta la mesa de la única persona conocida: pelirroja, cuyos ojos verdes me miran oscilando entre reproche e inexpresividad —no tengo idea de cómo lo hace.

—Qué responsable, señorita Lynx.
—Cállate, tuve un percance —murmuro, sacando mi pequeña libreta a toda prisa.
—Aja, ¿te quedaste viendo Lost hasta tarde? —Mara ni siquiera voltea a mirarme, pero su pequeña y corta sonrisa lo dice todo.
—…Tal vez.

El instructor comienza a mostrarnos un video de paso a paso cómo cocer a sangre fría, mientras reparte piel de cerdo en paquetes encima de todas las mesas. Trato de no recordar la noche anterior y sacudo la cabeza, fijando los ojos en el video y anotando cosas como “agujas según tipo de corte”.

La mañana se va rápido. Los talleres son mayormente de dos horas y media, donde hay un módulo teórico y uno práctico.

Hace unos meses, luego de que el Huracán María pasara por la costa del Caribe, algunos de los países de ese lado del mundo estaban en alerta roja y situaciones críticas. Por eso, varias organizaciones mundiales decidieron establecer voluntariados, con la finalidad de ir a ofrecer recursos y ayudar a la reconstrucción del país. Y, sin pensarlo más de un día, decidí inscribirme para sacarle provecho a la situación en mis récords.

—Te he querido preguntar esto desde que llegaste —comenta Mara, mientras salimos de la facultad.
—Hazlo, nada te detiene.

Los talleres y charlas de preparación se llevan a cabo en la Facultad de Ciencias de la Univerisdad de Madrid. Como muchos de los voluntarios no son entrenados en primeros auxilios, médicos de rescate o similares. En otras palabras: Mara y yo.

—¿Estás maquillada?

Mara se detiene en los escalones del edificio, mirándome con el ceño fruncido y la boca semiabierta. No puedo evitar fruncir los labios y desviar la mirada automáticamente. No he aplicado mucho, pero tampoco es el mejor trabajo; al final, apliqué base en todo mi rostro hasta el cuello.

—Si te digo que sí, ¿prometes no preguntar por qué? —ajusto mi bolso en mis hombros.

Mara entrecierra los ojos, y me examina de pies a cabeza con rapidez.

—¿Y si no quiero? —replica, cruzándose de brazos y cambiando de pierna de apoyo.
—Te jodes, igual no te voy a decir —resoplo, y empiezo a bajar los escalones—. Pero sí, estoy maquillada.
—¿Pero por qué? —no se rinde, bajando junto a mí— En todo este tiempo lidiando con tu persona-
—Qué graciosa —ruedo los ojos.
—No me interrumpas —chasquea los dientes—. Nunca te has maquillado durante el tiempo que te conozco. Ponerse pintalabios y delineador para una cena no cuenta —agrega, cuando hago amague de hablar.

Nos detenemos en el pie de los escalones. La facultad de ciencias está a unos minutos de la cafetería, y desde donde estamos, veo las mesas circulares azul claro con sombrillas que protegen del sol. Me entretengo buscando una mesa vacía, sintiendo los ojos verdes de Mara picarme como espinas.

—Lo importante aquí es —decido mirarla al fin—, que no voy a volver a hacerme esta cosa. Es detestable.
—Eso no es una respuesta, señorita evasiva.
—Te voy a decir si prometes no-
—¡Lynx!

Un par de brazos delgados pero fuertes me abrazan por las costillas, y no tengo que pensarlo mucho para saber que es Erela que se me acaba de tirar encima. Le abrazo como puedo, sonriendo, y le ruego a Dios que me de poderes mentales para transmitirle a Mara que no mencione nada.

—Hola, anormal —saludo, dándole varias palmadas en la espalda.
—Hola —Mara sonríe fugazmente.

Las trenzas de Erela me golpeando cuando se gira para saludar a Mara. Aprovecho para sacudir la cabeza, mirando muy puntualmente a Mara. A unos pasos de distancia, están Remy y Valerius, caminando hacia nosotras con mucha más paciencia que Erela.

—¿Cómo están? ¿cómo estuvo el taller? —cuestiona, moviéndose de un lado a otro.
—No enseñaron a coser —contesta Mara, encogiéndose de hombros.
—Fue muy asqueroso y espero que nunca me toque —declaro, torciendo el gesto, pensando en la carne de cerdo—. No sé como pueden —digo, mirando a los chicos.

Remy y Val terminan de llegar, ambos con las batas dobladas encima de sus bolsos. Remy se sitúa junto a Erela y le pasa un brazo por los hombros con suavidad.

—¿Cómo podemos qué? —pregunta, ladeando la cabeza.
—Hoy nos enseñaron cómo coser a sangre fría heridas no tan graves —les explica Mara, con el semblante tan controlado como siempre—. Y Lynx, como toda ella, casi se desmaya.
—¡Es asqueroso! —levanto los brazos, exasperada— Hay una razón por la que decidí estudiar organismos vivos, no muertos o heridos.
—¿Y si te toca un organismo casi muerto? —cuestiona Val, mirándome con una sonrisa de lado.
—Para mi suerte, “coser” no entra en mis tareas como bióloga, gracias —me estremezco de solo pensarlo—. Mejor vámonos a comer.

Val ya esta agarrando mi bulto en su hombro, y no me pasa desapercibida la expresión de Mara, alzando las cejas hasta el final de su frente. Hasta que el hace ademan de coger el de ella y se lo niega. Cuando ellos tres llegaron y se los presenté a Mara, ella y sus preguntas inquisitorias me estuvieron atacando por unos días sobre Val y yo. Creo que lo hizo por vengarse por haberla fastidiado por toda una semana cuando un compañero de trabajo se le confesó.  

Lo bueno fue: que nada pasa entre Val y yo. Hasta ahora.

Como si le hubiera mandado una señal telepática, Val se gira hacia mi mientras caminamos por el campus. Una pequeña sonrisa infla sus mejillas, y con el mentón indica hacia mi ropa.

—Linda capucha —ladea la cabeza, acomodándose a mi lado— ¿No tienes calor?
—Cállate, te toca pagarme hoy —suelto un bufido y Val una risotada.
—¿Y eso por qué?
—Por ensuciarme —me cruzo de brazos, deteniéndome.
—¿Eso fue lo que dijiste? —Val camina hacia mí, inclinando su cabeza—. Tal vez sí, de otra forma —murmura, bajando su mirada hasta mis labios.
—Contrólate, Valerius —carraspeo cuando mi voz se pone ronca y aprieto los dedos en mis costillas—. Sigue caminando.
—No hice nada —me sonríe, empezando a caminar.

Lo último que necesito es que alguno de ellos se entere. En especial Remy y Erela, que nunca aprobaron de nuestra "peculiar relación" en ningún momento, mucho menos después de que decidimos seguir siendo amigos. Drama es lo que menos necesito en mi vida. Suficiente tenemos con aprender primeros auxilios para ir a ayudar a miles de necesitados.

Tomamos posesión de una mesa de plástico azul y voy directamente hacia el mostrador. En poco tiempo, estamos todos sentados esperando nuestras órdenes. Para mi desgracia, Val se sienta a mi derecha, y su mera cercanía me hace pensar en el moretón y lo fastidioso que es. Mara se queda a mi izquierda, y saca su celular para leer artículos de las noticias con las cejas juntas y apretando los labios.

—Entonces, Mara me cuenta que casi vomitas en todas las clases donde hay sangre —Erela se inclina por encima de la mesa, cruzando los dedos—, pensé que ya habías superado tu fobia.

Ella y Remy están sentados del otro lado, frente a nosotros tres. Le dedico una mirada fulminante a Mara y ruedo los ojos cuando me sonríe ladinamente, sin molestarse en defenderse.

—¡Yo no vomito! —aclaro, con fuerza— Solo pasó una vez.
—Amiga, por favor —Remy imita la posición de Erela, sonriendo como el joker—: Puedes ser honesta con nosotros. Igual te queremos.
—Exacto —Val me da varias palmadas en el hombro.
—Que no vomito —insisto, apretando los dientes—. Y la sangre huele raro y es horrible, por algo está dentro del cuerpo y no está supuesta a salir —hago una mueca.
—Deberías oler humanos cuando están muertos —Remy suelta una risita—, eso si es horrible.
—Los animales muertos huelen… —sacudo la cabeza, tratando de disipar los recuerdos—, no se como pueden.
—Te acostumbras, supongo —Mara se encoge de hombros—. O te crecen los ovarios y aprendes a enfrentarlo, como una profesional que eres —me da un ligero codazo, burlándose.
—Ya, sabelotodo —entrecierro los ojos
—Me alegra que lo sepas —sonríe sin mostrar los dientes.

Despego los labios para contestarle, pero Valerius me pasa la mano por la cara, cubriéndome la boca. Le doy varios manotazos y lo miro como si estuviera demente, pero solo me guiña un ojo y no dice nada.

—Tengo una pregunta más importante que tu discutiendo —me dice, y luego se dirige a todos—, ¿qué harán el jueves por la noche?  
—Voy a donde tu me lleves, cariño —Remy responde automáticamente, alzando la mano en un signo de paz.
—¿Me dejaste por Val? —Erela le da un empujón, pero de todos modos sonríe.
—Lo que tenemos es desde-
—Pónganse serios —interrumpe Val—,
—No puedo, iré a visitar un familiar en los últimos días antes del viaje —Mara sube la cabeza de su celular, y asiente con la cabeza—, pero gracias. Beban por mi.

Le doy un pisotón a Val para que me suelte, y le doy un codazo por bruto.

—Claro, no hay problema —le contesta Val, mientras se masajea la costilla.
—¡Yo voy a beber por ti! —exclama Erela— De seguro no nos van a dejar tomar mientras estemos en Puerto Rico siendo rescatistas.
—¿Qué quieres hacer el jueves? —inquiero, levantando el brazo cuando veo a la chica llamar mi número de orden.
—Lo que dice Erela —Val la señala, y sonríe tanto que se le achinan los ojos.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

La primera mitad del martes me la paso entre el trabajo y los talleres. Trabajo como asistente en el Laboratorio de Biología de la Universidad de Madrid, por lo que realmente no es fastidioso el trayecto de trabajos a “clases”. Llevo más o menos 8 meses en este trabajo, y un poco más alojada en España.

En un principio, luego de terminar la carrera, no quería irme de Londres. A pesar de que mis amigos no estaban allí, me sentía cómoda y segura en mi trabajo y no sentía la necesidad de hacer más nada. Estaba esperando la “oportunidad perfecta” para saltar en búsqueda de mi maestría soñada.

Sin embargo, la oportunidad no llegó. Duré un año investigando y haciendo llamadas y entrevistas por Skype antes de tener algo seguro y empezar a hacer los trámites del traslado. El laboratorio era como un propio pequeño mundo dentro de la facultad. Lleno de áreas científicas pero plagadas de plantas, todo tipo de especies. Era como un vivero acompañado de tecnología. La otra parte, es la pura biología, olvidándose de la botánica y concentrándose en la realización de investigaciones y experimentos totalmente científicos y técnicos, como muestras clínicas —sangre, por lo que me mantengo alejada de ese ámbito si puedo evitarlo.

—¿Cuánto tiempo se supone que van a durar en Puerto Rico? —inquiere Sandra, mi jefa.
—Creo que un mes —respondo mientras limpio varios tarros para plantas—, ¿por qué? ¿Me vas a reemplazar?
—Nunca, eres la mejor asistente que he tenido.

Sandra se me acerca para darme un corto abrazo de lado. Su aspecto es regordete, con las mejillas rosadas y cabello ondulado, y con una personalidad tan viva como la de una niña de 9 años. Le devuelvo el abrazo, pensando en toda la paciencia que me ha enseñado en el tiempo que tengo aquí.

—Voy a ser modesta y diré: claro que lo soy —muevo mi coleta de caballo de un lado a otro—, o sea, ¿qué te pasa?
—¡Ja! Niña presumida —me da un zape con suavidad en el hombro— Termina de lavar los tarros y cambiarle la tierra a las plantas nuevas, y te puedes ir.
—¿Tan rápido? —junto las cejas, alcanzando el jabón— Solo son las tres.
—No quiero que pases tu última semana rodeada de químicos o de plantas —tuerce el gesto y me pasa la bolsa de tierra negra—. Así que obedece a tu jefa.
—Sandra, la única razón por la que voy al viaje es que se verá bien si quiero hacer una maestría en biotecnología —subo una ceja, sonriendo—, eso es porque quiero pasarme la vida encerrada aquí.
—Si, eso dices ahora —suspira y sacude la cabeza—. Vas a tener que fajarte bien, porque no puedo tener una bióloga que le huya a la sangre —me cruzo brazos y todo su cuerpo se sacude de la risa—, ¡menuda ironía!
—¡No me da miedo!
—Silencio, en el laboratorio se habla en voz baja o no se dice nada —alza un dedo, pero sigue sacudiéndose en carcajadas silenciosas—. Termina eso y terminas por hoy, ¿de acuerdo?
—Si —arrugo la nariz—, ya deja de burlarte.



Al anochecer, llego del gimnasio y me encuentro con Val tirado en el pasillo del piso, junto a mi puerta. Está leyendo un folleto sobre Puerto Rico cuando me escucha subir los últimos escalones. No tiene su uniforme, sino que trae pantalones deportivos y una camiseta gris, así que asumo que ya ha terminado con sus talleres de hoy. Los últimos días antes del viaje son mucho más flojos, dedicados a la logística de los pasajeros y conteo de suministros.

—Qué bonito te ves ahí —alzo las cejas, yendo a abrir la puerta—. ¿Qué haces aquí?
—Bueno, resumiendo todo —emite un quejido mientras se pone de pie y agarra su bulto—: Tus amigos se fueron a visitar la ciudad y me dejaron sin llave. Era irme con ellos y seguir siendo mal trío, o esperarte.
—Podrías haberte ido con ellos —sonrío, abriendo la puerta y dejándolo pasar—. Estas invadiendo mi espacio personal al venir sin anunciarte.
—¿Oh sí?
—Sip.

Me giro para cerrar la puerta y antes de poder voltearme, el aliento de Val está chocando con mi cuello. Empiezo a tener el calor que sentía en el gimnasio, por razones totalmente diferentes.

—Esto sí es invadir tu espacio personal —dice, pasándome una mano por la cola de cabello con suavidad.
—Sí, ¿podría quitarse, señor? —me cruzo de brazos, aún dándole la espalda— Aun no se me olvida lo del moretón.
—¿Qué tal si te hago otro antes de que la pareja venga para la cena?

Me giro tan rápido que le doy con la coleta en la cara. Val me está sonriendo de oreja a oreja. Lo empujo y camino directo a mi habitación, tratando de ignorar todo lo que sus palabras me provocan.

Hace dos años y unos cuántos meses, Valerius y yo intentamos ponerle un fin a nuestra desastrosa relación. Nunca dejamos de ser amigos, y creo que ese fue el problema. Porque muchas veces actuábamos como otra cosa.

Yo le saqueaba las citas. Él me ahuyentaba cualquier humano con bolas. Discutíamos y luego pretendíamos resolver todo teniendo relaciones. Pero nada se resolvía. Hasta que metimos a Remy y a Erela en la ecuación, y hacíamos tanto drama con ellos presentes, que terminaron por hartarse de nosotros muchas veces.

—Haremos esto una última vez y ya estuvo —balbuceé, con varias cervezas en la cabeza, pero sin dejar de estar mayormente cuerda—. ¿De acuerdo?
—Estoy de acuerdo —Val asintió y se tomó lo que quedaba de su cerveza—. Igual…tenemos otra opción.
—¿Cuál?
—¿Qué tal si salimos, hm? —se inclinó un poco hacia mí— ¿Si intentamos tener…una relación?

Me quedé con los ojos tan abiertos como huevos fritos. Sentí que se me bajó el nivel de alcohol y empecé a tartamudear, buscando qué decir.  Traté de pellizcarme, para verificar si estaba escuchando mal o si era efecto del alcohol.

—Cómo…qué…—mi voz era diminuta.
—Intento decir —Val se me acercó más, todo estaba entre brilloso y borroso—, que me gustas, Lynx, y que quiero estar contigo.

Casi me caí del sillón y tumbaba la cerveza. Miraba a Val como si tuviera otra cara, mientras el tragaba en seco y apretaba la botella en sus manos. Lo miraba como si fuera otra persona, porque yo no estaba en el mismo lugar que él.

Después de ahí todo se fue a la mierda. Él no soportaba verme y yo prefería ahogarme la incomodidad y la pena, además de que nunca quise hacerlo sufrir. Se suponía que no debíamos ser más que amigos.

Después de eso, les llegó la oportunidad de trabajo en Irlanda. No lo pensaron dos veces. Me quedé sola en Londres, pero, irónicamente, la distancia fue lo que salvó nuestra amistad. Un año y medio después, pudimos estar en la misma habitación sin que la tensión se cortara con un cuchillo. Par de disculpas mutuas después, estábamos compitiendo a ver quién ganaba más partidas de póker.


Cada vez que recuerdos de ese tema se avecinan por las ventanas de mi cabeza, hago un recuento de 5 a 1 y los pateo fuera de mi cabeza. No necesito a un lado “racional y decente” diciéndome que estamos haciendo algo mal, cuando ninguno de nosotros se siente mal. No es como antes.

Estoy recostada en el sofá con las piernas en forma de mariposa y Val tiene sus largas patas encima de la mesa de café, mientras maratoneamos la primera temporada de LOST. Estoy súper concentrada en Jack tratando de encontrar el significado de las alucinaciones de su padre, hasta que siento un cosquilleo suave subirme por la entrepierna.

Aprieto los labios y continúo mirando la serie. Valerius es la persona más fastidiosa en mi vida. Sin embargo, eso no lo detiene. Sino que usa tres dedos para seguir acariciando mi entrepierna, descubierta porque solo uso shorts deportivos. Hace figuras de infinito a un ritmo tortuosamente lento.

La respiración de Val acaricia mi cuello y luego sus labios trazan un corto camino desde el hombro hasta debajo de la oreja. Suspiro y me doy cuenta de que las respiraciones de ambos suenan agitadas. Intento pasar mi mano por su muslo, pero él me retiene. En cambio, sigue besando mi cuello y sus dedos siguen subiendo entre mis piernas. Muy pronto, estoy mirando borroso y olvidándome de Jack, dejando la cabeza caer hacia detrás.

—Eres tan...
—¿Hmmm?
—Nada, nada.


Hora y media después, estamos duchados otra vez y sacando los ingredientes de la cena, cuando Erela y Remy tocan en mi puerta. Vienen con un vodka y materiales para preparar mojitos caseros, y me pregunto cómo sobreviví estos años sin estos locos.

Erela entra con una sonrisa de lado, señalando a Remy y a Valerius, mientras yo cierro la puerta.

—Ustedes cocinan, nosotras fregamos. Es el orden natural de las cosas —anuncia.
—Pero por lo menos un día, ¿no podemos intercambiar? —Remy hace un puchero exagerado.

Erela le da un sonoro beso en la mejilla y le acaricia los rizos oscuros. El puchero de Remy se deshace al instante. Val y yo nos miramos, con sonrisas pequeñas en el rostro. Casi desde que se conocieron, ese par no ha dejado de repartirse amor y ternura a todas horas. Es fascinante.

—No amor, lo siento. Pero te puedo dar un masaje en la noche —hace un puchero con los labios y le sonríe, ladeando la cabeza. Remy no tarda un segundo en reaccionar.
—Hecho. Val, muévete.
—¿Y que gano yo, un masaje también? —pregunta Val, poniéndose de pie.
—Te ganas otro día mas de vida, ¿Qué tal? —Erela le da un codazo.
—No me parece tanto…
—Te mueves o te muevo, tu decides —ordena Remy desde la estufa—. Los vegetales no se pican solos.
—Me debes cerveza —dice, señalando a Erela.
—Pero Lynx y yo haremos los mojitos, entonces, no sé de qué tanto se quejan —Erela se cruza de brazos.
—Porque son idiotas, es eso —me pongo al lado de ella, y me encojo de hombros.
—Como que se van a quedar sin cena, si siguen hablando así —canturrea Val, mientras saca el cuchillo y se lava las manos.
—¡Fue Lynx, no dije nada! —Ere me da un empujón.
—¡No me abandones! —se lo devuelvo, riéndome.

Pasamos la noche entre risas y sacándonos de casillas. Lo único que procuro es mantener mi cabello suelo ocultando mi cuello, aunque varias veces el calor se pone tan insoportable que no encuentro donde meterme.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

El miércoles me paso toda la mañana sentada en la cafetería de la Universidad. Respondiendo correos, y leyendo sobre la maestría de biotecnología. Sandra me ha dado el resto de la semana libre, así que aprovecho para investigar un poco y pasar un rato tranquila. Mara se encuentra en donde sea que se encuentre, no se mucho de ella; y el resto está en charlas hasta las 12 del día. Disfruto de mi soledad mientras escucho música de Panic! At the Disco. Hasta que mi celular suena y me recibe mi tía por FaceTime.

—¿Cómo está mi sobrina bella y hermosa? —su voz me resuena en los tímpanos, casi explotando los audífonos.

Mi tía Lucía puede definirse en una sola palabra: extravagante. No en el sentido de lujos y coas materiales, sino que toda su forma de ser es tan radiante como el sol. Me sonríe con sus labios pintados de rojo vino encendido —sin importar la hora del día— y puedo ver que está en su consultorio por las paredes blancas y los certificados en la pared a su espalda. Lucía es una nutricionista, y la única tía de mi familia que vale la pena.

—Bien, aunque creo que estoy medio sorda —le devuelvo la sonrisa, acomodando el celular junto a mi laptop—. Asumo que no tienes pacientes.
—No. Iba a ponerme a ver una serie, pero me acordé qué te vas y que no he hablado contigo en estos días —hace un puchero exagerado, arrugando todo su rostro.
—No es como si no hay wifi en Puerto Rico, tía —comento, tomando sorbos de mi te frío—. Podremos hablar cuando esté allá.
—No creo, señorita —cuando sacude la cabeza, su pollina negra se mueve—. En las noticias salió que están teniendo problemas de electricidad, y es muy probable que no haya casi nada cuando vayan.
—Bueno, no importa —me encojo de hombros—. No duraremos tanto.
—¡Ja! Ya quisiera yo ver a tu generación sin luz o internet —rueda los ojos con exageración—, no aguantarían nada.
—Danos crédito, anciana —me cruzo de brazos y le saco la lengua—, la tecnología es lo que nos permite ser-
—Si, aja, ¿ya hablaste con tus padres?

Mis labios se vuelven una línea y arrugo la nariz, sentándome más derecha automáticamente. Lucía solo me mira y suelta un suspiro. Se mueve por su consultorio y se tira hacia detrás en su silla gigante, mientras sujeta el teléfono cerca de su cara.

—Voy a tomar eso como un no —espeta, alzando una ceja.

Comienzo a quitar el sucio de mis uñas, aunque estén pintadas de verde y no se ve nada.

—Si hablamos de mi madre, la estoy mirando ahora mismo —me encojo de hombros.
—¡Lynx Margarita! No puedes simplemente decir —chilla y yo me encojo otra vez, sacándome un auricular. Sin importar cuánto tiempo haya vivido en Londres, su acento latino prevalece—…vas a hacer un viaje muy peligroso y mínimo deberías mandarles un mensa-
—Y ellos por qué no me mandan uno a mi, ¿eh? —la interrumpo, subiendo un poco la voz.

Lucía me mira con sus ojos caramelo, como si quisiera darme un abrazo a través del celular. Hace una pausa y se muerde los labios.

—Mija, recuerda que siempre debes ser la mejor persona, sin importar-
—Sin importar que la otra persona no se lo merezca, sí —me paso la mano por la cara.
—¿Entonces, vas a llamarlos?
—No quiero hablar de ellos, Lucía —mi tono sale más fuerte de lo que pretendo.

Nos quedamos en silencio por un momento. Traer a mis padres a colación es como llamar al Dios del malhumor. Nunca tuve la mejor relación con ellos, pero desde que se enteraron de que no iba a seguir el negocio familiar (ser economistas, abogados o arquitectos), todo fue cayendo del precipicio. No habría estudiado de no ser por Lucía y Theo, mi hermano mayor. No están de acuerdo con ninguna de las decisiones que tomo por mi, al punto de solo dirigirme la palabra algunas veces cada par de meses. Llamarlos supondría tener que escuchar todos sus sermones de mierda que yendo a Puerto Rico y haciendo una maestría no va a traerme el dinero para el “futuro”.

—¿Y tu hermano? —inquiere, después de un rato, tratando de aliviar las cosas.
—Pues, el idiota me llama cada vez que estoy en medio de un taller —sonrío a medias—, trataré de hablar con él en la semana.
—Dile que venga por aquí, creo que está comiendo demasiada azúcar y en nuestra familia a genes de diabetes —hace un gesto con la cabeza—, no necesito más familiares enfermos.
—Dile tú, viven en el mismo país.

Poco tiempo después, Valerius llega con su comida, se sienta frente a mí, y se queda un rato hablando con Lucía sobre su trabajo en Irlanda. Cuando estuvimos en Londres, Lucía le agradeció mucho a él y a Remy y Erela por sacarme de “líos” en algunas ocasiones. Decía que eran mi buena influencia.

—Estoy muy curiosa, ¿fue Lynx que hizo que fueran para eso de Puerto Rico? —la escucho decir, y levanto la mirada de la computadora hacia ellos.
—No, nos enviaron directamente del hospital —Val se rasca detrás de la oreja—. Lynx nos había contado y entonces le preguntamos a nuestros superiores.
—Para mi eso es complot de ella, indirectamente —suelta una risita.

No la puedo ver, porque Val tiene el celular, pero sé que se está burlando. Ruedo los ojos y Val me dedica una sonrisa, ladeando la cabeza.

—Te sigo escuchando, Lucía.
—Dime tía o no me verás hasta Año Nuevo.

Le saco la lengua al celular, aunque no puede verme y vuelvo a mis estudios. Luego de un rato, Val cuelga y me devuelve el celular. Nos quedamos en un silencio cómodo por un rato más: él comiendo, yo leyendo sobre la vida universitaria en Alemania.

—Mañana al bar, invité a unos amigos con nosotros —anuncia Val, sacándose la bata y empezando a doblarla—. Son colegas: una es pediatra y uno es…creo que algo que tiene que ver con cine.
—¿Una? —enarco una ceja, automáticamente. De inmediato me pellizco la pierna y vuelvo a hablar— ¿Cómo se llaman?
—Meredith y Robb.
—¿De dónde los conoces, del grupo de ayuda? —vuelvo a mirar mi laptop, aunque ya no puedo leer el informe del perfil del graduando.
—Mer es de Irlanda, trabajamos juntos por un tiempo antes de ser transferida —explica, sentándose frente a mí—, y Robb es su amigo o primo, no recuerdo.
—Esta bien —me encojo de hombros—. ¿Le dijiste a los demás?
—Si, esta mañana.
—Bien.
—¿Estás enojada o algo?

Levanto la mirada, confundida. Val se quita los lentes de leer, y los pone junto a su bata, perfectamente doblada encima de la mesa.

—¿Me preguntas o asumes? —doblo la cabeza.
—Las dos —dice, tomando asiento y empezando a comer de sus papas.
—Bueno, tomando en cuenta que anoche no me dejaste dormir…otra vez —enumero con los dedos—, y casi me matas del susto en la madrugada, y-
—Tu quisiste ver la película, también —interrumpe, poniéndose de pie e inclinándose por encima de las mesas—. Dijiste que no habías visto Jurassic World y-
—¿Y el susto?
—Hmmm, tu cara de asustada siempre me ha encantado, con toda sinceridad —sonríe sin mostrar los dientes.

Se me desencaja la quijada y paseo la mirada por encima de la mesa, buscando un arma. Estoy a punto de tirarle lo que me queda del té frío encima cuando una chica se mete en el medio. También tiene una bata blanca doblada en su brazo, y con el otro, tiene el atrevimiento de agarrarle el mentón a Valerius para darle un beso en la mejilla. Mis dedos aprietan el vaso por inercia.

—Valerius, cariño, ¡hola! —sonríe dulcemente, con dentadura de oreja a oreja.

Valerius le devuelve el saludo, y se vuelve hacia mi para presentarnos. Tiene el cabello rosado, la nariz pequeña y delgada y unos ojazos azules que no se despegan de Valerius. Detrás de ella, llega alguien conocido. Es un hombre alto, con barba pelirroja y cabello cobrizo, con el acento más marcado que conozco en toda Europa. Cuando me ve sentada en la mesa, sonríe de lado. Cuando me topan el brazo, vuelvo mi atención hacia Val y la mujer de cabello rosado que lo sigue agarrando, pero del brazo.  

—Esta es Meredith, una de las doctoras auxiliares del programa —dice Val, apuntando a ella con palma abierta—. Ya conociste a Erela; y esta es Lynx, también es amiga de nosotros desde la universidad.
—Hola, un placer —le estrecho la mano con una corta sonrisa de lado.
—El placer es mío —vuelve a sonreír con todos sus dientes extremadamente blancos—. Traje a un amigo, este es Robb. Es un filmógrafo.
—Encantado de conocerlos —Robb sonríe a todos—. Un placer verte otra vez, Lynx.

Su sonrisa es ladina, revelando un hoyuelo y me guiña un ojo. Me cuesta mucho no mandarlo al diablo y solo sonreír con los dientes apretados. En ese momento, Erela y Remy se unen, con hamburguesas y wraps en mano.

—Oh, ¿de dónde se conocen? —Meredith pregunta, mientras levanta el brazo para llamar al mesero.
—Gimnasio —musito, pretendiendo volver a mi trabajo.

Erela se sienta a un lado y Remy en el otro, comenzando a chusmear en mi laptop de una vez. Ruedo los ojos y me olvido de seguir leyendo, pues me desconcentro con la mínima bulla. Meredith y Robb no se quedan mucho tiempo, por suerte. Hablan un par de cosas con Val sobre el bar y se van rápido.

Robb y yo nos conocimos en el gimnasio, sí. Pero también habíamos follado hace unos meses y terminé discutiendo con él porque se negó a usar condón y quería que yo sí usara pastillas. Por un momento iba a aceptar, hasta que entendí que él nunca se cuidaba y pensaba que es la mujer que debe cuidarse porque es la que sale embarazada. Desde entonces, ganas de partirle la nariz y arrancarle su estúpida barba no me faltan.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Al final, terminamos en un bar acogedor cerca de mi departamento llamado Cerveteca. Tiene las paredes, sillas y mesas hechas de madera con un aspecto rústico. Como una taberna. La música es alternativa, y cambia a medida que los clientes piden canciones. El mostrador y barra están al fondo, y el área del dj está en el medio de todo. Hay varias áreas de sillones en forma de semi-círculo con una mesa de madera redonda, y allí terminamos sentados.

Desgraciadamente, termino junto a Erela y Remy. Los amo, pero en el momento en que empiecen con sus cursilerías, me largo de aquí. Robb está a mi otro lado. Y del otro lado de Remy, está Val junto con Meredith.

La noche pasa sorprendentemente bien. Tiramos muchas anécdotas de cuando estuvimos en la universidad de Londres: La mayoría que consisten en narrar la lucha de estudiar medicina por Remy y Val —y Meredith y Robb hablando de sus carreras, pero aquí en España.

—¿Cómo se conocieron, entonces? No creo que hayan coincidido en muchas clases —pregunta Meredith, mirando a Valerius. Tiene su cuerpo casi por completo girado hacia él.
—Bueno, Lynx y yo ya nos conocíamos desde el colegio —Erela me sonríe y yo le devuelvo el gesto—. Conocí a los chicos porque estaba tomando fotografías para la página de la universidad.
—¿Y se volvieron los cuatro mosqueteros desde entonces? —inquiere Robb, alzando una ceja.
—Ugh, no —ruedo los ojos—. Bueno, Remy y Erela sí…fue tan raro que no me lo creería, de no haber estado allí —los miro mientras entrecierro los ojos, mientras sonrío—. Pero yo detestaba a Val.

Remy, Erela y Val sueltan una carcajada, mientras Meredith mira de mi hacia él. Intento no reparar en que su pecho esta ligeramente apoyado en su brazo.

—¿Lo detestabas? ¿Por qué, si es un amor de persona? —Meredith choca su hombro con el de Val, sonriendo.

Doy un trago largo a la cerveza para ahogar el amargo que siento en la garganta. Val decide contestarle. Yo decido seguir tomando cerveza.  

—Porque siempre me llevaba la contraria —se apoya en el sillón, mirándome con una media sonrisa—. Y se enojaba cuando la sacaba de peleas en bares y todas esas cosas.
—Sí, Lynx solía meterse en al menos una discusión casi todas las veces que salíamos —relata Erela, mirando hacia arriba por un momento—. Era divertido e insoportable al mismo tiempo.
—Y siempre terminaba echándole mi cerveza a la gente —agrega Remy, frunciendo el ceño.
—Muy bien, ya, creo que es suficiente —los interrumpo, sentándome más derecha.

Aunque Robb y Meredith se ven divertidos por toda la historia, así que duran un rato más jodiéndome la existencia.

—No es nuestra culpa que hayas tenido ganas de practicar boxeo en todos los antros —Remy me da varias palmadas en la cabeza.
—“Lynx la peleadora borracha” —Erela suelta carcajadas con su risa de ardilla—, pero peleabas mal y tambaleándote como una loca.
—Creo que voy a la barra —ruedo los ojos, y me levanto.

Intento no notarlo. O en su defecto, aunque lo note, no irme por el flujo de pensamientos que mi lado del diablo quiere irse. Pero sí que lo noto. Meredith se ríe de la más mínima mierda que Val dice y logra hacerle ojitos de mil formas diferentes durante varias fases de la conversación. Le toca la rodilla y choca su hombro constantemente con el suyo. Si no fuera por cómo le brillan los ojos y se retuerce el cabello rosado entre los dedos, todo estaría bien.

Somos amigos. Y que tengamos sexo no lo cambia. Lo sé y lo acepto. ¿Entonces cuál es el problema?


No pienso responderme a mí misma así que me apresuro a buscar más cerveza. Me encantaría ahogarme con ron ahora mismo, pero tomo lo que den. Le pido otra cubeta de cervezas a la chica de la barra y espero tamborileando los dedos en la madera, mirando las diferentes botellas en el fondo del mostrador.

—Si supieras que hoy es tu última noche de paz, ¿qué harías?

Robb aparece a mi lado, sonriendo como el demonio pícaro que es. Sus ojos claros parecen brillar con las luces neón del bar. Pensamientos peores me cruzan por la mente, así que tomo antes de responderle, tratando de calmar mi lado salvaje.

—No creo que te incumba, Robb —enarco una ceja—. ¿Te aburriste?
—Nunca estando contigo —sonríe de lado—. ¿Quieres salir a tomar aire?
—¿Contigo? No, gracias —giro la cabeza, sonriendo y me encojo de hombros—. Eres demasiado sabio.
—¡Solo tomar aire! —suelta, entre risas— Te prometo que no voy a intentar nada.
—El día que no intentes nada, me vuelvo monja —cambio de peso en la pierna y llevo una mano a mi cintura—. No te mientas.

Es lo malo de Robb. Que es un jodido modelo y lo sabe, pero no se preocupa por aparentar ser más humilde —porque no tiene ni un mililitro de humildad en su sistema. Su arrogancia es como ver un auto de lujo y enojarte por el precio, pero aun así babear porque es jodidamente hermoso.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]


Última edición por Ritza. el Mar 10 Sep 2019, 10:25 pm, editado 1 vez
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
-----
-----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty cap 2 parte 1.5

Mensaje por hange. Sáb 31 Ago 2019, 11:02 am






El bar cierra a eso de las 12:30, y como la noche es joven, terminamos yendo al departamento que rentaron los chicos. Pasamos por un Liquor Store y terminamos sentados en la sala, que tiene sillones suficientes, mientras seguimos hablando mierda. Aprovechando el último día antes de tener que preparar el viaje al día siguiente.

Muy pronto, terminamos hablando de relaciones. Y todo está bien porque Erela y Remy hablan de su historia de amor, tan tierna y divertida que provoca tener fe en la humanidad y envidia al mismo tiempo. Yo me dedico a comer papitas para bajarme la mitad de las cervezas que me tomé y poder llegar de pie a mi casa.

Muy pronto, sin embargo, terminan asaltándome con preguntas.

—Entonces, me vas a decir que tienes medio año viviendo en España y no estás saliendo con nadie —Remy apoya las manos en sus rodillas, escudriñándome con sus ojos oscuros—. No te creo.
—Ya saben que no busco una relación seria —cruzo los brazos por detrás de la cabeza, recostándome en el sillón.
—¿Por queeeeé? —Erela me sacude con fuerza.
—Además, “salir” no significa que es algo serio —añade Val, haciendo un gesto con su lata.
—Mira, en la universidad tu excusa era que estabas en la universidad —insiste Erela, dejando su cerveza en la mesa—. Hace tiempo que nos graduamos.
—¿Y no has salido con nadie? —Meredith suena atónita. Sus ojos azules parecen dos canicas.

Ruedo los ojos y aprieto los labios. Primero quieren que me sinceren con gente desconocida. No me interesa que Meredith sea colega de Val, no tengo idea qué clase de persona es. Me pasan muchas cosas por la cabeza, pero trato de decir algo que no vaya a ofender a nadie. Trato.

—Qué molestos, ocúpense de lo suyo —intento que mi voz sea suave, aunque hablo con la boca llena de papitas.
—Solo queremos que te sinceres —Remy me revuleve el cabello.
—Exacto, es como si no supiéramos nada de ti desde hace años y ahora tenemos chance de…ya sabes —Erela se encoje de hombros y se mueve las trenzas hacia la espalda—. ¿Entonces?
—Si saben cosas de mí —empiezo a atragantarme lo que me queda de cerveza.
—¿Segura? —los ojos de Val son como agujas.
—¡Pasemos a Meredith y a Robb! —exclamo, intentando no ser venenosa con mis palabras— Ellos son los desconocidos del grupo, no yo.
—¡Cierto! —la borracha Erela salta en el sillón, volteándose a los mencionados— Cuenten, ¿de dónde se conocen?

Sonrío y resumo mi comederea de papitas. Robb y Meredith se miran, y Robb empieza a contar, pasándose los dedos por la barba. Cuando nota que lo estoy mirando, me guiña el ojo.

—Meredith era modelo en la revista para la que tomaba fotos —se encoge de hombros.
—¿Eras modelo? Genial —Erela aplaude— ¿Y luego qué?
—Pues, obviamente, Robb no me dejó en paz nunca —Meredith sacude su cabello con gesto superior y una parte del grupo se ríe con su exageración.
—Más como que tu no podías dejarme sola. En cada-
—¡Como seguía diciendo! —Mer extiende un brazo para callarlo, sin quitar la sonrisa Colgate de su rostro— Luego de que salí del modelaje, seguimos en contacto para sus cortometrajes. Y el resto es historia.
—¿Haces cortometrajes? —Erela se inclina hacia delante, la curiosidad brillándole en sus ojos cambiantes— Participé en varios en el equipo de fotografía, pero ninguno ha tenido la suficiente, este, emmm…
—¿Sustancia? —adivina Robb.
—¡Exacto!

Erela tiene esa sonrisa suave pero grande que tiene cada vez que habla de la fotografía. Desde pequeña, que le regalaron su primera cámara polaroid, no ha habido nadie que le quite ese objetivo de la cabeza. Ella y Robb sumergen en el mundo de la fotografía, el cine, la filmografía y términos que desconozco, como director de fotografía. Ella es fotógrafa naturalista, y él por lo visto, está relacionado con el tema. Tomo ese momento para ponerme de pie e irme a refrescar al baño.

Salgo del baño preparada para seguir comiendo y tomando. Mientras esté suministrada, voy a aguantar estar con ellos sin provocar algún tipo de conflicto. Pero Meredith me está tentando y me encontrado con los ojos claros de Robb más veces de las que quiero admitir. No es que no estuviera bueno, porque lo está. Simplemente no estoy interesada ahora mismo. Al menos, no es bruto y sabe conversar sin ser acosador. Aunque tenga el tic de guiñar el ojo.  

Estoy sacando las cervezas de la nevera y metiéndolas en el cubo cuando alguien más entra en la cocina. De reojo, miro a Val dejar su botella vacía en el fregadero. Sigo sacando cervezas hasta que siento que pega su pecho de mi espalda y siento su aliento rozarme el oído.

—¿Por qué Robb no deja de mirarte? —murmura, casi mordiéndome la oreja.

Cierro los ojos durante el segundo que tardo en darme la vuelta, quedando pecho a pecho. Subo la mirada hacia el, sujetando el cubo con fuerza.

—¿Por qué Mer no deja de babear por tu culo? —susurro, enarcando una ceja. Val entrecierra los ojos.
—Yo pregunté primero.
—No. Me. Importa —chasqueo la lengua.
—Lynx…
—Haz lo que quieras, Val. ¿Me puedes pasar otra cerveza y abrirla, porfis? —hago un puchero y ladeo la cabeza, moviendo las caderas.
—Eres imposible. ¿Lo sabías? —se toma su tiempo para destapar la cerveza y envolverla en una servilleta.
—¿Me querrías de alguna otra forma? —me encojo de hombros.
—No me tientes —se relame los labios y me pasa la botella.
—Yo no hago nada —susurro, moviendo mi cabello.  

Agarro la botella y salgo de la cocina antes de que se me olvide donde estoy. Le doy un trago largo a la que me pasó, sintiendo mi rostro calentarse. El poco autocontrol con el que fui bendecida se está desvaneciendo y no me importa nada.

Son alrededor de las tres o cuatro de la mañana cuando Val me pide el uber para largarme a mi humilde depa. Remy está tirando en el sillón, dormido y con un poco de baba saliéndole de la boca. Me despido de Erela con un abrazo y Val nos acompaña a la salida, porque se alojan en el tercer piso. Robb y Meredith se montan en su uber, no antes de dejarle su pintalabios marcado en la mejilla a Val. Pero estoy tan mareada que no me importa.

—Adiós —hago un saludo de paz y me tiro en el asiento de atrás del uber.
—Voy contigo —me echa a un lado y cierra la puerta—. Buenas noches, podemos irnos ya —le dice al conductor.

Suelto un bufido y ruedo los ojos. Lo uso como almohada durante el corto trayecto. Subir a mi piso es toda una odisea, pero porque me gusta joder a Val y me hago la más mareada de la cuenta.

—Quiero dormir, Lynx —se pasa una mano por los ojos y me agarra de la cintura—. Deja de joder y muévete.
—Nadie te mandó a venir —le saco la lengua.
—No voy a dejar que te mates subiendo las escaleras.
—¡Estoy más sobria que t- ¡Shhhuum!
—No grites, hay gente durmiendo —ordena, cubriéndome la boca—. Saca las llaves.

Varios minutos después, estoy lavándome la cara y cepillándome los dientes, con el pijama puesto y una gran botella de agua esperándome para bajar el alcohol. Por más sustancia que haya tomado, no dejo de pensar en lo mismo desde que llegaron a España, hace pocos meses. Así que me seco la cara y voy dispuesta a hablar seriamente con Val.

—Tenemos que hablar —informo, saliendo del baño.
—¿De qué? —Val está bostezando, pero aun así se sienta en el borde de mi cama, prestándome atención.
—De nosotros —señalo hacia ambos—. La última vez que estuvimos en esta situación, no terminó bien —me cruzo de brazos, meciéndome de un lado a otro. Aunque creo que eso es por el alcohol.
—Hmmm, bueno —Val se apoya en sus brazos, echándose un poco hacia detrás—, ¿eres la misma Lynx de ese entonces?
—…No —me acerco a él, de pie junto a la cama—. ¿Tú eres el mismo Val?
—No. Tranquila, Lynx —me descruza los brazos y me sujeta las manos—. Estamos en la misma página.
—¿Cuál es esa? —mascullo, juntando las cejas.
—Amigos, muy buenos amigos —me acaricia los brazos con suavidad, y sonríe—…a los que les encanta ponerse cachondos de vez en cuando.
—¡Ponte serio! —ruedo los ojos y le pincho el hombro—. Entonces, ¿Ere y Remy?
—No le diremos nada…por ahora —hace una mueca y yo lo imito.
—No quiero estar mintiéndoles…
—No les estamos mintiendo, realmente, porque no sospechan nada —Val me suelta y se rasca el hombro—. Así que ahora mismo estamos “a salvo”.

Ignoro el golpe en mi estómago. Vuelvo a cruzarme de brazos y asiento. Val se estruja los ojos, y veo que están rojos, no se si por la borrachera o el sueño. Yo debo verme de igual aspecto.

—Cierto. Entonces...no les vamos a decir nada, ¿correcto? —cuestiono, mientras me hago un moño desordenado casi en la mitad de mi cabeza.
—Correcto —afirma Val—. Porque sabemos manejarnos, no es como antes.
—Exacto. Y, además, no es como si fuéramos a seguir...
—Hmmm, ¿no? —Val me mira y su brazo se mete por debajo de mi blusa— Pero yo iba a pedirte que si te querías dar una ducha.

Se me queda la boca semiabierta mientras siendo sus dedos pellizcarme un muslo. No me permito analizar nada. Solo el escalofrío que siento desde donde me pellizca hasta mi espalda baja.

—Pensé que querías dormir —murmuro, tratando de evitar la ronquera en mi voz.
—Si quiero, pero después de ducharnos —sonríe sin mostrar los dientes—. Solo a ducharnos.
—Estás jugando sucio —entrecierro los ojos cuando empieza a acariciarme.
—Vale, entonces, no vamos a seguir, como dices —asiente, pero sin quitarme las manos de encima.

Pongo mis manos en sus hombros y sacudo la cabeza automáticamente.

—No, no, olvida lo que estaba diciendo.

Me giro hacia el baño al mismo tiempo que Val suelta una carcajada, poniéndose de pie. Dejo de pensar y dejo de preocuparme. Nunca me ha servido de mucho, realmente. Sólo me concentro en lo bien que se siente estar con Val, tan natural y sin nada de estrés. Como si realmente nunca se hubiera ido.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Cuando me levanto, Erela esta en mi habitación recogiéndose las trenzas en un moño alto y escucho las voces de los otros dos en la sala. Parpadeo varias veces, y pienso volver a dormirme. Cuando recuerdo que no durmieron aquí anoche y yo no les abrí la puerta. Puedo jurar que se me congela el corazón, y que cuesta todo lo que tengo dentro de mí para no pararme como una loca poseída. Me siento, fijándome en que Val no está en la cama y que no hay señales de que estuvo.

—¿Qué hacen aquí? —bostezo y me rasco la cabeza.

Erela sonríe mientras se acerca a la cama, sentándose y abrazando uno de mis peluches de Bulbasaur. Me quedo medio sentada, gozando del punzón en el lado izquierdo de mi cabeza y el sabor amargo en mi boca. Bendito seas, alcohol.

—¿Quieres la verdad o la mentira piadosa con un poco de verdad? —se encoge hacia atrás y su voz se vuelve un poco aguda, provocando que yo entrecierre los ojos.
—La verdad, Erela —mascullo, tratando de sacarme el sueño de encima.
—Vinimos a ver si pasaba algo contigo y Val —suelta las palabras a la carrera, con la voz aguda. Abro los ojos y se me va todo el sueño— ¡No te enojes!
—¿Qué mierda les pasa? —me levanto de la cama y estiro los brazos— Ya hablamos de eso, y ha pasado mucho tiempo —la miro directo a los ojos, ignorando cualquier voz sensata dentro de mi—. Y Val y yo somos adultos, muchas gracias.
—Lo sé, lo sé, lo siento —mira la almohada y después vuelve a mirarme— Pero es que…
—¿Qué? —presiono, colocando mis brazos en jarras.
—Bueno, anoche pareció como si hubiera algo que no nos estaban diciendo —Erela se encoge de hombros, ladeando la cabeza—. A lo mejor fue el alcohol.

Suelto un bufido y me estrujo los ojos. Con el corazón latiéndome más de lo común. Por Dios, se me olvidaba lo mucho que nos conocemos. Suspiro con pereza y vuelvo a mirarla.

—Claro que fue el alcohol —refuto, caminando hacia el closet para tomar mi toalla.

Erela se queda callada unos segundos, y los uso para convencerme a mi misma que todo está bien y que no hay ningún problema con nada. Lo que no sabe, no le hará daño.

—De todos modos, cuando llegamos, vimos que el dormía en el sofá cama y tu aquí —agrega, como si eso arreglara las cosa. Sacudo la cabeza y suspiro.
—Ok. Podrían también haber preguntado, sabes… —contesto, mientras me meto al baño.
—¡Te hice pancakes! —chilla a mis espaldas.

Salgo del baño solo para mirarla con cara de: ¿es en serio? Decido buscar mi ropa antes de meterme a la ducha, para evitar moverme tanto. Al parecer, puedo amanecer leyendo o viendo series, pero dormir poco con algo de alcohol en el sistema todavía sigue venciéndome las ganas de caminar.

—Otra cosa por la que decidimos descartar lo de ustedes dos es esto: ayer con Meredith, pues, había algo —sube y baja las cejas repetidamente—, ¿te diste cuenta?
—Claro que si, casi se le tira encima —ruedo los ojos y aprieto la quijada—, si Val no lo notó, es un idiota.
—Creo que sí —acaricia su mentón y se mueve las trenzas un poco—, porque anoche cuando se fueron, salió sin decir a donde iba y horas después fue que mandó un mensaje que había hecho una “parada” antes de venir a tu departamento —hace las comillas en el aire.

Alzo las cejas, tratando de no dejar nada de mi reacción fuera de control. Aprieto los dedos alrededor de mi celular. No pasa nada, cerebro estúpido. Nada de nada.

—¿Crees que fue donde ella? —me agacho para buscar unos pantalones deportivos en mi gabetero.
—¡Claro que si! —exclama— Intenté llamarlo y cuando respondió, sonó todo ronco y colgó rápido.
—Tiene sentido —me giro hacia ella, y pongo los brazos en jarras—, voy a molestarlo más tarde con eso.
—¡No! Deja que se crea que no sabemos nada por ahora —se me acerca, juntando las manos—. A ver cuánto le dura.

Cierro la puerta, pero antes le dedico una sonrisa corta. Me meto a la ducha con restos del sueño y un poco de dolor de cabeza, no tan grave como han sido antes. El hecho de que le he mentido descaradamente a Erela me deja entre cruzadas. Por un lado, puede que sea malo; pero es algo por lo que estoy dispuesta a correr. Mejor una mentira piadosa a que ella y Remy se la pasen estresados con Val y yo. No somos los mismos de antes, sabemos manejarnos.

Aunque me irrite en sobremanera, es mejor que crean que está con Meredith a que sepan la verdad. Por muy estúpido que suene. No quiero estrés entre nosotros ya que estamos tan bien otra vez.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Se supone que nuestro vuelo sale la madrugada del domingo. Así que acordamos el sábado pasarla tranquilos sin hacer desarreglos, empacar e irnos todos desde el departamento que alquilan los muchachos. Como es más grande para descansar allí mientras esperamos la hora de partir.

Val vino a ayudarme a empacar mientras Remy y Erela empacan sus cosas. Él, como siempre, ya tiene todo previsto. Y en vez de ayudarme, se pone a hacer comida y luego se mete a la ducha, aclamando que le gusta mi jabón de olor a coco con menta.

Mi teléfono suena mientras guardo mi pequeña guía de plantas medicinales en el bolso de mano. Cuando contesto, la nariz de Theo esta ocupando casi toda la cámara, acompañada de su horrible barba/

—¡Por fin contestas! —chilla, cuando me ve haciendo un signo de paz.
—Estaba ocupada con talleres y todo eso —me encojo de hombros—, ¿Qué pasa?
—Quiero despedirme de ti propiamente —dice, ajustando la cámara para que se vea un lado de su cara—. Ya que no puedo bajar a España.

Theo está en Londres, trabajando como un condenado para sacar su propia empresa al aire junto con su novio. Sus ojos se achinan cuando le cuento sobre las desventuras en los laboratorios y varias veces se ríe tan fuerte que creo que va a tragarse el celular.

—¿Estás segura de que vas a aguantar estar en una isla con gente en condiciones críticas? —inquiere, peinándose la barba.
—¿Estas seguro de que te ves bien con esa musaraña en la cara? —replico, doblando mi ropa interior.
—Para tu información, mi barba está on point —me saca el dedo de en medio—. Solo porque tu no tienes una, no tienes que atacar la mía.
—Yo no quiero una —suelto una risotada—. ¿Cómo está Ricky?
—Se cree fashion blogger ahora —Theo rueda sus redondos ojos, gruñendo—. Está planeando ir a diferentes restaurantes solo para pedir poca comida y tomarnos fotos, es detestable.
—No suenas como si lo detestaras —sonrío de lado.
—Pues porque lo adoro de todos modos —las mejillas de mi hermano se colorean de rosado—. Es algo así como tu, me irritas, pero aun así no te dejo de querer.
—Muy divertido —entrecierro los ojos.
—Soy el divertido de la familia —contraataca.
—Sí, ¿y qué más?

Theo empieza a contarme sobre el último contrato que cerró. Su empresa es de arquitectura y decoración sostenible, y son un estudio pequeño en busca de darle un toque naturalista con sentido a la mentalidad londinense. Más fácil decirlo, que hacerlo.

Estoy doblando una toalla pequeña para meterla en la maleta de mano cuando Val sale del baño. Sin camiseta, con los pantalones flojos y gotas de agua cayéndole por el cuerpo. Me quedo mirando sus músculos, no tan definidos como los de un modelo, pero definidos de todas formas. Se me atasca saliva en la garganta y siento mi pecho calentarse. Diablos.

—No es justo.

Lo digo sin darme cuenta de que es más alto de lo que pretendo. Val deja de secarse el cabello y gira la cabeza para mirarme, con las cejas juntas. No detengo mis ojos de pasar desde su rostro, bajando por su boca, cuello y pecho. Una sonrisa ilumina su rostro; y, como si fuera poco, se muerde los labios.

—¿Qué dijiste? —Theo me llama la atención, y sacudo la cabeza, medio desorientada.
—¿Ah? Nada, tengo que irme.
—¡Pero…! —se pega el celular en la cara, entre su nariz y ojo.
—Te llamaré de camino al aeropuerto —prometo, agarrando el celular para que no vaya a ver a Val—, y ya hablé con Lucía.
—Pero espera, ¿qué pasa? ¿Sucede algo?
—Sí, creo que hay un ratón y tengo que-
—¡Asco! —exclama, y lo veo estremecerse— Esta bien, adiós terremoto.

Cierro la llamada y tiro la toalla que estaba doblando. Me giro hacia Val otra vez, y lo encuentro mucho más cerca de mi. Trago saliva mientras paso los ojos por las pecas en sus pectorales semi definidos. Dije que iba a estar tranquila hoy, por Dios. Aprieto los dedos y me encuentro con sus ojos arrugados en las esquinas por su sonrisa socarrona.

—¿Algo que quieras compartir? —cuestiona, ensanchando la sonrisa y colocándose la toalla en el cuello.
—…tal vez —carraspeo y me pongo de pie—. Solo si prometes cuidarlo muy bien.

Acorto la distancia de él con lentitud, mientras el calentón de mi pecho baja a todas partes. Me saco la camiseta deportiva y me detengo cuando mi pecho choca con el suyo. La mirada de Val se pone más oscura, más intensa, y su sonrisa se suaviza.

—Hmm, siempre.

Me alzo en las puntas de los pies para besarlo. Con un gemido, los brazos de Val me levantan y a trompicones terminamos en la cama, uno encima de otro. Coloco mis manos en sus hombros, deteniendo el beso por un momento. Me inclino y forcejeo hasta quedar sentada encima de él, sonriendo de lado.  

Mientras volvemos a besarnos, una vocecita detrás de mi cabeza me susurra que estamos jugando con fuego. Y le susurro de vuelta que de ser así, estoy dispuesta a quemarme.
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
-----
-----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Sáb 07 Sep 2019, 3:55 pm

Hola chiquis Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1477071114 Sigo yo, así que espero estar subiendo relativamente pronto  Triángulo de las Bermudas  - Página 2 2998878722
Sin más dilación, tu comentario Emilia  

#Valynx y otras maneras de morir, por Kate:
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por Bart Simpson Mar 10 Sep 2019, 8:52 pm


EMILYANUUH  Triángulo de las Bermudas  - Página 2 3613945505 :

___________________________________________

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Bart Simpson
Bart Simpson


   
   

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Jue 19 Sep 2019, 10:17 am

Hola chiquis Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1477071114 Ahora subo el capítulo. Lo pongo por aquí porque si le añado spoiler me dice que el mensaje es demasiado largo Triángulo de las Bermudas  - Página 2 865045067

El capítulo me ha quedado un poco fragmentado y puede dar la sensación de que hay cosas que no tienen sentido o que suceden muy rápido, si es así, cobrará sentido a lo largo de los capítulos. Espero que os guste  Triángulo de las Bermudas  - Página 2 77880782 También he cambiado a los fcs y tengo editar las fichas, porque la indecisión siempre Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1054092304
Si no me equivoco, sigue Cata Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1857533193

Por último, hay una escena de sexo. No es muy larga, pero es explícita. Aviso por si a alguien le incomoda leer este tipo de escenas. Se encuentra al final de cuarto tramo de esta parte.


Última edición por gxnesis. el Jue 19 Sep 2019, 10:22 am, editado 1 vez
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Jue 19 Sep 2019, 10:18 am



Capítulo 03.
mara santiago & paul fitzroy ✘ escrito por: gxnesis.

Pasar el cursor por la imagen.


El océano ha sido el epicentro de mi existencia antes incluso de tener consciencia de que existía. Es co-protagonista en mis decisiones y recuerdos. He pasado veranos enteros surcando sus aguas. En su orilla di mi primer beso y allí fui a refugiarme tras el primer desamor. He estudiado sus formas de vida, peleado por conservarlas y le consagré mi vida.  

Es posible que sepa más del mar que de mí misma. Sin embargo, lo que siempre me ha fascinado de él es lo que nos esconde. Un día obtuve una respuesta concluyente. No más misterio. En sus profundidades están los cadáveres de mis padres.

Cada vez que la certeza me aborda y no soy capaz de aferrar mis pensamientos para impedir que sigan estos derroteros, ocurre lo siguiente: me los imagino en sus aguas, atrapados en el oleaje que destrozó su embarcación. A oscuras, luchando por salir a una superficie que bien podría estar arriba o abajo. El cerebro pidiendo aire allí donde solo había agua. Asustados, desesperados y conscientes de que morirían.

Muchas veces no me doy cuenta de que estoy pensando en ello hasta que ya no soy capaz de pensar en otra cosa. Una espiral de pensamientos que se reproduce infinitamente en mi cerebro. Todo se reduce a un miedo aterido, irracional. Se me cierran los pulmones, taquicardias, sudores. Dejo de escuchar, olvido quién soy, dónde estoy. Empiezo a ahogarme como lo hicieron en ellos. Moriré y el mar tampoco querrá devolver mi cuerpo.

—¿Estás en tratamiento?

Poco a poco, consigo enfocar el rostro de la enfermera. No sé cómo he llegado aquí. Lo último que recuerdo es estar en el aula escuchando a la instructora del curso hablarnos sobre la reanimación cardiopulmonar y después…

—Mara, ¿necesitas que repita la pregunta? —Su voz llega aterciopelada a mis oídos. Está tan cerca que todo cuanto veo son sus ojos marrones, coronados por dos cejas gruesas y rubias.

Me aprieto la sienes y respiro hondo. No sé qué me ha dado para relajarme. Pero me cuesta concentrarme.

—Sí, sí. Estoy en tratamiento. —Noto la lengua seca y pastosa en mi boca.

Asiente antes de caminar al pequeño escritorio que hay al otro lado de la sala.

—Quizás deberías hablar con tu psiquiatra para que te ajusten la medicación. —Habla de nuevo, agarrando unos papeles de la mesa—. Te he suministrado un calmante para frenar el ataque. Lo mejor será que vayas a descansar.

Intento recomponerme y recoger mi dignidad. Odio perder el control de esta manera. Después de un año tendría que haber aprendido a manejarlo.  

—De acuerdo —mascullo, bajándome de la camilla.

Mis pies se sienten extraños en el suelo. Debo tomarme un momento para asentarme. «Respira hondo. Tranquila, ya está. Recomponte».

—¿Necesitas que avise a alguien? —pregunta, con intención de acercarse a mí.

—Estoy bien.

Huyo de la enfermería con mis terminaciones torpes. La puerta se cierra con fuerza a mi espalda. Bancos de alumnos transcurren ante mis ojos. El ruido hace que me zumben los oídos. Ha debido suministrarme un calmante para caballos.

Permanezco con la espalda contra la pared incapaz de echar a andar. De vestirme otra vez con la falsa seguridad bajo la que me oculto. «Contrólate».

—Eh.

Lynx aparece a mi lado, colocándose la mochila sobre los hombros: una ceja alzada y cara de circunstancia. Supongo que ha sido ella quien me ha arrastrado hasta aquí. Siento vergüenza y frustración conmigo misma.

—¿Me has estado esperando?  

La aparición de Lynx hace que me recomponga. Me niego a que los demás sean testigos de mis peleas internas.
Lynx bufa en su forma de decirme «eres idiota».  

—Si quieres me iba y te dejaba aquí tirada, no te jode —ataca.

Lynx es una buena amiga, que la irritación que experimento es hacía mí.  Nos conocimos hace un año en un curso avanzado de biología molecular en Londres, donde vivía ella por aquel entonces. Nos pusieron a trabajar juntas durante los dos meses que duró el curso. Cuando regresé a casa mantuvimos el contacto por teléfono. Y ahora hemos vuelto a coincidir en Madrid por el curso de primeros auxilios antes de volar a Puerto Rico.

Nuestra relación no está exenta de peleas, pero al final son nuestras similitudes las que nos mantienen a flote. Lynx es un reto y los que lanza a mi inteligencia toda una fuente de inspiración para recochinearle en la cara que ha cometido un error al dudar de ella.  

Me alegra haber pasado estas dos semanas con Lynx. Han sido menos solitarias de lo que esperaba por ello.

—Gracias por esperarme —accedo a decir.

—Mara Santiago siendo agradecida, ¿qué te han dado ahí dentro? —bromea, chocando su hombro contra la mío mientras empezamos a caminar hacia la salida del edificio.

—Tengo buenos modales, si es a lo que te refieres.

Arruga los labios y alza la ceja: en ese gesto suyo de sabionda. Guardamos silencio hasta la salida. Fuera, un cielo cargado de nubes grises nos recibe. Me arrebujo bajo la chaqueta. El frío seco de esta ciudad es insoportable.

—He quedado con Val para tomar algo en La Latina, vente con nosotros. —Me anima meneando las cejas. Está siendo especialmente amable. Deduzco que es una invitación por lástima.

—Aprovecharé la tarde para preparar mi tesis —declino su oferta.

—¿Para qué? Si no empiezas con ella hasta el próximo cuatrimestre. Respira un poco.

Tendría que haberme graduado el año pasado. Pero dadas las circunstancias me perdí los finales y estos meses he tenido que dedicarlos a recuperar estas asignaturas. Se suponía que empezaría a trabajar en mi tesis hace un mes. Pero apareció Rita con esta propuesta del voluntariado. Nunca he tomado decisiones precipitadas. Hago listas con los pros y contras antes de decantarme por cualquier posibilidad. Pese a ello, esta la tomé antes incluso de que Rita tuviera que emplear cualquier argumento para convencerme.

Hasta no hace mucho, los estudios han sido la prioridad. He puesto mi vida en pausa por ellos en muchas ocasiones, jamás lo contrario. Soy una empollona desde el parvulario. Pero las circunstancias me han llevado a replantearme los cimientos en los que se sostenían mis motivaciones.

—Tengo una cita con mi tutora el viernes —explico.

Debo llevarle la propuesta de la tesis para que dé el visto bueno. Cuando llegue de Puerto Rico quiero empezar en seguida a trabajar en ella para cerrar esta etapa de una vez por todas. No ejerceré como bióloga una vez me den la licenciatura. Pero no me gusta dejar las cosas a la mitad. Además, esta es mi despedida con el mar. Como una forma de decir que me ha jodida la vida a pesar de dedicarle la mía entera. Pero que, sin rencores, cada quien por su lado.

—No harás que me sienta mal por cambiar los libros por un tinto de verano —advierte, señalándome con el dedo.

—Si tú no tienes libros que estudiar.

—Ya me entiendes.

—No.

—Claro que sí, sabelotodo.

—Mira, no me apetece helarme el culo en una terraza. Podemos desayunar mañana antes de que coja el ave.

Lynx resopla. Agradezco de veras su interés por que me despeje. Pero lo único que me apetece es echarme un rato a dormir.

—¿A qué hora te marchas?

—Cerca de las ocho.

—Mejor nos vemos el sábado —declina la propuesta. Lynx se adelanta y gira sobre sus pies antes de perderse en el campus—. ¡Práctica mucho sexo estos días!

Tiro de mis labios para que sonrían.

—Pásalo bien —alzo la voz.

Me hace un corte de mangas por encima de la cabeza al tiempo que se da la vuelta. Cuando deja de mirarme, parte del control que me impongo se deshace y siento un tirón en lo más profundo de las entrañas, envuelto de angustia. Como no tengo que aparentar nada, dejo que se asiente y camino en dirección al metro.  


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

El extraño se mueve por la sala de estar, la madera rugiendo a sus pies. Rio lo sigue de cerca parloteando sobre la pintura desconchada y las grietas como si se tratara del último grito en moda de decoración para el hogar. Por mi parte, me limito a observar desde el sofá. Clavo la uña en el pulgar, reblandecido, arrugado: se reabre la herida semicircular en el acto. Noto la sangre caliente resbalar por él. Esta manía absurda consigue tranquilizarme, aunque mi rodilla continua a su bola, subiendo y bajando, como un niño rebasado de azúcar en una cama elástica.

Siempre he sido nervioso por naturaleza. La inminencia de un cambio hace de ellos un maremoto en mi estómago. Influyen los tres cafés que me he metido en el cuerpo a lo largo de la mañana. Pero se deben sobre todo al intruso que examina mi casa.

No me atrae la idea de que mis espacios sean ocupados por un desconocido durante un mes entero. Pero necesitamos el dinero para mantenernos a la vuelta. En el trabajo se han negado a darnos una excedencia. Tal y como están las cosas, les sale más rentable contratar a alguien nuevo.

Dejar mi trabajo estable para irme de voluntario ha sido lo más arriesgado que he hecho en años. ¿El motivo principal? No guarda relación con el altruismo. Sino con una chica a la que vi contadas veces hace un año. Es una locura. He sido de locuras que conducen a meteduras de pata toda mi vida. Pero me calmé tras la muerte de mi madre. Es irónico que haya sido su recuerdo el que me haya impulsado a tomar esta decisión.

—Toda la casa funciona con energía solar —escucho explicar a Rio desde el pasillo—, se ahorra una barbaridad en facturas. Deja que te enseñe cómo usar el panel de control.

Resurgen en la sala de estar, mi mejor amigo precede la marcha: con aires resolutivos y seguros. Nahuel, nuestro posible futuro inquilino, lo sigue perezoso a un par de pasos de distancia. Cruzamos una mirada fugaz. Decidido incorporarme del sofá.

—¿Para eso sirven todos los aparatejos del tejado? —pregunta.

—Para no contribuir a la destrucción del planeta.

Me paso el pulgar por la pernera del pantalón, limpiando la sangre. Narel parpadea, se atusa los rizos morenos avergonzado. Veo que Rio me levanta la ceja desde detrás de su espalda.

—Perdona, tío, no era mi intención ofenderte.

Comprendo mi error entonces. Soy gilipollas. Nos vamos en cinco días y este chico es el primero que se ha interesado por la casa. No puedo ponerme así.

—No, perdónale tú a él —intercede Rio, con una sonrisa amable—. Tiene un resorte ecosostenible en el culo.

Nahuel asiente, mirándome de reojo. Abro la boca para decir algo, pero Rio invita al chico a que lo siga para enseñarle el cuadro de mandos y alejarlo de mí. Salgo al porche trasero de la casa. Vuelvo a apretarme la herida del dedo. Al final cedo al mono y me enciendo un cigarrillo del paquete que hay en la mesa circular. Ya volveré a dejar de fumar mañana.

Doy una calada tras otra con los ojos perdidos en el mar de Capitola. Escucho el ruido que proviene del muelle. Estos son los sonidos de mi infancia. Solo que hace tiempo que perdieron unas cuantas notas. Porque Stevie Nicks ya no emana desde la cocina. Ni yo soy un niño que jugaba con los coches mientras su madre preparaba la comida.
Me doy cuenta que quizás no estoy haciendo esto por una chica. Quizás solo es una excusa para alejarme de este pueblo en la que me he quedado anclado de una vez por todas y para siempre.  

Mi gata se me enreda entre los pies. Su suave pelaje anaranjado me hace cosquillas. Pezuñas es más vieja que cualquier gato que haya conocido. Creo que a estas alturas debería estar muerta. Pese a las estadísticas, aquí sigue la tía. Gorda, arisca y tuerta.

Ella es la razón por la que no me gusta ninguno de los de su especie. Tiene la costumbre de esconderse bajo la mesa y lanzarte zarpazos y te salta a la espalda desde encima del armario. Por no mencionar cuando le da por maullar a las tres de la madrugada para que le des algo de comer.  

Juré que me desharía de ella en cuanto tuviera ocasión. Mi madre la trajo a casa cuando le insistí en tener una mascota. Claro que Pezuñas decidió que no quería ser la mía, sino la suya. A pesar de nuestra relación, esta bola de pelo me reconforta a veces. Es de las pocas cosas que me quedan de mamá que no me duelen en todas partes.
Pierdo la noción del tiempo mientras acaricio a la gata con el pie y fumo.

—Dame uno.

Rio se planta a mi lado en la barandilla. Abro el paquete y se lo tiendo. Decidimos dejar esta adicción a la vez. Pensamos que podríamos ayudarnos a no caer en la tentación. La logística se nos da de puta madre. Cumplirla ya no tanto.

—¿Cómo ha ido? —pregunto después que se lo encienda.

—He conseguido salvar la situación tras tu mierda de comentario. —Suelta humo al hablar. Me dedica una mirada de reojo—. Quiere alquilarla.

Aferro las manos en la madera astillada. Mantengo la serenidad en mi rostro.

—Eso está bien.

—¿Sí? Porque no lo parece —ataca Rio.

—Tú eres el simpático, no yo.

Rio da otra calada y me echa el humo a la cara. Siento ganas de encender otro cigarrillo. Pero me reprimo. Se queda mirándome con sus ojos oscuros. Le tironea el labio a un lado, señal de que está mordiéndose la lengua. Deja de hacerlo tras darle una colleja para que hable.

—Si no quieres alquilar la casa, ya veremos cómo nos las apañamos. Pediré dinero a mis padres.

Que esté dispuesto a pedirle dinero a sus padres con la relación de mierda que tienen dice mucho del pedazo de amigo que es. Por si todavía me quedaba alguna duda. Rio y yo hemos sido inseparables desde niños. Nos conocimos en la playa a los cinco años. Se acercó a mí y se puso a jugar con mi cubo para hacer castillos. Básicamente, eso fue todo. Veintidós años después aquí seguimos. Ya más hermanos que amigos.

—Lo haremos —aseguro. Le doy unas palmadas en la espalda a modo de agradecimiento por su propuesta.

—Es un buen tío. Cuidará de este armatoste.

—Llamaré luego al notario para que redacte el contrato.

—Eso cuesta pasta. —Niega con la cabeza—. Que nos dé el dinero por adelantado y ya está. Le pediremos a Callie que se pase una vez por semana a ver qué tal.

—Van a acabar liados —bromeo. Nahuel es el prototipo predilecto de Callie. Atractivo y forastero. En cuanto lo vea, no lo dejará escapar—. Cuando volvamos habrán formado una familia y tendremos que buscarnos otro sitio. No podemos dejar a un niño en la calle.

—Tío, ¿has vuelto a fumar hierba?

—El ingenio me viene de fábrica.

Suelta una carcajada. Y apaga la colilla en el cenicero. Se da la vuelta para quedar apoyado en la barandilla. Dándole la espalda al mar.

—Además, solo estaremos fuera un mes.

Sé que este es mi momento para decirle que no voy a asentarme en Capitola una vez regresemos. Que tengo intención de vender la casa en cuanto él encuentre un trabajo y otro sitio para vivir. Que esa es la razón por la que me altera tanto alquilar la casa. Es como un ensayo de lo definitivo.  Porque no puedo seguir aquí, manteniendo todo igual, como si ella fuera a regresar.

Llevo aplazando esta conversación más de un mes. Cada vez que trato de contárselo se me cierra la garganta.

—Sí, solo un mes.

Esta vez tampoco lo consigo. Supongo que me cuesta porque una vez lo exponga en voz alta se convertirá en realidad y hay un pequeño resquicio que teme.

—A no ser que tu cruzada romántica funcione.

Mueve sus gruesas cejas de arriba abajo con una sonrisa lasciva en la boca tratando de provocarme. Pero a mí la perspectiva de volver a verla en menos de una semana me arranca una sonrisa de gilipollas absoluto.

Quizás es una mezcla de todo, el voluntariado, Mara y ganas de marcharme. Que solo soy yo siguiendo adelante tras haber puesto mi vida en pausa tantos años. Y no puedo evitar el sentimiento agridulce que me invade en consecuencia.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Tras dormir unas horas me pongo con la tesis. O al menos lo intento. Pues el cielo oscurece y no avanzo ni una línea. Una pared bloquea mi cerebro, así como su capacidad de mandar órdenes a mis manos para que tecleen. Ni siquiera lo intento, siendo honesta. Pierdo la noción y no sé cuánto pasa hasta que me doy cuenta de que estoy mirando un documento en blanco en la oscuridad de la habitación.

Me cubro el rostro con las manos. Agobiada y frustrada. Mi cabeza es mi parte más brillante y últimamente no para de fallar. Es como si se le hubiera introducido un virus que la ralentiza, abotargando las tareas más estúpidas. Me doy unos segundos para flotar en este zumbido de frustración, presión y verdades que me grita el cerebro, antes de apartarlos.

Enciendo el teléfono por primera vez en el día. Las llamadas perdidas de Mikel ocupan el puesto álgido de la lista. Batallo un momento antes de decidirme a no devolverle las llamadas, siguiendo por el sendero de «novia horrible». Paso por los mensajes de mis amigas sin leerlos. A la única que respondo es a mi hermana. Me ha escrito para confirmar que irá a recogerme a la estación, aunque le he dicho que no hacía falta que perdiera clase.

Me pongo el abrigo para ir a por algo de cenar. El hostal que nos ha pagado la organización a los voluntarios que nos hemos desplazado desde otras partes de España es decente. Tiene una cocina y comedor donde los inquilinos podemos hacernos nuestros propios platos. Pero esta noche no tengo fuerzas para cocinar. Continúo un poco abotargada por el calmante.

En la calle me sumerjo entre las mareas de personas. Esta avenida es una de las más céntricas y siempre está a rebosar. Subo hasta la plaza de Sol caminando por los laterales. La noche es menos fría de lo que atestiguaba la tarde. Mi destino está todavía más abarrotado. Personas disfrazadas de personajes de dibujos animados mecen globos con formas de animales. Un grupo de chicos baila junto a la tienda de Apple mientras las personas los corean. La fuente del centro se encuentra abarrotada de personas que cenan en su borde, conversan o lo que sea que hagan.

Avanzo por Callao hacia mi tienda de sándwiches preferida. Aún rodeada de gente y músicos de distintos tipos casi a cada metro. Música clásica, cantantes de ópera, chicas y chicos de mi edad que hacen covers… En todo esto, Madrid no se diferencia mucho de Barcelona.

Tras aguardar quince minutos de fila, subo al piso superior del local. Me siento junto a la ventana y como mientras observo a los viandantes.

Me pregunto cuántos de ellos se sienten como yo. Atrapados dentro de una vida que te resulta desconocida, aunque hubo tiempo en el que era la que querías. Preguntándose constantemente si llegará un día en el que vuelvas a reconocerla o si esta sensación es irremediable. Tu interior gritando que no hay punto de retorno —por mucho que te lo niegues— pero tú incapaz de trazar uno nuevo. Sin poder hacer listas de pros y contras, varada como estás en ese terreno árido de tu cuerpo.

El tono de llamada prohíbe la debacle a la que intenta arrastrarme mi cabeza. Últimamente, convivir conmigo misma es agotador. Descuelgo poseída por una emoción nerviosa pero agradable.

—¿Qué llevas puesto?

La voz profunda y sugerente de Paul ejerce de bálsamo. Es como la primera bocanada de aire que tomas tras forzar tus pulmones más de lo debido bajo el agua. Torpe, desesperada y liberadora.

—Un pijama de la Rana Gustavo. —Le sigo el juego. Me dejo caer contra el respaldo de la silla con un brazo cruzado sobre las costillas.

—Eres el sueño de todo hombre —gruñe con sorna.

—Idiota. —Me muerdo el labio inferior reprimiendo una sonrisa, que se disuelve de inmediato. Carraspeo y cierro los ojos antes de contarle el percance de esta mañana, precedida por un suspiro—: He tenido un ataque de pánico.

—Podemos hablarlo.

—Tan solo lo mencionaba como hecho remarcable del día.

No responde. Justo la reacción que esperaba, el silencio cómplice. No quiero hablar de lo irritable que me resulta que mi cabeza tome el control sobre mí. Ni que siento que he retrocedido ochocientos pasos hacia atrás. Al contrario de los seres humanos que, afortunadamente, no se han visto en situación igual, Paul no necesita que se lo explique.

Lo conocí hace casi un año en Capitola. Fui allí para realizar un estudio con la universidad sobre cómo afecta la falta de fondos de la guardia costera a la preservación de la fauna marina. Acepté en un intento de regresar a mi vida, impulsada por unas ganas absurdas de demostrar a los demás y a mí misma que todo marchaba bien.

Paul Fitzroy trabajaba como guardacostas y quedamos en una cafetería para organizar la visita. Todo fue bien hasta que propuso que nos acercáramos al puerto. La sola idea de acercarme al mar me dejó sin respiración. Desde la muerte de mis padres no soportaba estar a menos de tres metros de distancia de sus aguas mortales sin que se me nublara el raciocinio. Paul se dio cuenta. «Una bióloga con miedo al mar, ¿qué clase de ironía eres tú?», se burló con una sonrisa traviesa.

En esa décima de segundo barajé dos opciones: elucubrar una excusa o contar la verdad, elegí la segunda. Que mis padres se ahogaron en algún punto del Atlántico hacía meses y a consecuencia había desarrollado un miedo irracional hacia lo que tanto había amado antes.

Traté de racionalizarlo, lo expuse de tal forma que parecía el caso de otra persona. Sin embargo, Paul no se dejó engañar. Lo comprendió y cambió la sonrisa por una línea tensa. También perdió a alguien de manera abrupta años atrás.  

El mes que pasé en Capitola con Paul fue como una tirita. El dolor no se marchó, pero en su presencia se aliviaba. Por fin encontré a alguien que no me trataba como si me hubiera convertido en algo sin remedio. También fue él me convenció para ir al psicólogo, algo a lo que me negué en rotundo al principio. Yo sabía lo que me pasaba, no necesita a ningún facultativo que me lo repitiera. Pero por suerte me dejé convencer y he mejorado un poco cada vez desde hace unos meses.

Hemos mantenido el contacto por teléfono desde que regresé a España y coincidencia o destino, también irá a Puerto Rico como voluntario. La tentativa de volver a verlo provoca cosquilleos en mis manos a los que procuro no prestar atención.

Paul se ha convertido en la única persona con la que sigo siendo la Mara Santiago de antes. Siento que vuelvo a estar en control de mi cabeza y emociones. Abandono la parte árida donde me he quedado atrapada y todo va un poco a mejor.

—La gata se ha peído en mi cara.

Dice de pronto. Noto cómo se me suben las cejas. Visualizo su sonrisa, esa que con la que nunca sabes si se ríe de ti o contigo.

—Debía conocer este dato por…

—Porque es lo más remarcable de mi día… —carraspea y guarda silencio un momento—. En realidad no. He conseguido alquilar la casa.

—¿Cómo te sientes?
Me cuenta que se ha comportado como un gilipollas con el chico que se ha interesado por la casa. Pero que al final todo ha ido bien gracias a Rio. Se reunirán de nuevo con él dentro de unas horas para finiquitar el asunto.

—Pensé que me sentiría peor. Es casi decepcionante —menciona al terminar, restando hierro al asunto—. Pero esto demuestra que estoy en lo correcto. Preparado para seguir adelante.

Observar la evolución de Paul me da esperanzas. Que llegará un día en el que todo regrese a la normalidad. Sin ataques de pánico ni fobias. Un futuro en el que quizás pueda retomar el legado de mis padres.

—Cuéntaselo a Rio —ordeno a la que desmigajo lo que me queda de sándwich—. Tiene que estar al tanto de todos los datos.

También imagino el círculo de fastidio que describen sus ojos antes de responder con retintín:

—Sí, señora.

«No lo va a hacer», pienso. Me fascina la contradicción entre la falta de miedo y remordimientos que posee a la hora de seguir sus determinaciones y lo presentes que están cuando debe contárselo a alguien. Lleva meses con la idea de marcharse de Capitola metida en la cabeza, pero todavía no ha sido capaz de hacer partícipe a Rio de esa decisión.

—Entonces, dime… ¿cómo de provocativo es ese pijama?

Cambia el tema de conversación. Lucho unos segundos con la necesidad de remarcarle que evadir el tema no lo eliminará. Pero quién soy yo para darle consejos a nadie cuando he venido a Madrid a realizar un curso que ya he hecho para alejarme de todos mis problemas.

—He provocado unos cuantos infartos con él.

Sonrío a las migas de pan en el plato. Y permito que el cosquilleo de las manos se propague y crezca mientras tonteo con Paul a la distancia. Olvidando que tengo un novio esperándome en Barcelona y que esto no está bien.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Quedamos con Nahuel para hablar sobre las condiciones del alquiler. Sellamos la conversación con una transferencia bancaria y un apretón de manos. Hemos quedado en vernos el domingo para darle una copia de las llaves antes de marcharnos al aeropuerto.

Después, Rio me convence para ir a tomar algo con nuestro grupo de amigos. Vamos a nuestro lugar de reunión habitual. Una caseta azul con el techo de paja y unas cuantas mesas de madera en la arena de la playa. La música ambiental emana de unos altavoces disfrazados de tipis y hace un dueto con el sonido del oleaje.

—No puedo creer que de verdad vayáis a ir. —Callie me da un codazo amistoso.

—¿Tan poco altruistas nos consideras? —aparto el botellín de mis labios.

—Trabajamos salvando animales —bufa Rio, de lo más ofendido—. El altruismo fluye por mis venas. —Hace un movimiento extraño con las manos, como si tratara de imitar el oleaje. Se le escapa un hipido, está borracho perdido.

—Ahí lo tenéis.

Justin se une a Callie, sentado al otro lado de la mesa, en las calumnias. Intentamos convencerlos para que vinieran con nosotros al viaje. Pero Justin acaba de ascender en su puesto de trabajo en la galería de arte y Callie se limitó a decir que no le apetecía.

—Insinuáis que nos importan más las focas y las ballenas que las personas —convengo tras beber de la cerveza.

Fue Rio quien me consiguió el trabajo como guardafauna hace dos años. Uno de sus compañeros acababa de jubilarse y me propuso para la vacante. Al volver a Capitola para cuidar de mamá perdí mi puesto en Los Ángeles como asesor ambiental de una fábrica. En ese momento todo era una mierda y estaba sin blanca, por lo que acepté.

Sin embargo, por gratificante que resulte salvar a algún animal en peligro, no es lo que quiero. Sencillamente me acostumbré a esa rutina. Durante mucho tiempo la rutina ha sido lo único que me ha ayudado a tirar hacia delante. Ha ayudado a poner orden en mi vida y poco a poco, a mis sentimientos. Pero ha llegado el momento de descubrir lo que sí quiero.  

—Exactamente —chocan sus copas.

—¿Igual es que nuestra marcha os afecta más de lo que admitís? —pincha Rio, emocionado ante su insinuación—. Podréis soportarlo.

Le lanza un beso a Justin.

—Engreído. —Este le da una patada bajo la mesa rascándose la tupida barba.

—En el hipotético caso de que haya otro huracán y los dos muráis—Callie alza sus ojos azules al cielo con aire meditabundo—, me pido desde ya apropiarme la tabla de surf de Paul y su todoterreno.

—Espera, espera —Justin se incorpora como un resorte—. La tabla de surf es para mí.

—¿Nadie quiere mis posesiones? —interviene Rio, creo que ofendido por los motivos incorrectos.

—Por favor, no nos desvalijéis la casa —ruego por encima de su queja.

—No debiste darme una copia de las llaves. —Callie sonríe como la pequeña diablilla que es.

Pasamos el resto de la noche entre copas y recuerdos. Como esa vez en el instituto que la madre de Justin tuvo que ir a buscarnos a la ciudad porque nos habíamos gastado todo el dinero en un par de botellas de vodka y estuvimos castigados tres meses. O cuando Callie nos hizo bañarnos a los tres en el mar por la noche, escondió nuestra ropa y tuvimos que irnos a pelotas a nuestras respectivas casas.

Evito centrarme en el hecho de que evitar mencionar un recuerdo en el que aparezca mi madre no hace más que remarcarla. Pero supongo que es difícil olvidar las viejas costumbres. Pues hubo un tiempo en el que la sola mención de su nombre era suficiente para que me echara a llorar a moco tendido.

Cuando vaciamos las copas de la tercera ronda, me acerco a la caseta a por más. Molly es generosa con las raciones de whisky. Medio tambaleante, me inclino hacia a ella.

—Si quieres emborracharme, ese barco zarpó en la segunda cerveza.

Molly me dedica un mohín encantador con sus carnosos labios tras la barra. Que no es otra cosa que una invitación silenciosa a perdernos un rato en el otro más tarde.

—No tengo interés alguno—cierra la botella mirándome fijamente.

—Aprovecharte de mí.

Reprime una sonrisa.

—¿Quieres que lo haga?

Pienso en Mara unos segundos. En su brillante melena pelirroja y esos redondos ojos verdes, cautivadores a la vez que escurridizos. En que me muero de ganas de verla, en todo lo que puede pasar este mes en Puerto Rico y en que convierte mi estómago en dinamita, aunque esté a un océano de distancia. Pero también recuerdo que tiene novio y que no tengo la más puñetera idea de si ella nota la atracción tanto como yo o, solo me ve como un amigo.

—Siempre, ya lo sabes —termino por decir, dejándome llevar por el alcohol y las ganas de follar.

Me tiende las copas.

—Espérame hasta que termine.

Estoy un rato más con mis amigos. Callie nos realiza el tercer grado sobre Nahuel una vez le hacemos una descripción detallada sobre él. Esa ha sido mi forma de salir del paso cuando insinúa mis planes de marcharme de Capitola delante de Rio. Es la única que está el tanto y no para de darme la chapa para que confiese. Justin nos habla de su nueva compañera de trabajo unas cuatro veces. Rio se limita a escuchar y seguir bebiendo, ha entrado en modo «borracho contemplativo».

Cuando el último cliente del local se marcha, me cuelo por la puerta trasera de la caseta para reunirme con Molly.

—Estoy dos copas más borracho por tu culpa.

Molly sonríe, cierra la persiana y camina hacia a mí con una curva sensual en los labios. Engancha los pulgares en el dobladillo de mi pantalón y tira hasta que nuestros labios chocan.

—Haré que la resaca valga la pena… —ronronea.

—Te tomo la palabra.

Le saco la camiseta y el sujetador entre besos. Molly se frota contra mí antes de desabrocharme el pantalón. Con manos hábiles, los arranca de un tirón, calzoncillos incluidos. Se aparta un momento para mirarme, pupilas dilatadas y labios enrojecidos. Le pellizco el labio con los dientes haciendo que suelte un gruñido. Me pongo el preservativo que se saca del bolsillo trasero de la falda. Después me hundo en ella contra la pared, embistiéndola con fuerza, agitándome cada vez que escucho cómo gime mi nombre. Siento el momento. El placer del sexo. La falta de pensamientos. Nada más que esto.

Me digo que esto es lo que necesito, la facilidad de esta vida exenta de remordimientos por disfrutar de ella y sin comerme la cabeza por una chica a la que quizás le doy absolutamente igual.

Sin embargo, cuando me despido de Molly tras dejarla en su casa, mi parte más desordenada, incoherente e impulsiva le escribe un mensaje a Mara diciendo que se muere de ganas de verla.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Pasé meses sintiéndome una inútil egoísta. Incapaz de digerir la noticia y levantarme de la cama. Hasta que Marina me suplicó que hiciera un esfuerzo porque no podía perderme a mí también.

Comprendí que era mi obligación como hermana mayor hacer todo lo posible porque Marina supiera que saldríamos adelante y que nuestra familia no se había destruido por completo. Así que imaginé que una capa trasparente me cubría la piel para que el dolor no pudiera tocarme. Empecé a tragarme todo: congelé las emociones, oculté los ataques de pánico y el miedo al mar durante meses para poder levantarme de la cama.

Siento que esa capa se reconstruye cuando, la mañana del miércoles, abandono la estación de Sants cargada con dos maletas y el bolso. Es un día soleado pero frío en Barcelona. Entrecierro los ojos intentando acostumbrarme a la claridad. Encuentro a Marina al otro lado del paso de cebra, en la linde del aparcamiento.

Es una chica menuda, pero de presencia enérgica y potente. Sus ojos grises chispean siempre que se emociona o algo le hace especial ilusión. Marina tiene esa clase de rostro capaz de enamorarte o sacarte de quicio. Como hermanas, lo único que compartimos es el pelirrojo anaranjado del pelo. Solo que el suyo es ardiente como un amanecer fulgurante y yo parezco más una zanahoria. En el resto somos apuestas. Mi hermanita es visceral, intensa y espontánea. Al mismo tiempo que es dulce, cariñosa y empática. Nada que ver conmigo.

Con todo lo que nos ha pasado, me alegra que la Marina que yo conozco y que antes tanto me sacaba de quicio siga entera. Quizás más centrada y menos impulsiva. Pero ella.

—¡Hola! —da saltitos en cuanto me ve, moviendo el brazo en el aire.

Acelero el paso. Suelto las maletas y la estrujo entre mis brazos como si hiciera cinco años que no la veo. Huele a vainilla y tiene la chaqueta de cuero helada por el frío.

—¿Qué tal, enana? —digo al separarme.

Los labios de Marina se arrugan para reprimir la risa. Se agacha para coger una de las maletas.

—Feliz porque has hecho que me salte las clases —guiña un ojo.

—Aún puedes ir a unas cuantas —rebato cruzándome de brazos.

—¡Estás loca! —exclama tan alto que su voz me penetra en el tímpano—. He cogido vacaciones hasta el lunes. Voy a pegarme a ti con pegamento.

—Marina, no hace falta que pierdas clase por mí.

El tercer año de universidad es uno de los más duros. Y mi hermana nunca ha sido muy aplicada. Al contrario que yo, siempre encuentra una excusa para dejarlos de lado. Me da miedo que al marcharme se descontrole más de lo necesario.

—¿Escuchas eso? —Se lleva una mano a la oreja. Trato de agudizar el oído, pero no escucho nada. Al final ladea una sonrisa vacilona—. Es la cuadriculada de mi hermana siendo un muermo.

—Vete a tomar por saco.

Me saca la lengua al tiempo que guiña un ojo.

—Estoy aprovechando el tiempo. No podré meterme contigo en al menos un mes.

—¿Estás segura de que no pasa nada porque me vaya? —inquiero buscando señales que indiquen lo contrario en su rostro.

—Que sí, cansina —bufa—. Me lo has preguntado quinientas veces ya.

Estuve a punto de echarme atrás con el viaje por Marina. Puede pasar de estar exultante de alegría al extremo opuesto de un momento a otro. Todavía no sé si se tratan de momentos de tristeza concretos o es que siempre se siente así y hay veces que no puede controlarlo más y por ello explota. Pero fue ella la que me impulsó a hacerlo.

—En marcha, la tía Paola nos está esperando con cinco ollas de cocido.

—Pero si son las diez y media…

Marina arrastra una maleta hacia el coche ignorándome.

—No entiendo para qué te has llevado dos maletas a Madrid si ibas a traerlas de todas formas. —Se queja sobre el traqueteo de las ruedas cuando me reúno a su lado.

Muevo la cabeza para que el pelo genere una cortina entre nosotras. Pienso un argumento convincente. Aún no quiero decirle a mi hermana que el viaje ha sido mi excusa para mover casi toda la ropa de mi casa a la de la tía Paola sin levantar sospechas. Porque ni yo misma quiero reconocerlo.

—Sabes como soy —miento.


El jueves quedo con Mikel para comer. Incapaz de retrasar más el asunto. Ayer estuve todo el día con Marina y el resto de la familia en casa de mi tía Paola. Vimos películas de calidad dudosa y por la noche, mientras hacíamos la cena, Marina nos enseñó los bosquejos de sus nuevos diseños. También me usó como maniquí. Su capacidad para poner alfileres es inversamente proporcional a su destreza para crear diseños y me dio tantos pinchazos que dejé de sentir los músculos.

Después de la comida, Mikel friega los platos y yo bebo té sentada en la diminuta mesa de la cocina. Ha ido mejor de lo que esperaba. No ha habido reproches por no devolverle casi ninguna de las llamadas durante estas dos semanas, ni por no invitarlo ayer a casa.

—Podemos tirarnos en el sofá toda la tarde si lo prefieres —comenta por encima del ruido del agua—. O dar una vuelta por el centro. Esta tarde soy todo tuyo. Haremos lo que quieras.

Pero la falta de reproches no impide que me sienta culpable. Mikel lleva cerca de una hora proponiendo actividades para hacer juntos. En busca de algo que me saque del abotargamiento.

—Vale. Tampoco quiero hacer nada especial. —Me percato de lo tajante que he sido y rectifico—. En realidad…, me gustaría dejarlo todo preparado para el viaje.

Mikel me mira por encima del hombro con una sonrisa cariñosa. Se seca las manos antes de reunirse conmigo. Usa el borde de la mesa como asiento. Recuerdo que cuando empezamos a vivir juntos, me irritaba en sobremanera esta manía suya. Siempre regañábamos por ello, de esa estúpida forma en la que lo hacen las parejas y que luego se soluciona con un beso o una risa involuntaria en medio de la pelea.

Ahora ni me inmuto.

—¿Eso es lo que quieres hacer? —pregunta acariciándome el pelo.

«Sonríe, Mara». Lo consigo.

—Te estás riendo de mí —paso el dedo por el asa de la taza sin perder de vista el marrón de sus ojos. Chispeante y amable.  

—Hace mucho que abracé tu idea de diversión —carga con ironía la última palabra.

—Vaya, gracias.

Me levanto de la silla airada o fingiendo que lo estoy porque es lo que solía hacer. Hace ya mucho que me cuesta distinguir la línea en la que empiezo yo y termina mi representación.

Mikel atrapa mis caderas entre el hueco de sus piernas. Dejo caer las manos sobre sus hombros. Nos quedamos mirándonos en silencio. Trato de reencontrarme con esa Mara que lo amaba con locura no hace mucho tiempo atrás. La busco en la curva sugerente de los labios de Mikel, en la aspereza de su barba irritándome la piel y en el tacto de su pelo entre mis dedos. Deseando con todas mis fuerzas dar con ella.

—No es necesario que me ayudes —murmuro.

—Quiero hacerlo —asegura curvando los labios a la que se inclina hacia mí. Su cálido aliento impacta en mis labios—. Y por la noche…

—Ya, de eso iba a hablarte. —Me echo hacia atrás de súbito—. He pensado que es mejor quedarme en casa de mi tía estos días. Así no tengo que perder el tiempo en el metro para ir a verlas. Tú puedes quedarte también, seguro que a Paola no le importa.

Mikel guarda silencio. No le he dado tiempo a terminar la frase y quizás lo que he dicho no está relacionado con lo que pretendía decir. Pero necesitaba quitármelo de encima. Llevo todo el día con esas palabras en la punta de la lengua.

—Es una cuestión de logística —añado apretando los labios con dureza.

—Me parece bien —responde por fin, ladeando la cabeza. Los rizos largos persiguen el gesto.

Busco señales de sospechas y decepción. Sin embargo, tan solo advierto sinceridad. Mikel nunca se molesta cuando me aparto. Esto hace todo el asunto más complicado. Porque no sé si de verdad se lo toma bien, se contiene porque lo he pasado mal y busca contentarme o es que le da igual.

Algo no funciona como debería, eso seguro.  Y no paro de preguntarme si debo esperar a que pase la tormenta o correr a refugiarme. Lo único certero es que todo es por mi culpa. Si mis padres no hubieran muerto y yo no me hubiera convertido en esto, todo continuaría bien.  

Uno mis labios a los suyos en un intento desesperado por aguantar bajo la tormenta. Mikel acoge mi lengua en su boca. Es un beso lento e intenso. Ejerce presión en mis caderas con sus piernas y hunde las manos en mi cuello. Hago descender mis manos por su espalda hasta que llego al dobladillo de su camiseta: las cuelo bajo ella. Recorro su piel caliente, musculosa y tensa.

Por unos esperanzadores segundos pienso que lo de los últimos meses no es más que un bache inmenso. Pero justo después me doy cuenta que solo son mis ganas de que así sea. Que no estoy sintiendo la chispa calurosa en mi estómago, sino que trato de imitarla.

Me aparto jadeando. Mikel deja de ejercer presión en mi cadera y yo camino de espaldas hasta que noto la encimera frenarme. Se queda expectante a que diga algo, con las pupilas dilatadas y los labios enrojecidos, palpitantes.

—Tenemos mucho que hacer —pongo por excusa.

Mikel se recoloca el pelo con ambas manos. Tarda un momento en responder. De nuevo busco alguna herida que se le refleje en la cara. Nada. Como siempre.

—Tienes razón. Pongámonos a ello.

Planta una sonrisa y sale de la cocina. Yo me siento la persona más detestable del planeta.

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Conocí a Mikel el verano de mi primer año de universidad. Estaba en la playa con unas amigas celebrando la noche de San Juan. Era compañero de mi amiga Andrea en la universidad. No era para nada el tipo de chico en el que solía fijarme. Desaliñado, errante y un poco vacilón. Yo siempre me fijaba en los que eran más similares a mí, serios, centrados y aburridos.  

Mikel resultó ser el adecuado. Congeniábamos bien, éramos equilibrio. Él me ayudaba a relajarme y yo a que se centrara. Además, entendíamos que necesitábamos nuestro espacio propio. No había peleas por ello ni resentimientos. Era una relación sin complicaciones, con más buenos momentos que malos.

Nos fuimos a vivir juntos en nuestro tercer año de universidad y esa transición también fue sencilla. Por lo que yo había observado del amor, parecía mucho más complicado. Había visto a mis amigas y a mi hermana en relaciones. La mía con Mikel no tenía nada que ver. Nuestras peleas más fuertes eran por la colada.

Tras la muerte de mis padres nuestra relación ha seguido igual, el único cambio y problema soy yo. Mikel no ha hecho más que desvivirse porque salga adelante. Sigue aquí a pesar de todo y no se alejado. Me ha dado el espacio, la paciencia y el apoyo que he necesitado. Se ha amoldado a mis necesidades de tal manera que cuando rechacé su oferta de que me acompañara a Puerto Rico, no puso objeción alguna.

Creo que ese es el origen de mi culpabilidad. No ser capaz de compensar tantas atenciones y que mis sentimientos se hayan apagado. Me he preguntado mucho en estos meses si en realidad nunca he estado enamorada. Quiero mucho a Mikel. No solo es mi pareja, sino también mi amigo. Pero quizás ese es el problema. ¿Y si confundí comodidad con amor?

Lo último que quiero es herirlo. Pero una parte egoísta de mí se aferra a él con garras. Como último resquicio de mi vida anterior.  

—Objetivo cumplido.

Mikel se pone en jarras tras cerrar la última maleta. Hemos pasado la tarde organizando el equipaje. No sé si ha dado cuenta —ha estado bastante distraído con el teléfono— de que he metido muchas cosas innecesarias que pretendo dejar en casa de mi tía.

—Gracias por ayudarme —repito por decimoctava vez.

—Somos un buen equipo —sonríe con cariño.

Mi tentativa de huida no ha parecido afectarle en lo más mínimo.

—Llevaré las maletas a casa —Me levanto del suelo. Tengo los músculos agarrotados por pasar tanto tiempo en la misma posición—. ¿Quieres venir?

Mikel vuelve a estar concentrado en su móvil y tarda en responder.

—Eh, sí claro. —Se levanta también, con aire distraído—. El plan es dormir allí estos días, ¿no?

—Eso es —confirmo—. Si es lo que quieres tú, sales muy tarde de trabajar y son un poco ruidosos.

Mikel se graduó el año pasado en Periodismo y le está costando mucho esfuerzo encontrar trabajo de su profesión, tal y como están las cosas. Así que de momento está trabajando como camarero en un pub de La Rambla.

—Libro hasta el lunes. Creo que te lo comenté.

Responde desde el baño de la habitación, donde acaba de meterse. Siendo sincera no recuerdo si lo hizo. Me quedo en medio de las maletas, observando de reojo mi parte vacía del armario, sintiéndome culpable de nuevo.
Mikel asoma la cabeza un rato después.

—Me doy una ducha y nos vamos —sacude la toalla en la mano—. E igual te gustaría cambiarte de ropa. Marina quiere salir a cenar.

Alzo una ceja sorprendida porque mi hermana le haya escrito a él y no a mí.

—Dice que tienes el teléfono apagado —añade al ver mi cara, antes de esconder la cabeza otra vez en el baño.

Me siento en la cama. No tengo ganas de salir a cenar a ningún sitio. Pese a ello reúno fuerza de voluntad y cambio el chándal por unos vaqueros y un jersey. Al terminar Mikel, cogemos las maletas y abandonamos el apartamento. El trayecto en el coche es silencioso. Acabo tan sumergida en el limbo que no me doy cuenta de que hemos llegado hasta que me abre la puerta.

Cuando voy a abrir la puerta del apartamento, me apoya una mano en la espalda.

—Espero que te guste tu fiesta sorpresa de despedida.

—¿Mi qué…?

Antes de darme cuenta de lo que ocurre, la puerta se entorna hacia adentro, casi llevándose mi mano consigo. Un grupo de personas apelotonadas en el descansillo corean mi nombre. Tardo un momento en centrarme.

—¡A ver si te pensabas que nos emborracharíamos antes de irte!

Marina me agarra de la mano e impide que salga corriendo.



Resulta que Mikel ha exagerado al decir que era una fiesta. Me recupero del shock inicial y veo que a Marina no se le ha ido la pinza invitando a cualquier conocido que le cae simpático. En la casa solo están las personas a las que echaré de menos este mes. Mis amigas del centro de recuperación marino, Paola, Andrea y Mikel —compinche de Marina en todo este asunto—.

La tía Paola ha cocinado pizzas caseras, empanadillas y pastas dulces en forma de palmeras. También hay alcohol para un regimiento y suena música pop en la televisión.

Venzo la apatía y le hago un hueco a la alegría. Disfruto de la fiesta. Porque ni todo es malo. Ni luchas internas. Las horas pasan entre anécdotas, juegos de mesa y conversaciones entremezcladas.

En un momento de la noche, las chicas del centro y yo salimos a la terraza para que Natalia fume mientras el resto sigue de karaoke. La noche ha provocado un descenso atroz de las temperaturas y se me agarrotan hasta las uñas.

—Así que así están las cosas. —Aitana finaliza su relato con una caída de pestañas irritada. Apoyada como está en la pared.

—Nos vendría bien tu ayuda —bisbisea Alba en un tono lastimero.

Un dardo envenenado me atraviesa el pecho amenazando con llevarse la paz de este rato. Abandoné mi labor en el centro marino hace mucho tiempo. Era una tarea imposible de realizar. Cierto es que estoy mejor o, al menos eso creo. Antes de marcharme a Madrid decidí probar los avances de la terapia y me acerqué al paseo marítimo. Fui capaz de permanecer en la arena sin tener la sensación de que se abriría un agujero y me tragaría para siempre. Lo cual es un gran paso.

Tomé la decisión de ir a Puerto Rico por impulso, sin meditar el hecho de que estaré en una isla. Rodeada de arena y agua, más cerca del mar de lo que he estado en un año. Lo consulté con el psicólogo y llegó a la conclusión de que estoy preparada, me aferré a su veredicto. Además, si no me veo capaz de soportarlo, siempre puedo volver antes de tiempo.

—A lo mejor cuando termine la tesis. —Me obligo a decir con un estiramiento de labios—. Desde Puerto Rico no hay mucho que pueda hacer.

Natalia se da una palmada en el muslo.

—La tía no quiere oír hablar de nosotras y se va a otro continente a ayudar. —Natalia es la más entregada de las tres, tanto como yo solía serlo. Vive por y para el océano y su preservación.

Alba y Aitana comparten una mirada temerosa por cómo pueda reaccionar a su falta de tacto. Saben perfectamente por qué no vuelvo al centro. Pero yo prefiero la brutalidad de Natalia. Estoy cansada de que traten como seda.  

—¿Tan mal están las cosas? —pregunto.

—Con todo lo que está pasando en Cataluña, dar cita a unas activistas tocapelotas ni siquiera ocupa un puesto en su lista de prioridades. —Alba pone los ojos en blanco—. El ayuntamiento pasa de nuestra cara.

—Hablando claro —termina Aitana tiritando por el frío.  

Como mis padres, fui una activista empedernida. Recogida de firmas, campañas, manifestaciones, denuncias a empresas que vertían residuos contaminantes y plásticos al mar. Era mi mundo entero. A una parte de mí le gustaría regresar para continuar con el legado de mis padres. Pero la Mara de después observa todo desde la lejanía, como si fuera la vida de otra persona.

—Y estamos desbordadas. No paran de llegar animales heridos al centro. —Natalia enciende otro cigarrillo—. ¿Pero qué otra cosa podemos hacer?

—Os las apañaréis —aseguro—. Se trata de seguir luchando. Que vean que no os quedaréis calladas.

Cito las palabras de mi madre por inercia. Entonces me doy cuenta de que en esta fiesta no están todas las personas a las que quiero. Faltan dos.

Los músculos se me atenazan y de pronto respirar ya no es tan sencillo. Balbuceo una excusa para salir de la terraza y me marcho al baño. Allí me obligo a respirar. Bocanadas profundas. Una y otra vez y otra vez… hasta que consigo que no me duela el pecho. Me niego a que el dolor siga doblegándome.

Enciendo la luz. Me mojo la cara y el cuello con agua para despejarme. Mi reflejo me devuelve la mirada con cierta burla. Como si se riera de mí y dijera que da igual cuánto me esfuerce, que quizás he conseguido vencerlo esta vez, pero que regresará. Como siempre y más fuerte.

Lo ignoro. Sé que reprimirlo hará que la próxima sacudida sea incontrolable. Pero esta noche no.

—Me voy ya.

Andrea me pilla a mitad del pasillo cuando regreso del baño. Me da una sonrisa espléndida con sus ojos negros reluciendo.

—¿Tan pronto?

—Ya no estoy para estos trotes —bromea.

Me quedo un momento estancada antes de abrazarla, un poco torpe. Andrea es mi mejor amiga desde que somos niñas. Pero este año ha sido toda una prueba para nuestra amistad. He sido una amiga de mierda.

—Gracias —murmuro.

Andrea me estruja con más fuerza antes de soltarme.

—Perdona, voy a aplastarse. Soy un tonel.

Se acaricia la abultada barriga.

—No digas tonterías, estás preciosa. —El abrazo de mi amiga me reconforta lo suficiente para sonreír sin que suponga un esfuerzo.

—Espero que estés para cuando nazca.

—Que estás de seis meses y yo solo me voy uno —bromeo.

—Y se me están haciendo eternos —suspira mirándose la barriga entre irritada y enternecida.

Me hace mucha ilusión que vaya a ser madre, principalmente por lo feliz que está. Aunque la verdad es que no supe reaccionar cuando me dio la noticia. La encajé mal. Me sentí como si me lo estuviera echando en cara. «Yo voy a formar una familia y tú has perdido a la tuya». El dolor te hace muy egoísta. Andrea se dio cuenta y aquel día discutimos como nunca. Pasamos tres meses enteros sin hablarnos.

Así como Marina me impulsó a cubrirme la piel, mi mejor amiga hizo que comprendiera que eso no era suficiente. Que tenía que sobreponerme. La vida continuaba y debía ir tras ella.  

Al principio nos costó un poco retomar la relación. Andrea no ha hecho más que apoyarme desde que nos conocimos y yo le di la espalda en un momento en el que me necesitaba. Pero hemos conseguido superarlo.

—¿Han sido muy complicadas las cosas con…? —Mira por encima del hombro hacia el salón.
Comprendo que se refiera a Mikel.  

—Todo lo contrario, demasiado fácil.  

—¿Y el macizo estadounidense? —alza una ceja.

—¡Andrea! —regaño preocupada por si nos han escuchado, la casa no es muy grande y tiene una acústica demasiado buena—. Somos amigos. Nada más.

A pesar de mi afirmación, se me acaloran las mejillas. Mi corazón comienza a dar patadas rápidas que me retumban en el pecho.

—No te mientas a ti misma, Mara.

¿Lo hago? Porque no sé qué siento por Paul. Ni si los cosquilleos y saltar encima del teléfono cuando suena para comprobar que es él se debe a que me gusta o a que, al ser la única persona que no conoce a la Mara de antes, hace que me sienta libre.

—Ni mucho menos te conformes con una relación que no va a ninguna parte —añade Andrea con indulgencia.

—A lo mejor sí que va a alguna parte —contrapongo un poco a la defensiva. Apoyo una mano sobre la pared con la sensación de que se me va a venir encima en cualquier momento.

—Las personas cambian. Está bien que tú lo hagas también. —Me aprieta el antebrazo con una sonrisa cariñosa. Andrea siempre tiene las palabras adecuadas—. Seguir así solo te hará miserable. Y con todo lo que has pasado, no te lo mereces.

Me muerdo el labio antes de resoplar. Comienza a dolerme la cabeza de tanta tensión. A pesar de ello sonrío a mi mejor amiga, cubriendo su mano con la mía en agradecimiento. Porque está aquí aguantándome una vez más.

—Paul vive al otro lado del mundo, sería imposible aun sintiendo algo por él. —Encojo los hombros y me aprieto el puente de la nariz—. Por otro lado, Mikel es mi novio, tenemos una relación que funciona. Se desvive porque esté bien y…

Me interrumpo cuando la mano de Andrea se pone rígida bajo la mía. Agacha la mirada y se relame el labio inferior. La conozco lo suficiente para saber que algo pasa. Me mira de nuevo.

—A lo mejor deberías preguntarte por qué se comporta así —resopla enfadada. Abre los ojos sorprendida, como si no acabara de creerse lo que ha dicho.

—¿Qué quieres decir? —pregunto cautelosa.

El silencio se vuelve denso entre nosotras. Empiezo a tener la sensación de que Andrea me oculta información que podría ser reveladora.

—No me hagas ni caso. —Sacude la cabeza—. Son las hormonas.

Me abraza de súbito y yo me pregunto qué tienen que ver las hormonas en todo este asunto. No puedo dejar de preguntarme por qué ha dicho lo que ha dicho.

—Pásalo bien en Puerto Rico —susurra en mi cuello.

—¿Seguro que no quieres contarme nada? —insisto al separarnos.

Andrea niega con una sonrisa sincera. Me pellizca la mejilla a la par que guiña un ojo.

—Y no aspires a lo que funcione, si no a lo que te hace feliz.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Esa noche me resulta imposible dormir. Así que realizo otro intento por redactar la propuesta de la tesis. Solo que no consigo nada y no hago más que pensar en mi última conversación con Andrea.

«A lo mejor deberías preguntarte por qué se comporta así».  Me lo he preguntado en muchas ocasiones. Que mi novio continúe como si nada a pesar de todos mis desplantes. Sin llegar a ninguna conclusión, salvo a la culpabilidad por no poder corresponderlo. El tono de Andrea, sin embargo, denota que ella sabe que hay una razón firme para la manera de actuar de Mikel y que no está de acuerdo.

Mikel al final no se ha quedado a dormir en casa. Cuando la fiesta llegó a su fin, dijo que le había escrito su jefe para suplir una baja mañana por la mañana y que era mejor que durmiera en nuestro apartamento para no despertarme. Es un tanto sospechoso. Más que nada porque el pub no abre por las mañanas. Así que quizás fue la primera excusa que se le ocurrió para marcharse y no tener que pasar la noche con una novia que lo rehúye casi constantemente.

Sé que debería sincerarme con él. Decirle que la falta de problemas entre nosotros lo considero como uno. Pero sé que, en cuanto lo haga, no habrá marcha atrás. El último resquicio de lo que queda de antes desaparecerá.
A las seis de la mañana me canso de pelearme con la almohada y salgo a correr un rato. La simpleza del deporte siempre me ayuda a despejarme. Concentrarme tan solo en dar una zancada tras otra.

Regreso a casa cuando el sol está en lo alto, notando un cansancio placentero tirando mis músculos. El olor a bollería, café y tostadas inunda mi nariz congestionada de frío. Están todos reunidos en el salón.

La tía Paola sirve café en la taza de mi hermana, que está medio tumbada sobre la mesa con los ojos hinchados. Jesús, nuestro primo, charla con Belén, su mujer. El hijo de ambos, Albert, está sentado en el sofá viendo los dibujos. Le acaricio la cabeza al pasar por su lado.

—Buenos días —saludo.

—Pensábamos que seguías en la cama, cielo —dice mi tía Paola con la dulzura de su voz—. Siéntate a tomar un croissant calentito.

—Estábamos a punto de mandar a Albert a despertarte. —Mi primo me guiña un ojo—. Es más efectivo que cualquier despertador.

—Especialmente cuando se pone a saltar en tu estómago —comenta Belén tras dar un sorbo a su café—. ¿Qué tal va todo, Mara?

Encojo los hombros con una sonrisa ambigua. Todo es un completo lío. No he dormido nada y en menos de dos horas tengo que ir a la universidad a presentar un proyecto fantasma.

—Emocionada por el viaje.

—Marina, haz el favor de moverte —regaña Paola a mi hermana—. Es de mala educación meter el pelo en desayuno ajeno.

Mi hermana gruñe, pero acaba incorporándose. Se deja caer en el respaldo con pesadez y un gesto de dolor. Ayer se le fue de las manos con el alcohol.

—También despertar a la fuerza a las personas con resaca —bisbisea con tono infantil desmenuzando una napolitana.

—A ti nadie te manda beber tanto, ahora te aguantas.

—Mara, defiéndeme.

Todos reímos.

La tía Paola se sienta a la cabecera de la mesa. En ese momento me recuerda un montón a mamá. Con la sonrisa indulgente, temperamental, pero sin perder la dulzura en sus ojos verdes. Pero esta vez no se me sierra la respiración al recordarla a través de su hermana. Me invade una sensación agridulce, pero no del todo mala.

—Háblanos del viaje —pide Jesús—. Para los que no podemos ir a ningún paraíso.

—Es un voluntariado, no un viaje de placer —rebato pellizcando el croissant que la tía Paola me ha puesto delante—. Puerto Rico ha pasado por un infierno.

Mi tono es duro. Jesús vive de lo más desinformado y su capacidad empática es más bien nula. Desde siempre ha sido motivo de discusión entre nosotros. Como cada vez que se burlaba de mi labor y la de mis padres porque solo eran unos animalitos.

—Mejor cállate, cielo —regaña Belén dándole unas palmaditas en la espalda.

—Estamos muy orgullosos de ti —interviene la tía Paola—. Siempre has sido muy solidaria.

Tenso la mandíbula y me obligo a sonreír. Lo que me ha conducido a este viaje es la necesidad de huir y marcharme a un lugar donde nadie espere nada de mí. No soy una valiente, sino una cobarde.  
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por indigo. Jue 19 Sep 2019, 10:20 am



Capítulo 03.02
mara santiago & paul fitzroy ✘ escrito por: gxnesis.

Pasar el cursor por la imagen.


Llego a la universidad con un portafolios vacío y sin un ápice de culpabilidad. Desde niña he sido una cerebrito que hacía los deberes incluso antes de que los mandaran. Acababa todo semanas antes de las fechas de entregas y hacía más de lo requerido por el simple placer de estudiar.

Esta es la primera vez que no tengo nada. La falta de preocupación no hace más que demostrar lo mucho que he cambiado. Los estudios han dejado de ser la prioridad.

Mi tutora, la señora Prieto, aguarda en la sala de profesores.

—Me alegro de verte, Mara. Toma asiento.

Obedezco la petición, con el portafolio aferrado al pecho. La señora Pietro siempre ha sido una de mis profesoras preferidas. Exigiéndome más y más que los demás para que siempre fuera más allá y no me conformara. Pero ni siquiera la tentativa de decepcionarla la agobia.

—Buenos días —saludo.

—Cuando quieras… —hace un gesto hacia la carpeta—. Estoy ansiosa por descubrir el tema de tu tesis.

Dejo el portafolio encima del escritorio. Me pellizco la cara interna de la muñeca antes de responder.

—Lo siento, señora Prieto. No he podido realizar la propuesta aún.

Parpadea, como si tuviera a una Mara distinta a la que solía tratar. Lo cual es cierto en muchas más formas de las que se imagina. Aguardo el sermón y la decepción que portará sin que me tiemble el pulso. Me siento en un extraño estado de paz.

—No pasa nada, Mara —sonríe con comprensión—. De todas formas, no empezarás con la tesis hasta febrero. Esta era una reunión extraoficial.

Pasa, pero la señora Prieto se adhiere a las circunstancias atenuantes. Como perdí a mis padres en un terrible accidente, el mundo trata de recompensármelo. Y me doy cuenta que no quiero su comprensión. Sino un trato acorde a las circunstancias.

—He hecho que pierda el tiempo. —Me ataco a mí misma con irritación palpable en la voz.
Vuelve a sonreír.

—Por supuesto que no. Para mi mejor alumna, nunca pierdo el tiempo. —Otra sonrisa—. Podemos vernos a la vuelta de tu viaje. Si lo necesitas, también puedo ayudarte a encontrar el enfoque en tu tesis.

Y es ahí, en ese momento, en el que tomo una decisión. No quiero hacer la maldita tesis, ni terminar la carrera. Me lo reconozco con una sinceridad que hasta ahora he rehuido. No habrá un futuro en el que continúe la labor de mis padres. Porque esa persona que amaba el mar ya no existe.

Tampoco quiero que regrese, esa también es la verdad. Solo quiero encontrar el valor para dejarla atrás de una vez por todas. Porque nada de lo que haga por recuperar el pasado los traerá de vuelta. Nada me los devolverá ya.

—¿Sabe qué? —digo con un torrente de energía determinada impulsando mis palabras—. No va a ser necesario. He decidido que no realizaré la tesis, después de todo.

A mi tutora se le desencaja la mandíbula.

—Mara, pero…

—Gracias por su tiempo. —Me levanto de la silla—. Y por ser una gran profesora.

Abandono el despacho antes de que pueda detenerme. El compresor que hace que respirar sea complicado, rebaja la presión. Tomo una amplia bocanada de aire una vez fuera. Un poco más libre que cuando entré.  

El mar se llevó a mis padres, así que yo no pienso dedicarle ni un solo segundo más de mi tiempo.


Paul llama justo cuando salgo de la boca de metro. En Capitola son cerca de las tres de la madrugada. Nunca hablamos tan tarde. Descuelgo con el corazón acelerado, deteniéndome a un lado de la calzada. Pensado que ha pasado algo. Las llamadas fuera de horario me perturban.

—Mara…, llamaba…, jeroglífico.

El ruido ensordecedor de fondo no me deja entender más de un par de palabras.

—No te he escuchado bien —grito tapándome la oreja.

—¡Espera! —Durante unos segundos solo oigo un zumbido rítmico, debe estar en una discoteca. El silencio llega a continuación—. Decía que si ya has descifrado mi jeroglífico.

—He abandonado la tesis —suelto rápido, trayendo de nuevo la exaltación a mi cuerpo—. Técnicamente, ni siquiera he llegado a empezarla

—¡No me jodas!

—¡Sí! Dios, qué bien sienta —me cubro la mejilla aún incrédula.

Es el movimiento más arriesgado que he tomado nunca. No tengo un plan de repuesto ni la más remota idea de lo que haré en el futuro. Y me siento tan en paz. Aunque sé que los remordimientos y la incertidumbre llegarán una vez haya digerido la noticia.

—Ya era hora.

—¿Cómo dices? —cuestiono. En ningún momento le ha hablado a Paul sobre el conflicto que generaba la tesis.

—Que lo supe en cuanto te conocí. Esa falta de pasión por lo que estabas haciendo… —comienza a explicar con la voz elevada, como si todavía hubiera ruido—. Pedías a gritos una catarsis.

Es un listillo y me arrolla la facilidad con la que ha sabido calarme, incluso desde el minuto cero.

—Yo soy la sabelotodo.

—Aspiro a robarte el puesto.

—¿Por qué me has llamado? —inquiero al atender de nuevo las horas.

Un suspiro largo precede sus palabras.

—Yo que sé. —Hay un deje de derrota en su voz—. He visto a una pelirroja y me he acordado de que hace mucho que no hablábamos.

—Para ti ha sido menos de un día.

—Parecía más…

Me muerdo el labio al tiempo que las cosquillas habituales aparecen. Esto es lo que debería sentir cuando veo a Mikel. Mareas sacudiéndome y la sensación de que ha pasado una eternidad desde que no estoy con él, aunque no hayan transcurrido más de dos minutos. Pero lo siento con Paul. Y eso que ni siquiera puedo verle la cara. Los graciosos rizos en su frente. Su mirada cautivadora. La predisposición a reír.

No mentí a Andrea ayer, no tengo ni la más remota idea de cuáles son mis sentimientos o lo que implican. Ni hasta qué punto pueden estar influenciados por la situación. Pese a ello, decido ser honesta una vez más: Paul hace que me sienta viva y sonreír con su voz al otro lado no se convierte en un mundo. Eso ya es algo. Es más.

—¿Sigues ahí?

—Descifré tu jeroglífico —digo por respuesta, haciendo alusión al mensaje que me escribió el otro día—. Yo también tengo ganas de verte.

El corazón comienza a latirme tan fuerte que pienso que se me va a escapar. Porque tampoco sé lo que Paul siente por mí. Quizás no soy más que una amiga a la que hace ilusión ver después de mucho tiempo. Es muy probable que esté malinterpretando la situación. A mí los temas del corazón nunca se me han dado bien.

—Bien, porque te vas a hartar de verme —bromea con cierta seriedad—. Igual hasta te arrepientes de esas ganas.

—Tendremos que averiguarlo.  


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]


Ayer por la tarde tuve la última sesión con el terapeuta antes del viaje. Hablamos del ataque de pánico que sufrí el otro día y mi decisión de abandonar la tesis. Me dio su número de teléfono por si necesito contactar con él y quedamos en que valoraría un cambio de medicación a mi regreso.

Por suerte, estos días he estado dentro del rango de lo que considero bien. Y tras abandonar el despacho de la señora Prieto me he sentido con menos turbulencias. A pesar de que empiezo a notarme ansiosa por la página en blanco de mi futuro académico. Pero he decidido tratar de no preocuparme hasta la vuelta.

El resto del viernes estuve paseando con mi familia por la ciudad. No supe nada de Mikel en todo el día. Ninguno llamó al otro. Pero esta mañana se ha presentado en casa de mi tía para despedirnos.

Nos encontramos en la terraza, codo con codo apoyados en la barandilla, observando a los transeúntes. Corre una brisa cálida que porta una mezcla de olores: gasolina quemada, pan horneado y hojas húmedas. El silencio denso que nos acomete remarca el socavón que se ha creado en nuestra relación y que se ha vuelto ineludible en este rato.

Por otra parte, Mikel está raro. Callado y nervioso. Se frota las manos sin parangón y de minuto en minuto suspira como quisiera expirar demonios. Mientras que yo trato de reunir valor para romper este silencio opresor.

Esta noche le he dado muchas vueltas a nuestra situación. Con una frase concreta martilleando. «Y no aspires a lo que funcione, sino a lo que te hace feliz». Pensé que la seguridad y comodidad que me proporcionaba Mikel era la felicidad. Ahora no lo tengo claro.

Le debo a Mikel honestidad. No merece estar atado a alguien que no se le pone el mundo patas arriba cuando lo ve. Es la única certeza, más allá de mí, de mis cacaos mentales y de todo, quiero que Mikel sea feliz. No importa que mis costillas protesten porque ya no soy la persona adecuada, porque han sido muchos años juntos. Porque era una buena vida hasta que el mar la arrasó.

Sin embargo, aguardar a que amaine no solucionará los problemas. No puedo seguir atrapada bajo la capa protectora que me he obligado a vestir. Mi subconsciente lleva meses tomando decisiones por mí. El viaje a Puerto Rico, evadir a Mikel por miedo a que se me escapara la verdad y vaciar el armario de casa porque sabía que no iba a regresar.

Tras un rato de intentos fallidos de sinceridad, consigo juntar el valor necesario.

—Mikel…

—He conocido a alguien.

Se gira hacia mí con expresión estrangulada. Me quedo de piedra. Aprieto los labios en una contención de aliento. Este escenario ni me lo planteaba. Permanezco sumida en el shock, observando a Mikel a la espera de una explicación.

Esconde el rostro en los antebrazos, las manos agarrando sus rizos con tal fuerza que le resaltan los nudillos.

—¿Hace cuánto? —Mi voz sale sorprendentemente recta. Busco dentro de mí alguna punzada de dolor, enfado, decepción, pero no hay nada.

Mikel se incorpora. Titubea con la mano planeando sobre la mía, hasta que termina por dejarla caer en su costado. Las pupilas grises, nerviosas y huidizas.

—Unos meses, es una compañera del trabajo —murmura.

—Vale —trago saliva y me llevo una mano al cuello—. ¿Por qué no me lo has dicho antes?

Abre la boca varias veces, encoge los hombros y lo sé. Por consideración a todo lo que he pasado estos meses. Una vez más, las circunstancias atenuantes. Y eso enciende un atisbo de rabia en mi interior. Tan cansada, tan harta de
que me traten como si fuera de cristal.

—Lo que menos quiero es hacerte daño, Mara, te lo juro. —Se le quiebra la voz—. He intentado frenarlo, ignorarlo y que nuestra relación funcione. Te quiero, pero…

—No como antes —termino por él.

Mi rabia se esfuma. Resulta que Mikel y yo estamos en la misma página, después de todo. Ambos sin querer herirnos, rehusando de dejarnos ir.

—Andrea nos vio besarnos hace unos días, cuando vino al bar para hablarme de lo de tu fiesta de despedida. Me dijo que, si no te lo contaba yo, lo haría ella —continúa diciendo. Entiendo entonces la actitud de mi mejor amiga cuando hablamos. Mikel se para un momento para agarrarme con los hombros y volcar toda la intensidad de su mirada en la mía—. Esa fue la única vez. Quiero que lo sepas.

—Te creo.

—Se nos ha ido de las manos —hablo de nuevo, con una sonrisa triste y ganas de llorar porque ojalá nada hubiera cambiado.

—Es una mierda. —Sus ojos brillan con la amenaza de las lágrimas, al igual que los míos.

Le doy un abrazo que él corresponde con fuerza. En ese gesto expresamos más que con cualquier balbuceo nervioso. Que, pese a las últimas revelaciones, sigo sintiendo un hogar y seguridad entre los brazos de Mikel. Que no quiero perderlo y que espero con todas mis fuerzas que esto no sea todo.

Me aparto de él secándome las lágrimas. Mikel me imita. Nos quedamos frente al otro unos segundos en el que nos perdemos en ojos del otro. Hasta que me acuerdo que yo no he sido del todo sincera con él.

—Creo que yo también he conocido a alguien. Es Paul, el chico de Capitola —confieso dando un paso atrás, agachando la cabeza—. No sé qué es, si solo soy yo o… En fin, solo te lo digo para que no te sientas culpable.  

Callo porque empiezo a desvariar.

—Me lo imaginaba.

—¿De verdad?

—Piensas que se te da bien ocultar tus emociones, pero alguna que otra se te escapa.

Mikel sonríe e incluso encuentro burla en su voz. Sin embargo, a mí me hacen daño sus palabras. Mientras que yo no estaba al tanto de que estaba desarrollando sentimientos por otra persona, él lo sabía. Aun así, se quedó a mi lado. Porque le necesitaba. La culpa regresa para enmarañarse en mis pulmones.

—Lo siento mucho —susurro bajito.

—Mara, no tienes que pedirme perdón por nada. Como has dicho, se nos ha ido de las manos a los dos.

Me giro hacia la barandilla, retomando mi posición inicial. La vida urbana sigue su curso en el suelo, ajena a lo que ocurre en esta diminuta terraza. Es un pensamiento ridículo, sin embargo, cada vez que mi vida da un giro, espero que el mundo sea considerado conmigo y también gire. Pero a la vida le damos absolutamente igual.
Mikel sujeta la espalda en la barandilla, a mi lado. Le miro desde abajo.

—Es que no puedo quitarme la sensación de que casi todo es mi culpa. Te he retenido a mi lado porque te necesitaba. Cuando todo cambió… Nuestra relación fue lo único que no se puso patas arriba y he querido aferrarme a ella todos estos meses.

—Los dos nos necesitábamos —asegura posando una mano en mi hombro.

—Qué va —cierro los ojos.

—Es verdad. Tú necesitabas a alguien a quien aferrarte y yo necesitaba aferrarme a ti del mismo modo. He sabido desde hace mucho tiempo que nuestra relación ha cambiado. Pero de todas formas quise intentarlo. Me sentía útil, funcionábamos tan bien…

—Demasiado bien.

—Exacto.

Permanecemos en silencio tanto rato que cada tanto lo miro de reojo para comprobar que no se ha marchado. Este silencio, al contrario que el de los últimos meses, no me aplasta. La verdad libera. Creí que una vez tuviéramos esta conversación, todo se desharía. Que sentiría cómo me arrancaban la última pieza de la Mara

—¿Nos veremos cuando vuelva? —pregunto en mi forma de decir que no quiero perderle.

Sonríe y me aparta un mechón del rostro que se me ha quedado enganchado en la barbilla. Es un gesto tan cariñoso, acompañado por una sonrisa ladeada, que me reconforta.

—Siempre que tú quieras.  

—Entonces sí.

Nos sonreímos. Puede que al principio resulte difícil y extraño, pero espero que podemos mantener una amistad cuando la situación se asiente. Volvemos a abrazarnos.

—Espero que encuentres en ese viaje lo que perdiste aquí —susurra dándome un beso en la frente.

—Yo también.

Mikel me pide que le escriba cuando llegue a Puerto Rico para asegurarse de que está todo bien. Que sigue aquí y que puedo llamarle siempre que quiera. Le digo que es recíproco y minutos después me quedo sola en la terraza.
Cierro los ojos y permito que el viento se me cuele por los poros de la piel. Pienso en lo que dijo Andrea —siempre con tanta razón—, que las personas cambiamos y nuestras relaciones cambian con nosotros. Por horrible que parezca la idea, muchas veces es para mejor.

Pensé que dejarlo ir me rompería. Pero ahora siento que puedo respirar un poco mejor y visualizo un brote diminuto en el terreno árido en el que me he encerrado a mí misma.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

El sábado por la mañana me acerco al faro a pasar un rato a solas. Estos días han sido una locura entre los preparativos para el viaje y unas cuantas resacas de las que no me siento orgulloso. Necesitaba un poco de paz.

No estaba en mis planes venir aquí, evito este lugar tanto como me es posible. Pero hace unas horas llevé a Pezuñas a casa de mi vecina, Roberta, ya que se va a quedar a su cuidado. Me ha dado un poco de pena desprenderme de la bola de pelo sebosa. Aunque con Roberta vaya a estar mucho mejor que conmigo.

Pero se me ha hecho un poco nudo el asunto. La casa, la gata y lo que implica. Así que he acabado sentado en una roca, con las salpicaduras de las olas mojándome la cara y un viento frío atenazándome los huesos.

Es en este trozo de mar donde tiré las cenizas de mi madre. No me dio indicaciones sobre qué hacer con ella. A mí me pareció buena idea, siempre me recordó mucho al mar. Hermoso, libre, bravo y reconfortante cuando está en calma. Y después de tenerla su último mes de vida encerrada en una habitación de hospital, como un conejillo de Indias, porque era incapaz de aceptar que iba a morirse, quise llevarla a un sitio donde se sintiera libre.

Ella no tenía un Dios al que venerar. No creía en religiones ni nada que se le pareciera. Para mi madre, cuando morimos, simplemente regresamos a la naturaleza. Quise reconfortarme con esa idea al principio. Me la imaginaba como una brisa marina que me acariciaba el rostro cuando más lo necesitara. Pero no sirvió.

Nada de lo que hice ayudó a que dejara atrás la culpa. Solo podía pensar en que encerré a una persona que vivió toda su vida como quiso, sin ataduras ni lazos e hice de su final un infierno. Que ella aguantó solo por mí.
Me era imposible venir aquí porque no hacía más que recordarlo. No podía encontrar los buenos momentos. Aquellos primeros años de mi vida en una comuna, donde me enseñó a respetar y amar la naturaleza. Los viajes en carretera hacia ninguna parte. Cualquier día cuando llegaba de clase y estaba bailando en el salón. El olor a incienso, las piedras preciosas y que todo lo solucionara con una taza de té.

He pasado unos cuantos años castigándome en Capitola por mis malas decisiones, con la absurda esperanza de que regresaría y me diría que todo estaba bien. Que no me culpaba.  

Al venir al faro unas horas atrás y no sentir nada me he reafirmado más en mi decisión. Estos días me he replanteado mucho la decisión de marcharme de aquí para siempre. Acojonado con la posibilidad de perderla más. Pero en realidad da igual el sitio. Mi madre se irá conmigo adónde yo quiera llevarla. Y hay tantas partes a las que quiero ir que quedarme aquí ya no es factible.

Regreso a casa a eso de las tres de la tarde. Rio está tumbado a la bartola en una hamaca de la terraza. Reprimo el impulso de tirarle un vaso de agua fría en venganza por levantarme de madrugada, sin ningún tipo de consideración con mi resaca, para hacer las maletas. Cuando no es hasta mañana que nos marchamos a Miami.

Pero termino por tumbarme en la hamaca contigua a la suya. Miro el móvil por primera vez en horas. Hay un mensaje de Mara diciendo que está a punto de coger el ave para volver a Madrid y de ahí directa al aeropuerto.

Se me escapa una sonrisa. «Yo también tengo ganas de verte». Cuando me dijo eso tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no decirle que yo tenía ganas de muchas cosas y no todas ellas con ropa. Pero tengo que ver cómo fluyen las cosas entre nosotros.

—Joder, qué puto calor.

Rio se incorpora como un resorte tirándome la camiseta encima. Le veo desperezarse. Ha llegado el momento de que me sincere con él. Recurro a la herida del dedo para serenarme.

—Ve a por cerveza. Quiero hablar contigo —digo incorporándome también.

—¿Desde cuándo soy tu sirviente?

—Desde que vives aquí sin pagar un duro. —Le doy un puñetazo en el hombro—. En serio, es importante.

Rio me mira de reojo y se levanta.

—Ya sé que vas a largarte de Capitola.

—¿Lo sabes? —guiño los ojos porque sol me ciega. Rio arruga la frente esperando a que llegue a una conclusión—. Ha sido Callie.

Me paso la mano por el pelo. Menuda bocazas. Aunque eso me pasa por confiarle mis secretos a una persona a la que le apasiona pregonarlos.

—Se le escapó hace unas semanas —explica en medio de un bostezo—. No entiendo por qué no querías decírmelo.

—No sé.

Me rasco la nuca. Supongo que no quería contárselo a mi mejor amigo porque ha rechazado cinco buenas ofertas de trabajo en estos años para no dejarme solo. Y luego voy yo, de un día para el otro y decido pirarme. Sin tener en cuenta nada.

—Si tu miedo era romperme el corazón o alguna tontería de esas, no te aflijas —bromea devolviéndome el puñetazo de antes—. Voy por esas cervezas.

Me tumbo en la hamaca de nuevo, quitándome un peso de encima. Rio vuelve y nos pasamos la tarde bebiendo y tomando el sol. No tocamos el tema de mi marcha en ningún momento. Aunque sé que esta es una conversación que tendremos que retomar en algún punto.

En un momento de la tarde, cuando ya estoy borracho, pongo Seven Wonders en el teléfono. Dejo que la melodía me llene por dentro. Esta vez sí encuentro lo que he ido a buscar al faro. La calidez de los abrazos de mamá, la seguridad de su risa y el brillo fiero en su mirada azul.

Me reafirmo de nuevo. No voy a seguir escondido en este pueblo. La vida te puede dar una torta con la mano abierta en cualquier momento. Y yo aún tengo que descubrir las siete maravillas, tal como se lo prometí a mi madre.


[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]

Abandono la ciudad con menos carga. Sin embargo, una vocecita me acompaña durante el trayecto en ave, sembrando dudas. ¿He tomado las decisiones adecuadas? Me da miedo arrepentirme conforme pasen los días.
La facilidad con la que ha sucedido todo me inquieta. Para poder convivir con el dolor, tuve que transformarlo en apatía y esta tomó mi cuerpo entero, aunque a veces desaparezca. No sé si esta tranquilidad es porque he tomado una buena decisión o porque la apatía está jugando conmigo.

Me tranquilizo diciéndome que no tengo que preocuparme por ello hasta que regrese. Poner en pausa los conflictos. O al menos, los que tienen su origen en Barcelona.

Escribo a Paul para avisarle que voy camino a Madrid. La culpabilidad por el manojo de nervios en el estómago desaparece, sin embargo, a esta la sustituye el miedo. Me he quedado sin excusas entre las que ocultarme. Veré a Paul en menos de dos días. Una mezcla de nervios, temor e ilusión me ataca.

Podría pasar cualquier cosa o nada. Pues tampoco sé qué siente Paul, ni cómo interpretar sus palabras. Si es que conllevan algún significado oculto. Si lo que siento está influenciado o de verdad me gusta.

Me mensajeo con Rita para pasar el rato. Ella no coge un vuelo hasta mañana —va en el mismo que Paul— a la madrugada con dirección a Miami y de allí a Puerto Rico. Me cuenta las últimas novedades, como que finalmente tomó la decisión de ingresar a su padre en un centro. Admiro su capacidad para seguir adelante a pesar de todo lo malo que le ha ocurrido en estos años. Puede que incluso envidie hasta cierto punto esa capacidad suya para no dejar que las cosas se salgan de su control.

La conversación no dura mucho. Pero me centro en que nos reencontraremos en menos de dos días, ya que esos sentimientos son menos conflictivos.

Llego a la Terminal 4 del aeropuerto cerca de la media noche. Aunque ya voy un poco tarde. Al ser un vuelo internacional, tendría que haber estado aquí con dos horas de antelación. Solo que he intentado venir lo más tarde posible para estar con Marina.

Facturo la maleta, paso el control y cojo el tren hasta la puerta de embarque en menos tiempo del que había estimado. Por lo que me relajo. Cuando llego a la sala de espera hay una gran cantidad de gente, que imagino también irán al voluntariado.

Localizo a los chicos en la sección de asientos más alejada. Remy está tumbado en las piernas de Elera mientras está presta atención a su cámara. Valerius lee un libro a su lado y, por último, Lynx medio dormita medio mira la pantalla que anuncia los vuelos desparramada sobre su asiento. Saludo y los dos primeros me lo devuelven con aire distraído.

—Imagina mi sorpresa al no encontrarte aquí cuatro horas antes —ironiza Lynx a la que me dejo caer a su lado.

—Vivo al límite, qué puedo decirte.

—Lo próximo será quedarte cinco minutos más en la cama después que suene el despertador.

Pongo los ojos en blanco. Escribo al grupo de mi familia y a Mikel para decirles que he llegado bien. Lynx cotillea por encima de mi hombro y le doy un empujón.

—Tienes que avisar al organizador de que has venido. Está por allí —señala hacia los asientos del otro extremo.

—Ahora iré.

—¿Has tenido mucho sexo este fin de semana? —menea las cejas y sonríe como una niña que ha descubierto una bolsa llena de gominolas.

Aprieto los labios y me cubro la cara con el pelo. Solo le he contado a Paul que he abandonado la carrera.  Y lo de Mikel me lo he guardado para mí. Quería disfrutar del día sin que estos factores influyeran. Pero decido contárselo a Lynx. Después de todo, no está tan implicada en mi vida como para poner el grito en el suelo y atosigarme. Nuestra amistad no es tan personal.

—Mikel y yo hemos roto —suspiro—. Nada de sexo.

Las cejas oscuras de Lynx asciendes hasta el nacimiento de su cabello. Me planta una mano en la frente y la aparto echándome hacia atrás. Nos miramos unos segundos y espero que entienda que no requiero de un sermón, ni preguntas.

—Has aprovechado el fin de semana. —Se deja caer en el respaldo con los brazos cruzados, dándome una mirada sardónica.

Lanzo el aire fuera de mis pulmones con fuerza. Me inclino hacia delante, con las manos colgando entre las piernas.

—Parecía lo correcto.

—Y Mara Santiago siempre hace lo correcto —presiento cierta burla en su voz.

—Supongo que sí.

Mara Santiago, en este momento, se ve invadida por una sensación de huida. He tomado decisiones, pero no me quedo para afrontar las consecuencias. He sabido reconocer lo que no quiero, todo un paso adelante tras poner mi vida en ciernes este último año, pero no tengo la más remota idea de lo que sí quiero.

Eso es lo que me aterra, no llegar a descubrirlo y pasarme el resto de mi vida dando tumbos. O atrapada por mis miedos y la apatía y los errores. O haber cometido un error al romper con Mikel, aunque él también quisiera. O mandar mi trabajo de una vida porque soy incapaz de sobreponerme.

Solo espero que tras esta catarsis, al fin llegue la calma.
indigo.
indigo.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por hange. Dom 22 Sep 2019, 9:07 pm

el pozo infinito de feels, bai:
hange.
hange.


http://www.wattpad.com/user/EmsDepper
-----
-----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por Jaeger. Vie 08 Nov 2019, 1:08 am

perdon que ando re vaga para comentar :( ya me voy a sentar a leer mas tranquila sus hermosos capitulos Triángulo de las Bermudas  - Página 2 1477071114 las quiero!
Jaeger.
Jaeger.


----
----

Volver arriba Ir abajo

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por Bart Simpson Mar 26 Nov 2019, 1:22 am


KAAAAAAAAAAAAAAAAAAATEEEEE Jake :


___________________________________________

[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Bart Simpson
Bart Simpson


   
   

Volver arriba Ir abajo

El autor de este mensaje ha sido baneado del foro - Ver el mensaje

Triángulo de las Bermudas  - Página 2 Empty Re: Triángulo de las Bermudas

Mensaje por Contenido patrocinado

Contenido patrocinado



Volver arriba Ir abajo

Página 2 de 2. Precedente  1, 2

Ver el tema anterior Ver el tema siguiente Volver arriba

- Temas similares

Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.